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HISTORIA DEL MALECÓN DE GUAYAQUIL

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José Antonio Gómez Itu,alde

HISTORIA DEL MALECÓN DE GUAYAQUIL

Fundación Mal1ón 2000Archivo Histórico del Guayas

Guayaquil, junio de 2005

FUNDACIÓN MALECÓN 2000

Ab. Jaime Nebot Saadi, Presidente del DirectorioDr. Pedro Gómez Centurión R., Gerente GeneralEco. Luis Carrera del Río, Delegado del AlcaldeIng. Roberto Espíndola, Gerente de ProyectosIng. Daniel Torre Robalino, Gerente Financiero y AdministrativoAb. Patricia Bastidas de Valero, Asesora LegalIng. Gustavo Jacobs, Gerente del Proyecto de Regeneración UrbanaArq. Fernando Delgado B., Gerente de OperacionesIng. Jonathan Gómez, Gerente ComercialArq. Luis Zuloaga, Gerente de TallerArq. Alberto Fernández-Dávila, Asesor de ArquitecturaArq. Douglas Dreher, Coordinador del Taller de Arquitectura

Nota: También participó en el Proyecto el Señor G. Suaya.

Historia del Malecón de Guayaquil, José Antonio Gómez IturraldeDerecho Autor: 021209 ISBN-9978-72-404-4

Dibujo Portada: Ninfa del GuayasArtista: Lic. Mariella García Caputi

Diseño Interiores y Portada: Marjorie Bravo BritoFotografía Portada e Interiores: Lic. Marcos Vinueza RomeroDigitalización: Ing. Alfredo García EcheverríaCorrección: Dra. Luisa Paredes Cedeño, Lic. Bertha Díaz Martínez

Edición: 1o (Junio, 2005) Tiraje: 1.000 ejemplaresImpreso en los Talleres Gráficos del Archivo Histórico del GuayasAvenida de las Américas 1126 y Alberto BorgesTelf. 2394440, 2394441, 2285002. Fax: 2394442.email: [email protected] [email protected] web: www.guayaquilhistorico.org.com Guayaquil, Ecuador.

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de la elección de un modelo urbano particular, su crecimiento y desarrollo, hasta su papel como escenario de transformaciones históricas y hechos relevantes. Así lo ha comprendido José Antonio Gómez Iturralde cuando nos cuenta la historia del malecón de Guayaquil.

A lo largo de las páginas del texto, se nos presenta la historia de la calle más importante de Santiago de Guayaquil; aquella que sirve de límite con el río Guayas, razón y causa fundamental de la existencia de la ciudad. En este lugar geográfico particular, elegido por las posibilidades que prestaba al encontrarse en la confluencia de dos grandes sistemas fluviales, ha sido el eje del comercio de productos desde las colonias hacia el Imperio.

La historia del malecón de Guayaquil, contada como un relato ameno y preciso en su información y datos históricos, sirve de pretexto para contarnos la historia de la propia ciudad de Guayaquil. Desde la elección de un modelo urbano, heredero del modelo mediterráneo, de traza en damero, donde coexisten todas las actividades básicas para la vida diaria y que se empeña en sobrevivir e imponer sobre el modelo difuso anglosajón contemporáneo de zonas especializadas, hasta la conformación de sus diferentes imágenes de una ciudad que se regeneraba cada cierto tiempo luego de algún incendio o destrucción natural o inducida.

Los cambios de la calle de la orilla, son reflejo de las modificaciones que se hacían en la ciudad en el tiempo;

a través de sus rellenos, replanteos, destrucciones y reconstrucciones, sus sistemas de defensa, cambios en la transportación e incorporación de nuevas tecnologías, descubrimos una ciudad íntimamente vinculada con su entorno, pujante como centro de comercio, puerto y astillero de los mares del sur.

Desde el malecón y su orilla, se desarrollaba el comercio; desde aquí zarpaban los navíos construidos en los astilleros; hacia aquí se hacía la mejor arquitectura, carta de presentación de la ciudad para los viajeros que llegaban navegando y última visión de aquellos que se alejaban hacia otros rumbos.

El malecón ha sido y es, además, escenario de diferentes conflictos sociales y políticos, desde el pequeño asentamiento con ínfulas de ciudad en busca de identidad e independencia de la época colonial, hasta la moderna urbe contemporánea.

Nuevamente, debemos agradecer a José Antonio Gómez Iturralde, desde su acuciosidad como investigador, la precisión de sus datos y lo oportuno de sus comentarios, esta propuesta que se constituye en un nuevo aporte para la construcción de ese rompecabezas que es la historia de Guayaquil.

Guayaquil, noviembre de 2004

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Hay un documento que se registra al pie de página, que podría dar lugar a interpretar que la última mudanza realizada por el vecindario guayaquileño en 1547, haya ocurrido el 25 julio de ese año1. En todo caso este acontecimiento, producto de la llegada del pacificador Pedro de La Gasca, fue dirigido por los capitanes Francisco de Olmos, Rodrigo de Vargas Guzmán y su hijo Martín Ramírez de Guzmán y Robles, forzados por temor a retaliaciones que podrían venir desde Quito por la ejecución del pizarrista Miguel de Estacio. 140 guayaquileños, que así se identificaban entonces, con sus enseres y animales, bajaron en balsas por el río Babahoyo, entraron al Guayas y, desembarcaron en la playa pedregosa de Las Peñas. Y pese a que el lugar parecía no reunir condiciones físicas óptimas2 se instalaron entre indígenas pacíficos como consta en la primera descripción hecha en 15553.

Con el fin de atalayar y detectar la presencia enemiga tomaron posesión del terreno irregular de la unión cimera

1 En el acta del cabildo celebrado el 24 de julio de 1781 dice textualmente: “En este Cabildo se trató sobre la fiesta con que se solemniza el Real Estandarte, en memoria de la conquista de esta ciudad y su Provincia, cuya función se verifica el día de mañana veinte y cinco del corriente en que celebra la Iglesia al Apóstol Santiago”. Destacamos en negrillas al objeto de tal fiesta, porque es la primera vez que hallamos un documento que confirme la sospecha de que la última mudanza de Santiago de Guayaquil, a la cumbre del cerro Santa Ana fue cumplida el 25 de julio de 1547. De allí que la celebración de la conquista de la ciudad y la provincia ordenada por el Cabildo coincide con la del patrono de la ciudad.2 Lizárraga, Reginaldo de: Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile. Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1968, p. 5.3 “La ciudad de Santiago de Guayaquil fue edificada el año mil y quinientos y treinta y siete (esta fecha ha sido superada por la investigación); su territorio es fértil y habitado por pueblos diversos que se visten con camisetas y cubren sus partes vergonzosas con ciertos pañetes; llevan en la cabeza una corona de pequeños paternostri que llaman chaquira”. Giglio, Gieronimo. Las costumbres, leyes y la usanza de todas las gentes del Nuevo mundo, Guayaquil y el río una relación secular, 1555-1765, Tomo I, Guayaquil, AHG, 1997, p. 23.

de los cerros Santa Ana y San Lázaro (de El Carmen), que corresponde a la segunda descripción4. En la tercera referencia un viajero abarca el periodo entre 1562-1563, y entre otros datos, habla de un villorrio insignificante que apenas tenía 25 casas y entre sus pobladores 14 eran encomenderos5. En esta ubicación Santiago de Guayaquil crece, se desarrolla y permanece hasta nuestros días.

En 1574, la ciudad contaba con 320 habitantes, 25 casas, la iglesia Mayor y un hospital. Comenzó a poblar ambas laderas del cerro: por el norte hasta el estero de la Atarazana, donde se levantó el primer astillero. Y los monjes dominicos, al construir el convento de Santo Domingo, iniciaron la ocupación del llano sur. Por 1590, toda la vecindad estaba poblada en la cima del cerro Santa Ana, la Plaza de Armas, las casas del Cabildo y la Iglesia Mayor6.

4 “Tiene mal asiento por ser edificado en terreno alto, en figura como de silla estradiota, por lo cual no es de cuadras; ni tiene plaza sino muy pequeña, no cuadrado por la una parte y por la otra de este cerro tiene la ribera de un río grande y caudaloso”. Lizárraga, Fray Reginaldo de: Crónicas sobre el antiguo Perú, concebida y escrita en los años 1560 a 1602 por este padre dominico, Guayaquil y el río una relación secular, 1555-1765, Tomo I, Guayaquil, AHG, 1997, p. 28. A diferencia del Padre Lizárraga, el ingeniero militar Francisco Requena, no opina que esta ciudad tuviera “mal asiento”, sino que por el contrario, en su Descripción de 1774, afirma que la ubicación de Guayaquil “no hay duda que es bellísima, por lo que parece que estaba ya bien explorado el país [cuando se fundó], pues no se puede en todo él mejorar”.5 “Esta ciudad de Guayaquil es muy cálida, tanto como Tierra Firme, y enferma especialmente los veranos. Aquí llueve mucho más que en España; hace grandes truenos. Está asentada en una serrezuela, porque los llanos todos se inundan”. Villasante, Licenciado Salazar de: Relación General de las poblaciones españolas del Perú, 1562-1563, Madrid, Editorial Jiménez de la Espada, 1881, Tomo I, pp. 9-18.6 Y pese a la larga búsqueda de un emplazamiento adecuado, el lugar elegido finalmente –la ladera meridional del Cerro de Santa Ana o Cerrillo Verde, en la orilla occidental del Guayas– Laviana Cuetos, María Luisa, Guayaquil en el siglo XVIII, recursos naturales y desarrollo económico, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla. C.S.I.C., 1987, p. 29.

Historia del Mal1ón El mal1ón del último traslado y Ciudad Vieja

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Es a partir de los incendios sufridos en 1583 y 1590, en que desaparecieron la Iglesia y los edificios más importantes7, que la ciudad, mediante la construcción del convento de los Agustinos (1593) se expandió hasta el estero de Villamar (calle Loja). Cuando en 1600 los franciscanos construyeron su convento en la orilla norte de este estero, el sector era un arrabal donde el astillero había sido mudado.

En 1605, lo principal del vecindario todavía se hallaba “entre dos cerros que parece como asiento de silla gineta (sic)”8. Hacia 1620, la poblaban 2.000 habitantes, pero fueron diezmados por un incendio que destruyó 84 casas. Entre 1622 y 1634, se excavaron tres pozos para el abastecimiento de agua.

En 1624 el pirata Jacobo L’Hemite asaltó la ciudad e incendió 20 casas y halló aquí la muerte. La casa Consistorial, que aun permanecía sobre el cerro, años más tarde se desplomó de puro vieja, y fue necesario alquilar otra frente a la plaza. En 1636, pese a que buena parte de la ciudad ya se había extendido al llano, la administración

7 Una constante en la historia del Guayaquil colonial e independiente ha sido la frecuencia de incendios que en mayor o menor grado asolaron la ciudad desde su fundación. La propia ubicación de Guayaquil en una zona tórrida y el hecho de construirse todas sus casas de madera, explican suficientemente la abundancia de siniestros provocados por las llamas, que constituyen un permanente freno al desarrollo de la ciudad.

La conciencia de este peligro es tan temprana como sus manifestaciones, y así las propias ordenanzas municipales de la ciudad –dadas en 1590– ya establecen una serie de normas encaminadas a prevenir los incendios: se ordena, por ejemplo, que nadie tenga lumbre encendida después del toque de queda, que no se construyan casas con rancho de paja, que en cada casa haya siempre doce botijas con agua “por el riesgo de fuego, para acudir a apagar cuando lo hubiere, lo que Dios no quiera”. Laviana Cuetos, María Luisa: ponencia IV Congreso Ecuatoriano de Historia, Julio 7-10, 2002.8 Estrada Ycaza, Julio: Guía Histórica de Guayaquil, Guayaquil, Poligráfica, 1995, p. 33.

municipal y religiosa continuaban sobre el cerro. Lo cual resultaba “muy grande trabajo y penalidad subir dos veces cada semana a hacer Cabildo”9.

Por 1641, el Ayuntamiento se reunía en la parte baja de la ciudad en una casa rentada, pero al crecer rápidamente el vecindario, se decidió a vender el solar del cerro10 para edificar su sede en la planicie. También se destinó un solar en la plaza de Santa Catalina (plaza Colón) hacia el sur, para que en él levantase la Alhóndiga, que agremiaba a los comerciantes, hecho que nos permite considerarla como el embrión de la Cámara de Comercio de Guayaquil.

En la década siguiente la ciudad se había reducido por el fuego en 23 casas y contaba con 600 habitantes. Los encomenderos ya habían iniciado la toma de los campos y con esto la siembra de cacao, café, tabaco, arroz, crianza de ganados, etc. El muelle, o malecón, que se extendía desde el estero de Olmos hasta el de Villamar, empezaba a mostrar lo que sería en el futuro la vida ribereña. La gente que vivía del río y su comercio moraban en balsas y sumaban una importante población flotante. Canoas, chatas, etc., procedentes de la haciendas vecinas iban y venían con las mareas, para “saltar” en la orilla el “pan llevar” que la vida diaria demandaba.

9 ACCG, Tomo I 1634-1639, Guayaquil, AHG, 1972, p. 166.10 “La Ciudad Vieja.- En este Cabildo propuso el Procurador General, que este Cabildo tiene un solar en la ciudad antigua y que había quien lo comprase, y se acordó se den quince pregones y se remate en el mayor ponedor”. ACCG, Cabildo del 27 de enero de 1708.

Historia del Mal1ón El mal1ón del último traslado y Ciudad Vieja

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1651, de acuerdo a las primeras noticias referentes a trabajos tendentes a facilitar el atraque de embarcaciones, podríamos decir que es el año en que se inicia oficialmente la construcción del malecón de Guayaquil, y con ella una permanente lucha contra la correntada del río para ganarle palmo a palmo el espacio para su movimiento comercial.

La primera noticia aparece cuando, ese año, el Ayuntamiento recibió el informe del maestre de campo, Francisco Díaz Bravo, y del sargento mayor sobre la orden que les señalaba la obligación de pasar vista a “la fábrica que hace Mateo Malaver en la marina, y que habiendo visto que quiere hacer un tajamar11 con una calzada de 16 pies de calle (ancho) y cinco de trinchera (talud), el cual hará dentro de un año; y por parecer bien a la policía (la política) de la República convino en ello este Cabildo”12. En otras palabras, “la fábrica” no era otra cosa que un relleno de cascajo contenido por estacas de madera incorruptible levantado a lo largo de la orilla con la finalidad de facilitar la llegada de canoas y barcas, y agilitar con seguridad la descarga de productos.

Seis años más tarde, el Ayuntamiento resuelve repararlo, para lo cual “se remite al capitán don Juan Bautista Landaverde para que lo mande hacer, pidiendo al Depositario General, en quien paran las rentas de las casas, todo lo necesario”13. Se trataba de hacer un relleno

11 Con este término, en Guayaquil antiguo, se designaba a un malecón o muro de contención. 12 ACCG, Cabildo del 7 de julio de 1651.13 ACCG, Cabildo del 15 de junio de 1657.

con material pétreo estabilizado a mano, construido para proteger la ribera, donde solo atracaban las embarcaciones pequeñas que hemos visto. Las cuales con su movimiento diario de transporte de víveres, agua, materiales de construcción, etc., aceleraban su erosión.

La forma de ganar espacio a la orilla y a la vez defenderla de la degradación del río, consistía en clavar estacas en el lodo, una al lado de otra, durante las mareas bajas. De esta forma, el espacio comprendido entre tierra firme y el estacado, se lo rellenaba paulatinamente con los más inimaginables desperdicios: trozas de madera sobrante de algún trabajo, astillas de la labranza de puntales, cuerdas, etc., que se recogían de las construcciones de casas o astillas provenientes del astillero. Además, conchas de moluscos y, naturalmente, el poco cascajo que se podía acarrear a lomo de burro desde las canteras del cerro del Carmen.

En este relleno, llamado muelle o malecón, se desarrollaba la intensa vida económica de la ciudad, la carga y descarga de los bienes de exportación y de importación que ya eran parte de los negocios que movían la ciudad, la provincia y todo el interior de la Audiencia. Es esta orilla del río la que se transforma en el eje de la riqueza y centro de la participación activa de la sociedad para el progreso de la ciudad14.

14 “La obra pública más importante en la historia de Santiago de Guayaquil, antes de la construcción de Puerto Nuevo, fue la del Malecón. El primer Malecón se hallaba en Ciudad Vieja, pero no se sabe la localización exacta, cuándo se lo construyó, ni de qué materiales. Se lo hizo con la intención de prevenir la erosión causada por el Guayas en las instalaciones portuarias de la ribera. Datos del primer Malecón aparecen en el plano de Alsedo y Herrera en 1741, pero no aparece en los planos de 1770 y 1779, elaborados por Requena y Pizarro”. Hamerly, Michael T.: Historia Social y Económica de la Antigua Provincia de Guayaquil, 1763 – 1842, Guayaquil, AHG, 1987, p. 39.

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Por ese mismo año el Cabildo ya sesionaba en el llano, pues la demolición del viejo edificio en el cerro y el incendio que destruyó 83 casas lo desplazaron al centro de la ciudad. También se iniciaron las primeras invasiones a la propiedad pública, pues, se levantaron muchos ranchos al sur de la zona poblada, sobre tierras de la Corporación edilicia.

La población estaba compuesta de 187 vecinos y moradores, que en esfuerzo común la habían fortificado con la construcción del baluarte de La Planchada, el cual fue rodeado de trincheras y estacadas para defenderse de los corsarios.

El hospital de Santa Catalina, desaparecido por un incendio, aunque su reconstrucción se había iniciado, por orden del Cabildo, en aquel tiempo aún permanecía inconclusa. La Iglesia Mayor se hallaba en plena edificación, y la calle principal que nacía en la playa de Las Peñas, conducía desde su orilla hasta la plaza de Santo Domingo.

Así creció Guayaquil; y a pesar de los incendios, enfermedades tropicales, incursiones de piratas, etc., paulatinamente ocupó y saturó el espacio comprendido entre el cerro Santa Ana por el norte, el estero de Villamar (calle Loja) por el sur, el Guayas por el este y los manglares y salitrales anegadizos que comenzaban por la actual calle Rocafuerte, por el oeste.

En los siguientes treinta años la ciudad alcanzó los 6.000 habitantes, y debido al comercio en general y a la exportación del cacao ya se perfilaba como una sociedad rica. Este auge facilitó la colecta de 40.000 pesos para

construir un convento de monjas a fin de acoger a las jóvenes que no habían alcanzado el matrimonio. Desaparecido por el fuego el barrio de Las Peñas, el número de viviendas quedó reducido a 150 casas grandes, de teja, consideradas suntuosas y 300 covachas pajizas.

“la ciudad tiene un fuerte en un lugar bajo y otro en una altura; esta plaza presenta una muy bella perspectiva y esta adornada con diversas iglesias y buenos edificios”15.

La amenaza de los piratas era la mayor preocupación del vecindario, por lo cual se reconstruyó La Planchada con cal y piedra. “Completándose la defensa de la plaza con el castillo de San Carlos en la cima del Santa Ana y el fuerte de Santo Domingo”16. Pese a lo cual, en 1684 primero17, luego en 1687 los guayaquileños no pudieron evitar la invasión de los piratas Swan y David. Tampoco de los que la atacaron al mando de los franceses Groigniet y Picard, y del inglés Hewit, que cada uno en su turno asaltaron la ciudad dejándola asolada en su mayor parte. Este hecho sembró entre autoridades y buena parte del vecindario la idea de mudarla al sur a un lugar más apto para su defensa.

En 1688, en Cabildo abierto la mayoría de los 307 vecinos, con respaldo de la maestranza, maestros, oficiales y trabajadores de los astilleros plantearon que “reconociendo la mala y tendida planta de esta ciudad y

15 Traducción del francés del libro del filibustero Guillaume Dampier, llegado a Guayaquil en 1684, Nouveou Voyage Autour du Monde, Tome Premier, Rouen, MDCCXV, Págs. 191-206.16 Estrada, Julio, Guía, p. 264.17 “El 18 de noviembre de 1864 limpiamos el fondo de nuestros bajeles, decididos a hacernos a la vela al día siguiente para Guayaquil, porque estaba dispuesto que atacaríamos esa ciudad antes de volver a La Plata”. Capt. William Dampier.

Historia del Mal1ón El mal1ón del último traslado y Ciudad Vieja

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quemado lo principal de ella (…) que esta ciudad se mude a la campaña y tierra llana que corre desde el Puerto de Casones a la que llaman Sabaneta”18.

La Guayaquil de esa época estaba constreñida a “un apretado recinto entre cuyos tortuosos senderos podían distinguirse hasta 1693, dos calles longitudinales (la Orilla y la Real), 2 transversales (Santa Catalina y la calle del Cerro), y 4 callejones (el Ciruelo, Higuerón, las Rojas y del Pozo de Felipe IV)”19.

Una vez aprobada la mudanza por las autoridades de la Audiencia, el 14 de julio de 1692 fue tratado el punto por el Cabildo. Ciudad Nueva, que sería construida a la ribera del río debía constar de 24 manzanas alrededor de la plaza mayor; 5 manzanas de frente al río desde la actuales calle Elizalde hasta 10 de Agosto, y otras 5 de fondo, entre el malecón y la calle Chimborazo actuales. A pesar de esta resolución, varios propietarios de Ciudad Vieja se resistieron al traslado, pero ante el incendio ocurrido el 6 de diciembre de 1692, en que se quemaron muchas casas, la Iglesia Mayor y otros edificios importantes, cambiaron de opinión20.

18 ACCG, Tomo VI 1682-1689. Cabildos del 24 y 28 de marzo; 11 de julio, 21 de agosto y 1 de septiembre de 1688. pp. 127, 133,138, y 143.19 Milton Rojas M., Gaitán Villavicencio. El Proceso Urbano de Guayaquil, 1870-1980, p. 19, Guayaquil, ILDIS CER-G, 1988.20 De la calidad de los edificios quemados da también idea su valor, pues algunas casas estaban valoradas en seis u ocho mil pesos, y había alguna, como la de don José de Cortázar, valorada en 12.000 pesos. Al calcularse los daños del incendio, se dio a las casas un valor medio de cuatro mil pesos, por lo que las pérdidas en este concepto ascendieron a 604.000 pesos, a lo que se añade la pérdida de muebles, estimada en mil pesos por individuo, aunque algunos perdieron mucho más, como el propio Cortázar, que perdió otros 12.000 pesos en plata labrada, muebles y almacenes. Inicialmente se calculó que las pérdidas totales pasarían de millón y medio de pesos, cantidad que después se reducirá a 1.207.000 pesos al hacerse la relación exacta de daños. Laviana Cuetos, María Luisa: Ponencia IV Congreso Ecuatoriano de Historia. 21 ACCG, Tomo VII, Cabildo de 16 de febrero, pp 150-151.

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emplazamiento22. Años más tarde Mario Sicala se referiría a la situación de ambas ciudades en los siguientes términos:

“La ciudad de Guayaquil está dividida en dos áreas, pese a que tiene un solo cuerpo; la Ciudad Vieja y la Ciudad Nueva. La segunda, apenas cuenta con ochenta años de edad y fue edificada fuera del recinto de la Ciudad Vieja, por ser este de área estrecha y limitada. De modo que la Ciudad Nueva ha crecido y se ha ampliado de tal forma, que la Ciudad Vieja aparece como un suburbio de la Nueva”23.

Claro que tenía que parecer un suburbio de la otra, si para obligarlos a trasladarse al nuevo emplazamiento fueron sometidos, por orden del Ayuntamiento, a toda clase de presiones. De muchas maneras, hasta inhumanas, se intentó forzar a sus vecinos para que se mudasen a la nueva ciudad. La autoridad municipal les negó el apoyo y constantemente los chantajeó con la aplicación de sanciones, les impidió la construcción de nuevas casas y la reparación de las viejas.

Los carpinteros que contravenían tales disposiciones perdían sus condiciones de trabajo. No podían atracar balsas ni canoas vivanderas, ni siquiera acercarse a su orilla. Por este acoso, el muelle al lado del estero de Olmos quedó abandonado y con el tiempo se destruyó. Sin embargo, no se amilanaron, para proveerse de víveres interceptaban las canoas río arriba. Tampoco echaron de menos al malecón pues para efectos de desembarco de víveres y personas, nada más adecuado que la playa de piedra de Las Peñas que no demandaba ningún mantenimiento.

22 “Así se hizo posible la posterior configuración de Guayaquil como una ciudad amplia y moderna” Laviana Cuetos, Guayaquil siglo XVIII. p. 30.23 Mario Sicala SJ: Descripción Histórico-Topográfica de la Provincia de Quito de la Compañía de Jesús. Descripción de la Ciudad de Guayaquil, 1767-1771. Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit, Quito, 1994.

Apenas iniciado el siglo XVIII Ciudad Nueva sufrió el primer incendio: en 1701, 130 casas quedaron reducidas a escombros y la población huyó a las haciendas.

El 22 de abril de 1709, el joven aventurero inglés capitán Woodes Rogers, armado en corso por un grupo de comerciantes de su país, asaltó Guayaquil, y mientras esperaba el rescate24, permaneció en ella hasta el 11 de mayo. Entre tanto, se dio tiempo para recorrer la ciudad y el campo, y hacer en esa época una de las mejores y más extensas descripciones de su entorno:

“Ésta es la metrópoli de su provincia, como de una milla y media de largo y dividida en Ciudad Vieja y Ciudad Nueva, las cuales están unidas con un puente de madera de algo así como media milla de largo y por el que solo pasa gente a pie. En ambos lados del puente, a la distancia, hay casas que entre los dos sitios deben ser alrededor de 400 o 500 en total, además de 5 iglesias; hay unos 2.000 habitantes en total”.

“Algunas casas de la ciudad eran muy altas, varias estaban hechas de ladrillos, pero la mayoría era de madera y de los peores tipos de bambú. Solo hay una calle regular a lo largo de la ribera del río hasta el puente, y desde allí a lo largo de la Ciudad Vieja. Está situada sobre suelo pantanoso, tan lodoso durante el invierno, que sin el puente apenas se podría ir de una casa a otra (…) La ciudad está bien ubicada para el comercio y la construcción de barcos, para lo cual tienen barracas para proteger a los trabajadores del sol (…) hay muchas villas y haciendas en sus riberas con muchas provisiones, bastante

24 “Considerando que la ciudad de Guayaquil recientemente sujeta a Felipe V, Rey de España, ha sido tomada por asalto y se encuentra en posesión de los capitanes Thomas Dover, Woodes Rogers y Stephen Courtney, quienes comandan un grupo de súbditos de Su Majestad de Gran Bretaña: Nosotros los suscritos estamos felices de convertirnos en rehenes a cambio de la mencionada ciudad, y de continuar bajo la custodia de los capitanes Thomas Dover, Woodes Rogers y Stephen Courtney, hasta que 30 piezas de ocho sean pagadas a ellos por la liberación de la ciudad”.

Historia del Mal1ón La Calle de la Orilla de Ciudad Nueva

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ganado, ovejas, cabras, cerdos, aves, varios tipos de patos desconocidos en Europa y muchos caballos”25.

Al poco tiempo de concretada la mudanza de Ciudad Nueva, se hizo presente la urgencia de proteger la calle de la Orilla. Mientras permaneció en el primer emplazamiento, desde La Planchada hasta el estero de Villamar, para facilitar el acoderamiento de las embarcaciones, apenas se requirió de un relleno de piedra paralelo a la orilla, pues la fuerte corriente del río, sobre todo durante la vaciante, es impulsada hacia fuera por las peñas del cerro y su playa de piedra. De tal manera que la ribera comprendida entre los esteros de Olmos y Villamar quedaba a salvo de sus efectos.

No así en la planta de Ciudad Nueva, en la cual para despejar la vista, y atracar naves, etc., fue menester talar los árboles que poblaban la orilla. De tal forma que, al no tener la ribera el soporte y defensa que proporcionaban sus raíces, con el azote de la corriente del río empezó a desbarrancarse. En una descripción se puede apreciar el poder la de correntada:

“En tres crecientes llagamos al amanecer del sábado 23 de 1740 a la ciudad de Guayaquil, habiendo pasado las dos vaciantes dados fondo en aquellos parajes donde la corriente del río tiene menos fuerza y en que la distancia a la orilla, preserva en gran parte la incomodidad de los mosquitos, dando a la vista el delicioso objeto de sus riberas y las de otros ríos que desembocan en este”.26

Como podemos ver, la corriente obligaba a los navíos a fondear en lugares donde era menos fuerte. Un ejemplo

25 Rogers, Capt. Woodes: A crousin voyage round the world, Londres, Library The Seafares, 1928, pp. 119-150.26 Diario de don Miguel de Santistevan, Mil Leguas por América, de Lima a Caracas, 1740-1741.

de este embate que sufría la ciudad, fue el baluarte de San Felipe, construido en 1741, y apenas ocho años más tarde la erosión del barranco lo había destruido totalmente.27

Siendo el río el principal atractivo de la ciudad: su cambiante panorama debido a las embarcaciones que hacían el comercio fluvial, y la constante brisa fresca, fueron suficiente motivo para que la urbe se desarrollase en sentido paralelo a este. Sin embargo, nada se podía hacer para proteger la calle de la Orilla de su acelerada erosión, pues este sector de la población no tenía ningún acceso a los cerros circundantes para proveerse de cascajo y hacer obras de defensa.

El Cabildo en vista de que los playones de arcilla eran utilizados para todo tipo de actividades vinculadas al tráfico fluvial, legisló constantemente prohibiendo, por lo menos en el barrio del Centro, la construcción y carenaje de embarcaciones y el desembarque de productos en la parte desprotegida28.

Pese a tales disposiciones, siempre las influencias hacían de las suyas, aun contradiciendo sus propias

27 “En este Cabildo, en consorcio de los señores Jueces Oficiales Reales, se determinó que respecto de haberse llevado el río la mitad del Baluarte nombrado San Felipe y que teme prudentemente que en este presente invierno se llevará lo restante y no haber con que providenciar su reparo por ser moralmente imposible, se determinó que las pocas estacas que han quedado se recojan para la construcción del puente que se está entendiendo.” ACCG, Cabildo del 7 de febrero de 1749.28 “Presentose petición por el Procurador General, pidiendo se demoliesen los aserraderos, ramadas y fábricas que hay en la frente de la ciudad de foso a foso (…) se mandó que de aquí en adelante no se permita ni se consienta que ninguna embarcación se ponga a carenar del foso de la parte de abajo, y si pueden hacerlo del foso que está de la parte de abajo hacia los astilleros” (esto es de la actual calle Mejía para el sur). ACCG, cabildo del 13 de febrero de 1711.

Historia del Mal1ón La Calle de la Orilla de Ciudad Nueva

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disposiciones el ayuntamiento se hacía de la vista gorda. A poco tiempo en Cabildo Abierto, se resolvió levantar el hospital a la orilla del río (frente a la actual calle Illingworth), “sin que embarace el lugar de la Artillería del Baluarte, del foso para la casa del Capitán Miguel de Lavayen; del algarrobo para arriba, en frente de la casa de doña Mariana Morán”.29

Más adelante, pero esta vez para facilitar la defensa de la ciudad y la visibilidad desde el emplazamiento de la artillería que se hallaba en construcción (a la altura de la actual calle 10 de Agosto), se ordenó la demolición de aserraderos y ramadas situados en la orilla, y se prohibió varar madera en alfajías entre los esteros que marcaban el centro de la ciudad30. Por el mismo motivo, se ordenó que ninguna embarcación sea fondeada en ese sector, pues para el efecto se contaba con el “foso del astillero”31.

Dionisio de Alsedo y Herrera publicó en 1730 su Compendio Histórico de Guayaquil. Según la historiadora María Luisa Laviana Cuetos, “Esta obra que describe al Guayaquil de hacia 1730, se atribuye al presidente de la Audiencia de Quito don Dionisio de Alsedo y Herrera, aunque haya motivos para sospechar que su verdadero autor fuera el jesuita guayaquileño Jacinto Morán de Butrón”. Pese a este comentario, reproducimos la opinión

29 Este era el baluarte de San Felipe (frente al antiguo hotel Humboldt), que fue terminado en 1741. Estrada, Julio: Op. Cit. P. 77.30 ACCG, Cabildo del 25 de marzo de 1725.31 ACCG, Cabildo del 4 de enero de 1726.

que en dicha obra consta sobre Guayaquil, fuere quien fuese el autor:

“El río… hace una deliciosa, y agradable faena en el teatro de la playa, poblada de embarcaciones grandes y pequeñas, como navíos, barcos de gavia, lanchas, botes, canoas y balsas retratándose como en un espejo, en el cristal del agua, el campo matizado de flores y arboledas; los montes rodeados de ganados, que pacen desde las cumbres, hasta la caída de los llanos; y la población extendida a lo largo de la ribera, repartida en dos dilatados barrios, que se distinguen con los nombres de Ciudad Vieja y Nueva, cuyos edificios se cubren de árboles frutales y palmas de cocos muy altas”32.

En el diario de don Miguel de Santisteban, se hallan interesantes datos sobre el Guayaquil de 1741, cuyo comercio se movilizaba por la calle de La Orilla. Ya por tal época el

“cacao, que es el renglón más considerable de su comercio y como estuviesen en ella muchos de sus hacendados y cosecheros, supe por mayor que llegaba un año con otro a 40.000 cargas de 81 libras, de las que se cogían más de dos tercias en el partido de Baba (…). Esta ciudad pues, con su arrabal que llaman Ciudad Vieja porque en el último incendio que padeció se trasladó a la nueva, la mayor parte de su vecindario y consta de poco más de 3.000 vecinos: los dos mil de españoles europeos y americanos, y los mil restantes de personas de todos los colores (…) Las casas son de madera, todas altas y con corredores a las calles, anchos y acomodados, que son de utilidad para el trato, tanto por la sombra que contribuyen como por la comodidad del paso en tiempo de aguas que hace el suelo pantanoso”33.

32 Alsedo y Herrera, Dionisio de: Compendio Histórico de Guayaquil (reedición facsimilar), Guayaquil, M.I. Municipalidad de Guayaquil, 2000, p. 6.33 Robinson, David J: Mil leguas por América, de Lima a Caracas, 1740-1741, diario de don Miguel de Santisteban, Santafé de Bogotá, Banco de la República, 1992, pp. 89 -101.

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A la mitad del siglo XVIII, Bernardo Recio nos amplía la visión al decir que:

“Está la ciudad río arriba, como a una buena jornada del mar, pero llegan embarcaciones aun de alto bordo hasta la ribera (…) No tiene muros (para la defensa), y solo le guarda un baluarte de madera, con sus piezas de cañón. Las casas e iglesias son todas de madera, a excepción de la iglesia de Santo Domingo, que es de cantería y está en lo que llaman Ciudad Vieja (…) Toda la gala de la ciudad consiste en la ribera del río, bien vistoso, y que formando allí una isleta, oí decir que tiene una legua de ancho. De la otra parte del río hay inmensas llanuras, todas pobladas de variedad de arboledas (…) de que se construyen navíos, pues Guayaquil tiene su buen astillero (…) La iglesia mayor, dedicada a Santiago, prueba que de madera se pueden hacer buenas fábricas (…) Es mucho el comercio de esta ciudad, pues por una parte le entran embarcaciones no solo de todo el Perú y de Chile, sino también de la Nueva España (…) Tiene esta tierra muchos ramos o renglones de buen comercio. El cacao, abundante; la cera, en gran copia; la madera de sus bosques de que suelen, por muy escogida, cargar muchos navíos. También abunda mucha azúcar, miel muy blanca, arroz escogido y mucho ganado (…) Así hubo allí siempre, y hay, grandes caudales”34.

En 1754, vino a la ciudad el gobernador y capitán general de las provincias de Quito, Juan Pío Montúfar y Frasso, para hacer una evaluación de las defensas con que la ciudad contaba. En su informe detalla el estado de los baluartes situados en la ribera, las armas y hombres de que se disponía para afrontar agresiones externas. Además, hace una ligera descripción:

34 Recio, Bernardo: Guayaquil visto por los extranjeros, 1750, Guayaquil y el río una relación secular, Tomo I, Guayaquil, AHG, pp. 130-131.

“es esta una ciudad de las más pobladas que hay en la América; contendrá más número de 24.000 almas (cifra exagerada por cuanto once años más tarde, el gobernador Zelaya dice haber algo más de 4.000) contiene un hermoso surtidero de Naos; es el mayor astillero de ellas que hay en las Indias (…) Esta plaza es una de las más estimables de América y parte la más preciosa de este gobierno, ha sido incendiada repetidas veces (…) En los años 1741 y 42 se construyeron en aquella plaza dos fuertes, nombrados uno Limpia Concepción y San Felipe otro (…) se hallan al presente uno y otro arruinados por no haberse reparado la ceja del río, que en sus avenidas ha cortado gran parte del terreno, y las frecuentes lluvias han llegado a consumir las explanadas de madera, con las trincheras de terraplén y estacada”35.

Montúfar, en su informe, pone en evidencia el deterioro de la orilla, sus instalaciones portuarias, aduaneras y de defensa, causado por la acometida de la corriente del río. Esto movió al Capítulo a plantear al rey el financiamiento de los trabajos de protección de la orilla, lo cual se hizo mediante el apoderado de Guayaquil, el sargento mayor José Clemente de Mora.

En sesión del 20 de abril de 1757 se conoció el tenor del documento, con el cual había presentado a la corona lo referente a “la fortificación de esa ciudad y puerto (…) que al presente está indefenso y cuasi abandonado (…) y tener precisión de armas para la defensa de sus personas y de la ciudad y puerto de cualquiera invasión que los enemigos bárbaros pudieran hacer”.

35 Tres tratados de América Siglo XVIII, razón sobre el estado y gobernación política y militar de la jurisdicción de Quito – 1754, Guayaquil y el río una relación secular, Tomo I, Guayaquil, AHG, pp. 133 – 138.

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En junio de ese año, el capitán don Carlos de Battemberg y Plazaert, hizo al Cabildo una propuesta para la construcción de la aduana, casas reales y muelle en la cual estaba incluido el origen de los fondos para financiarla y “pulsar en ellas no solo el alivio del vecindario, sino en el bien y el seguro del comercio, teniendo por norte en ellas, lo que prescriben las leyes a favor de los reales intereses”36.

Si la propuesta hubiese estado limitada solo a la construcción del malecón, es probable que hubiese sido apoyada con beneplácito. Desgraciadamente la Aduana era en extremo odiosa a los comerciantes guayaquileños e inmediatamente de enterarse del proyecto comenzaron una sorda campaña contra Plazaert. De otra parte, la tributación exigida para financiarla, “que el Procurador estimaba en 6.000 pesos anuales, era bastante elevada y afectaba a toda embarcación grande o pequeña, que entrase al río”37.

36 Se obliga a construir taller y aduana de firme entre los esteros del Hospital y la Compañía capaces de recibir y guardar todas las cargazones que se comercian y sujetan a registro, así las que se conducen de fuera de esta ciudad como las que de ella se sacan para el Reino del Perú y Tierra Firme. Y también se obliga en la segunda propuesta a hacer un muelle correspondiente para que en él se actúen los descargos, asentando en la décima tercia proposición que todos los efectos sujetos a registro o licencia, debe pagar cada pieza de las que se comercia a un real de plata, que estos deben pagar dos reales. Y para subvenir a la costas del taller, aduana y muelle, todo lo que se cobrase de la manera dicha en los cuatro primeros años han de ser en su beneficio, desde el quinto año siguiente, entraré sirviendo a Su Majestad, en mil y quinientos Pesos cada un año, enterados en estas Cajas Reales, por el espacio y término de tres vidas, que se contarán sucesivamente desde la suya y desde allí en quien hiciere renuncia de esta administración”. ACCG, cabildo del 21 de junio de 1757.37 Estrada Ycaza, Julio: El Puerto de Guayaquil: crónica portuaria, Guayaquil, AHG, 1990. p. 108.

Desde septiembre de 1762, el Concejo guayaquileño insistía a la Audiencia de Quito en la necesidad de habilitar las defensas del puerto, pues la presencia de los corsarios ingleses en la costa era muy frecuente y mucho se temía un nuevo asalto a la ciudad.

A fin de evitar sorpresas, era vital para la ciudad acondicionar sus defensas. Mas, en noviembre de ese año, la Audiencia respondió que enviarían el dinero que “fuere preciso impender cuando llegue la ocasión y la necesidad lo exija, que será en caso de que se tenga por evidente alguna invasión de enemigos por noticias suficientes, habidas consideración de su fundamento y certeza, número de gente y bajeles, y el intento que puedan tener”38.

Ancestral actitud del centralismo capitalino que pretendía que el enemigo estuviese “ad portas” de la ciudad, para una vez conocido el número de naves, hombres e intenciones, decidirían el envío de fondos para empezar las obras de defensa del puerto39. Por esta insólita respuesta, propia de un tradicional alejamiento, el mismo día según acta del Cabildo se comenta que:

“en semejante ocasión que sería intempestiva, fuera infructífera pretender en ese caso fortalecer la ciudad montando la artillería que se halla sin cureñas”40.

Siempre que se trataba de extender el malecón, habilitar un punto de defensa o cualquier obra de relleno en defensa

38 ACCG, cabildo del 12 de noviembre de 1762.39 Un secular centralismo siempre tan atento. ¡qué novedad!40 Ibídem.

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de la orilla, los primeros en oponerse, protestar y armar bochinches, eran los regatones o vivanderos, pues se veían obligados a desplazarse a otro lugar. Lo cual los afectaba por cuanto tenían establecidos sus puestos y asegurada la clientela en los lugares que mantenían.

Además, a los que tenían puestos permanentes, les resultaba cómodo entrar con sus canoas a la orilla y levantar sus barracas. Y a los temporales se les facilitaba amadrinarlas para disponer de viviendas provisionales entre tanto vendían toda su mercancía.

El 11 de octubre de 1763, asumió el mando de la provincia como primer “Gobernador y Teniente de Capitán General de esta ciudad el Teniente Coronel don Juan Antonio Zelaya, Capitán de Infantería del segundo Batallón del Regimiento de Navarra”41.

El 10 de noviembre de 1764 la ciudad fue asolada por un terrible incendio conocido como “El Fuego Grande”, el cual, proporcionalmente al tamaño del Guayaquil de entonces, fue mucho más destructivo que el “Incendio Grande” de 1896. Las pérdidas ascendieron a la suma de 1´500.000 pesos, cifra enorme para una población tan pequeña, al punto que apenas quedaron 4.914 habitantes y el resto se refugió en los campos42.

Eran tan frecuentes los flagelos, que para reducir el riesgo que significaban, se adoptó la modalidad de levantar la

41 ACCG, cabildo del 11 de octubre de 1763.42 Revista del Archivo Histórico del Guayas, Nº 6, Guayaquil, AHG, 1974, pp. 107-108.

cocina en una edificación más pequeña unida a la casa por un puente conocido como barbacoa.

“El justo recelo que deben allí tener de que algún descuido en las cocinas con el fuego pueda salirles muy costoso, ha providenciado separarlas de las casas; y así distante de estas como doce o quince pasos hacen su fábrica en alto y por medio de un pasadizo descubierto a manera de puente, queda la comunicación de uno a otro. Este, siendo tan ligero, con brevedad se corta luego que se enciende la cocina, y queda libre la casa de participar del daño”43.

El 17 de agosto de 1765, en atención a lo mandado por la Real Cédula del 19 de noviembre de 1763, el gobernador Zelaya envió al virrey Mesiá de la Cerda un importante informe sobre Guayaquil y su provincia.

“La ciudad de Santiago de Guayaquil, cabeza de esta provincia, tiene siete iglesias (…) y en la ciudad antigua una ayuda de parroquia y el convento de Santo Domingo. Se compone de cuatro mil novecientos catorce personas habitantes y trescientos en las haciendas del campo, de los cuales hay ciento cuarenta y dos familias españolas y cuatrocientas/sesenta y ocho de negros, indios y sus descendientes, siendo tributarios veinte. Hay en esta ciudad un Astillero Real, el único del Mar del Sur, donde se construyen y carenan las naves que le navegan”.

