la resistencia de los jóvenes kurdos de silopi

8

Upload: mellamarontaliban

Post on 07-Dec-2015

73 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

Desde que comenzaron los disturbios en Kurdistán norte, las milicias kurdas YDG-H se han alzado contra el Estado turco controlando tres de los once distritos de la ciudad. Mientras, el pueblo entierra a sus mártires, ayuda a los militantes y clama venganza. (Publicado en el suplemento 7K, del GARA)

TRANSCRIPT

LA RESISTENCIA DELOS JÓVENESKURDOS DE SILOPIDesde que comenzaron los disturbios hacedos meses en Kurdistán norte, las miliciasurbanas YDG-H se han alzado contra elEstado turco controlando por completotres de los once distritos de la ciudad.Mientras, el pueblo entierra a su mártires,ayuda a los militantes y clama venganza.

Miguel Fernández IbáñezTexto y fotografía:

2 6 zazpika

Cuando el ocaso del sol llega, Hevala Dicle salede su guarida en el distrito de Zap. Desde allí, elcentro en donde comenzó la revuelta populardirigida por las milicias urbanas YDG-H, recorre

las calles animando al pueblo a golpear cualquier objetoque produzca ruido. Saluda a cada kurdo y conversacon cada uno durante un par de minutos. «Vamos, ¿porqué no estás golpeando esto? Hay que recordar a la po-licía que estamos aquí», repite a quienes se relajan enla calle. Para ella, su pueblo tiene que luchar para obte-ner los derechos negados por el Estado turco. Por esounos golpean cacerolas, otros defienden los barrios conarmas y Hevala Dicle incentiva a continuar la insurrec-ción que comenzó hace dos meses. En este tiempo, conla ayuda incondicional del pueblo kurdo, el Movi-miento de la Juventud Revolucionaria y Patriota (YDG-H) ha conseguido controlar por completo tres de losonce distritos de la ciudad de Silopi, a día de hoy unade las plazas más críticas en Kurdistán norte.Esta escena tiene su comienzo una decena de horas

antes, cuando al menos un millar de personas despe-dían a Ali Ödük y Halil Can, dos de los tres «mártires»fallecidos mientras combatían al Estado turco. Losllantos de los familiares contrastan con la alegría delos más pequeños. «Están matando a nuestros hijos»,

dice una madre que utiliza un velo blanco que dejaentrever parte de su cabello. Cada poco tiempo repitejunto al resto de asistentes las consignas en apoyo alPartido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), le-vanta sus manos formando el símbolo de la uve consus dedos y lanza plegarias por sus «hermanos» caí-dos. Entre medias, y al unísono, todos claman «Ven-ganza».El pasado más oscuro parece renacer en Kurdistán

norte desde que comenzaron los bombardeos del Es-tado turco a las posiciones del PKK; también la ira deun pueblo que ha vivido un puñado de años de relativapaz en las últimas cuatro décadas. «Erdogan quieresu sistema presidencialista a costa de la sangre denuestros hijos. Sus manos nunca volverán a estar lim-pias. Nosotros queremos la paz, pero esto no se lo va-mos a permitir», asevera Ahmet, de 50 años. Su tabacode liar pasa de mano en mano mientras recuerda quesus hijos ya conocieron las cárceles turcas. «Uno es-tuvo 13 años en la cárcel; el otro, siete. En total, tres demis nueve hijos están ahora mismo con el PKK». Suhistoria sería una excepción si no fuese porque viveen Kurdistán norte, una región en donde las lágrimaspor los caídos serían capaces de desbordar lagos.Ali Öduk era un militante del YDG-H. Fue abatido a

Las numerosas personas que asisten al entierro de miembros del YDG-H forman con sus dedosuna uve que simboliza el apoyo a la causa kurda.

2 7zazpika

sus 20 años por una bala turca que le reventó la cabeza.Sus otros dos compañeros, acorralados en una casa,decidieron inmolarse al soltar una granada de mano.«Qué valor hay que tener para hacerlo. Son unos hé-roes y lo hicieron para no ser torturados», explicaemocionado un militante del YDG-H mientras pasalas fotografías de los fenecidos. «Öduk se unió al PKKcuando era un niño, a los 11 o 12 años. Pero se rompióun brazo y tuvo que volver a casa. Desde entonces,solo ha pensado en Kurdistán y su liberación», dicesu primo. Él es una persona pausada, pero, al igualque todos los kurdos que asisten al entierro, se indignacuando los vehículos blindados turcos cruzan el área.«Quieren provocarnos porque su ‘perro’ –Erdogan–quiere su sistema. Nosotros le enseñaremos el derechode autodefensa de nuestro pueblo», asegura HevaloHorakol, miembro del YDG-H que, al igual que el restode sus compañeros, utiliza un apodo de guerra enca-bezado por la palabra heval, amigo en lengua kurda.

