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1 LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE La Oración en la Vida y el Ministerio del Sacerdote Benedicto Zeno Müller Seminario Mayor San Pedro Nota del Autor Benedicto Zeno Müller, Seminario Mayor San Pedro, Sto. Domingo de los Tsáchilas. P. León Juchniewicz Dedicado a Jesucristo Sacerdote y Victima y su Santísima Madre María la Corredentora. “Os dejo esta consigna: sed hombres de oración y lograréis imitar lo que celebráis” (Juan Pablo II, A los superiores, formadores y alumnos del Seminario de Polonia, 9 de diciembre del 2004).

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La Oración en La Vida y El Ministerio Del Sacerdote - Trabajo monográfico - Seminario Mayor San Pedro

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

La Oración en la Vida y el Ministerio del Sacerdote

Benedicto Zeno Müller

Seminario Mayor San Pedro

Nota del Autor

Benedicto Zeno Müller, Seminario Mayor San Pedro, Sto. Domingo de los Tsáchilas.

P. León Juchniewicz

Dedicado a Jesucristo Sacerdote y Victima y su Santísima Madre María la Corredentora.

“Os dejo esta consigna: sed hombres de oración y lograréis imitar lo que celebráis”

(Juan Pablo II, A los superiores, formadores y alumnos del Seminario de Polonia, 9 de

diciembre del 2004).

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

CONTENIDO

1. La oración de Cristo como fundamento del ser y modelo del orar sacerdotal

1.1 Clarificación de los dos conceptos fundamentales

1.1.1 La oración

1.1.2 El sacerdote

1.1.2.1 Sacerdotem oportet offere

1.1.2.2 “Yo estoy en medio de ustedes como el que sirve” La oración en el corazón de la

existencia de Cristo y del sacerdote

1.2.1 La encarnación

1.2.2 La oración “sacerdotal” de Jesús

1.2.3 La oración de Jesús en el huerto de los Olivos

2. La primacía de la oración en la vida del sacerdote

3. El sacerdote en la oración litúrgica sacramental

3.1 La oración litúrgica del sacerdote como participación en el sacerdocio eterno que

Cristo ejerce a la derecha del Padre

3.2 La oración litúrgica del sacerdote como participación en la oración de Cristo con

su cuerpo al Padre

3.3 El sacerdote en la celebración del santo Sacrificio de la Misa

3.3.1 La Santa Misa como centro de la vida interior del sacerdote

3.3.2 La oración eucarística como medio de identificación existencial del sacerdote con

la intención salvífica de Cristo

3.3.3 "Ante orationem praepara animam tuam”

3.3.4 Consideraciones sobre la oración sacerdotal en su relación con Cristo que se

ofrece a sí mismo en la celebración eucarística

3.3.4.1 La esencia del sacrificio eucarístico

3.3.4.2 La participación orante del ministro en el sacrificio

3.3.4.2.1 Oficio ministerial

3.3.4.2.2 Participación personal

3.4 El sacerdote en el rezo de la Liturgia de las horas

3.4.1 El Oficio divino como ministerio de salvación y oración eficaz

3.4.2 El Oficio divino como prolongación de la oración de Cristo

3.4.3 El Oficio divino como oración pública de la Iglesia

4. La oración personal del sacerdote

4.1 Complemento necesario de la oración litúrgica

4.2 La oración mental

4. 3 La configuración existencial del sacerdote con Cristo por la oración

4.3.1 La oración unifica la vida y el ministerio del sacerdote

4.3.2 Unidad entre el ser ontológico y vida moral del sacerdote

4.3.3 Permanecer en la identidad de Cristo

4.3.4 Autenticidad por una trans-formación permanente

4.4 La doble importancia de la oración interior del ministro

4.4.1 La santificación del sacerdote por la oración

4.3.2 La oración necesaria para la fecundidad del ministerio

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

4.4 Conclusión a modo de una sugerencia práctica

Resumen

La oración del sacerdote, enviado para prolongar la misión salvífica de Cristo, se ilumina desde

el ejemplo de Jesús el Buen Pastor que vivió en una continua entrega orante a la voluntad del

Padre. Por medio de ella le es posible vivir el ministerio como una configuración existencial

con Jesús sacerdote y víctima; hacer presente a Cristo entre los hermanos; ser testigo de la

verdad y del amor para ganar a todos para Cristo. Vivir la oración tanto en su dimensión

litúrgica como privada como un encuentro personal con Dios unifica la vida y el ministerio del

sacerdote, es fuente de santidad y fidelidad en el servicio, y por lo mismo el fundamento de la

fecundidad apostólica. A la luz de la fisionomía espiritual del sacerdote la oración no puede ser

concebida como algo añadido al ministerio sino ella misma es de alguna manera su ministerio

por excelencia. Se puede decir que igual que para todos los cristianos pero aún más para el

sacerdote, ser quiere decir orar.

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

1. La oración de Cristo como fundamento del ser y modelo del orar sacerdotal

“Exemplum dedi vobis” (Jn 13,15). Para todo cristiano la vida de Cristo como nos lo

transmiten los Evangelios es el modelo último que le revela su propia identidad como discípulo,

y al mismo tiempo le da las pautas de cómo tiene que vivir. De una manera particular vale esto

para el sacerdote, quién por el sacramento del orden recibe de tal manera una nueva

configuración sacramental con Cristo, que la tradición le ha llamado frecuentemente un alter

Christus1, otro Cristo, o incluso más recientemente ipse Christus, el mismo Cristo (Aranda,

1994).

Si toda la vida del sacerdote deriva y tiene su punto de referencia último en la vida de Jesús,

en especial su vida de oración tiene que ser un reflejo de la oración del Maestro. La exhortación

que hizo Jesús cuando dijo “aprended de mí” (Mt 11, 29) vale también para la vida de oración

del sacerdote porque; como dice el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica (2005): “la

oración es plenamente realizada y revelada en Jesús” (n. 541 - 547). En esta misma línea afirma

Montagut (2004), hablando del sacramento del orden que: “esta nueva configuración

sacramental con Cristo pasa también – y de forma esencial – por poner los ojos fijos en el

modelo de su oración terrena y por la realidad actual de su oración gloriosa” (p. XX). Esto

significa que el recibir la ordenación sacerdotal exige también asimilar el modo de orar de

Cristo, sintonizar con la oración de Cristo, aprender de él y estar con él. Como se va a exponer

1 Con razón se puede decir que todos los cristianos en virtud de su bautismo son llamados a ser un “otro Cristo”. El llamado universal a la santidad, la participación de todo el Pueblo de Dios en la misión de la Iglesia y la participación en el triple oficio sacerdotal, real y profético por todos los bautizados están en el fundamento de este llamado. Todos estos temas son ampliamente expuestos en el horizonte eclesiológico que presenta el Concilio Vaticano II. Se puede pensar también en muchos Santos “laicos” en la historia de la Iglesia que llegaron a realizar plenamente este ideal. En cuanto al sacerdote, se puede decir, que esta configuración se da de una manera inmediata y sacramental (cf. San Josemaría Escrivá de Balaguer, Amar a la Iglesia, 38). Configurado ontológicamente con “Cristo cabeza”, el ministro ordenado representa de una manera permanente y esencialmente distinta de los laicos a Jesús como sacerdote, profeta y rey – pastor. El cardenal Mercier (citado por Aranda, 1994) califica la expresión como “adagio teológico con el que la tradición cristiana expresa sus sentimientos hacia el sacerdocio”.

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en adelante, es precisamente allí, en el interior de la oración de Cristo, que él dirige al Padre,

en donde el ministro ordenado encuentra su misma razón de ser, el sentido más profundo de su

llamamiento vocacional y el lugar vital de su eficacia ministerial.

1.1 Clarificación de los dos conceptos fundamentales

Para demostrar sobre el trasfondo de la Sagrada Escritura y el ejemplo de Cristo la

centralidad de la oración para el ser y la misión sacerdotal, será útil e incluso necesario

deslindar brevemente el significado de los dos conceptos principales que se manejan: el

sacerdocio y la oración.

1.1.1 La oración.

La palabra oración proviene del latín oratio, lo que significa la facultad de hablar, el discurso

o la plegaria. Aunque existe una gran variedad de definiciones de la palabra oración, no

obstante, en su acepción teológica coinciden prácticamente todos en lo fundamental (Royo

Marín, 2000). Sto. Tomás (citado por Royo Marín, 2000) resume lo común de las definiciones

así: “la oración es la elevación de la mente a Dios para alabarle y pedirle cosas convenientes a

la eterna salvación” (p. 167). Como elevación de la mente se puede decir, que es un diálogo

con Dios o una respuesta al Dios que se revela, y en cuanto es alabanza y petición se puede

decir que tiene por objetivo la glorificación de Dios por un lado, y la salvación de los hombres

por el otro lado.

Entre las distintas maneras de hacer oración se distinguen tanto en el ámbito de la oración

cristiana, como en la oración en cuanto fenómeno universal de las religiones, lo que se llama

los “cuatro actos de la virtud de la religión” (Fernández, 2005). Son estos: la oración de

adoración, la oración de reparación o satisfacción, la oración de acción de gracias y la oración

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

de petición. Se puede decir que estos son los modos congénitos del hombre, como este se

relaciona con Dios. Al reconocer un ser supremo, el hombre le adora y alaba por su grandeza;

al mismo tiempo reconoce sus limitaciones para cumplir con las exigencias de la divinidad y

por eso le pide perdón; en otras ocasiones da gracias por los beneficios recibidos, o pide ayuda

por experimentar su impotencia (Fernández, 2005).

Obviamente la oración cristiana se distingue por su carácter personal y trinitario. Implica, o

mejor dicho es, un “encuentro personal del hombre en diálogo humilde con Dios Padre a través

de Jesucristo, su Hijo y hermano nuestro, en la fuerza del Espíritu Santo” (García). Por eso se

trata siempre de un encuentro “Yo” – “Tú” que tiene la iniciativa en Dios mismo. El poder

llamar en Cristo a Dios como “ABBA, Padre” (Rom 8, 15) y no solamente dirigirse a él como

creador o ser omnipotente, ¡ahí está la novedad radical que trajo Jesús y que significa la

culminación de todas las oraciones!

Desde esta experiencia única del orar cristiano como diálogo, los Santos han dado las más

bellas definiciones de la oración. Se puede mencionar la de Sta. Teresa de Ávila (citado por

Ramos, 1991) que se ha hecha clásica y que dice que orar es una “comunión de amistad en la

que el hombre se encuentra cara a cara y a solas con aquel Dios del que se siente amado”. Aún

más sencilla pero no menos auténtica es aquella definición que dio un campesino al santo Cura

de Ars de cómo estaba orando ante el sagrario. Dijo simplemente: “Yo le miro, él me mira”

(CEC n. 2715). Por fin, una excelente idea acerca de lo que debería ser la oración cristiana nos

da el santo fundador del Opus Dei en su “camino”:

“Me has escrito: `orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?'- ¿De qué? De Él, de ti: alegrías,

tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias... ¡flaqueza!: y

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y

conocerte: ¡tratarse!”. (Escrivá de Balaguer, 1965, n. 91)

1.1.2 El sacerdote.

La palabra sacerdote – del latín sacerdos (– otis) - en su sentido semántico quiere decir “el

que da lo sagrado” – del compuesto “sacra-dans”- (Sáenz, 1997). Una definición muy

completa “sobre los requisitos esenciales del sacerdocio” (Sáenz, 1997, p. 3), encontramos en

la carta a los hebreos en donde se puede leer: “Todo pontífice, tomado de entre los hombres,

es establecido para intervenir en favor de los hombres en las cosas que atañen a Dios, a fin de

ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados” (Heb 5, 1). Desde allí es posible distinguir tres

condiciones que caracterizan el sacerdocio auténtico: “ser hombre” y “elegido”; “ser

consagrado” y “ofrecer sacrificios para el perdón de los pecados”.

Siendo hombre, el sacerdote es capaz de ser solidario con todos los hombres que son sus

hermanos, y únicamente por la libre elección de Dios es lo que es en cuanto sacerdote. La

consagración que recibe, implica un ser dedicado plenamente y con toda su existencia a lo que

es la glorificación de Dios y el trabajo para la salvación de los hombres. Como sacrificador

realiza el acto más perfecto de adoración y expiación en representación de toda la humanidad.

Se podía decir que la misión del sacerdote esencialmente consiste en traer Dios a los

hombres y traer los hombres a Dios. Ya que el lugar vital de la existencia sacerdotal está en la

dinámica entre su consagración exclusiva a Dios y al mismo tiempo de la exigencia de estar

cerca de los hombres – tener olor de oveja diría el Papa Francisco - cabe decir en una palabra

que “El sacerdote es, por sobre todo, un mediador” (Sáenz, 1997, p. 5).

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

1.1.2.1 Sacerdotem oportet offere. 2

Si se compara diversas definiciones de la palabra sacerdote, junto al término dedicación,

consagración u ordenación, todos tienen en común el término sacrificio. En el caso del

sacerdote católico el último término obviamente se refiere siempre al sacrificio eucarístico.

Así por ejemplo el Diccionario de la lengua española (1992) dice que el sacerdote en la Iglesia

católica es un “Hombre consagrado a Dios, ungido y ordenado para ofrecer y celebrar el

sacrificio de la misa” (p. 1895). La edición actual añade “y realizar otras tareas propias del

ministerio pastoral” (DRAE, 2009).

Aunque hay los que tienen por insuficiente definir al sacerdote desde sus funciones, lo que

de todos modos se puede decir es que al explicar el termino sacerdote desde la dialéctica

“hombre consagrado” y “ofrecimiento del sacrificio de la misa”, se da una clave de

comprensión del porqué se da el nombre de sacerdotes a los ministros ordenados: “El

correlativo esencial del sacerdocio es el sacrificio” (Pohle). Así argumenta también

inequívocamente el Magisterio eclesial (citado por Niermann, 1986) cuando enseña que el

sacerdote ordenado “puede celebrar la eucaristía en nombre de Cristo y así sacrifica de manera

auténtica y es por consiguiente verdadero sacerdote” (Dz 957; 961; 2300).

Si bien, el sacramento del orden ciertamente no puede ser comprendido en toda su extensión

desde una visión del sacerdocio como se configuraba en el ámbito judío veterotestamentario o

en la historia de las religiones (Niermann, 1986), tiene en común con ellos que le permanece -

aunque a su manera diferente - esencial la noción de sacrificio. El mismo Concilio Vaticano

2 Al sacerdote corresponde ofrecer.

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

II nos enseña que la celebración del sacrificio eucarístico es la función más importante y más

esencial del oficio sacerdotal (LG 28)3.