“El comercio naval de esta ciudad es con el Perú, adonde se lleva cacao, tabaco, madera, cera, pita y suelas; del Perú se traen harinas, botijas, de vino, aguardiente, aceite y aceitunas (…) Al Reino de Tierra Firme (Panamá) se llevan cacao y algún tabaco, y de regreso cargan la embarcaciones ropa de Castilla, cera, fierro, tablones de cedro, caoba, cocobolos, negros y perlas (…) El comercio con el Chocó (la costa colombiana), en

43 D.P.E,P,, El Viajero Universal, o noticia del mundo antiguo y nuevo. Madrid, Imp. Villapando, pp. 335-351, 1797.

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los dos viajes que anualmente se permiten, es de carnes, sebo, quesos y sal, con algunas botijas peruleras; se vende todo a trueque de oro y vuelven la embarcaciones cargadas de brea, y tablones de cedro. A Paita y Trujillo llevan alguna madera, cocos y cacao; y traen harinas, azúcar, pescado salado, cordobanes, jabón, piedras de sal, algunos granos, cajas de dulce, aceitunas, lonas y algodón”.

“A Guatemala se permiten dos viajes todos los años, solo se llevan los vinos y aguardiente del Perú, y traen tinta añil, palo brasil, pocos bálsamos y cañafístula. Los mismo viajes y efectos se permiten al Realejo, de donde regresan con jarcia, brea y alquitrán (…) Cuando Su Majestad o los Excelentísimos señores Virreyes conceden licencia para Acapulco, llevan cacao y algún botijambre, y traen loza, olores y especerías de Filipinas. El comercio con los puertos de Ilo, Arica, Iquica y demás que llaman intermedios, está prohibido por el Excelentísimo Señor Virrey de Lima, con notable perjuicio a esta provincia. Por tierra se comercia con toda la serranía; por la Reales Bodegas de Babahoyo, se interna la sal del Morro y Punta de Santa Elena, el cacao, la cera, tabaco en rama, arroz, pita, pescado, algodón, mucho ganado vacuno, caballar y mular, el botijambre que viene del Perú; ropa y fierro de Tierra Firma; tinta y brasil de

Guatemala; loza, olores y especería de Acapulco; cordobanes y jabón de los Valles”44.

Observaciones semejantes hace Mario Cicala S. J., al decir que:

“La tan célebre, noble y rica ciudad de Guayaquil es una de las más antiguas de la América meridional. Con el transcurso de los años se ha conquistado grande fama e importancia para los comerciantes (…) se halla a lo largo de la ribera y la playa de un río majestuoso y navegable, denominado con el mismo nombre de la ciudad (…) está dividida en dos áreas, pese a que tiene un

44 Ibídem, pp. 97-106.

solo cuerpo; la Ciudad Vieja y la Ciudad Nueva (…) La longitud de ambas partes de la ciudad es poco menos de dos millas italianas (…) La ciudad Nueva se comunica mediante un puente que según dicen tiene trescientos arcos de tablas, la longitud total de aquel puente es de 375 canas italianas (…) El puente descrito es indispensable, pues toda la ciudad de Guayaquil está al mismo nivel que la superficie del agua del río cuando la marea

alcanza su nivel máximo y comienza el reflujo marino”.

“Desde el sitio de la Ciudad Vieja, llamado Las Peñas hasta la última extremidad de la Ciudad Nueva, hay doce esteros con sus propios puentes para que la gente pueda pasar sobre ellos (…) las aguas en la plenitud de las crecientes se desbordan casi por toda la orilla y la mayor parte de la ribera, de manera que la primera fila de casas se ve aislada por el agua (…) vi con mis ojos en la crecida mayor, llamada por lo habitantes aguaje de San Francisco, en el mes de octubre, que la inundación de las aguas desbordadas desde la orilla del río, además de anegar, todas las calles, todas las plazas, barrios y suburbios, se extendió hasta las campiñas que se prolongan más allá de la ciudad (…) Allí en la plenitud de la creciente, se encuentran y se mezclan las dos aguas; dulces las de el río; saladas las del Estero”.

“La ciudad de Guayaquil está por tanto extendida en longitud un tanto arqueada y semicircular, y tiene una agradable vista para quienes viajan desde la Puná río arriba. La ciudad aparece, a manera de un bello escenario sobre la playa de aquel amplísimo y majestuoso río. Y tanto las altas casas, los elevados campanarios, como la floresta de altísimas palmas de coco y aquella especie de selva de altos árboles frutales, le confieren el más ameno, deleitoso y delicioso atractivo, no solamente en el día sino también en la noche. Todas las casas se ven iluminadas, hasta la tres, cuatro y cinco de la madrugada, por las ventanas que se mantienen abiertas (…) en el centro de Ciudad Nueva son cuatro las calles principales. Las calles transversales son doce. La que comienza en la Plaza de San Francisco, es rectísima y hermosa y conduce a la sabana y al Estero Salado (…) Los

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edificios de las dos ciudades de Guayaquil son de madera, a excepción de dos casas comúnmente de tierra. Si los edificios fueran de piedra y cal, no habría en las dos Américas, una ciudad tan opulenta y rica, similar a la ciudad de Guayaquil”45.

De la época, hay también viajeros anónimos, como aquel que dice:

“Se esmeró Naturaleza en su felicidad, a la ribera de una famosa ría, que su corriente es tan precipitada por el mar como para los montes; es de hermoso cielo, a sus damas pueden envidiarlas las famosas flamencas”46.

“La primera impresión que le causa Guayaquil es muy favorable: la ciudad ofrece una vista de conjunto muy pintoresco, y por la noche su aspecto se vuelve maravilloso, debido a la cantidad de luces y fuegos que brillan de distancias en distancia a cada lado del río”47.

“Guayaquil es grande, pues ocupa la orilla desde la parte baja de la antigua ciudad hasta la parte alta de la nueva, en una extensión de media legua; pero a anchura no es proporcionada, ya que todos los habitantes quieren estar a la orilla del río por el mejor paisaje, por la diversión de la pesca y por la brisa fresca que viene del agua”48.

“A lo largo del malecón, en la calle Real y a lo largo del puerto, se levantan las casas de los acomodados y de los comerciantes; las clases menos afortunadas viven en la Ciudad Vieja y en las faldas de un pequeño cerro con mucha vegetación; los más pobres viven sobre el río en balsas flotantes que aseguran con

45 Cicala SJ, Mario: Descripción Histórico-Topográfica de la Provincia de Quito de la Compañía de Jesús, Quito, Bib. Ecuat. Aurelio Espinoza Pólit, 1994, pp. 565-604.46 María Luisa Laviana Cuetos: Una descripción inédita de Guayaquil.47 Darío Lara, Lafond de Lurcy, Quito, B.C.E. Cap. VI, VII, IX. 1988.48 Julio Ferrario, A finales del siglo XVIII, Quito, Biblioteca Mínima Ecuatoriana, pp. 530-535. 1956.

cuerdas a la orilla, sobre las cuales construyen una cabaña con cañas y cubierta con hojas de palma”49.

Como podemos ver, nuestra ciudad ha sido motivo de muchas descripciones de viajeros, en las cuales hacen comentarios a gusto y sabor. Todos se refieren a la importancia que el río que tiene en su desarrollo socio-económico, de lo cual se desprende cuán intensa era la actividad comercial concentrada en esta vía principal.

El ingeniero Francisco de Requena llegó a Guayaquil en 1770, y con su presencia se inició una serie de obras públicas y de ordenamiento urbano, que con toda seguridad marcan el arranque de la modernización de la ciudad50.

Para preservar la orilla que no estaba protegida por los “muelles”, a pedido suyo el Cabildo prohibió por enésima vez el establecimiento de aserraderos de madera, acumulación de alfajías, etc. Por su recomendación en 1772 las calles se empezaron a empedrar “de resultas de la representación que hice a tan útil intento, prescribiendo el modo de lograrlo, y aunque no se ha conseguido todavía ser esta obra acabada, deben dar gracias de este pensamiento (…) de las incomodidades que sufren por el barrizal del piso (…) Tiene una prueba innegable en

49 Gaetano Osculati, Exploración de la regiones ecuatoriales, 1847.50 La verdad es que el Municipio de la ciudad moderna, debería recordar, de alguna manera, a este visionario, pues lo que él deja entrever en su descripción es exactamente lo que ocurrió. Además, sus palabras, tan lejanas, denotan la concepción de una imagen del Guayaquil del futuro. Pues a las claras la percibe como destinada a ser una potencia económica, social y política.

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la salud experimentada estos dos últimos años; solo con tener una parte de la ciudad seca y aseada”51.

Requena, aunque insiste en abandonar Ciudad Vieja para que desaparezca, está conciente de la importancia que tiene unificar los tres sectores de la ciudad en un solo centro poblado y armónico, por lo que sugiere una suficiente asistencia espiritual a quienes vivían en Ciudad Vieja:

“lo que ahora se puede remediar, que está el curato vacante, dividiéndolo a lo menos en dos, pues el número grande de almas merece más pastores, y así debían nombrarse desde ahora, que no es el asunto disputable, pero yo quisiera que ambos curas estuvieran en Ciudad nueva, para que con el tiempo fuese este medio de que vayan encerrándose voluntariamente entre los esteros de Carrión y de Murillo, que habían de terminar la ciudad, y salieran de los barrios separados del Puente, del Guanábano y de Las Peñas”52.

Estas recomendaciones tendentes a habilitar sin interrupciones la calle de la Orilla, ponen a Requena como el visionario de la importancia que el malecón tendría para la sociedad guayaquileña: “un camino despejado, un paseo hermoso, un recreo bastante divertido y una orilla con la más agradable disposición”53.

En octubre de 1771, el Cabildo solicitó su intervención en el planeamiento de las instalaciones de defensa a lo largo de la calle de la Orilla. En su propuesta responde lo siguiente:

51 Laviana Cuetos, María Luisa: Francisco de Requena y su “Descripción de Guayaquil”, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, 1984, pp. 88-90. 52 Ibídem. p. 90.53 Ibídem. p. 87.

“En respuesta al oficio que V. S. me pasó hoy mismo con el escribano de ese Ayuntamiento, debo decir que, siendo necesario que las baterías estén lo más que se pueda separadas de los edificios y que haya plazas proporcionales para hacer tropas y milicias las evoluciones y ejercicios. No se debe ocupar el terreno que media entre el estero de Carrión y la Sala de Armas; a lo menos es indispensable que quede vacío aquel espacio que se iguale al que hay entre la Sala de Armas y la Contaduría, y en caso que el restante se reparta, ha de ser con la obligación de asegurar lo demás de la orilla con estacas, piedra y tierra (…) también donde se ha de clavar los primeros estantes que miren al río (…) que la casa de don Tomás Nungent se avanza tanto al río, impidiendo lleguen a tener su debido franqueo las baterías que tenga proyectadas, débese incluir a este vecino entre los que tengan opción a formar casas en dicho terreno, para dejar de este modo descubierto al Baluarte del orilla del Barrio del Astillero”54.

Hasta esa fecha, a lo largo de la ribera del Río, se había realizado el relleno con material pétreo solo en algunos espacios donde atracaban los navíos en sentido paralelo a ésta, aparte de los cuales no existía nada más que el barranco lodoso, que con el trajín de la gente y mercaderías, canoas y otras embarcaciones que acoderaban, etc., más la acción de la corriente del río, la erosión era cada vez más notoria.

Cuando Requena dice que la casa de “Nugent se avanza tanto al río”, no es fácil comprender, pero sí lo es cuando queda claro que por los deslizamientos del barranco, es el río el que avanzaba hacia la casa. Con el fin de proteger la orilla, insiste en que:

54 ACCG. Cabildo del de 0ctubre de 1771.

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“estando por bando y representaciones prohibido se varen maderas en toda esa orilla (…) que hay barracas (…) prosigan inutilizando un terreno que se debe economizar con mayor atención”55.

Pero, no solo fueron éstas el cúmulo de sugerencias y estudios realizados por este hombre de gran honestidad y conocimientos. Se preocupó profundamente por la falta de escuelas y el abandono, que en la educación, sufrían los niños y jóvenes,

“Debería también pretender el mismo Cabildo, hubiera escuelas públicas para la enseñanza de los niños (…) Absolutamente no hay en la ciudad más que una corta escuela, sin que por parte de la justicia se gratifique, fomente y examine al que tiene esta útil ocupación (…) ¿no es la juventud la continua renovación del estado, por la cual se perpetúa?”56.

Pocos años después, el Fiel Ejecutor de la ciudad, don Francisco Cano, propone al Ayuntamiento, la protección de la ribera en constante erosión y “especialmente a los paisanos que lo abastecen de víveres de los campos, en la construcción de un terraplén o muelle que ha de coger y extenderse desde la Aduana (calle Aguirre) hasta el baluarte de la orilla del río (calle 10 de Agosto) hasta la bajamar, en cuya obra trabajen todos los delincuentes y reos”57. A este respecto, el gobernador envió los arbitrios y el expediente

“sobre la obra pública del muelle que se pretende (…) Se resolvió se librasen oficios a todos los señores jueces de esta ciudad y su Provincia, para que todos los reos que no fuesen de pena capital sean destinados al trabajo de dicha obra, en

55 Ibídem.56 Laviana Cuetos, Requena, pp. 91-92.57 ACCG, cabildo del 5 de agosto de 1774.

cuyo destino se dedicase por turno, semanalmente, un señor Capitular para el cuidado de ella”58.

En la parte descriptiva referida a los barrios y edificaciones de la ciudad, Requena dice que Ciudad Vieja,

“se compone de más de 300 casas: para comunicarse de unas a otras ponen unas cañas o palos endebles sobre pequeñas horquillas mal aseguradas en el lodo, por donde sólo pueden pasar aquellos que están ejercitados en hacer esos tránsitos, o los que han estudiado para maromeros. Por toda su longitud le atraviesa una mala y torcida calzada con tablas al paso de los esteros muy mal puestas, y ese es el único camino que une ambas ciudades (…) al sur de la Ciudad Nueva y separada de ella por otro estero, hay otro barrio que llaman del Astillero, porque en él se construyen las embarcaciones (…) Los edificios de esta ciudad son de madera, cubiertos unos con paja y otros de teja. Desde el año 1767 se empezaron a embarrar las paredes, después de formar un enjaulado con palos delgados, con tierra y paja menuda bien mezclada, a cuya obra llaman quincha, que después de bien blanqueada imita a la mampostería y queda menos expuesta a los fuegos (…) Ha sido quemada once veces lo más de ella, que sólo la fuerza de su comercio ha podido volver siempre a restablecerse”59.

“En toda esta población se conceptúa que haya 12.000 almas de ambos sexos, según las noticias que se han podido adquirir (…) hay otras dos causas que son las principales para su acrecentamiento: la primera es la facilidad con que cualquiera clase de personas hala en el grande comercio que hace esta ciudad proporciones para adelantar su dinero, y la segunda, no menos poderosa, es el atractivo del otro sexo, que por la particularidad de ser las más de las mujeres hermosas, empeña e induce a que se establezcan los forasteros. Es con efecto la blancura de las guayaquileñas en un temperamento tan

58 ACCG, cabildo del 2 de septiembre de 1774.59 Laviana Cuetos: Requena, p. 87.

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ardiente, y es admirable que sean entre ellas las buenas caras tan comunes como raras en otras partes las bellezas”60.

“Ya se ha visto en esta obra todo el país brindando a la cultura, lleno de ríos para transportar con facilidad los géneros a la capital; ésta situada en un río navegable y que recoge a todos los demás, con un seguro puerto en medio de la Mar del Sur, proporcionado para comerciar a todas partes, y en un terreno propio para la construcción de navíos y con maderas excelentes y buena maestranza; en una palabra, tienen sus habitantes todas las comodidades que se requieren para adelantarse en el comercio y en la agricultura. Que el comercio es ventajoso para este país se conoce en que excede el valor de los frutos que vende a el de los que compra; regla la más segura y economía por donde se infiere lo lucroso que es a esta provincia. Sólo el importe del cacao llega a 200.000 ó a 250.000 pesos en 50.000 cargas que vende; las alfajías y demás madera llega a cerca de 20.000; en suelas 10.000 y otro tanto en tabaco, sin contar el valor de la pita, brea, cera, sal, ajonjolí, arroz, algodón, café, novillos, mulas y otros efectos que son de menor consideración, y que todo asciende a más de 300.000 pesos anuales, además de otros 100.000 pesos que le trae de beneficio las continuas carenas de los navíos y la construcción de los que fabrican”61.

Además, de todas las ideas y recomendaciones hechas en beneficio del progreso de Guayaquil, el ingeniero Francisco de Requena, se dio tiempo para contraer matrimonio y formar una familia en nuestra ciudad.

“El 22 de julio de 1772 se casó con la señorita guayaquileña Ma. Luisa Santisteban y Ruiz Cano, hija de Domingo Santisteban y Morán de Butrón, que había sido alférez real de Guayaquil, cargo que pasó después a su hijo Francisco. Se trataba de una de las familias más distinguidas de la ciudad (…) Este matrimonio, del que nacieron seis hijos, un varón y cinco hembras, fue realizado en secreto por no querer esperar Requena a que llegara la necesaria licencia real”.

60 Laviana, Ibídem, pp. 92-93. 61 Laviana, Requena, p. 93.

Requena concluyó sus gestiones en esta ciudad el 30 de agosto de 1774, pero enemistado con el gobernador Ugarte debió sufrir su persecución de la que salió bien librado62.

Es conocido que al plátano verde se lo ha llamado siempre “el pan del pobre”, por ser un elemento básico de la alimentación que sustituía al pan entre los pobladores de menos recursos. Pero hubo un tiempo en que los balseros que lo transportaban desde el campo a la ciudad, y se atracaban a la orilla empezaron a ser acosados por los soldados, quienes aparte de extorsionarlos con el precio, los obligaban a venderles más de lo usual.

Por esta razón, los balseros se negaron a introducirlos al mercado, con las consecuentes escasez y protesta ciudadana. El Cabildo, “ante el lastimoso estado que se halla el público, padeciendo la falta de plátanos, a causa de padeciendo los balseros varias vejaciones de los soldados se excusan de bajar con este bastimento, y como se halla ordenado por auto de buen gobierno que todos los comestibles se vendan en la plaza pública”, resolvió que toda la orilla del río, desde la Planchada hasta el Astillero fuese considerada como una plaza o mercado solo para la venta de plátanos63. Fue así como el malecón quedó convertido en centro de venta del pan del pobre.

62 El gobernador de Guayaquil Francisco Ugarte (1772-1779), “en 1775 abrió un expediente que remite al rey en el cual consta que, tanto el matrimonio como el bautismo de los dos primeros hijos del ingeniero se realizaron secretamente. El propio Requena confirma que cometió este desatino a pesar que nunca había tenido la intención de establecerse en Guayaquil, pues predominaba en él su gran deseo de volver a España, asegurando que fue el propio Ugarte quien le había instado a contraer tal matrimonio en secreto, al que Requena se sintió moralmente obligado para salvaguardar el honor de la familia Santisteban, afectado por las públicas cantaletas que frecuentemente daba el gobernador aludiendo a las relaciones del ingeniero y la que todavía no era su esposa.” Ma. Luisa Laviana, Requena, pp. 6-7.63 ACCG, cabildo del 10 de marzo de 1775.

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Finalmente, propuso que se lo construyese por partes, la primera: con 900 varas de longitud, contadas desde el mencionado estero hasta el de Morillo (calle Junín-Roca) la cual era posible ejecutarla.

El gobernador estimaba que el costo de este tramo sería de 34.200 pesos, para tal supuesto, tomó como referencia los 2.500 pesos que había costado el muelle de la “Aguardientería” (Junín y malecón), asumiendo que se utilizarían los mismos materiales.

Para cumplir este proyecto, se presume que Aguirre no solo contaba con el atracadero de la fábrica de aguardiente, sino que lo incluía al muelle de piedra construido por el gobernador León Pizarro, que sumaba a su propuesta una importante extensión.

“Aguirre sugirió varias maneras de financiar el Malecón. De ellas cabe mencionar la utilización de los propios; la creación de impuestos para todos los vecinos del distrito, excluyendo los indios y esclavos; e imposiciones catastrales sólo sobre la propiedad urbana. Era este último método el que el gobernador estimaba más factible”64.

Su mayor anhelo fue impulsar la construcción, y en marzo de 1795, muy cerca de presentar su renuncia, planteó al Cabildo un proyecto acompañado de estudios y planos, “para continuar la importante obra del río y su muelle”65.

El 10 de abril de ese año, en procura de levantar los fondos necesarios para el efecto, fue sometida a consulta al Superior Tribunal de la Audiencia de Quito. Con su

Poco más adelante, se estableció un lugar cercano al Astillero para la venta de conchas y ostiones. Espacio de la orilla que con el tiempo fue conocido como el “Conchero”, vecino a la Tahona que en el Guayaquil del siglo XIX quedaba hacia el norte del actual Club de la Unión.

Pese a la prohibición de fabricar barcos fuera del astillero, descargar embarcaciones, depositar madera en la orilla, violada a más y mejor, jamás se pudo contener el daño al barranco hasta que se inició la construcción del muro. Finalmente, se intentó evitarlo disponiendo que el límite era el estero de Carrión (calle Mejía), del cual no se podía pasar hacia el centro, es decir, al norte.

En contra de sus propias ordenanzas, también el Cabildo cooperaba para que prospere la arbitrariedad, pues, en la orilla contigua a la plaza del mercado, había unas covachas inmundas de su propiedad que alquilaba como lugares de comercio. El motivo de esta desidia no era otro que el de obtener un doble ingreso destinado a los Fondos de Propios, pues los usuarios además del pago por el espacio debían cubrir el valor de una licencia para comerciar.

El gobernador José de Aguirre Irisarri, fue el funcionario colonial más progresista que tuvo Guayaquil en esa época. Era de la opinión que en el futuro la construcción del malecón debía desarrollarse desde el estero de Carrión (calle Mejía) hasta el baluarte de la Planchada. Esto significaba que cubriría una extensión de 1.777 varas, que se aproxima a la que tiene el malecón actual, lo cual demandaba de una gran inversión de dinero, que el Cabildo no la tenía.

64 Hamerly, Michael T.: Historia Social y Económica de la Antigua Provincia de Guayaquil, 1763 – 1842, Guayaquil, AHG, 1987, p. 60.65 ACCG. Cabildo del 24 de marzo de 1795.

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renuncia, la propuesta de Aguirre permaneció a la espera de un nuevo gobernador que se interesase por ella.

El 5 de febrero de 1796, se posesionó el nuevo funcionario, Juan de Mata y Urbina, quien fue consultado por el Cabildo con el ánimo de interesarlo a fin de retomar la empresa.

Poco más de un año después de la propuesta de Aguirre el Cabildo había resuelto “que se procediese por comisión a la obra del Malecón o Muelle continuando a la orilla del río”66. Resolución que quedó bajo la responsabilidad del gobernador, del regidor Manuel Ruiz y del procurador general Antonio Marcos, quienes debieron disponer “que se pusiese en noticia de los oficiales reales”67.

Una vez transcurridos siete meses de trabajo el gobernador Mata presentó la cuenta de los “3.500 pesos gastados en la obra del andén que se trabaja en la orilla del río, los que se sacaron de las cajas reales de orden de S. M.”68. Como éstas habían sido manejadas con toda pulcritud, fueron aprobadas en la primera vista del procurador general. El vecindario, consciente de la importancia de la obra del Río, expresó muy significativas manifestaciones de su agradecimiento al gobernador “por tan grande beneficio”69.

Juan de Mata y Urbina, era un hombre emprendedor y tenía gran disposición de servicio público. En marzo de 1799

66 ACCG. Cabildo del 8 de abril de 1796.67 ACCG. Ibídem.68 ACCG. Cabildo del 29 de octubre de 1796.69 ACCG. Cabildo del 7 de julio de 1797.

escribió al virrey Pedro Mendinueta en la cual ponía en su conocimiento la gestión administrativa en torno al malecón.

“El Gobernador de Guayaquil representa a vuestra Excelencia la urgente necesidad que hay de que en aquella Plaza se establezca un Presidio Urbano de 20 hombres costeados por la Real Hacienda, ya para conservar las obras de fortificación que se acaban de construir, y ya para proseguir el Malecón que principio a la orilla del río, en comun veneficio de aquel vecindario (...) Muy savido es en toda la Provincia de Quito Reyno del Perú, y demás partes que comercian en la Provincia de mi mando, el desvelo con que he procurado establecer en esta ciudad la Policía, cultura, aseo y decoro que le faltava mas he hecho por este público: antes de tomar posesión del gobierno, havia sabido de quanta vitalidad sería formar un Malecón a la orilla de este caudaloso río con el objeto, entre muchos que han resultado, de que no se llevase las casas la corriente; en consecuencia, y para no perder tiempo, principie en el primer año una obra que se detuvo por quasi imposible a los vecinos, y a los gobernadores mis antecesores, logrando, siendo yo mismo digámoslo así, el sobrestante, formar una calle de 550 varas de largo (que ha de tener 1300) sobre 21 de ancho, con sus correspondientes rampas en las Bocas-Calles, que sirven de Puertos, o desembarcaderos conmodos paras las gentes, y tráfico de las canoas; y para las embarcaciones grandes un muelle majestuoso, y bello, que sale del centro de la Real Aduana, de 26 varas de largo, y nueve de ancho, sobre las 21, de la calles o Malecón referidos, cuyo conjunto ha proporcionado un hermoso paseo a la ciudad, asegurando sus casas y dadole el ayre de nobleza que tenía, con otras innumerables ventajas”.

Desde el inicio de su gestión emprendió en varias obras importantes, de manera que es fácil imaginar el gran interés que tenía por impulsar la “fábrica del Malecón”. Para el efecto, informó al Cabildo “que había solicitado la suma de 3.000 pesos de los Fondos de Propios, para la continuación de la obra del Malecón”70, y pidió a

70 ACCG. Cabildo del 20 de septiembre de 1799.

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la Corporación eleve un informe acompañado de la correspondiente justificación de su importancia.

Con este objeto se ofició al director del Real Cuerpo de Ingenieros, brigadier don José Díaz Pedregal para que haga una inspección y se pronuncie “a cerca de la construcción o fábrica del Malecón o Muelle de la orilla del río, su importancia, utilidad, comodidad, hermosura y demás que le parezca como más inteligente en la materia en este género de obras, a fin de informar a S.A. con justificación lo que sea oportuno”71.

En la misma fecha, el Ayuntamiento acordó aprobar el informe del procurador general relativo a los tres mil pesos solicitados por el gobernador, y a fin de acelerar las cosas lo remitió al Superior Tribunal de la Real Audiencia. Pocos días más tarde, la Corporación Municipal aprobó el expediente para retirar tal suma de la Renta de Propios, y envió una comunicación al Tribunal en Quito solicitando la ratificación a la decisión de obtener el dinero de tal fuente.

Antes de enviarla se pidió al procurador general, que también la trasladase al juez de comercio, en procura de que sus agremiados aporten parte de la suma requerida para “la conclusión y conservación de esta obra”72. Más tardó en despacharse tal propuesta que en llegar la terminante negativa del diputado del Consulado de Cartagena, respaldado por un número considerable de

71 ACCG, Cabildo del 3 de diciembre de 1799.72 ACCG. Cabildo del 17 de diciembre de 1799.

comerciantes (era la época en que Guayaquil pertenecía al virreinato de Nueva Granada).

Su airada protesta consta en un documento fechado el 22 de febrero de 1801, que fue conocido por el Cabildo en su sesión del 26 de junio de ese año. En enero de 1800 el tribunal de la Audiencia ordenó al Municipio porteño que obtenga de la Renta de Propios, o sea de su propio bolsillo, los tres mil pesos para continuar la obra. El 16 de mayo de ese año en el cabildo se conoce el informe de la inspección final, los reparos a la ordenanza y se decretó su aprobación73.

Al iniciarse el siglo XIX, los edificios más importantes de la ciudad, así como la mayoría de la población blanca se encontraba en el barrio del Centro. “También en el barrio del Centro se encontraba el puerto y resulta paradójico que, pese a la intensidad del tráfico marítimo realizado por la ciudad, ésta careciera, durante mucho tiempo, de las adecuadas instalaciones portuarias. Solo tras la construcción de la Aduana –terminada en agosto de 1761– dispuso Guayaquil de un muelle para la carga y descarga de las mercancías”74.

Los límites del barrio del Centro estaban comprendidos “desde el primer Puente de Ciudad Vieja hasta el estero de Carrión o calle del Fango por la orilla del río, y desde ésta hasta la calle Real que atraviesa la ciudad a lo largo”75.

73 ACCG. Cabildo del 4 de enero de 1800.74 Hamerly. Op. Cit. pp. 59-63.75 Revista del Archivo Histórico del Guayas, núm. 2, Guayaquil, 1972, p. 105.

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Por 1812 la ciudad contaba con once largas calles, entre las cuales, las más importantes eran la de la Orilla o Malecón, y las del Comercio (Pichincha), Real (Panamá), San Alejo (Eloy Alfaro). Las transversales nacían todas en la orilla, y las más importantes eran la calle del Tigre, del León, del Bajo, de San Francisco (Nueve de Octubre), del Astillero (Sgto. Vargas), del Fango (Colón), de la Cárcel (10 de Agosto), del Colegio (Clemente Ballén), del Carrizal (Vélez), del Cangrejito (Mendiburo).

“Entre estos límites había en 1812 un total de 33 manzanas, de ellas 31 edificadas y 2 quemadas, con 293 casas y además el hospital San Juan de Dios, los conventos de San Francisco, San Agustín y la Merced, la iglesia parroquial, la Aduana, la cárcel, el cuartel de milicias, el gobierno, las casas del cabildo, la fábrica de aguardientes, la Sala de Armas, el mercado, etc. Y, en el mismo recinto había 72 tiendas de ropa, 46 de mercaderías, 77 pulperías. 34 chinganas, 10 platerías, 17 sastrerías, 10 barberías, 22 carpinterías de lo blanco y 28 zapaterías. La relación es suficientemente expresiva de la importancia urbana y económica del barrio del Centro en el conjunto de la ciudad”76.

El malecón era un verdadero enjambre, una colmena de hombres de trabajo caracterizados en la mezcla étnica que prima en nuestra sociedad mestiza: zambos, mulatos, cholos, blancos, negros. Con el pantalón remangado a media pierna, la camisa abierta y anudada a la altura del ombligo, con el sombrero calado hasta las orejas, iban y venían de los buques a tierra y de ésta a los buques como una cadena sinfín.

Voces de mando, imprecaciones y pregones, se mezclaban con el crujir de chumaceras, chirriar de cabrestantes y

76 Laviana Cuetos, Guayaquil siglo XVIII. pp. 34-35.

campanadas marineras. Todo ello, al unísono, levantado en un sonoro cántico al esfuerzo, vigor y sudor portuario. Los veleros atracados al muelle y a las escalinatas formaban una selva de mástiles y vergas que se levantaban desde el agua. Enmarañado de jarcias, gallardetes y enseñas internacionales de navegación, al que se sumaban los que permanecían fondeados en la ría esperando su turno para acoderar e iniciar la carga y/o descarga.

Canoas, chalanas, balsas, cargadas de frutos del campo, arrimadas al barranco se las veía rodeadas de gentes que, con el agua a la canilla, pugnaban por hacerse de una cabeza de plátanos, un almud de choclos (150 mazorcas), un atado de verduras (tres docenas).

Un poco más arriba, en el paseo formado por la unión de las escalinatas con la calzada, numerosas pilas de mangos, naranjas amarillas, cocos, limones, contrastaban con la pollera azul de la regatona que dormitaba a la sombra de un naranjo.

Ya en la calle, un par de jinetes a caballo, otros en mulares se desplazaban en direcciones contrarias. Grupos de hombres “humando” miraban la cuadrilla de estibadores que acarreaba la carga hasta el carro tirado por mulas la transportaban sobre rieles hasta la Aduana.

El reloj instalado en la torre que había sido construido en 1783, marcaba la hora, y el campanero, sacudiendo enérgicamente la cuerda de la campana, la anunciaba con tanta sonoridad como imprecisión.

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Era el Guayas viviente de entonces, que pleno de actividad arrimaba a la ciudad, como un gato ronroneante, el lomo de su majestuosa corriente. Era el eje de su gran red fluvial y la vía que marcó el pulso comercial guayaquileño emprendedor y agresivo, hasta que los tiempos modernos y Puerto Nuevo le voltearon la espalda. Vista y lugar de esparcimiento que hoy se ha recuperado a medias con la nueva obra del malecón.

Cómo no sería de esperada esta obra y bendecida su presencia por los guayaquileños que, don Francisco Trejo, vecino muy importante y respetado en la ciudad, en 1800 dice que:

“la construcción del Malecón es inexplicable los beneficios, que de ella resulta al prospecto de la Ciudad, porque la hermosea: con dicha Obra se asegura el daño que se experimentava (sic) en la Orilla del Río, con el fluxo y refluxo (sic) de las Mareas, que tenía imperfecta la ribera con un fango pantanoso, de modo que siendo preciso ocurrir a aquella Orilla, a las diligencias diarias precisas, y necesarias, no pocas veces peligraban las gentes, con motivo del tráfico continuo de Canoas, Chatas, y Balsas que en la noche y día gira y se fondean en este puerto: con el Malecón se gosa (sic) hoy de la hermosura de la Ribera, con tanta extensión (sic), que brinda un hermoso paseo, en cualquier tiempo, y hora; es desahogo de las familias, porque salen allí a recrearse. Puede el Malecón también servir de guarnición a la Ciudad, en caso preciso, porque con desahogo en él se puede batir la Artillería”77.

Es durante el siglo XVIII, que acabamos de finalizar en esta descripción, que Guayaquil ingresa a la categoría de ciudad en pleno desarrollo. Al final del periodo, su aspecto era totalmente distinto al que ofrecía en los siglos anteriores, que más que nada fueron de lucha por afianzarse y crecer en el lugar elegido.

77 Hamerly, Op. Cit. p. 61.

El gran puente construido en 1709, era ya cosa olvidada, pero había cumplido su cometido a cabalidad. El barrio del Puente ya no existía, Ciudad Vieja y Ciudad Nueva, pese a sus notables diferencias urbanísticas e importancia socio-económica, se habían finalmente unido en una sola78.

Es evidente que este desarrollo urbano de la década de 1780 se debe a un paralelo crecimiento demográfico y económico.

Finalmente, gracias a la enérgica actuación del gobernador de la provincia, Ramón García de León y Pizarro, se consiguió que los guayaquileños se acostumbrasen a respetar las normas sobre la construcción, en particular a utilizar la quincha como revestimiento de las casas.

Recordemos que Ciudad Vieja fue muy afectada por la mudanza hacia el sur, al puerto de Cazones, que la distanció de lo más importante del vecindario y la administración de la ciudad. Mientras Ciudad Nueva se desarrollaba rápidamente, y se establecían los principales y más productivos negocios, la vieja se convertía en lugar de segunda, poblada por sirvientes y esclavos.

78 Será a partir de 1780 cuando Guayaquil comience a recuperarse de los estragos causados por el “fuego grande”, construyéndose entre ese año y diciembre de 1787 un total de 105 casas y 26 tiendas o “casas tiendas”, además del fuerte y batería de San Carlos, el puente de Carrión, el puente del Astillero o de San Carlos, el “cañón” (almacén) de doña Baltasara Larrea, los claustros y celdas del convento de San Agustín, la torre del reloj, el cuartel de milicias y el palacio del gobierno (construido en un ala del antiguo colegio de los jesuitas). En enero de 1788 estaban construyéndose 36 casas, la capilla mayor de la parroquia de San Pedro, las enfermerías del hospital de San Juan de Dios, la parroquia de la Concepción , los claustros y celdas del convento de Santo Domingo, el convento de San Francisco y los almacenes de la Administración de Aduana. Laviana Cuetos, María Luisa: Ponencia IV Congreso.

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Las presiones y hasta chantajes para obligar a sus moradores a trasladarse, como hemos dicho, incluían la prohibición de entregar víveres, impedir las formas de comercio; multas a quienes reparasen o construyesen casas, acabaron depreciando las propiedades.

Fue el puente construido en 1710 por el gobernador Boza y Solís, tan ponderado por viajeros, el que finalmente permitió su integración y el crecimiento de los barrios del Puente y del Guanábano. Zona intermedia que fue en realidad una extensión de Ciudad Vieja que a la postre la vinculó al progreso generado desde Ciudad Nueva. La cual por la regularidad del terreno en que se asentó, pudo ser trazada de acuerdo a las ordenanzas coloniales que establecían la clásica planta de damero. Amplia, ordenada, calles rectas, manzanas regulares de ángulos rectos.

La ciudad se extendió a lo largo de la ribera por razones muy comprensibles: no solo por lo entretenido del movimiento fluvial, canoas, chatas, balandras, etc., sino por la permanente brisa proveniente del río, y la facilidad de acceso que éste ofrecía a todo el comercio que compraba y vendía a lo largo de la avenida.

En 1711 la calle de la Orilla terminaba en el estero de Villamar, al igual que la estacadura que conformaba el malecón. Y desde este punto hasta la Casa del Cabildo, toda la ribera estaba congestionada por cientos de chozas pajizas, ramadas, pequeños talleres para armar canoas de piezas y en general para “enfalcarlas” (elevarles la borda con un tablón).

La estacadura del malecón, en las condiciones que hemos descrito, estaba parcialmente concluida desde la aduana a la administración del aguardiente (de Aguirre a Junín actuales).

Por esta razón, el regidor interventor Pedro Santander, presentó al Cabildo el análisis de la cuenta “del gasto impendido en la obra del Malecón”, el cual ordenó su revisión a los regidores José Morán y Francisco Catoira79.

Cuatro meses después, conocido su informe sobre “los últimos gastos del Malecón” fueron aprobados en su totalidad y valor80. Cumplida esta gestión interna municipal, se resolvió que “la cuenta de gastos de los tres mil pesos de Propios invertidos en la obra pública del Malecón”81, sea enviada a la Audiencia para su conocimiento.

Pero la aspiración municipal era construirlo de un extremo a otro de la ciudad, para proteger la orilla de su progresiva erosión. Por otra parte, para que se provea de los tan buscados fondos provenientes del Consulado de Comercio de Cartagena, el Cabildo recibía la presión ejercida por los vecinos más importantes, que tenían sus casas y negocios, en una calle que veían desaparecer paulatinamente.

A este respecto, en el Ayuntamiento “se recibió una providencia de la Real Audiencia para continuar y mantener la obra pública del Malecón. Y se acordó vista al señor Procurador General”82. En la siguiente sesión del Cabildo

79 ACCG. Cabildo del 21 de abril de 1801.80 ACCG. Cabildo del 7 de agosto de 1801.81 ACCG. Cabildo del 22 de septiembre de 1801.82 ACCG. Cabildo del 5 de mayo de 1801.

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(mayo de 1801) se conoció el informe del procurador, y decretó “hágase como parece al señor Procurador General, y póngase para ello en noticia al Diputado de comercio”83, cuya respuesta llegó a finales de junio.

Julio Estrada, dice: “Con todos los antecedentes el Cabildo del 26 de junio comisionó al procurador que proponga en forma los medios que se han acordado como más adaptables. Luego se remitió todo el expediente al gobernador y este lo pasó al virrey, quien devolvió el asunto para que se lo pasase al Consulado de Cartagena. Sería premiada la paciencia del Cabildo. El 23 de junio de 1802 se conocía la providencia dictada por el Consulado de Cartagena el 28 de abril, que concedió la tercera parte del derecho de avería para la obra del Malecón con cargo de formar y remitir un cálculo. En enero 28 del siguiente año el Diputado de Comercio (o delegado del Consulado), don Martín Ycaza, comunicaba que tenía en su poder 866 pesos provenientes de avería, para el Malecón. La comisión encargada de esta obra los recibe y luego de pagar cuentas pendientes avisa que le quedan 357 pesos sobrantes. Pero antes de proseguir los trabajos se resuelve esperar al nuevo Gobernador y al nuevo Superintendente de Obras Públicas”84.

Pero, ¿por qué se requería de la intervención del Consulado de Comercio de Cartagena? pues muy sencillo: hasta 1804 el distrito de Guayaquil formaba parte de la Presidencia de Quito, la cual dependía del virreinato de Nueva Granada.

A partir de ese año, en virtud de lo estipulado en la Real Cédula del 7 de julio de 1803, la gobernación de Guayaquil pasa a depender del virreinato de Lima, en lo administrativo, justicia, guerra y hacienda. Mas, teniendo la corona necesidades

83 ACCG. Cabildo del 22 de mayo de 1801.84 Estrada: Op. Cit. Pp. 110-111.

urgentes, el cumplimiento de la orden real se retrasó, por lo cual los trabajos sufrieron una larga paralización.

Pero a finales de 1811, a instancias del gobernador, la intervención del procurador general Martín Ycaza, y la presión del virrey del Perú, el Consulado de Comercio de Lima, mediante la utilización de una tercera parte de la avería que se recaudaba en el puerto, facilitó los medios para su ejecución.

“Para el gasto de la obra del Malecón, solo en lo que toca a la situación de aquella Real Aduana, incluyéndose el Muelle para la mayor comodidad y seguridad del embarco, y desembarco y bajo la calidad de que se fabrique de piedra para su mejor permanencia. Que absuelta esta obra, también ofrece el Tribunal concurrir al costo de los reparos que se necesiten en cada año para su devida (sic) conservación”85.

Como esta asignación no llegaba, la permanente actitud guayaquileña de autodefensa contra el centralismo que, como podemos ver, viene de tiempo atrás, no se hizo esperar. Por ser una obra de suma importancia para la ciudad, el Cabildo resolvió usar a su conveniencia unos fondos destinados a otros menesteres.

Con la anuencia de la autoridad competente, echaron mano a 4.000 pesos que estaban destinados al sustento de la diputación de Guayaquil ante las Cortes de Cádiz y de otros a obras menores.

A finales de 1810, “El Alférez Real (José Joaquín Pareja), hizo presente que esta ciudad necesitaba con urgencia algunas obras de la mayor importancia (…) la del Malecón (entre ellas) que al paso que hermosea el aspecto del

85 Hamerly, Op. Cit. pp. 61-62.

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pueblo, asegura el terreno y edificios de la ciudad de las inundaciones y de la violencia con que las fuerzas de las aguas van comiendo algunas partes de la playa e introduciéndose a la población (…) en consecuencia propuso la aplicación del ramo de sisa al de Propios arbitrado por el Cabildo en beneficio de la ciudad (…) que se cobrase en las pulperías de los pueblos, el mismo derecho que se cobra a las de la ciudad (…) un real (la octava parte de un peso) por cada botija del guarapo que se consume en las pulperías y que se sacase un real por cada carga de cacao de las que se extraen mar fuera”86.

Aquella sesión del Ayuntamiento, fue candente, pues mientras los regidores vinculados a los gremios de comerciantes y hacendados, estuvieron de acuerdo con las medidas, los que tenían lazos de negocios con los exportadores del cacao las rechazaron.

Antes de finalizar el año el consulado del Perú acusa recibo de los documentos sobre derechos de esta ciudad para aplicarlos a sus obras del Malecón87. Pero, como no podía ser de otra forma, la respuesta que llegó del Perú aprobando la asignación para “la obra del Muelle que hay que fabricar de nuevo en el frente de la Real Aduana (mas, quedó negada) la correspondiente al Malecón de toda la ciudad”88.

Para sancionar y reforzar esta decisión del Tribunal, el virrey peruano envió una copia de ella al Cabildo, pero al ser este el responsable de los anhelos ciudadanos, insistió y,

86 ACCG. Cabildo del 23 de octubre de 1810.87 ACCG. Cabildo del 31 de diciembre de 1810.88 ACCG. Cabildo del 12 de diciembre de 1811.

“sacándose testimonio de dicho oficio, se remita al Diputado en Cortes (José Joaquín Olmedo) para su apoyo”89.

Como podemos ver, la trayectoria de su construcción fue bastante azarosa. Sin embargo, las autoridades respaldadas por el Cabildo, los gobernadores, y la población, cuantas veces se la interrumpía, otras tantas la reiniciaban. Unos y otros siempre se las ingeniaron para acceder a los fondos requeridos para impulsarla.

A finales de 1811, había una carencia total de disponibilidades para continuar los trabajos, en vista de lo cual, el Ayuntamiento hizo un abono de 500 a buena cuenta de la deuda que mantenía con la “fábrica”.

