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CAPÍTULO 1

LA MALDICIÓN DE NO SABER QUE ES

UNA BENDICIÓN

E

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Todos alguna vez hemos escuchado a alguien decir: “Dios me ha bendecido”, y usualmente lo relacio-namos con el éxito, la salud, las riquezas, un trabajo o

una posición importante. El entendimiento más común de lo que significa ser bendecidos por Dios es que recibimos cosas buenas de Él. En este sentido, podemos decir que la bendición de Dios es para todos, tanto para creyentes como para los que no lo son.

Mateo 5:45 dice que el Padre que está en los cielos hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos. Pero ¿acaso la bendición de Dios está solamente limitada a las cosas materiales? Aunque están incluidas, considerar que la bendición de Dios pertenece primordial-mente a las cosas materiales tiende a limitar de forma severa nuestro entendimiento de lo que Dios tiene en su corazón para nosotros. Es por ello que es de suma importancia en-tender con claridad primeramente qué es una maldición para poder conocer lo que sí realmente es una bendición.

¿Qué es una maldición?

La maldición es producto de la ignorancia acompañada de la desobediencia. Cuando Adán y Eva obtuvieron la mal-dición fue por causa de su ignorancia y desobediencia al mandato divino.

La palabra maldición viene de la raíz hebrea arat que significa: “lo que detiene”, “lo que obstaculiza”. Es decir, lo que le impide avanzar. De acuerdo a Proverbios 18:21, la

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bendición y la maldición se encuentran en la lengua, y de la misma boca proceden la bendición y la maldición (San-tiago 3:10). Cuando el proverbista hizo referencia a que

“comerá de sus frutos” se refirió al poder que ejercen sus palabras al dar un veredicto final bueno o malo.

La Biblia nos deja claro que el poder de la lengua “ata”, ya sea para interrumpir o para acelerar nuestro avance. Por eso, Jesús nos recuerda que todo lo que atemos en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que desatemos en la tierra será desatado en los cielos (Mateo 16:19). Esto ase-gura que usted es el principal protagonista de lo que quiere atar o desatar aquí en la tierra para que Dios lo ejecute en los cielos.

He aprendido, como padre de familia, esposo, pastor, y todos los roles que desempeño cotidianamente, a ser cui-dadoso al momento de hablar, especialmente cuando me encuentro en circunstancias incómodas. Siempre recuerdo las palabras que dice Efesios 4:26: “Airaos, pero no pequéis”. Este aviso de advertencia es para que tengamos conciencia a la hora de soltar las palabras, y más especialmente con los seres que amamos.

Si usted se enoja con un hijo, y suelta palabras equivo-cadas como estas: “¡Eres un burro!”; “¡Eres un bueno para nada!”; “¡Eres igual o peor que tu madre (o padre)!”; nunca logrará nada. Otro ejemplo lo he podido ver entre parejas cuando discuten y se dicen frases como: “¡Fuiste una mala decisión!”; “¡Eres un falso (o una falsa)!”; “¡Eres un mal esposo (o una mala esposa)!”; “¡Has sido el peor error de

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mi vida!”; “¿Para qué me casé contigo?”. Otras expresiones referentes al trabajo son: “¡Estoy harto de este trabajo!”;

“¡Qué fastidio tener que ir a trabajar!”; “¡Cómo quisiera tener vacaciones de por vida!”; y así sucesivamente.

Es posible que usted inconscientemente, por el enojo de un desagradable momento, eso lo llevó a maldecir; es decir, a atar aquí en la tierra y, de seguro, ha atado en los cielos a sus hijos, su cónyuge, su trabajo y todo su entorno. Ahora, después que el mal rato ha pasado y todo vuelve a la norma-lidad, ¿ha tomado usted el tiempo para desatar la maldición con la que ató a sus hijos o su trabajo o su salud o su cón-yuge o su casa o sus finanzas?

La historia nos dice que la bomba atómica que cayó sobre Hiroshima en Japón, en el 1945, tenía 20 kilotones de poder destructivo. Un kilotón equivale a mil toneladas de trinitrotolueno (TNT). La explosión que ocurrió en Hi-roshima equivalió a la que producirían veinte mil tone-ladas de TNT. Pero esto no es nada en comparación con las armas que se han inventado años después.