El decreto Presbyterorum Ordinis sobre el ministerio y la vida de los presbíteros afirma que

“a este sacrificio se ordena y en él culmina el ministerio de los presbíteros” y que “su servicio

(…) toma su naturaleza y eficacia del sacrificio de Cristo (PO 2). Por eso, partiendo desde allí

y, sin caer en un reduccionismo, se puede decir, que el ministro ordenado nunca es tanto

sacerdote, como cuando hace presente en el santo sacrificio de la misa el ofrecimiento de Cristo

al Padre para la salvación de toda la humanidad.4

Estos aspectos centrales se han completado en el magisterio de los últimos decenios al

presentar una visión amplia del ministerio sacerdotal agrupando sus funciones alrededor de las

tria munera, es decir, del triple oficio sacerdotal como “sacerdote”, “profeta” y “rey” (PO cap.

II). El sacerdote, llamado a hacer presente a Cristo en su Iglesia, participa en su ministerio

sacerdotal santificando, instruyendo y gobernando al pueblo de Dios y continúa así a través de

un servicio particular la misión de Cristo (LG 7). Por su consagración particular tiene la

potestad de actuar en persona Christi Capitis (PO 2); y sus funciones se pueden sintetizar en:

“apacentar la Iglesia con la palabra y con la gracia de Dios” (LG 11). En base con esta visión

se puede decir, que junto a la centralidad cúltica - sacramental, el ministerio de la palabra, y

las multiformes modalidades de servicios pastorales constituyen el horizonte de la realidad

sacerdotal.

3 “su oficio sagrado lo ejercitan sobre todo en el culto eucarístico (…) en donde, representando la persona de Cristo (…) unen al sacrificio de su Cabeza, Cristo, las oraciones de los fieles, representando y aplicando en el sacrificio de la Misa, hasta la venida del Señor, el único Sacrificio del Nuevo Testamento, a saber, el de Cristo, que se ofrece a sí mismo al Padre como hostia inmaculada”. (LG 28) 4 Se podría añadir “y cuando perdona en nombre de Cristo los pecados” ya que se ha dicho que es la otra cara del sacerdocio y que el “ejercicio de esta facultad sacerdotal es tan necesario como su facultad de consagrar” (Pohle)

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1.1.2.2 “Yo estoy en medio de ustedes como el que sirve” (Lc 22, 27).

No puede faltar decir, que todos los elementos constitutivos y las funciones que integra el

concepto del “sacerdote” siempre tienen que ser relacionados con otro concepto último, que es

“connatural” al sacerdocio católico, a saber, el servicio. Cuando Jesús en la última cena se abaja

para lavar los pies de sus discípulos, les da precisamente este ejemplo de lo que debe ser el

sacerdote: Un servidor. Por eso el papa Benedicto XVI (2008) dijo de Cristo que: “En el gesto

del lavatorio de los pies quiso representar el conjunto de su sumo sacerdocio”. Gesto que

anticipa simbólicamente su entrega en la cruz y resume toda su vida “por nosotros y por nuestra

salvación” (Credo Niceno-constantinopolitano). Se puede decir que la ejemplaridad de esta

acción apunta a la totalidad de la vida del sacerdote que es llamado a vivir lo que respecto a

Cristo se ha llamado frecuentemente una “proexistencia”.

1.2 La oración en el corazón de la existencia de Cristo y del sacerdote

El gran maestro de la espiritualidad sacerdotal San Juan de Ávila (citado por Esquerda,

2000) dicho que “aquel ha de tener por oficio orar, que tiene por oficio el sacrificar, pues es

medianero entre Dios y los hombres, para pedirle misericordia” (p. 499). Esta afirmación que

coloca la oración directamente en el corazón del ministerio sacerdotal se encuentra

perfectamente corroborado en la vida de Cristo mismo.

De hecho, la vida de Cristo que es “mediador entre Dios y los hombres” (1Tm 2, 5), en

todas sus etapas desde la encarnación hasta su muerte en cruz e incluso más allá cuando está

elevado a la derecha de Dios como intercesor perenne (cf. Hb 7, 25), es un diálogo

ininterrumpido de Jesús con el Padre. Si la oración es la “elevación de la mente a Dios”, se

entiende que la vida de Cristo por ser su humanidad hipostáticamente unida a la divinidad no

se puede pensar, ni aun un momento, sin la oración (Falgueras, 2000). Toda su vida fue oración.

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Destacan, sin embargo, algunos momentos en la vida de Cristo en donde se revela de una

manera particular la relación entre su misión salvífica sacerdotal y la oración. Todos ellos

tienen en común el que son manifestaciones del continuo fiat del Hijo a la voluntad del Padre

“que tanto amó al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca,

sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).

1.2.1 La encarnación (Lc 1, 26-38; Mt 1, 18; Heb 10, 5-7).

Dom Marmión (1952) explica que “la humanidad de Jesús recibió la consagración

sacerdotal en el momento mismo de su encarnación”. Es este el instante que el autor de la carta

a los hebreos relaciona con la primera oración sacerdotal del verbo eterno como respuesta al

designio salvífico del Padre:

“No quisiste sacrificios ni oblaciones, pero me has preparado un cuerpo. Los sacrificios y

holocaustos por el pecado no los recibiste. Entonces yo dije: Heme aquí que vengo –en el

volumen del libro está escrito por mí–, para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad” (Heb 10, 5-7).

En esto se ve que el sacerdocio de Cristo, del cual sus ministros son llamados a participar,

empieza y nace por y a partir de la oración, que es diálogo con el Padre. El Padre envía y el

Hijo responde y acepta. Si se sigue la idea que expone el Padre Sáenz (1997) cuando dice que:

“el Padre eterno fue el consagrante” quién lo ungió “sacerdote en la catedral de su madre, en

el instante mismo de la encarnación” (p. 7), se podría decir que la oración oblativa que pone

el autor de la carta a los hebreos en boca de Jesús corresponde al “adsum” – “presente” - del

ordenando al inicio de su ordenación. Este adsum se prolongó durante toda la vida de Cristo,

porque él, cumpliendo en todo momento la voluntad del Padre, siempre estaba presente para

restaurar a través de su existencia sacerdotal la humanidad caída. Se puede decir que en esto

se muestra como el nuevo Adán, porque el primer Adán, a su vez rompiendo el diálogo con el

Padre, se escondió cuando este le clamaba “¿Dónde estás?” (Gen 3, 9). En Cristo también el

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sacerdote habría de ser este nuevo Adán que en todo tiempo está presente; siempre se deja

encontrar por Dios cuando este le invita a dialogar con él.

2 La oración “sacerdotal” de Jesús (Jn 17, 1-26)

El directorio para la vida y el ministerio de los presbíteros (2013) inicia el apartado que

lleva el título “Estar con Cristo en la oración” con la afirmación que: “El presbítero ha sido

concebido en la larga noche de oración en la que el Señor Jesús habló al Padre acerca de sus

Apóstoles…” (p. 61). El escrito se refiere a la noche antes de su pasión y muerte cuando en el

contexto de la última cena pronunciaba la llamada oración “sacerdotal” que nos relata el

Evangelista san Juan. Al mismo tiempo nos trae a la mente que ya el primer llamamiento de

los Apóstoles había sido el fruto de un diálogo prolongado de Jesús con el Padre cuando “se

fue al monte a orar, y pasó la noche en la oración de Dios” (Lc 6, 12). Poniendo en relación

directa la institución del sacerdocio ministerial con la oración de Jesús, el directorio quiere

subrayar hasta qué punto el ministerio sacerdotal está arraigado y tiene que ser comprendido

desde la realidad de la oración (DMVP, 2013). Como el sacerdocio de Jesús nace a partir de la

oración así también la génesis del sacerdocio ministerial de todos los tiempos es el resultado

de la voluntad orante de Cristo.

El punto central de la oración “sacerdotal” de Jesús en cuanto que está en el origen del

ministerio sacerdotal, es la súplica que Jesús dirige al Padre cuando dice: “Santifícalos – o

conságralos - en la verdad: tu palabra es verdad” (Jn 17, 16). Se puede decir con Benedicto

XVI5 (2009) que estas palabras son la verdadera “oración consagratoria” para los Apóstoles y

por eso para todos los sacerdotes. En ellos se encuentran por lo menos implícitamente los

5 Cuando Joseph Ratzinger el día antes de su ordenación sacerdotal abrió la Sagrada Biblia se encontró justamente con estas Palabras y al instante intuyo que el Señor le estaba hablando acerca de lo que le iba a suceder el día siguiente. Cf. Su Homilía en la Misa crismal 2009.

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constitutivos principales del ser sacerdotal que ya se ha abordado en parte en el acercamiento

a una definición del sacerdocio más arriba: Consagración; misión; configuración con Cristo;

sacrificio; servicio a la verdad y a la Palabra de Dios.

Orando Jesús pide que los Apóstoles sean consagrados, es decir, separados del mundo y

entregados por completo en propiedad a Dios. Esta consagración no significa segregación,

como explica Benedicto XVI (2009), sino más bien implica un envío, ya que la entrega a Dios

se da para el bien de los hermanos: “la persona consagrada existe para los demás, se entrega a

los demás” (Benedicto XVI, 2012). Por eso añade Jesús a la petición de consagración: “Como

tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo” (Jn 17, 18). Que sean santificados

“en la verdad; tu palabra es verdad” quiere decir que se da una configuración existencial del

sacerdote con Cristo, porque el mismo es la verdad y la Palabra de Dios en persona. Por fin, el

texto pone de manifiesto que consagrarse equivale a sacrificarse. Por eso dice Jesús: “por ellos

yo me consagro a mí mismo, para que también ellos sean consagrados en la verdad» (Jn 17,

19). Benedicto XVI (2009) da la razón a Bultmann quién traduce “yo me consagro” con “yo

me sacrifico”. Según el mismo papa estas palabras con las cuales Jesús se hace sacerdote y

victima a la vez contienen el origen del sacerdocio de la Iglesia” (Benedicto XVI, 2009). En

fin: El sacerdocio nace de la oración de Jesús. Pero “Esta oración no es solamente palabra: es

el acto en que él se consagra a sí mismo, es decir, se sacrifica por la vida del mundo” (Benedicto

XVI, 2012). En base con lo dicho se puede afirmar que el origen del sacerdocio está en la

misma autoentrega de Jesús que se hace oración en vistas a que sus ministros prolongaran este

su ministerio en el tiempo de la Iglesia.

Aparte de estas reflexiones sobre las relaciones más bien “ontológicas” entre la oración

sacerdotal de Jesús y el sacramento del orden, la misma entraña también un alto valor ejemplar

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

y pedagógico para el sacerdote: es modelo y estimulo. La nueva configuración con Cristo:

Verdad; Palabra de Dios; Sacerdote y Victima solicita el cultivo de una vida de oración intensa.

Conocer cada vez más a Cristo en la oración como un tú y un amigo que ilumina la

existencia a la luz del amor de Dios Padre, significa también crecer en el conocimiento de la

verdad de las cosas (Benedicto XVI, 2009). Se podría decir que al confrontar su vida con la

persona de Cristo y al dejarse instruir en la oración a ver todas las cosas con los ojos de Jesús,

el ministro llega a un conocimiento verdadero de sí mismo, de los demás y del mundo. Pero

no se trata solamente de un proceso cognitivo, sino al mismo tiempo recibe la fuerza y la

facultad de actuar según esa verdad.

En cuanto que recibe la facultad o capacitación para cumplir con su misión cabe decir que

en la oración se forja lo que se ha llamado un “sentido espiritual” (Philipe, 2005), es decir, una

sensibilidad y un criterio preciso de actuar siempre según la verdad que se expresa en la

voluntad de Dios para una situación concreta. En otras palabras, la oración facilita la apertura

a la voz del Espíritu Santo, que es el Espíritu de la verdad, de la fortaleza y del bien obrar.

Cuando esta apertura por la práctica asidua de la oración y otros medios de la vida espiritual se

hace permanente, como un hábito, se puede decir que se ha adquirido este “sentido espiritual”.

En cuanto a fortaleza se puede constatar que en los tiempos prolongados de oración con

Dios se obtiene la misma fuerza necesaria para dar testimonio de la verdad en un mundo

muchas veces marcado e incluso dominado por el relativismo. Se podría decir que la

experiencia de la cercanía de Dios que se vive en la oración – especialmente en la Eucaristía y

en la adoración eucarística - acrecienta cada vez más aquella convicción que impulsó el Apóstol

san Pablo a exclamar: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (Rm 8, 35)

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Luego, ser consagrado a la verdad en cuanto Palabra de Dios, indica la centralidad que

reclama la lectio divina en el ministerio del sacerdote ya que ella es la “forma concreta de

escuchar lo que el Señor nos quiere decir en su Palabra” (Francisco, 2014, n.156). Para que la

consagración en la verdad sea auténtica y pueda hacerse vida, hace falta dejarse iluminar por

la Palabra de Dios, es decir, pensar, actuar y vivir su ministerio desde la verdad del Evangelio.

Para lograr eso, la lectio divina como Palabra de Dios meditada y orada es una ayuda de evadir

interpretaciones subjetivas u instrumentalizadas de la Sagrada Escritura. La lectura

contemplativa a la luz de la doctrina de la Iglesia y de la tradición puede ser una referencia

segura para la acción y una fuente principal para vivir el sacerdocio lo mejor posible. Si nos

acercamos siempre en este espíritu orante al texto sagrado se puede decir que es como “el baño”

que nos purifica de lo propio para actuar y vivir según la voluntad de Dios (Benedicto XVI,

2012). Así en la diversidad de las opciones pastorales el sacerdote podrá decir con seguridad:

“Para mis pies antorcha es tu palabra, luz para mi sendero” (Sal 119, 105).

Por último parece evidente que la oración “sacerdotal” de Cristo es un modelo para el

sacerdote en su función de ser intercesor en favor de los hermanos. Ella nos hace “comprender

la belleza de interceder por los demás” (Benedicto XVI, 2012). Jesús pide al Padre la gracia de

que todos le reconozcan y que tengan parte de esta vida en Dios que él ya vive con su Padre de

una manera perfecta. El fin es la unidad de todos en el amor.

Así pues, el sacerdote es justamente al servicio de esta unidad de los hombres con Dios y

así al mismo tiempo de los hombres entre sí. Su razón de ser es sobre todo llevar Dios a los

hombres y llevar los hombres a Dios para que todos entren a formar parte de la gran familia

de Dios que se construyen en Cristo que es la verdad. Como Jesús vivió la unión perfecta con

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

su Padre y desde allí intercedió por aquellos “que le han sido confiados” (Jn 17, 2), también

el sacerdote es llamado a vivir su papel de mediador e intercesor desde una vida de cercanía

con Dios. Se puede decir que es especialmente necesario para el sacerdote la experiencia de

cercanía con Dios, para así sintonizar realmente con el deseo amoroso de Jesús por la unión de

todos los hombres en el amor de Dios Padre. Entonces el sacerdote como representante del

pueblo no cumplirá su oficio de intercesor a manera de un funcionario desinteresado, sino de

su corazón brotarán los mismos sentimientos de Jesús cuando este dijo: “quiero que donde yo

esté estén también ellos conmigo” (Jn 17, 24).