Apenas había transcurrido un año, y nuevamente se hizo presente la falta de fondos, por lo que el Cabildo “acordó, que se verifique así, sacándose de la Caja del Depósito quinientos pesos por ahora”90.

La situación era apremiante, a tal punto que en el Municipio “se leyó un oficio de don Francisco Ugarte, Director de la obra del malecón, pidiendo algunos palos que tiene de su propiedad este Cuerpo”. Pese a que los maderos estaban destinados al arreglo de la Casa Consistorial, se dispuso su avalúo, y ordenó el préstamo “en calidad de devolverlos cuando el mismo Cuerpo los reclame”91.

El nuevo gobernador Juan Vasco y Pascual, como encargado de la construcción, obtuvo del Ayuntamiento otra entrega

89 ACCG. Cabildo del 13 de marzo de 1812.90 ACCG. Cabildo del 2 de octubre de 1812.91 ACCG. Cabildo del 19 de febrero de 1813.

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de 500 pesos92. Además encaminó la gestión para recabar “mensualmente de la tercera parte del ramo del Consulado que ingresase esta Real Aduana”.

Muy preocupado por no poder continuar frente a la construcción, intenta excusarse y entregarla al diputado de comercio Manuel Llona. Pero el Cabildo responde que la obra deber continuar “bajo su inspección y dirección; pues que el estado en que se halla, se debe solo a su eficiencia en proporcionar cuantos recursos y auxilios son posibles (… ) pues es notorio el grande ahorro que ha tenido la obra en sus gastos, y que su sola protección y decidido celo podrá realizarla”93.

Pero, dos años más tarde, pese a sus gestiones ante el Consulado de Comercio, no le quedó otro remedio que oficiar que “no habiendo contestado el Tribunal del Consulado a los arbitrios propuestos, no hay dinero para continuar esta obra, pide se libre por este Cabildo, de su Caja de Propios, mil pesos con cargo a reintegro”94. Suma verdaderamente insignificante que para lo único que alcanzaba era para evitar una paralización total. Finalmente los 4.000 pesos propuestos al Consulado de Comercio de Lima, fueron negados, pero en la siguiente sesión resolvieron “se franquease al dicho señor Juez Diputado, mil quinientos pesos por ahora; y se entregasen de pronto quinientos y subcesivamente (sic) los demás”95.

92 ACCG, Cabildo del 18 de junio de 1813.93 ACCG, Cabildo del 26 de febrero de 1813.94 ACCG. Cabildo del 6 de junio de 1815.95 ACCG. Cabildo del 9 de junio de 1815.

Siempre con la esperanza de poderlos rembolsar cuando Lima aprobase el tan esperado recurso del derecho de avería.

Al finalizar 1801, con un desarrollo de aproximadamente 800 varas, el malecón se extendía desde las inmediaciones del estero de Carrión (calle Mejía) hasta casi alcanzar el extremo sur del muelle del estanco (Junín-Roca). Pese al tablestacado con que se había querido proteger el lado externo del terraplén, la corriente del río lo había erosionado en forma significativa en toda su extensión. El gobernador Urbina, empeñado también en completar el proyecto de Aguirre, de extender la obra por lo menos hasta el estero de Morillo, ordenó su pronta reparación y se dispuso a encontrar una nueva fuente de fondos.

El resultado final del esfuerzo colectivo por embellecer la ciudad, es claramente interpretado por el viajero inglés William Bennet Stevenson que llegó a Guayaquil una noche del año 1808:

“A altas horas de la noche llegamos al punto de anclaje del puerto, y nunca tuve una vista tan resplandeciente como la que entonces tenía frente a mí. La larga hilera de casas a un lado del río tenía dos filas de luces, una venía de las tiendas de abajo y otra de los pisos superiores donde son las viviendas de los habitantes del puerto; en algunos lugares habían tres hileras de luces porque algunas tenían un piso entre las tiendas y las habitaciones. Al extremo de esta línea de luces, se levantaban una sobre otra las casas de la Ciudad Vieja, y también se veían cerca de la orilla muchas balsas ancladas y otras que surcaban el río con sus luces a bordo, todo esto brindaba una imagen muy deslumbradora pero sin duda placentera”96.

96 Stevenson, William Bennet: Narración histórica y descriptiva de 20 años de residencia en Sudamérica, Quito, Abya Yala, 1994, pp. 363-364.

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Estoy seguro que este ilustre viajero se ratificaría en sus expresiones si pudiera contemplar al Guayaquil de hoy, cada vez más hermoso.

Y, continúa el visitante, esta vez describiendo la vitalidad del río y su comercio ribereño.

“Canoas y balsas grandes que llevan cinco o seis racimos de plátanos llegan cada día de diferentes partes a la ciudad (…) Lo que aumenta en gran medida la curiosidad del mercado en su conjunto, es la originalidad del panorama; se lleva a cabo principalmente a bordo de incontables canoas y balsas que llegan de diferentes lugares y permanecen cerca de la ribera hasta que han dado fin a sus cargas”97.

Unos pocos años posteriores a la visita de Stevenson, Andrés Baleato hace otra descripción de la ciudad, en la cual ratifica el intenso comercio y colorida vida de su malecón:

“El suelo de la población es llano y tan bajo que en mareas vivas apenas le queda media vara de altura sobre el nivel del agua, y hay algunos aguajes en que se inunda la calle de la ribera (…) en frente de las casas se había hecho en la ribera un largo malecón de mangle, con el cual se aumentó algo el terreno, formando un paseo de 16 a 18 varas de ancho; de mucho recreo por su agradable vista al río, frecuentado de toda clase de buques, y de multitud de canoas, y balsas ocupadas en continuo transporte de víveres y demás; porque todo se conduce por el agua a la ciudad; pero aquel malecón exigía continuos reparos, y habiéndose arruinado, se está haciendo actualmente de piedra”98.

97 Ibídem. pp. 368-369.98 Miño Grijalva, Manuel: La economía colonial. Relaciones socio-económicas de la Real Audiencia de Quito, Introducción y selección, Quito, CEN., 1984, Colección Ecuador, pp. 247 y siguientes.

La construcción tantas veces desfinanciada, llevaba un paso muy lento por la entrega con cuentagotas de cantidades muy limitadas de dinero.

El río, con su constante corriente hacía de las suyas en los terraplenes construidos. Y, ante el inminente peligro que un importante sector colapsase “si no se franquean en el día los dichos quinientos pesos”99, se proveyó a la Corporación de los fondos solicitados. Pero este era un asunto de nunca acabar, pues tan pronto se recibían las ínfimas cantidades que hemos visto, destinadas a solventar obra de tal envergadura, igual se esfumaban en reparaciones.

Por esta razón, el diputado por el comercio Domingo Ordeñana, por intermedio del gobernador, ofició al Cabildo para que además de las sumas entregadas “se le franquee de la Caja de Propios, y por vía de suplemento, mil pesos”, pero escasamente se le proporcionaron quinientos100.

El 20 de enero de 1816, el almirante Brown, armado en corso por el Gobierno Argentino recorría las costas peruanas difundiendo volantes que incitaban a las poblaciones costeras a rebelarse luchar por la independencia de España.

El 23, capturó la fragata “Consecuencia” en la cual venía el nuevo gobernador de Guayaquil, brigadier Juan Manuel de Mendiburu, quien en compañía de otros oficiales fue tomado como rehén. El 9 de febrero, al mando del bergantín “Trinidad”, intentó

99 ACCG. Cabildo del 18 de agosto de 1815.100 ACCG. Cabildo del 27 de octubre de 1815.

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asaltar Guayaquil, pero, por un error de cálculo en una maniobra, encalló en el malecón de la ciudad y el almirante fue capturado.

Para negociar su libertad, ofreció canjearse por Mendiburu101, cumplido lo cual, el 11 de marzo de 1816, se hizo cargo de la gobernación de la ciudad.

Tan pronto asumió el cargo “se dio cuenta éste de una de las fallas capitales de la obra, al manifestar que su labor al frente de la Gobernación debía comenzar por el Malecón, en quienes concurren los caracteres de necesidad, utilidad y ornato, por cuya razón había visto con dolor el estado de miserable decadencia en que se hallaba por no haberse hecho de mampostería. Le pidió a los capitulares que buscasen la forma de financiar los trabajos, y dio el ejemplo ofreciendo 500 pesos anuales de su sueldo”102.

Del dicho, pasó Mendiburu al hecho: no solo dispuso que se mantenga la aportación de la mitad del derecho del consulado, más una anata de 1.000 pesos de la Caja de Propios, sino que incrementó los fondos con las multas a contravenciones ordinarias. Aplicó impuestos a la lidia de toros, pelea de gallos y a toda fiesta que no fuese católica. Y lo más significativo del voluntarioso gobernador fue imponer una contribución obligatoria a los propietarios de la orilla, situados entre las actuales

101 Guillermo Brown en Guayaquil, Revista Nº 29 del Instituto de Historia Marítima del Ecuador, Guayaquil, 2001, pp. 133-150.102 Estrada, Julio: Op. Cit. Pp. 112-113.

calles Mejía y Roca. Se exceptuaba de esta imposición a la obra del hospital.

En muy corto tiempo se había completado el empadronamiento ordenado por el gobernador. “Los comisionados don Domingo Iglesias y don Gabriel García Gómez, para formalizar la lista de las casas que existen en las tres calles principales del centro de la ciudad, para la junta y suscripción voluntaria en beneficio de la obra del Malecón”103. Con todo lo cual la administración cobró bríos y nuevamente impulsó la obra.

Sin embargo, la distancia, la burocracia y el poco interés de la administración limeña por solventar obras para Guayaquil, conspiraron de tal forma que transcurrieron casi dos años para que llegase al Cabildo.

“la providencia del Superior Tribunal de la Real Audiencia de Lima, mandando que, para permitir la licencia impetrada por este cuerpo para el gasto del Malecón, se remitiese el presupuesto de obra, su plan y más de ley”104.

Típica actitud de la burocracia centralista que esperó la presentación de muchas solicitudes, para finalmente pedir los documentos indispensables para que el organismo administrativo tomase una resolución. La actividad desplegada por el gobernador Mendiburo, en beneficio del progreso de la obra pública era verdaderamente

103 ACCG. Cabildo del 24 de mayo de 1816.104 ACCG. Cabildo del 23 de mayo de 1817.

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encomiable, lo que motivó el reconocimiento de la sociedad.

La cual a través del procurador “puso una representación haciendo presente lo benéfico que era a la ciudad la permanencia del actual señor Gobernador por otros cinco años105, para que en ellos pudiese concluir la grande obra del Malecón y de la calle Nueva (Rocafuerte) que tiene iniciada”106.

En honor a la verdad el gobernador Mendiburu, además, de un gran impulsor de la obra pública, fue un excelente administrador de los dineros destinados a estas. Al punto que fue posible reintegrar al Ayuntamiento los 1.500 pesos en efectivo que había facilitado de la Caja de Propios. Renunció en 1819, y fue sustituido por el brigadier de marina José Pascual Vivero (5 de mayo a 8 de octubre de 1820).

Sin embargo, por orden del virrey J. De La Pezuela, el último de estos funcionarios, que consta en carta fechada el 21 de junio de 1820, el gobernador Vivero debió impedir su salida de la ciudad entre tanto no pagase la suma de 1.143

105 No hay duda que Mendiburu, en el breve lapso que estuvo en el cargo de gobernador de Guayaquil (1816-1819), obtuvo grandes logros en lo que se refiere al progreso de la ciudad, replanteo calles, abrió nuevas vías, apoyó decididamente la construcción del malecón. Pero…, “desde que tomó posesión de su cargo procedió, muy al contrario de su antecesor, a hostilizar no solo a los hijos del país que le infundieron natural desconfianza, sino también a los españoles de quienes concebía sospecha, como sucedió con don Vicente Décimavilla, don Manuel de Luzárraga, y otros. Mendiburu, rescatado de Brown con dinero de los guayaquileños, se convirtió en su verdugo: fueron perseguidas las familias Roca, Bejarano, Ycaza, Vítores, Ordeñana, Morán, Avilés, Rocafuerte, nombres que se suman a una lista interminable de patriotas que sufrieron violaciones tanto físicas como patrimoniales”. Las calles de mi ciudad, Guayaquil, Editorial Luz S.A., 1997, p. 148.106 ACCG. Cabildo del 5 de mayo de 1818.

pesos y medio reales que adeudaba a don Agustín Clotet que le había facilitado “para su habilitación y viaje a la América, prevengo a Vuestra Señoría que impida la salida al referido señor Mendiburu mientras no chancele (sic) la expresada dependencia o la fianza a satisfacción del interesado”107. En las postrimerías de la época colonial, gravemente enfermo abandonó la ciudad a finales de julio de 1820.

Pese al beneficio de sus ejecutorias, la persecución que ejerció contra numerosos guayaquileños dejó un mal recuerdo de su paso por la ciudad. “Su último acto (administrativo) de hostilidad fue una de esas contribuciones o empréstitos forzosos que hizo pesar sobre aquellos vecinos de la ciudad que eran conocidos por sus ideas antimonárquicas y por ser afectos a la causa de la independencia”108, lo cual quedó grabado en la memoria pública.

Sin embargo, en reconocimiento a su excelente trabajo a favor del malecón durante el corto tiempo que rigió la administración de la ciudad, se honró su memoria designando con su nombre una de las calles al norte de la urbe.

A principios de 1819, la presencia de un técnico para la buena marcha de la “fábrica” se hizo ostensible. Pese al trabajo realizado, especialmente en los puntos de mayor

107 AHG. Cartas de J. De La Pezuela, último virrey del Perú, Lima, 1820, f. 60108 Las Calles. Op. Cit. p. 148.

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agresión de la corriente del río (Junín-Avda. Olmedo), la erosión del barranco era constante.

Para contrarrestarlo, fue menester tomar medidas técnicas urgentes por “el mal estado en que se halla la orilla del río, en la parte que toca a la Plaza del Mercado. A causa de que el río va derrocando el terreno”109.

Durante la gestión del gobernador Vivero, arribó el arquitecto Juan Jiménez Navarro, quien pronto “solicita fabricar el Malecón, en los términos que asienta en su petición”, lo cual tuvo muy buena acogida110. Y el Ayuntamiento “corrió vista” de la propuesta al Procurador, y al elevar el informe correspondiente, opinó que, al provenir tal oferta de un arquitecto “es muy útil que se le ocupe en tal útil obra; pero correspondiendo la obra al señor Gobernador, le parece debe remitirse la pretensión de Jiménez al dicho Gobernador para que le tenga presente”111.

Hasta este punto hemos seguido la trayectoria marcada en la ejecución de nuestro malecón colonial. A todo lo largo de esta primera parte hemos palpado el desarrollo de la calle principal e importante escenario de la vida cotidiana guayaquileña. Espacio querido que abarca las dos orillas del Guayas, testigo del decurso de tragedias, pestes y plácidos días, arena del incipiente comercio fluvial del constante ir y venir de embarcaciones, moviendo gentes en su diario 109 ACCG. Cabildo del 12 de marzo de 1819.110 ACCG. Cabildo del 16 de junio de 1820.111 ACCG. Cabildo del 16 de julio de 1820.

vivir. Espacio en que se vuelca la riqueza de la cuenca del Guayas, escenario del progreso de la urbe, de su inmensa riqueza exportable y de sus hombres. Palestra de la lucha contra corsarios, de la derrota de Jacobo L’Hermite, la captura de Brown. Refugio contra los incendios, tinglado de una sociedad pujante y de sus horas de solaz frente al río.

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En este mismo espacio nos es posible imaginar el ingreso clandestino de la traducción de Los Derechos del Hombre enviada por Nariño; los ideales de un liberalismo creciente y su impacto en mentes abiertas. Por sus escalinatas volvieron Olmedo (1816) y Rocafuerte (1817), ambos liberales y autonomistas perseguidos desde la disolución de la Cortes Españolas en 1812.

Por sus muelles entraron las noticias de los combates guerrilleros de enero de 1820 y arribaron los tres oficiales del “Numancia”, Febres Cordero, Urdaneta y Ximena, coyuntura militar que permitió concretar la revolución.

A lo largo de la calle de la Orilla, los patriotas tomaron por asalto a los diferentes repartos militares: el cuartel de artillería al norte (al lado de la ESPOL), la Tahona al sur (entre la actual Villamil y malecón), y capturaron 7 lanchas cañoneras atracadas a los taludes del río. Y finalmente libres, desde su explanada pudieron contemplar la Aurora Gloriosa del 9 de Octubre de 1820.

El malecón y el río fueron testigos de la proclama de la independencia y de la primera Asamblea Constituyente, que el 11 de noviembre de ese año, con la promulgación de la primera constitución en este primer jirón libre de la patria, se proclamó el libre comercio con todos los países que no se opusiesen a sus principios democráticos.

Yugular citadina por la cual fluyeron las tropas guayaquileñas, cuencanas, y colombianas al mando de Sucre; argentinas, chilenas y peruanas al mando del general Santa Cruz;

los ingleses del “Albión” conducidos por el coronel John Mackintosh, que escalaron el Pichincha y en sus faldas, el 24 de mayo de 1822, culminaron la lucha independentista iniciada en Guayaquil el 9 de Octubre de 1820.

El 11 de julio de 1822, en un Guayaquil desmilitarizado por exigencia de Bolívar, al mando de 1.500 veteranos de su guardia personal, el Libertador desembarcó en sus muelles y sometió por la fuerza a la ciudad.

Por estos mismos, expulsó a Olmedo, no porque creía en las calumnias tejidas contra él, sino porque consideraba peligrosos para sus intereses, a la ilustración republicana y espíritu autonomista de nuestro más grande prócer.

San Martín había zarpado el Callao con el ánimo de presionar la anexión de Guayaquil a sus fuerzas militares con el mismo fin que Bolívar, que no era otro de controlar su situación estratégica, astillero y riqueza de la provincia.

Ambos libertadores necesitaban urgentemente recursos, que podían solo obtener en esta ciudad; cuando el 26 de julio, a los pocos días de la anexión forzada a Colombia, desembarcó San Martín en el malecón.

No había nada que hacer, en la llamada entrevista de Guayaquil112 nada quedaba por acordar. Fue una reunión social donde Bolívar no hizo otra cosa que obsequiarle un medallón con su efigie, pues, ante un hecho consumado, ya no cabían pactos ni negociaciones.

112 Realizada en medio de una gran recepción en honor de San Martín, realizada en la casa de Manuel de Luzárraga situada en la esquina noroeste de las actuales malecón y 9 de Octubre.

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A partir de 1824, luego de convertir a la ciudad en campo de reclutamiento, acopio de vituallas y de someterla a los más terribles atropellos por la soldadesca colombiana y venezolana, Bolívar se embarcó por los muelles del malecón seguido de 8.000 soldados bisoños enganchados en territorio de nuestro país para libertar al Perú.

La condición de centro logístico para la guerra peruana convirtió a la ciudad en la más cara de América, si bien muchos negocios prosperaron, se produjo una inflación tal que afectó gravemente a la población y consecuentemente la construcción del malecón quedó virtualmente paralizada.

La calle de la Orilla también fue testigo de la revolución autonomista, que el 16 de abril de 1827 se levantó contra la dictadura del Libertador.

Estos son hechos históricos tocados a trancos largos, que tuvieron como verdadero tinglado escénico de nuestra historia a aquel espacio marinero, raíz de la economía y tradiciones guayaquileñas, que nos demuestran que no hay nada más cercano a nuestra identidad, que el río y su malecón.

Pero volvamos a la obra del muro paralizada a partir de 1821: en mayo de 1823 según se desprende de un oficio enviado por el Intendente de la Ciudad, hay una aparente reactivación de la obra, pues se “manifiesta el interés que tiene sobre las obras de necesidad y ornato del Panteón y Malecón que tiene emprendidas esta Municipalidad y el Gobierno”113.

113 ACR. Sesión del 2 de mayo de 1823.

Fue así como el Ayuntamiento dispuso continuarla bajo la dirección del señor Natal Malta. Ese mismo día, el regidor Gabriel García Gómez y el teniente coronel José Castro, fueron designados fiscalizadores. “Para que asistan a la economía, trabajo y cumplimiento del que se haga en esta obra desde el Primer Estero hasta la rampla que debe quedar entre doña Teresa Carbo y don Manuel Avilés”114.

Es decir, estos dos caballeros se encargarían de vigilar la construcción del tramo entre las actuales calle Roca y V. M. Rendón comprendido “desde donde don Manuel Avilés hasta donde doña Josefa Anzuátegui”115, que quedaba bajo la responsabilidad de José Antonio Marcos y José Antonio Roca.

Fueron cuatro fiscalizadores “quienes como encargados avisarán al señor Juez Político el día que deben empezar, para que facilite por medio de la Capitanía del Puerto, los hacheros, oficiales y peones que deben asistir a la labor, a quienes se les pagará diariamente la mitad del jornal acostumbrado que sacarán con los demás gastos que ocurran del Juzgado de Comercio, sin que sea necesario el requisito de visto bueno por la probidad de los comisionados”116.

Pero, dos años más tarde, vuelve la penuria financiera a paralizar la construcción, y pese a que la Municipalidad

114 ACR. Sesión del 20 de junio de 1823.115 Ibídem.116 Ibídem.

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le concedía gran importancia, tan esquivos recursos procedían de un débito de la Tesorería de la Hacienda Pública, la cual por urgente demanda de fondos de la Aduana los había transferido a su administración, debiendo a su vez compensarlos al Ayuntamiento con los impuestos provenientes del Consulado de Comercio.

“En tal circunstancia se acordó oficiar al contador del departamento, para que disponga que el administrador de aduanas presente, para conocimiento de la Municipalidad, un documento en que conste el haber líquido que tiene a su favor la obra del Malecón”117.

Sin embargo, los fiscalizadores nombrados continuaban desempeñando sus labores. José Antonio Roca, en una comunicación dirigida a la Corporación Municipal, luego de resaltar todos los impedimentos que se habían presentado en su ejecución, expresa que debido la intervención del intendente, a la fecha se cuenta con aproximadamente 40.000 pesos generados por el Consulado. Y concluye diciendo que no puede continuar en la dirección de los trabajos por no percibir ninguna remuneración.

Ante esta postura, el Ayuntamiento le respondió “dándole las gracias por todo lo que ha trabajado en beneficio del país, y por las observaciones que hace sobre el particular de rentas o fondos para este efecto (…) calculando que un compensativo para un sujeto de un giro (categoría) como el

117 ACR. Sesión del 19 de agosto de 1825.

suyo, no está en las facultades de la Ilustre Municipalidad el concederlo”118.

En consecuencia, Roca, debió poner el cargo a la disposición de Julián Bodero que en esa misma sesión fue designado por unanimidad sobrestante de la obra.

Cuatro días más tarde, Roca respondió a la resolución del Cabildo “acompañando las cuentas de la obra del Malecón” y manifestando su pesar por la interpretación dada a su carta anterior, en lo que se refiere “sobre pedir un compensativo”119.

Con su ausencia se descubrió que el saldo de 40.000 pesos a favor, que Roca aseguró existía, estaba muy lejos de ser real. Y pese a que el gobierno reconocía tener una deuda mayor a los 25.000, y manifestaba el interés oficial por continuar urgentemente con los trabajos, fue terminante al decir: “que según el estado de la Tesorería era imposible en mucho tiempo entregar dicha cantidad, ni en el todo, ni parcialmente”120.

Por esta razón se propuso al Cabildo negociar la deuda, convertida en documentos, entre los comerciantes locales.

“Los señores de la Municipalidad, discutido este negocio, con el pulso y delicadeza que requiere, resolvieron que por el mismo órgano del Jefe Político se exigiese al señor Intendente la formación de dichos documentos, que puede reducirse a esta forma: cinco documentos de a mil pesos; veinte de quinientos

118 ACR. Sesión del 4 de abril de 1826.119 ACR. Sesión del 8 de abril de 1826.120 ACR. Sesión del 27 de abril de 1826.

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pesos, y, el resto de ciento a cuatrocientos; y que recibidos por la Junta Administrativa, usen de ellos con la prudencia que acostumbran”121.

Un mes más tarde, el sobrestante Julián Bodero fue reemplazado en el cargo por Francisco Carvajal. Pero, transcurrido el tiempo este buen ciudadano que trabajaba para el sustento propio y de su familia, que tenía a su cuidado las herramientas y utensilios de dicha obra, más dos bodegas de cal, no se le habían pagado cuarenta pesos pactados con anterioridad, “habiéndose hecho cargo de la justicia de su reclamo, resolvieron que hasta el día se le pagase por la Junta Administrativo, el sueldo que tiene vencido, y, para lo sucesivo, queda reducido a gozar solo el sueldo de veinte pesos mensuales, en consideración a que la obra de que es sobrestante está suspensa”122.

En 1825 el intendente colombiano Paz del Castillo no halló mejor cosa que proponer al Cabildo, que por cuenta de lo que le adeudaba el gobierno centralista de Bogotá se construirían unas barracas en la parte exterior del muro para el uso de los vivanderos, lo cual produciría ingresos al Cabildo.

La Corporación, vista esta posibilidad, aceptó la propuesta y dispuso su ubicación frente al hospital San Juan de Dios. Posteriormente el almirante Illingworth, también intendente de la ciudad, propuso la reactivación del trabajo del malecón.

121 Ibídem.122 ACR. Sesión del 12 de mayo de 1826.

Ésta se reinició, pero en vista que el Cabildo no disponía de los 25.000 pesos ni podía obtenerlos en empréstito, nuevamente estuvo a punto de suspenderse. Pero, como históricamente ha ocurrido en Guayaquil, a la vez que se hacía un negocio, funcionaba la autodefensa contra el centralismo. Los comerciantes asumieron los documentos y el Cabildo obtuvo la suma en calidad de préstamo.

A partir de entonces ya no solo la ciudad sufría la prohibición expresa de Bolívar de celebrar la fiesta del 9 de Octubre, sino que se vio abandonada a su suerte y entró en una etapa de paralización en su progreso urbano.

La limitada información encontrada evidencia que durante el periodo colombiano que sufrió el Ecuador, el proyecto del malecón y en general la ciudad carecieron de la atención que esta requería y merecía del gobierno centralista de Bolívar.

Al finalizar 1828, la pobreza era tan marcada que para hacer una urgente reparación a los baluartes defensivos de la ciudad, en particular al de San Carlos, las autoridades apelaron a contribuciones de la ciudadanía:

“Habiendo sabido la señora Josefa Baquerizo que se necesitaban tablas para la batería de San Carlos, llamó a un oficial del batallón Caracas y le dio las suficientes añadiduras,

que si le faltaban algunas de estas, para que tuviera el gusto de desclavarlas de un galpón para darlas al muelle”123.

123 Semanario El Colombiano del Guayas, Nº 60, bajo el epígrafe de “Patriotismo Distinguido” lo publicó el 6 de diciembre de 1828.

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y disfrutando el delicioso viento que sopla desde el suroeste, que comienza, después de terminado el invierno, y es señal de que la salud vuelve. Cada sábado por la noche se celebra en el desembarcadero una feria donde se venden manufacturas que se ha fabricado durante la semana. A lo largo de cincuenta yardas el muelle está cubierto por una nube de compradores y vendedores, que conversan y caminan de un lado para otro. Sombreros, zapatos y otras prendas de vestir se exhiben en puestos alumbrados con la luz mortecina de las linternas. Se recomienda y se ofrece cada cosa al comprador, y escuchamos a cada paso el grito de <barato, muy barato>. Pero, ¡ay! del iluso extranjero que compre un sombrero de paja en una de estas ferias, ya que es imposible para el comprador conocer la fineza de la mercadería que está llevando en una luz tan tenue como la de las linternas; por consiguiente el comprador suele descubrir muy tarde que ha pagado dos o tres veces el valor del objeto. Pero dejadle que compre solo, y el extranjero disfrutará mucho del humor de la feria guayaquileña. Las clases bajas son amigas del humor atrevido y expertas en intercambiar respuestas agudas correspondientes a su status. Ninguna escena de las que conozco puede dar a un extranjero que la presencie una idea más favorable de los talentos naturales y el carácter de la gente. Son vivaces pero no buscapleitos, y tan agudos y rápidos de ingenio como nunca jamás he visto”124.

Para el servicio doméstico, las familias menos favorecidas compraban agua salobre y con mal sabor a los aguadores que la tomaban del Guayas, al pie del muro. Quienes podían pagar un valor mayor compraban la que venía en balsas en grandes barricas de madera, tomada del río Daule en el sitio conocido como La Candelaria. Desde estas balsas que atracaban en la orilla se la expendía en carretas tiradas por

124 Adrian R. Terry, “Viajes por la región ecuatorial de la América del Sur – 1832”, Quito, Ediciones Abya-Yala, Colección Tierra Incógnita, 1994.

mulares. En un periódico de la ciudad un empresario del transporte anuncia que:

“se han construido seis carretas, de las cuales dos están destinadas exclusivamente a dar agua al público al modesto precio de un real el barril de la dulce y en medio el de la salada (…) para los señores que tuviesen carga en la aduana y quisiesen ocupar los carros para sacarla (…) a toda hora del día se hallará una carreta en el malecón, o en la calle del Comercio”125.

Por otra parte, la situación financiera municipal era tan crítica que los propietarios de cada vecindario debían encargarse del aseo público, “las del malecón, barrer (toda la calle) y botar la basura al río”126.

El Conchero, situado muy cerca de la Tahona, tomó su nombre de los grandes rimeros de conchas que, una vez extraídos los moluscos como ostiones, concha prieta o las llamadas pata de mula quedaban apiladas en la orilla. Este deshecho era de mucha utilidad y tanta la cantidad acumulada que el Cabildo, frecuentemente, la utilizaba para rellenar el muro del malecón o lastrar las calles para evitar la formación de fango.

De este hecho tan peculiar da cuenta el agente oficial del Gobierno Sueco que llegó por estas playas en 1837, quien al referirse a los bienes de exportación y a las condiciones físicas del malecón, dice:

“Entre los productos de la costa y del río pueden también mencionarse y pescado y las ostras. El primero se exporta mucho

125 Semanario El Colombiano del Guayas, 19 de agosto de 1830.126 Semanario El Ecuatoriano del Guayas, 27 de diciembre de 1834.

Historia del Mal1ón El mal1ón y el río fuentE de la vida citadina

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seco, y las segundas abundan tanto que calle principal, llamada del Puerto, de Guayaquil, que constituye un elevado dique contra el río, se asienta enteramente sobre conchas de ostra, las cuales se encuentran además por todas partes en las calles y callejas, donde forman una especie de empedrado”127.

Entre los acontecimientos notables ocurridos en el ámbito del malecón, consta uno que se desconoce o se ha olvidado, que inclusive es motivo de incredulidad y burla. Sin embargo, existen los documentos fehacientes que dan cuenta de un hecho perdido en la memoria por la falta de su difusión entre la juventud:

“En la tarde del 16 del corriente fue sorprendido el vecindario de Guayaquil con un nuevo e interesante espectáculo de una embarcación de regulares dimensiones, atravesando de una a otra orilla bajo la superficie de las aguas, del caudaloso y ancho río que ha dado a esta ciudad el armonioso nombre con que se distingue entre los pueblos de América (…) El Hipopótamo ha sido el primer ensayo del señor José Rodríguez, guayaquileño, quien sin otros auxilios que sus meditaciones y sus hábiles manos ha conseguido verificar la teoría difícil y peligrosa de la navegación submarina (…) Este invento verdaderamente curioso puede ser útil en varios respectos, y en especial para conducir con toda seguridad, órdenes, instrucciones, y en una palabra, correspondencia importante, por en medio de escuadras enemigas; y puede elevarse a tal grado de perfección, que llegue con el tiempo a obrar prodigios comparables a los del magnetismo y el vapor. ¿Quién sabe si vendrá a ser cosa fácil y usual echar a pique una flota numerosa y fuerte, mediante los trabajos nocturnos de otra flota pequeña, débil e invisible? (…) Nos lisonjeamos con la idea de que el autor del Hipopótamo encontrará en la estimación de sus conciudadanos, en las consideraciones del Gobierno, y en el mismo resultado feliz de

127 Carl August Gosselman, Informes Sobre los Estados Sudamericanos en los años de 1837 y 1838, Estocolmo, Magnus Mörner, p. 97, 1962.

su empresa, un noble estímulo, que por una serie de esfuerzos y de combinaciones, llegue a colocarlo a la par de aquellos célebres artistas que han logrado perpetuar su memoria”128.

Una nota oficial firmada por el gobernador de la provincia del Guayas, Vicente González, relata en todos sus detalles la hazaña histórica del submarino ecuatoriano129. Además, otra noticia del hecho dice que la travesía “la realizó dos veces: una el 16 de septiembre de la orilla opuesta hacia el Malecón y la otra el 19 de diciembre del mismo año saliendo del Conchero hacia la desembocadura del estero Santay”130.

José Rodríguez La Bandera, hombre verdaderamente ingenioso, alumno de la Escuela Náutica de Guayaquil, y compañero de estudios de los más tarde generales de marina de la república José María Urbina, Francisco Robles, y José Antonio Gómez Valverde.

También fue empleado de la Imprenta de la Ciudad, editora de los primeros periódicos guayaquileños, dirigida por Manuel Ignacio Murillo. En 1831, inventó un aparato para fundir matrices, dándole mucha celeridad al trabajo editorial.

En 1844, nuevamente llama la atención ciudadana al inventar una máquina para tejer sombreros de paja toquilla, cuyas muestras fueron enviadas a Quito por el gobernador de Guayaquil, quien recibió como respuesta el siguiente oficio del ministro de lo Interior:

128 Semanario El Ariete, # 19, del 26 de septiembre de 1838. 129 Armada del Ecuador: Destino y vocación marinera, Quito, pp. 66-67, 1975.130 Semanario El Ecuatoriano del Guayas del 21 de septiembre de 1838.

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“Manifiesto a usted la viva satisfacción que ha causado al gobierno ver el producto de la máquina ingeniosamente inventada por un hijo del Ecuador; advirtiendo a usted que si Rodríguez no quisiese obtener un privilegio exclusivo para usarla, procure usted mandar a construir una máquina idéntica, siempre que el inventor consienta en ello voluntariamente; la que remitirá usted inmediatamente a ésta para colocarla en el museo”131.

Por iniciativa de Vicente Rocafuerte, con miras a modernizar la navegación aprovechando los avances que imponía la revolución industrial, se formó la “Compañía Ecuatoriana de Buques de Vapor (…) con un capital de 50.000 pesos, en 500 acciones de a 100 pesos”132.

El objetivo de esta importante empresa era construir, en nuestros astilleros una nave con fines militares, cuyo financiamiento dependía del pago escalonado de las acciones por parte de los suscriptores: “cada diez pesos por acción, comenzando desde el primero del próximo abril”133. Tras quince meses de trabajo quedó concluido el buque, cuya botadura fue noticia posterior al suceso:

“Hoy a las nueve de la mañana se ha botado al agua el buque a vapor de guerra San Vicente (a) Guayas en medio de un inmenso concurso que celebraba con el mayor entusiasmo los progresos del país”134.

En una de las descripciones de Guayaquil hecha por Frederick Walpole, comandante del buque de guerra inglés “Collingwood” consta lo siguiente:

131 Los periódicos guayaquileños en la historia, tomo I, p.168, Guayaquil, AHG, 1998.132 Semanario La Balanza, 25 de enero de 1840.133 Semanario La Balanza, 25 de marzo de 1840.134 La Balanza, 7 de agosto de 1841.

“Su apariencia frente al río, a lo largo del malecón, es buena (…) los interminables portales y enrejados de las casas del vecindario le dan un tono tropical y acorde con la vecindad del río (…) el malecón es el gran crédito de Guayaquil, está pavimentado y en él se desarrolla la vida económica de la ciudad. Al atardecer se convierte en un agradable paseo (…) iluminado aquellas noches en que la luna no responde a este propósito (las noches de luna no se encendía el alumbrado público), y en las veredas de la orilla hay cómodos asientos instalados para disfrutar de la paz y voces ribereñas”135.

El malecón, escenario de las grandes transformaciones del Ecuador, también fue testigo de la segunda independencia del Ecuador, la Revolución del 6 de Marzo de 1845, que expulsó el militarismo extranjero mantenido por Flores y del pronunciamiento popular que dice así:

“En la ciudad de Santiago de Guayaquil, a los siete días del mes de Marzo de 1845, reunidos los padres de familia y vecinos en la Casa Consistorial, en virtud del bando publicado en esta fecha por el Sr. Gobernador Manuel Espantoso, se presentó dicho señor y dimitió el mando ante la reunión que representaba la Soberanía del Pueblo, el cual, recobrando sus derechos, eligió para que la presidiera a los Doctores José Joaquín Olmedo y Pablo Merino…”136 Pronunciamientos y gran concentración popular que se efectuó en el malecón, al pie del Municipio y desde donde zarpó por repetidas oportunidades trasladando tropas al frente de combate el “vaporcito Guayas”, que figura en el escudo nacional.

Entre 1850 y 1852, una pléyade de viajeros de variadas nacionalidades visitó nuestra ciudad, y en las descripciones

135 Fred Walpole, Cuatro años en el Pacífico, en el barco “Colingwood de Su Majestad, desde 1844 a 1848, Londres, 1, Richard Bentlley, 1850.136 Pedro Moncayo, “El Ecuador de 1825 a 1875, sus hombres, sus instituciones y sus Leyes”, Quito, Imprenta Nacional, 1907, pp. 170 y 176.

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que hacen de ella, el río y su malecón, este tiene un lugar preponderante. El viajero Edward Henry Stanley, llegado a la ciudad en 1850, dice de ella:

“Guayaquil en sí está favorablemente situada en las tierras llanas a orillas del río, tiene un malecón de aproximadamente una milla, al final del cual se ha construido un rústico muelle. Terminado este malecón y casi en las faldas del cerro, el único que se divisa en todo el vecindario, aparece la vieja ciudad que data de los tiempos de la conquista española”.

En otra descripción de la épocas referida al ambiente guayaquileño, consta lo siguiente:

“Hallar una atención desinteresada en los hombres, una amabilidad siempre creciente en las mujeres, no experimentar más que los efectos saludables de una temperatura tropical y no gozar más que de los encantos de una región desconocida: ¿no es eso la felicidad, sobre todo si el pasado se presenta libre de remordimientos y el porvenir libre de temores? Yo he poseído esa felicidad en Guayaquil, donde viví, día tras día, como vive el sabio, dejando correr las horas furtivamente en medio de una corriente de sensaciones límpidas como las ondas de un claro arroyuelo”137.

En 1851, un viajero recién arribado se asoma a la cubierta del buque y dice:

“Cuando subía a la toldilla la mañana del 27 de septiembre, me encontré frente a la alegre ciudad de Guayaquil, donde habíamos dado fondo a las cuatro de la madrugada (…) El aspecto exterior de esta ciudad es el más original de cuantas he visto en América del Sur. Por toda la orilla del río, que está guarnecida por un paredón de piedra, corre una calle que tiene más de una milla de extensión. Las casas son todas uniformes,

137 Alexandre Holinsky, L’Equateur, Scènes de la Vie Sud-Americaine, París, pp. 16-26, 1861.

todas de dos o tres pisos, todas tienen una arcada o portal en el pavimento de la calle (…) de manera que en Guayaquil cualquiera que sea la estación, llueva o haga sol, se puede salir a la calle y pasear al abrigo del tiempo”138.

En 1852, uno más queda extasiado con la imagen que ofrece la ciudad “La llegada a Guayaquil causa una impresión que regocija el alma y uno no deja de admirar el encantador panorama. La ciudad se extiende sobre un muelle de más de un kilómetro de largo y las casas que están frente al río mantienen una fila de columnatas, bajo las cuales se encuentran los almacenes más ricos”139. Descripciones todas que coinciden en que la vida de Guayaquil residía en el malecón.

El 14 de septiembre de 1853 se realizó la ceremonia por la cual la Iglesia Matriz fue convertida en la Catedral de Guayaquil, de la cual un viajero decía que: “ocupa todo un lado de la plaza, es agazapada y no corresponde a la dignidad episcopal que representa”140.

En 1860, Manuel Luzárraga, que a través de los años venía cubriendo la función de banquero y financista, intentó obtener la autorización para fundar un banco.

Ese mismo año, con “la fundación del Banco Particular, por Ildefonso Coronel”141 logró concretar la aspiración de

138 Miguel María Lisboa, Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, 1851, Bruselas, A. Lacroix, Verboeckhoven e Cia, Editores, pp. 274-300, 1866.139 Enrique Onfroy de Thoron, América Ecuatorial, Quito, Corporación Editora Nacional, 1993.140 Julio Estrada, Guía Histórica de Guayaquil, Guayaquil, Poligráfica, p 234, 1996.141 Guillermo Arosemena, Historia Empresarial del Ecuador, Vol. 3, Guayaquil, 1999.

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los guayaquileños de su creación, pues no les convencía el monopolio financiero que ejercía Luzárraga, cuya empresa estaba ubicada en la esquina de Malecón y Nueve de Octubre, que actualmente ocupa el edificio de La Previsora.

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lotería ordinaria de Lima y al poco tiempo volvió a ganar tres mil pesos”142. ¡Qué real tan productivo! debió ser el comentario de quienes conocieron el resultado obtenido.

Para el efecto, aceleradamente, diseñaron un programa de trabajo:

“a fines de junio se verificaría el primer sorteo ordinario con diecinueve suertes de diferentes valores. Una de quinientos pesos, dos de doscientos, cinco de a cien, ocho de cincuenta y tres de veinticinco. Dentro del plan, como parte de pago, se entregarían billetes para participar en el siguiente sorteo ordinario y para el extraordinario que se haría cuatro meses más tarde, es decir en octubre, con motivo de las fiestas de independencia. El cual tendría un premio mayor de dos mil pesos, y dos de quinientos pesos. (…) A vista de esto, y teniendo presente que este juego se ha establecido como un arbitrio para proporcionar algunos fondos a la obra del Malecón, en que todos debemos interesarnos, es de esperar no haya persona que deje de comprar algunos números. Es innegable que la lotería va a proporcionar a muchos un día de consuelo, dando libertad a los esclavos, remedio a los enfermos, pan a los necesitados, vestido a los desnudos; pero también es cierto, que si la masa del público no contribuye a juntar el fondo que ha de sortearse, no podrán en lo sucesivo realizarse tan interesantes y tiernos beneficios”143.

Curiosamente podemos notar que es el mismo espíritu de solidaridad que primó al fundarse, en 1888, la Junta de Beneficencia de Guayaquil. Por eso, a nadie sorprendió que inmediatamente los conocidos y hábiles comerciantes, Felipe Camba, Idelfonso Coronel, Rafael y Juan Coello, se ofrecieron a vender en sus tiendas los billetes, sin interés alguno, a fin de colaborar con tan buen propósito.

142 Semanario El Colombiano No. 42, 20 de mayo de 1830.143 Ibídem.

Por varias semanas se había diferido la discusión sobre el pedido del Consulado de Comercio para obtener la abolición del expendio al detal de ciertas mercaderías en el malecón, practicado por niños pobres, que aparentemente perjudicaban a los establecimientos comerciales. Petición a la que el Concejo Municipal respondió estar pronto a cooperar eficazmente en el control de esos niños que por “su imperfecta educación y costumbres depravadas, no pueden ejercer de ningún modo la profesión de comercio”144.

Pero, resulta que este comercio informal que ejercían los niños generaba rentas destinadas a la obra pública, entre estas la del malecón. Consecuentemente, el Cabildo debió pasar por el “sentimiento de manifestarle que existe una contrata celebrada, por medio de remate de las pensiones que pagasen los dueños de unas mesas situadas a ciertas horas en el Malecón, que deben ingresar a las Cajas Municipales, y que así solo se ofrece tomar a su cargo y arreglarlas, de modo que no atrasen el tránsito; de cuyo particular ya se ocupaba antes esta Ilustre Corporación”145.

En 1831, el Ayuntamiento por medio del corregidor a cargo, expresa su empeño por la reparación de las balsas viejas, motivo de su preocupación a fin de facilitar las cosas a los interesados en establecer negocios en la vecindad de estas y “fabricar a la orilla del agua neverías y cafés pagando el derecho respectivo”146.

