leyendas de arica y parinacota

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LEYENDAS DE ARICA Y PARINACOTA Recopilación de Alfredo Raiteri Cortes y Hermann Mondaca Raiteri LA NOVIA DE AZAPA Chile, sus ciudades y sus variadas localidades no sólo poseen una riqueza humana y material inmensa. Nuestras ciudades, pueblos y poblados guardan cada uno tesoros de incalculable valor histórico y cultural. Deseamos invitarlos a un viaje por la Región de Arica y Parinacota, yendo al encuentro de sus leyendas, mezcla mágica de realidad y fantasía que corre de boca en boca para mantener un tesoro cultural que da origen a tradiciones e identidad. Entraremos en contacto con una realidad mágica que durante cientos de años se sigue conservando. Nuestra historia llena de misterios ocurre en el Valle de Azapa. Es una de esas historias en que el amor y el destino se entrelazan trágicamente. Si algún conductor incauto se detiene junto a una muchacha vestida de novia, que hace señas desde el borde de la carretera, puede encontrarse con más de una sorpresa. Los orígenes de esta moderna leyenda ariqueña hay que buscarlos en un mes de Octubre, mes en que el destino le tenía reservado a esta novia enamorada su muerte pero también su nacimiento. En los años 1950, no existían los buses que hoy conocemos, por lo 1

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LEYENDAS DE ARICA Y PARINACOTA Recopilación de Alfredo Raiteri Cortes y

Hermann Mondaca Raiteri

LA NOVIA DE AZAPA

Chile, sus ciudades y sus variadas localidades no sólo poseen una riqueza humana y material inmensa.

Nuestras ciudades, pueblos y poblados guardan cada uno tesoros de incalculable valor histórico y cultural.

Deseamos invitarlos a un viaje por la Región de Arica y Parinacota, yendo al encuentro de sus leyendas, mezcla mágica de realidad y fantasía que corre de boca en boca para mantener un tesoro cultural que da origen a tradiciones e identidad.

Entraremos en contacto con una realidad mágica que durante cientos de años se sigue conservando.

Nuestra historia llena de misterios ocurre en el Valle de Azapa.

Es una de esas historias en que el amor y el destino se entrelazan trágicamente.

Si algún conductor incauto se detiene junto a una muchacha vestida de novia, que hace señas desde el borde de la carretera, puede encontrarse con más de una sorpresa.

Los orígenes de esta moderna leyenda ariqueña hay que buscarlos en un mes de Octubre, mes en que el destino le tenía reservado a esta novia enamorada su muerte pero también su nacimiento.

En los años 1950, no existían los buses que hoy conocemos, por lo que para ir de un lugar a otro los habitantes de la zona viajaban en camiones, los cuales realizaban sólo dos viajes diarios.

Ella viajaba al Santuario de Las Peñas, donde la esperaba su novio para unirse en matrimonio hasta que la muerte los separara. Sin embargo, el novio y la familia aguardaron inútilmente todo el día, pues el camión chocó de frente con otro camión.

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La ruta en ese entonces muy estrecha no permitió maniobra alguna, al volcarse, tres personas perdieron la vida, entre ellas falleció con su vestido de novia, Gloria del Rosario Barrios.

Aquí comienza nuestra historia.

Félix Zegarra, en ese entonces un hombre de tan sólo 18 años conducía uno de estos camiones, uno de sus pasajeros era esta novia enamorada.

Don Felix Zegarra hoy, con su relato valiente nos revive lo que allí ocurrió:

“El 6 de octubre llevábamos gente a Las Peñas y a la altura del Alto Ramírez me di vuelta, choqué con un camión del regimiento, y con tan mala suerte que murieron tres personas, entre esas tres personas había una señorita que se iba a casar a Las Peñas, según tengo entendido se apellidaba Barrios y esta niña se iba a casar y llevaba su traje de novia, todo para casarse…

Y después del accidente, al tiempo después, según cuenta mucha gente, esta niña aparecía en la noche, se subía a los vehículos y a muchos choferes los ha hecho hasta llorar, gracias a Dios a mi en ningún momento me ha salido”.

No fue así para la señora Julia Corvacho, antigua matriarca del Valle de Azapa y orgullosa afrodescendiente, hoy ya fallecida.

Ella, quien también tuvo un encuentro con la Novia de Azapa, dice haber sentido miedo. Vio a la joven novia esperar el camión en dirección a una cita de amor que no pudo ser.

Doña Julia Corvacho nos dejó el siguiente testimonio:

“Lo que vi es una joven toda de blanco, ahí estaba parada, venía un auto se paraba para embarcar para llevarla p’abajo, no quiso…venía el otro tampoco y después en otro se ha ido p’abajo.

Pero primero no quiso embarcarse, yo estaba parada ahí mirando ahí en frente y le pararon… Pero varios años que la han visto, dicen…por abajo, pero por acá no. Y una sola vez no más la vi yo y me dio miedo y me entré p’a mi casa”.

Más allá de la ficción y del misterio Gloria del Rosario Barrios de ojos color aceituna, muere trágicamente a los 22 años de edad y sus restos se encuentran actualmente en el Cementerio Municipal de Arica.

La vida, el amor y la muerte fueron sentimientos que durante un tiempo se adueñaron del corazón del novio de Gloria del Rosario. Más tarde él encontraría la paz, contrajo matrimonio y guardó en su corazón el recuerdo de la novia que perdió en aquél trágico accidente.

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La memoria de los ariqueños y el desierto más árido del mundo, recuerdan y acogen a esta novia que en algún lugar del camino aparece y desaparece buscando a su amado.

Sólo la noche y la carretera del Valle de Azapa siguen siendo mudos testigos de sus apariciones. Si recorriendo los parajes de este valle, se le aparece una mujer vestida de tules y encajes blancos, en el asiento trasero de su auto o en la vera del camino, sepa usted que es aquella novia enamorada…

La Cueva del Inca y su relato, está rodeado de una serie de misterios, además de ser considerada la leyenda más antigua conocida de las que se cuentan en Arica.

Esta cueva se encuentra ubicada en el acantilado del Morro y desde el 1600, se conocen algunas experiencias relatadas en torno a ella. Una de ellas es la incursión que hizo en su interior, el investigador George Taylor y en su relato coincide con otros en las que se menciona la extensión de esta cueva, su oscuridad, las fuertes corrientes de viento en su interior y el frío intenso en algunos tramos.

Documentos del 1600 indican que este lugar era morada de ciertos naturales, que los españoles llamaban "indios morreros”, los que se cree, se comunicaban con los soldados del inca y a partir de aquí entonces se le designó como La Cueva del Inca.

En 1854, William Bollaert, en su visita a Arica, hizo una narración similar en la que menciona un cementerio indígena, donde encontró pictografías de color rojo, con figuras humanas y de animales, muestras que más tarde llevó al Museo Británico, junto a otras muchas halladas en las playas de la ensenada llamada Chacota. Posteriormente en el año 1914 varios jóvenes hicieron una expedición a su interior, pero no pudieron recorrerla más allá de unos doscientos metros debido a que se encontraba obstruida por grandes peñascos que seguramente cayeron por efectos de los terremotos de 1868 y 1877.

Antiguos residentes ariqueños, aseguraban haber entrado en dicha cueva, haber visto una gran laguna de agua salada que creían era alimentada por un canal subterráneo, cuya bocatoma estaba entre las rocas en la costa hacia el norte del Morro. Decían que esta laguna era tan grande que había que atravesarla en pequeñas canoas y que el camino dentro de la cueva, al otro

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LA CUEVA DEL INCA

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lado de la laguna, era tan espacioso que dos personas podían transitar cómodamente sin incomodarse, pero, que era imposible tener la luz de las velas encendidas porque a veces el viento, otras la carencia de oxígeno, las apagaba continuamente, lo que les hacía insostenible internarse en ella.

Cuenta la leyenda que Mamá Ojllu, princesa y emperatriz del gran Imperio del Sol en su palacio del Cuzco, exigía que todos los días se le sirviera pescado fresco.

Sus súbditos, trataban de complacer sus peticiones, sin embargo, lagos y ríos quedaban lejos del palacio, y cada vez era más difícil conseguir el tan deseado alimento por lo que muchas expediciones fracasaron en el intento.

Un día, se presentó ante el Inca un grupo de indígenas que eran conocidos como indios morreros y parecían ser dueños del gran secreto: obtener el pescado fresco para Mamá Ojllu.

Interrogados por el Inca sobre los orígenes del pescado, los indígenas contestaron: ¡De Arica!, que en lengua secreta del Inca significaba ¡Tierra Deseada!

El Inca, decidió enviar a sus emisarios junto a los morreros, quienes emprendieron el camino de regreso a Arica, hacia una caverna ubicada a orillas de una laguna, a pocas leguas del Cuzco, internándose en ella.

Era un viaje difícil y agotador. De trecho en trecho se encontraban con lagunas de agua dulce y salobre, a veces a nivel del camino, otras bajo éste y a las que se descendía por escalinatas esculpidas en la roca viva. En estas mismas lagunas, iban depositando los peces, para mantenerlos vivos y frescos. Finalmente, y después de atravesar una laguna de agua salada, salían por un camino ubicado en el acantilado del Morro de Arica.

Cuando ya el camino se hizo conocido, se organizaron cadenas de emisarios del incanato, que en planificadas travesías tomaban los peces vivos en Arica y emprendían veloz carrera cruzando todo aquel largo camino.

¿Y quiénes realizaban esta tarea tan ardua?

Esta tarea se encomendó a los chasquis, expertos corredores y conocedores de las rutas del imperio, quienes recorrían grandes distancias en 24 horas, atravesando las rutas más difíciles y escarpadas que se puedan imaginar. Gracias a ellos Mamá Ojllu podía degustar los manjares marinos fresco como recién extraídos del mar.

Y es, precisamente, en este punto en que la leyenda se funde con la historia pues cuentan los relatos orales que cuando los conquistadores exigieron oro a cambio de la vida de Atahualpa y cuando éste creyó las promesas de Pizarro de dejarlo en libertad luego de pagado el dorado rescate, ordenó a todos sus

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caciques para que lo recolectaran todo el oro del imperio y que lo entregaran al español como pago por su rescate; sin embargo, el cacique de Moquegua, cuando estaba listo para emprender la marcha con un buen cargamento, recibió a un nuevo emisario que le comunicó que Atahualpa había sido sacrificado por Pizarro, y, por lo tanto, el oro que había recolectado debía esconderlo tan bien que no pudiera ser encontrado por los blancos, y que lo hiciera en zonas en donde no existiera este metal en forma nativa. El cacique de Moquegua, cumplimiento las órdenes enterró parte de él, en Locumba. Otros caciques, obedeciendo las mismas órdenes, ocultaron otras grandes remesas de oro en algún rincón de la Cueva del Inca, donde hasta el día de hoy permanecen.

Entonces, La Cueva del Inca aún tiene voces, la felicidad de Mamá Ojiu y el tesoro de Atahualpa que guarda en sus entrañas.

LA MESA DE PARINACOTA

Muchas leyendas vinculan al ser humano con la naturaleza, el medio ambiente o los animales, otras con la vida y la muerte.

Una pequeña mesa de madera, de superficie de tablas unidas y descoloridas, con una apariencia común y corriente, se halla al interior de la iglesia de Parinacota, cerca de su altar. Pero a pesar de su apariencia normal, algo llama la atención de ella y es que una de sus patas se encuentra firmemente amarrada con una cuerda a un palo clavado a una de las paredes interiores de uno de los atrios del templo.

Esto no parece lógico pues esta vieja mesa, como cualquier otra mesa de apariencia pueblerina, inofensiva y hasta poco llamativa, a ninguna persona le podría interesar; sin embargo, los abuelos de Parinacota dicen que esta mesa posee características especiales pues, antes de ser amarrada, solía andar por el pueblo y sus alrededores, recorriendo grandes distancias llevando consigo la muerte. De esta forma la muerte rondó innumerables veces las calles de Parinacota, como viento frío por los muros del pueblo, como la fatalidad misma.

En aquel tiempo, no había nada que hacer y al anochecer el silencio del altiplano se hacía más profundo cuando aparecía por las calles buscando un domicilio para anunciar su mensaje de muerte.

Cuenta el relato tradicional que en el pueblo de Parinacota, una mesa anunciaba la muerte.

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Cuentan que antes que en nuestra Patria se escucharan los primeros gritos de independencia, mucho tiempo antes, en el pueblo de Parinacota, vieron aparecer una mesa justo frente a la casa de un vecino, el cual pronto sufriría la pérdida de uno de sus seres queridos.

Don Félix Calle, vecino del pueblo de Parinacota al relatar la historia cuenta que aquella mesa traía consigo la muerte, pues cuando alguien iba a morir ella salía a caminar por las calles del pueblo y que cuando alguien se cruzaba en su camino, para no ser descubierta, se convertía en burro o perro o en cualquier otra cosa.

Esta mesa va a buscar el alma de aquel que va a morir y suele presentarse con cuatro velas encendidas y cuando se lleva el cuerpo del desdichado quien termina sobre su cubierta de madera con una vela entre sus manos y así se lleva su alma.

También don Cipriano Morales Huanca, otro vecino del pueblo y cuidador de la Iglesia de Parinacota, conoce el relato y nos dice que sus abuelos fueron testigos de andanzas de esta mesa y también relatan cómo la mesa salía a medianoche a robar el espíritu de las personas que dormían y que luego eran víctimas de la muerte. Cuando niño su madre le explicó que todo lo sucedido obligó a que los abuelos del pueblo, decidieran amarrarla al pilar izquierdo, frente al altar de la Iglesia del pueblo, y así evitar que siguiera saliendo en las noches a buscar las alma de los habitantes del pueblo.

Don Cipriano, relata que la continúa intenta salir por las noches a vagar por el pueblo; sin embargo, las amarras se lo impiden y poco a poco éstas han ido gastando la pata de la mesa en el intento de escapar de sus forzadas amarras.

La Iglesia de Parinacota y sus frescos que ilustran a mujeres sonrientes que arden en el infierno vieron burlonas cómo ingresaban la mesa por aquéllas puertas centenarias, los soldados españoles que cargan la cruz de Cristo, han sido sus carceleros.

La familia de don Cipriano Morales Huanca, es una de las tres únicas familias que viven en al actualidad en Parinacota, y que cumplen con la labor de observar y vigilar que esta mesa no se arranque, ni vuelva a asolar los hogares de este tranquilo pueblo pues nadie puede asegurar que hoy, que esta mesa no siga siendo aún, correo de la muerte.

Lo cierto es que nadie ha desafiado a la muerte, desatando las amarras de la Mesa de Parinacota.

LOS PAYACHATAS

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Las leyendas de nuestra tierra, nos cuentan realidades mágicas; fantásticas en las calles de la ciudad de Arica, los valles y los pueblos altiplánicos.

La naturaleza cobra un rol fundamental en estos relatos orales que van de boca en boca; de los abuelos a los nietos, por generaciones.

