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SECRETARIA DE FORMACION POLITICA GUERRA DE LA RESTAURACION JUAN BOSCH SANTO DOMINGO, R. D. 1996

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"La Guerra de la Restauracion" de Juan Bosch

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SECRETARIA DE FORMACION POLITICA

GUERRA DE LA RESTAURACION

JUAN BOSCH

SANTO DOMINGO, R. D. 1996

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GUERRA DE LA

RESTAURACION JUAN BOSCH

SECRETARIA DE FORMACION POLITICA

SANTO DOMINGO, R. D. 1996

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GUERRA DE LA RESTAURACION La Guerra de la Restauración es la página más notable de la historia

dominicana, como también la más ignorada por la casi totalidad de los dominicanos; se desconoce el esfuerzo colectivo gigantesco, heroico y las hazañas militares que libraron los hombres y mujeres que participaron en ella. Por esto, debe alcanzar en la conciencia de cada uno de nosotros un sitial preponderante dentro de los episodios de la vida nacional.

La Guerra de la Restauración comenzó el 16 de agosto de 1863, para el 22 de ese mes caían en manos de los restauradores: Guayubín, Monte Cristi, Sabaneta (hoy Santiago Rodríguez); para el 24 las fuerzas españolas declaraban el estado de sitio a todo el país; el 26 caían Puerto Plata, La Vega, San Francisco de Macorís, Cotuí; el 30 cayó Moca y ese mismo día el general Gaspar Polanco llevaba 1,000 hombres a Santiago, para iniciar la batalla de Santiago, en la que logró acorralar a las tropas españolas en la fortaleza San Luis. El 6 de septiembre le daban fuego a la capital del Cibao, hecho único en la historia de las guerras de independencia latinoamericanas; para el 14 de septiembre el general Gregorio Luperón salía para Moca y el día 15 el general José Durán se dirigía desde La Vega hacía San Juan de la Maguana por Jarabacoa y Constanza y para finales de mes había llevado la revolución a todo el Sur del país.

Sólo se tiene una explicación para semejante destreza en la acción restauradora y es que desde el primer momento recibió un apoyo resuelto de las grandes masas del pueblo dominicano porque en ella se reunieron características de guerra de liberación nacional y de guerra social, en la que participaron hombres animados por sentimientos patrióticos y hombres de acción que van a los campos de batalla en busca de ascensos sociales y en ocasiones, hombres en quienes se daban ambos estímulos.

Los historiadores de esa guerra no destacaron el heroico papel que jugó el general Gaspar Polanco, quien aparece disminuido, quizás por razones de clase, porque no se le perdona el fusilamiento de Pepillo Salcedo, que ocupaba un lugar privilegiado dentro de la sociedad, en especial entre los altos pequeños burgueses del Cibao; hecho este que debe considerarse como un error fruto del carácter mismo del general Polanco.

Gaspar Polanco no tiene estarnas ni su nombre aparece en la historia de la Restauración destacado por sus acciones heroicas, sino como uno más de sus

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participantes, pero pocas veces ha visto América hombres con la capacidad de decisión, el coraje, la voluntad hacia la victoria como la tenía ese extraordinario analfabeto nacido en un campo de Guayubín, a quien se le debe la determinación del hecho más importante de la Restauración, que fue el incendio de la ciudad de Santiago.

Los dominicanos de hoy se imaginan a los restauradores vestidos con uniformes, pero lo cierto es que los jefes y los soldados de la epopeya restauradora vestían harapos, todos estaban descalzos y a piernas desnudas, sus caballos vestían aparejos hechos de hojas de plátanos, sus armas eran machetes y escasos fusiles adueñados de los soldados españoles heridos o muertos. Esta guerra no fue una fiesta, en ella no podían participar todos los hombres, sino aquellos que gozaban de buena condición física, capaces de enfrentarse a los aguerridos soldados españoles.

Fueron esos hombres extraordinarios quienes derrotaron a las fuerzas españolas un año y menos de cinco meses después de iniciada la Guerra de Restauración, esto es el 7 de enero de 1865. Dicha derrota fue admitida por el parlamento Español mediante un proyecto de ley que ordenaba a 1 as autoridades españolas abandonar el territorio dominicano.