144 ACR. Sesión del 5 de noviembre de 1830.145 Ibídem.146 ACR. Sesión del 7 de julio de 1831.

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Mas, el Concejo, preocupado por el ornato, lo negó terminantemente. Pese a haber un vacío de información en las actas del Cabildo, es evidente que la obra del muro no se detuvo por este periodo, pues hay un documento mediante el cual Raimundo Catapos reclama el pago de 250 pesos, que se le deben por cal entregada en 1830 para la obra, por lo cual se dispuso que “del derecho del Malecón se pague una cuarta parte de esta deuda mensualmente, hasta su total amortización”147.

El problema financiero era constante, y de tiempo atrás el Cabildo venía discutiendo sobre el tema, una de tantas veces:

“En virtud de la disposición del Ilustre Concejo, en la acta anterior, se acordó en esta fecha que se pase un oficio a la Junta Administrativa Municipal, para que, desde el quince de este mes se separe el ingreso del ramo del Malecón por las razones expresadas, para que en su virtud de hacer el uso conveniente”148.

El 11 de marzo de 1835, por disposición del presidente de la república Vicente Rocafuerte, el prefecto del Departamento de Guayaquil se dirige al director del Tesoro, diciendo:

“Su Excelencia el jefe supremo deseando aumentar los fondos destinados para la continuación de la importante obra del malecón, ha dispuesto que de los derechos de exportación se deduzca un dos por ciento en favor de dicha obra de la parte que se paga en papeles y que debe entregarse en plata al tesorero de este establecimiento; lo que comunico a usted para su cumplimiento. Dios guarde a usted. - Vicente Ramón Roca”149.

147 ACR. Sesión del 14 de julio de 1831.148 ACR. Sesión del 2 de agosto de 1833.149 Semanario El Colombiano del Guayas Nº 68, del 12 de marzo de 1835.

El malecón, en la zona que correspondía al barrio del Centro, desde tiempos coloniales continuaba siendo el sector residencial y comercial más importante de la ciudad. En éste se levantaban los edificios de la Casa Consistorial, la Gobernación de la provincia, la Aduana, y los grandes establecimientos comerciales, al igual que las casas de las familias más ricas, generalmente hacendados y comerciantes.

Paralela a esta vía, se hallaba la segunda en importancia llamada calle del Comercio (Pichincha) y su prolongación hacia el norte conocida como calle Real, después Libertad, y finalmente, Panamá150. Las cuales, con las respectivas intersecciones, todas nacidas en el malecón, constituían la parte principal de la ciudad.

El 2 de abril de 1839, tan pronto se posesionó Rocafuerte de la gobernación de Guayaquil, envió al Concejo la sugerencia (léase ordenó), que en la parte céntrica del malecón se construyese en el frente de las casas de la orilla, y en cada bocacalle un pasaje cubierto para unir los portales, que a la vez que era ornato para la ciudad, el cual sostenido por arquerías serviría como defensa de los peatones, tanto en los días soleados como los lluviosos.

“De igual manera, en la acera de enfrente, es decir la más inmediata al río, hizo construir unas bancas complementadas con columnas ornamentales, al lado de las cuales se sembraron

150 “Se dio tercera discusión a la ordenanza por la cual se cambia el nombre de la calle “Libertad” por el de “Panamá”, en honor a esa República, ordenándose que pase al señor Jefe Político para su sanción, sin esperar la aprobación del asta, a fin de darle cumplimiento cuanto antes”. Sesión ordinaria del 23 de noviembre de 1926. Revista Municipal Nº 6, Año II, Abril de 1927.

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unos naranjos traídos de Daule, que una vez florecidos, envolvían a los transeúntes en aromas de azahares”151.

Pero los naranjos dauleños plantados para ornamentar la vía y sombrear a los trabajadores que al mediodía sesteaban, no eran gratuitos, tenían un precio

“Se leyó otra nota del señor Gobernador transcribiendo la que le dirigió el señor Corregidor de Daule, reclamando el pago de 24 pesos que se gastaron en la remisión de naranjos para adorno del Malecón, pasando el señor Gobernador al Ilustre Concejo la respectiva cuenta para que se sirva mandar cubrir su valor, respecto a que ese gasto debe erogarse de los Fondos Municipales como que tiende al ornato de la ciudad que es uno de los objetos a que tienen que aplicarse”152.

Las calles amplias y su trazado lineal, no solo expresaban desde entonces una intención de limitar la contaminación propia de los incendios, sino una predisposición espiritual de orientación y apertura, facilidad de tráfico, de aceleración material, de localización a la distancia.

Dinamismo, ardorosa intensidad de un centro comercial moderno que vive intensamente su mercantilismo interno y externo. Sus calles, entre ellas la principal que era el malecón pronto perdieron lo poco que tuvieron de apariencia colonial.

Del decreto legislativo promulgado el 26 de noviembre de 1853, se desprende que ni el Gobierno ni el Municipio tenían la obligación de proveer a la urbe de tan importante obra como era el malecón.

Sin embargo, la presión ciudadana era tal, que el Congreso debió autorizar al presidente de la república, general José María Urbina y al Municipio de Guayaquil a ejecutar la obra153. El 1 de marzo de 1854, el Presidente aprobó una propuesta de don Mauricio Vargas-Machuca y Suárez para terminarlo:

“de cal y piedras comunes, por el Norte desde el primer estero de Ciudad Vieja, hasta el fuerte denominado Planchada, y por el sur, desde donde termina hoy hasta el marjen (sic) derecha del Estero”154.

El contrato incluía la ejecución de calzadas para enlazar las calles y puentes, además, la construcción de un tajamar en cada lado de la boca de los esteros, cimentados sobre cabeceras de mangle. El término concedido para su ejecución fue de diez años, es decir, que debía cubrir una distancia mínima de 10 varas de muro terminado por año.

Pero la vida está llena de sorpresas, con mayor razón si se participa de una conmoción política. Don Mauricio Vargas-Machuca y Suárez tuvo una sociedad mercantil con su primo hermano Antonio Suárez y Vargas-Machuca, y otra, expresamente formada para la fábrica del Malecón “que se cumplirá”, destacaba don Mariano en su testamento otorgado en Guayaquil el 6 de junio de 1859 ante el notario don José María Bolaños y Plaza.

Por este documento sabemos que fue Sargento Mayor, Jefe de la columna Robles, y, habiendo sido gravemente

151 Diario de Guayaquil, Guayaquil, Tomo II, AHG, 1999, pp. 9-10.152 Ibídem.

153 Semanario El 6 de marzo del 17 de diciembre de 1853.154 Semanario El 6 de Marzo, del 2 de marzo de 1854.

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herido en el combate que tuvieron en Camino Real, fue trasladado a esta ciudad, donde “Declara que la sociedad que tiene para la fábrica del Malecón, se entiendan con su esposa Isabel Samaniego y el señor Suárez, quedando libre de este cargo”155.

Otro de los beneficiarios de un contrato para construir un muelle en Guayaquil, además del privilegio de explotarlo durante 40 años, fue Antonio Pérez y Compañía. La obra debía ser realizada con

“maderas incorruptibles, y de los mejores materiales que se conocen, con la capacidad necesaria para que puedan descargar a la vez cuatro buques grandes y dos pequeños. El plano de esta obra y su ejecución se inspeccionarán por las autoridades, ó por el perito que al efecto se nombre, con el objeto de consultar la propiedad y solidez del muelle”156.

Pese a tales especificaciones y exigencias, la tablazón de su pasarela acabó podrida, a tal punto que eran frecuentes los accidentes que sufrían los cuadrilleros. Pues, al paso por ésta cargados con bultos de mercadería o sacas de cacao, se rompía el piso, y el cargador con su carga a la espalda caía por el orificio y si no moría ahogado era desnucado por el bulto.

Mas, parece que la muerte andaba tras las pisadas de quienes participaban en tales obras. Y como don Antonio Pérez falleciera ocho años más tarde, y siendo un filántropo

solterón sin descendencia, mediante la cláusula décima del contrato referido, se obligaba a dejar para una obra de beneficencia pública la parte de utilidades que le correspondieran en la empresa mencionada.

El presidente Jerónimo Carrión, ni corto ni perezoso, a fin de disminuir el mal sabor que le había dejado García Moreno al imponerlo como gobernante, obtuvo una ágil respuesta del Congreso, que el 17 de noviembre de 1865, en artículo único, decretó que:

“Las utilidades correspondientes al finado Antonio Pérez en la empresa del muelle, se entregarán á la Sociedad de San Vicente de Paul, á fin de que sostenga una casa de asilo para viudas y huérfanos pobres en Guayaquil”157.

Pero el cuento no terminó allí, Pedro José Arteta, sucesor de Carrión, echó por tierra lo dispuesto por éste, porque, según el albacea de Antonio Pérez, contravenía al contenido testamentario. Así fue como el decreto sancionado por Carrión, fue derogado por Arteta el 26 de noviembre de 1867.

Sin embargo, pasado algún tiempo se cumplió la voluntad del difunto, el muelle semiderruido, permaneció por largo tiempo, como veremos más adelante, hasta cuando el gobierno del general Alfaro fue facultado por el Congreso para celebrar otro contrato.

155 1,2.- ARPIG, libro Nº 1 del año 1859, Folio 145, Nº 81 repertorio Nº 81.156 Decreto legislativo sancionado por Francisco Robles el 24 de octubre de 1856, Leyes, Decretos y resoluciones espedidas por el Congreso de 1856, Quito, Imprenta del Gobierno, 1857, p. 14.

157 Decreto sancionado por el Presidente de la República, el 11 de diciembre de 1865, Colección de Leyes, Decretos y Resoluciones dadas por el Congreso Constitucional de 1865, Quito, Imprenta Nacional, p. 25.

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Los niños salían a jugar, los montubios se arracimaban en las bancas y bajo los naranjos, que había mandado sembrar el gobernador Rocafuerte, cotorreaban en espera del zarpe del vapor que los llevaría a sus predios.

En el comentario de un periodista hallamos que además de las cosas gratas, había otras que motivaban el rechazo público:

“O la policía no ve o no quiere oír las observaciones que le hacemos. Hemos dicho que los soldados ejercen cierta clase de juego que llaman el mono creímos que se hubiera tomado algunas medidas para impedir que se siguiese ejercitando; pero hemos visto que los bancos de la orilla siempre continúan llenos de montubios, y lo que es peor aun, de jóvenes hijos de familia que se entretienen en tan inocente diversión”158.

En el malecón también reclamaban su espacio todos aquellos comerciantes informales que tenían algo que ofrecer a la vida diaria citadina.

La cuenca del Guayas, y su gran red fluvial que facilitaba la salida de la producción serrana de bienes de subsistencia, la de las poblaciones ribereñas, haciendas, etc., convergía en el malecón como su terminal fluvial convirtiéndolo en un gran centro de negocios.

Además, buena parte de la población vivía en balsas atracadas a lo largo de la orilla, cuyos moradores también ejercían algún tipo de comercio o se ganaban el sustento de variadas formas: cargadores, aguadores, areneros, etc.159

Tales casas flotantes también se utilizaban para el expendio de carbón, para desvestirse los bañistas en los días de temperaturas altas160, y, sin lugar a dudas, proveían de espacio a las prostitutas para explotar sus bondades en el ejercicio de su comercio dirigido a marineros y vaporinos que llegaban al puerto.

En 1872 Guayaquil se incorporó al medio más moderno y propicio para el comercio internacional: el cable submarino, que lo enlazó con toda celeridad a las transacciones mercantiles del mundo moderno. Conquista que colocaba al mercado ecuatoriano, que salía a través de Guayaquil, al alcance del mundo en pocos minutos. Los precios del cacao, la conducta financiera y fluctuaciones de las bolsas mundiales, eran conocidas por la banca porteña a pocos momentos de ocurridas161.

En diciembre de ese año, a pedido de la Junta de Comerciantes ad hoc, fue expedido el reglamento para el servicio del muelle del puerto.

Este era el resultado de una propuesta de los empresarios locales para su administración, que aparte de fijar las horas de carga y descarga, establecía una prioridad para los buques a vapor sobre los veleros. Lo cual era justo, pues los primeros debían responder a un itinerario imposible de cumplir por la navegación a vela. El artículo 3, muestra

158 Semanario La Unión Colombiana, del sábado 12 de julio de 1862.159 A este conglomerado se refirió Marcos Jiménez de la Espada: “hoy en día forman muchas balsas reunidas atracadas al muelle de la ciudad, un mercado, y a veces un barrio flotante”, cuando visitó Guayaquil en 1856.

160 La existencia de estos baños la encontramos graficada en el plano de la ciudad levantado por Villavicencio en 1858.161 Decreto sancionado por el presidente García Moreno el 6 de octubre de 1871, Leyes, decretos legislativos y ejecutivos, y circulares, expedidas en 1869, 1870, 71, 72, 73 y 74, Quito, Imprenta Nacional, pp. 262-263.

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claramente que la administración estaba a cargo de un ente privado:

“El empresario del muelle deberá tener el número de dependientes y cargadores suficientes para que la descarga

de los buques se verifique en todo caso sin embarazos ni

demora”162.

A partir de 1860 la producción cacaotera había dado el gran salto, y era tal la demanda de espacio para su manejo que los comerciantes exportadores debieron ocupar las calles para mantener seca la almendra hasta que llegase el día del embarque163.

Al poco tiempo, en vista del incremento que había alcanzado el comercio de importación, las disponibilidades de espacio para embarque o almacenaje del puerto no eran suficientes, por lo cual la mercadería, con demasiada frecuencia se acumulaba en el muelle de la aduana, donde permanecía expuesta a la intemperie y al robo con los consiguientes perjuicios.

El Cabildo, considerando que el arrendamiento de bodegas particulares era motivo de ingentes gastos que no

podía asumir, propuso un concurso entre inversionistas particulares para que las construyesen en propiedad, y concluidas aplicasen para obtener concesiones de almacenamiento de mercaderías.

Las personas o sociedades interesadas en obtener por remate tal privilegio debían “elevar sus propuestas al Ministerio de Hacienda en el perentorio término de tres meses. Vencido ese término pasará el Ministerio las propuestas a la Junta de Hacienda de Guayaquil para que proceda al remate”164.

El Concejo Cantonal preocupado por la saturación, cada vez mayor, que se producía a lo largo de la orilla empezó a reglamentar hasta los más insignificantes temas. Entre otras disposiciones conminaba al jefe de la policía

“para que señalase tres puertos en toda la extensión de la orilla del río que sirviesen para la venta del carbón, tuvo a bien disponer dicha corporación que se llevase a puro y debido efecto el acuerdo de 6 del corriente, relativo a que se manden quitar del lugar que ocupan todas las balsas en que se expenden carbón, leña y frutas, por considerarlas perjudiciales al ornato público; pudiendo permitirse la venta de estos artículos en los puertos de las plazas del mercado”165.

A finales de 1871, luego de haber transcurrido algo menos de 30 años, el viejo muelle construido por Rocafuerte estaba completamente deteriorado. Igual cosa sufría el pequeño ferrocarril de esa misma época, cuya mini

162 Ibídem, diciembre 20 de 1871.163 Hasta la mitad de la década de 1950, podríamos decir que la calle Panamá era un gran tendal donde se asoleaba la almendra del cacao. El trabajador que se encargaba de su manejo, conocido como “cacahuero”, la sacaba de la bodega y la extendía sobre el pavimento de la calle. A lo largo del día le “daba pie” arrastrándolos descalzos sobre la superficie lisa del concreto para dejar surcos paralelos en sentido longitudinal y transversal con lo cual movía la “pepa de oro” para que recibiese por igual los rayos solares. Por la tarde, con una pala especialmente hecha de madera, para no lastimar la almendra, la recogía en sacas y nuevamente la embodegaba para diariamente repetir la faena hasta que la carga fuese exportada. Esta modalidad daba a la calle Panamá una característica muy particular y la llenaba de la grata aroma propia del cacao.

164 Decreto legislativo del 9 de diciembre de 1856, Leyes, Decretos y resoluciones espedidas por el Congreso de 1856, Quito, Imprenta del Gobierno, 1857, pp. 24-26.165 Gaceta Municipal, del 1 de febrero de 1868, P. 4.

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locomotora tiraba de varias plataformas y dos grúas destinadas a movilizar toda la carga de importación desde el puerto a la aduana.

Mientras tanto, el cacao, en sacas de 80 libras, acumulado en las aceras vecinas al muro, esperaba ser embarcado en los lanchones por cuadrilleros experimentados dedicados a tal faena.

En 1872, Federico Franco obtuvo permiso para construir otro muelle, a un costado del primer puente (calle Roca), en el cual podían atracar simultáneamente tres buques. A este caballero se le otorgó el plazo de 40 años, a cuyo término, pasaría a ser propiedad del Estado166.

En marzo de ese año, según lo publica el periódico Los Andes el día 13, Pedro Pablo García Moreno, hermano del entonces Presidente de la República, y además, poderoso hombre de negocios, obtuvo el permiso para construir otro muelle, esta vez, algo más al norte, por la actual calle Manuel Luzárraga (antigua Orellana).

La permanente preocupación del Ayuntamiento respecto del malecón, se centraba además de lo descrito, en concluir las obras complementarias, aumentar y modernizar su alumbrado, en particular en la parte nueva, aquella que iba desde el segundo puente (actual calle Luzárraga) hasta Las Peñas.

Para financiar los accesos, aceras, etc., los comerciantes del sector beneficiados por el servicio se comprometieron

a “contribuir para la obra de pavimentar el Malecón, que lo tiene proyectado el M.I.C. Municipal”. Cuyo contrato con el señor Juan Gamarra, y sus garantes señores William Higgins y Guillermo Terán, suscrito juntamente con el síndico Municipal doctor Espiridión Dávila, ante el escribano público Antonio Darío Maldonado fue elevado a escritura pública el 24 de marzo de 1884167.

Como sabemos, el pequeño ferrocarril destinado al transporte de mercaderías cuyo terminal era el muelle de la aduana, se desplazaba a lo largo del malecón conduciendo la carga sobre plataformas abiertas para repartirla entre las distintas bodegas del comercio. En su intenso trabajo diario, la pequeña locomotora entre resoplidos de vapor y rítmico golpe de sus ruedas en las juntas de los rieles, anunciaba su paso con estridente silbato.

En 1886 se extendió la línea hasta la Aduana “de Hierro” que ya había sido concluida en el lugar que hoy ocupa la ESPAE (ESPOL), y a partir de entonces tres líneas férreas servían a la ciudad: dos de carros urbanos tirados por mulas y una del ferrocarril aduanero, en 1910 se tendió la del tranvía eléctrico.

Al final de ese año, venció el privilegio para la explotación del muelle que se había concedido a Antonio Pérez & Cía., Por lo cual, de acuerdo a lo estipulado, revirtió al Estado. Y, pese al lamentable estado de la madera y destrucción por el uso, fue declarado por el Gobierno como dependencia

166 Semanario Los Andes, del 10 de enero de 1872. 167 AHM. Escritura pública de marzo 24 de 1884. Contrato de pavimentación del Malecón.

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de la Aduana. Aprovechando la coyuntura que presentaba esta decisión, el muellaje y los derechos de aduana fueron elevados, y, “no contento con esto (el Gobierno), convirtió el atraque en atraco; obligábase a usar el muelle cuanto el calado lo permitía”168.

La aspiración de la ciudadanía porque el Concejo Cantonal culminara la pavimentación de las calles, paulatinamente se convertía en realidad. Con tal fin, el norteamericano A. D. Pipper obtuvo un contrato para la pavimentación del malecón, en el tramo que abarcaba hasta el primer puente por el norte (calle Loja) y por el sur hasta la calle del Arzobispo (actual Mejía). Trabajo que se cumplía dentro de las especificaciones contractuales, aunque con mucha lentitud, pues las disponibilidades en las arcas municipales no permitían dar al empresario los fondos que requería para desarrollar el trabajo con la celeridad deseada.

Pese a los contratiempos, el malecón magníficamente pavimentado, adquiría, de manera notable, una apariencia acorde a su importancia. La constante presión ciudadana ejercida sobre el Municipio garantizaba su atención sobre la ejecución de la obra y aseguraba la calidad de sus materiales.

En tal empresa, aunque atrasada, en los últimos cinco años se había invertido, hasta mediados de 1891, la suma de 28.498,70 sucres. Y pese a que la gobernación y muchas casas de comercio ofrecieron contribuir, sus aportaciones nunca llegaron oportunamente. Por esta razón, el Ilustre Concejo en su sesión del 18 de octubre de ese año y en uso de la facultad

168 Estrada, Julio, El Puerto de Guayaquil”, pp. 118-119.

que le concedía el decreto legislativo de 2 de noviembre de 1867169, había “ordenado que se cobre a los vecinos, tanto de esa calle como de las que se pavimenten, la parte proporcional que les corresponde, según la clasificación que debe hacerse, de conformidad con el artículo 3o de la ley de 1863, y para cuyo fin ha nombrado una comisión de su seno”170. Mas, parece que la “vieja parca”, con mucha frecuencia se alzaba con los contratistas, ya que cuatro años más tarde, apareció la noticia que el señor Pipper había fallecido.

Sin embargo, no todo fue malo, pues “El Cónsul de los Estados Unidos, señor Reimberg ha oficiado a la Municipalidad, manifestando que los herederos de Mr. Pipper se comprometen a terminar la pavimentación de la parte sur del Malecón”171.

En 1881 se inició la instalación de las líneas telefónicas y tres años más tarde fue abierta la oficina de telégrafos que comunicaba a la ciudad con la capital. Con anterioridad el Concejo había concedido permiso al señor Jorge Chambers para instalar los postes telefónicos a lo largo de la orilla. Trabajo que, una vez terminado, permitiría “colocar los teléfonos en los domicilios particulares que los pidan”172.

Los famosos bancos de madera del gobernador Rocafuerte, que para solaz y refresco de los guayaquileños, fueron instalados en la orilla en 1840, ya lucían deteriorados a causa

169 Colección de Leyes, Decretos y Resoluciones dados por el Congreso Constitucional de 1867. p. 33.170 La Gaceta Municipal, del 29 de abril de 1891.171 Semanario La Bandera Nacional, del 22 de abril de 1895.172 Diario La Nación, del 23 de agosto de 1884.

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de recibir tantas reparaciones y capa tras capa de pintura verde. El Telégrafo del 21 de octubre de 1884, dice que “tanto afean la vista”, pese a haberse instalado unos “cómodos y elegantes de hierro”, aun no se los había removido.

A partir del 5 de febrero de 1886 quedó establecida la iluminación requerida en el sector, es decir, en el tramo señalado en líneas anteriores. Para lo cual se utilizaron lámparas de kerosén. “La luz estaba espléndida comparada con la del gas que se usa”173.

La demanda por espacios en la orilla para uso de las empresas de servicio público era constante. Entre éstas, la de Carros Urbanos, que solicitó licencia para construir un muelle frente a la calle “Maldonado” para desembarcar el cascajo destinado a conformar sus terraplenes, “operación para la cual tiene que servirse en la actualidad del muelle de la Empresa del Gas, mediante un impuesto”174.

Unos años más tarde, además del anuncio de reparación de los bancos de hierro, que trae El Grito del Pueblo del 4 de agosto de 1898, hay una noticia interesante que se refiere a una resolución no muy conocida, que dice:

“A partir del 30 de junio, principiarán los trabajos de demolición de las cercas de los solares situados en la acera izquierda de la calle del Astillero, en el trayecto comprendido entre la Avda. Olmedo y la fábrica de Ocampo, solares municipales que desaparecerán para dejar en esa zona un nuevo Malecón”175.

Es decir, que alguna vez se proyectó continuarlo más al sur de donde actualmente termina, lo cual evidentemente

173 Diario El Telégrafo de los días 13 y 19 de enero, y 6 de febrero de 1886.174 Semanario La Bandera Nacional, del 22 de abril de 1895.175 Diario El Telégrafo del 30 de noviembre de 1898.

no se cumplió por las costosas expropiaciones que habría demandado hacerlo.

Era tal el movimiento portuario de la ciudad, la acumulación de carga, la secuencia de establecimientos comerciales instalados bajo sus portales, que en conjunto se confabulaban para que los muelles y hasta la calzada resultasen insuficientes para contener tanto público. Por otra parte, la fragilidad del muelle de la aduana por su estructura y superficie de madera fue motivo para que en 1892, el Congreso autorizara al Ejecutivo, para convocar un concurso y celebrar un contrato para construirlo de hierro.

Con estas facultades, se llevó a cabo el concurso entre algunos proponentes, entre ellos Ramón Calvo. Su propuesta consistía en levantar una estructura de acero, sobre la cual circularía un pequeño ferrocarril que transportaría la carga hasta los depósitos fiscales.

El muelle, con una longitud de 450 mts., y 25 mts. de ancho, sería equipado con una grúa a vapor para levantar la carga de los navíos atracados. Su construcción se levantaría en sentido paralelo a la orilla del río, a fin de facilitar el acoderamiento de los buques, tanto en marea creciente como en vaciante.

La propuesta de Calvo contemplaba, además, la obligación de terminar su construcción antes de caducar el privilegio otorgado a Pérez & Cía., el cual pasaría a ser de su propiedad. El Gobierno recibiría la suma de 50.000 pesos anuales, más el derecho de muellaje de 80 centavos por tonelada para veleros y 60 para vapores.

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El atraque de los buques nacionales, tanto de vela como de vapor, tendría un subsidio del 50%. Esta obra ambiciosa no se concretó, por cuanto sus condiciones no fueron aceptadas, y el señor Calvo retiró su propuesta176.

Con la llegada del siglo XX, la ciudad se aprestó a celebrar, con bombos y platillos el primer centenario del 9 de Octubre de 1820. Esta proximidad llevó a la burguesía guayaquileña a soñar con grandes proyectos urbanísticos. Los cuales, de haberse cumplido, habrían sido el punto de partida para soluciones de planeamiento urbano, de vivienda popular, salubridad general, etc. La bonanza económica generada especialmente por las exportaciones cacaoteras, había producido ingresos insospechados tanto al gobierno, como a los grandes empresarios agroexportadores, y aun a los pequeños productores agrícolas.

Los ricos empresarios, estigmatizados peyorativamente como “gran cacao”, fueron la clave para la creación de fuentes de trabajo y del enorme desarrollo que alcanzó la ciudad. Por su esfuerzo, riesgo, inversiones y habilidades, no solo acumularon grandes fortuna personales sino que proporcionaron ingentes ingresos al fisco, generaron trabajo, riqueza y negocios colaterales a terceros. Podemos decir, en honor a la verdad, que fueron los más empeñados y el motor que buscó reproducir en esta ciudad el esplendor de los monumentos y ornamentos de las plazas y calles europeas.

La abundancia a la que accedieron numerosas familias guayaquileñas les permitió vincularse y asimilar la cultura de las grandes urbes del Viejo Continente, especialmente

París y Londres; los animó a intentar en Guayaquil las bondades de aquella vida privilegiada de arte, teatro, modas, mansiones suntuosas, etc.

Las transformaciones de ciudades importantes, especialmente francesas “donde recientemente se había experimentado la aplicación de los ideales urbanos de la Ilustración, mediante la ejecución del Plan Haussmann, el cual además de los efectos esteticistas tenía por finalidad regular y controlar la ciudad luego de la experiencia de la Revolución de 1871, más conocida como la Comuna de París”177. Se convirtieron en sus aspiraciones más valoradas.

Fueron sueños que se esfumaron la madrugada del 5 de octubre y todo el día 6 de octubre de 1896, cuando se produjo el flagelo conocido como el “incendio grande”. La parte residencial más rica e importante de la urbe, donde se situaban todos los bancos y los grandes negocios de comercio quedó en ruinas.

El impacto fue tan grande que las compañías de seguro quebraron y no pudieron cubrir los daños, con lo cual numerosos propietarios de inmuebles y almacenes quedaron en la indigencia. El fuego asoló la ciudad desde la esquina noreste de la calle Aguirre hasta Las Peñas, y, desde la orilla del río, en cuyas aguas muchos se refugiaron y otros tantos perecieron, hasta la sabana despoblada del oeste donde huyó la población.

Todo esto ocurrió cuando los guayaquileños se aprestaban a impulsar la transformación liberal que tanto bien prometía, a

177 Lee, Pablo–Compte, Florencio: Guayaquil: lectura histórica de la ciudad, forma urbana y propuesta de ciudad desde su fundación, Guayaquil, Centro de Publicaciones – U. Católica de Guayaquil, 1993, p. 59.

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176 Estrada, Julio. Los Muelles, p. 119.

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través de la primera Convención Nacional convocada por el gobierno del general Eloy Alfaro, para reunirse en esta ciudad, el 9 de octubre de 1896.

Respecto al incendio de la ciudad ocurrió un hecho insólito, que hoy sería imposible siquiera pensar que podría suceder en nuestra sociedad: los bancos más cercanos a la calle Aguirre que fueron abrasados por el fuego cuyos funcionarios, por la violencia del fuego, no pudieron salvar sus archivos, libros contables, y en especial los pagarés o documentos de respaldo a los préstamos concedidos, se vieron en peligro de desaparecer.

El único recurso de los gerentes, fue el convocar a los deudores a suscribir nuevos documentos en reemplazo de los que se habían destruido. Todos ellos honraron su obligación firmando nuevos pagarés, ninguno se aprovechó de la circunstancia demostrando con ello, los grandes valores morales y cívicos que poseía esa clase irrepetible de guayaquileños.

Apenas dos años habían transcurrido desde el desastre de 1896, y ya se habían levantado 450 edificios principales, entre ellos los de toda la banca y mediante una gran suscripción pública se atendió las viviendas de las clases menos favorecidas. Esta tremenda prueba que el azar sometió a la ciudad permitió al Municipio la superación del viejo problema surgido desde 1693 con la división de la ciudad.

Se hizo posible el replanteo de la urbe desde la Avda. Nueve de Octubre hasta el cerro Santa Ana, y aquella profusión desordenada de callejones y callejas de la

histórica Ciudad Vieja quedó definitivamente sepultada en el dolor y las cenizas.

Paulatinamente, la ciudad empezó a recuperarse de la hecatombe sufrida; se promulgaron leyes y emitieron ordenanzas a fin de planificar su crecimiento y regular el orden de la sociedad. De esa forma, para reglamentar la tradicional afición al juego de azar de los guayaquileños, y clasificar las abundantes casas de juego que existían, el 20 de octubre de 1900 el Congreso Nacional emitió un decreto mediante el cual, entre otras disposiciones, clasificaba las casas de juego establecidas en la ciudad, en el Art. 2º dice: “Son casas de primera clase: primero, las establecidas desde el Malecón hasta la acera oriental de la calle Chimborazo”. Esto nos da una idea de la importancia urbana que tenía entonces el sector comprendido en los límites señalados.

En enero de 1901 al iniciarse el siglo XX, uno de los primeros asuntos tratados por el Concejo presidido por Amalio Puga fue la regulación de la construcción del muelle que levantaba la Guayaquil and Quito Railway Company en la orilla frente a la calle Francisco P. Ycaza. Esta construcción contemplaba no solo el atracadero para las lanchas que lo conectaban con la estación de Durán, sino también el edificio donde funcionarían sus oficinas, el expendio de boletos para viajeros (en esa época solo hasta Bucay); alojamiento para los empleados de turno y bodegaje para productos frescos venidos de la zona de Bucay, Milagro, Yaguachi, etc.

A partir de 1908, una vez inaugurado el ferrocarril y establecida la conexión de Guayaquil con la Sierra central hasta Quito,

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la Estación del Ferrocarril (entre Francisco P. Ycaza y V.M. Rendón), como se la identificaba, dio paso a los productos serranos y a los viajeros que se desplazaban de una región a otra, entre estos, los numerosos jóvenes guayaquileños que estudiaban en la capital en las décadas de 1930 y 1940.

Pero, la necesidad de concluir la construcción del malecón, y dotarlo de muelles modernos a fin de permitir el atraque de buques mercantes que en número creciente entraban al puerto, llevó al Congreso a promulgar el 19 de octubre de 1904 un decreto legislativo. Publicado en el Registro Oficial Nº 1258, el Supremo Gobierno del general Alfaro quedó facultado para contratar con Martín Reimberg & Cía., la construcción y servicio de un muelle con estructura de hierro, piso de madera y cubierta de hierro acanalado. El cual, entre otras cosas disponía lo siguiente:

“Tendrá mil quinientos pies de extensión, y se construirá frente a la Aduana (…) será dotado en toda su extensión de los bolones y defensas necesarias (…) cubierto con hierro acanalado en toda su extensión útil, de tal suerte que puedan acoderarse sin estorbo los más grandes vapores de carga y pasajeros”178.

El contrato fue oportunamente celebrado con una compañía anónima llamada Empresa del Muelle de Guayaquil, que tenía un capital de 1’000.000 de sucres. El gobierno debía pagar durante 33 años el 7% de interés y amortización sobre el capital invertido, pero la obra, por la permanente penuria fiscal no llegó a realizarse.

Pero no hay mal que por bien no venga, pues se pretendía construirlo en forma perpendicular al Malecón, sin

178 Decretos y Leyes sancionados en el año 1900, Quito, Imprenta Nacional, 1901, p. 100-109.

contar con que la corriente del río no solo complicaría la maniobra de atraque, sino que las palizadas y plantas acuáticas arrastradas por las crecientes de la estación lluviosa acabarían por destruir las instalaciones. La obra era ambiciosa, más allá de las capacidades del Gobierno y del contratista, el cual ni siquiera contaba con estudios técnicamente elaborados.

Es fácil suponer que algo tan disparatado como antitécnico no tendría futuro, pero quedó convertido en otro intento frustrado que pasó a enriquecer la historia del malecón de nuestra ciudad. La vigencia del contrato venció sin que su beneficiario pudiera presentar plano alguno de lo que propuso construir179.

De la vigilancia y la preocupación Municipal por el estado de la ciudad, sale un duro juicio emitido por el presidente de la comisión de Ornato y Fábrica, que consta en su informe presentado al Concejo, en el cual dice crudamente cuan deprimente era la apariencia del malecón, en oposición a la belleza del río:

“<Casa Consistorial>.- El vetusto edificio en que celebramos nuestras sesiones, no solo da una idea de lo poco que nos preocupamos de lo que dice relación con el ornato, no merece el nombre de Municipalidad. Amenaza la ruina y no será extraño su completo hundimiento (…) Demasiado amor manifestamos á las casas viejas y á los recuerdos históricos y es el momento de dotar a la localidad de una Casa Municipal apropiada a uno de los más importantes Municipios de la República (…) <La Orilla>.- Lejos de ser pintoresco el aspecto que presenta el Malecón, es algo que excita la repulsión de los viajeros. <Las

179 Anuario de Legislación Ecuatoriana, correspondiente a 1904, Quito, Imprenta Nacional, pp. 77-78.

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balsas>.- Significan un atentado perpetuo contra el ornato, y los muelles constituyen un inminente peligro contra la vida de los habitantes que por ellos transitan (…) la estación de las canoas vivanderas son centro de desaseo y de infección y las variadas toldas, de múltiples colores, con que los propietarios de las expresadas embarcaciones se cubren de los rayos del sol, dan muy triste idea de nuestro ornato y desdicen de la cultura de nuestro puerto”180.

Posteriormente, el Concejo dispuso “que se retirasen las barracas, balsas y balsillas existentes sobre la playa de la ría, no se refirió ni puede referirse a las balsas de baños y habitaciones”181, pero como siempre ocurre, quienes recibieron esta orden para su cumplimiento, más papistas que el Papa, se les fue la mano y cortaron las amarras a todas sin considerar que los baños y habitaciones prestaban un servicio público.

Pese a que la ciudad era bastante pequeña, por la falta de numeración en los zaguanes había dificultad en hallar muchos domicilios, por esta razón, el Ayuntamiento conciente del problema, que incluso dificultaba la entrega del correo al destinatario, solicitó a José Abdón Cucalón y Guillermo Mata cotizaciones para ejecutar la instalación de placas metálicas con la numeración domiciliaria.

La oferta de 75 centavos por placa hecha por Cucalón y recibida por la Corporación Municipal el 19 de julio de 1901, resultó favorecida, y en la parte que se refiere al malecón, dice lo siguiente: “Limitándome a hacer este trabajo desde Las Peñas hasta la calle del Arzobispo”

180 Gaceta Municipal, #806, pp. 15-16, 1-12-1901.181 Gaceta Municipal # 969, p. 370, 7-27-1903.

(Mejía)182. Espacio señalado que evidencia que se trataba de hacer el trabajo en el malecón.

Imaginemos al Guayaquil de principios del siglo XX cuando ni un solo automóvil corría por sus calles (los primeros llegaron entre 1906 y 1908). Era la época en que tanto el transporte público, como la movilización de la carga se realizaba, mayoritariamente, por algunos impulsados por vapor y toda suerte de vehículos de tracción animal. Los cuales debían ser alimentados diariamente, pues no hay burro o mular que sobreviva sin recibir su ración de hierba.

A fin de proveerla atracaban en cualquier parte o playa de la orilla numerosas canoas tan colmadas de pasto, que era casi imposible distinguir al canoero oculto tras el rimero. Como su presencia era nociva al ornato público, el Municipio los limitó a lugares precisos, como el puerto “de La Planchada y desde el de Abdón Calderón los demás hacia el sur de la ciudad”, prohibiendo expresamente su llegada en el sector céntrico.

Esta disposición sorprendió a quienes por muchos años habían vivido de tal actividad y enviaron una carta al Cabildo, que contenía sus argumentos, entre estos:

“Los lugares que hemos ocupado en nada han perjudicado ni pueden perjudicar al aseo y ornato, desde que los compradores de ese artículo lo saltan a hombros desde la baja marea donde se sitúan las canoas hasta el muro donde es colocado en las carretas que lo conducen á su destino… Es justicia que imploramos.- A ruego de Domingo Méndez que no sabe firmar, A. Quevedo

182 Gaceta Municipal # 855, pp., 418-419, 12-9-1901.

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del C.- Restituto Muriel.- A ruego de Ramón Huayamave que no sabe firmar, José L. Ramírez.- Telésforo González”183.

El 17 de agosto de 1901, a causa de la solicitud de numerosos comerciantes para mejorar el transporte en el malecón, se leyó en el Cabildo una propuesta de la empresa de Carros Urbanos (cuyo representante era Emilio Estrada Carmona, presidente de la república en 1911), para establecer un servicio de carros movidos por locomotoras a vapor o energía eléctrica (de la cual la ciudad disponía con algunas limitaciones desde 1894).

Entre tanto el asunto se dilucidaba se exigió a la empresa instalar una vía para “un carro de regreso en el Malecón (…) la línea debe seguir á la existente en la misma forma y á la misma distancia que de la principal (cuidando de) no permitir que las líneas férreas sobresalgan una línea siquiera del nivel de nuestras calles pavimentadas, porque de lo contrario (…) lejos de facilitar el tráfico lo estorbarán muy perjudicialmente”184.

El Benemérito Cuerpo de Bomberos siempre fue una institución muy considerada y respetada, a la cual hasta hoy, por tradición sirven en calidad de voluntarios individuos de todos los estratos sociales. La lucha contra el fuego y la defensa de la propiedad privada son el móvil que impele al guayaquileño a servir por el honor. Es por eso que, la sociedad, el Cabildo y en general las autoridades han dado prioridad a la atención de sus necesidades y facilitado la instalación de sus depósitos en lugares estratégicos.

183 Gaceta Municipal, # 848, pp. 359-360, 11-16-1901.184 Gaceta Municipal, # 857, pp. 432-433, 12-11-1901.

“Leída una nota del señor Comandante de la bomba Aspiazu, en la cual pide se le designe el lugar más adecuado para levantar el depósito de la Compañía de su mando, por cuanto el señalado en la Avenida Olmedo no presta la seguridad y conveniencia debidas. El I. Concejo resolvió destinar el espacio para que tal cuartel de bomberos se construyese en el muro del Malecón, frente a las casas del doctor R. Mateus y Club de la Unión (justamente donde se inició el incendio de octubre de 1896). (…) Que esta resolución se comunique al interesado sin esperar la aprobación de la presente acta”185.

La obra del muro pese a las limitaciones económicas y otras dificultades de todas maneras avanzaba. Por un tiempo estuvo paralizada por la quiebra de Martín Reimberg. Sin embargo, Luis V. Montjoy solicitó que sus obligaciones contractuales le fueran transferidas, pues como arrendatario de las canteras de Mongón y Palobamba, había provisto al constructor del material de relleno necesario, y estando las cuentas impagas lo convertían en su principal acreedor. El informe del comisionado al presidente del Concejo dice así:

“La solicitud del señor Luis V. Montjoy debe Ud. aceptarla, en virtud de que los señores Lizardo García y Alejandro D. Vergara, Síndicos de la quiebra de don Martín Reimberg, han tenido perfecto derecho en cederle el contrato que este señor tenía con la I. Municipalidad para la pavimentación y construcción del Malecón de esta ciudad; ya que el señor Montjoy no exige valores anticipados para tales trabajos”186.

El Concejo resolvió dar por terminado el contrato con Reimberg, reconocer las acreencias de Montjoy, más no

185 Gaceta Municipal # 882, pp. 116-117, 3-29-1902.186 Gaceta Municipal # 887, p. 150, 5-3-1902.

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sus aspiraciones de asumir el contrato. Al finalizar 1905, el Municipio nombró una comisión para que informe sobre la pavimentación, relleno y muro del malecón. Trabajos que venía realizando el señor Luis V. Montjoy, como subcontratista de Martín Reimberg, los cuales, atrasados por la quiebra de este último, condujeron al Cabildo a “paralizar, en seguida, todo trabajo que hubiere pendiente”187.

Su importancia como calle principal de la ciudad, no solo comprendía los principales negocios de comercio sino las residencias de las más connotadas familias, obligaba al Concejo a imponer con energía las ordenanzas para conservarla dentro de tal categoría, y a tomar medidas para prevenir la propagación de los incendios. A solicitud del Cabildo, el Congreso Nacional expidió un decreto que, entre otros artículos, constaba la facultad Municipal para la expropiación de terrenos particulares necesarios para el ensanchamiento de calles y avenidas.

Con el fin de extender la calle Colón hasta el malecón, y ensancharla a las medidas consideradas en el plan de protección, declaró de utilidad pública con fines de expropiación un solar de propiedad de Eufemia Vivero de Chambers y Simona Vivero, situado en la esquina de la calle del Arzobispo (Mejía). Geo Chambers Vivero, hijo y sobrino de las propietarias, en una comunicación al Concejo, argumenta que al extender la calle Colón hasta el malecón,

187 AHM. Clasificación 352.007.2. Año 1905, Sesión de Concejo del 5 de septiembre de 1905. p. 402. IN. 1501.

“ocupará la mayor parte de nuestro solar (…) y como la faja que en dicho solar queda es tan reducida que sería imposible fabricar, por cuanto no quedaría lugar ni aun para los portales de Ordenanza (que prohibía las construcciones sin estos y los colores extravagantes en las fachadas)”188.

Actualmente podemos ver que el punto de vista del señor Chambers era justo pero no verdadero, pues en el edificio situado hoy en el malecón, entre las calles Mejía y Colón, pese a ser muy estrecho, es evidente que si se pudo cumplir con la ordenanza de portales y que el Municipio de 1902, pese a la prestancia del reclamante, procedió con la anunciada expropiación en beneficio de la colectividad.

Pero el asunto no concluyó de esa manera, pues el Cabildo quiso compensar a las hermanas Vivero cerrando la calle del Arzobispo y cederles esa área con tal propósito. Pero, frente a la calle mencionada existía una casa de propiedad de la Junta de Beneficencia de Guayaquil, cuyo procurador doctor Rafael Guerrero informó verbalmente al I. Concejo de “los graves perjuicios que se le ocasionarían a la Junta llevando adelante el acuerdo que manda cerrar la calle del Arzobispo (…) pues el Instituto Calderón que se sostiene con los productos de la casa situada en el Malecón y Arzobispo, por resolución de su donante, se vería la Junta en el caso de cerrarlo por no tener otros bienes para su sostenimiento”189. Al existir aún la calle Mejía, es indudable que el Municipio acogió las razones esgrimidas por el doctor Guerrero y respetó los derechos de la Junta.

