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Las políticas agrarias

Claude Servolin

TraducciónTomás García González

RevisiónEduardo Moyano Estrada

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La responsabilidad por las opinionesemitidas en esta publicación correspon-de exclusivamente al autor de las mis-mas.

EDITA

^Tr^MINISTERIO DE AGRICULTURA, PESCA Y ALIMENTACION

SECRETARIA GENERAL TECNICA

Depósito Legal: M-38719- I 988

I.S. B. N.: 84-7479-704-7

N.I. P.O.: 25 I -88-067-9

Imprime: C. Marcelo

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El trabajo que aquí se presenta fue, en su mayor parte, publica-

do como capítulo IV del libro colectivo Traité des Sciences Politi-ques, tomo 4, PUF, París, 1985. Los apartados 7 y 8 de la secciónII, dedicados a Francia, han sido introducidos posteriormente por

el autor en el texto original, con la finalidad de ofrecer al lector es-

pañol una información mcís actualizada sobre la política agraria apli-

cada por el Partado Socialista francés durante la legislatura I981-86,

presidida por F. Mitterrand.

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PROLOGO

A pesar de la indudable importancia que ha tenido, y tie-ne aún, la agricultura en España, no puede decirse que existaen nuestro país una tradición de estudios sobre la política agra-ria. Desde los trabajos pioneros deJ. M. Naredo (1973) yJ. L.Leal y col. (1975), por citar los más relevantes, bien es ciertoque se han venido realizando estudzós e investigaciones de re-conocido valor sobre aspectos económicos y sociales de la agri-cultura española. Sin embargo, son escasos, por no decir casiinexistentes, los análisis de tipo político, es decir, los que sepregunten por, e intenten dar respuesta a, los principios querigen los procesos de toma de decisión relacionados con la po-lítica agrar:ic. Se ha escrito poco, en suma, sobre las claves ex-plicativas de por qué la política agraria es como es, y de porqué se aplica de la forma que conocemos. Esta carencia, queno es sólo de nuestro país, hace que a la hora de abordar lapolítica agraria nos centremos casi siempre en analizar sus efec-tos, tomando como dato su contenido, sin preguntarnos porlos factores políticos y sociales que lo originaron.

No faltan razones para justificar esta situación, entre lascuales no puede olvidarse la todavía pequeña masa crítica deconocimiento que generan los escasos departamentos de eco-nomía agraria y sociología rural existentes en España, en los

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que los grupos interesados por la política agraria son todavíareducidos.

Si esta es la situación de la bibliografía concerniente a lapolítica agraria española, puede decirse que son inexistenteslos estudios en castellano sobre la de los demás países euro-peos. Hoy en día, cuando nuestro país se ha incorporado a laCEE y nuestra agricultura ha comenxado a regirse por las da=rectrices de la PAC y a hacerse cada vex más interdependientecon las políticas agrarias europeas, desconocemos bastantes co-sas sobre éstas. Es oportuno y conveniente, por tanto, dete-nerse en la lectura de un libro como éste de C. Servolin, enel que se hace un análisis político comparado de la políticaagraria desarrollada en distintos países.

Si bien és cierto que la política agraria de cada país tieneparticularidades propias, ligadas a su historia económica, asu organización política y a su estructura social, también loes que, en un entorno geopolítico relativamente homogéneocomo el de Europa Occidental, se pueden encontrar rasgos cadavez más comunes en la forma en que se elabora y aplica la po-lítica agraria, sobre todo a raíz de la constitución de la CEE.La organización de la producción sobre base fundamentalmen-te, aunque no exclusivamente, familiar, la existencia de unmovimiento asociativo ampliamente desarrollado, la implan-tación de un sistema específico de crédito, la propagación dediversos regímenes de tenencia, la consolidación de una ex-

^ tensa red de instituciones públicas en el medio rural, son, en-tre otros, rasgos que pueden encontrarse con pocas variacio-nes en la mayor parte de los países de nuestro entorno.

El libro de C. Servolin ayuda a comprender las claves deeste proceso, aportando ideas sobre los factores políticos, so-ciales y económicos que están en el origen del mismo. En suanálisis, no se limita a reflexionar sobre la experiencia de lospaíses europeos occidentales, sino que amplía su campo de ob-servación a lo que ha ocurrido en los países socialistas, en losEstados Unidos y hasta en dos países en vía de desarrollo, Cos-ta de Marfil y Taiwán. Todo ello, con el eje de referencia puesto

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en los 1irincipios que rigen lo que él llama la ^política agrariamodernau, aludiendo con este calaficativo a las acciones em-prendidas por los Estados capitalistas europeos 1iara garanti-zar la reproducción de un modelo de agricultura basado enla explotación de tipo familiar.

Su ya larga experiencia en tareas de investigación científi-

ca en el INRA francés garantiza el rigor del tr^bajo que me

cabe el honor y el1ilacer de presentar, a lo que se une un elo-

giable esfuerzo de divulgación para hacerlo asequible al ma-yor número de lectores. No me cabe la menor duda de que

estamos ante un libro que, además de interesar a sus lectores,1iermitirá am1bliar las reflexiones sobre la política agraria en

nuestro país. En un momento en el que se cuestionan las orien-

taciones de la ^iolítica agraria y, en algunos casos, hasta su pro-^bia existencia, no viene mal reflexionarsobre el1iroceso histó-

rico que la ha configurado tal como la conocemos. EZ librode C. Servolin es un buen estímulo para ello.

JULIAN AREVALO ARIAS

Subsecretario del Ministeriode Agricultura, Pesca y Alimentación

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INDICE

LAS POLITICAS AGRARIAS

(por C. SERVOLIN)

Págs.

INTRODUCCION: LAS DIFERENTES INTERPRE-TACIONES DE LA POLITICA AGRARIA .. 13

SECCION I: LOS ORIGENES DE LA POLITICAAGRARIA EUROPEA .................... 23

1. La agricultura y el Estado: las formas precapita-listas ................................... 23

2. La agricultura y el Estado: los regímenes agra-

rios surgidos del feudalismo . . . . . . . . . . . . . . . . 29A) El modelo inglés . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30B) EZ modelo de la Europa del Este ....... 31C) El modelo europeo occidental . . . . . . . . . . 35

3. La agricultura y el Estado: agricultura y capita-lismo ................................... 37A) Las virtualidades de la explotación de ti^io

individual ........................... 37B) El Fstado moderno y la ex^ilotación familiar

agraria: ^una genealogía común? . . . . . . . 40

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4. La «invención» de la política agraria moderna: Di-

namarca ................................ 45A) Génesis de la política agraria moderna .. 45B) Las características de la producción .... 49

C) La estructura institucional de la política

agraria moderna ..................... 54D) Características fundamentales de la política

agraria moderna ..................... 57

SECCION II: EL CASO DE FRANCIA . . . . . . . . . 611. La agricultura en.el nacimiento del capitalismo

francés .................................

A)

B)

C)

Una compleja estructura de clase .......

El fracaso del «modelo inglés» . . . . . . . . .

EZ capitali.smo financiero y la 1iolítica agra-

ria «melinista» ......... ....... ... ....

2. Los grandes agricultores, fundadores de la «or-

ganización profesional» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

A)B)

El sindicalismo de los «hobereaux» ......La acción de los «republicanos» . . . . . . . .

3. Las etapas de constitución de la política agraria

moderna ................................

61

62

64

67

70

71

76

79

A) El aprendizaje de la regulación estatal: cons-titución del «Midi Viticole» . . . . . . . . . . . . 79

B) El Estado y la economía alimenticia de gue-rra ................................. 81

C) La función directiva en la gestión de los mer-cados: el O. N.I. C . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85

D) La unificación de la Profesión y su integra-

ción en la ^iolítica agraria: la «Cor1iorationPaysanne» ...... ..................... 89

E) La ideología de la modernidad y la recons-trucción de la agricultura . . . . . . . . . . . . . 91

4. La culminación de la política agraria moderna 97A) El ascenso de la ,J.A. C . . . . . . . . . . . . . . . . 97

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B) La generalización de la gestión de los mer-cados: el F.O.R.M.A . ............ .... 100

C) El final del ^iarlamentarismo y el adveni-miento de una relación directa entre el Es-tado y la Profesión organizada . . . . . . . . . 105

5. Las instituciones de la nueva política agraria . 111

A) La institucionalización de la Profesión a tra-

vés del C.N,J.A . ..................... 111

B) La «1iolítica de estructuras» . . . . . . . . . . . . 114

C) La «economía contractuaL> . . . . . . . . . . . . 117

D) El «desarrollo» . . . .. . . . . . . . . . . . . .. . . . . 121

E) El sindicalismo y la creación de una nueva

categoría de agricultores . . . . . . . ... . .. . 126

6. Las relaciones de poder en la gestión de la políti-ca agraria: el «corporativismo» y sus límites .. 130

A) Las Inter^irofesiones . . . .. . . .. . . .. . . . . . 132

B) La «Conferencia Anual» . . . . . . . . . . . . . . . 138

C) La Política Agraria Común (P.A.C.) ... 142

7. Problemas actuales de la política agraria en Fran-

cia ..................................... 151

A) Indeterminación económica y opción ideo-

lógica .............................. 151

B) La crisis de la agricultura en el marco de la

crisis económica ..................... 160

8. La acción de la izquierda en la regulación del sec-

tor agrario francés ....................... 168

A) El ^irograma agrario del Partido Socialista

Francés (PSF) ....................... 168

B) La política agraria de la ixquierda ..... 177

SECCION III: LAS ENSEÑANZAS DE LAS POLI-TICAS AGRARIAS NO EUROPEAS . . . . . . . . 185

1. Estados Unidos: tel final de la política agraria? 1862. Los países del bloque socialista: ^el final de la pe-

nuria? .................................. 193

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3. A modo de con

cas agrarias «a

rrollo? ......

clusión: tserán capaces las políti-

la europea» de vencer al subdesa-

............................ 207

BIBLIOGRAFIA ............................ 221

12

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LAS POLITICAS AGRARIAS (*)

CLAUDE SERVOLIN

INTRODUCCION: LAS DIFERENTESINTERPRETACIONES DE LA POLITICA AGRARIA

En los términos de la tarea que nos ha sido confiada por

los editores de la presente obra, deberfamos dedicar una par-

te de nuestra exposición a realizar una revisión crítica de la

literatura existente sobre las políticas agrarias. De entrada, esta

parte de nuestras obligaciones nos pone en un cierto aprieto:

sabemos demasiado bien hasta qué punto esta literatura es po-

bre, por lo menos desde el punto de vista cuantitativo. Pero

podemos, al menos, empezar interrogándonos sobre esta po-breza de la bibliograffa.

Señalemos, en primer lugar, la ausencia, hasta un perío-do muy reciente, de «politólogos» públicamente cualificados.Se sabe, ciertamente, que la investigación francesa en CienciasPolíticas no cuenta con gran número de investigadores (Leca,1982), pero resulta, sin embargo, curioso el hecho de que muypocos de ellos hayan considerado útil interesarse por la políti-

(•) Traducido del francés por T. Garcfa González y revisado por E.Moyano.

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ca agraria, rama particularmente activa (iy costosa!) de la po-

lítica económica y que concierne a un sector de gran impor-

tancia económica y social: recordemos al profano que el sec-

tor agrario solamente, sin incluir a las industrias agrícolas y

alimentarias, representa el 5% del PIB y da trabajo al 8% de

la población activa francesa, por limitarnos a un solo país.

Creemos que hay que ver en ello un efecto, entre otros mu-

chos, de la particularidad de la agricultura, como lo prueba

el hecho de que todo lo que le afecta en nuestra sociedad emana

siempre de un reducido cuerpo de «ruralistas^>: economistas «ru-

rales», sociólogos «rurales», y también, de especialistas en po-

lítica agraria.tEn qué consiste esta particularidad del sector agrario, ac-

tualmente, después de tantos cambios históricos, progresos eco-

nómicos, éxodo rural e industrialización de la producción? tNo

se podría esperar que la agricultura alcanzase, por fin, al res-

to de la sociedad bajo el reino de las leyes económicas, des-

pués de todos los esfuerzos que se han hecho para su moderni-

zación?Esta particularidad, al menos en lo que concierne a Fran-

cia y demás países de la Europa occidental, se expresa princi-

palmente en una característica dominante: apenas si se encuen-tran empresas de producción agraria organizadas de forma ca-

pitalista. La forma más común de organizar la producción,

incluso en las más grandes explotaciones, conserva un carác-

ter «artesanal», «familiar». Y ello más de dos siglos después de

las utopías modernistas de los fisiócratas y del despegue de la

revolución industrial; un siglo después de las af'irmaciones de

Marx sobre losfarmers ingleses y de las de Engels sobre los gran-

des domaines prusianos; después de la apertura de las dos Amé-

ricas y de Australia a la colonización, y a pesar de los «ran-

chos^> y de las «plantaciones^> gigantescas de California y de Bra-

sil.Así, en nuestros países, la agTicultura se presenta como un

sector sustraído a las leyes económicas comunes, sometido auna especie de régimen de excepción. En efecto, a pesar de

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su particularismo, el sector agrario no funciona de manera

autónoma y aislada, sino que requiere de la intervención de

numerosas instituciones sociales y, principalmente, estatales.

Estas medidas de intervención multiformes que constitu-

yen la política agraria siempre han sido, sin embargo, fuente

de descontento, tanto en el conjunto de la sociedad como enel interior mismo del mundo agrícola. Por su aspecto, a me-

nudo desordenado, por su elevado coste, por el ambiente de

demagogia que parece presidir su definición y por los resul-

tados de las medidas adoptadas, con frecuencia escasos e in-

cluso opuestos a los que se esperaban, la política agraria espercibida por muchos como el ejemplo mismo del despilfarro

y de la irracionalidad. Pero, sin embargo, sigue siendo nece-

saria para el funcionamiento de un sector que parece debatir-

se en una crisis permanente.

El mundo de la agricultura, en su particularismo, no esun mundo sereno. Su discurso habitual es el de la insatisfac-

ción y el pesimismo. No es, pues, extraño que esta insatisfac-

ción haya inspirado también a la literatura culta que se le vie-

ne dedicando desde hace un siglo. Como muestra la célebre

obra de Augé Laribé, La ^iolítica agraria en Francia de 1890a 1940, el tema de la crisis de la agricultura se remonta al úl-

timo cuarto del siglo pasado y se mantiene hasta nuestros días

como leitmotiv de toda reflexión sobre la agricultura. Resulta

bastante cómico pasar revista a todos esos títulos dramáticos

que van desde La Cuestión Agraria, de Kautsky (1900), hastael Drama agrario, de H. Queuille (1923), o desde la Tragedia

campesina, de M. Braibant (1937), hasta la Revuelta campe-

sina, de J. Meynaud (1963). Más recientemente, el Memorán-

dum soóre la reforma de la agricultura en la C.E.E. (1968),

más conocido por el nombre de Plan Mansholt, mostraba queestas preocupaciones estaban presentes en todos los países de

la Europa occidental. Él afirmaba: «Desde hace decenas de

años, los agricultores mismos, sus organizaciones, y los gobiernos

se enfrentan con el problema del futuro de la agricultura».

Esta «crisis^> crónica se manifiesta, según todos los autores,

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en la ineficacia técnica y económica que se atribuye a la agri-

cultura. Ya en 1886, Leconteux deploraba que «el trabajo ru-

ral (no fuese) tan productivo como las otras ramas de la acti-

vidad productiva nacional» (Augé-Laribé, 1950, p. 153), mien-

tras que su sucesor en la cátedra de Economía Rural del Insti-

tuto Agronómico continuaba afirmando, un siglo más tarde,

que «Francia tiene un potencial agrícola considerable que to-

davía está muy mal y muy parcialmente explotado» (Klatz-mann, 1978, p. 5).

Para explicar la situación perpetuamente mala de la agri-

cultura, la literatura, en su conjunto, se apoya en la idea de

que existe un «retraso» especíiico del sector agrario, suscepti-

ble de dos tipos de interpretación.

Según un primer tipo, que podemos denominar interpre-

tación indulgente, el retraso sería esencialmente de naturale-

za técnica. El progreso técnico, y con él, el paso a una forma

<mormal» de producción, sería particularmente difícil en la agri-

cultura, debido a que sus objetos de producción son seres vi-

vos, tanto vegetales como animales. Este era ya el punto de

vista de D. Zolla, en 1913.

En nuestros días, L. Malassis observa: «La industrializa-

ción del sector agro-alimentario proviene del proceso general

de industrialización de las sociedades occidentales. Pero se efec-

túa con retraso debido a las dificultades especíiicas que la in-

dustrialización encuentra en este sector. El subsector de la pro-

ducción agrícola presenta las mayores dificultades, en razón

de las características de los seres vivos, medios y iines de la ac-

tividad agrícola, y debido a las «servidumbres de la extensión»

a las cuales está sometida esta actividad» (Malassis, 1979,

p. 229).

Desde esta perspectiva, el retraso de la agricultura sería,en suma, natural, y no recaería sobre ella ninguna responsa-bilidad. No se podría, pues, esperar una «normalización» dela agricultura ni el final de su crisis más que con el avancedel progreso técnico.

La segunda interpretación, que es también la más exten-

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dida, plantea un diagnóstico más severo. Para ella, el retrasodel sector agrario es tanto un retraso técnico como un retrasode «naturaleza social». El sector agrario representa, de algúnmodo, en nuestra sociedad «el peso del pasado», que hace pre-valecer, en «un país de vieja civilización», «mentalidades y com-portamientos indiferentes u hostiles al cambio» (Informe Rueff-Armand, 1960, p. 23).^Pero, más allá del retraso de las men-talidades, es el retraso de las propias estructuras económicaslo que esta interpretación pone en cuestión: estas estructurasson las que imposibilitan la utilización óptima de las técnicasactualmente disponibles. Ellas constituyen la «realidad» queconvierte la «construcción racional» de un sistema agrario óp-timo en una «hipótesis utópica» (Klatzmann, 1978, p. 207).Así pues, «la crisis agraria resultaría del desfase entre el esta-do de las estructuras de las explotaciones y el nivel de los me-dios modernos de producción» (Flavien et Lajoinie, 1976, p.10).

Pero entonces se plantea la cuestión de saber a qué atri-buir el mantenimiento hasta nuestros días de esta forma deproducción superada por la historia y cuya presencia es, porotro lado, reconocida como nociva para el desarrollo econó-mico y social. La respuesta unánime ve en esta conservación«el efecto de "lo político"». En este sentido, existe una versiónsimplista según la cual la perpetuación de la agricultura fa-miliar sería simplemente debida a la capitulación del Estadoy de los gobernantes, y a su demagogia electoralista: «Ningúnministro, ningún alto funcionario y ninguna personalidad pro-fesional se ha dedicado a construir una organización eficaz parala difusión del progreso técnico; haria falta probablemente de-masiada perseverancia y demasiado coraje político» (Chom-bard de Lauwe, 1979, p. 257). Una versión más elaborada,que se conecta, por un lado, a una antigua tradición historio-gráfica francesa, y por otro, sin duda, a ciertos análisis de Marx,

ve en la perpetuación de la producción agraria de tipo indivi-dual el efecto de una alianza de clase entre el campesinadoy la burguesía.

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Citemos como ejemplo la interpretación de S. Hoffmann:

«El Estado protegía así la "reserva" campesina, a la que se que-

ría mantener numerosa para que pudiese proporcionar unacorriente regular de futuros burgueses» (Hoffmann, 1963,

p. 20). O la de N. Poulantzas, según la cual la burguesía fran-

cesa, ante el ascenso del proletariado, «buscó, mediante la po-

lítica agraria aplicada después de 1870, su apoyo en el peque-

ño campesinado» (Poulantzas, 1970, p. 190). O también la de

P. Evrard, D. Hassan y C. Viau, que piensan que «es, sin du-

da, en la permanencia de esta alianza (de la burguesía con

el campesinado) durante el siglo xix y a comienzos del xx,

donde se ha de ver la razón más importante de (la) conserva-

ción (de la pequeña agricultura)» (Evrard et al., 1977, p. 32).

En general, se observa, tanto en la opinión pública como

entre las personas ilustradas, una tendencia predominante a

ver en las relaciones entre el sector agrario y el resto de la so-

ciedad una construcción que se sitúa de forma privilegiada en

la instancia política, cuyos mecanismos y la racionalidad quele son propios tienden a enturbiar el funcionamiento «normal»

de la instancia económica.

Cierto es que toda política pública se presenta a sí misma,

más o menos, como un intento de modificar el funcionamien-

to «espontáneo» de la realidad con vista a mejorarla o, hablandoen términos más teóricos, como una «voluntad» que se aplica

desde el exterior a un sistema considerado como «natural» (na-

ture) con la finalidad de «cambiarlo» (Coulomb, Nallet y Ser-

volin, 1977, pp. 131-132).

Pero tal vez no existan otros sectores como el agrario don-

de se crea tan fácilmente en el absolúto poder de la voluntad,

en la perfecta autonomía de «lo político». Le corresponde, pues,

al Estado, y a él sólo, asumir la doble misión de la política

agraria: de un lado, atribuir y administrar de la mejor forma

posible las ayudas multiformes y costosas que son necesarias

para asegurar a corto plazo un funcionamiento relativamente

equilibrado del sector y el abastecimiento alimenticio de la po-

blación; y de otro, encontrar la manera de resolver a largo plazo

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la «crisis agraria», de restructurar el sector para hacerlo capaz

algún día de funcionar de forma autónoma, de reintegrarloen el movimiento general de la sociedad. Corresponde, en de-

finitiva, al Estado administrar la crisis y, en última instancia,

ponerle fin.

Esto explica el carácter muy generalmente voluntarista y

normativo de la literatura dedicada a la política agraria, unaliteratura que podríamos calificar como «correctora» de la agri-

cultura.

Para los autores más antiguos, de los cuales M. Augé-Laribé

es el más ilustre y representativo, la aproximación a la políti-

ca agraria adopta un carácter directamente ético, incluso mo-ralizador. Para Augé-Laribé, la voluntad política es la volun-

tad colectiva de la nación, su esfuerzo por realizar un destino

histórico de progreso y de grandeza (Coulomb, Nallet et Ser-

volin, 1977, p. 2 s.). La crisis agraria francesa sería el resul-

tado de la capitulación proteccionista de los años 1880, cuan-do se abandonó «el camino que sube para coger el que baja»,

y su solución requería una «gran obra de restauración» de la

voluntad nacional.

Para los autores más recientes, la política agraria también

es cuestión de voluntad, pero entendida en el sentido tecno-crático del término: como la voluntad de los dirigentes y pla-

nificadores. La labor de los especialistas en política agraria seria

la de asentar «los cimientos de una política agraria racional»

(Klatzmann, 1972, p. 163), la de proponer «estrategias y polí-

ticas a largo plazo» (Bergmann, 1979). La voluntad política,

ilustrada de este modo por la razón científica, estaría prepa-

rada para vencer los intereses egoístas (de los grupos de pre-

sión) y para tomar decisiones técnica y económicameñte co-

rrectas.

Sólo más recientemente han aparecido y se han hecho más

numerosos los trabajos que se preocupan de analizar el sector

agrario de forma más objetiva, considerándolo «como es» y no

«como debería ser>, intentando poner al día la razón de ser

de las diversas formas económicas, sociales e institucionales que

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Page 22: Las políticas agrarias - mapama.gob.es · las utopías modernistas de los fisiócratas y del despegue de la revolución industrial; un siglo después de las af'irmaciones de Marx

lo componen. Así, podemos ver cómo los estudios sobre la po-lítica agraria se desprenden poco a poco de su• tradición nor-mativa, «prescriptiva».

Es oportuno rendir homenaje al papel precursor jugado eneste terreno por la célebre obra, dirigida por, J. Fauvet et H.

Mendras, Les paysans et la politique ( 1958), y, en particular,por la segunda parte, dedicada a«la organización de la agri-

cultura». Sin embargo, los límites de la tarea que se proponensus autores aparecen con claridad en la «advertencia» con queH. Mendras presenta su informe (cf. p. 231). El dice, en efec-

to, que al estudiar el «aspecto político de las organizacionesagrarias», se abstiene de mencionar «sus actividades económi-cas y técnicas, que son, sin embargo, las principales» (el subra-

yado es nuestro). Se encuentra, no obstante, ahí una manerade abordar el problema, que alcanza su pleno desarrollo enuna obra que también hizo época, Les paysans contre la poli-tique (Berger, 1972-1975, edición francesa). A nuestro pare-cer, estas obras adolecen de un defecto común. Centrándoseen el estudio del comportamiento político «aparente», «oficial»,de los agricultores tal y como se expresan por sus votos en lasdiferentes elecciones, estas obras no encuentran dificultad al-guna para demostrar que este comportamiento es poco máso menos independiente de la situacióñ económica y social de

los interesados, y que debemos relacionarlo con las tradicio-nes regionales, con las actitudes religiosas... de las cuales A.Siegfried y G. Le Bras fueron los primeros en esbozar sus tipo-logías. Sabemos que una aproximación de estas característi-cas conduce, según una tradición antigua y muy implantada(recuérdese entre otros el muy célebre «saco de patatas» deMarx), a negar a los agricultores toda conciencia política autén-tica, o al menos a atribuirles el mismo «retraso» en materia

de conciencia política que en todos los demás campos de sudesarrollo económico y social (Berger, 1975, pp. 66-67).

Limitándose a este grado superficial de análisis político,se está condenado a no comprender el proceso de organiza-ción del campesinado y de institucionalización de sus relacio-

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nes con el Estado, fenómeno que tiene un alcance político mu-

cho más profundo que las vicisitudes electorales, y que pro-

gresa, a ritmo variable, desde hace un siglo y medio en el con-

junto de los países de la Europa occidental, cualquiera quesean los partidos y los regímenes en el poder.

Por ello, los partidarios de ese tipo de aproximación siguen,

en definitiva, fieles a una visión del campesinado que lo con-

sidera «retardatarie», exterior al conjunto social, como un out-grou1b, según la expresión de E. Le Roy-Ladurie en su prólo-go al libro de S. Berger, al tiempo que presentan esta exclu-

sión como el efecto de una acción expresa del Estado, de una

pura manipulación política, incluso politicastra (Berger, 1976,p. 66).

Por nuestra parte, nos adherimos a una aproximación di-

ferente, que se fundamenta, ya de entrada, en la tradicional

«evaluación de resultados» de las agriculturas y políticas agra-

rias euroccidentales, y particularmente francesas. En este te-

rreno, la constatación no resulta difícil de establecer, pudién-

dose apoyar en algunos datos económicos perfectamente cla-ros. Desde hace más de un siglo, la agricultura de tipo indivi-

dual ha garantizado a la población francesa la seguridad ali-

menticia y una abundancia siempre en aumento, llegando a

posibilitar dietas tan pletóricas que hasta jponen en peligro la

salud! Jamás, en ninguna época y en ningún lugar, un grupo

humano ha gozado, para todo su conjunto, de un régimen ali-

menticio tan abundante, de tanta calidad y de tanta diversi-

dad. Y, sin embargo, la parte del gasto alimenticio no cesa

de reducirse, como lo prueba el hecho de que sólo representa

hoy el 20 por 100 del presupuesto en los hogares franceses, ce-

diendo su lugar a la continua diversificación del consumo, a

la aparición de nuevas necesidades, de nuevos mercados (vi-vienda, automóvil, salud, ocio).

Así pues, este sistema arcaico, «deforme», según el térmi-

no de K. Vergopoulos (Vergopoulos, 1973), artificialmente con-servado, protegido, sostenido y financiado por el Estado, se

ha revelado a lo largo de su historia como un sector particu-

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larmente eficaz desde el punto de vista económico. Y todo ello

con un coste que puede, en su conjunto, considerarse modes-

to. Hoy en día, en el apogeo de la política agraria, la parte

del presupuesto del Ministerio de Agricultura dedicada en Fran-

cia al sostenimiento directo del sector, excluidos los gastos re-

lativos a las prestaciones sociales, se sitúa al nivel del presu-

puesto del Ministerio del Interior o del de la Vivienda, lo cual

no parece desorbitado en consideración a la importancia eco-

nómica del sector.De este conjunto de constataciones tenemos que partir si

queremos comprender las políticas agrarias en su especiiici-

dad, si queremos elucidar la naturaleza y la función de esta

relación privilegiada que une la agricultura y el Estado; tanprivilegiada que, como hemos visto, muchos autores han po-

dido considerar nuestro sistema agrícola como un puro efec-

to, como una verdadera creación de «lo político». No debe-

mos, pues, olvidar nunca que este sistema es funcional, ade-

cuado a los presupuestos fundamentales de nuestro sistema so-cial global. La elucidación de esta relación puede tener un par-

ticular interés: permitirnos, en efecto, no solamente compren-

der cómo funciona la agricultura, sino también, quizás, apren-

der algo sobre la naturaleza y el desarrollo del propio Estado.

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SECCION I

LOS ORIGENES DE LA POLITICAAGRARIA EUROPEA

1. La agricultura y el Estado: las formasprecapitalistas

La hipótesis de la existencia de un vínculo privilegiado en-tre la agricultura y el Estado no es nueva y no tiene nada de

particular que pueda sorprender a los especialistas en historia

de las sociedades primitivas. ^No han sido la producción y la

gestión de las subsistencias un punto de partida, tan verosímil

y tan legítimo como la organización militar, de cualquier for-ma de gobierno político de los hombres, cualquiera que haya

sido su dimensión grupal, desde la tribu forestal hasta el Im-

perio chino?

No entra en nuestra competencia abrir aquí un debate so-

bre los diversos tipos de Estados «arcaicos», ni decir si ellos me-recen, y cuando, el nombre de Estado. No obstante, por lo

que concierne directamente a nuestro propósito, nos parece

fecundo y esclarecedor evocar la gran distinción operada ha-

ce algunos años por Wittfogel (Wittfogel, 1964) entre los im-

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perios - a los que él llama «despotismo oriental» - y las socie-

dades feudales características de la Europa occidental.

No se trata, ciertamente, de adherirse sin precauciones a

las generalizaciones algo paranoicas de Wittfogel, quien no te-

me amalgamar en su «despotismo oriental» a los sumerios y

a los incas, a Roma y China, a los árabes y a los antiguos ha-waianos, y a tantos otros, para terminar con Lenin y Stalin.

El interés de su libro es el de mostrar (y lo hace con mucho

detalle para el imperio chino) hasta qué punto la inmensa ma-

yoría de los tipos infinitamente diversos de centros políticos por

él censados, en todas las épocas y en todas las partes del mun-do, se basaban en una «política agraria». El «modo de pro-

ducción asiático», que caracterizaba, según Marx (C.E.R.M.,

1970), los grandes imperios orientales, se basaba en una ges-

tión sumamente centralizada de lá producción agraria y de la

circulación de las subsistencias. Esta gestión no se extendía ge-

neralmente al trabajo de los campos propiamente dicho, aun-

que en ciertas épocas y en algunos países existiese el trabajo

de tipo colectivo en tierras estatales. Pero era el emperador

quien, por medio de una «burocracia» a menudo muy desa-

rrollada y omnipotente, organizaba las grandes obras de or-

denación y aprovechamiento, recogía la mayor parte del ex-

cedente, lo almacenaba y lo redistribuía.

A decir verdad, el inventario que se puede hacer de todas

estas sociedades despóticas, que parecen haberse distribuido

por el mundo en todos los tiempos, presenta el interés, ante

todo, de mostrar la singularidad profunda y el carácter ex-

cepcional de la historia europea. Ha sido necesario todo el et-

nocentrismo de los europeos, apoyado en su extraordinario éxito

histórico de los dos últimos siglos, para que se convirtiese la

famosa teoría de los «Tres Estadios» en ley general del desa-rrollo para cualquier tipo de sociedad. Sin embargo, hay que

tener en cuenta que sólo en los países europeos se desarrolla-

ron sociedades feudales que, después de un largo proceso de

descomposición, de «transición», dieron origen al capitalismo

industrial y al Estado moderno. No tenemos por qué exten-

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Page 27: Las políticas agrarias - mapama.gob.es · las utopías modernistas de los fisiócratas y del despegue de la revolución industrial; un siglo después de las af'irmaciones de Marx

dernos aquí sobre el análisis histórico y teórico del feudalis-

mo, que ha sido objeto ya de una enorme literatura a la que

remitimos a nuestros lectores. Lo que nos interesa aquí es la

forma en que las sociedades feudales trataron el problema de

su abastecimiento alimenticio. Recordemos muy brevementeen qué consistía el sistema de producción agraria en el que

se basaba el feudalismo.

Nos referiremos para hacerlo a la excelente síntesis de G.

Duby (Duby, 1973). El feudalismo se construyó sobre las rui-

nas del Imperio Romano de Occidente, derribado por la in-vasión de las tribus germánicas y fusionado posteriormente conellas. Desde el punto de vista de las técnicas agrícolas, el en-

cuentro de las tradiciones romanas y germánicas dio lugar a

la creación de un nuevo sistema de producción que podemos

considerar como una de las principales innovaciones de nues-tra historia, en el sentido de que hizo que la agricultura y la

ganadería dejaran de ser antagónicas para volverse activida-des complementarias.

«Para que las tierras arables estuviesen en condiciones de

cumplir su función alimenticia, convenía mantenerlas férti-les, dejándolas periódicamente en reposo, aportándoles abo-

no y labrándolas. De la eficacia de estas tres prácticas conjun-

tas dependía el rendimiento del cultivo cerealista. Pero estaeficacia dependía estrechamente a su vez del volumen de la

ganadería. En efecto, las labranzas podían ser tanto más fre-

cuentes, y revelarse tanto más útiles, en la medida en que los

animales enganchados a los aperos de labranza fuesen más nu-

merosos y más potentes; cuanto más importante era el rebañosuelto en el barbecho, más reconstituyente era el abono natu-

ral; en fin, la calidad del estiércol que se podía extender en

los campos era función del número de bueyes y de ovejas que

permanecía durante el invierno en el establo. La interde^ien-

dencia de las actividades pastoriles y agrícolas constituye enEuropa la clave del sistema del cultivo tradicional^ (Duby, 1973,p. 35). Es decir, que éste fue el modo como se establecieronlas bases técnicas del «sistema mixto agrícola-ganadero»

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(1iolyculture-élevage) que ha venido caracterizando hasta nues-

tros días la agricultura de Europa occidental. En el transcur-

so de los siglos posteriores, todo el arte de los agricultores

consistirá en perfeccionar y en reforzar constantemente este

efecto sinérgico que resultaba de la unión de la agriculturay de la ganadería. Todos estos esfuerzos conducirán a la revo-

lución agrícola del siglo XvIII, que, al conseguir la supresión

del barbecho, permitirá una victoria definitiva de las socieda-

des europeas sobre la penuria alimenticia.

Pero bien es cierto que estas consideraciones técnicas sólo

adquieren significación cuando se las sitúa en el contexto de

las formas sociales que se desarrollaron para ponerlas en prác-tica. En efecto, ese mismo movimiento produjo lo que Duby

considera «uno de los mayores acontecimientos de la historia

del trabajo... un factor decisivo del desarrollo económico». Fue

en esa época, en efecto, cuando los dueños de la tierra adop-

taron una nueva manera de utilizar la mano de obra servil:

los esclavos (los «siervos») dejaron de trabajar en grandes equi-

pos, en el marco del gran feudo y de la villa. Los señores los

«colocaron» en los «mansos» para que se encargasen de culti-

varlos con la ayuda de sus familias, posibilitando así, al mis-

mo tiempo, el enriquecimiento del señor y su propio sustento.

Las razones de este cambio son bastante evidentes: el nue-

vo tipo de agricultura resultante de la fusión de los sistemas

romano y germánico no podía implantarse con el trabajo for-

zado de un esclavo, realizado con negligencia y poco compati-

ble con técnicas refinadas e intensivas. La viabilidad del nue-

vo sistema implicaba, por el contrario, la iniciativa y la labor

incansable de una familia cuya supervivencia y bienestar de-

pendiesen de su propia responsabilidad.

Añadamos también, que este nuevo tipo de explotación

agraria pronto se encontró involucrado en relaciones moneta-

rias. A partir del siglo x, en algunas regiones, las rentas em-

pezaron a ser pagadas a los señores en dinero.

Bajo el régimen feudal, la explotación de tipo familiar ga-rantizaba, pues, una buena parte de la producción agrícola.

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En algunas regiones, no obstante, el señor conservaba una finca

propia, una especie de reserva cultivada en una o varias ex-plotaciones de gran dimensión, cada una de ellas encomen-

dada a familias de «arrendatarios», de «labradores», que

recurrían al trabajo de pequeños agricultores vecinos o de cam-pesinos sin tierra.

Lo que distingue, al menos en su origen, a las sociedades

feudales de todas las demás es el carácter sumamente «descen-

tralizado» de la gestión de la agricultura, al que correspon-

día, por otro lado, una descentralización, una «localización»

del poder político. Como señala Charles Tilly (Tilly, 1975,

p. 394), Europa se caracterizaba por la «combinación de una

cultura relativamente homogénea de Estados rivales, nume-

rosos e inestables, de instituciones locales fuertemente autó-

nomas y de grupos de parentesco débilmente estructurados».

Y prosigue: «Este tipo de estructura social tuvo por efecto di-

seminar y localizar el control de la producción agrícola, mul-

tiplicar las rivalidades dentro de cada grupo dirigente, tanto

en el interior como en el exterior de su propio territorio, con-

ferir a los señores (Klandlords») una gran importancia en tan-

to que aliados o rivales políticos, y reducir a los campesinos

la posibilidad de llevar a cabo una acción colectiva en un ni-

vel superior al de la villa, a menos que los propios señores res-

tablecieran la relación entre los pueblos y permitieran, por

tanto, una vigorosa resistencia local a la expansión del poderestatal.»

Todo esto, por supuesto, no impidió el desarrollo de un

proceso de diferenciación social y de división social del traba-

jo cada vez más acentuado, como tampoco el crecimiento de

los centros estatales y el avance de la centralización política;al mismo tiempo, todos estos procesos incrementaron conti-nuamente la demanda de alimentos «comercializados». Pero

«la intervención de los Estados en materia de incentivación de

la oferta agrícola, a menudo muy eficaz a largo plazo, adop-

tó, por lo general, formas indirectas, tales como favorecer el

control de la tierra por una clase más que por otra, establecer

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impuestos que obligaban a los productores a vender en el mer-

cado, u optar por fomentar o restringir las importaciones. Laintervención directa de los Estados europeos se manifestabamás en la distribución de los alimentos que en su produccióno en su consumo» (Tilly, 1975, p. 396).

Pero habría que señalar que esta intervención directa delos Estados en la circulación de los productos agrarios sólo se

produjo de manera importante en la fase última de la descom-posición de los sistemas feudales. Trabajos recientes (Bin Wong,

1983) comparan el comportamiento de los gobiernos europeosy chinos en el momento de la crisis de subsistencia del sigloxvIII. La administración china contaba, desde hacía variossiglos, con un servicio especializado y con una red de almace-

namiento, practicando una doctrina bastante bien determi-nada, atenta al abastecimiento de las colectividades locales.En Francia, por el contrario, era una administración nueva,

recientemente creada por el poder central, la que se esforza-ba entonces por arrancar el control de la circulación del gra-

no a las aristocracias provinciales representadas por los «par-lamentos» (Bin Wong, p. 243), con el fin de crear un merca-do nacional unificado.

Lo que caracteriza, en suma, a las sociedades feudales essu carácter inestable, violentamente antagónico y por ello fa-vorable al cambio. Nada más erróneo que la concepción está-tica que han dado de ellas algunos autores. Los protagonistaseran muchos: señores, dueños de la tierra, campesinos orga-nizados en su comunidad lugareña, artesanos y burguesía mer-cantil de las ciudades, que, luchando muy rápidamente por

liberarse de su papel de servidores de la aristocracia, conquis-tarían las franquicias municipales y se organizarían en corpo-raciones; finalmente, claro está, la monarquía, que se esfor-

zaba por hacer que su poder fuese cada vez más absoluto apo-yándose en un cuerpo militar y en unos servicios iiscales yadministrativos cada vez más numerosos y estructurados.

Todas estas clases disponían de un cierto margen de ma-niobra, las relaciones de fuerza entre ellas eran fluctuantes e

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inestables y las posibilidades de alianzas, muy variadas. A lo

que hay que añadir que todas, incluido el campesinado, esta-

ban, desde el principio y cada vez más completamente, vincu-

ladas entre sí por relaciones monetarias y mercantiles.

Se comprende, pues, que las sociedades feudales europeas,

aunque se las pueda considerar a todas ellas pertenecientes al

mismo tipo general, hayan evolucionado de forma muy dife-

rente, según las vicisitudes de la historia: las condiciones na-

turales, la posición geopolítica, las guerras, las revueltas, las

epidemias, las opciones y alianzas políticas...; todo esto jugó

un papel en el desarrollo de los diferentes Estados y a menudo

explica, para buena parte de ellos, su posición actual. Perohay que dejar un espacio particular, como lo muestra Tilly

(Tilly, 1975, p. 445 s,), a las políticas adoptadas en materia

de subsistencia. Estas opciones de «política agrária» deben ser

entendidas, por otra parte, en relación con el lugar ocupado

por los diferentes países en el «sistema mundial» que, de acuerdocon I. Wallerstein, se constituyó a comienzos del siglo XVI

(Wallerstein, 1974). Según que los países decidiesen ser autár-

quicos, importadores o exportadores de productos alimenti-

cios, según que hubiesen o no participado en las aventuras

coloniales y en el establecimiento de economías de «plantacio-nes», los resultados a largo plazo fueron bien diferentes. En

definitiva, la evolución de las estructuras de la propiedad de

la tierra y de las estructuras de la producción agraria deter-

minó estrechamente los diversos modos de «descomposición»

del feudalismo y las diversas formas de Estado que resultaron

de dicho proceso.

2. La agricultura y el Estado: los regímenesagrarios surgidos del feudalismo

Clásicamente, se distinguen tres grandes tipos de regíme-nes agrarios surgidos del feudalismo: el modelo inglés, el mo-

delo este-europeo (también llamado «prusiano») y el modelo

europeo occidental (modelo «campesino»).

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A) El modelo inglés

El modelo inglés, que comenzó a generalizarse en algunaspartes de Gran Bretaña a partir del siglo xVI, reposaba sobreuna célebre «trinidad»: propietario que no explotaba directa-mente la tierra y que percibía una renta, empresario agrícolaque percibía un beneficio empresarial y trabajador agrícolaasalariado. Este modelo fue resultado de una victoria históri-

ca de los landlords, aliados de los campesinos ricos y de losgrandes arrendatarios, en la lucha que los enfrentaba a las co-munidades rurales, victoria que se expresó en el fenómeno bien

conocido de los enclosures. En las zonas más pobres, los pas-tes sustituyeron a los cultivos, y las ovejas productoras de lanaexpulsaron a los hombres. En las regiones fértiles, la tierra fue

reagrupada én grandes explotaciones, bien estructuradas yequipadas, dirigidas por arrendatarios competentes y contan-do únicamente con la mano de obra estrictamente necesaria

(Tracy, 1982, p. 39 s.).Una gran parte de la población rural fue, así, expulsada

de los campos, formando una masa miserable e inestable quetuvo que refugiarse en las ciudades y que proporcionaría mástarde la mano de obra de las industrias nacientes, así comolos emigrantes que poblarían América del Norte.

El destino histórico de este modelo inglés es paradójico. Per-mitió, a partir del siglo xvIII, el desarrollo de una agricultu-ra sumamente intensiva, ávida de progreso técnico, que fuela primera en adoptar masivamente la rotación de cultivos a

base de cerealés, forrajes y plantas de escarda, en aplicar en-

miendas calizas, en utilizar la selección de especies animales

y, más adelante, en introducir la mecanización (trilladora devapor). La primera ola de la revolución industrial estimuló aún

más este tipo de agricultura, al ofrecerle un amplio mercadoformado por la masificación creciente de las poblaciones ur-

banas. Fue la edad de oro del High Farming, en la que la agri-

cultura inglesa se imponía como modelo técnico a imitar porel resto de Europa. A mitad del siglo XIx, Marx podía ya con-

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siderarlo como el modelo acabado de la agricultura «capita-

lista», y anunciar que «todos los demás países de Europa occi-

dental se veían atravesados por ese mis.mo movimiento». Sin

embargo, fue también el avance de la expansión industrial lo

que, pocos años más tarde, arruinaría esta hermosa agricul-

tura. A partir de los comienzos del siglo xIx, cuando se vio

en Inglaterra que la agricultura de la metrópolis no podía res-

ponder al crecimiento de la población, se desarrolló una polí-

tica de importaciones procedentes de Estados Unidos y de los«dominios coloniales» agrícolas, así como de otros países del

mismo tipo (Argentina, Uruguay). La clase de los manufac-

tureros, atenta a una política de chea1bfood que permitiese mo-

derar los salarios industriales, rompió su acuerdo con la clase

de los terratenientes y empresarios agrarios, siendo esta rup-tura consagrada por la abolición, en 1846, del viejo dispositi-

vo proteccionista de las Corn Laws.

A partir de ese momento quedó reestructurado el sistema

agrario mundial, cuyos mercados fueron controlados por Lon-

dres con el objetivo de abastecer a Gran Bretaña al mejor pre-cio. La agricultura de la metrópolis, sacrificada a la causa de

una alimentación barata, experimentó, a partir de 1880, una

profunda decadencia. En vísperas de la primera guerra mun-

dial, tan sólo proporcionaba 125 días por año del abastecimien-

to nacional británico (Tracy, 1982, p. 157).

B) El modelo de la Europa del Este

El modelo de la Europa del Este (impropiamente llamado

modelo «prusiano») también nació de una victoria lŭstórica de

la nobleza terrateniente. Esta, en la mayor parte de los países

de la Europa del Este y de la Europa Central, y con el fin de

aprovechar las oportunidades de realizar pingiies ganancias

ofrecidas por el comercio del grano, particularmente en el mer-

cado internacional, consiguió refonar su dominio sobre el mun-

do rural, en muchas partes ya muy emancipado, y encerrarlo

en las normas coercitivas de una <csegunda servidumbre». Pa-

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ra muchos historiadores, esta segunda servidumbre no tenía

nada que ver con el feudalismo, ya que era, en la práctica,

el resultado de la inserción de la agricultura en el mercado,

que transformó a los antiguos señores en auténticos capitalis-

tas agrarios. Señalemos de pasada que los historiadores tienen

a menudo tendencia a ver nacer «capitalismo» en cuanto apa-

recen relaciones mercantiles. De hecho, se constata que, en

muchos países donde tales «capitalismos» se instalaron precoz-

mente, éstos se opusieron más tarde encarnizadamente, y a me-

nudo con éxito, al desarrollo de una burguesía auténticamen-

te «industrial» (Wallerstein, 1974, p. 166). Sea como fuere, con-

trariamente a los landlords ingleses, los señores del Este no va-

ciaron los campos de su población campesina: las necesidades

de mano de obra requeridas por el cultivo del cereal les con-dujeron a sujetar de nuevo al campesino a su tierra, a prohi-

birle la huida (Stahl, 1977, p. 84). Es por ello que tuvieron

que volver a las formas más arcaicas y coercitivas del feudalis-

mo. En este tipo de países, se constituyó una estructura eco-

nómica y social muy particular. Los terratenientes, ejercien-do un predominio político y económico casi total, se mante-

nían fieles al principio de «libre cambio», que les aseguraba

un mercado para sus productos agrarios, pero que hacía casi

imposible el desarrollo de un capitalismo nacional. El campo

estaba atestado de un semiproletariado agrícola abundante ymiserable. La economía «moderna» existía en forma de islotes

en las capitales y en algunas grandes ciudades. Estos países,

por otro lado, formaban parte de las «zonas de influencia» de

los grandes países capitalistas (de Alemania, en particular),

que eran sus clientes y abastecedores. Es natural, pues, quesu vida política se articulase en torno a la «cuestión agraria».

Los campesinos luchaban por su emancipación y por la refor-

ma agraria, lo que explica la existencia en todos los Estados

de la Europa central y oriental de esos fuertes «partidos cam-

pesinos» de los que E. Le Roy-Ladurie (en su prefacio a S. Ber-

ger, 1975, p. 7) se extraña muy ingenuamente de no encon-

trar rastro alguno en Francia.

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Evidentemente, hay que excluir de este panorama el caso

de Prusia, que se fusionó muy pronto con una de las regiones

más activas de expansión del capitalismo industrial. En el marcodel Imperio alemán, la nobleza terrateniente de los junkers pru-sianos se beneiició de un régimen proteccionista, así como de

un particular régimen administrativo regional, que le permi-

tió subsistir mal que bien hasta el final de la segunda guerra

mundial. No hay que olvidar tampoco que esta protección le

fue concedida principalmente en razón del papel que jugaba

en el aparato del Estado del Reich, en tanto que cuadros su-

periores de la burocracia y el ejército (Braun, in Tilly, 1975,

p. 243 s.). Las razones muy excepcionales de su supervivencia

y de su prosperidad no impedían a los observadores de la épo-

ca considerar a las fincas de los junkers como unos modelosde agricultura progresista. En el movimiento socialista en par-ticular, estos junkers eran admirados y al mismo tiempo odia-dos. Engels consideraba que el «dominio prusiano» era a la

agricultura «lo que M. Krupp era a la industria» (Engels, 1956,

p. 29), y Kautsky, con matices, se adheriría a la misma con-cepción en su La Cuestión Agraria (Kautsky, 1900).

Dejando aparte el caso de Prusia, el modelo este-europeo

dio lugar a un conjunto de países atrasados, subdesarrollados,

víctimas de crisis agrarias crónicas, de inestabilidad políticay proclives a la revolución social. Como se sabe, esta última

acabó estallando en Rusia en 1917. Entre las dos guerras, los

partidos agraristas fracasaron casi en toda Europa central en

su intento por resolver pacíficamente el problema agrario, y

la U.R.S.S., después de 1945, tendría que imponer su propiasolución.

El zarismo había muerto por no haber sabido liberar a los

campesinos y darles la tierra. Los bolcheviques, guiados por

Lenin, tuvieron la suprema habilidad de proceder con toda

rapidez a este reparto, apropiándose, así, del programa delpartido socialista revolucionario, que era el auténtico porta-

voz del campesinado sublevado. Fue esta genialidad táctica lo

que les permitió tomar las riendas del poder. Sin embargo,

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y Lenin lo venía aiirmando desde 1902 (de Crisenoy, 1978,

p. 158), semejante reparto no iiguraba para nada en el pro-grama de los bolcheviques. En efecto, las grandes iincas que,

según Lenin, representaban la forma capitalista y, por ello,

la más progresista de la producción agraria, debían ser cuida-

dosamente conservadas. De hecho, el reparto de la tierra nunca

fue considerado por los bolcheviques más que como un retro-

ceso táctico, al que la colectivización pondría remedio algu-

nos años más tarde. Estableciendo kolkhoxes y, sobre todo,

«granjas estatales^> gigantescas, los bolcheviques no hicieron otra

cosa que reconstruir esas hermosas iincas a la prusiana de las

que siempre habían admirado su potencia, su riqueza y su «pro-

gresismo» técnico. Como mediocres marxistas, olvidaron que

las grandes iincas sólo prosperan en condiciones económicas

y sociales bien determinadas. De forma totalmente análoga,

se verá más tarde cómo Estados con una independencia recién

conquistada conservarán cuidadosamente las grandes explo-

taciones coloniales, como si esperaran, de forma un tanto má-

gica, apropiarse de la potencia y la riqueza de aquéllos que

los habían largamente esclavizado.Dejando aparte Bohemia (pero no Slovaquia), todos los paí-

ses que la U.R.S.S. sometió a su hegemonía a partir de 1945

pertenecían al m_ odelo este-europeo descrito más arriba. Se-

gún el método seguido en la U.R.S.S., y considerado desde

entonces como «científico», los nuevos regímenes procedieron

a una reforma agraria igualitaria, que fue acogida con entu-

siasmo por los campesinos. Muchas grandes explotaciones fue-

ron, sin embargo, sustraídas al reparto y, a menudo, trans-

formadas «tal cuales» en «granjas estatales». Por lo demás, se

siguió escrupulosamente el procedimiento soviético: después

de dos o tres años, los nuevos campesinos-propietarios fueron

sometidos a la dekoulakisation (expropiación de las tierras que

habían tenido mayor éxito productivo), y luego a su reagru-

pación forzosa en cooperativas de producción. Esta política no

revistió el carácter sangriento que había tenido en la U.R.S.S.,pero interrumpió brutalmente el desarrollo de la producción

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agrícola al que la reforma agraria había dado un empuje no-

table. De ese proceso resultaron graves disturbios en la mayor

parte de las democracias populares, una de cuyas consecuen-

cias fue el hecho conocido de que Polonia tuviese que renun-

ciar para muchos años a la colectivización agraria.

LPor qué la política de «colectivización» de la agriculturadio tan mediocres resultados, a pesar de los recursos cada vez

más importantes que le dedicaron los diferentes Estados? tPor

qué se continuó con esta política cuando se conocían todas las

dificultades de su puesta en práctica? ^Está por naturaleza con-

denada esta política a un perpetuo fracaso, o podrá algún día,y en qué condiciones, dar los resultados que de ella se espera-ban?

Sabiendo que esta política se presenta casi como la inversa

de la que ha tenido tanto éxito en la Europa occidental, pue-

de esperarse que un análisis de esta última permita aportar

algunos elementos de respuesta a las cuestiones que planteanlas agriculturas «socialistas».

C) El modelo europeo occidental

En el modelo europeo occidental, por último, la produc-

ción agraria está organizada bajo la forma de la explotación

familiar, también llamada «pequeña producción». En esta for-

ma de explotación, el titular dispone de la propiedad o, al me-

nos, del control, más o menos libre y completo, de lo esencialde los medios de producción, y, sobre todo, del principal detodos ellos: la tierra.