La Guerra de la Restauración fue una revolución burguesa frustrada, como lo había sido la separación de Haití y como lo fue la Revolución de Abril de 1965. Fue una revolución burguesa frustrada debido a la ausencia de una clase burguesa en nuestra sociedad.

Para el siglo XIX el país estaba inmerso en un estado de miseria extrema: comercio humildísimo, casas en ruinas, calles con hierbas, hambre, etc,, razones éstas que explican el deseo de las masas del pueblo de que la nación fuera anexada a España; a Santana y sus hombres, por su parte los movían razones de tipo político: la permanencia del sector hatero en el poder.

El comercio de la República Dominicana para el 1860 era de pequeñas proporciones, surtiéndose generalmente de las islas de San Thomas y Curazao algunos pocos de los artículos que necesitábamos. Desde 1857 el estado de miseria empeoró, se produjo el levantamiento de los comerciantes cibaeños contra Báez, motivados por el cambio de las monedas de oro y plata que recibían del viejo mundo para la compra de tabaco por los billetes o papeletas dominicanas que hacía el gobierno de Báez en cantidades tan altas que de 60 y 70 por pesos oro o fuertes que valían pasaron a valer 3,000 y 4,000 cada uno.

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En la nación dominicana de post guerra se presentaron grandes enfrentamientos entre los diferentes sectores de la sociedad, como resultado de los ascensos sociales dados a los hombres que participaron en las gestas revolucionarias, como pago por sus hazañas, ante la imposibilidad de otorgarles riquezas materiales; esas oposiciones se dieron, en primer lugar, entre los altos y medianos pequeños burgueses contra los bajos, bajos pobres y bajos muy pobres pequeños burgueses que escalaron al nivel de la mediana y alta pequeña burguesía; los primeros consideraban que los segundos no eran de su nivel ni de su calidad; los primeros temían que esa pequeña burguesía baja pobre y muy pobre se convirtiera posteriormente en su competidora en el terreno económico. Al mismo tiempo, los sectores de la alta pequeña burguesía luchaban contra la minoría que tema el control del poder político del país, que eran los hateros, y en esos hechos encontraron a un líder, Buenaventura Báez, quien después de haber llegado a la Presidencia de la República el 24 de septiembre de 1849, se convirtió en el líder de la alta y mediana pequeña burguesía en la encarnación del Antisantanismo. El 6 de octubre de 1856 Báez ocupó nuevamente la Presidencia de la República y el 11 de enero de 1857 ordenó la expulsión de Santana hacia Martinica. Este hecho evidencia su calidad de líder de la pequeña burguesía, pero no de las capas altas y medianas que ya no lo era en ese momento; en efecto seis meses después de su proclamación, sus acciones, entre las que destaca el episodio del cambio del oro y la plata de los compradores de tabaco por las papeletas desvalorizadas del gobierno, reflejan su actitud abiertamente en contra de la alta y mediana pequeña burguesía.

Esta última acción provocó el Movimiento Revolucionario del 8 de Julio de 1857 de los comerciantes bajo la dirección de los de Santiago, en que estos proclamaron su desobediencia al gobierno de Báez, y el establecimiento de un gobierno provisional asentado en Santiago. Fue así como se abrió la puerta a una serie de acontecimientos que iban a culminar con la anexión del país a España, lo que daría a su vez lugar al formidable estallido de la Guerra de la Restauración.

La Anexión se hizo posible por la falta de respaldo popular de las tres capas más bajas de la pequeña burguesía, a las acciones de la alta y mediana pequeña burguesía comercial cibaeña que se levantó contra Báez quien benefició a los cosecheros de tabaco, que para esa época eran todos pequeños propietarios campesinos.

El gobierno provisional, fruto del estallido revolucionario del 8 de julio,

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tuvo asiento en Santiago y como presidente al Gral. José Desiderio Valverde; enviaron al Gral. Juan Luis Franco Bidó a tomar la ciudad de Santo Domingo, acción esta que fracasó y debido a esto el gobierno de Santiago decidió invitar a Pedro Santana a que volviera al país con su rango de general y el pago de $500.00 para que levantara un ejército en El Seibo destinado a apoyar a Franco Bidó. Con el regreso de Santana volvió a darse la alianza entre la pequeña burguesía y los hateros. Esa alianza retornó a Pedro Santana a la Presidencia de la República en 1857. Sin esa alianza, Santana no habría podido anexar el país a España.

