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CAPÍTULO 8 LAS ENCRUCIJADAS DEL DESARROLLO EN AMAZONIA

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CAPÍTULO 8

LAS ENCRUCIJADAS DEL DESARROLLOEN AMAZONIA

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El regalo de «El Dueño mítico de los aromas». Bodegón amazónico.

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introduCCión

el tema de la sesión de hoy es el desarrollo. Desde la sesión 6 el profesor Jorge Gasché nos presentó el tema del desarrollo en Amazonia y nos dio luces sobre la ideología que lo sus-

tenta. El desarrollo llega a las comunidades rurales amazónicas promovido desde afuera, con la idea de que los pobladores amazónicos son pobres y necesitados y que el desarrollo es el que puede garantizar la satisfacción de sus necesidades por medio del acceso al mercado. Los bosquesinos ama-zónicos, como lo demuestra Gasché, no son pobres −que es cosa distinta a que tengan pocos ingresos monetarios− porque gran parte de la satisfac-ción de sus necesidades la obtienen por fuera del ámbito del mercado.

Los gobiernos hablan continuamente del desarrollo y enfocan sus energías en la formulación de planes de desarrollo. El caso del Perú con respecto a Amazonia es ilustrativo. Las palabras del presidente Allan Gar-cía, en su artículo “El síndrome del perro del hortelano” publicado en el periódico El Comercio de Lima en 2007, son reveladoras:

Hay millones de hectáreas para madera que están ociosas, otros millo-nes de hectáreas que las comunidades y asociaciones no han cultivado ni cultivarán, además cientos de depósitos minerales que no se pueden trabajar (…) Los ríos que bajan a uno y otro lado de la cordillera son una fortuna que se va al mar sin producir energía eléctrica (…) Hay muchos recursos sin uso que no son transables, que no reciben inversión y que no generan trabajo. Y todo ello por el tabú de ideologías superadas, por ociosidad, por indolencia o por la ley del perro del hortelano que reza: “Si no lo hago yo, que no lo haga nadie”.

Si los indígenas y los bosquesinos amazónicos no quieren desarrollar-se, entonces el Estado, por medio de entregar la Amazonia en concesiones para explotación de hidrocarburos, recursos mineros, explotación made-rera y plantaciones de agrocombustibles, lo va a llevar a cabo. Y a sangre y fuego, como nos lo mostraron los hechos de Bagua en 2009, como no está

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lejos de ocurrir en la Amazonia colombiana, y como ha venido ocurriendo por décadas en amplios sectores de la Amazonia brasileña.

El desarrollo es la enfermedad del último medio siglo, promovida desde los países del Primer Mundo desde el inicio de la última posgue-rra. Como nos dice Wolfgang Sachs en su introducción al Diccionario del desarrollo:

El engaño y la desilusión, los fracasos y los crímenes han sido compañe-ros permanentes del desarrollo y cuentan una misma historia: no fun-cionó. Pero sobre todo, las esperanzas y los deseos que dieron alas a la idea están ahora agotados: el desarrollo ha devenido obsoleto1.

Sin embargo, la idea está allí y sigue presente. En Amazonia, además, se ha combinado con la idea de la conservación ambiental y ha dado naci-miento a un concepto aún más nefasto: el desarrollo sostenible, que aúna en una sola noción dos ideologías que conducen en últimas a la incorpora-ción de Amazonia en el capitalismo global: el alivio a la pobreza por medio de la incorporación de los pueblos amazónicos al mercado y la internacio-nalización de la Amazonia en la agenda del cambio climático global.

Es de estos temas que vamos a hablar en esta sesión que hemos titu-lado “Encrucijadas del desarrollo en Amazonia”. Comenzaremos con la ponencia de Aura María Puyana, quien abordará el asunto del desarrollo como un campo discursivo en disputa. Juan José Vieco nos mostrará esa disputa vista desde las comunidades locales en la búsqueda por formular lo que ellos llaman un “desarrollo propio”. Por último, Allan Wood, desde una aproximación microeconómica, nos acercará a entender el funciona-miento de los mercados de alimentos en un sitio como el sur del Trapecio amazónico, donde el consumo local compite con las mercancías del mer-cado global.

1 Wolfgang Sachs, Diccionario del desarrollo: una guía del conocimiento como poder (Lima: Pratec, 1996).

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el deSarrollo amazóniCo: un Campo diSCurSivo en diSputa

aura María Puyana1

esta exposición trata sobre un debate conceptual. Hay dos libros escritos para adultos con formato de literatura infan-til: El Principito y Alicia en el país de las maravillas. Estos

libros tienen muchos conceptos filosóficos y éticos para reflexionar y a los adultos siempre nos interesa recordarlos. Uno de esos principios aparece en el diálogo del gato con Alicia cuando ella se pierde en el bosque: Alicia: “Gato, ¿qué camino debo tomar?” “Depende a dónde quieras ir”, responde el gato. Alicia: “No sé a dónde debo ir”, y el gato le dice: “Entonces no im-porta el camino que cojas”.

Y la pregunta que nos podemos hacer al decidir sobre el futuro de la Amazonia es: ¿todos somos Alicia? No solo el Estado a quien le endilga-mos todas las culpas sino también la sociedad colombiana externa a los pobladores ancestrales de la Amazonia; nos hemos comportado con ese territorio como Alicia en el país de las maravillas. De allí la incoherencia y la marginalidad de las políticas públicas, de las iniciativas privadas, de las apuestas de la sociedad civil y de muchas organizaciones no gubernamen-tales cuando tratan de incidir en el territorio.

Cinco imaginarios sobre la amazoniaEsta Amazonia colombiana, que tiene solamente 460 000 km², es una

parte muy pequeña de la gran cuenca, pero una parte significativa de nues-

1 Socióloga de la Universidad Nacional de Colombia, con estudios de posgrado en Ciencia Política de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). Ha sido profesora-investigadora de la Universidad Autónoma de Sinaloa, México, y del Iepri de la Universidad Nacional. Ha trabajado los temas de política antidrogas, Plan Colombia y desarrollo soste-nible amazónico. [email protected]

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tro territorio nacional, casi el 33%. Este territorio ha sido visto de diferen-tes maneras. Lo que yo voy a hacer al principio −antes de meterme con el concepto del desarrollo sostenible− es señalar cómo la yuxtaposición contradictoria de cinco imaginarios sobre la Amazonia ha impedido que construyamos un imaginario coherente, respetuoso, democrático e infor-mado de la Amazonia. Los cinco imaginarios a los que me refiero conciben la región: (1) como un espacio vacío por domesticar, (2) como una válvula de escape a tensiones sociopolíticas estructurales de la frontera interna, (3) como un territorio de conflicto e ilegalidades, (4) como una ventana de oportunidades para la internacionalización económica en el contexto global y (5) como una región ancestral e ignota que hay que rescatar.

El primer imaginario, el del espacio vacío por domesticar, es el ima-ginario más antiguo y el más permanente que tenemos sobre la Amazo-nia. Se habla de una geografía silenciosa, se habla de unos pueblos sin historia −desconociendo la trayectoria cultural acumulada de construc-ción del territorio−. Se tiene una imagen del bosque como barrera, y si el bosque es una barrera hay que transformar el paisaje drásticamente, destruyendo ese bosque y tratando de implementar modos de produc-ción que se consideran mejores y superiores en una escala evolutiva de progreso ascendente. Por otro lado, se constituye también en una fronte-ra legal y político-administrativa que era la primera apuesta del Estado nacional donde la Amazonia solo interesa para definir fronteras legales con otros países y para asentar o bien enclaves extractivistas −porque se ve la Amazonia como un reservorio de recursos naturales por extraer− o enclaves político-administrativos bastante limitados y primarios en los que el Estado se asienta en pequeños espacios de gobernabilidad que ape-nas cubren las cabeceras municipales de las intendencias, comisarías o departamentos. Esa imagen nos llevó a transformar la Amazonia en dos subregiones: un anillo de poblamiento con deforestación hacia el lado an-dino amazónico colombiano, y una Amazonia relativamente conservada y forestal hacia el lado suroriental del país que empieza a transformar-se. Esa división en dos Amazonias hay ya que empezar a revalorizarla porque posiblemente se esté conformando en el centro una, podríamos llamarla, Amazonia central donde se conjugan los problemas de la Ama-zonia noroccidental con los problemas de la Amazonia suroriental que empieza a constituirse en una nueva entidad que no ha sido estudiada ni por geógrafos, ni por sociólogos, ni por antropólogos, aunque es ya una nueva Amazonia. La Amazonia central incluye la parte selvática oriental

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del Caquetá, la parte oriental de Guaviare, la parte sur del Putumayo y la parte occidental de Vaupés y Amazonas.

La segunda imagen es Amazonia como una válvula de escape de las tensiones políticas y sociales. Después de la Violencia, el Estado, los partidos políticos y la iglesia, con radio Sutatenza, promocionaron la Amazonia como un espacio de oportunidades, como un refugio para los campesinos. Tres corrientes de colonización, la dirigida, la espontánea y la armada, coadyuvaron a la no realización de la reforma agraria y la no transformación democrática del interior de la frontera, es decir de la zona andina colombiana.

El tercer imaginario es un imaginario que empieza a promocionar-se en los años ochenta, pero principalmente en la década de los noventa cuando Estados Unidos incide fuertemente en la política antidrogas y por supuesto con el Plan Colombia y la seguridad democrática. Este es un ima-ginario nuevo; sin embargo, es el imaginario que más se ha difundido a nivel nacional e internacional y sostiene que la Amazonia es un territorio de conflicto armado, es un territorio de ilegalidades, de poblaciones des-afectas al Estado, es un territorio de gran producción de cocaína y cultivos ilícitos y fundamentalmente es un territorio que ha demostrado ser desleal al Estado. Se cree que hay que domesticar ese territorio, pero ya no se do-mestica el paisaje solamente, sino que se domestican las poblaciones con políticas de disciplinamiento severo que van desde las fumigaciones hasta las ofensivas militares como el Plan Colombia, el Plan patriota y el Plan consolidación.

Las marchas cocaleras de 1996 en Caquetá han sido sustento de esta imagen. Sin embargo, los que interpretamos de otro modo los territorios en conflicto señalamos simplemente que esta es una forma de construir ciudadanía de manera tumultuaria, de manera plebeya o de manera arre-batada; estuvimos acostumbrados a que se nos diera la ciudadanía por concesión, por ejemplo el voto a las mujeres en 1957. En la Amazonia con las marchas cocaleras se trató de arrebatar una ciudadanía social que nos recuerda un poco la ciudadanía indígena que se está tratando de construir con el avance de la Minga de resistencia social y comunitaria en los años 2008 y 2009 hacia Bogotá.

El cuarto imaginario es el de Amazonia como una ventana de opor-tunidades para la inserción económica internacional. Este es un imagi-nario de la primera década del siglo XXI y se resume simplemente en que frente a la crisis del abastecimiento petrolero mundial, frente a la crisis

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proyectada de agua dulce, frente a la degradación total de los bosques asiáticos que ya no pueden abastecer de madera y de papel la demanda mundial, la Amazonia empieza a verse como un ecosistema geoestratégi-co. Se ha señalado que ya no internacionalizan productos de la Amazonia sino que se internacionaliza la Amazonia como ecosistema en sí mismo. Esta internacionalización de la Amazonia se refleja mucho en el discurso que hemos escuchado en la Iniciativa para la Integración Regional Su-ramericana IIRSA que trata de hacer una conectividad absoluta de toda Suramérica desde el Atlántico hasta el Pacífico, fundamentalmente para que Brasil pueda conectarse con el centro del mercado mundial que ahora está en el Pacífico. Evidentemente la política del Estado colombiano tam-bién se refleja aquí: el tratado de libre comercio tiene la idea de desregula-rizar los mecanismos económicos que permitan hacer de la Amazonia un mercado ambiental y un mercado de servicios y de productos promisorios de la biodiversidad, con lo cual Amazonia pasa de ser un territorio resi-dual y marginal a ser un territorio central en el mercado ambiental mun-dial. Por otro lado, está la política de Colombia 2019 que es una política de largo plazo que trata de eliminar conflictos y disturbios en el territorio que impidan el libre comercio, pero fundamentalmente hace un proceso drástico de reordenamiento territorial y de recorte de derechos adquiri-dos de comunidades ancestrales sobre la riqueza del subsuelo. De lo que se trata aquí es de ampliar la frontera agraria dos millones de hectáreas en Chocó y en Orinoquia e incorporar un millón de bosques amazónicos a la dinámica del mercado mundial. Esta política señala que tres millones de hectáreas tendrán que salir de baldíos y de áreas protegidas para vin-cularse al mercado mundial y el precepto es −y esta es la lógica del desa-rrollo que se nos propone− reprimarizar la economía, desindustrializar el país y basarnos en nuestras ventajas comparativas (agricultura tropical y la ventaja geográfica de tener los dos océanos) que supuestamente nos llevarán hacia el desarrollo en el contexto internacional.