1.2.3 La oración de Jesús en el huerto de los Olivos (Mt 26, 36-46; Mc 14, 32-42; Lc 22,

29-46; Jn 18, 1)

Hemos tratado de explicar anteriormente, que la encarnación y la génesis del sacerdocio de

Cristo constituyeron un único suceso dando lugar a la oración dialogal de Jesús con el Padre.

No obstante cabe señalar, que este sacerdocio se manifestaba y realizaba de una manera plena

desde el momento del ofrecimiento que hizo Jesús de sí mismo al Padre en la noche antes de

que fue entregado. Vale citar lo que Juan Pablo II (1987) dijo al respecto en una de sus cartas

del jueves santo a los sacerdotes:

“Si bien – Jesús - era sacerdote desde el primer momento de su existencia, sin embargo "llegó

a ser" de modo pleno el único sacerdote de la nueva y eterna Alianza mediante el sacrificio

redentor, que tuvo su comienzo en Getsemaní. Este comienzo tuvo lugar en un contexto de

oración” (n. 8).

Partiendo desde allí se puede afirmar que el texto tal vez más importante en cuanto a la relación

entre vocación sacerdotal y oración es el pasaje del coloquio de Jesús con su Padre en

Getsemaní. En él encontramos sobre todo una oración de entrega, se podría decir un ofertorio,

que hace Jesús de sí mismo a la voluntad del Padre. Jesús acepta con todo su ser humano-divino

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

el designio del Padre, a saber, su muerte salvífica en la cruz que en este momento ya había

sido anticipado sacramentalmente en la última cena (J.P. II, 1987, n. 2; n. 4).

La realidad a la cual se dirige la oración en el huerto de los olivos es lo que Jesús ha llamado

“su hora” (Jn 13, 1), y que no es otra cosa que su pascua. En ella, según Juan Pablo II (1987):

“el sacerdocio se llena de un contenido nuevo y definitivo como vocación y servicio” (n. 3).

Dice el mismo Papa que sería importante para los sacerdotes - quienes forman parte de la

“escuela de oración” de Jesús -, el hecho de que este diálogo de Getsemaní “más que cualquier

otra oración de Jesús, revela la verdad sobre la identidad, vocación y misión del Hijo que ha

venido al mundo para cumplir la voluntad paterna de Dios hasta el final (J.P. II, 1987, n. 4). Se

podría decir que Jesús se entrega definitiva y confiadamente a la consumación de su misión, y

lo hace precisamente a través de aquella humanidad que ya había sido “sacerdotalizado”

(Sáenz, 1997, p.7) desde el momento de la encarnación. De esta manera, Jesús se revela más

que nunca como hombre, como hijo del hombre, como siervo de los hombres (J.P.II, 1987,

n.4).

Cabe decir con Montagut (2002), que en esta radical y amorosa subordinación de Jesús a la

voluntad del Padre se manifiesta más que nunca que “en Jesús, oblación y oración se

identifican” (p. 144). Por eso el sacerdote, el cual según la afirmación de San Juan de Ávila

citado más arriba tiene el oficio de “orar” porque tiene el oficio de “sacrificar”, encuentra allí

el modelo último de su propia oración, siendo el mismo un siervo e instrumento de la voluntad

salvífica de Dios dispuesto a darse por completo por amor a Dios y a sus hermanos.

Es significativo para una lectura de la oración de Jesús en Getsemaní desde la perspectiva

de la espiritualidad sacerdotal, que su objeto fue aquella oblación salvífica que

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

sacramentalmente se anticipó en la última cena y cruentamente se realizó en el sacrificio de la

cruz. Al tener en cuenta que como afirma Pablo VI en su “Credo del Pueblo de Dios”, la

Eucaristía “es realmente el sacrificio del Calvario” (Pablo VI, 1968, n. 24), y que justamente

la oración la cual con más profundidad nos presentan los Evangelios es aquella que apunta a

esta realidad, se revela como el sacerdocio como vocación centrado en la Eucaristía es

vinculado estrechísimamente a la oración. A su vez, el hecho de que Jesús cuando encontró a

los apóstoles dormidos mientras él se “preparaba” orando a su pascua les exhortaba con las

palabras “Vigilad y orad para no caer en tentación” (Mt 26, 41), indica que “el modo concreto

y eficaz de participar en la hora de Jesús” (J.P. II, 1986, n.7) es la oración. La vigilancia orante

es pues una exigencia indispensable de no huirse ante la presencia de la cruz. El ejemplo de

Cristo y el ruego de participar en su hora en virtud de la oración hace entender que si falta la

misma apenas será posible vivir de una manera coherente con lo que se celebra

sacramentalmente. En resumen, se puede decir que la oración da la fuerza de vivir un ministerio

unificado y coherente que implica también el ser asociado a la pasión salvífica de Cristo según

la exhortación de la liturgia de la ordenación sacerdotal: imitare quod tractabis6.

6 Con el mismo sentido la expresión se haya ya en el siglo VI en boca del gran Papa Gregorio que dice en sus diálogos: “Yo pido a Dios Nuestro Señor que nos dé a todos los sacerdotes la gracia de realizar santamente las cosas santas, de reflejar, también en nuestra vida, las maravillas de las grandezas del Señor. Quienes celebramos los misterios de la Pasión del Señor, hemos de imitar lo que hacemos. Y entonces la hostia ocupará nuestro lugar ante Dios, si nos hacemos hostias de nosotros mismos (San Gregorio Magno, Diálogos 4, 59).

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

2. La primacía de la oración en la vida del sacerdote

La exhortación operi Dei nihil preponatur – “Nada, pues, se anteponga a la Obra de Dios”

(Regla de San Benito, cap. 43, 1) - que dirige San Benito en su regla monacal a sus monjes,

ciertamente se puede aplicar mutatis mutandis también a todos los sacerdotes tanto regulares

como diocesanos. Es conocido que en la espiritualidad benedictina el ideal por realizar es el de

hacer de toda la vida una liturgia, es decir, convertirlo todo en obra de Dios, alabanza de su

gloria, adoración y ofrenda agradable para él. Lo mismo vale para el sacerdote: toda su vida

tiene que ser una liturgia en el sentido amplio de la palabra. Sin embargo, el operi Dei que

explícitamente quiere significar el santo Abad en la exhortación es el oficio divino que es

oración en cuanto tal para la gloria de Dios y la salvación de los hombres. De la misma manera

la oración en la vida sacerdotal vivido en su dimensión pública como privada ha de ser tarea

primordial de su ministerio o mejor dicho es ministerio primordial (PO 2; Montagut, 2004, p.

172). Se podría decir que es una exigencia del amor a Cristo mismo, al ministerio pastoral

encomendado, y de la fidelidad a la propia vocación de que el sacerdote “no pueda aceptar una

situación que sacrifique habitualmente la oración por motivo de las diversas ocupaciones

pastorales; estas han de ser ordenadas y limitadas en favor de la oración” (Montagut, 2004, p.

179). Recordaba el mismo Papa Francisco (2014) que ya San Pedro antes de recibir el mandato

de apacentar a las ovejas tenía que responder a la triple pregunta “Simón, hijo de Juan, ¿me

quieres?” De la misma manera habría que preguntarse continuamente todo sacerdote si todavía

está enamorado como en el primer día. No será atrevido decir que un indicador principal para

responder a esta pregunta es el estado de la vida de oración de cada ministro.

El fundamento de esta preeminencia de la oración puede buscársela en el mismo ser y en

la misión que le es confiado al sacerdote. Analógicamente de como la Iglesia reconoce en la

oración su primer deber (1 Tm 2, 1-2) y justamente por aquella íntima unión con Cristo que se

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

actualiza continuamente por esta su actividad orante se distingue de todas las otras sociedades

humanas, así también el sacerdote solo puede ser este hombre de Dios que vive en el mundo

sin ser del mundo (Jn 17) si vive a partir y por la oración. Cabe decir que la oración es

inseparable de su identidad. Reza porque es cristiano y porque es sacerdote y es auténticamente

cristiano y sacerdote por la oración (Montagut, 2004, p. 174). En cuanto deja a un lado la

oración y cumple con su ministerio litúrgico - sacramental sin una auténtica participación

orante interior, se vuelve un mero funcionario y un abismo separa su condición moral -

existencial de la configuración ontológica con el Cristo vivo que le fue impregnado en el alma

en el momento de su ordenación. Se podría decir que sin la oración le falta la vida del

Resucitado que el Espíritu Santo quiere suscitar en él y ya no aparece de pleno como un icono

transparente de Cristo sumo sacerdote, que como mediador junto al Padre está siempre vivo

para interceder en favor de los hombres (Hb 7, 25). Además, todo apostolado fecundo necesita

necesariamente del principio vital de la oración según lo dice el mismo Jesús: “Sin mí no podéis

hacer nada” (Jn 15, 5). En base con estas consideraciones se puede afirmar que para todo

cristiano pero más aún para el sacerdote “ser quiere decir orar”. (Montagut, 2004, p.172)

Se podría distinguir estrictamente entre lo que es la oración personal-espiritual del ministro

y de su ministerio litúrgico en donde es administrador de los misterios de Dios (1 Cor 4), para

luego insistir en la parte personal y su importancia para la vida espiritual, santificación y

fecundidad apostólica del sacerdote. Pero aunque las dos dimensiones tienen – como se verá

más adelante - repercusiones distintas en la vida espiritual, son dos aspectos de una misma

realidad orante del ministro. Separarlas o incluso contraponerlas sería lo que Montagut (2004)

llama “el error del liturgismo que separa la liturgia de la oración personal” (p. 171). Si por un

lado el mandato de Cristo “haced esto en memoria mía” (Mt 26; Lc 22) es el momento más

explícito del nacimiento del sacerdocio y de la dimensión litúrgica - eucarística que le es

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

esencial (Conc. de Trento, ses. XXII, cap. 1), Jesús ha llamado al mismo tiempo a sus ministros

por sobre todo “para estar con él” (Mc 3, 14) en un contacto continuo, íntimo y personal en

todos los momentos de su vida y de su quehacer ministerial. Como la vida de oración del

sacerdote tanto en su dimensión sacramental como en su dimensión personal “privada” está

inseparable de la consagración sacerdotal, es decir, las dos forman de alguna manera parte de

su ministerio, se podría decir que la primacía de la oración se refiere a todo un “dinamismo

orante” propio del sacerdote como diría el Padre Montagut (2004).

3. El sacerdote en la oración litúrgica sacramental

Hablando de la oración del sacerdote de una manera general es menester partir del hecho

que la misma se inserta en el horizonte de la oración cristiana en general. Sin embargo, tiene

sus características propias por la especial configuración con Cristo recibido en el sacramento

del orden que “lo ha introducido en un estadio diverso – en favor del cuerpo y con él – y que

lo ha capacitado para reproducir las mismas disposiciones sacerdotales que embelesaron el

corazón orante del Señor” (Montagut, 2004, p. 166). En pocas palabras y adelantándonos un

poco, se podría decir que el motivo que fundamentalmente marca y unifica todas las formas de

oración sacerdotal, sea pública - litúrgica o privada - interior es el del buen pastor que da la

vida por las ovejas (Jn 10, 11).

Para comprender ahora lo específico de la oración del sacerdote en la dimensión litúrgica

de su actividad orante se puede distinguir “un doble movimiento interno” (Montagut, 2004, p.

67). En un primer momento el ministro que actúa in persona Christi hace presente el diálogo

ininterrumpido de Cristo con el Padre que tiene como fruto la misma efusión del Espíritu Santo

sobre la Iglesia y toda la humanidad. Esto nos remite a la imagen que nos presenta la carta a

los hebreos acerca de Cristo que siempre está delante del Padre intercediendo por la humanidad

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

(Hb 7, 25) y presentándole continuamente el sacrificio salvífico que realizo de una vez para

siempre. En un segundo momento el ministro ordenado representa en su oficio litúrgico a Cristo

que ora juntamente con su cuerpo que es la Iglesia al Padre.

3.1 La oración litúrgica del sacerdote como participación en el sacerdocio eterno que

Cristo ejerce a la derecha del Padre

La imagen que nos presenta la carta a los hebreos de Cristo, como sumo y eterno sacerdote

que no cesa de interceder en favor de la humanidad para llevarla al Padre, expresa una

dimensión fundamental de lo que es específicamente la oración del sacerdote. El carácter

sacramental de su ordenación le hace para siempre partícipe de este eterno sacerdocio del

Resucitado. Como “transformación, real e íntima, del organismo sobrenatural” el sello divino

orienta todo su ser hasta en las actividades profanas y en especial su vida de oración en todas

sus dimensiones a ser un reflejo y una participación de esta actividad sacerdotal (Montagut,

2004, p, 71).

Pero es sobre todo en la sagrada liturgia, en donde se prolonga la oración de Cristo y se hace

presente y eficaz su sacerdocio celestial. Como “Cristo vive siempre para interceder por

nosotros” (Heb 7,25), la oración litúrgica no es más que una participación en su sacerdocio y

aplicación, más no repetición, de su obra salvífica realizada de una vez para siempre (Garrigou

Lagrange, 1962, p. 32). Por eso en la misma constitución Sacrosanctum Concilium se resalta

que “la liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo” (SC 7). La Iglesia a su vez se une

a Cristo glorificado, vivo intercesor, y el ministro que preside la celebración le presta su voz

haciéndole presente y siendo signo vivo de él en medio de la comunidad (PO 13).

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

Es el Espíritu Santo une la actividad cultual del sacerdote al sacrificio redentor “eternizado

en su corazón glorioso como don de si al Padre para la salvación del mundo” (Montagut, 2004,

p. 76). Por eso es preciso decir que la oración del ministro en la dimensión litúrgica -

sacramental es sobre todo epiclético. Se puede decir que por la oración pública que hace el

ministro representando a Cristo y al frente de la comunidad eclesial, Jesucristo continúa su

sacerdocio eterno en la tierra a través del envío permanente del Espíritu.

De esta manera, en virtud de su configuración particular con Cristo sumo sacerdote y la

acción del Espíritu, el celebrante actúa como su instrumento in persona Christi capitis (CEC

1548; PO 2; 6). Explicaba Benedicto XVI (2010) en continuidad con todo el magisterio

antecedente que in persona no quiere decir tanto en nombre de o en vez de Cristo, a manera de

una delegación, sino se trata de una identificación sacramental que hace presente un ausente, a

saber, a Cristo resucitado que siempre continúa su sacerdocio en la Iglesia (Audiencia general;

; PDV 16). Ya que Cristo es inseparable de su Cuerpo que es la Iglesia, y porque la oración

litúrgica del sacerdote se da siempre en el seno de la comunidad eclesial y con ella, esta su

actividad orante es también una acción que ejerce in persona Ecclesiae (Montagut, 2004, p.