Descubriremos los vestigios de una ciudad subterránea que yace bajo el Mercado de Arica y que a través de túneles y pasadizos comunicaba a los antiguos frailes franciscanos.

Reviviremos la leyenda de los guerreros gemelos que descansan a la orilla del Lago Chungará y que Wiracocha, el enviado de Dios, convirtió en los volcanes Payachatas, como símbolo de paz a la orilla del Lago más alto del mundo.

Antiguamente, muchos siglos atrás, estos parajes eran azotados por fuertes vientos que hacían de esta antigua tierra muy inhóspita, sin embargo, a pesar de ello habitaba en el una anciana que era el terror a varias leguas a la redonda, si bien no se tenían conocimientos que hubiera hecho daño a alguien.

La llamaban “la bruja Paya” porque cuando la divisaban desde lejos parecía que trataba de dos personas y si lanzaba una piedra siempre caían dos.

Nadie podía precisar la edad que tenía y los ancianos del lugar recordaban que cuando joven era la doncella más hermosa de todas las tribus que habitaban en las cercanías.

Había sido mujer de un valeroso y noble capitán indígena, y su desgracia se debió a que cuando paría, invariablemente tenía mellizos, lo que era considerado como de mal augurio por los hechiceros de aquellos tiempos.

Cuentan los antiguos que incluso la primera vez que los tuvo, su marido sacrificó a escondidas a uno de ellos para librarla del suplicio a que eran condenadas las mujeres en estas situaciones.

Pero la segunda vez fue denunciada y como era la costumbre, la amarraron a un palo de su estatura donde debió permanecer de pie sin comer ni beber durante nueve días con sus noches.

Cuando las mujeres sobrevivían se les perdonaba la vida, pero debían vivir completamente solas y sobre todo, sin contacto con hombres.

Así le aconteció a Paya. Vivió incontables años en soledad hasta que un día hizo su aparición un grupo de indígenas, entre los cuales destacaba un

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extranjero cuyo lujoso ropaje era desconocido para todas las tribus, venía de otras tierras.

El extranjero hablaba un idioma diferente a las lenguas de ese territorio, no obstante ya casi podía hacerse entender por los indígenas que ahora eran sus compañeros.

Cuando divisó a Paya pidió a éstos que le dijeran que quería permanecer en su choza nueve días con sus noches para descansar y esperar a unos amigos que debían juntarse con él al término de esa fecha.

Cuando los indígenas se enteraron de las pretensiones del extranjero se opusieron tenazmente, argumentando que esa mujer estaba condenada a vivir aislada y sin contacto con hombre alguno.

Pero no hubo nada que convenciera al extranjero a desistir de su intención. Alegó que no estaba ligado a juramentos con ninguna de las tribus y por lo tanto ellos se podían retirar y comunicarles a sus jefes o caciques lo que acontecía si ello era necesario.

Les dijo además, que si deseaban podían regresar después de los nueve días, fecha en que el continuaría la marcha hacia la gran cota (laguna o mar), aunque sus amigos no hubieran llegado.

Después de mucho deliberar, los indígenas fueron a comunicar los hechos a sus respectivos caciques, quienes después de oír atentamente su relato, les prohibieron regresar donde el extranjero sino hasta después del noveno día.

Cuando el extranjero quedó solo con Paya ésta le hizo señas para que entrara a su choza.

El joven entró ceremoniosamente y una vez sentados a la usanza indígena -uno frente al otro-, le pidió a Paya que le contara el motivo por el cual vivía sola y era temida por todos.

La noble mujer comenzó el relato de su desgracia con una voz juvenil que contrastaba con su rostro arrugado.

El extranjero, que no había despegado su vista de la anciana, vio con asombro que su cara recobraba paulatinamente la juventud a medida que avanzaba en su relato.

Sus ojos recuperaban poco a poco el brillo y la viveza, sus cabellos blancos iban dando paso a su color primitivo y su cuerpo comenzó a tornarse elástico y brillante.

Al terminar la historia e incorporarse había cambiado completamente.

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Ante la cara de asombro del extranjero, Paya ya no era la vieja mujer indígena de traje raído y sucio, sino una hermosa y bella joven lujosamente ataviada a la usanza de su tribu.

El extranjero lleno de asombro, se restregó los ojos como si quisiera despertar de un sueño.

No podía creer lo que veía.

Ella por su parte, sonreía dulcemente al comprobar lo que acontecía en el alma de su huésped.

Al día siguiente Paya sorprendió escondido en la choza a uno de los indígenas que había acompañado al extranjero y reposadamente se limitó a ordenarle que no abandonara la choza sino hasta después del noveno día.

El indígena temió por su vida, pero después permaneció como si estuviera encadenado a la voluntad de ella.

Por su parte, durante ocho noches con sus días Paya y el extranjero vivieron un idilio y un romance ininterrumpido, durante el cual él se veía obligado a tocar continuamente su quena, de la cual sin proponérselo, salían tristes, pero bellas melodías que hacían vibrar el corazón.

Llegada casi la medianoche, del noveno día le ordenó al indígena cautivo que aguardara hasta al amanecer y que corriera a avisarle a los caciques y hechiceros que la habían condenado que vinieran a contemplar a sus hijos Payachatas nacidos luego de las nueve noches de amor.

Al amanecer del décimo día, cuando las tribus se dirigían en busca del extranjero y de Paya, se oyó un formidable ruido subterráneo.

Comenzó a temblar la tierra de tal forma que todos rodaron por el suelo.

El cielo se oscureció y de la tierra salieron gruesas columnas de humo con largas lenguas de fuego remontándose hacia cielo.

Tan pronto lograron incorporarse, huyeron espantados lejos de la zona.

Al regresar después de diez días de fuertes temblores y lluvia de cenizas, vieron que en el lugar donde estaba la choza de Paya se alzaban dos hermosas montañas de color plomizo cuyos conos nevados parecían tocar el cielo.

Por muchos años a esos cerros se les llamó “los hijos de Paya”. Sólo con el tiempo se les cambió el nombre por el de Payachatas, que significa "los mellizos o gemelos".

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LAS VOCES DE LA CIUDAD SUBTERRÁNEA

Caminar, recorrer la ciudad. Respirar historia en cada una de sus calles y casas del casco antiguo. Caminar, andar el mismo camino que los antiguos habitantes de Arica , de aquellos que ya se fueron; escuchar sus voces; los ecos adormecidos entre las paredes; tantas y tantas historias; tantas y tantas leyendas.

Dicen que los mercados encierran historias, que sus paredes nos gritan en silencio.

Recorrer cada uno de los pasillos del Mercado Viejo, como le llaman nuestros abuelos, es adentrarse en nuestra historia; respirar tiempos antiguos, saberse parte de un lugar mágico, adentrarse en sus aromas; volver a revivir antaño.

Desde siempre los mercados han sido un lugar privilegiado en los pueblos.

Es en este lugar de trueque donde se va forjando la historia de grandes civilizaciones, tan distintas como la griega, la maya, la fenicia o la azteca.

El mercado de la ciudad de Arica también tiene una historia que contar, en la que se funde el misterio y la historia, el mito y la realidad.

Cuentan que hace muchos años el cuidador del mercado, un señor de apellido Benítez, en las noches escuchaba voces y veía pasar un perro blanco.

Don Ricardo Castro un estudioso de este tema nos relata: “El sereno que trabajó aquí hace como 30 años atrás, el decía de que en todas las noches cuando él salía a recorrer el mercado, él veía un perro blanco, o sea que se le aparecía, y bueno y desaparecía”.

En esa oportunidad ocurrió lo de siempre…nadie creyó.

Sin embargo, años después, en la década del 70, se hicieron ciertas excavaciones y descubrieron que lo que había escuchado el señor Benítez no era producto de su imaginación o de la soledad, pues en ese lugar se encontraron armas y osamentas que fueron atribuidas a restos de la Guerra del Pacífico.

Fuentes históricas nos cuentan que:

“Para el año 1874 aproximadamente, ya cuando se escuchaban ciertas

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noticias de posible guerra, o sea entre Chile y Perú, el gobierno peruano determinó construir este edificio que Uds. ven actualmente, con los restos de los mismos edificios que quedaron del terremoto. Bueno, construyó este edificio para el regimiento Junín”.

El habitante de Arica urdió un cuento en la que se mezcló la leyenda con la historia y la tradición.

Sin embargo, no todo estaba dicho, ya que el año 1991 durante el desarrollo de una excavación, quienes participan en ella se asombraron al darse cuenta que tres metros más abajo se encontraba el Convento de San Francisco que existió entre los años 1712 y 1868. El 13 de Agosto de ese mismo año dicho Convento fue derrumbado por un terremoto y un posterior maremoto.

Don Ricardo Castro nos comenta:

“Que este Convento donde los franciscanos se comunicaban con los diferentes monasterios y conventos que existían en la época colonial acá”.

Una historia subterránea se tejía en los días del Convento de San Francisco, un camino que llevaba a la Iglesia de La Merced y otros que llevaban a distintas partes nos muestran como mucho antes que nosotros llegáramos a estas tierras, una ciudad oculta con caminos, frailes y pilas bautismales convivían en las tierras del Valle de Azapa.

Hoy se nos asegura que ésa es la verdadera historia de los ruidos que escuchaba el señor Benítez.

Sin embargo, aún no está dicha la última palabra…

LOS PRÍNCIPES GUERREROS Y EL AMOR DE UNA MUJER

El amor; ese sentimiento que mueve y estremece; que se vuelve frágil como el vuelo de una mariposa y tan fuerte como el viento que azota las llanuras altiplánicas.

El amor; ese amor que mueve las montañas y genera una guerra de gigantes.

Por el amor de una mujer, se remecen las alturas; vuelan los cóndores cuando rugen en los colosos de piedra.

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Las leyendas de nuestra tierra, no hablan no sólo de lo mágico y lo divino; sino del amor y la naturaleza; de ese amor que desata una guerra a orillas del Lago Chungará y de la hermosa mujer que la provoca. Una batalla a muerte entre dos príncipes titanes de las alturas.

Un antiguo relato inca nos cuenta que en aquellos tiempos inmemoriables habitaban en las altas tierras dos príncipes guerreros, Pomerape y Pedro Acarape, quienes se encontraron a las orillas del Lago Chungará para disputarse el amor de la hermosa María Inala.

Todo estaba tranquilo en las alturas; el viento soplaba ligero, surcaban el aire majestuosos los cóndores; cuando de un momento a otro el mundo se estremece, un rumor comienza a hacerse sentir en las pampas y quebradas, con un estruendo la tierra comienza a temblar huyen despavoridos los pumas y guanaco, cóndores y águilas.

El rumor se hace ensordecedor, con voz de trueno de uno de los volcanes reclama ser el más alto y estar lleno de tesoros, su hermano le hace ver su vanidad y engreimiento.

- “Sabes bien que soy mucho más alto y fornido; y mis tesoros muchos los desean” – vocifera uno de los colosos.

- “Que importa la altura cuando la vanidad que traes te hace sombra, enegreído” – le responde su gemelo

La disputa continúa; se estremecen los cerros con los rugidos de los gemelos.

Ha comenzado el combate, los otros gigantes desde lejos se miran desconcertados, Misti, Corocuna, Ubinas, Auzangate y el gran Illimani no saben qué hacer, mientras al sur, Aconcagua prefiere mantenerse en silencio, Momocoche está angustiado.

Illimani que dormía la siesta con sus pequeños hijos despierta exaltado e interviniendo les reclama:

- “Hermanos, calmad vuestras iras, que haya paz entre vosotros”. -Sin embargo, los hermanos ensordecidos por la ira no escuchan consejos y lanzan piedras que cruzan los aires.

Un pedruzco gigante y de afiladas aristas cercena la cabeza blanca de Acarape.

Así nos relata Don Felix Calle lo que sus abuelos le contaron:

“Se pelearon en aquellos tiempos y el Payachata le dio un ondazo al Sajama, le sacó el corazón, porque el Sajama le había dado un ondazo al Payachata, le había volado la cabeza, pero él no se dejó así, él siguió luchando hasta que le

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quitó la mujer puh, la María Inala ésa era la mujer del Sajama, que se llama el doctor Sajama, hoy en día…Por esa mujer peleaban”.

Don Felix Calle continúa:

“Wiracocha lo convirtió en un volcán puh, que siempre el Payachata bota agua”.

Al momento el gran Wiracocha, todopoderoso dice que no quiere más guerra ni sangre y los convierte en dos grandes volcanes gemelos petrificados, quiénes desde uno de los lugares más altos del mundo se transforman en los símbolos de una paz duradera.

Don Felix Calle con sabiduría ancestral nos dice:

“Muchos nos creímos, entre nosotros mismos nos creímos, a veces, somos un poquito más decentes y nos creímos más grandes, nos creímos dioses.

A la gente pobre lo miramos siempre abajo, no debemos ser así, debemos siempre compartir por igual todos, yo pienso así”.

Han pasado los años y los colosos guerreros de piedra gemelos aún están enamorados de María Inala y aún el pueblo hoy les canta: “Yucumani bondadoso, centinela de mi tierra, Tutupaqui peligroso, riqueza y demonio encierra”.

Don Feliz Calle concluye: “…Yo lo que me contó mi abuelito no lo olvido y siempre lo voy contando. Las personas que han venido yo les he contado, porque no me gusta que se quede dentro de mi corazón y se pierda ahí. Porque muchos no le cuentan lo que yo les cuento”.

A lo lejos vemos a dos gigantes; sopla el viento sereno presagiando una paz perpetua en las alturas; mientras los cóndores surcan un cielo claro. Solo el viento conoce el secreto de los gigantes gemelos.

Relatan los antiguos indígenas originarios que en el contrafuerte de la cordillera vivía un joven cacique, que a semejanza del Inca, tenía por esposas a varias jóvenes de una belleza envidiable, lo que provocaba una fuerte envidia del resto de los caciques que vivían a muchas leguas a la redonda.

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LAS KIWULAS

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Él era un joven apuesto, fuerte y respetado por todos sus súbditos. Sin embargo, sus mujeres no le daban descendencia, pero él, en vez de entristecerse se alegraba y estaba satisfecho, pues, estimaba que así, todas ellas serían siempre iguales, bellas, hermosas, con sus ondulantes y esbeltos talles.

En las mañanas y tardes de primavera solían sentarse en los pastizales. Ellas le cantaban y bailaban, hasta que agotadas por los movimientos sensuales de las danzas, caían una a una. El cacique entonces se acercaba a ellas y les hacía olvidar el cansancio con tiernas y sensuales caricias.

Esta vida regalada, llena de placer y sin preocupaciones familiares, puesto que para esto había otras mujeres que se preocupaban del tejido o cultivo de la tierra, alimentó la envidia de otros caciques cercanos e hizo que estos lo denunciaran ante el Inca.

