la sociología

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Emilio Blanco Ensayo LA SOCIOLOGÍA NO ES UNA DISCIPLINA Crítica de la práctica sociológica a través de una aplicación crítica de la teoría de Pierre Bourdieu Por Emilio Blanco Introducción La aplicación que Bourdieu hace al campo científico de su teoría general puede valorarse desde distintos puntos de vista. En primer término, constituye un aparato conceptual para entender cómo los agentes del campo científico interpretan las situaciones y desarrollan estrategias. En segundo lugar, esta teoría pretende explicar la dinámica de los procesos de transformación del campo científico. La teoría tiene además el objetivo de valorar el conocimiento producido científicamente, erigiéndose como solución a la dicotomía relativismo / objetivismo. En este trabajo examino críticamente los rendimientos de la teoría en estos tres niveles, enfocándome en particular en la sociología como disciplina. Para ello expondré, en el primer apartado, las nociones generales de la teoría de los campos de Bourdieu. En segundo lugar, resumiré sus principales definiciones y conclusiones sobre la posibilidad del conocimiento objetivo cuando esta teoría es aplicada al campo científico. A continuación me centraré en las características específicas de la sociología. Entiendo que esta disciplina muestra niveles de heteronomía y segmentación interna que dificultan concebirla como una unidad empírica. Curiosamente, la heteronomía no es una condición que impida la diferenciación, sino que incluso puede la incrementa. Dentro de lo que se denomina “sociología” existen sectores más autónomos que otros, y esto funda una primera diferencia: i) la orientación de las estrategias hacia el reconocimiento externo (del entorno social), que reproduce el capital social y administrativo de ciertos agentes; ii) la orientación de las estrategias hacia el reconocimiento interno, propiamente académico, que reproduce el capital simbólico. Cada una de estas estrategias implica habitus diferenciados. En cada una de estas áreas existen dinámicas propias de diferenciación y des-diferenciación. No obstante, en cada una de ellas se observan también niveles de fragmentación que impiden la identificación de jerarquías únicas. La diferencia entre posiciones dominantes y dominadas no puede observarse, por lo tanto, en la disciplina como un todo, sino en niveles regionales e institucionales más bajos. De todas formas, el nombre “sociología” continúa siendo reconocido y utilizado en el campo de las ciencias sociales, lo cual significa que representa y condensa un reconocimiento que los agentes consideran conveniente mantener. En la última sección sostendré que esta unidad se debe a los beneficios que reporta para la disciplina en términos de recursos económicos y políticos (en relación con otras Emilio Blanco es Candidato a Doctor en Ciencias Sociales FLACSO, Sede México. Su actividad de investigación se ha centrado en la sociología de la educación y en los movimientos sociales. Ha ejercido como docente ayudante de las Cátedras de Estadística y Metodología en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República. Ha participado como colaborador en trabajos de investigación y publicaciones para el Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEE) de la Secretaría de Educación Pública de México, así como para el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).

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LA SOCIOLOGÍA NO ES UNA DISCIPLINA

Crítica de la práctica sociológica a través de una

aplicación crítica de la teoría de Pierre Bourdieu

Por Emilio Blanco�∗

IntroducciónLa aplicación que Bourdieu hace al campo científico de su teoría general puede valorarse desde distintos puntos de vista. En primer término, constituye un aparato conceptual para entender cómo los agentes del campo científico interpretan las situaciones y desarrollan estrategias. En segundo lugar, esta teoría pretende explicar la dinámica de los procesos de transformación del campo científico. La teoría tiene además el objetivo de valorar el conocimiento producido científicamente, erigiéndose como solución a la dicotomía relativismo / objetivismo.

En este trabajo examino críticamente los rendimientos de la teoría en estos tres niveles, enfocándome en particular en la sociología como disciplina. Para ello expondré, en el primer apartado, las nociones generales de la teoría de los campos de Bourdieu. En segundo lugar, resumiré sus principales definiciones y conclusiones sobre la posibilidad del conocimiento objetivo cuando esta teoría es aplicada al campo científico. A continuación me centraré en las características específicas de la sociología. Entiendo que esta disciplina muestra niveles de heteronomía y segmentación interna que dificultan concebirla como una unidad empírica. Curiosamente, la heteronomía no es una condición que impida la diferenciación, sino que incluso puede la incrementa. Dentro de lo que se denomina “sociología” existen sectores más autónomos que otros, y esto funda una primera diferencia: i) la orientación de las estrategias hacia el reconocimiento externo (del entorno social), que reproduce el capital social y administrativo de ciertos agentes; ii) la orientación de las estrategias hacia el reconocimiento interno, propiamente académico, que reproduce el capital simbólico. Cada una de estas estrategias implica habitus diferenciados. En cada una de estas áreas existen dinámicas propias de diferenciación y des-diferenciación. No obstante, en cada una de ellas se observan también niveles de fragmentación que impiden la identificación de jerarquías únicas. La diferencia entre posiciones dominantes y dominadas no puede observarse, por lo tanto, en la disciplina como un todo, sino en niveles regionales e institucionales más bajos. De todas formas, el nombre “sociología” continúa siendo reconocido y utilizado en el campo de las ciencias sociales, lo cual significa que representa y condensa un reconocimiento que los agentes consideran conveniente mantener. En la última sección sostendré que esta unidad se debe a los beneficios que reporta para la disciplina en términos de recursos económicos y políticos (en relación con otras

� ∗ Emilio Blanco es Candidato a Doctor en Ciencias Sociales FLACSO, Sede México. Su actividad de investigación se ha centrado en la sociología de la educación y en los movimientos sociales. Ha ejercido como docente ayudante de las Cátedras de Estadística y Metodología en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República. Ha participado como colaborador en trabajos de investigación y publicaciones para el Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEE) de la Secretaría de Educación Pública de México, así como para el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).

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disciplinas del campo de las ciencias sociales), a través de diversos mecanismos, lo cual no siempre implica un uso cínico del término.