Un estudio reciente del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA)−a pesar de que hace esta apuesta− advierte al gobierno colombiano que una cosa son las ventajas comparativas y otra las ventajas competitivas y que no hay región más atrasada en ventajas competitivas que la Amazonia; de 31 departamentos colombianos donde se estudiaron fortalezas en recursos naturales, desarrollo institucional, desarrollo social, gobernabilidad y desarrollo económico, solamente el Chocó quedó más atrás que el Amazonas, lo cual es dramático porque

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Chocó, al tener una gran riqueza en biodiversidad y en posicionamiento geográfico, está mejor que la Amazonia porque se ubica precisamente en el Pacífico. Lo que esto trata de señalarnos es que confiar en las ventajas comparativas es hipotético si no se pueden concretar ventajas en capaci-dades locales que puedan potenciar lo que la naturaleza nos da.

Esta idea de internacionalización de la Amazonia ha sido resumida muy bien en el mapa oficial de la Asociación de gobernadores de Ori-noquia Amazonia, que nos propone una región con cuatro corredores o con cuatro espacios de desarrollo: (1) un corredor agroindustrial pegado a la cordillera oriental, (2) un corredor productivo de biocombustibles, palma aceitera y hatos ganaderos en lo que yo llamo la Amazonia central, (3) una Amazonia transicional donde se darán “políticas de desarrollo sostenible”, y (4) un corredor con toda la Amazonia oriental colombiana que sería una Amazonia de conservación, que en la lógica de la interna-cionalización es conservación para la venta de servicios ambientales en el mercado mundial. Esto inquieta un poco porque hay un gran bloque para la prospección petrolera en los próximos 30 años precisamente en la Amazonia que supuestamente hay que conservar y en la Amazonia adju-dicada a las comunidades indígenas.

El quinto y último imaginario al que me voy a referir concibe la Amazonia como territorio ancestral, que se mira de maneras muy con-tradictorias, con prejuicios y con romanticismo. Esta conjugación de una Amazonia salvaje y una Amazonia atrasada que debe conservarse a través de las prácticas indígenas ha llevado al gobierno a plantear que, ante el fracaso de la colonización porque se le volvió ingobernable, hay que des-ocupar la Amazonia y entregársela nuevamente a los indígenas. Los dis-cursos de la seguridad democrática de Álvaro Uribe durante el conflicto final con las FARC en Miraflores decían que se debía sacar en aviones al campesinado colono y volverle a entregar al indígena la Amazonia porque con el indígena se asegurarían dos cosas: la conservación ambiental y la gobernabilidad.

Esta superposición de cinco imaginarios explica el tipo de acerca-mientos que tenemos con la Amazonia y, lo que ya señalaba, la incoheren-cia, la transitoriedad, la incompletitud y la marginalidad de las apuestas en la región.

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desarrollo sostenible amazónico: un campo discursivo en disputaEl concepto de desarrollo sostenible es un campo discursivo en

controversia; quiere decir que no hay una sola definición de desarrollo sostenible y que tampoco podemos decir que hay unas más o menos co-rrectas que otras, sino que cualquier discusión conceptual que hagamos la debemos entender como una discusión política y cuando hablamos de discusión política estamos hablando de que debemos aprender a hacer el análisis de los discursos.

El concepto de desarrollo sostenible se legitima a finales de los años ochenta, aunque ya se había hablado desde los setenta del problema de la sostenibilidad, con la crisis de los paradigmas del progreso −tal como lo entendían los liberales decimonónicos, la ilustración y el propio Carlos Marx− y del crecimiento, entendido como un crecimiento evolutivo ascen-dente basado en la capacidad productiva, pero sobre todo tecnológica de la sociedad capitalista.

El informe Brundtland en 1987 definió el desarrollo sostenible como “el desarrollo que satisface las actuales necesidades, de las generaciones presentes, sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades”2, y esta es una frase que gobiernos y sobretodo ministros repiten cada vez que sacan o expiden sus leyes am-bientales, muchas de ellas contrarias a los principios de la sostenibilidad. Pero más allá de esta frase, que se ha vuelto un adorno a las políticas de desarrollo y un enmascaramiento a las políticas del crecimiento, lo im-portante es que el informe Brundtland sí precisó que hay un límite físico en el crecimiento, que los ecosistemas tienen un límite intrínseco y que el crecimiento económico no lo puede violentar, que no pueden extraerse recursos de la naturaleza a una velocidad mayor que la propia capacidad de la naturaleza para renovar sus recursos naturales, y este equilibrio entre inputs y outputs.

¿Qué límites y qué problemas tiene esta concepción? Al juntar de-sarrollo y sostenibilidad se está señalando simplemente que el desarrollo económico tiene que moderarse y tener unos límites. Sin embargo, surgió una idea que sostenía: está bien, la naturaleza tiene límites físicos y hay que respetarlos, pero la ciencia y la tecnología, es decir el desarrollo pro-

2 Informe de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (Comisión Brun-dtland), Nuestro Futuro Común (Oxford: Oxford University Press, 1987).

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ductivo, pueden complementar o sustituir esos límites físicos. Lo que la naturaleza no puede dar, yo lo tengo que suplir con desarrollo científico y técnico. Así, quedamos nuevamente en una apuesta productivista que esta concepción no alcanzó a zanjar tajantemente.

Por lo tanto, el desarrollo sostenible es un significante vacío, un con-cepto de la teoría de la hegemonía posmarxista. Lo que trato de señalar es que los conceptos, cuando se legitiman y se vuelven políticamente correc-tos, se vacían de contenido y pueden ser articulados a distintos discursos por distintos actores y reinterpretados por distintos intereses. No quiero decir que esto sea una falla, no, pues es propio de la lucha política que, en los discursos, los conceptos traten de ser instrumentalizados desde dife-rentes perspectivas. Por ejemplo, el gobierno colombiano, para justificar las fumigaciones, o las políticas de guardabosques o los emprendimientos productivos, utiliza el concepto de desarrollo sostenible, aunque ello sig-nifique la destrucción del bosque y de la biodiversidad. A lo que estamos obligados nosotros, y a lo que yo los invito, es a deconstruir el concep-to, porque es un concepto polisémico, multívoco y por lo tanto ambiguo. Cuando los Estados trabajan con un concepto ambiguo llegan a acuerdos que se pueden falsear en la práctica. Eso pasó con las cumbres mundiales de desarrollo sostenible en las cuales se firmó el acuerdo de Kioto para el control del cambio climático, que Estados Unidos y China se negaron a fir-mar. El tratado de Kioto, sancionado bajo el concepto de desarrollo soste-nible, es incumplido por las potencias que creen que limitar las emisiones de carbono va a limitar su crecimiento.

Todos nosotros utilizamos el concepto de desarrollo, todos nosotros hablamos de desarrollo sostenible, de desarrollo equitativo, de desarrollo equilibrado, de desarrollo democrático, de desarrollo redistribucionista, y de lo que se trata es de renunciar al concepto, porque desarrollo y soste-nible son términos intrínsecamente contradictorios, y desde un discurso coherente no estaría permitido usarlo. Es una falsa concepción holística que une lo económico, lo social, lo cultural y lo ambiental. No todas las personas rompen de la misma manera con el concepto de desarrollo, pero hay tres apuestas a las que nos podríamos acercar: el desarrollo endóge-no, el etnodesarrollo y el biocentrismo cultural; expliquemos cada una de estas.

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Desarrollo endógeno

El desarrollo endógeno es una postura de la izquierda democrática radical latinoamericana y del socialismo del siglo XXI, y se está trabajando muchísimo en Bolivia, Venezuela y Ecuador. El desarrollo endógeno plan-tea que, aunque se aspira a un crecimiento de la producción y de la eco-nomía, estas no deben tener como centro al mercado sino al ser humano; adicionalmente sostiene que el desarrollo no debe orientarse primordial-mente hacia fuera sino hacia dentro. Este desarrollo endógeno tiene tres condiciones: (i) el control local de las decisiones, para que las comunidades y los territorios sepan qué quieren desarrollar de acuerdo con sus propias capacidades y criterios con información suficiente para tomar la decisión; (ii) el control local de los procesos, lo que significa el involucramiento de las comunidades en el desarrollo de los procesos y no solamente la super-visión; y (iii) la retención local de los beneficios, no solamente de los be-neficios materiales sino también de los beneficios inmateriales. Lo que se está señalando es que si las comunidades y los gobiernos locales enrutan su desarrollo fundamentalmente a fortalecer su capacidad de decisión y autogestión, estarán preparándose para insertarse autónomamente en el mercado global. No se niega la articulación a la globalización, pero se seña-la que un país no se puede articular impunemente si es débil internamente.

La crítica que se le hace a esta apuesta es que coquetea con la idea de desarrollo. Y evidentemente Chávez, que es un militar, o Lula, que tiene una concepción de gran Estado, le apuestan al desarrollo endógeno con el ejército, con un gran desarrollo de infraestructura y con explotación de recursos naturales; entonces ¿cuál sería la diferencia con el IIRSA y el planteamiento de Uribe? Simplemente que ellos piensan que esas apuestas colonizadoras, esas apuestas de militarización desarrollista, esas apuestas energéticas serán para invertir internamente y no para el servicio de las multinacionales; pero la concepción que tienen de la avanzada desarro-llista sobre la región, no diferencia mucho a los dirigentes de derecha o de izquierda en América Latina.

Hay una pugna de dos ejes de integración latinoamericana que se en-frentan al ALCA y el TLC, a la integración subordinada bajo el régimen del libre comercio y alineamiento irrestricto a Estados Unidos. Brasil propo-ne la Comunidad Suramericana de Naciones, y Venezuela el Alba. Esa es una lucha no resuelta que muestra el avance de la izquierda y la centro-izquierda en América Latina para generar un desarrollo endógeno y una integración autónoma a la globalización.

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El etnodesarrollo

La apuesta por el etnodesarrollo plantea una posición más cercana al indigenismo y señala que hay que basarse en la fortaleza de las comu-nidades indígenas, en la economía de subsistencia y en el trabajo com-plementario y cooperativo −es decir en la Minga−, puesto que allí no hay desequilibrios tecnológicos ostensibles entre los miembros de las comuni-dades, por lo que es posible generar capacidades colectivas para empren-dimientos productivos y sociales equitativos. También hay que basarse en lo que llaman la resiliencia social que significa que, así como la naturaleza tiene una resiliencia ambiental, es decir que es capaz de recuperarse, las comunidades indígenas han demostrado que comprenden perfectamente los límites de la naturaleza y que, si no están presionadas y contamina-das por la lógica del mercado, saben aplicar el principio de no pedirle a la naturaleza más de lo que se necesita y devolverle lo que se le quitó. Esta resiliencia social de los indígenas no es cosmogónica ni esencialista, es un aprendizaje de miles de años en los cuales han construido y han aprendido a conocer la dinámica ecosistémica a través de la dialéctica territorial. Una pancarta que colocaron los indígenas en el Foro Social Mundial decía: “Los indígenas no somos ciegos, ni nos oponemos al desarrollo. Nos oponemos al desarrollo ciego”.

Biocentrismo cultural

La tercera apuesta es el biocentrismo cultural y es la única que hace una ruptura epistemológica radical con el desarrollo sostenible. Plantea que hemos llegado a una crisis de civilización, una crisis del modelo ca-pitalista insostenible que genera derroche y consumo superfluo. Afirma que la ética capitalista es una ética de la insostenibilidad y que por lo tanto tenemos que reinventar nuestra relación con la naturaleza, considerándola un sujeto y estableciendo una relación que nos exija entablar un diálogo democrático con la naturaleza y no un diálogo autoritario de sujeto-objeto en el cual nosotros instrumentalizamos la naturaleza aunque le pongamos límites. Este diálogo democrático con la naturaleza es más de lo que noso-tros podemos pensar, no es que no dañemos la naturaleza, es un aprendiza-je más radical que nos servirá para relacionarnos entre los humanos ante el agotamiento de la democracia delegativa y de la democracia representativa. Construir un diálogo sujeto-sujeto con quien no tiene participación en el escenario político electoral y parlamentario es el ejercicio de modificación

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y de revolución molecular y moral más radical que podamos entablar en nuestra vida individual y colectiva. Esto puede parecer utópico o idealista, pero Ecuador nos ha dado el ejemplo de que la utopía puede llegar, hasta cierto punto, a hacerse realidad. La Asamblea Nacional Constituyente del Ecuador insertó en la Constitución dos capítulos: los derechos de la natu-raleza y los derechos del buen vivir. En el primer capítulo le reconoce a la naturaleza el derecho a subsistir y a recuperar sus ciclos vitales; cualquier ciudadano puede establecer una demanda nacional e internacional contra quien lesione la naturaleza. Por su parte, el buen vivir es la filosofía indí-gena inserta en la Constitución para ya no ponerle límites al crecimiento, sino ponerle límites a la contradicción intrínseca que tiene el concepto de desarrollo sostenible. Es insertar la concepción indígena en la Constitu-ción ecuatoriana del siglo XXI. Evidentemente esta inserción simplemente abre un nuevo campo de pugna democrática en Ecuador, que está orillan-do al presidente Rafael Correa a tener que decir que se extralimitaron en la Constitución y que esos derechos de la naturaleza y esos derechos indíge-nas, incluso sobre el subsuelo, son exagerados frente a la necesidad que tie-ne Ecuador de desarrollarse. Aun así, es una pugna democrática alrededor del concepto de vida sostenible amazónica y de vida sostenible tropical, que es importante seguir desarrollando. Ojalá en Colombia lleguemos en algún momento a ese umbral de crítica radical, de deconstrucción del con-cepto de desarrollo sostenible y asimilación coherente de un nuevo con-cepto de vida sostenible.