188 Gaceta Municipal # 916, p. 417, 10-15-1902.189 Gaceta Municipal # 969, p. 371, 7-27-1903.

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Ante la proximidad del primer centenario de la independencia, la gente principal, empresarios y banqueros no se dieron tregua en la reconstrucción de la ciudad. Grandes y ambiciosos proyectos se concibieron para replantearla y hacerla más bella. Para llevarlos a la realidad se creó la Junta Patriótica del Centenario, entidad que al poco tiempo presentó un proyecto que revolucionaba los conceptos existentes en el trazado de Guayaquil.

Su propuesta comprendía 9 puntos generales, que iban desde la ampliación de la avenida Nueve de Octubre, que provista de aceras de cemento, arborización, iluminación eléctrica, etc., enlazaría el malecón con la Plaza del Centenario. La eliminación de la calle Villamil, la urbanización del cerro Santa Ana y Las Peñas, el desarrollo de un barrio obrero. Trazado del Parque del Centenario y erección de la Columna de los Próceres. Prolongación de la avenida Olmedo hasta su intersección con la Avda. Nueve de Octubre, creación de un parque municipal de aproximadamente 84 manzanas.

Proyecto desmesurado del cual se cumplió únicamente con la ampliación de la Avda. Nueve de Octubre, la construcción de la Plaza del Centenario y la Columna de los Próceres.

Pese a tan importante aspiración de la Junta, se generaron acres discusiones y cerrada oposición, porque se aseguraba que estas obras de embellecimiento no eran lo “suficientemente necesarias dados los problemas de saneamiento por los que aun atravesaba la ciudad a más de los ingentes recursos que hubiera significado su ejecución;

en segundo lugar, los efectos de las expropiaciones que hubiera sido menester efectuar”190.

Otra obra que no se realizó fue la extensión del muro desde Las Peñas hasta el monumento a Olmedo y el Mercado Sur. Era una idea semejante a la realidad que hoy disfrutamos gracias a dos administraciones municipales de excelentes ejecutorias y a la participación de la Fundación Malecón 2000, reguladora de la realización de la obra.

Fueron muchos los ambiciosos planes concebidos por la Junta Patriótica de Centenario que no pasaron de la intención, pero la cordura se impuso a los sueños y grandes aspiraciones.

Lo prioritario era implementar a la ciudad con los servicios públicos básicos: como canalización de aguas negras y lluvias, instalación de tuberías de agua potable, etc., previos a la pavimentación de las calles. Por tal razón, se decidió “prolongar los desagües del Malecón hasta la baja marea, debiendo el señor Jorge Chambers presentar un presupuesto general de la obra”191. De igual manera se ordenó pagar al Ing. A. Vernimen la suma de doscientos sucres, “importe del plano de la ciudad, en que constan las cañerías de Agua Potable, con sus respectivos diámetros”192.

Era imperioso inculcar al ciudadano común que para satisfacer ciertas necesidades personales debía acudir a lugares expresamente ubicados. Con tal fin, se levantó un

190 Ibídem, Lee–Compte, pp. 61-63.191 AHM. Sesión de Concejo del 29 de marzo de 1904.192 AHM. Sesión de Concejo del 11 de abril de 1904.

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croquis del malecón, donde la aglomeración era mayor, con la finalidad de instalar cinco letrinas convenientemente ubicadas. El presupuesto presentado por Manuel Mata, el 28 de abril de 1904, tenía un valor de 120 sucres cada una193.

Para el mes de octubre de 1904, ya había entrado en vigencia el decreto legislativo del 17 de septiembre de ese año, que mediante el 2% de los derechos de importación por la aduana de Guayaquil, creaba los fondos y rentas para la construcción de una nueva sede Municipal, pues el edificio viejo era una verdadera ratonera.

Había que renovarlo no solo por su deteriorada construcción de madera, que tenía más de cien años, sino porque estaba rodeado por puestos de vivanderos que presentaban un ambiente antihigiénico, problemas al saneamiento y ornato de la ciudad. En 1906 fue promulgada la ordenanza requerida para la construcción de la nueva Casa Municipal. Finalmente, para demoler el viejo edificio y el mercado adosado a este, se resolvió incinerarlo en forma controlada el 13 de marzo de 1908.

Previamente, la Ilustre Municipalidad se había trasladado temporalmente al espacio habilitado en el edificio del antiguo colegio Vicente Rocafuerte, que ocupaba la manzana en que hoy se levanta el edificio del Correo. En 1912 se presentó a Concejo y fue aprobado el proyecto arquitectónico para el nuevo edificio, desechado luego, pues se resolvió construir un edificio magnífico que hiciera honor a la ciudad.

193 Gaceta Municipal #1036, julio 2 de 1904, pp. 256-257.

En 1923 se aprobó un nuevo proyecto y el 31 de julio de 1924 se colocó la primera piedra del edificio que hoy luce orgullosa la ciudad. Para edificarlo en hormigón armado, se contrató los servicios de la Compañía Italiana de Construcciones, que trabajó según los planos del arquitecto Francesco Maccaferri.

En 1927 el presidente provisional de la república, Isidro Ayora, considerando que la Municipalidad de Guayaquil no contaba con los fondos suficientes para la pronta terminación del edificio, y para atender a sus imperiosas necesidades administrativas, promulgó un decreto que le asignaba la suma de trescientos sesenta mil sucres, con la exclusiva finalidad de invertirlos en tal obra, su menaje y demás que demandaba el servicio al público.

El Palacio Municipal quedó concluido en octubre de 1928, a un costo de dos millones trescientos mil sucres, y se lo inauguró el 27 de febrero de 1929, como recordatorio de la batalla de Tarqui. Hecha esta pequeña digresión, retomamos el tema que nos ocupa.

La posibilidad de que los buques cargados y de mayor calado pudiesen atracar en lugar tan poco profundo era nula; construirlo en el sentido perpendicular a la orilla, como planteaba la propuesta a que hemos hecho referencia, era desconocer la poderosa corriente del río.

Por otra parte, la arcilla, arena y materia orgánica que arrastra el caudal tiene tal volumen que, al poco tiempo habría producido embancamientos que impedirían la

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navegación (esto ha ocurrido en los estribos del puente sobre los ríos Daule y Babahoyo). ¡Qué tiempos aquellos! La verdad es que no sería la primera ni la última propuesta descabellada que se haría en tal sentido.

La orilla del río y los muelles, históricamente han sido los grandes termómetros y el ámbito de desarrollo de la vida comercial porteña, además, el empeño de embellecerlo, ampliarlo, recuperarlo ha sido permanente.

La primera propuesta de E. Lince, fue la más ambiciosa presentada hasta la fecha, la hizo por dos oportunidades: la primera en 1896 y la segunda en 1906 cuando se la creía “necesaria para atender a la higiene de la ciudad y a su embellecimiento y para ganar una zona de terrenos de gran valor”194.

La oferta consistía en la construcción de un muro de 60 metros de ancho, a lo largo de la orilla, desde Las Peñas hasta el Mercado Sur. Simultáneamente se desarrollaría la urbanización de los cerros de El Carmen y Santa Ana, de cuyos cortes escalonados se obtendría el cascajo para rellenar el espacio del muro. También comprendía la incorporación de áreas apropiadas para levantar edificios y paseos para lo cual se instalarían los correspondientes ascensores.

Los cálculos indicaban que los cortes mencionados debían producir 1’000.000 de m3, de cascajo volumen suficiente para cubrir la demanda para el relleno. La estructura requería de 81.900 m3 de hormigón armado y la mampostería también un volumen muy significativo. El costo se situaba

194 Ibídem, Lee- Compte, pp. 64; o AHM. ID. 45. pp. 419-420.

en el orden de los 4’776.000 sucres, inversión que, supuestamente, sería superada mediante de la venta de los terrenos en los cerros, que debía generar un ingreso calculado de 6’060.000 sucres195.

Poco más adelante, la construcción tantas veces fracasada tiene un nuevo oferente, Juan Ignacio Gálvez (oriundo de Popayán, poeta, hombre de letras y teatro, totalmente ajeno a la actividad que se proponía), quien en su nombre y en el de la Compañía Nacional, ofrecía dedicar 300 metros lineales del muro del malecón a erigir el Muelle Fiscal.

Y un nuevo disparate sin presupuesto establecía que por cuenta del contratista sería habilitado con “cuatro grúas a vapor o eléctricas capaces de levantar 10 y 20 toneladas; de las líneas férreas necesarias, con 2 locomotoras y 100 plataformas para el transporte de mercaderías á la Aduana; de romanas portátiles y fijas; taller de reparaciones, herramientas, llaves de agua y alumbrado por electricidad”196.

Este fue uno de los tantos sueños de opio que no pasaron de eso, y el Municipio retomó sus eternos esfuerzos que no representaban mayor inversión. En abril de 1906, de acuerdo al informe de la Comisión de Obras Públicas, se aprobó el trabajo de relleno del talud posterior del malecón, que sería ejecutado por el señor Luis V. Montjoy, con un valor de 4.976,52 sucres, por lo cual se

195 Gaceta Municipal # 1175, 26 de diciembre de 1906, pp. 418-420, que recoge 1905.196 Gaceta Municipal # 1180, 1-19-1906, pp. 22-23.

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le entregó un pagaré a seis meses plazo “reconociendo un interés del 9% en caso de mora”197.

Al finalizar el año, se aceptó el proyecto que consideraba el avance del muro del malecón hasta el cantil del río en el espacio comprendido entre Las Peñas y el nuevo mercado (frente al Municipio). Relleno para el cual se insistía en hacer uso “del material que resulte del corte en gradas y de una planicie en los cerros del Carmen y Santa Ana”198.

Un nuevo tendido de rieles para el tranvía, amenazaba a la línea que existía para el servicio de ad uana, por cuanto para protección de la primera se habían levantado unos bloques de hormigón y recortado la longitud de los durmientes en que esta se sustentaba. Por esta razón, el director de aduana, Emilio Estrada Carmona, dirige al Concejo un oficio que finaliza así:

“En ninguna ciudad, absolutamente en ninguna, se puede cometer a vista de la autoridad una falta semejante”199.

La aproximación al puerto y el atraque nocturno de las embarcaciones era sumamente complejo, especialmente en las noches lluviosas. Ante esta situación, para seguridad del tráfico fluvial y mejor vigilancia de la orilla se instalaron 87 focos de luz eléctrica en los muelles a lo largo del malecón.

Por entonces se había cumplido un extenso programa de obras públicas: el nuevo edificio del Laboratorio Municipal para el control de la higiene en los productos alimenticios, había entrado en servicio.

197 AHM. Sesión de Concejo del 2 de abril de 1906.198 AHM. Sesión de Concejo del 6 de diciembre de 1906.199 AHM. ID. 48, p. 44, junio 19 de 1907.

La calle de Las Peñas había sido totalmente reparada y el baluarte de La Planchada, hito de los tiempos heroicos en el cual la incipiente ciudad apoyó su defensa, estaba completamente readecuado. Se ejecutó la pavimentación de toda la calle Industria (Eloy Alfaro), y parte de la avenida Olmedo. La pavimentación y muro del malecón, hacia el norte, estaban por terminarse.

La instalación de la nueva tubería para el agua potable llevaba un buen ritmo, pues al igual que la higiene, la planificación urbana y la pavimentación200 tenía el decidido apoyo del Gobierno de Alfaro201. La pavimentación de la ciudad, a partir de 1910, quedaba bajo la responsabilidad de la Junta de Canalización y Proveedora de Agua202, para lo cual la Municipalidad debía contribuir con la suma de 120.000 sucres, en cuotas de 10.000 mensuales.

En 1909, pese a estar ya establecido el servicio eléctrico de alumbrado público, la ciudad mantenía el de gas hacia los sectores del sur y el oeste. Desde Las Peñas a la calle Ayacucho y del malecón a Santa Elena (Lorenzo de Garaicoa), servían 1.308 faroles de 14 bujías. Servicio bastante bueno, pero con ciertas irregularidades difíciles de corregir, pues la Empresa de Gas ya estaba en retirada.

El servicio de alumbrado eléctrico, se cumplía con 1.010 focos incandescentes de 110 voltios y de 15 bujías. Y, “40

200 Declarada obra nacional por Decreto Legislativo del 17 de octubre de 1904.201 Decreto Legislativo de octubre 22 de 1909.202 Creada por Decreto Supremo (Eloy Alfaro) del 30 de abril de 1906.

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focos de arco voltaico, de 650 bujías y 3.000 voltios de alta tensión”203, que servían al malecón (que era el más iluminado), a las calles Pichincha, Pedro Carbo, Rocafuerte y plazas públicas.

Ese año se retomó el proyecto del malecón, que implicaba la demolición de muelles y otras edificaciones privadas de la orilla. La elevación de un muro paralelo a 65 metros de distancia de la línea de fábrica de los edificios, el cual tendría una longitud de 1.800 metros considerados desde Las Peñas hasta el mercado sur.

El proyecto, aparte del desalojo del lodo de los barrancos y su relleno, preveía también la construcción de 44 escalinatas de hormigón, coincidentes con la posición de postes y argollas de hierro para el amarre de las embarcaciones.

Esta vez, el plan incluía la construcción de la sede del Municipio, cuyo “nuevo edificio se levantará en el local que ocuparon la antigua casa municipal y el mercado, cuyas dimensiones de 60x60 metros, ocupando de este solar, únicamente una superficie de 3.600 metros cuadrados”204. Esta noticia de la posible edificación de un palacio municipal, trascendió las fronteras, y desde Lima, en diciembre de 1908 el ingeniero alemán H. Lewen envió una oferta que debe haber caído en el olvido pues no se tuvo más noticias de ella.

203 AHM. Informe de 1909 al Concejo Municipal, pp. 74-75.204 AHM. Informe al Concejo Municipal de las actividades cumplidas en 1910, p. 49.

El general Eloy Alfaro, en su mensaje de fin de año (1909) dirigido al Congreso se expresa sobre Guayaquil, de una manera tan clara sobre su circunstancia que vale la pena recogerlo:

“Señores Legisladores: Guayaquil es la metrópoli de nuestro comercio y la fuente de la riqueza ecuatoriana; por lo mismo, requiere que los Poderes Públicos pongan todo su empeño en mejorar las condiciones higiénicas de tan importante Ciudad. Como ya otra vez tuve la honra de deciros, el Derecho Internacional moderno nos impone el deber de extirpar en todos los puertos de la República, todos los gérmenes de enfermedades infecciosas que pudieran llevar la desolación y la muerte a las naciones que comercian con el Ecuador, y contribuyen al incremento y desarrollo de nuestras industrias. Dejar de cumplir este deber, sería exponernos al aislamiento en medio del tráfico universal; y resignarnos a la ruina del comercio, a la paralización de la industria, al decrecimiento de la población, en fin, al retroceso en la senda de la prosperidad (…) La higiene de Guayaquil en nuestro estado económico actual, significa pues, la riqueza y prosperidad de la Nación (…) Agua abundante, canalización y pavimentación de la ciudad, para desaparecer los efectos perniciosos del clima tropical de nuestras costas“205.

205 AHM ID. 54, pp. 479-480, abril 12 de 1909.

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La propuesta para construcción del muro y desarrollo del cerro Santa Ana presentada por E. Lince, en 1896 y 1906, fue reactivada por Lautaro Aspiazu en 1910. Pero él iba mucho más lejos, no solo propuso ejecutar lo de Lince, sino que solicitó se le adjudique al grupo de ecuatorianos que representaba, la obra de agua potable, el Palacio Municipal, el nuevo mercado norte y el ensanchamiento del malecón. Todo lo cual consta en una oferta presentada al Municipio por el francés Ing. Edmond Coignet que, además, era el financista del proyecto.

El 2 de diciembre de 1910, ofreció culminar la obra total en cuatro años, con un valor de 10.375.000 sucres. En sesión extraordinaria del Concejo Cantonal celebrada el 13 de febrero de 1911, se discutió el financiamiento del proyecto206. Y, con el dictamen favorable de los técnicos ingenieros José Antonio Gómez Gault y Gastón Thoret207, en la sesión del 21 de febrero el Concejo aprobó la oferta y el contrato208.

“Las obras de canalización y pavimentación, dice el informe, tanto como las del muro del nuevo Malecón, y la de otra instalación para el servicio de agua potable, vienen a resolver, efectivamente, el gran problema de la salud pública, no sólo para este puerto, sí que también para otras importantes secciones de la República, ellas serán, así mismo, garantía preciosa para la inmigración, que es factor poderoso en la prosperidad de pueblos como el nuestro; y ellas también vendrán a evitarnos probables y muy enojosos incidentes, cuando, abierto el canal de Panamá, sirva la cuestión del saneamiento de los puertos

206 AHM. ID 63, 5 Text., Discusión del contrato financiero con el señor Coignet, pp. 153-154. 166-167, 178, 192-196.207 AHM. ID 63, p. 201.208 AHM. ID 63, pp. 216-221.

del Pacífico como pretexto para la ejecución de imposiciones y desarrollo de planes internacionales”209.

En base a esta opinión y a la de los técnicos asesores, se firmó el contrato el 9 de Octubre de 1911. Al año siguiente por resolución del poder legislativo, se rechazaron ciertas condiciones del contrato, y al no poderse concretar la obra, por disposición del Gobierno, el decreto que hacía viable el financiamiento, caducó de hecho y quedó sin ningún valor ni vigencia210.

Esta decisión fue la salvación de los cerros Santa Ana y de El Carmen, y con ello el área más hermosa de la ciudad. Imaginemos por un momento una Guayaquil más chata de lo que hoy es, a causa de los municipios demagógicos que arrasaron los bellos cerros de El Salado para rellenar las invasiones suburbanas propiciadas por ellos mismos.

Por esa época, Basilio E. Benítez, hizo una propuesta para la pavimentación del muro: “Este será de piedra de cerro, con el frente de piedra de Pascuales, mezcla de cal buena y cemento” reza la oferta. “Ofrezco a hacer un buen trabajo como he acostumbrado a hacerlo; toda vez que he tenido contratos con ese Muy Ilustre Concejo Municipal”211.

En abril de 1912, con la negativa del Gobierno de facilitar el financiamiento que ofrecía Coignet, con el aval del impuesto de uno y medio centavos a la exportación del cacao, los

209 AHM. Ibídem, p. 6.210 AHM. ID. 81, IV trimestre de 1913, sesión del 20 de junio de 1913-Informe del Síndico Municipal y Comisionado de Finanzas, pp. 259-262.211 AHM. ID 68, sesión del 17 de octubre de 1911, pp. 30-31.

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asuntos del malecón volvieron a “fojas una”, y se retomaron los trabajos parciales con pequeños contratistas.

Es así como el Municipio contrató al Ing. John Paget para que hiciera los estudios de las obras que se requerían para la construcción del “muro, desagüe, relleno y pavimentación de la parte del Malecón situado frente al edificio anexo al Mercado Nuevo y construcción de las escaleras de este”212. Conocidos los planos e informe, ese mismo día el Concejo resolvió convocar por 8 días un concurso para ejecutar tales trabajos.

Entre los varios vacíos que han aparecido en esta investigación se suma lo que pudo haberse resuelto en 1913, por parte del Municipio respecto de su construcción. Año en el cual, haciendo excepción de lo que cita Julio Estrada (El puerto de Guayaquil, p. 121), sobre la asignación de 50.000 sucres hecha por el Congreso para la construcción del nuevo muelle fiscal, no hay otra información. Es en enero de 1914, en la partida 21 del presupuesto para ese año, que se halla la asignación de 20.000 sucres para la construcción de un muro frente a la Casa Municipal213.

La pavimentación de la ciudad, con lajas de piedra de Pascuales, cemento, o asfalto, respondía a un ambicioso plan de trabajo. En el transcurso de 1919, se pavimentaron con asfalto, las calles Francisco P. Ycaza, desde el malecón hasta Córdova; Pedro Carbo, desde Bolívar a Nueve de Octubre; Pichincha, de Nueve de Octubre hasta Clemente

212 AHM. ID 68, sesión del 13 de abril de 1912. pp. 46-48.213 AHM, ID 88, Gaceta Municipal, enero de 1914. p. 317.

Ballén; Illingworth, de malecón a Pichincha, y, Córdova de Nueve de Octubre a Bolívar, todo lo cual sumó un total de 11.788 m2.

El trabajo de pavimentación por adoquinado se había realizado en la calle Aguirre, entre Chile y Escobedo; y, la calle Luque desde Chile a Boyacá. También otro grupo de calles estaban listas para recibir el asfaltado: Cuenca, Quisquís, Santa Elena, Manuel Matéu y la de la Industria. Trabajos que conducían a agilitar y facilitar el tráfico cada vez mayor que soportaba la ciudad214.

El Concejo anhelaba la construcción del monumento que recordaría el encuentro de Bolívar y San Martín en Guayaquil como uno de los elementos más significativos del malecón, imprescindible para la celebración del centenario de la independencia que se cumpliría el 9 de octubre de 1920.

Con tal motivo, ordenó la construcción de una Rotonda, edificación de planta circular, inaugurada el 14 de octubre de 1920, y demolida al poco tiempo. Tal edificio fue un templete radial de unos diez a doce metros de diámetro, y cuatro a cinco de altura. Presentaba doce o catorce columnas corintias, amarradas por entabladuras o quizá cornisas que soportaban un techo coronado al centro por una cúpula de vitral, que a manera de luminaria, estaba destinada a destacar las estatuas que se colocarían dentro de esta.

214 AHM, Informe de labores de Obras Públicas presentado al Concejo correspondiente a 1919, p. 4.

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En la parte frontal, que miraba hacia la avenida Nueve de Octubre, presentaba un escudo de armas, probablemente de la ciudad de Santiago de Guayaquil colocado sobre dos banderas cruzadas. Asimismo hacia el interior, estaban fijados dos estandartes en cada columna que daban al ambiente el carácter de un pabellón memorial.

El diario El Telégrafo publicó una fotografía, de este monumento que no resistió el paso de los vehículos que circulaban en torno a la construcción:

“La Rotonda como el público ha dado en llamar el templo griego construido en el Malecón, frente a la Avenida Nueve de Octubre, por disposición de la Junta Patriótica del Centenario, el lugar de la estatua del Mariscal Sucre que proyectó trasladar a ese mismo sitio, que ahora es un atractivo más para el mejor y más elegante paseo con que cuenta la urbe. Como esta obra de embellecimiento ha sido hecha a la ligera, sobre una base deleznable como es la playa del río, y rellenada con el lodo extraído de una casa vecina donde se construye una bóveda subterránea, la parte de atrás del templo ha cedido ya al peso de los innumerables automóviles que giran por allí, por cuyo motivo creemos que deben tomarse las medidas preventivas para darle solidez y estabilidad al edificio y evitar un accidente”215.

El Municipio, con el fin de proteger a los peatones durante el periodo de lluvias, construyó pasadizos de madera que cruzaban las calles no pavimentadas de una esquina a otra. Simultáneamente, se continuó el relleno de las calles Clemente Ballén y 10 de Agosto de la orilla hacia el oeste, a fin de facilitar el acceso al mercado central de los productos de primera necesidad que llegaban por el río.

215 El Telégrafo: edición de la mañana. Jueves 14 de octubre de 1920.

Este programa respondía a una acción general de elevar el nivel de las calles más apartadas, a fin de evitar su inundación durante el invierno. Lo cual, además, proporcionaba una base sólida para su futura pavimentación.

La reparación del pavimento en el tramo del malecón comprendido entre las calles Sucre y Ballén, fue concluida con éxito. Trabajos realizados con anticipación a la estación invernal, que se extendieron oportunamente a otras calles céntricas como Nueve de Octubre, Pedro Carbo y Pichincha.

La presencia del hongo, conocido como “escoba de la bruja”, que empezó a azotar las plantaciones cacaoteras, al punto de su destrucción, motivó al Concejo Cantonal, para, en forma inteligente, estar atento a su proceso por cuanto la renta que percibía por concepto de la exportación del cacao era su más importante rubro.

Si no hubiese tomado medidas y reducido gastos a lo largo de 1923, no habría podido salvar la crisis que se cernió incontenible. La administración de tal año, pudo nivelar exitosamente el presupuesto y cumplir con los extensos programas emprendidos. Por esta razón, se hizo pública la satisfacción que sentían sus miembros al terminar las labores sin dejar ninguna cuenta pendiente para el siguiente periodo.

Lo cual pese a todas las limitaciones permitió finalizar el año con una situación deshogada. Sin embargo, la bondad de los resultados, la preocupación de los cabildantes por la disminución de este ingreso considerado como el más seguro y sustancial para las finanzas municipales, era muy grande.

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Es importante destacar que a principios de ese año el provincialismo sectario trató de promulgar desde el Congreso leyes lesivas a las rentas municipales de Guayaquil. Por lo cual la Corporación no vaciló en enviar un delegado especial, quien planteando el problema a los legisladores costeños logró salvar los intereses de la ciudad.

Las estadísticas presentadas por la Asociación de Agricultores eran alarmantes. En los últimos quince años, la exportación del cacao siempre superó a los 700.000 quintales, incluso, en 1916 llegó a 980.000. Pero, en 1923 escasamente alcanzó los 600.000.

Es fácil entender la ansiedad que cundía en el Cabildo, sobre todo porque la afectación de los cacahuales no se debía a causas pasajeras, sino a una verdadera infección que entonces ya se la vislumbraba como fatal. Esta perspectiva produjo una verdadera alarma entre los personeros municipales:

“es necesario que se vaya pensando en la forma de salvar las enormes dificultades que se presentarían a la Corporación en el caso de seguir adelante la enfermedad del cacao, ya que la rentas disminuirían en forma ascendente”216.

Los concejales que conformaban el cuerpo edilicio, manifestaban su constante interés por fomentar las buenas costumbres ciudadanas. Una de sus prioridades fue instalar servicios públicos que, ajustados a preceptos de higiene urbana necesarios, prestasen a la vez ciertas comodidades a los numerosos transeúntes. Con tal fin, el Concejo saliente de 1926, dejó:

216 AHM. Informe del presidente del Concejo del año 1923, pp. 6-8.

“construidas y en perfecto estado de funcionamiento instalaciones de esta clase en el ángulo noreste de la plaza del Centenario, en la calle Lorenzo de Garaicoa, frente al Mercado Central, y en el Malecón frente a la avenida 10 de Agosto, los tres servicios bien ornamentados y completos, especialmente el segundo, que ofrece al vecindario, gratuitamente, puestos de lavandería y baños para hombres, mujeres y niños”217.

El 16 de agosto de 1913, por resolución del Congreso Nacional se había dado paso al proyecto de levantar un memorial a la entrevista de Guayaquil, sostenida entre Bolívar y San Martín el 26 de julio de 1822, el cual fue archivado por falta de disponibilidades. Sin embargo, el muro destinado a soportar al hemiciclo no se detenía, y conforme avanzaba su construcción se hacían más frecuentes observaciones, discusiones y acuerdos con los adjudicatarios de la obra.

El ingeniero Fernando Manrique, constructor de la última etapa, a pedido de la Corporación debió pasar un informe de su estado previamente a su recepción, la cual una vez recibida permaneció por largo tiempo detenida.

Esta edificación ejecutada por partes evidencia la carencia de los fondos necesarios para levantar la totalidad del hemiciclo, de allí la razón por la cual fue contratada por etapas. Pero una vez creada la Junta de Mejoras y Obras Públicas, recibió el impulso creador de su presidente don Enrique Baquerizo Moreno. Como resultado de su gestión se realizaron las correspondientes maquetas, aciertos que la prensa recogió en 1925:

217 AHM. Informe del Concejo del año 1926.

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“El malecón con el soberbio monumento del histórico abrazo de Bolívar y San Martín, que lucirá en la rotonda, por su belleza podemos decir que es un modelo entre los existentes en diferentes ciudades del mundo”218.

En agosto de 1926 el gobierno militar centralista “juliano” secuestró, arbitrariamente, los bienes materiales de la Junta de Mejoras y Obras Públicas de Guayaquil y la suspendió en sus funciones.

Desde octubre de 1913 en adelante, previamente a la celebración de la gran fiesta guayaquileña, un numeroso grupo de cultores de los deportes acuáticos, con el apoyo de la Armada, organizaron oficialmente competencias de remo y de chalupas con vela latina.

Hacia 1925, el núcleo se había ampliado y continuaron con la afición de la navegación y competencias de veleros, pero especialmente equipados para tal deporte. El 19 de octubre de 1928, se fundó la asociación para deportes náuticos Guayaquil Yacht Club, el cual desde esa época formó parte integrante del malecón, donde aun se encuentra su sede social pese a estar sepultada entre rampas y pasarelas.

Es a partir de su fundación oficial en la fecha arriba indicada que se generaliza definitivamente la competencia velera organizada desde esta institución tradicionalmente deportiva y guayaquileña, que año tras año mantuvo la actividad del remo y velerismo desde ese lugar privilegiado219.

218 Revista “Caritas y Carotas”, Nº 14, año III, diciembre 1924-enero1925, Guayaquil.219 El Universo, 16 de octubre de 1978, artículo con motivo del cincuentenario de su fundación.

El 31 de agosto de 1928, los ingenieros Rafael Dávila e Ignacio Granja Saona, informaron al comisionado de Obras Públicas Municipales, Marco Plaza Sotomayor, sobre las condiciones del muro del malecón en cuya parte más sobresaliente dice:

“de las observaciones hechas detenidamente a lo largo del muro de sostenimiento hemos hallado que existen alguna grietas verticales que no ofrecen mayor peligro, en la parte central y entre los muros laterales existen dos grietas verticales de importancia, y siguiendo más adelante nuestra observación, especialmente en el muro de sostenimiento frontal, el cual forma un solo cuerpo con los muros del hemiciclo existen dos grietas verticales con las que se nota un desplazamiento hacia el río de la parte central de 3 cm aproximadamente (…) por lo cual no sería conveniente que en el muro del hemiciclo sea erigido el monumento tal como se había proyectado, pues si bien el muro puede resistir todavía un largo lapso de tiempo, sin embargo, esta sujeto a movimientos y deslizamientos que dañarían el intercolumnio y más construcciones superpuestas. Afortunadamente, el espacio que dicho paseo tiene es bastante amplio para modificar la localización del monumento y levantarlo más adentro sobre una ancha plataforma que reduzca al mínimo la presión sobre el terreno, para que el basamento de la Rotonda quede en las condiciones que son necesarias, de solidez y resistencia del hemiciclo en relación al peso del monumento que en él va a erigirse”220.

Informe técnico que formó parte del que la comisión correspondiente presentó al presidente del Concejo agregando el siguiente párrafo:

“El I. Concejo desde comienzos de la administración con el personal actual, se preocupó y gestionó de modo especial por la continuación de la obra llamada a perpetuar uno de los episodios de la historia de nuestros tiempos heroicos”221.

220 AHM. ID. 118. Revista municipal 1928-1929 Nº 26 del 1 de octubre de 1928; pp. 46-48.221 Informe titulado “El embellecimiento de la ciudad y la Rotonda” presentado el 31 de agosto de 1928 por el presidente de la comisión de Obras Publicas Municipales Marco Plaza Sotomayor al presidente del Concejo.

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Esto comprendía el montaje y erección de los monumentos de personajes de nuestra historia en ese lugar tan representativo del malecón, gracias a los fondos asignados por la Asamblea Constituyente de 1928-1929 (cuya Constitución nunca entró en vigencia) que finalmente dieron al Municipio la posibilidad de concluir tal obra.

Hecho que ha quedado registrado en el informe que finalizar el periodo el presidente de la Corporación Municipal se dirige al Concejo diciendo:

“Me es grato rememorar que el I. Concejo ha dictado recientes e importantes resoluciones referentes a la obra de la Rotonda, llamada a hermosear el Malecón de Guayaquil y a perpetuar un acontecimiento histórico trascendental en homenaje a las magnas figuras de Bolívar y San Martín”222.

Y en el resumen de labores sobre el periodo 1926-1939 que hace el presidente de la Prefectura Municipal dice lo siguiente: “La Rotonda, otra obra por cuya terminación, anhela Guayaquil, preocupó también al Concejo de 1926-29. Primero, la devolución de sus derechos y materiales a este Municipio, en los que el Gobierno Provisional había ejercido autoridad, suprimiendo, por decir así, a la antigua Junta de Mejoras y Obras Públicas de esta ciudad. Segundo, obteniendo la destinación de algunos fondos para continuar esos importantes trabajos. Tercero, contratando la obra del aseguramiento del intercolumnio y hemiciclo conforme a un plan de ingeniería cuyo costo asciende a $123.000, y cuya terminación se realizará en Diciembre próximo. Cuarto, montaje de los monumentos

222 GM. # 25. ID. 117, p. 48, 1928.

históricos que se erigirán en ese sitio tan principal del Malecón, de acuerdo a los trabajos que acaban de iniciarse por administración y bajo la dirección técnica de un reputado arquitecto extranjero. Quinto, gestiones llevadas a cabo con buen éxito ante el Gobierno Central, para que de la cantidad votada por la Asamblea Constituyente, de $300.000,00, se asigne $80.000 a este Municipio para la construcción y colocación de aquellos monumentos, que serán los de Bolívar y San Martín, Cristóbal Colón y Francisco de Miranda, formando tres grupos estatuarios aparte”223. Los dos últimos nombrados nunca se levantaron por la constante limitación financiera municipal.

Al finalizar 1928, el Municipio puso en conocimiento de la ciudadanía que, ante la conveniencia de fijar la numeración domiciliar de los edificios particulares había resuelto iniciarla administrativamente, aunque fuese necesario hacerlo por partes hasta su terminación.

Para el efecto se realizó el levantamiento de la zona norte, comprendida entre las calles Manuel Matéu (Julián Coronel), Malecón, Nueve de Octubre y Lorenzo de Garaicoa. Y, en preparación, la parte ocupada de los cerros Santa Ana y El Carmen. La colocación de placas numéricas en muchas de las partes de la ciudad no había sido descuidada, de esa forma, al concluir el periodo se habían numerado 10.400 domicilios urbanos de propiedad particular.

Entre enero y junio de 1930 el Municipio recibió terminadas las obras del parque Abdón Calderón, y la

223 AHM. Nº 5, Informe Presidencia del Concejo – Prefectura Municipal 1926-1934.

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tan esperada Rotonda. También se iniciaron los trabajos de la torre Morisca o reloj público, y la prolongación y ensanchado del muro, “obra esta última, de gran aliento para Guayaquil, que imprimirá un hermoso aspecto a la Ciudad, en su lado principal, mejorando mucho, su higienización al desaparecer los bancos fangosos que asoman en el reflujo de las aguas”224.

Dentro de este permanente comenzar y recomenzar, si se quiere algo caótico, pese a las grandes limitaciones financieras, la transformación del malecón, finalmente cobraba forma. Por ejemplo: el Palacio de la Gobernación inaugurado el 23 de marzo de 1923, el Palacio Municipal iniciado en 1924, que no pudo ser inaugurada el 9 de Octubre de 1928, como estaba previsto. Si bien el edificio en sí estaba terminado, faltaban muchos detalles y el informe final de los fiscalizadores previo a su recepción. Para satisfacer aunque fuere parcialmente las aspiraciones del Concejo, en esa fecha fue inaugurada la planta baja totalmente destinada a establecimientos comerciales que al momento se hallaban casi todos arrendados.

El 2 de enero de 1931 se reiniciaron los trabajos de prolongación del malecón. El año anterior se había hincado 90 pilotes de hormigón que debían soportar la cimentación del muro de contención. Pero se había reducido la distancia entre estos, a fin de llenar los espacios con un tablestacado de tablones de mangle.

224 AHM. Informe del Presidente del Concejo, Dr. Carlos Set Matamoros, primer semestre de 1930.

Esta vez, conforme a lo programado, se llegó con el muro hasta la acera sur de la calle 10 de Agosto. Construcción que sumaba 270 metros al tramo construido con anterioridad. “En la sección del muro construido, gran parte del relleno había sido hecho, desde hace algún tiempo, por la Compañía White, con el sobrante de las obras de pavimentación”225.

Esta economía tan significativa, permitió al Municipio ejecutar una serie de jardines y paseos, pavimentados con asfalto. Obra que fue realizada hacia el norte desde el muelle de pasajeros (muelle Fiscal).

Además, en ese mismo sector se colocaron dos briceros centrales, 48 bancas de marmolina y 12 con asientos de mármol blanco. Se instaló la red de alumbrado, la de riego, los materiales necesarios para el funcionamiento de la fuente luminosa y varios jarrones ornamentales.

El Concejo Cantonal, carecía de los fondos requeridos para la ornamentación del paseo construido entre la calle y el muro. Por lo cual, considerando el apoyo económico que podrían proporcionar los ciudadanos extranjeros residentes en la ciudad, concibió la idea de expresarles el reconocimiento público, nominando al parque en mención de alguna manera que hiciese referencia a ellos.

El 19 de junio de 1931, el Cabildo tomó la resolución de homenajear a las colonias radicadas

225 AHM. Informe del Prefecto Municipal al M. I. Concejo cantonal en 1931.

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en Guayaquil226, y entre otras consideraciones, propuso “Que sería muy grato para esas Colonias que la Corporación Municipal, representante de la ciudad, rinda un homenaje de simpatía a sus respectivos países.

La nueva sección del muro del Malecón que quedará terminada este año, desde el punto situado frente a la calle General de Elizalde, hasta el extremo sur del mismo Malecón en el antiguo Conchero, llevará, a partir de la vigencia del presente Acuerdo el nombre de Paseo de las Colonias Extranjeras”. Esta resolución entró en vigencia el 25 de junio de 1931227.

A partir del 15 de julio de ese año, se iniciaron los trabajos de instalación de la fuente luminosa, como una aportación de los ciudadanos de Estados Unidos al embellecimiento del paseo. “Este ornamento será colocado frente a la calle Aguirre”228. Por esos días, el inmigrante italiano y artista, señor Emilio Soro Leuti, inició la construcción de los jarrones ornamentales que entonces se destacaban en la obra del malecón. Los cuales, sujetos por míticas aves Fénix (que formaban sus asas) en actitud de emprender el

226 Entre los propósitos de la Prefectura Municipal, está la prolongación del nuevo Malecón hasta el extremo sur, conocido con el nombre de El Conchero, sección que según la Ordenanza que discute el C. Cantonal, se denominará Paseo de las Colonias, en homenaje a los extranjeros residentes en Guayaquil. Se piensa construir, también, muelles y pontones municipales, los que se encuentran en el proyecto en número de cuatro hacia el norte y tres hacia el sur. De dicho Paseo de la Colonias, se construyeron el año pasado, 20 mts. Con frente a la calle Elizalde, este año se harán 60 mts. Los trabajos de la Torre del Reloj público, han terminado; se avanza y ornamentan los 280 mts, del Malecón donde se ubicará la hermosa fuente luminosa que obsequia la colonia americana y el patio andaluz a cargo de la española. El Telégrafo, 6 de mayo de 1931.227 AHM. ID. 311.228 Diario El Telégrafo, 12 de julio de 1931.

vuelo, expresan la tenacidad y constancia con la cual los guayaquileños hicieron resurgir su ciudad, una y otra vez, de las cenizas, pestes, piratas, etc.

El 21 de septiembre de 1931, quedó totalmente concluido el tramo denominado Paseo de las Colonias Extranjeras. La colonia suiza, aportó 4.000 sucres para la construcción de la base del monumento a los bomberos. Los residentes italianos se comprometieron a entregar una obra de arte para levantarse frente al Municipio. La empresa de Cervezas Nacionales, por intermedio de sus representantes Presley Norton y Forest La Rose Yoder, en unión con la Empresa Eléctrica del Ecuador Inc., representada por George Capwel construyeron e instalaron una segunda y bella fuente luminosa229.

La colonia china, representada por el cónsul Santon Tay Sing, aportó la escultura de un jabalí de bronce, reproducción del original francés del escultor Beneducce Marin del cual se encuentran copias en Nueva York y en algunas ciudades europeas. La colonia española, se apresuró a plantear la posibilidad de asumir el costo de parte de la ornamentación del paseo. “Su intervención, será en el adorno del espacio o superficie de terreno de la torre del reloj público, siguiendo la idea de un patio andaluz que guarde armonía con el estilo morisco”230.

229 Al poco tiempo, como no podía faltar, surgió la viveza criolla que empezó a vender a los incautos el agua de las fuentes luminosas que al funcionar irradiaban varios colores, con el cuento que bastaba sacudir por las noches la botella que la contenía para que parezca un arco iris. De esa manera el cuentista tenía tiempo para esfumarse.230 Diario El Telégrafo, 18 de enero de 1931.

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Guayaquil, al estudiante de la Escuela de Bellas Artes de Quito, Carlos A. Mayer W. Quien, una vez terminada la obra grabó en su pedestal: “Mayer 1924”. Por su concepción, estaba destinado a colocarse en un lugar que permitiese apreciarlo muy de cerca, por lo cual el autor ajustó, en ese sentido, las medidas de su pedestal y lo enriqueció con placas referenciales.

Esta trashumante escultura fue colocada por primera vez en la avenida Rocafuerte a la altura de Tomás Martínez. Más tarde en 1930, acatando una disposición municipal se la trasladó al Malecón. Una tercera oportunidad, a la Avenida de las Américas, en la intersección con la Avda. Plaza Dañín. Y en la más reciente, a lo alto de una columna en medio de banderas, relegada al centro de un partidor de tráfico, y en los estribos del puente sobre el Guayas que impide su lucimiento. Esperemos que no sea la definitiva, pues el lugar en que se encuentra no permite disfrutar y apreciar su gran belleza y valor.

Recogiendo la tradición guayaquileña de pasear a lo largo de la ribera del Guayas, especialmente en las tardes calurosas y domingos, el nuevo malecón había pasado a ser uno de los más importantes lugares de esparcimiento, y el más llamativo para los visitantes foráneos, pues les permitía disfrutar del animado panorama que ofrecía el movimiento fluvial de todo tipo de embarcaciones.

Además evitaba “el hacinamiento de maderas podridas y desvencijadas que constituían una vergüenza, y la playa lodosa y hedionda, que se ofrecían al viajero, han

Las colonias alemana, siria, colombiana y peruana, expresaron su contrariedad porque el limitado espacio impedía su participación.

La extensión del paseo fue de 250 metros lineales, y tuvo un costo de 130.000 sucres, sin contar los ornamentos entregados por los extranjeros residentes. Su inauguración tuvo lugar a las diez de la mañana del 8 de octubre de ese año.

El gobernador del Guayas, señor Francisco Ochoa Ortiz, y las autoridades civiles, religiosas y militares recibieron a las delegaciones consulares. Una vez izadas las banderas de Ecuador, Guayaquil, Estados Unidos, Italia, China y Suiza, en torno a la fuente luminosa, tomó la palabra el cónsul de los Estados Unidos, e hizo formal entrega de las fuentes y esculturas destinadas a adornarlo.

En lo posterior, hasta su terminación, las diversas agrupaciones de extranjeros que habían quedado relegados en su intervención, acogieron con agradecimiento el pedido de cooperación con lo cual, paulatinamente, la fuentes se complementaron con motivos alusivos a la naturaleza y a la fauna del litoral, etc.

Entre las más hermosas obras del Paseo de las Colonias, se hallaba el monumento a los huancavilcas. Al cual, la imaginación popular lo vinculó a la leyenda romántica e irreal de Guayas y Quil. La ejecución de este conjunto escultórico fue encargada, por la Junta Patriótica de

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desaparecido totalmente. Guayaquil tiene ya su puerta decente de entrada”231.

La ciudad, en forma acelerada adquiría una apariencia distinta. Los servicios de canalización, pavimentación, energía eléctrica, parques, etc., formaban parte de la estrategia urbana por superar sus malas condiciones higiénicas, que si bien había desaparecido la fiebre amarilla, continuaba siendo azotada por la peste bubónica, tifus, malaria, etc.

Es por esta época que renace y cobra fuerza la centenaria aspiración guayaquileña de extender el malecón a lo largo de la ribera, desde la Aduana hasta la Avda. Olmedo, empeño que se discutió por muchos años, se lo construyó en tramos y en contados lugares cumplió sus fines. Ahora las urgencias de reemplazar los muelles de madera, guardar el orden y seguridad con una policía eficiente para defender la moral especialmente en los lugares de esparcimiento público, eran un imperativo.