El los hace fructificar con su propio trabajo y el de los miem-

bros de su familia. Su objetivo es asegurar así su propia repro-

ducción, la de su familia y la de su explotación, y mejorarlos,

si es posible, aumentando las capacidades productivas de su

explotación. En cuanto los tributos feudales se transformaron

en rentas en dinero, lo cual empezó a producirse, como he-

mos dicho, a partir de la Edad Media, el agricultor se convir-

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tió en dueño de su producto, pudiendo consumirlo o vender-

lo, aunque teniendo que deducir del dinero obtenido las di-

versas rentas debidas al señor, o también a la Iglesia y al po-

der monárquico (1).Desde su origen, la explotación de pequeña producción (la

explotación familiar) presentaba numerosas aptitudes intere-

santes. Los señores tenían garantizado un trabajo constante

sin tener que ejercer una vigilancia directa, ya que el peso de

los tributos, cuando no superaba límites razonables, tenía, en

definitiva, ^un efecto estimulante sobre la intensificación de laproducción. Sin embargo, durante mucho tiempo, este tipode explotación tropezaría con muchos obstáculos, impidién-

dole mostrar sus extraordinarias posibilidades de desarrollo.

Como hemos visto más arriba, la precariedad de las técni-cas exigía recurrir al barbecho y a la rotación colectiva de cul-

tivos. Más tarde, cúando se conocieron técnicas más eficaces,

la pequeña producción, atrapada en ese corsé colectivo, se en-

contró en una situación que le incapacitaba para aplicarlas.

Este hecho explica, por su ausencia, el éxito del modelo in-glés: los grandes propietarios tuvieron fuerza política suficiente

para romper las disciplinas colectivas de la comunidad rural

y para adquirir una ventaja técnica enorme en relación a los

pequeños campesinos.Además de esa incapacidad, la permanencia de las insti-

tuciones feudales imponía al agricultor parcelario un régimen

jurídico precario, que hacía incompleto e inestable su control

técnico y económico sobre la tierra que trabajaba. A pesar de

sus esfuerzos, los campesinos sólo llegaron a poseer una pequeña

parte de la tierra. Así, en Francia, la propiedad de los señores

y luego la propiedad «burguesa» de la nobleza «de robe», de

los mercaderes y de los agricultores más pudientes, seguía siendo

muy extensa y tenía, incluso, tendencia a crecer en el si-

glo XvIII. Hay que señalar, por otro lado, que, en estas cate-

(1) No obstante, la renta en especies sigue siendo muy frecuente en al-gunas reg-iones hasta la Revolución.

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Page 39: Las políticas agrarias - mapama.gob.es · las utopías modernistas de los fisiócratas y del despegue de la revolución industrial; un siglo después de las af'irmaciones de Marx

gorías de grandes propietarios, eran muchos los que explota-

ban de forma más o menos directa grandes o muy grandes ex-

plotaciones al estilo del modelo inglés.

La «revolución burguesa», violenta como en Francia o más

gradual como la que se dio en los demás •países, vino a liberar

la pequeña propiedad y la explotación parcelaria de muchas

de sus ataduras. Pero continuó siendo víctima de las debilida-

des constitucionales que obstaculizaban su progreso.

El peso de la renta de la tierra, aunque ésta había tomado

la forma de simple arriendo, seguía siendo, en efecto, lo sufi-

cientemente pesado como para impedir una acumulación ade-cuada e, incluso, la constitución de un simple fondo de liqui-

dez. Para comprar tierra o, a veces, incluso para financiar la

producción y esperar la venta de la cosecha, el campesino te-

nía que recurrir con demasiada frecuencia a un crédito caro,

en ocasiones realmente usurero. De este modo, parecía como

si la pobreza, la ignorancia y la rutina técnica debiesen for-

mar siempre parte de su destino.

3. La agricultura y el Estado: agricultura ycapitalismo

A) Las virtualidades de la explotaciónde tipo individual

Se comprende por qué Marx, por ejemplo, observando la

situación de la pequeña producción agrícola, le reconocía una

gran capacidad de resistencia económica y una gran «compe-

titividad», ya que, según señalaba en El Capital, para el cam-pesino, «el único límite absoluto lo constituye el salario que

se asigna a sí mismo, una vez deducidos sus gastos propiamen-

te dichos. Mientras el precio del producto le proporcione ese

salario, seguirá cultivando su tierra, haciéndolo con frecuen-

cia hasta por un salario que no supere el mínimo vital» (III,

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Page 40: Las políticas agrarias - mapama.gob.es · las utopías modernistas de los fisiócratas y del despegue de la revolución industrial; un siglo después de las af'irmaciones de Marx

3, p. 184). Pero, no obstante, consideraba que este tipo de ex-

plotación estaba condenada a desaparecer en breve plazo, por-

que «excluía, por su propia naturaleza, el desarrollo de las fuer-

zas productivas sociales del trabajo, el establecimiento de for-

mas sociales del trabajo, la concentración social de los capita-

les, la ganadería a gran escala, la aplicación progresiva de la

ciencia a los cultivos» (III, 3, p. 186). .

Sin embargo, como vamos a ver, ya era posible, en el mo-

mento en que estas líneas fueron escritas, discernir que una

evolución muy diferente había comenzado, una evolución que

iba precisamente a poner a la explotación familiar en condi-

ciones de cumplir con ese programa que Marx creía fuera de

su alcance: abastecer los extensos mercados de las grandes me-

trópolis industriales y, para ello, intensificar sin límites la pro-

ducción, concentrando enormes medios de producción y apo-

yándose en el progreso científico y técnico. Pero, para poder

conseguirlo, era necesario que sus «potencialidades» de desa-

rrollo fueran liberadas y que le diesen los medios para reali-

zarlas. Y, en particular, el med'Io más importante de todos:

el medio financiero. .Es un hecho evidente que, durante el siglo xIX, todos los

Estados capitalistas de la Europa occidental «decidieron» ex-

plícitamente proporcionar esos medios a la agricultura de ti-

po individual: la creación en los diferentes países de un siste-

ma específico de crédito agrario permite, de algún modo, «fe-

char» esta decisión (Nallet, Servolin, 1978, p. 52 s.).Y es que, en efecto, el desarrollo industrial imponía en to-

dos los países la necesidad de un abastecimiento alimenticio

a bajo precio. Esta necesidad inspiró todas las soluciones his-

tóricas que los diferentes países industriales pusieron en prác-

tica para alimentar a la población obrera durante el proceso

de acumulación de capital (Coulomb et Nallet, 1980, p. 7 ss.,

para todo este pasaje). Hemos visto más arriba que Gran Bre-

taña, tras haber alcanzado este objetivo por medio del High

Farming, no dudó en sacrificarlo cuando soluciones más ven-

tajosas hicieron su aparición, lo que equivalía a rechazar que

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la producción alimenticia continuara siendo una fuente de en-

riquecimiento privado.

De acuerdo con ese objetivo general y prioritario, era con-

veniente que la producción de alimentos dejase de constituir

una actividad propicia para la rentabilización del capital. Másaún, había que evitar que una clase improductiva de terrate-

nientes desviara una parte importante de la renta nacional en

forma de renta de la tierra; en detrimento de la acumulación

de capital. Las forxnas sociales destinadas a asegurar el decli-

ve relativo de la renta de la tierra (en tanto que beneficio deuna clase social) fueron diversas, pero condujeron, en los paí-

ses industriales capitalistas, a la consolidación de un campesi-

nado de tipo familiar y al fortalecimiento de sus derechos so-

bre el uso de la tierra, ya fuese por extensión de la propiedad

directa o por la instauración de un estatuto de arrendamiento(Coulomb, 1973).

La explotación agraria familiar, al no exigir entonces pa-

ra reproducirse ni renta del suelo ni beneficio capitalista, sino

tan sólo unos ingresos capaces de cubrir los gastos de produc-

ción y las necesidades de la familia, se impuso progresivamen-

te como la forma de producción más adaptada a las exigen-

cias de la sociedad industrial capitalista con respecto al sector

de la producción de alimentos. Y todo ello, con tanta mayor

facilidad cuanto que la naturaleza misma de la producción

agraria no exigía la «escala industrial» para que el progreso

técnico se pudiese poner en práctica (Servolin, 1972, a).

Así, contrariamente a la mayor parte de las ideas precon-

cebidas sobre el desarrollo de la agricultura, esta forma de pro-

ducción no era una forma precapitalista o arcaica cuya pre-

sencia frenaba, a partir del siglo xlx, el surgimiento, espera-

do por muchos, de grandes explotaciones capitalistas, indus-

triales y rentables. Ella aseguró la aplicación de la ciencia y

de la técnica a la producción agrícola en las condiciones más

ventajosas para las sociedades capitalistas, intensificando cons-

tantemente el uso de la tierra y el trabajo de los campesinos.Esta forma de producción permitió un crecimiento continuo

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de las cantidades producidas y de la productividad, acomo-

dándose, en deiinitiva, a una caída relativa del precio de sus

productos.Pero esta forma de producción, ventajosa para la sociedad

industrial, exigía para reproducirse una gestión social especí-

iica. La generalización de la pequeña producción exigía, en

efecto, medidas tendentes a facilitar la apropiación del suelo

por unos y la expropiación de otros, y a administrar el éxodo

rural. Debido a que la formación de un beneiicio, en sentido

capitalista, no puede asegurarse a través del sistema de pre-

cios agrarios, y a que la explotación familiar es incapaz de acu-

mular capital de forma autónoma, resulta que el desarrollo

de este tipo de agricultura ha necesitado para reproducirse ayu-

das públicas de muy diversas modalidades (Servolin, 1972, b).

Por ello, desde hace un siglo, en todos los países capitalistas

donde predomina esta forma de producción agrícola, un con-

junto de instituciones, cuyas formas son específicas al sector

agrario (cooperación, mutualismo, sindicalismo, administra-

ción pública), se ha ido constituyendo progresivamente. Este

aparato de encuadramiento técnico, social y económico ha ve-

nido administrando las complejas relaciones entre la sociedad

industrial y la sociedad agraria, y asegurando la reproducción

de la pequeña producción, siendo, por tanto, coherente con

las formas específicas de ésta.

B) El Estado moderno y la explotación familiaragraria: ^una genealogía comúnp

Se ha pretendido mostrar, en las páginas anteriores, que

la formación de los Estados premodernos estuvo estrechamen-te ligada a la gestión de los problemas alimenticios de la po-

blación, de modo que puede aceptarse legítimamente la idea

de una relación privilegiada en sus orfgenes, entre el Estadoy la agTicultura así como afirmarse, además, que ambos per-tenecen al mismo proceso genético, a la misma «genealogía».

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El problema se plantea cuando se pasa a analizar las rela-

ciones entre el Estado y la agricultura en las sociedades capi-

talistas desarrolladas. ^Se puede continuar concediendo un ca-

rácter de especificidad a semejante relación, a la vista de la

forma que adopta hoy la política agraria moderna? tConti-

núa existiendo en la actualidad una relación específica y pri-

vilegiada entre el Estado moderno y la agricultura de esos paí-

ses, cuando el sector agrario se encuentra ya plenamente inte-

grado en el sistema económico? Esta es la cuestión que quere-mos abordar en este apartado.

Lo poco que hemos dicho hasta ahora sobre este particu-

lar muestra ya que la política agraria moderna, a diferencia

de otras políticas estatales, no puede ser reducida a un simple

dirigismo ni a una mera cuestión de coyuntura económica o

política que pueda reducirse o aumentarse según las circuns-

tancias o la ideología de la coalición en el poder. La política

agraria moderna en los países occidentales es el resultado de

un largo proceso histórico, cuya adecuada comprensión no es

tarea fácil para los investigadores. Prueba de ello es la insatis-

facción que producen los análisis que sobre este tema hacenlas tres principales corrientes de pensamiento actualmente en

disputa en el campo de la ciencia política. Aunque pueda re-

sultar aparentemente fácil explicar la política agraria moder-

na y las relaciones entre el Estado y la agricultura desde cada

una de estas tres corrientes -la del determinismo económico,la de la autonomía de la política y la que atribuye al Estado

una función reguladora-, la realidad es más compleja.

Así, en lo que respecta al «determinismo económico», los

autores de esta corriente suelen afirmar que la emergencia de

la pequeña producción agraria estuvo «determinada en últi-

ma instancia» por las propias necesidades de la producción,

de donde concluyen que la política agraria y las instituciones

que le corresponden no son más que «reflejos de la superes-

tructura». Sin necesidad de que tengamos que reproducir aquí

la crítica del determinismo económico en lo que tiene de sim-

plista y unívoco, se puede refutar su tesis sobre la política agra-

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Page 44: Las políticas agrarias - mapama.gob.es · las utopías modernistas de los fisiócratas y del despegue de la revolución industrial; un siglo después de las af'irmaciones de Marx

ria recordando simplemente las infinitas variaciones que pue-

den encontrarse de los métodos y medios utilizados por los po-

deres públicos para gestionar la agricultura en los países occi-

dentales.La emergencia progresiva de la pequeña producción agraria

a lo largo del proceso de acumulación del capitalismo indus-

trial, no puede, en mi opinión, ser explicada como simple pro-

ducto, ineluctable y socialmente inconsciente, del juego de las

estructuras económicas, ya que puede perfectamente admitirse

que haya sido también el resultado de conflictos de intereses

(entre burguesía industrial y burguesía rentista, entre otros),

de medidas de política agraria a veces contradictorias y de de-

bates ideológicos sobre la representación que la sociedad se hace

de sus relaciones con la agricultura en las diferentes fases desu desarrollo. Para decirlo con otras palabras, la emergencia

de la pequeña producción agraria fue, en muchos casos, mo-

tivo de luchas sociales intensas que no tenían por tema explí-

cito los problemas agrícolas y alimenticios. Así, en lo que se

reiiere al caso francés, no resulta difícil situarla, por ejemplo,

en el trasfondo de las intensas luchas religiosas del siglo pasa-

do, aunque, como se extraña S. Berger, existiesen campesinos

de características muy semejantes en los campos opuestos.

Este ejemplo nos permite abordar el tratamiento que hace

la segunda de las corrientes mencionadas, la de la «autono-

míá de lo político». Suele ser habitual en esta corriente afir-

mar que la forma moderna de la pequeña producción agraria

fue elegida por los Estados como forma dominante, y que no

habría podido desarrollarse sin esta elección. Sin embargo, el

ejemplo anterior excluye la idea de una política agraria en-

tendida como puro efecto autónomo de «lo político». Las lu-

chas de las que se acaba de hablar y las opciones políticas que

de ellas derivaron reflejan, en definitiva, lo que los economis-

tas llaman en ocasiones una «preferencia estructural» expre-

sada en una alianza de clase política. En otro lugar (Nallet

y Servolin, 1978), hemos intentado mostrar cómo, en el caso

francés, la legitimación económica de la pequeña producción

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agraria fue, en suma, la contrapartida del acceso de sus re-

presentantes a la coalición en el poder. Acceso que fue un fe-

nómeno general en Europa, si bien bajo formas y en épocasdiversas.

Lo importante es señalar (ibíd. p. 40 s.) que esa legitima-

ción de la pequeña producción agraria no hizo en absoluto que

desapareciera su apariencia de «exterioridad» con respecto al

desarrollo del capital, sino que la conservación de dicha exte-rioridad -de la que deriva la especificidad de la política agra-

ria moderna- ha sido necesaria, de algún modo, para la buena

integración de la pequeña producción en el desarrollo econó-

mico general. El carácter no capitalista de esta forma de pro-

ducción ha obligado que su gestión por parte del Estado hayasido siempre una gestión específica y particular, diferente a

la de otras áreas de actividad, manteniéndose, por tanto, su

aspecto de exterioridad o, dicho con otras palabras, su carác-

ter de «anormalidad».

En el plano de la conciencia política, esta exterioridad se

ha traducido en el fuerte sentimiento «anticapitalista» que ha

venido caracterizando a los agricultores, y que tuvo su expre-

sión tanto en el catolicismo social como en la izquierda (por

ejemplo, el radicalismo en Francia o, como veremos más ade-

lante, la «Vernstre» en Dinamarca). Asimismo, también ha ge-nerado en los pequeños productores, y en los campesinos en

particular, ese comportamiento tan típico de la exaltación de

la libertad y la independencia del productor individual -único

«trabajador» auténtico-, desarrollando un discurso anarqui-

zante y antiestatal; todo ello combinado sin dificultad con una

concepción del Estado como potencia tutelar y como magis-

tratura suprema, con vocación de proteger al pequeño, al dé-

bil, contra las usurpaciones «injustas» de los poderosos.

Un reflejo de todo ello es el hecho de que, en los países

occidentales, la proliferación de organizaciones profesionales

producida por la política agraria es siempre presentada por

determinados círculos de opinión como un puro efecto de la

espontaneidad de los agricultores, que se autoorganizan y dis-

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ciplinan a sí mismos en perfecta libertad y autonomía. Este

planteamiento conduce a veces a la afirmación de que el de-sarrollo de las organizaciones profesionales significa una re-

ducción de la intervención del Estado, una inhibición de sus

funciones, que lo limitaría a jugar un papel de árbritro y re-

gulador.Esta tesis, ampliamente extendida, conecta directamente

con la tercera corriente de pensamiento ya citada, la que

ve la política agraria como un aspecto completamente trivial

de la «función reguladora» que tiene atribuida el Estado.

Semejante concepción del Estado -como regulador generalcuya acción consistiría en integrar lo sectorial en lo global

(Nizard, 1975, p. 633 s., y para la agricultura, Muller, 1980,

p. 120 s.)-, nos parece, de entrada, particularmente pobre

y reductora. Aunque este enfoque teórico se considere a sí mis-

mo como una ruptura con lás teorías «instrumentales» del Es-

tado, el término «regulación» no es neutro, ni tiene un sentido

absoluto y objetivo. Una regulación no tiene significado si no

es en la idea que podamos hacernos de un orden a establecer

y conservar, de un orden en relación al cual el funcionamien-

to de la sociedad sea reconocido como satisfactorio, como re-

gular, como regulado. De acuerdo con esta lógica, ^no debe-

ríamos admitir, pues, que exista un algo, un alguien, que de-

fina este orden y que encomiende al Estado y a su aparato la

función de hacerlo respetar por los agentes sociales? Hay que

reconocer, por tanto, que esta corriente de pensamiento no

se encuentra muy alejada de las concepciones del funcionalis-

mo más anodino o del marxismo «ortodoxo» más rudimentario.

Todo lo que sabemos de la génesis del Estado y de su desa-rrollo, y particularmente de sus relaciones con la política agra-ria, desmiente esta imagen de un aparato estático, estableci-do a priori y asegurando mecánicamente un conjunto de mi-siones de las que no se dice claramente quién se las ha confiado.

En resumen, la polftica agraria moderna es el resultado de

un largo y complejo proceso histórico cuya lógica no puede

ser explicada por ninguna de las tres corrientes de pensamiento

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que se disputan hoy en día la hegemonía en la ciencia políti-ca. Su adecuada comprensión exige un análisis más detenido

y pormenorizado, que es lo que pretendemos realizar a conti-

nuación.

4. La «invención» de la política agraria moderna:Dinamarca

Como lo hemos recordado más arriba, Marx anunciaba yaa mediados del siglo pasado la «agonía de la parcela» (Marx,

1969, p. 134) y el triunfo próximo de la gran producción agrí-

cola capitalista «a la inglesa». Sin embargo, en esa misma época

estaban ya planteadas en Dinamarca las premisas del modelo

de política agraria que iba a ser adoptado progresivamente porlos demás países europeos.

El caso de Dinamarca presenta, en nuestra opinión, un ex-

cepcional interés, porque nos permite ver cómo se desarrolló,

partiendo de una situación inicial sumamente desfavorable,

una política que parece, a posteriori, inspirada por una mila-

grosa lucidez, tanto por parte de los individuos como por las

diferentes clases y categorías sociales que fueron sus protago-

nistas. En un período histórico sorprendentemente corto, puede

afirmarse que cada cual supo intuir las posibilidades de éxito

de la pequeña producción agrícola intensiva, identificar los

obstáculos que se oponían a su desarrollo y definir los medios

de todo tipo capaces de superarlos. Por ello, nos parece que

esta historia merece ser contada con algún detalle.

A) Génesis de la política agraria moderna

A mediados del siglo xvIII, Dinamarca, a pesar de su po-

sición geográfica, representaba el tipo perfecto de un país com-

prometido en la ya citada vía «este-europea». Mientras que en

la Edad Media el campesinado danés había conocido un régi- .

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men de libertad «a la escandinava», a principios del siglo xvI

la nobleza le impuso una «nueva esclavitud», después de una

larga y sangrienta guerra civil que finalizó con el triunfo de

la nobleza sobre la alianza del campesinado y la burguesía co-

merciante de Copenhague.

A partir de entonces, la producción agrícola fue organiza-

da de la forma más clásica. La tierra se dividió en dos partes.

En una, vivía y trabajaba la abundante mano de obra forma-

da por pequeños colonos apegados a su pequeña explotaciónpor el carácter hereditario de la tenencia, pero, sobre todo,

a partir de 1733, por el Stavnsbaand o régimen de «adscrip-

ción», que obligaba al campesino varón a residir en el domi-

nio y a detentar una explotación cuando el señor se lo exigie-

ra. La otra parte de la tierra constituía el dominio propiamentedicho del señor, que era cultivado por medio de las corvées

(hoveri) (días de trabajo y de enganche de bueyes que debían

realizar los campesinos y que podían alcanzar hasta 250 días

por año). Los métodos de cultivo eran rudimentarios y se ba-

saban en la vieja rotación trienal colectiva. Unicamente la se-veridad de la opresión permitía a los señores extraer un exce-

dente de cereales para comercializar.

A mediados del siglo. xvll, la coincidencia de diversos

acontecimientos desencadenaría la transformación de este sis-

tema. Guerras desastrosas arruinaron el crédito político de la

nobleza que gobernaba, la hacienda públiŭa entró en banca

rota, y la corona se vio obligada a vender la mayor parte de

las tierras que poseía (o sea, el 50 por 100 de las tierras del

país), lo que tuvo por efecto separar sus intereses de los de la

nobleza terrateniente. En 1660, el rey instauró la monarquía

absoluta, apoyándose en la burguesía, y formó una nueva ad-

ministración de tipo burocrático, recurriendo a numerosos téc-

nicos alemanes cuyo papel en la reforma sería sumamente im-

portante. Desde el principio del siglo xvIII, la idea de una re-

forma general de la gestión del país se había extendido entreuna opinión pública bien pronto cultivada por la filosofía de

las luces y la fisiocracia y, lo que es aún más importante, por

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las corrientes «pietistas» que predicaban la vuelta a la autenti-

cidad evangélica y recomendaban ponerse al servicio de los hu-

mildes, y ayudarles a instruirse para elevarse hacia Dios. Este

estado de ánimo reformador estaba también presente entre lapropia nobleza terrateniente.

A partir de la mitad del siglo xv^c1 se desarrolló una in-

tensa lucha política, formándose comisiones de encuesta so-

bre la agricultura en 1757 y en 1767. El fondo del debate, in-cluso en el seno de la opinión reformadora, tenía por objeto

explícito el «tipo de agricultura» a desarrollar. Todo el mun-

do admiraba el alto nivel técnico de la agricultura inglesa y

consideraba que las nuevas técnicas no podían ser introduci-

das más que después de suprimir la rotación colectiva y de lle-

var a cabo el reparto de las tierras comunales, la concentra-

ción de las parcelas y la generalización de los enclosures. Pe-ro, admitido esto, dos grupos se combatían ferozmente, que-

riendo unos favorecer la gran explotación moderna al estilo

inglés, y apoyando otros la idea de establecer un pequeño cam-pesinado numeroso y sólido fundado en la generalización dela propiedad campesina.

La lucha culminó con la breve «dictadura progresista» del

primer ministro Struence (1770-1772), que fue finalmente de-

rrocado por la nobleza y decapitado.

A este desenlace siguió un período de reacción de doce años.

Todos los proyectos legislativos favorables a los campesinos fue-

ron bloqueados, pero los funcionarios reformadores supieron

utilizar hábilmente la autoridad restablecida de los grandes

propietarios para provocar una gigantesca remodelación de lasestructuras de las explotaciones agrarias, introduciendo las re-

formas que consideraban indispensables para el éxito técnico

de la pequeña explotación de nuevo cuño. Así, bajo la cober-

tura de una ley sobre los enclosures (1781), impusieron «una

concentración parcelaria general» de todas las explotaciones,con el objetivo final de distribuir todas las tienas de uso co-

lectivo. Todos los métodos modernos de concentración parce-

laria fueron puestos a punto: establecimiento de un catastro

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público, de comisiones paritarias propietarios/administración

para la redistribución de tierras, etc. Una gran parte de los

agricultores tuvo que abandonar los antiguos pueblos e insta-

larse en una nueva residencia situada en medio de las nuevas

explotaciones concentradas. Todo este proceso de reorganiza-

ción y acondicionamiento fue subvencionado por el Estado.

En 1784, el príncipe heredero Frederik, de dieciséis añosde edad, se apoderó bruscamente del poder. Partidario fervo-

roso de la reforma agraria, encargó al conde de Renventlow

la misión de reanudarla. A partir de 1786, la «Gran ComisiónAgrícola» culminaría en sólo unos años la reforma legislativa

sobre la que se fundará el desarrollo de la pequeña produc-ción moderna, aboliendo todas las obligaciones feudales y sus-

tituyéndolas por rentas iijas en dinero.

Esta Comisión aprobó también un «estatuto de arrenda-

miento» que hacía obligatorios los inventarios al comienzo y

a la iinalización del arriendo, y la indemnización del arren-

datario saliente por las mejoras incorporadas en la explota-

ción. Pero, sobre todo, hay que destacar la creación, en 1788,

de un «banco público de crédito», que otorgaba préstamos a

largo plazo y bajo interés a los campesinos que quisiesen com-

prar su tierra. Como consecuencia de todo ello, los campesi-

nos eran, en 1818, propietarios de cerca de la mitad de las

tierras que cultivaban, y esta proporción siguió creciendo a lo

largo del siglo x^x.

Los resultados económicos de esta liberación de la explo-tación campesina fueron extraordinarios. A modo de ejemplo,baste señalar que, en veinticinco años, se dobló la producciónde cereales, gracias al aumento de la superiicie cultivada y ala adopción de nuevas rotaciones (Friedmann, 1979, p. 231).

La estructura agraria resultante de todo ese proceso se man-

tuvo extraordinariamente estable, en base, por un lado, a la

costumbre, que permitfa al padre atribuir la totalidad de la

explotación a aquel de sus herederos que considerase más ap-

to (compensando en dinero al resto de los coherederos), y por

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otro, a la existencia de una ley, en vigor hasta 1962, que pro-hibía la reagrupación de las explotaciones.

Una vez que los campesinos se convirtieron en dueños de

la tierra fue menester hacerlos capaces de acceder a las técni-

cas más modernas, elevando su nivel de instrucción general

y técnica. En 1814, se estableció, con este objetivo, la ense-

ñanza primaria obligatoria.

Más importante aún fue la creación, por iniciativa del obis-

po Grundvig, de una red de «escuelas superiores populares».

Estas escuelas, de formación permanente se diría hoy, estaban

abiertas a los jóvenes de todos los orígenes y de todas las pro-

fesiones. En la práctica, estas escuelas interesaron siempre, yasí lo han seguido haciendo hasta nuestros días, a los hijos e

hijas del campesinado medio. Su pedagogía, revolucionaria,

anunciaba ya en detalle el modelo que sería utilizado un siglo

más tarde en Francia por la Juventud Agrícola Cristiana

(J.A.C.): sesiones breves, acento sobre la espiritualidad y el de-

sarrollo de la personalidad, así como sobre la adquisición de

conocimientos, igual importancia atribuida a la cultura ge-

neral y a la formación técnica profesional, e importancia pri-

vilegiada a la expresión oral. Este sistema de formación, aun-

que era de iniciativa privada, debía, evidentemente, su desa-

rrollo al apoyo activo del Estado, como lo prueba el hecho de

que a partir de 1868 se implantase un sistema de becas para

cursillos de capacitación y, paralelamente, se organizase una

red de escuelas profesionales agrarias, según los principios an-

teriores, con la ayuda financiera del Estado.

B) Las características de la producción

Así dotada, la pequeña producción agraria danesa tuvo que

afrontar la gran crisis agraria de los años 1880. Fue esta crisis

la que puso de relieve sus excelentes facultades de adaptación,

y la que le hizo adoptar las características que la convertirían

en modelo a imitar por las demás agriculturas europeas.

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Como es conocido, esta crisis agrícola que afectó a toda

Europa había sido provocada por la afluencia a los mercados

europeos de trigos americanos a muy buen precio. Contraria-

mente a lo que ocurrió en la mayor parte de los países euro-

peos (entre ellos, Francia), la solución proteccionista fue re-

chazada por el Parlamento danés en 1885, gracias a los votos

del partido Venstre (la «izquierda»), representante político del

campesinado. Este último se oponía de este modo a los deseosde su vieja enemiga, la gran propiedad aristocrática vendedo-

ra tradicional de cereales, que, a través de los partidos políti-

cos de la derecha, reclamaba una tarifa protectora. Lo que

ocurría era que el campesinado, desde la mitad del siglo, se

había reconvertido masivamente a las producciones animalesintensivas: cerdo, productos lácteos, carne de vacuno y hue-

vos, por ser más ventajosas que los cultivos agrícolas en pe-

queñas superficies al posibilitar la obtención de una renta por

hectárea mucho más elevada.

Con la ayuda del Estado se constituyó una red de selecciónde reproductores animales, y técnicos en ganaderia fueron pues-

tos a disposición de los ganaderos (Ley sobre Ganadería de 1887

y Ley sobre Control Veterinario en 1893). Los campesinos com-

probaron muy pronto la ventaja de poder adquirir cereales a

bajo precio para transformarlos en productos animales.Entre 1870 y 1914, el número de vacas lecheras se elevó

al doble, la producción de leche se triplicó, la producción de

mantequilla se cuadruplicó y el número de cerdos se multipli-

có por seis (Tracy, 1982, p. 117).

Evidentemente, semejante producción excedfa con mucholas necesidades internas del país y se correspondía con una

orientación sistemática hacia la exportación. Todo esto fue po-

sible gracias al desarrollo sumamente precoz y rápido del coo-

perativismo, impulsado por los agricultores organizados y, muy

particularmente, por los «sindicatos» del campesinado medio

(Landboforeninger). Así, desde 1850, se había desarrollado un

sistema de crédito cooperativo; en 1882 se fundó la primera

de las cooperativas de transformación industrial, las cuales en

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1886 eran ya 176 y en 1900 habían alcanzado la cifra de 942,

teniendo prácticamente cada pueblo la suya. Estas cooperati-

vas fueron las primeras que hicieron de la mantequilla un pro-

ducto estandarizado, de alta calidad y susceptible de ser

exportado a lugares lejanos, adhiriéndose todas ellas a un sis-tema de marca común (los lure). Progresivamente, el coope-rativismo fue introduciéndose en las áreas de la transformación

y comercialización de todos los demás productos agrarios, así

como en el área del abastecimiento de medios de producción.

Un hecho revela el grado de eficacia que alcanzó rápidamen-

te este sistema. A1 principio, los productores de cerdos expor-

taban a Alemania la mayor parte de su producción en vivo,

pero en 1887, Alemania, deseosa de desarrollar su propia pro-

ducción, gravó los cerdos daneses con aranceles desorbitan-tes. En menos de ocho años, los productores daneses se

reconvirtieron totalmente, produciendo en lo sucesivo baconpara Inglaterra. Esta reconversión exigió un cambio comple-

to del tipo de cerdo de crianza, la creación de una red de ma-

taderos industriales y de industrias de transformación de

productos derivados, y la constitución de nuevas redes comer-ciales. Desde 1890, el nuevo sistema empezó a funcionar y cinco

años más tarde había sustituido por completo al antiguo.

Así, desde 1890, encontramos en Dinamarca un tipo de

agricultura totalmente nuevo «y totalmente vinculado al de-sarróllo del capitalismo», basado en la existencia de una masa

de población industrial urbana, en Alemania y en Inglaterra,

con rentas en ascenso y con aspiraciones de acceder a una ali-

mentación rica en productos animales. Frente a esta deman-

da, se organizó un sector productivo que, aunque (o tendríamos

que decir «porque») fundado sobre la explotación individual,

se dedicó a una producción en masa, muy desprendida del valor

de uso, enteramente mercantil y constantemente ávida de nue-

vas técnicas que permitiesen rebajar el valor y reducir el costede los productos.

Paradójicamente, puede decirse que fueron las particula-ridades de la situación del país las que condujeron a la génesis

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sumamente precoz de unos principios de política agraria quemás tarde serían adoptados por doquier.

Entre estos principios, figuraba, en primer lugar, la op-

ción por una agricultura de exportación. Resultaba casi obli-

gatorio para un país muy pequeño, desprovisto de los recursos

naturales que eran en aquel tiempo indispensables para el de-

sarrollo industrial, intentar obtener algún provecho de una ra-

ma productiva relativamente descuidada por los grandes paí-

ses industriales. Desde 1880, pues, Dinamarca exportaba, se-

gún las ramas, entre la mitad y los dos tercios de su produc-

ción. El volumen de producción y el nivel de los precios no

tenían ya nada que ver con el estado de sus mercados locales

interiores.

El mercado estaba unificado bajo la égide de los organis-

mos de exportación fundados por el cooperativismo. La ex-

portación convirtió a la agricultura danesa en un asunto na-

cional, en un asunto de Estado. Cada vez más eran esos orga-

nismos exportadores, expresión hacia el mundo exterior de unas

ramas productivas sólidamente organizadas de forma vertical,

los que regulaban los mercados y los precios, practicaban las

«precauciones» de precios y orientaban las producciones. Enel momento de la gran crisis de 1932, el sistema fue reforzado

con la creación de un «comité de exportación», único para ca-

da rama, que integraba también la producción, la transfor-

mación y la exportación. Estos «comités de exportación» fue-

ron creados por el Ministerio de Agricultura, pero su gestiónsería, años más tarde, entregada a la «profesión» (agricultores

organizados) en 1950. En 1933, en plena crisis, Dinamarca in-

ventaría, además, la contingentación de una producción agra-

ria: jy con qué éxito! Entre 1932 y 193.4, el número de cerdos

pasó de 5,4 millones a tres millones ^de cabezas... iy dobló el

precio del bacon!

La exportación contribuyó también a imponer a los pro-

ductores agrarios características «modernas»: uniformización

de los productos, estandarización y especificaciones técnicas

y cualitativas precisas, y, al mismo tiempo, individualización

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frente a eventuales competidores por medio de una políticade marcas, de etiquetaje...

En suma, la exportación obligó a Dinamarca a resolver,con cincuenta años de anticipación, los problemas que plan-tearía a un país como Francia la saturación de los mercadosagrarios. Como más adelante veremos, es la saturación sucesi-va de los mercados de los diferentes productos lo que los unifi-ca a nivel nacional y les impone una regulación institucionali-zada, y lo que conduce, por último, a definir y a imponer unmodelo de producción y un tipo ideal de productor.

Junto a esos factores económicos hay que contemplar otros,relacionados con la particular situación política de Dinamar-

ca, que coniirieron a su política agraria algunas de las carac-terísticas institucionales que posteriormente se generalizaríana otros países.

Así, en 1872, el partido i^en.stre (la «izquierda») había con-

quistado la mayoría en la Cámara Baja. Pero la derecha, de

la gran burguesía y de los grandes propietarios terratenientes,conservaba el control de la Cámara Alta y de la formación delos gobiernos, lo que le daba capacidad para bloquear todaslas iniciativas legislativas de los representantes del campesinado.

Esta situación se prolongó hasta 1901, acumulando en elpaís tensiones políticas muy fuertes y cohesionando al campe-sinado en un bloque único, animado de un espíritu muy mili-tante. Este hecho explica que las organizaciones profesionalesagrarias fuesen capaces de disciplinar al campesinado en eseconjunto muy unificado e impositivo de aparatos económicosque hemos descrito más arriba, y también que su acción y sutrabajo institucional no se centrasen nunca en la vía parlamen-taria, sino que se dirigiesen preferentemente hacia un contac-to directo con la burocracia administrativa. Este último aspectopresenta una gran importancia desde el punto de vista del dis-curso ideológico de estas organizaciones: les permitió presen-tar al campesinado como una fuerza totalmente independien-te, que había realizado ella misma, sin la ayuda del Estadoni de nadie, por la simple fuerza de su estructura democráti-

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ca, una obra económica y social ejemplar, y todo ello respe-

tando el liberalismo económico más ortodoxo.Cuando se volvió, después de 1901, a una vida democráti-

ca más normal, la unidad del anterior período combativo nose libró de la ruptura. Bajo el nombre de Radikale Venstre,

una fracción de izquierdas, que representaba a los pequeños

campesinos más desfavorecidos, se separó de la Venstre, que,

al quedar en lo sucesivo como representante del campesinado.medio más acomodado, adoptaría actitudes políticas más mo-deradas. La Radikale Venstre se encontró en la afortunada

situación parlamentaria de que su influencia superase en mu-cho a su importancia numérica, al ser durante mucho tiempouna fuerza de apoyo indispensable para el mayoritario parti-do social-demócrata. Pero, en cambio, el sindicato que repre-sentaba a los pequeños campesinos fue prácticamente exclui-do del control de las organizaciones económicas agrarias.

Así, en el Consejo de Agricultura, que desde 1919 ha veni-do representando oficialmente a la agricultura danesa anteel Estado y la Administración, ha sido la Federación Dane-sa de Sindicatos Agrarios (Landboforeninp^, sindicato del cam-

pesinado medio, la única organización sindical que ha estado

presente de forma continuada junto con el Comité Central delas Cooperativas. Durante bastante tiempo, salvo un período

excepcional entre 1932 y 1939, el Sindicato de Pequeños Agri-cultores no fue admitido para formar parte del citado Conse-

jo, teniendo que esperar para su reintegración hasta 1976, enun momento en que la categoría social que representaba ha-bía perdido tanta importancia que su readmisión sólo podía

tener un carácter simbólico.

C) La estructura institucional de lapolítica agraria moderna

La composición de este Consejo de Agricultura expresa,

en nuestra opinión, perfectamente la manera en que se insti-

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tucionaliza la política agraria. Por un lado, se tenía un apa-

rato técnico-económico: las cooperativas y las organizaciones

sectoriales (comités de exportación) que adquirieron cada vez

más importancia y que se incorporaron al Consejo en 1961;

este aparato tenía vocación de articular a toda la produccióny a todos los productores.

Por otro lado, se tenía al sindicato, organización esencial-

mente «política», que representaba a«una categorfa muy pre-

cisa de agricultores» y que dinamizaba al aparato económico,

ya fuese directamente, como organización que participaba enla definición de sus objetivos, o indirectamente, ocupando consus militantes los órganos de dirección, el consejo de adminis-

tración... en todos los niveles de las cooperativas y de las orga-

nizaciones sectoriales.

Conviene detenerse un poco en este modo de instituciona-lización de la política agraria, ya que, en los demás países euro-

peos, a pesar de las variaciones locales, se ha llevado a cabo

un proceso de institucionalización siguiendo principios muy se-mejantes. Debemos interrogarnos en particular sobre esta «éli-

te», surgida de lo que se llama, a falta de un término mejor,

el «campesinado medio». Digamos que se trata de la parte más

próspera del campesinado, de la que está en todo momento

mejor adaptada a las variaciones de la situación económica

y, por ello, la que se encuentra en mejor disposición para res-

ponder a las demandas de la política agraria, para experimen-

tar soluciones nuevas, para invertir, para arriesgar.

Es, pues, una élite, contrariamente a los mitos democráti-

cos, la que anima a unas organizaciones económicas que tie-

nen vocación de incorporar «a todos los productores agrarios».

Pero conviene preguntarse sobre la naturaleza y sobre el al-cance del poder que, de este modo, se le reconoce.

Antes que nada, hace falta ver con claridad cuál es su po-

der en materia de gestión económica, que es de sus poderes

el que está menos garantizado y el que cubre un área menor

de influencia. En efecto, al nivel de las organizaciones de base:cooperativas y agrupaciones diversas, los dirigentes sindicales

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tienen que ceder mucho espacio a la tecnocracia de los direc-

tores, ingenieros y gerentes. Asimismo, al nivel de la gestión

global, es evidente que la «profesión» no actúa si no es por cuen-

ta del Estado, en colaboración con sus agentes y bajo la auto-

ridad de estos últimos, en función de las necesidades de la po-

lítica en su conjunto.

En suma, el único poder exclusivo que se le reconoce a es-

ta élite agraria es el que ejerce sobre el conjunto de los pro-

pios agricultores.La razón de ser de este poder no es fácil de determinar.

Reside, en nuestra opinión, en un rasgo característico de la

agricultura moderna de pequeña producción, a saber: que este

tipo de agricultura no contiene un mecanismo «automático»

de regulación de la cantidad de mano de obra, ni tiene capa-cidad para determinar y eliminar rápida y sencillamente del

sector el trabajo que ha dejado de ser «socialmente necesario»

como consecuencia del aumento de la productividad. La in-

dependencia del productor y el hecho de que sea muy a me-

nudo propietario de la tierra se oponen a ello. Además, la re-gulación de los mercados y el juego de las subvenciones y bo-

nificaciones hacen que la apreciación de la rentabilidad sea

muy dependiente de las propias medidas de política agraria.

Resulta, pues, particularmente eficaz y confortable para

el Estado poner la indispensable tarea de adaptación conti-nua de las estructuras productivas en manos de una élite agra-

ria.Esta élite ve en su poder sobre la masa de agricultores no

un medio para movilizarla, sino, por el contrario, un medio

para hacerle aceptar de forma sosegada una «selección por la

vía del mérito», y para que esta masa le reconozca el derecho

a elegir a quienes sean dignos de continuar siendo agriculto-

res. Lo cual explica bastante bien la inspiración fuertemente

moralizante y espiritualista tan característica de su discurso.

Veremos más adelante ejemplos relativos a Francia.

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D) Características fundamentales de la políticaagraria moderna

De este modo, se constituyó el prototipo de las políticas agra-

rias modernas, con unas características fundamentales que po-drían resumirse en las siguientes:

- La producción agrícola se basa en una explotación in-

dividual, derivada de la antigua explotación campesi-

na, pero totalmente renovada por la «liberación» de suspotencialidades en relación con el desarrollo global de

las sociedades capitalistas. Este rasgo se manifiesta en

su plena integración en los mecanismos del mercado

y en su tendencia a incrementar incesantemente las can-

tidades producidas, y a buscar siempre el aumento dela productividad y de la intensidad del trabajo (Nallet

y Servolin, 1978, p. 53). Es decir, que el propio siste-

ma incita a la unidad de producción á una reproduc-

ción «ampliada».

- Se confiere una gran importancia al progreso técnico

y a su difusión entre los agricultores. Un potente apa-

rato de investigación y de desarrollo se tiene que ir

creando progresivamente. A los agricultores se les en-

cuadra en una red cada vez más densa de técnicos y

consejeros, y se les propone unos modelos de desarrollo

técnico.

Todo esto supone también la constitución de un siste-

ma de crédito específicamente adaptado, generalmen-te de forma cooperativa pero con intervención estatal,

concedido a bajo interés y a veces gratuito.

El tipo de explotación que se define y se promociona

se fundamenta, cada vez más estrechamente, en las pro-

ducciones animales intensivas, particularmente en la

producción lechera. El desarrollo de esta última pro-

ducción se apoya en la constitución de una potente in-

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dustria y se corresponde con un cambio en los modos

de comercialización y.en la composición de las racio-

nes alimenticias.

- La producción y los mercados están cada vez más re-

gulados y planificados bajo la égide del Estado, que se

apoya en la «profesión organizada», así como en indus-

trias agrícolas y alimentarias fuertemente concentra-

das, de las que una parte importante tiene el estatuto

de cooperativas. Es decir, que la regulación se extien-

de verticalmente al conjunto de la «filial» de cada pro-

ducto ( filiére de 1iroduit).

A pesar del particularismo de cada rama agrícola, en cuan-

to a su organización socio-económica y en cuanto a su función

(proporcionar los alimentos al más bajo coste posible y garan-

tizar la seguridad del abastecimiento nacional), existe la preo-

cupación por hacerlas participar en el crecimiento económi-

co, desarrollando, por ejemplo, sus capacidades de exporta-

ción y haciéndolas contribuir al equilibrio de la balanza co-

mercial.

Tal como lo hemos visto anteriormente, Dinamarca repre-

sentó una avanzadilla histórica en la realización de este tipo

de política agraria. Pero los Países Bajos siguieron muy pron-

to por una vía semejante. En los años treinta, los dos países

tenían ya estructuras de producción, instituciones y políticas

agrarias sorprendentemente próximas. En cambio, en los de-

más países de la Europa occidental, la evolución fue muy va-

riable, según las situaciones de partida y la manera en que se

habían resuelto los problemas agrarios en el momento de la

disolución de los regímenes feudales. Ya hemos aludido al ca-

so de Alemania que, en el momento de la unificación del Im-

perio, se encontró agrupando dos zonas pertenecientes a dossistemas agrarios opuestos: al oeste, una agricultura amplia-

mente campesina; al este, el gran «dominio prusiano». Lo mis-

mo ocurrió en Italia.

Esto explica que los ya citados elementos componentes de

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la política agraria moderna apareciesen en fechas variables se-gún los países (e incluso las regiones), revistiendo significadosa veces diferentes y experimentando ritmos de desarrollo in-dependientes. Sólo en nuestros días se ha visto a las políticasagrarias de estos países «converger progresivamente en un mo-delo único». Ha sido entonces cuando se ha podido pensar enque adoptasen, en el marco de la C.E.E., una Política Agra-ria Común. No obstante, es preciso reconocer que el estable-cimiento de la P.A.C., más que a constatar la convergencia

efectiva de los diferentes tipos de agriculturas y de políticasagrarias, estaba destinada a acelerar su perfeccionamiento. Laconvergencia final se sitúa en una fase de unificación de losmercados, de integración y de uniformización de las econo-

mías de los países interesados. Todo esto parece, en nuestraopinión, que da un argumento de peso a la tesis que atribuyeuna importancia de primer orden a las «determinaciones eco-nómicas» de las políticas agrarias.

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SECCION II

EL CASO DE FRANCIA

Entre todos estos países, el caso de Francia destaca por su

originalidad. Francia es por naturaleza y se concibe a sí mis-

ma como «una nación agrícola» por excelencia. Este funda-

mento del mito nacional está sólidamente establecido desde

el siglo pasado, y sabemos que conserva hoy un lugar conside-

rable en la conciencia nacional francesa.Y, sin embargo, el modelo agrario francés tradicional di-

fiere en todos sus puntos del modelo danés. La Revolución de1789 no puede ser, en absoluto, comparada en sus efectos conla gran reforma danesa de principios del siglo xIx.

1. La agricultura en el nacimientodel capitalismo f rancés

A pesar de la importancia extrema que tuvo la Revoluciónde 1789 para los destinos de Francia y Europa, es erróneo creerque liberó totalmente a los campesinos franceses. Los recien-tes trabajos de los historiadores han hecho justicia de la pia-dosa leyenda popularizada por la Tercera República. Sobre

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este punto, nos podemos referir, por ejemplo, a la lúcida acla-

ración de M. Agulhon (1976, p. 19 s.). Cierto es que numero-

sos campesinos eran ya propietarios de sus tierras antes de 1789,

y cierto es también que la Revolución permitió a otros mu-

chos convertirse en propietarios o aumentar la superficie de

su parcela. Sin embargo, no se impuso realmente la opciónpor una auténtica vía campesina. Se sabe que una fracción

del tiers état encontró en la Revolución la ocasión para apro-

piarse de la tierra^ en perjuicio de los campesinos, situándose

ahí, en parte, los orígenes de las insurrecciones de la i^endéey la Chouanneri. Cuando la Restauración monárquica, la granpropiedad «burguesa» originada en el período anterior se unió

a los restos, en algunas regiones todavía importantes, de la pro-

piedad aristocrática para crear la clase de los grandes agra-

rios (grands agrariens) que permanecería durante mucho tiem-

po como una característica del mundo agrario francés.

A) Una compleja estructura de clase

Así, hasta el final del siglo xIX, e incluso más tarde, la es-

tructura de clase de la agricultura francesa se mantuvo muy

compleja y diferenciada: grandes propietarios; arrendatarios

y aparceros pequeños y grandes; agricultores que explotaban

directamente sus tierras, viéndose obligados algunos de los que

poseían explotaciones demasiado pequeñas a trabajar como

jornaleros; y por último, obreros agrícolas, de los cuales algu-

nos disponían de un trozo de tierra. Además, esta estructurasocial era muy variable según las regiones: en la mitad sur del

país, la explotación cultivada directamente por su propieta-

rio predominaba muy ampliamente y constituía en muchas par-

tes la base de una sociedad bastante homogénea, con tradi-

ción democrática (cf. por ejemplo, Bitoun, 1977).

En el Norte y en el Bassin parisino surgió muy pronto unaclase de grandes arrendatarios, acumuladores de tierra y fun-dadores de verdaderas dinastías que se han perpetuado hasta

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nuestros días. En el Gran Oeste, la franja norte del Bassin pa-

risino y el Centro predominaban los grandes propietarios (ver

sobre este tema el cuadro muy documentado de Barral, 1968,

p. 41 s.).

Por otro lado, la intensidad de las luchas de clases, en una

misma relación social, podía variar según las regiones. En el

centro, como muestra Ph. Gratton (Gratton, 1971 y 1972), las

luchas de obreros, arrendatarios y aparceros fueron tan intensas

y prolongadas que desanimaron a los grandes propietarios y

les forzaron a vender progresivamente sus tierras. En el Oes-

te, por el contrario, la estructura social se mantuvo mucho más

estable, bajo la dominación de los grandes propietarios.Aunque haya experimentado un fracaso histórico, esta clase

de grandes agricultores merece nuestra atención en conside-

ración al papel esencial que jugó en la elaboración de las for-

mas propias de organización del mundo agrícola francés.

Los grandes agricultores, fuesen o no de origen noble, du-

daron durante mucho tiempo entre dos opciones políticas y

entre dos proyectos económicos. Un proyecto «capitalista»: con-

vertirse en empresarios agrícolas a la inglesa. Y un proyecto

«tradicionalista»: conservar o restaurar el antiguo orden social

del campo y«vivir de sus rentas».

Pero frente a ellos había un campesinado numeroso, frus-

trado, que perseguía a su manera, testarudo y paciente, la rea- •

lización de sus objetivos: obtener por fin la liberación de sus

explotaciones y, a ser posible, la propiedad de la tierra. Desde

esta perspectiva, los dos proyectos de los grandes agricultoresle eran igualmente inaceptables.

Así, durante todo el siglo x^x, e incluso más tarde, el cam-pesinado fue la piedra angular de la política, pero la políticase dirigía a los campesinos como a una «categoría de ciudada-nos» y no, al menos en apariencia, como a una categoría deproductores que hacían funcionar una determinada rama deproducción. Esto es lo que ha hecho decir a algunos que Franciano ha tenido una politica agraria digna de ese nombre hastala Segunda Guerra Mundial. Encontramos aquí el tema que

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inspira la literatura un tanto catastrofista de la que hablába-

mos al principio de la presente obra.

Pero es interesante relacionar estas lamentaciones sobre el

escaso dinamismo de la agricultura francesa y sobre la falta

de «seriedad» de la política agraria, con la abundantísima li-

teratura que deploraba paralelamente la inercia y la debili-

dad de las ambiciones del capitalismo nacional.

Se sabe hoy en día, como consecuencia de numerosos tra-

bajos históricos y de acuerdo con obras pioneras como la de

Rondo Cameron (Cameron, 1961), que esta imagen pasiva,

«rentista», del capitalismo francés es en gran medida falaz. En

Francia, el capitalismo supo realizar con una eficacia técnica

notable y con una rapidez sorprendente, incluso en relación

con los criterios actuales, grandes obras, tales como el ferro-

carril o la construcción del París moderno. Pero más sorpren-

dentes son aún el número y la importancia de las empresas

que iinanció y que, a menudo, estableció directamente en Euro-

pa y en el mundo entero.

Este papel de exportador de capitales, de banquero del

mundo, que jugó Francia representa, en suma, un modelo de

desarrollo original que se asentó particularmente bajo la Ter-cera República, lo que conduce a J. Weiller (Weiller, 1969)

a verlo como una consecuencia de la derrota de 1871. Se pue-

• de ver también en él una manera de adaptarse a la crisis mun-

dial iniciada poco tiempo después. Cualquiera que sea la cau-

sa, está claro que los capitalistas franceses consideraron másventajoso invertir en el exterior que desarrollar su propio país,

opción ésta que, como el futuro demostró, habría sido menos

arriesgada.

B) El fracaso del Kmodelo inglés^

Es necesario, pues, diferenciar los períodos del Segundo Im-perio (1852-1870) y de la Tercera República (1871-1940), tantodesde el punto de vista del desarrollo económico general co-mo de la política agraria.

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El Segundo Imperio puso en práctica un proyecto de desa-

rrollo capitalista clásico, simbolizado por el golpe de audacia

dado con el tratado comercial con Gran Bretaña. Este perío-

do corresponde a la fase «industrialista» de la expansión delcapitalismo francés, tanto en la propia Francia como en el ex-

tranjero, y es también la Edad de Oro de los intentos de crea-

ción de una agricultura capitalista por los grandes propieta-rios.

El proyecto «capitalista» ambicionaba crear en los gran-des dominios agrarios grandes explotaciones destinadas a pro-

porcionar pingiies «beneficios» a sus propietarios.

El gran propietario tenía para ello que transformarse en

empresario, poniendo en práctica las técnicas más avanzadasy los principios de gestión más rigurosos.

Desde el Antiguo Régimen, este proyecto había venido

arraigando en las clases dirigentes a través de los fisiócratas

y de la ideología de las Luces, seduciendo a muchos grandes

propietarios de la época del Imperio y de la Restauración mo-

nárquica. Paralelamente, y en consonancia con ello, la rentade la tierra seguía siendo aún el fundamento más importante

y más sólido de la riqueza, mientras que la industria apenascomenzaba a salir del limbo.

Pero el proyecto adquirió nuevo impulso con el entusias-

mo industrialista que impregnó a una parte de la clase diri-

gente francesa y que culminaría a mediados de siglo durante

el Segundo Imperio, concretamente en la época del tratado

comercial con Gran Bretaña. Como ha sido ya manifestado

a propósito de la ganadería bovina (Coulomb, Nallet y Servo-

lin, 1977, p. 220 s.), la «industrialización» de la producciónagraria encontró entonces apoyos entusiastas en la Adminis-

tración y entre los intelectuales. Se soñaba con desarrollar en

Francia la «hermosa agricultura» al estilo inglés, y en este sen-

tido Leonce de Lavergne (1860, p. 190) solicitaba una políti-

ca que favoreciese la multiplicación del «verdadero country gen-tleman francés... , ese ser precioso y escaso» que «algún día ten-drá que generalizarse».