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GlobalizaCión y SoCiedadeS loCaleS: ¿eS poSible el deSarrollo propio?

Juan JoSé viEco1

introducción

a grandes rasgos, existen en la actualidad dos tipos de socie-dad en la Amazonia: la sociedad moderna y las sociedades locales. En un plano hipotético provisional, sus diferen-

cias se fundamentan en los objetivos mismos que tienen como sociedad. Para la primera, heredera de la tradición de la modernidad liberal ins-taurada a partir del siglo XVIII, prima el individualismo económico, el individuo utilitarista, el homo œconomicus. Se caracteriza por otorgar a la ciencia económica un papel rector sobre el conjunto de las ciencias del conocimiento, ya que se refiere a los cimientos mismos sobre los que se edifica ese modelo de sociedad: la producción de riqueza y la reproduc-ción del capital. Por su parte, las sociedades locales amazónicas fundan sus lazos económicos y sociales en la reciprocidad y la solidaridad propias de la economía del don donde sus condiciones de producción (es decir, sus selvas y sus ríos) lo permiten, y se constituyen en un espacio donde funcionan las sociedades no capitalistas. No obstante, los dos modelos de sociedad amazónica no son excluyentes ni lineales sino que coexisten y se influencian mutuamente en mayor o menor grado. Para el caso de las sociedades locales, su relación con la sociedad moderna origina tensiones en el interior de sus estructuras sociales, al plantearles el dilema de estar entre las relaciones de solidaridad y reciprocidad propias de la economía del don, y los procesos de acumulación individual y generación de exce-dentes propios de la economía de mercado.

1 Profesor de la Sede Amazonia de la Universidad Nacional de Colombia. Antropólogo de la Universidad Nacional, y candidato al doctorado en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Francia. [email protected]

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El siguiente artículo explora estas tensiones e intenta comprender el dilema que se le plantea al desarrollo propio en las sociedades locales amazónicas. Para eso se toma como caso de estudio el resguardo indígena Ticoya de Puerto Nariño (Amazonas) y su Plan de Vida que refleja las ten-siones que deben abordar las sociedades locales para definir, en el contexto de la globalización y el desarrollo, políticas propias que aseguren su exis-tencia como pueblo y su derecho a la diferencia. Por otra parte, se toma, como ejemplo extremo de sociedad moderna, el proceso de ocupación del espacio amazónico implementado por Brasil y en especial el impacto social y ambiental de sus megaproyectos de desarrollo que generaron cambios en el modelo de sociedad amazónico.

la sociedad moderna amazónica: desarrollo y crecimiento económicoPara la ocupación del espacio amazónico, la sociedad moderna adop-

ta el concepto de desarrollo entendido como crecimiento económico, es-pecialmente en los campos de la infraestructura y la agroindustria. Este concepto parte de la idea que se tiene sobre la cobertura natural del bosque amazónico. Se cree que la cobertura, de por sí, no tiene valor y para ad-quirirlo debe someterse a un cambio radical del paisaje introduciendo el modelo de plantación y de la revolución verde. La expansión de la sociedad moderna en la Amazonia a partir de los años cincuenta del siglo pasado, coincide con la formulación moderna del desarrollo, enunciada en el punto 4 del discurso del presidente Truman en 1949. Esta se fundamenta en la visión de teóricos como W. W. Rostow. En su libro Las etapas del creci-miento económico2, formula un modelo evolucionista, en el que clasifica a las sociedades desde el punto más bajo que corresponde a las sociedades tradicionales y que culmina con la sociedad de consumo de masas, como máxima expresión a la que pueda aspirar cualquier sociedad y que se en-cuentra representada en las sociedades modernas capitalistas industriali-zadas. De acuerdo con el enfoque de Rostow, las sociedades tradicionales deben encontrar una actividad económica que les permita el “despegue”, el take-off, para de esta manera enfilarse por la vía correcta al desarrollo y la

2 W. W. Rostow, Las etapas del crecimiento económico: un manifiesto no comunista (Méxi-co: Fondo de Cultura Económica, 1961).

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globAlizAción y sociedAdes locAles: ¿es Posible el desArrollo ProPio?

industrialización. Para ello, las sociedades deben adoptar cambios doloro-sos en sus estructuras económicas, sociales e ideológicas, que les permitan entender los complejos mecanismos bajo los que opera la sociedad capi-talista, única vía que asegura la industrialización y el consumo de masas. La superioridad de la sociedad moderna, bajo el enfoque de la economía neoclásica, se evidencia en los beneficios que obtiene el consumidor, debi-do al bajo precio de las mercancías producidas en masa, por oposición al sistema artesanal de las sociedades tradicionales, que, a sus ojos, es costo-so, ineficaz y atrasado.

El problema para la economía clásica es el atraso de las sociedades tradicionales o locales, entendidas como sociedades en las que sus for-mas organizativas sociales y económicas no responden a una economía de mercado y en las que sus estructuras ideológicas y epistemológicas no se fundamentan en el individuo como eje de la sociedad sino en relaciones colectivas basadas en la solidaridad y en la reciprocidad. Por lo tanto, la implantación de la modernidad en las sociedades tradicionales pasa por erigir un nuevo sistema, no solo económico, sino también una nueva es-tructura ideológica de valores sociales centrados en el individuo, que per-mita a los pueblos atrasados entender el significado de una economía de mercado capitalista fundamentada en el individuo, pues al buscar cada in-dividuo el mayor beneficio económico posible, el resultado es el bienestar del conjunto de la sociedad.

Otro economista del desarrollo de los años cincuenta, A. Lewis3, ca-racteriza estas sociedades (antes conocidas como sociedades del Tercer Mundo)4 por una economía dual, en la que coexisten un modelo moderno de economía y formas económicas y productivas atrasadas. Consideraba que, mientras estas últimas subsistieran, no sería posible alcanzar la indus-trialización y la producción de mercancías en masa, única forma posible de lograr el paso de una sociedad rodeada de carencias a una sociedad donde impere el progreso y la racionalidad económica. En efecto, bajo esta óptica, el gran problema de las sociedades tradicionales es, además de lo que se

3 A. Lewis, The theory of economic growth (Homewood, Illinois: R.D. Irwin, 1955).4 El concepto de Tercer Mundo se considera en la actualidad en desuso, debido a la aparición

de las denominadas economías emergentes de países que fueron considerados hasta hace pocos años como Tercer Mundo. No obstante, la aparición de estas economías no oculta el hecho de que las condiciones de desigualdad social y exclusión continúan presentes en la realidad cotidiana de esos países.

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anotó, el predominio de estructuras ideológicas y sociales que conducen a un manejo irracional de la producción y la economía.

En un primer momento, la conquista moderna de los años cincuenta de la Amazonia se consideró como la alternativa a la reforma agraria y como una medida que permitía solucionar el problema de la estructura desigual de la tenencia de la tierra, sin tener que realizar grandes cambios en su composición. No hay que olvidar el contexto de la guerra fría de los años sesenta y de los efectos que el triunfo de la revolución cubana podía tener sobre el conjunto de las naciones latinoamericanas. Es así que en 1961 el presidente J. F. Kennedy lanzó en Punta del Este (Uruguay) la Alianza para el Progreso. Uno de los puntos principales de esta iniciativa era el de promover un programa de reforma agraria en los países latinoamericanos para evitar el contagio cubano. En Colombia (pero también en la mayoría de países amazónicos), durante el primer gobierno del Frente Nacional de Alberto Lleras (1958-1962), se emprendió un programa de reforma agraria, al tiempo que se comenzaban a ejecutar los programas de colonización di-rigida, financiados por el Banco Mundial, entidad multilateral dominada por el mayor socio y financiador más importante, Estados Unidos. A pesar de los esfuerzos adelantados por este gobierno y continuados durante la administración de su primo Carlos Lleras (1966-1970), la reforma agraria fue sepultada definitivamente por el gobierno de Misael Pastrana (1970-1974) en el denominado Pacto de Chicoral. En esta población tolimense se reunieron los grandes terratenientes del país, que, por cierto, se podían contar con los dedos de la mano.

Fracasados los programas de reforma agraria ante la imposibilidad de realizar cambios profundos en la estructura desigual de la tenencia de la tierra, los países amazónicos encuentran en la inmensa frontera verde de la Amazonia un espacio ideal para dirigir los “excedentes de pobla-ción” (como definían el problema agrario los gobiernos de la época) hacia estos espacios vacíos, bajo el lema de “tierra sin hombres para hombres sin tierra”.

En la Amazonia, el paradigma más representativo de la modernidad es el modelo de desarrollo implantado por Brasil a partir de la década del cincuenta, pero en especial durante los años sesenta y setenta, en el oscuro periodo de la dictadura militar que rigió en ese país entre 1964 y 1985. Esta política agresiva de ocupación del espacio amazónico mediante la im-plementación de un modelo desarrollista y de crecimiento económico, se conoció como “el milagro brasileño” y se ponía como ejemplo a seguir por

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las demás naciones latinoamericanas. En efecto, una vez que la sociedad brasileña tomó la decisión de ocupar el espacio amazónico, bajo el lema de los años cincuenta de “integrar para no entregar”, se comenzó por el desa-rrollo de la infraestructura con la construcción de la carretera transama-zónica, que se convirtió en la base para el “despegue” económico, aunque aún estaba sin definir cuál o cuáles serían las actividades económicas que permitirían el despegue, el take-off, de la Amazonia.

En un inicio, y en concordancia con los programas de colonización dirigida, el objetivo era establecer más de un millón de colonos a lo largo de la transamazónica, mediante un programa que incluía asistencia técnica, créditos y un salario mensual durante los primeros meses para el colono y su familia. Autores como Morán5 señalan que solo la mitad de los colonos tenían alguna experiencia en las actividades agrícolas, mientras que los demás eran originarios de las ciudades, donde desempeñaban los más di-versos oficios (desempleados, artesanos, sastres, etc.). El desconocimiento de las características de los suelos amazónicos, la siembra de monocultivos de maíz, arroz, etc., la implementación de técnicas agrícolas inadecuadas para el medio, sumados al incumplimiento de la asistencia técnica y cré-ditos comprometidos por el gobierno, tuvieron como resultado la ruina de los colonos y el fracaso de los objetivos de la colonización dirigida. Con la paulatina pérdida de los nutrientes de la escasa capa orgánica de los suelos, después de dos o tres magníficas cosechas, la tierra sembrada de maíz o arroz termina siendo ocupada por extensas praderas. El proceso de ruina de los colonos estuvo también acompañado de violencia y desplazamiento por los grandes hacendados que surgían a medida que iban acaparando las tierras de los colonos expulsados; una vez que las tierras que ocupaban, se encontraban listas para la explotación ganadera.

Ante el fracaso de la colonización dirigida como una opción para la solución del problema de los “excedentes de población”, se abrió paso en forma definitiva el modelo desarrollista mediante el impulso al programa de Polos de Desarrollo (Poloamazônia) que consistía en el apoyo financie-ro del Estado, en conjunción con empresas privadas, a proyectos agrope-cuarios a gran escala y a proyectos mineros y siderúrgicos. Como ejemplo de este modelo desarrollista sobresalió el Proyecto “Gran Carajás” (PGC),

5 E. Morán, “Colonization in the transamazon and Rondônia”, en M. Schmink y Ch. Wood (eds.), Frontier expansion in Amazonia (Gainesville: University of Florida Press, 1991), 285-303.

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donde se llevaron a cabo cuantiosas inversiones en proyectos mineros y metalúrgicos que contaban con un soporte de infraestructura de vías, fe-rrovías, la hidroeléctrica de Tucurui y puertos fluviales y marítimos para la exportación de la producción (para el año de 1981 se calcularon las in-versiones en 61 billones de dólares)6. A través de estos proyectos se buscaba alcanzar la modernidad y el desarrollo, o, en términos de Rostow, estos megaproyectos de desarrollo permitirían encontrar el take-off, el punto de despegue hacia la industrialización, invalidando de paso el modelo de las sociedades locales, basado en actividades de subsistencia y comercio de pequeña escala.

las sociedades locales: el resguardo indígena ticoyaPara ejemplificar las sociedades locales se tomará el caso del resguar-

do indígena Ticoya de Puerto Nariño, el segundo municipio más poblado del departamento del Amazonas. El resguardo ocupa la casi totalidad de la jurisdicción de este municipio y tiene 140 000 hectáreas aproximadamen-te. Está conformado por los pueblos ticuna, yagua y cocama. Los ticuna son la población mayoritaria y mantienen una mayor identidad en aspec-tos como la lengua y la cultura propia.

Tradicionales habitantes del interfluvio entre los ríos Putumayo y Amazonas, los ticuna solo aparecen reportados en los informes de misio-neros y viajeros a partir del siglo XVII7. En este siglo aparecen habitando las márgenes del río Amazonas, entre la desembocadura del río Napo y las del Putumayo y el Caquetá, a medida que sus antiguos ocupantes y eventuales enemigos, los omagua, uno de los cacicazgos o “provincias” de la Amazo-nia, iban desapareciendo de las márgenes e islas del río Amazonas, debido a la esclavización por los portugueses y a la introducción de enfermedades desconocidas8.