Cuando finaliza la ceremonia, la mayoría abandonael cementerio. Se dirigen hacia el barrio de Zap –Basak,en turco–. Allí las barreras artificiales creadas por sushabitantes brotan como símbolos de libertad. Las hi-leras de huecos taladrados durante la noche, las minas,los sacos de tierra y los vehículos calcinados recuerdan

que es el centro de la resistencia de esta ciudad fron-teriza con Irak. «Aquí no puede entrar la policía desdehace un mes. Ellos nunca se bajan de los blindados,porque nos tienen miedo», dice riéndose Horakol, unjoven de 17 años al que le gusta bromear.

Un coche calcinado y una tela de plástico azul indi-can el límite del distrito de la calle 56, la principal ar-teria de Zap. No es aconsejable pasar por su parte tra-sera, donde está la estación policial que los militantesquieren tomar, pero aún no es el momento. Al igualque en Zap, la ofensiva kurda ha posibilitado el controlcompleto de los barrios de Barbaros y Karsiyaka. «Enbreve tendremos otros tres distritos más», afirma Di-cle. Esto supondría dominar seis de los once barriosque conforman la ciudad. Una situación que se repiteen otras regiones y que el pueblo turco apenas conocedebido al control mediático del Partido Justicia y De-sarrollo (AKP).

¿Quiénes conforman el YDG-H? Las banderas de Öca-lan, el YPG y el HPG –el brazo armado del PKK–escoltanen las estrechas calles de Silopi a las pintadas relacio-nadas con los kurdos marxistas. Los emblemas que de-coran las casas de no más de dos plantas se han con-vertido en un reto más para Erdogan y sus aspiraciones

Una madre kurda besa la lápida de su hijo fallecido en el conflicto que enfrenta al Partido de losTrabajadores del Kurdistán y el Estado turco.

2 8 zazpika

de Qandil piensan lo mismo». En los últimos cinco me-ses, el AKP no ha permitido el contacto entre los políti-cos kurdos y Öcalan. Las conversaciones que fructifi-caron en la esperanzadora hoja de ruta del 28 de febreroparecen hoy enterradas junto con la paz.

Los miembros del YDG-H dicen no tener comandan-tes, pero cuando determinados militantes llegan a laszonas de reunión, se nota la tensión en los más jóvenesy las bromas dan paso al silencio. Tampoco sería ex-traño que el PKK tuviese a varios hombres coordinandolas acciones en Silopi, un extremo negado por los jóve-nes. La táctica desarrollada parece simple: ir calle acalle, distrito a distrito, con el apoyo del pueblo. «Sin elpueblo kurdo, no podríamos existir», repite Berivan. Aveces, para preparar emboscadas a los soldados turcos,salen de sus dominios en sus coches sin matrícula. Losmayores problemas en ese momento son los francoti-radores. «Durante la noche, cuando la mayoría de lagente no sale de casa en los barrios que no están aún li-berados, las fuerzas turcas disparan a todo lo que semueve», asevera Horakol. Según la prensa kurda, losfrancotiradores turcos dispararon hace varias semanasa una mujer de 55 años y a su hija en el barrio de Karsi-yaka. La madre es hoy un nuevo «mártir».

El pueblo kurdo denuncia con una sola voz que el Es-

presidencialistas. Las milicias YDG-H no son imponen-tes ni en número ni en experiencia, pero cada día hacenretroceder un poco más a las fuerzas turcas. En su ma-yoría son jóvenes que apenas superan los 25 años y hancrecido con los traumas de sus familiares. Los niños de-ambulan por el centro de operaciones ayudando a co-cinar, limpiar y aprendiendo las tácticas que puedenllegar a utilizar en años venideros. Aunque afirman quenunca luchan antes de los 17 años, muchos jóvenes conaspecto infantil cabalgan durante la noche con un fusilen la mano. Generalmente disponen de puestos cerca-nos y escopetas de corta distancia y fuerte ruido; así losmás experimentados podrán auxiliar a unos bravoscombatientes que aseguran no tener miedo a la muerte.