El Inca, intrigado por esta clase de denuncia, y más que todo, por curiosidad, lo citó al Cuzco a comparecer ante a su presencia.

- Me han dicho que tienes muchas y muy hermosas esposas. ¿Es verdad aquello?

- Sí, mi gran señor. Tengo tantas como puedo tener contentas, alimentar y amar.

- Y, ¿Son tan bellas como dicen?

- Sí, para los ojos de vuestro siervo, pero no tanto para que merezcan que los ojos de mi gran señor se posen en ellas.

- También me han informado vuestras esposas no tienen hijos y que no trabajan. ¿Es verdad esto?

- Sí, mi gran señor. No tienen hijos porque no se los pido, y en cuanto a trabajo, el que les doy es tanto, que es injusto e imposible pedirles más.

- Y… ¿Qué hacen? ¿En qué trabajan?

- Me cantan y danzan de tal forma y con tanta ternura, pasión y amor que mi corazón late más apresurado y todo mi ser cuerpo se estremece consumido por un gran placer. ¿Qué más puede exigirles, mi gran y buen señor?

El Inca quedó pensativo y después de unos segundos, le preguntó.

- ¿Nada me pides?

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- ¡Oh! Mi gran señor. Si todo me lo habéis dado y nada me quitáis ¿Qué más puedo pedir?

- Todo lo que me dices está bien; también eres un buen y valiente guerrero, pero…no me habéis dado un hijo tuyo para la guerra y esto es grave para el Inca, tu Señor. Oye y cumple mis órdenes si no quieres morir: A más tardar a fines de la próxima cosecha de maíz, tus bellas mujeres tendrán que dar un hijo para el imperio. Si no lo hacen, morirás. Tienes de plazo hasta la próxima cosecha. ¡Puedes retirarte!

Salió el joven cacique de la mansión real, sin saber que hacer y cómo solucionar el problema que creía no poder cumplir. Después de mucho meditarlo, creyó que lo más prudente era recurrir donde una vieja hechicera y consultarle.

La hechicera después de meditar un poco, le comunicó que para darle un consejo o sanación, tenía que presenciar una de esas reuniones que celebraba con sus esposas y que sólo entonces podía actuar.

Una bella y templada mañana de primavera, fue llamada la bruja. El sol acariciaba con sus rayos las flores que con su fragancia inundaban el ambiente.

El cacique con su séquito de hermosas y jóvenes esposas, se dirigió a su sitio predilecto en que celebraba sus reuniones. Sentado el cacique en una alfombra de flores, las jóvenes hicieron la rueda, comenzando las ceremonias de las danzas. La fiesta terminó como tenía por costumbre.

La vieja hechicera que observaba atentamente, se dejó llevar por la ceremonia y comenzó a viajar en sus propios pensamientos, soñando y recordando amores pasados y pensó en vivir unas horas de amor engañando al cacique. Así que, cuando éste le preguntó si había encontrado el remedio para la sanación que él necesitaba, le respondió que tenía que presenciar una nueva reunión y que solamente entonces, podría darle la poción del remedio que tenía que preparar.

En la próxima ceremonia la hechicera permaneció oculta entre las flores y los bofedales y vio cómo comenzaban los rituales y las danzas, y cómo poco a poco por efectos del cansancio, iban cayendo una a una las jóvenes agotadas luego de la danza realizada. La hechicera entonces buscó el momento oportuno para mezclarse en la fiesta ritual introduciéndose en la fiesta y en las danzas, hasta que aproximándose al cacique se dejó caer entre sus brazos. El cacique poco después se dio cuenta de la situación y la hechicera al verse desprendida de los brazos del cacique cayó rodando en el pastizal. Entonces. mientras se incorporaba, roja de ira, profirió gritándole una maldición:

-¡Kiwula!...¡ ¡Kiwula ! ... ¡En eso se convertirán!…

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Junto con esta maldición, la hechicera, lanzó un gemido agónico y su vida expiró… ¡Había logrado su intento, pero a costa de su propia vida!

La maldición proferida, hizo su efecto y uno a una el cacique y las bellas esposas se convirtieron en aves.

Cuentan que desde esa ocasión existen en la precordillera del altiplano chileno, unas aves llamadas kiwulas, muy semejantes a las perdices, pero más corpulentas y que en tiempo de celo el macho se reúne con varias hembras y en el apareamiento se origina una verdadera ceremonia ritual entre estas aves en donde el macho se ubica en el centro y las hembras forman un círculo alrededor de él. Las hembras giran lentamente a su alrededor y poco a poco se van agitando y acelerando su ritmo en una verdadera danza ritual, hasta que agotadas por el cansancio caen rendidas. Esa es la oportunidad y la ocasión que aprovecha el macho para fecundarlas, culminando el ciclo de apareamiento.

En el Norte Grande de Chile, a 103 kilómetros de la ciudad de Arica, a 25 kilómetros de Putre y a 3.060 metros sobre el nivel del mar, se encuentra el pueblo de Socoroma, un pueblo que despierta día a día con la música de los pusiris o zampoñeros, quienes rondan sus calles protegidos por Wiracocha.

Entre los relatos orales se pueden encontrar aquellos que narran acerca de grandes cataclismos y desastares naturales que han azolado a la humanidad. Desde la narrativa de todos los confines del plantea, hombres y mujeres han escuchado sus historias ligadas a estos hechos que en algún momento han cambiado el curso de civilizaciones completas.

Hay sitios que nacieron para caminar, para no quedarse estáticos o anclados en un lugar determinado. Socoroma es uno de estos lugares que han decidido moverse junto con sus habitantes. Es uno de esos pueblos que un día se durmió y al día siguiente amaneció a varios kilómetros de distancia, porque el mundo se había dado vuelta y nadie le había avisado…

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LOS ZAMPOÑEROS CONVERTIDOS EN PIEDRA

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Así como Don Calixto Llusco, los habitantes de Socoroma, han guardado relatos de lo que han visto y vivido en su pueblo. Relatos que van a seguir contando aunque el mundo se de vuelta y de esto ellos tienen experiencia pues cuentan que el pueblo de Socoroma antes estaba ubicado hacia el sur y que un día se desvaneció, pues la tierra se dio vuelta e hizo que el pueblo completo desapareciera. En aquel remoto tiempo, el lugar era protegido por Wiracocha, el Caballero, el Señor, lo que en nuestras palabras significaría El enviado de Dios.

Doña Dominga Vásquez nacida y con toda una vida en Socoroma, cuenta qué pasó aquella vez en que los zampoñeros miraron hacia atrás.

Relata que esa noche había fiesta en el pueblo y que entre todos quienes estaban enfiestados, apareció un hombre, de apariencia descuidada, sucio, mugrientito, todo mococito. Por lo que ante tal apariencia, a los mayordomos que estaban a cargo de la fiesta, les pareció que debían echarlo pues consideraron que no tenía nada que hacer en ese lugar. Sin embargo, los zampoñeros que tocaban esa noche, le tienen lástima y deciden asearlo, abrigarlo y darle comida, ofreciéndole ayuda desinteresada. Esta ayuda a este hombre humilde, traería luego su recompensa pues el pueblo de Socoroma sería víctima de una ran tragedia. .

Doña Dominga Vásquez, al continuar su relato, cuenta que este hombre a quien han ayudado los zampoñeros, les advierte, diciéndoles que deben abandonar el pueblo en una dirección indicada, contraria al lugar en el que se encontraban y que se refugiaran en un montículo que les indicaba.

Pero los zampoñeros asustados y curiosos por lo que le ocurría al pueblo, miraron hacia atrás, no haciendo caso de las advertencias hechas por el hombre al que habían ayudado y quien les había advertido que por ningún motivo miraran hacia atrás, quedando totalmente petrificados junto con sus zampoñas.

Doña Dominga Vásquez, continúa su relato diciendo que allí quedaron los pusiris, con sus ropas y el dibujo de sus figuras, petrificados en la piedra.

Más tarde escucharon decir que el mundo se había dado vuelta y que hacia el norte de Socoroma, un grupo de zampoñeros fueron petrificados por no obedecer y hoy reciben a quienes deseen ir a comprobar un hecho que nadie puede negar, confirmando mágicamente la realidad de este relato.

Quizás muchas veces, en la sala de la sede social o en la casa de algún vecino socoromeño, los niños han escuchado a sus padres contar historias de su pueblo. Los niños y niñas de Socoroma hoy juegan tranquilos, mientras sus padres llevan las ovejas y cultivan la tierra. Viven tranquilos pues saben que nada les ocurrirá porque Wiracocha no lo permitiría.

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Don Alfredo Raiteri Cortez, puede ser considerado, sin lugar a dudas, uno de los primeros antropólogos sociales o culturales de la región, dado su extenso y riguroso trabajo etnográfico. La siguiente leyenda es una muestra de esto.

Habla acerca del Barrio Lumbanga, ubicado en la actual calle Maipú de Arica entre las calles Patricio Lynch y Vicuña Mackenna, barrio que concentraba una gran población afrodescendiente y donde la agitada vida nocturna, era una de sus principales características.

Este relato fue entregado por un antiguo vecino ariqueño, quien guardaba el documento heredado de un pariente cercano y que consideró importante darlo a conocer a través de las crónicas escritas por Don Alfredo.

Leamos de qué nos habla esta interesante narración.

Luego de dar unos golpes en las mamparas vi aparecer a un niño de no más de unos siete años, con claros rasgos afrodescendientes. Su cabecita redonda como una bola, la cubría una cabellera que, seguramente, no había necesitado de peluquero desde que nació, y tal vez no lo necesitaría hasta que muriera de viejo pues era un enjambre de crespitos apretujados que hubiera sido imposible peinar aunque lo intentaran. Con sus grandes ojos vivaces, en que resaltaba lo blanco de la córnea y su sonrisa dejando entrever sus blanquísimos dientes asomó a la entreabierta puerta e inició el diálogo:

-Buenos días señor, ¿Qué desea?

-Hágame el favor... ¿Está don Pío?

-Sí señor. Haga el favor, pase usted.

Me condujo por un oscuro pasadizo a una pieza que servía de sala donde, en una vieja poltrona, se encontraba sentado el dueño de casa.

-Perdone don Alfredo, que no me pare para recibirlo pero, esta parálisis parcial que tengo, me impide hacerlo... Pase usted y tome asiento...

-Buenos días don Pío... no se moleste le respondí llegando hasta un asiento donde se encontraba e intercambié con él los saludos de rigor.

-Perdone que lo haya molestado -continuó don Pío- pero, después de haber leído en la prensa alguna de sus últimas crónicas, me acordé de un viejo

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UNA PROMESA MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

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documento que guardo en mi poder y que me fue entregado por mi padre, pocos días antes que muriera, y he creído, que quizás, pueda tener para usted algún interés. Se refiere a algo curioso que le aconteció al hermano de mi padre, mi tío Pedro.

Dicho esto, metió su mano en el bolsillo interior de su chaqueta y extrajo un legajo de papeles amarillentos y carcomidos por las orillas, amarrado con una cintilla con los colores rojo y blanco de la bandera peruana.

Después de haber recorrido, a la ligera, unas cuantas hojas del legajo, me di cuenta de que la escritura era casi ilegible y su redacción casi incoherente, por lo que le pregunté si su padre le había relatado los acontecimientos narrados en él, y como contestara afirmativamente, le rogué que, si no era molestia y los recordaba los repitiera, para facilitar así, el comprender después más fácilmente lo que estaba escrito. Amablemente contestó que no tenía inconveniente hacerlo y comenzó su relato.

-Como usted podrá ver después de lo que ha leído, en él no hay ninguna fecha pero, de haber sucedido, tiene que haber sido un 24 de junio del año 1869, fecha en que falleció mi tío Pedro. También, todo esto, debe haber acontecido en el ranchito en que vivíamos ese año, y que es el que hemos ocupado hasta el año 1900. Estaba ubicado al lado del cementerio antiguo, llamado Cementerio Inglés siguiendo por la calle hoy llamada Baquedano, más o menos por donde está el actual Colectivo del Servicio de Seguro Social.

Cuenta mi padre que, habiendo salido en la mañana temprano a visitar a una señora de nombre Peta, en el barrio de Lumbanga, encontró a su hermano que dormía profundamente sobre unos jergones, después de haber pasado toda la noche bailando en una de las casas del barrio. Mientras mi tío se recuperaba, mi padre se quedó conversando con doña Peta, así se pasó todo el día hasta que cerca de las diez de la noche partieron rumbo a la casa a tiempo para sacar la suerte, como era costumbre de la familia.

Mi padre era viudo, yo su único hijo y Pedro mi tío, su único hermano, éramos toda la familia, fuera de otros parientes lejanos.

Mi tío, por lo que cuenta mi padre, era muy enamorado. Tenía una novia en cada calle del barrio, pero a la que más parecía querer verdaderamente, era una joven y hermosa rubia a quien había criado como hija una señora, muy conocida en el barrio, llamada Bernarda. Esta joven era un lunar blanco en un barrio en que casi todos eran morenos.

Estos amores desagradaban a mi padre porque comprendía que era casi imposible tener una rubia en la familia en que todos éramos morenos. Por otra parte, la rubia parecía no hacer caso de la pasión que sentía mi tío, pues, cuando la reconvenía, ella con su seducción acostumbrada se limitaba a decirle: "Te he dicho que te amo y que mi mano será solamente tuya hasta

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después de muerta". Esto a él lo desesperaba pero, como la amaba inmensamente, lo soportaba.

Ocurrió que un día, en la madrugada, se oyó un angustioso grito que salía de la pieza de mi tío. Mi padre acudió presuroso para ver lo que ocurría, y lo encontró sentado en el borde de la cama, mirándose las manos con ojos desmesuradamente abiertos, de los cuales salían abundantes lágrimas. Contó que había soñado con su rubia, su novia, y que la había visto toda vestida de blanco, tan linda como una Virgen y que caminando hacia donde estaba él, le había dicho: “Pedro, vengo a cumplir mi juramento, toma aquí tienes mi mano.” Lleno de alegría tomé sus lindas manos, las estreché y lleve apasionadamente a mis labios y las cubrí de besos y cuando quise besarla a ella… ¡Había desaparecido y en mis manos, solamente estrechaba unos huesos!... ¡Sus lindas manos no tenían carne! ¡Era una mano esquelética!... Y ella también había desaparecido...

A medio día mi padre salió a averiguar qué había sucedido y en todas partes se comentaba acerca del asesinato de la linda rubia. Se ignoraban los motivos y no se sabía quién lo había hecho. Esto afectó enormemente a mi tío, quien desde ese día se dio a la bebida, motivo por el cual, mi padre salía continuamente a buscarlo cuando no llegaba a dormir a la casa, o bien lo acompañaba en sus correrías nocturnas por Lumbanga, para que no le sucediera nada.