6 B. Ribeiro, Amazonia Urgente: cinco séculos de história e ecologia (Belo Horizonte: Itatiaia, 1991), 202.

7 C. Nimuendajú, The Tucuna (Berkeley y Los Ángeles: University of California Press, 1952); J.P. Goulard, Entre mortales e inmortales: el Ser según los Ticuna de la Amazonia (Lima: Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica e Instituto Francés de Estudios Andinos, 2008).

8 A. Porro, O povo das águas: ensaios de etno-história amazônica (Petrópolis: Editora Vozes, 1996).

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Los ticuna son una sociedad organizada en un sistema de mitades, clasificados en categorías de “con pluma y sin pluma” o “con pelo o sin pelo”, y cada mitad está conformada por clanes o nazones. Los miembros de cada mitad tienen la prohibición de establecer alianzas matrimoniales en su misma mitad y deben establecerlas en la mitad opuesta. Hasta el año de 1999 por lo menos, continuaban manteniendo la frecuencia matrimo-nial establecida de acuerdo con las reglas tradicionales de parentesco9. En la actualidad su población asciende a 40 000 personas y se encuentra ubica-da en la región fronteriza de Brasil (25 000 personas), Perú (5 000 personas) y Colombia (10 000 personas), en el Trapecio amazónico. En la Amazonia colombiana es el pueblo indígena que posee la población más numerosa.

A pesar de haber establecido relaciones con la civilización occidental desde el siglo XVII, debido a que el río Amazonas fue la vía de entrada na-tural a la región amazónica, los ticuna han logrado mantener su lengua e identidad, así como los principales aspectos de su cultura, como el rito de iniciación femenino conocido como la pelazón o mossa nova.

Los misioneros intentaron reducir a los ticuna y otros pueblos vecinos en aldeas misionales durante los siglos XVII y XVIII. Aunque conocieron cierto auge, especialmente bajo la dirección del padre jesuita Samuel Fritz de 1686 hasta 1710, la mayoría de aldeas desaparecieron rápidamente de-bido a la huida de los indígenas y a las epidemias. Durante el periodo de fines del siglo XVIII y mediados del XIX, los ticuna vivieron en un relativo aislamiento, debido a la expulsión de los jesuitas y al camino incierto y convulsionado que recorrían las nacientes repúblicas suramericanas.

Desde la segunda mitad del siglo XIX, los ticuna fueron enganchados a la explotación cauchera y sometidos a patrones bajo el denominado ‘ré-gimen de hacienda’10. Las haciendas se ubicaban en las bocas de las que-bradas que desembocaban en el río Amazonas, asegurando de esta manera un control estratégico sobre los pueblos indígenas y los recursos naturales, como la madera y el caucho.

A partir del reconocimiento de límites entre Perú y Colombia y en especial después del conflicto entre esos dos países en 1931-1932, se co-

9 A. Oyuela-Caycedo y J. J. Vieco, “Aproximación cuantitativa a la organización social de los ticuna del Trapecio amazónico colombiano”, Revista Colombiana de Antropología 35 (1999); 146-179.

10 J. Pacheco de Oliveira, “O nosso governo”: os Ticuna e o regime tutelar (São Paulo: Editora Marco Zero, 1980).

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menzaron a conformar los actuales asentamientos del Trapecio amazónico colombiano, bajo la gestión directa del Estado colombiano. Los poblados del lado colombiano del río Amazonas fueron establecidos en torno a la oferta de servicios públicos de educación y salud y organizados bajo juntas de acción comunal, con un esquema organizativo impulsado por el Estado colombiano para todas las regiones colombianas, sin atender a las formas organizativas propias de los pueblos indígenas.

Bajo la presión de ocupación del territorio del Trapecio amazónico por narcotraficantes, los resguardos fueron declarados durante los años setenta y en especial en los ochenta. En efecto, con el auge de la economía de la coca en los setenta, se comienza un proceso de despojo de las tierras de los indígenas, por medio de compras efectuadas bajo condiciones preca-rias de negociación de estos últimos. Debido a este proceso, la División de Asuntos Indígenas del Ministerio de Interior, con la colaboración de algu-nas ONG, gestionan ante el gobierno central la constitución de los resguar-dos para el Trapecio amazónico. El primer resguardo que se constituyó en el Trapecio fue el de Arara en 1979. Durante los años ochenta se conforma-ron la mayoría de los resguardos sobre el río Amazonas en la jurisdicción del municipio de Leticia. Su principal característica es su trazado en forma de “cuello de botella”, ya que los resguardos tienen una limitada extensión sobre la ribera del río, uno o dos kilómetros, mientras que la mayor parte de su superficie se entiende en la tierra firme11.

El resguardo Ticoya de Puerto Nariño se estableció en 1990, inicial-mente sobre una extensión de 86  871 hectáreas. Más tarde, en 2003, se amplió hasta la superficie actual de un poco más de 140 000 hectáreas. Su amplitud relativa con respecto a la escasa superficie de los resguardos de la jurisdicción de Leticia se debe a que, a partir de finales de los años ochen-ta, el Estado colombiano implementó una política de reconocimiento de amplias áreas de la Amazonia colombiana como territorios indígenas, los macrorresguardos de la Amazonia oriental colombiana.

A diferencia de los resguardos de la jurisdicción de Leticia, donde a cada comunidad le corresponde un resguardo individual, en el resguardo Ticoya de Puerto Nariño se localizan 20 comunidades de los ríos Amazo-nas, Loretoyacu, Boyahuazú y Atacuari. Esta situación obliga al resguardo

11 J. J. Vieco, “Ordenamiento territorial en el Amazonas: realidades y conflictos”, en J. J. Vieco, C. E. Franky y J. A. Echeverri (eds.), Territorialidad indígena y ordenamiento en la Amazonia (Bogotá: Unibiblos, 2000).

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a conformar una estructura organizativa y administrativa para adelantar el necesario proceso de planificación y participación de las 20 comunida-des, para que, de manera concertada, se puedan implementar los progra-mas y proyectos previstos en el Plan de Vida.

el plan de vida del resguardo de aticoya y el desarrollo propioA partir de la Constitución de 1991, los pueblos indígenas entraron

a formar parte de la vida social, económica y política de la nación colom-biana. Hasta antes de esa fecha, y en virtud de lo dispuesto por la Consti-tución de 1886, los indígenas eran considerados por la ley como menores de edad, sin poder ejercer plenamente sus derechos como ciudadanos de la nación. Esta situación se corrige con la Constitución de 1991, que reco-noció el pleno derecho de los indígenas a la ciudadanía en condiciones de igualdad con respecto a los demás colombianos; además, reconoció sus territorios como entidades territoriales de la nación, en la misma condi-ción de los municipios.

En los años anteriores a la Constitución de 1991, los recursos de in-versión y los proyectos de desarrollo dirigidos a los pueblos indígenas eran formulados y ejecutados por diferentes entes gubernamentales, coordina-dos por la División de Asuntos Indígenas del ministerio del Interior, hoy Dirección de Etnias, con escasa participación de los pueblos indígenas.

Con la Constitución de 1991, los pueblos indígenas comenzaron a re-cibir recursos del Sistema General de Participaciones para elaborar y ade-lantar su Plan de desarrollo indígena, como se denominaba en un principio, hasta que a partir de 1999, para el caso del resguardo Ticoya, se adoptó el nombre de Plan de Vida. De esta manera, y después de más de 400 años de explotación y de expoliación de sus recursos naturales, los pueblos indí-genas poseen los instrumentos legales y los recursos económicos, aunque insuficientes, para adelantar su propio proceso de desarrollo, de acuerdo con el reconocimiento en la Constitución, sus usos y costumbres.

Para la formulación del Plan de Vida del resguardo Ticoya, presenta-do y publicado en 2008, se adelantó un proceso organizativo en el cual se pueden distinguir tres etapas:

Primera fase, 1978-1997: los inicios de la organización

La característica principal de los inicios de esta fase es el desconoci-miento de los mecanismos administrativos de la administración pública

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por parte del resguardo, en especial en lo concerniente a las normas lega-les que rigen a las entidades territoriales de la nación. Con la expedición de la Ley 60 de 1993 (posteriormente remplazada por la Ley 715 de 2001 que creó el Sistema General de Participación, SGP) y la distribución de los recursos corrientes de la nación hacia las entidades territoriales, tal como lo dispuso la Constitución de 1991, los resguardos indígenas comenzaron a recibir los recursos sin tener mayor preparación ni organización para afrontar esa nueva situación. No obstante, es preciso señalar que mientras no se expida la ley orgánica de ordenamiento que reglamente las entidades territoriales indígenas (ETI), los recursos del SGP serán administrados por los municipios y departamentos.

De esta manera, son las entidades del orden nacional (Fondo de Desa-rrollo Rural Integrado, DRI, Findeter, Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, ICBF, Caja Agraria) y regional (municipio de Puerto Nariño y de-partamento de Amazonas) las encargadas de formular y ejecutar los pro-yectos de inversión en el resguardo de Ticoya. Esta fase se extendió de 1994 a 1997. A partir de este último año, el resguardo Ticoya apareció como organización involucrada en la ejecución de los proyectos. Los proyectos durante esta fase fueron concebidos desde los centros administrativos y sus objetivos no tuvieron en cuenta las características particulares ambien-tales y sociales de los pueblos indígenas de la Amazonia, sino que fueron similares a los planteados para las regiones del interior del país.

Hay que tener en cuenta el proceso por medio del cual las formas orga-nizativas propias del resguardo van evolucionando hasta su consolidación y apropiación de la formulación del Plan de Vida. El proceso organizativo comenzó desde 1978 cuando estuvo al frente el curaca Emiliano Pinedo durante dos años y posteriormente en 1980 cuando fue elegido Mauricio Laureano. En ese tiempo Puerto Nariño era un corregimiento y solo exis-tían cinco comunidades en su área de influencia: San Francisco, Cocha Redonda, Naranjales, San Martín de Amacayacu y Palmeras. En el año de 1982 se organizó una reunión de pueblos Ticuna en Benjamin Constant (Brasil), a la que asistieron Mauricio y tres delegados, donde se reunieron más de 600 personas. El objetivo era conformar una organización indí-gena en cada uno de los países y reivindicar aspectos cruciales como la cultura y el territorio. Mauricio Laureano permaneció en el cargo hasta 1986. En esos años, los narcotraficantes habían ocupado paulatinamente el territorio aledaño a Puerto Nariño, en especial sobre el río Loretoyacu y los sectores de lo que hoy es Valencia y Puerto Esperanza, y no veían con

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buenos ojos que los pueblos indígenas se organizaran y menos aún que reivindicaran el territorio perdido, el cual había pasado a sus manos. En 1986, Mauricio Laureano renunció como consecuencia, por una parte, de la presión de los narcotraficantes y, por la otra, de la coacción de sectores políticos de Puerto Nariño afiliados al partido conservador.

El proceso organizativo tomó un nuevo aire con la figura de Adelso Laureano, hijo de Mauricio, quien fue elegido curaca de Puerto Nariño en 1990. Él gestionó ante las instancias nacionales pertinentes la consti-tución del resguardo Ticoya de Puerto Nariño, el cual fue conformado el 13 de marzo de 1990. En 1992 fue elegido como curaca mayor de la Orga-nización Zonal Indígena de Puerto Nariño (Ozipn) del resguardo Ticoya, pero lamentablemente falleció ahogado en 1994. La creación del cargo de “curaca mayor” refleja un nuevo paso que dio la organización, debido a la situación especial de este resguardo. A diferencia de los resguardos locali-zados en la jurisdicción del municipio de Leticia, el resguardo Ticoya está conformado por 20 comunidades, lo que obliga a adelantar un proceso de concertación y de planeación participativa y de priorización de proyectos para atender las demandas y necesidades de cada una de ellas.

Segunda fase, 1997-2004: primera formulación del Plan de Vida

En los años 1994-1997, el proceso organizativo se paralizó como con-secuencia de la muerte de Adelso Laureano, a pesar de que varios líderes continuaron con la labor organizativa, pero sin alcanzar resultados con-cretos en ese campo, opacados por la figura carismática de Adelso. A partir de 1997 resurgió el interés por la organización en torno al manejo de los recursos de transferencias del gobierno central, que, como se anotó, eran manejados fundamentalmente por el municipio de Puerto Nariño y enti-dades departamentales y nacionales.

En 1999, el gobierno nacional le asignó $500 millones al DRI para apo-yar la formulación del Plan de Vida del resguardo Ticoya. En ese año fue nombrado Gerónimo Laureano, hijo de Mauricio y hermano de Adelso, como curaca mayor.

Con estos recursos, la Organización Nacional Indígena de Colom-bia (ONIC) entró a apoyar directamente la formulación del Plan de Vida, mediante el apoyo en campo de varios asesores que orientan la labor or-ganizativa y la planeación y formulación de los planes, programas y pro-yectos del plan de vida. Este proceso culminó con la formulación del “Plan

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preliminar de vida del resguardo Ticuna, Cocama, Yagua de Puerto Nari-ño”, en noviembre de 2002.

No obstante, cuando se pensaba en que se había dado un paso signifi-cativo en la organización del resguardo, surgió un grave conflicto interno, resultado de las profundas divisiones entre los líderes de las comunidades del resguardo. En un momento se llegó incluso a tener dos curacas mayo-res nombrados y reconocidos cada uno por un sector de las 20 comunida-des del resguardo. Finalmente los dos curacas mayores renunciaron y salió elegido por mayoría Manuel Ramos de la comunidad de San Juan del Socó.

