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Lecturas complementarias (II) Unidad 6

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Page 1: Lecturas complementarias (II) Unidad 6. Tres ideas generales Localización. No se trata del capítulo o la página, sino del momento de la historia: ¿después

Lecturas complementarias (II)Unidad 6

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Localización. No se trata del capítulo o la página, sino del momento de la historia: ¿después de qué episodio?, ¿antes de qué otro?

1.- ¿Dónde está el texto?

2.- ¿Qué dice el texto?

3.- ¿Por qué ese texto?

Resumen breve, evitando repetir las palabras de texto, para explicar y aclarar lo que allí ocurre.

3.1.- Relevancia temática: ¿qué tiene que ver este fragmento con la intención del conjunto del relato?

3.2.- Relevancia estilística: ¿qué llama la atención en el lenguaje empleado?

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De cada lectura se pueden extraer muchos fragmentos dignos de comentario, pero es verdad que cuanto más densa es la lectura más posibilidades ofrece. Así que los comentarios de texto también encierran una mayor dificultad en las lecturas más exigentes. Del mismo modo, la extensión del comentario no solo depende del tamaño del fragmento propuesto, sino también de su contenido y su lenguaje, más elaborado en las lecturas exigentes.

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correspondiente►►►

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De «Malos hábitos»Entonces apareció el director, seguido de los dos subdirectores y el gerente, y todos volvimos la vista hacia él buscando la respuesta definitiva. El jefe se plantó en medio de la redacción, puso sus brazos en jarras y, en lugar de responder a todas nuestras dudas, lo que hizo fue lanzamos una inquietante pregunta: –¡¿Se puede saber quién ha sido el idiota que ha mandado al obispado a un chico con esas pintas?!

La cantante Marilyn Manson.

Este fragmento se encuentra hacia la mitad del relato, cuando ya se han sucedido los rumores de unos y otros sobre lo que le ha ocurrido al obispo de la ciudad y si en eso tiene algo que ver el periodista de El Universal. El fragmento precede a lo que va a ser la resolución del relato.

Los responsables del periódico protagonizan el fragmento. Gracias al director sabemos que el percance sufrido por el obispo está relacionado con el aspecto («esas pintas») del periodista becario. De ese aspecto se hablará después.

El fragmento resulta interesante por dos motivos: en primer lugar porque da una pista que hasta ahora el lector no tenía: la estéticagrunge del becario. Es la primera vez que se hace referencia a eso. Además termina así con los rumores, burlándose del ambiente poco riguroso de una redacción de un periódico, donde se supone que la información sería siempre la correcta y estaría comprobada.La aparición del jefe, con un aire bastante baturro («puso sus brazos en jarras») viene reforzada por un rasgo ortográfico: la mezcla de exclamación y pregunta (¡¿?!) de su intervención, con la que el narrador quiere dar a entender el enfado del director del periódico.

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De Cielo rojoNikolái condujo con calma a pesar de su nerviosismo. Se estaba orientando bien, reconocía cada referencia. Descubrió varias construcciones nuevas. Las carreteras habían mejorado y algunos antiguos caminos de tierra mostraban ahora una superficie asfaltada que el chico agradeció. No obstante, en cuanto se fue aproximando a los lindes del bosque Itanich, la zona de las antiguas granjas, un repentino velo de abandono pareció caer sobre el panorama. Cuando quiso darse cuenta, ya había dejado de atisbar indicios de civilización; desaparecieron las casas que habían flanqueado la ruta, no tuvo que sortear más vehículos en la carretera, los baches bajo las ruedas se multiplicaron. El bosque, a ambos lados del camino, había adquirido una apariencia salvaje, descuidada, y un aura desértica se extendía como una marca por aquella zona, hasta el punto de que resultaba difícil asumir que, en realidad, esas tierras se encontraban a escasos kilómetros del pueblo más próximo.Nikolái detuvo el coche. Abrió la portezuela y descendió de él, perplejo ante aquel cambio en el panorama. No se alejó del Skoda, se limitó a apoyarse en él mientras escuchaba un silencio desconocido que se agazapaba bajo el gemido del viento. Un silencio que él tampoco cobijaba entre sus recuerdos. ¿Acaso ya no había vida entre los árboles?Ese aspecto desolado sí era nuevo, definitivamente. Nikolái, fiel a su sensibilidad, percibió en su interior la misma tristeza estática que envolvía el entorno: la trasmitía esa naturaleza de aspecto tan descolorido por la que se adentraba la carretera. Una tristeza que no se correspondía con la atmósfera vital que su memoria atribuía a aquellas tierras.¿Qué había sucedido? Se negó a pensar que el incendio de las granjas hubiese podido tener un efecto tan letal en la vida campesina. La gente del campo jamás se apartaba de su terruño. Sin embargo, lo cierto era que se sentía como si acabara de atravesar una frontera invisible entre lo vivo y lo inerte.

Comentario►►►

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La central de Chernóbil.