79).

Se puede afirmar que el sacerdote por la oración presidencial que ejerce en

representación de Cristo realiza una parte esencial del mismo pastoreo que le es encomendado

en la Iglesia, porque también en ella actúa “según su parte de autoridad, el oficio de Cristo

Cabeza y Pastor” (PO 6). Se podría hablar de una mediación pastoral, que se realiza

precisamente en el culto. Cabe distinguir entre una mediación descendiente, ya que la oración

sacramental del ministro atrae las gracias necesarias y la misma vida divina sobre los fieles, y

otra ascendente “cuando intercede ante Dios en favor de los hombres” (Montagut, 2004, p. 83).

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

La imagen del sacerdote pastor que ejerce su pastoreo en un primer momento en la dimensión

litúrgica de su ministerio, se puede ilustrar con la tradición por ejemplo a través de la

interpretación alegórica del salmo 23: “Me conduces hacia fuentes tranquilas y reparas mis

fuerzas”; “preparas una mesa ante mí en frente de mis enemigos”. La oración litúrgica del

sacerdote hace derramar el agua viva del Espíritu desde el trono del Padre sobre el Pueblo de

Dios para darle vida y conducirlo a él, y su intercesión delante del trono de la gracia ahuyenta

los enemigos del alma.

Se entiende por lo dicho que la oración litúrgica es un servicio en favor de la comunidad

que participa en ella e incluso para todo el cuerpo de Cristo y para la humanidad entera. Por su

unión con Cristo el ministro puede orar como “don de Cristo frente a la comunidad” (Montagut,

2004, p. 88), y por su mediación de intercesión y la acción del Espíritu que actúa por él, es

realmente colaborador de Cristo y administrador de los misterios de Dios (1 Cor 4).

3.2 La oración litúrgica del sacerdote como participación en la oración de Cristo con su

cuerpo al Padre

La oración litúrgico - sacramental del sacerdote no se puede pensar sin su unión a la oración

de todos los fieles que forman la Iglesia que es el Cuerpo de Cristo. La misma liturgia como

“culto público integro” que se tributa al Padre es obra de Cristo y de la Iglesia que se asocia a

él (SC 7). Así se define por ejemplo el oficio divino como “la voz de la Esposa que habla al

Esposo (y) la oración de Cristo, con su Cuerpo, al Padre” (SC 84). Lo mismo la celebración de

la Eucaristía por ser acción de Cristo no es únicamente obra del celebrante que ora en nombre

de Cristo frente a la comunidad, sino es un acto de toda la Iglesia. Ya la encíclica Mediator Dei

exponía ampliamente que los fieles ofrecen juntamente con el sacerdote, aunque de una manera

diversa la hostia divina en la celebración eucarística (Pio XII, 1947, 29; 105-119). El sacerdote

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

como instrumento indispensable representando exclusivamente a Cristo “único mediador entre

Dios y los hombres” (1Tm 2, 5) junta sus oraciones con el único sacrificio divino (LG 28).

Se podría decir que, como orante que participa en la oración de Cristo con su cuerpo al

Padre, el sacerdote aunque ora al frente de la comunidad no se pone frente a la comunidad.

Más bien al ejercer su función propia dirige a los fieles hacia el Padre. De esta manera su

oración como representante de Cristo es un ícono del principio de toda oración cristiana que

asciende por Cristo al Padre en el Espíritu Santo. Como su sacerdocio ministerial está ordenado

al sacerdocio común de todos los fieles (LG 10), así también su oración está en función de la

oración de todo el Pueblo de Dios cuando ora en nombre de la Iglesia y con la Iglesia.

3.3 El sacerdote en la celebración del santo Sacrificio de la Misa

Sin negar la importancia de la diversidad de formas que debe asumir el servicio sacerdotal

en la vivencia del amor pastoral para con los hermanos, cabe afirmar que es en la celebración

eucarística en donde el sacerdote encuentra su identidad más profunda como alguien que es

llamado de una manera especial de estar delante de Dios para servirle. Con Benedicto XVI

(2008) se puede decir que al sacerdote de Cristo, y en especial en su ministerio eucarístico, se

puede aplicar aunque con su contenido novedoso la definición que ya hacía el Deuteronomio

de la esencia del sacerdocio levita como un astare coram te et tibi ministrare7 (Dt 18, 5. 7).

Mientras todo servicio que implica el ministerio sacerdotal necesita como de su fuente el

encuentro orante con el Señor, en la eucaristía la misma oración se vuelve un servicio de primer

rango:

7 Estar delante de ti y servirte.

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE La celebración de la Eucaristía, es servir, realizar un servicio a Dios y un servicio a los

hombres. El culto que Cristo rindió al Padre consistió en entregarse hasta la muerte por los

hombres. El sacerdote debe insertarse en este culto, en este servicio. (Benedicto XVI, 2009)

3.3.1 La Santa Misa como centro de la vida interior del sacerdote.

Si, como solía decir el santo Cura de Ars (recuperado de Juan XXIII, 1959, n. 46) “el

sacerdote ante todo ha de ser hombre de oración”, entonces tiene que vivir especialmente la

celebración de la Santa Misa, más allá de ser un simple encargo de una función o un deber

profesional, como oración, es decir, como un momento privilegiado para encontrarse con

Dios8. Sí bien es verdad que el sacerdote a imitación de Cristo debiera buscar una actitud orante

en todas las circunstancias de su vida, también se puede decir con Montagut (2004) que la

Eucaristía reclama ser vivida como la coronación de su oración personal (cap. V). Además,

teniendo en cuenta que, de hecho, la Eucaristía es "fuente y culmen de toda la vida cristiana"

(LG 11), lo es de un modo particular en relación con la vida de oración del sacerdote

considerado en su totalidad y con sus matices propias: Por un lado toda la vida de oración del

sacerdote parte y se ilumina desde la oración, se podría decir, paradigmática, que es del

sacrificio eucarístico, y por el otro lado la Eucaristía es el punto culmen de su vida orante. Para

decirlo de una manera más general en una palabra recuperada por el Padre Sáenz (1997) cabe

decir que el Sacrificio de la Misa es el sol del sacerdocio o como recordaba el mismo Concilio

en el decreto sobre la vida y el ministerio de los presbíteros, utilizando una expresión típica de

San Josemaría Escrivá, el centro y la raíz de la vida interior del sacerdote (PO 14).

8El santo cura de Ars ·Estaba convencido de que todo su fervor en la vida de un sacerdote dependía de la Misa. "La causa de relajación del sacerdote es que descuida la Misa. Dios mío, ¡qué pena el sacerdote que celebra como si estuviese haciendo algo ordinario!" Siempre que celebraba, tenía la costumbre de ofrecer también la propia vida como sacrificio” (Benedicto XVI, 2010)

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

No es difícil de concebir esta centralidad de la Santa Misa, “presencia del sacrificio de la

cruz” (Journet, 1962), para la vida interior, espiritual y oracional del sacerdote, teniendo en

cuenta que la espiritualidad sacerdotal tiene como motivo central la imagen de Jesús como buen

pastor, que entrega su vida por las ovejas y que es justamente esta entrega que se actualiza

sacramentalmente en el misterio de la Eucaristía. En ella el ministro ordenado, junto con todos

los fieles participantes, puede hacer la experiencia del amor del Padre que “tanto amó al mundo

que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”

(Jn 3, 16). En esta experiencia de amor9 el sacerdote encuentra la fuerza para vivir cada vez

más en unión con Jesucristo pastor, sacerdote y víctima y para emprender su trabajo en favor

de la salvación de los hombres. Podría decirse que al igual que el apóstol San Juan reconoce el

fundamento de la caritas de los cristianos en el mismo amor de Dios cuando dice: “amemos,

porque él nos amó primero” (1 Jn 4, 19), así la experiencia de Cristo que es presente, se entrega

y es compartido en el Sacrificio eucarístico, es la fuente primera que anima la entrega diaria

que el Sacerdote es llamado a hacer de sí mismo en el ministerio que se le ha encomendado:

nos entregamos porque él se entregó primero.

3.3.2 La oración eucarística como medio de identificación existencial del sacerdote con

la intención salvífica de Cristo.

Motivado por el mismo amor que movía Jesús a anhelar su entrega definitiva para la

salvación de la humanidad (Lc 12, 5010), así el sacerdote debiera anhelar de acceder “al altar

de Dios” (Sal 42) para que uniéndose a la obra salvífica de Cristo adore al Padre “en espíritu

y en verdad” (Jn 4, 24) a través de su cruz gloriosa. Como indica el Directorio para la vida y

el ministerio de los presbíteros (2013), el sacerdote, por la actividad orante que realiza en la

9 Decía el santo cura de Ars (Recuperado de Peña): “El sacerdocio es una carga tan pesada que, si no tuviera el consuelo y la felicidad de celebrar la santa misa, no lo podría soportar” (p. 30) 10 Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustiado estoy hasta que se cumpla! (Lc 12, 50)

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

persona de Cristo al celebrar la Eucaristía se compromete a “hacerse suyas las disposiciones

del Maestro” (DVMP, 2013, p. 81) que “no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su

vida como rescate por muchos” (Mt 20, 28). Por consiguiente se sigue que, por la

interiorización orante de lo que celebra en el rito, el ministro encuentra la fuerza formativa

capital para poder asimilar plenamente la realidad de su vocación que es participación en el

único sacerdocio de Cristo. Se podría decir que la dimensión litúrgico - eucarístico de su vida

de oración se convierte para él, en la escuela y el modelo que da a la totalidad de su ministerio

la dirección fundamental de vivirla a imitación de Cristo “como don para sus hermanos”

(DVMP, 2013, p. 81). El mismo Directorio (2013) recuerda que para que la celebración de la

Eucaristía tenga esta fuerza formativa y fecundante es menester de vivirla como un encuentro

profundo con Cristo, con fe, piedad y sin prisa11, en una palabra: en un auténtico espíritu de

oración (DVMP, 2007, p. 82). Para que pueda ejercer la celebración eucarística esta capacidad

formativa será sin duda decisivo también la capacidad del sacerdote de penetrar a través de una

actitud orante cada vez más en el significado de la Santa Misa que es esencialmente sacrificio

y don.

3.3.3 "Ante orationem praepara animam tuam” (Ecl 18, 23)

Jesús decía que sus discípulos no tienen una casa segura en esta tierra porque “las zorras

tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la

cabeza” (Mt 8, 20). No obstante, hay que decir que en cierto sentido Jesús encontró

permanentemente su única “casa” terrenal en el cumplimiento de la voluntad del Padre y en

11 Cabe mencionar una palabra diciente del Santo fundador del Opus Dei sobre el carácter pausado que exige un ars celebrandi adecuado: “¿Por qué prisa? ¿La tienen acaso los enamorados, para despedirse? Parece que se van y no se van; vuelven una y otra vez, repiten palabras corrientes como si las acabasen de descubrir... No os importe llevar los ejemplos del amor humano noble y limpio, a las cosas de Dios. Si amamos al Señor con este corazón de carne –no poseemos otro–, no habrá prisa por terminar ese encuentro, esa cita amorosa con El.” (San Josemaría Escrivá de Balaguer Homilía pronunciada el 13–IV–73 recuperado de http://www.todosloslibros.info/index.php/mas-articulos/20-conversaciones/497-sacerdote-para-la-eternidad )

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

especial cuando subió a lo que se puede llamar el “altar” de la cruz (CEC 1182). Precisamente

al cumplimiento del misterio pascual por ser el designio del Padre, se puede aplicar lo que

quería decir Jesús cuando dijo: “debo de estar en la casa de mi Padre” (Lc 2, 49) y “para esto

he venido” (Jn 18, 37).

Partiendo de esta corta reflexión cabe traer a la memoria que la Iglesia propone al ministro

una serie de oraciones que sirven para prepararse mediante la oración personal para la

celebración de la Santa Misa12. Las bellas oraciones que conserva el Misal de Pablo VI13 se

centran por un lado sobre todo en la fragilidad del ministro y por el otro lado pidan la ayuda y

la gracia de Dios para poder celebrar con confianza y dignamente la Eucaristía. Pero además

de estas oraciones se puede rezar el salmo 83 el cual propone el Misal de la forma extraordinaria

del rito romano como primera oración para la preparación del celebrante. Este salmo suscita

justamente los sentimientos que tiene que despertar el sacerdote cuando ejerce su principal

ministerio y le prepara para que lo pueda vivir conscientemente como una identificación con

Jesús orante y oferente que se sabe en casa en el cumplimiento fiel de la voluntad del Padre:

“Qué amables son tus morados, Señor de los ejércitos; Mi alma se consume y anhela los

atrios del Señor, mi corazón y mi carne se alegran por el Dios vivo. Hasta el pajarillo ha

encontrado una casa, y para sí la golondrina un nido donde poner a sus polluelos: ¡así sean

para mi tus altares, Señor de los ejércitos, rey mío y Dios mío!”14 (Sal 83, 2-4).

12 “No deje el sacerdote de prepararse debidamente con la oración para celebrar el Sacrificio eucarístico, y dar gracias a Dios al terminar” (CIC c. 909). 13 Cf. Misal p. 1202 14 Quam dilécta tabernácula tua, Dómine virtútum: concupíscit, et déficit ánima mea in átria Dómini. Cor meum et caro mea exultavérunt in Deum vivum. Etenim passer invénit sibi domum: et turtur nidum sibi, ubi ponat pullos suos. Altária tua, Dómine virtútum: Rex meus, et Deus meus.(Sal 83, 2-4)

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

La añoranza por el altar, que simboliza a Cristo mismo, y en donde se hace presente por las

manos del sacerdote de nuevo su entrega en la cruz, hace pensar en el deseo que expresaba el

mismo Jesús de vivir este su definitivo “bautismo” (Lc 12, 50). En consecuencia el sacerdote

en la preparación orante encuentra una ayuda para “unirse íntimamente a la ofrenda, poniendo

sobre el altar del sacrificio la vida entera (DVMP, 2013, p. 81). En otras palabras se puede

decir que las oraciones preparativas apuntan sobre todo a concientizar al sacerdote de lo que

está realizando en la celebración eucarística y al mismo tiempo a preparar en él la actitud

interior de sacrificarse -“Opfergesinnung”- junto a Cristo y en unión con él (Weisshaupt, 2010,

p. 20).15

3.3.4 Consideraciones sobre la oración sacerdotal en su relación con Cristo que se

ofrece a sí mismo en la celebración eucarística.

Se puede decir que la exigencia de que el ministro viva la Eucarística como oración, no

únicamente en cuanto pronuncia como celebrante del culto público de la Iglesia las oraciones

litúrgicas, sino asimismo en un nivel personal e interiorizado, es una reivindicación que nace

de la misma naturaleza del sacrificio que en ella se actualiza. Para dar pruebas de lo mismo

puede ser conveniente delimitar lo propio de la ofrenda que se da en la Santa Misa para hablar

luego del papel del sacerdote como orante y oferente.