En vísperas de San Juan, salió a buscarlo y lo encontró bebido en casa de doña Peta. Esperó a que se recuperara, para luego regresar al rancho para sacar la suerte. Sacar la suerte era un oficio familiar desde antes que muriera mi madre. Unas familias sacaban la suerte, derritiendo plomo y vertiéndolo en agua; otras con papas; otras con hojas de coca pero, nosotros teníamos costumbre de hacerlo con palitos.

En esta forma de sacar la suerte, se cortan tantos palitos como dedos tenemos, diez en total. A las doce de la noche, cada uno se arrodilla frente a la cama, pensando en lo que más desea, tira los palitos, no muy desparramados debajo de ésta, y después rápidamente se mete el brazo debajo de la cama con la mano abierta y se retira, cerrándola con los palitos que sienta bajo de ella. La cantidad de palitos significa, en proporción, la felicidad que le espera durante el año.

Ese día, llegando al rancho esperamos y después nos arrodillamos frente a la cama y tiramos los palitos para después proceder a retirar las manos y rescatar los palitos que teníamos bajo ellas. Mi padre fue el primero que dijo: “Regular... tengo seis”. Mi tío continuó: “Yo creo tener más...” Pero al abrir su mano, al trémulo resplandor de la luz de la vela, vio con horror que en vez de palitos, tenía aprisionada en su mano, una mano esquelética.

Relata mi padre que, cuando mi tío vio esa mano de muerto, gritó: “¡Mi bella y amada rubia me llama!, ahora mismo voy a su encuentro!...” Y cayó sin

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sentido. Cuando mi padre corrió en su ayuda, sólo pudo constatar que había muerto. Mi padre sólo atinó a arrebatarle de entre sus manos, la mano muerta y tirarla lejos, e ir a llamar a los vecinos y las comadres del barrio para que lo ayudaran, sin mencionar para nada lo de la mano esquelética, por temor que huyeran de él, por creerlo embrujado y también para ver si se decía entre ellos algo que revelara haber sido una broma pesada, de algún vecino que sabía lo de la promesa que le había hecho la hermosa rubia a su hermano. Los médicos luego constataron que mi tío había muerto de un ataque al corazón.

Mi padre cuenta que tomó la mano, la envolvió en un pañuelo, la puso en un cofrecito de madera, y lo lacró con pez y brea. Cofre que años después me lo entregó, para que solamente lo abriera cuando me diera mucha curiosidad o en vísperas de casarme.

-Y el cofre aún lo conserva usted?, pregunté.

-No. Lo quemé hace unos quince años, cuando me iba a casar...

-Y la mano qué hizo usted con ella? – insistí.

-Quemé el cofre porque cuando lo abrí y tomé el envoltorio que debía contener la mano y que creía estar palpando a través del pañuelo, al desatarlo ¡no había nada! y me asusté enormemente.

-¿Y, usted qué cree de todo esto don Pío”, inquirí.

-Lo del sueño de mi tío y de la muerte de su novia, creo que es una pura coincidencia...

-Y lo de la desaparición de la mano?, insistí.

-No sé. A mí me pareció sentir el peso de ella y tocarla antes de desatar el bultito, contestó un tanto afectado y prosiguió. Mi padre seguramente no escribió esa relación e hizo el envoltorio, con el solo objeto de asustarme y... si lo hizo.

Luego de este relato, me despedí del atormentado don Pío, después de darle las gracias y manifestarle que luego de leer el documento, volveríamos a encontrarnos.

Cuando me recibió nuevamente le dije lo siguiente:

-De todas estas cosas don Pío, uno debe ser lo suficientemente sabio para quedarse con lo positivo de los hechos y alejarlos de su lado oscuro. La historia que usted me ha contado es una historia de amor, no de maldad, ni demoníaca, es de amor. Y con ese mensaje debe usted quedarse para entregárselo y compartirlo con su familia. Así don Pío, usted me ha relatado

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una hermosa historia de amor entre su tío y su bella amada, y fue tal la fuerza de ese amor que efectivamente la mujer cumplió su juramento…eso es lo esencial.

Don Pío estrechó mi mano y asintió con la cabeza.

Salí al poco rato de su casa y sentí el viento fresco que anuncia el atardecer en la ciudad de Arica. Las nubes de algodón formaban distintas y caprichosas figuras en el cielo teñido de colores naranjos y violeta, de pronto, por un instante, me pareció ver los ojos y el bello rostro de la mujer enamorada.En el Norte Grande de Chile, a 103 kilómetros de la ciudad de Arica, a 25 kilómetros de Putre y a 3.060 metros sobre el nivel del mar, se encuentra el pueblo de Socoroma, un pueblo que despierta día a día con la música de los pusiris o zampoñeros, quienes rondan sus calles protegidos por Wiracocha.

Entre los relatos orales se pueden encontrar aquellos que narran acerca de grandes cataclismos y desastares naturales que han azolado a la humanidad. Desde la narrativa de todos los confines del plantea, hombres y mujeres han escuchado sus historias ligadas a estos hechos que en algún momento han cambiado el curso de civilizaciones completas.

Hay sitios que nacieron para caminar, para no quedarse estáticos o anclados en un lugar determinado. Socoroma es uno de estos lugares que han decidido moverse junto con sus habitantes. Es uno de esos pueblos que un día se durmió y al día siguiente amaneció a varios kilómetros de distancia, porque el mundo se había dado vuelta y nadie le había avisado…

Correspondencia intercambiada entre los Oficiales Reales de Arica y los Virreyes del Perú entre los años1607 y 1618 y que constituyen el archivo ariqueño de los años 1658 al 1784, permitieron a Don Alfredo Raiteri acercarse a esta crónica que da origen a una leyenda.

Es el mismo Raiteri quien relata acerca del trabajo que realizó el Doctor Vicente Dagnino, junto a un grupo de jóvenes ariqueños y tacneños, para transcribir el contenido de esta correspondencia, material que luego motivó la obra de Dagnino: “El Corregimiento de Arica”, y que permitieron, además, la oportunidad a Don Alfredo Raiteri, para su revisión y dar fundamentos a sus artículos “Rasgos Históricos del Arica Colonial, 1640 a 1660”, publicados en el Diario “La Defensa de Arica”, a partir de marzo de 1968.

El relato que hoy toma uno de estos artículos y nos ubica en el año 1654 y relata que casi en la mitad del camino, entre la desembocadura del río San

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UNA PROMESA MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

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José y la del río Lluta, existía una casona construida de piedra y adobe que durante varios años estuvo abandonada. Los arrieros que tenían que viajar a Tacna o a Lluta debían transitar por el camino que pasaba frente a esa casona que llamaban el Palacio Embrujado y cuando lo hacían era con cierto recelo, tanto que, poco a poco fueron desviándose hacia el cerro, para evitar pasar frente a sus ruinas.

En el 1700 llegó a Arica el Capitán de Infantería española, don Juan de Mur y Aguirre, caballero de la Orden de Santiago, quien haciendo caso omiso de lo que se decía de esta historia y del temor de los arrieros, la hizo reconstruir convirtiéndola en una verdadera mansión.

Este relato se sitúa en el año 1681, aproximadamente, época peligrosa por la permanente presencia de piratas, de hecho, hacía poco que Arica había sido visitada por Sharp, por lo que el Virrey y Arzobispo Melchor Liñán, ordenaron a las autoridades ariqueñas que las remesas que llegaran de Potosí, fueran enviadas a la brevedad y directamente a Lima, por tierra custodiadas por tropas españolas, desde su salida de Potosí.

En cumplimiento de estas órdenes, salió de Arica, con destino a Lima, la suma de más de un millón de pesos, custodiado por doscientos soldados comandados por un capitán y un oficial.

El Corregidor de Arica, en esa oportunidad, era don Alonso Véliz de Guevara, Caballero de la Orden de Santiago, quien habitaba el caserón cuando estaba en su pleno esplendor. Don Alonso era un hombre elegante, aficionado a la buena mesa y de tener invitados y saraos, a los cuales asistía lo más conspicuo de la sociedad ariqueña y todos los caballeros de la Orden de Santiago que en ese año vivían en Arica.

Una noche en que se encontraban reunidos los Caballeros de la Orden de Santiago, resonó el golpe del pesado y grueso aldabón del portón principal de la mansión o Palacio de Chacalluta; y como el golpe se oyera, cada vez más fuerte e insistente, salió presurosamente el encargado de su custodia, a imponerse quién era el que llamaba con tanta insistencia a esas horas de la noche.

Eran dos personas y un capitán de ejército que solicitaban se les diera alojamiento, a ellos y 200 soldados, más los arrieros con su carga ya que portaban una remesa para S. Majestad el Virrey hacia la ciudad de Lima.

El dueño de casa sin interrumpir la cena, ni la tertulia, impartió las órdenes respectivas, para que los soldados y arrieros fueran alojados en las dependencias de la servidumbre; que la carga se depositara en uno de los departamentos más seguros y que los oficiales fueran introducidos inmediatamente ante el dueño de casa, en el comedor.

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Cuando los oficiales ingresaron al comedor, no pudieron ocultar su gran asombro: dos filas de cinco personas a cada lado de la mesa y uno en la cabecera, adornaban la bien servida mesa; las once personas estaban vestidas con un uniforme blanco con fileteados de plata; en cuyos pechos resaltaba una cruz lacre, que tanto la cabeza como los brazos de ella terminaban en una flor de lis. Esperaban a los oficiales visitantes, de pie, con las espadas puestas sobre la mesa frente a cada uno de ellos.

Para los visitantes no fue una sorpresa encontrar al Corregidor pues, habían estado con él durante el día, arreglando todos los detalles sobre el despacho de la remesa que llevaban para Lima, pero, lo que les sorprendió fue verlo engalanado con un uniforme tan lujoso y en compañía de otras personas igualmente uniformadas.

Los invitados fueron amablemente invitados a compartir la mesa. La amabilidad del anfitrión y de sus acompañantes, sumado al buen vino y los suculentos manjares bien regados con el jugo de las uvas de Codpa y Chaca, pronto fueron soltando la lengua de los visitantes, quiénes no parecían preocuparse mayormente que debían salir en la mañana temprano con su gente y la carga para el Virrey. Fue tanto el entusiasmo y libaron tanto y tanto, que el capitán, seguramente, para disculparse cada vez que empinaba el codo, decía: "aunque a la Corte de S. Majestad es donde voy, con este vinillo me parece volar y llegar a la Corte Celestial". El Capitán había ya repetido tantas veces el estribillo, y cansado el anfitrión de oírlo, terminó por decirle: "bebed y paladead el vinillo cuantas veces queráis y rogad que con salud podáis llegar a vuestra Corte".

Al día siguiente el sol ya quemaba, las mulas habían sido emparejadas por los arrieros y la tropa estaba lista para partir pero los oficiales no aparecían. Luego de una larga espera, los soldados fueron notificadas que descargaran nuevamente, porque los oficiales se encontraban indispuestos y sólo emprenderían la marcha muy temprano al día siguiente.

A la mañana siguiente y antes de amanecer se encontraban listos los mulares para partir cuando fueron notificados por el Corregidor que emprenderían la marcha al mando de otros oficiales mientras que los soldados que ayudaban a los arrieros comentaban:-Salvo el dolorcillo de cabeza, parece que el dulcete me ha dado más fuerzas.

-En verdad -dijo otro- la carga me parece menos pesada que ayer.

-Hemos comido y bebido espléndidamente, como nunca. Gratos, atentos y caballeros los dueños de casa -dijo un tercero-.

-Roguemos que nos vaya bien en el viaje, con estos nuevos oficiales -dijo el primero-.

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Poco después emprendieron la marcha y tanto los mulares como la tropa se fueron perdiendo en la distancia, en dirección al norte, envuelta en una nube de polvo.

Tres meses después se recibía desde Lima la noticia que la remesa despechada no había llegado a su destino. Con igual lentitud la respuesta desde Arica debió llegar a Lima, con el recibo de los Oficios Reales en los que se indicaba que la carga había sido despachada en orden por la Caja Real de Arica.

No obstante el despacho del recibo de los Oficios Reales, un año después llegaba a Arica el Tesorero y Capitán don Andrés del Castillo para investigar el por qué no había llegado a Lima, tan importante remesa. Sin embargo, nada dicen los archivos en qué quedó, el resultado de la investigación.

Al término de su período de Corregidor don Alonso Véliz de Guevara, abandonó la casona, la que después de un fuerte sismo quedó en ruinas por muchos años. Ya así deshabitada y en ruinas, los trajineros desviaron el camino hacia el cerro y comenzaron a llamarle el "Palacio Embrujado de Chacalluta", y evitaban pasar frente a él; especialmente de noche, pues, se comentaba entre ellos, que sucedían cosas sobrenaturales; sobre fantasmas; ruidos de acero, personas que se cruzaban en el camino y puertas que se abrían sin que mediara mano humana.

Esta leyenda sólo terminó cuando el Palacio Embrujado desapareció al ser barrido por las aguas en el terremoto y tsunami de 1868.

Pero ¿Que ocurrió con el valioso cargamento?

Del tesoro nunca más se supo. Muchos afirmaron que habría sido enterrado en algún lugar del Valle de Lluta.

Sabemos que hay una gran y rica variedad de leyendas en nuestra zona. Dentro de esta variedad uno de los temas más recurrentes es aquel deseo milenario de la mujer por exaltar su belleza o sus tributos: sus piernas, sus senos, sus ojos, la suavidad de su piel...

Entendemos que la Belleza es un concepto asociado directamente a lo cultural y a cada sociedad como ocurre con la Belleza de la Venus de Milo o la concepción de belleza que tenían los griegos; hoy también se pueden contar muchas historias modernas acerca de tratamientos de belleza, sistemas reductivos naturales o a través de la cirugía, que pretenden

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EL MANANTIAL DE LA ETERNA JUVENTUD

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finalmente esta suerte de ansiosa búsqueda por los cuerpos o rostros juveniles a módicas sumas.

El relato que hoy escucharemos está asociado, entonces, a la belleza, a la juventud, a la naturaleza y al medio ambiente. Es la Leyenda de Jurasi.

Jurasi es un maravilloso baño termal que está ubicado a cerca de nueve kilómetros del pueblo de Putre o Putiri, que significa: “rumor de las aguas”. Su existencia es milenaria y cuentan que antiguamente sus aguas brotaban con mayor fecundidad y fuerza.

Para llegar a Jurasi, solo existe una huella de tierra que en los períodos de lluvia o invierno altiplánico prácticamente queda inaccesible. Sin embargo, comuneros y particularmente por la iniciativa Don Herman Blanco Vásquez, el camino siempre ha permanecido transitable para quienes deseen disfrutar de un reparador baño de barro, termal o de aguas sulfatadas.

En este hermoso lugar se encuentran brotes de manantiales de aguas que surgen en un alto manantial a un promedio cercano a los 40° de calor. Bajan por una acequia bordeada por champas de coirón y matorrales de cortadora, que balancean y ondulan al fresco viento, sus penachos de cola de zorro.