El monto tan bajo del pago ofrecido a Santana es un reflejo del escaso desarrollo económico del país y de la pobreza general de las capas más bajas de la pequeña burguesía; por eso los dos gobiernos: el de Santiago y el de Báez pom'an en circulación millones de millones de pesos papel, con el cual se engañaban a sí mismos porque una economía precapitalista enferma no podía sanarse con medidas propias de países capitalistas.

Pedro Santana puso en acción contra Franco Bidó sus condiciones de mando para desplazarlo de la jefatura de las fuerzas cibaeñas, lo que llevó a cabo al mes de su arribo.

Las fuerzas militares formadas por Santana no fueron de ejército sino tropas colecticias, es decir, tropas sin disciplina militar y el entrenamiento que caracteriza a los ejércitos.

Mientras las tropas colecticias del gobierno de Santiago mantenían el sitio de la capital, la pequeña burguesía intelectual cibaeña se dedicaba a redactar una constitución que sería llamada la de 1858 o la de Moca, lugar donde se reunían sus redactores. Esa Constitución no respondía a la realidad socio-económica y política que vivía el país; era una constitución ideal, inventada y ejecutada fuera del tiempo y del espacio real de la República Dominicana, que se adaptaba más a una sociedad burguesa semejante a la de los Estados Unidos o Francia. Esta constitución fue desconocida por Santana, quien reinstauró la vigente durante su segundo gobierno de 1854.

A la llegada de Santana ala ciudad de Santo Domingo para el mes de junio encontró que Báez había abandonado la ciudad con sus colaboradores y varias goletas armadas y otras cargadas de mercancías con destino a Curazao; alegando pagos de deudas del Estado Dominicano a la firma de J. A. Jesurum & Zoon, Báez hipotecó el Palacio Nacional, dos casas del Estado, los fondos

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públicos depositados en San Thomas y tres buques de guerra de cuya deuda Santana debía pagar intereses mensuales de 1.5% por mora en su pago.

La constitución de Moca contó con la oposición de un grupo de personajes políticos encabezados por Tomás Bobadilla, quienes mostraron objeción al traslado de la capital de la república a Santiago; apoyándose en esto, Santana desconoció el gobierno de los revolucionarios del 8 de julio de 1857, dio un auténtico golpe de Estado y se quedó con el poder político y militar de las fuerzas que sitiaban la capital.

El 28 de julio Santana asumía los poderes de presidente de la República con el apoyo de los pobladores de la banda sur comprendida por Barahona y San Juan de la Maguana hasta Higüey y Sabana de la Mar. El Gobierno de Santiago, presidido por José Desiderio Valverde, se vió solo; los hombres de sus tropas desertaron.

El 1ro. de septiembre, Santana recupera Santiago, donde el gobierno revolucionario de Valverde ya había sido disuelto.

La alta y mediana pequeña burguesía cibaeña había quedado derrotada en el terreno político por el núcleo dirigente de los hateros en cuyo frente se hallaba Pedro Santana.

El estado de miseria generalizado en que vivían las capas pobres y muy pobres de la pequeña burguesía al igual que los héroes de la guerra, los militares que habían alcanzado rangos de importancia, etc. explica las relaciones antagónicas de todos estos y los comerciantes, pues no se admitía que los comerciantes vivieran en "abundancia" o por lo menos con cierta comodidad sin haber ido a la guerra, mientras el resto de la población, especialmente los militares con grados altos de Coroneles, Generales, Almirantes, etc., obtenidos durante la guerra, tenían que ejercer para poder subsistir ante el estado de miseria oficios tales como carpinteros, hojalateros, herreros, zapateros, etc. que habían desempeñado antes de sus hazañas heroicas. Tantas desigualdades hubo entre su categorías militares y sus condiciones materiales de existencia que los convirtió en agentes activos de los disgustos políticos y en líderes inmediatos de lo numerosos bajos pequeños burgueses pobres y muy pobres que formaban el grueso de la población dominicana y cuyo líder era Buenaventura Báez.