Luchan contra el tráfico de drogas, pueden ser desti-nados a otras ciudades y su entrenamiento no es ni decerca el que caracteriza al PKK. Según afirma Hevala Be-rivan, no son lo mismo, aunque su objetivo sí lo sea:traer los derechos al pueblo kurdo y liberar a su líder.«Antes la situación era diferente y hacíamos lo que decíael PKK. Pero ahora, si nos piden que paremos la lucha,no lo haremos. El PKK lucha por nosotros y por eso so-mos simpatizantes, pero solo pararemos si liberan anuestro líder Apo –apodo de Abdullah Öcalan– o élmismo no los pide. Aunque al final, nuestros camaradas

Dos mujeres kurdas pasean por el barrio de Zap, en donde hay numerosas pintadas a favor delPKK. Apocu significa seguidor de «Apo», el apodo del encarcelado líder kurdo Abdullah Öcallan.

2 9zazpika

tado turco está torturando a sus hermanos y que nopueden hacer una vida normal debido a la presión po-licial. «Por la noche nadie sale, porque la policía te in-terroga, pega y arresta», asegura Ahmet, quien solíaacudir a los salones de juego a disfrutar del entreteni-miento nacional llamado okey. HRW publicó reciente-mente un informe destacando el abuso policial en Kur-distán norte. Golpes, torturas, ejecuciones y obstruccióna la atención sanitaria son algunos de los hechos quese desprenden de los testimonios recabados por la or-ganización. Esto supone una vuelta a las tácticas mássucias de los años 90. En estos momentos, muchos kur-dos tienen miedo de ayudar a los heridos o incluso acu-dir a los hospitales, porque pueden ser relacionadoscon el PKK. «Aquí todos somos del PKK, pero no todosusamos las armas. Aunque esto al Estado turco le daigual», dice resignado Ahmet.

«Nosotros no queremos matar a la gente y no tene-mos ningún problema con el pueblo turco, pero no nosqueda otra opción para obtener nuestros derechos. Hasido Erdogan quien ha empezado y nos ha engañado»,agrega Hevalo Robin Sores, un joven de 19 años. Su ma-dre, al igual que su hijo, no duerme por la noche. Mien-tras Robin Sores se escurre por las estrechas calles kur-das, su madre deambula por la casa en una tensa espera.

El sonido de las armas o el seco disparo del francotira-dor son pinchazos en un corazón, el kurdo, acostum-brado a enterrar a sus hijos. De momento, Robin Sorescontinúa acudiendo a su casa sobre las ocho de la ma-ñana. Se reúne con su madre para desayunar. Horasmás tarde, se volverán a despedir como si fuese la úl-tima vez. Así es la envolvente rutina de los kurdoscuando la guerra llama a su puerta.

Su madre, al igual que otras cientos de miles, es cons-ciente de que la resistencia traerá un mejor futuro yque en Kurdistán los más jóvenes tienen que elegir en-tre los senderos que conducen a las montañasQandil –base del PKK– o a la opresión social. RobinSores es el único de sus siete hermanos que ha tomadoel camino de las armas. «Ellos tienen otra vida y hacenbien. Hay muchas formas de luchar para liberar Kur-distán. Yo he tomado las armas porque alguien tieneque hacerlo», explica con una sonrisa entrecortada.

Durante la noche, los jóvenes militantes kurdos pro-tegen los barrios liberados mientras algunos habitantescrean barreras a base de sacos llenos de tierra, ladrilloso zanjas en las calles. Durante el día, mientras ellosduermen, es el pueblo quien avisa de las improbablesincursiones de blindados turcos. Se apoyan los unos alos otros las 24 horas. Por eso, a pesar de tener una evi-

Un coche calcinado se ha convertido en la peculiar barrera que delimita la zona controlada porlas milicias urbanas del YDG-H en el distrito de Zap.

3 0 zazpika

llenado a diario de sangre kurda y turca. «Los datosoficiales dicen que el otro día murió un solo policíaen Silopi. Yo estaba allí y vi que eran al menos cuatro.Los otros tres son huérfanos que han sido criados porel Estado y por eso pueden ocultarlo», dice Horakolmientras enseña el vídeo de la explosión.

Pese a que intelectuales, artistas y políticos kurdoshan pedido silenciar las armas, la coyuntura no es es-peranzadora. En las ciudades de Cizre y Silopi, cadanoche retumban los sonidos de las balas y, debido a lainseguridad, el paso fronterizo de Habur ha sido ce-rrado en varias ocasiones. Según el YDG-H, el PKK noestá actuando con todo su potencial. «Si el grupo mar-xista quisiese, controlarían ahora mismo todo Silopiy Kurdistán ardería», asegura Horakol.