15 En cuanto que la preparación ante missam apunta a una unión con Cristo victima que debe pasar, según el adagio imitare quod tractabis, de la celebración litúrgica a la vida concreta dice el abad benedictino Benito Bauer: “Ofrecemos a Cristo como ofrenda nuestra, y en Cristo nos ofrecemos a nosotros mismos y nos convertimos en ofrenda. En la sagrada comunión nos regala el Padre a su Hijo sacrificado, para que éste nos compenetre con su espíritu y con su fuerza de sacrificio, y para que nosotros seamos lo suficientemente fuertes para ser en la vida cotidiana, en la ruda realidad, ofrenda, por decirlo así, sangrienta, conforme nos hemos consagrado a Dios en la fiesta litúrgica.” (Bauer, 1961, p. 209)

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

3.3.4.1 La esencia del sacrificio eucarístico.

El cardenal Ratzinger (2002) en su libro “El espíritu de la liturgia” preguntaba “¿Qué es

realmente la adoración?” para poner desde allí a la luz de cómo se debe entender lo que quiere

decir sacrificio en el culto cristiano (p. 47-48). De hecho, se puede decir que la esencia del

sacrificio tiene que ver mucho con aquello que se puede decir igualmente de la adoración. De

una manera parecida de como el sacrificio, según la mayoría de las definiciones, es un acto por

el cual se expresa el reconocimiento de la soberanía absoluta de Dios sobre todas las cosas y la

pertenencia del hombre a este Dios que es su origen; así se puede decir que la adoración es

como la “primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador” (CEC 2628).

El respectivo fin primordial de ambos es honrar a Dios, y el secundario la expiación en el caso

del sacrificio o más general la santificación del hombre en la adoración. Sin embargo, según

Ratzinger sería una falsa concepción de ver lo central del sacrificio en la destrucción de algo,

ya que parece evidente que tal acto de por sí, no puede realmente contribuir a la gloria de Dios

ni beneficia al hombre (Ratzinger, 2000, p. 48). Más bien habría que pensar el sacrificio como

un movimiento de unirse a Dios por amor. En este sentido la oblación significa un sacrificarse

a sí mismo en cuanto ser autónomo; un abrirse y dejarse para entrar en un proceso de

divinización y, transformado por el amor, recibirse de nuevo en Dios. El fin del sacrificio es,

pues, la unión del hombre – y de la creación – con Dios; pero esta unión no se da por destrucción

sino más bien por un salir de sí mismo, un perderse a sí mismo para entregarse libremente a

Dios y unirse a él (Ratzinger, 2000, p. 48). No es aniquilación, sino transformación en amor y

por amor16. El sacrificio es como la adoración una respuesta de amor a un Dios que es bueno.

16 “Por ello san Agustín podía decir que el “sacrificio” verdadero es la civitas Dei, es decir, la humanidad convertida en amor, que diviniza la creación y que es la ofrenda del universo a Dios: a fin de que Dios sea todo para todos (1Cor 15, 28), esa es la meta del mundo, esa es la esencia del “sacrificio” y del culto” (Ratzinger, 2000, p. 48)

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

Queda claro que el fundamento del sacrificio así entendido encuentra su referencia última

en el sacrificio de Jesucristo mismo que como Hombre - Dios se entregó para abrir de nuevo

el camino al seno del Padre para toda la humanidad. Él murió sin ser realmente destruido

porque fue un simple paso a la resurrección: “Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre”

(Jn 16, 28). Es un paso, a saber, la nueva Pascua misma que se realiza en el sacrificio

eucarístico. En cuanto Jesús mismo es la víctima decía Santo Tomás (citado por Montagut,

2004) que: “el fuego que abrazo esta víctima fue el ardor de la caridad” (p. 25). Todo el culto

cristiano es participación en ese “paso” de Cristo, en esta ofrenda de sí mismo por amor para

recibir la vida plena en la unión con Dios (Ratzinger, 2000, p. 55).

La explicación razingeriana refleja el acuerdo general entre muchos teólogos de cómo se

debe entender la esencia, se puede decir metafísica, del Sacrificio de la Misa. Por ejemplo

Ludwig Ott (1965) distinguiendo entre una “faceta exterior, cultual, y otra interior, espiritual”

en el acto de la oblación lo explica así: “La oblación externa – esencia física del sacrificio -

consiste en la separación17 sacramental y mística del cuerpo y la sangre de Cristo, que se realiza

por medio de la doble consagración y constituye una representación (…) del sacrificio de la

cruz” (cap. 2 § 24,1). Este aspecto del sacrificio obviamente se da por la oración pública y los

ritos que realiza el ministro como representante que actúa en la persona de Cristo. Sin embargo,

a esta primera faceta “corresponde una oblación interna – esencia metafísica del sacrificio - por

la cual Cristo, con sentimiento de obediencia y amor, se ofrece al Padre celestial como hostia”

(Ott, 1965, cap. 2 § 24,1). En esto se puede ver que de la misma manera de como la entrega

amorosa de Jesús al Padre se dio a través de la cruz como instrumento físico de su

“inmolación”, así la perpetuación de esta entrega en el Sacrificio eucarístico necesita de los

17 Según San Gregorio Nacianceno (citado por Ott, 1965) el sacerdote, cuando pronuncia las palabras de la consagración, separa «con tajo incruento el cuerpo y la sangre del Señor, usando de su voz como de una espada (cap. 2 § 23,1).

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

ritos sensiblemente perceptibles. Tanto la representación de la muerte real sacramental – doble

consagración - , como el acto interno de oblación pertenecen a lo propio del Sacrificio de la

Misa18. Pero una vez establecido este principio cabe señalar como decía Journet (1962) que “el

rito es para el amor, no a la inversa” (p. 145); “todo el ordenamiento de la validez cultual (…)

está orientado al ordenamiento de la caridad redentora; (…) el sacrificio cultual tiene por

misión manifestar el amor19 redentor” (p. 137). Tal vez se podría decir que el alma del sacrificio

es la oración. De todos modos se puede afirmar que la oración y el sacrificio convergen en la

vida redentora de Cristo y por eso también en la Eucaristía.

3.3.4.2 La participación orante del ministro en el sacrificio.

Desde esta doble dimensión ritual e interior de la celebración eucarística es posible ahora

distinguir en ella dos momentos de la oración sacerdotal: la oración ministerial y la

participación personal. La ministerial abarca las oraciones litúrgicas y gestos, a saber, aquello

que afecta a la validez y licitud del sacramento; en ella el sacerdote actúa – ora – en la persona

de Cristo y de la Iglesia. La dimensión personal e interior es el acto de amor por el cual el

ministro se une íntimamente a Cristo sacerdote y victima por la oración personal.20

18 Mientras las teorías de destrucción de algunos teólogos vean la esencia del sacrificio en la destrucción de la ofrenda, p. ej. Aniquilación de pan y vino por la transustanciación; en la comunión etc., los partidarios de las teorías de la oblación sostienen que su esencia consiste únicamente en la oblación de la ofrenda a Dios y la destrucción de la ofrenda no pertenece a su esencia (cf. Borobio, 2000, p. 88; Ott, 1965, cap. 2 § 24, 2). 19La liturgia canta en este sentido al Amor-Sacerdote, que es Cristo Sacerdote y Victima como actuante principal, que detrás del velo del rito se ofrece por amor al Padre (cf. Himno del tiempo pascual, Ad regias Agni dapes); Decía Catalina de Sena que “no se presenta el agua sola ni el vaso solo (…) el vaso es el sacrificio y el agua el amor” (citado por Journet, 1965, p. 34) 20 Como sugerencia espiritual el P. Garrigou Lagrange (1956) propone que el sacerdote puede hacer el sacrificio orante de su vida en la celebración de la Misa, según una fórmula de Pío XI, complementada en lo tocante a los cuatro fines del sacrificio por el beato Pedro Julián Eymárd de la siguiente manera: “Oh Señor, cualquiera que fuere el género de muerte que me haya reservado tu Providencia lo acepto de tus manos con todo el corazón, con todos los dolores, penas y angustias, cómo un camino que me lleve hasta el fin. Y en prenda de aceptarlo, junto con el sacrificio incruento de tu Hijo, yo te ofrezco, por adelantado, el sacrificio personal de mi vida, conforme a los cuatro fines del sacrificio. Con espíritu de adoración, de tu Majestad, Señor de la vida y de la muerte, que guías hasta la muerte y conduces luego a la vida eterna. Con espíritu de reparación, por todos mis pecados conocidos y ocultos, y por la pena a ellos debida. Con espíritu de súplica, a fin de obtener todas las gracias que me sean útiles para la salvación y el apostolado y particularmente la gracia de las gracias, la perseverancia final. Con espíritu de acción de gracias, por todos los beneficios recibidos: por el beneficio de

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

Es significativo que el mismo mandato de Jesús “Haced esto en conmemoración mía” (Lc

22, 19; 1 Cor 11, 24) con el cual instituyo el sacramento de la Eucaristía y mando a los apóstoles

a celebrarla “hasta que vuelva” (1Cor 11, 26) (CEC 1333-1334), compromete estas dos

dimensiones. Dice por ejemplo Journet (1965) que: “Esto que Jesús ha hecho con tanto amor,

pide que se realice en su memoria, es decir, con un deseo paralelo al suyo (…), que las palabras

sean pronunciadas por los sacerdotes (…) con los corazones armonizados con el suyo” (p. 152).

En consecuencia el mandato dado por Cristo tiene por decirlo así tanto vigor en el orden de lo

cultual como en el orden de la caridad (Journet, 1965, p. 152).

3.3.4.2.1 Oficio ministerial.

En lo cultual, el sacerdote, cuando como ministro de la Iglesia pronuncia en la persona de

Cristo las palabras de la consagración se le puede comparar con Moisés, el cual tenía como

único del pueblo el privilegio de golpear la roca para que todos se acercaran de beber (Journet,

1962, p. 147) 21. Su oración aparece como un servicio para los demás, que hace presente el

la Encarnación, de la Redención, de la Eucaristía, de mi vocación cristiana y sacerdotal; y para que mi muerte sea el comienzo de una eterna acción de gracias.” Para que el sacrificio sea más perfecto, como preparación al último sacrificio en el instante de la muerte, será conveniente que el sacerdote pida las siguientes gracias: “Señor, haz que vea lo que exige mi vocación cristiana y sacerdotal de alguna manera, como lo veré al instante de mi muerte en el juicio particular. Concédeme por tu misericordia la gracia de hacer por amor lo que esperas de mí en pro de las almas a las que debo ayudar. Y que sufra- con generosidad cuanto de doloroso has permitido desde la eternidad paira mi santificación antes de volver a ti para siempre. Pido en particular que trabaje con celo en la salvación de todas las almas a las que según tu voluntad debo ayudar. Con este fin uno el sacrificio personal de mi vida al sacrificio incruento de tu Hijo, de valor infinito y superabundante, y a los méritos de la B. V. María. Amén.” (pp. 100 - 103) 21 Se puede decir que sobre todo en este momento el sacerdote ya no es propiamente dicho alguien que simplemente preside la asamblea eucarística; él es el celebrante porque Cristo actúa de una manera especial a través de él que es su instrumento inmediato. Es un poder espiritual instrumental para el servicio (cf. Sto. Tomás, III, q. 63, a. 2.). En los otros momentos de la celebración el sacerdote actúa más bien como delegado de la Iglesia para “expresar por medio de las oraciones dispuestas por ella misma los sentimientos de ofrenda, de adoración, de súplica, de acción de gracias de la Iglesia entera en el momento en que Cristo venga a visitarla” (Journet, 1965, p. 150).

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sacrificio de la cruz para que todos reciban abundantemente de las gracias que dimanan de él22.

En el momento consagratorio el celebrante actúa como ministro inmediato de Cristo y ora

exclusivamente en su persona. Por el otro lado, en las oraciones litúrgicas que vienen antes y

después de la consagración el sacerdote actúa más directamente como representante de la

Iglesia y bajo esta modalidad en favor de todo el Pueblo de Dios. Se puede decir que mientras

en la consagración el sacerdote “hace oír la voz del esposo” (Journet, 1965, p 140), actúa en

las demás oraciones como representante de la Iglesia esposa.

A pesar de la nítida distinción que hace Journet parece obvio, sin embargo, que partiendo

de la comprensión de la Iglesia como Cuerpo de Cristo, no deja el sacerdote de representar a

Cristo cuando reza en nombre de la Iglesia también al pronunciar las oraciones no

consagratorias. Se cumple en esto plenamente la imagen de Cristo que ora juntamente con

todo su cuerpo que es la Iglesia al Padre. Un buen resumen da la misma constitución Lumen

Gentium acerca de la actividad y naturaleza ministerial del sacerdote en la celebración

eucarística:

“(Los sacerdotes) representando la persona de Cristo, y proclamando su Misterio, juntan con el

sacrificio de su Cabeza, Cristo, las oraciones de los fieles (cf. 1 Cor., 11,26), representando y

aplicando en el sacrificio de la Misa, hasta la venida del Señor, el único Sacrificio del Nuevo

Testamento, a saber, el de Cristo que se ofrece a sí mismo al Padre, como hostia inmaculada”

(LG 28)

22 El Motivo es ampliamente asumido por el arte cristiano que en sus representaciones del sacrificio de Cristo muchas veces lo combina con unas corrientes de agua los cuales proceden desde el pie de la cruz y haciendo alusión al salmo 42 (“Como la cierva busca corrientes de agua… así mi alma tiene sed del Dios vivo”) unos ciervos apagan con esta agua su sed. El lugar típico en donde se encuentra esta representación es en el Misal en la hoja que precede a las plegarias eucarísticas.

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

3.3.4.2.2 Participación personal.

Para hablar de la oración como participación personal del ministro en la ofrenda de la

Eucaristía puede ser ilustrativo un célebre enunciado de San Agustín: “Por un lado me

aterroriza lo que soy para vosotros, por otro me consuela lo que soy con vosotros. Soy obispo

para vosotros, soy cristiano con vosotros” (Sermón 340, 1). Según Journet (1965) consta que

la dimensión interior de la participación y adhesión orante del sacerdote a aquello que realiza

sacramentalmente como “administrador de los misterios de Dios” (1 Cor 4, 1) se da desde su

condición de ser un cristiano entre cristianos: Se trata del ofrecimiento de la Misa “en la línea

del amor redentor” (p. 145). Partiendo de allí, aunque se puede decir que el celebrante es el

primer interesado de entre los fieles y que desde una espiritualidad “pastoral” propia, y su

configuración particular con Cristo que es inseparable de la totalidad de su persona debe

vestirse de matices propias, su participación personal no se distingue esencialmente de aquella

de los otros fieles cooferentes23. De lo que se trata aquí es que Cristo quiere incorporar en su

ofrenda perfecta que realizo de una vez para siempre y que se hace presente por las manos del

sacerdote la ofrenda de amor de cada uno de los fieles.