Tercera fase, 2004-2010: formulación definitiva

Con la llegada de Manuel Ramos al cargo de curaca mayor, se inició el proceso de consolidación definitiva de la organización del resguardo. Una crítica generalizada al anterior Plan de Vida, formulado bajo la dirección del Cabildo Mayor, tenía que ver con la falta de concertación y participa-ción en la redacción del documento.

Pasada la crisis, la formulación del Plan de Vida retomó el proceso de concertación y participación, a través de la activación de mecanismos como la asamblea Wone12, de la cual forman parte los curacas, líderes de base, organizaciones de mujeres, docentes, promotores de salud, represen-tantes de la juventud y el consejo de ancianos, y que se erigió como el máxi-mo órgano decisorio de la política del Plan de Vida. Este órgano se había creado durante la administración anterior, pero esta vez se le dio un nuevo impulso con el fin de validar las decisiones tomadas en torno al Plan de Vida. En 2005 se estableció un convenio de cooperación entre el resguardo y la Corporación para la Defensa de la Biodiversidad Amazónica (Codeba), y una segunda versión preliminar del Plan de Vida se presentó en 2007 ante la asamblea Wone en la comunidad de Naranjales. En ese mismo año, el Cabildo mayor se erigió como una Asociación de Autoridades Tradi-cionales por medio del procedimiento establecido en el Decreto 1088 de 1993 y nació Aticoya, Asociación de Autoridades Tradicionales del Res-guardo Ticoya de Puerto Nariño. De esta manera se promulgó el estatuto de la organización, la estructura general y los órganos de administración

12 Wone hace referencia a la gigantesca ceiba que cubría el cielo y ocultaba la luz del sol y que fue derribada por los hermanos gemelos Yoi e Ipi. La asamblea Wone se toma como el árbol que cubre y une a los pueblos ticuna, cocama y yagua.

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y dirección que rigen actualmente al resguardo. La versión definitiva se publicó en marzo de 2008, culminando así la formulación definitiva del Plan de Vida.

Los recursos del Sistema General de Participación para los territorios indígenas se giran de acuerdo con el tamaño de la población del resguardo. Para el resguardo Ticoya en 2010 se asignó una cifra próxima a los 600 millones de pesos. Para la decisión de cómo invertir y en cuáles proyectos, y con el fin de promover la participación en las comunidades y la concerta-ción del Plan de Vida, el mecanismo dispuesto por la organización Aticoya tiene tres etapas.

En la primera, el curaca realiza una reunión para decidir y priorizar las necesidades más sentidas y se formula un presupuesto preliminar. En la segunda se realiza una reunión de los 20 curacas y la organización Aticoya, para definir los proyectos de cada una de las 20 comunidades, se diseña un plan de inversión y se asigna un presupuesto a cada uno de los proyectos. Finalmente, en la última etapa, el representante legal del resguardo, el pre-sidente de Aticoya, firma un convenio interadministrativo con el munici-pio de Puerto Nariño, entidad territorial que ejecuta los recursos, pero de acuerdo con el plan de inversiones y presupuesto presentado por Aticoya. Hay que tener en cuenta que el criterio para la asignación de más o menos recursos es la población de cada comunidad. De esta manera las comuni-dades más grandes, de más de 500 personas, reciben más recursos que el resto de comunidades, cuyas poblaciones oscilan entre 50 y 200 personas.

Debido a que no se ha expedido la Ley Orgánica de Ordenamiento Territorial que reglamente el funcionamiento de las Entidades Territoria-les Indígenas, son los departamentos y los municipios los encargados de administrar los recursos del resguardo indígena, en este caso los recursos del resguardo Ticoya. Para ello deben abrir una cuenta especial con desti-nación específica como los recursos del resguardo. Esta situación origina un tutelaje y una injerencia del municipio sobre el poder de decisión y ges-tión de los objetivos del Plan de Vida del resguardo y de la organización Aticoya. Además, si se tiene en cuenta que una proporción importante de los recursos del SGP se destina a obras de infraestructura y construcción (alrededor del 50%), donde hay que adquirir materiales (como cemento, gravilla, arena, etc.) y contratación de personal, los recursos del resguardo entran a formar parte del circuito económico y político y de las relaciones clientelistas, que sustentan el poder económico y político en el Trapecio amazónico. Tal vez esto constituya uno de los obstáculos mayores para la

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constitución de la ETI: el manejo de los recursos y sus efectos económicos y políticos en la vida de la región.

Además, la ley general de planeación (Ley 152 de 1994) estipula que las relaciones entre los diferentes entes del orden regional (departamentos, municipios y ETI) se rigen por los principios de concurrencia, subsidiari-dad y complementariedad, que significa que dichos entes deben establecer relaciones de ayuda mutua en la planeación y ejecución de proyectos, a través de mecanismos como la cofinanciación. De esta manera, la mayor parte de los proyectos del Plan de Vida utilizan el mecanismo de la cofi-nanciación, pues los recursos del SGP que recibe el resguardo Ticoya son insuficientes para garantizar la ejecución exitosa de los proyectos.

Implementación del Plan de Vida del resguardo Ticoya

El Plan de Vida tiene como punto de partida los cuatro principios que rigen la vida Ticuna: mau (vida), na (pensamiento), pora (fuerza) y kua (saber). Estos principios son compartidos tanto por los seres humanos (yunatü) como por los üüne, los seres inmortales. La vida social y la defi-nición de la persona están sustentadas sobre estos cuatros principios que conducen a la perfección de actos, pensamientos y acciones, para alcanzar, como fin último, la inmortalidad, que es el sentido mismo de la vida para los Ticuna13.

Estos principios cosmogónicos y ontológicos se articulan con los con-ceptos fundamentales que guían la formulación del Plan de Vida: territo-rio; cultura y pensamiento propio; autonomía y gobierno propio; educación propia; salud propia; economía comunitaria14. Estos conceptos están reco-nocidos constitucionalmente como el derecho de los pueblos indígenas a regirse en sus territorios de acuerdo con sus usos y costumbres.

La formulación del Plan de Vida, basado en la articulación de los principios que rigen la vida social indígena con los principios reconoci-dos para los pueblos indígenas por la Constitución de 1991, constituye una alternativa a las iniciativas impulsadas por el Estado, dirigidas a la inte-gración de los pueblos indígenas a la sociedad nacional, por medio de los

13 Aticoya (Asociación de Autoridades Indígenas del resguardo Ticuna, Cocama, Yagua de Puerto Nariño), Plan de vida de los pueblos Ticuna, Cocama y Yagua de Aticoya (Bogotá: Opciones Gráficas Editores, 2008), 22.

14 Aticoya, 22.

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mecanismos del mercado. Pero la implementación del Plan de Vida debe ajustarse a los lenguajes y discursos del desarrollo para que pueda ser una realidad. De esta manera debe adoptar el lenguaje y los instrumentos téc-nicos propuestos por las entidades estatales y privadas que ayudan a cofi-nanciar los programas y proyectos del Plan de Vida.

Una de las propuestas más importantes, en el sentido de integrar los discursos del desarrollo y la modernidad a la vida social indígena, la constituye el programa de proyectos productivos y generación de ingresos para las comunidades del Plan de Vida. La generación de ingresos es un problema crucial de la vida cotidiana de las comunidades, ya que existen necesidades actuales de bienes y servicios (como herramientas de trabajo, sal, azúcar, pilas, linternas, anzuelos, nailon, uniformes de colegio, etc.) que solo se pueden obtener a través del mercado y de los cuales las comu-nidades dependen crecientemente. Con el fin de generar ingresos en las comunidades, se formulan y ejecutan la mayor parte de los proyectos de desarrollo del Estado y de entidades privadas.

El Plan de Vida, basado en el concepto de economía comunitaria, rea-liza una propuesta para generar ingresos económicos en las comunidades en dos direcciones: por una parte, los proyectos productivos agrícolas y de especies menores, que utilizan los recursos naturales disponibles y el co-nocimiento tradicional indígena. Por otra parte, el impulso del ecoturismo en comunidades que cuentan con condiciones naturales especiales (paisa-jes, lagos, etc.) y las que se localizan en las proximidades del municipio de Puerto Nariño.

Para la ejecución de los proyectos productivos y de actividades ligadas con el ecoturismo, el resguardo Ticoya ha sido dividido en tres sectores.

Un primer sector conformado por las comunidades Patrulleros, 20 de Julio, Valencia y Puerto Esperanza, que se localizan en las proximidades de Puerto Nariño, donde se busca incentivar la elaboración de artesanías para los turistas que visitan este municipio. Por el momento no se han iniciado acciones para poner en marcha este proyecto.

Un segundo sector abarca las comunidades asentadas sobre el río Amazonas (comunidades de Naranjales, Santa Clara y Pozo Redondo) y las que se localizan en afluentes como el Atacuari (comunidades de 7 de Agosto y San Juan de Atacuari) y el Boyahuazú (comunidad de Boyahua-zú). En estos asentamientos el Plan de Vida, a través del programa de Eco-nomía Comunitaria, intenta integrar el discurso de la modernidad y el desarrollo al conocimiento indígena, con el fin de alcanzar dos objetivos: la

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generación de ingresos económicos y la recuperación y mantenimiento de las prácticas de manejo tradicional de la producción agrícola.

Es el caso de Naranjales, una comunidad localizada sobre la ribe-ra del Amazonas, que se favorece de la inundación anual del río, cuyos sedimentos aportan una fertilidad natural a los suelos. En los denomi-nados “barriales”, zonas inundadas que se van secando lentamente, los miembros de la comunidad aprovechan el conocimiento del medio para sembrar maíz y arroz, productos que ocupan un lugar importante en las actividades agrícolas.

En forma paralela a esta actividad, la comunidad ha asumido un pro-ceso gradual de adopción y de incorporación de máquinas y herramientas propias de la modernidad y el desarrollo, integrándolas con el conocimien-to agrícola tradicional.

Desde los años setenta se difundieron las ralladoras de yuca semiin-dustriales, de fabricación brasileña, en Naranjales y el resto de asentamien-tos del Trapecio amazónico. Estas consisten en la adaptación de un motor sobre una estructura de madera para rallar las yucas de forma mecánica. La harina de yuca, fariña, como se la denomina localmente, se tuesta en enormes pailas de cobre, igualmente brasileñas. La comercialización de la fariña constituye una importante fuente de generación de ingresos.

Las ralladoras de yuca se han integrado perfectamente al sistema tra-dicional de producción y la gente se ha apropiado de las técnicas de man-tenimiento y reparación, sin depender de ningún agente externo para su funcionamiento y operación.

Durante los años noventa, diversas instituciones, como la Goberna-ción del Amazonas, el Ministerio de Interior y ONG, impulsaron la creación de asociaciones de mujeres para la realización de proyectos productivos, entre otras actividades. Se creó la Asociación de Mujeres de Naranjales y se planteó la adquisición de una máquina desgranadora de maíz, aprovechan-do las ventajas ofrecidas por los suelos fértiles, producto de la inundación anual. No obstante, surgieron dos problemas. En primer lugar, al extender-se los cultivos de maíz incentivados por la desgranadora, fueron blanco de ratones y los loros los diezmaron sensiblemente. Por tanto, paulatinamente los cultivos de maíz redujeron su extensión, al punto de que solo algunas familias continuaron sembrándolo. En una reunión un líder se quejaba de que, apenas consiguieron la máquina, la gente dejó de sembrar maíz.

El segundo problema se derivó de la máquina misma, pues no fun-cionó adecuadamente y nunca se realizaron los ajustes necesarios para que

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globAlizAción y sociedAdes locAles: ¿es Posible el desArrollo ProPio?

quedara a punto. Incluso la gente comentó jocosamente que los “granos de maíz salían disparados pa’arriba, sin control”.

A partir del año 2000, la gente de Naranjales comenzó a discutir so-bre la adquisición de una máquina procesadora de harinas, para la fabri-cación de harina de plátano, de yuca y de otros productos. La comunidad elaboró el proyecto de adquisición de la máquina y lo presentó al cabildo mayor para que fuera financiado con recursos del SGP; la procesadora fue adquirida en 2005.

Finalmente, en 2007 llegó la última máquina, esta vez una trilladora de arroz, la cual también se adquirió con recursos del SGP.

Estas dos últimas máquinas adolecen de los mismos problemas seña-lados para la desgranadora de maíz, pues ni la procesadora de harinas ni la trilladora de arroz funcionan adecuadamente. No basta con adquirir las máquinas y herramientas que se ofrecen en el mercado y que son mostra-das a los pueblos indígenas como el camino para convertirse en individuos modernos que obtienen grandes ganancias de sus actividades agrícolas, mediante la utilización de técnicas y maquinarias modernas.

El otro problema de las máquinas radica en que la capacitación para el uso, manejo y mantenimiento está dirigida por entidades como el Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena). Esta entidad diseña programas de escala para ser aplicados en todas las regiones de Colombia, sin atender a sus espe-cificidades culturales y ambientales. Los paquetes del Sena suponen que los indígenas asuman las disciplinas de trabajo que exigen los proyectos pro-ductivos de carácter semiindustrial y por lo tanto una dedicación exclusiva a las actividades productivas y administrativas que demanda el proyecto.