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Sin embargo, la especie de los country gentleman a la fran-

cesa apenas se multiplicó. Habría sido necesario para ello reor-

ganizar las propiedades, invertir mucho dinero, introducir nue-

vas técnicas, no siempre muy eiicaces ni muy fiables, y residir

en el propio terreno para garantizar personalmente la gestión.

Y todo ello, por unos beneficios inestables y de cualquier mo-

do más escasos que los producidos por las inversiones en la in-

dustria o los ferrocarriles... Pronto aparecería entre los hijos

de las familias el célebre dicho según el cual «existen tres ma-

neras de arruinarse: el juego, las mujeres y la agricultura».

Haciendo un balance general, puede afirmarse que la ac-

ción del Segundo Imperio en favor de la agricultura fue con-

siderable, beneiiciando sobre todo a las explotaciones peque-ñas y medianas (Specklin, 1976, pp. 183-220). En efecto, el

régimen le debía mucho al apoyo del campesinado, quien, tras

unos comienzos a veces vacilantes, se le mantuvo fiel en elec-

ciones y plebiscitos hasta el desastre final. Como bien lo anali-

zó Marx (Marx, 1876; Nallet et Servolin, 1978, p. 40 s.), Na-

poleón III y su progresismo autoritario y estatal fueron perci-

bidos por los ŭampesinos como una garantía para conservar

las conquistas de 1789 contra el riesgo de una vuelta al poder

de los grandes propietarios «legitimistas». Asímismo, la políti-

ca agraria del Segundo Imperio sentó en muchos lugares delpaís las primeras bases del sistema institucional de desarrollo

de la pequeña producción moderna: encuadramiento técnico

(a través de la generalización de los «concursos agrícolas»), des-

gravación de impuestos, lucha contra el crédito usurero y co-

mienzo de un sistema de crédito agrario, ruptura del aislamien-

to del campo a través de la mejora de las comunicaciones,

emancipación de los municipios rurales, etc.

Los progresos logrados fueron considerables y particular-

mente en el seno del campesinado medio: las producciones ani-

males se intensificaron e incluso se desarrollaron corrientes ex-

portadoras, tales como la del queso Camembert hacia ingla-

terra.

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C) El ca^fiitalz:smo financiero y la política agraria.^rnelina:sta»

Con el advenimiento de la Tercera República, en 1871,

tuvo lugar una clara modificación de la orientación política

y económica de Francia. El nuevo régimen contaba con bases

sociales aún débiles y se esforzaba por conquistar lo más pron-

to posible el favor de los campesinos. Esta campaña política

sentaría la gloria de Gambetta y de Jules Ferry.

En ese mismo momento, Francia tuvo que enfrentarse con

la crisis mundial y el hundimiento de los mercados agrícolas.

Después de largas discusiones, se eligió la solución proteccio-

nista, tanto para la industria como para la agricultura.

Esta decisión significaba una opción deliberada por un mo-

delo original de desarrollo, fundado sobre la expansión del ca-

pitalismo financiero del que hemos hablado más arriba.Se tiene que admitir, con M. Gervais (1975 y 1976, p. 34

s.), que este modelo de desarrollo imponía, de forma muy di-

recta, una política agraria conservadora y proteccionista, que

sería aplicada desde ese mismo momento y a la que J. Meline

daría su nombre.En efecto, el modelo exigía una movilización del ahorro

nacional al servicio de la exportación de capitales. Desde el

punto de vista de la agricultura, todo eso tenía que ocasionar

un conjunto de consecuencias perfectamente lógicas.

Antes que nada, se tenía que hacer el esfuerzo por evitarque el problema del abastecimiento agrícola incidiera sobre

la balanza comercial. Por medio del proteccionismo, se limi-

tó, así, el peso de las importaciones, al tiempo que se sacrifi-

caron las posibilidades de exportación de productos animales

que se habían desarrollado durante la breve fase de expan-

sión libre-cambista del Segundo Imperio.

Asímismo, se limitaron severamente las inversiones, tanto

en el sector de la producción como en los de abastecimiento

y transformación de la agricultura, lo que exigía, claro está,

que se dispusiese de una mano de obra agrícola abundante y

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barata. Así se explica la queja constante de los responsablespolíticos de la época al afirmar que «la agricultura carecía debrazos», cuando en 1910 el 40 por 100 de la población activaaún trabajaba en este sector de actividad.

Además, era necesario que ese campesinado numeroso,

aunque no invirtiera sus beneiicios en abonos o máquinas, no

los gastase tampoco en consumos estériles. Hacía falta, pues,

velar porque nada viniese a separarlo de sus tradicionales cos-

tumbres de ahorro paciente y de inversiones prudentemente

situadas.Era, por consiguiente, preferible proteger al campesinado

de la modernidad, permitirle vivir y trabajar según sus modos

tradicionales y conservar sus hábitos de frugalidad y de relati-

va autarquía. Se quería que el mundo agrícola apareciese, al

menos desde el punto de vista de su organización técnica y eco-

nómica, como un mundo «aparte» que la política agraria no

pudiese modiiicar, buscando solamente protegerlo y facilitar

su funcionamiento.

Así, la acción pública en materia de agricultura, de for-

ma perfectamente coherente con el modelo nacional de acu-mulación, se consagró sobre todo a vélar por el respeto de los

equilibrios económicos globales, a sostener los precios interio-

res (de los cereales) por medio de la protección aduanera y a

favorecer la canalización del ahorro. Este relativo inmovilis-

mo no era, en absoluto, consecuencia de la ignorancia o de

la pereza intelectual del aparato estatal. Como lo muestra Pierre

Barral, en su libro fundamental Les agrariens français de Mé-

line á Pisani (Barral, 1968, p. 87 s.), Meline, dos veces Minis-

tro de Agricultura, una vez Presidente del Consejo de Minis-

tros y la persona que dio su nombre a este sistema de «retraso»de la agricultura, era, en cambio, un hombre de progreso, preo-

cupado por organizar la enseñanza técnica, por desarrollar el

crédito agricola y el cooperativismo. Asímismo, Tisserand, que

fue desde 1879 Director de Agricultura en el ministerio, escri-

bió varios folletos en elogio de la agricultura danesa (Chom-

bard de Lanwe, 1949, p. 49).

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Por otra parte, la obra de la Administración no fue, en

absoluto, desdeñable. Aunque los esfuerzos en materia de en-

señanza agrícola fueron modestos, el crédito se desarrolló a par-

tir de los años ochenta, al tiempo que los sindicatos y las coo-perativas fueron fomentados y ayudados. En definitiva, las ins-

tituciones básicas de una política agraria moderna no eran en-

tonces desconocidas en Francia, sólo que, habiéndose consti-

tuido más tardíamente que en los países del Norte de Europa,

se desarrollaron allí con más lentitud. En efecto, el progreso

técnico apenas era estimulado; el sistema de crédito practica-

ba, ciertamente, las modalidades de crédito de campaña o del

préstamo fundiario, pero concedía muy pocos préstamos a la

inversión; no se pensaba, en absoluto, en una política de es-

tructuras para las explotaciones.

Fueron los grupos conservadores los que se opusieron al de-

sarrollo «exagerado» de todas esas innovaciones. Ponyer-

Quertier, que fue uno de los portavoces de la patronal en el

Senado, se declaraba en 1884 completamente satisfecho de la

manera en que funcionaba la agricultura (Barral, 1968, p. 92).

Y de hecho, si se admiten las bases del modelo específico

de desarrollo del que hemos hablado más arriba, los resulta-

dos globales obtenidos pueden considerarse plenamente satis-

factorios. Como lo muestra Gervais (Gervais, Jollivet y Taver-

nier, 1976, p. 23 s.), el objetivo de autosuficiencia nacionalfue alcanzado, en lo esencial, al final del siglo XIX, mante-

niéndose hasta la guerra de 1914-1918.

Así, la mayor parte de las producciones aumentaron len-

tamente pero de forma regular, en particular las produccio-

nes de vacuno, y las rentas globales del campesinado también

se incrementaron de forma relativamente satisfactoria. G. Dé-

sert, en el tomo III de L'histoire de la France rurale (1976),demuestra que las disponibilidades financieras de las explota-

ciones habían en esa época aumentado mucho (p. 231). Así

pues, en esos años, la agricultura jugaba perfectamente el pa-pel de proveedor de fondos para las operaciones del capital

financiero nacional. En 1910, las Cajas de Ahorro, por sí so-

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las, tenían en depósito unos cinco mil millones de francos de

ahorro campesino (Gervais et al., 1976, p. 36), a los cuales hay

que añadir las innumerables suscripciones realizadas por los

campesinos de emisiones de títulos industriales o de emprésti-

tos (tales como los empréstitos rusos de triste memoria). En

resumen, los agricultores efectuaban inversiones de sus capi-

tales o, naturalmente, compraban con ellos nuevas tierras; nada

les incitaba verdaderamente a incrementar el consumo de abo-nos o a mecanizarse. Pero constatar en abstracto, tal como al-

gunos grupos de opinión lo hacían ya en la época, el «retraso»

de los agricultores franceses en materia de inversión y de con-

sumo de factores de producción en comparación con los da-

neses o alemanes, no tiene mucho sentido.

2. Los grandes agricultores, fundadores de la«organización profesional»

A1 mismo tiempo, el mundo agrícola francés comenzó adotarse de «una organización profesional fuertemente estruc-

turada» en la línea de lo que era tan característico de la agri-

cultura moderna. Y la ironía de la historia ha querido que es-

ta moderna organización comenzase a desarrollarse por ini-

ciativa de los grupos que con más ferocidad se oponían a la«modernización» del campesinado: los grandes propietarios tra-

dicionalistas.Como hemos visto anteriormente, el período de la Terce-

ra República no fue muy favorable para la agricultura capi-

talista. La gran explotación comenzaba, en efecto, a sufrir fron-

talmente, al igual que el modelo inglés, el choque de la com-petencia americana. Progresivamente, este tipo de agricultu-

ra acabó limitándose a los «grandes arrendatarios» del Bassin

parisino, que seguiría siendo el bastión de los grandes cultivos

y de los métodos modernos de abonado y de mecanización sin

poder por ello escapar a las consecuencias de la profunda caí-

da del precio de los cereales. Como más adelante se verá, esos

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arrendatarios serían definitivamente salvados por la interven-

ción del Estado y la creación del O.N.I.C. (Office National

Interproffessionnel des Cereales) en 1936: como no eran pro-pietarios no tenían otra opción.

Los grandes propietarios, por el contrario, tenían la posi-

bilidad de acogerse a la vía «tradicionalista» o de volver a ella

en el caso de que hubieran intentado sin éxito la aventura de

la explotación directa. Esta segunda solución prevaleció entre

numerosos nobles «legitimistas», quienes, expulsados del po-

der en 1830, habían rechazado todo compromiso con la nue-

va mayoría y se habían retirado a sus tierras.

Se vio entonces a los señores (chátelains) del Oeste reorga-nizar y racionalizar la explotación de sus tierras con vista aconservar, regularizar y, en la medida de lo posible, aumen-

tar la «renta fundiaria». Sus tierras fueron divididas en explo-

taciones de tamaño medio, cada una de ellas cedida a un arren-

datario o aparcero con su familia. Al mismo tiempo, se inten-

tó mantener sobre las áreas rurales toda la mano de obra po-sible, instalándola, por ejemplo, en borderies (especie de al-querías).

Este sistema exigía una gestión muy delicada. No conve-

nía que la renta representase una parte excesiva del produc-

to, ya que el descontento social podría comportar el riesgo deprovocar una desestabilización. Tampoco convenía impulsar

una modernización excesiva de las explotaciones sin el pretex-

to de aumentar el volumen de la renta: el riesgo sería que el

arrendatario, contaminado por ideas de progreso y corrompi-

do por una vida demasiado holgada, tomase gusto por la li-bertad y tratase de liberarse de la sumisión tradicional.

A) El sindicalismo de los «hobereaux»

Los grandes propietarios supieron encontrar los medios para

perpetuar el sistema, concibiendo una articulación minuciosa

de las poblaciones agrícolas que controlaban. Y esta articula-

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ción se vería reforzada y sistematizada aún más cuando el ad-

venimiento de la Tercera Republica vino a amenazar de ma-nera directa el orden de ese mundo que mantenía sus privile-

gios. La «Sociedad de Agricultores de Francia» (fundada en

1867), centro de reflexión y puesto de mando de los grandes

propietarios, comprendió que el mejor medio para conservar

su poder era adelantarse a los republicanos y organizar el sin-dicalismo agrario. La ley de sindicatos fue promulgada en 1884

y en 1885 la Sociedad de Agricultores de Francia había ya crea-

do el «Sindicato Central de Agricultores de Francia» y más ade-

lante la «Unión Central de Sindicatos Agrarios», que en 1902

integraba ya a 21 uniones regionales y 1.250 sindicatos locales

(Coulomb y Nallet, 1980, p. 14}.

Este sindicalismo de los «hobereaux» (término que hace re-

ferencia a la baja nobleza propietaria de tierras) debía buena

parte de su eficacia a su cohesión ideológica. En efecto, esta-

ba impregnado de la utopía contra-revolucionaria del primercatolicismo social, el del período de juventud de A. de Mun

y de sus primeros compañeros. Es por otra parte significativo

el hecho de que A. de Mun, la Tour du Pin y gran parte de

sus discípulos procediesen precisamente de esta clase de gran-

des terratenientes nobles. Pero mientras que gran parte de ese

movimiento, con A. de Mun a la cabeza, se plegaba ante las

realidades del mundo moderno, industrial y urbano, evolu-

cionando hacia una adhesión a la República, hacia una acep-

tación de la democracia y de la necesidad de un sindicalismo

obrero autónomo, y preparando el nacimiento de la democraciacristiana, la corriente «agrarista», en cambio, continuó fiel a

los ideales originarios.El orden social cristiano que habían soñado los fundado-

res, reconstitución ideal de una Edad Media de leyenda, erauna especie de anarquismo piadoso: la sociedad civil que segobierna a sí misma organizándose según la jerarquía de gru-pos «naturales^> (es decir, los grupos reconocidos como tales porel catolicismo tradicionalista, a saber: la familia, la aldea, etc.... y en el ámbito económico, el grupo profesional). Cada uno

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de estos grupos sociales debía ser dirigido por el jefe que Diosle había dado: la familia por el padre, la nación por el rey,

el grupo profesional por el patrón. Así, en particular, el con-

junto de la vida económica debía ser conducido por una je-

rarquía de organizaciones profesionales organizadas en «cor-

poraciones>. En la «corporación», todos los participantes en

la producción, patronos y empleados diversos, debían conci-

liar sus intereses según la justicia, lo que debía excluir el ries-

go de la lucha de clases.

Como se sabe, este «corporativismo» tuvo también descen-

dencia: bastó con sustituir al «rey» prudente y bien asesoradode Maurras por un dictador y un Estado autoritario, para de-

sembocar en el fascismo de Vichy en 1940.Pero si los primeros promotores de este movimiento lo aban-

donaron poco a poco para adherirse a la democracia como el

sistema mejor adaptado a la gestión de una sociedad capita-

lista moderna, la idea del «orden social cristiano» convenía per-

fectamente a los intereses de la aristocracia terrateniente. Es-

te ideal le proporcionaba el modelo de una sociedad rural uni-

ficada en una totalidad orgánica, que se beneficiaba de la di-

rección ilustrada y de la firme abnegación de sus jefes natura-

les, los grandes propietarios; allí cada individuo debía ocu-

par su lugar, en su aldea, cumpliendo los deberes de su estado

con la ayuda del cura, sometidos todos ellos a los objetivos de

la comunidad y siendo todos ellos de utilidad para su perpe-

tuación. La comunidad necesitaba a cada uno de sus hijos,

por muy humildes que fueran, y no era pues cuestión de per-

mitir que los obreros agrícolas se marchasen a la ciudad, ni

de que la industria se instalase en los campos católicos.

Anti-estatal por principio, este modelo justificaba su re-

chazo a toda intervención del despreciado Estado republica-

no, ya se tratase de la escuela pública o de las medidas de po-

lítica agraria.Pero este sindicalismo agrario de «unión de clases», de

«unión para la vida», según la vigorosa fórmula de uno de susdirigentes, H. de Rocquigny (Coulomb y Nallet, 1980, p. 15),

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no podía encerrarse en tareas puramente espirituales. Los cam-pesinos eran materialistas y había que atraerlos con ventajaspalpables.

Cada pueblo tuvo por consiguiente su sindicato boutique,

que permitía el aprovisionamiento de los agricultores a pre-

cios muy favorables. Más adelante, se separaron las funciones

propiamente sindicales y las funciones técnico-económicas de

las organizaciones, adoptando las segundas la forma de socie-

dades cooperativas. Pero estos dos tipos de organismos se man-

tuvieron siempre ligados a las estructuras locales, incluso des-

pués de su agrupación en confederaciones cada vez más am-

plias, provinciales, regionales y nacionales. Este sistema de ar-ticulación permitfa excluir la representación directa de los agri-

cultores de base: cada agricultor sólo podía integrarse direc-

tamente en el sindicato de su pueblo, pero no en la cooperati-

va comarcal, ya que tenía que hacerlo a través del sindicato

local, que actuaba como una sucursal de aquélla (Coulomby Nallet, 1980, p. 15).

Los partidarios de este corporativismo aristocrático habían

soñado con una especie de contra-sociedad rural, que viviese

replegada sobre sí misma, cerrada a las influencias de la ciu-

dad, de la República, de la sociedad «laica». Incluso llegaron

a creer en algún momento que habían conseguido crearla y

hacerla funcionar, al menos en los sólidos bastiones del Oeste

y en alguna que otra provincia fuertemente católica como Avey-ron.

En todo caso, crearon en estos lugares una estructura polí-tica amplia y diversificada que se perpetuaría y que tendría

un día gran influencia sobre el desarrollo agrícola del país.

Hay que destacar que estas regiones católicas eran ya por ex-

celencia las que habían desarrollado las producciones anima-

les, claves de la agricultura intensiva moderna.

Pero al mismo tiempo, estos grupos limitaron la importan-

cia de su acción económica. Su limitada opción se expresaba

de forma clara en su peculiar organización del crédito agra-

rio: promovieron por doquier la creación de mutuas de crédi-

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to, reagrupándolas a nivel nacional en uná «Caja Central delCrédito Agrario», pero la «rue de d'Athénes» (2) se negó a re-currir a las dotaciones públicas, únicas capaces de consolidary desarrollar unos circuitos adecuados de financiación. El «cré-

dito libre», como decían con orgullo, era un crédito débil.S. Berger aporta un excelente ejemplo de esta prudencia

en materia económica con el Office Central de Landerneau,

denominado con frecuencia «la cooperativa de los Duques».Ella concluye (Berger, 1975, p. 119 s.): «El Office Central nointentó trastocar las relaciones existentes entre la agriculturay los consumidores, o entre la agricultura y la industria (...).Para salir de su estrecho papel de intermediario, el Office ha-

bría tenido que imponer una disciplina comercial y establecerdistinciones entre diferentes categorías de productores. Unapolítica semejante habría perturbado el equilibrio interno delos campos (...). Para proteger las explotaciones tradicionalesy preservar la armonía que reinaba entre ellas, el Office limi-

tó voluntariamente su papel comercial». Se trataba, en suma,de facilitar la vida de las explotaciones tal y como estaban,y no de cambiarlas ni de incitarlas a la modernización.

Como se ve, la política económica prudente y conservado-ra del corporativismo aristocrático, al tiempo que preservabalos intereses de clase de sus promotores, estaba perfectamenteadaptada al tipo de desarrollo económico del país y al lugarque en él ocupaba el mundo agrario.

El crecimiento industrial limitado y el escaso dinamismodemográfico (la importancia de este factor es subrayada porRuttan, 1978) hacían que los mercados nacionales de produc-tos agrarios estuviesen poco integrados y estructurados. Exis-

tía en todo el país un mosaico de mercados locales, concen-trando en París la única gran masa urbana. A las pequeñascantidades de excedentes comercializados por la inmensa ma-yoría de los agricultores correspondía una multitud de peque-

(2) En la rue d'Athénes se encontraba el edificio que albergaba la So-ciedad de Agricultores de Francia y las organizaciones por ella controladas.

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ños recolectores, expedidores, mayoristas, transformadores, querecogían, como hormigas, las enormes masas de alimentos paraser reunidas en los mercados de les Halles y la Villette.

Esta estructura de transformación y de comercialización

era tan coherente, tan adecuada a la de la producción, que

resultaba vano pretender modificarla. Esto es lo que revela di-

vinamente el fracaso de la experiencia del Plateau Central en

el Aveyron. La aristocracia terrateniente de esta región, par-

ticularmente dinámica, había sido de las primeras en organi-

zar a los campesinos católicos «bajo su influencia» en sindica-

tos, mutuas de seguros y de crédito, cooperativas de consumo.

Desde el principio del siglo, y sobre todo después de la Pri-

mera Guerra Mundial, esta élite modernista creyó que había

llegado el momento de crear una vasta empresa agro-industrial,

fundada, por un lado, en una gran quesería (no cooperativa,

hay que señalarlo), destinada a suplantar la potente Societé

de Roquefort y, por otro, en un matadero ultra-moderno «a

la americana», destinado a proveer una importante empresade exportación de carne (Romeas, 1982). Este proyecto, su-

mamente audaz y que anuncia de manera sorprendente lo que

será la agro-industria que se'desarrollaría a partir de los años

sesenta, estaba completamente inadaptado al estado del sec-

tor productivo, así como a las estructuras y a las necesidadesdel mercado. Además, se apoyaba en los recursos iinancieros

demasiado escasos del ya citado «crédito libre» existente en la

provincia. En 1930, después de tener que recurrir de forma

humillante a la ayuda del Estado, que por otra parte la mayo-

ría parlamentaria radical rechazó, el grupo tuvo que decla-

rarse en quiebra, tragándose el ahorro de su base campesina.

B) La acción de los republicanos

La corriente republicana, a pesar de ir con veinte años de

retraso e inspirarse en principios casi opuestos a los de la co-

rriente tradicionalista, supo también implantarse en el mun-

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do agrícola francés e influir de forma duradera en sus com-

portamientos.Creando cooperativas democráticas de agricultores basa-

das en la adhesión individual, la corriente republicana pre-

tendía luchar contra la influencia de los grandes propietarios.

Los iniciadores y animadores de esta corriente eran general-

mente las personas elegidas en las elecciones políticas, localesy provinciales, pero también con frecuencia los maestros de

escuela y los «profesores de agricultura» (convertidos en 1912

en Directores de Servicios Agrícolas).A1 final del siglo pasado, el conjunto de organizaciones agra-

rias promovidas por los republicanos (cooperativas, cajas de

crédito, mutuas y sindicatos) se unieron para formar la po-

tente «Federación Nacional de la Mutualidad y del Crédito»,

ubicada en el boulevard de Saint-Germain. .

De hecho, fundadas no sobre la base de las comunidades

locales sino sobre la adhesión individual de los agricultores,

las organizaciones republicanas integraban frecuentemente a

los agricultores más dinámicos y más introducidos en el mer-

cado. Fueron también estas organizaciones las que dieron a

la agricultura francesa una potente estructura de crédito agrí-

cola apoyado y financiado por el Estado, que más tarde se con-

vertiría en el auténtico instrumento de financiación de una mo-

dernización acelerada.Como lo muestran P. Coulomb y H. Nallet (Coulomb y

Nallet, 1980, pp. 15-16), el «sindicalismo de los duques» y el

«cooperativismo republicano», aunque antagónicos, propor-cionaron cada uno de ellos la parte correspondiente de los rasgos

que caracterizan hoy en dfa al mundo agrícola francés, reuni-

ficado desde hace ya mucho tiempo: el primero aportó al sin-

dicalismo moderno de la F.N.S.E.A. su estructura vertical y

jerarquizada, basada en el sindicato local; el segundo dio lu-

gar al movimiento cooperativo de estructura horizontal, fun-

dado sobre la explotación agraria en tanto que unidad econó-

mica.Hay que tener en cuenta, además, que, desde sus oríge-

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nes, las dos organizaciones citadas, a pesar de su hostilidad

recíproca, estaban de acuerdo en dos puntos esenciales: el re-

chazo del éxodo rural y el apoyo a una política de proteccio-

nismo moderado, es decir, a lo que se denominaba el «meli-

nismo». Ambas, en efecto, se combatían duramente en el pla-

no político, pero no matenían competencia en el terreno eco-nómico.

Este pluralismo de las organizaciones agrarias correspon-

día finalmente a la complejidad de la estructura social del mun-

do agrícola francés, tal como la hemos expresado en páginas

anteriores, y a la pluralidad «admitida» de formas de organi-zación de la producción y de tipos de explotación.

Los mercados, como hemos visto, continuaban estando poco

integrados y generalmente poco saturados: se limitaban al

autoabastecimiento de la mayor parte de los productos, lo que

imponía a los mercados franceses unos condicionamientos mu-

cho más débiles que los que existían en países exportadores,

como Dinamarca o los Países Bajos, en los que la producción

agraria equivalía a dos o tres veces el volumen de las necesida-

des interiores. En los mercados franceses, pues, no era necesa-

ria la intervención directa del Estado. El proteccionismo mo-

derado instaurado por Meline fue suficiente, hasta la Primera

Guerra Mundial, para mantener los precios de casi todos los

productos a un nivel relativamente estable y remunerador, y

para proporcionar condiciones suficientes para la superviven-

cia de todos los tipos de explotaciones, funcionando cada unade ellas según sus propias reglas y teniendo sus propios objeti-

vos de renta y de tipo de vida.

Paradójicamente, como ya se ha señalado, eran las gran-des explotaciones «capitalistas» y la gran propiedad las que seadaptaban peor a este estado de cosas, si bien su retroceso eradebido más a una «desinversión» y a una búsqueda de mayorrentabilidad de sus capitales fuera de la agricultura que a unaverdadera quiebra económica.

En todo caso, el sistema social no había tenido aún que

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elegir un modelo determinado de explotación, ni hacer de élel objetivo de una determinada política agraria.

3. Las etapas de constitución de la política agrariamoderna

Pero, naturalmente, la estabilización del mundo agrario

francés no podía ser perfecta ni deiinitiva. El éxodo rural, an-

te todo el de los obreros sin tierra y el de los más pequeños

agricultores, proseguía lentamente. Periódicamente, las crisis

afectaban a la agricultura y exigían el desarrollo de una polí-tica cada vez más intervencionista. Y como lo veremos, cada

nueva intervención de la política agraria suscitaba la apari-

ción de nuevas organizaciones, que se convertían a la vez en

interlocutores del Estado, en canales de la intervención políti-

ca y en órganos de su ejecución.

A) El a^irendizaje de la regulación estatal: laconstitución del KMidi Viticole»

La «gran crisis vitícola» que se declaró a principios del pre-

sente siglo atrae particularmente nuestra atención. Por pri-mera vez, un mercado agrícola francés se saturaba. La super-

producción de vino de consumo corriente se convertía en es-

tructural.

La situación no tenía precedentes y era tanto más grave

cuanto que afectaba a una región entera para la que la viti-cultura era la única producción agrícola. Se conocen bastan-

te bien los episodios, hoy casi legendarios, del «levantamiento»

de 1907. Aunque el movimiento reagrupase unánimemente a

todas las clases de la sociedad local y, en todo caso, a todas

las categorías de viticultores, pequeños y grandes propietarios,

arrendatarios o asalariados, fue principalmente articulado por

la izquierda y sobre todo -de ahí su aspecto novedoso- por

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la izquierda socialista, convertida desde hacía tiempo en la de-fensora de la pequeña agricultura «trabajadora».

Durante su desarrollo, este movimiento popular, incluso

y sobre todo en los momentos de mayor violencia, no se mani-

festó más que como un llamamiento al Estado. Los viticulto-

res no tenían programa: según ellos, eso era «asunto del go-

bierno» (Barral, 1968, p. 101). De hecho, se tomaron rápida-

mente medidas legislativas, tendentes a controlar la cantidad

de vino comercializada: medidas contra el fraude, azucara-

do, declaración obligatoria de las cosechas ...

A1 mismo tiempo, se constituyó la «Confederación Gene-

ral de los Viticultores del Midi«, así como una red de coopera-

tivas que garantizaban la vinificación y, con frecuencia, el al-macenamiento y la venta del vino, con vistas a combatir las

prácticas monopolísticas de los negociantes meridionales y pa-

risinos.

Todas estas organizaciones se desarrollaron con el estímu-

lo y la ayuda de la Administración para servir de apoyo a unapolítica dirigista y protectora, formulada en un conjunto de

textos legislativos que constituyeron al cabo de los años un ver-

dadero «código del vino».

Así pues, la saturación del mercado había obligado, porprimera vez, a las autoridades centrales a asumir la gestióndel mismo, apoyándose en una pirámide de organizaciones pro-fesionales, en gran medida promovidas por los propios pode-res públicos. Nos encontramos, por tanto, con una situaciónbastante similar a la impuesta casi cuarenta años antes por elvoluntarismo exportador de la política agraria danesa.

Pero existía una diferencia importante: en 1910, el vino

de consumo corriente era en Francia un producto de uso ex-

clusivamente interior, no exportable. Esta primera gran ex-

periencia de gestión de un mercado adquiría, por ello, un ca-

rácter conservador y maltusiano, que determinaría de formaduradera la polftica agraria francesa en otras ramas de la pro-

ducción. Ningún intento de reconversión de la agricultura re-

gional hacia otras producciones más rentables fue planteado.

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La producción de vino, incluso sin la existencia de un mer^a-

do, era reconocida como «legítima», y el Estado se compro-metía a garantizar su perpetuación. Así, se constituyó la es-

tructura económica compleja denominada Midi i^iticole, que

ha perdurado hasta nuestros días, siendo causa de grandes di-

ficultades para los gobiernos sucesivos (Lacombe, 1981).

Resuelta la primera crisis, la situación de la viticultura sevolvió bastante próspera. La Gran Guerra le había sido favo-

rable, al inculcar en los reclutas de todas las regiones el hábi-

to y el gusto por el «tintorro» (3). Pero en los años de posgue-

rra reapareció el problema de superproducción. Para hacerle

frente, se elaboró minuciosamente, entre 1930 y 1935, un «es-

tatuto del vino» que sistematizaría y reforzaría los trámites para

la regulación del mercado. Este sistema se mantendría en vi-

gor hasta la adopción en 1970 del reglamento vitícola del Mer-

cado Común Europeo.

B) El Estado y la economía alimenticia de guerra

La «Primera Guerra Mundial» fue la segunda etapa esen-

cial en el aprendizaje que tuvo que hacer el Estado francés de

una política agraria cada vez más intervencionista. Francia se

había preparado para una guerra de unas semanas y, al cabo

de algunos meses, se vio claramente que su agricultura «pro-

tegida» no estaba en condiciones de garantizar el abastecimiento

del país en una guerra prolongada. Como se ha señalado, esta

agricultura se basaba en la existencia de mano de obra abun-dante que la movilización para la guerra estaba reduciendo,

mientras que su nivel de desarrollo técnico no permitía un in-

cremento rápido de la productividad.

(3) Es interesante precisar que la guerra de Argelia produciría el mis-mo efecto estimulante en el consumo de cerveza, precipitándose el declivedel Midi Vitfcole.

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La invasión alemana privó, además, al país de la produc-

ción agraria de las regiones del Norte, de Picardía y del Bas-sin parisino, que eran las que tenían las mejores tierras de tri-

go y de remolacha azucarera.

El gobierno tuvo, en consecuencia, que reorganizar la pro-

ducción, utilizar trabajadores extranjeros y ampliar la super-

iicie de tierras en cultivo. Se creó un organismo administrati-

vo para el Aprovisionamiento, facultado para distribuir los pro-

ductos, para importar e incluso para requisarlos. Se controla-

ron los mercados, y algunos productos, tales como el trigo yla carne, fueron gravados. En la práctica, la gestión fue bas-

tante eficaz, pues solamente hubo necesidad de establecer el

racionamiento para el azúcar y más tarde para el pan, mien-

tras que el aumento de los precios alimenticios siguió el ritmo

general de la inflación. Pero, evidentemente, este resultado

sólo pudo alcanzarse al precio de sacriiicar gran parte de los

capitales invertidos desde hacía cincuenta años en el extranje-ro: el modelo de desarrollo del capitalismo francés desembo-

caba, pues, en un fracaso.A partir de ese período, mentes lúcidas comprendieron que

este fracaso, entre otras consecuencias, exigiría tarde o tem-

prano un cambio completo de política agraria (Gervais et al.,

1976, p. 54 s. y p. 549 s.). En plena guerra, por ejemplo, Cle-

menceau preconizaba ya la mecanización masiva «a la ameri-

cana», mientras que Meline, desmintiendo una vez más su re-

putación de enemigo del progreso, presentaba junto con Ray-

mond Poincaré un proyecto de ley orientado a reorganizar la

selección bovina bajo control del Estado.

Las disposiciones de este proyecto, muy innovadoras pero

sin relación alguria con el estado de la agricultura de la épo-

ca, anunciaban ya en muchos de sus puntos la gran ley de la

ganadería de 1966 (Coulomb, Nallet y Servolin, 1977, p. 232

s.).

Sin embargo, la mayor parte de la opinión agrícola, en laeuforia de la posguerra, creyó posible volver al viejo sistemabasado a la vez en el proteccionismo y el «liberalismo», es de-

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cir, en la no intervención del Estado en los «asuntos internos»del mundo agrícola. Pero, evidentemente, no hubo vuelta atrás,y el Estado continuó ocupándose, más directamente que an-tes de la guerra, del desarrollo de la producción y del equili-

brio de los mercados. En esa época se crearon las CámarasAgrarias (leyes de 1919 y 1924), que eran reconocidas oficial-mente como representantes de la agricultura ante el Estadoen cada provincia (y como tales, elegidas por sufragio univer-sal por los agricultures) y, al mismo tiempo, como canales pa-ra la ejecución de la política estatal (y como tales también in-vestidas del derecho a recaudar de los agricultoreŭ tasas para-fiscales). Esa fue la ocasión para llevar a cabo una distinciónfundamental entre estas instancias profesionales y las instan-cias propiamente políticas. En la misma época, el gobierno ha-

bía intentado entregar la responsabilidad del desarrollo téc-nico agrícola a unos offices agricoles provinciales en los quedebían participar los representantes de los Conseils Generaux.

La experiencia fracasó y las Cámaras Agrarias asumieron

las tareas de estos otros organismos. A1 mismo tiempo, los par-lamentarios habían rechazado el proyecto de que las CámarasAgrarias se pudiesen reagrupar a escala nacional, ya que te-mían que una Cámara Nacional pretendiese cónvertirse en ipar-lamento rivall. Su precaución fue vana, puesto que los presi-dentes de las Cámaras constituyeron enseguida una «asambleapermanente» oficiosa, que más tarde sería reconocida oficial-mente. Sus temores también eran vanos, ya que el tipo de re-presentación de las Cámaras Agrarias no invadía, en absolu-to, la función propiamente parlamentaria.

Las tareas de la reconstrucción agrícola exigían del Esta-do funciones de coordinación y de programación (Barral, 1968,p. 209). Este intervencionismo más directo implicaba el desa-rrollo y el fortalecimiento de las propias organizaciones profe-

sionales, por lo que las dos viejas centrales de la rue d'Athénes

y el boulevard Saint-Germain se vieron perturbadas por nu-

merosas corrientes de pensamiento.Fue ante todo el corporativismo aristocrático el que más

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tuvo que sufrir los efectos de estas nuevas evoluciones, hasta

el punto de conducirle a su decadencia y a su extinción histó-

rica. Paradójicamente, sus más peligrosos enemigos no eran

los que le atacaban de frente, es decir, los partidos de izquier-

da, socialistas y comunistas, que denunciaban la armonía mi-

tificadora de la «Corporación Ideal» y se esforzaban por arti-

cular a los explotados del mundo agrícola, es decir, a los obreros

y pequeños campesinos aparceros e incluso a los pequeños pro-

pietarios. Esta base social, sin embargo, se iba reduciendo rá-

pidamente, ya que gran número de sus miembros se marcha-

ban hacia el mundo urbano e industrial.

El peligro más grave para el corporativismo aristocrático

surgió de los propios bastiones del campesinado «piadoso» so-

bre el cual se había fundado su poder. A partir de los años

de posguerra, las ideas de la democracia cristiana se difundie-

ron rápidamente en sus filas por mediación de numerosos cu-

ras «progresistas». Así, nacieron una «Federación de Sindica-

tos Campesinos» y una «Liga Campesina del Oeste», que agru-

paban, según la expresión de la época, a los «cultivadores que

cultivan» (cultivateurs cultivants), organizados independien-

temente de los propietarios nobles, es decir, en la práctica, en

contra suya. Este primer intento fue abortado en 1930 por el

«sindicato de los duques», apoyado por la jerarquía eclesiásti-

ca. Pero su importancia radica en haber introducido la idea

de un sindicato que agrupase de forma exclusiva a los agricul-

tores directos, excluyendo tanto a los propietarios como a los

asalariados.

Esta nueva concepción, según la cual los agricultores di-

rectos tenían, como tales, unos intereses propios que debían

de defender ellos mismos, progresaba también por otras vías.Así, por ejemplo, desde antes de la guerra, la citada crisis vi-

tícola había hecho que nacieran organizaciones li ŭadas a una

determinada rama productiva, con el objetivo de velar por el

equilibrio de los mercados y por las relaciones con los inter-

mediarios negociantes.

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C) La función directiva en la gestión delos mercados: el O. N.I. C.

Después de la guerra, estas «organizaciones especializadas»

se multiplicaron, y antes de 1930 cada producción tenía la su-ya. Como era de esperar, los productores de remolacha azu-

carera o de trigo, dirigidos por los agricultores del Bassin pa-

risino, ricos e influyentes, cuyos problemas de producción, de

transformación y de comercialización eran de relativa simpli-

cidad técnica, se dotaron con bastante facilidad de una orga-nización sólida y disciplinada. Las cosas fueron, sin embargo,

más complicadas entre la masa heterogénea de los producto-

res de leche o de carne: solamente a partir de la Segunda Guerra

Mundial las organizaciones «especializadas» en estos produc-

tos pudieron alcanzar su verdadero auge, es decir, a partir delmomento en que los propios ganaderos comenzaron «a espe-

cializarse».

Con estas asociaciones especializadas, aparecieron nuevas

tendencias en el conjunto de la «profesión agrícola»: comien-

zan a preocupar muchísimo más los problemas técnicos y eco-nómicos que los debates éticos y religiosos. Ya no era cuestión

de construir el Reino de Dios en el carnpo ni de parapetarse

contra el «coco» republicano. Los agricultores necesitaban mu-

cho la ayuda del Estado, especialmente después del estallido

de la crisis de 1929. Las «asociaciones especializadas» supie-ron hacerse escuchar con eficacia, ya fuese dirigiéndose direc-

tamente al gobierno y a la Administración, como recurriendo

a la vía, muy importante en la época, de la acción sobre y a

través de los parlamentarios.

A partir del período de entreguerras, los remolacheros ad-

quirieron de esa forma su reputación un tanto mítica de ma-

nipuladores políticos infalibles, y se convirtieron posteriormente

en un ejemplo típico (a decir verdad, no demasiado compro-

metedor) de «grupo de presión», dedicándose al estudio de los

problemas relacionados con su rama productiva, al tiempo que

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detestaban a los alumnos de la E.N:A. (Ecole Nationale d'Agro-

nomie).

La crisis de 1929, a su vez, amplió aún más el área de in-

tervención del Estado, incluyendo en ella a los cereales, la más

importante de todas las producciones agrícolas.

Después del hundimiento de los precios del trigo en 1930,

se creyó que era posible, para hacer frente al problema plan-

teado, limitarse con recurrir a la vieja receta proteccionista

y prohibir las importaciones. Pero esta vez, la receta fue ino-

perante, ya que el problema se situaba dentro de las propias

fronteras nacionales: por primera vez, el mercado del trigo es-

taba saturado y la producción nacional (incluida la del Nórtede Africa) excedía las posibilidades del mercado, reducidas ade-

más por la crisis.

Se necesitaron varios años para instaurar una política de

regulación de la producción y del mercado de cereales (Ba-

rral, 1968, p. 229 s.). A los grandes productores del Bassin pa-

risino les repugnaba profundamente el abandono del libera-

lismo económico. Tuvieron que ir cediendo poco a poco, y tu-

vieron que admitir que la «sobreproducción» se había hecho

permanente, viéndose obligados desde antes de la guerra a re-

conocer que la creación del O.N.I.C. en 1936, obra del de-nostado Frente Popular al que habían combatido encarniza-

damente porque veían en él el preludio de la bolchevización

de la agricultura, les traía deiinitivamente la estabilidad y la

prosperidad.

Por otro lado, todas las empresas económicas creadas porel agrarismo conservador y que éste había querido preservar

de toda mancha «estatal»: cooperativas, mutuas y cajas de cré-

dito «libre», fueron duramente afectadas por la crisis. En to-

das partes, el llamamiento al Estado aparecía como el único

recurso.

En este ambiente es donde hay que situarse para interpre-

tar la súbita popularidad que adquirió, durante los diez años

que preceden a la Segunda Guerra Mundial, la consigna «cor-

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porativista» entre los diferentes componentes del mundo agrí-

cola.

Evidentemente, existió un fuerte impulso procedente del

exterior; ante la quiebra aparentemente sin remedio del capi-

talismo «liberal», en las clases dirigentes se estaba a la búsqueda

de soluciones que permitieran evitar la caída de la sociedad

en el bolchevismo. Algunos intelectuales se implicaron en elasunto y elaboraron una nueva versión del viejo corporativis-

mo de A. de Mun, más adaptada a la sociedad industrial, mez-

clando las enseñanzas de las encíclicas «sociales» de los últi-

mos papas con una visión sumamente idealizada del régimen

musoliniano, incluso del salazarismo. Se creía tener en el nue-

vo corporativismo una alternativa global: se organizaría la so-

ciedad en una pirámide de corporaciones por ramas de activi-

dad, en el seno de las cuales la conciliación obligatoria de los

diversos «interlocutores sociales^> (jpor emplear un término ana-

crónico!) mediante el arbitraje de un «Estado fuerte» haría im-perar el reino de los precios justos, de los salarios equitativos

y de los beneficios legítimos, que el cristianismo social y la Igle-

sia postulaban como objetivos no incompatibles. Este sistema

permitiría a la vez acabar con la anarquía del capitalismo in-

controlado y licenciar a la democracia parlamentaria, cuyademagogia, desorden e incompetencia eran consideradas, en

buena parte, como responsables del desastre (Hairy y Perraud,

1980, p. 5 s.).

El mundo agrario asimiló la idea de una organización «cor-

porativista» de la agricultura con tal unanimidad que las or-

ganizaciones de izquierda ubicadas en boulevurd Saint-Gernzain

tuvieron también que adherirse a ella, aunque fuera con sor-

dina. Como siempre, la unanimidad recubría muchas diver-gencias.

El viejo aparato de dirigentes aristocráticos podía ver en

este sistema corporativo la perpetuación de su ideal particula-

rista y la conservación de sus bastiones del Oeste católico, pe-

ro había surgido en el seno de esta opción una nueva genera-

ción de dirigentes que iba sustituyendo poco a poco a la anti-

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gua élite. Los nuevos dirigentes representaban más bien al es-

trato de los grandes agricultores, la «burguesía campesina»,

mucho más modernos que aquéllos, muy centrados en los pro-

blemas económicos y afectados muy directamente por la cri-

sis.Su «corporativismo» no era defensivo como el antiguo, si-

no que buscaban el contacto con el Estado, y reivindi ŭaban

colaborar en la determinación de la política agraria. Pero es-

tos nuevos corporativistas pretendían también ocuparse ellos

mismos de sus propios asuntos y asegurar, según su propia con-

cepción, la aplicación y la administración de las medidas de

política agraria que les concernían. Exigían, pues, la ayudadel Estado, pero rechazaban que el Estado decidiera la forma

en que esta ayuda debía ser utilizada: a lo sumo, sólo conce-

dían al Estado un derecho de arbitraje y de control.

Sobre estos temas, la opinión de los pequeños y medianos

agricultores no era muy diferente. Compartían con aquéllos

esa actitud típica, que parece paradójica e ilógica, de recurrir

constantemente a la ayuda del Estado, reivindicada como un

dereclío, y, al mismo tiempo, de exaltar su cualidad de pe-

queños patronos libres y autónomos, despreciando y odiando

de modo manifiesto al propio Estado y a sus funcionarios. Aún

hoy, estos sentimientos contradictorios se expresan en el reciente

libro de M. Debatisse, Le ^iroyet paysan (M. Debatisse, 1983)

con una nitidez, una virulencia y una grosería que sorpren-

den en un hombre de su talla y experiencia, y para colmo ian-

tiguo Secretario de Estado!La gran masa de campesinos del período de entreguerras

fue seducida también por la moda antiparlamentaria de la épo-

ca. Pero éstos se negaron a seguir a los que pretendían enro-

larlos en los movimientos políticos claramente fascistas.En suma, el tema corporativista permitió al campesinado,

en su conjunto, reflexionar sobre ŭuáles debían ser sus rela-

ciones con una política agraria que necesariamente se hacía

cada vez más intervencionista. Ello no significó, sin embargo,

que este campesinado se adhiriese a las ideologías totalitarias

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de los pensadores del movimiento, tales como Louis Salleron,

ni tampoco que estuviese masivamente a favor de la izquierda

cuando ésta aprobaba las medidas adoptadas por el Frente Po-

pular.

D) La unificación de la Profesión y su integración

en la política agraria: la «Cor^ioration Paysanne»

La Segunda Guerra Mundial será un momento de cam-

bios decisivos para la puesta en marcha de un sistema de ges-

tión moderno de la agricultura.

La «divina sorpresa» del Régimen de Vichy, en 1940, de-

jó, al menos en apariencia, el terreno libre a la fracción más

reaccionaria de los dirigentes agrarios, a los más convencidos

adeptos del corporativismo integral. En la práctica, sin em-

bargo, estos corporativistas encontrarían ante ellos, a pesar de

las homilías agraristas un tanto seniles del Mariscal Petain, que

todos citaban a cada paso en el más puro estilo del «culto a

la personalidad», un régimen de un autoritarismo tecnocráti-

co como Francia nunca había conocido. Se puede encontrar

en la obra de I. Boussard, Vichy et la Corporation Paysanne

(Boussard, 1980), los detalles de este enfrentamiento entre un

«estado-mayor» agrario, que creía llegada la hora de ejercer

un poder autónomo y completo sobre todos los aspectos rela-

cionados con la agricultura, y una Administración, que se ha-bía vuelto de pronto muy potente, liberada como estaba de

todo control político, y presa de un verdadero furor de refor-

ma, de modernización y de organización. El Régimen de Vichy

era totalmente favorable a la constitución de la «Corporación

Campesina» (Cor^ioration Paysanne), a la que consideraba el

medio para unificar y racionalizar el desordenado marasmo

de organizaciones sindicales, de cooperativas, de mutuas y de

cajas de crédito heredadas del pasado. También era partida-

rio de situar las sólidas confederaciones preexistentes bajo la

autoridad de un sindicato único «apolítico». Pero todo ello a

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condición de que el conjunto del edificio organizativo estuvie-se coordinado a todos los niveles por comisarios gubernativosy del Ministerio de Agricultura. El «estado-mayor» de la Cor-

poración, la Comisión Nacional, estaba compuesta esencial-mente por los notables más importantes del mundo agrícolaanterior a la guerra: es decir, se encontraban en él represen-

tantes del viejo «agrarismo» aristocrático, tales como su presi-

dente H. de Guébriant, auténtico amo y señor del OfJice Cen-

tral de Landerneau, y muchos (nueve miembros de 28) de losdirigentes de las grandes asociaciones especializadas, tales co-mo A. Pointer, presidente de la Asociación General de Pro-ductores de Trigo (A.G.P.B.). Ni siquiera faltaban dos miem-bros próximos a la «izquierda» del boulevar Saint-Germain

(Boussard, 1980, p. 54 s.). Todos ellos eran, desde antes de

la g^uerra, partidarios convencidos de una u otra versión delcorporativismo.

^Imaginaban que a la Corporación se le concedería el de-recho a dictar las leyes y los reglamentos relativos al mundoagrícola, incluso a establecer y percibir los impuestos que afec-

tasen a los agricultores! En la práctica, sin embargo, y cadavez más, la Corporación se convirtió en un simple intermedia-rio dé la política agraria del Estado: i a partir de 1942, el mi-nistro de Agricultura ocuparía, de hecho, la presidencia de

la Comisión Nacional! Resulta bastante burlesco ver a estos doc-trinarios del antiestatismo convertirse poco a poco en los ges-tores de una política que, impulsada por las dificultades delaprovisionamiento, era la más estatalista de todas las que hansido aplicadas en Francia. J. Le Roy-Ladurie, tal vez el másconvencido de todos ellos, aceptó incluso, durante seis meses,ser ministro de Agricultura.

En suma, pues, la Corporación no representó una rupturaradical con lo que existía anteriormente. De grado o por fuer-za, tuvo que convertirse en auxiliar de la política estatal de

aprovisionamiento, necesariamente muy autoritaria, con suscontroles incesantes, sus requerimientos y entregas obligato-rias. Pero su acción más significativa, su verdadero papel his-

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tórico, fue la puesta en orden, la racionalización y la unifica-

ción de todas las organizaciones agrarias pree^cistentes. En opi-

nión de los campesinos, además, no tuvo aspectos negativos:

la elección directa de los 30.000 delegados locales permitió alcampesinado medio entrar, por vez primera, en los aparatos

profesionales, continuando muchos de ellos su ascenso después

de la guerra (Gervais et al., 1976, p. 448; Wright, 1967,p. 137).

Se puede decir, pues, que las obligaciones contraídas porla guerra hicieron progresar aún más, al amparo de la fraseo-

logía del corporativismo doctrinario, la edificación del dispo-

sitivo de una política agraria moderna. Es de señalar, por otro

lado, que la agricultura fue la única profesión en la que se

llevó a cabo la constitución de una corporación, ya que, a pe-sar de la ideología oficial, no se intentó nada semejante en el

sector industrial.

El sector agrario, en vísperas de una nueva fase de moder-

nización, cuya necesidad era sentida por toda la población des-

de los años anteriores a la segunda guerra mundial, era el únicosector entonces que podía encontrar en la utopía corporativis-

ta algunos principios que correspondieran, al menos superfi-

cialmente, a sus verdaderas necesidades: entre ellos, el de una

organización profesional unificada y estructurada que parti-

cipase en la elaboración y aplicación de la política agraria,en el marco de procedimientos puramente administrativos y

tecnocráticos, sin interferencias del control parlamentario.

E) La ideología de la modernidad y lareconstrucción de la agricultura

Después de la Liberación, la izquierda triunfante no tuvo,

en consecuencia, ningún motivo para querer desmantelar la

estructura corporativista. Muy al contrario, después de haberseparado de los puestos de responsabilidad a los altos dirigen-tes más comprometidos con Vichy, recuperó el carácter uni-

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tario de la estructura profesional creando la «ConfederaciónGeneral de la Agricultura (C.G.A.)».

La C.G.A. excluyó de sus filas a los propietarios que noexplotaban directamente sus tierras, lo cual no hacía sino san-

cionar la desaparición definitiva de la vieja clase de propieta-

rios aristocráticos. Pero en absoluto puso en cuestión el traba-jo de racionalización institucional realizado por la disuelta Cor-

poración. Muy al contrario, lo continuó y lo finalizó, realizandouna separación clara y definitiva entre los «sindicatos» -orga-nizaciones con objetivos ideológicos que tienen por función ladefensa «de los intereses generales» de sus miembros-, y las«organizaciones económicas» - cooperativisino, mutualidad ycrédito- (Gervais et al., 1976, p. 453). En este sentido, la obrarealizada en los dos o tres años posteriores a la terminaciónde la guerra fue considerable: los «estados mayores» fueron re-novados, los temas de la modernización y del progreso técnicofueron objeto de una intensa difusión y las relaciones con la

Administración fueron restauradas. Por su lado, el gobiernorealizó un intenso esfuerzo en favor de la investigación y la di-fusión técnica, y el «estatuto del arrendamiento», del que sevenía hablando desde hacía cincuenta años atrás, salió, porfin, a la luz.

Sin embargo, la vida real de la C.G.A. sería breve, al servíctima del gran giro a la derecha que se produjo al comienzode la guerra fría, pero también, y quizá sobre todo, al ser víc-tima de una concepción superada del mundo agrario que sor-

prende en unos creadores ávidos de modernidad. Sus funda-dores quisieron conservar en la C.G.A. la grandiosa estructu-ra organicista que habían constituido los corporativistas reac-

cionarios, agrupando en un todo armónico a todos los actoresdel mundo agrícola: agricultores pequeños, medianos y gran-des; obreros agrícolas, y técnicos de las organizaciones. No per-

cibieron que semejante forma de organización correspondíaa una estructura social que estaba dejando ya de existir en Fran-

cia. Los terratenientes habían desaparecido en tanto que cla-

se, y los asalariados y campesinos pequeños que se contrata-

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ban como jornaleros comenzaban a desaparecer con gran ra-

pidez. Por su parte, la explotación individual de tamaño «me-dio», forma adecuada de la producción agrícola en las socie-

dades capitalistas desarrolladas, aparecía como la forma do-

minante del sector agrario francés, sobre todo en las ramas

de la producción animal. Por todo ello, la Fédération Natio-

nale des Syndicats des F^ploitants Agricoles (F.N.S.E.A.), que

en el seno de la C.G.A. debía defender los «intereses genera-

les» de este tipo de agricultores, rompió rápidamente la estruc-

tura organicista de esta última, erigiéndose en el corazón y el

animador del conjunto de organizaciones profesionales agra-

rias integradas formalmente en la Confédération Generale.