Se puede decir que María es el modelo perfecto de este modo de participar en la Eucaristía

que compete al sacerdote junto con todos los fieles bautizados. Juan Pablo II en la encíclica

Redemtoris mater habla del papel de la Madre de Dios al pie de la cruz cuando ella por su

“ardiente caridad, orientada a realizar en unión con Cristo la restauración de la vida

sobrenatural de las almas (…) entraba de manera muy personal en la única mediación entre

23 El común ofrecimiento orante de todos los fieles se expresa entre otros en la invitación – Annahmebitte – del sacerdote: “Orad, hermanos, para que este sacrificio mío, y de ustedes, sea agradable a Dios Padre todopoderoso”; “El Señor reciba de tus manos este sacrificio para honor y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia”. Obviamente el que el ofrecimiento es común no se contradice con el papel único y ministerial del sacerdote que “junta con el sacrificio de su Cabeza, Cristo, las oraciones de los fieles” (LG 28). El sacerdote es por así decirlo el que abre la puerta para la participación activa de los creyentes.

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

Dios y los hombres” (RM 39). Se podría decir que ella “ofrecía” a su hijo por amor y junto a

él a sí mismo y todos los hombres que eran objeto de su amor. Es importante que esta manera

de ofrecer se hace propio también el celebrante según dice ya Garrigou Lagrange (1962) en su

librito “La unión del Sacerdote con Cristo Sacerdote y Víctima”: “únase tan íntimamente con

la oblación perpetua de Cristo – vivo siempre para interceder para nosotros – (…) siguiendo

inmediatamente a la misión singular de la Santísima Virgen que dio al Hijo de Dios su

naturaleza humana y ofreció junto con el la inmolación cruenta del calvario” (p. 82). En esta

línea de oficiar la Eucaristía se puede considerar la oración personal del sacerdote en la

celebración eucarística – más allá de la validez cultual y del valor infinito de la obra redentora

de Cristo que infaliblemente se actualiza en la celebración - como colaboración aunque

subordinada a la obra redentora de Cristo que se hace presente para aplicar sus frutos en favor

de la redención del mundo de hoy. Por lo mismo puede decirse bien que para esta dimensión

del ministerio sacerdotal vale la afirmación de San Pablo cuando dice: “completo en mi carne

lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia, de la cual

he llegado a ser ministro, conforme a la misión que Dios me concedió” (Col 1, 24-25). Desde

este punto de vista con razón se puede decir que la oración personal del sacerdote en la

dimensión litúrgica de su ministerio pertenece al orden de la corredención (Journet, 1965, p.

150).

3.4 El sacerdote en el rezo de la Liturgia de las horas

No pueden faltar en la investigación acerca de algunos aspectos teológico - espirituales de

la dimensión litúrgica de la oración del sacerdote algunas palabras acerca del rezo de la Liturgia

de las horas. Aunque felizmente el Concilio Vaticano II ha puesto las bases para recuperar el

sentido y la práctica del Oficio divino como oración de todo el Pueblo de Dios, este sigue

ocupando un lugar central y específico en la espiritualidad sacerdotal como medio de

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

santificación personal por un lado, y parte importante de su ministerio litúrgico - público por

el otro lado.

3.4.1 El Oficio divino como ministerio de salvación y oración eficaz.

Para entablar con lo que se ha dicho respecto a la oración sacerdotal en el sacrificio

eucarístico vale citar el decreto conciliar Presbyterium Ordinis que dice:

“Las alabanzas y acciones de gracias que elevan en la celebración de la Eucaristía los

presbíteros, las continúan por las diversas horas del día en el rezo del Oficio divino, con

que, en nombre de la Iglesia piden a Dios por todo el pueblo a ellos confiado o, por mejor

decir, por todo el mundo” (PO 5).

Se puede percibir claramente en este texto, que la oración de la Liturgia de las horas forma

parte del ministerio - litúrgico del sacerdote en un sentido estricto, es liturgia propiamente

dicho, y que como tal es glorificación de Dios y servicio salvífico en favor de la humanidad.

El mismo término “sacrificio de alabanza” que se puede aplicar tanto al rezo del breviario como

a la Santa Misa, indica continuidad y relación entre estas dos formas de oración (Sáenz, 1997).

Mientras en la Eucaristía a través de las alabanzas y oraciones de acción de gracias del

sacerdote se hace presente el sacrificio de Cristo, para que junto con los fieles se una

existencialmente a él; en la recitación de la Liturgia de las horas el sacerdote consagra, es decir,

“ofrece”, todo su día ministerial y todas las personas a él encomendados a Dios (Montagut,

2004, p. 124). Con Pio XI (1935) cabe decir que el Oficio es un medio importante del ministerio

de salvación del sacerdote, porque continúa en su rezo la misión de Cristo mediador “siempre

vivo para interceder por nosotros” (Heb 7,25); y el mismo Papa decía:

“el sacerdote ofrece no solo el sacrificio propiamente dicho, sino también el sacrificio de

alabanza por medio de la oración público y oficial (…) pagando a Dios diversas veces al día

este debido tributo de adoración y hace este tan necesario oficio de interceder por la

humanidad” (n. 33).

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

De hecho, si más arriba se ha dijo que la oración ministerial en la Eucaristía encuentra una

imagen en el patriarca Moisés que tenía el privilegio de golpear la roca para liberar el agua

vivificante para el Pueblo, se puede afirmar que en el rezo de las horas “se repite por medio de

los sacerdotes aquello que Moisés hizo en el monte, cuando, levantando sus brazos hacia el

cielo, hablaba con Dios y obtenía misericordia en favor de su pueblo que penaba en el valle”

(Pio XII, 1950, n. 33). En los dos oficios litúrgicos, actúa el sacerdote como ministro y

representante de la Iglesia, y su oración tiene ya de por si un valor salvífico incluso

independiente de su disposición personal. En cuanto se distingue la naturaleza de esta eficacia

en el uno y el otro caso, la diferencia es que en la Eucaristía se trata de una eficacia ex opere

operato y en el Oficio divino de una eficacia ex opere operantis ecclesiae, es decir, la oración

tiene su eficacia por ser la Iglesia misma el sujeto orante, siendo el ministro su representante.

Así la oración del Oficio por ser oración de la Iglesia tiene cierto valor ya simplemente por

realizarla – claro que supuesta la recta intención – y no depende únicamente, aunque

ciertamente en sumo grado, de la disposición del ministro. Hay que decir, sin embargo, que sin

duda en la Liturgia de las horas por ser un sacramentale este valor propio es mucho menos

decisivo que en la Eucaristía que como sacramento “produce” la gracia más directamente por

la acción de Cristo mismo.

Para volver a la figura de Moisés se podría decir que la eficacia de su oración se daba aun

cuando el caudillo se cansaba; y en Aarón y Jur, que por fin le sostenía los brazos (Ex 17, 8)

podría verse una imagen de la Iglesia orante que garantiza la eficacia de la oración de sus

ministros24. Obviamente no puede esto nunca ser un pretexto para la distracción y negligencia

24 Explica Montagut (2004), que hay que buscar esta garantía que apunta a la validez no tanto en la oración de la Iglesia que está detrás sino se da por el mismo hecho de que el sacerdote es destinado de hacer lo que la Iglesia en este momento tiene que hacer y no la haría de otra manera (p.127). De todos modos esta explicación no puede afectar al hecho que ciertamente cada fiel que recita el Oficio participa en el opus de la Iglesia ya que

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

en el momento de rezar el Breviario, más bien puede ser una motivación de cumplir fielmente

con el compromiso asumido por el clérigo incluso en los momentos cuando falta el ánimo

personal. Con todo, y analógicamente con lo que se ha expuesto anteriormente respecto a la

participación interior del ministro en el sacrificio eucarístico, no pierde con esto su capital

importancia la parte personal del ministro orante, según lo dice San Benito: “que la mente

concuerde con la voz”(cap.19).25

3.4.2 El Oficio divino como prolongación de la oración de Cristo.

En su significación teológica, la Liturgia de las horas es por sobre todo una prolongación de

la oración de Cristo el cual como dice la Ordenación de la Liturgia de las horas (1971), como

"Sumo sacerdote de la nueva y eterna Alianza, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este

exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales"(n. 3). Se

puede en consecuencia decir, que el sacerdote presta al rezar el Breviario su voz a Cristo

mismo, quién quiere continuar su diálogo con el Padre en el más acá a través de la Iglesia y sus

ministros. Dice Pio XII (1950) que “es casi la misma voz del Señor, que (en el Oficio divino)

por medio de su ministro, continúa implorando de la clemencia del Padre los beneficios de la

redención” (n. 35). Siendo una oración “por nuestro Señor Jesucristo”, Montagut (2004) llega

a la afirmación que “el sacerdote también actúa en persona de Cristo cuando ora con el Oficio

divino” (p. 124).

la Liturgia de las horas, que por su naturaleza pertenece a todo el Pueblo de Dios, es encomendado encarecidamente a todos los bautizados (CIC 1174, 2). 25 En su libro sobre la santificación del sacerdote el P. Lagrange (1956) insiste en la absoluta necesidad de la oración intima en el Oficio, sin la cual sería imposible el espíritu de oración y con eso la santificación y el rezo fructuoso. Para ilustrar lo mismo menciona a San Bernardo quién “presidiendo el oficio divino en el coro, vio sobre cierto religioso su ángel custodio que escribía la salmodia con letras de oro; sobre otro, su ángel la escribía con letras de plata; sobre otro, el suyo la escribía con tinta; sobre un cuarto, la escribía con agua incolora, y sobre un quinto, su ángel no escribía nada; permanecía inmóvil, con la pluma y la mano extendida, mostrando así que aquel religioso no oraba de ninguna manera y carecía de espíritu de oración.” (p. 19)

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

Como continuación de la oración de alabanza del Cristo glorificado en la tierra, puede

decirse que la liturgia de las horas como toda auténtica oración tiene un papel de corredención.

Por eso dice Sáenz (1996): “también en esto es la Iglesia el pleroma de Cristo, el pleroma de

la oración de Cristo, lo que falta (Col 1, 24) a la alabanza de Cristo” (p. 306). Como en la

celebración eucarística el sacerdote une su entrega personal al sacrificio de Cristo, así el

“sacrificio de alabanza” de la Liturgia de las horas consagra toda su vida ministerial y lo penetra

con el espíritu de oración.

3.4.3 El Oficio divino como oración pública de la Iglesia.

La Liturgia de las horas no es solamente oración “in persona Christi” sino también “in

persona Ecclesiae” (Sáenz, 1996). Hay que tener presente que la Liturgia de las horas es “la

oración de Cristo, con su mismo Cuerpo, al Padre” (SC 85) y por lo mismo, que todos “los

fieles que ejercen esta función (…) no solo cumplen el oficio de la Iglesia, sino que también

participan del sumo honor de la Esposa de Cristo” (SC 85). Por lo mismo el Concilio expresó

el deseo, que no solo los clérigos sino también muchos fieles se hagan propia la oración de la

Liturgia de las horas en su diario vivir (SC 100). Por fin, será justo ubicar teológicamente el

lugar propio del sacerdote en relación con el Oficio divino a partir de su propia fisionomía

espiritual26 sin caer en una contradicción de lo que es el Oficio divino por su propia naturaleza

como oración de todos los fieles.

Sin haber estudiado el objeto más a profundad, se puede afirmar que los sacerdotes por

representar de una manera particular la presencia de Cristo en la Iglesia, y también los

religiosos por vivir una espiritualidad según la imagen de la Iglesia esposa (Sáenz, 1997),

26 En especial partiendo de la relación Sacerdote-Eucaristía; Eucaristía-Oficio divino; Sacerdote-Oficio-divino (cf. 3.4.3 )

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

tienen la responsabilidad principal de continuar la oración de Cristo encarnado en el “siglo” de

la Iglesia, cumpliendo el “mandato” de recitar íntegramente el Oficio divino (OGLH, n. 29).

De allí que el ministro encuentra en esta oración, por ser oración de Cristo y de la Iglesia,

un momento importante para vivir su ministerio y profundizar de una manera orante en su

identidad sacerdotal. Al mismo tiempo se le invita a que fomente una mayor participación de

la comunidad en la oración oficial y pública de la Iglesia, aun no siendo presente él mismo

como por ejemplo en las familias (SC 100).

Si bien se podría decir que existe un “parentesco” particular entre consagración sacerdotal

y la Liturgia de las horas, lo cierto es, que ya no se puede hablar de una delegación propiamente

dicho del sacerdote en vez de los fieles. Sin embargo, se debe afirmar que el clérigo al orar el

Breviario “da voz y suple también a todos aquellos que quizás no saben, no quieren o no

encuentran tiempo para orar” (DVMP, 2013, p.93).

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

4. La oración personal del sacerdote

4.1 Complemento necesario de la oración litúrgica

“La participación en la sagrada liturgia no abarca toda la vida espiritual. En efecto, el

cristiano llamado a orar en común debe, no obstante, entrar también en su cuarto para orar

al Padre en secreto” (SC n. 12). Con estas palabras el Concilio ha recordado la importancia de

la oración privada. Aplicado al sacerdote se podría añadir que la oración litúrgica no solo “no

abarca toda la vida espiritual”, sino tampoco abarca toda su vida ministerial. En este sentido,

“privada”, se entiende como opuesto a “público”, más no como algo yuxtapuesto al oficio

ministerial. Según Montagut (2004) también la oración personal “es misión esencial al mismo

sacerdocio” (p. 172). Como se verá más adelante, esto se explica tanto por la centralidad que

tiene la oración interior para el ser y hacer del hombre consagrado como por los contenidos

que asume tal oración.