Campo; capital; habitus.Para Bourdieu, un campo es un espacio constituido por posiciones y relaciones, cuya constitución es producto de una acumulación histórica concreta, y su mantenimiento depende de la estructura de dichas relaciones. Las posiciones están definidas por su participación en, o posesión de, “especies” de capital específicas en cada campo. El capital puede ser definido como una acumulación resultante de algún tipo de trabajo (Bourdieu 1986: 241). El resultado de esta acumulación (trabajo, inversión de tiempo, transformación de otras especies de capital) es empíricamente observable bajo tres “formas”: objetivada (materialmente), incorporada (en disposiciones de agentes), o institucionalizada (lo que introduce la consideración del reconocimiento simbólico, y lleva a un extremo la metáfora de la ilusión cómplice del juego). Las relaciones entre los agentes de un campo específico (elementalmente sujetos, pero también grupos y organizaciones), dependen de sus posiciones, definidas por el volumen y la composición de su capital. Estas relaciones pueden entenderse fundamentalmente como relaciones de poder (que comprenden tanto el conflicto como la cooperación), donde algunos agentes (dominantes) están en posición de aprovechar el capital o el trabajo de otros en su favor (dominados), y de realizar inversiones más eficientes de su propio capital. Este poder, asimismo, comporta diferentes posibilidades de incidir en la conservación o transformación de la estructura del campo, a través de la valorización de las diferentes especies de capital (uno de cuyos recursos principales, cuando se trata de formas simbólicas de capital, es la institucionalización). El poder que el capital confiere, entonces, es entendido tanto bajo formas objetivas como simbólicas. A la objetividad de las diferencias de capital entre las posiciones se agregan los efectos objetivos de unas prácticas subjetivas, cuyos límites están constituidos en la misma historia del campo. Si el capital objetivado es el dato que permite definir, para cada posición, sus probabilidades de aprovechar la estructura del campo y de mantener o transformar esta situación, es el capital incorporado el que permite explicar las formas de observar y actuar en el campo, las percepciones, estrategias y trayectorias de los agentes. A través del concepto de habitus, Bourdieu entiende el esquema de percepciones y disposiciones a la acción incorporado en cada agente como producto de sus condiciones de partida, sus experiencias, inversiones y resultados en el campo. El habitus se constituye, entonces, a lo largo de una historia particular, y provee al individuo de competencias cognitivas y performativas relacionadas con el campo.

Es esta forma de “razón práctica” la que permite a los agentes entender su posición dentro del campo, evaluar sus posibilidades (razonables), e invertir razonablemente su capital, sin necesidad calcular racionalmente todos los movimientos y opciones posibles. Es, finalmente, a través del habitus como puede explicarse que la estructura del campo se mantenga, debido a que permite la reproducción de las diferencias en las posiciones (reproducción de los ciclos de acumulación de capital), y la reproducción de los intereses específicos (en la acumulación de capital) y generales (en el mantenimiento del juego).

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A través de esta teoría Bourdieu avanza en forma importante en el intento de integrar las perspectivas estructuralistas e interaccionistas de la sociología, recogiendo además los aciertos del culturalismo sin perder de vista la dimensión estratégica de la acción. Numerosas críticas se han erigido contra este intento, en particular su privilegio de los factores estructurales, de una visión holística de la sociedad, y sus dificultades para explicar el cambio social. En los apartados sucesivos mostraré cómo algunas de estas críticas pueden sostenerse cuando intentamos aplicar esta teoría al campo científico, particularmente a la sociología como disciplina.

El campo científico: capital simbólico y condiciones sociales de la objetividad. Lo que permite definir a la ciencia como un campo relativamente autónomo es la estructuración de sus posiciones y relaciones a partir de una especie distintiva de capital. En su forma más general, en su forma pura, el capital científico es un capital simbólico, esto es, basado en el reconocimiento de que goza un agente por parte de otros agentes significativos dentro del campo. El trabajo científico, leído desde esta lógica, está orientado no solo a generar conocimiento desinteresado (como se supondría desde una visión idealizada de la ciencia), sino también a aumentar el reconocimiento de los agentes, a través de la realización de contribuciones distintivas al conocimiento. El capital científico, en tanto acumulación de reconocimiento (institucionalizado o informal), no es objetivable ni fácilmente transmisible en forma íntegra. Sin embargo, su mismo carácter simbólico permite que, quienes están cerca de una persona o pertenecen a una institución prestigiosa, disfruten de parte de este prestigio aunque ellos mismos no hayan realizado aún contribuciones significativas en su área de conocimiento. Asimismo, dado que lo que se acumula es reconocimiento de pares, se hace evidente la importancia de quiénes lo concedan: el reconocimiento será tanto más valioso cuanto mayor sea el reconocimiento de quienes reconocen. Esto significa que la acumulación del capital simbólico depende de la distribución del capital simbólico: como científico, preferiré ganar el reconocimiento de personas ya reconocidas, lo que hará necesario que desarrolle estrategias de investigación orientadas hacia determinados temas, publicación en determinadas revistas, vinculación con ciertas personas y organizaciones. La lucha interesada dentro del campo se establece, para Bourdieu, alrededor del monopolio legítimo de la autoridad científica (Bourdieu 2000: 12). Esta autoridad es la que define las posiciones dominantes (que son aquellas que pueden aprovechar la estructura para que opere a su favor, es decir, para contar con mayores posibilidades de acumulación de capital) y las dominadas (aquellas que, por disponer de un menor capital, son más propensos a reconocer que a ser recononcidos, a trabajar para el prestigio de otros que para el propio).

En el campo científico, como en el resto, cabe pensar en dos tipos simultáneos de lucha: i) una, por la acumulación diferencial de reconocimiento dentro de reglas establecidas (temas, teorías y métodos dominantes); ii) otra, por la definición de las reglas dominantes, cuya modificación puede implicar un cambio en toda la estructura y los caminos de producción del reconocimiento. Las posiciones dominantes son aquellas que no solo tienen mejores posibilidades de acumular el reconocimiento a través de los recursos legitimados, sino que también las que tienen mayores oportunidades de incidir en la definición

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de qué es un recurso legítimo para ser reconocido. Deberíamos, en principio, a concluir que los campos científicos son tan conservadores y propensos a su propia reproducción como el resto. Sin embargo, veremos que estas conclusiones podrían no ser igualmente válidas para las ciencias sociales que para las ciencias naturales. Las conclusiones de este trabajo apuntan incluso a mostrar que la sociología en particular podría no ser concebible como una disciplina “objetivable” en los términos de Bourdieu. Careciendo de tal unidad, sería difícil establecer cuáles son las posiciones dominantes en su interior. Bourdieu supone que así como existen posiciones dominantes y dominadas dentro del campo, existen diferentes habitus que guían las decisiones de los agentes. Sus trayectorias brillantes u oscuras, sus tomas de posición ortodoxas o heterodoxas, su tendencia a explorar los márgenes del campo, dependerán del reconocimiento que estos agentes tengan a su favor, y de sus posibilidades de inversión y del resultado estas. La mayor parte de las consideraciones del autor sobre el campo científico están orientadas a explicar, a partir de estas nociones, las conductas de los agentes: su propensión al riesgo, su tendencia a cuestionar o aceptar las definiciones dominantes, y más generalmente, sus apuestas científicas (qué investigar, cómo investigarlo, durante cuánto tiempo, cómo publicar los hallazgos).