En los años sesenta, por ejemplo, la antigua Unión Soviética detonó una bomba de cien megatones, es decir, quince mil veces más poderosa que la bomba que cayó en Hiroshima. (Un megatón equivale a un millón de toneladas de TNT).1

¿Puede haber otro poder más destructivo que este? Sí lo hay. Y aunque no está hecho de metales radioactivos como el uranio, la lengua humana ha producido más guerras, más muertes y más sufrimiento que cualquier arma nuclear.

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Leí una anécdota hace algún tiempo sobre un sabio que estaba sentado a la sombra de un árbol. Un soldado joven y esbelto pasó a su lado, miró al sabio y percibió su peso y su obesidad, y exclamó: “¡Pareces un cerdo!”. El sabio le-vantó con calma la vista hacia el soldado y le dijo: “¡Y tú te pareces a Dios!”. Desconcertado por el comentario, el sol-dado le preguntó al sabio: “¿Por qué dices que me parezco a Dios?”. A lo que el sabio replicó: “Bueno, nosotros real-mente no vemos lo que está fuera de nosotros; solo vemos lo que está dentro de nosotros y lo proyectamos hacia fuera. Yo estoy sentado todo el día bajo este árbol y pienso constantemente en Dios, de forma que, cuando miro hacia fuera, eso es lo que veo; veo a Dios. Es por ello que veo a Dios reflejado en ti , ¡tú por lo visto; solo ves cerdos!”.

Hay un principio de vida que afirma que el modo en que percibimos y juzgamos está profundamente influen-ciado por nuestra propia interioridad. Por eso, nunca es posible ser plenamente objetivo. Por ejemplo, cinco per-sonas pueden presenciar el mismo acontecimiento, ver la misma cosa y tener cinco versiones diferentes de lo que sucedió.

Tomás de Aquino, gran filósofo y teólogo, expresó esto en una frase célebre: “Lo que se recibe, se recibe según la forma de su receptor”.2 Es decir, la forma en cómo perci-bimos a los demás dice todo sobre lo que está ocurriendo en nuestro propio interior; y entre otras cosas, puede in-dicarnos si estamos obrando movidos por una conciencia rebosante de bendición o de maldición.

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Jesús, eJemplo de una conciencia de bendición

Si observamos a Jesús en cómo él percibía a las personas y cómo las juzgaba, Él tenía una conciencia llena de bendi-ción. Tal como lo describe en los Evangelios, en el relato del bautismo de Jesús, los cielos se abrieron y se oyó la voz que decía: “Éste es mi Hijo querido, mi ‘bendecido’, en quien pongo mis complacencias” (ver Mateo 3:17; Marcos 1:11; Lucas 3:22). Y parece que, todo el resto de su vida, Jesús estaba siempre de alguna manera consciente de lo que su Padre le había dicho: “¡Tú eres mi querido, mi ‘bendecido’!”.

Como consecuencia de ello, Jesús podía mirar hacia afuera, a la gente, y decir: “Bienaventurados, benditos y fe-lices son ustedes, los pobres, cuando los persigan, o cuando sufran de cualquier modo. Siempre son bienaventurados y bendecidos, sean cuales sean sus circunstancias en la vida”. Jesús tenía conciencia de su “bendición interna”, y por eso, podía obrar movido por una conciencia bendita, una con-ciencia que podía mirar hacia fuera y ver a los demás y al mundo como bienaventurados, benditos y felices.

una conciencia atada

Lamentablemente, a muchos de nosotros nos ocurre ciertamente lo contrario. Percibimos a los demás y al mundo no a través de una conciencia bienaventurada y bendecida, sino a través de una conciencia maldita; “ATADA”. Nos han

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maldecido a nosotros antes y por eso, de cualquier modo y de forma sutil, maldecimos a los demás, ya sea consciente o inconscientemente.