Conozcamos, ahora, qué sucedió en sus cálidas aguas…

Cuenta la leyenda que habitaba en la región una hermosa Ñusta o princesa indígena que irradiaba belleza y salud. De figura tallada finamente y de estilizada musculatura de fibra, tan ágil como los felinos del altiplano. Se caracterizaba porque siempre se veía joven y sonriente y nadie le conocía que hubiere tenido jamás ninguna enfermedad. Ciertamente era la favorita y preferida de muchos de los jóvenes lugareños.

Al correr del tiempo y quebrando la tradición, ella era la mujer que había desposado a muchos jóvenes lugareños que como el resto de la comunidad –y de los mortales-, enfermaban y envejecían.

De hecho la bella y atractiva princesa ya había enterrado a varios de sus esposos; sin embargo, a su más reciente esposo, le comenzó a llamar mucho la atención el por qué la princesa no sufría enfermedades ni tampoco envejecía. Habían tenido ya varios hijos todos muy hermosos y saludables y la bella princesa parecía que volvía a ser una doncella casta y pura después de cada parto. Sus caderas que se habían ensanchado para soportar el encaje de cada uno sus hijas e hijos preparándose para entrar a este mundo, volvían por arte de magia a juntarse lentamente y su cintura quedaba del tamaño de una verdadera mariposa.

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Sus senos que se hacían grandes y torrentosos para dotar de leche a sus pequeños, volvían a convertirse milagrosamente en verdaderas naranjas rosadas. Su geografía que se expandía con la maravillosa creación humana, después del parto se volvía a cincelar mágicamente.

La musculatura acrecentada de sus muslos y sus piernas que se habían comenzado a arquear por efecto del vaivén similar al que tienen los patos al caminar, soportando el peso de alguna nueva criatura que portaba en su vientre, germinaba una transformación mágica después de cada nacimiento y poco a poco pareciera que un gran artista iba de nuevo modelando cada parte de su cuerpo y sus muslos volvían a tener la plasticidad de antes y sus piernas se movían elásticas como antes, y volvía entonces a causar un gran escozor a todos los jóvenes de la comarca por su inusitada belleza.

El Príncipe ya comenzaba a sentirse distinto al joven de antes. Sabía que inevitablemente estaba envejeciendo y que su bella mujer estaba siendo la atracción de otros jóvenes como él, lo era hace muchos años.

Decidió preguntarle a la bella princesa si ella tenía algún secreto y que de ser así, deseaba que lo compartiera con él.

La hermosa Princesa le respondió que si el la amaba debía confiar en ella, pues ella lo amaría toda su vida. Y que debía respetarla profundamente, respetarla en lo suyo, nada más. No obstante el esposo no quedó conforme y comenzó a preocuparse de todos los actos de la bella Princesa y estar en vigilia, sin que la Princesa lo notara.

Al poco tiempo se dio cuenta que la esbelta y bella Princesa salía de sus aposentos en la oscuridad, para volver un rato mas tarde a meterse en su cama justo antes del amanecer. Se dio cuenta que la Princesa todos los días se ausentaba antes del amanecer lo que le llamó profundamente la atención.

Decidió seguir a la bella y hermosa Princesa y pudo comprobar, que ella llegaba a un lugar muy hermoso cubierto de bellos matorrales, con la suavidad de las colas de zorros y donde se observaba una nube de vapor que salía de la tierra.

Vio entonces como la hermosa Princesa se despojaba de sus túnicas quedando completamente desnuda, introduciendo suavemente sus pies en el agua y con sus manos deslizando suavemente las aguas del manantial sobre su rostro y sus pechos. Vio cómo todo su cuerpo empezó a sumergirse suavemente en el manantial de vapor hasta quedar completamente cubierta por las aguas.

Cuando la Princesa salía del manantial, su bello cuerpo, sus senos y sus muslos parecían estar encendidos de maravillosa energía que se resaltaba aún más por el efecto del vapor que seguía brotando de toda su esbelta figura. El príncipe enamorado, observaba cómo la Princesa se ponía sus

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últimas prendas y con el mismo sigilo con el que había llegado, volvía a su cabaña para no ser advertido por ella.

Conociendo el secreto de su esposa, el joven príncipe comenzó a salir después de medianoche, esperaba que la Princesa durmiera y salía en dirección al manantial de aguas milagrosas, para volver a sus aposentos entremedio de la noche.

Poco a poco, el cada vez más joven esposo, comenzó a sentir los efectos de las reconstituyentes aguas, no sólo en su piel que comenzaba a rejuvenecer sino también en su vitalidad. Al principio por cierto, a la Princesa no le molestó, sin embargo, pasados algunos años, su sospecha aumentó pues su vitalidad crecía y crecía, y se dio cuenta que el Príncipe tampoco envejecía. Entonces fue ella ahora la que decidió esperar pacientemente las noches en vigilia y seguirlo, sospechando que había descubierto su gran secreto y que no había confiado en su amor. Así fue como después de seguirlo lo encontró justo cuando el joven príncipe se encontraba en medio del manantial.

Ella se dio cuenta que él había descubierto su gran secreto y se sintió profundamente traicionada. Le reclamó y lo increpó molesta, furiosa, indignada…

El Príncipe le respondió que ahora los dos serían jóvenes para siempre; sin embargo, ella, irritada y molesta por la falta de confianza, e indignada por lo desafiante del Príncipe, levantó sus manos al cielo y profirió un conjuro mágico convocando a sus dioses: ¡¡Jurasi!!...¡¡Jurasi!!!...¡¡¡Jurasi!!! … ¡¡Agua hirviente!! ¡¡Agua hirviente ¡!!!

Y el agua del manantial comenzó de inmediato a hervir siendo muy intensa su temperatura provocando la muerte del Príncipe por las graves quemaduras pero, al mismo tiempo, provocando que ella ya no pudiera sumergirse nunca más en las aguas ya que éstas no volvieron a su agradable estado natural. Años más tarde, cuentan los antiguos, la princesa murió siendo muy anciana.

Socoroma es con toda certeza, un pueblo tremendamente enigmático, constantemente conocemos relatos que han surgido de su cuantiosa riqueza narrativa oral.

La leyenda de la Doncella Real, es un relato nacido en tiempos remotos, tiene su origen en una caverna que existe en el acantilado de una angosta quebrada por la cual cruza el camino que va desde el pueblo de Socoroma hacia el valle de Lluta. Su interior es de difícil acceso y los pocos curiosos

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LA DONCELLA REAL

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que han logrado entrar dicen que les ha sido imposible llegar hasta su fin. Según el relato oral contado por los antiguos socoromeños, en ella vivía una hermosa joven doncella real, quien no tenía padres pero vivía sus días feliz y en innumerables entretenciones. Siempre se le veía risueña y cantando. Su risa era armoniosa, dulce y cantarina, y sus melodiosas canciones tenían el encanto del suave murmullo de las aguas que se deslizan en arenoso cauce junto al arrullador susurro del viento al rozar los arbustos en las agrestes montañas.

Pero, escuchemos su historia, conocida a través del relato dejado por los antiguos habitantes del pueblo de Socoroma. Cuenta la leyenda que una hermosa doncella indígena quería mucho a los pequeños pastores del lugar; sin embargo, como ella alternaba muy poco con los adultos nadie sabía cuál era su morada pues no tenía tierras cultivadas de donde sacar sus alimentos ni trabajo y tampoco se le había visto pedir alimentos ni prendas de vestir.

Los pastorcillos buscaban su compañía y la querían porque era cariñosa con ellos, los ayudaba cuando los corderitos se descarriaban, corriendo a buscarlos y reuniéndolos. Por este motivo, pronto se hizo conocida en todos los ayllus, en los que se hablaba acerca del profundo cariñoso que guardaba hacia los pastorcillos.

Pero no todo era felicidad pues cada cierto tiempo la desgracia reinaba entre los ayllus pues los pequeños pastorcitos desaparecían si dejar rastro alguno. Tampoco se encontraban restos de sus ropas o huellas ni nada que pudiera dar una idea de lo que les había ocurrido. La pérdida de los niños en un comienzo originó querellas entre los distintos ayllus pero, como estas rencillas no podían durar, se llegó al acuerdo de poner centinelas en determinados lugares cada cierto tiempo y estar atentos cada vez que se viera a algún pequeño alejarse demasiado.

Entre los apuestos jóvenes de los ayllus, había uno que estaba profundamente enamorado de la bella doncella y que vivía relativamente cerca de donde se presumía que podía estar su morada. Le había sido imposible poder detenerla para manifestarle su amor, pues siempre lo esquivaba y proseguía sola su camino. La actitud de la joven lo obligó muchas veces a tener que permanecer largas horas escondido entre la maleza sólo para contemplarla desde lejos.

El enamorado joven quiso averiguar el lugar donde podía tener su vivienda la hermosa ñusta y se dirigió hacia el lugar desde donde creía que había aparecido, pero por más que buscó entre los grandes peñascos no pudo encontrar nada que se asemejara a un refugio o morada. Desalentado al no poder encontrar rastro alguno, se sentó a descansar y observar el panorama. Por ese día renunció a su búsqueda y se dirigió cabizbajo a su choza pensando dónde podía tener su vivienda aquella linda joven, en medio de ese árido y agreste lugar.

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Día tras día, el joven descorazonado volvía a su choza, hasta que un día de esos, con gran alegría la vio asomarse. Ella jugaba con una ramita que azotaba contra el suelo la que luego arrojaba para encaramaba sobre los peñascos a tejer y cantar una triste y melodiosa canción. Pronto al lugar se acercó un niño pastor con su ganado y al ver a la joven corrió hacia ella quien lo recibió extendiéndole sus brazos y sentándolo a su lado. Este espectáculo tan amorosamente maternal por parte de la joven indígena causó un sentimiento encontrado en el alma del joven. ¿Celos?, ¿Envidia?, ¿Admiración? No supo precisarlo. No obstante su impaciencia, se quedó quieto en su mirador y sin hacer ruido, resignado, vio cómo la ñusta y el niño pasaron todo el día retozando con las crías de las ovejas. Cuando llegó la hora del crepúsculo el pastorcillo comenzó a reunir el rebaño ayudado por la joven con el propósito de regresar a su ayllu. El joven por su parte emprendió la marcha a su rancho.

Al día siguiente llegaron a sus oídos, voces que alertaban acerca de la desaparición de otro niño, quien resultó ser el pequeño que había estado jugando con la joven de sus ensueños. Como sabían que el enamorado joven frecuentaba el lugar donde había estado pastoreando el niño, le preguntaron si había visto algo que pudiera darles alguna idea de lo que le había ocurrido al pequeño. El joven contó todo lo que sabía: que había dejado al pastorcito con la bella ñusta hasta la puesta del sol y se comprometió que a primeras horas de la mañana saldría para ayudar en la búsqueda.

Tal como lo prometió, y cuando el sol aún no asomaba sobre las altas montañas, llegó el joven al lugar de costumbre y desde lejos le pareció divisar a la muchacha, tejiendo sobre el peñasco. Se acercó rápidamente, la saludó amablemente y le preguntó si tenía noticias del niño con quien estuvo jugando la tarde anterior. La joven lo miró sonriente y con voz tranquila y melodiosa le contestó que, efectivamente, había estado jugando con él, que lo había ayudado a reunir su rebaño y que cuando se despidieron, él le había dicho que iría con sus animalitos a pastar en la colina del frente y que, seguramente, todavía se encontraba allí. Enseguida, la ñusta, ágilmente bajó del peñasco en el que se encontraba cómodamente sentada y le indicó que si veía al pequeño pastor, le avisaría de inmediato.

En su rutina de esperar a la joven ñusta, un día al anochecer, divisó a la mujer que se acercaba con un pequeño de la mano. Para poder observar mejor, se agazapó y esperó hasta que la vio descender por la ladera de la quebrada; sin embargo, la oscuridad lo había invadido todo, no pudo distinguir nada más…

Antes del amanecer, emprendió la marcha hasta llegar al sendero por donde había llegado la joven con el niño, subió la colina en dirección a su pequeño escondite para esperar pacientemente. Apenas la vio, corrió hacia ella y después de saludarla le comunicó la pérdida de otro niño y le preguntó si lo

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había visto. La joven le indicó que hace dos días no había encontrado a ningún pastorcillo en su camino. Al notar el desconcierto del joven ante su respuesta y pregunta, la ñusta se marchó sin despedirse. El joven sorprendido, se limitó a observar sus movimientos y decidió seguir su rastro.

Después de caminar un largo trecho le llamó la atención una pequeña rama en el suelo a pocos pasos de él. La cogió y mirando cuidadosamente creyó distinguir que hacia su derecha, no distante, la arenilla del suelo parecía como si hubiera sido barrida superficialmente, y que, como una fajita, se dirigía hasta dos grandes peñascos. Embebido en su contemplación, de pronto, divisó a la doncella a lo lejos. Subió hacia una pequeña colina y se ocultó entre la maleza.

La hermosa ñusta caminó hacia la hondonada y como para descansar, se sentó sobre el pedrusco en que había estado con el pastorcillo en días anteriores. El joven observó que miraba atentamente hacia todos lados como para asegurarse de no ser vista. La ñusta se bajó del peñasco y comenzó a descender la colina. Al hacerlo retrocedía y barría sus huellas con la ramita, hasta llegar a desaparecer como una sombra en medio de la tarde ya cubierta por la oscuridad.

Al día siguiente continuó vigilando los movimientos de la mujer, y en cuanto la vio alejarse de su refugio, sin demora, bajó la ladera y fue directamente hacia los dos peñascos. Escudriñó atentamente la maleza que los rodeaba hasta que entre éstas descubrió unas ramas más secas. Las retiró fácilmente y con gran sorpresa vio una angosta cavidad por la cual podía pasar una persona de medio lado. La contempló un rato y entró sigiloso en un angosto pasillo que desembocaba en una cavidad en la que la vista tenía que ir acostumbrándose poco a poco a la oscuridad para poder distinguir los objetos. En la cavidad había unos huesos a medio calcinar, varias piedras formando algo así como un hornillo en que había cenizas aún calientes y un telar horizontal en el cual había un tejido a medio terminar. La cavidad estaba dividida por una muralla de piedras sobrepuestas con una abertura que daba paso a otra cavidad menor, también en penumbras. Sin embargo, quedó paralizado de horror cuando notó que en un rincón había un montón de huesos. Algo más distante, sobre un lecho de lana cubierto de mantas se hallaba el cuerpo del niño que había visto llegar con ella. El niño parecía dormir apaciblemente e incluso esbozaba una sonrisa.