Una consideración tal hace aparecer a la comunidad científica no como un grupo desinteresado de colegas que discuten libremente en búsqueda de la verdad, sino como un espacio de conflicto y decisiones estratégicas que afectan la forma como se produce el conocimiento. Los hallazgos científicos no son, entonces, inevitables o eficientes (en el corto plazo), sino el producto de relaciones de dominación y resistencia, mediadas por un tipo de poder particularmente inasible e inestable.

¿Cómo es posible, en estas condiciones, que el campo científico produzca conocimiento válido? La respuesta de Bourdieu a esta pregunta (que intenta defender parcialmente la noción de objetividad en la ciencia), resulta un tanto ambigua. Defiende la idea, por una parte, de que el conocimiento es producto de una acuerdo intersubjetivo sobre reglas de producción e interpretación de los datos, vinculadas a la identidad de los grupos involucrados (Bourdieu 2003: 131). El efecto de realidad del conocimiento, en estas condiciones (lo que podría explicar la generación de conocimiento imprevisto), es u producto emergente de las propias estructuras de discusión legitimadas dentro del campo, altamente competitivas, donde los argumentos son sujetos a una publicidad que despoja a los enunciados de sus condiciones contextuales de enunciación (despersonalización, universalización).

Para el autor, entonces, la competencia dentro del campo únicamente se detiene en un acuerdo unánime respecto a que debe ser “en la realidad” donde se valide el conocimiento: esta es la primera regla del juego, la condición del mantenimiento de la ilusión. Si bien el “contraste con la realidad” es susceptible de múltiples definiciones (qué es verificación, cómo se produce, qué es un dato), el efecto dominante es una dinámica minuciosa de discusión y verificación de los hallazgos, donde estos se despojan progresivamente de las condiciones de su producción. Debe entenderse, entonces, que los habitus y las estrategias que condicionan en los agentes, las relaciones de dominación del campo, son capaces de generar un producto objetivo que, más allá de su condición social, no puede ser puesto en cuestión únicamente a partir de posiciones de poder, e implica el reconocimiento por parte de cualquier esquema de observación (o al menos, el reconocimiento de que es necesario refutar dicho producto a partir de determinados procedimientos y no de otros).

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La solución de Bourdieu al problema de la objetividad del conocimiento científico concede, como puede observarse, mayor favor a la postura “realista” que a la “relativista”. Obviamente, no es un resultado que logre desechar los argumentos relativistas más radicales (aunque estos argumentos tampoco pueden demostrarse empíricamente, por su misma naturaleza), pero constituye un avance importante dentro de los límites de una teoría que intente mantener referentes empíricos. En este trabajo, sin embargo, no pretendo discutir este aspecto de la teoría de Bourdieu sino lateralmente. Mi interés central está en aplicar algunos de estos conceptos para entender la particular dinámica de las ciencias sociales, en especial de la sociología: su unidad, su autonomía y sus dinámicas de cambio. Para ello será necesario introducir otros conceptos que Bourdieu utiliza, y que complejizan la conceptuación del campo científico: i) la coexistencia del capital puramente científico (sustentado en las contribuciones al conocimiento) con otro tipo de capital no simbólico, temporal, que incide en las probabilidades de reconocimiento y legitimación de procedimientos; ii) la dependencia del campo científico de recursos económicos y políticos, que representan una presión sobre sus límites. ¿Sociología? (Autonomía? Unidad? Dominación?)La autonomía del campo científico y de sus disciplinas debe entenderse como la capacidad de producir conocimiento (en tanto objetivo y en tanto medio de conocimiento) a partir de problemas, teorías y métodos propios. Este concepto está directamente relacionado con la unidad del campo y su posibilidad de establecer límites al ingreso de agentes, problemas, teorías y métodos provenientes de otros campos. El problema para establecer la autonomía empírica del campo científico, y para concebirlo como una unidad analítica, reside en que el capital simbólico a través del cual constituye mantiene una dependencia significativa respecto de otras formas de capital, fundamentalmente el económico y el político. Este problema teórico es similar al que se presenta con el concepto de capital social: su producción y reproducción podría depender de sus vínculos con otras formas de capital, más básicas, arraigadas en determinadas condiciones materiales (la fuerza; la vida). En el caso del campo científico considerado como un todo, el riesgo es que la jerarquía de sus temas y problemas (o peor aún, de sus soluciones) no esté generada dentro del mismo campo, sino que sea introducida desde otros campos, a través de los medios materiales y políticos que habilitan o restringen la generación del conocimiento. Esto lleva a pensar que, así como para comprender las dinámicas de producción del conocimiento en los laboratorios es necesario concebir al campo científico en su totalidad, para comprender las dinámicas de este último es necesario remitir al campo social en su conjunto, y las relaciones del campo científico con otros campos. En el caso de las diferentes disciplinas del campo científico, a este riesgo se agrega (para aquellas que, como la sociología, están ubicadas en posiciones jerárquicas inferiores), la presión que desde otras disciplinas se ejerce, sea en pro de la desaparición de la disciplina como tal (lucha por asignación de recursos), o de la introducción de teorías y métodos de forma tal que el objeto específico de la disciplina se desvanezca.