Déjeme explicarle qué es una conciencia atada. La con-ciencia atada es aquellos patrones negativos que repetimos y nos impiden ver y juzgar con una conciencia limpia y verdadera. Todo lo que nosotros sabemos es señalar a los demás según la condición interna en la que nos han seña-lado a nosotros, o en la que actualmente vivimos. Al no romper este patrón, quedamos atrapados y encarcelados con una conciencia atada. Por ejemplo, si pudiéramos no-sotros retroceder a nuestra vida pasada, podríamos ob-servar las veces incalculables, especialmente en nuestra niñez y juventud, en que otros sutilmente nos malde-cían, cuando nos decían palabras como: “¡Cállate! ¿Quién piensas que eres tú?”; “¡Fuera, vete de aquí! ¡No te que-remos aquí! ¡Sobras, no te necesitamos!”; “¡No eres tan im-portante!”; “¡Nunca lo vas a lograr! ¡Eres un estúpido!”; y así sucesivamente.

Esto usualmente pasaba en ciertos momentos cuando otros percibían nuestra energía y entusiasmo como una amenaza para ellos, por lo que nos rechazaban y malde-cían. Inconscientemente nosotros repetimos estos com-portamientos como un círculo vicioso de generación en generación sin darnos cuenta de que cuando maldecimos, el resultado residual en nosotros es envidia, frustración, depresión y una conciencia “maldita” (atada). Pues cuando

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señalamos con el dedo, ¡reflejamos lo que a nuestra alma le hace falta!

En mi libro que autopubliqué, ¡Escrito está!, hago men-ción de una investigación realizada con niños de tres y cuatro años de edad en los Estados Unidos, donde los cientí-ficos colocaron micrófonos tras sus orejas y grabaron lo que oyeron durante 24 horas. A partir de los datos obtenidos se concluyó que, a un niño, desde que nace hasta que cumple los ocho años, se le dice la palabra “NO” aproximadamente cien mil veces en variaciones como: “¡No hagas esto!”; “¡No hagas aquello!”; “¡No pongas las manos allí!”; “¡No rayes eso!”; ¡No, no, y no! Los científicos también observaron que por cada elogio los niños recibían nueve reprensiones.

¿Qué sucede entonces con nuestro cerebro ante tantas negativas? Esto va generando ciertas limitaciones que crean una necesidad de sentirnos aceptados por nuestros padres y las demás personas de la sociedad. Por lo tanto, el genio que hay en cada niño va desapareciendo; y este hecho se perpetúa a lo largo de las generaciones. Como consecuencia, el ser interior no se desarrolla tanto como podría hacerlo. Todos los niños podrían ser superdotados si se les estimu-lara apropiadamente, y se usara la boca más para bendecir que para maldecir.

A diferencia de Jesús, no vemos a los demás y al mundo como bendecidos, sino más bien como el joven soldado mi-rando al sabio gordo sentado a la sombra del árbol. Ante tales situaciones, nuestros juicios espontáneos son rápidos y mortales: “¡Pareces un cerdo!”; ignoramos que, al juzgar

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a una persona, no definimos quién es ella, ¡sino define quiénes somos!

Lo recibido se percibe según la forma del receptor con-forme al principio filosófico. Nuestros juicios ásperos y duros sobre las demás personas revelan mucho más sobre nosotros mismos que lo que revelan sobre ellos. Nuestra actitud negativa revela principalmente lo heridos, frus-trados, avergonzados y deprimidos que estamos, y revela también las pocas veces que hemos oído a alguien que nos dijera: “¡Eres estupendo, grandioso y bendecido!”.

la mente, precursora de todos los actos

“Porque los que viven conforme a la carne, ponen la mente en las cosas de la carne, pero los que viven conforme al Es-píritu, en las cosas del Espíritu” (Romanos 8:5). Nuestros actos son el resultado directo de nuestras ideas. Si tenemos una mente negativa, tendremos una vida negativa. Si, por otro lado, renovamos nuestra mente de acuerdo con la Pa-labra de Dios, como promete Romanos 12:2, verificaremos por experiencia propia “cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto” para nuestras vidas.

Los psicólogos han estudiado en profundidad lo que se conoce como “pensamientos negativos automáticos” (conocidos como ANT, por sus siglas en inglés para Automatic Negative Thoughts). Estos son ideas nocivas que aparecen en nuestra cabeza sin que las busquemos

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y constituyen una peligrosa fuente de emociones perturbadoras. Aunque los ANT han sido objeto de es-tudio de numerosos psicólogos y psiquiatras, fue uno de los fundadores de las terapias cognitivas, el doctor esta-dounidense Aaron Temkin Beck, quien más contribuyó a su definición en los años sesenta.