Por su lado, el Estado salido de la Liberación, amalgaman-

do en su seno a la administración modernista, cuya aparición

había facilitado Vichy, y a los «hombres nuevos» surgidos de

la Resistencia, adoptó sin demora un programa de política

agraria sumamente ambicioso. De una parte, ciertamente, por-

que había que poner fin lo más rápidamente posible a la pe-

nuria alimenticia y a las restricciones, lo que de inmediato exi-

gía poner manos a la obra «a todos los agricultores», a cual-

quier precio, e incitarlos a extraer de sus explotaciones la ma-

yor producción posible.Pero el nuevo programa iba mucho más lejos. Como ya se

había constatado desde el período de entreguerras, el viejo mo-

delo de dearrollo del capitalismo francés, fundado sobre la ex-

pansión internacional, estaba vacío. Los capitales franceses en

el extranjero se habían volatilizado durante la guerra, por lo

que Francia no tenía ya la dimensión imperial necesaria para

la gestión de semejante modelo. En adelante, había que reo-

rientarse hacia la construcción de una economía intensiva en

el territorio nacional, fundada sobre una industria moderna

y potente. Desde esta perspectiva, la agricultura estaba obli-gada a modernizarse para participar también en el necesario

proceso de «expansión». Según el «Plan Monnet», Francia ne-

cesitaba una agricultura que liberase mano de obra y desa-

rrollase su producción «con el fin de satisfacer la demanda in-

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terna y exportar más productos agrícolas, reducir sus precios

de coste y de venta y permitir también el aumento del nivel

de vida de los franceses».

Un intenso movimiento de propaganda en favor del pro-

greso agrícola movilizó entonces a todas las autoridades mo-

rales del país, desde Waldeck Rochet hasta el cardenal Subard

(Barrés et Nallet, 1977). La agricultura se convierte en uno

de los sectores prioritarios de la planificación, sobre todo a par-

tir del Plan Marshall (1948). El Informe General sobre el I Plan

(1946, p. 9) exponía claramente el nuevo proyecto de «cons-

truir una agricultura convenientemente orientada y fuertemen-te equipada que "conciliase" el carácter de los agricultores de

la Europa noroccidental, desarrollada gracias al equipamien-

to de la explotación familiar, con, en algunas regiones, la me-

canización de los grandes cultivos extensivos». Algunos años

más tarde, M. Pflimlin, ministro de Agricultura, precisaba losobjetivos estratégicos: «Esperamos que cuando llegue a expi-

rar el Plan Marshall, en 1952, la agricultura francesa esté no

solamente en condiciones de satisfacer [...] la totalidad de las

necesidades del país, sino también preparada para realizar ex-

portaciones que nos permitan equilibrar nuestra balanza de

pagos [...]. Siguiendo esta política, el gobierno francés tiene

consciencia de no servir solamente al interés nacional, sino tam-

bién al interés de Europa, que necesita productos agrícolas fran-

ceses» (Avis et rapports du Conseil Economique, 1948, citadopor Alphandéry et al., 1980, p. 24).

La segunda de estas citas es particularmente clara sobre

los objetivos de la modernización agrícola: la agricultura fran-

cesa debía ser partícipe activo de la expansión económica y

su campo de expansión privilegiado debía ser Europa: la polí-

tica agraria común encontraría su origen en esta idea. La pri-mera cita indica el tipo de productores agrícolas sobre los que

podía apoyarse esta empresa de modernización, mencionan-

do, con toda naturalidad, al grupo de los grandes cerealistas

y remolacheros del Bassin parisino, que ya estaban adaptados

a las técnicas modernas y no pedían otra cosa que poder utili-

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zar a pleno rendimiento los abonos y las nuevas máquinas ame-

ricanas que el Plan Marshall iba a permitir importar en ma-

sa. A este grupo se le fijaba, en consecuencia, unos objetivos

muy ambiciosos para la producción cerealista, que serían rá-

pidamente alcanzados. A partir de 1953, el aprovisionamien-

to estaba asegurado y pronto aparecerían excedentes exporta-

bles, cada vez de mayor importancia, hasta el punto de con-

vertir a Francia, hace algunos años, en el segundo exportador

mundial de cereales, aunque muy por debajo de Estados Uni-

dos.En cuanto a las restantes producciones, particularmente

las animales, se recomendó explícita y oficialmente la imita-

ción del modelo de explotación implantado bastantes años atrás

en Dinamarca y adoptado posteriormente en otros países delnorte de Europa: Escandinavia, Países Bajos y regiones sep-

tentrionales de Alemania, y luego, bajo una forma diferente,

en Inglaterra y en Estados Unidos.

Esta invocación no era una simple disposición formal: tanto

el Estado como las organizaciones profesionales movilizaron

grandes medios para enviar a centenares de jóvenes agriculto-res a visitar o a realizar cursillos en aquellos países. Fue en esa

época cuando Chombard de Lauwe publicaba, con un prólo-

go de A. Sauvy, su libro Pour une agriculture organzsée (Chom-

bard de Lauwe, 1949), en el que proponía un auténtico plan

tendente a transformar la región de Bretaña en una nueva Di-

namarca, a la cual asemejaba por su superficie y por sus con-

diciones naturales.

Pero la puesta en práctica de las producciones animales

intensivas según el modelo danés no se realizaría ni fácil ni rá-

pidamente. La distancia era demasiado grande entre el mo-delo a seguir y la realidad de las producciones animales tradi-

cionales en Francia. En la gran mayoría de los casos, esta pro-

ducción se basaba en las explotaciones llamadas de polyculture-

elevage, compuestas cada una de ellas de pequeñas granjas no

especializadas: ganado vacuno con múltiples aprovechamien-

tos (leche, carne, trabajo); algunas cerdas madres y cerdos de

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engorde; pollos y gallinas ponedoras..., en coexistencia con nu-

merosas producciones vegetales: cereales y forrajes variados,

hortalizas...

En consecuencia, pronto se tuvo que hacer hincapié en laimportancia de introducir las nuevas técnicas, si bien presen-

tadas en cierto modo como un catálogo de recetas, sin insistir

demasiado en el hecho de que tales técnicas, para que produ-

jeran todos sus efectos, tenían que ser puestas en práctica en

explotaciones de nuevo cuño, lo que conllevaría a la desapari-

ción de las explotaciones demasiado pequeñas, es decir, de las

explotaciones no aptas para la innovación. Esta discreción se

hace más comprensible si se piensa que el objetivo principal,

entonces, era acabar cuanto antes con la escasez de carnes y

de productos lácteos, estimulando a todos los tipos de produc-tores y no sólo a unos pocos.

El nuevo impulso a la producción fue un éxito, puesto que

en menos de cinŭo años se pasó del racionamiento a una pri-

mera crisis de sobreproducción de leche y de carne de vacu-

no: los precios a la producción bajaron entre el 20 y el 40por 100. Como consecuencia de este éxito productivo, se ori-

ginó una crisis que haría entrar a las principales producciones

animales en la era de la agricultura organizada. En el perfec-

cionamiento de la política agraria moderna en Francia que

se produce a partir de este momento, la producción lecherajugó, desde todos los puntos de vista, un papel central y deci-

sivo. De un lado, por su importancia económica: desde 1952,

la leche comenzó a representar el 20 por 100 de los ingresos

totales de la agricultura (Coulomb, Nallet, Servolin, 1977,

p. 247). De otro, por su valor simbólico: aunque los franceses

habían sido desde siempre grandes consumidores de leche, lo

habían hecho en forma de quesos fabricados en casa, hedion-

dos, agusanados, enmohecidos, antihigiénicos, por lo que la

literatura de la Liberación abundaba en textos que apelaban

a la reforma de los hábitos alimenticios, concebida como unareforma de los propios franceses (Alphandéry et al., 1980,

p. 10 s.).

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Existía en el marco del I Plan una «Comisión del Consu-mo y de la Modernización Social (sic)», que recomendaba eldesarrollo del consumo de leche: sólo era meritorio consumir-lo en sus formas frescas, como lo hacían los escandinavos o losamericanos. Esta nueva cultura del consumo lácteo sería efec-tivamente adoptada por la población, sancionando el yogur.

Pero todo ello exigía la creación de una potente industria lác-tea que acondicionara y fabricara los nuevos productos, y la

instauración de una red frigorífica rigurosa y omnipresente;estas exigencias no podían satisfacerse sobre la base de las pe-queñas queserías comarcales y las mantequerías de barrio. Se

dará, pues, un estrecho paralelismo entre el desarrollo de unaindustria láctea (que a menudo formará parte también de ungrupo agroalimentario cooperativo y diversificado), el de uncomercio moderno integrado, y el de un sector productor, es-pecializado y moderno.

Para las explotaciones, el ganado lechero intensivo, a lanórdica, será la prueba y el vehículo de la modernización, y

acabará por convertirse en la producción única en muchos ca-

sos, y la más importante siempre. Este será, en particular, elfactor principal de la metamorfosis económica experimenta-da por las vastas regiones del gran Oeste católico, fuertemen-te especializadas, desde siempre, en las producciones anima-les. Esta metamorfosis será preparada y conducida por el mo-vimiento de la Juventud Agraria Cristiana (J.A.C.).

4. La culminación de la política agraria moderna

A) El ascenso de la ,J. A. C.

La J.A.C. era un movimiento de acción católica de ámbi-

to nacional. Su implantación y sus temas de interés eran nece-

sariamente muy variables según las regiones. En el Oeste, su

acción heredaba con toda naturalidad las tradiciones nacidas

de la ya citada corriente de «izquierdas» del catolicismo social

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que se había desarrollado, como se recordará, entre las dos

guerras para animar al movimiento cultivateurs cultivants.

Aunque este movimiento fue abortado por la jerarquía ecle-

siástica de entonces, que continuó apoyando a los dirigentes

procedentes de la aristocracia terrateniente, sus ideas se ha-

bían mantenido vivas. En los años de guerra y de posguerra,

la J.A.C. de la región dejó pronto de limitarse a los problemas

tradicionales de la espiritualidad y del tiempo libre de los jó-

venes. Todos estos jóvenes católicos, agrupados en torno a sus

también jóvenes aumoniers (consejeros), estaban deseosos de

reflexionar sobre el porvenir de la explotación familiar y so-

bre los medios necesarios para hacer de su condición de agri-

cultores un oficio moderno y razonablemente remunerador,

que dejase de convertirlos en seres aparte, afligidos por «una

facha cómica y un olor de estiércol». Siguiendo los pasos dedirigentes valiosos, tales como R. Colson (Colson, 1976), los

militantes del movimiento reflexionabari sobre las condicio-

nes y los efectos de la modernización, de la mecanización y

de la intensificación de la producción. Por primera vez en la

historia francesa, quizá, una organización verdaderamentecampesina comprendía que el progreso técnico implicaba un

«cambio del modelo de explotación agrícola, es decir, la desa-

parición de gran parte de las explotaciones agrarias existentes

y el éxodo de gran parte de la población rural» (Barrés et al.,

1980, p. 117).De este modo, el catolicismo, que había sido durante tan-

tos años una garantía para la conservación de la sociedad ru-

ral tradicional, de la gran propiedad y de la renta de la tie-

rra, se transformaba, de pronto, en un «potente estimulante

del progreso» (Barrés et al., 1980, p. 116). Todo este proceso

de cambio se hizo sobre la base de una profunda renovación

de los principios religiosos tradicionales, que se enmarcaba en

la renovación teológica que caracterizó a la Iglesia de Francia

en esa misma época. Mientras que la religión fomentada por

la nobleza agraria había incitado al campesino a huir de la

sociedad laica, a refugiarse en la «contra-sociedad» de las je-

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rarquías y de las comunidades tradicionales, la religión de los

«jacistas^>, en cambio, exaltaba el valor del individuo -en tanto

que creación de Dios-, el valor del trabajo -no ya como cas-

tigo, sino como valoración de los dones de Dios- y el valor

de la participación en la vida de la sociedad -entendida co-

mo servicio y amor al prójimo-, como contribución al esta-

blecimiento de una sociedad justa y, por ello, como prepara-ción del advenimiento del reino de Dios.

Un programa de formación de los militantes, a todos losniveles de la jerarquía, constituía el centro de actividad del

movimiento. Se ponía en práctica una pedagogía muy eficaz,

muy concreta y muy activa: preparación para la encuesta, para

la expresión oral y escrita, y para la animación colectiva. Esta

pedagogía se resumía en el célebre eslogan: «Ver, juzgar, ac-tuar». La constatación y la crítica de la situación no tenía pa-

ra la J.A.C. sentido si no era a través de la acción que se desa-rrollase. No habría, pues, problema al que no se le pudieseencontrar una solución práctica.

Desde el final de la guerra surgirían de este contexto, ca-

da vez con más frecuencia, generaciones de «agricultores inte-

lectuales^> de nuevo cuño, expresamente formados para animar

y dirigir su medio. Así, se formaría una nueva élite que

pondrá definitivamente punto final al sistema tradicional de

representación de las clases campesinas por «notables» aristo-

cráticos o burgueses. A partir de entonces, estos agricultores

sabrán, con todo el talento y la habilidad requeridos, repre-

sentarse a sí mismos. Sin embargo, hay que señalar que todoeste movimiento renovador había tenido sus precursores. Es

cierto que la J.A.C., en el período de entreguerras, había for-mado ya a numerosos jóvenes agricultores sobre bases mucho

más religiosas y menos progresistas, que jugarían un impor-

tante papel de transición al comenzar ocupando la estructura

sindical en el momento de las elecciones a la Cor2boration Pay-sanne en 1943 (Coulomb y Nallet, 1980, p. 22). Poco a poco,estos nuevos dirigentes «jacistas» y sus cadetes se prepararon

para heredar el viejo aparato económico y sindical fundado

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antaño por los aristócratas católicos.. Pero lejos de ver en él

la fortaleza de una «contra-sociedad», su catolicismo progre-

sista les conducirá a transformarlo en el órgano de integra-

ción del mundo agrario en la sociedad moderna y en su eco-

nomía. De entre ellos saldría elegido el primer presidente de

la F.N.S.E.A., E. Forget.

Bajo el impulso de la J.A.C., un número no despreciable

de medianos agricultores, jóvenes en su mayor parte, se pro-

pusieron poner en práctica, de forma coherente, el nuevo mo-

delo de intensificación preconizado por las autoridades guber-

namentales y profesionales después de la Liberación. Podemos

encontrar su expresión cualitativa en las estadísticas: se trata-

ba de varios millares de ganaderos que recurrirían, desde el

principio de los años cincuenta, a la inseminación artificial y

al control lechero, que comprarían ordeñadoras mecánicas,

que formarían rebaños de vacas pie-noire seleccionadas, que

renovarían sus pastos y reconstruirían sus establos... (Alphan-

déry et al., 1980, p. 305).También serían los primeros en acudir a los «Centros de

Fstudio de las Técnicas Agrícolas (C.E.T.A.)», que pretendían

lograr de modo colectivo el perfeccionamiento técnico de sus

miembros y la participación activa en la investigación de nue-

vas técnicas y en su puesta en práctica en las condiciones locales.

Estos pioneros, que invinieron mucho en la modernización,

serían los más afectados por el hundimiento brutal de los pre-

cios de los productos animales en 1953 y por la larga crisis con-

siguiente, siendo también los que reaccionarían con mayor vio-

lencia.

B) La generalixación de la gestión de los mercados:el F.O.R.M.A.

La crisis que estalló en 1953 señala, a la vez, el final delantiguo sistema agrícola francés y el principio de un procesoque, en diez años, acabaría por establecer, en toda su com-plejidad, una política agraria moderna.

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Como ya lo hemos visto, la crisis de 1953 afectó a los mer-

cados de los grandes productos animales: productos lácteos y

carnes, que seguían aún sin organizarse. La gravedad del hun-

dimiento de los precios hizo pensar que estos mercados habían

entrado, a su vez, en una era de sobreproducción crónica. Ellibro de G. Bréart, Le fleuve blanc (1954), traduce esta an-

gustia muy bien fundada, y hasta nuestros días este título ex-

presivo ha sido utilizado periódicamente por muchos periodistaspoco imaginativos.

El gobierno de la IV República, presidido por Laniel, que

figura, sin embargo, en los anales políticos franceses como el

símbolo mismo del «inmovilismo», supo comprender la grave-

dad de la situación y actuar con eficacia.

Durante varios meses, un intenso trabajo institucional, que

reunió al Gobierno, al Parlamento, a la Administración y a

las organizaciones profesionales, culminó con la creación dela «Sociedad Interprofesional para el Ganado y Carne»

(S.I.B.E.V.) (Société Inter1irofessionnelle Bétail et Viande),

del «Servicio Técnico Interprofesional Lechero» (S.T.I.L.), al

que se adjuntaría en 1955 la «Sociedad Interlait^, y del «Fon-

do de Garantía Mutua y de Organización de la Producción

Agrícola», que, en 1960, se convertiría en el F.O.R.M.A. (Fon-

do de Orientación y de Regulación de los Mercados Agríco-

las) (Coulomb, Nallet y Servolin, 1977, p. 251).

A pesar de sus nombres, estos nuevos organismos eran or-

ganismos estatales, aunque las asociaciones profesionales de

los respectivos productos jugasen en ellos un papel consultivo

importante. Estos organismos eran, pues, en todos sus aspec-tos, análogos a los organismos creados anteriormente en be-

neficio de las ramas de producción vegetal, tales como el

O.N.I.C. Dotados de importantes medios de almacenamien-

to, tenían por funciones intervenir en los mercados cuando los

precios bajasen por debajo del nivel mínimo considerado so-

portable por los productores, y almacenar los excedentes para

ser devueltos al mercado en período de coyuntura favorableo para ser exportados.

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EI hecho novedoso, sin embargo, era la creación del F.G.M.

(más adelante F.O.R.M.A.), fondo encargado de financiar las

operaciones de regulación y de coordinar la acción del Estado

en los diversos mercados en que interviniese. La responsabili-

dad del Estado y la misión que le correspondía de hacer rei-

nar «el mejor precio posible» en el cbnjunto de los mercados

agrícolas, sería, de este modo, institucionalizada. Una vez más,

el desarrollo de la política agraria venía acompañado de una

ampliación y de una diversificación de las propias funciones

estatales.Estos diferentes organismos darían resultados satisfactorios,

y desarrollados, perfeccionados y reformados se mantendríanhasta hoy. Después de haber sido instrumentos de la política

nacional, podrán sin dificultad servir para la ejecución en Fran-

cia de las medidas de la política agraria común. Pero estaba

claro que estos organismos no podían por sí solos aportar una

solución completa y definitiva a la situación de crisis que sehabía establecido. Su creación rápida había permitido, cier-

tamente, la recuperación a corto plazo de los mercados, pero

no podían por sí solos hacer frente a una situación en la cual

el excedente había pasado de ser coyuntural a permanente y

estructural. Evidentemente, los organismos de intervencióncreados tenían por misión expresa exportar y conquistar nue-

vos mercados. Pero el ejemplo de países como Dinamarca mues-

tra que una política consecuente de exportaciones agrícolas

no se improvisa a partir de excedentes acopiados apresurada-

mente cuando rebosan los mercados, y vendidos al extranje-ro cuando los almacenes están llenos, sino que exige una or-

ganización sistemática que prevea una producción adaptada

en cantidad y en calidad a los mercados existentes, y una polí-

tica comercial en la que se integre la prospección, la conquis-

ta y la consolidación de los mercados, etc. Además, si no sequiere vender con demasiadas pérdidas, es necesario que los

costes de producción nacionales no sean muy elevados en re-

lación a las cotizaciones del mercado internacional.

Por estas razones, se le planteó al gobierno de entonces el

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problema de cómo reorganizar la producción. Para favorecerla expansión económica interior y contribuir a las exportacio-

nes, los productores agrarios franceses (sobre todo en las pro-

ducciones animales) tenían que producir a bajo coste y, en con-

secuencia, aumentar su productividad. Pero a partir de en-

tonces se tomaría también conciencia de que esta moderniza-

ción tendría que hacerse en una coyuntura de excedentes cró-

nicos, que pondrfa constantemente en peligro la rentabilidadde las explotaciones modernizadas y que reclamaría el apoyo

del Estado. Se veía ya que el mantenimiento de los precios eraindispensable, pero insuiiciente.

Una profunda reforma del sector de la producción se hi-

zo, pues, necesaria, si bien el cónjunto de las fuerzas sociales

involucradas no tenía ningún interés en realizarla. Por un la-

do, los gobiernos estaban cada vez más enredados en nuevos

problemas económicos relacionados con los comienzos del gran

desarrollo y, sobre todo, en los violentos antagonismos políti-

cos que produjeron las guerras coloniales; por el otro, las or-

ganizaciones profesionales no se decidían a adoptar una pos-

tura clara al respecto. Sus aparatos dirigentes no eran homo-

géneos: en ellos se encontraban los representantes de la «granagricultura», cerealistas y remolacheros, que habían conquis-

tado en su seno posiciones muy fuertes después de la guerra,

en un momento en que los poderes públicos se tuvieron que

apoyar en ellos para alcanzar los muy ambiciosos objetivos de

producción cerealista del Plan Marshall (Coulomb y Nallet,

1980, p. 23); también se encontraban en las direcciones de estas

organizaciones buen número de notables conservadores, así co-

mo dirigentes más modernistas formados por la J.A.C. durante

el período de entreguerras. Tanto los «grandes agrarios» co-

mo los representantes de todas las tendencias de la explota-ción familiar, incapaces de elaborar una estrategia global de

modernización de la agricultura que implicase un éxodo ru-ral masivo, se parapetaban detrás del tradicional tabú de la«unidad campesina».

De hecho, el conjunto de los agricultores se adhirió, de nue-

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vo, al último refrito de la vieja receta corporativista: la «inde-

xación» de los precios agrarios. En un período en que los siste-

mas defectuosos de financiación del crecimiento económico pro-

vocaban una inflación considerable, los agricultores exigían

que los precios de los más importantes productos agrícolas se

incrementasen automáticamente cada año en función de có-

mo había evolucionado el índice de precios de los productos

industriales necesarios para la agricultura, comprometiendo

al Estado a que sus organismos de intervención actuasen para

garantizar la estabilidad de los precios así determinados.Este modo de gestión de la agricultura (llamado «indexa-

tion») contaba, en particular, con la opinión favorable de los

«grandes agrarios», así como^con la adhesión entusiasta de la

gran masa de agricultores pequeños y medianos. De esa ma-

nera, se evitó, por un tiempo más aún, hablar de una política

de reforma de las estructuras productivas.

Las reivindicaciones de los agricultores consiguieron que

fuera votada la ley Laborbe (1957), que «fijaba» por el citado

mecanismo el precio de la leche, a la que siguieron en ese mis-

mo año los decretos Gaillard, que extendían el sistema de la

indexation al resto de las principales producciones.

Hay que señalar, por último, que el tema de la indexation

fue la última ocasión que tuvo el Parlamento francés para ju-

gar un papel importante en la elaboración de una medida de

política agraria. Su influencia se había venido ejerciendo ca-da vez más en favor de las reivindicaciones de las organizacio-

nes agrarias, no porque existiese alguna forma de «partido cam-

pesino», que no erá el caso, sino, sencillamente, porque mu-

chos parlamentarios de todas las pertenencias políticas tenían

un electorado campesino todavía muy numeroso, siendo a travésde ellos como se producía la influencia de auténticos «grupos

de presión» agrarios.

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C) El final del 1iarlamentarismo y el advenimientode una relación directa entre el Estado y laProfesión organizada

La satisfacción obtenida por los agricultores con la inde-

xation sería, sin embargo, de corta duración. Algunos meses

más tarde, el advenimiento de la V República, en 1958, plan-

teará el problema de la política agraria en nuevos términos.

A la leyenda «gaullista», al iguál que a la de los dirigentes agra-rios que participaron en este nuevo proceso, le gusta decir quese produjo entonces un vuelco radical, una «revolución». Esmás realista, sin embargo, ver en lo ocurrido el desenlace ló-gico de la evolución iniciada en los años de posguerra haciael perfeccionamiento del dispositivo de la política agraria mo-derna. Este desenlace irá acompañado, además, de la instala-ción del «gaullismo», señalando el último episodio del procesode desmantelamiento del viejo modelo económico francés y eldesarrollo acelerado de un modelo de industrialización de es-

tilo «fordista».En el momento de su instauración, el nuevo régimen de

la V República, presidido por el general De Gaulle, preten-día que prevaleciese una ideología modernista y tecnocrática,

muy hostil a los viejos corporativismos y al parlamentarismo,

institución que tenía la reputación de haber cedido siempreante la presión de aquéllos, sacrificando de este modo el futu-

ro y la grandeur de Francia. Como ya lo hemos señalado, el

Ra^iport Rueff-Armand concebía a la agricultura como el sím-

bolo más significativo de este «peso del pasado», como el lu-gar donde se formaban las mentalidades «hostiles a la innova-

ción». Es cierto que los gobernantes recién llegados no teníanuna concepción predeterminada de lo que debía ser la mo-dernización de la agricultura, en un momento en que su preo-cupación central era la de sanear la situación monetaria y con-trolar la inflación que perturbaba el proceso de expansión eco-

nómica. La indexation les parecía, sin embargo, un tema ina-

ceptable, por lo que fue suprimida en diciembre de 1958.

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La reacción del mundo agrícola en su conjunto fue suma-

mente violenta contra dicha supresión. Los cortes de carrete-

ras y las grandes manifestaciones habían caracterizado ya el

estallido de la crisis de 1953, pero los incidentes que se suce-

dieron a partir de 1959 fueron mucho más numerosos y vio-lentos, y se extendieron por todo el país.

El gobierno no cedió, sin embargo. La nueva Constitución

francesa consagraba una disminución de los poderes del Par-

lamento, por medio del cual el mundo agrícola había expre-

sado la mayoría de las veces su descontento, y sus reivindica-ciones habían recibido un peso político. Ahora la situación era

diferente. Los nuevos dirigentes se mantenían sordos a las in-

tervenciones de los grupos de presión tradicionales, y la opi-

nión pública, preocupada por el problema argelino, apoyaba

mayoritariamente al general De Gaulle. Pero sería erróneo creerque las violencias campesinas no dieron resultados: su dureza

y su perserverancia revelaron una fuerte movilización entre los

agricultores, obligando a las primeras autoridades de la V Re-

pública a adoptar rápidamente decisiones y a elaborar un ver-

dadero plan de modernización para la agricultura francesa.Aprovechemos una pausa para señalar que esta lección no

sería olvidada y que los agricultores, posteriormente y hasta

nuestros días, recurrirán con frecuencia a las acciones violen-

tas para apoyar sus reivindicaciones profesionales, como sus-

titutivo o incluso como elemento coadyuvante de la negocia-

ción. Continuando con esta pausa digamos que este recurso

a la fuerza reviste características interesantes (Nallet, Servo-

lin, 1978, p. 60; Barceló, 1977), en tanto que revela la posi-

ción singular de los agricultores en la sociedad capitalista mo-

derna: su posición de trabajadores individuales los priva de me-

dios de lucha legítimos, como los que los asalariados han sabi-

do conquistar a través de la huelga. Además, sus violencias

son reveladoras de la naturaleza particular del lazo que une

a los agricultores y al Estado. En pocas ocasiones aquéllos di-

rigen sus ataques hacia quienes pueden aparecer como respon-

sables directos de sus dificultades económicas: industrias, pro-

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veedores o negociantes, sino que lo hacen con mucha más fre-cuencia hacia el Estado: sus oficinas, sus funcionarios..., o haciasus representaciones simbólicas, como las instalaciones de laS.N.C.F. (ferrocarriles) o de la E.D.F. (electricidad).

Continuando con nuestra mención, diremos que la opción

por un proyecto de modernización de la agricultura no verfa,

sin embargo, su camino despejado hasta después de largas lu-

chas políticas. Uno de los equívocos del «gaullismo» era (y lo

sigue siendo) contar en sus iilas con fuertes corrientes ultra-

conservadoras dispuestas a apoyar el corporativismo tradicio-

nalista y su ideología de la «unidad campesina». Pero los

'«estados-mayores» de la profesión agrícola no pudieron apro-

vechar entonces tales simpatías, ya que gran parte de los diri-

gentes profesionales, no lo olvidemos, procedía de la Corpo-

ration Paysanne de vichy, y su hostilidad visceral hacia la per-

sonalidad del general De Gaulle se añadía a sus firmes simpa-

tías por una «Argelia francesa», actitudes que eran particu-

larmente claras entre los agricultores de los «grandes cultivos».

En ese estado de cosas, una gran manifestación de agri-

cultores, ocurrida a principios de 1960 en Amiens, degeneró

en un tumulto antigaullista; más tarde, algunas importantes

personalidades del mundo agrícola se vieron comprometidas

en las redes de apoyo a la O.A.S. Todo ello condujo al podergaullista a buscar otros interlocutores, distintos de los que con-

trolaban el aparato de la profesión agrícola, encontrándolos

en un grupo de jóvenes dirigentes que, por su cuenta, lucha-

ban por ocupar parcelas de poder.Como se recordará, estos jóvenes dirigentes procedían de

las generaciones de militantes formados por la J.A.C. al final

de la década de los cuarenta. Habían sido parte del «estado-

mayor» nacional del movimiento «jacista» y de sus estructuras

regionales y locales entre 1950 y 1955, época en la que este

movimiento había alcanzado su pleno-desarrollo, expresandolas esperanzas de los jóvenes agricultores francese ŭ ansiosos de

progreso y modernidad en sus vidas personales y profesiona-

les. Estos equipos de jóvenes, bien formados, educadores a su

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vez de otros grupos más jóvenes, y muy unidos por una excep-

cional homogeneidad de origen social y de formación intelec-

tual y moral, contaban con algunos líderes de gran calidad,

a la cabeza de los cuales se encontraba Michel Debatisse.

Los jóvenes «jacistas» habían adoptado el programa agra-

rio de la Liberación tal y como lo concibieron los inspiradores

del ya citado I Plan, y tal como les había sido inculcado porlos conferenciantes en sus cursillos de formación (particular-

mente los padres dominicos del círculo Economie et Huma-nisme).

Naturalmente, llegó el momento en que estos líderes se pro-

pusieron hacer prevalecer este programa en el seno de las or ^

ganizaciones profesionales. Para ello, comenzaron por asegu-rarse el control del Cercle National de feunes Agriculteurs

(C.N.J.A.), organización inofensiva entonces de jóvenes quese dedicaba, esencialmente, a la organización de cursillos y de

viajes de estudio, pero que formaba parte del organigrama de

la Profesión al formar parte de la C.G.A. En 1956, los «jacis-

tas» consiguieron la transformación de este círculo en una or-

ganización sindical para los jóvenes (hasta los treinta años),solicitando, de forma casi simultánea, la adhesión a la

F.N.S.E.A., aunque esperando que le fuese reconocida por este

sindicato una autonomía plena para organizarse y actuar tan-

to en el nivel nacional como en los niveles locales y provincia-les. Los jóvenes «jacistas» gozaban en el seno de la F.N.S.E.A.

de la complicidad y simpatía de los mayores, antiguos mili-

tantes de la J.A.C. que ocupaban ahora cargos dirigentes en

la estructura sindical. Fue precisamente uno de éstos, M. Nove-

Josserand, el que logró que el aparato de la F.N.S.E.A. acep-

tase el conjunto de reivindicaciones organizativas del C.N.J.A.(Tavernier, 1966, p. 105).

A partir del momento en que se consumó la articulaciónentre la F.N.S.E.A. y el C.N.J.A., este último comenzó a par-ticipar por su propia cuenta en las oleadas de agitación cam-pesina que se sucedieron por aquella época, no siendo preci-samente sus militantes los menos violentos ni los menos auda-

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ces: por ejemplo, sería uno de sus equipos, animado por A.

Gourvennec, el que tomase por asalto y saquease la sous-

1iréfecture de Morlaix en 1961. Pero esta violencia ya no se

dirigía realmente contra los poderes públicos, pues desde 1960,el gobierno Debré había reconocido al C.N.J.A. como el in-

terlocutor que buscaba, y la primera ley de orientación agrf-

cola (1960) había recogido el programa propuesto por M. De-batisse, quien en su último libro (Debatisse, 1983) afirma ha-

ber proporcionado entonces a los consejeros técnicos de M. De-

bré un texto que constituía el bosquejo de la futura ley de

orientación.Pero la ley de 1960 fue violentamente combatida por los

diputados conservadores que tenía entonces el Parlamento, par-

tidarios y portavoces habituales de los antiguos estados-mayores

de la profesión agrícola. Debido a su influencia, la ley fue va-ciada de contenido, convertida, de hecho, en inaplicable y des-

naturalizada en su sentido original por enmiendas que atri-

buían a los poderes públicos el deber de asegurar a los agri-

cultores «en general» una hipotética paridad de rentas en re=

lación con las «demás categorías de la población». Esas modi-

ficaciones no satisfacían ni al gobierno ni al C.N.J.A., que

reemprendió una campaña de movilizaciones de protesta pa-

ra obtener una ley más conforme a sus planteamientos y obje-

tivos. A1 cabo de algunas semanas, el gobierno nombró a un

nuevo ministro de Agricultura, E. Pisani, que en sólo unos me-

ses consiguió crear el marco institucional y los actores de la

política agraria moderna tal y como funcionan todavía hoy.Para señalar claramente el relevo producido en los equipos di-

rigentes de la profesión agrícola, una de las primeras actua-

ciones de E. Pisani consistió en visitar la sede nacional del

C.N.J.A. cuando buen número de sus militantes provinciales

permanecía aún en prisión como consecuencia de la excesivaenergía que habían puesto en sus manifestaciones de descon-

tento profesional. De nuevo se pudo comprobar que la violen-

cia ilegal podía ayudar a la génesis de una nueva ley (Barcelo,

1977), como ocurrió con la «ley complementaria a la de orien-

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tación agrícola», aprobada sin incidentes en el Parlamento en1962.

Conviene destacar en todo este proceso el hecho, un poco

sorprendente, de que los antiguos «estados-mayores» de la pro-fesión, procedentes en gran parte de los «grandes cultivos», se

dejasen desbancar rápida y fácilmente de sus puestos de re-

presentantes de toda la agricultura francesa por los jóvenes delC.N.J.A.

Ciertamente, se había puesto en evidencia que su modelode explotación no era generalizable al conjunto de las produc-

ciones agrícolas, ya que estos grandes agricultores se estaban

especializando cada vez más en las producciones vegetales (ce-

reales, remolacha azucarera), en las cuales su predominio era

ya aplastante, y abandonando progresivamente las produccio-nes animales. Estos grupos, en estrecha colaboración con el

Estado, habían sido también los encargados de organizar de

forma definitiva los mercados de cereales y de los demás pro-

ductos vegetales, y las perspectivas halagiieñas del Mercado

Común, en el que el gobierno francés consiguió que se fijaseun precio común para los cereales cercano al precio interior

alemán, bastante más elevado que el precio francés, acaba-

ron por dejarlos sin argumentos ni espacio para continuar os-

tentando la representación de los agricultores franceses. Sus

organizaciones especializadas (A.G.P.B., por ejemplo, para los

cerealistas) se situaron al margen del conjunto del aparato pro-

fesional, y trataron de solucionar discretamente sus propios pro-

blemas. Todo esto explica, pues, que diesen su apoyo, sin re-

serva, al grupo modernizador del C.N.J.A., con el que no les

oponía ningún conflicto de intereses: solamente, en 1969, lasiniciativas radicales de algunos sindicatos del Oeste, que pre-

tendían reclamar en beneficio de los ganaderos una bajada dra-

coniana del precio de los cereales, harían que este apoyo fue-

se, aunque brevemente, cuestionado (Coulomb y Nallet, 1980,p. 31).

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5. Las instituciones de la nueva política agraria

A) La institucionalización de la KProfesiórc» a travésdel C.N,J.A.

Esta élite, formada por la J.A.C. y encuadrada en el

C.N.J.A., tuvo desde entonces las manos libres para estable-cer su dominio en el sindicalismo agrario francés. Su emer-gencia espectacular a nivel nacional no debe hacernos olvidarque su victoria descansaba también en una inversión súbitay sistemática de los principios organizativos que hasta enton-ces venían rigiendo en los niveles locales y regionales de las di-

ferentes organizaciones e instituciones profesionales. La cate-goría de las medianas explotaciones familiares de producciónganadera pasaba a ocupar el lugar central en la política agra-ria.

Una victoria tan rápida y completa resultó ser el fruto deuna verdadera movilización de las masas campesinas: en la ma-yor parte de las regiones, y no sólo en el Oeste, los jóvenes agri-cultores consiguieron brillantes victorias en las elecciones a loscargos representativos de las distintas instituciones. Pero, aligual que todos los movimientos de masas, éste reposaba tam-bién sobre un equívoco deliberadamente alimentado por los

propios jóvenes agricultores. Su fuerza de atracción sobre elconjunto de los agricultores era resultado de haber sabido po-ner su talento de agitadores y su energía militante al serviciode consignas generales y particularmente contradictorias. Aun-que tenían sus propias reivindicaciones y su propio programade modernización, no por ello dejaron de mantenerse fieles alas «exigencias del mantenimiento de los precios agrícolas^>, queseguían siendo el fundamento más evidente de la pretendida«unidad del mundo agrícola».

Numerosos pequeños agricultores de edad más o menosavanzada, que no tenfan sucesores y cuyas explotaciones esta-ban condenadas a desaparecer, no se sentían afectados por eltema de la reforma estructural, pero no tenían tampoco razo-

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nes para mostrarse hóstiles: de hecho, solicitando la I.V.D. (In-

demnité Viagére de Départ) establecida por la ley de 1962 a

sugerencia del C.N.J.A., aceptaron jubilarse con una módicapensión y«dejaron su sitio», liberando, así, la tierra en bene-ficio de los jóvenes agricultores modernistas. Mientras tanto,para ellos como para la masa de campesinos que no eran bue-nos candidatos a la modernización, el mantenimiento de los

precios seguía siendo la única garantía para conservar el nivelde sus rentas.

En lo que respecta a los jóvenes agricultores modernistas,«también ellos reivindicaban el mantenimiento de los precios»,porque era condición indispensable para el éxito de sus pro-

yectos de modernización. Poco les importaba que los precioselevados favoreciesen, al mismo tiempo, a los agricultores atra-sados, con tal de que la política agraria se dotase (y los dota-se) de los medios para realizar por otras vías la reestructura-ción del sector agrario y su inserción en la economía y sociedadmodernas. Ellos obtendrían satisfacción a sus demandas conel aplauso, además, de casi todos los sectores de la población.

Resulta particularmente curioso ver cómo, tras haber sidovencida y desarmada la oposición de algunas facciones con-servadoras, el conjunto de las fuerzas políticas saludaron conalabanzas unánimes la empresa de los jóvenes agricultores.

El apoyo más activo les venía de la nueva tecnocracia gau-llista, así como del centrismo demócrata-cristiano del que eran,además, miembros muchos de estos jóvenes. Incluso la izquierda

misma, sobre todo la izquierda modernista de los clubs, se en-tusiasmó también por ellos, y muchos intelectuales les dedica-

ron libros y artículos. Entre estos últimos, podemos citar, porser particularmente significativos, el libro de S. Mallet, Les

2baysans contre le passé (Mallet, 1962), o el libro muy apolo-

gético de F.-H. de Virieu, entonces cronista agrario de Le Mon-

de, La fin d'une agriculture (De Virieu, 1967). En un terreno

más específicamente universitario, J. Meynaud (1963) y G.Wright ( 1963) veían en el advenimiento de los jóvenes agri-cultores los efectos de una rebelión, el primero, y de una revo-

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lución, el segundo. Muchos observadores pensaban, pues, co-mo S. Mallet y F.-H. de Virieu, que el «campesinado consti-tuía (en Francia) la última masa auténticamente revoluciona-ria» (De Virieu, 1967, p. 176), y se podía ver al C.N.J.A. flir-teando con la «nueva» izquierda y con el «nuevo sindicalismo»de la C.F.D.T. Pero, ^de qué revolución se trataba? En pri-mer lugar, como lo había dicho entonces M. Debatisse, habíade ser una revolución «silenciosa». Pero, ^hacia donde esta re-volución iba a conducir al mundo agrícola? Resulta sorpren-dente comprobar hoy hasta qué punto todos lo ignoraban.

Para muchos, entre los que nos encontrábabamos (Gervais,Servolin y Weil, 1965), el modelo danés estaba ya superado.El impacto de la modernidad y de la «expansión» era tan vio-lento y desconcertante, tanto en el mundo agrícola como en

el conjunto de la sociedad, que nos llevaba a creer en la inmi-nencia de una «industrialización» de la producción agrícolaa las órdenes del gran capital, que penetraba masivamente enla «esfera agroindustrial». Anunciábamos para pronto unaFrance sans paysans, y H. Mendras, a su vez, esperaba La findes paysans (1967). Los jóvenes agricultores compartían, al me-nos en parte, estos análisis y buscaban fórmulas que permitie-ran «la modernización, pero sin proletarización».

Su visión del futuro de la agricultura, en esa época, fueexpuesta en documentos, tales como el Rapport Liaudon alCongreso del C.N.J.A. en 1964, titulado Pour une agricultu-re de grou1ie industrielle et commerciale. En la perspectiva deuna rápida industrialización de la agricultura, cada agricul-tor moderno debería crear un «taller industrial» especializa-do, siendo agrupados y coordinados estos talleres en torno aun «polo» de aprovisionamiento, de transformación y de co-mercialización. En esta agricultura de grupo «cada trabaja-

dor sería enteramente responsable de un taller, participaríaen la gestión^ de una unidad de producción formada por va-rios talleres, en la gestión de una cooperativa de base y en laorientación de una unión cooperativa». Así, los productoresagrarios podrían, al final, controlar el conjunto de las ramas

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en las que trabajaban, planificar la producción y los preciosy acceder al «poder económico».

En este proyecto se encontraban entremezclados el coope-

rativismo y una fe en la «planificación democrática», tomados

de la izquierda modernista de los años sesenta, que los jóvenes

agricultores incorporaban al viejo sueño corporativista -que

encontramos hasta nuestros días en la conciencia campesina -

de una gestión de la profesión por sí sola.

La «industrialización» de la agricultura así concebida no

es que fuese una idea dominante entonces entre los agriculto-

res, pero la especie de terror un tanto milenarista que su es-

pectro les inspiraba contribuía, en suma, a reforzar la influenciade los jóvenes agricultores. Un reflejo de todo esto se encuen-

tra en los diferentes tipos de medidas que éstos consiguieron

que los poderes públicos adoptasen. Pero, como lo veremos más

adelante, las nuevas instituciones, una vez instaladas, aban-

donaron rápidamente toda ambición industrialista y planifi-cadora para dedicarse a una empresa mucho más realista: la

selección y la constitución del agricultor francés moderno.

B) La «política de estructuras»

En este estado de cosas se planteó el problema de la tierra

y la «política de estructuras» de las explotaciones. Según la ley

de 1960, la tierra agrícola, en cada provincia, debía ser admi-

nistrada por una Société d'Aménagement Foncier et d'Etablis-

sement Rural (S.A.F.E.R.), que actuase en colaboración con

una Commission Départementale des Structures, emanada del

sindicalismo local. Además, cada S. A. F. E. R. , así como la fe-

deración nacional que las agrupase, debía contar con un con-

sejo de administración en el que la profesión estaría fuerte-

mente representada. '

En el espíritu de los antiguos «jacistas» y de los tecnócratasmodernistas de la Administración, estas instituciones debíancontribuir a asegurar una ampliación racional de las explota-

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ciones a modernizar, disminuyendo, al mismo tiempo, la carga

financiera representada por la adquisición de la tierra. Estasinstituciones debían, pues, preparar la evolución, que los jó-

venes agricultores deseaban, hacia una separación entre la ex-

plotación y la propiedad de la tierra; en opinión de estos jóve-

nes, el agricultor no tenía por qué ser más propietario de la

tierra en que labrase «que el marinero del mar en que nave-

gaba»; «la empresa agrícola» no debía seguir ligada al patri-

monio de una familia. Estas audacias, que hacían estremecer

a los agricultores en 1960, no condujeron a grandes revolucio-

nes. Las S.A.F.E.R. no introdujeron ningún cambio funda-

mental en los mecanismos del mercado de la tierra, ni siquie-

ra al nivel del precio de la misma. Los agricultores no encon-

traron ninguna categoría social que aceptase convertirse en pro-

pietaria de tierras agrícolas sin sacar ningún beneficio de ello,

y las diversas fórmulas de propiedad societaria de la tierra que

se propusieron no lograron seducir al público por falta de ren-tabilidad suficiente. La distribución económica y técnicamente

racional de la tierra no era más que un deseo piadoso. Sin em-

bargo, la política del mercado de la tierra en los veinte últi-

mos años conocería otros éxitos. Así, la política de jubilacio-

nes anticipadas de los viejos agricultores a través de la I.V.D.

afectaría a 645.000 agricultores, y dejaría libres para los jóve-

nes 11,44 millones de hectáreas, es decir, el 35 por 100 de la

superficie agrícola nacional; igualmente, en este mismo pe-

ríodo, las S.A.F.E.R. comprarían y volverían a vender 1,2 mi-

llones de hectáreas.

Las tierras así liberadas fueron naturalmente a parar a las

manos de los agricultores que tenían dinero para comprarlas,

que mostraban las mejores aptitudes para aplicar los progra-

mas de modernización y que estaban mejor situados en los di-

ferentes niveles del aparato organizativo de la profesión, con-diciones que, a veces, coincidían en las mismas personas. Es-

tas explotaciones se desarrollaron, contrariamente a los pos-

tulados iniciales, aumentando su patrimonio de tierras, lo que,

a fin de cuentas, correspondía a su verdadera naturaleza de

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explotaciones familiares y respondía a sus verdaderas necesi-dades, si se admite que el patrimonio es el fundamento mis-

mo de la explotación familiar, del mismo modo casi que el

capital es el fundamento de la sociedad por acciones. Todo

esto mostraría que la explotación agraria se moderniza no con-

virtiéndose en una «empresa como las demás», sino desarro-llando al máximo sus características originales (Servolin,

1972 a, p. 70-71).Sea lo que fuese, esta política tuvo efectos sumamente se-

lectivos, hasta el punto de que sus mismos promotores llega-

ron, a veces, hasta a deplorar que «el dinero (fuese) el que man-

dase en el mercado de tierras» (cita en el boletín del C.N.J.A.,

Jeunes Agriculteurs, de septiembre de 1974, en Alphandéry,

1977, p. 105). Por lo que ya hemos dicho, esta afirmación no

es del todo cierta: la pertenencia a las «élites de poder» agra-

rias que se formaron en todas partes y, sobre todo, a escalaprovincial, era un medio muy eficaz para acceder al mercado

de tierras, para obtener los préstamos necesarios y para ser can-

didato a adquirir las tierras de las S.A.F.E.R.

Resultaba, sin embargo, que muchos eran excluidos, par-

ticularmente entre los jóvenes candidatos a instalarse, espe-

cialmente cuando a partir de 1964 se estableció en cada pro-

vincia una «Superficie Mínima de Instalación» (S.M.I.), por

debajo de la cual el joven agricultor no podía beneficiarse de

ninguna de las ventajas que la legislación concedía a los re-

cién instalados: préstamos, subvenciones diversas, planes dedesarrollo... Retrospectivamente, se puede concluir que la po-

lítica fonciére (política destinada a influir en el mercado de

tierras) instaurada por los poderes públicos y por los dirigen-

tes profesionales modernistas, más allá de las intenciones ex-

plícitas de los diferentes actores, tuvo el poder de eliminar y

seleccionar a los agricultores según las exigencias del propio

proceso de modernización agrícola.

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C) La «economía contractuaG^

La política de instauración de una «agricultura de grupo»,

de una «economía contractual», en el curso de los años sesen-

ta condujo, también, a resultados semejantes.

Como hemos visto más arriba, esta política se presentaba

como una reácción contra las perspectivas amenazantes de una«industrialización» inminente de la agricultura, de su «inte-

gración» por parte de las industrias agroalimentarias d'amont

(fabricantes de piensos para el ganado) y d'aval (empresas trans-formadoras o de comercio integrado), que vendría a despo-

seer al agricultor de su cualidad de productor libre y a trans-

formarlo en una especie de «trabajador a domicilio», o inclu-

so en asalariado de granjas gigantescas. Estos temores se ex-

presaban con particular nitidez en el n. ° 31 de agosto-septiembre de 1961 de Paysans, la revista teórica del grupode M. Debatisse.

Estos temores eran también en gran parte alimentados por

los poderes públicos: los tecnócratas modernistas no creían de-

masiado en la modernización del mundo campesino por sí so-

lo, y pensaban que esta tarea sólo podría realizarse bajo el im-

pulso y la autoridad de una industria agroalimentaria tam-

bién renovada, concentrada y a la cabeza de las técnicas in-

ternacionales. Según el lema de la época, había que fomentar

la constitución de «Nestlés franceses» y recomendarles la or-

ganización de la producción agrícola.

De hecho, las industrias agroalimentarias conocieron, a par-tir de los años sesenta y hasta nuestros días, una expansión ex-

traordinaria, vinculada al crecimiento económico general y a

los cambios de los modos de vida y de consumo que provoca-

ban. Con frecuencia, el propio Estado intervino para apoyar

este esfuerzo. Pero dichas industrias no estaban en absoluto

interesadas en hacerse cargo de la producción, no entraba, por

tanto, en su proyecto. Para muchas de estas industrias, tales

como las fábricas de cerveza o de bizcochos, por citar algu-

nas, la prosperidad dependía de una buena política comer-

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cial, y las compras de productos agrícolas suponían una pe-

queña parte de sus costes. Aquéllas que tenían que comprar

productos agrícolas para transformarlos, acondicionarlos y ven-

derlos, se aprovisionaban en mercados casi siempre saturados

y, en algunas ocasiones, sobrecargados de excedentes: podían

adquirir, pues, a buen precio los productos que necesitaban,

sin tener que preocuparse, en absoluto, de hacérse cargo de

los productores.

En lo qŭe respecta a las industrias que vendían factores de

producción (sector d'amont), los lemas de la modernización

les eran favorables, pero una verdadera racionalización de la

producción apenas les interesaba; en general, una «moderni-

zación» irracional y desordenada les aseguraba excelentes mer-

cados para la venta de sus productos a los agricultores.

Sin embargo, aunque reposara en un análisis erróneo, la

denominada política de la «economía contractual» tuvo con-

secuencias sumamente importantes. Llevó efectivamente a los

jóvenes agricultores, en un deseo de adelantarse a los indus-triales, a reclamar, en 1962, una legislación que obligara a

los agricultores a disciplinarse. En este sentido, se aprobó, en

primer lugar, la ley sobre las «Agrupaciones de Productores»

(Grou^iements de Producteurs), seguida de las disposiciones

complementarias de 1964, de las cuales la más importante era

la que introducía «la posibilidad de extensión de las reglas de

disciplina»: cuando una agrupación de productores reconoci-

da se proponía organizar una producción determinada, en una

zona concreta, la ley hacía obligatorias las reglas de organiza-

ción de la producción en materia de cantidades, de calidades,

de reglas sanitarias, de venta... , incluso para los productores

de la zona que no fuesen socios de la agrupación, sin lo cual

no podrían seguir comercializando su producción. Rápidamen-

te florecieron estas agrupaciones: S.I.C.S., G.I.E., etc., pro-

movidas por los jóvenes agricultores en las ramas de produc-

ción de la carne de vacuno, pero sobre todo avícola y, más tar-

de, porcina.

Estas dos últimas producciones, revolucionadas en el trans-

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curso de los años sesenta por las técnicas de producción «sin

tierra», habían sido adoptadas por gran número de jóvenes agri-cultores, ya que les permitían complementar explotaciones de

superficies reducidas, mejorando rápidamente sus rentas y re-

novando sus capacidades de inversión. Estas agrupaciones eran

fáciles de constituir, eran estimuladas por la Administración

y no exigían un importante capital inicial. Pero eran tambiénfrágiles.

Los jóvenes agricultores no tardaron en introducirse en masa

en las cooperativas, particularmente las lecheras, que encua-

draban a gran parte de los agricultores y disponían ya de una

estructura industrial y financiera bastante desarrollada. Due-

ños de los consejos de administración, estos jóvenes incitaron

a la modernización, a la inversión y a la concentración del coo-

perativismo lechero.

En esta tarea, el Estado, que, como hemos señalado más

arriba, apostaba fuerte por la industria láctea, no les escamo-

teó su apoyo. Tanto que puede, incluso, afirmarse que el coo-

perativismo fue el principal beneficiario de esta ayuda (Hairy

et al., 1972, p. 351 s.). Las industrias lácteas de carácter pri-

vado recibieron menos ayuda, pero tampoco asumieron las mis-

mas responsabilidades; hasta nuestros días, éstas, si se nos per-mite usar la expresión, descremaron el mercado, limitándose

en todo momento a las producciones rentables, tales como el

queso, comprando a los productores la cantidad de leche que

necesitaban, al precio de mercado.

El cooperativismo fue el que asumió con mucha mayor fre-cuencia la tarea de gestionar la saturación de los mercados y

la sobreproducción, produciendo leche en polvo o mantequi-

lla destinada a los stocks de intervención europeos, o también

toda la gama de productos frescos indispensables para el con-

sumo pero poco rentables, dada la dificultad logística de sudistribución. El Estado, ya fuese directamente o por medio del

Crédit Agricole, les proporcionó los medios para continuar

cumpliendo estas tareas necesarias desde el punto de vista so-

cial, aunque de escaso interés económico. Del mismo modo,

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el cooperativismo fue estimulado (financieramente) a hacerse

cargo de lecherías abandonadas por el capital privado en bus-

ca de mayores beneficios, para evitar que los productores de

leche de la región se vieran privados del mercado.

No pretendemos decir que el cooperativismo no dio prue-

bas de eficacia económica: éxitos comerciales, como el de laorganización conocida por la marca Yoplait, demuestran lo

contrario. De manera más general, puede decirse que el coo-

perativismo contribuyó fuertemente, en muchas regiones y sobre

todo en el Oeste, a dinamizar y desarrollar la producción agrí-

cola, constituyendo, frecuentemente a partir de una coopera-tiva lechera, «polos cooperativos» polivalentes que proporcio-

naron el aprovisionamiento en medios de producción, favore-

cieron la introducción de nuevas producciones, aseguraron la

asistencia y el encuadramiento técnico y se encargaron de la

tranformación, almacenamiento y comercialización de las di-versas producciones.