Para la sociología, por ejemplo, puede pensarse actualmente al menos en una doble hibridación con respecto a métodos y temas: una desde la “derecha” (hibridación desde la economía, introduciendo

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un privilegio desmedido del uso de métodos estadísticos como forma de contrastación, así como teorías de la acción racional y problemas que solo pueden resolverse a partir de esta teoría), y otra desde la “izquierda” (hibridación desde la filosofía, rechazo a la posibilidad de estabilizar formas de conocimiento a través de métodos referidos a la realidad, estableciendo la especulación creativa como método privilegiado). En ambos casos, la hibridación de temas, teorías y métodos conlleva en forma más o menos subrepticia una invasión de la disciplina por parte de los sesgos normativos de otras, de ahí la razón para utilizar términos como “hibridación desde la derecha” o “desde la izquierda”.

Pero si una disciplina no logra estabilizar al menos una definición genérica de su objeto, traspasada por definiciones y problemas externos (no sociológicos – como la innovación tecnológica en las empresas -, o meramente “sociales”, – como el embarazo adolescente, la violencia en las escuelas, etc.-), ¿debemos seguir refiriendo a la disciplina como tal? Tal vez la hibridación vuelva imposible reconocer dinámicas de acumulación de capital comparables entre sí, volviendo inútil la identificación de una disciplina sociológica. Si esto fuese cierto, todavía debería explicarse por qué y cómo la metáfora de la sociología continúa funcionando entre los agentes.

La relación de la autonomía del campo con el poder socialMi argumento parte de establecer que, si la hibridación puede producirse, se debe principalmente a que, como sostiene Bourdieu, junto al capital propiamente científico coexiste un capital igualmente importante en el campo, que podría denominarse temporal-social, y que se forma en la distribución del poder político-administrativo propio del campo. Quienes ocupan posiciones privilegiadas en esta distribución no necesariamente son los mismos que ocupan posiciones privilegiadas en la distribución del reconocimiento, y sin embargo tienen poder para determinar flujos económicos, para influir en las decisiones sobre publicaciones, temarios de congresos, admisión de profesores e investigadores a organizaciones, etc. Este tipo de poder que es capaz de estructurar las dinámicas de la producción científica a partir de lógicas que no le son propias, podría constituir el “sensor interno” que restringe la autonomía del campo a partir de la influencia de la política y el dinero. Al pensar la unidad de cada disciplina, convendría formularse varias preguntas relacionadas con estos temas: i) en qué medida la distribución del poder social se correlaciona con el reconocimiento, es decir, hasta qué punto el incremento en una especie de capital aumenta las probabilidades de acumulación de la otra especie (por lo tanto, hasta qué punto puede pensarse en estrategias independientes para cada tipo de capital, sustentadas en habitus independientes; ii) más específicamente, si posiciones socialmente dominantes permiten incidir en el privilegio de temas, teorías y métodos; iii) si las dos características anteriores dependen y fomentan el grado de heteronomía del campo; iv) si el grado de heteronomía de una disciplina puede llevarnos a desechar la concepción de la disciplina como tal. Parece claro que, tal como sostiene el propio autor, si existe una disciplina que pueda identificarse como “sociología”, esta no ha sido capaz de establecer límites claros con respecto a las demandas y las formas de pensar los problemas en su entorno social, político y económico. Según Bourdieu, la necesidad que los agentes sociales tienen de desarrollar sus propias interpretaciones interesadas de los procesos sociales supone una perpetua invasión temática y (seudo)teórica de la disciplina. No obstante,

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creo que el autor no observa adecuadamente las condiciones internas que impiden generar defensas contra esta invasión; no puede apelarse a la auto-censura social para garantizar la autonomía de la sociología. En cambio, es necesario pensar que la propia disciplina no logra establecer filtros adecuados a la comunicación en términos sociológicos.

En el caso de la física, la matematización constituyó un recurso privilegiado de exclusión y censura. El avance de la formalización teórica y metodológica permitió contar con criterios más precisos de distinción entre las comunicaciones con sentido y aquellas que pertenecían a otros campos. Permitió, además, aplicar este esquema de exclusión a las instancias de formación e ingreso de agentes (universidades). Una disciplina que especifica sus propios límites y lógicas de construcción del conocimiento es capaz de generar jerarquías más claras en la distribución del capital, y en última instancia, de garantizar su unidad a través de la legitimación de esta jerarquización.

Sin embargo, el ejemplo del ingreso de las matemáticas no explica por qué este recurso logró generalizar su validez. ¿Dependió este éxito de una coincidencia estratégica en la necesidad de independizar a la física de las presiones eclesiásticas? ¿O se explica, en cambio, porque significó un recurso inestimablemente más poderoso para dirimir el conflicto interno a la disciplina? Las respuestas afirmativas a ambas preguntas no son excluyentes; sin embargo, aceptar la segunda de ellas nos obliga a responder otra pregunta: ¿por qué se constituyen justamente las matemáticas en el recurso privilegiado de competencia interna? ¿Depende esto de rasgos ontológicos de su objeto, o de los objetivos y el tipo de competencia que orienta la práctica de los físicos?

La sociología no ha logrado generalizar, en tanto disciplina, formas de exclusión similares a las que permitió la matematización de la física. La matematización de ciertas áreas de la disciplina no ha generado un consenso similar en la dinámica interna. Tampoco se ha generado un consenso alrededor de un tipo específico de lenguaje teórico, por alejado del sentido común que sea. En realidad, podría postularse la siguiente hipótesis: la sociología fomenta habitus y formas de acumulación de capital que contribuyen a que ningún método o teoría obtenga un privilegio sobre otros, fomentando un nivel tal de fragmentación interna que en forma circular reproduce su falta de autonomía frente a los intereses políticos, económicos, y la sociología espontánea de la opinión pública.

Esta hipótesis implica, separadamente, que las formas de producción de conocimmiento que se ven a sí mismas como “sociología”: i) fomentan habitus de producción y recepción del conocimiento específicos que impiden la acumulación de conocimiento y reconocimiento en torno a un tipo único de objetos, teorías y métodos; ii) fomentan esta especificidad de los habitus a través de una característica distintiva; iii) que la fragmentación interna está vinculada con la falta de autonomía, en forma circular; y, finalmente, iv) que existen razones estratégicas específicas para que todos estos fragmentos se sigan identificando, simbólicamente, como pertenecientes a la “sociología”.