El punto más conflictivo en la región de Sirnak esCudi Dagi, una montaña a una decena de kilómetrosde Silopi en donde el PKK lucha contra el Estado turco.Allí quedan pocos habitantes y, al igual que Sendimliy Silvan, es uno de los terrenos más parecidos a la gue-rra: toques de queda constantes, prohibiciones de en-trada a la ciudad y aviones sobrevolando la región.Dentro de esta vorágine bélica, las áreas rurales colin-dantes están siendo de nuevo vaciadas para evitar queel PKK se entremezcle con la población. Según los datos

dente deficiencia tecnológica, pueden ir ganando pasoa paso el terreno que consideran suyo y no del Estadoturco. Así llevan dos meses, pero podrían pasar años enlos que estos jóvenes no irán más al colegio y cambiaránlas pelotas por las granadas y la vida por la resistencia.«Entre la infancia y la madurez de un niño kurdo estála guerra, por eso los niños kurdos nunca serán comolos otros», sentencia Dicle, cuyas palabras, en muchoscasos, son un calco de los textos de Öcalan.

La ruptura. El impasse del noveno proceso de paz en-tre el PKK y el Estado turco está arrojando cifras estre-mecedoras. Tras el primer mes de confrontación, decontinuar la progresión, las muertes convertirían 2015-16 en el año más sangriento en toda la historia de esteconflicto, que ha dejado más de 40.000 muertes, ensu mayoría kurdas. El desencadenante se produjocuando 33 jóvenes murieron por un ataque bomba enla localidad kurda de Suruç. El PKK culpó al AKP de co-laborar con el Estado Islámico (EI) y, como represalia,mató a dos policías turcos en la región de Ceylanpinar.

Desde entonces, han sido arrestados más de 2.000kurdos, se han declarado 120 áreas de “seguridad es-pecial militar”, producido miles de bombardeos a lasbases del PKK y las calles de Kurdistán norte se han

Los habitantes del barrio de Barbaros cavan zanjas durante la noche para dificultar el acceso de laPolicía al barrio controlado por el YDG-H.

3 1zazpika

oficiales, 100.000 personas han abandonado el su-reste de Anatolia.El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, no ha

cesado de repetir que el PKK tiene que abandonar lasarmas para volver a la mesa de negociación. Esto pa-rece improbable con las guerras que los militantes li-bran en Irak y Siria. Los altos mandos de Qandil siem-pre sostuvieron que Erdogan usaba la paz con fineselectorales. Ahora parece que la táctica es la opuesta:la guerra. Así lo piensan muchos anatolios y hasta losfamiliares de los soldados turcos fallecidos. El objetivodel presidente es asemejar al PKK con el Partido De-mocrático de los Pueblos (HDP) para que pierda partedel apoyo obtenido de los turcos de izquierda y libe-rales el pasado 7 de junio. Parece que no está funcio-nando y, según las encuestas, el partido pro-kurdo semantendrá en torno al 13% de los votos en los comiciosdel 1 de noviembre.«Puede que esta lucha sea mala para el HDP, pero

nosotros no pensamos en la vía política y recordamosla presión y falta de respeto de los dos últimos años.Sabíamos que el proceso explotaría, porque nuestrosvecinos nos han engañado con fines electorales»,afirma Berivan. Ante esta situación, los kurdos hanempezado a declarar las autonomías democráticas,

uno de los principales puntos del programa electoraldel HDP. Esta medida ha provocado que decenas dealcaldes sean arrestados. Otros, como los de Yükse-kova, se han fugado para no enfrentarse a la «justicia»turca. Mientras las fuerzas de seguridad cambian laslatas de gas por las balas, el pueblo sufre los efectosde un conflicto que solo, dicen, quiere Erdogan, elhombre que ha copado –para lo bueno y lo malo– laactualidad turca en la última década.Durante las noches venideras, cuando empiecen los

disturbios en Silopi, todos volverán a entrar en suscasas y los locales cerrarán. Los hombres dejarán dejugar a las cartas y mirarán con precaución por la ven-tana. Esto sucederá en las áreas no liberadas por elYDG-H, aún más de la mitad de la ciudad. En cambio,dentro de sus fronteras revolucionarias, las tiendaspermanecerán abiertas y sus habitantes saldrán a lacalle para hacer ruido, hablar y beber té de contra-bando. Muchos, como la madre de Robin Seros, espe-rarán hasta el amanecer, cuando sabrán el parte debajas. Puede que el nombre de su hijo esté algún díaallí, escrito en rojo, verde y amarillo. Entonces, decenasde kurdos se pelearán por llevar su féretro hasta el ce-menterio. Será un héroe, un mártir, y sus hermanos,el pueblo, volverán a pedir venganza.

Durante la noche, el pueblo kurdo del barrio de Zap aporrea cualquier objeto para recordar a laPolicía con su ruido que quieren sus derechos.