Pasaron algunas horas, el sol ya declinaba en el occidente y creyó conveniente esperar pues estimó que la joven no dejaría mucho rato solo al pequeño. No esperó en vano pues al poco rato vio a la joven descender por la colina y luego entrar en la cueva. Tomando valor y protegido por las sombras de la noche, el joven se arrastró hasta la entrada de la cueva y sigilosamente se deslizó hasta llegar a la segunda cavidad donde chisporroteaba una hoguera cuya llama alumbraba medianamente el recinto, pero lo suficiente para que pudiera contemplar la escena. Allí estaba la hermosa indígena, con ojos brillantes, tenía al niño en su seno. Éste la

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miraba fijamente con sus ojitos muy abiertos, pero con una risita de satisfacción en sus labios, mientras ella lo acariciaba amorosamente pasándole sus manos por la enmarañada cabellera, hasta que la cabecita del niño cayó hacia atrás como en un profundo sueño. Sin dejar de mirarlo fijamente, la ñusta sacó de su pecho una espina, al parecer de cactus y con ella pinchó el cuello del niño quien pareció no sentir dolor y apenas brotaron algunas gotas de sangre, la mujer, acercó sus labios y comenzó a beber ávidamente de la herida.

Al ver esto, el joven preso de un miedo atroz salió sigiloso y presuroso y emprendió veloz carrera al poblado donde contó lo que había visto y para buscar ayuda, con la que regresó para penetrar en la cavidad en la que encontraron a la joven india aún con su boca pegada a la herida succionando su sangre.

Al ser sorprendida, la ñusta se lanzó sobre el joven con los brazos extendidos, las manos crispadas y el rostro desfigurado por la furia. El joven logró tomarla por el cuello, ella lo arañaba fieramente pero mientras más lo arañaba, él más apretaba el cuello de la ñusta, hasta que su cuerpo dejó de moverse y cayó al suelo.

Todos dirigieron la vista hacia el cuerpo de la ñusta que yacía en el suelo y con horror vieron que poco a poco su cuerpo se transformaba y su piel comenzaba a arrugarse rápidamente. Con espanto vieron cómo debajo de los restos del cuerpo, de la antes hermosa ñusta, salía un enorme vampiro que emprendió el vuelo perdiéndose en la oscuridad de la noche.

Ya en el pueblo, el niño fue reanimado con un poco de leche tibia y agotado quedó sumido en un profundo sueño. Cuando su madre lo acompañaba, el pequeño despertó y con su carita sonriente le dijo: “Suncumallane”, todos se dieron cuenta que se refería a la ñusta.

A partir de ese momento a ese sector le llaman Suncumallane y aquella cueva llena de vampiro y a la que ninguna persona se atreve entrar, se la conoce como “La Cueva de la Vieja Embrollona”.

El pueblo de Putre está enclavado en plena cordillera y rodeado de cerros, azotados por los fríos vientos del nevado de Taapaca. Es cuna de varias leyendas ya casi olvidadas por sus habitantes originarios. La leyenda que vamos a conocer, es un relato casi inverosímil, fue relata por un antiguo residente de Putre, quien poseía el carné de identidad con el N° 1, consignándose como el documento de identidad más antiguo del entonces,

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EL CERRO MILAGRO

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Departamento de Arica. Este señor, cuyo padre o abuelo era argentino, poseía una carta fechada en el año 1884, escrita desde esa república, donde hacían referencia a un cerro que decían estaba ubicado en las cercanías de Putre y cuyo nombre era Sausamuna.

En dicho cerro, según relata, este antiguo residente de la zona, ocurrió un insólito hecho, que más que realidad parecía producto de un sueño y que a partir de ese hecho increíble, el cerro continuó llamándose Milagro.

Pero, no esperemos más y conozcamos qué hechos insólitos ocurrieron en este enigmático Cerro Milagro.

Toda la noche se había oído la bulla de una desenfrenada fiesta en un rancho de mala muerte donde vivía Julián Tarqui, un desenfadado truhán que se había casado en 1789 con una linda criolla llamada Fabiola Aranda, oriunda del pueblo de Putre, en la precordillera.

Además de derrochar la fortuna que la joven había aportado como dote, el gañán le daba mala vida pues era ella la que trabajaba desde el amanecer para poder comer, mantener en orden el desvencijado rancho donde vivían y remendar la escasa ropa que le quedaba después de dos años de casada.

La infeliz soportaba su destino con resignación y lloraba por las noches ahogando sus gemidos y sollozos para no ser oída por su marido y así evitar reprimendas y malas palabras que, casi siempre, terminaban en golpes.

Fabiola se había casado enamorada y contra la voluntad de sus padres, quienes mucho le habían rogado para que no lo hiciera, ya que el elegido poseía mala fama y, con seguridad, la haría sufrir, pues, era notorio que sólo estaba interesado en la modesta dote.

Ella no les creyó y contra sus ruegos contrajo matrimonio con él, yéndose a vivir a una casita modesta y decente de la cual debieron salir debido a las deudas. Entonces, se fueron a vivir en un ranchito de mala muerte que una pariente lejana les ofreció, y era ahí justamente, donde el marido organizaba las fiestas con un grupo de amigos de su misma calaña.

Esa noche Fabiola se encontraba muy mal, debido a que estaba próxima a tener su primer hijo. La bulla que hacían los juerguistas la atormentaba casi más que los dolores que sentía. Un poco angustiada y desesperada pensó irse a un caserío vecino donde una amiga suya, pero para ello tenía que atravesar un alto cerro si es que quería acortar camino.

El desfiladero que debía tomar era peligroso y poco frecuentado porque se decía que en él existía una guarida de pumas que ya varias veces habían incursionado en los corrales del pueblo. Con la desesperación y la fiebre,

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Fabiola no pensó en ello y furtivamente salió del rancho emprendiendo con valentía la marcha por el desfiladero en dirección a la casa de su amiga, justo a media noche, sin más abrigo que una manta de lana.

Tomando aliento de trecho en trecho hasta llegar a la cumbre, se sentó al lado de una gran roca para descansar y guarecerse del intenso viento frío que soplaba desde el nevado de Taapaca. De pronto, se vio cegada por la brillante luz de un relámpago seguido de un lejano trueno. Comprendió que pronto tendría la tempestad encima y se vería imposibilitada para continuar la marcha. El temor y el desamparo la invadieron y haciendo caso omiso de la distancia, corrió en dirección de la casa de su amiga, pero resbaló y cayó de rodillas. Al hacer un esfuerzo para levantarse un intenso dolor en sus entrañas la paralizó, sus ojos se llenaron de lágrimas que muy pronto bañaron sus afiebradas mejillas al comprender que no podría continuar más la marcha. Su corazón le indicó que debía encontrar un abrigo para traer al mundo el fruto del amor no merecido.

La luz de otro relámpago le hizo distinguir frente a ella una cueva en la montaña. Arrastrándose más hacia su interior, se encontró con un suelo plano y arenoso. Arrojó la manta de lana sobre la tierra y se recostó resignada, esperando que se cumpliera la voluntad de Dios.

Pasó cerca de una hora. Afuera la tempestad arreciaba y sus dolores se hicieron más fuertes. Pensó que no podría resistir más y su tensión creció al máximo cuando escuchó un rugido que retumbó en el fondo de la cueva. Sintió que la sangre se le helaba y aterrada dirigió su vista hacia el origen el sonido, y en el fondo de la cueva vio dos puntos luminosos que se fijaban en ella.

Fabiola cubrió su cabeza para protegerse y acallar sus quejidos y miró nuevamente al fondo de la cueva sin que esta vez viera nada, excepto profunda oscuridad. Procuró tranquilizarse pensando que todo había sido fruto de su agitación o los temores de su afiebrada imaginación o del retumbar del estruendo de la tempestad.

El tiempo pasó lentamente y la cruenta tempestad comenzó a ceder y se fue alejando dando paso a un cielo estrellado. La aurora comenzó a teñir de oro los picachos más altos de las cumbres.

Al despertar Fabiola miró a su alrededor y cuando fijó su vista en el fondo de la cueva, con horror divisó nuevamente en su oscuridad los dos puntos luminosos mirándola ahora fijamente. El temor la invadió completamente y estremeció su cuerpo. Su terror fue tan grande que aceleró el advenimiento de su hijo a este mundo, considerado por ella como un valle de lágrimas.

En estas condiciones vino su hermoso hijo al mundo, como buena madre lo recibió con la mayor ternura y lo cuidó amorosamente lo mejor que pudo. En

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esto estaba cuando nuevamente se vio interrumpida por un rugido que brotó desde el fondo de la cueva. La mujer, aferró a su hijo entre sus brazos y con inmenso pavor vio que con pasos sigilosos y las fauces abiertas, se acercaba una leona hacia ellos. Cuando la leona estaba casi encima de ella, el esfuerzo físico y la enorme tensión le hicieron perder el conocimiento.

La fiera se acercó cautelosa, olfateó el cuerpo de la joven, lamió la sangre producto del parto que se había acumulado, y parándose sobre la manta, se recostó al lado del recién nacido.

Al día siguiente, cuando la madre volvió en sí, la leona había desaparecido y su hijito, dormía plácidamente a su lado. Incrédula, lo palpó como para cerciorarse si era verdad lo que veía. Dos veces intentó levantarse y continuar su camino a la casa de su amiga, pero le resultó imposible. Al encontrarse en ese estado pensó que había llegado su hora. La asaltó el temor de que la leona podía regresar y devorarla junto a su hijo y nadie sabría más de ella.

En esas meditaciones se encontraba cuando oyó el rugido lejano de la fiera. Resignada, encomendó su alma a Dios. La leona apareció en la entrada de la cueva llevando en el hocico un animalito recién cazado aún goteando sangre de sus heridas.

La mujer, sin saber lo que hacía y olvidando el peligro, cogió del hocico de la leona al animalito y comenzó a beberle la sangre que le goteaba. La leona rugió sordamente, soltó la pequeña presa y fue a echarse cerca del recién nacido.

A los pocos minutos Fabiola se quedó profundamente dormida. La fiera permaneció quieta durante unos instantes y luego, lentamente, se dirigió al interior de la cueva trayendo consigo uno a uno sus cachorritos, los que fue a colocando junto al niño recién nacido para luego abandonar la cueva.

Fabiola no supo cuánto tiempo había transcurrido, pero poco a poco sintió recuperadas sus fuerzas. Comprendiendo que era peligroso permanecer más tiempo en la guarida de la leona, acarició a los cachorros y abandonó la cueva con su hijo a cuestas en dirección hacia su destino.

Después de una penosa marcha llegó a la casa de su amiga, a quien la impuso de todo lo que le había acontecido. Su amiga, aún cuando impresionada, se mostró incrédula ante todo lo relatado, pero Fabiola insistió en ello manifestándole con vehemencia que en agradecimiento había dejado para abrigo de los cachorros su manta de lana.

Su amiga, convencida de la veracidad de sus palabras, le dijo que lo que le había ocurrido había sido un milagro pues sólo un milagro habría permitido que aún estuviera con vida. Así, le contó a su marido, éste a sus amigos y

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pronto el hecho se esparció por toda la zona. Poco después la gente comenzó a llamar Milagro al cerro Sausamuna.

Al poco tiempo la gente casi había olvidado lo ocurrido a Fabiola, cuando una mañana el pueblo, alarmado, se dio cuenta que en la noche unos leones habían saltado la pirca de uno de los corrales y se habían llevado a dos ovejas, por lo que se decidió llevar a efecto una batida para darles caza.

En la mañana temprano salieron unos diez lugareños armados de lanzas, palos y cuchillos. Regresaron al anochecer con el cuerpo de un cachorro y con la noticia que habían dejado a otro herido, pero como anochecía debieron abandonar la cacería.

Cuando Fabiola se enteró de esto, sin decirle nada a nadie, salió temprano en la mañana con su hijito y se fue directamente a la cueva de la leona. Comenzó a rastrear, hasta que no muy lejos encontró a la leona herida con una lanza atravesada en las costillas. Cuando la leona sintió los pasos de Fabiola levantó su cabeza y frunció su ceño y la miró con esa mirada cómplice de los animales que reconocen a algunos seres humanos como sus amigos, movió su cola y posó su cabeza entre sus patas, fatigada por el dolor intenso de la lanza, sin hacer el menor intento por levantarse.

Fabiola se acercó y acariciándola, le dio a beber agua de la botija que llevaba. La leona miró a Fabiola con ojos lánguidos, le lamió las manos y lanzando un quejido profundo dejó de respirar. Fabiola se recostó al lado y lloró amargamente. Acarició tiernamente la cabeza de la leona, se levantó y miró con profunda tristeza el cuerpo sin vida de su protectora, que como ella era una víctima del infortunio y la crueldad.

Luego de unos minutos acomodó a su hijito entre unos arbustos y arrastró penosamente el pesado cuerpo de la leona. Enseguida cavó un hoyo, envolvió el cuerpo de la leona con los restos que quedaban de la manta y le dio sepultura, para lo cual colocó una cruz como si se hubiera tratado de un ser humano.

Momentos después levantó de la hierba a su hijito a quien estrechó fuertemente contra su pecho y abandonó el lugar con una profunda amargura en su corazón.

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LAS MUJERCITAS DUENDE

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Las variedades de leyendas que encontramos alrededor del mundo son incontables y, entre ellas, resaltan aquellas que relatan aventuras o encuentros con pequeños seres. Un ejemplo cercano es el de la Cultura Lickan Antai, en donde se narra la historia de los Simmapauna Ckotchaya Ckoiba, pequeños hombres que viven en cuevas. Ya los conquistadores del Perú, según Cieza de León, escucharon relatar a los antiguos indígenas originarios de esa época una historia referente a los primeros habitantes del valle de Chincha, en el Perú

Bueno, nuestra zona no es ajena a estos relatos de pequeños seres. En Socoroma, los Amautas originarios, cuentan que en tiempos de los Gentiles llegaron desde el Norte unas tribus integradas por hombrecitos pequeños llamados jisk’a chachanakas, "hombres chicos, hombres pequeños" y que se instalaron en una colina denominada Chullpa Winko, lugar cercano a donde habitaban los indios chullpas, indios guerreros que pronto los hicieron huir hacia otro lugar denominado Wayqu, donde permanecieron hasta la llegada de los conquistadores.

Aún se cuenta que por estos mismos sectores, en las noches se encontraban grupos de mujercitas pequeñas, que se entretenían en hacer múltiples diabluras con los pastorcillos que tenían la mala suerte de ser sorprendidos por la oscuridad en medio de los pastizales…

En un hermoso día de sol una bella niña indígena de unos nueve años, salió llevando a su hermanito sobre su espalda, en dirección a las mesetas con el fin de pastorear el rebaño de corderos de sus padres.

Para llegar a las tierras de buen pasto, la niña debía atravesar dos colinas y muchas veces, cuando el buen tiempo la acompañaba dormía a campo traviesa y demoraba hasta dos días en regresar a su casa. Cuando llegaba al sitio elegido, mientras los corderos pastaban, ella hilaba y cantaba, sin otra preocupación que cuidar a su hermanito y preocuparse que los corderos no se fueran muy lejos de su vista.

Un día ya al atardecer, después que ella había comido un pedazo de pan y maíz tostado y dado de mamar de una de las ovejas a su hermanito, divisó que una de las crías se había alejado mucho del rebaño.