La dinámica que parece observarse cuando se proponen temas, teorías o métodos nuevos en la llamada “sociología”, recuerda la adopción de modas de vestir en la sociedad contemporánea: en un primer momento causan un gran impacto y son adoptados rápidamente y con entusiasmo (se trate de un nuevo método de formalización de la acción, o de una teoría de sistemas autopoiéticos), para luego ser sustituidos por otras propuestas, quedando su aplicación y desarrollo confinados a determinados

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sectores, que pasan a formar parte de una variada galería de temas, métodos y teorías que no dialogan entre sí.

Como en el caso de la física, cabe preguntarse si esta imposibilidad de que un método o teoría hegemonice durante un tiempo prolongado las formas exclusión y acumulación de capital, se encuentra en la naturaleza de su objeto, o en las estrategias de los agentes. Tal vez sea posible unificar las dos preguntas, y proponer que en la sociología la propia definición del objeto está abierta a la dinámica del juego. Las estrategias de los agentes se orientan, en parte, a la legitimación de diferentes objetos últimos para la sociología (la sociedad como un todo o las interacciones particulares; la práctica o las representaciones; el conflicto o el consenso). Si ninguno de estos objetos obtiene la hegemonía, no cabe la posibilidad de que se estabilicen problemas, teorías y métodos como mecanismos de exclusión. Esta falta de consenso en torno al objeto no impone una parálisis, sino una hiper-diferenciación de la disciplina. Al mismo tiempo, al no contar con un acuerdo básico en torno al objeto, la sociología no puede establecer límites para sus objetivos. Describir, interpretar, explicar, predecir, criticar la realidad: todos estos objetivos son posibles y fomentan el continuo recambio de problemas. La disciplina, por lo tanto, se ve atravesada por temas originados en su exterior, y no dispone de criterios unificados para realizar distinciones entre ellos, y conferirles una forma que todos los agentes del campo puedan entender por igual. Existe en la sociología como disciplina (es decir, en tanto tematiza su propia unidad a partir de nombrarse) un déficit en la capacidad de generalizar problemas propios alejados del sentido común y de los intereses de legitimación o crítica; la dinámica de la disciplina está, por lo tanto, pautada por el cambio de temas cuya adopción amenaza a las posibilidades de construcción de un lenguaje propio. Esta carencia a nivel disciplinario se correlaciona con un elevado nivel de fragmentación y autorreferencia de segmentos internos. Nos enfrentamos a una disciplina dividida en múltiples sub-campos y sub-disciplinas que establecen más comunicaciones con otras disciplinas científicas y otros sectores de la sociedad que las que establecen entre sí. Estos segmentos están imposibilitados de construir un lenguaje común debido a que entienden de formas muy disímiles a la sociedad, manejan teorías problemas y métodos diferentes. ¿En qué sentido podría hablarse de una unidad disciplinaria de la sociología en estas condiciones, cuando los intercambios con el exterior son mayores que con el exterior? ¿En qué sentido puede, bajo estas condiciones, hablarse de posiciones dominantes? No parece acertado, entonces, caracterizar a la sociología en términos de posiciones dominantes y dominadas. La incomunicación entre sus segmentos impide que el reconocimiento de una contribución se extienda a toda la disciplina; la mayor comunicación con el exterior permite que en cada uno de estos segmentos puedan identificarse posiciones dominantes que aprovechan su situación dentro de estructuras cuyos límites no son los de la disciplina (es decir, los de todos los agentes que se identifican como pertenecientes a ella). Ninguno de estos sectores, sin embargo, puede considerarse en forma unánime “más reconocido” que el otro. Por lo menos no en lo que refiere al reconocimiento que emerge de las contribuciones propiamente científicas.

En el exterior de la disciplina (campo político, la economía, la opinión pública), existen sectores

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más reconocidos que otros, y obtienen por ello mayores recursos. Pero el reconocimiento externo no necesariamente se traduce en reconocimiento generalizado en lo interno. Este reconocimiento externo, sin embargo, sí responde al capital de poder social interno, que se distribuye diferencialmente entre los fragmentos de la disciplina sociológica. Me interesa resaltar mucho este último punto: el mayor reconocimiento externo no convierte a estos fragmentos en dominantes dentro del campo sociológico. Las posibilidades de influencia sobre los temas, teorías y métodos que obtienen recursos y aprobación política, no determina completamente la distribución distribución de reconocimiento generado por la contribución a la producción científica. El dominio en los intercambios con el entorno no implica un dominio en los intercambios internos de la disciplina.

Reconocimiento externo; estrategias de diferenciación y des-diferenciaciónEs necesario realizar aquí una distinción importante: entre las disciplinas sociológicas podrían identificarse dos grandes tipos diferentes de habitus. Ninguno de ellos está únicamente orientado a la producción científica desinteresada, sino que orientan sus intereses hacia fuera o hacia dentro de la disciplina. Los primeros buscarán el reconocimiento de esferas externas, mientras que los segundos privilegiarán el reconocimiento de pares. Esta gran división podría explicar en parte, pero no totalmente, la enorme diferenciación de la sociología, no solo en los temas sino en las teorías y los métodos.

En primer lugar, puede suponerse que algunas subdisciplinas de la sociología se ven favorecidas por los conocimientos y las oportunidades de legitimación simbólica que estos brindan a ciertos actores en su entorno. De esta forma, tenemos subdisciplinas favorecidas que estudian a los favorecidos (los estudios sobre entornos industriales), y subdisciplinas favorecidas que estudian a los desfavorecidos (los estudios sobre pobreza, multiculturalismo, las mujeres). Estos aportes al sistema político y económico, sean en términos de conocimientos o de retórica, reciben mayores recursos como retribución, sean económicos, o de reconocimiento no científico (político, público). A partir de esto, los agentes dominantes en estas subdisciplinas son quienes están en posición de ocupar cargos dominantes en las organizaciones universitarias o de investigación, siempre y cuando estas dependan de los recursos económicos y políticos mencionados.