Estos grandes grupos cooperativos se esforzaron, además,

por asegurar a sus socios cierta regulación de sus rentas, cons-

tituyendo fondos de estabilización o, incluso, compensaciones

entre ramas deiicitarias y excedentarias. En suma, la acciónde los antiguos jóvenes agricultores al frente del cooperativis-

mo fue muy importante. Abusando de la complacencia de los

poderes públicos, se aficionaron con demasiada frecuencia al

gigantismo, a la concentración y al crecimiento, sin preocu-

parse mucho por una gestión rigurosa. Por ello, muchos deestos grupos se encuentran, desde hace años, en una situación

tan desastrosa que únicamente la paciencia del Crédit Agri-

cole permite disimular: !el Estado no puede permitir el hun-

dimiento de la agricultura en provincias enteras!

Pero, a pesar de los errores cometidos, dichos grupos con-

tribuyeron a dirigir, a orientar y a remodelar a los agricultores,

apartando a los que no podían o no querían seguir la «vía de

la modernización», y proponiendo a los demás «modelos de des-

arrollo». Esto fue particularmente signiiicativo en el caso del

cooperativismo en el sector lácteo: éste excluyó a los pequeños

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productores, negándose a recoger su leche, de forma mucho

más rigurosa que las industrias lácteas privadas. Un reciente

estudio sobre las cooperativas lecheras del Oeste muestra que

éstas tienen menos pequeños productores y más grandes que

las empresas privadas de la región (I.N.R.A.-C.G.A.O.F.,1982, p. IX s.).

Pero hay que señalar que esta política, aplicada por las in-

dustrias agrarias (y particularmente la de los grupos coopera-

tivos) para seleccionar a los productores considerados como más

aptos, no era más que un aspecto de una tarea mucho másamplia, ambiciosa y multiforme, llevada a cabo conjuntamente

por los poderes públicos y los dirigentes profesionales bajo la

denominación común de «política de desarrollo» (le dévelo1i-

pement).

D) El Kdesarrollo»

Desde la fundación del Ministerio de Agricultura en 1881

hasta los conflictos de los años 1950-1960, la difusión del pro-

greso técnico, denominada «vulgarización», correspondió a losservicios agrícolas provinciales. Esa era la función del antiguo

«profesor de agricultura» y, más tarde, de los directores de esos

servicios agrícolas. Estos agentes del Estado trabajaban prác-

ticamente solos y casi sin medios, lo que era coherente con la

política agraria conservadora practicada en aquellos tiempos.

Asimismo, comunicaban su saber a los agricultores que se lo

pedían, preferentemente a los «notables^>, cuyas innovaciones

suscitaban la imitación de sus vecinos más humildes. Este mé-

todo se reveló totalmente insuficiente en el período de posgue-

rra, cuando, como se ha señalado, fue emprendida la renova-ción de la agricultura francesa. Los «servicios agrícolas pro-

vinciales» intensificaron sus acciones e incrementaron sus me-

dios. Obtuvieron ciertos éxitos y jugaron un papel importante

en la adopción de los progresos técnicos más sencillos y más

evidentes: mecanización, fertilización, nuevas semillas, etc. Para

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ir más lejos en la difusión del progreso técnico era necesario

proceder a una renovación de los métodos y a un fortalecimien-

to radical de los medios; incluso se pensó en la posibilidad de

que ese nuevo sistema fuera realizado por los poderes públicos

en el marco mismo de los antiguos «servicios agrícolas provin-ciales». Muchos agentes de estos servicios agrícolas habrían es-

tado, incluso, muy satisfechos de que se llevase a cabo dicha

posibilidad; en ese sentido, habían promovido la experiencia

de los Foyers de Progrés Agricoles, que pretendían apoyar su

acción en grupos de agricultores «de base». Sin embargo, los

«servicios agrícolas» serían disueltos y la nueva «vulgarización»

sería confiada a la profesión (todo este proceso está expuesto

de forma muy completa en la muy interesante tesis doctoral

de Pierre Muller, así como en su libro Grandeur et decadence

du 1irofesseur d'agriculture (Muller, 1978, 1980).

Desde los años cincuenta, los jóvenes agricultores moder-

nistas se habían lanzado, por su cuenta, a la constitución de

grupos de perfeccionamiento técnico, tales como los famosos

Centres d'Etudes des Techniques Agricoles (C.E.T.A.). En

1959, un decreto decidió basar todo el esfuerzo de difusión delprogreso técnico en estos grupos C.E.T.A. que se habían mul-

tiplicado por doquier a iniciativa de los jóvenes sindicalistas.

Según este decreto, todo grupo de base podía ser directamen-

te reconocido por un consejo nacional y recibir, en consecuen-

cia, una subvención pública sin tener que pasar siquiera porel nivel provincial. Estos grupos permitieron al progreso téc-

nico dar un verdadero salto hacia adelante (Muller, 1978,

p. 147).

Pero de esa opción privatizadora de la vulgarización se de-

rivó cierta anarquía y despilfarro, y una precariedad insopor-

table para los miles de consejeros técnicos que los grupos con-

trataban. Por otro lado, los agricultores miembros de los gru-

pos descubrieron rápidamente, bajo la dirección de los mili-

tantes instruidos en la reflexión por la J.A.C., que más allá

de los problemas puramente técnicos se planteaban cuestio-

nes más amplias y fundamentales: «^Qué tipo de economía agrí-

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cola queremos desarrollar? ^Cuáles serán en el futuro las es-tructuras dominantes de las explotaciones? tQué lugar ocu-pará el desarrollo de cada comarca en relación con las necesi-dades regionales, nacionales, europeas y mundiales?» (Mau-rel, 1966, p. 62; citado por Muller, 1978, p. 152).

Por ello, una mayor intervención del Estado vino en 1966

a ordenar esta profusión de grupos, a asignarle objetivos cla-

ros y a darle medios para «institucionalizarse». El decreto del

4 de octubre de 1966 consagró, pues, una noción de «desarro-llo» que, superando con creces la mera difusión del progreso

técnico, se proponía responder a las cuestiones planteadas por

los agricultores sobre el futuro de las explotaciones y del sec-

tor agrario en su conjunto.

Se fijaron, así, con claridad los objetivos del «desarrollo».El ministro de agricultura E. Faure, y después de él J. Chirac,

rompieron de una vez por todas con la temática de la indus-

trialización de la agricultura, afirmando, con toda nitidez, que

el Estado quería estimular el desarrollo de la «explotación de

responsabilidad individual», explotación familiar moderna, se-

gún el modelo «dano-holandés^>, por ser, verdaderamente y para

todo el futuro previsible, la forma de producción más eficaz

en las condiciones socio-económicas de Europa occidental.

Esta opción fue reafirmada y concretizada por la ley de

1966, llamada «ley de la ganadería» (loi sur l'élevage), que ponía

importantes medios al servicio de la selección animal y de la

modernización de las instalaciones ganaderas. Hemos estudiado

con detalle en otro lugar el «trabajo» de los poderes públicos

y de los dirigentes profesionales en la elaboración de la citada

ley, y la forma en que se institucionalizó (Coulomb, Nallet yServolin, 1978, p. 261 s.), por lo que no merece la pena repe-

tir aquí lo ya afirmado.

En lo que se refiere a las tareas prácticas del «desarrollo»,

sustraídas, como se ha señalado, a iniciativas desordenadas,

fueron ubicadas en el marco de las Cámaras Agrarias, que eran

instituciones dotadas ya de una infraestructura burocrática y

de un presupuesto financiado por tasas parafiscales, y que go-

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zaban de un estatuto para-administrativo. Constituían, pues,

un lugar de institucionalización mucho más sólido que un sim-ple sindicato.

La Cámaras integraron, pues, estas nuevas tareas bajo laforma de nuevos servicios: los «Serrrices d'Utilité Agricole et deDévelo^ipement» (S.U.A.D.) y los «Etablissements Dé^iartemen-taux de l'Elevage» (E.D.E.), estos últimos creados por la cita-da ley de la ganadería. Todo este sistema era financiado porla «Association Nationale pour le Dévelop1bement Agricole»(A.N.D.A.), administrada paritariamente por el Estado y laProfesión, y encargada de gestionar un «fondo» nacional cons-

tituido esencialmente por tasas parafiscales aplicadas a algu-nos grandes productos agrícolas y, en caso necesario, por sub-venciones públicas. La organización así creada funcionó y fun-ciona hasta hoy sin cambios importantes. Hay que señalar al

respecto, que fueron los poderes públicos los que resueltamenteentregaron a la Profesión las tareas del desarrollo (Muller, 1978,p. 156), limitando la intervención de la Administración a lagestión de la enseñanza agrícola de carácter público. Se pue-de entender ahora, tras un análisis retrospectivo, las razones

de esta elección. Los antiguos «servicios agrícolas provincia-les» habrían encontrado grandes dificultades, en tanto que re-

presentantes del Estado, para lograr que el mundo agrícolaaceptase todo el conjunto de perturbaciones, y sus efectos ne-gativos consiguientes, que inevitablemente se irían a producir

al aplicar la susodicha política de modernización y los progra-mas de «desarrollo». Su carácter de «servicio público», que les

obligaba a ponerse al servicio de «todos» los agricultores sindistinción, habría entrado en contradicción con la idea de apli-

car una política de «desarrollo» muy selectiva, destinada a for-mar la élite de los agricultores del futuro.

Las organizaciones profesionales, por el contrario, estabanen mejores condiciones de hacer que sus propias bases socialesaceptasen esa nueva política. Y sobre todo, sólo ellas eran pro-

bablementé capaces de adaptar las directrices generales de lapolítica agraria a la gran variedad de situaciones locales, y de

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determinar en las diversas zonas qué explotaciones debían serestimuladas y qué modelo de explotación había que proponerles(jincluso, imponerles!).

^Se trataba de un desmantelamiento del Estado, de unatransferencia de servicios que formaban parte de la Adminis-tración a las organizaciones privadas? P. Muller piensa que sí(Muller, 1980, p. 135 s.), siguiendo en ello la opinión del Tri-

bunal de Cuentas, que en su informe de 1963 reprobaba «lamultiplicación de organismos (...) con los más diversos estatu-tos que, sustituyendo a las autoridades y a las colectividadestradicionales, realizan tareas que normalmente competen al

servicio público». En nuestra opinión, no creemos correcto ha-blar de «transferencia» en este caso. La política de «desarro-llo» como tal y sus instituciones «no existían», sino que fueroncreadas «ex novo» al margen de los «antiguos servicios agríco-

las» sin sustraerlas a éstos. Aunque es cierto que el desarrolloagrícola es una «función de Estado», y que, de algún modo,fue subcontratado a organizaciones de derecho privado, nosparece que el papel del Estado no fue reducido, sino más bienque se conectó estrechamente con entidades que formaban«normalmente» parte de la sociedad civil.

La institucionalización de la política de «desarrollo» seríaacabada y coronada con la entrada en vigor, en 1974, de los«Planes de Desarrollo». A partir de esta fecha, todo agricultorque quisiera desarrollar su explotación y que solicitase ser be-

neficiario de los préstamos del Crédit Agricole, así como de

ciertas ventajas y subvenciones concedidas por el Estado, de-bía presentar, y conseguir que le fuese aceptado por el «pré-

. fet» de su provincia, un plan preciso y evaluado, que demos-trase la coherencia técnica del proyecto presentado y la capa-

cidad del mismo para conducirle a medio plazo a una mejoraimportante de la productividad de su explotación y de la ren-ta obtenida. Este procedimiento, aún vigente en la actualidad,es interesante para nuestro discurso por el hecho de revelarla existencia, a nivel de la provincia, de una especie de «tec-noestructura» agrícola, cuyos miembros sin excepción podían,

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y pueden, oficial u oiiciosamente, ser designados para dar su

opinión sobre las candidaturas presentadas a los planes de de-

sarrollo, es decir, para decidir sobre la supervivencia de los

candidatos en tanto que «agricultores modernos»: forman parte

de esta estructura de poder la Caja Provincial del Crédit Agri-

cole; la Cámara Provincial Agraria, así como sus diversos ser=

vicios y sus consejeros y técnicos; la Dirección Provincial de

Agricultura; las cooperativas y las industrias agro-alimentarias;

los sindicatos de productores por ramas (productores de leche,

de cerdos, etc.), y, por supuesto, el sindicato provincial de la

F.N.S.E.A. Puede verse, pues, en esta estructura todo un autén-tico sistema de control y encuadramiento que se ha venido im-

poniendo al agricultor, por poca ambición que tuviese de me-

jorar su situación, así como todo un conjunto de obligaciones

que ha estado limitando su propia «responsabilidad personal».

E) El sindicalismo y la creación de una nuevacategoría de agricultores

A1 analizar retrospectivamente la función del sindicalismo,tal como surge de la J.A.C. y del C.N.J.A., en la moderniza-ción del sector agrario francés, P. Muller (cf. Muller, 1980,cpa. XII) cree poder encontrar en él un campo de aplicación

paradójico pero privilegiado de las teorías de Gramsci sobrela hegemonía: «paradójico», porque la hegemonía del C.N.J.A.sólo puede y quiere afectar al sector agrario y no al conjuntode la sociedad como Gramsci se interesaba, y«privilegiado»,porque, según Muller, el C.N.J.A. jugó plenamerite el papelde «intelectual orgánico» en el seno del campesinado medio

modernizado. Esta interpretación parece haber seducido tam-bién, en un tiempo, a P. Coulomb y a H. Nallet (Coulomby Nallet, 1980, p. 27).

Así, el C.N.J.A. habría, de algún modo, «creado» una ca-tegoría social, el campesinado medio, que no existía antes másque en «estado naciente», dándole una ideología, una concien-

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cia de sí mismo y una «concepción del mundo» tan bien adap-tada a la situación del sector agrario francés en su conjunto

que le permitió adquirir la hegemonía sobre el resto de las ca-

tegorías de agricultores. Esta interpretación es ciertamente se-

ductora y describe bastante bien lo que ocurrió. Pero es, en

ciertos aspectos, incompleta. A1 olvidar el cara ŭter «sectorial»

del fenómeno estudiado, la tesis de P. Muller desprecia la im-

portancia de las intervenciones externas al propio sector: la

«concepción del mundo» fue, no lo olvidemos, ampliamente

tomada de los tecnócratas modernistas de la posguerra, y la

modernización de la agricultura fue una exigencia de la ex-pansión general del capitalismo francés.

Pero su interpretación se equivoca sobre todo al privilegiar

el aspecto propiamente ideológico, ya que, en nuestra opinión,

la «fabricación» del nuevo campesinado medio iba mucho más

allá de una toma de conciencia de sí mismo. Constituía una

verdadera tarea práctica, un trabajo multiforme de adapta-

ción de las especificaciones técnicas de las diversas produccio-

nes a las diferentes condiciones locales, así como de puesta en

marcha de las instituciones necesarias para el funcionamiento

de los nuevos modelos de explotación así constituidos. Pero estetrabajo institucional no tuvo lugar de una vez por todas, no

se limitó a crear la categoría de agricultores modernos explo-

tación por explotación, sino que continuó siendo indispensa-

ble posteriormente para el funcionamiento y la reproducción

de esas explotaciones.Fstas constataciones nos conducen a profundizar en el aná-

lisis de las organizaciones profesionales agrarias. Nos permi-

ten, en efecto, distinguir, o incluso oponer, en su seno, lo que

se denomina, en términos absolutos, «sindicalismo», y el con-

junto de organizaciones «funcionales» que aseguran tal o cual

función técnica en la reproducción socio-económica del sec-

tor.

Son estas últimas las que componen, en lo esencial, la «tec-noestructura» de la que hablábamos más arriba, las que sub-contratan el trabajo del Fstado, burocracia estable, numero-

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sa, cada vez más diversificada, que consolida su estatuto y que

se organiza «como una fábrica» (Marx).

Por su parte, el «sindicalismo» está compuesto, en el caso

francés, por sindicatos de agricultores, con su federación pro-

vincial (F.D.S.E.A.) y su federación nacional (F.N.S.E.A.). Este

sindicalismo tiene vocación general, a diferencia de los «sindi-

catos de productos», también llamados «asociaciones especia-

lizadas» o sindicatos sectoriales, que están estrechamente aso-

ciados a la gestión técnico-económica de las diversas produc-

ciones. Su función propia fue descrita en estos términos porF. Guillaume, entonces presidente de la F.N.S.E.A., y duran-

te varios meses ministro de agricultura en el gobierno de J. Chi-

rac (1986-1988) en su libro Le pain de la liberté (Guillaume,

1983, p. 80): «Las misiones del sindicalismo son múltiples: mi-

siones de consejo, de asistencia y de conciliación ante los agri-

cultores en ámbitos tan diversos como la técnica, la gestión,

la tierra, el derecho, la fiscalidad, la expropiación, la forma-ción; misiones de representación para negociar el sistema de

precios con los industriales del sector agro-alimentario, y pa-

ra establecer convenios con los servicios públicos D.D.E.,E.D.F., G.D.F. (...); misiones más generales de defensa, me-

diante la organización de acciones sindicales; misiones, en fin,

de orientación de las política de producción, con el apoyo y

la participación de la Cámara Agraria, del Crédit Agricole,

de la Mutualidad, del Cooperativismo, (...).» Su acción «fa-

vorece la creación de servicios adecuados, dirigidos por los agri-

cultores: Centre de Comptabilité et de Gestion, Maisons de

l'Elevage, Grouppements de Défénse Sanitaires, A.D.A.S.E.A.

(Association Départementale d'Amélioration des Structures

d'Exploitations Agricoles, etc.).

Como vemos, este texto muestra claramente al sindicalis-mo como algo diferente de los aparatos de gestión técnica dela agricultura, a los que se les llama en los medios agrícolaslos «aparatos de encuadramiento». El sindicalismo juega conrespecto a éstos un papel de animación, de orientación ...; po-dríamos caer incluso en la tentación de decir un papel de «co-

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misario político». Pero, al misto tiempo, sus miembros, sus mi-

litantes, no son en absoluto «exteriores» a estos aparatos, sinoque éstos están «dirigidos» por ellos mismos, por los propios«agricultores». Los «agricultores» (entiéndase, los socios y mi-litantes del sindicato provincial, en este caso de la F.D.S.E.A.)son, pues, a la vez, sujetos que dirigen los aparatos de encua-dramiento y objetos de la acción de éstos (Remy, 1982).

La fuerza de estos aparatos de encuadramiento, que no ten-drían si fueran aparatos de Estado «normales», reside en quepermiten a los «agricultores modernos» disciplinarse a sí mis-

mos. Las obligaciones que les son impuestas de este modo noson percibidas por ellos, en la mayoría de los casos, como me-didas vejatorias procedentes de un poder exterior, sino comoel efecto legítimo de una disciplina colectiva, como los sacrifi-cios que en tanto que individuos deben consentir para permi-tir el desarrollo de la categoría social a la que pertenecen. Losmás militantes fueron, y siguen siendo, los primeros en creary adoptar el «modelo de explotación» de su región, y, como

contrapartida, también son los primeros en beneficiarse de lasventajas de todo tipo que el «aparato», distribuidor de los me-dios de la política agraria, es capaz de atribuir.

Este tipo de productor aparece con toda claridad y de lamanera más tangible en el estudio ya citado sobre la produc-ción lechera en las cooperativas del oeste de Francia (I.N.R.A.-C.C.A.O.F., 1982, p. 128 s.). Entre los productores estudia-dos, los que tienen las explotaciones más intensivas y orienta-das a los sistemas de producción considerados en la región co-mo los más modernos (leche-ganadería sin tierra-cultivos dehuerta), son también los más comprometidos profesionalmente:más de una cuarta parte de ellos ejerce alguna responsabili-dad en una organización profesional.

J. Remy ha estudiado con detalle el conjunto de este pro-ceso en la provincia de la Sarthe (Remy, 1982, en particular

el t. III). Pensamos con él que la categoria de agricultores quese creó de esta forma, y que aún sigue creándose, procedenteen su gran mayoria de las filas del campesinado medio, cons-

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tituye un nuevo tipo social. Y como él, también rechazamos(Remy, 1982, t. III, p. 62) la tesis muy unilateral sostenida

en el trabajo, por lo demás muy interesante, de S. Marésca,

Les dirigeants paysans (Maresca, 1983), según la cual esta ca-

tegoría no sería sino la reproducción de la «burguesía agra-

ria»: pensamos que, incluso en los lugares donde ha tenido una

fuerte existencia, esta burquesía agraria sólo ha sido uno de

los componentes del movimiento.De lo que precede se puede concluir que los «aparatos» así

descritos juegan actualmente un papel de mantenimiento y dereproducción del estrato de agricultores intensivos modernos.

En cuanto a los que no forman parte de este estrato, los

que son demasiado pequeños, demasiado viejos, incluso los que,

pues los hay, no han aceptado adherirse al modelo y se man-

tienen, de una u otra manera, al margen de este proceso (cf.

Remy, 1982), ocupan, frente a estas organizaciones, una po-sición ambigua: las necesitan en ocasiones para obtener servi-

cios que solamente ellas ofrecen; las mantienen, llegado el ca-

so, con sus cotizaciones, y las votan en ciertas elecciones para

los organismos profesionales. Pero, al mismo tiempo, las con-

ciben como exteriores y las sienten como un poder que se ejer-ce sobre ellos, que, por otro lado, distinguen mal del poder

de la Administración propiamente dicha. Y en una palabra,

saben que estas organizaciones, al menos implícitamente, per-

siguen el objetivo de eliminarlos en tanto que productores agrí-

colas.

6. Las relaciones de poder en la gestiónde la política agraria: el «corporativismo»y sus límites

Como podemos ver, el sindicalismo de carácter general,órgano ideológico y político, ejerce lo esencial de su influen-cia, de su poder, a través del papel que juega en el funciona-miento de los aparatos técnico-económicos. Una organización

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sindical como el M.O.D.E.F. (Mouvement de Défense des Ex-

^iloitations Familiales), vinculado al P.C.F., ha sabido, preci-

samente, conservar un importante grado de influencia real,

a pesar de tener una ideología y un programa bastante po-

bres, porque ha conseguido mantener, en ciertas provincias,

buena parte del control de estos aparatos.

Por el contrario, el movimiento de Paysans Travailleurs,

corriente disidente de izquierdas de la F.N.S.E.A., formadapor agricultores modernizados y que optó por rechazar la po-

lítica de «cogestión» con los poderes públicos para conservar

todo su vigor reivindicativo, nunca consiguió penetrar de ma-

nera importante en el mundo agrícola.

Se comprende, pues, la importancia que ha tenido en Fran-

cia recientemente la disputa sobre la «representatividad». El

grupo dirigente del sindicalismo mayoritario representado por

la F.N.S.E.A. ha considerado, con razón, sumamente peligrosopara el futuro de su poder que una corriente minoritaria o di-

sidente llegue a introducirse en todos esos consejos de admi-

nistración, comisiones y comités por medio de los cuales los

representantes de los agricultores participan en la estructura

de poder: las ideas de estos grupos minoritarios podrían en-contrar un mayor eco, un nuevo público, sobre todo si se die-

ra la circunstancia de que fuesen adoptadas por los represen-

tantes de los poderes públicos.

Tocamos aquí el problema de la naturaleza del poder del

equipo que dirige desde hace más de veinte años en Francia

el sindicalismo agrario, es decir, la F.N.S.E.A. En igual me-

dida que este poder puede ser resultado de su hegemonía co-

mo «intelectual orgánico» sobre los agricultores franceses, ^no

podría resultar también de su vinculación privilegiada con el

Estado y el gobierno, y de la amplísima delegación de poderque se le ha venido concediendo?

El Estado controla lo esencial de los circuitos que finan-

cian a los aparatos técnico-económicos encargados de realizar

la política agraria; en ellos, los representantes estatales y los

comisarios del gobierno se encuentran por doquier. Sólo con

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su complacencia, el sindicalismo, nacional o provincial, ha po-

dido ejercer en ellos una influencia que apenas ha sido rebati-

da más que por la lógica propia del funcionamiento de cada

aparato. Nada tiene de extraño que el sindicalismo haya creí-

do, y continúe haciendo creer, que la autoridad que la cos-

tumbre le ha concedido forma parte de sus atributos natura-

les.

Los poderes públicos han venido dando libertad de acción

a las direcciones sindicales gracias a una profunda sintonía con

ellas sobre los objetivos de la política agraria, pero también,para buena parte de los círculos dirigentes, por convicción ideo-

lógica: tno puede ser la agricultura un buen ejemplo del éxito

alcanzado por una política de la que el Estado se ha ido reti-

rando, dejando al sector privado administrar sus propias asun-

tos?

A) Las Interprofesiones

Los intentos de poner en práctica, a partir de 1974, una

gestión «interprofesional» constituyeron una prueba muy elo-

cuente del realismo de esta manera ideológica de proceder.El sindicalismo emanado de los Jóvenes Agricultores tenía desde

sus inicios, como lo hemos visto más arriba, la ambición de

autogestionar las distintas ramas de la producción. Esta am-bición se expresaba entonces en un «lenguaje de izquierdas»:

se trataba de una autogestión por los denominados «trabaja-

dores de la agricultura» de sus propias ramas de producción,

con el iin de luchar contra su sometimiento al capital agro-

industrial. Este primer intento condujo a la elaboración de la

«ley sobre la economía contractual» y, sobre todo, a la crea-

ción de las agrupaciones de productores y a la expansión del

cooperativismo.

Algunos años más tarde, políticamente más calmados, elC.N.J.A. prosiguió con la realización de su proyecto, dándo-le, esta vez, una formulación abiertamente derivada del viejo

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sueño corporativista: la gestión «interprofesional» de las ramas,que debía resultar del «trabajo en común y paritario de los

productores agrícolas, de los transformadores industriales o coo-

perativas, de los distribuidores y, llegado el caso, de los con-

sumidores, a la búsqueda, según un acuerdo colectivo, de su

interés común» (Estudio de A.P.R.I.A., enero de 1970, cita-do por Hairy y Perraud, 1980, p. 84). En esta tarea, el sindi-

calismo esperaba ciertamente apoyarse en el sector cooperati-

vo, donde tenía gran influencia. Este proyecto contaba con la

simpatía de los medios dirigentes. Eran los comienzos de una

ola que hoy en día estalla en aplausos entusiastas por su dis-

curso liberal de «hay que desengancharse del Estado». Sus de-

fensores entonces invocaban, por otro lado, el ejemplo de los

países nórdicos y anglosajones, en los que existía ya ese tipo

de instituciones: Dinamarca, Gran Bretaña, y, especialmen-

te, los Países Bajos, donde las ramas agrícolas estaban organi-zadas desde los años treinta en 1iroduktschap^ien.

La primera gran <rinterprofesión» fue, pues, creada en 1974,

en el sector más importante, más heterogéneo y más abruma-

do de contradicciones y de problemas: el sector lechero. Una

ley daba su estatuto al Centre National Inter^irofessionnel del'Economie Laitiere (C.N.I.E.L.).

Un año más tarde, el Parlamento aprobaba una ley sobre

la «organización interprofesional agrícola», dirigida a exten-

der esa modalidad de gestión al conjunto de las ramas agríco-las. Esta ley sería completada y ampliada en 1979.

La experiencia del C.N.I.E.L., las esperanzas depositadas

en él y la pobreza de los resultados obtenidos, están analiza-

dos con detalle en el trabajo ya citado de D. Hairy y D. Pe-

rraud (1980, cap. II). La idea inicial no era absurda: en efec-

to, los productores y lq's transformadores lecheros tenían ne-

cesariamente intereses si no comunes sí interdependientes, exis-

tiendo desde hacía tiempo múltiples formas de instancias pa-

ra la negociación, tanto al nivel local como nacional. También

era cierto que la voluntad de desengancharse de esa fun-

ción administrativa por parte de los poderes públicos no era

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completamente inocente, ni estaba inspirada por los puros idea-

les del liberalismo. En el transcurso del decenio 1960-1970, el

Estado había colaborado en la constitución de una potente in-

dustria de transformación que, en el espíritu de los dirigentes

de la época, debía asumir la gestión y la racionalización del

sector de la producción lechera. En 1973 parecía que esta po-

lítica no había dado los resultados esperados: los productores

tenían problemas permanentes de rentas, y los más moderni-

zados no eran los últimos en quejarse y en reivindicar ante las

industrias, aunque fueran cooperativas, el aumento de los pre-

cios de la leche. Por su lado, las industrias lecheras se queja-

ban de su baja rentabilidad, los capitales privados se retira-

ban y el Estado tenía que intervenir para enjugar los déficits.

Los promotores de la vía interprofesional esperaban que

el C.N.I.E.L. supiera organizar la rama, ejerciendo un diri-gismo de carácter privado que liberara al gobierno de empren-

der una reestructuración políticamente peligrosa.

Los industriales privados no eran muy partidarios de esta

tarea; las propias cooperativas eran también reticentes a ella,

considerando que el cooperativismo debía ser el marco natu-ral para la organización de la producción lechera «en favor

de los productores». Era el sindicalismo de los productores de

leche el que insistía en construir un sistema interprofesional,

esperando con ello fortalecer su poder económico. La

F.N.S.E.A. presentó en esta ocasión reivindicaciones inspira-das en el más puro corporativismo: según ésta, el Estado de-

bía otorgar a las direcciones de la interprofesión delegaciones

de poder que les permitiesen cobrar cotizaciones obligatorias

de producción y acaparar los poderes de gestión del mercado

detentados por los organismos de intervención estatales (Hairy

y Perraud, 1980, p. 113).Pero lo que la F.N.S.E.A. veía, sobre todo, en este asunto

era la ocasión para introducir en el dispositivo un sistema de

«precio mínimo garantizado» que debía ser fijado por nego-

ciación en el seno de la interprofesión. Ello suponía ir mucho

más lejos que el precio base de intervención previsto por la

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P.A.C.: se trataba de un retorno al precio «indexado» de la

antigua ley Laborbe. Las grandes huelgas de entrega de la le-

che ocurridas en las regiones del Oeste en mayo-junio de 1972

incitaron a una evolución del sindicalismo hacia actitudes ma-

ximalistas.

Pero las negociaciones entre las diferentes profesiones y la

Administración obligaron a los representantes de los agricul-

tores a una serie de retrocesos. Tuvieron que renunciar, en pri-

mer lugar, a las delegaciones de poder que reclamaban, lo queno hizo sino reforzar su exigencia de un precio mínimo garan-

tizado. A pesar de la benevolencia manifestada por el enton-

ces ministro de agricultura, M. Chirac, la Administración su-

brayaba que el sistema de precio garantizado no podía «recu-

rrir a ningún apoyo financiero nacional», ya que era algo queestaba excluido en las disposiciones de la P.A.C. Así pues, se

creó el C.N.I.E.L. y se aprobó la ley que lo organizaba, sin

que por ello quedase regulado de forma clara el punto funda-

mental sobre la determinación del precio: este precio debía

iijarse, a partir de entonces, por medio de contratos-tipo, ne-

gociados entre productores y transformadores en cada «región

lechera» y ser «homologados» por el ministerio. Pero ^de qué

forma sería posible alcanzar un acuerdo entre intereses con-

tradictorios si el Estado se negaba a arbitrar las discrepancias

y a asegurar una compensación iinanciera a los industrialespara el caso de que vieran elevarse sus costes en relación con

los de sus competidores europeos?

Para eludir la objeción de las obligaciones europeas que

los poderes públicos oponían a los intentos del C.N.I.E.L., éste

decidió dirigir sus ataques contra un sector no contempladopor los reglamentos europeos: el mercado de la leche de con-

sumo. Defendiendo ventajas suplementarias, los intereses de

los productores y de los industriales estaban unidos frente a

las prácticas de las empresas de distribución del gran comer-

cio integrado, que ejercían una presión «anormal» a la baja

sobre el precio del producto.

Entonces fue cuando apareció con perfecta nitidez y cru-

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deza la verdadera naturaleza de las relaciones entre el Estado

y las organizaciones profesionales, y los límites que dicha rela-ción impone a la acción de estas últimas.

El proyecto de la interprofesión C.N.I.E.L. de fijar un pre-cio de venta a los minoristas de leche de consumo fue rechaza-do por el Ministerio de Hacienda ( 1976): la Direction de laConcurrence et des Prix dirigió al C. N.I. E. L. una carta invo-cando, a este respecto, la necesidad de acomodarse a la políti-ca gubernamental de lucha contra la inflación. Dicha Direc-ción aprovechó la ocasión para recordar•al C.N.I.E.L. que «laorganización de los mercados es competencia exclusiva de losministerios correspondientes» (citado por Hairy y Perraud,1980, p. 189).

Nos parecen particularmente interesantes las enseñanzasde esta experiencia. Por muy importante que pueda ser la fun-

ción de los diferentes agentes y de sus organizaciones profesio-nales en la organización técnica de cada rama, la gestión eco-

nómica de las diferentes ramas de producción, de las diferen-tes filiéres, y su concordancia con la política económica na-cional, son tareas propias del Estado. En realidad, estas ta-reas resultan imposibles sin la intervención estatal. Como severá en el capítulo final de este trabajo, esta realidad de laintervención fue bien entendida por los gobiernos de izquier-da presididos por P. Mauroy durante la primera etapa de F.Mitterrand al frente de la República (1981-1983): su proyectode offices par riroduits pretendía poner remedio a la impoten-cia de las interprofesiones «libres», reintroduciendo en la ges-tión de cada rama un representante del Estado como árbitrode los conflictos de intereses y como garante y responsable delos equilibrios económicos sectoriales^nacionales.

Además del caso paradigmático del sector lácteo ya anali-

zado, existen interprofesiones muy antiguas que funcionan sinllamar la atención. Es el caso, por ejemplo, de la existente enla rama azucarera: hay que señalar al respecto que esta inter-

profesión viene concediendo, desde sus orígenes, un amplio es-pacio a la intervención estatal, tanto mejor aceptada cuanto

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que la propia rama es el resultado histórico de una creación

del Estado. Así pues, la Confederation Inter^irofessionnelle desPlantes Saccharíferes (C.I.P.S.), que agrupa a todas las aso-ciaciones sindicales de productores y de industriales, se reúne

en presencia de un comisario del gobierno, mientras que el

presidente y el director general del Fonds d'Intervention et de

Regularz;sation du Marché du Sucre son, ambos, nombradospor el gobierno.

Se nos podría plantear, sin embargo, la siguiente cuestión:

^cómo se explica entonces el éxito de las interprofesiones «li-

bres» danesas, británicas u holandesas que habían servido de

modelo al C.N.I.E.L.? Es necesario tener en cuenta que, a pesarde todas las analogfas de sus agriculturas con la francesa, el

sector agrario juega en las economías de esos países un papel

muy diferente del que desempeña en Francia.

En Dinamarca y en los Países Bajos, como hemos visto más

arriba, la producción agrícola y, sobre todo, la producción le-

chera tienen históricamente vocación exportadora: tanto los

productores como la industria de transformación fueron so-

metidos desde hace decenios a la necesidad de ser competiti-

vos en cuanto a precios y a calidad de los productos. Este hecho

exigió una organización y una disciplina estrictas y centraliza-

das. La industria de transformación en estos países es coope-

rativa casi al cien por cien, pues se trataba en sus inicios de

impedir que el capital privado viniese a extraer de la rama

un beneficio «normal». No hay, por consiguiente, grandes an-

tagonismos en el interior de la rama y se aceptan con bastante

facilidad las disciplinas. La opción tradicional de Inglaterra

fue diferente: ha reposado sobre una política sistemática de

alimentación barata; pero desde el punto de vista de la orga-

nización de las ramas dicha opción ofrece resultados muy si-

milares. En todos estos casos, más allá de las formulaciones

de principios, el rol del Estado ha sido esencial en la toma de

decisiones y, en el fondo, la interprofesión aparece en estos tres

países como «instrumento» de la intervención estatal (Hairy y

Perraud, 1980, p. 210).

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B) La «Conferencia Anual^^

Los límites del poder «corporativo» del sindicalismo agra-

rio frente al Estado se maniiiestan, tal vez con mayor claridad

aún, cuando se trata no ya de la gestión de ramas especíiicas,

sino de los grandes equilibrios generales, sea a nivel del sector

agrario, sea a nivel de la economía nacional. Nos limitaremos

para demostrarlo a estudiar el funcionamiento de la llamada

Conférence Annuelle, donde las verdaderas relaciones de po-

der se han manifestado de forma tanto más expresiva cuanto

que esta conferencia ha sido, desde sus orígenes, organizada

como una especie de rito de gran alcance simbólico.

La Conférence Annuelle fue instituida en 1971, siendo M.

Cointat Ministro de Agricultura. La idea original partió de

la Commission de Z'Agriculture du Plan, que estimaba nece-

sario «programar» de manera más rigurosa, para un período

de varios años, la aplicación de la política agraria y«iijar» ca-

da año objetivos parciales y los medios correspondientes para

alcanzarlos. Este proyecto fue enérgicamente apoyado por los

representantes del sindicalismo agrario (cf. Informe de la Co-

misión de Agricultura del I^I Plan, abril 1971, p. 54 s.; y De-

batisse, 1971), ya que correspondía, en efecto, a una de sus

viejas reivindicaciones sobre la necesidad de «levantar acta»

de modo concertado sobre el estado de la agricultura france-

sa. El grupo dirigente de la Profesión veía en ello el medio desalir de su «mano a mano» confidencial con los poderes públi-

cos, .con el doble objetivo de, por un lado, ser reconocido ante

la opinión pública general como el representante oficial y ex-

clusivo de los intereses de los agricultures, y, por otro, de obli-

gar al «conjunto de la Administración» a adquirir cada año

compromisos públicos y solemnes sobre las decisiones de polí-

tica agraria a adoptar y sobre los medios a conceder para apli-

carlas.

Por el contrario, el gobierno de entonces mostró una com-

prensible reticencia a comprometerse en un tipo de práctica

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que podía reducir sus capacidades de maniobra en una coyun-

tura económica llena de perturbaciones.La primera Conference Annuelle tuvo lugar en 1971, en

unas condiciones tales que nos permiten hablar de un autén-

tico sabotaje del gobierno, llegando los observadores a creer

entonces que la experiencia no tendría continuidad. Sin em-

bargo, al año siguiente, M. Chirac, nuevo Ministro de Agri-

cultura, muy atento a su popularidad en los medios agrícolas,

cedió a las insistencias de la Profesión: mantuvo la Conferen-ce y consiguió convencer al Primer Ministro y al conjunto del

gobierno del interés que podía tener su institucionalización.

En el transcurso de los años, una delegación gubernamental

cada vez más numerosa iría acompañando al Primer Ministro

y al Ministro de Agricultura en las sucesivas Conferences. En1981, la delegación gubernamental asistente contaba, al me-nos, con siete ministros y secretarios de Estado, entre ellos el

del Plan, el de Economía y Finanzas y el del Presupuesto, a

los cuales se habían sumado gran número de altos funciona-

rios, así como representantes de las principales comisiones par-lamentarias.

A primera vista, cabe la posibilidad de interrogarse sobre

las razones que incitaron a los poderes públicos a comprome-

terse de esta forma en una especie de ceremonia ritual cuyo

beneficio parecía recaer enteramente en los dirigentes profe-

sionales. El sentido de su actitud se revela cuando se exami-nan los resultados del conjunto de Conferences Annuelles ce-lebradas.

Durante los primeros años, sirvieron, ante todo, para con-

solidar medidas tendentes a completar y pulir el dispositivo ins-

titucional de la política agraria. En el marco de estas Confe-rences fueron proclamadas, por ejemplo, la creación del

O.N.I.B.E.V., la dotación a los jóvenes agricultores para ins-

talación y los préstamos especiales para la ganadería, en la de

1972; la creación del C.N.I.E.L. y la reforma de la I.V.D.,

en la de 1973; y la instauración de sistemas de las interprofe-

siones, en la de 1974. La mayor parte de estas medidas corres-

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pondía, a veces, a antiguos proyectos que habían sido objeto

de acuerdo previo entre los poderes públicos y la Profesión.

Su proclamación solemne en el marco de la Conference An-

nuelle tenía, pues, un alcance más simbólico que otra cosa.

Sin embargo, las conferencias anuales fueron incluyendo,

rápida y progresivamente, en sus programas un conjunto de

compromisos presupuestarios a favor de tal o cual producción,

de tal o cual categoría de productores, o del conjunto de los

agricultores. El Estado era, así, reconocido, de forma cada vez

más explícita, como el garante de las rentas del sector agra-

rio.A partir de 1975-76, esta tendencia se hizo predominante.

Las propuestas de naturaleza institucional fueron cada vez más

pobres: el conjunto de las estructuras institucionales postula-das por las leyes de 1960-1962 estaba ya realizado y el progra-

ma del antiguo equipo dirigente del C.N.J.A., que los pode-

res públicos habían adoptado, se daba por acabado. En ese

mismo momento, el sector agrario comenzó a experimentar,

de forma cada vez más dura, los efectos de la crisis económica.

El «choque petrolífero» desencadenó un proceso de aumento

de los precios de los factores de producción (abonos, carbu-

rantes, productos iitosanitarios. ...). Por otro lado, la debili-

dad del franco encareció gravemente los productos de impor-

tanción (tales como la soja) de gran consumo por la agricultu-

ra moderna. Como observa con razón D. R. Bergmann (Berg-

mann, 1983), los compromisos del Estado en materia de ren-

tas agrarias constituyeron, por su parte, un abandono defini-

tivo de la antigua política de reajuste automático de los pre-

cios de la producción, tan estimado por la Profesión. El go-bierno, escudándose en las disposiciones de la P.A.C. e invo-

cando las obligaciones de la competitividad internacional y so-

bre todo las necesidades de la lucha contra la inflación, se opuso

a toda subida de los precios de los productos agrarios. Ya no

se hablaba de compromisos ni de gestión paritaria: el Estadoacabó imponiendo unilateralmente las obligaciones necesarias

para conservar los grandes equilibrios económicos. M. Deba-

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tisse, entonces presidente de la F.N.S.E.A., no se equivoca

cuando, en un artículo publicado por Le Figaro (11 de febre-

ro de 1976), constataba amargamente que <muestro drama con-siste en tener al Estado por único interlocutor. La concerta-

ción, o mejor dicho, la confrontación permanente con los po-

deres públicos, se sitúa a todos los niveles: precios, transferen-

cias sociales, préstamos, organización de los mercados (... ).

Nuestro papel consiste en obligar al Estado a equilibrar las re-laciones de fuerza en el mundo económico sin privilegiar de-

masiado los intereses de los consumidores como tiende a ha-

cer para defender el índice de los precios^>.

En contrapartida, el Estado concedería directamente a los

agricultores una especie de «ayudas a la renta», tendentes a

compensar parcialmente las pérdidas que les ocasionaba la dis-

minución de los precios. De aquí procede el extraño destino

de la Commission des Comptes de l'Agriculture fundada en

1964 para apoyar la mejora técnica del trabajo de los estadís-

ticos y de los contables nacionales, y que se transformaría

súbitamente en una especie de tribunal responsable de infor-

mar sobre el resultado del año transcurrido en cuanto a las

rentas del sector agrario: su «fallo» ha servido, desde enton-

ces, de base para la negociación sobre la cuantía de las «ayu-

das a las rentas».

De esta forma, la Profesión cayó en las redes que ella mis-

ma había echado al Estado. Estas Con,ferences Annuelles, con

las que había esperado obtener del Estado, ante los ojos de

la opinión pública, compromisos que éste no pudiera romper,

fueron finalmente utilizadas por el Estado para obligar a la

Profesión a doblegarse ante la disciplina de la lucha antiinfla-cionista. Y la compensación que se le ha concedido la sitúa

deliberadamente en esa posición de eterna mendiga que los

contribuyentes están siempre dispuestos a reprocharle.

La profesión es dolorosamente consciente de ello. Así lomanifestaba un editorial de uno de sus más lúcidos dirigen-tes, recientemente desaparecido, G. Seyriés, publicado en larevista de la F.N.S.E.A. (1980) al final de la Conference An-

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nuelle de 1980, de la cual la Profesión había «arrancado» uncomplemento de renta de 4.600 millones de francos.

Este escribía: «Ni regalo, ni limosna, los 4.600 millones de

francos (...) son un reembolso de la deuda pública hacia la

agricultura, y nada más (...). Habríamos preferido ciertamente

que las rentas agrícolas fuesen obtenidas a partir de precios

remuneradores recibidos por los agricultores. Lo hemos expre-

sado suiicientemente en las manifestaciones de la primavera.

A1 no haber sido escuchados, nos hemos visto obligados y for-

zados a recurrir a una compensación de ingresos y a unas me-

didas de atenuación del endeudamiento de los agricultores.»

En deiinitiva, el tono fácilmente arrogante y triunfalista

del sindicalismo agrario no puede disimular un hecho que si-túa en su justo lugar las consideraciones sobre el carácter «cor-

porativista» de la política agraria y sobre los poderes de la Pro-

fesión: aunque parezca imposible, la Profesión tuvo que aceptar

entre 1974 y 1981 un «descenso de la renta global del sector

agrario, en valores reales, a una tasa media anual superior al

1 por 100.

C) La Política Agraria Común (P.A. C.)

Se habrá podido observar, que en este proceso, al igual que

en otros muchos casos en los que se le opone y se le impone

a la Profesión la «razón de Estado», son los compromisos re-

sultantes de la P.A.C. los que sirven de ultima ratio, saliendo

al paso de toda negociación y de todas las concesiones posi-

bles.Cuando se considera el período transcurrido desde la gue-

rra, se da uno cuenta que el argumento «Europa» ha sido siem-

pre extraordinariamente eficaz para los gobiernos en su rela-

ción con los agricultores. Como hemos visto, los proyectos de

los grupos modernistas de la agricultura francesa intentaron,

desde el principio, desarrollarse en el marco europeo. Convie-

ne, pues, analizar las razones de por qué la P.A.C. ha llegado

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a jugar hoy en día, para los agricultores franceses, el papelde una instancia represiva, después de haber creado en los co-mienzos del proceso modernizador la esperanza de que se abríapara ellos «un mercado unificado de 200 millones de consu-midores».

La agricultura es hoy la única rama de las economías euro-peas comunitarias que ha dado lugar a una política común.Y puede resultar extraño que esta rama, entre todas las de-más, haya sido elegida de común acuedo por los países miem-bros para realizar pruebas de gestión supranacional.

En el limitado espacio de que disponemos no es posible tra-zar el panorama completo de las agriculturas de los países dela Europa occidental. Hemos subrayado más arriba que éstaspertenecen a un mismo tipo general, que reposa en la explo-tación individual de superficie media y de carácter intensivo.

Pero las características geopolíticas de cada uno de los países,su historia, sus estrategias económicas, .. . han contribuido adar a sus agriculturas y a sus políticas agrarias unas fuertesparticularidades nacionales. Veamos a continuación algunos

ejemplos.Gran Bretaña y Alemania, que disponen de grandes me-

trópolis industriales y de escasos espacios agrícolas de buenacalidad, son desde el siglo pasado grandes importadores de pro-ductos agrícolas. Pero los dos países han administrado esta si-

tuación de forma muy diferente.Gran Bretaña, lo hemos visto más arriba, sacrificó la «her-

mosa agricultura» de la metrópolis por una política de cheap

foods ( alimentos baratos), organizando una agricultura de do-

minions (Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Argentina, ...)destinada a abastecer al país a bajo precio, a través de «mer-cados mundiales» que casi todos estaban controlados por Lon-

dres. Esta política confería a los aprovisionamientos una vul-nerabilidad que se hizo manifiesta a partir de la Primera Guerra

Mundial. Sin embargo, sólo fue durante la Segunda Guerracuando el país emprendió una política sistemática de desarro-

llo de la producción agraria metropolitana que se ha mante-

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nido hasta nuestros días. Dicha política contó con estructuras

de producción favorables: las explotaciones eran grandes y no

había población en exceso. La intensificación y la moderniza-

ción técnica fueron estimuladas de forma muy activa, creán-

dose, además, un sistema de gestión de los mercados consis-

tente en mantener sobre los mercados de consumo productosa bajo precio mediante el recurso a las importaciones, y en

garantizar, al mismo tiempo, a los agricultores nacionales unos

precios muy remuneradores.

En efecto, cada vez que un agricultor vendía su producto

al precio (bajo) del mercado, percibía del Estado un deficiency

1iayment de cantidad igual a la diferencia entre este precio y

un precio objetivo (elevado) fijado cada año mediante nego-

ciación entre el Estado y las organizaciones profesionales.

Alemania tiene una historia agrícola muy diferente. Has-

ta la última guerra, su agricultura estaba formada por dos zo-

nas distintas: al Oeste, una agricultura individual muy seme-

jante a la de Francia, con explotaciones más pequeñas y un

nivel técnico de intensificación un poco más elevado; al Este,

una agricultura dominada por los grandes «dominios» prusia-

nos, productores de cereales. Estas agriculturas nunca fueronsuficientes para alimentar un país de fuerte dinamismo demo-

gráfico. De ahí le viene una tradición de política agraria que

1 se esforzó siempre por mejorar el grado de autosuficiencia na-

cional mediante una política de precios altos para los produc-

tores (Barral, 1964).Después de la Segunda Guerra Mundial, la República Fe=

deral, que cuenta con las zonas más desarrolladas y más po-

bladas del antiguo Reich, amputadas, sin embargo, de las zo-

nas de gran producción agrícola del Este, se encontró en una

situación muy deficitaria. Para aumentar lo más rápidamen-te posible la producción nacional, se instauró una política, co-

nocida como «Plan Verde», consistente en garantizar altos pre-

cios a los productores.

En cuanto a los Países Bajos, adoptaron desde el final delsiglo xIx un modelo de agricultura totalmente orientado ha-

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cia la exportación, que recuerda fielmente el que había sido

practicado medio siglo antes en Dinamarca. Este modelo fun-

ciona, desde sus orígenes, basándose en pequeños y medianosproductores de alto nivel técnico y fuertemente organizados

bajo la égide del Estado. Los Países Bajos, de forma aún más

completa que Dinamarca, optaron por transformar en pro-

ductos animales (productos lácteos y porcino) los cereales y

otros productos forrajeros adquiridos al más bajo precio posi-

ble en los mercados mundiales. Una potente organización

comercial y portuaria les ha permitido poner estos produc-

tos muy baratos a disposición de los productores, cuyos cos-

tes de producción han estado siempre entre los más bajos deEuropa.

Por último, Italia pertenece a una tradición agrícola muy

diferente de la de sus socios europeos (Barral, 1964). En las

llanuras del Norte, se encuentran grandes explotaciones capi-

talistas de un tipo que no tiene equivalente en los países de

la Europa occidental. Una gran parte del Sur ha sido tradi-

cionalmente víctima del latifundio y cercana a los niveles del«subdesarrollo». En el resto del país ha existido siempre una

agricultura de explotaciones pequeñas y medianas de tipo in-

dividual. En suma, por razones derivadas tanto de sus estruc-

turas agrarias como de sus condiciones naturales y climáticas,

Italia ha sido, y sigue siendo, deficitaria en profuctos anima-les y en cereales, pero ha desarrollado una notable capacidad

de exportación de productos hortofrutícolas y de vino.

Así pues, de los países de la Europa occidental que inicia-

ron el proceso de integración al final de los cincuenta, tres eran

grandes importadores de productos agrícolas, tanto animalescomo vegetales (Alemania, Gran Bretaña e Italia), y el cuarto

(Países Bajos) era gran exportador de productos animales, pero

importador de cereales. Todos parecían, por consiguiente, pre-

sentar perspectivas prometedoras de importantes salidas para

la agricultura francesa, que disponía de las tierras de cereales

más extensas en la Europa occidental y que también podía con-

vertirse en gran exportadora de productos animales a condi-

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ción de que fuese capaz de alcanzar a marchas forzadas losniveles de productividad holandeses.

Al comienzo de los años cincuenta, acabada ya la recons-trucción posbélica, los países europeos occidentales tenían que

optar por una estrategia de crecimiento. Dos corrientes se en-frentaban: por un lado, los «librecambistas» preconizaban una

reducción general de las producciones nacionales y la consti-tución de un gran mercado «atlántico» bajo la dirección de losEstados Unidos; por otro lado, los «europeos» pensaban queEuropa occidental debía constituir un polo de crecimiento autó-nomo e integrar para ello las economías nacionales, mante-

niendo cierta protección del espacio económico así integradocontra la competencia exterior, particularmente contra Esta-dos Unidos. F1 razonamiento de los «europeos^> conducía a mu-chos de ellos a una actitud federalista: la construcción euro-

pea conducfa, pues, a la «Europa-nación».Esta actitud encontraba sólidos apoyos en los medios polí-

ticos continentales, tanto demócratas-cristianos como socialis-tas. Pero le repelía a Gran Bretaña, que no quiso unirse a laexperiencia. El tratado de Roma de 1957 fue, pues, firmado,

como se sabe, entre los Seis.El tratado preveía la creación de un Mercado Común agrí-

cola y la elaboración de una política agraria común (P.A.C.).

En efecto, si lo que se pretendía era liberalizar los intercam-bios entre los Seis y uniiicar los mercados, no había razonespara hacer una excepción con los productos agrícolas. Ahorabien, sabemos que en todos los países miembros, el funciona-

miento de la agricultura y la gestión de los mercados y los pre-cios eran objeto de medidas de intervención complejas por parte

de los Estados, ya se tratase de mercados deficitarios o exce-dentarios. Si se quería constituir un auténtico mercado agrí-cola común, con un nivel único de precios, era necesario queuna organización específica se encargase de administrar las me-didas de intervención necesarias para alcanzar este objetivo.

Curiosamente, fueron los «gaullistas» franceses, tras su lle-gada al poder a final de los cincuenta, los que, a pesar del

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horror que les causaba la idea de supranacionalidad, ejercie-

ron una presión obstinada sobre sus socios europeos para que

se instauraran la P.A.C. y las instituciones comunitarias co-

rrespondientes (Delorme, 1975, p. 610 s.). Hay que ver en ello

el efecto de los temores que levantaba la perspectiva de un «ma-

no a mano» con Alemania, combinado con el deseo de ama-

rrar sólidamente a esta última a la «Europa europea», de des-

viarla de las tentaciones de «librecambismo atlántico» y del en-

tendimiento directo con los Estados Unidos.

Para mantener a Alemania en el marco de los Seis era ne-

cesario aceptar la competencia de su industria. Pero, como de-cía M. Pompidou, «esta confrontación sólo sería soportable sifuera compensada por un Mercado Común agrícola que pro-

porcionara a nuestra agricultura salidas importantes a precios

remuneradores, y que permitiera al Estado, liberado en bue-

na parte de la necesidad de apoyar a nuestra agricultura, ali-

viar las cargas que pesan sobre la industria» (Declaración del29 de julio de 1965, citada por Delorme, 1975, p. 611).