Sentó al pequeño al abrigo del viento y corrió tras el corderito travieso. Pero, cuando regresó al sitio donde había dejado a su hermanito, este ¡Había desaparecido!

En un inicio creyó que se había alejado gateando, pero por más que buscó en los alrededores, no encontró ni rastro de él. ¡Había desaparecido como por encanto!

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La pequeña lloró desconsolada y continuó buscándolo y llamándolo en alta voz por su nombre hasta que el sol se perdió en el ocaso sin obtener resultado alguno.

Rendida de cansancio se sentó y pronto la noche lo envolvió todo con su negro manto.

De pronto le pareció ver un leve resplandor un tanto distante de donde ella estaba, se levantó y corrió hacia el punto de donde salía la claridad. Al llegar al lugar, vio que su hermanito estaba sentado encima de una gran piedra en torno de la cual, una serie de mujercitas, muy desaliñadas y completamente desnudas bailaban y cantaban.

No existía ninguna fogata pero salía una luminosidad en todo ese sector, mientras las alegres mujercitas batían palmas a cada vuelta que daban tomadas de la mano con sus cabellos cubriendo sus cuerpos con cada movimiento de la danza.

La gritería que hacían cuando giraban y giraban, era muy grande y estridente; sin embargo, el pequeño niño en vez de estar asustado, reía alegremente y batía palmas contentísimo a cada vuelta que daban las pequeñas mujercitas.

La pastorcita atónita y risueña contemplaba el espectáculo, al ver a su hermanito a salvo y contento. De pronto pareció despertar y llamó en voz alta a su hermanito. El eco de su voz provocó que la claridad desapareciera y todo volviera a una tranquilidad y silencio total.

Un miedo enorme invadió el alma de la pastorcita y alarmada comenzó a llamar a gritos a su hermanito, ¡Nadie respondía! ¡Silencio profundo! ¡Todo se había esfumado como en un sueño! La pequeña niña volvió a llorar y a lamentarse.

Cuando la luz de la aurora comenzó a iluminar el paisaje del altiplano, inició nuevamente la búsqueda, miró y escudriñó los alrededores, pero ¡Nada encontró! ¡Su hermanito no estaba en ninguna parte! Desalentada y acongojada reunió como pudo a sus corderitos. Ya emprendía la marcha de regreso a su casa cuando divisó a lo lejos a una viejecita que se movía lentamente. Corrió hacia ella y le preguntó si había visto a su hermanito. La viejecita le contestó que no había visto a nadie, pero le aconsejó que en el camino a su choza, se detuviera en la de Huachancay y le preguntara a él.

Huachancay, era un viejecito que vivía solo, en una choza completamente aislada. A él acudió la pequeña niña con alguna esperanza. El hombre le explicó que por ser trabajadora y bondadosa y porque su hermanito no había llorado ni se había asustado cuando las pequeñas mujercitas se lo habían llevado, había tenido la suerte de no convertirse en una de ellas. Acto seguido Huanchacay fue a una esquina de la choza donde bien abrigado y

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cuidado dormía el pequeño hermano de la pastorcita. Lo cogió suavemente sin quitarle sus abrigos y le dijo a la pastorcita:

-“Toma a tu hermanito llévalo a tu casa y continúa siendo de buen corazón".

La pastorcita, llena de alegría, cargó a su hermanito en sus espaldas y emprendió feliz la marcha guiando su rebaño de ovejas hasta llegar a su casa. Ya en el pueblo y sin descansar, contó con minuciosos detalles lo que le había pasado con las pequeñas mujercitas.

Mujeres y hombres de más edad del pueblo de Socoroma cuentan que hasta hace pocos años atrás, era costumbre despedir a sus hijos e hijas, cuando iban a pastorear, recomendándoles portarse bien y no tener miedo para así evitar que se convirtieran en pequeñas y desaliñadas mujercitas.

Esta leyenda regional es muy interesante por estar relacionada con el primer sacerdote que llegara al pueblo de Socoroma.

Socoroma, es uno de los pueblos más pintorescos de la precordillera, está rodeado por cerros cubiertos de verdes arbustos y vetustos eucaliptos. Sus calles son limpias y cubiertas con piedras de río y en las que se destacan una que otra casona con portones con columnas cuadradas de piedra labrada, las que, seguramente, fueron habitadas por familias acomodadas del tiempo colonial.

Todos los cerros que circundan al pueblo son cuna de viejas leyendas que se pierden en la bruma de los siglos. Entre estos cerros se encuentra el Wilaqullu, el de las grietas de Socoroma que, según la tradición al desplazarse, sepultaron el antiguo pueblo socoromeño. Está también el Cerro Qalaqullu, hoy llamado Qalakrusa, “Cruz de Piedra”, donde los antiguos cuentan, habitaba una tribu de indígenas chullpas, caracterizados por ser crueles guerreros.

Veamos qué ocurría en este enigmático lugar…

Cuenta la leyenda que estos crueles guerreros Chullpas, en ciertas festividades sacrificaban no sólo animales sino seres humanos, en homenaje a la Madre Tierra, Pachamama y que para estos sacrificios elegían niños de unos diez años, a quienes les abrían el pecho y con su corazón sangrante rociaban las semillas de papas que se utilizaban en la siembra de la nueva cosecha.

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EL PODER DE LA NATURALEZA

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Para determinar cuál debía ser el pequeño elegido, el hechicero de la tribu se encerraba, dos lunas antes, por varios días con la finalidad de que los espíritus le señalaran quien sería el objeto del sacrificio. En una de estas vigilias, en espera de la señal divina, los espíritus le indicaron que, en esta ocasión, la víctima debía ser el primer niño que se asomara por el sendero o camino que él indicara.

Reconocida la pequeña elegida, la ceremonia del sacrificio se dispuso frente a una piedra que servía de altar, ante la cual, en semicírculo, se ubicaba la tribu, con sus awuyus conteniendo las papas que esperaban ser bendecidas con la sangre de la inocente pequeña.

El día en el que se realizaría este rito, había un sol esplendoroso y sobre el altar en la piedra, se había dispuesto un gran tronco que servía para indicar cuándo debía sacrificarse a la pequeña, justo en el momento en el que el sol no proyectara sombra con él, ni en ninguna otra cosa, o sea, en pleno cenit.

Todos atentos al transcurso del sol y a cómo las sombras iban desapareciendo de los objetos que las proyectaban, comenzaron a murmurar pues el elegido no llegaba. Había gran expectación y a poca distancia se vio la niña seleccionada en esta ocasión, pero no venía sola, la acompañaban un indígena y un sacerdote.

Tan luego el hechicero la divisó salió a su encuentro para llevársela, ante lo que se interpuso el sacerdote. Hubo gran alboroto entre los indígenas y el hechicero ordenó que el sacerdote fuera amarrado pero el indígena que lo venía acompañando, le advirtió al hechicero que el sacerdote era un mensajero del Dios que mandaba a todos los demás dioses, incluso al Sol y que venía como amigo para bendecirlos a nombre de él.

Olvidando el momento señalado, el sol ya había seguido su curso y había vuelto a proyectar sombras. ¡¡Ya había pasado la hora del sacrificio!... Había que esperar un nuevo día.

El sacerdote aprovechando esta tregua, solicitó del indígena, que lo había acompañado como intérprete, que hablara con el hechicero y le hiciera comprender que era un amigo. Que le haría producir una gran cosecha y que su Dios lo podía todo y que no mataran a la niña, porque eso era mal visto por Dios.

Luego de una reunión entre los mayores de la tribu, mandaron decir al sacerdote que era un mentiroso, que no había nadie más grande que el Sol y que si él era capaz de apagarlo, sólo así le creerían, le perdonarían la vida a la niña y no lo matarían a él. En caso contrario, ella sería sacrificada y él martirizado y muerto inmediatamente después de la fiesta. El sacerdote aceptó el desafío, sabiendo que esto significaba su muerte.

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El día siguiente amaneció con un cielo limpio y sin una nubecilla. El sol brillaba esplendorosamente lo que dio más valor a los indígenas, quienes ya se preparaban nuevamente para el sacrificio.

La bella niña indígena, sin saber lo que le esperaba se mostraba alegre y juguetona. El sacerdote tranquilo y resignado rezaba fervorosamente y como viera al indígena intérprete, le hizo una seña para que se acercara y pidió ser desatado frente al altar para rezarle a su Dios y pedirle que el sol comenzara a oscurecerse y la tierra permaneciera oscura como si fuera de noche, afirmando: “No habrá más luz hasta que prometan que no sacrificarán más vidas”.

Arrodillado, elevó los brazos al Cielo y comenzó a orar en voz alta. Mientras tanto, se notaba gran intranquilidad entre los indígenas quienes miraban atentamente la marcha del sol y la disminución de las sombras que él proyectaba en todas las cosas.

Pronto el hechicero vio que aunque aún faltaba mucho para que desapareciera la sombra del tronco que había en el altar, el sol se iba oscureciendo, situación que provocó gran espanto en los indígenas quienes irrumpieron en gritos y alaridos, y corrieron a buscar refugio junto al sacerdote.

El clérigo temeroso miró al indígena intérprete que tenía a su lado y éste que también estaba asustado se apresuró a decirle, todos están pidiendo que le devuelvas el poder al Sol y que brille nuevamente y harán lo que pidas.

El sacerdote elevó sus brazos al Cielo para agradecer el haber sobrevivido e indicó que todos debían declarar que su Dios era el más grande de todos, así sus súplicas serían escuchadas y pronto el gran Sol, volvería a brillar y alumbrar como antes.

Cuando esto les fue comunicado esperaron con tranquilidad a que el sol volviera a alumbrar y cuando esto ocurrió, comenzaron a danzar sus bailes rituales, dando rienda suelta a su alegría, como un desahogo del miedo que les había producido el total oscurecimiento.

Pasado el eclipse solar, el sacerdote rezó para agradecer la suerte que le había tocado, pudiendo así salvar su vida y la de la niña. Aprovechó también para hacer colocar una gran cruz de piedra encima de la piedra grande que les servía de altar y de bautizar a la pequeña con el nombre de Krusa, nombre que por muchos años llevaron la mayor parte de las niñas del pueblo.

Cuentan también, que muchos de los socoromeños aseveran que esa fiesta corresponde a una que efectúan en la actualidad la mayoría de los pueblos cordilleranos con el nombre de "Pachallampe", habiendo sustituido la víctima por el paseo de la imagen de San Isidro. Aseveran también los hombres de

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más edad, que esa cruz fue derrumbada por un fuerte sismo y que fue llevada a la iglesia del primer antiguo pueblo de Socoroma.

Tanto para el amor como para la verdad no hay límite alguno. Ambos buscan sobresalir en las vidas de las personas.Hay historias que se quedaron en el tiempo, donde el amor y la verdad se entrelazan de manera sagrada, tal como el sagrado vínculo que esconde la verdad a fuerza de la pérdida, del dolor de la separación.La vida está hecha de ilusiones y desencantos, de búsquedas y encuentros. El círculo de la vida marca el paso de las horas, de los años, de la buena ventura y el infortunio.Cuentan las historias de nuestros abuelos, de cómo una sagrada imagen juzgó a un asesino implacable y de cómo la misma bendijo un amor casi prohibido.

Corría el año 1752 y la Basílica de San Marcos de Arica, poseía un suntuoso Altar Mayor con imponentes imágenes, entre las que destacaba la Paciencia de Jesucristo escultura que habría sido parte de un milagroso acontecimiento.

Cuentan que por esos años, se había cometido un horrible crimen contra una inocente criatura; capturado el presunto culpable había sido condenado a la horca, aún cuando no habían pruebas concretas en su contra; aún cuando el acusado clamaba por su inocencia y por demostrarla ante quienes fuera.

Fue tanto lo que este hombre alegó, que sus quejas llegaron a oídos del Corregidor don Joseph Ureta , quien poseía fama de bonachón, piadoso y justiciero.

De esta manera decidió que el acusado fuese llevado a la basílica, puesto en el altar mayor y que jurase frente a la Paciencia de Jesucristo. El condenado con los pies descalzos y encadenados fue llevado ante la milagrosa imagen donde fue instado a repetir en voz alta:

-"Dios y milagroso Señor, a Tí te consta que yo no fui el asesino, y si vos sabéis que yo no trunqué una vida, haz que no me quiten la mía".

Ante el asombro general de toda la concurrencia se pudo contemplar, cómo el rostro de la imagen del Redentor se cubría de gruesas gotas de sudor, algunas de las cuales rodaban por las mejillas de la imagen.

¡La admiración y asombro general fue enorme!

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EL MILAGRO DE LA IMAGEN

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Todos se santiguaban y casi angustiados tenían su vista fija en la imagen.

Poco a poco la concurrencia comenzó a dirigir su mirada hacia la pálida cara del Corregidor, esperando de él su fallo.

Demacrado el Corregidor y al fin repuesto también de la sorpresa, con voz un tanto trémula pero clara dijo:

-"A la horca con él!". Su orden fue replicado con un gran murmullo de toda la audiencia.

Se cuenta que desde ese día todo aquel que era juzgado por un delito, debería comparecer frente a la imagen sacra.

Sin embargo no todo es mentira y muerte.

Se dice que Don Joseph tenía una bella hija, llamada Josefina la cual tuvo la mala ocurrencia de enamorarse de un joven que sólo tenía de pudiente, algunos títulos que colgaban de su pared. El buen Hugo; que así se llamaba el enamorado joven; no tenía como pagar la dote de la hija del corregidor; quien al ver tamaña pobreza decidió comprometerla en matrimonio con un señor algo sesentón y bastante adinerado, ante la profunda pena de su hija.

Como el amor todo lo puede, y todo lo justifica; los jóvenes enamorados urdieron un desesperado plan, para no separarse jamás : debían mentirle al padre de Josefina, y hacer promesas de amor verdadero sobre una falsa fortuna documentada que habría de recibir Hugo.

Tanto fue el amor, que el enamorado joven llegó a pedir la mano de su amada, al incrédulo padre de ésta, quien para comprobar la veracidad de la futura fortuna, decidió someter a Hugo al juramento frente al paciente Jesucristo de la basílica.

Llegado el día, el nervioso joven cayó de rodillas ante Cristo Coronado, casi implorando piedad, mientras recordaba las palabras de su amada “NO HAY QUE TEMER. DIOS PROVEERÁ, SE APIADARÁ DE NOSOTROS”; y así de rodillas proclamó ante los invitados y sus futuros suegros:

-"Yo, Hugo de los Ríos y Montes de Oca, vengo humildemente y de rodillas, en solicitar la mano de Josefina de Ureta, ante Vos, milagrosa imagen y juro poner a los pies de la que va a ser mi esposa, como dote en la boda, toda la herencia que, como Vos sabéis, he recibido en España".

Terminada la ceremonia y pronunciada la promesa, todos los asistentes y muy especialmente los novios y sus padres, dirigieron lentamente sus vistas

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hacia la imagen de la Paciencia de Jesucristo, la que permaneció apacible y con expresión resignada.