Las contribuciones de estos agentes al exterior del campo, que les otorgan dicho reconocimiento externo, no necesariamente garantizan su reconocimiento en otras subdisciplinas del campo. Sería necesario investigar qué hace que algunas subdisciplinas excluidas de una determinada red de beneficios externos reconozcan los logros cuasi-científicos de otras disciplinas sociológicas como logros científicos, y busquen competir con ellas por dichos recursos2. Probablemente el elemento determinante sea la

2 Es necesario tener en cuenta aquí que bajo una misma etiqueta no solo puede existir una es-tructura única de agentes diferencialmente privilegiados por el exterior (mujer y pobreza – dominante / mujer y desarrollo profesional – dominado), sino también subdisciplinas que responden a habitus y relaciones con el exterior totalmente diferentes: unos orientados hacia el reconocimiento externo, la acumulación de recursos económicos y sociales (mujer y pobreza); los otros orientados hacia el recono-cimiento interno (mujer y subjetividad; mujer y cultura; resistencia de las mujeres a la dominación sexu-al). Mi argumentación parte de sostener que, empíricamente, sería posible demostrar que existen menos intercambios entre estos dos tipos de “estudios sobre la mujer”, que entre cada uno de estos y diferentes disciplinas o subdisciplinas (las dominantes, con las teorías del desarrollo y las estrategias de reducción

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cercanía temática: por ejemplo, los estudios sobre masculinidad competirán por recursos con los estudios sobre la mujer, buscando adoptar teorías y métodos similares a los dominantes. Incluso puede llevar a agentes particulares a presentar los temas bajo una misma etiqueta (“género”); otros podrían aprovechar sus conocimientos en la subdisciplina no reconocida para invertir en la reconocida. Esto es parte de una tendencia a la mimetización y la des-diferenciación.

Al mismo tiempo, esta lucha por recursos impulsaría a otros agentes a diferenciarse, reinventando o combinando diferentes temas (“mujer, salud y derechos humanos”; “mujer y democracia”; “masculinidad, violencia y pobreza”), o reinventando estrategias teóricas o retóricas. Esto presenta una situación muy diferente a la de la física o de la química, donde gran parte de los problemas son generados externamente, por necesidades técnicas y los recursos fluyen hacia los centros de investigación que se dedican a resolverlos (lo que no excluye que muchos problemas sean generados internamente, y luego se les da una aplicación práctica que los estabiliza y estabiliza el flujo de recursos).

¿Cómo es posible que desde la sociología, en las disciplinas privilegiadas por el exterior, se reinventen constantemente los temas y las “teorías” (de alcance intermedio o de alcance micro, digamos, de alcance de caso)? ¿Cómo es posible que estos cambios, a veces radicales (de la estadística al análisis del discurso; del ensayismo al datismo), se procesen sin excesivo dolor, sin la impresión de que tiene lugar una revolución? ¿Existen realmente posiciones dominantes dentro de las áreas privilegiadas de la sociología (es decir, posiciones cuyo interés estaría en el mantenimiento de la estructura)? Mis hipótesis para responder estas preguntas son las siguientes: i) a diferencia de las ciencias naturales, las ciencias sociales no han sido capaces de legitimarse como instrumentos de dominio técnico de la sociedad, sino como instrumentos de legitimación y deslegitimación retórica; ii) esto provoca que la “novedad” de los temas y las perspectivas sea más importante que sus posibilidades de contrastación con la realidad; iii) lo que contribuye al desarrollo de habitus dominantes que ven la diferenciación como una dinámica habitual, como una estrategia eficiente.

Lo anterior lleva a pensar que, más allá de su fragmentación y diferenciación, podríamos concebir a las subdisciplinas sociológicas como unidades provisionales, cuyos límites se redefinen no por una lógica propia de la disciplina, sino en estrategias de aprovechamiento de recursos provenientes del entorno. Al menos en este tipo de subdisciplinas, esto debería hacernos revisar el concepto de “cambio” en el campo. Ya no podría hablarse de “revoluciones” en la sociología, esperando que posiciones dominantes inexistentes cedan el puesto a posiciones dominadas igualmente inexistentes. Al menos para una parte de la sociología, la transformación, hibridación y camuflaje de los temas y perspectivas podría ser la versión “normal” de la “ciencia”; el habitus más eficiente. Para muchas de las subdisciplinas sociológicas, entonces, su capital privilegiado no es el reconocimiento de la comunidad de científicos, sino de los sistemas sociales que proveen recursos en forma más directa por sus hallazgos o discursos. En consecuencia, podríamos decir que están en el límite del campo científico, pero necesitan auto-designarse como parte del mismo para obtener legitimación hacia el exterior. Es dentro de estas subdisciplinas que puede maximizarse el capital social que permite continuar legitimando determinados temas y métodos de abordaje. Sin embargo, la legitimación externa de la natalidad; las dominadas, con el sicoanálisis, la antropología, la filosofía y las epistemologías con-sideradas “posmodernas”.

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no significa legitimación interna. El reconocimiento simbólico no se distribuye entre las subdisciplinas y agentes en forma idéntica al poder social y el reconocimiento externo. Esto abre la necesidad de considerar sub-campos más autónomos, que reclaman con mayor derecho la denominación de “sociológicos”.

Reconocimiento interno: puede subsistir la noción unificada de la sociología?Pero ¿qué podría decirse entonces de las “otras” subdisciplinas? ¿Cómo explicar la dinámica de aquellos sectores del conocimiento sociológico que, menos privilegiados externamente, y menos susceptibles de generar capital social o poder interno, de todas formas logran cerrar su propia lógica de producción, sus estructuras de capital “puramente” simbólico? En este caso, la explicación principal de las dinámicas de diferenciación y des-diferenciación no puede residir en la primacía del capital social y el poder, en el privilegio de un habitus orientado al reconocimiento externo.

Mi impresión es que entre estas subdisciplinas existe también una gran diferenciación, y menos diálogo entre ellas que respecto de otras disciplinas. Los intercambios de los teóricos de los sistemas autorreferenciales, son mayores con la cibernética y o la neurobiología que con el interaccionismo simbólico (que tiene sus propios vínculos con otras sicologías, o al menos maneja una nociones sicológicas más próximas al sentido común). Tal vez sea más realista representar a cada subdisciplina como una red teórica alimentada por subdisciplinas de otras disciplinas, antes que por subdisciplinas de la propia sociología.