Con la renovación de los muelles se proponía acabar con el mal servicio y constante riesgo que presentaba la vieja madera de su estructura. La falta del muro hasta la Avda. Olmedo, era otro problema, pues ocasionaba un gran congestionamiento del tráfico de mercaderías en general, que se transportaban hasta la Aduana, agravado por la estrechez de la calle Villamil. Barrio de escasos servicios y casas muy viejas, que por esa época se pensaba someter a una racional urbanización.

231 AHM. Informe del Prefecto Municipal al M. I. Concejo cantonal en 1931.

Los nuevos estudios realizados contemplaban hacia el norte de la estación del ferrocarril, la construcción de tres muelles de hormigón con flotadores de acero destinados a cubrir las necesidades del comercio de exportación. Y los del sur, para recibir el tráfico fluvial y las embarcaciones de cabotaje.

Desde la calle 10 de Agosto al Conchero por las condiciones de profundidad y fuerza de la corriente, sus pontones debían anclarse al muro. Pero este aún no se había siquiera iniciado, en consecuencia no podía construirse los citados muelles. Por esa época también se consideró la prolongación del malecón “circunvalando el barrio de Las Peñas y concluir a la altura de la fábrica de cervezas”232.

En el informe del Prefecto Municipal de 1932, figuran las provisiones para el año venidero, en lo referente a la construcción de los muelles y del muro consta lo siguiente:

“La construcción de los muelles municipales es una necesidad urgente tanto por el ornato, cuanto por la comodidad que prestarían a la faena de embarque y desembarque. Así como por las ventajas que en lo económico reportaría a la Municipalidad. Esta es una obra verdaderamente reproductiva, y si os decidierais abordarla desde los comienzos del año, es posible que el nuevo Concejo pudiera inaugurarla antes de terminar su gestión administrativa (…) La continuación del muro del Malecón, desde la calle 10 de Agosto hasta su terminación hacia el sur, está valorizada por la Oficina de Obras Públicas, en caso de hacerla administrativamente, en la suma de doscientos quince mil sucres”233.

232 Ibídem.233 AHM. Informe del Prefecto Municipal al M. I. Concejo Cantonal en 1932.

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Una de las más acuciantes preocupaciones de la administración municipal, era buscar nuevas fuentes generadoras de ingresos, pues, las exigencias del progreso de la ciudad demandaba cada vez mayores y mejores servicios públicos que a su vez requerían ingentes sumas de dinero: como escuelas (la educación entonces era Municipal), higiene, pavimentación, mantenimiento de calles y su limpieza, control en la distribución de alimentos, agua potable, alumbrado público, etc. El Cabildo estaba urgido de satisfacer la demanda de mejoras que exigía progreso de la ciudad.

Entre los años 1924 y 1933, los ingresos municipales no rebasaron el promedio de 3’400.000 sucres anuales, en que por largo tiempo se hallaban estancados. Siendo los más bajos de toda la década 1932 y 1933, pues disminuyeron en forma alarmante, el primero a 3’060.000 y el segundo a 3’100.000. Mientras tanto los egresos se habían incrementado notablemente.

Es evidente, que si la ciudad crecía, y no aumentaban sus rentas, era porque había alguna falla administrativa, como por ejemplo, la falta del justo incremento de los impuestos a la propiedad urbana o porque no había un sistema eficiente para cobrarlos.

Consecuentemente, la tan esperada ampliación de los espacios ribereños, poco a poco se convertía en inalcanzable; “pese a todos los empeños, no ha sido posible aun obtener algo concreto que haga viable, de manera inmediata, la terminación del Muro del Malecón

y la construcción de los muelles municipales. Y es que la realización de tan importante mejora, tiene diversos aspectos a considerar que la hacen asaz compleja. Con todo, los estudios previos, se hallan avanzados unos, terminados otros (…) En Concejo Cantonal no debe dejar de mano este importantísimo asunto; hay que procurar emprender en esta obra a la brevedad posible, y como los recursos ordinarios de la Municipalidad no permiten pensar en inversión de esta magnitud, lo aconsejable sería aprovechar la autorización legislativa que existe vigente, para contratar un empréstito con este fin i financiar la obra, aprovechando del buen pie en que hemos logrado colocar el crédito municipal”234.

En 1934 la obra del muro y los muelles, pese a que los estudios estaban concluidos unos y parcialmente otros, y a los dedicados empeños del Cabildo, no se pudo generar los medios para su inmediata ejecución. Al punto que, los festejos por el IV centenario de la fundación de la ciudad (cuando se tenía por cierto que fue fundada en 1537), que su realización había sido prevista cumplirse en la orilla, fueron suspendidos.

El financiamiento de la obra fue estudiado por el tesorero municipal y el concejal comisionado de finanzas pero no tenía la sustentación financiera. La parte técnica constructiva aprobada por el Concejo, contemplaba dos modalidades: un tablestacado de acero Larsen, con un

234 AHM. Informe del presidente del Concejo, Dr. Antonio Pons. Hasta el 31 de agosto de 1934.

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costo de 3.804.650, y, de 2.878.400 sucres en el caso que éste fuera de concreto armado235.

A lo largo de la investigación, se evidencia como una constante, el entusiasmo ciudadano y municipal por dotar a Guayaquil de su malecón habilitado con muelles de cemento. Pero los recursos Municipales eran tan exiguos que resultaba imposible pensar siquiera en la posibilidad de su ejecución.

Por tal razón, “lo aconsejable sería aprovechar la autorización legislativa que sigue vigente para contratar un empréstito con el fin de financiar la obra aprovechando del buen pie en que hemos logrado colocar al crédito municipal”236.

En 1935 el hemiciclo de la Rotonda permanecía sin la esculturas conmemorativas a San Martín y Bolívar. Para tal efecto, el Concejo Cantonal recibió varias propuestas, y finalmente, la obra fue adjudicada al escultor español José Antonio Homs, quien también había ganado el concurso para ejecutar los conjuntos escultóricos del pórtico norte de la Plaza del Centenario.

El diseño arquitectónico del monumento y su concepción general sería encargado al escultor Juan Rovira. Don Luis Vernaza, quien presidía el Concejo, dirigió una carta a Homs que se hallaba en Barcelona, fechada el 20 de julio en la cual le hacía justas observaciones al grupo escultórico

235 AHM. Informe del año 1934 al Concejo, pp. 17-18.236 AHM. Informe del presidente del Concejo, Dr. Carlos A. Arroyo del Río, correspondiente al periodo de 1934, pp. 17-18.

de Bolívar y San Martín pues consideró “que los bocetos para el monumento son de mérito, pero muy inferiores al proyecto cuya maqueta reposa en la Dirección de Obras Públicas, por lo cual opina, que se remita al escultor Homs, una fotografía de dicho proyecto, para que con estudio de la misma, remita todo boceto del monumento que satisfaga más”237.

Un año más tarde del primer proyecto al monumento de la entrevista de Guayaquil, la Comisión de Obras Públicas Municipales, retomó el asunto y en su informe al Concejo “estima que el nuevo proyecto que presenta el escultor José A. Homs para el monumento de Bolívar y San Martín, reúne las características que requiere la estética y el arte, opinando en consecuencia que la H. Corporación lo puede aceptar”238.

Finalmente, allanadas las diferencias los bronces fueron modelados y vaciados en la ciudad de Barcelona, no así los altorrelieves de las placas que se fundieron en el taller Beneducce y Marinelli en la ciudad de Florencia. El 25 de julio de 1937, llegó a Guayaquil el escultor Homs y pocos meses más tarde, en el vapor holandés Bos COP, arribaron las estatuas239.

Al aproximarse la estación lluviosa, el Concejo estaba muy preocupado por acelerar la recepción del grupo escultórico de los libertadores, pues los bultos en que este

237 AHM. Acta de la sesión ordinaria del Concejo celebrada el 20 de noviembre de 1936.238 AHM. Informe del 27 de febrero de 1937. 239 Diario El Telégrafo, del 26 de noviembre de 1937.

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se hallaba y los que contenían otros de sus componentes se encontraban desmontados a la intemperie. Y un año más en tales condiciones “seguramente sufrirán mayor deterioro las estatuas y materiales destinados a la Rotonda, y tomando en cuenta que la terminación de esta obra es una de las aspiraciones de Guayaquil, se haga la gestión concreta ante el Gobierno para la entrega de dichos materiales a este Municipio, a fin de que proceda cuanto antes a la terminación de tan importante obra, para lo cual se fijará la suma necesaria en el presupuesto próximo”240.

Finalmente, en mayo de 1938, luego de estar tanto tiempo expuestas a nivel del piso, las imágenes fueron montadas en su pedestal. Toda la obra de mármol, desde las columnatas, los escudos de los países y el pedestal de los próceres americanos, fueron ejecutados por el escultor español Juan Rovira.

Al norte de la ciudad desde La Planchada hacia el sur, donde actualmente se hallan el restaurante “La Proa” y Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC), como parte del proyecto del malecón norte, se maduraba un gran proyecto.

“En 1935, el Gobierno firma un contrato con la Sociedad Técnica Fénix para la construcción del muelle de la Aduana. Para esta obra el Gobierno cuenta con un millón de sucres y el plazo para la conclusión de los trabajos es de 2 años. El 13 de abril de 1935 se dio inicio a la obra”241.

240 ACCG. sesión ordinaria del 30 de noviembre de 1937.241 Julio Estrada Ycaza, Guía Histórica de Guayaquil, Tomo 2, p. 10, Guayaquil, Poligráfica, 1996.

En el proceso inicial se suscitó una controversia entre la Sociedad Técnica Fénix y la Dirección de Obras Públicas Municipales sobre sus especificaciones técnicas. Para zanjar la dificultad el Concejo solicitó al Ministerio de Obras Públicas y Municipalidades el envío de dos técnicos que debían trabajar juntamente con dos profesionales locales y los ingenieros municipales242.

El problema fue superado, y en la sesión ordinaria de Concejo, celebrada el 16 de abril de 1935, se conoció un telegrama del ministro de Obras Públicas, mediante el cual informaba a la Corporación Municipal que el 13 de abril se había celebrado el contrato con la Sociedad Técnica Fénix para la construcción del muelle de la Aduana.

En el mismo documento consta que el contrato para la construcción del cuartel de Policía Nacional sería firmado por él a su llegada a esta ciudad. Con este motivo el ministro expresó que “son sus más vivos deseos el que su paso por esa Cartera, contribuya al engrandecimiento y progreso de Guayaquil”243.

Mientras se cumplía el proceso de construcción del muelle de aduana, llegó una comunicación en la que el Ministerio de Obras Públicas, disponía que la Municipalidad cediese a la Sociedad Técnica Fénix una cantera de su propiedad para obtener material de relleno para la construcción indicada, al igual que el destinado a la construcción del colegio Vicente Rocafuerte. Sin embargo, por lo insólito

242 AHM. ID. 309. S. Inaugural, folios 038-040ª. 13 de marzo de 1935.243 AHM. ID. S. OR., folio 419-419b, 16 de abril de 1935.

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del pedido y porque ésta era la única mina de cascajo en explotación por parte del Municipio, y pese a que las canteras estaban en la posesión del Gobierno se resolvió denegar el pedido de cederla pero se autorizó una explotación simultánea y compartida244.

A partir de 1937 en que concluyó la obra, la Aduana y sus instalaciones entraron en servicio. Quienes por esa época vivíamos en Las Peñas, a la orilla del río, día y noche nos acompañaba el ronroneo de las grúas eléctricas de pórtico que prestaban el servicio de carga y descarga al movimiento comercial de importación y exportación de la ciudad.

Una vez más, en una gestión que parecía no tener fin, el Municipio convocó una nueva licitación, en la cual también participó La Fénix, para construir los muelles del servicio fluvial. Aquellos que por entonces existían, que habían sido adquiridos a terceros por la Corporación en busca de rentas, mayoritariamente estaban arrendados en sumas irrisorias (100 a 120 sucres mensuales), que era motivo de constantes observaciones y propuestas de enmienda por parte de los concejales.

Esta deficiente administración fue motivo de un serio cuestionamiento a la construcción de nuevos muelles, pues si se mantenía tal política ni siquiera podía pensarse en un plazo de amortización de la inversión.

Una comisión especial fue designada para estudiar las propuestas presentadas dentro de la licitación convocada

244 AHM. ID. # 310, 1935, S. RX., 14 de mayo de 1935.

para fabricar los muelles, en cuyo informe expresa la imposibilidad de justificar u objetar las observaciones hechas por la Sociedad Técnica Fénix245, sobre las especificaciones técnicas exigidas por el Municipio.

Por esta razón, la comisión sugirió declararla desierta y convocar una nueva a un plazo mayor a los 30 días originales, para dar lugar a propuestas y competencia de compañías extranjeras. Este informe fue aprobado por unanimidad, y se dispuso la elaboración de nuevas especificaciones y bases para una nueva licitación246.

Estas fueron elaboradas por los ingenieros Juan Schotel, Arnaldo Ruffilli e Ignacio Granja Saona y consideradas como imprescindibles para elaborar las precisiones que debían constar en la nueva licitación, cuyas bases fueron publicadas en los diarios El Telégrafo y El Universo de esta ciudad247.

Para analizar y calificar las nuevas ofertas, el Concejo designó una nueva comisión técnica compuesta por los ingenieros Enrico Cansini, Roberto Espíndola e Ignacio Granja Saona, director de Obras Públicas Municipales248.

245 La Sociedad Técnica Fénix, era la única empresa constructora guayaquileña que entonces existía como tal, y competía con ventaja sobre los ingenieros particulares que participaban a título personal, de allí su permanente presencia en las licitaciones. Se inició como una empresa de mucho prestigio, a la cual se debe muchas edificaciones en la ciudad. Sus fundadores fueron Luis Orrantia Cornejo y los ingenieros Alfredo Tinajero Albornoz y José Antonio Gómez Gault, quien desde 1930 se separó por diferencias de criterio técnico en la construcción de sus primeras obras. Años más tarde se retiró Luis Orrantia y la compañía desapareció.246 AHM. ID. 311, pp. 769-769b, 13 de agosto de 1935.247 AHM. ID. 311, pp. 1088-1091, 30 de agosto de 1935, y AHM. ID. # 312, pp. 113b a 114b, 10 de septiembre de 1935.248 AHM. ID. # 312, pp. 687-687b. De octubre 15 de 1935.

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Mas, por haber un solo proponente fue nuevamente declarada desierta.

En sesión del 21 de agosto de 1928 el Concejo Municipal había cedido al Gobierno Central el solar y edificio situado en la calle Sargento Vargas (donde se halla el Club de la Unión)249, pues, se proponía construir en ese espacio el nuevo muelle de aduana.

Como este proyecto no se concretó, el incumplimiento por parte del Estado se hizo evidente, y a finales de 1935 el Cabildo resolvió exigir la desocupación y entrega del mencionado terreno de su propiedad.

Por entonces, el Mercado Sur se hallaba totalmente abarrotado por la demanda de víveres de una ciudad en pleno crecimiento poblacional. Con tal motivo la Corporación se propuso construir en este solar una gran ampliación del mercado utilizando las bases de hormigón que el Gobierno había construido para el proyectado muelle de aduana. Reclamo que fue atendido favorablemente por el ministro de Obras Públicas y Municipalidades250 (como veremos más adelante, este solar pasó a poder del Club de la Unión donde levantó su sede social).

249 Por decreto legislativo, publicado en el Registro Oficial Nº 306 del 18 de febrero de 1907, el Concejo de Guayaquil, quedó facultado para continuar con el muro del malecón “para que pueda donar al Club de la Unión una extensión de aquel terreno”. En la sesión de Concejo del 16 de octubre de 1935 haciendo uso de la autorización expedida por la Legislatura Nacional, el 7 de febrero de 1907, y, sancionada el 14 del mismo mes y año, concedió al Club de la Unión la donación de un terreno con una superficie de 888 metros, situado a la orilla del río frente a la calle Villamil en su intersección con la avenida Olmedo.250 AHM. ID. # 315, pp. 814 – 815ª, 16 de agosto de 1935, y AHM. ID. 312, p. 231, 20 de septiembre de 1935.

A fin de disponer del espacio necesario para la prolongación del malecón hacia el sur de la ciudad, el Municipio intentó la expropiación de un solar de propiedad de Antonio Dávila Zavala, que por estar situado a la orilla del Conchero, se interponía en el camino de la obra. El señor Dávila era hueso duro de roer, y nunca aceptó el avalúo que la Corporación estableció para el traspaso del dominio. Mas, como la vida indefectiblemente tiene un final, al mencionado caballero le tocó el turno de abandonarla.

Ante su deceso, los sucesores, que seguramente tenían suficiente sentido común para entender que no era posible impedir el desarrollo de la ciudad, convinieron en la expropiación del predio por la suma de 41.997 sucres que correspondía al avalúo municipal. El pago de tal suma se hizo con la entrega de 15.000 al firmar la escritura y nueve pagarés de 2.550 cada uno, con vencimientos mensuales a partir del 30 de enero de 1936, con el interés legal de 6%251.

Mientras esto ocurría, estaba en marcha un extenso proyecto de pavimentación, canalización y saneamiento, que comprendía toda la ciudad. Hasta el año citado se habían pavimentado numerosas calles, con sus correspondientes colectores de aguas negras y lluvias.

Entre las que tenían mejores condiciones estaba la avenida del malecón, pues tanto los drenajes como la iluminación cumplían a cabalidad sus funciones y como segunda en importancia saltaba a la vista su progreso y seguridad

251 AHM. ID. 312, pp. 235b – 236, 20 de septiembre de 1935.

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(para entonces la Avda. Nueve de Octubre ya era la vía principal). Recordemos que en toda su extensión se movía el intenso comercio tanto de los productos de exportación de la cuenca del Guayas, como la importación destinada a todo el país. Y pese a los efectos palpables que había dejado la revolución juliana (26 de julio de 1925) destructora de sus instituciones bancarias y finanzas privadas, Guayaquil aún dominaba la economía nacional y lo continuó haciendo hasta el advenimiento de la exportación petrolera.

Pese a la buena apariencia que las inversiones de la ciudad proporcionaron al malecón, habían muchos soportales que permanecían sin pavimento. Como el Municipio no tenía argumentos posibles para justificar su falla, se vio precisado, por falta de fondos, a recurrir a los propietarios para solucionar el problema definitivamente.

Para comprender mejor esto, que podríamos llamar descuido, debemos notar que el soportal era parte del solar de cada propiedad, pero como estaba destinado al servicio público, el dueño contaba con que el Municipio se haría cargo de la inversión, y este a su vez, tenía la expectativa que cada propietario se preocupase de hacerlo.

De esta forma, los años transcurrieron y muchos soportales eran una verdadera calamidad. Para terminar con el problema el Cabildo planteó una solución salomónica y comunicó a los propietarios que la obra sería ejecutada por la Corporación, por lo cual cada uno asumiría el 50% de su valor.

Aceptada la propuesta por el vecindario, la Municipalidad convocó a concurso de precios y finalmente se ejecutaron los trabajos a todo lo largo de la gran avenida de la orilla252.

252 AHM. ID. # 314, pp. 04 – 04b. 3 de diciembre de 1935.

Al acercarse el fin del año 1935 mediante un acuerdo dictado por el Concejo, se solicitó al encargado del Mando Supremo, Federico Páez, que como abono a la deuda que el Gobierno mantenía con la Municipalidad, que ascendía a la suma de 2.290.000 sucres, se destinase una suma para continuar con la construcción del muro del malecón.

En respuesta a este planteamiento, Páez envió un telegrama aceptando la propuesta, a la vez que prometía asignar el valor necesario para ejecutar tal obra. “El Gobierno se halla animado de los mejores deseos para dar eficaz realización a las mejoras de Guayaquil, para cuyo objeto se dictarán oportunamente las órdenes del caso”.

Con esta disposición de ánimo tan halagüeña, el Consejo se animó a proponer entregas mensuales de 30.000 destinadas al malecón, cuya respuesta quedó condicionada a la visita que el mandatario se proponía hacer a la ciudad. Páez decidió que previamente el Concejo debía convocar a una licitación sobre la base de la oferta de la Compañía Italiana de Construcciones, y en el ínterin el Gobierno estudiaría la propuesta su para el pago de la deuda, que supuestamente proporcionaría los fondos necesarios para cumplir con ese compromiso.

En su visita a la ciudad, el Jefe Supremo, que se dice era hombre simpático y aficionado a perder el tiempo contando chistes, propuso que el Cabildo debía tomar por

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su cuenta los trabajos licitados, pero que estaba dispuesto a dar su total apoyo a la Exposición Internacional que se realizaría en octubre de 1937. Por otra parte, manifestó el mandatario “que le parecía más conveniente por el momento, que el Saneamiento de Guayaquil se dedicara a la canalización y pavimentación de las calles de la ciudad que todavía no cuentan con ese servicio”.

El Mandatario no dejaba de tener razón, pues el muro era menos necesario que la canalización y pavimentación de la ciudad. Sin embargo, entre chistes y cachos, se salió por la tangente y decidió que mientras no se concluyera con estas urgencias el Estado no podía atender la construcción del muro Malecón. Para dorar la píldora, ofreció considerar la propuesta del pago de la deuda mediante abonos de 30.000 sucres mensuales, y tan pronto llegase a Quito podría dar una respuesta definitiva253. Por supuesto que llegó a la capital, y nada más continuó siendo el centro jocoso de sus amigos.

A todo esto, la Compañía Italiana de Construcciones había presentado una propuesta para la construcción del muro y muelles municipales, al tiempo que, con tales miras, el 8 de enero de 1936 el Concejo discutía y aprobaba la ordenanza de “Construcciones del muro del Malecón y Municipalización de sus muelles”. En la cual consideraba que su aspecto no se compadecía con la buena apariencia de las calles y la ciudad en general, por lo cual se hacía imprescindible modernizarlos para equipararlos a esta y contribuir a la higiene citadina.

253 AHM. ID. # 314, pp. 412b – 413, 26 de diciembre de 1935.

Para tal efecto, se ordenó la construcción del tramo hacia el norte a partir de la estación del ferrocarril hasta el muro de la aduana (Loja) y hacia el sur, desde la torre morisca hasta el callejón Franco. Además, disponía la construcción de siete muelles de hormigón armado y mampostería; tres al norte y cuatro al sur de la avenida Nueve de Octubre.

Los fondos que el Municipio disponía para su ejecución, provenía de la suma de 360.000 sucres fijados en el presupuesto de 1936, más el producto de la explotación de muelles y los impuestos de 10 centavos por quintal sobre toda mercadería, y 15 centavos a los productos que ingresaban con destino a los diferentes mercados de la ciudad.

También se consideraba como generadores de recursos, el muellaje de un sucre mensual por cada tonelada de registro que debían pagar las embarcaciones a motor, y de un sucre diario los veleros que hacían el tráfico de cabotaje. El arrendamiento de los muelles se extendía también a las canoas de piezas que pagarían dos sucres, 30 centavos las de montaña y otras similares, y finalmente los armadores a quienes se fijaba una tasa de 20 centavos por pasajero254.

La comisión técnica creada para analizar las propuestas recomendó al Cabildo que la presentada por la Compañía Italiana de Construcciones, era la más conveniente bajo el punto de vista técnico; sin embargo, consideraba necesario para efectos de la ejecución de la obra que se acogiesen a las indicaciones de la comisión detalladas en el informe, que, entre otros, decía los siguiente: “siempre

254 AHM. ID. # 315, pp. 132-137, 9 de enero de 1936.

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que en el extremo Norte de la obra se vaya adecuando ésta y coordinándola con la del Muelle Fiscal; y siempre también que en el extremo Sur se atienda su desarrollo con vista a las ulteriores transformaciones que se efectuarán, desde el Conchero hasta la Frigorífica”255.

El 17 de enero de 1937 el Concejo comunicó a la compañía el contenido del informe de la comisión técnica. La respuesta no se hizo esperar, dejando en claro que la compañía no resolvería nada hasta no aclarar con la comisión técnica las importantes observaciones hechas a la propuesta.

La grave situación económica del país, ese año se había reflejado dramáticamente en las finanzas municipales. El primer resultado fue, que el público inversionista suspendió la compra de los atractivos bonos municipales de Guayaquil, cuyo servicio funcionaba mediante el fideicomiso del Banco de Descuento.

Por ello, a la Corporación no le quedaban más que tres caminos: el primero, impracticable, pues consistía en reducir los gastos generales, y suspender los servicios y obras públicas. El segundo, el más viable, que planteaba el aumento de las rentas municipales mediante impuestos indirectos solo a las clases más favorecidas. Pero, para ello era necesaria la autorización del gobierno dictatorial del general Alberto Enríquez Gallo. Y el tercero: risible, pues, consistía en obtener el pago de más de cuatro millones de sucres que el Gobierno adeudaba a la Municipalidad.

255 AHM. ID, # 315, pp. 193-193b, 16 de enero de 1936.

Al hacer la formulación del presupuesto para 1938, apareció la realidad de la considerable baja de los ingresos por “fondos comunes”. Pues, la producción de cacao había disminuido de tal forma que afectaba en un 30% a tales rentas.

Este hecho, más la sensible disminución del crédito a particulares, que redujo las transacciones de bienes raíces, afectando drásticamente la renta producto del impuesto de Alcabala y Registro. A esto debemos añadir, que ciertos gravámenes que el Municipio cobraba directamente, como los establecidos al aguardiente y tabaco, habían sido centralizados y transferidos por la Contraloría General al Estado. Centralismo que es igual a lenidad y lentitud burocrática que equivalen a tarde, mal y nunca.

A esta grave situación, se agregaba la devaluación sufrida por el sucre, que en pocos meses había pasado de 10,40 a 14,50 sucres por dollar, obligando a un mayor desembolso en los servicios públicos que comprometían a la Institución. Y por añadidura, la limitación impuesta por ley a los bancos, entre ellos al fideicomisario Banco de Descuento, que no podía otorgar créditos más allá del 10% del capital. Lo cual no solo obligaba a la Corporación a pagar sus obligaciones antes de lo previsto, sino que la emisión de bonos, que había favorecido tanto al desarrollo de la ciudad, se vería muy limitada.

Para afrontar la crisis, que maniataba al Municipio en el cumplimiento de sus funciones y obligaciones, la comisión de finanzas sugirió plantear al Supremo Gobierno la

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creación de los siguientes impuestos: “15 y 10 centavos respectivamente por cada botella y media botella de cerveza que se fabrique en la ciudad de Guayaquil; 1% a la instituciones bancarias de Guayaquil sobre el monto de sus préstamos con pagarés; dos sucres por cada tonelada de petróleo que se produzca, con destino exclusivo para la construcción del carretero Guayaquil-Salinas; 0,20 centavos por cada racimo de guineo que se exporte por el puerto de Guayaquil; aumento del 8 al 10% por concepto de Impuesto Predial Urbano a las propiedades que valgan más de 400.000 sucres en adelante”256.

Pero volvamos al empeño guayaquileño por concluir totalmente la obra del tan ansiado malecón. En 1931, se había construido por administración directa del Cabildo y ejecutado por la Junta de Mejoras y Obras Públicas de Guayaquil, una sección de doscientos noventa metros lineales a continuación del sector comprendido entre las calles V. M. Rendón e Illingworth.

Este proyecto debió cumplirse en los años subsiguientes, pero solo se trabajó ese año. Y quedó paralizada la obra por diversas razones. Mediante Ordenanza Municipal promulgada entre los días 22 y 24 de febrero de 1933, se propuso iniciar “la construcción del Muro del Malecón, hacia el Norte a partir de la Estación del Ferrocarril, hasta el muro de la Aduana i hacia el Sur, desde la Torre del Reloj Público hasta la prolongación de la calle General Franco”257.

256 AHM. Informe del presidente del Concejo al finalizar 1937. foja 9, Obras Públicas. pp. 10-11. Foja 13, 17, pp. 20-24.257 AHM: Ordenanzas Municipales: 1930-1932; 1935-1936. Sesión del 9 de enero de 1936. ID. 352. p. 007.

El 8 de enero de 1934, fue aprobado el presupuesto para la obra total. La cual consistía del tramo norte del Malecón, con una longitud de 776 metros, comprendidos entre el muelle del ferrocarril y la aduana. Y el tramo sur, con 459 metros, situado entre las calles 10 de Agosto y General Franco. Recordemos que para entonces ya estaba construido desde Junín hasta 10 de Agosto.

El presupuesto total del proyecto alcanzó la suma de 2’504.500 sucres258, el cual incluía la construcción de nueve muelles de cemento armado, mampostería, y acero en el tramo norte, y tres en el sur, ubicados desde la calle Sucre a General Franco. Sin embargo, no se ejecutó ninguno de los trabajos mencionados.

También el 11 de enero de 1935 se aprobó un nuevo presupuesto y se designó una comisión para la elaboración de las bases para la licitación, la cual creyó conveniente “conceder las más altas garantías a los licitadores para estimularlos en la presentación de sus propuestas”259.

El 24 de enero de 1935, se aprobaron las nuevas especificaciones técnicas basadas en la memoria presentada por la Dirección de Obras Públicas el 28 de junio de 1934 y formaron parte de la licitación autorizada el 19 de enero de 1935 cuyo plazo terminaba el 19 de febrero de ese año. Que comprendía la construcción de las dos secciones del nuevo muro, la del norte “principiará desde la continuación del muro que construyó la Compañía J. G. White & Co., y

258 AHM. ID, 308: p. 135. 259 AHM. ID. 308: p. 506.

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que sirve actualmente de Muelle Fiscal, hasta unirlo con la parte norte del muro del Paseo de las Colonias, en la prolongación de la calle Bolívar, comprendiendo el lugar ocupado por la actual Estación del Ferrocarril”.

La sección sur estaba comprendida desde la prolongación de la acera sur de la calle 10 de Agosto, a continuación del muro que construyó en 1931 la Dirección de Obras Públicas, hasta la sección situada en la prolongación de las calles Gutiérrez y General Franco. En este proyecto se preveía la construcción de doce muelles: 1.- calle Juan Montalvo, 2.- calle Tomás Martínez, 3.- entre Orellana y Tomás Martínez, 4.- calle Imbabura, 5.- Calle Roca, 6.- calle Junín, 7.- calle 10 de Agosto, 8.- calle Sucre, 9.- entre Mejía y Colón, 10.- entre Calderón y Mejía, 11.- calle Calderón, 12.- calle Gutiérrez, y 13.- en el final del muro.

Para su ejecución, la Comisión de OO. PP. MM., el 9 de septiembre de 1935 envió al Concejo las bases para la licitación del muro y muelles260. Cuya convocatoria a concurso se acordó al día siguiente y apareció publicada en la Revista Municipal el 16 de ese mes y año. Pero, por diversas razones nuevamente la obra se vio aplazada.

Como paso complementario a su ornamentación se resolvió invitar al escultor italiano Enrico Pacciani para proyectar un parque en la orilla del río, al inicio de la Avda. Olmedo, cuyo objetivo final era trasladar el monumento del prócer a un lugar más apropiado para su memoria. Previamente, el 30 de agosto de ese año, el concejal comisionado

260 AHM. Nº 312, pp. 123-131.

había presentado el proyecto con la nueva ubicación del monumento y el presupuesto correspondiente261.

A lo largo del malecón, existían numerosos muelles particulares, los cuales habían sido adquiridos en su mayor parte por los exportadores de cacao y propietarios de haciendas durante las épocas de bonanza.

Como el Municipio tenía el proyecto de ampliar el muro y construir los muelles municipales, se vio en la necesidad de comprar tales propiedades a varias personas, entre otras, a la familia Febres-Cordero y María Esther Maruri262. Pero, como ha ocurrido con demasiada frecuencia, el Concejo no pudo cumplir con el programa de pagos, por lo que planteó se le concediese una nueva facilidad263.

A todo esto, el plazo para la licitación abierta había terminado, por lo cual la Comisión Especial para la Construcción del Muro del Malecón, en informe del 12 de agosto de 1935, recomendó convocar a un nuevo concurso para “que entrasen en competencia, aún Compañías extranjeras, que no pudieron hacerlo por la estrechez del plazo señalado”264, pero una vez más fue declarado desierto.

Sin embargo, “la constancia vence lo que la dicha no alcanza” y por tercera vez se resolvió invitar nuevos proponentes concediendo “un plazo mayor e introduciendo en las especificaciones técnicas las modificaciones que se

261 AHM. Nº 312, p. 0195.262 AHM. ID. 308: p. 692. 263 AHM. ID. 311: pp. 622-624. 264 AHM. ID. 311; pp. 789.

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crean necesarias”265. Cumplido el término, solo hubo un proponente; la Compañía Italiana de Construcciones, sin embargo, se abrió el sobre y se procedió a su examen. Ésta ofrecía ajustarse a las reglas internacionales vigentes para el tipo de obras en consideración, que recomendaba el uso de tablestacados de acero inoxidable; muelles de hormigón armado montados sobre pontones del mismo material. Jardineras, aceras, bordillos, etc., todo considerado dentro un monto de 4’275.400 sucres.

Pero, por tratarse de calificar a un solo proponente que, además, ofrecía una construcción en acero inoxidable, seguramente sembró dudas entre los concejales y decidieron pasarlo a consulta a la comisión técnica compuesta por los ingenieros Enrico Cassine, Roberto Espíndola e Ignacio Granja Saona266.

Para cumplir con tantos proyectos no muy sencillos de resolver que se deseaba emprender, había una permanente preocupación municipal, por planificar, o por lo menos imaginar una visión general hacia un gran conjunto de la ciudad del futuro.

En esa línea, la sesión de Concejo celebrada el 30 de septiembre de 1935, se conoció y resolvió favorablemente la solicitud planteada por el Club de la Unión, en la que “haciendo uso de la autorización expedida por la Legislatura Nacional, el 7 de febrero de 1907, y, sancionada el 14 del mismo mes y año, le conceda la

265 AHM. ID. 311: pp. 766-769. 266 AHM. Nº 312, Sesión de Concejo del 16 de octubre de 1935, pp. 737-738.

donación de un terreno con una superficie de 888 metros, situado a la orilla del río frente a la calle Villamil en su intersección con la avenida Olmedo”267.

La M. I. Municipalidad de Guayaquil, considerando que la construcción de la sede social del más importante club de la ciudad, embellecería ese sector de la orilla, aprobó lo solicitado. En el mismo documento consta una resolución similar favorable al Guayaquil Yacht Club. Desde entonces las sedes de ambas instituciones sociales continúan ocupando el espacio que es ya tradicional.

En noviembre de 1935, se planteó al Concejo un proyecto de resolución que, por segunda vez, propendía a otorgar un nombre a la avenida del malecón. La propuesta consistía en nominarlo “Paseo de los Próceres”. Sugestión, a la cual, en forma inmediata le salieron al paso varios concejales opositores argumentando que: “el nombre de Malecón de Guayaquil, es clásico, viene conservándose desde el tiempo de nuestros mayores y así debe conservarse”268.

Sin embargo, en 1936 se aprobó la ordenanza que lo denominaba como avenida Simón Bolívar, desde la plaza Colón hasta la avenida Olmedo. Simultáneamente se designó con el nombre de Víctor Manuel Rendón a la antigua calle Bolívar269.

Esta memoria, sobre tal resolución Municipal, deja en claro que es la avenida del malecón la que recibió el

267 AHM. Nº 312, P. 0329.268 AHM. Nº 313, sesión del 12 de noviembre de 1935, p. O115.269 AHM. ID. # 321, pp. 0476 y 078 – 079. 7 de agosto de 1936.

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nombre del Libertador. Y que, el “Malecón de Guayaquil”, hasta la actualidad mantiene su histórica identificación, y de ninguna manera la de “Malecón 2000”. Esta es la razón social de la fundación que se formó para estudiar, construir y administrar sus actuales instalaciones.

En sesión de Concejo celebrada el 20 de febrero de 1936, fue retomado en tema de su construcción, y se dispuso la lectura de la ordenanza del 19 de enero de ese año “que ha estado archivada entre los papeles del Concejo, sobre la construcción del Muro del Malecón i Municipalización de sus muelles”. La cual había sido aprobada en dos discusiones y para insertarle unas reformas sugeridas por el concejal comisionado de Obras Públicas, el presidente planteó darle una tercera discusión270.

Este era un cuento de nunca acabar, pues cuando parecía estar listo el Municipio para iniciar la construcción de los tramos de muro que aun faltaban de levantar, surgía algún imprevisto. Pese a que, una tras otra, distintas administraciones demostraron su preocupación por llevar adelante las expropiaciones necesarias para avanzar la construcción de muelles. La falta de recursos las llevaba indefectiblemente a asumir actitudes contrapuestas: unas veces se autorizaba a sus propietarios a hacer reparaciones, y otras se discutía su expropiación271.

El 15 de octubre de 1936 la Comisión de OO. PP. Municipales, recibió la orden del presidente del Concejo,

270 AHM. ID. 316, pp. 625-626.271 AHM. ID. 315; pp. 105-108.

de elaborar las bases para licitar la construcción de la sección sur, la cual se aspiraba llevar a cabo por administración directa del Cabildo. Mas, el concejal comisionado, con muy buen criterio hizo una serie de observaciones, como aquella que hacía notar que al estar en ejecución la obra del muelle de Aduana al norte de la ciudad (explanada del MAAC), podría influenciar desfavorablemente en el proyecto del sur. Pues la profundidad del canal y velocidad de la corriente, en el sector de El Conchero obligaba a realizar un estudio técnico más profundo y completo, pues la estructura debía responder a condiciones muy adversas.

Por esta razón, la comisión recomendó que, antes de tomar decisión alguna, debía ajecutarse sondeos y estudios técnicos a fin de “conocer de una manera científica, la clase de estructura que convendría ser empleada para esta sección del Muro, ya que la aspiración de Guayaquil será tener un verdadero y moderno Muro del Malecón, en el cual se puedan acoderar las numerosas embarcaciones fluviales y costaneras que llegan al puerto, a la vez alejar el feo aspecto que presenta en la actualidad una playa de fango, llena de residuos y desperdicios que aparecen en las bajas mareas”272.

Para el efecto, por recomendación del director técnico de Obras Públicas Municipales se inició un trámite para pedir cotizaciones a la firma Jones, Burton & Co.

272 AHM. Nº 323. Oficio Comisión OO. PP. MM., formulación bases licitación construcción muro, sección sur (desde torre del reloj hasta Avda. Olmedo). Pp. 0233-0235.

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Ltd., de Liverpool, por una perforadora que permita la investigación del suelo hasta 100 pies de profundidad273. Finalmente, mediante el oficio Nº 167 del 16 octubre de 1936, la comisión se ratifica recomendando que:

“No se oculta al señor Presidente la urgencia de este pedido, para poder, técnicamente, para determinar la clase de estructura que mejor convendría al Muro del Malecón en el sector indicado, con el conocimiento exacto de la composición geológica del subsuelo”274.

En una de tantas intenciones de iniciar la construcción prevista para el sector comprendido entre las calles 10 de Agosto y Colón, el Municipio dispuso a los arrendatarios la inmediata desocupación de los atracaderos municipales e inició el proceso de expropiación de los particulares. Acto seguido, con carácter urgente, procedió a levantar el cerramiento “que aísle los trabajos del tránsito público”275.

Previo a la formulación de nuevas bases de la licitación tantas veces emprendida convocada, al punto de parecer cansino, el concejal comisionado solicito una discusión y revisión de la forma en que se debía proceder. Pues el muro de la sección norte, vista la construcción del Muelle-Aduana Fiscal, que estaba realizando la Sociedad Técnica Fénix, debía ser modificado.

Esta creencia, carente de conocimientos técnicos por parte del concejal, hacía pensar que “las corrientes del

273 AHM. Nº 323, sesión del 23 de octubre de 1936, p. 0346.274 AHM. Nº 323, p. 0371.275 AHM. Nº 331, Actas de julio de 1937, oficio del director de OO. PP. Municipales al presidente del Concejo, p. 145.

río que arrastran gran cantidad de arena y lodo, vengan a formar un gran banco frente al Muro Municipal en su unión con el Muelle. Por esta circunstancia, el Muro en la sección norte, debe construirse un poco más afuera del sitio señalado en el plano actual”276.

Una preocupación semejante asaltó al Concejo respecto del tramo sur, entre la calle Mejía y Avda. Olmedo. Pero esta se debió a la profundidad del canal entre El Conchero y el Mercado Sur, que obligaba a hacer mayores estudios respecto al suelo y sobre los efectos que causaría la velocidad de la corriente. Finalmente se decidió trasladar el problema a la opinión técnica del departamento para una resolución final.

Luego de tantos intentos fallidos, todos nacidos del hecho que el malecón y sus muelles no guardaban relación con la importancia de la ciudad moderna, el 2 de julio de 1940 resolvió promulgar una ordenanza sustitutiva de la expedida el 9 de enero de 1936.

Nuevamente se dispuso su construcción hacia el norte, partiendo del muelle del ferrocarril hasta la Aduana, y, hacia el sur, desde la calle 10 de Agosto hasta General Franco. Y por enésima vez, arremetía con la expropiación de los muelles particulares. Mas, de los trece muelles proyectados con anterioridad esta vez se hablaba solo de nueve. La construcción en mente se financiaría con el producto del impuesto de Patentes de Comerciantes y la totalidad de la rentabilidad producto de los muelles277.

276 AHM, Nº 323. Actas del 16 de octubre de 1936, pp. 094-095.277 AHM. 359. Actas de julio de 1940, pp. 003-005.

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encaminaban al malecón para recorrerlo de un extremo a otro.

Tras el hemiciclo de La Rotonda había un gran balcón con una larga hilera de bancas que miraba al río. Allí, ocultos de las miradas curiosas se refugiaban los enamorados y pródigos en caricias se empeñaban a fondo en la multiplicación de la especie; muy poco se preocupaban de lo que hacía el vecino ni del ambiente y peor del panorama fluvial.

Los muelles eran un claro exponente de la vida comercial guayaquileña. Lanchas que se acoderaban o zarpaban de los atracaderos particulares y municipales, movilizando de ida y vuelta al montubio que venía a la ciudad para adquirir los bienes necesarios para sus actividades; hacendados solos o con sus familias cuya presencia era requerida en sus propiedades; comerciantes residentes en las poblaciones ribereñas que se aperaban de mercancías en la ciudad; enfermos que eran desembarcados en hamacas, que a manera de camilla se ataba a una caña rolliza y la portaban dos hombres, uno a cada extremo, hasta el hospital Vernaza.

El muelle, conocido como la estación del ferrocarril despachaba y recibía viajeros del interior, estudiantes guayaquileños que cursaban en Quito, familias costeñas que invernaban en el hotel Metropolitano de Riobamba o en la Villa Hilda de Ambato, o las serranas que venían de compras a los almacenes de la ciudad.

El Muelle Fiscal (actual atracadero de la fragata Guayas) recibía los lanchones con mercadería de importación, hasta 1937 que entró en servicio el nuevo muelle e

instalación aduanera (desde La Planchada hacia el sur, donde actualmente se halla el restaurante La Proa, el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo).

El 8 de junio de 1936, la compañía Panagra inició el primer servicio de transportación aérea de pasajeros y correo entre la ciudad de Cristóbal (Panamá) y Guayaquil. Para lo cual utilizó hidroaviones tipo “Baby Clipper Sikorsky S 43”, que acuatizaban en el río sobre la ribera de la isla Santay. Lanchas “fleteras” se acercaban al costado para recoger a los pasajeros.

Estos desembarcaban en el Muelle Fiscal y pasaban por la oficina del Resguardo de Aduana (lugar que ocupa el Yacht Club Naval de la Armada), a fin de cumplir con los requisitos de inmigración y aduaneros. Por esta actividad podemos considerar que este lugar fue el primer terminal aéreo de la ciudad.

Las llamadas “carretillas”, estaban situadas a la salida de los muelles 4 y 5, a la altura de las calles Sucre y Colón. En ellas se bebía el mejor chocolate humeante y fragante de la ciudad, y los apetecibles “sánduches” de queso caliente eran su complemento ideal. A estos emparedados se les llamaba “planchados” por cuanto eran calentados y tostados hasta derretir el queso, precisamente con una plancha eléctrica de las utilizadas para planchar la ropa.

Inicialmente fueron realmente carretillas, de ahí permaneció su nombre, autorizadas en la década de 1940, para servir comidas populares desde el anochecer hasta el amanecer, ubicadas entre las calles Mejía y callejón Franco.