Por el contrario, en este caso de la comunidad de Naranjales se evidenció la imposibilidad de la integración de las máquinas al sistema productivo tradicional y que la gente no se apropió de su uso, manejo y funcionamiento, al contrario de lo que sucedió con las ralladoras de yuca. En este momento las tres máquinas, la desgranadora de maíz, la procesa-dora de harinas y la trilladora de arroz, se encuentran en una caseta de la comunidad, sin utilizarse.

El tercer sector lo conforman las diez comunidades localizadas en la ribera del Loretoyacu. En este sector se adelantan actividades de etnoturis-mo, cría de especies menores (aves y marranos) y en varias comunidades tienen expectativas en torno a la ganadería.

Para la constitución del resguardo Ticoya, el Estado colombiano pagó las mejoras de unos “colonos” (que en realidad eran representantes del

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poder económico y político local) que poseían predios en las riberas del Loretoyacu. En uno de ellos, su poseedora, una comerciante y política de Puerto Nariño, construyó en 1997 unas cabañas turísticas, en proximida-des del lago del Socó, lugar de excepcional belleza. Una vez que el predio fue incorporado a los terrenos del resguardo, se fundó la comunidad de San Juan del Socó. Esta comunidad centró sus expectativas en la reactiva-ción de las cabañas, para desarrollar un proyecto turístico que sirviera de fuente de empleo para los miembros de la comunidad, en especial para los bachilleres. Una vez más fue el Sena, a través de su programa de hotelería y turismo, la entidad encargada de impartir la capacitación en torno al etno-turismo y en especial a las maneras establecidas para la atención del turis-ta, la preparación de los alimentos y su presentación. A las personas que se capacitaran, por lo general jóvenes bachilleres de la comunidad, el Sena les exigía una dedicación absoluta al proyecto, lo que motivó que los jóvenes fueran abandonando paulatinamente la capacitación. A las señoras encar-gadas de la cocina se les exigía la presentación de porciones de comida determinadas por su peso en gramos. Este tipo de lenguajes y exigencias, derivados de las formas disciplinadas de trabajo, condujo a la renuncia de las personas involucradas en el proyecto de etnoturismo. A partir de 2008, Aticoya consideró el etnoturismo en San Juan del Socó un proyecto es-tratégico para el resguardo, y se le asignaron unos recursos del Sistema Generalizado de Preferencias para la reconstrucción de las cabañas que fueron abandonadas varios años. Las cabañas en este momento están en buen estado y listas para su utilización, pero el programa no ha subsanado los problemas señalados y el proyecto continúa sin operar.

ConclusionesLas sociedades locales amazónicas se debaten entre el dilema plan-

teado por la modernidad y su propuesta de sociedad basada en un mo-delo desarrollista de transformación radical del paisaje y de actividades productivas dirigidas al mercado, frente al mantenimiento de sociedades basadas en redes sociales tradicionales de reciprocidad y solidaridad.

La Constitución de 1991 ofreció a los pueblos indígenas, a través del reconocimiento de sus territorios como entidades territoriales indígenas, la posibilidad de formular e implementar su desarrollo propio. Pero para lograrlo deben entrar en un diálogo con la modernidad y el desarrollo y sus propuestas de crecimiento económico y de formación de individuos

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utilitaristas, así como afrontar la injerencia y el tutelaje impuesto por las entidades estatales y las ONG en la formulación y ejecución de los proyectos del Plan de Vida. Esto último en virtud de las normas que establecen las relaciones que rigen entre las diferentes entidades territoriales de la nación colombiana.

El resguardo Ticoya de Puerto Nariño evidencia las dificultades que debe afrontar un resguardo para resolver los problemas del desarrollo pro-pio, a partir de soluciones creadas por la modernidad. Este es el caso de la utilización de máquinas y técnicas provenientes de la modernidad y el desarrollo, que pone en evidencia las dificultades que se presentan cuando se trata de articular las formas semiindustriales de producción y trans-formación de productos al conocimiento indígena de uso y manejo de los recursos naturales.

Uno de los aspectos más relevantes para la inoperancia de los proyec-tos productivos y de etnoturismo es la manera en que se llevan a cabo las actividades de capacitación para el manejo de estos proyectos, proporcio-nada por el Estado y que somete a las personas que reciben la capacitación a disciplinas de trabajo que exigen una dedicación exclusiva. De esta forma se impide a los habitantes de las comunidades desarrollar sus actividades cotidianas regidas por valores sociales que no buscan exclusivamente in-gresos económicos sino el mantenimiento de sus sociedades a partir del mantenimiento de sus condiciones sociales de producción, es decir, sus sel-vas y sus ríos, así como de sus estructuras sociales, políticas y económicas.

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eConomía y deSarrollo en el marGen: el funCionamiento de merCadoS aGroalimentarioS en el Sur del trapeCio amazóniCo

allan a. Wood1

introducción

la economía que uno aprende hoy en día es casi exclusi-vamente del enfoque neoclásico. En prácticamente toda aula se establecen temprano los siguientes principios de la

economía neoclásica: la economía estudia la manera en que las socieda-des utilizan recursos escasos para producir bienes y servicios valiosos y distribuirlos entre las diferentes unidades (personas, hogares, etc.) que los requieren. El mercado es el mejor mecanismo para organizar una econo-mía. En él, los oferentes y los demandantes de un bien o servicio se en-cuentran y negocian los derechos de propiedad (o usufructo) sobre el bien, estableciendo un precio y cantidad a intercambiar. Los precios sirven de señal para indicar la relativa escasez o abundancia del bien en el merca-do y promueven la coordinación entre productores y consumidores de tal forma que los ajustes en la oferta y la demanda establezcan un equilibrio, donde la cantidad ofrecida es exactamente igual a la cantidad demandada. Mediante este proceso espontáneo e impulsado por decisiones individua-listas, el mercado logra satisfacer a todos, conduciendo al bienestar común,

1 Profesor de la Sede Amazonia de la Universidad Nacional de Colombia. Estudios de pre-grado en Ciencias Políticas y Estudios Latinoamericanos, magíster en Agricultura en Aguas y Suelos de la Universidad de la Florida, magíster en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Internacional de la Florida, y candidato al doctorado del Imperial College de la Universidad de Londres. [email protected]

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y de paso resuelve las tres “preguntas claves” de la economía: qué producir, cómo producir y para quién producir.

La escuela neoclásica, al mejor estilo hegemónico, se considera una visión integral y universal, regida por leyes científicas absolutas. Al hacer-lo, desprecia sus orígenes en determinadas épocas (finales del siglo XIX) y determinados espacios (principalmente Europa occidental). También hace caso omiso de que todas sus leyes, y los beneficios que de ellas resultan, es-tán supeditadas a unos supuestos basados en ciertas condiciones “ideales” igualmente provenientes de las épocas y de los lugares donde la escuela se ha desarrollado. Como resultado, la economía ortodoxa no pregunta cómo se encuentran los oferentes y los demandantes en el mercado; aparente-mente esto ocurre sin esfuerzo alguno. Unos derechos de propiedad bien definidos son dados por sentado, al igual que la capacidad de trasmitir, recibir e interpretar correctamente las señales de los precios. Hay un én-fasis en la escasez y la insinuación de una demanda insaciable de bienes y servicios, lo cual lleva a la permanente preocupación por la eficiencia, que se obtiene al permitir que los actores (todos muy racionales) maximicen sus beneficios y minimicen sus costos. Aunque estos supuestos no reflejan la realidad (ni siquiera de las condiciones en que se originaron), es normal considerarlos aproximaciones útiles para entender el funcionamiento de las economías; también constituyen una suerte de metas para una serie de políticas cuyo fin es lograr la mayor eficiencia posible para que los recursos escasos alcancen a satisfacer más necesidades.

No obstante, hay sitios como el Trapecio amazónico que están muy alejados de los orígenes de la escuela neoclásica y donde las cosas funcio-nan de manera diferente. Más allá de la distancia entre los supuestos de la economía neoclásica y el “mundo real”, aquí se plantea que las economías “del margen” se distinguen de las que más se asemejan a las idealizadas “economías del mercado” en al menos tres aspectos importantes: 1) Las estructuras y el funcionamiento de los mercados en el margen reflejan el impacto del aislamiento de las economías “más desarrolladas”; 2) Los mer-cados generalmente son imperfectos (inexistentes o incompletos); y 3) Las instituciones (las “reglas del juego”) son propias de otras formas de organi-zación económica, obedecen a unas lógicas bastante diferentes a las que di-namizan a los mercados teóricos, y reflejan las condiciones de aislamiento y mercados imperfectos. Todo lo anterior es especialmente relevante cuan-do toda la cadena de producción-distribución-consumo de un producto dado ocurre dentro de la zona local.

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economíA y desArrollo en el mArgen: el funcionAmiento de mercAdos AgroAlimentArios en el sur del trAPecio AmAzónico

los costos de transacción, la distancia y los mercadosVarios economistas han visto que el tratamiento ortodoxo de las

transacciones en el mercado no corresponde con la realidad, porque los intercambios no ocurren de manera automática, sin esfuerzo alguno y sin problemas. En un intento de mejorar el entendimiento sobre el verdadero funcionamiento de los mercados, se han puesto a investigar cómo esta ac-tividad implica una serie de costos colaterales (que pueden o no involucrar pagos en dinero) llamados los costos de transacción2.

Para entender mejor cuáles son los costos de transacción (utilizan-do los enunciados en Eggertsson)3 y cómo inciden en el mercado, tomé el ejemplo del pescado en Leticia. El pescado es un alimento de mucha producción y consumo en Leticia, pero también tiene un mercado bas-tante variable: hay muchas especies que a veces abundan y a veces esca-sean; a veces el pescado es caro y a veces es barato; a veces es fresco y a veces puede estar “un poco” descompuesto (aunque eso no sea evidente a simple vista). Por estas razones, comprar pescado en Leticia no es sim-plemente un caso de pagar digamos $10 000 por un pescado, como pare-ciera ser en teoría. Una persona que no “sabe” comprar pescado (y eso de “saber comprar” no entra en los libros de texto) o bien puede arriesgarse a comprar y resultar “tumbado” o bien puede nunca comprar pescado, o tal vez después de varios engaños no vuelve a arriesgarse. ¿Cómo es eso de saber comprar pescado? En primera instancia, se tiene que adquirir información actualizada sobre el mercado: qué tipos de pescado están disponibles, en qué cantidades, a qué precio, el tamaño de los pescados y si son relativamente frescos. Para obtener esta información se tiene que “invertir” en fuentes fidedignas (lo que le dice el vecino, ¿es o no es con-fiable?; lo que le dice el vendedor del pescado, ¿es o no es confiable?) o tomarse la molestia (con un costo en tiempo y esfuerzo) para averiguarlo uno mismo. Ahora, con esta información (que podría ser algo errónea) se procede a filtrar los diferentes agentes en el mercado para determinar

2 Ver R. H. Coase, “The nature of the firm”, Economica 4(16, 1937), 386-405; R. H. Coa-se, “The problem of social cost”, Journal of Law and Economics 3 (1960), 1-44; Douglas C. North, Instituciones, cambio institucional y desempeño económico. (México: Fondo de Cultura Económica, 1993); Oliver E. Williamson, The economic institutions of capitalism. Firms, markets, relational contracting (New York: Free Press, 1985).

3 Thráinn Eggertsson, Economic behavior and institutions (Cambridge: Cambridge University Press, 1990), 5.

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con quién se puede conseguir el pescado que uno necesita: ¿quién lo ven-de en las cantidades y tamaños que necesita?, ¿venderá el pescado caro o barato, fresco o no?, ¿tratará de aprovechar una oportunidad de vender el pescado a un precio mayor de lo que merezca o de vender como fresco un pescado un poquito “pasado” o que ha estado congelado durante 15 días? Esta búsqueda también requiere invertir tiempo y esfuerzo y se puede refinar con experiencias previas. Posteriormente, de los vendedores que cumplen con los criterios en cuanto al producto y también al vendedor, se eligen los más opcionados para el negocio, o sea, con quién se entrará a negociar la compra de pescado. En el punto de venta escogido hay que evaluar el producto disponible en el momento: ¿satisface los requisitos de cantidad y calidad?, ¿cómo saber qué buscar en el producto, especial-mente si existe el peligro de comprar un pescado descompuesto?, ¿se sabe cómo medir la frescura a partir del ojo, las agallas, la piel? Después de hacer esto (ojalá con varios vendedores), se entra en el proceso de nego-ciar y concluir el contrato, pues la compra y venta de cualquier cosa es un contrato, aunque sea informal, donde se transfieren los derechos de propiedad y usufructo del producto. Esto, que es el corazón de la tran-sacción y que es lo contemplado en la teoría estándar, tampoco es tan fácil como pareciera “un pescado a $10.000”, pues el contrato implica el intercambio de un pescado con determinados atributos por un monto determinado de dinero legal. Es un contrato negociable en cuanto el pes-cado es un producto variable, el precio es variable y de hecho también el dinero puede ser variable (legítimo o falsificado, en varios estados de des-composición, en denominaciones que van desde moneditas de $50 hasta billetes de $50.000 −¿hay cambio?−, en diferentes monedas como pesos colombianos, reales brasileños, soles peruanos y dólares norteamericanos −¿cuál es la tasa de cambio?). Después de concluir un contrato, se tiene el monitoreo del desempeño y de los resultados del trato, que en el caso del pescado sería sencillamente la comprobación de si el producto comprado cumple efectivamente con los atributos deseados y el precio pagado (por el lado del vendedor, encontrará si es fácil cambiar el dinero recibido por otro producto). En otros tipos de transacciones el monitoreo puede ser largo y también costoso. Para finalizar la lista de los costos de transac-ción, existe todo lo asociado con hacer cumplir un contrato si una de las partes descubre que la otra no cumple con lo pactado (por ejemplo si el pescado estaba tan descompuesto que no se podía comer, o si se pagó el doble de lo que debería haber costado, o si el billete resultó falso). En Le-

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ticia no es probable que haya reparación alguna en la compraventa de un pescado pero en algunos contratos (los de alto valor o donde el sistema de justicia es muy efectivo) los costos de hacer cumplir un contrato pueden ser muy altos, especialmente si el caso llega a las cortes.