Al mismo tiempo, debe notarse que también se observan procesos de diferenciación y acercamiento entre subdisciplinas afines, entre temas e incluso en las estrategias metodológicas utilizadas. Las discrepancias y las fusiones se generan continuamente, y debería poder encontrarse una lógica común a estas dinámicas. Bourdieu hace notar que la competencia a través de argumentaciones lógicas y referencias cada vez más controladas a “la realidad” es lo que hace surgir el valor objetivo del conocimiento. Si esto se une a la noción de capital simbólico como poder, resulta muy difícil explicar de qué manera se producen las “revoluciones” (grandes modificaciones en la estructura y el valor de las especies de capital), sin apelar, como el propio autor hace, al ingreso progresivo de miembros desde otras disciplinas (es decir, a una “invasión” del campo por parte de agentes que disponen de especies de capital más “reconocibles”).

En la sociología “académica”, la ausencia de una revoluciones podría estar dada por la inexistencia de una “ciencia normal”. El problema no es la existencia de un paradigma dominante a través del cual se estructure el valor de las diferentes contribuciones y se reproduzca el reconocimiento. Tal vez habría que admitir que no existe un paradigma único en aquello que llamamos sociología: no existen definiciones comunes de conceptos básicos (acción, comunicación, sociedad); la epistemología y la metodología que orienta las investigaciones carece de puntos de contacto en muchos casos. Incluso dentro de áreas que manejan una epistemología y conceptos similares, la especialización temática crea subcampos cuyas contribuciones no son mutuamente observadas o comparadas, sino simplemente desconocidas.

Con todo, existen temas, teorías o compromisos metodológicos que buscan auto-designarse como representantes de la “ciencia anormal”, asignándole a esto un valor positivo. La inexistencia de comunicaciones entre subdisciplinas no implica necesariamente que estas no enfaticen su diferencia

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respecto de otras para legitimarse hacia dentro (es decir, para reproducir la estructura de dominación en su interior, y garantizar la estabilidad – identidad – de la subdisciplina).

Nuevamente, es el valor de la novedad el que se privilegia en la sociología académica. Esta auto-asignación es relativamente independiente del tipo en si de opción científica: antes bien, parece depender de la posibilidad que estas opciones tienen de diferenciarse respecto a las prácticas más frecuentes en su entorno geográfico. Bourdieu destaca correctamente el carácter internacional del campo científico; sin embargo, la observación de los agentes no necesariamente abarca la totalidad del campo, pudiendo estar limitada a las prácticas privilegiadas en organizaciones e instituciones más próximas (geográficamente). Esta misma observación podría depender de la posición y privilegios de los agentes dentro del campo (a mejor posición, una perspectiva más amplia del campo); no obstante, la diferenciación respecto del entorno geográfico podría incluso ser útil para los actores más poderosos como forma de mantener la legitimidad de sus prácticas. Presentarse como la ciencia minoritaria parece dar réditos en el campo académico. Esto no explica el nivel de diferenciación observable, pero sí podría constituir un desincentivo para la búsqueda del consenso.

La sociología académica, relativamente al abrigo de las presiones sociales gracias a la mediación de recursos públicos administrados en forma autónoma, es mucho más libre de desarrollar teorías e investigar temas sin la necesidad de someterlos a la prueba de su aplicabilidad técnica, o de su eficiencia retórica. Sin embargo, esta libertad relativa no está exenta de estabilidad: la diferenciación no es total, pero tampoco el acuerdo. Si el reconocimiento externo explicaba la diferenciación en la subdisciplinas cuasi-sociológicas, no se observa una mayor tendencia al consenso en el protegido nivel académico. Si bien ciertas disciplinas y metodologías tienen privilegios evidentes en la investigación universitaria, estos están geográfica e institucionalmente diferenciados (es decir, no son aplicables a la sociología como un todo; varían en forma importante de país en país y de universidad en universidad).

El capital simbólico no cuenta con criterios únicos para administrarse dentro de la sociología académica. Si las subdisciplinas orientadas hacia el reconocimiento exterior se diferencian equilibrando las estrategias opuestas de invertir en temas reconocidos y de distinguirse, las subdisciplinas orientadas internamente también necesitan equilibrar ortodoxia y heterodoxia (tanto dentro de cada una como entre las que tienen algunos puntos de contacto), para maximizar la eficacia de las inversiones. Puede admitirse que este proceso lleva a la consolidación y “objetivación” de ciertos conocimientos, pero solamente al nivel de las subdisciplinas, y no en la sociología académica como un todo, ya que no existe acuerdo siquiera sobre la necesidad de “recurrir a la realidad” como árbitro. Los intercambios entre subdisciplinas distantes muchas veces parecen complejas reelaboraciones de la misma imposibilidad de entendimiento.

¿Cómo es posible, entonces, que se siga hablando de una “sociología”? ¿Cómo se explica esta denominación común, frente a los múltiples ejes de fragmentación (entre orientación hacia el reconocimiento exterior y hacia el reconocimiento interior; entre temas, teorías y métodos); frente a una complejidad interna conectada muy selectivamente (es decir, donde no puede determinarse una jerarquía única)? Estas diferencias son evidentes, particularmente, para los propios agentes; nos enfrentamos a un caso especial del juego en el que no se cree, pero pretende creerse.