Así pues, la P.A.C. tenía una doble ventaja para Francia:

aseguraba, de un lado, una contrapartida económica a la aper-

tura de nuestras fronteras a la industria alemana, y exigía, de

otro, la constitución de un centro de decisión comunitario que

vinculara institucionalmente a Alemania con los Seis.

En el plano interior, la P.A.C. era, a la vez, un medio de

justificar los esfuerzos exigidos a los agricultores y un medio

de ganárselos a todos ellos mediante la perspectiva de merca-

dos ilimitados, sobre todo a partir del momento en que fue

pronunciada la palabra mágica de «preferencia comunitaria»,

que les prometía extender la protección al conjunto del mer-

cado de los Seis. Como hemos visto, el «gaullismo» utilizó es-

tas perspectivas que se abrían en el horizonte comunitario pa-

ra acabar ganándose a los «grandes agricultores» cerealistas

y remolacheros. Y además, como M. Pompidou esperaba, ltalvez sería posible hacer que los gastos generados por el sosteni-

miento de nuestra agricultura recayesen sobre los demás países!

Durante algunos años, los resultados correspondieron bas-

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tante bien con estas esperanzas. Las diversas instituciones co-

munitarias se pusieron en funcionamiento y los tres principios

de la P.A.C.: unicidad del mercado y de los precios, y prefe-

rencia comunitaria, funcionaron satisfactoriamente. Gran parte

de la opinión pública francesa pensaba que la «ediiicación de

Europa» iba a ser rápida y cómoda.

Los intercambios agrícolas entre los Seis se fueron desarro-

llando. En lo concerniente a Francia, sus exportaciones aumen-

taron y se dirigieron cada vez más hacia la C.E.E. (el 63 por

100 en 1972 frente a149 por 100 en 1966). Pero este fenóme-

no no se correspondía demasiado bien con una reestructura-

ción de la agricultura francesa. En efecto, el punto fuerte de

las exportaciones francesas seguían siendo los cereales; las ex-

portaciones de productos animales eran escasas, salvo en el sec-

tor de los quesos, que era desde siempre una especialidad fran-

cesa. Desde el principio de los años setenta, algunos observa-

dores estimaban, en consecuencia, que estos resultados se ha-

brfan podido obtener de todos modos en el marco de las rela-

ciones comerciales ordinarias, y que los mismos no justifica-

ban demasiado la pesada maquinaria de la P.A.C. (Delorme,

1975, p. 622). Se empezaban a sentir ya los síntomas de la cri-sis y, particularmente, la desorganización del sistema mone-

tario internacional. La economía francesa mostraba su vulne-

rabilidad, traducida en una inflación más fuerte que la de sus

socios europeos.

En 1969, el franco tuvo que ser devaluado, lo que, por me-

dio del juego de la revaluación de los precios comunes, debía

provocar una elevación de los precios interiores franceses. En

ese momento, el gobierno rechazó esa posibilidad y, para evi-

tarla, los servicios del Ministerio de Finanzas se inventaron el

mecanismo de las «paridades verdes» y de los «montantes com-pensatorios monetarios» (M.C.M.) (para una descripción muy

completa de las instituciones de la P.A.C. y de su funciona-

miento, cf. Harris et al., 1983).

A partir de esa fecha, la situación no volvería nunca más

a la «normalidad»: los M.C.M. positivos se institucionalizarían

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en beneiicio de los países de moneda fuerte (R.F.A. y Países

Bajos, sobre todo). La adhesión, en 1972, de Gran Bretaña,

Irlanda y Dinamarca no vino más que a añadir nuevos pro-

blemas. Por medio de un conjunto de efectos perversos muy

complejos (cf. Hassan y Viau, 1979, y 1981 en lo que concier-ne a la producción lechera), los países de moneda fuerte se

han beneficiado desde entonces, en el marco actual de la

P.A.C., de ventajas tan significativas que han recuperado prác-

ticamente la libertad de practicar la política de precios que

estimen más conveniente para su estrategia. Y curiosamente,se ve cómo cada uno de estos países está volviendo a sus anti-

guas tradiciones de política agraria (Delorme, 1983, p. 9).

Alemania puede aplicar los precios más elevados de la

C.E.E. y, con ello, vuelve prácticamente a la vieja política del

citado Plan Verde. En consecuenŭia, aumentan enormemen-te sus producciones agrícolas, y algunas de sus ramas han pa-

sado a ser ampliamente exportadoras, como es el caso de la

de productos lácteos.

Gran Bretaña ha vuelto a su política de aprovisionamien-

to en el exterior, al tiempo que sigue desarrollando aún mássu producción nacional.

En cuanto a los Países Bajos y Dinamarca, se aprovechan

plenamente de la reglamentación para comprar a bajo precio

productos forrajeros no cubiertos por la protección comunita-

ria, y vender los animales criados con estos productos en el in-

terior de la C.E.E., donde sus bajos costes de producción, con-

jugados con (en el caso de los Países Bajos) M.C.M. positivos,

les aseguran una ventaja comercial decisiva: así es como estos

países (además de Bélgica) consiguen ocupar e125 por 100 del

mercado porcino francés.

En definitiva, las esperanzas francesas de convertir a Francia

en la «granja de Europa» se han desvanecido: hoy nos damos

cuenta que, en las condiciones de producción modernas, las«ventajas naturales^> ya no tienen gran importancia, sobre to-

do en materia de producción animal: todo país desarrollado

puede, si quiere, dotarse de una producción lechera, porcina

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o avícola que cubra sus necesidades. Francia no se ha conver-

tido, y nunca se convertirá seguramente, en gran exportadora

de productos animales a los mercados europeos. Sus socios han

conservado su ventaja técnica y, además, en el terreno de losproductos lácteos, los excedentes de los diferentes países se han

vuelto estructurales, hablándose ya solamente de poner los me-

dios para «limitar la oferta».

En suma, el Mercado Común agrícola sigue existiendo, pero

para que sobrevivan los principios del mercado único y del pre-

cio único ha sido necesario aceptar de forma indirecta iuna

nueva separación del mercado y una diferenciación de los pre-

cios! Pero se plantea la cuestión entonces de saber por qué los

países miembros se mantienen iieles a esta P.A.C. que no les

resulta a todos tan desfavorables como a Francia, pero que es,sin embargo, fuente de diiicultades, de crisis y de continuos

desacuerdos.

A nuestro entender, dos razones, al menos, apuntan a fa-

vor del mantenimiento de la P.A.C. La primera es que la

P.A.C. constituye un instrumento relativamente cómodo deutilizar por cada Estado miembro en sus relaciones con las or-

ganizaciones agrarias nacionales. Aunque actualmente los Es-

tados desarrollan, de hecho, políticas nacionales propias, es-

casamente coordinadas con las de sus socios, estas políticas son

de algún modo «hipostasiadas», transformadas, por su perte-nencia formal a la P.A.C., en una especie de absoluto que los

Estados imponen a sus agricultores, «fingiendo» que se les ha

impuesto previamente a ellos mismos.

La segunda razón es, sin duda, la más importante: la exis-

tencia de la P.A.C. ha obligado a los Estados miembros a de-

finir una unidad de cuenta europea «el ECU», lo que les está

Ilevando progresivamente a crear un «sistema monetario euro-

peo».

Este sistema les obliga a una gestión concertada de sus res-

pectivas monedas. Si se admite que una solidaridad moneta-

ria responde al interés de todos en el actual período de crisis,

es evidente que la P.A.C., mientras exista, les proporcionará

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la ocasión concreta de dar a esta gestión colectiva un carácter

de estabilidad, de precisión, de rigor, que no tendría si aqué-

lla desapareciera.

7. Problemas actuales de la política agraria enFrancia

A) Indetermináción económica y o^ición ideológica

Después de un cuarto de siglo de modernización en Fran-cia, y a pesar de los esfuerzos conjuntos del Estado y la Profe-

sión organizada y del desarrollo de todo el aparato ya anali-

zado de la política agraria, la «crisis» de la agricultura está

a la orden del día, y cada vez con mayor crudeza. Pero con-

viene ver que esta situación no es exclusiva de Francia. Todos

sus socios de la C.E.E. están de acuerdo en deplorar el coste

creciente de la P.A.C. y en buscar un método eficaz de «regu-

lación de la oferta» de los productos agrícolas (particularmente

los lácteos). Su desacuerdo radica solamente en las solucionesque hay que adoptar (Agra Europe, n. ° 1270 a 1278). Tam-bién nos llega el eco de las dificultades del mismo orden que

afectan a los Estados Unidos.

Pero los problemas agrícolas de Francia se ven agravados

por dificultades económicas más generales y, sobre todo, porla debilidad de su moneda. Además, no hay que olvidarlo, la

adopción del actual modelo agrícola en Francia es relativa-

mente más reciente que en otros lugares, y su realización exi-

gió, por tanto, en poco tiempo, intensos esfuerzos.

En los medios políticos y administrativos, y en la opiniónpública francesa en general, se manifiesta un cierto sentimiento

de decepción, que afecta, incluso, a quellos agricultores que

habían creído en una agricultura de tipo «empresarial» (agri-

culture d'enterprise). La política agraria ha construido, cier-

tamente, una agricultura moderna, pero esta agricultura mo-derna no consigue prescindir de la política agraria. La explo-

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tación agrícola moderna no es capaz de afrontar las reglas del

mercado y la competencia, de crecer, de invertir, de desarro-

llarse por sus propios medios. Lejos de poder «desenganchar-

se», el Estado se ve obligado a destinarle recursos tan impor-tantes como en el pasado, lo que suscita en los periodistas una

indignación que estalla en furibundas expresiones. Alexandre

y Priouret (1983, p. 118) afirman, por ejemplo, que «la ali-

mentación francesa es la más cara del mundo».

Se puede observar en este momento de la exposición, que,en el conjunto de las economías capitalistas, las ramas indus-

triales no son tampoco gobernados por las meras leyes del mer-

cado y de la competencia; que la intervención, las ayudas y

las subvenciones del Estado no son una excepción, y que, eri

def'initiva, en Francia, como en los Estados Unidos o en Ja-

pón, el Estado es el centro director del desarrollo de la econo-

mía.

Sin embargo, esta objeción no quita ni un ápice de impor-

tancia al hecho de que la agricultura aparezca como víctima

de una crisis que le es propia aunque no conlleve, recordémoslo,ningún problema de aprovisionamiento para el consumidor.

Creemos que la particularidad de esta crisis de la agricultura

radica, ante todo, en el hecho de que no se consiga encontrar

soluciones económicas sencillas y claras a los problemas que

se plantean en el sector de la producción agrícola: zCómo con-trolar y equilibrar la oferta de los grandes productos agrícolas

y asegurar al mismo tiempo unas rentas equitativas a los pro-

ductores, sin verse obligados a recurrir a una multitud de me-

didas de intervención complicadas y costosas? ^Existe un tipo

de explotación que permita obtener este resultado? Y si exis-

te, Zpor qué no se impone, por qué no elimina, por simple com-

petencia, a las explotaciones menos eficaces? Si nos atenemos

al caso francés, el observador puede verse desconcertado por

el estado actual del sector de la producción agrícola y por la

grandísima variedad de tipos de explotación existentes: exis-ten en Francia formas múltiples de ser productor de leche, de

carne de vacuno, de porcino, etc. Algunos de estos producto-

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res están muy especializados, otros muy diversificados, y todo

ello ocurre en explotaciones de todos los tamaños; encontra-

mos grandes explotaciones con dificultades financieras, mien-tras explotaciones medias, inteligentemente administradas, pro-

porcionan al agricultor una renta decorosa.

Ciertos agricultores tienen una renta equivalente a la de

cuadros superiores de las empresas industriales, mientras otros

pueden equipararse a un obrero especializado. Todo esto dala sensación de que ningún tipo de explotación se impone de

forma indiscutible sólo por sus virtudes económicas. Además,el medio agrícola, tanto profesional como administrativo, es

atravesado por discusiones y discrepancias sobre los tipos de

explotaciones que la política de «desarrollo» debe promocio-nar, y a veces se tiene la impresión de que en estas discordan-

cias los factores políticos e ideológicos tienen tanto peso como

las consideraciones propiamente económicas.

Por nuestro lado, pensamos que estas incertidumbres se ba-

san en ciertas características del funcionamiento técnico-económico de la agricultura, que van en contra de lo que es-

pera el sentido común desde hace tiempo, educado en la ra-

cionalidad de la empresa industrial.

La producción agrícola es el resultado de Ia puesta en prác-

tica por el hombre, y en su provecho, de ciertos procesos bio-lógicos: la reproducción y el crecimiento de vegetales y de ani-

males domesticados. En esta operación, el papel del hombre

consiste en proporcionar a estos organismos vivos las condiciones

necesarias para su desarrollo, y en recoger después las mate-

rias nutritivas resultantes. Pero está claro que lo esencial dela operación, a saber: la producción de esta nueva materia,

es realizada por los propios organismos vivos. Esto es lo que

explica el mecanismo particular del incremento de la produc-

tividad en la agricultura, y también el de la desvalorización

de los productos agrícolas y el descenso de su precio a largoplazo (Servolin, 1972a, p. 87).

En lo esencial, el crecimiento de la productividad agrícolaes resultado de las mejoras introducidas, por medio de la se-

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lección genética, en las aptitudes productivas de las especies

animales y vegetales, y del dominio cada día más profundo

de las condiciones en las cuales se realizan dichas aptitudes (ali-

mentación, fertilización, condiciones sanitarias, etc.). El ren-

dimiento global de un cultivo o de una ganadería se constitu-

ye por simple «suma» de los rendimientos individuales de ca-

da planta o animal que lo forman. No se puede hablar, por

consiguiente, en agricultura de una producción en masa, de

una producción «en serie», en el sentido industrial del térmi-

no. El hecho de que hoy un pollo alcance su peso comercial

en seis semanas, no se debe a que forme parte de una granja

de 300.000 pollos por año, equipada con calefacción central

y con distribuidores automáticos de pienso, sino porque este

animal pertenece a una raza híbrida científicamente seleccio-

nada, porque se le proporciona una alimento rigurosamente

dosificado y porque se le protege preventivamente contra las

principales enfermedades endémicas del pollo. Estos vegeta-les y estos animales de alto rendimiento pueden, por consiguien-

te, ser utilizados en prácticamente cualquier tipo de explota-

ción, a condición de que esta explotación reúna los mínimos

de competencia técnica necesaria para obtener buenos resul-

tados. En estas condiciones, se entiende que la mecanización

no puede tener el mismo sentido en la agricultura que en la

industria.En el sistema industrial de producir, el acto de producción

se descompone en múltiples operaciones elementales que se eje-

cutan por medio de un sistema de máquinas: en este caso, la

gran dimensión es, muy a menudo, la condición que posibili-

ta el empleo y la rentabilización de las máquinas, así como

la «rentabilidad» de la operación. Es, por ello, que estamos

acostumbrados a que, en la mayoría de los casos, sea la pro-

ducción en masa de la gran industria la que permita bajar el

coste de los productos.En la agricultura todo es diferente: con toda evidencia, no

es la cosechadora la que produce el trigo, ni tampoco la orde-

ñadora la que produce la leche. Así pues, los equipamientos

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agrícolas modernos hacen el trabajo del agricultor menos pe-noso, más eficaz, más rápido, y permiten que cada trabaja-

dor sea capaz de cultivar extensiones más grandes o de criar

un mayor número de animales. Pero su efecto directo sobre

los rendimientos físicos, es decir, sobre el crecimiento de cada

animal o de cada planta, es escaso y a veces hasta negativo,pues los trabajos realizados a gran escala pueden resultar me-

nos cuidados. En cambio, los equipamientos son costosos, en

la compra y en el uso, y gravan los costes de producción con

gastos financieros y con devoluciones de préstamos, así como

con los gastos de funcionamiento.Las consecuencias del análisis que precede se revelan con

claridad a partir del momento en que la producción agrícola

alcanza un alto grado de intensificación: se dice que un méto-

do de producción es tanto más intensivo cuanto que permite

obtener una mayor cantidad de producto por hectárea de cul-tivo o por animal. Este resultado sólo puede ser obtenido por

medio de la utilización creciente de factores de producción,

tales como abonos, fertilizantes, piensos compuestos, etc.

En un determinado estadio de las técnicas, existen cierta-

mente límites físicos a la intensificación: cualquiera que sea

la cantidad de fertilizante utilizada, no es posible hoy en día

producir 1.000 quintales de trigo por hectárea. Pero mucho

antes de llegar a este extremo, cuando se alcanza un alto nivel

de intensificación, el rendimiento de las dosis suplementarias

de factores de producción tiende a disminuir: el coste de los

factores de producción por unidad de producto tiende, pues,

a incrementarse y el margen de beneficio unitario a reducirse

(Butault et al., 1984, p. 31 y gráfica IV-3).

Para evitar este efecto indeseable de la intensificación, el

agricultor encuentra ventajoso, por tanto, no llevar el procesodemasiado lejos, y conjugarlo con un aumento del tamaño de

su explotación. En la práctica se puede verificar que los agri-

cultores «modernizadosn llevaron simultáneamente estos dos

factores: intensificación técnica y aumento de su escala de pro-

ducción.

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Pero desde luego, este incremento de la escala de produc-

ción es costoso: exige la corripra o el arriendo de tierras adi-

cionales y la inversión de sumas considerables de dinero en equi-

pamientos de todo tipo (instalaciones, máquinas) que permi-

tan incrementar fuertemente la productividad del trabajo. Pero

hemos visto más arriba que, contrariamente a lo que ocurre

en la industria, estos equipamientos no tienen efectos directos

sobre los rendimientos físicos de los vegetales y los animales:

ciertamente, permiten, por ejemplo, a un agricultor ocupar-

se, él sólo, de un mayor número de vacas, pero no aumentanla producción de leche por vaca (4).

Así es como se explica un fenómeno que va en contra de

todo lo que nos dice la economía tradicional de la empresa,

y que nos parece específico y particular de la producción agrí-

cola: la intensificación y el aumento de la dimensión de las

explotaciones permiten, ciertamente, el aumento de la pro-

ductividad del trabajo en términos físicos (número de unida-

des producidas por trabajador), pero provocari, al mismo tiem-

po, «un aumento del coste de producción unitario».

Esto es lo que conf'irman, en lo que afecta a la producciónlechera, un estudio de los resultados del R.I.C.A. (Red de In-formación Contable Agrícola) que ha sido recientemente rea-lizado (Butault et al., 1984, p. 32 s. y gráfica IV-5).

Este aumento del coste no impide, por otro lado, en abso-

luto, que cada agricultor, tomado individualmente, tenga in-

terés en seguir este tipo de crecimiento: aunque se reduzca el

margen unitario de beneficio, este margen multiplicado por

un mayor número de unidades producidas puede asegurarle

una «elevación de la renta». Como muestra el estudio citado

(4) Fs necesario señalar aquí que este análisis se aplica particularmen-te a las producciones animales. Los fenómenos son menos nftidos (y, porotro lado, están menos estudiados) en lo que concierne a las produccionesvegetales. Pero sabemos que los problemas de política agraria se planteanprecisamente a propósito de las explotaciones medianas, que son, general-mente, al menos en Francia, explotaciones ganaderas.

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(Butault et al., 1984, p. 33), las explotaciones lecheras másgrandes son las que disponen de la más alta renta disponible.Pero si bien este crecimiento es conforme al interés individualdel agricultor, se ve que no aporta «ninguna ventaja desde elpunto de vista del interés colectivo». En efecto, dicho creci-miento no provoca el descenso a largo plazo del precio del pro-ducto, que es algo, simultáneamente, favorable al interés delconsumidor y a la moderación del nivel de los salarios.

El Estado tampoco tiene nada que ganar en ello: se en-tiende que la renta elevada de estas explotaciones intensifica-das depende estrechamente del nivel en el que se sitúa el pre-cio del producto. Siendo escaso el margen unitario, un des-censo mínimo del precio podría acarrear una caída más queporporcional de la renta global de la explotación. Por ello,las grandes e intensificadas explotaciones tienen un interés aúnmás vital que las demás en el mantenimiento de los precios

por el Estado o por la P.A.C.

Así es como se ha establecido la paradójica situación dela producción lechera. Se mantiene el precio en un nivel queasegure una rentabilidad confortable a las ganaderfas más im-portantes. Ello incita a los productores lecheros a desarrollar-

se al máximo y a incrementar la producción de leche en unarama cargada de excedentes. i Pero si se baja el precio de la

leche, esta categoría de productores, la más moderna y la másavanzada técnicamente, sería la primera en verse afectada!

En esta situación, puede sorprender la incitación a«pasarsea la leche» que han venido ejerciendo hasta hace poco tiempolos aparatos profesionales sobre los agricultores «con futuro»(sobre la utilización, con estos fines, de los préstamos especia-les para la ganadería, véase Aubert et al., 1981, p. 8). Estapresión se ejerce, ante todo, sobre los jóvenes en el momentoen que se instalan como titulares de explotación y emprendenla modernización de la explotación paterna. Con frecuencia,no se les ha concedido los préstamos a no ser que proyectasenconstituir de forma acelerada una gran ganadería lechera in-tensiva. Esta orientación ha sido considerada como deseable,

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no solamente para asegurar la rentabilidad futura de la ex-

plotación, sino también en tanto que medio de educación moral

e ideológica, y como rito de paso que otorga el status de «agri-

cultor moderno» (Dereix, 1983, p. 13 s.). En nombre de estos

principios, se les ha exigido que empezasen con una ganade-

ría de un tamaño y de un nivel de intensificación que los agri-

cultores más antiguos, que se les ofrecen como modelos, al-

canzaron gradualmente en veinte años de esfuerzos.

El estudio ya citado (Butault et al., p. 33, gráfica IV-6)

demuestra que los productores lecheros, cuanto más jóvenes

son más elevados son sus costes de producción y bajas sus ren-

tas: en lo relativo a estos dos factores, estos productores no al-canzan los valores medios hasta los 45 años. Pero cuando los

principiantes de hoy alcancen los 45 años, ^qué habrá ocurri-

do con la organización del mercado de la leche y con el man-

tenimiento de su precio?

De nuestro análisis podemos concluir que, en el estado ac-

tual de la cuestión y al menos en lo que concierne a las pro-

ducciones animales, no es posible determinar rigurosamente

qué modelo de explotación es el más ventajoso desde el punto

de vista económico para la colectividad. Se puede pensar que

buena parte de los problemas y de las incertidumbres actualesprovienen del hecho de que, desde hace algunos años, el desa-

rrollo agrícola sufre una especie de «indeterminación econó-

mica». Las consideraciones económicas de las que hemos re-

saltado ya su importancia para la constitución de la explota-

ción individual intensiva y de la política agraria moderna, y

que, en el caso de Francia, han guiado el enorme esfuerzo de

reorientación y de modernización, dejan de ser una referen-

cia indiscutible para el futuro desarrollo de las explotaciones.

Las concepciones políticas e ideológicas adoptan una nueva

importancia en la elección de los modelos de explotación queconviene desarrollar o eliminar.

Evidentemente, el grupo dirigente del sindicalismo sólo pue-de influir desde las alturas, y una de las ventajas del sistemaactual es que permite a los «estados-mayores^> provinciales apli-

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car las disposiciones generales de la política agraria adaptán-

dolas a la diversidad de las situaciones locales. Sin embargo,

la dirección nacional tiene la facultad de ejercer una presión

muy eficaz en favor del tipo de desarrollo que considera ade-

cuado: el carácter coactivo de la actual reglamentación sobre

los «Planes de Desarrollo» (cf. más arriba) en Francia es uno

de los medios disponibles para imponer en todos los lugares

su concepción general del desarrollo, que esquemáticamente

consiste en construir un sector productivo que repose en un

número relativamente reducido de agricultores «empresarios»,

es decir, de pequeños patronos.La unanimidad sobre este objetivo no es perfecta, ni entre

los agricultores ni en las clases dirigentes. Algunos estiman que

un sector agrario constituido por un mayor número de agri-

cultores, con rentas más modestas, sería preferible para el be-

neficio económico colectivo y permitiría una producción agrí-cola «más económica» (Poly, 1978), al tiempo que evitaría el

empobrecimiento del tejido social rural, la «desertización del

campo».Podemos interrogarnos acerca de si no es ya demasiado tar-

de para una alternativa de este tipo. El trabajo de elimina-ción de las explotaciones más pequeñas está más adelantado

de lo que parece. Decenas de millones de ellas, entre las cua-

les se encuentran, sin embargo, algunas explotaciones que ase-

guran al agricultor una renta decente si se compara con la de

un obrero o con la de un empleado que tiene que vivir en una

gran ciudad, están ya virtualmente condenadas: no tendrán

continuidad al no querer los hijos del agricultor ser «peque-

ños agricultores», tanto por razones de status social como por

simples razones de nivel de vida. Esta es también una de las

formas de actuar del «factor ideológico».

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B) La crisis de la agricultura en el marco de la

crisis económica

En el conjunto de los países europeos comunitarios, y muy

claramente en Francia, la política agraria, tal como ella hasido gestionada hasta nuestros días, ha conducido a lo que pue-

de denominarse, forzando un poco las palabras, una especie

de «nacionalización» del sector agrario. Los agricultores, a tra-

vés del sistema de regulación de los mercados y de sostenimiento

de los precios, se han acostumbrado a verse como si se les re-

conociera un verdadero «derecho a producir», análogo al «de-

recho al trabajo» reconocido a los asalariados. En efecto, ellos

son incitados a producir tanto como ellos quieran, sin tener

que preocuparse mucho por el estado de los mercados ni por

los ajustes de la oferta y la demanda, que son, en lo esencial,

tareas de las que se encarga el Estado nacional (o las institu-

ciones de la C. E. E. ). Por supuesto, que esto no es igualmente

cierto para todas las producciones: las más importantes (le-

che, cereales, vacuno de carne) se benefician totalmente de

este sistema; pero las producciones animales «sin suelo» (por-cino, aves) y los productos hortofrutícolas son más directamente

dependientes de las variaciones de los mercados e incluso de

la competencia de terceros países (sobre todo, para el caso de

los hortofrutícolas). Pero, aún en estos últimos casos, las ayu-

das públicas bajo la forma de subvenciones al sacriiicio o ala destrucción de excedentes acuden siempre en su ayuda cuan-

do los mercados son demasiado desfavorables.

Si se añade a estos gastos de regulación las subvenciones

y boniiicaciones, las ventajas en materia de cobertura social,

seguros, ... se llega, desde el punto de vista macroeconómico,a una situación paradójica. En Francia, como en los países ve-

cinos, una parte importante de la renta final de las produc-

ciones agrícolas debe considerarse como resultado de transfe-

rencias de origen estatal (ya sea directamente o por medio de

la C.E.E.), cuya circulación y distribución siguen vías esen-

cialmente no mercantiles.

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Esto implica decir que los Estados están, al menos en prin-

cipio, en condiciones de decidir en última instancia el mon-

tante de la renta global de los agricultores, así como la mane-

ra en que esta renta se reparte entre sus diversas categorías.

Pero la contrapartida de este poder es evidente: los Estados

se consideran como «responsables» y, en suma, como «garan-

tes» de las rentas agrarias.

Toda esta situación explica por qué una parte importante

de las clases dirigentes y de la opinión pública, en los países

capitalistas, ve en el funcionamiento y en los modos de regu-

lación del sector agrario una aberración económica ruinosa,

y considera que la política agraria debería tender al restable-

cimiento de una situación «normal»: su regulación por las pu-

ras leyes del mercado.Desde todas partes se han venido criticando los efectos a

largo plazo de este sistema de regulación, acusándolo de man-

tener artificialmente unos precios demasiado elevados para los

consumidores, de^beneficiar esencialmente a los agricultores

más grandes y acomodados, de incitarlos a adoptar técnicascostosas en capital y necesitadas de recursos a las importacio-

nes, y, en fin, de impulsarlos hacia un crecimiento incontro-

lado de la producción y, por tanto, a la formación de exce-

dentes imposibles de vender en los mercados internacionales.

Estas críticas no han sido del todo injustificadas: es cierto

que la distribución de fondos públicos se ha manifestado co-

mo poco equitativa, y que la regla de la libre entrada de ma-

terias primas forrajeras (soja, P.S.C., ...), aunque haya sido

racional para países como los Países Bajos, ha obligado a Fran-

cia a realizar fuertes importaciones de productos que sus gran-

des potencialidades agrícolas habrían debido permitirle pro-

ducir.

En cuanto a la última crítica, la relativa al crecimiento ili-

mitado de la producción, no hace más que poner de relieve

lo incierto que resulta atribuir el status de excedentes en los

países europeos, y las dudas de éstos en lo que se refiere a la

estrategia a seguir en relación con la evolución del mercado

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internacional. ^Es necesario considerar los excedentes como

unos accidentes resultantes de desajustes temporales y suscep-

tibles de reabsorberse por un ajuste mitad espontáneo, mitadprovocado, de las estructuras productivas, lo que equivaldríaa centrar la atención sólo en el problema de la autosuiiciencia

nacional? ^Es necesario; en cambio, hacer de las exportacio-

nes una «política sistemática»? Si se deja aparte los países tra-dicionalmente exportadores de productos animales (Países Ba-

jos, Dinamarca), que son también grandes importadores dealimentos para el ganado, la cuestión de una política expor-tadora no se ha planteado hasta bastante tarde. Francia ha

permanecido como importadora neta hasta 1968, y los gran-

des países de la C.E.E. (Alemania, Gran Bretaña e Italia) locontinúan siendo todavía; sólo Francia se ha convertido, al ii-nal de los años setenta, en un gran país exportador de pro-

ductos agrícolas vegetales.Como el resto de los sectores económicos, la agricultura y

el sector agroalimentario han sufrido las consecuencias de la

crisis mundial, pero cada uno según su propia naturaleza.No se puede decir que el conjunto del sector agroalimen-

tario conozca la crisis, entendida como crisis de acumulacióny de mercados. La producción agraria no es un campo de acu-

mulación de capital, como lo testimonia el hecho de que sebase esencialmente en explotaciones individuales de tipo fa-

miliar y iinanciadas, en gran medida, por el Crédit Agricole.

En cuanto a las industrias agroalimentarias (I.A.A.), una parte

de entre ellas es considerada por muchos estudiosos como de

«capital desvalorizado». Sea lo que fuere, lo cierto es que losmercados agroalimentarios en los países desarrollados son, por

naturaleza, de gran estabilidad.Por todo ello, si la crisis ha afectado a la agricultura es,

sobre todo, de modo indirecto. En primer lugar, porque las

alteraciones económicas y monetarias han provocado un alzabrutal de sus costes de producción: ella está pagando, pues,

su dependencia con respecto a factores de producción impor-tantes, que hicieron del «choque petrolífero» de 1974 un acon-

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tecimiento de efectos particularmente nefasto para la agricul-

tura. En segundo lugar, porque el estancamiento de las eco-

nomías ha privado a los Estados capitalistas de una gran par-

te de sus recursos presupuestarios, al tiempo que las medidas

anticrisis (subsidios de desempleo, ayudas a la reconversión,

relanzamiento de las inversiones, ...) han tenido que ser finan-

ciados de modo prioritario. Los fondos consagrados a la regu-

lación del sector agrario se han, pues, congelado o, incluso,

reducido. Sin embargo, la crisis no ha provocado un descenso

de las cantidades producidas: en tanto que los mecanismos que

garantizan el «derecho a producir» continúen funcionando, el

alza de los costes de producción incitarán a los productoresmás modernos a recurrir a la intensificación de sus técnicas

para incrementar el volumen de sus producciones y mantener,

así, su renta global.

El primer período de crisis se ha traducido, pues, en un

crecimiento general de las producciones agrarias. Los gastosde intervención del F.E.O.G.A. han aumentado al mismo rit-

mo, en beneficio, sobre todo, de las producciones lecheras y

cerealistas. Ante la perspectiva de un aumento indefinido del

presupuesto agrícola de la C.E.E., todos los países miembros

han llegado a plantear la necesidad de introducir un nuevo

modo de regulación en la agricultura.

Cuando M. Giscard d'Estaing accedió al poder en Fran-

cia, en 1974, el año precisamente del «choque petrolífero», la

agricultura francesa acababa de conocer dos años de euforia

gracias a M. Chirac, antiguo Ministro de Agricultura de M.Pompidou, quien había permitido un fuerte incremento de los

precios agrícolas.

El nuevo poder tuvo que dar marcha atrás: la salida del

franco fuera de la «serpiente monetaria» y el déficit creciente

de la balanza comercial francesa, habían relanzado la infla-

ción hasta el nivel del 15 por 100 en 1974. Desde entonces co-

menzaría un período de descenso progresivo de los precios agrí-

colas, de manera que entre 1974 y 1984 perdieron más de 15

puntos en valores constantes. Por supuesto, este descenso for-

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maba parte de bajadas que podían considerarse como «nor-males», ya que eran debidas a la desvalorización de ciertas pro-

ducciones (trigo, porcino, aves) ocasionada por los incremen-

tos de productividad, pero un descenso tan marcado como ése

no podía resultar más que de una política deliberada. De he-

cho, los análisis sobre los excedentes muestran, a partir de 1974,una «transferencia de productividad» brutal y profunda en per-

juicio de los agricultores, pero no en beneficio del sector

d'amont, a pesar del alza de los precios de los inputs, sino en

beneficio del sector d'aval, es decir, claramente en beneficio

de los objetivos de la política agraria, que eran los de la lucha

contra la inflación. Con razón o sin ella, los poderes públicos,

como si estuviesen inspirados en Ricardo, miraban los precios

agrícolas como factores particularmente inflacionistas en tan-

to que elemento importante de las reivindicaciones salariales.

El instrumento privilegiado de este descenso de los preciosagrícolas fue el mecanismo de las «paridades verdes» y de los

M.C.M., que, como se ha señalado en el capítulo anterior, fue

puesto en marcha en 1969 por Giscard d'Estaing y Chirac.

Sin embargo, para ese descenso había otras razones, muy

importantes sin duda para ciertos círculos dirigentes, pero quesólo se debatían en la intimidad de los gabinetes ministeria-

les: se confiaba en que un descenso de los precios suficiente-

mente prolongado provocaría una «reestructuración» defini-

tiva del sector productivo sobre la base de 200 a 300 mil

agricultores modernizados; reestructuración que debería per-

mitir un verdadero control de la oferta y una reducción radi-

cal de los gastos ocasionados por la política agraria.

De inmediato, el alza de los costes de los factores de pro-ducción y el descenso de los precios se combinaron para pro-vocar una reducción de las rentas de los agricultores: entre 1974y 1981, puede estimarse que la renta global del sector bajó,en valores reales, más del 1 por 100 por año. Esto entrañó unconjunto de consecuencias, tales como las dificultades para ladevolución de los préstamos por parte de los agricultores más

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endeudados (en la mayoría de los casos, jóvenes) y el descensogeneralizado del precio de la tierra a partir de 1978.

El agricultor medio se despertó, pues, bruscamente de su

euforia modernizadora y con él las organizaciones agrarias que

lo representaban.En diversos círculos de opinión, a veces incluso entre los

propios agricultores, se produce hoy en día un cierto desen-

canto, expresado bajo el tema general de la «crisis del produc-

tivismo». Esta corriente crítica de opinión es muy heterogénea

y está lejos de haberse reducido a las utopías «ecologistas» o

de la «agricultura biológica», o a las ideologías del small i.s beau-

tiful o del «crecimiento cero».En efecto, bajo sus formas más rigurosas y mejor documen-

tadas, tales como las que se expresan, por ejemplo, en el Rap-

port Poly: Pour une agriculture plus économe et plus autono-

me, estas concepciones críticas del desarrollo agrícola invitan

a las personas interesadas a relativizar la intensiiicación y la

carrera productivista, a distinguir entre productividad «físi-

ca» y productividad «económica», la única que, según esta co-

rriente de opinión, debe tenerse encuenta y la única que se

mide. Esta reflexión viene a decir que las funciones de pro-ducción y las combinaciones óptimas de los diferentes facto-

res tienen que variar necesariamente según las épocas, según

los países, según las coyunturas ecoómicas y según, también,

las medidas de política agraria.Sin embargo, estas reflexiones, por muy pertinentes que

fuesen, no fueron motivo de estímulos particulares en los diri-

gentes políticos franceses. En general, la política agraria apli-

cada durante el septenato de M. Giscard d'Estaing apenas se

mostró activa e innovadora, ya que los poderes públicos de en-

tonces vieron a la agricultura francesa, después de la últimapenuria ocasionada por la sequía de 1976, pasar bruscamente

a posiciones cada vez más excedentarias, sobre todo en mate-

ria de cereales. Así, por ejemplo, los vinos y bebidas alcohóli-

cas se vendían cada vez mejor, y el azúcar, estimulado por una

fase de escasez en los mercados mundiales, aportaba una ayu-

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da sin precedentes a la balanza comercial francesa. Toda esta

situación permitió a M. Giscard d'Estaing presentar, en su dis-

curso de Vassy, los excedentes agrícolas del país como «el pe-

tróleo verde de Francia», como un nuevo instrumento de es-

trategia económica. Muchos observadores hasta llegaron a con-

cluir que Francia ya no tenía tanta necesidad como antes de

los mercados limitados que le aseguraba la C.E.E., puesto que

su futuro agrícola estaba en el resto del mundo.

No hace falta, sin embargo, sobrevalorar la importancia

de este discurso expansionista. Los poderes públicos naciona-les no eran responsables, sino en muy escasa medida, de este

crecimiento de las producciones francesas, cuyo origen estaba

esencialmente en los efectos de la P.A.C.. Ellos no se preocu-

paban apenas de consolidar una verdadera estrategia de ex-portación a largo plazo: esto se vio particularmente claro cuan-

do en 1977 (el mismo año del discurso de Vassy) las autoridades

francesas se revelaron incapaces de aprovechar las ofertas de

negociación realizadas por Ia administración Carter de los Es-

tados Unidos relativas al mercado mundial de cereales (ver H.Delorme, 1983).

La inercia de la política agraria «giscardiana» se expresa

del modo más claro en la «ley de orientación de 1980», en la

que existe hoy un acuerdo general en deplorar su vacuidad.

En lo esencial, la política de la derecha para abordar la crisis

de la agricultura se limitaba a no hacer nada que pudiese en-

trañar un enfrentamiento grave con los «estados mayores» de

la Profesión. Estos últimos aceptaban a regañadientes el des-

censo de los precios agrícolas y la reducción de las rentas agra-

rias, participando, tal como se ha señalado, en el rito de lasConferences Annuelles, durante las cuales «arrancaban» cada

año un complemento de renta para los agricultores.

Por otro lado, el sistema implantado en torno a la política

de «desarrollo» constituía un testimonio sólido de compromi-

so y alianza entre el gobierno y la Profesión. A esta última se

le reconocía la gestión y la adquisición de fondos muy impor-tantes (particularmente los ya citados del A.N.D.A.). Un in-

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forme reciente elaborado por la Cour des Comptes ha venido

a confirmar lo que se venía sospechando desde hacía bastante

tiempo, a saber: que estos fondos, gestionados con un despre-

cio total de las reglas de la contabilidad pública, han servido,en buena parte, para financiar al conjunto de los aparatos de

poder de la Profesión, para pagar a sus empleados, para su-

fragar los gastos ocasionados por la realización de jornadas y

reuniones, ..., sin ningún tipo de interferencia ni control por

parte del Estado.

Sin embargo, de año en año, el coste de la regulación de

los principales mercados se hacía más pesado (especialmente

para el de la leche), estimulando, además, una producción cu-

yos mercados tendían a estancarse. Entre los principales veci-

nos europeos, así como en los órganos dirigentes de la C.E.E.,la necesidad de frenar el crecimiento del coste presupuestario

de la P.A.C. y de adoptar, en consecuencia, un modo de «con-

trolar la oferta» se iba reafirmando cada vez con más fuerza.

Ya en 1977, la instauración de una «tasa de corresponsabili-

dad» para la leche había constituido un primer paso en estadirección. Pero las organizaciones profesionales rechazaban,

por principio, la reducción de los precios, así como la limita-

ción de la producción. Los responsables políticos eran perfec-

tamente conscientes de que una reforma de la P.A.C. era ine-

vitable. Un gran número de documentos difundidos entoncesdan testimonio de ello. Pero poco deseosos de enfrentarse al

mundo agrícola en períodos electorales sucesivos (elecciones

municipales en 1976, legislativas en 1978, europeas en 1979,

presidenciales en 1981), dejaron que los agricultores creyeran

que su «derecho a producir» no sería nunca cuestionado.Por su parte, los «estados mayores» de la Profesión, como

si estuviesen satisfechos del monopolio en la representación del

sector agrario que ostentaban y del reconocimiento y conside-

ración oficiales de que disfrutaban, no tenían ninguna pro-

puesta ni crítica que hacer, ni tenían otra cosa que hacer que

no fuese la de pedir dinero.

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8. La acción de la izquierda en la regulación delsector agrario francés

Durante el período de crisis antes analizado, la izquierda

socialista francesa se preparaba, con una cierta incredulidad

hasta el último momento, para acceder al poder después de

veinticinco años de ausencia. Su tradición agrícola era elO.N.I.C., la política de reconstrucción de Tanguy-Prigent, en1945, y una participación en la elaboración de las primeras

medidas de regulación agrícola durante la Cuarta República.

Pero la izquierda no tuvo ninguna participación en la fase más

activa de la modernización agrícola: la relativa a la elabora-

ción y puesta en marcha de las «leyes de orientación» de 1960y 1962, y a la etapa de construcción de la P.A.C. En la prácti-

ca, toda esa fase se desarrolló en una etapa de repliegue y de

casi desaparición del movimiento socialdemócrata francés, ex-

presado én la larga decadencia de la S.F.I.O. Prueba de esto

es el hecho de que en 1970 todavía, en vísperas de la creacióndel nuevo Partido Socialista bajo la dirección de F. Mitterrand,

la comisión agraria de la S.F.I.O. estaba formada «en su tota-

lidad» por ^funcionarios del Ministerio de Agricultura!

A) El ^irograma agrario del P. S. F.

La obra de renovación que significaba la restauración del

P.S.F., puede aplicarse también al tema de la agricultura,

creándose en este sentido una nueva comisión agraria, encar-

gada de elaborar un nuevo programa. Esta comisión dio paso

a nuevas generaciones de funcionarios, de miembros de los apa-

ratos de la Profesión, de intelectuales y de investigadores, to-

dos ellos involucrados, en mayor o menor medida, en el

movimiento modernizador que vivía la agricultura francesa.

Pero sobre todo, y por primera vez desde hacía bastantetiempo, en dicha comisión participaba gran número de mili-tantes y de responables del sindicalismo agrario, nacidos, ellos

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también, de las filas de la «modernización». Es importante re-

saltar este hecho: estos agricultores no se diferenciaban en na-da de los que tenían explotaciones de ganadería intensiva (le-

che, cerdos, aves, ...), y sus líderes principales figuraban en-

tre los fundadores del C.N.J.A., constituyendo una minoría

disidente de izquierda, separada de esta organización mitad

por exclusión mitad por salida voluntaria (ver Moyano, 1988).Pero desde el comienzo, esta izquierda agraria (gauche 1iay-

sanne) estaba dividida en dos comentes antagónicas. Los miem-

bros de la corriente más extremista, «revolucionaria» por así

decirlo, estaban fuertemente influenciados por la ideología gau-

chista de 1968 y veían en los agricultores unos «trabajadores»explotados y alienados, aunque bajo formas particulares, cu-

ya «integración» cada vez más completa por el capital agroali-

mentario les aproximaba cada día más a sus camaradas obre-

ros. Ellos concluían de esa reflexión que los agricultores debe-

rían organizarse en sindicatos puramente reivindicativos (5),

rechazando todo tipo de colaboración con el Estado y cual-

quier forma de cogestión de la política agraria, así como todo

compromiso con el cooperativismo, ya que estas tareas sólo po-

dían conducir a sus militantes a una traición política con su

clase. Los dirigentes que pertenecían a esta corriente abando-naron, pues, todas sus responsabilidades en los diferentes or-

ganismos profesionales: fue así como B. Lambert, su máximo

líder, dimitió de la presidencia de la S.I.C.A. de Challans que

había fundado. En relación con la táctica a seguir, los 1iay-

sans travailleurs, que así fue como se bautizaron muy pronto,

preconizaron luchas directas contra los «explotadores» (los pro-

pietarios agrícolas absentistas y sobre todo las I.A.A., !incluso

las de estatuto cooperativo!), mucho más que los enfrentamien-

tos tradicionales con el Estado.

Por el contrario, la segunda corriente (la más numerosa),

(5) Destinados a integrarse en el futuro en centrales sindicales obreras(es decir, en la C.F.D.T., de acuerdo con las posturas mantenidas entoncespor esta comente).

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surgida también de una minoría disidente del C.N.J.A., man-

tenía posiciones en gran medida reformistas, «socialdemócra-

tas» por llamarlas de alguna forma. Lejos de plantear una re-

tirada de los organismos profesionales o de las cooperativas,

sus miembros se esforzaban por mantenerse en ellos y, si se lespresentaba la posibilidad, de controlarlos. De todas formas,

se puede constatar en esta corriente un cierto «asamblearis-

mo», basisme de inspiración también gauchiste, que les lleva-

ría también a despreciar el control de los aparatos centrales:

así se explica el abandono espontáneo de su máximo líder B.

Thareau, en 1976, de la presidencia que ocupaba en la Fédé-

ration Nationale Porcine, a pesar de la posición estratégica de

primera importancia que esta asociación tenía en el conjunto

de la Profesión.

Durante la primera mitad de los años setenta, esta segun-

da corriente ocupó posiciones de poder en numerosas federa-

ciones provinciales de la F.N.S.E.A., y en particular en las

regiones del Oeste, llegando a convertir, hasta 1974, la Fédé-

ration Régionale des Syndicats d'Exploitants Agricoles de

l'Ouest (F.R.S.E.A.O.) en un auténtico centro de oposición

a la dirección nacional reagrupada en torno a M. Debatisse.

Los debates desarrollados en la F.R.S.E.A.O. para defi-

nir esta corriente social demócrata por oposición al izquier-

dismo revolucionario de los Paysans Travailleurs, así como a

la derecha mayoritaria y a la política agraria que ésta se en-cargaba de definir y aplicar en colaboración con los poderes

públicos, condujeron a una reflexión general y a una defini-

ción relativamente desarrollada y precisa de los principios que

debían inspirar una política agraria alternativa, «de izquier-

da» .En 1970 y 1971, los textos producidos en esos debates ha-

blaban de la necesidad de «reforzar> la organización de los agri-

cultores en el marco de las agrupaciones de productores y de

las cooperativas, bajo la égide del Estado, al que se le conmi-

naba a«planificar la producción por ramas y por regiones»,

por medio de offices nacionales y regionales: en definitiva, la

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acción de la política agraria debería «garantizar la renta de

los agricultores».

Esta segunda corriente rechazaba la tesis de la proletari-

zación de los agricultores preconizada por Paysans Travailleurs,

pero consideraba que se debía privilegiar la cualidad de tra-

bajador que existe en todo agricultor: en este sentido propo-

nía que los agricultores deberían beneficiarse de una «renta

mínima» situada expresamente al nivel del S.M.I.C. (salario

mínimo interprofesional), más una ayuda a la inversión. Poresa misma razón, el «derecho a producir» era concebido, por

esta corriente, de forma extensiva, como un «derecho al tra-

bajo» para todo agricultor.

Así, la política agraria debería inspirarse en un auténtico

igualitarismo a la hora de la distribución de las ayudas. Enfunción 'de «precios objetivos», fundados sobre costes de pro-

ducción comprobados en explotaciones de «buena producti-

dad», cada agricultor percibiría una parte de su renta, pero

no podría percibir más que un cierto quantum de ayuda pú-

blica. Se quería así evitar que el agricultor recibiese, como elsistema anteriormente vigente, tanta o más cantidad de fon-

dos públicos cuanto más grande fuese su explotación o el vo-

lumen de su producción.

Estas tesis fueron presentadas por los dirigentes de

F.R.S.E.A.O. al congreso nacional de la F.N.S.E.A. celebra-do en 1971, y allí mismo fueron también rechazadas. Desde

ese momento, se estableció una lucha intensa entre la direc-

ción nacional y las federaciones provinciales «disidentes». M.

Debatisse y sus partidarios, especialistas en las manipulacio-

nes del aparato y en la «preparación» de congresos, se propu-

sieron desbancar a los representantes de la corriente socialde-

mocráta de todas las posiciones de poder que ocupaban en el

conjunto de la Profesión, sin conseguirlo completamente.

Fueron estos dirigentes de la corriente «socialdemócrata»

quienes se integraron en masa en la comisión agricola del P.S.F.

a lo largo de los años setenta, mezclándose con los que ya for-maban parte de ella desde los momentos iniciales, entre los

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que, como se ha señalado, se encontraban muchos intelec-

tuales surgidos de los niveles institucionales de la agricultura:

funcionarios de organismos administrativos centrales y loca-

les, técnicos de aparatos de la Profesión, investigadores, ... ,

asf como elus (personas electas) de diversas categorías. Este pri-

mer grupo compartía dos «sensibilidades^>: una sensibilidad tec-

nocrática, deseosa de realizar una buena gestión económica,

apasionada por el progreso técnico y la «productividad» y porla competitividad (particularmente en el nivel internacional),

y otra sensibilidad más «agrarista», en ocasiones sensible a los

temas ecologistas tan de moda en la época, y preocupada por

los efectos dañinos de una modernización exageradamente «pro-

ductivista».Era, a fin de cuentas, una aproximación crítica la que se

había instalado en el seno de la comisión agraria socialista,

pudiendo apoyar sus argumentos en la constatación de los ras-

gos paradójicos que habían caracterizado al progreso agrícola

en las sociedades capitalistas modernas. El progreso agrícola

era presentado, en efecto, de una parte, como «agonía inter-

minable de una clase social», de un modo de vida, de una ma-

nera de apropiarse del espacio nacional; y de otra, como «de-

sorden económico», mercados inestables y saturados de stocks

invendibles, subvenciones e intervenciones estatales constan-

tes lastrando las finanzas públicas.

Por todo ello, el proyecto que salió iinalmente de los tra-

bajos de la citada comisión y que inspiraría el programa del

P.S.F., aprobado en febrero de 1981, y las proposiciones agrí-

colas del programa presidencial, se esforzaba en definir unaestrategia de política agraria que fuese capaz de remediar los

males e inconvenientes diversos producidos por la política de

modernización aplicada desde 1960 (ver en español sobre este

tema García y Moyano, 1987).

El programa afirmaba, en primer lugar, su deseo de con-ciliar la continuidad del progreso agrícola con el mantenimientodel tejido social existente en la sociedad rural. Para ello, seproporúa detener el éxodo rural, impedir que se «perdiesen agri-

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cultores», para evitar la «desertización» de los campos y la de-

sagregación final de su tejido social. En ruptura con el mode-lo de desarrollo de la Profesión mayoritaria, basado en la se-

lección individual de los agricultores más productivos, se afir-maba la necesidad de ayudar a sobrevivir las zonas y las co-marcas, aunque tuviesen condiciones desfavorables, con sus pe-queños agricultores y sus agricultores a tiempo parcial. Por lamisma razón, el programa agrario se proponía estimular a cual-quier precio la instalación de jóvenes, liberándolos, en mayoro menor medida, de las condiciones reglamentistas (planes de

desarrollo, superficie mínima de instalación) que, hasta ese mo-mento, tenfan que satisfacer los candidatos a instalarse.

Para todo ello, se concedfa gran importancia a un control

riguroso de la utilización de tierras: haría falta «bloquear laespeculación», llevar el precio de la tierra a su «valor produc-tivo» (noción que, sin embargo, no era def'inida) y aliviar alos agricultores del «peso de la renta de la tierra». Estas de-bían ser las tareas de unos offices fonciers que deberían ejer-cer un control estricto sobre las transacciones de bienes rústi-cos, la clasificación de las tierras y la asignación de las liberadasa los que tuviesen necesidad de ellas, particularmente a los jó-

venes, a los que se les hacía la promesa imprudente de queel office dispondría de la tierra «sin que ellos estuviesen obli-gados a convertirse en propietarios». Muchos vieron en esa pro-mesa el compromiso implícito de transferir, a largo plazo, lapropiedad de la tierra al Estado y convertir a los agricultoresen sus arrendatarios.

Estos deseos de carácter «social» explican ciertos aspectosdel programa económico. Afirmaba, por ejemplo, la necesi-dad de una «transferencia» parcial de la ayuda pública en fa-vor de los pequeños agricultores, de los ancianos, de los desfa-vorecidos.

Por otro lado, la idea del «derecho a producir» del agri-cultor y de su derecho a una renta mínima por su trabajo, sur-gida de las reflexiones de la gauche paysanne socialdemócra-ta, era asumida con todo detalle.

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Estos dos objetivos orientaban las propuestas relativas a la

gestión de los mercados: los «precios diferenciados» deberíanprivilegiar a los pequeños productores; el quantum garantiza-

ría a cada «trabajador» agrícola una renta mínima, evitando

que los grandes distribuidores acaparasen unas «rentas^> en per-

juicio de los fondos públicos destinados al sostenimiento de los

mercados.Se puede detectar en estos dos mecanismos una contradic-

ción potencial entre los objetivos sociales, «filántropos,» del pro-

grama y sus objetivos económicos: la renta mínima que se pro-ponfa garantizar al «trabajador> agrícola no se concebía co-

mo una pura medida «social», por lo que no se consideraba,

pues, como un regalo que debía darse a todo agricultor. El

modo de cálculo propuesto implicaba, por el contrario, que

sólo se beneficiaría de una renta mínima garantizada el agri-

cultor que trabajase en las condiciones «medias» de producti-

vidad y de eficacia técnico-económica. De esta forma, el

programa se defendía contra las acusaciones de maltusianis-

mo y de conducir a los agricultores al inmovilismo. Por el sis-

tema de los quantum se pretendía obtener un resultadodoblemente favorable. De un lado, el productor ya no podría

esperar una mejora de su renta produciendo cada vez más el

mismo producto sin preocuparse de saber si este producto se-

ría objeto de una demanda en el mercado: no podría, pues,

conseguir dichas mejoras más que incrementando la produc-tividad, aumentando sus márgenes (buscando, en caso nece-

sario, métodos productivos menos costosos en inputs),

comercializando mejor u orientándose hacia nuevas produc-

ciones con mercados aún no saturados.