Esta explicación de los costos de transacción para un ejemplo rela-tivamente sencillo resalta lo compleja que realmente es una transacción y el esfuerzo que se requiere para lograrla. Si no se cubren estos costos de transacción, que pueden ser altos o bajos, el intercambio puede frenarse y hasta no lograrse4. Si fuera más “fácil” comprar pescado (si los costos de transacción fueran menores), probablemente habría un mercado mayor de pescado en Leticia, a menores precios para el consumidor, con mayor se-guridad y menor riesgo tanto para compradores como para vendedores. En la medida en que los costos de transacción sean menores, más se asemeja la situación al modelo neoclásico de transacciones5; pero cuando los costos de transacción son mayores, se dificultan las transacciones y se empiezan a ver todo tipo de comportamientos “extraños” (en el sentido de contradecir lo que aparece en los libros de texto) en los intentos de compradores y ven-dedores de realizar de una u otra forma las transacciones que requieran. Tal vez el mejor ejemplo de esto es la personalización de las relaciones de mercado, donde las transacciones son fuertemente mediadas por las rela-ciones personales (entre parientes, amigos y vecinos o a través de repetidos intercambios) que resultan en una especie de garantía y confiabilidad de manera que se reduzcan los costos de transacción6.

La economía neoclásica estándar ignora normalmente los costos de transacción y sus efectos. Tiende a enfocarse mucho más en los costos de producción y en menor grado en los costos de distribución. El resultado de omitir los costos de transacción es perder de vista los muchos impedi-mentos al buen funcionamiento del mercado, y entre ellos los mercados en “el margen” sufren especialmente los efectos de la distancia. Aunque la economía neoclásica reconoce que la distancia aumenta los costos de pro-ducción y distribución, generalmente se supone que el arbitraje (la prác-

4 Thráinn Eggertsson, Economic behavior and institutions.5 Douglas C. North, Instituciones, cambio institucional y desempeño económico.6 Steven Durlauf y Marcel Fafchamps, “Social capital”, en Philippe Aghion y Steven Dur-

lauf (eds.), Handbook of Economic Growth 1: 1639-1699 (2005); Jean-Philippe Platteau, Institutions, social norms, and economic development (Amsterdam: Harwood Academic, 2000).

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tica de comprar bienes donde son baratos y venderlos donde son caros) ayuda a equilibrar los mercados distantes y conduce a la integración de los mercados. De esta manera, la diferencia en precio del mismo bien en dos diferentes sitios se debería principalmente a los costos del transporte; fuera de eso, la distancia no se considera mayor impedimento al funcionamiento de los mercados.

No obstante, la distancia sí puede ser bastante nociva para los costos de transacción. Primero, dificulta la transmisión de la información (so-bre las condiciones del mercado, los productos y los agentes en él), por lo cual esta se reduce en cantidad, calidad, confiabilidad y actualidad. Esto dificulta la posibilidad de coordinar entre vendedores y compradores y disminuye la posibilidad de hacer transacciones a distancia en mercados aislados. Segundo, las instituciones (las reglas formales e informales que indican cómo comportarse o realizar alguna actividad) cambian de un lu-gar a otro, por lo cual la manera de realizar una transacción en un sitio le-jano probablemente será diferente a como se hace cerca de casa7. La forma en que se compra y vende el plátano en una comunidad indígena es distinta a como se hace en Leticia; ni hablar de cómo se hace en un supermercado de Bogotá. Entonces, quien quiera hacer una transacción en un sitio muy lejano, probablemente podrá valerse poco de su comportamiento normal y tendrá que aprender cómo hacerlo bien en otro entorno. Especialmente si uno ha aprendido que las relaciones personales son importantes para poder realizar las transacciones, resulta problemático implementar esta estrategia con forasteros en un mercado distante8. A esto se agrega la lla-mada “moralidad limitada”, por la cual la gente puede sentir la necesidad de tener buen trato con parientes, amigos y otros del mismo clan o etnia, dando por sentado cierto nivel de confiabilidad, pero ese trato no se ex-tiende a personas extrañas9. Es decir, será inmoral engañar a uno de “los suyos” pero totalmente permisible (y tal vez hasta recomendable) engañar a un desconocido, especialmente si se juzga que el costo de aprovechar esa oportunidad sería insignificante. El efecto de la moralidad limitada será entonces una disminución en la confianza que se puede tener al intentar

7 Douglas C. North, Instituciones, cambio institucional y desempeño económico.8 Andrew Dorward, Jonathan Kydd, Colin Poulton y Dirk Bezemer, “Coordination risk and

cost impacts on economic development in poor rural areas”, Journal of Development Stu-dies 45 (7, 2009), 1093-1112.

9 Jean-Philippe Platteau, Institutions, social norms, and economic development.

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hacer negocios con personas desconocidas. Todo lo anterior, proveniente de los efectos de la distancia, se traduce en costos de transacción mayores y por tanto en menores probabilidades de realizar dichas transacciones con éxito, lo cual actúa en contra de la integración de los mercados y más bien conduce al aislamiento de los mercados más distantes.

¿Cuáles son las consecuencias de la distancia, y del aislamiento que esta acarrea, en los mercados y su funcionamiento? El principal efecto es que los mercados, al estar relativamente aislados y no integrados con mer-cados distantes, tienden a ser locales y muy pequeños pues solo reciben la producción de áreas circundantes y solo venden a la población local. Quedan marcados con imperfecciones resultado de las idiosincrasias de la producción y el consumo local. Su tamaño pequeño los hace volátiles en la medida en que los precios dependen de abundancias y escaseces locales; estos “choques” locales son difíciles de amortiguar mediante transacciones con el mundo externo (pero también la zona queda algo amortiguada de los “choques” externos). La producción tiende a ser dispersa y de pequeña escala (p. ej., principalmente para el autoconsumo), pues no es fácil produ-cir más, por los costos de producción y los de transacción, y tampoco ven-der más, pues el mercado local puede absorber solamente cierta cantidad de productos y es difícil vender en otros mercados por las razones dadas en el párrafo anterior.

La coordinación entre potenciales vendedores y potenciales com-pradores es bastante difícil y son comunes “fallas de coordinación” donde negocios que en mejores condiciones fueran factibles, no logran concretarse10. Por ejemplo, una de las constantes iniciativas, que se ha tenido en Leticia pero que poco ha avanzado, es la producción de pulpas de frutas. Alguien que propone montar un negocio de esos tendría que asegurar la provisión constante de materia prima (frutas). Aunque sí hay mucha producción de fruta en la zona, el problema es que todo el mundo tiene unos pocos árboles, de tal forma que se necesitaría hacer un gran esfuerzo para reunir de manera constante una cantidad de frutas pues se tendría que ir consiguiendo un poquito de fruta de un sinnúmero de sitios esparcidos.

Por otro lado, nadie tiene una gran producción de frutas, precisamen-te porque no hay dónde vender esa cantidad. De manera que no existe una

10 Dorward et ál., “Coordination risk and cost impacts”.

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despulpadora porque no hay una gran producción de fruta y no hay una gran producción de fruta porque no hay una despulpadora: eso se llama una falla de coordinación. Para lograr ese negocio alguien tendría que en-cargarse de hacer la coordinación necesaria para convencer a los produc-tores de empezar a sembrar frutales con el fin de vender el producto a una despulpadora todavía no existente y a la vez convencer a unos empresarios de montar una despulpadora para procesar frutas que todavía no existen. Sin esa coordinación, no hay ningún trato y el mercado sigue como ha es-tado. En resumen, estas características hacen que los mercados aislados, o sea, del margen, disten de funcionar “óptimamente” según los parámetros de la economía neoclásica. Dicho eso, es necesario observar que un merca-do con estas características puede ser muy adecuado para las condiciones locales del margen; los problemas aparecen cuando las condiciones locales empiezan a cambiar, especialmente debido al crecimiento, que es lo que está pasando en Leticia.

De lo anterior se desprende que buena parte del desempeño de un mercado depende no solo de su grado de aislamiento sino también de su tamaño y la densidad en términos de oferta y demanda. Por el lado de la oferta, ya se dio el ejemplo de los frutales: hay algo de producción pero se encuentra muy esparcida, por lo cual hay poca densidad; no es fácil reunir el producto para apropiarse de él en cantidades que valgan la pena llevar al mercado, y entonces la oferta de este producto no es muy fuerte. Por el lado de la demanda, también importa la densidad (la cuantía y su distribución en el espacio). Cuando hay poca población, no hay mucha demanda para nada; y si la demanda se encuentra esparcida, es todavía más difícil abas-tecerla. En tales condiciones, la gente se dedica a producir ellos mismos lo que necesitan y por tanto no hay mucho desarrollo de los mercados, los cuales, si logran existir, sufrirán de ser incompletos.

mercados completos e imperfectos (inexistentes o incompletos)Considere la siguiente expresión (un tanto sardónica) de muchos de

los supuestos que subyacen a la versión ortodoxa del mercado:“El mercado” es visto convencionalmente como… un campo atomístico del intercambio económico impersonal de bienes homogéneos por me-dio de transacciones voluntarias en igualdad de condiciones entre núme-ros grandes de entes autónomos y plenamente informados, motivados al

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comportamiento maximizador de ganancias y que pueden entrar y salir libremente [del mercado]11. (Traducción e itálicas mías)

Esta es una representación fiel (aunque un poco increíble) de lo que la economía neoclásica considera un mercado perfecto; circunstancias que se aproximan a este ideal caracterizarían un mercado “completo”. Todos los términos subrayados son atributos que muy probablemente no existen en los mercados del margen, por las razones expuestas anteriormente. En la medida en que un mercado se desvía de esta visión, se considera un mer-cado “imperfecto” o “incompleto”, cuyas carencias lo hacen débil y suscep-tible a ineficiencias.

Pero en el margen los mercados incompletos son la regla y no la excepción. Incluso, a veces simplemente no existe suficiente oferta o de-manda para generar un mercado. En la zona de estudio, este es el caso de algunos insumos del proceso productivo y también ocurre por ejemplo con el crédito. Igualmente puede haber impedimentos para el surgimiento de mercados específicos (p. ej., en los resguardos indígenas se prohíbe un mercado de la tierra).

En principio, los mercados inexistentes o incompletos son una mala cosa, puesto que para el buen funcionamiento de una economía de mer-cado, en primer lugar debe existir un mercado para todo bien escaso y en segundo lugar cada uno de estos mercados debe ser “completo”12. De-bido a la interdependencia de los diferentes mercados, el desempeño de uno afecta al de otros, de tal forma que todo el sistema resulta afecta-do. Un ejemplo: considere el caso de un productor que quiera sembrar cinco hectáreas de arroz en la várzea (un área bastante grande, dadas las condiciones locales). Más allá de los limitantes de índole ecológica y socioeconómica, también va a enfrentar varios problemas en términos de los mercados. Primero, la posibilidad de acceder a esta extensión de terreno no se puede dar por sentado pues se trata de un resguardo que asigna la tierra mediante mecanismos propios que no corresponden al mercado. Segundo, obtener algunos insumos como la semilla puede ser

11 Barbara Harriss-White, “Maps and landscapes of grain markets in South Asia”, en John Harriss, Janet Hunter y Colin M. Lewis (eds.), The new institutional economics and Third World development (London: Routledge, 1995), 87-108.

12 Andrew Dorward, Jonathan Kydd, Jamie Morrison y Colin Poulton, “Institutions, markets and economic co-ordination: Linking development policy to theory and praxis”, Develop-ment and Change 36 (1, 2005), 1-25.