La celebración se hizo en grande, pero más grande sería la sorpresa de los jóvenes amantes, que de tanto rogar con el corazón y el amor más puro al altísimo fueron testigos de un milagro.

Dios proveyó, la fortuna golpeó a la puerta de Hugo quien como regalo caído del cielo recibió la herencia de una tía lejana.

El amor verdadero triunfaba con un milagro de la Paciencia de Jesucristo

Esta tierra, es tierra de devoción. La fe mueve las montañas y mueve a hombres y mujeres que todos los años en Octubre y Diciembre llegan hasta donde se angosta el valle, entre roqueríos escarpados y fuentes de aguas cristalinas; a presentar sus respetos y plegarias a la milagrosa chinita, como le llaman feligreses y bailarines.

A 60 kilómetros aproximadamente de Arica, en la quebrada de Livilcar, sin alcanzar más de una cuadra de ancho, se yergue el santuario de la Virgen de las Peñas Ubicado en un lugar inaccesible sólo se puede llegar a él caminando o en lomo de mula, bordeando constantemente precipicios y cruzando el riachuelo. Todo sacrificio es válido, cuando el amor y la fe hacia la chinita mueve los corazones de sus feligreses.

Hay tantas historias sobre el origen del santuario de las Peñas, todas nacen de la fe y amor a la Santa Madre de Dios.

La más antigua data de 1642, y nos narra como un arriero que llevaba su recua de mulas y buscaba descanso entre los eucaliptos, sintió los gritos horrorizados de una pastorcita de 12 años, que casi era atacada por una serpiente. En su afán de socorrer a la pequeña, cual no sería el asombro del buen hombre al ver un rayo posarse cerca de la niña, alejando a la sierpe; y dejando grabada en la roca la imagen de la Santísima Virgen. Sin quererlo, en su terror, el hombre habría invocado a la virgen y ella habría hecho su aparición socorriéndolo.

Otra versión cuenta que en un pueblo de Carangas, Bolivia, se celebraba a la Virgen del Rosario, siendo el alférez a cargo de las festividades muy pobre y esto provoco un comentario despectivo de un rico que se había comprometido a tomar a su cargo la festividad del año siguiente.El rico adornó la iglesia, pero el día de la fiesta ocurrió allí un incendio y con él desapareció la imagen sagrada.

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VIGEN DE LAS PEÑAS, AMOR Y DEVOCIÓN

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Camino al pueblo, unos pastores rezagados se encontraron con una señora de cara conocida. Le preguntaron si no iba a la festividad y ella respondió: "Voy a otro lugar en donde he de ser más venerada". Mirando hacia atrás los pastores la vieron convertirse en una paloma que voló hacia el oeste.En tanto en la Villa de Humagata el gobernador había condenado a muerte a un curandero bajo la acusación de brujo. Este buscaba leña para su suplicio en Livilcar, cuando vio la paloma. Quiso entonces tomarla y llevarla al gobernador para implorar clemencia, pues era una hermosa ave; mas cuando quiso tomarla se desvaneció en una nube de luz.

Cuál no sería la sorpresa del curandero, al disiparse la nube y poder contemplar que estaba el rostro de la virgen en la roca y que la imagen le hablaba diciendo": Quiero que se me honre en este mismo sitio. Vendrán muchos peregrinos con grandes sacrificios y no han de caber en este lugar".

En el mismo instante, el hombre llevó la noticia al Gobernador, quien pensando que era una mentira decidió comprobar con sus propios ojos la sagrada imagen.

Avisados los frailes de Codpa, de forma infructuosa trataron de remover la imagen de la piedra; y esa misma noche el sacerdote que trató de remover la imagen recibió una aparición que le preguntaba si sufría muchos dolores tras la ardua tarea; la aparición le dijo:

-“Yo también sufro con los golpes que me dan. No quiero salir de este lugar. Vendrán con grandes sacrificios a venerarme"-. Y así llegaron hasta ella, una familia devota desde Carangas, reconociendo en la imagen la virgen desparecida de su pueblo.

Otra versión nos cuenta, de una anciana pastora; que cansada de recorrer la quebrada; y asustada al caer la noche a filo de un desfiladero de las peñas lloraba inconsolablemente.

De pronto fue reconfortada por la imagen de la Virgen que le manifestó que había dejado su imagen grabada en las rocas y que deseaba que se le hiciera en ese paraje un santuario de penitencia y que se consagrara a su nombre con el título del Rosario:

-"Duerme tranquila esta noche que Yo te acompañaré y ve mañana a las autoridades de Livilcar para decirles que bajen y se impongan de mi voluntad"-, le dijo la Virgen, según la leyenda.

Y así fue a pesar de las burlas de las personas que le increpaban por no volver con su rebaño; puesto que la virgen se les apareció: "No os moféis de esta anciana que os ha hablado. Es mandato de la imagen de mi Madre, que la he colocado en esta roca para que sea un santuario de penitencia, y la celebraréis el primer domingo de octubre de cada año"

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Y así ha sido, año tras año, desde tiempos inmemorables que los peregrinos dejan sus hogares, y llegan surcando el camino, la quebrada, los despeñaderos; haciendo el sacrificio a ver a Nuestra Señora de las Peñas, encomendándoles sus vidas y agradeciendo, siempre agradeciendo.

Durante el siglo XVI – XVII Arica fue constantemente asolada por la presencia de piratas y corsarios en sus costas; debido al tráfico constante de mineral de plata y oro desde el Cerro rico de Potosí.Es así como hasta nuestra costas llegaron innumerables corsarios y piratas, asolando a la población; buscando y escondiendo tesoros de inconmensurable valor.Por estos mismos caminos que hemos de andar hoy, en estos mismos valles y cerros; costas y quebradas hay tesoros escondidos; sabe sólo de ellos la voz silenciosa del viento, del sol y las oscuras noches de antaño.

Cuentan que hacia fines del año 1615, los habitantes de Arica se sintieron inquietos y alborotados, con la noticia traída de una delegación enviada por las autoridades de Charcas y Buenos Aires que comunicaban la presencia de seis galeones holandeses, que se aprontaban a cruzar el Cabo de Hornos con el propósito de llegar a Chile y Perú, lo que significaba que podrían arribar muy pronto al codiciado puerto de Arica.

La presencia de estas naves inquietó a los ariqueños debido a que, según los avisos recibidos, llegarían al puerto fuertes remesas de plata de los minerales de Potosí que iban con destino a España, pero a la vez incluía también remesas de muchos particulares.

Expectantes los habitantes de la ciudad; se agruparon en la plaza atentos a los comunicados del Corregimiento; de pronto del edificio del corregimiento aparecen dos mensajeros que se abren paso ante la multitud; tenían como misión de detener la llegada de la preciada carga al puerto de Arica.

Fue así que un trajinero de nombre Crispín Montalvo, quien traía una de las cargas más valiosas, fue notificado por uno de los chasquis un poco antes de llegar a Tambo Guanta.Este trajinero poseía una honradez y valentía a toda prueba; sin embargo tenía muy mal carácter y recibió la orden de mal agrado porque esto significaba esperar durante varios días con las consabidas molestias.

Cuentan que Montalvo, tomó su carga de gran valor; y a regañadientes con gente de su confianza, procedió a enterrarla en diferentes lugares, cercanos al Tambo de Guanta; operación que duró toda la noche hasta que asomó el alba.

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LA MALDICIÓN DEL TESORO DE TAMBO GUANTA

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Con un genio infernal; el trajinero blasfemaba contra el monarca, los piratas y todos los santos del cielo; mientras golpeaba el mesón del tambo; engullendo el vino de chaca que desaparecía en su garganta; mientras respondía a todo aquel que tratara de calmarlo: “"quisiera volverme ciego para no ver ante mis ojos ese tesoro que no es mío y del cual debo responder".

Un día, antes del amanecer, fueron despertados por una fuerte ventolera, la que a mediodía se hizo muy intensa y sofocante e irrespirable por la alta temperatura. El polvo y la arena que arrastraba el fuerte viento llegaban a herir la cara. Al poco tiempo y aunque era cercano al mediodía, la oscuridad por la tierra y el polvo provocado por el viento huracanado era tal, que no se veía ni a cuatro varas de distancia.

Mamani Guanta, dueño del tambo, despertó al trajinero Montalvo quien se encontraba durmiendo profundamente bajo el mesón en medio de botellas y cántaros vacíos. Malhumorado el arriero se levantó para enterarse de la magnitud de la catástrofe y comprobó que el enorme ventarrón había barrido con casi toda la ranchería. Cuando se percató de tamaño desastre, corrió a ver qué había pasado con su gente y sus animales, caminó contra el viento y la arena que herían su cara; mientras nadie se atrevía a salir del tambo hasta que reinara la tranquilidad nuevamente.

La aurora del nuevo día sólo sirvió para traer a la realidad lo que parecía un sueño. El tambo había desaparecido casi por completo, junto con el arriero Montalvo. Preocupado por el trajinero; el dueño del tambo salió a su búsqueda, en medio del desastre.

Una bandada de gallinazos revoloteaba a lo lejos, al acercarse Mamani Guanta junto a un chasqui encontraron a Montalvo, sin conocimiento; tenía el hombre sus manos cubriéndose la cara y se encontraba su cuerpo rígido; a duras penas lograron acomodarlo en un sitio seguro y reanimarlo.Comenzaron a lavarle la cara y con horror y sorpresa, comprobaron que Crispín Montalvo tenía sus ojos inyectados en sangre a causa de la arena levantada por la ventisca que se le había incrustado en ellos. Cuando el trajinero se recuperó comprobaron con mucho pesar que éste se encontraba ciego. Se había cumplido lo que repitió tantas veces: volverse ciego para no ver más ese inmenso tesoro que no era suyo.

Pasaron los días, los meses, los años; muchos hombres buscando el tesoro oculto por el arriero. Todo fue inútil. Las barras de plata y los tejos de oro habían desaparecido definitivamente. Hasta alrededor de 1930 los viejos pobladores del valle aún hablaban de Tambo Guanta como un lugar embrujado que guardaba un gran tesoro desde tiempos de la Colonia.

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Cuenta el viento que hay tesoros ocultos en las quebradas; que hay tesoros en los cerros y en el fondo de las cristalinas lagunas.

Entre los centenares de lagos y lagunas que existen en las serranías en el interior de Putre, hay pequeña laguna, perdida a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar, que antiguamente se llamaba "Kariqota"

Según aseguran los habitantes más antiguos de esta zona, dicha laguna no existía antes de la llegada de los conquistadores. En vez de ella y cercana a los faldeos de los Payachatas, existía una bocamina, de la cual, los súbditos del inca, periódicamente sacaban oro fino para llevarlo al Cuzco, como ofrenda al Inca, su emperador.

Según cuentan el tráfico de oro se detuvo, cuando los regionales conocieron la muerte de Atahualpa y la codicia imparable de los conquistadores; lo que llevó al cacique Khori a clausurar la entrada de la bocamina.

Después de muchos años la bocamina fue reabierta por un descendiente del cacique, que apremiado por la difícil situación de la tribu, extraía cierta cantidad de oro y la mandaba a vender al puerto de Arica. Aunque era poca la cantidad, pronto había muchos interesados en adquirirla y muchos más por averiguar el sitio secreto de dónde era extraída. Tanta era la codicia de los conquistadores que trataron de averiguarlo con tentadoras promesas, después con amenazas, pero siempre obtenían el mutismo de los indígenas regionales. Muchos fueron sometidos a bárbaras torturas que no pudieron soportar encontrando incluso la muerte.

Cuenta la leyenda que fraile mercedario fue notificado por un indígena afuerino, de un derrotero que, según él, era el lugar preciso de donde se obtenía.

Siguiendo el derrotero que le había dado el indígena, el mercedario guiando una pequeña expedición acompañada de cinco españoles, salió en busca de la mina.

Caminó por un sendero conocido hasta cierto punto, y después de contemplar el panorama, salió a campo abierto, siguiendo las indicaciones que le había dado el indígena hasta llegar a los faldeos de los Payachatas, donde acamparon cerca de un poblado compuesto de unas cuantas chozas. El mercedario con ayuda de todos construyó un cuadrilátero de piedra y barro, y sobre las cuatro gradas hizo colocar la insignia del Redentor y, celebró la primera misa en demanda de buena suerte para la empresa que se encontraba empeñado. Posteriormente procedió a recorrer los faldeos del

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EL TESORO DE LA LAGUNA K’ARIQUTA

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nevado hasta que encontraron a los pies de él, piedras con claras demostraciones de contener mineral de cobre.

Los indígenas del caserío permanecían impasibles y mudos a todo interrogatorio.Después de varios días, desalentados por la inclemencia del clima, estaban por levantar el campamento y salir de regreso al puerto de Arica, cuando un estruendo que precedió a un fuerte terremoto, produjo un deslizamiento de tierra y piedras de una escarpada ladera, dejando al descubierto parte del socavón de la mina de donde se sacaba el codiciado oro.

Descubierto el secreto y reconocida la mina, salió el cura mercedario acompañado de los indígenas hacia el puerto, llevando nuevas y sendas muestras del rico metal como pruebas palpables, dejando en el lugar algunos españoles.

El mercedario para mayor seguridad de ubicar el lugar encontrado y con el fin de no equivocarse al regreso, tomó sus precauciones. Y sin que los indígenas que iban por delante de la caravana se dieran cuenta, dejaba caer una cuenta de su grueso rosario, cada cierto número de pasos, desde el sendero ya conocido.

Transcurrieron así varios días, que fueron aprovechándose los que habían quedado en la mina, de recolectar lo mejor que encontraron del amarillo metal, ante la intranquilidad de los indígenas.

Mientras una nueva expedición se armaba en busca del tan preciado oro hacia las alturas. Felices los conquistadores emprendieron el viaje, hasta el lugar señalado por el fraile.

Al presenciar el paisaje éste, pudo observar que cristalinas y verdosas aguas lamían mansamente las laderas del cerrillo en que estaban y no se veía ni chozas, ni el cuadrilátero con la insignia del Redentor. ¡Todo había desaparecido! ¡Nada de bocamina! Sólo una laguna que como un magnífico espejo reflejaba las imponentes cumbres de los Payachatas. ¡Todo había desaparecido como por arte de magia!

Cuentan los viejos y sabios amautas, que mientras los españoles reposaban después de sus faenas mineras, en las noches, los indígenas del lugar silenciosamente y pacientemente preparaban un rodado y que cuando menos lo esperaban cayó cegando la bocamina y sepultando a los que estaban dentro y a los que hacían guardia en la boca del socavón. Para borrar todo vestigio desviaron el torrente de un río, que inundó completamente la hondonada en que se encontraba la bocamina. Protegiendo así el tesoro de sus antepasados ancestrales.Quedaba oculto para siempre el tesoro del cacique Khori

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