De otro lado, y de golpe, se pensaba evitar la acumulaciónde excedentes no vendibles y el crecimiento de las cargas pre-supuestarias que resultaba inevitable del sistema de sosteni-miento de los mercados hasta entonces vigente.

Es necesario señalar que el sistema de los quantum inclui-

do en el programa del P.S.F. no reproducía el ^istema de «quan-

tum financieros» que iiguraba en las reflexiones más elabora-

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das de la F.R.S.E.A.O.: como se ha visto más arriba, el «quan-

tum financiero» dejaba subsistir un mercado único normal;

la garantía de la renta pasaba por un sistema de deficiency

payments cuyo montante global, contando todas las produc-

ciones, no podía superar una cierta cantidad por trabajador.

El sistema que figuraba en el programa socialista era aparen-temente más simple: para un producto determinado, cada «tra-

bajador» podría recibir un precio garantizado para una cierta

cantidad producida, la misma para todos, y las cantidades su-

plementarias serían pagadas a un precio inferior, al precio de

mercado o a varios precios decrecientes según niveles de pro-

ducción, debiendo variar la fórmula de cálculo en función de

los distintos productos.

Un sistema así podría parecer viable para el caso de explo-

taciones que comercializasen un solo producto. Es relativamente

fácil determinar lo que un productor de leche, por ejemplo,

se beneficiaría de renta mínima garantizada si se le asignase

un quantum de (x) hectólitros de leche pagado a(y) francos

el litro. Pero en el caso de explotaciones que tuviesen varias

producciones, el mecanismo se complica extraordinariamen-

te. La renta mínima garantizada para una explotación con tresproducciones por ejemplo (leche, cerdo y trigo), tendría que

calcularse estableciendo en cada una de las tres ramas unos

quantums parciales, que multiplicados por los precios de ga-

rantía correspondientes, deberfan asegurar en su conjunto esa

renta a su titular. Esto equivalía a decir también, por ejem-plo, que un productor de leche especializado que deseara in-

troducir ganado porcino en su explotación vería su quantum

lechero reducido en una proporción que habría de determi-

narse.

Si se añade a todo esto que el programa preveía regionali-zar el citado mecanismo, se comprende que su aplicación ha-

bría necesitado de gran número de decisiones reglamentarias:

elegir el nivel de renta mínima por «trabajador>, determinar

los quantums y los precios de cada producto, elegir una jerar-

quía de precios y de tasas de equivalencia entre las produccio-

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nes (por ejemplo, ^cuánto haría falta reducir el quantum le-chero de una explotación que decidiese optar por introducirla producción de (n) cerdos por año?).

La elaboración de estos reglamentos y la vigilancia de su

aplicación deberían ser confiadas, según el programa, a unosoffices par produits, coordinados por un office general. Comodecía textualmente el programa, se debería dar por supuestoque para acometer todas estas tareas, cada office asumiría laresponsabilidad del «conjunto de su filial», la «dirección de laproducción y de la salida al mercado de cada producto», la«gestión de los stocks y la aplicación de una política de impor-tación/exportación» y, finalmente, el poder de «orientar la po-

lítica de las empresas de comercialización y de transformación,que deberían pagar el precio a los productores según las con-diciones definidas por el office». El programa no engañaba anadie cuando decía que estos offices podían convertirse en «ins-trumentos de una real planificación de la agricultura».

Si se analiza hoy en día el conjunto de documentos elabo-rados por la gauche 1iaysanne, social demócrata y reformista,desde las reflexiones de la F.R.S.E.A.O. allá por 1970 hastael programa agrario socialista de 1981, dos constataciones se

imponen. La primera es la de reconocerle una lucidez precoz:cuando la primera «crisis lechera» europea en 1969, esta co-rriente admitía que los modos vigentes de regulación de losmercados en la C.E.E. conducirían a medio plazo a una ex-plosión de excedentes y de gastos de sostenimiento que los con-denaría fatalmente; en la misma época, la droite paysanne ma-yoritaria en el seno de la Profesión rechazaba que el proble-ma fuese ini siquiera formuladol. La segunda constatación esque las soluciones propuestas entonces para una política agrariaalternativa se han mostrado a lo largo de estos diez o quinceaños cada vez más irreales y simplistas (lo que no exluye unaextrema complicación a la hora de aplicarlas).

Muy minoritarios e inspirando poca confianza a una bue-na parte de su medio social, esta corriente no se ha beneficia-do tampoco de las críticas recibidas por sus adversarios de la

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derecha mayoritaria, quienes permanecían obstinadamente si-lenciosos sobre estos temas. Fieles, en suma, a la tradición dela que habían surgido, la de la J.A.C. y la del primer C.N.J.A.,

la gauche paysanne no ha hecho más que llevar hasta sus últi-mas consecuencias, es decir, hasta el absurdo, los principios

en los que aquellos movimientos se inspiraban y de los que lapolítica vigente en Francia y en la C.E.E. era, a sus ojos, unaaplicación incompleta y defectuosa, a saber: «derecho a pro-ducir» para los agricultores y garantía de sus rentas por el Es-tado.

Su propósito era culminar el Estado-Providencia en bene-ficio de los agricultores, llevar casi a la culminación la «nacio-nalización» del sector agroindustrial.

En cuanto al resto de agricultore ŭ , puede decirse que aun-que permanecían mayoritariamente electrizados por la droite1iaysanne, mostraban, como todas las otras clases de la socie-dad francesa, una simpatía creciente por el P.S.F., cuyos di-rigentes prometían a todos que el Estado les iría a sacar dela crisis o, por los menos, a liberarlos de sus efectos más dañi-nos. Pocos agricultores se mostraron interesados en leer conatención el contenido del programa, ni siquiera los puntos queles pudieran afectar: les bastaba saber que el Estado se encar-garía de todo. No surgirían, por tanto, de entre ellos fuertesmovimientos de opinión para rechazar los proyectos del P.S.F.ni para, por el contrario, quejarse de su escasa viabilidad prác-tica.

B) La política agraria de la izquierda

En la práctica, aunque hubo enfrentamiento después de

la victoria electoral de 1981 entre el P.S.F. y el mundo agríco-

la francés, no fue, de ninguna manera, sobre esas cuestiones,

sino sobre el tema, a primera vista secundario, de la represen-

tación sindical.Como se ha señalado anteriormente, la Profesión había dis-

frutado de la delegación por parte del Estado de importantes

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responsabilidades en la gestión de la política agraria. En par-

ticular, la Profesión era la encargada de gestionar la políticade «desarrollo», lo que significaba gestionar el conjunto de me-didas destinadas a aplicar la «modernización» del sector agra-rio y realizar la formación de una categoría de «agricultoresmedios intensivos».

El proyecto que la izquierda tenía en caso de asumir el go-bierno era retirar al sindicalismo mayoritario, representado porel tándem F.N.S.E.A.-C.N.J.A., el monopolio de dirección y

gestión que le habían concedido los anteriores gobiernos de

derecha, y exigir que diese paso a nuevas organizaciones sin-dicales promovidas por agricultores de izquierda.

El grupo dirigente del sindicalismo mayoritario, es decir,la dirección nacional de la F.N.S.E.A., que era, por princi-pio, muy hostil al nuevo gobierno de izquierda, consideró esos

proyectos como una auténtica declaración de guerra. No po-día aceptar, a ningún precio, compartir ni sus poderes ni los

fondos del «desarrollo», que constituían los «medios» funda-mentales de dichos poderes. El enfrentamiento se saldó conlo que pareció como una victoria completa del sindicalismomayoritario: victoria rotunda de la F.N.S.E.A. y del C.N.J.A.

en las elecciones a Cámaras Agrarias de 1983, y manifestaciónde 100.000 agricultores en París.

A posteriori puede comprobarse que los dos adversarios se

habían engañado mutuamente sobre la realidad de sus respec-tivas situaciones. La izquierda se había ilusionado en demasíade su capacidad para hacerse entender por los agricultores ypara constituir un «buen» sindicalismo con el cual el nuevo go-bierno hubiese podido establecer las mismas relaciones de co-gestión que la derecha mantenía con la «malvada» F.N.S.E.A.

Sobre este último punto, puede decirse, además, que la izquier-

da compartía con la propia F.N.S.E.A. el error de sobrevalo-rar desmesuradamente la importancia del rol que jugaba estesindicato. Entusiasmados por los éxitos, los dirigentes de laF.N.S.E.A. se creyeron definitivamente los «jefes» del funcio-namiento del sector agrario francés, y pensaron que podrfan

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lograr la caída del gobierno adoptando una actitud de ruptu-ra y boicot.

La Ministra de Agricultura Madame Cresson se esforzó,al menos, por traducir en hechos el programa de la izquierda.

En relación con las medidas sociales, dobló la D.J.A. (ayuda

para instalación de jóvenes) y modificó, en favor de los másdesfavorecidos, los criterios de distribución de las muy gene-rosas «ayudas a las rentas» acordadas por la Conférence An-nuelle de 1981 (!cinco millones y medio de francos!). Por otrolado, los Estados Generales del Desarrollo (E.G.D.) fueron unatentativa ambiciosa del gobierno para dirigirse a los agricul-tores directamente y decirles que sus aspiraciones no tendríanque expresarse ya a través de unos aparatos profesionales de-seosos sólo de su poder (ver en español Colson, 1987).

En una primera fase, los E.G.D. conocieron un verdadero^ éxito, al menos en una parte del país. Un número importante

de grupos de agricultores expresaron reivindicaciones de todotipo (sorprendentemente muy similiares a las que expresabael C.N.J.A. !en 19581) y pedfan que se encontrasen nuevas for-

mas de desarrollo agrario y rural. Pero una vez finalizados losE.G.D., el gobierno no supo explotar su éxito parcial, que-dando prisionero de la falsa evidencia de que la reforma del«desarrollo» debía pasar por una reforma del «aparato» insti-tucional existente en dicho área.

En lo que se refiere a los proyectos de offices, los intentosde aplicación no pasaron, en lo esencial, del estadio de las dis-cusiones entre tecnócratas de la Administración, especialistasy miembros de los «estados mayores» de la Profesión.

Es necesario tratar de forma separada el caso del proyectode offices fonciers, que había levantado una cierta emocióny grandes polémicas en el seno mismo de los agricultores, sen-sibles tradicionalmente a todo lo relacionado con la propie-dad de la tierra.

Los primeros proyectos de ley, muy ambiciosos, implica-ban una verdadera nacionalización del «derecho de explota-ción» en beneficio de los offices fonciers. Dado el carácter ple-

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namente democrático que se quería dar a las modalidades deatribución de este derecho a los candidatos (por unas comisio-nes «cantonales» elegidas por sufragio universal), el conjuntodel procedimiento tenía todas las posibilidades de tropezar con

los agricultores. Fue F. Mitterrand, personalmente, quien re-

nunció públicamente al proyecto de offices fonciers , y el tex-

to que sería finalmente aprobado remitía, en lo esencial, a laley giscardiana de 1980. En la práctica, la izquierda estaba,

al menos en esta materia, en retirada.

El problema foncier se plantea hoy en día en nuevos tér-

minos: por todas partes, ^la competencia por el suelo se debili-ta; en regiones de amplias superficies, la tierra se libera y noes recuperada; el precio de la tierra conoce un descenso pro-

fundo que parece ^a a durar. El problema es, además, la fal-

ta y no el exceso de candidatos a la instalación. En pueblosrurales, los agricultores ya no son el grupo mayoritario; la per- ^petuación de la agricultura y la forma que hay que darle noson ya problemas específicos que afectan a un solo grupo so-cial; es el conjunto de problemas de la vida local lo que se plan-tea en esos pueblos, con todos sus componentes, no sólo agrí-

colas ni económicos. Es, pues, en ese nuevo marco global enel que debe regularse el uso de la tierra.

En lo que respecta a los offices 1bar 2broduits, durante los

primeros meses del nuevo gobierno se vieron circular en cír-culos restringidos unos textos que intentaban formular con al-guna precisión las estructuras y los poderes con los que habría

de dotarse a los offices para ponerlos en condiciones de cum-

plir las funciones que el programa les asignaba.

En casi todos los círculos de opinión, el contenido de losdiversos textos difundidos causó un cierto temor por su «tota-

litarismo» evocador de los «trust estatales» de los países del Es-

te. Se puede, sin embargo, señalar aquí que en países auténti-camente democráticos funcionan, a veces hasta desde hace más

de cincuenta años, offices y sistemas de quantums tan imposi-

tivos y complicados como los que se discutían en Francia en

la primavera de 1982. Es el caso, por ejemplo, de Noruega,

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Finlandia o Austria, en los que el sistema de gestión del mer-cado de la leche había ya sido objeto de interés para ciertoscolaboradores de M. Giscard d'Estaing. Pero, por supuesto,

estos ejemplos se referían a países con unas condiciones natu-rales difíciles, fuertemente deficitarios en productos alimenti-cios y deseosos de mantener a cualquier precio un campesina-do y una producción alimenticia nacionales, ya fuese por ra-zones políticas, sociales, estratégicas, ... Ese no era el caso, evi-

dentemente, de Francia. Y además, unos sistemas de gestión

de filiales agrícolas como éstos, eran incompatibles con las re-glas de la P.A.C., que nadie en Francia tenía, por principio,

intención de romper.Ante ese panorama, se llegó rápidamente a la adopción

de soluciones más «moderadas». Los offices tal como fueron

instaurados en los decretos de 1983 se basaban, de un lado,en las organizaciones profesionales especializadas (los sindica-

tos sectoriales) de la rama correspondiente y, de otro, en losservicios administrativos heredados del antiguo F.O.R.M.A.

(que desaparecía) y convenientemente desarrollados. El siste-

ma instaurado por el gobierno de izquierda no se encontraba,pues, muy alejado del sistema de las «Interprofesiones», que,

como se ha visto en otro capítulo, crearon los gobiernos ante-riores por las leyes de 1974 y 1979. Había, sin embargo, unapequeña diferencia, aunque esencial: en los nuevos offices el

Estado se reincorporaba como regulador de la rama corres-pondiente y, a la vez, como árbitro de los conflictos de intere-ses que pudiesen surgir en ella, pero también se convertía enel garante y responsable de los equilibrios económicos nacio-

nales y sectoriales. Asímismo, la Administración, haciendooídos sordos a las voces de la Profesión, se reservaba el dere-

cho a nombrar los directores de los respectivos offices. Aun-

que esta «manía» de los offices despertó entonces alguna iro-nía, no sólo en los ambientes de la derecha, se han revelado

hasta hoy en día - como lo prueba el hecho de que el gobier-

no conservador de M. Chirac no los disolviera en 1986, como

podía haberse pensado- como instrumentos esenciales para

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reorieritar la regulación de las distintas ramas. Esto se ha ma-

nifestado con nitidez en momentos decisivos, como han sido

los del relanzamiento de las negociaciones europeas y la ins-

tauración de las «cuotas lecheras».

Para concluir el análisis de la política agraria desarrolla-

da por la izquierda en Francia, puede afirmarse que pocas cosasha podido poner en práctica de las propuestas contenidas en

su programa. Muchas de ellas.no vieron más que una sucesión

de renuncias y fracasos, conduciendo a una pura y simple reo-

rientación de la política practicada por los anteriores gobiernos.

Sin embargo, me parece que la realidad no es tan simple

como pudiera deducirse de estas rápidas conclusiones. Muchas

de las críticas y de los diagnósticos ralizados por la izquierda

eran pertinentes. Y si los medios propuestos no han sido los

adecuados para los fines que se habían asignado a la políticaagraria, creemos que se ha debido menos a su carácter aven-

turero o utópico que, por el contrario, a una especie de fideli-

dad excesiva a las recetas heredadas de los años sesenta-sesenta

y dos: inserción de los agricultores en un sistema de protec-

ción estatal cogestionado con la Profesión. Estas recetas no eran

las más convenientes para una coyuntura de crisis: como se

ha visto en todos los países capitalistas, las fases agudas de cri-

sis asignan a la acción del Estado un carácter paradójico. De

un lado, el Estado ve afirmarse su naturaleza de portador de

la ley del capital a la que todas las clases, por medio de susorganizaciones corporativas, tienen que rendir obediencia en

interés de la salut commun (es decir, en aras de la recupera-

ción del proceso de acumulación de capital). De otro lado, es-

te fortalecimiento de la disciplina del capital exige que cada

uno (isobre todo en el caso de las clases dominadas!) acepteponer en cuestión los «derechos adquiridos», la seguridad, la

estabilidad, la garantías, los «privilegios»; es por todo eso que

la acción del Estado adopta en estas situaciones la forma del

«liberalismo», de la «flexibilidad», del retorno al mercado y,

en definitiva, la forma de una acción, paradójicamente, «me-nos estatal».

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Ha sido precisamente en las áreas en las que la izquierda

no tenía ningún programa, ni ningún compromiso que la ata-

se, en donde pudo recuperar la iniciativa en materia de polí-

tica agraria. Como en otras ocasiones, la P.A.C. fue la quele ofreció la ocasión de recuperarse, principalmente con mo-

tivo del acuerdo sobre las «cuotas» lecheras, que fue alcanza-

do gracias a la intervención de F. Mitterrand. La negociación,

la puesta en marcha y la gestión de las cuotas lecheras ofrecie-

ron al Estado la ocasión de recuperar su rol directivo en la re-gulación de este sector de primera importancia.

La F.N.S.E.A., crispada en su actitud de boicot, reafir-

maba una posición insostenible: «ni descenso de los precios,

ni limitación de la oferta», mientras que, por otro lado, sin

jugar un papel técnico indispensable, se encontró, de repen-

te, excluida del juego. Las asociaciones especializadas se vie-

ron obligadas a colaborar, y su «frente único» no resistió mu-

cho tiempo a las discrepancias de intereses entre las diferentes

regiones. Sólo los grupos industriales se encontraron en con-

diciones de conservar un margen propio de maniobra.La instauración de las «cuotas» ha puesto en cuestión bru-

talmente el conjunto institucional sobre el que el sindicalismo

mayoritario de la F.N.S.E.A. ha fundamentado su poder: el

«modelo lechero» difundido por sus organismos de desarrollo,

los «planes de desarrollo» por los que debían pasar los agricul-

tores, etc.De golpe, pues, la unanimidad obligatoria de las organi-

zaciones profesionales ha estallado. Un cambio completo ha

tenido lugar en los diferentes discursos de la Profesión: el

C.N.J.A., las Cámaras Agrarias (a través de su A.P.C.A.) y

la revista Paysans, por ejemplo, repudian el inmovilismo pa-

sado y llaman a afrontar con audacia la perspectiva de la com-

petencia, del descenso de los precios y de los métodos draco-

nianos de control de la oferta. Cada uno de estos discursos pro-

fesionales ha descubierto la necesidad de la «diversificación»,

repudiando los defectos del <mnodelo único» (lechero) «impuesto»

por las instituciones de la modernización. Se ha llegado inclu-

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so a reconocer los méritos de una agricultura «dual», en la que

los pequeños agricultores tendrían un lugar para asegurar una

gran variedad de producciones de calidad, contribuyendo, al

mismo tiempo, al mantenimiento de una vida rural equilibra-da.

De este modo, muchos de los temas surgidos del programa

agrario socialista o de los E.G.D. han sido hoy en día adopta-

dos por sus peores adversarios de ayer, en nombre de las nece-

sidades de adaptación a la crisis. Este nuevo discurso, hay que

matizar, disimula mal las ambiciones de la «aristocracia de los

ganaderos^>, que no son otras que las de reservarse, a largo plazo,

la exclusividad de la producción de leche, cuyo precio queda

solidariamente garantizado con el sistema de las «cuotas».En fin, y para concluir este capítulo, la solución, al menos

provisional, dada por los países de la C.E.E. al problema le-

chero dio al gobierno francés de izquierda la posibilidad de

plantear en términos claros la vocación de Francia como ex-

portadora de productos agrícolas. Esta vocación se afirmaba,primero, ante los productores franceses afectados, a la cabeza

los cerealistas, a quienes supo hacerles admitir que era nece-

sario aceptar un sacrificio de los precios; luego, ante el resto

de los países comunitarios, a los que les pudo afirmar, sobre

bases económicas sólidas, que Francia tenía sus propias pre-tensiones y que las quería hacer valer en ese área frente a las

^de los Estados Unidos. Todo esto marca, pues, un avance res-

pecto al antiguo slogan político.ya citado del «petróleo verde»

y a las invocaciones encantadoras de la preferencia comunita-

ria.

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SECCION III

LAS ENSEÑANZAS DE LAS POLITICASAGRARIAS NO EUROPEAS

La política de selección de los agricultores considerados másaptos y de eliminación de los demás ha sido común a todoslos países de la Europa occidental, y ha constituido uno de los

principios de la P.A.C. Pero no todos los países europeos la

han desarrollado con el mismo vigor. Italia, por ejemplo, tie-ne un sector de agricultores minifundistas tan numeroso quele resulta imposible plantear su eliminación de forma rápida.Alemania, por su lado, protege la supervivencia de un grannúmero de explotaciones, que en otro lugar serían considera-das «no viables», en nombre de consideraciones complejas deequilibrio político, de ordenación del territorio y de autosufi-ciencia alimenticia. Los Pafses Bajos y Dinamarca, por el con-

trario, llevaron muy lejos la selección.Estos dos últimos países estimularon sistemáticamente la

concentración de las explotaciones y la constitución de gana-derías de gran dimensión y de alto nivel técnico, cosa que lespermitió el carácter sumamente coactivo de su política agra-ria, sin separarse, por ello, del marco de la explotación indi-vidual. Sin embargo, los debates actuales en el seno de la C.E.E.

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muestran claramente que esta «racionalización» rigurosa nolos pone al abrigo de los problemas agrfcolas.

Toda Europa occidental se encuentra en una situación pa-

radójica: después de haber elaborado en el transcurso de su

larga historia un sistema agrícola cuya eficacia técnica y eco-

nómica no ha sido en ningún otro lugar igualada, se ve obli-

gada, en el momento en que este sistema alcanza su máxima

perfección, a plantearse la cuestión de las posibilidades de su

superviviencia a largo plazo. De manera más radical que en

Francia, un sector de las clases dirigentes de los países noreu-

ropeos afirma que ha llegado el momento de acabar con lapolítica agraria y con sus gastos ilimitados, aunque para ello

sea preciso acabar con la explotación de tipo individual. En

los medios agrícolas franceses, tales interrogantes ofrecen mo-

tivos de estremecimiento: ^se debe continuar apoyando la cons-

titución de hermosas explotaciones «a la danesa» cuando éstasse revelan, por ejemplo, tan incapaces como las nuestras de

dar una solución, por ejemplo, al problema del aumento del

precio de la leche y de la acumulación de excedentes?

1. Estados 1(Jnidos: ^ el final de la política agraria?

Por todo lo anterior se constata hoy en día un interés re-novad.o por la agricultura y la política agraria estadouniden-se, especialmente desde que el presidente Reagan manifestósu intención de establecer las leyes estrictas del mercado.

En todos los terrenos, los europeos tienen tedencia a veren los Estados Unidos el prototipo de las sociedades capitalis-tas modernas, y a buscar en este país los indicadores de lo queserá su propio futuro. La agricultura no se escapa de esta ten-dencia. Tampoco hay que olvidar que de los Estados Unidosproceden muchas de nuestras referencias y de nuestros mode-los en materia de producción agrícola; concretamente, en re-lación con el caso francés tres modelos se remontan a las «mi-siones de productividad» realizadas en 1945. La producción

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avícola en masa, el modelo de alimentación de los animales

a base de maíz y de torta de soja (Bertrand et al., 1983), y

más recientemente las vacas lecheras holstein de alto rendi-

miento, vinieron de los Estados Unidos a Europa en el trans-

curso de los treinta últimos años.La imagen que se puede tener de una agricultura ameri-

cana hija de la agricultura europea occidental pero más evo-

lucionada y más moderna, sólo corresponde parcialmente con

la realidad. Cierto es que los primeros Estados de Nueva In-

glaterra se fundaron sobre la base de una democracia de pe-queños productores agrícolas y que, durante el siglo XIX, la

colonización agrícola de todo el nordeste del país (región de

los Grandes Lagos, Norte central) fue llevada a cabo siguien-

do el modelo de explotación de tipo individual del que eran

portadores los inmigrantes campesinos europeos (anglosajones,germánicos, escandinavos), ayudados y promocionados por los

poderes públicos con su política (cf. la legislación del Homes-

tead).

Pero no hay que olvidar que, al mismo tiempo, en el Sur

predominaba la gran explotación esclavista, y que sobre todoen las inmensas zonas del suroeste y de California, las prime-

ras en ser colonizadas, la agricultura se instaló en terreno vir-

gen, de forma muy rápida, siguiendo formas originales que

ya no tenían nada que ver con la tradición europea, tales co-

mo el «rancho» o las inmensas plantaciones irrigadas de hor-talizas que empleaban masas de trabajadores temporeros in-

migrantes, pagados por debajo del salario nacional normal.

Esta diversidad de formas de colonización ha dependido

tanto de la historia como de las condiciones geográficas. Los

Estados Unidos ocupan un territorio inmenso, que se compo-ne de regiones agrícolas con características muy marcadas y

limitantes que favorecen especializaciones regionales acentuadas

y muy estrechas. A excepción de las viejas regiones del Este

y de algunas grandes zonas urbanas, la población se caracte-

riza por su dispersión y su escasa densidad (Nallet et Servolin,

1980).

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Este conjunto de condi ŭiones dio, desde hace mucho tiem-po, al aprovisionamiento alimenticio del país americano ca-

racterísticas que lo han diferenciado de Europa: por ejemplo,

los traslados a gran distancia de los productos alimenticios, aun-

que éstos fueses perecederos, siempre fueron muy importan-tes.

Se entiende, pues, que las grandes empresas de transpor-

te, de transformación, de almacenamiento (6) y de conserva-

ción ejerciesen muy precozmente una influencia decisiva so-bre el sector de la producción agrícola. Esta influencia se ha

traducido, desde hace mucho tiempo, en la especialización de

las explotaciones agrícolas y en su fortísima dependencia en

relación a las grandes empresas agro-alimentarias de transfor-

mación y de comercialización: los agricultores americanos nun-ca dispusieron, para dar salida a sus productos, de esa multi-

tud de pequeños mercados locales que siguen existiendo en

Europa. Añadamos, en fin, que la distancia puede provocar,

sobre todo en el caso de los productos frescos de difícil y costo-

so transporte, un verdadero aislamiento del mercado nacio-nal, siendo este hecho lo que explica, por ejemplo, el desarro-

llo, para abastecer a las zonas urbanas californianas, de gran-

jas lecheras de enormes dismensiones que funcionan «sin sue-

lo» por medio de una alimentación adquirida en su totalidad

fuera de las explotaciones. Estas formas de ganadería, total-

mente inexistentes en Europa occidental, fueron posibles gra-

cias a un precio de la leche que es el más alto de los Estados

Unidos, y gracias también al bajo precio de los forrajes resul-

tante de la subvención pública concedida al regadío. Hay que

señalar también que estas ganaderías han experimentado du-rante los tres o cuatro últimos años un desarrollo explosivo,

aprovechando el descenso profundo experimentado por el pre-

(6) Es notorio el papel esencial jugado por las compañfas de ferroca-rril en la colonización agrfcola del Oeste americano, así como la potencia,aún muy importante en la actualidad, de las grandes empresas de almace-namiento y de comercio de cereales.

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cio de los cereales con motivo del embargo de los envíos decereales a la U.R.S.S.

De manera más general, existen en los Estados Unidos, des-de hace mucho tiempo, formas de producción agrícola espe-

culativas opuestas de modo extremo a las tradiciones campe-

sinas europeas. En ocasiones ha sucedido, y aún sucede con

frecuencia, que perspectivas coyunturales favorables (la rela-

ción entre el precio del producto y el de los medios de produc-ción, por ejemplo) o consideraciones fiscales (algunas inver-

siones agrícolas fueron habituales como tax shelters) han inci-

tado a los capitalistas americanos a lanzarse, a gran escala y

con los medios técnicós más sofisticados, en tal o cual produc-

ción vegetal o animal (ŭOmo ha ocurrido con la leche en Cali-

fornia o en Nuevo Méjico desde hace cuatro años, o en otras

zonas con las producción porcina). Pero allí donde la coyun-

tura se deteriora y el beneficio se reduce, los inversores se reti-

rarán de la noche a la mañana, dirigiéndose hacia un sector

totalmente diferente. El futuro de estas formas no puede, porconsiguiente, ser determinado con claridad. Nos parece per-

fectamente típico el caso de la empresa gigante de piensos com-

puestos Rolstone-Purina, que tenía granjas de pollos integra-

das que representaban aproximadamente el 5 por 100 de la

producción nacional. En 1972, su consejo de Administración,

tras constatar la escasa rentabilidad de estas granjas decidió

liquidarlas, siendo muchas de ellas vendidas a los asalariados

que las trabajaban (informe del agregado agrícola francés en

Washington, 1972).En todo caso, más allá de la diversidad de las formas de

producción, el sistema agrícola estadounidense se caracteriza

por el «carácter masivo de la intervención estatal». Fue en el

momento de la gran crisis de 1929 cuando el gobierno de los

Estados Unidos abandonó el credo liberal de la regulación a

través de los precios de la producción agrícola. En 1933, F.Roosevelt, entonces recientemente elegido, aprobó el primer

Agricultural Adjustment Act, que ponía a disposición del go-

bierno todo un arsenal de instrumentos de regulación directa

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de la oferta y de los precios: subvenciones para la reducción

de superficies cultivadas, imposición de cuotas, fondos de re-

gulación, subvenciones a las exportaciones, compras y alma-

cenamiento público de excedentes, ... Esta legislación se de-

sarrolló en lo sucesivo, extendiéndose a la mayor parte de los

productos agrícolas (para una visión histórica de estos fenó-

menos, cf. el artículo de W. D. Rasmussen y G. L. Baker, Pro-

grams for agriculture 1933-1965, in Ruttan et al., 1969,

p. 69 s.). Como lo recuerda J. P. Berlan (Berlan, 1981, p. 97 s),

la política seguida, sobre todo después de la aprobación de la

célebre Public Law 480 (1954), posibilitó la expansión gigan-

tesca de la cerealicultura americana con fines exportadores.En el mismo momento, el cultivo de la soja, subvencionado,

pasó de 350.000 Tm en 1933 a 60 millones en 1979: ia través

de una actuación paciente y con la ayuda financiera del Esta-

do, los americanos enseñaron al mundo entero a alimentar los

animales con maíz y tortas de soja compradas en los EstadosUnidos! De este modo, se forjaría ese «arma alimenticia» cuya

importancia en la estrategia mundial de los Estados Unidos

es hoy notoria.

Pero, por su lado, las producciones animales no quedaron

en el olvido. La leche en particular se ha venido beneficiandode un sistema de protección constantemente completado y re-

tocado año tras año y del que Perraud dijo con razón (Perraud,

1983) que, ipor su complejidad y su aparente irracionalidad,

recuerda al sistema iiscal del Antiguo Régimen francés! Es ne-

cesario, pues, saber que la evolución de la producción lechera

en Estados Unidos, que aún hoy (7) se caracteriza por la pre-

ponderancia de las explotaciones de tipo individual, aunque,

por término medio, mucho más grandes que las francesas, no

fue orientada por la simple mecánica de las leyes económicas

del mercado. Más bien hay que verla como el resultado de cin-cuenta años de practicar una política tan compleja y tan in-

(7) F^ccepto en California y en el Suroeste (cf. más arriba).

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tervencionista ( jy tan costosa para el presupuesto!) como las

que hemos conocido en Europa.Pero, sorprendentemente, se puede hacer, acerca de la po-

lítica agraria norteamericana, la misma observación que hici-mos al principio del presente trabajo acerca de la política agra-ria francesa: no ha suscitado interés alguno entre los especia-listas de la ciencia política americana, que son, sin embargo,

particularmente numerosos y activos. El gran y viejo fournal

of Agricultural Economics no dice apenas nada al respecto.Existe un pequeño número de competentes especialistas en

política agraria, de los que algunos, como D. Paarlberg, con-sejero agrícola de Nixon, han contribuido a la elaboración delas distintas medidas que han venido aplicándose. Sin embar-go, en sus escritos no se encuentra, sino excepcionalmente, unareflexión sobre la «naturaleza» de la política agraria, y aún me-nos sobre el propio Estado. Estas preocupaciones parecen re-servadas a algunos equipos de economistas y sociólogos «radi-

cales» (Perraud, 1984, p. 3). Los especialistas oiiciales pare-cen contentarse con un esquema funcional muy estereotipa-do, en el cual el U. S. Department of Agriculture y sus diver-

sas Agencies, las comisiones agrícolas del Congreso, las orga-

nizaciones profesionales, asf como las departamentos de las uni-

versidades estatales encargadas del desarrollo técnico (los Land-

Grant Colleges), garantizan, cada uno en su puesto, la identi-ficación de los problemas, su formulación, su solución, etc.

(cf. Ruttan, 1969, p. IX s.).En lo esencial, la literatura dedicada a la política agraria

en Estados Unidos, relativamente poco abundante, tiene, co-mo consecuencia, un carácter descriptivo y, a menudo, muynormativo: el especialista se siente investido con el derecho demejorar, de hacer más «eficaz», la política agraria, sugiriendomejoras técnicas de gestión. Solamente algunos de los más lú-

cidos como Ruttan (Schultz, 1978, p. 300) van más lejos, al

desear «que los economistas y otros investigadores de las cien-cias sociales profundicen en el análisis de las fuenas sociales

y políticas que pesan sobre las opciones de política económi-

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Page 194: Las políticas agrarias - mapama.gob.es · las utopías modernistas de los fisiócratas y del despegue de la revolución industrial; un siglo después de las af'irmaciones de Marx

ca». Hay que subrayar, sin embargo, que este texto concierne

a jlas políticas agrarias del Tercer Mundo!

Eri cuanto a la mayor parte de los autores, su esfuerzo teó-rico no alcanza a producir más que una apología del free mar-ket, actitud formal casi tan obligada como la referencia al

marxismo-leninismo en las obras de la misma especie en la

U.R.S.S. En suma, la política agraria no sería para estos autores

más que una etapa, previa a la reconstitución de una auténti-va economía agraria de mercado, cuyo restablecimiento anun-

cian próximo (Paarlberg, 1980, p. 54).

Parece que, al menos en principio, la Administración Rea-

gan creyó que dicha empresa era posible de realizar. Cierta-

mente, intentó resolver el problema de los excedentes de ce-

reales, provocado por el embargo de las exportaciones hacia

la U.R.S.S., tratando de reducir masivamente el nivel de sos-

tenimiento de los precios para desanimar a los productores

(Thackray, 1982, p. 10).

Los efectos de esta política fueron catastróficos, especial-

mente para los agricultores más endeudados, es decir, los más

modernos y los más dinámicos (Thackray, 1982, p. 11). En-

tonces se hizo necesario batirse en retirada y reinventar, bajo

la forma del «programa P.I.K.», la vieja técnica de subven-

cionar las superficies no sembradas.

Pero más tarde, apareció un problema nuevo, tanto más

inquietante cuanto que no tenía precedentes: el viejo sistema

de regulación del mercado de la leche se desajustaba y el Es-

tado, por primera vez, se convertía en propietario de excedentes

masivos de productos lácteos. También en esta ocasión, en 1982

y 1983, la respuesta fue desmantelar los antiguos programasde protección (los milk marketing orders) y encontrar una so-

lución «liberal» a la crisis, bajando radicalmente el precio (Pe-

rraud, 1983 y 1984).

Finalmente, el conjunto de las «instituciones», tanto esta-tales como profesionales, rechazaron esta solución y propusie-ron un «compromiso» que, por primera vez, incluía a esta pro-ducción en la vieja técnica americana de la «subvención para

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Page 195: Las políticas agrarias - mapama.gob.es · las utopías modernistas de los fisiócratas y del despegue de la revolución industrial; un siglo después de las af'irmaciones de Marx

no producir». El cronista anónimo pero muy liberal de TlzeEconomist (The Economist, 19 de noviembre de 1983,

pp. 45-46) condenaba duramente esta solución, que costaría

cerca de tres mil millones de dólares al presupuesto federal,

atribuyendo, como es lógico, esta «capitualción» del Estado a

meras consideraciones de demagogia electoral. De nuevo, es-

ta explicación no puede sino parecernos un poco corta y débil.

Así pues, vemos que, incluso en los Estados Unidos, el «fi-

nal de la política agraria» no es para hoy. Está claro que, pa-

ra muchos, este feliz desenlace tendrá que esperar a que toda

forma de arcaismo haya desaparecido de la producción agrí-

cola americana y que ésta haya pasado al control de la gran

empresa capitalista, del corporate farming.

Pero, ^cómo explicar entonces que los representantes de

las gigantescas explotaciones lecheras de California, en vez de

jugar al juego de la competencia, se hayan adherido al nuevoprograma de subvencionar las reducciones de producción? (Pe-

rraud, 1984, pp. 11-12).

2. Los países del bloque socialista: ^el final de ^apenuria?

El paso de la producción agrícola a formas de gran em-

presa en la metrópolis del capitalismo daría motivos de satis-

facción a las autoridades de los diferentes países del Este. Jus-tificaría, después de tantos decenios de dificultades, la opción

realizada por casi todos estos países, siguiendo el ejemplo de

la U.R.S.S., de constituir, partiendo de cero, a priori, unas

agriculturas de grandísimas unidades de explotación.

A pesar de todas sus variaciones tácticas, tanto antes de

la Revolución (en los textos) como después (en las prácticas),

es evidente que Lenin estaba fundamentalmente convencido

de la superioridad técnica y económica de las formas concen-

tradas de la producción agrícola (Crisenoy, 1978). Como lo

hemos visto en otro capítulo, esta convicción estaba amplia-

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mente generalizada a lo largo del siglo xIx. Marx, y con me-

nos matices Engels, la habían compartido y la habían hecho

penetrar en el movimiento socialista, sobre todo en Alemania.

Lenin, aunque había recibido su formación marxista delos teóricos de la socialdemocracia alemana, afirmaba que sus

análisis sobre la «cuestión agraria» no podían ser aplicados tal

cual a la situación de Rusia, cuya historia era totalmente di-

ferente de la de Alemania y su nivel de desarrollo económico

incomparablemente más bajo.No obstante, durante toda su vida política, Lenin se apo-

yó en análisis políticos y sociales que ya figuraban en su céle-

bre libro, El desarrollo del capitalismo en Rusia (Lenin, 1899).

Ahora bien, estudios recientes (cf. al respecto, Crisenoy,

p. 79 s.) muestran que, en esta obra, Lenin sobreestimó des-mesuradamente el grado de penetración de las relaciones ca-

pitalistas en la agricultura rusa. De hecho, su famosa división

de los campesinos en tres categorías: los «pequeños campesi-

nos», arruinados y casi proletarizados; los «medianos» en vías

de desaparición, y los «campesinos ricos y los burgueses» enexpansión, no hacía sino reproducir los análisis realizados por

Kautsky en La cuestión agraria (Kaustsky, 1900-1970, cp. VIII,

p. 250 s.). Lenin basaba sobre esta división su programa agra-

rio: en la fase «burguesa» de la revolución, el proletariado de-

bería aliarse con el conjunto del campesinado para echar abajo

los vestigios del antiguo régimen -latifundismo y feudalismo-

y dejar que se desarrollase libremente la explotación capita-

lista moderna y«progresista». A1 pasar a la fase socialista, el

proletariado conduciría a los pequeños y medianos campesi-

nos arruinados al asalto de los agricultores capitalistas y los

incitaría a agruparse en «comunas agrícolas» colectivas y so-

cialistas.Un examen más realista de la situación de Rusia muestra

una estructura social sensiblemente diferente. La abolición de

la servidumbre a partir de 1861 había dejado que subsistie-

ran, uno al lado del otro, un sector muy importante de la gran

porpiedad de origen «feudal» (un «feudalismo» muy diferente

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del que había existido en Europa occidental, como ya hemos

visto) y la tradicional aldea comunitaria (mir u obchtchina),

en la que cada familia cultivaba un lote que le asignaba la

comunidad, siendo la tierra, con frecuencia, objeto de una re-

distribución periódica. Existía, además, un sector reducido perodinámico de explotaciones individuales modernizadas de tipo

occidental (los «campesinos ricos» capitalistas de Lenin), cuyo

desarrollo había sido estimulado y subvencionado por los go-

biernos de iinales del siglo xIx y de principios del xx, y de

forma particularmente sistemática durante la experiencia deStolypine (Crisenoy, p. 224 s.). En cuanto a los pequeños y me-

dianos campesinos tradicionales, tal y como fueron estudia-

dos por Chayanov (Chayanov, 1966; el libro es anterior a la

Revolución), a pesar de su pobreza y su retraso técnico, no te-

nían nada de masa amorfa, solamente apta para su proletari-zación. En tanto que clase, éstos aspiraban a poseer la tierra,

toda la tierra que acaparaban los grandes propietarios y en

la que, a menudo, se veían obligados a trabajar en el cultivo

de los cereales destinados a la exportación.

Son bien conocidos los episódios de los primeros años de

la Revolución: la acción magistral del «decreto sobre la tie-

rra» del 8 de noviembre de 1917, mediante la cual los bolche-

viques conquistaron el apoyo del campesinado; y el paso, des-

de febrero de 1918, a las nuevas experiencias de agricultura

colectivista del comunismo de guerra. La transición de la re-volución burguesa a la revolución socialista se había produci-

do más rápidamente de lo previsto.

Hay que destacar que el decreto de febrero de 1918 «sobre

la socialización de la tierra» preveía la reconstitución, en for-

ma de granjas estatales, de los grandes dominios que los cam-pesinos se habían repartido en 1917. Entre 1919 y 1920 este

sector fue desarrollado lo más posible. Como es sabido, estos

ensayos de colectivización y, sobre todo, de granjas estatales,

tenían por objeto luchar contra la «mala gana» con que los

campesinos recientemente liberados entregaban sus cereales

a la Revolución al precio imsorio que les imponía. Pero, en-

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Page 198: Las políticas agrarias - mapama.gob.es · las utopías modernistas de los fisiócratas y del despegue de la revolución industrial; un siglo después de las af'irmaciones de Marx

tre los dirigentes, Lenin el primero, también existía la convic-

ción inquebrantable de que las grandes granjas, además de

haber permitido una fácil expoliación de los trabajadores de

la tierra, tenían una mayor eficacia técnico-económica.

La experiencia fracasó totalmente, tanto desde el punto

de vista de la producción como desde el punto de vista políti-

co. La situación en el campo se volvió tan grave que se tuvo

que dar marcha atrás.

En marzo de 1921, Lenin adoptó la Nueva Política Eco-nómica (N.E.P.), que restablecía la completa libertad para

los campesinos de explotar la tierra tal y como ellos lo enten-

dieran, fueran éstos propietarios o arrendatarios de las tierras

nacionalizadas. Estarían simplemente sometidos a un impuesto,

en especie, primero, y en dinero, después (Wiidekin, 1982,

cpa. I, p. 4 s.).

Los resultados de esta política fueron excelentes de inme-

diato, y en 1928 la producción agraria había alcanzado, y en

algunos productos hasta superado, el nivel de la preguerra.

Este éxito no impedirá la coléctivización, esta vez definitiva,

de la agricultura soviética por Stalin, realizada cuando, a partir

de 1929, tras haber vencido a la «izquierda» y a la «derecha»

del Partido, se convirtió en el dueño absoluto de la U.R.S.S.

Como se sabe, Stalin, después de haber aplastado a la izquier-

da, se había apresurado a aplicar su programa de «acumula-

ción acelerada», que implicaba, de una parte, la limitacióndel consumo al nivel estrictamente necesario y, de otra, la ex-

tracción del máximo excedente al campesinado. Las coaccio-

nes que tuvo que ejercer sobre el campesinado fueron tan im-

portantes que no podían conciliarse con el mantenimiento de

la autonomía del campesino individual, libre de producir tal

o cual producto antes que otro, ... o de no producir, libre de

vender su producto o de consumirlo él mismo, ... Ese fue, pues,

el principal sentido de la colectivización. La explotación indi-

vidual por poco próspera que fuese constituía para el campe-

sino una base material, que le permitía, en cierta medida, re-

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sistir tanto a las presiones económicas como a las órdenes po-

líticas.

La política de «acumulación acelerada», en la idea de los

dirigentes stalinistas, suponía, pues, la destrucción de esta base.La categoría social de los koulaks, principal blanco de la co-

lectivización, se componía no de míticos capitalistas, sino de

campesinos individuales que habían sabido «enriquecerse» du-

rante el período de la N.E.P.: los mejor dotados, sin duda,

inicialmente, pero también los más trabajadores, los más ca-paces, los mejores técnicos ... (8).

Dejando aparte las granjas estatales Sowkhoxes, granjas mo-

délicas destinadas, en primer lugar, a desarrollar las técnicas,

y que empleaban a una pequeña minoría privilegiada de tra-

bajadores asalariados, la colectivización agrupó en cooperati-

vas Kolkhoxes al conjunto de los camp^sinos; su estatuto de

no asalariados hizo de ellos ciudadanos de segunda fila, tanto

desde el punto de vista de su renta como desde el punto de

vista de su condición social.

Pero aunque hubiera sido otro el objetivo principal de lacolectivización agrícola, es evidente que los dirigentes soviéti-

cos conservaban una fe verdaderamente fetichista en la virtu-

des de la gran explotación agraria y de la industrialización de

la agricultura.

Su concepción de la industrialización de la agricultura erasingularmente simplista, dado que en lo esencial se limitaba

a la «mecanización», que sabemos tiene escasos efectos sobre

la productividad agrícola en términos de «rendimientos físi-

cos». Por el contrario, los progresos biológicos y la fertiliza-

ción quedaron durante decenios totalmente descuidados.De hecho, dichos dirigentes no tardaron en darse cuenta

de que esta transformación de la agricultura según el «mode-lo de la fábrica» ni siquiera les proporcionaba un medio para

(8) Testigos de la colectivización en Hungría nos explicaron que loskoulaks expulsados de la agricultura se convirtieron frecuentemente en =hé-roes del trabajoA en la industria.

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controlar y administrar de manera más o menos rigurosa el

trabajo de los campesinos, en comparación a como la organi-

zación industrial «taylorista» permitía obligar a trabajar a una

mano de obra obrera aunque ésta fuese recalcitrante.

Para mantener el aprovisionamiento alimenticio, hubo que

restablecer, en parte, la producción de tipo individual, con-

cediendo a cada campesino una parcela que le permitiera ali-

mentarse y comercializar productos de los que escaseaba gra-

vemente el mercado, tales como los productos animales. Esta

producción individual se vendía en el marché kolkhozien, es-

pecie de mercado negro oficioso en el que los precios eran muy

altos.Así pues, podemos preguntarnos si este método de acumu-

lación fue realmente eiicaz, aún dejando de lado el enorme

coste social y humano que significó (W^dekin, 1982, p. 22 s.).

Después de todo, un campesinado razonablemente próspero,

con toda probabilidad habría sido capaz de proporcionar una

cantidad más importante de excedente para invertir en el de-

sarrollo industrial.

Pero, en todo caso, el método fue proclamado como parte

integrante del «socialismo científico» y fielmente aplicado por

el conjunto de las democracias populares después de la SegundaGuerra Mundial. Como hemos dicho más arriba, la situación

de partida era tal que, excepto en la mayor parte de Alema-

nia del Este y la parte checa de Checoslovaquia, en el conjun-

to de estos países predominaba ampliamente la agricultura.

Se trataba de agriculturas pobres y atrasadas, casi en su ma-

yoría herederas del sistema latifundista «neo-feudal» al que se

ha hecho referencia al principio de este texto. Estos países

habían experimentado, en el período de entre-guerras, revueltas

agrarias, con frecuencia, violentas: los campesinos organiza-dos en fuertes «partidos agrarios» reclamaban la tierra y los

gobiernos del momento, alarmados por la Revolución rusa,

habían efectuado reformas agrarias, aunque insuficientes.De todos modos, incluso los países en los que el pequeño

campesinado estaba sólidamente asentado, como en Bulgaria,

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eran castigados por el exceso de población rural y el subdesa-rrollo económico.

En el conjunto de estos países, la primera fase de la políti-

ca agraria de estilo soviético, que consistía en una reforma agra-

ria radical con reparto igualitario de las tierras, fue bien reci-

bida por los campesinos. Pero, por supuesto, una parte de losgrandes dominios expropiados fue conservada para formar

granjas estatales. Resulta difícil averiguar los efectos del re-

parto de las tierras sobre la producción. Fuimos informados

que, en Hungría, la producción, arruinada por la guerra, se

había recuperado a un ritmo muy rápido.En todo caso, desde 1948, fue emprendida la segunda fa-

se, consistente en la «colectivización acelerada» (salvo en Ale-

mania del Este, donde Stalin quería reservar la posibilidad de

una posible neutralización para una Alemania reunificada),

con el episodio obligado de la deskoulakización. Durante este

proceso, Yugoslavia abandonó el bloque soviético y comenzó

a desarrollar desde entonces una política agraria propia qúe

reposaría en un sector productivo sumamente heterogéneo, en

el que los grandes «complejos agro-industriales» del Estado coe-

xistirían con todas las formas y todos los grados posibles de

desarrollo de la explotación de tipo individual. En el libro de

Wádekin ya citado (Wádekin, 1982), se encontrará un cua-

dro comparativo de las políticas desarrolladas en los diferen-

tes países de la Europa comunista. Esta obra constituye, que

sepamos, la única síntesis reciente y completa sobre estas cues-

tiones.La evolución general de estos países se mantuvo paralela

hasta el momento de la muerte de Stalin: la doctrina de la acu-

mulación acelerada se aplicó, por tanto, en todas partes con

el doble bloqueo de los precios agrícolas y del consumo.Como es sabido, los disturbios de Berlín-Este y de Poznan,

así como, posteriormente, la insurrección húngara, obligaron

a una reorientación de la política comunista, particularmen-

te importante en lo relativo a la agricultura. En efecto, para

reducir las tensiones sociales se hizo necesario, tanto en la ciu-

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dad como en el campo, garantizar un mejor aprovisionamiento,

dejando, al mismo tiempo, de exprimir insoportablemente a

la población agrícola.

Polonia es el único de los países comunistas que aquí se

están analizando, que, para alcanzar estos objetivos, tuvo querenunciar, en lo esencial, a la agricultura colectivizada: apar-

te de las granjas estatales, el conjunto del sector agrícola po-

laco volvió a la explotación de tipo individual, mientras que

el resto de los países del bloque conservaron e incluso reforza-

ron las grandes unidades colectivas. Pero en todo el bloquecomunista hubo que cambiar de actitud respecto al sector agra-

rio, elevando masivamente los precios percibidos por los agri-

cultores: en la URSS, el índice general pasó de 100 en 1952

a 354 en 1964. ^Pasó a 1.609 el de la carne y a 1.500 el de

las patatas! (Wádekin, 1982, p. 49). En ese período y en todos

esos países, la agricultura se benefició de enormes inversiones(Wádekin, 1982, cap. 8).

Todo el mundo sabe que los resultados, en general, no es-

tuvieron a la altura de los esfuerzos realizados. Pero a este res-

pecto hay que matizar lo siguiente: la producción agrícola, du-rante los últimos veinte años, aumentó constantemente (W^-

dekin, 1982, p. 126); la penuria alimenticia se hizo relativa

y la población la comenzó a sentir con tanta más fuerza cuan-

to que las exigencias crecían más rápidamente que la produc-ción.

Por otro lado, algunos países han obtenido resultados mu-

cho mejores que los demás: la R.D.A., Checoslovaquia, Hun-

gría y, en menor grado, Polonia, al menos hasta 1978. Se tra-

ta de los países que inicialmente contaban con sociedades másdesarrolladas, más «occidentalizadas».

En definitiva, los resultados globales han sido mediocres,

tanto en relación con las potencialidades naturales como con

las cantidades de inputs utilizados. .

Pero se plantea la cuestión de saber si la forma misma deorganización de la producción en grandes unidades debe serconsiderada como responsable de esa mediocridad de los re-

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sultados agrícolas obtenidos en los países socialistas. Sin em-

bargo, no resulta fácil responder a esta cuestión. La estructu-

ra económica global de estos países es profundamente equívo-

ca: se ve con claridad que ésta conservó las características esen-ciales de una economía mercantil y capitalista, tales como el

intercambio, el carácter de mercancía de la mayor parte de

los bienes, la relación salarial, la necesidad de beneficio. Al

mismo tiempo, el poder político se niega a dejar que actúen

libremente los mecanismos del mercado, necesarios para el fun-cionamiento normal de semejante economía.

Habiendo construido sus respectivos regímenes en un pe-

ríodo de profunda penuria, los grupos dirigentes tuvieron que

gestionar y distribuir bienes y factores escasos; y determina-

ron el nivel y la naturaleza de los consumos de las diversas cla-ses sociales en función de criterios de mera oportunidad polí-

tica. Se puede decir que este reparto de los privilegios y de las

privaciones económicas cimentaron la potencia del partido úni-

co. Este último, en suma, no tiene mayor empeño por acabar

con una penuria que es el fundamento y el medio de su po-

der. El restablecimiento de una verdadera economfa de mer-

cado, de una verdadera autonomía de gestión de las diversas

empresas y unidades de producción, podría, sin duda, mejo-

rar la eficacia del sistema, pero reduciría las posibilidades de

intervención de los centros de poder.Es por ello que resulta difícil explicar de manera rigurosa

las diferencias manifiestas en el sector agrario de estos países.

Para algunos, la manera con que administran la economía en

general es una explicación suficiente. A veces, hasta se afirma

que el modo defectuoso de gestión utilizado en los países so-

cialistas les impide sacar provecho de unas formas de organi-

zación de la producción potencialmente muy superiores a las

de Europa occidental, y esta opinión la mantienen, a veces,

observadores que no tienen ninguna simpatía hacia los regí-

menes considerados. Para otros, además de las imperfeccio-nes generales de la gestión económica, se debe incluir también

la manera de organizar la producción: el gigantismo de las ex-

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plotaciones comportaría efectos perniciosos de carácter parti-

cular en materia agrícola.