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problemático, porque ese mercado será inexistente o incompleto (y por tanto ineficiente, probablemente resultando en un costo alto). Tercero, va a sentir las imperfecciones de un mercado parcial para la mano de obra (importante para sembrar, desyerbar y especialmente cosechar). Cuarto, si necesita dinero para acceder a los insumos o la mano de obra, pronto encontrará la inexistencia o las deficiencias del mercado para el crédito. Finalmente, con el producto cosechado, bien puede tener problemas con su venta por defectos en los mercados de arroz en cáscara. Una falla de mercado en cualquiera de estos puntos afectará de manera negativa a las demás transacciones y bien podrá ser suficiente para que toda la inicia-tiva fracase. Entre todos estos mercados, la ausencia de un mercado de tierra en los resguardos indígenas es especialmente interesante puesto que tiene impactos que van mucho más allá de este mercado particular; entre ellos, afecta al mercado laboral. Ya que la tierra en los resguardos es inalienable, imprescriptible e inembargable, a todos sus integrantes se les proporciona la posibilidad de obtener al menos una parte importante, si no todo, de su sustento a través de la tierra. En otras palabras, no ne-cesitan acudir al mercado laboral para sobrevivir y, en la medida en que participen en ese mercado, su disponibilidad y disposición de hacerlo serán afectadas por la posibilidad de dedicarse más bien a actividades de subsistencia propia. Ya que tantas otras actividades de mercado de-penden del mercado laboral, es claro que la ausencia de un mercado de tierra en la zona rural (debido a la preponderancia de los resguardos) representa un reto bastante fuerte al futuro desarrollo de “el mercado” en la zona. Otro mercado afectado por la inembargabilidad de la tierra en resguardos, con claras consecuencias para los demás mercados, es el del crédito, en cuanto no se puede usar estas tierras como garantía para acceder a préstamos formales.

instituciones como mecanismos facilitadoresEn todos los mercados, sean completos o incompletos, las transaccio-

nes son mediadas por las instituciones sociales. Las instituciones, en este sentido, no son organizaciones y mucho menos actores, sino “las reglas del juego” de una sociedad; comprenden las restricciones (e incentivos) creadas por los humanos que estructuran sus interacciones. Consisten en todas las reglas formales (la normatividad), conductas informales (conven-ciones, etc.) y mecanismos de cumplimiento que sirven para guiar el com-

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portamiento de la gente13, para reducir la incertidumbre y el riesgo en las interacciones y también para reducir los costos de transacción, de manera que permiten manejar algunas de las fallas de mercado ya mencionadas, incluidos los mercados incompletos y otros resultados del aislamiento.

Hay varias formas en que las instituciones propias del margen ayu-dan a superar los efectos de los mercados imperfectos que ahí son pre-dominantes. En primera instancia, operan unos principios y objetivos diferentes a los de la teoría neoclásica; por ejemplo, la maximización de las ganancias y la eficiencia que esta acarrea. Pueden ser más importantes los valores o normas sociales que privilegian el bienestar, la equidad o derechos y morales tradicionales; también a veces prima la necesidad de poder realizar una transacción aunque el proceso sea ineficiente o incu-rra en costos altos que reduzcan las ganancias. En este sentido, los princi-pios que subyacen a las instituciones del margen son más adecuados para las condiciones imperantes en los mercados imperfectos y no intentan imponer criterios que no se ajusten al contexto económico local. Otra manera en que las instituciones ayudan en esta situación es que están poco formalizadas y por tanto permiten mayor flexibilidad, que se re-quiere para la muy variable funcionalidad de los mercados imperfectos14. El importante papel ya mencionado de las relaciones personales y el valor de la reputación personal ayudan a generar cierta confianza en las tran-sacciones, que de otra manera estaría ausente; el “intercambio imperso-nal” postulado en el ideal neoclásico supone una confianza garantizada a través de otros mecanismos15, propios de los mercados completos pero no de los incompletos. Un arreglo institucional, que es una violación del supuesto neoclásico de mercados independientes pero que frecuentemen-te termina siendo muy apropiado para los mercados imperfectos, es el de atar o amarrar mercados diferentes16. El ejemplo clásico de esto (que no obstante es muy infrecuente en el Trapecio amazónico) es la aparcería, una especie de contrato entre el dueño de un terreno que no tiene mano de obra y los “dueños” de la mano de obra que no tienen terreno; en este

13 Douglas C. North, Instituciones, cambio institucional y desempeño económico.14 Jean-Philippe Platteau, Institutions, social norms, and economic development.15 Douglas C. North, Instituciones, cambio institucional y desempeño económico.16 Pranab Bardhan, “A note on interlinked rural economic arrangements”, en Pranab Bardhan

(ed.), The economic theory of agrarian institutions (Oxford: Clarendon Press, 1989), 237-242.

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contrato el uno pone el terreno y los otros ponen el trabajo y al final se divide el producto entre las dos partes. A fin de cuentas, atar el mercado de la tierra al mercado laboral permite realizar una transacción (y otras subsecuentes, como la venta del producto), ostensiblemente a beneficio de ambas partes (aunque pueda haber explotación, como con cualquier otra transacción), que de otra forma no se hubiera realizado dadas las insuficiencias en ambos mercados incompletos. Atar muchos mercados diferentes es bastante común en el Trapecio amazónico, especialmente en las relaciones de producción, y sigue siendo uno de los mecanismos más efectivos para superar los efectos de los mercados imperfectos. Podría ser una solución a la falla de coordinación del caso previamente mencionado de la despulpadora de frutas: los dueños de una despulpadora podrían asegurar la provisión constante de materia prima atando el mercado de frutas a los mercados que surten las varias necesidades de los producto-res de frutas (crédito, insumos, asistencia técnica, etc.). De hecho, atar mercados en el margen es casi imprescindible en cualquier situación de especificidad de activos17, cuando un activo puede usarse solamente para un propósito dado (p. ej., una trilladora de arroz sirve únicamente para descascarar y tal vez pulir arroz, un desgranador de maíz sirve solo para desgranar maíz).

En la medida en que el mercado tenga fallas, el Estado puede tener un papel importante creando instituciones formales que potencialicen un ambiente favorable al mercado y reduzcan los costos de transacción18. Hasta la teoría neoclásica asigna al Estado la estandarización, regulación y vigilancia de las actividades y relaciones económicas, la provisión de infor-mación e infraestructura y la promoción del desarrollo a largo plazo19. Un rol más activo para el Estado podría contemplar la expansión de la oferta y la demanda a través de políticas fiscales y monetarias, la coordinación entre actores del mercado y hasta hacer las veces del mercado cuando este todavía no funciona de manera adecuada.

Sin embargo, si en las condiciones del margen el mercado sufre de insuficiencias, el Estado comparte este padecimiento y, la verdad, no tiene mucha capacidad de subsanar las fallas del mercado. Los efectos de la dis-

17 Oliver E. Williamson, The economic institutions of capitalism.18 Andrew Dorward et ál., “Institutions, markets and economic co-ordination”; Douglas C.

North, Instituciones, cambio institucional y desempeño económico.19 Paul A. Samuelson y William D. Nordhaus, Economía (Bogotá: McGraw-Hill, 2006).

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tancia, el aislamiento, la baja densidad poblacional y de recursos también afectan de manera negativa la posibilidad de que el Estado provea servicios y recaude los fondos que necesitaría para eso20. Además, en el Trapecio amazónico el enfoque principal del Estado parece estar más orientado ha-cia la “presencia nacional”, la soberanía y la seguridad de la frontera; lo de liderar o coordinar la actividad económica definitivamente no es su fuerte. De tal forma que, a fin de cuentas, ni el mercado ni el Estado son capaces de coordinar la actividad económica y así superar las imperfecciones de los mercados en el margen. Por ello predominan las instituciones informales en la zona.

Conclusiones sobre el futuroRevisemos la situación descrita hasta el momento. En el margen exis-

te una población relativamente pequeña y esparcida asentada en un área con recursos presentes en baja densidad. Los diminutos mercados locales son incompletos y están lejos de ser eficientes, condición que es reforza-da por una situación de relativo aislamiento de mercados más dinámicos. Las instituciones sociales que gobiernan el comportamiento en los merca-dos violan todos los requisitos neoclásicos para la eficiencia, pero logran funcionar y promueven transacciones que de otra forma serían imposibles (ni hablar de eficientes) en el contexto aislado del margen. El Estado, que en otros ámbitos sería encargado de corregir las fallas de estos mercados, resulta bastante inadecuado para la tarea, de tal forma que los mercados diminutos e incompletos siguen regidos por instituciones ineficientes (aunque efectivas).

Pero esta situación empieza a cambiar rápidamente, al menos en el sur del Trapecio amazónico. Las ciudades amazónicas, como Leticia, están creciendo rápidamente, creando densidades de demanda cada vez mayo-res. Además del aumento en la demanda que implica una población mayor, una mayor densidad poblacional conduce a la especialización en la activi-dad económica y con ello al intercambio; cuando se puede vender un pro-ducto a miles y miles de personas, resulta factible dedicarse solamente a esa actividad. Igualmente, una mayor densidad en la demanda lleva a la esca-

20 Jonathan Kydd y Andrew Dorward, “Implications of market and coordination failures for rural development in least developed countries”, Journal of International Development 16 (7, 2004), 951-970.

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sez relativa y la consecuente valoración de ciertos recursos, estimulando la oferta y de paso contribuyendo a que estos recursos sean más apropiables a través del mayor desarrollo de derechos de propiedad sobre ellos21. Este efecto es claro en algunas comunidades rurales cercanas a Leticia, donde por ejemplo el acceso a la tierra que puede ser usada para producir alimen-tos que se venden en la ciudad es celosamente regulado. De manera que estas ciudades en rápido crecimiento constituyen fuertes motores de la ex-tensión e intensificación de las transacciones de mercado. Así se entienden mejor las implicaciones de una afirmación que hizo un productor que vive cerca de la ciudad: hoy día, todo lo que uno lleva a Leticia se logra vender. Casi todos los productores afirman que es común que los intermediarios los interceptan en el río, antes de llegar al puerto, con el fin de comprarles el producto, y los que viven cerca de Leticia dicen que hay intermediarios que los buscan en sus casas ofreciendo comprarles lo que tengan para vender. Frente a esta demanda, definitivamente se ha establecido una producción destinada de manera anticipada a la venta (notar que aquí hay un cambio de objetivo), pues los productores se dan cuenta que en Leticia se puede vender mayores cantidades, más rápido (casi de inmediato, si uno quiere, y algunos sí quieren), de una mayor variedad de productos. Paralelamente, las comunidades rurales, hoy día asentadas en puntos fijos, también están creciendo rápidamente, de forma que allí también empieza a haber presio-nes sobre recursos escasos, algún grado de especialización en las activida-des económicas (jalonada tanto por la valoración de los recursos como por la mayor densidad poblacional de la comunidad) y por tanto cierto ímpetu al intercambio. En resumidas cuentas, el rápido crecimiento poblacional en la Amazonia está llevando a una expansión no solo de la demanda sino también de la oferta. A esto se puede agregar la influencia de fenómenos generados externamente que impactan en especial en las economías ru-rales locales, pero que también tienen incidencia en las zonas urbanas: la monetarización que acompaña el turismo, las transferencias, el pago de servicios públicos, los proyectos, la economía de la coca, etc. Los mercados están creciendo y con ello empiezan a adquirir atributos más cercanos a los del ideal neoclásico de un mercado completo. Esta tendencia es reforzada por una reducción cada vez mayor en el aislamiento de estos mercados, puesto que mercados más grandes y más dinámicos van erosionando las

21 Jean-Philippe Platteau, Institutions, social norms, and economic development.

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barreras impuestas por la distancia. Todo lo anterior señala el progresivo desarrollo de mercados más completos, más profundos y más extensivos.

En estas nuevas circunstancias, la manera en que han venido fun-cionando estos mercados ya no da abasto. Las instituciones sociales que regulan los mercados, instituciones que anteriormente eran adecuadas al contexto del margen y que lubricaban las transacciones en situaciones de aislamiento y mercados imperfectos, dejan de ser tan relevantes e incluso pueden pasar de facilitadores a impedimentos22. Así que las instituciones también necesitan desarrollarse para que los mercados evolucionados lo-gren un adecuado desempeño. Esto tal vez no sea del agrado de todos (es-pecialmente los que “ganaban” con las instituciones anteriores), pero el hecho es que los mercados cumplen la función de facilitar el intercambio y todos, desde siempre, necesitan el intercambio. El punto es que los mer-cados son necesarios (hasta que se desarrolle algún sustituto mejor), y si para cumplir su función se requieren modificaciones en las instituciones, esto llegará a pasar tarde o temprano. Los cambios que vienen no necesa-riamente son buenos o malos (dependerá de la perspectiva), pero es impor-tante reconocer que estos cambios se están haciendo evidentes.

Con estos cambios, es previsible que surjan tensiones inevitables en-tre los modos de vida (las actividades económicas y las instituciones que las gobiernan, al igual que los objetivos de los participantes en el mercado) “tradicionales” y “modernos”. Los indicios sobre el terreno, tales como las decisiones de los participantes en los mercados, parecen señalar que en muchos sentidos la preferencia es por los modos de vida “modernos”. Y aunque las instituciones informales son las más resistentes al cambio23, su transformación es mucho más probable cuando la decisión (a veces in-consciente) proviene de los mismos participantes.

Frente a esta situación, parece no valer de mucho entrar en la ne-gación; es más apropiado tomar conciencia de lo que está pasando y por qué, y tratar de prever cuáles cambios se están gestionando, al igual que los impactos que tendrán. De esta manera se podría ayudar a construir una forma “negociada” o “planeada” de transición, incluyendo la posibilidad de conservar ciertos elementos “tradicionales”, y buscar las instituciones apropiadas para los cambios deseados.

22 Douglas C. North, Instituciones, cambio institucional y desempeño económico; Jean-Phili-ppe Platteau, Institutions, social norms, and economic development.

23 Ibíd.

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