Como complemento necesario de la oración litúrgica se puede decir con Royo Marín (2000)

que “la oración mental es el mejor fruto de la oración litúrgica, y a su vez su mejor preparación”

(p. 183). Puede decirse que en la vida ministerial las dos deberían ir siempre de la mano para

beneficiarse mutuamente la una de la otra. Ya se ha enunciado (cf. cap. 3. 3) algunos aspectos

de como la oración personal influye en lo litúrgico, como por ejemplo en la preparación

personal antes de la Eucaristía, que ayuda a crear en el sacerdote la actitud de una entrega

personal y orante por su identificación consciente con Jesús sacerdote y víctima. Por el otro

lado la oración litúrgica, que abarca todos los misterios de la acción salvífica de Cristo, aporta

los contenidos específicos a la oración personal del ministro. Lo último queda lo más patente

en la adoración eucarística ya que como dice la instrucción Eucarísticum Mysterium (1967):

“en el culto de las sagradas especies, que se conservan después de la misa se prolonga la gracia

del sacrificio”. (n. 4)

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

4.2 La oración mental

Cuando se habla de la dimensión personal de la oración del sacerdote, junto a la posibilidad

de una oración vocal, es decir, el rezo de oraciones con alta voz, se debe partir sobre todo de la

realidad que se esconde detrás de lo que se llama comúnmente oración mental. Esta manera de

hacer oración, que se pide a todos los clérigos (CIC 276, 5), es en las palabras de Tanquery

(1930):

una especie de interior conversación con Dios, la cual no se manifiesta exteriormente; (…) todo

acto interior que tenga por fin el unirnos con Dios por medio del conocimiento y del amor,

como son el recogimiento, la consideración, discurso, examen, mirada afectuosa de la mente,

contemplación, impulso del corazón hacia Dios. (n. 510)

En el mismo concepto entra por tanto lo que es la oración meditativa, a saber, el dirigirse a

Dios desde un tema de consideración – lectura etc.- pasando de allí al diálogo con Dios, o

también la llamada oración afectiva que parte simplemente de un acto de la voluntad que puede

ser más o menos acompañado de afectos (Tanquery, n. 667). En última consecuencia se podría

decir que la oración mental es la única oración propiamente dicha, ya que también la oración

litúrgica y vocal deben ser acompañados de ella por así decirlo como de su alma. Sin embargo,

como forma de oración practicada en sí misma y que afecta más directamente la dimensión

personal del ministro, el sacerdote es llamado de vivirla más bien como aquel recogerse en su

“cuarto para orar al Padre en secreto” (Mt, 6, 6). Cabe mencionar que el Concilio la

contemplaba en estrecha relación con el ministerio sacerdotal e indicó a la vez su fin:

La práctica de la oración mental responde a la búsqueda continua del espíritu de oración

por parte del ministro, llegar a una intimidad habitual con Cristo y a ejemplo de él crecer

cada vez más en el espíritu filial en el que puede clamar en todas las circunstancias a Dios

como su "Abba, Padre" (Rom., 8, 15)”. (PO 18)

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

4. 3 La configuración existencial del sacerdote con Cristo por la oración

La dimensión personal e interior de la oración del ministro, podríamos decir, que es la llave

indispensable y el medio principal, que le permite asimilar en un nivel moral y existencial lo

que en la consagración sacerdotal ha recibido sacramentalmente. El ejemplo de Cristo es claro:

Si el sacerdote es el enviado de Cristo que dijo a los apóstoles: “Como el Padre me ha enviado,

así también os envío yo” (Jn 20, 21), y Jesús mantenía su unión perfecta con el Padre durante

todo su ministerio terreno viviéndolo como un único movimiento de oración – sacrificio

dirigido al Padre, entonces asimismo el sacerdote debe cultivar el continuo diálogo con el

Cristo mitente. Esta comunicación de amor es el presupuesto para poder hacer presente a Cristo

entre los hermanos de una manera auténtica y con toda su fuerza salvífica. Si Jesús además dijo

a los apóstoles que “nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie

sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11, 27), y en seguida: “Venid a

mí…” (Mt 11, 28); “aprended de mí…” (Mt 11, 29), entonces es justo afirmar que el sacerdote

debería ser el primero en pedir este conocimiento mediante la oración. De esta manera, en su

vida podrá revelar a los hombres algo de lo que el mismo llego a conocer de Cristo en el

encuentro revelador de la oración.

Se percibe ciertamente que una oración que busca la unión moral y existencial con Cristo

no apunta a un conocimiento intelectual. El conocimiento de que aquí se trata mucho más que

en el intelecto, la memoria y la reflexión tiene su punto de partida en un encuentro de corazón

a corazón, como explica Fulton Sheen (1980) en analogía con el amor humano así:

He buscado muchas veces una manera de explicar el hecho de que nosotros los sacerdotes

debemos conocer más a Jesucristo, que más sobre Jesucristo. Muchas traducciones de la

Biblia usan la palabra ´conocer´ para indicar la unión carnal de dos-en-uno. Por ejemplo:

‘Salomón no la conocía´, lo que significaba que no había tenido relaciones carnales con ella.

La Santa Madre le dijo al Ángel en la Anunciación: ‘No conozco ningún hombre. ‘San Pablo

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE exhorta a los maridos a poseer a sus mujeres en ´conocimiento´. La palabra ´conocer´ aquí

indica unidad carnal de dos-en-uno. La cercanía de esa identidad proviene de la cercanía de la

mente con cualquier objeto que conozca. Ningún cuchillo podría separar mi mente de la idea

que ella tiene de una manzana. La unión extática de marido y mujer descrita como

´conocimiento´ debe ser el fundamento de ese Amor por el cual el sacerdote ama a Cristo. (Cap.

XII)

Indudablemente esta oración “cognitiva” que se da en la intimidad de un contacto vital,

personal e interior con Jesús e implica amor, entrega y receptividad, es el medio principal para

que en el sacerdote pueda realizarse paulatinamente aquello de San Pablo cuando dice: “no

vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).

4.3.1 La oración unifica la vida y el ministerio del sacerdote.

Estrechamente relacionado con aquella configuración existencial con Cristo que únicamente

nace de la vida orante del ministro es el concepto de unificación. Lo empleaba San Juan Pablo

II para insistir en el papel central de la oración en la vida de los sacerdotes. Decía el Santo

Padre (1998) a los participantes en el III encuentro internacional de sacerdotes en México:

“La oración unifica la vida del sacerdote, tantas veces en peligro de dispersión por la

multiplicidad de tareas que hay que realizar, y confiere autenticidad a lo que hacéis, pues hace

brotar del Corazón de Cristo los sentimientos que animan vuestra labor” (n. 3)

Por tanto, cabe decir que la oración unifica el ser y hacer, la vida y el ministerio del sacerdote

y que es además preciso para vincular la actividad ministerial de una manera vital con Cristo.

Para decirlo de otro modo la oración es el remedio contra la doble separación o alienación entre

el ser sacramental y el ser existencial - moral del consagrado por un lado, y entre la acción de

Cristo y la acción de su ministro por el otro lado.

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

4.3.2 Unidad entre el ser ontológico y vida moral del sacerdote.

Si se parte del hecho de que concerniente a la acción de Dios en su ministro se da una parte

que es independiente de él, como lo es la eficacia sacramental, y otra que depende

fundamentalmente de él, se debe concluir que sin vida interior y la práctica de una oración que

se caracteriza por ser un encuentro de corazón a corazón, puede darse acaso “la presencia de

Cristo en sus ministros, pero no la semblanza” (Montagut, 2002, p. 18). Que empero esta

semblanza tiene capital importancia para la misión del sacerdote en el mundo de hoy, siendo

el hombre moderno a pesar del reinante relativismo e individualismo, en el fondo de su ser

sensible a todo lo que es realmente auténtico, ha acordado repetidas veces el Magisterio. Así

recientemente el Papa Francisco (2014) recordó que “La fuerza de un sacerdote está en la

relación (oración)” y que ella sería lo que le “conserva en la unción”; si no tiene esta relación

viva con Jesús, dijo que, tendría sus pequeños ídolos, perdería en fin toda su identidad y eficacia

ministerial y la gente que “tiene olfato” se daría cuenta de esto (n. 3). Otro pronunciamiento al

respecto que podría ser conveniente alegarlo aunque tiene por objeto la autenticidad de la

vocación del cristiano en general, fue el de Pablo VI (1975) quién dirigiéndose en la

Exhortación apostólica Evangelii nutiandi a todo el Pueblo de Dios dio un “grito” por los

“testigos auténticos” (n. 76) que son los únicos verdaderos protagonistas de la nueva

Evangelización. Entre ellos obviamente el sacerdote, por el carácter público y representativo

de su vocación, debe ser el primero que anuncie el Evangelio tanto con su palabra como con

su vida. Así el mundo encuentra en el ministro de la Iglesia “el hoy de Cristo Redentor, el

hombre de la Eucaristía, el hombre de la oración, que conjuga en sí de forma inseparable

santidad y misión” (Card. D. C. Hoyos citado por Rocher, 2010).

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

4.3.3 Permanecer en la identidad de Cristo

En cuanto a la multitud de las incumbencias ministeriales se puede decir que estos tienen la

tendencia de “diluir” la identidad del sacerdote en un funcionalismo múltiple. En esto la oración

ayuda a anclarlas en, o en otras palabras, los ilumina desde el contacto vital, íntimo y amoroso

con Cristo quién a su vez debería ser el fundamento y como “el alma” (Chautard, 1907) de

todas las actividades y funciones particulares del ministro. De allí podría decirse que la vida

sacerdotal es múltiple y simple a la vez; múltiple en su acción, simple en su ser: la vida de

Cristo mismo. El sacerdote que cultiva la vida interior por la oración, en un contacto real con

Cristo que es el fundamento de su identidad27, encuentra en ella el medio para vivir según el

ideal de San Benito de quién decía Gregorio Magno: secum vivebat – vivía consigo mismo

(Chautard, 1907, p. 33).

4.3.4 Autenticidad por una trans-formación permanente

Partiendo de las mismas palabras de Jesús que decía “aprended de mí” (Mt 11, 29) y el cual

llamo a los apóstoles en un primer lugar “para que estuvieran con él” (Mc 3, 14-15), se puede

decir que la oración personal tiene que ser considerado como un momento importante en la

vida del ordenado para cumplir con las exigencias de una auténtica formación permanente:

“debemos unir la oración a un trabajo continuo sobre nosotros mismos: es la formación

permanente. Los hombres esperan que los sacerdotes sean hombres de oración” (Juan Pablo II,

1979, n. 10). Estar con Cristo, aprender de él, dejarle trabajar en uno y trabajarse a sí mismo,

estos son los elementos de una oración así entendida y vivida. De hecho, si se tiene en cuenta

27 “Tal vez en los últimos años –por lo menos en determinados ambientes- se ha discutido demasiado sobre el sacerdocio, sobre la identidad del sacerdote, sobre el valor de su presencia en el mundo contemporáneo, etc., y por el contrario, se ha orado demasiado poco. No ha habido bastante valor para realizar el mismo sacerdocio a través de la oración, para hacer eficaz su auténtico dinamismo evangélico, para confirmar la identidad sacerdotal.” (Rocher, 2010)

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

que la oración es como una especie de actualización existencial, podría hablarse de una

transformación permanente.28

Sobre el efecto unificador de una oración que en su propio dinamismo implica está

permanente transformación orante dice en resumen Montagut (2002): “El fruto de una vida

sacerdotal contemplativa no puede ser otro que la unificación: enseñar como maestro y

escuchar como discípulo; santificar como ministro y ofrecerse a Dios en sacrificio; conducir

como pastor y dejarse guiar como parte del rebaño.”(p. 187) Claramente expresa el autor con

estas palabras, que el auténtico ejercicio del ministerio sacerdotal en la totalidad de la tría

munera depende de la disponibilidad a la transformación permanente que tiene lugar en el

encuentro con Cristo en la oración.

Se puede decir que como orante el sacerdote se reconoce como un instrumento humilde

siempre necesitado de ser moldeado según lo conviene a Cristo con vistas a la salvación de los

hombres. El Concilio Vaticano II dijo al respecto con insistencia:

“aunque la gracia de Dios puede realizar la obra de la salvación también por medio de ministros

indignos-, sin embargo, por ley ordinaria, Dios prefiere manifestar sus maravillas por medio de

quienes, hechos más dóciles al impulso y guía del Espíritu Santo, por su íntima unión con Cristo

y su santidad de vida, ya pueden decir con el Apóstol "Ya no vivo yo; es Cristo quien vive en

mí" (Gal., 2,20). (PO 12)

Por lo mismo saber orar equivale a saber vivir el ministerio a plenitud; por el contrario dejar

la oración significa privar el ministerio de su fuerza vital y formativa. En pocas palabras: la

28 Con Dom Lehodey (1959) se puede decir que la oración después de glorificar a Dios “tiene siempre por fin el hacernos mejores. Hacemos oración para troncarnos y pasar del mal al bien, de lo bueno a lo mejor, de lo mejor a lo más perfecto, según hemos prometido. Esta conversión constante y progresiva (…) es el punto capital de nuestras reglas, el fin al cual tienden todas las observancias; nuestros ejercicios espirituales, sin exceptuar uno, no persiguen otro objeto; la oración según su misma naturaleza y sus diversos actos, es por excelencia la causa de esta transformación.” (p. 33)

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

oración hace al ministro “cristoforme” y por eso caracteriza el estilo de vida en el ministerio.

En este sentido decía San Juan Pablo II (1979) que “Es la oración la que señala el estilo esencial

del sacerdocio; sin ella, el estilo se desfigura (…) nos permite convertirnos continuamente,

permanecer en el estado de constante tensión hacia Dios, que es indispensable si queremos

conducir a los demás a Él”.

El sacerdote que se deja transformar constantemente en la escuela de oración de Jesús,

inevitablemente entra también en un proceso de abnegación, renuncia y en un morirse a sí

mismo. Montagut (2002) lo dice todo cuando sintetiza que “la oración personal del sacerdote

tiene un nombre: Getsemaní”; y que esto sería “un punto centralizador para la vida espiritual

del sacerdote” (p. 188). Hay que afirmar por eso, que desde allí -Getsemaní- , se revela la

esencia más propia de la oración sacerdotal: un encuentro filial con el Padre y su amor que

quiere desbordarse a través de la cruz, para la salvación de todos sus hijos. El ministro ora a

Cristo, pero también “está con Cristo en la oración” (Rocher, 2010) para aprender de él a dar

una respuesta libre a la voluntad salvífica del Padre. En esta experiencia orante, el sacerdote,

es llamado a sintonizar su vida ministerial con su modelo que es Cristo el Buen Pastor, quién

pedía a los apóstoles velar y orar con él justamente en el momento decisivo antes de su

definitivo sacrificio sacerdotal en la cruz (Mt, 26, 40).

4.4 La doble importancia de la oración interior del ministro

La necesidad de una vida de oración personal, “privada” e interior que va más allá del

ministerio litúrgico, recae sobre la propia santificación del sacerdote por un lado y sobre la

fecundidad de su ministerio por el otro lado.

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

Cabe decir, sin embargo, que estos dos aspectos son del todo inseparables entre sí y que

convergen en la necesidad de la transformación integral del ministro consagrado en Cristo.

Este, justamente por ser el “Emmanuel” (Mt 1, 23), o sea, presencia de Dios entre los Hombres,

y al mismo tiempo “El Santo” (Mc 1, 24) por excelencia, podía ser también su salvador. Queda

claro que la diferenciación de la oración personal en cuanto a su necesidad para la santificación

personal del ministro por un lado, y en cuanto a su necesidad para ejercer fructuosamente el

ministerio por el otro lado, no introduce ninguna ruptura en la fisionomía espiritual del

sacerdote, ni en su vida de oración. Si la santidad personal contribuye mucho a la eficacia del

ministerio, el ejercicio de este ministerio en el espíritu de Cristo es un medio de santificación.