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En la década de 1950, dada la demanda del público, el servicio que prestaban a trabajadores y viajeros, más el pingüe negocio que hacían sus propietarios, el Municipio construyó en cemento una serie de establecimientos abiertos por los cuatro costados, techados y recubiertos de cerámica que les daba un aspecto de limpieza y orden.

Estos espacios conservaron el nombre de “Las carretillas” y fueron la máxima expresión de la democracia guayaquileña. Allí, frente a un mostrador rodeado de banquetas individuales de las 19h00 hasta el amanecer, se congregaba la más variada gama de clases sociales: desde el montubio que esperaba el zarpe de su lancha, al cuadrillero que madrugaba a su trabajo; los músicos de la “lagartera” después de una serenata con sus guitarras al brazo; al bohemio sobreviviente de una noche de tuna; a los intelectuales y periodistas habitúes de “El Búho” o quienes salían “completos” del “Hueco en la Pared”. Más de una vez Camilo José Cela, el connotado literato español, durante un breve paso por Guayaquil disfrutó de ellas en compañía de intelectuales guayaquileños.

Amalgama a la que se sumaban quienes salían de las funciones nocturnas del cine, o damas enjoyadas, y caballeros de postín salidos de una boda, noche de gala, o del Roxy (en Nueve de Octubre y Boyacá, esquina sureste), animado por la orquesta del Almirante Jonas a lo mejor del Morocco o del Cimas.

En fin, era el malecón aún viviente, considerado por más de tres siglos la calle principal y de mayor movimiento de

Guayaquil. Escaparate citadino que durante el día mostraba un ruidoso y constante flujo de viajeros, pregoneros, verduleros, regatones, cuadrilleros, etc., y por la noche a los errantes habitantes de nuestra trasnochadora ciudad.

A partir de 1946, con la construcción de las primeras carreteras, el tráfico fluvial y la consecuente actividad del río empezó a declinar; el puente de la Unidad Nacional terminó con las gabarras y eliminó las lanchas que cruzaban de Durán. Y, finalmente, Puerto Nuevo (1956 y 1958) le dio al puerto del Guayas la estocada final.

Había otro lugar, permanentemente presente en tal escenario, situado exactamente a lado del Reloj Público o Torre Morisca. A su vera, el negocio desafiante de un numeroso clan de contrabandistas hacía de las suyas. Eran tantos los impuestos que gravaban a los productos legalmente importados, que introducir cigarrillos y licores de contrabando era un buen negocio. Esta actividad se nutría del tráfico nocturno de canoas, a la hora en que todos los gatos son pardos y los ratones se pasean se atracaban al costado de los buques.

Con los tripulantes como cómplices descargaban pacas de varias marcas de cigarrillos de tabaco rubio: Phillip Morris, Chesterfield, Lucky Strike, Camel, etc. Cajas de bebidas espirituosas, especialmente Johnny Walker, rojo y negro, Old Parr, White Horse, ron Cartavio, champaña Veuve Clicot, Pommery. Chocolates, medias nylon, ropa interior femenina, etc.

Quienes necesitaban aperarse de estos artículos lo único que tenían que hacer, a vista y paciencia de quienes

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tenían que ver pero que no veían nada, era acercarse con el vehículo frente a la torre y llamar a su conocido “contrabandista honrado” que no vendía licores adulterados, “torpedo”, como se los conocía entonces, y concretar la compra directamente.

Más adelante, una vez “acreditados”, si así los podemos calificar, desde sus casas atendían pedidos a domicilio y hasta daban crédito. Desde ese lugar, y de estas personas nacieron las conocidas, problemáticas y emblemáticas “Bahías” guayaquileñas278.

Por otra parte, una población vivaz, abierta, gastadora y liberal, animaba vida en la avenida Nueve de Octubre, “la cuerda del mono” la llamaban nuestros prójimos interioranos, porque las jovencitas se paseaban por ella de un extremo al otro ante las palomillas de jóvenes que frecuentaban las esquinas, o los salones de “Los Japoneses” (Nueve de Octubre y Córdova), “Fortich” (Nueve de Octubre y Chimborazo), “El Rosado” (Nueve de Octubre y Boyacá), o la “Pila” de la plaza Rocafuerte.

No cabe duda alguna que nuestra ciudad tenía un sello enteramente distinto al de las tranquilas y monacales ciudades del altiplano: en el día un animado mercado

278 El sector de la Torre Morisca tiene, además otras historias: en la ciudad había un hombre de condición humilde que entre los años 1960 y 70 insistía en ser alcalde de la ciudad. Su nombre era Eusebio Macías Suárez, muchos lo recordarán; poseía una bicicleta bastante destartalada y en ella recorría los barrios haciendo proselitismo político. Y más de una vez se detuvo a discursear ante los contrabandistas y bandidos que se reunían al pie de ella. En una ocasión, a la voz de ¡viva Eusebio! Lo cargaron en hombros, y vivándolo lo pasearon por la orilla del malecón para finalmente arrojarlo al agua con todo y bicicleta. Por 1940, un conocido tramposo apodado “patesoña”, vendió la torre del reloj a un incauto y no hace muchos años hizo lo propio el conocido “cuentero de Muisne”.

oriental y durante la noche cálida resultaba corta para todo lo que había que hacer. En los “cabaret” se expresaba la vivacidad y el ritmo del hombre del trópico en su relación con las mariposillas nocturnas, que por gusto las llamaban malas cuando se dice que las había muy buenas.

Pero este espacio conocido como “El Malecón” no solo era el centro de las actividades mencionadas, sino que lo visitaban constantemente cientos de estudiantes llevados expresamente para enterarse de las actividades portuarias, de la aduana, de sus grandes grúas eléctricas y el constante ronroneo de su movimiento.

Para citar un ejemplo de esta participación estudiantil, me referiré al concurso de pintura infantil sobre motivos del río y del malecón, convocado el 12 de octubre de 1969 por la Junta Cívica del Sesquicentenario con motivo de la celebración del centésimo cuarto septuagésimo séptimo aniversario del descubrimiento de América.

“A partir de las nueve de la mañana se ubicaron en el mejor sitio: en los muros del hemiciclo de La Rotonda, sobre las bancas, en las barandas del malecón y hasta en el pavimento, con el fin de desarrollar mejor su cometido. También decenas de personas concurrieron para ver de cerca el singular certamen”279.

Al pasar vista al viejo río y su gran tráfico fluvial, repasar los puntos que hemos señalado, y visitado los monumentos, apreciado las obras de arte y fuentes con que las colonias extranjeras residentes en la ciudad lo adornaron y embellecieron, quienes tuvimos la suerte de disfrutarlos, no podemos menos que rememorarlos gratamente.

279 Diario El Telégrafo, 12 de octubre de 1969.

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Pero, volvamos al proceso histórico de nuestro malecón: el 22 de julio de 1975, se inauguró la nueva iluminación destinada a destacar en forma intermitente y dinámica280 al monumento conmemorativo del encuentro en Guayaquil de los libertadores Bolívar y San Martín, que se halla en el hemiciclo de La Rotonda.

En octubre de ese año, ya se hablaba seriamente sobre su prolongación tanto hacia el sur como al norte. En el proyecto norte había un problema, que se llamaba Escuela Politécnica del Litoral, pues sus programas de trabajo y formación para la construcción naval, gestionaba ante el Municipio la cesión de un área en la orilla que le permitiese desarrollar tales actividades, y mientras esto no se concretase, no era posible proseguir con el proyecto.

Sin embargo, el mayor impedimento para la Espol, era que la falta de una ordenanza que permitiese “funcionar grandes talleres, astilleros y sitios de reparación o trabajo mecánico de gran envergadura”281 y además debía tener la anuencia de quienes vivían en este sector que era considerado residencial.

Los medios de comunicación celebraron la finalización de la extensión del malecón hacia el sur, lo cual tuvo igual impacto y acogida entre la ciudadanía, pues dentro de ella, estaba comprendida su arborización y embellecimiento con flores, fuentes, etc. “Esta prolongación se ha hecho hacia el sur y también en parte hacia el norte (…) que siga la hermosura del

280 Diario El Universo, 23 de julio de 1975.281 Diario El Universo, 25 de octubre de 1975.

Malecón hasta el sector de Las Peñas. Donde enlazaría con una de las partes más hermosas y típicas de nuestra ciudad”282.

El 25 de julio de 1976 aparece una noticia sobre un hecho muy conocido e históricamente confirmado con respecto a la ciudad:

”El malecón sigue siendo una de las calles más importantes de la urbe, pero ya no su vena principal. El empedrado fue reemplazado por moderno pavimento que hoy cruzan velozmente vehículos de transporte urbano y de uso particular; intensificándose en tal forma el tránsito, que la otrora ancha y espaciosa avenida, no es más que una vía en sentido unidireccional. Entre los edificios más notables que se han levantado mirando al río, figuran muchos de especial mención. De las principales casas dedicadas al comercio de exportación e importación cuando “la pepa de oro” generaba fuentes de riqueza por doquier, solo queda como impertérrito testigo la que ayer fuera hermosa construcción que desde la esquina de Orellana y malecón, pide permiso para arrimarse a su vecina en remodelación”283.

En los años 1978 y 1979, la vía del malecón era la más expedita para llegar al barrio de Las Peñas y a la escalinata Diego Noboa, y a través de la calle Morán de Butrón, se cruzaba el cerro Santa Ana para alcanzar el norte de la ciudad. Esta vía, hoy convertida en zona peligrosa, pasaba a espaldas del hospital psiquiátrico Lorenzo Ponce y mediante la calle Julián Coronel se conectaba con la Avenida de Las Américas.

En un artículo periodístico, Julio Estrada con motivo de una opinión de Gonzalo Enderica, entre otras cosas se refiere al malecón diciendo:

282 Diario El Universo, 25 de octubre de 1975.283 Diario El Universo, 25 de julio de 1976.

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“El proyecto de otro colega, esta vez concejal, Gonzalo Enderica, también merece nuestro incondicional respaldo. Con mayor razón si sus ventajas económicas son más visibles. Y con el aditamento de embellecer Guayaquil. Nos referimos al nuevo malecón que debe abarcar siquiera desde la calle Vacas Galindo hasta la piladora Modelo. La obra parece gigantesca, y lo es; pero en términos relativos no es más inabordable para la Guayaquil de 1980 con 1’200.000 habitantes que lo que el actual malecón lo fue para el Guayaquil de 1902 con 75.000 habitantes”284.

“Guayaquil no es una ciudad turística” decía con toda razón un respetable médico y editorialista guayaquileño al empezar el segundo semestre de 1980. Es verdad, bástenos recordar la pobre imagen que entonces ofrecía nuestra ciudad a los viajeros que podrían visitar “a la Plaza Colón, a Las Peñas. Al Cerro Santa Ana y sobre todo al Cementerio y los Mercados; pareciera como que algún enemigo nuestro hubiere seleccionado esos lugares impresentables”285. También es verdad esto, pues desde nuestra Cancillería, y las principales agencias de viajes establecidas en la capital, eso es lo que ofrecían mostrar en nuestra ciudad.

Sin embargo, ya se pensaba en la necesidad de levantar una gran obra para regenerar la Avda. Simón Bolívar y el malecón, y para el efecto, se hablaba de proyectos y su financiamiento. Una empresa financiera japonesa aseguraba que: “obras de la importancia y rentabilidad de ésta no se presentan a menudo; nosotros estamos

284 Diario El Telégrafo, 27 de julio de 1979.285 Enrique Boloña Rodríguez, El Universo 3 de julio de 1980.

dispuestos a financiar tanto obras complementarias como nuevas, parcial o totalmente”286. ¿Qué ocurrió con tal proyecto? Probablemente la respuesta está en que alguien quiso hacerse cargo de su administración.

Por entonces, por las circunstancias que imperaban en Guayaquil, era muy difícil avizorar el vuelco que daría la urbe. Se requería la recapacitación del electorado, para echar del Municipio a todos los defraudadores de la ciudad y sus fondos, para entregarlo a quienes la iban a revolucionar.

Muchas opiniones emitidas por los medios de comunicación hacían pensar en 1981, que finalmente la ciudad tendría su malecón concluido hasta la aduana, pero en lugar de acondicionarlo para ser un paseo ornamentado con árboles, plantas, etc., provisto de bancas, kioscos, barandales de protección, baterías sanitarias. Se lo convirtió “en lugar de aparcamiento de buses y camiones, además en lavandería de ropas de los interioranos”287.

A finales de ese año, las empresas Aeromaritime International Managements Services Ltd., su contratista asociado Ford, Bacon & Davis Inc., y un grupo de financistas llamado McCrane, Ammann & Co., propusieron a la Municipalidad, un proyecto de ampliación del malecón que tomaba en cuenta no solo el embellecimiento de la ciudad sino nuevos ingresos para el Municipio. Para lo cual se consideraba la incorporación de nuevas áreas, a base de tablestacados. Según tal propuesta no solo se obtendría

286 Gonzalo Enderica, El Universo 5 de octubre de 1980.287 Cartas a El Universo, “El sector Norte del Malecón”, 12 de enero de 1981.

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una real transformación urbana proporcionando espacios verdes y áreas recreativas, playas de estacionamiento, locales comerciales, incremento de impuestos a la plusvalía del sector, etc. La creación de 3.000 plazas de trabajo, mejoramiento en el tránsito, etc.288 Y las modificaciones necesarias para evitar las anuales inundaciones que los residentes sufrían a la altura de las calles Loja y Juan Montalvo, donde no solo entraba el agua y todo tipo de materias orgánicas que el río arrastra en la temporada de lluvias, sino que las aguas estancadas afectaban al saneamiento y facilitaban proliferación de insectos289.

Lo cierto de la historia del malecón desde la época colonial hasta la terminación del Paseo de las Colonias, es que siempre fue un sueño y patética imagen de una permanente frustración. Fue la más cara aspiración de la ciudad a través del tiempo, en especial de los más modernos, donde los recursos técnicos y financieros internacionales pudieron en verdad transformarlo.

Muy pocas administraciones con dedicación y honestidad, intentaron llevar a efecto algo tan significativo para los guayaquileños. Hubo un alcalde, que habló de construir allí, el “parque más grande del mundo”, exageraciones propias del desconocimiento de las cosas290. “Nuestras autoridades, por cobardía, ineptitud o deshonestidad encontraron el camino fácil y cómodo, y para no disgustar a rateros, prostitutas, homosexuales o drogadictos, les dejaron en propiedad los pocos parques de la ciudad”291.

288 Diario El Universo, “Perspectiva Económica”, 8 y 10 de enero de 1982.289 Diario El Telégrafo, 4 de enero de 1983.290 Diario Expreso, “Un sueño frustrado”, 17 de agosto de 1983.291 Diario El Telégrafo, Cartas del viernes, “Al Malecón”, 14 de octubre de 1983.

En 1984, luego de 20 años de abandono municipal, y de ser el malecón refugio de las más inconcebibles manifestaciones del desorden, la corrupción y la delincuencia, los muelles, en general abandonados por la desaparición del tráfico fluvial y la inexistencia de disponibilidades dentro del presupuesto, acusaban un serio deterioro por la falta de mantenimiento.

En 1985, en razón de algún milagro los muelles del malecón parecían haber concitado la atención de uno que otro edil para incluir en el presupuesto la suma de tres millones doscientos mil sucres destinados a tal fin. Sin embargo, por tratarse de una suma importante, debía pasar por la aprobación del alcalde de entonces y la correspondiente asignación de fondos.

La empresa privada también participaba del interés por algún desarrollo en la orilla, de manera que a su costa y con la anuencia Municipal, en la parte norte del malecón se construyó el restaurante llamado “Muelle 5”, inaugurado a mediados de 1985. Obra que de alguna manera modificó el aspecto de abandono que tenía el sector. Con esta iniciativa, se pensó en hacer algo similar en el muelle 7, pero nadie se animó a la inversión en tiempos tan escabrosos292.

En enero de 1986 se inició un intento de regeneración del malecón, y se encargó al Arq. David Nuremberg Anda el estudio para la remodelación del tramo comprendido entre la Avda. Nueve de Octubre y el barrio de Las Peñas. En esa misma fecha la firma de arquitectos DISPLAN C. Ltda., de

292 Diario Expreso, “El malecón está tomando nuevo rostro”, 6 de abril de 1985.

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Bravo y Robalino, presentó un estudio de costos para la remodelación del sector comprendido al sur, hasta el Club de la Unión. Y dentro de un programa de participaciones entre el Banco Central del Ecuador, la M. I. Municipalidad de Guayaquil, y la Empresa Eléctrica del Ecuador Inc.

La Unidad Ejecutora de Proyectos Especiales del Banco Central del Ecuador, en mayo de 1986, contrató a César Hasing Chang, para presentar a las partes interesadas un proyecto de iluminación del “Malecón Sur.” Dentro del cual el suministro de los materiales lo haría el BCE, su ejecución estaría a cargo de EMELEC, y la Municipalidad asumiría el consumo eléctrico293.

En ese año, también por encargo de la misma Unidad Ejecutora de Proyectos Especiales se cumplieron en el hemiciclo varios trabajos, como instalaciones sanitarias, restauración de las áreas embaldosadas e iluminación de los monumentos, etc. Además, mediante acuerdo, el Cabildo se encargó del relleno y pavimentación del sector norte del malecón, mientras la Unidad Ejecutora asumió su adecuación y restauración.

Los trabajos de relleno se comenzaron con una disponibilidad inicial de 10’000.000 de sucres aportados por el Congreso Nacional. A poco de empezados, la Armada Nacional impidió continuar los trabajos “por falta de documentos, planos y estudios específicos en el área técnica (…) y por no cumplir con la ley de playas y bahías”294.

293 AHG. Archivo especial referente al malecón.294 Diario El Telégrafo, 18 de junio de 1988.

Ahí estaba el meollo de la paralización de los trabajos: era necesaria la aprobación del Ministerio de Defensa, y el malecón, históricamente de propiedad de los guayaquileños, y responsabilidad de su Municipio, la centralización heredada de dos dictaduras militares lo había usurpado.

En definitiva, se invirtieron varios millones de sucres en el relleno, y la ciudad no obtuvo ningún beneficio porque el alcalde de entonces dejó atropellar los derechos guayaquileños. En abril de ese año, se había posesionado una nueva administración municipal que no intentó siquiera reanudar la construcción.

Inundaciones constantes al norte, donde el río se encargaba de arrojar a la vía desde jacintos de agua, hasta maderos podridos y otros desperdicios que arrastraban las riadas de invierno. Bañaderos y lavanderías públicas, letrinas al aire libre, delincuentes, drogadictos, y todas las lacras sociales se mostraban en toda su extensión, desde la Aduana hasta la avenida Olmedo.

Pero, no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. Hoy, con la Fundación Malecón 2000, y dos administraciones municipales que demostraron sus ejecutorias, preocupadas por la transformación y la regeneración de la ciudad demostraron a los guayaquileños, con hechos y realizaciones la ineficiencia, indolencia y latrocinio de otras administraciones caracterizadas por el cinismo y la desfachatez.

Esta historia del malecón de Guayaquil, además de demostrar lo importante que es revisar el pasado para

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evitar errores futuros, nos ha mostrado lo centenaria que ha sido la aspiración, tan nuestra, de que la orilla histórica de la ciudad tuviese su malecón construido de un extremo a otro.

La obra que finalmente se hizo, como la podemos apreciar y que este libro registra, no se levantó en cumplimiento de un proyecto de última data.

En esta obra, podemos encontrar el histórico proceso, las ilusiones y frustraciones, pero en definitiva, un rastro, un trayecto que siempre procuró lograr lo que hoy hemos alcanzado. Es el resultado. Una respuesta a una necesidad y búsqueda secular guayaquileña, ejecutada con ideas constructivas, dedicación, administración eficiente, etc.

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y representantes de algunas instituciones bancarias, entre estas, La Previsora Banco Nacional de Crédito. Su presidente ejecutivo en funciones, aprovechando que el banco cumplía su septuagésimo quinto aniversario de creación, decidió otorgar su aporte cívico a la ciudad.

En 1996 invitó a la Universidad de Oxford Brooks de Inglaterra, la que cuenta con una de las mejores escuelas de diseño urbano del Reino Unido y de Europa, para elaborar el anteproyecto urbanístico del malecón de Guayaquil, que incluía los lineamientos para la remodelación su mejoramiento, asimismo las recomendaciones para detener el creciente deterioro de su entorno inmediato. En noviembre de ese año se cumplió con la presentación por parte de la entidad bancaria, y la donación de tales estudios a la M.I. Municipalidad de Guayaquil, en la persona del alcalde, León Febres-Cordero Rivadeneyra.

Una vez determinado el espacio que abarcaría las dimensiones y características de la obra, se concluyó que este propiciaría la integración de diversos sectores sociales de la ciudad, que sería utilizado y compartido en forma irrestricta y gratuita, y además devolvería a los guayaquileños su vieja relación con el Guayas, que es la histórica razón de la existencia de la ciudad.

En enero de 1997 se presentó el proyecto y se auscultó la opinión ciudadana que, referida a la obra, bordeaba el 60% de aceptación, porcentaje bastante alto para este tipo de proyectos. Posteriores mediciones de la opinión pública realizadas por las empresas MKTrends e IPSA Group

Latinoamérica, arrojaron valores que superaban el 90% de aprobación en todos los niveles socioeconómicos.

El desarrollo de los anteproyectos urbano-arquitectónicos empezó en abril de 1997, y el grupo residente de la Universidad de Oxford Brooks se encargó de reclutar al equipo de arquitectos locales, quienes cumplirían con su elaboración hasta entregarlo a su aprobación y a las etapas siguientes: cálculos estructurales, etc.

La propuesta de los personeros de La Previsora de crear una Fundación para ejecutar la obra del malecón y una vez concluida administrarla, prendió con mucha fuerza en el ánimo emprendedor y progresista del alcalde. Quien, además, orientó el proyecto hacia un modelo de gestión privada, para actuar en el ámbito público con una representación plural, el cual había sido exitoso en proyectos similares desarrollados en Docklands, Londres; Barceloneta en Barcelona, Puerto Madero, en Buenos Aires; entre otros.

Para el efecto, se creó la Fundación Malecón 2000, concebida para impedir que el malecón fuese administrado o mejor dicho cayese en manos inconvenientes y tuviese un manejo antojadizo de eventuales autoridades inescrupulosas como las que por más de una vez ha tenido la ciudad.

Su directorio fue constituido por las instituciones más representativas locales y nacionales: la M.I. Municipalidad de Guayaquil asumiría la presidencia, la Gobernación del Guayas la vicepresidencia y la Primera Zona Naval. También formaban parte un representante por los institutos superiores: Universidad de Guayaquil, Católica de Santiago

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de Guayaquil y Escuela Superior Politécnica del Litoral. La Asociación de Bancos Privados del Ecuador. Un representante por las Cámaras de Comercio, de Industrias, de la Pequeña Industria, de la Construcción, y uno por la de Turismo.

Como estrategia de desarrollo, el proyecto fue dividido por sectores con la finalidad de abrirlo al público conforme se finalizaba cada uno. De modo que se alcanzaría un mayor impacto en la ciudadanía, y tiempo suficiente para auscultar preferencias, subsanar errores, y aplicar adecuadamente la inversión.

Las características de cada espacio se concibieron de acuerdo al grado de influencia e impacto que se buscaba producir en cada una de las áreas, es decir: una obra concebida para propiciar la rehabilitación urbana del centro y procurar el desarrollo de sanas competencias y usos complementarios a las manzanas vecinas.

Por ejemplo: la concepción del centro comercial tenía su explicación en la existencia de las llamadas “bahías”, pues sería para estas un competidor directo e indeseable. Como resultado de esto el Municipio logró ordenarlas y los comerciantes establecidos en estas elevaron sustancialmente sus niveles de atención al cliente, ganaron en seguridad, etc.

Todo lo cual, finalmente, abundó en mejores resultados de sus negocios. Por otra parte, la presencia de jardines ofrecía al vecindario y visitantes suficientes áreas verdes cuya inmediata consecuencia se reflejaría en la recuperación de los bienes inmobiliarios y la demanda por residirlos.

Se planificó la restauración del hermoso edificio del Mercado Sur, prefabricado en Bélgica en 1904 por la compañía Verharen Ca. Jager Ingenieurs Construteurs-Bruxelles, levantado y ensamblado por los ingenieros asociados Francisco Manrique y Carlos Van Ischot en el periodo comprendido entre 1905 y 1908.

El Banco Central, proyectó la construcción del Museo Antropológico de Arte Contemporáneo (MAAC); se concibió la Plaza Cívica que enmarcaría al monumento de la Rotonda, para convertirlo en lugar obligado de las principales ceremonias cívicas de la ciudad. El Club de la Unión, el monumento a Olmedo, el baluarte de La Planchada, la escalinata Diego Noboa y la rehabilitación del barrio de Las Peñas serían incorporados como partes integrantes de una trayectoria histórica.

Previo a su ejecución, la obra fue sometida a una investigación ejecutada por el Instituto Oceanográfico de la Armada (INOCAR), organismo técnico que básicamente debía cumplir con un estudio de impacto ambiental a fin de anticipar y atenuar el que esta podría causar en el espacio de su desarrollo.

Por ejemplo: determinar efectos degenerativos sobre el ecosistema del estuario del Guayas. Evaluar y plantear las medidas de mitigación para daños ambientales que podrían producir los trabajos de infraestructura. Todo con la finalidad de ejecutarlas dentro de las normas internacionales de ordenamiento ambiental y desarrollo sostenible.

Para este efecto, debía realizarse la batimetría y topografía de un área aproximada de 150 Has., comprendidas entre

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Las Peñas y la calle Calicuchima a fin de apoyar en estos la ejecución del proyecto. Realizar estudios oceanográficos previos a los trabajos de ingeniería portuaria que se aplicarían en su ejecución para caracterizar el área en términos de circulación y transporte de sedimentos.

Determinar los tipos de materia presentes en el cauce del río, su distribución estimada y posible procedencia a fin de determinar los sólidos en suspensión y los decantados en el fondo del río. Hacer estudios de calidad del agua: temperatura, salinidad, pH., oxígeno disuelto, DBO, nutrientes, hidrocarburos disueltos, parámetros bacteriológicos y estudios de fauna, flora bentónica y flora intermareal295.

Se previó conexiones para futuras ampliaciones del sistema de aguas lluvias, y se diseñó el ordenamiento de muchos drenajes clandestinos que vertían aguas servidas al río; en la cercanía a la calle Loja se crearía un sistema de evacuación de aguas lluvias para impedir el desbordamiento del río que frecuentemente se producía en ese lugar. El sistema de pilotaje para la cimentación del área ganada al río, sería diseñado e instalado de tal manera que no afectase a su ecosistema.

Los árboles existentes serían preservados y curados, y se sembrarían especies nativas resistentes a la salinidad del Guayas y nuevos jardines en un espacio de más de 2 Has. Paraderos de buses anexos a las varias puertas de

295 Estudio de impacto ambiental en la ampliación del malecón Simón Bolívar de Guayaquil. www.inocar.mil.ec/proyect/malecon2000.pdf.

ingreso al malecón, permitirían un tráfico más ordenado y fluido por la avenida Simón Bolívar. Una señalización guía por todo el conjunto, estaría destinada a disminuir la contaminación visual.

Con estas especificaciones generales y concluidos los estudios previos se convocaron varias licitaciones para arrancar con las distintas fases de la construcción. Varias empresas e ingenieros independientes participaron: Tecnac Santos y Ciport en pilotaje y cimentación; en construcción de la obra civil: Etinar, Loor SA., Obras y Proyectos, Conbaquerizo, Schell & Jacobson. En la construcción metal mecánica: Construme, Constructora Ferrero, Ing. José Pacheco, Compañía Técnica de Montaje y Construcción, Silacost, Enatin, entre otras.

Los trabajos se iniciaron en 1998 con el alcalde Febres-Cordero como su gran impulsor, y se continuaron con el mismo ritmo por el alcalde Jaime Nebot Saadi. Se concluyeron con una inversión que bordea los setenta millones de dólares, suma reunida en gran parte por el aporte del 25% del impuesto a la renta296 que hicieron 48.300 personas naturales y jurídicas de la ciudad. A partir de entonces, la

296 Congreso Nacional: Ley Nº 2002-92. Ley que otorga, a través de donaciones voluntarias, la participación en el Impuesto a La Renta a los Municipios y Consejos Provinciales del País. El Congreso Nacional considerando: Que el 15 de octubre de 1997 se publicó en el Segundo Suplemento del Registro Oficial Nº 173 la Ley Nº 26 de Deducción del Impuesto a la Renta as la personas naturales o jurídicas que hagan donaciones y subvenciones a la Fundación Malecón 2000, ley que dispone que tales donaciones y subvenciones a favor de la Fundación Malecón 2000, destinadas a financiar exclusivamente el proyecto de ampliación. Construcción, restauración, administración y mantenimiento del Malecón sobre el Río Guayas de la ciudad de Guayaquil, podrán ser deducidas anualmente, hasta en un 25% del monto del Impuesto a la Renta causado que los donantes deban como contribuyentes por la utilidades que obtengan de los ejercicios económicos de los años 1997 al 2002 inclusive. Registro Oficial Nº 716 – lunes, 2 de diciembre del 2002. www.dlh.lahora.com.ec.

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feliz coyuntura de una administración municipal continuada y encaminada hacia objetivos comunes, puso en marcha el Plan de Regeneración Urbana destinado a regular la recuperación del centro de la ciudad.

A la fecha de esta publicación se ha concretado la rehabilitación de la avenida Nueve de Octubre que une al malecón del Guayas con el de El Salado; la Plaza de la Administración, que abarca el entorno de los centros administrativos municipal y gubernamental, la escalinata Diego Noboa, sube al cerro Santa Ana hasta la pequeña plaza que lleva el nombre del conquistador capitán “Rodrigo Vargas de Guzmán”; el barrio del Centenario, Las Peñas y muchas otras que son del dominio público.

Igualmente se embelleció y señalizó la avenida Simón Bolívar que ofrece una amplia vía al intenso tráfico que descarga el centro de la ciudad hacia el norte a través del túnel del cerro Santa Ana.

El malecón fue construido en virtud a un convenio de comodato por un periodo de 99 años, celebrado el 4 de julio de 1997 entre la Fundación Malecón 2000 y la Muy Ilustre Municipalidad de Guayaquil, que cedió los terrenos de la ciudad por el tiempo y fines específicos señalados. La construcción del monumental malecón de Guayaquil generó más de 50.000 plazas de trabajo directas e indirectas, aparte de las que aportó el comercio desarrollado en torno a ésta y de las que resultarían del movimiento comercial a establecerse dentro de las edificaciones destinadas a variados negocios.

Su ejecución arrojó beneficios por encima de toda especulación, que aun no han sido cuantificados a cabalidad, pero son absolutamente notorios. Los cuales, de una manera u otra, movilizaron a todas las industrias y compañíazs vinculadas con la construcción, transporte de materiales, etc.

Desde la concepción del proyecto se vislumbró que la importancia de tal empresa contribuiría a paliar la falta de empleo generada por la paralización del ramo y la profunda crisis económicas que soportaba el país, especialmente nuestra ciudad y provincia.

La rapidez de su ejecución y el hecho de haberla realizado en medio de una profunda depresión financiera y política del país, son verdaderas perlas de la oportunidad y eficiencia administrativa aplicadas desde el Municipio. La integración a la ciudad de tan espléndidas muestras de progreso en todo orden, nos ha permitido recuperar nuestra fe en el tradicional e histórico patriotismo del Cabildo guayaquileño.

La juventud, además, ha sido beneficiada con lo que podríamos considerar su más importante y evidente logro: la elevación de la autoestima, tan disminuida por las duraderas, sucesivas y denigrantes administraciones anteriores, cuyos actores, deben recibir el más absoluto desprecio de la población toda.

El malecón de Guayaquil se desarrolla sobre una extensión de 2.5 Km., contados desde la calle Cuenca por el sur, hasta el histórico barrio de Las Peñas por el norte. Ocupa una superficie de aproximadamente 17.5 Has., cerca del

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triple de su área anterior, contribuyendo a ampliar las zonas libres, que estaban por bajo los índices nacionales e internacionales recomendados. Su presencia ha mejorado el sistema de evacuación de aguas lluvias y protegido a la ciudad de inundaciones por las crecidas del Guayas.

Cuenta con cerca de 740 espacios de estacionamiento techados para vehículos que contribuyen a disminuir el déficit existente en el sector central de la ciudad y propicia el incremento de la seguridad en la zona, pues está provisto de los más modernos sistemas de control, vigilancia e información.

Computa, además, con todas las facilidades necesarias para garantizar un adecuado y eficiente mantenimiento que hacen de este lugar uno de los más seguros e higiénicos espacios públicos de la ciudad.

El área construida es de aproximadamente 130.000 m2 con una implantación comercial que no supera el 20% de esta, lo cual garantiza su condición de parque urbano. De igual manera las edificaciones no sobrepasan la altura de los árboles actuales. Por lo cual los edificios particulares y públicos no han perdido su condición de primera línea respecto al río.

Se ha incorporado áreas de servicio generales: baños, puestos de primeros auxilios e información, bancas especialmente diseñadas, pérgolas, depósitos de basura, señalización, teléfonos públicos, kioscos, etc., distribuidos estratégicamente en toda su extensión.

La seguridad es muy eficiente, el recinto está cerrado por una verja perimetral de hierro y ocho portones de ingreso

controlados por el servicio de vigilancia y seguridad (que la compañía Seguire S. A. tiene establecido en todos los sectores, operación que genera una constante demanda de empleos297.

Los resultados obtenidos mediante esta obra municipal, cuya administración está a cargo de la Fundación Malecón 2000, no solo ha despertado el interés de varios municipios de poblaciones ribereñas de la Costa, que han solicitado asesoría al respecto, sino que cosa semejante ha ocurrido con autoridades y empresas de países como Chile, Colombia, Argentina y Panamá, interesados en desarrollar proyectos similares al nuestro.

En suma este excelente desarrollo, aunque muchos no estemos de acuerdo con su arquitectura, no podemos dejar de reconocer los grandes beneficios sociales que ha traído al conglomerado guayaquileño. La explicación de ellos se encuentra resumida en un documento de la Fundación Malecón 2000, que a continuación transcribimos:

“Las calles adyacentes ofrecen entre 5 y 7 hectáreas para usos complementarios que garanticen la ocupación del centro de Guayaquil la mayor cantidad de horas del día. El desarrollo de viviendas es altamente deseable”.

“Tanto durante el diseño y construcción como durante la operación del Malecón se ha generado una importante cantidad de empleos tanto directos como indirectos que actúan como desencadenantes de la actividad económica citadina”.

“Los cambios en la zona de comercio informal denominada <Bahía> propiciados por la Municipalidad y con la aceptación

297 Fuente: www.guayaquil.gov.ec.

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de los comerciantes, nos muestran que es factible ordenar la ciudad a través de reglas fijas y claras, utilizando los proyectos urbanos tales como el Malecón a manera de percutores del cambio. Un adecuado empleo de señales y semáforos sincronizados en los puntos de acceso al Malecón propicia el ordenamiento del transporte público, y una importante oferta de parqueo hace lo propio con el transporte privado”.

“Al igual que otros proyectos de Regeneración Urbana en el mundo, el Malecón ha sido una excelente oportunidad para propiciar la regeneración de otras áreas degradadas y con gran valor económico potencial. Centro de la ciudad, Barrio del Centenario, Cerros Santa Ana y El Carmen, Barrio de Las Peñas, etc.”

“Por último, el lograr ejecutar un proyecto de la naturaleza y complejidad del Malecón en un plazo tan breve y en medio de las más adversas circunstancias sociales, políticas y económicas por las que atravesó el país, connota eficiencia y capacidad gerencial de la esfera privada actuando en el ámbito público”298.

298 TF-DA, OCSD-OBU, Fundación Malecón 2000, 010405.

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Provincia Libre de Guayaquil y simiente de la cual nació nuestro país como unidad política.

Durante la ceremonia realizada ante el monumento que conmemora el encuentro de Bolívar y San Martín en Guayaquil, el alcalde, entre otras emotivas frases, dijo: “Este 9 de Octubre de fin de siglo XX, permanecerá como un hito del progreso y desarrollo de nuestra ciudad, simbolizando la transformación del Gran Guayaquil”299.

Luego de inaugurada la Plaza Cívica, la gran obra continuó su proceso de construcción. Pero, la administración centró el esfuerzo en la segunda etapa: el área comercial. Tres mil obreros, calificados por un diario local como “Héroes del Malecón”300 trabajaban contrarreloj para concluir el centro comercial Bahía Malecón.

Aún bajo el agua, algunos daban los últimos toques y limpieza de los pilares de sustentación del edificio; otros instalaban y conectaban los faroles de iluminación de las terrazas. Soldadores fijaban los barandales de acero inoxidable, albañiles y pintores, en esfuerzo mancomunado y por turnos, cubrían jornadas de 24 horas para concluir la etapa, y hacer posible su entrega a la ciudad durante la fiesta patronal de Santiago.

La segunda etapa, quedó conformada por un “centro comercial con formas náuticas, anclado en el malecón. El proyectista aspiraba que su pintura exterior realizada en

299 Diario El Universo, El Gran Guayaquil, Pág. 1, domingo 10 de octubre de 1999.300 El Universo, 5 de julio de 2000.

tonos fuertes, fuese similar a los que utilizan para pintar los barcos a fin de que sean visibles en el mar (…) estructuras de hierro que semejan los mástiles (…) las velas (de hierro ondulado) colgadas con cables”301.

Buen intento, aunque no con los resultados esperados, por destacar y recuperar la memoria marinera cuyo escenario fue nuestro malecón.

Pese al significado de la obra emprendida, lo exitoso de la transformación y su bien planificado financiamiento, como no podía faltar, empezó la oposición de algunos conocidos “guayaquileños en conspiración con unos consuetudinarios enemigos de Guayaquil, intenta quitarle a la ciudad rentas de las cuales se nutre el Malecón (…) ¡¡veremos si pueden!!”, agregó el alcalde Febres-Cordero302.

Finalmente, el 25 de julio de 2000, con motivo de la celebración de la fiesta patronal de la ciudad fue inaugurada esta segunda etapa. Desfiles cívicos, varios actos oficiales y la asistencia del Presidente de la República dieron realce a la fecha y al acto.

En el espacio situado entre la calle Villamil y la Avda. Diez de Agosto, se entregó a la ciudad el sector comercial del proyecto, que alberga 253 locales, protegidos por una valla metálica, servidos por vigilancia, paraderos de buses y taxis.

Otro elemento característico de la ciudad totalmente restaurado que, pese a pertenecer a la primera etapa, se

301 Diario El Universo: El Gran Guayaquil, 18 de julio de 2000.302 Diario El Universo: El Gran Guayaquil, 20 de julio de 2000.

Historia del Mal1ón Las inauguracionE

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la incorporó a la inauguración mencionada, fue la Torre Morisca. Con sus 23m. de altura hasta su cúpula de estilo árabe-bizantino, y ornamentada con signos, mosaicos, arcos ojivales, etc., pertenecientes al arte mozárabe, hoy nos muestra su antiguo esplendor. El Reloj Público, traído en 1842 por el gobernador Vicente Rocafuerte, recientemente reconstruido y calibrado. Desde su altura el sonoro campaneo nuevamente anuncia la hora a la ciudad. Reloj público, que desde su histórica posición en la antigua calle de “La Orilla” ha regido el horario de trabajo de los guayaquileños303.

La inauguración de la segunda etapa, la Bahía del Malecón, concitó el masivo interés de la ciudadanía que ingresó “al altar de la guayaquileñidad y templo a cielo abierto”, como dijera el alcalde en su discurso de inauguración. Verdadera oleada humana que en pocos minutos copó todos los espacios y lugares de expendio de comidas, que por primera vez en la ciudad se asistían por un servicio de gas conducido por tuberías. Finalmente, el público se dispersó y halló el cauce ordenado; ávido por recorrer instalaciones tan apropiadas para la expansión del espíritu, se distribuyó desde la Plaza Cívica hasta la Bahía.

Al día siguiente, en nuevo afluir de miles de visitantes buscó lugares para almorzar, a la media tarde para beber un refresco o comer por la noche. Una de estas personas que concurrió con sus dos pequeños, se expresó emocionada, porque finalmente

303 “En este cabildo se mandó que el Mayordomo dé los pasos necesarios para un reloj de sol, para que de este modo se alivie la ciudad y que los carpinteros no se aparten de la hora acostumbrada”. ACCG, 11 de septiembre de 1770.

podía retomar una ancestral costumbre: “Semanalmente vengo al Malecón a pasear con mi esposo y mis hijos y con mayor razón ahora que el recorrido es mayor”304.

No solo la revalorización de la zona se hacía evidente, sino que, autorizadas por dirección de Vía Pública, empezaron a proliferar otras actividades de comercio, entre ellas el expendio de alimentación para miles de obreros. Algunos coches tirados por caballos iniciaron su servicio al turista desde comienzos de octubre de ese año. Partiendo de la calle Colón, se desplazaban por el malecón hasta la avenida Nueve de Octubre y desde este hasta la Plaza del Centenario, recorrido que cumplían a razón de dos dólares por persona.

“Hay un nuevo despertar del turismo en la provincias de la Costa que comienza a ofrecer mucho más que la belleza de sus playas; fomentarlo y dirigirlo por cauces adecuados es una tarea inaplazable”305.

Efectivamente, a partir de su apertura al público, se ofrecieron paquetes turísticos que se iniciaban con una visita general al malecón hasta el Parque Nacional Machalilla. Otro tocaba al paso la reserva de Cerro Blanco, el lago Chongón, el museo de la cultura Valdivia, o el festival de las ballenas en Puerto López. Ofertas atractivas, que resultaron exitosas, particularmente la que incluía la observación de ballenas en la costa manabita.

Cada etapa del nuevo malecón, demandó la contratación de centenares de trabajadores de ambos sexos. La participación de profesionales: arquitectos, ingenieros civiles, residentes,

304 Diario El Universo, 27 de julio de 2000.305 Diario El Universo, 2 de agosto de 2000.

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mecánicos, electricistas, etc. El concurso de mandos medios, maestros de obra, capataces, vigilancia, etc. Obreros de la construcción, oficiales, electricistas, carpinteros, etc. Todos sujetos a la disciplina y exigencias del diseño arquitectónico, cálculos estructurales, instalaciones especiales, etc., se esforzaban por conducirla hasta el final.

No terminaba aun el año 2000 y la tercera etapa estaba casi lista. Había sido tal la demanda por los juegos infantiles instalados en la segunda etapa, que la Fundación Malecón 2000, ordenó el diseño de un área especial con esta finalidad. El espacio elegido fue de 11.195,32 m2, comprendido entre las calles Francisco P. Ycaza y Manuel Antonio de Luzárraga (antes Orellana). Sector que corresponde a la ubicación de los antiguos esteros de Lázaro, Morillo y Campos, representados por cauces artificiales con abundante vegetación acuática típica de nuestro medio.

Un viejo pero refaccionado vagón del ferrocarril de la que fuera la empresa Guayaquil & Quito Railroad Company, fue instalado en el lugar que existió la llamada Estación del Ferrocarril. Ésta se componía de un edificio y su muelle, donde atracaban las lanchas que arribaban o partían colmadas de viajeros hasta el terminal ferroviario de Durán, donde se recibía o despedía a los usuarios del tren a sus diferentes destinos. Se instalaron juegos, toboganes, miradores, cafeterías, simulaciones marineras, etc. Además se efectuó el montaje de la antigua fuente luminosa que fuera donada por el consulado de los Estados Unidos (1931), para la ornamentación del llamado Paseo de las Colonias.

En el espacio correspondiente a la Plaza Cívica, desde el 16 al 22 de octubre de ese año, se presentó una serie de eventos culturales. Concursos de escultura, pintura, poesía, ejecuciones de teatro, danza, títeres y música. Actividades y exposiciones con las cuales la alcaldía promocionaba la utilización de sus ambientes para el cultivo del espíritu a nivel popular. Gestión “que enaltece no solo a esta urbe huancavilca, a la patria ecuatoriana, sino también a toda Suramérica”306.