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La ficción de la sociología como unidad y los intercambios entre habitus disparesPara responder a estas preguntas es necesario, nuevamente, considerar un contexto más amplio al de la sociología: el conjunto del campo científico, más específicamente el campo de las ciencias sociales, y su relación con el entorno político y económico. Mi hipótesis sobre las razones para que la auto-designación como sociología continúe siendo común a prácticas y estrategias tan divergentes como las descritas, reside en que este nombre condensa un reconocimiento simbólico específico que asegura un flujo determinado de recursos en la competencia con otras ciencias sociales. La búsqueda de contribuciones específicas de “la sociología” en comparación con otras disciplinas del campo es parte de este juego por el cual la sociología busca legitimarse frente a los sistemas políticos y económicos, frente a la opinión pública y frente a los agentes encargados de administrar y dirigir los recursos disponibles para las ciencias sociales. El reivindicar contribuciones específicas de la sociología se basa en un doble ocultamiento: por una parte, oculta la dependencia cognitiva que la sociología tiene con otras disciplinas; por la otra, oculta que las contribuciones nunca son “de la sociología” en su conjunto, sino más bien de subdisciplinas conectadas a otras subdisciplinas no sociológicas. Sin embargo, esta unidad de la sociología parece funcionar fuera de la disciplina misma y garantizar los recursos necesarios para continuar “haciendo ciencia” y, concomitantemente, mantener el estándar de vida de los agentes. Si no se produce una verdadera “revolución” en la disciplina (una revolución que podría terminar con el abandono del nombre, la dispersión de las prácticas fragmentadas y su reunión en conglomerados más excluyentes y jerarquizables), probablemente se deba a que todos los agentes entiendan que esta es la única regla que debe mantenerse: una regla de denominación, una identidad puramente comunicativa. Esta cara estratégica puede ser complementada con el reconocimiento de la faceta “sincera”: las siempre renovadas preocupaciones por la “crisis de la sociología”. Ambas estrategias contribuyen a mantener esta identidad comunicativa; ambas son igualmente razonables: una aporta más rendimientos en el plano “externo”, mientras que la otra aporta rendimientos especiales en el plano “interno”. Por supuesto, no todo es discurso y reflexión académica: la ilusión de la unidad de la sociología también se funda en la estructura de las carreras universitarias, en la continuidad del fenómeno altamente improbable de que se eduque a los estudiantes, bajo un mismo título genérico, en materias tan dispares como estadística, epistemología, teoría de juegos, economía, historia, análisis de discurso (por no enumerar las “sociologías especiales”). La creencia en la unidad de la sociología también se refleja en las preocupaciones (apuestas) sinceras de los académicos encargados de diseñar el “perfil de egresado de sociología”. Se refuerza, además a través de congresos sociológicos generales (aunque los asistentes dispongan de tiempo e interés únicamente para asistir a las ponencias relacionadas con su especialidad), cuya necesidad seguramente puede ser justificada en forma sincera por los organizadores. ¿Cómo pueden áreas caracterizadas por distintas estrategias y habitus (orientación externa/ interna), beneficiarse mutuamente de esta auto-designación? ¿Cómo logran mantener la ilusión

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hacia dentro y hacia fuera de la “sociología”? Para responder estas preguntas ebería demostrarse qué se aportan mutuamente estas áreas, aunque sea de forma indirecta. Considero, en primer lugar, que aquellas orientadas hacia el exterior (generalmente usuarias de un lenguaje más llano, y de técnicas de investigación más “técnicas”), usufructúan el “aura” del área académica. Si bien la demanda en el exterior desconfía de los discursos elaborados teóricamente “más allá de lo necesario”, no dispone de medios para evaluar técnicamente ese segmento para ellos oscuro, incomprensible, que constituye el poder de interpretación de la sociología. Las disciplinas cuasi-científicas aprovechan así la imagen del sociólogo-clarividente, y están interesadas en su reproducción. Por otra parte, creo que estas podrían aportar a las subdisciplinas académicas no solamente recursos (a través de la legitimación de la utilidad técnica de la sociología como un todo, lo que sería la contrapartida del fenómeno anterior); creo que además podrían contribuir por medio de temas que mantuvieran la ilusión de que la elaboración académica no deja de estar “comprometida con la realidad”. No debe olvidarse la importancia que tiene esta dimensión política de la sociología académica, particularmente para reclutar estudiantes “comprometidos” (usualmente portadores de un elevado capital cultural). El sentido de una participación académica de resultados y estrategias inciertas; de contribuciones dudosas o inconmensurables; en un campo donde deben combinarse actitudes críticas con estrategias ortodoxas; un campo donde los rendimientos económicos no prometen demasiado; este sentido, sostengo se complementa a través de la noción de un compromiso ético-político personal, y de la promesa nunca cumplida de que la sociología puede erigirse en una instancia de observación privilegiada no solamente en lo cognitivo.

Conclusiones En síntesis, la sociología carece de una unidad como disciplina. En primer lugar, está escindida entre un área “técnica” (en realidad política, legitimadora de discursos) orientada hacia problemas y reconocimientos provenientes del entorno social, y un área “académica”, orientada hacia el reconocimiento interno. Cada una de estas áreas acumula formas de capital diferentes (social-político la primera, simbólico la segunda), privilegiando diferentes habitus. Dentro de cada una de ellas, además, se observan subdisciplinas separadas por un abismo, caracterizadas por mantener un flujo de intercambios mayor con otras subdisciplinas externas (sicológicas, filosóficas, estéticas, metodológicas), que con subdisciplinas internas.

Tal nivel de diferenciación a lo largo de varios ejes bien podría denominarse fragmentación, dado que no permite identificar, tomando a la sociología como conjunto, una única jerarquía de problemas, teorías y métodos. No pueden identificarse, por ende, posiciones dominantes y dominadas en este nivel. Para encontrar esta jerarquía y relaciones dominados-dominadores es necesario considerar niveles de funcionamiento menores, nacionales o incluso institucionales. Las variaciones entre los casos empíricamente considerados como unidades bajo esta perspectiva podrían ser muy amplias.

Lo que reconocemos y pretende legitimarse como “sociología” podría designar en realidad un conjunto de prácticas y representaciones que han abandonado toda posibilidad de comunicación y conmensurabilidad; prácticas que establecen sus dinámicas de reconocimiento y prestigio en relación con otras disciplinas e instancias sociales, antes que entre las subdisciplinas “sociológicas”. La permanencia

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del nombre “sociología” para denominar a este conjunto de fragmentos tiene una justificación estratégica en la competencia por recursos con otras disciplinas, y se sostiene a través de las contribuciones mutuas de las áreas diferenciadas (en términos de prestigio y provisión de sentido a la práctica).

De esta forma, la aparente esquizofrenia de la sociología es lo que permite su reconocimiento en el campo: ocultando parcialmente los vínculos con otras disciplinas, presentando como colectivos los hallazgos de ciertos sectores; mostrando alternativamente facetas “pragmáticas” y otras investidas de un aura profética; designando al mismo tiempo su unidad y la crisis de su unidad; estas prácticas aparentemente incoherentes pero eficientes (solo comprensibles y olvidadas por intermedio de un habitus muy específico), constituyen el juego específico de la sociología y sus fragmentos.

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Bibliografía de referencia.

BOURDIEU, P. 2003 El oficio de científico. Ciencia de la ciencia y reflexividad. Anagrama. España.

BOURDIEU, P. 2000 Los usos sociales de la ciencia. Editorial Nueva Visión. Buenos Aires.

BOURDIEU, P. 1986 “The forms of capital”. En: RICHARDSON, J. Handbook of Theory and Research for the Sociology of Education. Greenwood Press. New York.