Santana era un hombre tosco e inculto, pero tema un fuerte instinto de clase, por lo que se daba cuenta de que no contaba con el apoyo de los sectores de la pequeña burguesía, ni con el número de oficiales que lo respaldaban

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anteriormente; también estaba consciente de que continuar la situación económica y política que vivía el país, Báez representaba una amenaza para él y los que con él formaban el grupo gobernante, por todo lo cual Santana mediante decreto del 6 de junio de 1859 declaró a Báez y a dos de sus ministros como "traidores a la patria”, entre otras imputaciones, y los sometió a juicio ante la Suprema Corte de Justicia.

La lucha entre Santana y Báez era el reflejo de la lucha entre hateros y pequeños burgueses, lucha esta que Santana sabía que no podía ganar en el terreno político y que en cualquier momento podía convertirse en una contienda armada; consciente de que no contaba dentro del país con los medios necesarios para ganar, trataba de conseguirlo en España, donde el Estado estaba organizado como a él hubiera gustado que el país lo estuviera; con Reyes o Reinas que lo inmortalizaran en el poder. Para Santana la manera de preservar el Estado hatero era integrándolo al Estado Español convirtiendo la República en una provincia de España.

Para el 1860, de la sociedad hatera dominicana sólo quedaba la cúspide que ejercía el poder político desde que el país quedó separado de Haití, pues la base hatera que debía sostener con sus opiniones esa cúspide, había desaparecido. Como sociedad ya no existía la sociedad hatera; ella había sido sustituida por la de los cultivadores de tabaco. La compra y venta de tabaco produjo una alta y mediana pequeña burguesía comercial que llevó el centro económico del país hacia el Cibao.

En esos años de tránsito de la sociedad hatera a la pequeño burguesa, el país vivió épocas de mucha miseria, tan grande que es imposible imaginársela. Es ello lo que explica que los dominicanos, fueran santanistas o baecistas, esperaran la anexión a España como única solución al estado de miseria imperante.

La tarea de integrar el estado hatero en el estado español fue llevada a cabo rápidamente pero de manera cuidadosa para no despertar las sospechas de los círculos que podían estorbar la ejecución del plan.

El proceso de anexión comenzó por una solicitud al gobierno de España para que garantizara la independencia de la República Dominicana; en relación con los ejecutores de esa solicitud solo se tenía indicios de algunos; Pedro Ricart y Torres, Miguel Lavastida, Felipe

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Dávila, Fernández de Castro y desde luego se reconoce como su autor a Pedro Santana.

El proceso de anexión estaba impulsado por una situación de crisis política nacional, generada por los enfrentamientos entre santanistas y baecistas, cuyas razones eran una lucha de clases sin soluciones pacíficas.

El 14 de febrero de 1860, el General Felipe Alfau estaba presentando credenciales de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República Dominicana ante la reina de España, primer paso que debía dar el gobierno para conseguir la Anexión. Al principio Alfau pidió a España: armas, municiones, corretajes y ayuda económica y profesional para organizar un ejército y construir fuertes en algunos puntos de las costas dominicanas y luego pasó a hablar de protectorado o anexión; posibilidad ésta que fue tan bien vista por España que ya para mediados de 1860 estaban ejecutándose, de manera escalonada, partes del plan.

Santana visualizaba en la anexión a España la solución a la crisis política económica que afectaba la nación; por una parte la continuidad del estado hatero creado y sostenido durante años por Santana y en esos momentos en decadencia; el alivio de la situación económica, pues al pasar este a ser una provincia de España, el gobierno español se vería obligado a extender a la nueva provincia el régimen monetario y las leyes y los hábitos comerciales que estaban vigentes en España, como era el caso de Cuba y de Puerto Rico.