Luego del esfuerzo desplegado por un mínimo de 700 empleados y obreros, que trabajaron directa o indirectamente en un área parcial de los tramos cuarto y quinto, quedó concluida el área de juegos y esparcimiento a un costo aproximado de 900.000 dólares. Es considerada como la más ajustada al beneficio social, pues sus instalaciones están dedicadas al esparcimiento de la niñez, ejercicio de adultos, espacio para la meditación de los mayores y reunión familiar.

Su inauguración, el 26 de octubre de 2000, fue realizada en sencilla ceremonia presidida por el alcalde Jaime Nebot Saadi, que en presencia de numerosos espectadores, oficialmente entregó a la ciudad un área de recreación desarrollada en 11.200 m2. Durante el acto, cumplido a las 12h00 del 26 de octubre, el funcionario se refirió al excelente trabajo realizado en el malecón que “es un monumento a la unidad nacional que nació gracias al esfuerzo, tesón y capacidad de la gente que vive en Santiago de Guayaquil (…) La obra se ha convertido en un símbolo visible de lo que es capaz un pueblo que recupera su autoestima”307.

306 Luis Arias Altamirano, El Universo, 22 de julio de 2000.307 Diario El Universo, 27 de octubre de 2000.

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la luz de la libertad alcanzada el 9 de Octubre de 1820, instaló un faro y para recordarnos el lugar que ocupó el primer templo levantado en aquella posición, construyó una capilla. De la plaza Rodrigo Vargas, como génesis de nuestra ciudad, parte un hermoso recorrido hasta la Plaza de la Integración y el antiguo Mercado Sur. A lo largo de su trayectoria, el ojo atento del visitante puede descubrir nuestra memoria histórica.

En la mañana del 16 de abril de 2001, Diario Expreso anunciaba para aquel día a las 17h00, la inauguración de una etapa más de la transformación del malecón; la Plaza Olmedo. Finalmente, el hermoso monumento a nuestro gran prócer dejaba de ser itinerante, el cual, conservado como eje de la avenida de su nombre, pasaba a ser una parte muy importante del malecón y el río.

Levantado sobre el mismo imponente pedestal y flanqueado por alegorías representativas a su memoria de gran vate y por una bella fuente luminosa, se muestra pensativo y con la vista fija sobre el gran Guayas como si contemplase el amanecer glorioso del 9 de octubre de 1820. Ambiente en que se desarrolló su vida, conmocionó con su pensamiento de político ilustrado y murió para vivir eternamente en el corazón de los guayaquileños.

Al sur de la Plaza Olmedo, “que se constituyó en el remate visual de la avenida del mismo nombre”308 está situado el Club de la Unión, tradicional centro social de la ciudad y el más representativo del país. Su extremo norte es el

No cabe ninguna duda que, a estas alturas, Guayaquil reunía muchos centros de atracción pública que forman parte de una propuesta cultural, ecoturística y recreativa. Embajadas, agencias de viaje, hoteles, etc., con la publicación hecha por el Ministerio de Turismo de diez mil folletos informativos, intervinieron en una promoción presentada en la feria de Hannover, Alemania, donde se distribuyó la información sobre las bondades turísticas de Guayaquil y sus alrededores.

Al finalizar el año 2000, pese al gran avance de los trabajos, el empeño, dedicación y cumplimiento de los contratistas, aun faltaban de concluirse las etapas de jardines, el Museo del Banco Central, la Plaza Olmedo y el Mercado Sur. Sin embargo, ya se podía apreciar a lo largo de la orilla del río, una grandiosa y única obra que, si bien su arquitectura muy poco se identifica con nuestra ciudad tropical, está llamada a tener una gran influencia en la vida social guayaquileña.

La obra Municipal, sin contar la regeneración urbana que se ya aplicaba en muchos sectores, mediante el malecón, enlazó todo el frente al río que históricamente ocupó la ciudad, cuya construcción, como hemos visto a lo largo de este libro, constituyó una constante aspiración guayaquileña.

Por esos días, el Municipio designó a la pequeña plaza en que termina la escalinata Diego Noboa, con el nombre del conquistador capitán Rodrigo Vargas de Guzmán, avecindado desde la fundación de la ciudad en 1534, hasta su muerte ocurrida por 1563. También, para simbolizar

308 Diario El Telégrafo, 16 de abril de 2001.

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límite con el centro comercial Bahía del Malecón, que se inicia a la altura de la calle Villamil.

Pese a que la ceremonia de inauguración se vio afectada por una consistente garúa, los numerosos asistentes, la mayoría previsivos, provistos de paraguas no abandonaron el lugar. En 30 breves minutos, ante la presencia de invitados, autoridades civiles, militares y eclesiásticas, el alcalde destacó la importancia del ambiente creado para alojar al monumento a Olmedo, y expresó que se trataba de un “homenaje al héroe autonomista, civilista, constructor y maestro del bienestar de Guayaquil y el país. Es un homenaje al pasado y al presente de esta ciudad”309.

A la fecha se había cumplido una etapa más, y por tanto el malecón quedaba integrado y de libre recorrido desde los Juegos Infantiles (calle Manuel A. Luzárraga) hasta la Plaza Olmedo. Cuatro meses más tarde, el 26 de febrero de 2002, se inauguró el renovado Mercado Sur y su entrono llamado Plaza de la Integración. Este monumento, estrechamente ligado a la vida de la ciudad, fue transformado en un hito de la ciudad bellamente reacondicionado y habilitado para eventos culturales. Como respuesta a la demanda de referentes genuinamente nuestros, debería ser designado para destacar un hito de nuestra historia, de sus letras o de sus artes.

En alguna ocasión sugerí, que debía nominárselo en alusión al “Grupo de Guayaquil” y levantar en su nave central un conjunto escultórico en que figuren Alfredo Pareja Diezcanseco, Enrique Gil Gilbert, Demetrio

309 Diario El Universo, 17 de abril de 2001.

Aguilera Malta, Joaquín Gallegos Lara y José de La Cuadra Vargas, quienes bajo tal identificación marcaron una época destacada en la literatura guayaquileña y nacional. O dejarlo como Mercado Sur, para evitar la cursilería de llamarlo “palacio o urna de cristal”.

El 30 de octubre de 2001, al ser inaugurados por el alcalde Nebot, los jardines construidos al pie del Guayas, entre las calles Manuel A. de Luzárraga y Loja quedaron incorporados al conjunto del malecón. Una nueva área que forma parte de la sección recreativa y didáctica que la ciudad entregaba al uso y disfrute de la ciudadanía. Según la especialista, Cecilia von Buchwald de Jurado, quien asesoró la construcción de las áreas destinadas a la jardinería, estas servirán para que los niños “aprendan a diferenciar entre un ceibo y un ciruelo”.

En una superficie total de 22.000 m2, se alojan 200 árboles, 150 plantas de especies nativas y foráneas; palmeras, ornamentales, etc., en su ejecución participaron por concurso, Camilo Botero y Sundance Reich. “El trabajo fue arduo, pero quedó maravilloso”, comentó la asesora a los periodistas310. El espacio descrito, también cuenta con un estero artificial como recordatorio al de Villamar, en cuya orilla sur estuvo el astillero de Guayaquil hasta 1693. Y como espejo ornamental de agua se incorporó un pequeño lago en que medran aves y plantas acuáticas. Las instalaciones del jardín fueron equipadas con un moderno sistema de riego automático que permite dar un adecuado mantenimiento y salud a las plantaciones.

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310 Diario El Universo, 30 de octubre de 2001.

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A partir de enero de 2002, cada sábado desde las 09H00 a las 16H00, la Armada Nacional estableció un servicio de transporte fluvial dedicado al esparcimiento ciudadano. Su recorrido tenía una hora treinta minutos de duración, y se iniciaba en el muelle situado al extremo sur del malecón, navegaba hacia el norte hasta Las Peñas y luego volvía al sur hasta la feria de Caraguay para retornar al punto de partida. El paso de estas embarcaciones ante la gente que se hallaba paseando por las distintas áreas del malecón, empezó a mostrar la necesidad de dar vida al río creando un atractivo turístico y un espacio para inversión privada, como lo fue poco más tarde la construcción del “Morgan”.

La noche del 26 de febrero de ese año, en una ceremonia corta y sencilla se inauguró el edificio remodelado y embellecido del que fuera Mercado Sur, incrustado en la Plaza de la Integración. Autoridades, invitados especiales, inclusive los vecinos curiosos de los edificios aledaños, desde los balcones y terrazas, se sumaron a la cerrada salva de aplausos con que los asistentes recibieron al alcalde de la ciudad.

Fuera de la verja de hierro, se agolpaba la multitud ávida de participar de todos los detalles del evento, y por el lado del río, otro centenar cruzó el puente que lo comunica con la Plaza Olmedo, para sumarse como espectadores.

Numerosas chiquillas, vestidas a la usanza de finales del siglo XIX daban la bienvenida a los invitados y los acompañaban a ocupar los asientos reservados. El acto lo abrió el gerente de la Fundación Malecón 2000 y a

las 19H30, mientras el alcalde cortaba la cinta, la iglesia de San José echó a volar sus campanas, imprimiendo un carácter especial al acto311.

Para la celebración de la fiesta patronal de la ciudad, el 25 de julio de 2002, pese a no estar integrado aun el Museo del Banco Central, cientos de estudiantes, acompañados de sus maestros, hacían el recorrido desde la Plaza Rodrigo Vargas de Guzmán en el cerro Santa Ana y del barrio de Las Peñas hasta la Plaza de la Integración. Alumnos de planteles de los cantones cercanos, como Samborondón, Milagro, Daule, etc., se mostraban sorprendidos de la gran diferencia entre lo que presenciaban durante la visita, y lo que habían visto en años anteriores. “Ángelo recordaba las casas viejas y despintadas (de Las Peñas) a través de las fotografías que colgaban en cada villa remodelada. Pero a él le agradó el panorama de la ciudad y del río, desde lo alto del Santa Ana”. La opinión de los maestros recogía algo semejante: “Ellos aprenden a valorar lo que tiene su ciudad y se preocupan no solo por saber algo de ella sino por cuidarla”312.

El 25 por la noche, la ciudadanía se apoderó de la avenida Nueve de Octubre y del malecón. El festejo desbordó toda expectativa, ninguna autoridad pudo prever la reacción de propios y extraños ante el grandioso proyecto que había considerado la monumental combinación de las vías más representativas e históricas de la ciudad.

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311 Diario El Universo, 27 de febrero de 2002.312 Diario El Universo, 21 de julio de 2002.

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no, las recibieron mediante sus embajadores y cancilleres. Al iniciar su discurso el alcalde Nebot, citó una estrofa de Antonio Parra Velasco: “Para vivir hay que ser fuertes/ para vivir hay que luchar/ toda la patria ya vibra/ resuelta a formar la unión/ pueblos hermanos formamos/ una sola nación”. Agregando: “180 años después del abrazo fraterno de Bolívar y San Martín, para resolver cómo enfrentar problemas comunes: pobreza, desempleo, falta de inversión, de crecimiento económico que afectan a nuestro desarrollo (…) La solución de nuestros problemas está en nosotros mismos, en nuestra visión, actitud y acción para resolverlos. Al igual que un mal empresario no se convierte en próspero por obra y gracia de su banquero, ninguno de nuestros pueblos alcanzará su crecimiento económico y el bienestar colectivo solo por acudir al Fondo Monetario Internacional…”

A nombre de los mandatarios presentes, debió responder el presidente chileno Ricardo Lagos, quien luego de destacar el rol histórico de la ciudad en la proyección unitaria de Sudamérica, manifestó ser la ciudad de “Guayaquil, posibilidad para hablar de América”. Y como alguien le dijera que el alcalde gustaba de insertar citas o poemas en sus discursos, le respondió con una estrofa del “Guayaquil” de Pablo Neruda, que dice así:

“Se abrió otra vez la puerta/ otra vez toda la noche americana/ el ancho río de muchos labios/ palpitó un segundo/ San Martín regresó de aquella noche/ hacia las soledades, hacia el trigo/ Bolívar siguió solo”313.

313 Diario El Universo, 28 de julio de 2002.

Miles de personas, pese a las mallas que limitaban las áreas en construcción, recorrieron la “cuerda del mono” (Avda. Nueve de Octubre) convertida aquella noche en vía peatonal, y colmaron el nuevo malecón de un extremo a otro. En el Mercado Sur, a partir del 16 de julio se presentó una muestra de célebres grabados de Rembrandt van Rijn (a la que asistieron 22.256 visitantes). Desde este punto hasta el faro de la Plaza Rodrigo Vargas de Guzmán, y del nuevo túnel, se desplazaba una marea de familias enteras que disfrutaba de la feria artesanal en la Bahía Norte, del teatro al aire libre José De La Cuadra, comidas típicas, muestras pictóricas y otros entretenimientos.

El 26, el presidente de la República, Gustavo Noboa, ocho presidentes, un vicepresidente y dos cancilleres de países sudamericanos, se reunieron en la primera jornada de la II reunión de Presidentes de América del Sur, con la intención de formar en esta ciudad un bloque regional para afrontar las restricciones que mantienen los países desarrollados. Luego de finalizadas las discusiones del día, los mandatarios se trasladaron al malecón. Y en acto recordatorio al encuentro que, en tal fecha de 1822, tuvieron los libertadores Bolívar y San Martín, posaron ante su memorial, para hacer la fotografía oficial de la jornada, cuya cumbre concluyó el día 27.

Por la tarde, como culminación del acto, el alcalde invitó a los presidentes, y en el Mercado Sur, los declaró huéspedes de honor y entregó las llaves de la ciudad, a los mandatarios que aun permanecían en ella y quienes

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A ritmo acelerado, como si en la terminación de la obra, les fuese la vida a sus administradores, técnicos y obreros, la avanzaban para recibir el 25 de Julio, fecha del Santo Patrono de la ciudad, el Apóstol Santiago, y “de la conquista de esta ciudad y su Provincia”314, en que culmina el proceso de la fundación de Guayaquil iniciado el 15 de agosto de 1534.

El 18 de septiembre y el 30 de octubre de 2002, se inauguraron el Pabellón de los Donantes y se hizo la entrega física interna del Museo del Banco Central del Ecuador, respectivamente

Al iniciarse octubre, y creada la costumbre de realizar actos oficiales de la ciudad en las instalaciones del malecón, el día 3 por la noche, en el edificio del Mercado Sur en la Plaza de la Integración, la Junta Cívica de Guayaquil realizó la sesión solemne para celebrar el décimo aniversario de su creación.

Ante la presencia de una selecta asistencia de la sociedad y de las autoridades de la ciudad y provincia, el alcalde Nebot, recibió de manos del presidente Carlos Estrada, la presea José Joaquín de Olmedo que anualmente otorga la Institución a los ciudadanos más representativos de la ciudad.

El Cabildo y la empresa privada guayaquileños, quedaron comprometidos para antes de finalizar 2003, desarrollar el turismo por el río y recorridos por los principales puntos de atracción. De esa forma, el 2 de octubre de 2003 se

314 ACCG. Cabildo celebrado el 24 de julio de 1781.

realizó el viaje inaugural del buque fluvial turístico, Sir Henry Morgan315, el cual fue construido en esta ciudad simulando una nave de la época.

A las 11h00 zarpó del muelle de la prolongación de la calle Sucre, llevando a bordo a las autoridades e invitados especiales. Tanto la tripulación, como los mozos de servicio vestían, supuestamente, a la usanza de los filibusteros.

La celebración del 9 de Octubre en ese año, coincidió con la llegada al malecón de un grupo de turistas ingleses, que hasta el momento de desembarcar en la ciudad, la única referencia que tenían del Ecuador era Galápagos y los panoramas andinos.

“Es muy relajante caminar en la tranquilidad de este lugar”, comentó una turista inglesa, agregando que “en ninguno de los libros turísticos que consultó antes de viajar a Sudamérica, encontró alguna referencia de Guayaquil, su hermosa ría y el extraordinario malecón”.

La estructura metálica del Mercado Sur, la Torre Morisca, La Rotonda, el Municipio sorprendieron a un “trabajador metalúrgico jubilado oriundo Henfield, al sur de Inglaterra (…). Él al igual que otros 21 turistas ingleses, conocieron

315 Cuando el célebre corsario inglés, Henry Morgan, hizo su aparición en la costa septentrional sudamericana, asaltó numerosos navíos españoles y uno de los tantos prisioneros le informó que el galeón “Botafogo” iba rumbo a Panamá cargado de tesoros. Por esta razón Guayaquil se salvó de ser asaltada, pues, como es fácil comprender, prefirió correr tras tales riquezas antes que remontar un río desconocido y peligroso. Capturó al galeón, se apropió de su rico cargamento, y para evitar enfrentar a las naves españolas que esperaban regresaría por donde vino (por el estrecho de Magallanes), navegó hasta las costas de América del Norte, cruzó el Pacífico y luego de dar la vuelta al mundo llegó a Inglaterra donde la reina Isabel I, por su hazaña y el aporte a la Corona de tan grande tesoro, lo distinguió con el título de Sir.

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que la Universidad de Oxford Brooks participó en el diseño del anteproyecto de la obra”316.

Por esos días se presentó en distintos lugares debidamente adecuados, el Tercer Festival de Artes al Aire Libre, en el cual participaron 221 artistas plásticos.

Al culminar el mes conmemorativo del aniversario de la independencia de la “Provincia Libre de Guayaquil”, la Fundación Malecón 2000, el 30 de octubre hizo la entrega oficial a la Dirección Regional de Cultura del Banco Central de Ecuador de la obra física concluida del edificio destinado al Museo Antropológico de Arte Contemporáneo de Guayaquil. Con lo cual, era muy poco lo que faltaba para la total terminación del malecón.

Aquella fiesta, convocó a miles de visitantes nacionales y numerosos extranjeros que además de disfrutar del ambiente ribereño y las muestras de clara hospitalidad, pudieron admirar la obra física realizada en tan breve tiempo.

Entre el 23 de mayo y 29 de junio de 2003, gracias a la habilitación de espacios adecuados, por primera vez tuvo lugar una muestra de grabados de Pablo Picasso, exhibida en la sección norte del Mercado Sur. 43.000 visitantes llenaron el ambiente que cumplía con todas las exigencias técnicas para la debida protección de tales obras de arte, temperatura, niveles de humedad y luz.

Igualmente la seguridad cumplida durante proceso fue excelente, lo cual hizo palpable la conveniencia de

316 Diario El Universo, 9 de octubre de 2002.

utilizar tal espacio para muestras futuras. Paralelamente, cada miércoles, se presentó una serie de charlas con la proyección de videos como parte de un taller de grabados dictado por Walter Páez.

El Universo que circuló el 17 de julio de 2003, reprodujo una nota publicada el 25 de junio de 2002 en Berlín, Alemania, por el periódico tabloide “Der Tugessichel”, referente a la transformación de Guayaquil.

“Guayaquil apuesta por el progreso… En realidad, Guayaquil sorprende al más experimentado viajero. Desde sus inolvidables paseos del malecón con su impresionante monumento a Olmedo, sobre el pintoresco barrio Las Peñas, la Catedral, su centro lleno de actividad hasta los parques tropicales de los cuales, en especial, cerro Blanco, Seminario y Jardín Botánico. El turismo en Guayaquil, en significación, cada vez gana”.

Quienes pasean por los jardines del malecón con plantas ornamentales, macizos florales y césped, o se instalan en las cafeterías de la orilla del lago, donde medran numerosos patos blancos, rodeado de árboles de mango, guayaba, naranja, café, matas de plátano, etc., gozan de una plácida tranquilidad campirana, pues, no se percibe el ruido del intenso tráfico que circula por la avenida Simón Bolívar. Es decir, la imagen de aquel malecón, caótico, sucio, producto de las malas administraciones, definitivamente quedó atrás.

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locales (…) El ex alcalde de Guayaquil, León Febres-Cordero, en la exposición más larga de la jornada expresó que los guayaquileños que tomaron la decisión son los verdaderos artífices de la transformación de la urbe (…) por último, el alcalde Jaime Nebot se mostró satisfecho por los resultados obtenidos hasta ahora por su gestión, pero señaló “que este solo es el comienzo del cambio”317.

Durante su intervención, entregó a Febres-Cordero una placa en nombre de los habitantes de Guayaquil, como muestra de gratitud por los trabajos de renovación iniciados durante su mandato.

Durante la Feria, cinco municipios visitantes como los de Shangai, Génova, Santiago de Chile, Ciudad de Panamá y Barcelona concretaron acuerdos de cooperación horizontal con el Cabildo local y lo que más impresionó a los 440 visitantes nacionales e internacionales fue el Centro de Servicios Sociales establecido en el Bastión Popular al norte de la ciudad.

Entre los visitantes hubo quienes se expresaron en forma verdaderamente halagüeña sobre el éxito alcanzado en esta ciudad: “Vemos una ciudad con muchos proyectos en marcha (…) queremos aprender de sus proyectos sociales y para aprenderlos debemos fortalecer nuestros lazos con Guayaquil”: Miguel Lifschitz, Intendente de Rosario, Argentina. “Nos interesa su manejo del

mercado público, queremos ordenar a Santa Marta y para eso estamos aprendiendo”: Gonzalo Gutiérrez, delegado del Municipio de Santa Marta, Colombia. El coordinador del Municipio de Celaya, México, Juan Maldonado, dijo:

“Es importante dar a la comunidad espacios donde desarrollarse por eso nos interesan proyectos como ZUMAR, además, deseamos implementar un sistema de transporte masivo similar a que tienen planificado en Guayaquil y queremos compartir sus experiencias”318.

La Feria de Gobernabilidad, además de acreditarnos como una ciudad que empieza a plantear grandes expectativas a sus ciudadanos, fue un medio de acercamiento e intercambio de experiencias entre la M.I. Municipalidad de Guayaquil y los distinguidos visitantes: Carlos Rivas Zamora, alcalde de San Salvador, manifestó su admiración diciendo que: “Las cosas que más me han llamado la atención de Guayaquil, son el Malecón, la limpieza de la ciudad, la participación ciudadana, que son temas en los que estamos tratando de hallar un punto de encuentros para viabilizar y resolver nuestros problemas”.

En cambio, el alcalde de Panamá Juan Carlos Navarro, ofrecía “la oportunidad de compartir conocimientos en la elaboración de un presupuesto participativo con la ciudadanía” modelo aprendido en ciudades brasileñas y con siete años de práctica en Panamá.

318 Diario El Universo, El Gran Guayaquil, Pág. 1, sección B. 9 de julio 2004.317 Diario El Universo: El Gran Guayaquil, 8 de julio de 2004.

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Enrique Peñaloza, ex alcalde de Bogotá, espera aprender mucho de la experiencia de Guayaquil, pero transfiere la suya aprendida en “Curitiba, Brasil, y hoy Bogotá tiene un sistema de transporte de sistema mundial”.

René Valdés, coordinador en Ecuador del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas, asegura que “el desarrollo de una ciudad requiere del esfuerzo conjunto entre los sectores público y privado. De una vez por todas nuestros pueblos han ido aprendiendo que no se trata del sector público contra el sector privado. Las concesiones y las privatizaciones no son malas por sí mismas, es cuestión de ir puliendo estas relaciones. Parte del éxito es tener un marco jurídico apropiado, donde las empresas privadas tengan claro qué se espera de ellas y a qué atenerse si no cumplen sus obligaciones”319.

La tercera y última jornada del evento comenzó con la visita a los barrios de excelencia: Prosperina, La Playita, Mapasingue Este, Macará, donde los visitantes tuvieron la oportunidad de alternar con cada uno de sus representantes y percatarse de la forma en que ha cambiado su calidad de vida.

Luego, recorrieron el malecón, subieron al cerro Santa Ana. En el Salón de la Ciudad, el alcalde Nebot declaró Huésped Ilustre de la ciudad al ex alcalde de Bogotá y probable candidato a la Presidencia del Gobierno de

319 Diario El Universo, El Gran Guayaquil, Pág. 1, sección B, 8 de julio de 2004.

Colombia, Enrique Peñalosa. Y al entregar a cada uno de los connotados visitantes los pergaminos que los acreditaba como tales, el alcalde de Guayaquil dijo:

“Ustedes vienen a nutrirse de la experiencia de Guayaquil, pero también nos dan la benéfica posibilidad de nutrirnos de

sus exitosas experiencias y eso no se hace dentro del marco del protocolo sino del calor y la dimensión humana”320.

Al cumplirse con la ceremonia de clausura, los asistentes se comprometieron a continuar trabajando en beneficio de sus colectividades. Y como nota especialmente grata, una orquesta instalada frente al Cabildo, provocó al público que se había congregado que expresara su satisfacción en un animado baile.

320 Diario El Expreso, Pág. 13, 10 de julio de 2004.

Historia del Mal1ón Cos1hando los Efuerzos realizados

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Quienes nacimos y vivimos en esta ciudad, tenemos la esperanza que tanto esta como futuras autoridades municipales, continúen por muchos años su vigencia en la administración de la ciudad.

Ocupar el sillón de Olmedo, no es una simple expresión, es un símbolo que obliga; es un reto, un desafío para cumplir una gran tarea de trabajo, con dedicación y honestidad. Y esas condiciones, aun con defectos y errores, las hemos disfrutado a lo largo de los últimos tres periodos administrativos.

La obra pública Municipal desarrollada en este histórico lapso, no solo impidió que la crisis económica tuviese en nuestra ciudad y provincia características gravísimas, sino que la transformó en atractivo destino turístico local, nacional e internacional, que nadie puede negar.

Fue desde la actitud y determinación de los alcaldes a quienes cupo la responsabilidad afrontar el desafío, se impuso el buen ejemplo que se tradujo en estimulante a la mayoría de los servidores.

El dinamismo, amor a la ciudad, honestidad y una gestión manejada como cosa propia, no solo fueron la catapulta que impulsó una verdadera revolución y transformación urbana en nuestro Guayaquil, sino que, además, plantearon un serio compromiso y acicatearon a no quedarse atrás a los cabildos de otras ciudades

y cantones del país, con lo cual, su gestión alcanzó proyección y admiración nacional.

La ciudadanía, también esta vez dio la misma respuesta, premiar con el voto a quienes han servido a cabalidad a la sociedad. Jóvenes y viejos nos enorgullecemos de nuestra reacción que nos permitió hallar una salida.

Fue la sanción que el pueblo impuso a los malos guayaquileños mediante su voto, la que brindó a muchos ciudadanos la oportunidad de servir a la ciudad con eficiencia. “Fue necesario que las personas que viven en la ciudad se enamorasen de ella”, expresó la ex directora regional de CETUR, Katbe Touma, agregando:

“Cientos de miles de personas recorren el Malecón o suben la escalinata Diego Noboa (cerro Santa Ana), como parte de ese embeleso”321.

321 Diario El Universo, 20 de julio de 2003.

Historia del Mal1ón Conclusión

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la grana, cochinilla, añil, productos de España como pasamanería, loza tejidos de lana, vino y aceite, la plata y oro acuñados destinados a solventar los gastos burocráticos y la que enviaban los comerciantes para adquirir los productos de la China e India. El galeón de Filipinas fue muy buscado por piratas inglese y holandeses, el primero de estos navíos fue apresado en 1646.

En 1616, como inicio del malecón se construyó el primer fuerte para proteger la población, que fue destruido por un terremoto en 1776 y reedificado en 1783.

En el siglo XIX el barón Alejandro von Humboldt, procedente de Guayaquil llegó frente a su malecón y al asomarse a la cubierta del buque, exclamó que era “el lugar más hermoso de mundo”. El 2 de mayo de 1895, con un avanzado malecón nació el barrio de La Playa.

En 1920, el turismo se encaminó a este destino playero, y para satisfacer la demanda de alojamiento, utilizaron las casas particulares donde se los proveía de hamacas, catres y buen pescado o mariscos.

De esto surgieron los hoteles Acapulco, Jardín, Miramar. A partir de entonces siguió creciendo en hoteles como El Papagayo, La Marina, Los Flamingos, El Mirador del Monte, Las Palmas, Casablanca, Club de Pesca, etc.

En 1947, paralela al malecón, fue inaugurada la avenida Costera. Así la ciudad, como balneario de clima privilegiado y una bella bahía vivió sus años dorados como destino turístico durante los años 50.

Barcelona: No existe historia documentada sobre su época primitiva hasta llegada la época romana. Sin embargo, una tradición muy difundida dice que fue fundada por el caudillo cartaginés Amilcar Barça a quien debería su nombre.

Hay historiadores que sostienen que si bien Barcelona pudo ser fundada por cualquier expedición fenicia, cartaginesa o griega, sería en vecindad con asentamientos ya existentes celtibéricos, que la coloca en un origen remoto, genuino y autóctono.

Caso semejante al de nuestra ciudad ya que Benalcázar la asentó en 1535 a la vera del territorio de Guayaquile, donde existía una sociedad indígena con sus gobiernos, reglas sociales, comercio, etc.

En 1778 se revocó la orden de los Reyes Católicos liberalizando el comercio con América, al que se unió Barcelona consiguiendo un nuevo impulso para la construcción de edificios públicos y la cultura.

A principios del siglo XIX se hizo un grabado del puerto visto desde Montjuic donde es notoria la presencia de un malecón y en 1880 se construyó la muralla del mar en cuya explanada se encuentra el monumento a Colón.

En 1888 se celebró una gran Exposición Universal en la zona del Arco del Triunfo que dio gran impulso al crecimiento de la ciudad, solo comparable al recibido por la Exposición de 1929. En 1992 con motivo de la

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celebración de las Olimpiadas mundiales dio un enorme paso en su progreso.

Buenaventura: El 14 de julio de 1540, el licenciado Pascual de Andagoya arribó a la bahía de la isla Cascajal, que llamó de la Buenaventura por lo tranquilo de las aguas y abrigado del recodo. En 1546, por ser tierra “enferma, áspera y muy lluviosa”, había solo tres o cuatro vecinos encargados de despachar las mercancías.

En 1719 la Corona Española la eligió como puerto, sin embargo, nuca tuvo la categoría de la ciudad-puerto de Guayaquil.

En los primeros días de abril de 1816, el almirante inglés-argentino Guillermo Brown, que había sufrido una severa derrota en nuestra ciudad, arribó a Buenaventura con el bergantín “Hércules” y la ocupó a nombre de la República de Buenos Aires.

En 1821, por el malecón de este puerto se embarcó el general Sucre enviado por Bolívar para reforzar militarmente a la Provincia Libre de Guayaquil e iniciar la independencia del resto de los antiguos territorios de la Audiencia de Quito. También lo hicieron las tropas colombianas que se concentraron en Guayaquil y partieron en 1823 para independizar al Perú.

Ya en el siglo XX, se levantaron los planos de la ciudad que fueron la base del contrato con la compañía Raymond para la construcción del malecón y las primeras obras portuarias.

En 1926 se concluyó el malecón y se introdujeron sustanciales mejoras en el puerto. En 1930 se construyó la muralla de defensa frente al mar; en 1934 se concluyeron las obras de la estación del ferrocarril, los patios del malecón, el sanatorio de cuarentena, el hospital del ferrocarril y en 1953 el terminal marítimo quedó vinculado a la división de ferrocarriles nacionales.

El Callao: fue designado con tal nombre por Pedro de la Gasca, cuando luego de pacificar nuestra ciudad y una vez trasladada al cerro Santa Ana, en 1547, partió hacia Lima.

Es el principal puerto peruano situado a 14 kilómetros del centro de Lima, y en sus calles sobre el malecón todavía se encuentran hermosas y antiguas casonas de madera con largos y elaborados balcones construidas con maderas extraídas de los bosques de la provincia de Guayaquil, pues en la zona desértica del norte del Perú no existe madera alguna, peor las preciosas e incorruptibles variedades con que fueron edificadas.

Este puerto estuvo estrechamente vinculado a Guayaquil a lo largo de la historia de ambos países, pues a través de este salía la exportación oficial que se hacía del cacao (el de contrabando se embarcaba por las varias caletas de la costa manabita) producido en la cuenca del Guayas y en las ricas tierras del partido de Jipijapa y en general era uno de los puntos del comercio guayaquileño.

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La fortaleza del Callao, conocida como el Real Felipe fue escenario de muchos hechos de armas: repetidos ataques de piratas; el bloqueo ejercido en 1821 por la flota chilena comandada por el almirante Cochrane.

El 5 de febrero de 1824 cayó en manos realistas luego de una exitosa conspiración planeada por el coronel español Rodil que se hallaba prisionero.

Este punto militar fue el último reducto de la resistencia española después de la independencia peruana. Fue bloqueado por el almirante Illingworth en la goleta Alcance, a bordo de la cual iban como tripulantes los guardiamarinas guayaquileños de la Escuela Náutica, José María Urbina, Francisco Robles, José Antonio Gómez Valverde (todos ellos alcanzaron el grado de generales de Marina). La fortaleza del Callao se rindió el 26 de enero de 1826.

Su muelle o malecón fue iniciado por 1572, y en 1574 Francis Drake, por descuido de las autoridades se atracó en él y registró cada uno de los buques que se hallaban acoderados y se apoderó de un importante botín, al retirarse hundió 14 embarcaciones que se hallaban ancladas.

En 1654, bajo el mandato del virrey Monclava se reforzó el puerto sobre un malecón de rocas. El 2 de mayo de 1866, desatado el conflicto por las islas de Guano, fue rechazado desde El Callao el ataque de la flota española

que se dice intentaba, aunque resulta imposible creerlo, recuperar las colonias americanas.

Cartagena de Indias: Ésta fue una gran plaza militar de la América colonial, a la que el rey Felipe II dedicó su histórico lamento por el costo excesivo que demandaban sus fortificaciones.

Tres siglos defendiéndose de los enemigos de España, de corsarios y aventureros franceses como Baal, Coté y de Pointis y los ingleses Hawkins, Drake y Vernon. En el siglo XIX, durante la lucha independentista los sitios impuestos por turnos, por Bolívar y el terrible Morillo.

También sufrió bloqueos navales de Inglaterra, Francia e Italia en reclamo de deudas por la independencia, que totalizan un total de dieciocho ataques a los largo de la historia.

Sus habitantes, los cartageneros son particularmente orgullosos de uno de estos episodios: la legendaria victoria sobre la flota inglesa del almirante Edward Vernon en 1741. Y una dolorosa derrota: habiendo sido la primera provincia en declarar la Independencia absoluta de España en Noviembre de 1811, fue también la primera en sufrir el asedio que le impuso el ejército del Rey –el propio constructor de las defensas– al emprender allí la Reconquista en 1815, al costo de un tercio de la población. De ahí le viene el título de “Heroica”, que parece tan lejano al nuevo sentimiento de ternura, de femenino engalanamiento con que se

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rodea ahora el “corralito de piedra”, nombre que los colombianos le dan a esta bella ciudad en trance de muchacha adolescente.

Mirándola desde una aspillera de cañón en lo alto de los baluartes, entre la fronda de árboles añosos el paisaje enmarca una vieja ciudadela encerrada por gruesas murallas, a los pies de un inmenso fuerte, San Felipe de Barajas, el más grande castillo militar americano.

El espeso ambiente del recinto cruzado por callejuelas de trazo recto y estrechez casi medieval, a menudo flanqueadas por la hilera de contrafuertes de alguna Iglesia, o por largos pórticos. Pequeñas plazuelas, recodos, sorpresas envolventes por entre el tejido urbano bordeado por un amplio malecón.

Encima, techumbres en teja de barro a dos aguas salteadas de torres, campanarios y muros almenados, cúpulas renacentistas, miradores hacia la bahía sobre las casas de antiguos mercaderes o de contrabandistas para observar la llegada de los barcos, constituyen una hermosa visión.

Mar del Plata: Nació a fines del Siglo XIX, en terrenos ondulantes, con serpenteadas costas que penetran al Atlántico, surcados por lomadas rocosas que se pierden en el mar. Sus primeros pobladores fueron los aborígenes llamados Pampas, cuyo modo de vida se basó en la caza y en la recolección de frutos que obtenían en desplazamientos por la región. Y el primer

español que llegó a costas marplatenses fue Fernando de Magallanes, en febrero de 1519 bautizándolas como: Punta de Arenas Gordas (actual Punta Mogotes).

En 1860, el esfuerzo privado empezó a desarrollar una serie de estancias: Laguna de los Padres, San Julián de Vivoratá y La Armonía de Cobo. Avizorando el gran porvenir de esta zona, se dispuso la construcción de un nuevo muelle, a edificación de una barraca, se estimuló la agricultura habilitando un molino harinero, la construcción de viviendas y la apertura de comercios. Y en 1873 se decidió la construcción de la Capilla Santa Cecilia.

En noviembre de ese año, se gestionó ante el gobernador Mariano Acosta, para que se reconociera la existencia de un pueblo llamado Puerto de la Laguna de los Padres y se le cambiase de nombre a Mar del Plata. Lo cual fue dispuesto mediante decreto del 10 de febrero de 1874.

En 1877, con la construcción del puerto se inició el desarrollo de la Mar del Plata naciente. Se inauguró el Bristol Hotel que ocupaba tres plantas, se edificó la Iglesia de San Pedro, hoy Catedral de los Santos Pedro y Cecilia.

Con la llegada del ferrocarril el 26 de septiembre de 1886, el pueblo de Mar del Plata se fue transformando en centro urbano moderno. La prolongación del ramal ferroviario entre Maipú y Mar del Plata, marcó el comienzo de las

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inmigraciones de colectividades extranjeras, como la italiana y la española, entre otras.

En 1888 se construyó la primera rambla de madera, levantada sobre puntales hincados en la arena llamándose Playa Bristol, exactamente en la bajada de la calle San Martín. Esta rambla, muy simple, fue destruida por el mar en 1890.

Después de la destrucción de la primera, se construyó enseguida la llamada Pellegrini, más grande y más perfecta. Esta segunda fue destruida por un incendio en 1905. El 25 de octubre de 1906 es presentado otro proyecto en la legislatura solicitando su ascenso de categoría. El 19 de julio de 1907 el Pueblo de Mar del Plata fue reconocido como Ciudad.

En la década 1920, a medida que aumentó la afluencia de veraneantes, la clase alta comenzó el éxodo hacia el sur de la ciudad. Se instalaron en Playa Chica y Playa Grande, más allá de Cabo Corrientes hasta el Golf. El ámbito de reunión de dicho grupo estuvo concentrado en el Club Mar del Plata inaugurado en 1908 y ubicado en Avda. Luro entre Blvd. Marítimo y Entre Ríos.

Los grandes acontecimientos que consolidaron a Mar del Plata como una de las principales ciudades de la provincia y favorecieron su integración al espacio económico nacional y al desarrollo de la industria turística fueron: la inauguración del puerto de la ciudad, en 1923 y la ruta nacional N° 2 inaugurada el 23 de enero de 1938.

Montevideo: capital del Uruguay, es una ciudad abierta al mar que ubicada sobre el estuario del Plata se asoma al Atlántico Sur. Fundada entre 1726 y 1730 por Bruno Mauricio de Zabala como plaza fuerte y asentamiento de trece familias canarias.

En la época colonial estuvo rodeada por murallas protectoras hasta que fueron derribadas e impelida por las corrientes migratorias europeas extendió su planta urbana. Se trazaron avenidas y levantaron construcciones importantes, plazas, jardines y un hermoso malecón constantemente frecuentado por numerosos paseantes.

Adquirió así, un perfil europeísta que mantiene hasta el presente. Las seis cuadras primitivas sobre la ribera del puerto se convirtieron en 5.270 hectáreas habitadas por un millón trescientas mil personas. En igual superficie, otras capitales concentran hasta cinco veces esta población. Esa holgura apareja cómoda ambientación, gran luminosidad, atmósfera límpida, aire sin polución.

Elegante y sencilla, Montevideo se muestra moderna en lo edilicio y urbanístico, rica en aspectos culturales, en fuerza creativa y realizadora al tiempo que conserva la espiritualidad y calma pueblerina heredada de horas tempranas.

Equilibrada combinación de altas torres, construcciones suntuosas, casas bajas, 2.000 hectáreas de plazas y espacios verdes, otorgan a la ciudad una personalidad

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atractiva. Sede central de las dependencias de Gobierno, base del movimiento de comercio exterior del país, la capital uruguaya ha sido elegida por diversos organismos internacionales para instalar en ellas sus oficinas y representaciones.

El casco de la ciudad, pequeñita península donde se halla el puerto metropolitano, conserva edificios coloniales y casonas cuyas altas puertas abiertas muestran antiguos patios de inspiración hispana. Las que fueran casas natales o residencias de próceres uruguayos, hoy transformadas en museos, permiten constatar el modo de vida y costumbres de la aldea romántica.

El Cabildo de Montevideo, en la vieja Plaza Constitución, escenario del amanecer independentista, es elocuente testimonio histórico de un largo período nacional. Ahora guarda tras sus gruesos muros de piedra, buena parte testimonial de aquel pasado.

La Plaza Independencia es la más importante de la antigua Montevideo. En su centro se levanta la estatua ecuestre del héroe máximo de los orientales General José Gervasio Artigas, marginada por cuatro fuentes y 33 palmeras. A su pie se abre monumental Mausoleo conteniendo la urna con las cenizas del Prócer. Nace aquí la Avenida 18 de Julio, principal arteria montevideana y pujante centro comercial que se extiende a la calles adyacentes.

En esta zona tienen asiento la mayoría de los hoteles turísticos, agencias de viajes, compañías aéreas, casas de cambio, restaurantes, salas cinematográficas y numerosas galerías modernas.

El turista que recorra la costa montevideana a partir de la Ciudad Vieja hasta los confines con el Departamento de Canelones irá disfrutando de un panorama cambiante sin cesar, alternándose las elevadas torres con arbolados parques, plazas, chalets, zonas enjardinadas, callecitas que se deslizan hasta el zigzagueante malecón.

La Habana: Como las otras ciudades del mundo, tiene muchas calles. Algunas de estas calles son bien concurridas, así como el Prado, la Avenida 23, 10 de Octubre y muchísimas más. Mas, hay una avenida en La Habana que no tiene igual. No es tan antigua como muchas, pero es la más popular. Esa avenida es a la que los habaneros le llaman el Malecón.

El Malecón de La Habana corre junto al litoral de la ciudad con el mar (el Estrecho de la Florida). Se prolonga esta avenida desde el castillo de La Punta hasta La Chorrera, o la desembocadura del río Almendares. La Punta es la continuación de la Avenida del Puerto, la cual corre próxima al litoral de la Bahía de La Habana.

Al oeste llega hasta el túnel del Almendares el cual une a la avenida aquí presentada con la Quinta Avenida de Miramar.

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El malecón inicialmente, a comienzos del siglo XX, sólo llegaba hasta el área donde hoy se encuentra el monumento al General Antonio Maceo. El nombre oficial, siendo Avenida del Golfo, después de ser extendido adoptó el nombre de Avenida Maceo. Eventualmente se continuó la obra llegando hasta el río Almendares.

Valparaíso: Es una de las ciudades más antiguas de Chile. Sus orígenes se remontan a 1536 y por su calidad de principal puerto del reino ejerció un papel determinante en el proceso de emancipación nacional.

Ubicado a 120 kilómetros de Santiago, es la capital de la quinta de las doce regiones en que se ha dividido administrativamente este país. Con las ciudades de Viña del Mar, Concón, Quilpué y Villa Alemana forma una conurbación denominada Gran Valparaíso.

Sede del Poder Legislativo de la nación y declarada capital de la institucionalidad cultural del país, alberga al gobierno regional y a la mayoría de las secretarías regionales del gobierno central y, además, es asiento de la Armada de Chile, debido a lo cual es la principal oferente de los procesos de gestión y conducción en el sector público.

La configuración urbana de Valparaíso está determinada por una topografía dominada por 44 cerros que se erigen en un anfiteatro natural con vista al océano. Las calles a pie de cerro, los estrechos pasajes, las escaleras, los miradores, las casas pendiendo al vacío

y que parecen al alcance de la mano de los pasajeros de antiquísimos ascensores, las fisuras con fondo de mar. Casi 280 mil personas viven encaramadas en los cerros.

La ciudad es heredera de un pasado histórico que le confiere una identidad única. En el siglo XIX acogió a sucesivas oleadas de inmigrantes, principalmente europeos, lo que le confirió un carácter cosmopolita y pluralista, en un país que debido a formidables obstáculos naturales desarrolló por siglos un carácter insular y monolítico desde el punto de vista cultural. Testimonio de esta riqueza es la heterogénea arquitectura que se observa al recorrer el plano y los cerros.

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