Este fragmento corresponde al tercer parágrafo del capítulo IV. Nikolái, el protagonista, ya se encuentra en Ucrania y, a pesar de las advertencias de la patrona del hostal en el que se aloja, decide visitar la zona de Itanich. Ha alquilado un coche y trata de llegar al parque en el que se despidió de Dimitri y Ekaterina. Este es, pues, su primer contacto con el lugar, aunque no podrá completar la visita porque poco después de este fragmento, dentro del mismo parágrafo, encontrará un vallado militar que lo imprime.

Sin que ni el personaje ni el lector lo sepan todavía, el fragmento sirve como adelanto de la frustración de Nikolái. El narrador se centra en dos detalles progresivos: el abandono de la civilización y la sensación de falta de vida que desprende el paisaje. Es muy significativo el párrafo en el que detiene el coche y contempla la zona «mientras escuchaba un silencio desconocido».

El fragmento es importante ante todo porque es el primer aviso sobre la extrañeza de lo sucedido, más allá de la versión oficial sobre el incendio. Como en tantas partes de la novela, más que actuar, el protagonista observa, describe y reflexiona. Como tantas veces en la novela, el narrador se sitúa en la mente del protagonista y desde allí observa, describe y reflexiona. Prueba de ello son los interrogantes que se lanzan al lector, al final del segundo párrafo y al principiodel cuarto, el primer interrogante para remarcar una extensa descripción donde se insiste en la sensación de tristeza y en la falta de vida en el bosque, tan distinto a como él lo recordaba; y el segundo para mostrar un rasgo de carácter de Nikolái, su rebeldía («se negó a pensar…») ante una verdad oficial que tratará de desmontar a partir de esa visita.

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De Los misterios de MadridHabía leído que aquel era el lugar que preferían los suicidas de Madrid. Una pareja bien vestida y de edad madura que pasaba se lo quedó mirando, y el hombre se inclinó para decirle algo en voz baja a la mujer, que volvió la cabeza y lo examinó de arriba abajo con aire de disgusto. ¿Tan mal aspecto tenía que lo tomaban por un pordiosero sospechoso, por un posible suicida? Buscó el peine, se humedeció el pelo con saliva y se peinó a tientas, como pudo. Padecía el mismo desconsuelo que si llevara años en Madrid. El día anterior, a esa misma hora, a las tres cero siete, él estaba confortablemente en su casa, sentado junto a su madre en la mesa camilla, viendo el Telediario mientras degustaba uno de sus potajes preferidos, habichuelas con chorizo y arroz. Después de comer, mientras llegaba la hora de regresar a El Sistema Métrico, solía adormecerse dulcemente en el sofá durante cuarenta minutos, arrullado por el calor del brasero y de la digestión, oyendo las voces cansinas de la telenovela que veía su madre. Su madre no se enteraba nunca de los argumentos, en parte porque era algo sorda, y en parte también por la extrema dificultad de aquellos, de modo que lo sacudía con frecuencia para preguntarle quién era hijo o padre o amante de quién. Lorencito entreabría los ojos, miraba el televisor, decía, por ejemplo, «de Juan Gustavo», y en menos de un segundo volvía a dormirse, pero eso sí, despertaba como un reloj a las cuatro y veinte, y a las cinco menos diez ya estaba peinado e impoluto en la acera de la calle Trinidad, frente a la iglesia, esperando que abrieran El Sistema Métrico, a donde no había llegado tarde ni una sola vez en treinta y un años.

Comentario►►►

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El madrileño Viaducto de Segovia, con su parapeto de

metacrilato.

Este fragmento se encuentra en el capítulo VII, dentro todavía de las primeras contrariedades que sufre Lorencito Quesada en su investigación madrileña. Concretamente, en este capítulo el protagonista ha ido dando tumbos, acosado por el turista japonés que da título al capítulo, por las inmediaciones del Corral de la Fandanga, hasta encontrarse en el viaducto de Segovia.

Tras el fracaso en la búsqueda de Matías Antequera y los percances sufridos en la huida del tablao, su situación es ahora lamentable. En el fragmento se explica primero cómo es observado despectivamente por los viandantes, para centrarse luego en la visión de sí mismo de Lorenzo, en contraste con su situación habitual en su casa de Mágina.

Este contraste, que marca el fracaso de la misión del personaje y su consiguiente desengaño es habitual en la novela. Lorenzo compara a menudo la desventurada experiencia madrileña con su plácida vida en Mágina. En este fragmento evoca la comodidad rutinaria de su vida ordinaria, marcando incluso la hora con exactitud («las tres cero siete»), y es llamativo en qué detalles insiste: la comida, la siesta, la compañía de la madre y las teleseries, etc., todo un mundo de seguridad, lejano a los peligros que ahora lo acechan. El retrato tiene tantode burla como de lástima. Se nos sugiere claramente que el pobre Lorencito Quesada no está hecho para este ajetreo madrileño. Nadie debiera haberlo sacado de su rutina, a la que ha sido siempre fiel. En este sentido, es muy interesante el cierre del fragmento: en contraste con el desorden de la aventura madrileña, a su trabajo en El Sistema Métrico «no había llegado tarde en treinta y un años». Y Madrid, como se ve en la novela, no deja de depararle desagradables sorpresas.

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finfin