Beck creía que los “pensamientos negativos automá-ticos” eran determinantes en nuestro bienestar, o más bien en nuestro malestar. En su opinión, estos pensamientos negativos sabotean lo mejor de nosotros mismos y, si no sabemos controlarnos, acaban creando una situación de in-seguridad, ansiedad e ira que, a su vez, genera nuevos “pen-samientos negativos automáticos”. Por lo que se crea un círculo vicioso del que no es fácil salir, en el que los pensa-mientos negativos se repiten una y otra vez.3

La ciencia nos comprueba que hay técnicas para es-capar de este peligroso entramado cerebral. La plasticidad neuronal, que cada vez se conoce mejor, demuestra que el cerebro es voluble: todos podemos acabar con los “pensa-mientos negativos automáticos”, y poner en su lugar pensa-mientos positivos. Pero para ello, lo primero que tenemos que hacer es identificarlos y entender que se trata de pensa-mientos de los cuales no somos responsables (al menos no de forma consciente).

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desenmascarar a nuestro crítico interno

Detrás de la mayoría de sensaciones de malestar se encuentran uno o varios “pensamientos negativos auto-máticos”, de los cuales no siempre es fácil percatarse. Para identificarlos, primero debemos saber qué tres caracterís-ticas principales cumplen estos pensamientos:

son mensaJes específicos

Los “pensamientos negativos automáticos” suelen tener una forma específica y repetitiva, fácilmente identificable en nuestro interior, debido a que nuestra conciencia ma-ligna siempre habla de la misma forma. En general se trata de mensajes que parecen taquigráficos, compuestos por una frase corta que aparece en nuestra cabeza una y otra vez, en forma de recuerdos, suposiciones o autorreproches, como la reconstrucción de un suceso pasado. Por ejemplo:

“si hubiera hecho tal cosa, no habría pasado esto”; o la crea-ción ficticia de un suceso futuro: “siempre hago esto mal, y en el futuro volverá a ocurrir lo mismo”; o una exigencia de culpabilidad: “tendría que haber hecho tal cosa”, “de-bería hacer esto . . . ”.

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son mensaJes creíbles

Los “pensamientos negativos automáticos” surgen de forma automática, espontánea; entran de manera brusca en la mente, sin haberlos invitado. No obstante, pese a lo poco válido de sus argumentos, los percibimos como verdades absolutas, como ideas que llevamos reflexionando mucho tiempo; y es ahí donde reside su peligrosidad: porque damos por cierto algo que no lo es.

Si logramos identificar estos pensamientos para ana-lizarlos, lograremos darnos cuenta de lo ridículos que re-sultan en la mayoría de los casos. Aunque desde afuera los “pensamientos negativos automáticos” puedan parecer ilógicos, la persona que los sufre los considera muy reales y creíbles. Los damos por válidos, sin cuestionarlos, pues se viven como verdades absolutas espontáneas, algo que se puede solucionar si aprendemos a analizarlos con ló-gica para comprobar que sus conclusiones son exageradas y engañosas.

son mensaJes irreflexivos

Para saber mantener a raya estos pensamientos negativos, porque acabar con ellos por completo es casi imposible, de-bemos darnos cuenta de que nuestra voz interna solo nos ofrece un punto de vista: los “pensamientos negativos auto-máticos” responden a una automatización del cerebro, que

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no incluye una reflexión previa del juicio emitido, pero que parece de lo más lógica.

Si logramos identificar estos pensamientos, para anali-zarlos en frío y con cautela, lograremos darnos cuenta de lo ilógico que resultan en la mayoría de los casos, y conse-guiremos neutralizarlos.

La razón principal de mencionar estos estudios y análisis psicológicos es para poder entender el campo de batalla donde Satanás se especializa para destruirnos in-conscientemente, y hacernos creer la mentira de que no somos lo suficientemente bendecidos por nuestro Padre celestial. Por ende, terminamos siendo esclavos de la mal-dición al no saber que es una bendición.

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