Está claro, ciertamente, que una gestión defectuosa de la

economía puede hacer ineficaz una forma de producción, en

sí misma, adecuada. Sabemos que la explotación agrícola de

tipo individual «hizo maravillas» en los países de Europa occi-

dental. Sin embargo, la agricultura polaca, aunque reposa so-

bre una grandísima mayoría de agricultores individuales, nofunciona de manera mucho más «racional» que la agriculturakolkhoziana de la U.R.S.S. y no obtiene resultados muy supe-

riores: el poder político polaco no pudo nunca resignarse a ad-

mitir la legitimidad de las explotaciones individuales, a darles

la libertad de acceder a los medios de producción, la autono-mía de gestión y de desarrollo, la libertad de organización, ...

que, como sabemos, necesitaban estas explotaciones para ser

eiicaces, tal y como se ha visto en Europa occidental.

Paralelamente, el ejemplo de Hungría nos permite hacer

una apreciación convenientemente objetiva sobre las posibili-

dades propias de las unidades de producción agrícola de gran-

des dimensiones: granjas estatales y cooperativas. En efecto,

desde el principio de los años sesenta, este país puso en prácti-

ca «un nuevo mecanismo» económico que dejaba un amplio

margen a los mecanismos del mercado y a la autonomía degestión de las empresas. No podemos extendernos aquí sobre

las condiciones políticas que permitieron tal reforma. Nos basta

con saber que esta reforma ha sido real y profunda, y que fue

impulsada con tiempo suficiente como para poder beneiiciar-

se aún de la expansión general de la economía mundial.

En lo que concierne a la agricultura húngara, los aspectos

positivos del proceso son innegables. Entre 1960 y 1980, el ín-

dice de la producción agraria bruta pasó de 120 a 201 (base

100: 1950) y se triplicó la producción de cereales; el país se

convirtió en un gran exportador de productos agrícolas y ali-menticios (el 20 por 100 de sus exportaciones), mientras que

el consumo interior per capita alcanzó un nivel comparable

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al de los países de la Europa occidental (Csizmadia, 1981,pp. 4-5).

Los rendimientos físicos de los cultivos y de la ganaderíaprogresaron mucho, aunque se matengan todavía sensiblemente

inferiores a las mejores medias occidentales.Pero subsiten aspectos negativos muy importantes. En pri-

mer lugar, la eficacia aparente del capital, medida en valor

añadido por unidad de capital, señala un estancamiento y en

ciertos períodos hasta tiende a decrecer (Csizmadia, 1981,

p. 8 s.). Los estudiosos atribuyen esta situación a una gran va-

riedad de factores: mala gestión, retraso en materia de biolo-

gía vegetal y animal, cualificación técnica insuficiente de la

mano de obra, etc. No se trata, claro está, de achacar estosmales al gigantismo de las explotaciones, como tal. Hay que

señalar, a pesar de todo, que la política agraria húngara si-

gue concediendo un importante lugar a la producción de las

parcelas individuales de los socios de las cooperativas o a cual-

quier otra forma de producción «de pequeña escala», siendotodas objeto de estímulos oficiales: contratos, precios de ga-

rantía, ... (Toth, 1978). Ello le permite poner remedio a cier-

tas insuficiencias del sistema colectivizado en materia de pro-

ducción de porcino (aproximadamente el 50 por 100 de la pro-

ducción), de frutas y hortalizas (e140 por 100), de avicultura,

... Pero el síntoma más inquietante reside, en nuestra opinión,

en el hecho de que el Estado continúa subvencionando a los

productores (25 mil millones de forints en 1978 -cf. Wáde-

kin, 1982, p. 201- , lo que significa que el presupuesto esta-

tal paga directa o indirectamente cerca de la «mitad» del va-lor de las inversiones agrarias) con el pretexto de que los pre-

cios percibidos por los agricultores en los productos alimenti-

cios de base, que sigue fijando el Estado, son demasiado bajos

para remunerarles convenientemente (^ri, 1981). El Estado

se ve obligado a proceder de este modo para que los precios

al consumo sean soportables para los consumidores.

Encontramos aquí un rasgo que es común a todos los paí-ses socialistas europeos: los sistemas de precios a la producción

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y de precios al consumo de los productos alimenticios están

totalmente separados. Sin embargo, el método empleado enHungría de subvención a los productores es único en su géne-

ro. En todos los demás países socialistas, se comenzó dejando

que los precios a la producción se ajustasen a los costes reales,

siendo los precios al consumo de los alimentos de base los que

se mantenían muy bajos por medio de una subvención del Es-tado (9). Este proceso tuvo por objeto inicial estimular la pro-

ducción agrícola sin tener que aumentar los salarios, lo que

habría perturbado el equilibrio ya precario de los demás sec-

tores de la economía: en definitiva, un medio de huir del pro-

blema de una reforma general del sistema de gestión. Comose sabe, esta facilidad para conceder subvenciones, ha condu-

cido progresivamente a algunos países a una situación catas-

trófica: en Polonia, en 1977, el montante de las subvenciones

al consumo alimenticio ascendía a 120 mil millones de zlotys,

«jo sea, al 7 por 100 de la renta nacional!» (W^dekin, 1982,

p. 210). Posteriormente, la situación siguió empeorando. La

crisis casi fatal en la que Polonia se encuentra atrapada no

tiene otro origen: el poder no logra imponer a la población

la reducción draconiana de su renta que sería necesaria para

sanear la situación. La U.R.S.S., por su parte, se encuentraen una situación casi tan grave como la polaca.

• Pero resulta desconcertante ver cómo la R.D.A y Checos-

lovaquia, que con Hungría son los países mejor administrados

y cuya agricultura es más eficaz, se ven obligadas a recurrir

al mismo procedimiento,. aunque sea con niveles más mode-rados: la subvención supone el 25 por 100 aproximadamente

del precio al consumo.

Si nos atenemos al caso de éstos tres países y sobre todo alde Hungría, conviene llegar a una explicación diferente de laque normalmente dan los propios interesados. En efecto, no

(9) Fs evidente que esta subvención tiene que ser igualmente concedi-da a las industrias agrícolas por sus compras de materias primas a la pro-ducción.

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parece que en Hungría (ni en los otros dos países) los precios

al consumo de los productos alimenticios sean particularmen-

te bajos. Más bien, pues, son los precios (es decir, los costes)

a la producción los que alcanzan niveles demasiado altos. Co-

mo hemos visto, los autores húngaros reconocen que su agri-

cultura aún sufre deficiencias diversas. Pero hay que pregun-

tarse a qué se puede atribuir la persistencia de tales deficien-

cias después de veinte años de autonomía de gestión de las gran-

jas y cooperativas. Tenemos la tentación de decir que las gran-

des empresas agrícolas de los países socialistas, por muy bien

administradas y por muy eficaces que sean desde el punto de

vista técnico, «practican una agricultura costosa». Su gran di-

mensión, su imitación literal de los métodos de organización

«industrial» conducen a falsas divisiones del trabajo, a una es-

pecialización que no corresponde a ninguna necesidad objeti-

va.Su dimensión exagerada impone la multiplicación de cen-

tros y«escalas» de mando y de vigilancia, así como la realiza-

ción de desplazamientos múltiples por parte de la mano de

obra. Plantea problemas técnicos específicos (sanitarios, por

ejemplo), que requieren la contratación de ingenieros y de téc-

nicos con altos salarios, y plantea también problemas de ad-

ministración, de personal, de contabilidad, etc., que favore-

cen la proliferación burocrática. Por último, la especialización

de la mano de obra en obreros cualificados y peones, en trac-

toristas y especialistas de tal o cual tipo de ganadería, etc.,

favorece las horas muertas y el despilfarro de la fuerza de tra-

bajo, ya que, evidentemente, no es cuestión de que un tracto-

rista desocupado vaya a prestar su ayuda en un establo, por

ejemplo. En cambio, sabemos que esta organización comple-

ja no tiene efectos sobre los rendimientos físicos de los anima-

les ni de los cultivos, contribuyendo, incluso, en muchos ca-

sos, a disminuirlos. Frente a estas empresas «industriales», el

agricultor individual tiene numerosas ventajas que lo hacen

menos costoso para el sistema social: todo le lleva a una per-

manente disponibilidad, a una actividad y a una vigilancia sin

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tregua, a una polivalencia al máximo de lo físicamente posi-

ble. El agricultor moderno no solamente es competente en el

manejo de las técnicas de cultivo y ganaderas, sino que tam-

bién tiene buenos conocimientos de los oficios de la construc-

ción y la mecánica y sabe administrar los cuidados veterina-

rios más corrientes. En estos diversos campos, por consiguien-te, no tiene que recurrir a técnicas de alto nivel más que en

casos relativamente excepcionales.

Por último, la dispersión de las decisiones entre múltiples

individuos permite una compensación estadística de los erro-

res que tan frecuentemente se cometen en la agricultura, mien-

tras que en una economía rural centralizada y planificada el

error cometido por un solo individuo puede imponerse a todo

el mundo.

Esta última cuestión plantea el problema de los mecanis-

mos de toma de decisiones en las sociedades socialistas de este

tipo. Sabemos que, en principio, toda autoridad pertenece a

la dirección política del partido único, al que se le supone que

encarna el interés del pueblo y que posee el saber científicosuficiente para hacerse prevalecer. En un sistema de estas ca-

racterísticas, los trabajdores de la agricultura, al igual que los

de todas las demás ramas, se organizan de manera específica,

pero está claro que la organización no está autorizada para

tener una visión política propia de los intereses de sus asocia-dos. No debe ser otra cosa que la «correa de transmisión» de

la voluntad del Partido. En la práctica, es evidente que seme-

jante esquema no puede funcionar sin un mínimo de consulta

y sabemos que los dossiers siempre efectúan algunas idas y ve-

nidas entre la base y la cúpula dirigente. Sospechamos tam-bién que, en un país como Hungría, el restablecimiento de las

relaciones de mercado y de la autonomía de las empresas ha

fortalecido considerablemente la categoría de los tecnócratas

frente al aparato del partido, reforzando su opinión ŭobre el

proceso de toma de decisiones.

Pero resulta interesante ver cómo en ningún país socialis-

ta, ni siquiera en Hungría, el estudio de estos procesos «en tér-

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minos de sociología o de ciencia política» ha llegado aún a es-

bozarse: a decir verdad, tal y como nos lo describía un colega

húngaro que hemos interrogado al respecto, este tipo de estu-

dios ni siquiera es allí concebido.

3. A modo de conclusión: ^ serán capaces laspolíticas agrarias « a la europea» de vencer alsubdesarrollo?

^Pueden los éxitos de la agricultura europea aportar ense-

ñanzas útiles a la masa inmensa de pueblos que no pertenecen

a los sistemas agrícolas de los que hemos hablado, es decir,la infinita variedad de «países en vías de desarrollo»? Resulta

casi absurdo querer mezclar en esta categoría a países de Amé-

rica latina que, al menos en lo que concierne a algunos secto-

res de la sociedad, se sitúan en niveles de desarrollo casi

europeos o americanos, con países de Africa negra en los que

los sistemas rurales «tradicionales» son víctimas de la domina-

ción y de la explotación de algunos grupos urbanos superfi-

cialmente «europeizados», añadiendo además a este

conglomerado países como China, la India, Indonesia, los Paí-

ses Arabes, ...Entre estos países podemos encontrar todos los géneros po-

sibles de sistemas agrarios. Muchos de ellos han sido, cierta-

mente, colonizados por países europeos, pero los objetivos, los

medios, los resultados de esta colonización, han variado hasta

el infinito según los colonizadores, las condiciones locales, etc.En definitiva, lo que estos países tienen en común, al igual

que aquellos «despotismos asiáticos» de los que hablábamos al

principio de este trabajo, consiste, en suma, en tener una his-

toria diferente de la de Europa y en encontrarse hoy en una

situación alimenticia precaria y, a veces, hasta catastrófica.

Si los países capitalistas conocen una abundancia alimenticia

difícil de regular y los países socialistas europeos cierta penu-

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ria, todos los países del resto del mundo padecen, en mayor

o menor grado, de subalimentación o incluso de hambre, sin

que hasta el presente las políticas agrarias que practican ha-

yan podido permitirles mejorar el destino del conjunto de sus

agricultores y alimentar convenientemente al conjunto de su

población.

Incluso en los países en que aumentó efectivamente la pro-

ducción agrícola alimenticia, ésta no siguió en general alaumento de la demanda resultante del crecimiento de la po-

blación y del incremento de las rentas de ciertas categorías so-

ciales. Fste último aspecto es uno de los efectos paradójicos

de las políticas generales de «desarrollo» seguidas desde hace

un cuarto de siglo: condujeron a enriquecer a una minoría dela población que adoptó los modos y los niveles de consumo

de los países desarrollados, mientras las masas rurales se em-pobrecían cada vez más.

De ello resulta que los «países en vías de desarrollo», en su

conjunto, se han vuelto cada vez más importadores de productos

alimenticios (Banco Mundial, 1978, p. 25; 1981, p. 100 s.).

Más allá de las dificultades comunes a estos países, aun-

que eñ grados muy variables, su enorme variedad puede ofre-

cer motivos suficientes de desánimo a quien quisiese extraer

una enseñanza general de su experiencia en materia de desa-rrollo agrícola.

Como mucho se puede intentar discernir algunos puntosde referencia.

Podemos, en primer lugar, recordar que la mayor partede los países subdesarrollados creyeron, en un primer momento,

que podían salir de la pobreza dando prioridad a una indus-

trialización acelerada, apoyada las más de las veces en una po-

lítica agraria de tipo «voluntarista».

Algunos se inspiraron explícitamente en los métodos «so-viéticos»: Vietnam y sobre todo China. Los episodios que mar-

caron la historia de esta última parecen particularmente ins-

tructivos en lo que concierne a la agricultura: se sabe que tras

haber profundizado mucho en la colectivización, los dirigen-

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tes chinos, durante los últimos años, han reorientado su polí-tica y restituido su autonomía a los «equipos de producción»

de base, es decir, de hecho, a los grupos familiares tradicio-

nales (Aubert, 1982). Se sabe también que los resultados hansido excelentes.

Pero otros muchos países, sin tener como referencia al mo-delo «marxista-leninista», se inspiraron también en él en nom-

bre de una forma local cualquiera de «socialismo» o incluso

sin preocuparse por una referencia ideológica muy precisa. En

un momento u otro, los agricultores de Argelia o de Tanza-

nia, de Guinea o de Madagascar, ... se vieron agrupados en

«cooperativas» bajo la autoridad del Estado. En pran número

de países, los dominios y las plantaciones confiscadas a los co-

lonizadores fueron nacionalizadas y administradas por el Es-

tado.

Todas estas experiencias fracasaron desde el punto de vis-ta económico. Cuando éstas permanecen, se constata, en ge-

neral, que los países reproducen a su escala la experiencia de

la U.R.S.S.: a partir de un Partido-Estado-Ejército se forma

una nueva clase dirigente que elimina la vieja clase de terra-

tenientes y establece por medio de las cooperativas un controlpolítico y social sobre los campesinos, lo que, en suma, le im-

porta más que el desarrollo de la producción agrícola (en lo

que concierne a Argelia, cf. Bedrani, 1982, y Delorme, 1981).

En otros lugares también, los grupos que controlan la tie-

rra (no siempre se trata de propietarios en el sentido europeodel término) son un componente importante de la clase diri-

gente y del poder estatal.

Estos grupos pueden basar su riqueza sobre modos de ex-plotación agrícola y sobre producciones tradicionales o, al con-trario, sobre cultivos de exportación que la política del Esta-do tendrá tendencia a favorecer y desarrollar en detrimentode los cultivos alimenticios de uso interno. En ambos casos,existirá una contradicción evidente entre la voluntad de con-servar una renta del suelo elevada y las veleidades de desarro-

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llar la producción agrícola y obtener la autosuficiencia alimen-ticia.

f^or último, en muchos países, la voluntad de favorecer la

industrialización condujo a los Estados a fijar los precios ofi-

ciales de los productos alimenticios básicos en niveles insufi-

cientes (cf. Brown, in Schultz, 1978, p. 84 s^., que da ejem-plos de tales políticas en una serie de países asiáticos, y en par-

ticular en Pakistán). Este tipo de política ha hecho necesario

en los últimos años elevar sustancialmente los precios para in-

centivar de nuevo la producción, lo que generalmente ha im-

puesto la necesidad de subvencionar los precios al consumo delos productos de base, en favor de las masas miserables de las

ciudades: en estos casos, se ha llegado a la peligrosa situación

que hemos descrito a propósito de los países socialistas.

No obstante, desde los años sesenta, las «autoridades mun-

diales» en materia de desarrollo han venido admitiendo queel desarrollo de la industria en los diversos tipos de países in-

suficientemente desarrollados sólo tiene sentido si se apoya en

un sector agrícola también en expansión. Particularmente, por-

que el aumento de la renta de las poblaciones rurales es el mejor

medio para ofrecer un mercado interior suficiente a las nue-

vas industrias.

En la «revolución verde» se creyó encontrar el medio para

esta expansión agrícola. Tenemos en la memoria la enorme

cantidad de medios que las organizaciones internacionales de

ayuda al desarrollo, apoyadas en los recursos tanto financie-

ros como científicos, políticos, etc. puestos a su disposición por

los Estados Unidos en particular, dedicaron a la difusión de

dicha revolución, sobre todo en América latina y en el Sureste

asiático. Los resultados globales otenidos fueron considerables.

Por tomar sólo un ejemplo, ha sido gracias a la «revolución

verde» y a sus repercusiones cómo la India se ha convertido

desde hace algunos años en un país autosuficiente en cereales.

Pero como reconoce el propio Banco Mundial, los efectos de

la «revolución verde» se han agotado y el crecimiento progre-

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sivo de la producción ha comenzado a reducirse por doquierdesde 1975 (Banco Mundial, 1978, p. 44).

Los defectos y los límites de esta operación son bien cono-

cidos: se presentaba casi exclusivamente como un conjunto (un

package) de nuevas técnicas, que debía acompañar la intro-ducción de variedades de semillas de alto rendimiento (de ce-reales, esencialmente) y seleccionadas para adaptarse a las con-

diciones naturales de los diferentes países destinatarios. La «re-

volución verde» se presentaba, pues, como totalmente neutra

y aceptable en cualquier sistema político y social.

En la práctica, sin embargo, los progresos técnicos que de-bían obligatoriamente acompañar a las nuevas semillas (abo-

nos, pesticidas, irrigación, etc. ) no podían ser neutros: al ne-

cesitar de compras e inversiones, estas técnicas estaban reser-

vadas a los campesinos ricos, los únicos que tenían acceso al

crédito, al consejo técnico, etc. Por otro lado, los sistemas tra-dicionales de tenencia permitían, en general, a los terratenientes

apropiarse de todo el beneficio de las innovaciones en aque-

llos casos en que los agricultores no eran propietarios. De este

modo, la «revolución verde», si bien logró aumentar la pro-

ducción global, no hizo más que mejorar el destino de los agri-cultores más ricos y aumentar aún más la desigualdad entre

éstos y la masa de pequeños campesinos.

Esto es lo que reconoce el Banco Mundial en su informe

de 1978, ya citado, que tuvo una gran resonancia. En efecto,

utilizando la experiencia de la «revolución verde», se pronun-ciaba de la manera más formal en favor de un desarrollo agrí-

cola que rehabilitara la pequeña explotación. Dicho organis-

mo vuelve a esta cuestión en 1981 para afirmar (apoyándose

en los resultados de 80 proyectos de desarrollo que financió

en 20 países) que los pequeños campesinos son mucho más efi-caces en la utilización de los fondos invertidos que los grandes

agricultores (Banco Mundial, 1981, p. 104).

Pero también constata lo mucho que el sistema institucio-nal existente, así como lo que llama púdicamente «la jerar-quía que dicta las relaciones sociales entre los agricultores»,

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obstaculiza el acceso de los pequeños campesinos a los medios

modernos de producción, al crédito, a la irrigación, al conse-

jo técnico. Y para terminar, el Banco Mundial denuncia, tan

claramente como puede hacerlo un organismo de este tipo, el

papél nefasto de los terratenientes (Banco Mundial, 1978,

p. 50).Estas constataciones son de suma importancia por emanar

de tales fuentes: éstas representan hoy, de algún modo, la po-

sición oficial del sistema capitalista mundial sobre el desarro-

llo agrícola. Como tales, figuran en las recomendaciones de

política agraria que el Banco Mundial hace a los pafses quele piden ayuda. Cabe la posibilidad de interrogarse sobre la

eiicacia de esas recomendaciones, tanto más cuando se obser-

va que si bien el Banco Mundial tiene ideas muy claras sobre

los objetivos, no hace precisiones concretas sobre las condicio-

nes sociales y políticas que se deberían cumplir para alcanzar-los: no es muy realista recomendar, por ejemplo, la liberación

del pequeño campesino a un gobierno sustentado en una cas-

ta de grandes terratenientes.

Se puede tener una idea de lo que pueden ser estas condi-ciones sociales y políticas examinando el caso de los escasos paí-ses que «consiguieron», de forma más o menos completa, rea-lizar un desanollo agrícola integrado en el desarrollo generalde su economía y de la sociedad en su conjunto.

Resulta un tanto embarazoso constatar que los dos paísescuyas experiencias nos parecen más interesantes y más instruc-tivas para nuestro tema son Costa de Marfil y Taiwan, dos pafsesque no tienen buena reputación, y ello por muchos motivos,en los medios progresistas. Ciertamente, sus regímenes no tie-nen nada que ver con la democaracia liberal y nuestro interéshacia ellos no implica ningún tipo de adhesión a la filosofíapolítica que los inspira. Tenemos que admitir simplemente quese trata de dos sistemas sociales, que, cada uno a su manera,se reproducen y se desarrollan de un modo que, aunque es to-davía precario, les está permitiendo obtener resultados mate-riales, «prácticos», a los cuales muchos otros países no han po-

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dido acceder a pesar de la generosidad de su discurso y sin ha-

ber sabido ni siquiera salvaguardar mucho mejor que aqué-

llos los valores de libertad, de justicia y de igualdad de los que

se reclaman herederos.Sobre Costa de Marfil disponemos de una excelente colec-

ción de estudios publicada por Y.-A. Fauré y J.-F. Medard

(Fauré y Medard, 1982), que contiene todo lo necesario para

ilustrar nuestra tesis.

En primer lugar, hay que tener en cuenta que el «modelode Costa de Marfil» se apoya en una estrategia coherente, ele-

gida de forma muy consicente por el grupo dirigente que lle-

vó a Costa de Marfil a la independencia y se propuso conver-

tirla en un Estado moderno.

Este grupo era representativo de la clase de los «plantado-res», agricultores que habían adoptado los cultivos de expor-tación implantados por la colonización: café y cacao. Esto ex-plica que el régimen fundado por M. Houphou^t-Boigny notuviera la tentación de apostar por un utópico desarrollo in-dustrial. Lejos de rechazar el riesgo de «dependencia» que sederivaba de la agricultura de exportación, optó por basar enella toda su política económica.

Entre 1960 y 1979, la producción de cacao pasó de 85.000

a 321.000 Tm. y la de café de 136.000 a 275.000 Tm. Por aque-

llas fechas, estos dos productos representaban alrededor del75 por 100 de la producción agrícola y cerca del 60 por 100

de las exportaciones (Fauré y Medard, 1982, p. 25 s.).

El término «plantador» no debe llevarnos a engaño: estos

plantadores son al menos un millón y la media nacional de

la plantaciones es de cinco hectáreas. Se trata ciertamente deuna agricultura basada en unidades de producción «familia-

res», que reproducen muchos rasgos de la explotación africa-

na tradicional. Estas unidades reposan sobre el trabajo del agri-

cultor, de su familia y de cierto número de categorías subor-

dinadas de status diversos (cf. artículo de J. Gastellu y S. Af-

fon Yapi, in Fauré y Medard, 1982, p. 149 s.).

Los plantadores no tienen acceso directo al mercado. El

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Estado tiene el monopolio de las exportaciones agrícolas por

mediación de una «Caja de Estabilización y de Mantenimien-

to de los Precios y de las Producciones Agrícolas», que paga

cada año un precio garantizado a los productores, controla la

recolección y la transformación, y vende, por último, los pro-

ductos en el mercado internacional. Durante los años de bue-

na coyuntura 1965-1975, el precio pagado al productor se si-

tuó entre el 25 y el 30 por 100 del precio de exportación. La«Caja de Estabilización», detentadora de enormes sumas de di-

nero, se convirtió en un instrumento esencial de la política eco-

nómica del país. Las extracciones de excedentes operadas so-

bre la agricultura han servido para financiar el desarrollo de

la industria, de las infraestructuras, de los servicios, etc. Lareceta no es nueva y todo el éxito reside en su aplicación: por

un lado, se mantienen las deducciones en un nivel que asegu-

re a los plantadores un nivel de vida conveniente y no los de-

sanime de producir; por otro lado, los fondos acumulados por

la «Caja» se asignan a un presupuesto especial de inversión,y son administrados con verdadero rigor en vez de disiparse

en prevendas, corrupción y hurtos diversos. •

Pero este mecanismo muy sencillo sirve de motor econó-

mico a un proceso de desarrollo social sumamente interesante

para nosotros: en el marco así creado, ha ido creciendo y dife-renciándose, en un período muy breve de tiempo, un Estado

moderno y una clase dirigente, un embrión muy bien forma-do de burguesía.

El grupo emergente de los plantadores, que dirigía

Houphou^t-Boigny, optó muy explícitamente por trascender,por «negan> en el sentido dialéctico del término, los intereses

de su clase de origen. En efecto, la clase de los plantadores,

sobre todo su estrato superior de «grandes plantadores», dis-

ponía de un «tesoro» cuya transformación en capital era inca-

paz de concebir. El nuevo grupo dirigente supo entregarse a

la edificación de un Estado concebido como matriz de una bur-

guesía diferenciada y punto de enlace para la transformación

de ese «tesoro» de los plantadores en capital industrial. Es, por

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ello, por lo que el ca1iitalismo de F..stado que se edificó en Cos-

ta de Marfil tuvo que ver cómo se fijaba como objetivo su pro-pia destrucción, debiendo pasar a las manos de la burguesíaindustrial privada en cuanto ésta fuese suficientemente nume-rosa y sólida (sobre todo este proceso, cf. el artículo de Y. -A.

Fauré y J. -F. Medard, Classe dominante ou classe dirigeante,

in Fauré y Medard, 1982, p: 125 s., y en particular p. 145 s.).

El «proyecto» de Costa de Marfil es muy explícito: el pro-

pio Hoyuphoui;t-Boigny lo ha manifestado incansablemente.Está claro que los resultados obtenidos hasta el presente son

considerables. El desarrollo económico y el desarrollo socialprogresaron conjuntamente. Sin duda alguna, la situación si-gue siendo precaria: la clase dirigente se mantiene muy de-pendiente del Estado e impregnada de una mentalidad másnegociante y especuladora que industrial y«tecnócrata». Por

otro lado, las dificultades surgidas de la crisis y del descenso

de los precios de los productos de exportación podrían poneren peligro todo lo conseguido.

Pero nos parece legítimo ver en el caso de Costa de Marfiluna especie de repetición, a pequeña escala y a ritmo acelera-

do, del proceso que dio origen a las sociedades europeas: de-

sarrollo integrado del Estado y de la burguesía sobre la basede una «liberación» de la agricultura y de una transformación

de la renta fundiaria en capital.El caso de Costa de Marfil es muy interesante por haber

sido una repetición consciente y deseada. Pero el grado de di-ferenciación social alcanzado sigue siendo aún rudimentario,y el conjunto del modelo sigue siendo vulnerable desde el punto

de vista económico.Las enseñanzas que nos aporta el análisis del desarrollo de

Taiwan tienen un alcance mucho mayor.El proceso comenzó con la conquista de la isla por Japón

en 1895 (nos basamos para este análisis en el excelente infor-me de Thorbecke, 1979, p. 32 s.). Hasta esta fecha, Taiwanno era más que un fragmento de la sociedad china tradicio-nal, con su jerarquía social fundada sobre una riqueza terra-

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teniente, obtenida gracias a la explotación, según los modostradicionales de tenencia, de un campesinado numeroso que

trabajaba en el marco de la familia.

Los japoneses, que estaban en plena fase de industrializa-

ción acelerada, muy apretujados ya en sus estrechas islas su-

perpobladas y no cultivables en una gran parte, pretendían

encontrar en Taiwan una fuente importante de productos agrí-

colas de base, lo que significaba que los mercados para las ex-

portaciones agrícolas de Taiwan podrían ser ilimitados.

En una primera fase, las autoridades coloniales japonesas

lograron incrementar de forma notable la producción de los

productos que les interesaban (el arroz, el azúcar y las batatas

representaban el 80 por 100 de la producción), aumentando

las superficies cultivadas e intensificando el trabajo del 73 por

100 de la población que trabajaba en la agricultura.

Pero desde el comienzo de los años veinte, se emprendiósistemáticamente una modernización de las técnicas por me-

dio de la introducción simultánea de nuevas semillas seleccio-

nadas, de fertilizantes químicos y de la irrigación. Todo ello

permitó una intensificación considerable de la producción, por

el aumento de los rendimientos y la práctica de los cultivos

múltiples. Pero lo que resulta particularmente chocante es que,

para obtener estos resultados tan sorprendentemente rápidos

(Thorbecke, 1979, p. 136), las autoridades japonesas tuvieran

que apoyarse en una «Profesión» agrícola organizada, cuya for-

mación habían estimulado y favorecido: sindicatos de agricul-tores, cooperativas de consumo y de crédito, red de difusión

de las técnicas, ... En 1930, la Profesión agrícola de Taiwan

empleaba a 13.000 técnicos especialistas en la vulgarización,

lo que equivalía aproximadamente a uno por cada 32 explo-

taciones (esta tasa era, sin duda, la más elevada del inundo

en aquella época).

Pero, sin embargo, Taiwan seguía siendo un país coloni-

zado y subdesarrollado. La jerarquía social tradicional se ha-

bía conservado y la propiedad de la tierra estaba muy concen-

trada. El campesinado sacaba escaso provecho de sus progre-

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sos, pues estaba fuertemente explotado: se le extraía un exce-

dente neto estimado en una quinta parte del valor de la pro-

ducción agrícola (íbid, p. 157), en forma de impuestos, de ren-

tas pagadas a los propietarios y de intercambio desigual con

Japón.Después de la Segunda Guerra Mundial y de la victoria del

partido comunista en China continental, se produjo una rup-

tura decisiva. Gran número de supervivientes del ejérccito na-

cionalista y de la burguesía continental, articulados por el Kuo

Min Tang, se refugiaron en la isla, ocuparon los máximos cen-tros de poder y emprendieron el desarrollo de su economía con

una ayuda muy importante de los Estados Unidos.

La primera tarea que se fijaron los recién llegados y su tu-

tor fue la de liberar al campesinado y deshacerse de la clase

terrateniente local con la que no tenían ningún vínculo políti-co. Este proceso se realizó en tres fases: 1) reducción autorita-

ria de la renta fundiaria al 37,5 por 100 del producto (frente

al 50 por 100 anteriormente); 2) venta en forma de pequeñas

parcelas de las tierras confiscadas a los japoneses, y 3) reforma

agraria propiamente dicha en 1953. De este modo, una cuar-ta parte de la superficie agrícola fue distribuida a los peque-

ños agricultores, dando al país una estructura de explotación

muy igualitaria.Los antiguos propietarios percibieron indemnizaciones muy

pequeñas, aunque, de todos modos, también recibieron en

compensación acciones de las sociedades industriales que el go-

bierno fundaba por aquella misma época: de esta manera, se

vieron transformados, por la fuerza, de rentistas en capitalis-

tas.Desde ese momento, se emprendió el relanzamiento de un

desarrollo agrícola de Taiwan sobre bases técnicas muy seme-

jantes a las que los japoneses habían introducido anteriormente.

Dada la abundancia de la fuerza de trabajo, se hizo hincapiéen las semillas de gran rendimiento, en la fertilización y en

la mecanización para una etapa posterior (que no empezaría

a desarrollarse hasta los años setenta, cuando el desarrollo in-

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dustrial había vaciado los campos de gran parte de su manode obra).

El aspecto institucional de esta política agraria es mucho

más significativo aún. En la práctica, bien es cierto que fue

directamente organizada y financiada por el gobierno nortea-

mericano a través de un organismo específico: el Chinese Ame-ricanJoint Commz;ssion on Rural Reconstruction (J.C.R.R.),fundado en 1948 para administrar la ayuda americana desti-

nada a la agricultura, es decir, e150 por 100 de la ayuda glo-

bal. Esta J.C.R.R. actuó durante veinte años como una espe-

cie de Super-Ministerio de Agricultura totalmente independien-

te de un gobierno local que no tenía acceso a los fondos quedicho organismo administraba. La política de la J.C.R.R. con-

sistió en apoyarse en las organizaciones profesionales agrarias

taiwanesas para concebir la planificación y la realización de

las operaciones de desarrollo.

En suma, se puede decir que los Estados Unidos pusierona disposición del Estado de Taiwan un aparato de Estado auxi-liar, mientras aquel otro adquiría el grado de desarrollo, de

eficacia y de integridad que debía corresponder a un Estado

burgués, industrial y moderno.

El éxito de esta politica fue manifiesto: como indicador pue-

de señalarse que, entre 1946 y 1976, la producción agrícola

se quintuplicó. Este crecimiento ha reposado, además, sobre

una diferenciación creciente: los productos animales, las fru-

tas y las hortalizas, que al principio tenían poca importancia,

han experimentado, sobre todo en los últimos años, una tasade crecimiento muy superior a la media.

A1 mismo tiempo, el sector agrario taiwanés se ha mostra-

do capaz de proporcionar al resto de la economía capitales de

un montante que ha variado desde el 22 por 100 del valor de

la producción agrícola, en el momento de iniciarse el período

analizado, hasta el 15 por 100 en su punto final, bien mediante

la extracción fiscal, o, sobre todo en la última etapa, median-

te la inversión de ahorro campesino en los diferentes circuitos

financieros. Se puede decir, por consiguiente, que el exceden-

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te agrícola jugó un papel de primer orden en la constitucióndel capitalismo industrial (Thorbecke, 1979, p. 203).

Actualmente, se está reduciendo el ritmo de la expansión

agrícola y están apareciendo nuevos problemas: deterioro de

la renta de los agricultores, sobreproducción de arroz, ... Pa-

rece que en el momento en que Taiwan entra en la categoríade los países desarrollados, su agricultura empieza a encon-

trar problemas de regulación de la producción y de los mer-

cados, de mantenimiento de los precios y de las rentas...; en

resumen, jlos mismos problemas que caracterizan a todas las

agriculturas de los pafses desarrollados!Así pues, vemos cómo una experiencia de desarrollo eco-

nómico, lograda dentro de los límites de los presupuestos que

se había fijado, ha tenido uno de los fundamentos de su éxito

en una política agraria que ha reproducido con suma fideli-

dad todos los rasgos de las políticas agrarias de la Europa oc-cidental, tal y como las hemos venido analizando: liberación

del campesinado individual, intensificación planificada de la

producción por medio de la colaboración institucionalizada

entre Estado y Profesión organizada, participación del cam-pesinado en la financiación de la acumulación y, para termi-

nar, regulación generalizada de mercados y precios.

Se podría tener la tentación de concluir este trabajo dicien-

do que ese modelo de política agraria es el único que ha teni-

do éxito en la historia pasada y presente, y el único que se puede

recomendar a los países en vías de desarrollo. Después de to-do, no hay nada en la experiencia de Taiwan que no se pueda

trasladar a otros lugares ..., a excepción, tal vez, de los jmil

millones y medio de dólares que Taiwan recibió de los Esta-

dos Unidos entre 1951 y 1965!

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TILLY, CHARLES: The Formation of National States in Wes-tern Europe, Princeton, Princeton University Press, éd.,

1975.TOTH, ERN^: «Some New Economic and Managerial Featu-

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ge and Response 1880-1980, London, Granada, 2nd Ed.,1982.

VERGOPOULOS, KOSTAS: Ca1iitalisme difforme. Essai sur l'agri-

culture dans le ca1iitalisme, Paris, Université de Paris VIII,

1973.VIRIEU, FRANçOIS-HENRI DE: La fin d'une agriculture, Pa-

ris, Calmann-Lévy, 1967.

W^DEKIN, KARL EUGEN: Agrarian Policies in Communist

Europe: A Critical Introduction, The Hague, London,Allanheld, Osmun-Martinus Nijhoff, 1982.

WALLERSTEIN, IMMANUEL: The Modern World-System. Ca-

pitali.st Agriculture and the origins of the Euro^bean World.

Economy in the Sixteenth Century, New York, London,

Academic Press, 1974.WEILLER, JEAN: «Echanges extérieurs et politique commerciale

de la France depuis 1870, Cahiers de l'I.S.E.A., t. III,

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230

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OTROS TITULOS PUBLICADOS

SERIE ESTUDIOS

1. La innovación tecnológica y su difusión en la agricultu-ra. Manuel García Ferrando. 1976.

2. La explotación agraria familiar. Varios autores. 1977.

3. Propiedad, herencia y dirn;sión de la ex1blotación agra-

ria. La Sucesión en el Derecho Agrarxo. José Luis de los

Mozos. 1977.

4. El latifundio. Pro^iiedad y explotación, Siglos X VIII-XX.Miguel Artola y otros. 1978.

5. La formación de la agroindustria en España (1960-1970).

Rafael Juan i Fenollar. 1978.

6. Antropología de la ferocidad cotidiana: Su1bervivenciay trabajo en una comunidad cántabra. Javier López Li-nage. 1978.

7. La conflictividad campesina en la provincia de Córdoba(1931-1935). Manuel Pérez Yruela. 1978.

8. El sector oleícola y el olivar: oligo^iolio y coste de reco-

lección. Agustfn López Ontiveros. 1978.

9. Propietarios muy pobres. Sobre la subordinación 1iolíti-ca del ^iequeño campesino (La Confederación NacionalCatólico-Agraria, 1917-1942). Juan José Castillo. 1979.

10. La evolución del campesinado: la agricultura en el de-sarrollo ca1iitalista. Miren Etxezarreta. 1979.

11. La agricultura española a mediados del siglo XIX(1850-1870). Resultados de una encuesta agraria de laépoca. Joaquín del Moral Ruiz. 1979.

12. Crisis económica y empleo en Andalucía. Antonio Titos

Moreno y José Javier Rodríguez Alcaide. 1979.

13. Aprovechamiento en común de pastos y leñas. Manuel

Cuadrado Iglesias. 1980.

14. Prensa Agraria en la España de la Ilustración. El sema-

nario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos

(1797-1808). Fernando Díez Rodríguez. 1980.

Page 234: Las políticas agrarias - mapama.gob.es · las utopías modernistas de los fisiócratas y del despegue de la revolución industrial; un siglo después de las af'irmaciones de Marx

15. Agricultura a tiempo parcial en el País Valenciano. Na-

turaleza y efectos del fenómeno en el regadío litoral. Ela-dio Arnalte Alegre. 1980.

16. Las agriculturas andaluxas. Grupo ERA (Estudios Ru-rales Andaluces). 1980.

17. El problema agrario en Cataluña. La cuestión Rabas-saire (1890-1936). Albert Balcells. 1980.

18. Expansión vinícola y atraso agrario (1870-1900). TeresaCarnero i Arbat. 1980.

19. Propiedad y uso de la tierra en la Baja Andalucía. Car-

mona, siglos X VIII y XX. Josefina Cruz Villalón. 1980.20. Tierra y parentesco en el cam1io sevillano: la revolución

agrícola del szŭlo XIX. François Heran. 1980.21. Investigación agraria y organixación social. Estudio so-

ciológico del INIA. Manuel García Ferrando y PedroGonzález Blasco. 1981.

22. Energía y producción de alimentos. Gerald Leach. 1981.

23. El régimen comunal agrario de los Concejos de Castilla.José M. Mangas Navas. 1981.

24. La política de aceites comestibles en la Es^iaña del sigloXX. Carlos Tió. 1982.

25. Cam^ios y campesinos de la Andalucía mediterránea.

Christian Mignon. 1982.26. Agricultura y Capitalismo. Análisis de la 1iequeña pro-

ducción cam1iesina. Emilio Pérez Touriño. 1983.

27. La venta de tierras baldías. El comunitarismo agrario yla Corona de Castilla durante el siglo X VI. David E. Vass-berg. 1983.

28. Propiedad agraria y sociedad rural en la España medi-terránea. Los casos valenciano y castellano en los siglosXIX y XX. Juan Romero González. 1983.

29. Estructura de la producción 1iorcina en Aragón. Javier

Gros. 1984.

30. El boicot de la derecha a las reformas de la Segunda Re-1iública. Alejandro López López. 1984.

Page 235: Las políticas agrarias - mapama.gob.es · las utopías modernistas de los fisiócratas y del despegue de la revolución industrial; un siglo después de las af'irmaciones de Marx

31. Corporatismo y agricultura. Asociaciones profesionales

y articulación de intereses en la agricultura española.

Eduardo Moyano Estrada. 1984.

32. Riqueza y propiedad en la Castilla del Antiguo Régimen.

(La provincia de Toledo en el siglo X UIII). Javier M. a

Donézar. 1984.

33. La propiedad de la tierra en España: Los patrimoniospúblicos. José M. Mangas Navas. 1984.

34. Sobre agricultores y campesinos. Estudios de SociologíaRural de España. Eduardo Sevilla Guzmán (coordina-dor). 1984.

35. La integración de la agricultura gallega en el capitalis-

mo. El horixonte de la C.E.E.. José Colino Sueiras. 1984.

36. Economía y energía en la dehesa extremeña. Pablo Cam-

pos Palacín. 1984.

37. La agricultura valenciana de exportación y su formación

histórica. Juan Piqueras. 1985.

38. La inserción de España en el complejo soja-mundial.

Lourdes Viladomiú Canela. 1985.

39. El consumo y la industria alimentaria en España. Maria

Luisa Peinado Gracia. 1985.

40. Lecturas sobre agricultura familiar. Manuel Rodríguez

Zúñiga y Rosa Soria Gutiérrez (coordinadores). 1985

41. La agricultura insuficiente. Miren Etxezarreta Zubiza-

rreta. 1985

42. La lucha por la tierra en la Corona de Castilla. Margarita

Ortega. 1986.43. El mercado del café. Enrique Palazuelos Manso y Ger-

mán Granda. 1986.

44. Contribución a la historia de la Trashumancia en Espa-

ña. Pedro García Martín y José María Sánchez Benito.

^ 1986.

45. Crisis y modernización del olivar. Juan Francisco Zam-brana Pineda. 1987.

46. Pequeña y gran propiedad agraria en la depresión delGuadalquiuir, (2 tomos). Rafael Mata Olmo. 1987.

Page 236: Las políticas agrarias - mapama.gob.es · las utopías modernistas de los fisiócratas y del despegue de la revolución industrial; un siglo después de las af'irmaciones de Marx

47. Estructuras y regímenes de tenencia de la tierra en Es-

paña (II Coloquio de Geografía Agraria). 1987.48. Eficacia y rentabilidad de la agricultura española. Car-

los San Juan Mesonada. 1987.49. Desarrollo agrícola y teoría de sistemas. José Maria Mar-

tfnez Sánchez. 1987.50. Desarrollo rural integrado. Miren Etxezarreta Zubizarre-

ta.

51. La ganadería mesteña en la Es1iaña borbónica(1700-1836). Pedro García Martín. 1988.

52. Sindicalismo y política agraria en Euro^ba. E. MoyanoEstrada. 1988.

SERIE CLASICOS

1. Gabriel Alonso de Herrera: Agricultura General. Edicióncrítica de Eloy Terrón. 1981.

2. Joaqufn Costa: Colectivismo Agrario en Es1iaña. Edicióncrítica de Carlos Serrano. 1983.

3. A. Vicenti, P. Rovira y N. Tenorio: Aldeas, aldeanos ylaóriegos en la Galicia tradicional. Edición crítica de Jo-sé Antonio Durán Iglesias. 1984.

4. Valeriano Villanueva: Organixación del cultivo y de lasociedad agraria en Galicia y en la España atlántica. Edi-ción, estudios preliminares y notas de José Antonio Du-

rán Iglesias. 1985.

5. Henry George: Progreso y Miseria. Estudio preliminarde Ana Marfa Martfn Uriz. 1985.

6. José María Arguedas: Las Comunidades de España y delPerú. 1987

7. L.J.M. Columela: De los trabajos del campo. Edición deA. Holgado Redondo.

8. Braulio Antón Ramfrez: Diccionario de BibliografíaAgronómica. 1988.

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De próxima aparición:- Francisco Mariano Nipho. Correo General de Esriaña.

- Abu Zacaria lahia. Libro de Agricultura.

SERIE RECURSOS NATURALES

1. Ecología de los hayedos meridionales ibéricos: el macizo

de Ayllón. J. E. Hernández Bermejo y M. Sanz Ollero.

2a edición. 1984.

De próxima aparición:- Ecología y cultura de montaña. Juan Pedro Ruiz

SERIE TECNICA

1. La técnica y tecnología del riego por aspersión. Pedro

Gómez Pompa. 1981.2. La energía solar, el hombre y la agricultura. José J. Gar-

cfa Badell. 1982.3. Fruticultura. Fisiología, ecología del árbol frutal y tec-

nología aplicada. Jesús Vozmediano. 1982.4. Bases técnicas y aplicativas de la mejora genética del ga-

nado vacuno lechero. V. Calcedo Ordoñez. 1983.

5. Manual para la inter^»-etación y aplicación de tarifas eléc-tricas en el sector agrario. Rafael Calvo Baguena y Pe-dro Molezún Rebellón. 1984.

6. Patología e Higiene Animal. Manuel Rodríguez Rebo-

llo. 1985.

7. Animales y Contaminación Biótica Ambiental. Laurea-no Sáiz Moreno y Carlos Compaire Fernández. 1985.

8. La agricultura y el ahorro energético. José Javier Garcfa

Badell. 1985.9. El espacio rural en la ordenación del territorio. Domin-

go Gómez Orea. 1985.

Page 238: Las políticas agrarias - mapama.gob.es · las utopías modernistas de los fisiócratas y del despegue de la revolución industrial; un siglo después de las af'irmaciones de Marx

10. La informática, una herramienta al servicio del agricul-tor. Primitivo Gómez Torán. 1985.

11. La ecología del árbol frutal. Fernando Gil-Albert Velar-de. 1986.

12. Bioclimatología animal. J. Fernández Carmona. 1987.13. El chopo y su cultivo. Juan Orensanz García y Antonio

Padró Simarro. 1987.14. Técnica y aplicaciones agrícolas de la Biometanización.

Muñoz Valero, Ortiz Cañavate y Vázquez Minguela. 1987

SERIE LECTURAS

1. La agricultura es1iañola ante la CEE. Varios autores. (Se-minario Universidad Internacional Menéndez Pelayo).1985.

2. Fiscalidad agraria. Varios autores. (Seminario Universi-dad Internacional Menéndez Pelayo). 1985.

3. El sistema agroalimentario español. Varios autores. (Se-minario Universidad Internacional Menéndez Pelayo).1985.

4. Primer curso teórico-práctico sobre acuicultura (2 tomos).

Varios autores. (Facultad de Ciencias Biológicas de la

Universidad Complutense de Madrid - Fundación Uni-versidad Empresa). 1985.

De próxima aparición:- El mercado de la tierra. Varios autores.

SERIE TESIS DOCTORALES

1. Análisis y valoración en términos de bienestar de la 1iolí-tica de precios agrarios en España, en el período1963-1982. José María García Alvarez-Coque. 1986.

2. Asignación de recursos y orientaciones productivas en elsector de cultivos herbáceos anuales: un enfoque econo-métrico. Isabel Bardají Arcárate. 1987.

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De prógima aparición:- Evolución de las relaciones entre la productividad del tra-

bajo en la agricultura, las relaciones agrarias y el desa-rrollo económico en España (1960-1979). Carlos PérezHugalde.

- Incidencia económica de la sanidad animal. Alberto M.

Berga Monge. .

SERIE LEGISLA TI VA

1. Ley de Seguros Agrarios Combinados. M.A.P.A. 1981.

2. Reglamento de Pesca y Navegación, 27 de Agosto de

1763. M.A.P.A. 1982.

3. Ley de Cultivos Marinos. M.A.P.A. 1984.

4. Ley por la que se regula la producción y el comercio del

trigo y sus derivados. M.A.P.A. 1984.

5. Leyes Agrarzics. M. A. P. A. 1984.6. Ley de Agricultura de Montaña. M.A.P.A. 1985.

7. Ley de Contratación de Productos Agrarios. M.A.P.A.

1985.

8. Política de Ordenación Pesquera. M.A.P.A. 1985.

9. Jurzŭ^irudencia del Tribunal Constitucional en materia

agraria, pesquera y alimentaria. M.A.P.A. 1985.

10. Legislación Pesquera Vigente. M.A.P.A. 1988.

SERIE RECOPILACIONES LEGISLATIVAS

1. Législación básica sobre mercados en origen de produc-

tos agrarios. M.A.P.A. 1974.

2. Reco^iilación de normas. Núm. 1. Ganadería. M. A. P. A.

1978.3. Reco1iilación de normas. Pesca Marítima. M. A. P. A.

1981.

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4. Recopilación Legislativa Alimentaria. 26 Tomos que

compendian 37 capítulos y 2 volúmenes más de actuali-zación. M.A.P.A. 1983.

SERIE LEGISLA CION/C. E. E.

1. Princi1iales disposiciones de la CEE. Sectores Agrícolas.

(21 Tomos). M.A.P.A. 1986.2. Princi^iales disposiciones de la CEE en el sector de las fru-

tas y hortalixas transformadas. M.A.P.A. 1987.3. Principales dis1iosiciones de la CEE en el sector de las fru-

tas y hortalizas frescas. M.A.P.A. 1987.4. Princi1iales dis1iosiciones de la CEE en el sector del algo-

dón. M.A.P.A. 1987.5. Princi^iales dis1iosiciones de la CEE en el sector de la le-

che y^iroductos lácteos. M.A.P.A. 1987. ^6. Princi^iales disposiciones de la CEE en el sector de la carne

de vacuno. M.A.P.A. 1988.7. Princi1bales dis1iosiciones de la CEE en el sector de los fo-

rrajes. M.A.P.A. 1988.8. Principales dis1iosiciones de la CEE en el sector de la carne

de ^iorcino. M.A.P.A. 1988.9. Principales di.s^iosiciones de la CEE en el sector del arroz.

M.A.P.A. 1988.10. Princi^iales disposiciones de la CEE en el sector agromo-

netario. M.A.P.A. 1988.

SERIE C. E. E.

1. Organización y control de calidad de los ¢rroductos agroa-limentarios en la Comunidad Económica Euro1bea y suspaíses miembros. Carlos Pons. 1983.

2. Organización del mercado de carnes en la Comunidad

Económica Europea. C. Sánchez Vellisco e I. EncinasGonzález. 1984.

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3. El sector de la carne porcina en España y la CEE.

M.A. P.A. 1985.

4. Adhesión de España a la CEE-Agricultura. M.A.P.A.

1986.5. El Fondo Europeo de Orientación y Garantía Agrícola

(FEOGA). Estructura y funcionamiento. J.L. Sáenz Gar-cía Baquero. 1986.

6. Política vitivinícola en España y en la Comunidad Eco-nómica Euro^iea. L.M. Albisu y P. Arbona. 1986.

7. El sector lácteo en Es1iaña y en la CEE. M.A.P.A. 1986.

8. Tratado de Adhesión Es1baña-CEE. Pesca. M.A.P.A.

1986.

9. Ayudas de la CEE al sector agrario. M.A.P.A. 1986.

10. Política socio-estructural en xonas de agricultura de mon-

taña en España y en la CEE. C. Gómez Benito y otros.

1987.

11. El sector del tomate para conserva en España y en la CEE.

M.A.P.A. 1987.

12. El sector de la carne de vacuno en España y en la CEE.

M.A.P.A. 1987.

COLOQUIOS HISPANO-FRANCESES

1. Su^iervivencia de la Montaña (Madrid, 1980). M.A.P.A.

1981.

2. Es1iacios Litorales (Madrid, noviembre 1981). M.A.P.A.

1982.

3. Espacios Rurales (Madrid, abril 1983). (2 tomos).

M.A. P.A. 1984.

4. Agricultura Periurbana (Madrid, seritiembre 1988).M.A. P. A. 1988.

OTROS TITULOS

1. Glosario de términos agrarios comunitarios. (2 tomos).

I. Encinas González y otros. 1984.

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2. Madrid Verde. J. Izco. M.A.P.A. 1984.3. La problemática de la pesca en el nuevo derecho del mar.

J. R. Cervera Pery. 1984.4. Agricultura, Pesca y Alimentacz^n. Constitución, Esta-

tutos, Tras1iasos, Juris1irudencia Constitucional, Legis-

lación de las Comunidades Autónomas. M.A.P.A. 1985.5. Sociedad rural y juventud cam1iesina. J.J. González y

otros. M.A.P.A. 1985.6. Historia delMerino. Eduardo Laguna. M.A.P.A. 1986.7. La Europa Azul. J.I. Cabrera y J. Macau. M.A.P.A.

1986.8. Desamortización y Hacienda Pública. (jornadas Univer-

sidad Internacional Menéndez Pelayo). M.A.P.A. 1986.9. Pesqueros es^iañoles. J.C. Arbex. M.A.P:A. 1987.

10. Supervivencia en la Sierra Norte de Sevilla. Equi1io 1ilu-

ridisci1blinar franco-es1iañol. M.A.P.A. 1987.11. Conservación y desarrollo de las dehesas portuguesa y es-

1iañola. P. Campos Palacín y M. Martín Bellido.M.A.P.A. 1987.

12. Catálogo denominación especies acuícolas es1iañolas (2tomos). 1985.

13. Catálogo denominación especies ácuícolas foráneas (1 to-mo). 1987.

14. La sardina, un tesoro de nuestros mares. M.A.P.A. 1985.15. Los1iescados azules de nuestras costas. M.A.P.A. 1985.16. Las raíces del aceite de oliva. M.A.P.A. 1983.17. Una imágen de calidad, los lbroductos del Cerdo Ibéri-

co. M.A.P.A. 1984.18. Una fuente de proteinas, alubias, garbanxos y lentejas.

M.A.P.A. 1984.19. Atlas de las frutas y hortalixas. J. Díaz Robledo. 1981.20. Historia y Evolución de la Colonizaca^ón Agraria en Es-

paña. Políticas y Técnicas en la Ordenación del Espacio

Rural. Volumen I. 1988.

21. Extensión de cultivos en España en el siglo X vtll. FelipaSánchez Salazar.

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