Por eso bien dice Marmión (1951): “Sed, pues, «mediadores» conscientes de vuestra misión,

hombres de oración que, mediante vuestra constante unión con el Señor, santifiquéis las almas

que os han sido encomendadas al mismo tiempo que santificáis también las vuestras.”.

4.4.1 La santificación del sacerdote por la oración

La santidad es como el fruto más excelente de la dicha transformación en Cristo que tiene

su punto de partido, y más aún, su lugar principal en la oración. El papel central de la oración

en el proceso de la santificación es una de las evidencias más naturales para el cristiano: “Sin

mucha oración es imposible llegar a la santidad” (Royo Marín, 2000, p. 171). Tanto los

escritores de espiritualidad29 igual que el Magisterio de todos los siglos insisten en este hecho.

29 Si quieres sufrir con paciencia las adversidades y miserias de esta vida, seas hombre de oración. Si quieres alcanzar virtud y fortaleza para vencer las tentaciones del enemigo, seas hombre de oración. Si quieres mortificar tu propia voluntad con todas sus aficiones y apetitos, seas hombre de oración. Si quieres conocer las astucias de Satanás, y defenderte de sus engaños, seas hombres de oración. Si quieres vivir alegremente y caminar con suavidad por el camino de la penitencia y del trabajo, seas hombre de oración. Si quieres ojear de tu ánima las moscas importunas de los vanos pensamientos y cuidados, seas hombre de oración. Si la quieres sustentar con la grosura de la devoción y traerla siempre llena de buenos pensamientos y deseos, seas hombre de oración. Si quieres fortalecer y confirmar tu corazón en el camino de Dios, seas hombre de oración. Finalmente, si quieres desarraigar de tu ánima todos los vicios y plantar en su lugar las virtudes, seas hombre de oración; porque en ella se recibe la unción y gracia del Espíritu Santo, la cual enseña todas las cosas. Y demás de esto, si quieres subir a la alteza de la contemplación y gozar de los dulces abrazos del Esposo, ejercítate en la oración, porque

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

Ya que los sacerdotes como “administradores de los misterios de Dios” son “obligados a

buscar la santidad por una razón particular” (PO 12), el derecho canónico aconseja “que (los

clérigos) hagan todos los días oración mental (…) y practiquen otros medios de santificación

Tanto comunes como particulares” (CIC, c. 276, 5). Igualmente el “Directorio para la vida y el

ministerio de los presbíteros” (2013) partiendo de que “la primera intención de Jesús fue

convocar en torno a sí a los Apóstoles, sobre todo para que “estuviesen con él” (Mc 3, 14)”,

afirma que “la prioridad fundamental del sacerdote es su relación personal con Cristo a través

de la abundancia de los momentos de silencio y oración” (DVMP n. 51).

Explica el beato Abad de Maredsous Dom Marmión (1951) que la necesidad de que el

sacerdote sea hombre de oración viene exigido por el “cuidado que debe tener de su

perseverancia y de su fidelidad al amor de Jesucristo” (Marmión, 1951). En eso cabe decir que

para permanecer en el camino de la santidad, y en esta fidelidad al amor de Cristo que se

manifiesta en un ministerio vivido según el corazón de Cristo, es menester una vida de oración

constante y perseverante. La razón de lo mismo viene dado por el hecho de que las gracias

actuales necesarias para ejercer el ministerio encomendado según la voluntad de Dios, igual

que el don sobrenatural absolutamente gratuita de la perseverancia final, no las puede merecer

el ministro por su simple obrar (Royo Marín, 1962). La simple acción30, aunque sea de buena

voluntad no puede garantizar la perseverancia, y tampoco santifica de por sí al ministro si no

va acompañado de aquella unión con Cristo que se constituye únicamente en la oración.

éste es el camino por donde sube el ánima a la contemplación y gusto de las cosas celestiales. (San Buenaventura, citado por Alcántara, 2012) 30 Decía San José María Escrivá: “Si no eres hombre de oración, no creo en la rectitud de tus intenciones cuando dices que trabajas por Cristo”. (Camino, 109)

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

La fidelidad a la vocación recibida y los auxilios necesarios para vivirla como un camino

de santidad, los concede Dios por la oración. Se puede afirmar que la oración es un medio

seguro para obtener estos auxilios lo cual consta por la misma promesa de Dios que se

manifiesta claramente en la Sagrada Escritura entre otras en las palabras de Jesús: “Pedid y se

os dará; buscad y hallaréis; tocad y se os abrirá.” (Mt 7, 7); “Si permanecéis en mí y mis

palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisiereis y se os dará. (Jn 15, 7)

Siguiendo a Santo Tomás que recoge la enseñanza contenido en los Evangelios al respecto,

se puede mencionar cuatro condiciones para que esta oración sea por así decirlo infaliblemente

eficaz: Se debe pedir para sí mismo, cosas necesarias para la salvación, piadosamente y con

perseverancia (STh II-II, 83,5). Lo primero se justifica, ya que el ministro que pide para sí

mismo por ejemplo la perseverancia, se supone que es también dispuesto de aceptar esta gracia,

de lo cual no tiene seguridad si lo pide para otra persona. En cuanto a lo segundo es obvio que

Dios únicamente concede aquello que es para nuestro bien como lo es, para poner un ejemplo,

la gracia de poder vencer las tentaciones que pueden surgir en el ministerio. Luego, en la

palabra “Piadosamente” se incluyen lo que se puede llamar las condiciones subjetivas para que

el orante haga una oración fructífera. Entre ellos es indispensable ante todo la humildad31 (Sant

4, 6), igual que la fe y la confianza (Mt, 21, 22); además que la oración sea en nombre de Cristo

(Jn 16, 23) y que se ore con atención. Por fin hay que destacar la importancia de la

perseverancia en la oración, que es objeto de varias parábolas (cf. Lc 11, 5-13; Lc 18, 1-5) y

que tiene su mejor ejemplo en Cristo mismo que “pasó la noche orando a Dios” (Lc 6, 12).

(Royo Marín, 2000)

31 Partiendo de la doctrina católica que sin la gracia preveniente de Dios el hombre no puede obrar nada en el orden sobrenatural (D 179-180), vale como principio valioso que “todo el proceso de nuestra santificación (en el ministerio y a través de él) se reduce, por parte nuestra, a la oración y a la humildad; la oración para pedir a Dios esas gracias prevenientes eficaces, y la humildad, para atraerlas de hecho sobre nosotros.” (Royo Marín, 2000, p. 58)

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

4.3.2 La oración necesaria para la fecundidad del ministerio

El segundo momento que reclama al sacerdote el espíritu de oración es “la necesidad de

atraer las bendiciones divinas sobre su ministerio” (Marmión, 1951).

La oración tiene ciertamente un valor en sí mismo, sin embargo, prepara también la acción

ministerial y luego la fecunda en su realización. Nuevamente el sacerdote encuentra su modelo

en Jesús de quién cabe decir que “toda su actividad cotidiana nacía de la oración” (DVMP n.

51), y que oraba especialmente “antes de los momentos decisivos de su misión o de la misión

de sus apóstoles” (CEC 2620). En la vida de Cristo se puede ver, que algunas veces

simplemente se retiraba porque quería estar a solas con el Padre, y otras veces su oración

preparaba concretamente la acción.

Evidentemente el paso de la oración o contemplación a la acción, no puede ser una

yuxtaposición de dos momentos ministeriales uno al lado del otro sin relación alguna. No es

como podría ser tal vez en la vida profesional profana el paso de las vacaciones al trabajo y

viceversa. Lo explica acertadamente Lehodey (1959) en su libro sobre “los caminos de la

oración mental”:

Terminada la oración no está hecho todo, como si fuera ella una cajita mágica de donde se

sacan afectos y convicciones para media hora y luego se cierra para el resto del día. No; hemos

recibido luces y debemos esforzarnos en ver con ellas nuestros pensamientos y nuestras obras

(…) hemos formado nuestras resoluciones y pedido gracias para cumplirlas, y es preciso

llevarlas a la práctica. En una palabra la oración dispone para las buenas obras. (p. 35)

Que la oración es del todo necesario para la fecundidad de las obras apostólicas

tradicionalmente se deduce de las palabras de Jesús “sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5).

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

Por lo mismo el “tratado de la gracia” generalmente parte del dogma de que hay absoluta

“necesidad de la gracia para los actos del orden sobrenatural” (Ott, 1962, p. 354).

Por eso los autores de espiritualidad como por ejemplo Tanquery (1930) están de acuerdo que

“La necesidad de la oración se funda en la necesidad de la gracia actual (...) (porque es) una

verdad de fe que, sin esa gracia, somos radicalmente impotentes“; se debe decir que esto mismo

es “la razón de que tanto insistan las Escrituras sobre la necesidad de la oración, con la que

podemos alcanzarla de la divina misericordia” (p. 91).

La imagen de la vid y los sarmientos empleado por Jesús ilustra bien la dependencia radical

que hay entre la fecundidad de las obras apostólicas del sacerdote y su relación íntima con

Cristo: “Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la

vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos.”

(Jn 15, 4-5) La oración interior a su vez es como el enlace que une el ministro a Jesús para

recibir de este la gracia de la vida sobrenatural para la fecundidad de su quehacer pastoral.

Chautard (1907) en su libro “el alma de todo apostolado”, que antaño gozaba de una gran

difusión entre el clero católico dice al respecto que: “Quienes recibieron el honor de colaborar

con el Salvador en la transmisión de esta vida divina en las almas, deben reflexionar que son

unos modestos canales acodados a esa fuente única, para tomar de ella la vida” (p.19).

Por supuesto lo dicho, no puede significar que la preparación concreta del ministro queda

meramente en lo pasivo y que este no puede colaborar notablemente con sus dones naturales

al éxito de su labor ministerial: “La gracia presupone la naturaleza” (STh I, 2, 2). Si bien es

verdad que en todo lo que hace el ministro solo “Dios da el crecimiento” (1 Cor 3, 6),

igualmente es verdad que “no podemos echar en olvido la parte que tienen la inteligencia y la

voluntad en las obras sobrenaturales: “Nosotros plantamos y regamos” (1 Cor 3, 6); este es el

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

papel que nosotros desempeñamos, el cual es ciertamente indispensable” (Marmión, 1951).

Teniendo esto en cuenta, de alguna manera se podría decir que el dicho “no necesitamos

doctores sino pastores” que a veces se puede escuchar, aunque hay algo de verdad en él,

también tiene sus límites y no se lo puede tomar en absoluto. Se puede multiplicar los ejemplos

de los Santos, como San Agustín, San Juan Crisóstomo, Sto. Tomás de Aquino y otros, quienes

precisamente por la combinación de una erudición amplia y la profundidad de vida interior

contribuyeron notablemente al bien de las almas y de la Iglesia. Por el otro lado queda

manifiesta la primacía del papel de la oración en personas como el Santo Cura de Ars y otros

quienes con una instrucción más bien básica pero con un gran espíritu de oración llegaron a

una fecundidad realmente extraordinario en su ministerio.

4.4 Conclusión a modo de una sugerencia práctica

Ciertamente los aspectos expuestos acerca del papel de la oración en el ministerio

sacerdotal, y las reflexiones recogidos en este trabajo quedan del todo incompleto. No obstante,

tendrán su justificación sí al menos en alguna persona facilitarían el paso de la teoría a la

práctica. No lo tendrían sí quedarían allí como letra muerta. Por eso parece necesario evitar

aquello que Fulton Sheen (1980) decía acerca de ciertas conferencias sobre salud: “Hay un

acuerdo general sobre la necesidad de salud, pero falta una recomendación específica sobre

cómo ser saludable”. La praxis, en cambio, suplirá lo incompleto del razonamiento.

Ya que las formas y métodos de oración llenarían las páginas de un tratado amplio aparte,

y hay literatura abundante sobre el tema, bastará una sola sugerencia y mencionar incluso la

misma solo escuetamente. Es la práctica de la hora santa32. Esta consiste en dedicar diariamente

una hora a la oración personal preferentemente en presencia del Santísimo sacramento.

32 Cf. http://es.catholic.net/op/articulos/23393/cat/48/la-hora-que-da-sentido-a-mi-dia.html

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

Se puede decir, que la hora santa responde de una manera especial a lo propio de la

espiritualidad sacerdotal y a la necesidad de un ministerio que tiene su fuente en la oración y

en la Eucaristía. Sheen (1980) resume el valor de la misma en tres puntos que son tres razones

en favor de esta costumbre:

Primero hacer esta hora de oración, es un ministerio salvífico del sacerdote porque significa

una hora de reparación por todo el mal que se está cometiendo y al rechazo que experimente el

amor de Dios que se ofrece a la humanidad. En este sentido es una “hora” de oración que se

opone a aquella “hora” en que Jesús fue entregado y que representa la negación de hombre de

dejarse transformar y salvar por Dios. Es la hora en que el sacerdote se une a Cristo sacerdote

y victima en el huerto de los olivos, para disponerse a acompañarle luego en su camino hacia

el calvario en lo concreto de su ministerio sacerdotal.

En segundo lugar dice Sheen que “la única vez que Nuestro Señor les pidió algo a sus

Apóstoles, fue la noche de su agonía”: ¿No pueden velar tan solo una hora conmigo?; “Velad

y orad, para que no caigáis en tentación” (Mt 26, 41). El no rogaba por una hora de actividad,

sino por una hora de compañía”.

Por último la hora de adoración hace crecer al ministro en semejanza a Cristo. Uno se

asemeja a lo que contempla. El amor conforma al sacerdote con el amado. Es el lugar vital de

la unificación del ministerio sacerdotal, lugar de encuentro con el amor del Buen Pastor que

quiere atraer a su representante en la tierra hacia sí para hacerle cada vez más un auténtico otro

Cristo.

San Alfonso sostenía que todo ministro del Señor debe hacer cada día una hora de oración mental para conservarse en el recogimiento y el fervor (Vida, por el P. Berthe, lib. I, cap. 5).

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LA ORACIÓN EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL SACERDOTE

No todos tienen las mismas posibilidades de reservarse espacios amplios para la oración

retirada e silenciosa. Cada uno encontrará su modo. Las razones, sin embargo, de dejarse guiar

por el espíritu de generosidad al momento de optar por el “estar con Cristo en oración” son

convincentes. Después de todo nos queda también el ejemplo de los santos pastores de todos

los tiempos, quienes son testigos del poder y de la primacía de la oración en el ministerio

sacerdotal. En concreto del Papa Francisco (2013) da un testimonio claro de lo mismo siendo

el mismo un practicante de la hora santa: “Lo que verdaderamente prefiero es la Adoración

vespertina, incluso cuando me distraigo pensando en otras cosas o cuando llego a dormirme

rezando. Por la tarde, por tanto, entre las siete y las ocho, estoy ante el Santísimo en una hora

de adoración.”

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