La ignorancia en que se mantuvo al pueblo dominicano respecto a las negociaciones de anexión fueron tales que ésta se proclamó el 18 de marzo de 1861 y sin embargo el 27 de febrero anterior se celebró en la forma acostumbrada y con la solemnidad de siempre el aniversario de la Independencia sin que se mencionara en absoluto ninguna frase reveladora de que se trataba de anexar el país a España. ¿Por qué se ocultaban esas informaciones al pueblo? Quizás por miedo a una reacción patriótica o para que los generales baecistas no desataran una oposición armada y ante esos temores fueron tomadas todas las medidas de seguridad: al General Matías Ramón Méllalo expulsaron del país, se monto vigilancia desde la banda costera sur en Las Calderas, se formó un batallón de milicias con todos los españoles que habían llegado a fundar una escuela y una revista semanal, Santana asumió el mando militar del país, fueron repartidas las propiedades del Estado (casas y terrenos) como pago a sueldo a creencias imaginarias entre los adeptos

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principales a la causa anexionista; se otorgaron ascensos militares a manos llenas y se distribuyeron hasta grados masónicos; en otras palabras los conspiradores anexionistas se lanzaron a comprar hombres y a tomar medidas de corte popular para establecer la plataforma que culminaría con el llamado hecho el 18 de marzo de 1861 a la población de Santo Domingo a reunirse en la plaza de la Catedral, hoy porque Colón, donde en presencia del sacerdocio católico y todos los altos funcionarios del gobierno y de los soldados (sin armas) se leyó el acta de la anexión, Santana gritó una "Viva Doña Isabel Segunda", se izó la bandera Española al lado de la Dominicana y se dispararon 101 cañonazos. Con esto el Estado hatero dejaba de existir.

El único lugar que hizo oposición a que la bandera española sustituyera la dominicana fue San Francisco de Macorís; el 23 de marzo, a cinco días de la proclamación en la capital, el pueblo se amotinó y cuando izaron la bandera española le cayeron a tiros en la misma plaza de la comandancia, teniendo el General Juan Esteban Ariza que disparar un cañonazo sobre los amotinados.

Para el 2 de mayo, esto es a 40 días del amotinamiento de San Francisco de Macorís, se produjo la primera protesta organizada y armada, que culminó con la toma de Moca y la proclamación de la independencia, esto es, el retorno del país a la categoría de Estado. Pero ese movimiento duró apenas algunas horas, porque el General Juan Suero recuperó la comandancia de Moca e hizo presos a los líderes de la protesta, encabezados por José Contreras, quien fue fusilado junto con Cayetano Germosén, José María Rodríguez, e Inocencio Reyes al llegar Santana a Moca el 19 de Mayo de 1861, el mismo día que en Aranjuez los Reyes firmaban el decreto de declaración uniendo el territorio de la República Dominicana al de la Monarquía Española.

Al momento de la anexión en el país se daba una alianza que resultaría muy pasajera entre la alta y mediana pequeña burguesía y los hateros, lo que se demuestra por el apoyo inequívoco que dieron a la anexión el presidente del gobierno revolucionario de 1857, el General José de Valverde, Benigno Filomeno Rojas, el General Fernando Valerio, el trinitario Jacinto de la Concha, entre otros; al igual que la gran mayoría del pueblo que aceptó 1 a anexión con la mayor naturalidad, ya que lo que induce a actuar a los hombres del pueblo en el plano político son sus condiciones materiales de existencia. Son los hombres excepcionales los que actúan llevados por las pasiones y el patriotismo así como por la sensibilidad social y son capaces de desarrollar condiciones de un político realista, como lo demuestra la actitud de Francisco del Rosario Sánchez al entender que el Haití de 1861 no era el mismo del 1844 y por tanto la posición

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en relación al gobierno haitiano tan empeñado como nosotros de que conserváramos la nacionalidad y por tanto se colocaba en el plano de país amigo, por lo cual Sánchez trató de conseguir de estos armas y recursos para abrir la campaña anexionista, (entrando por la frontera con Haití, por la banda sur). Para finales de mayo de 1861 iniciaron la acción, logrando apoderarse en El Cercado y Las Matas de Farfán, pero fueron sofocados por una división comandada por el General Abad Alfau llegada desde Santo Domingo, mientras se le ordenaba al almirante español Ruvalcaba desde Cuba dirigirse a Puerto Príncipe a exigirle al gobierno haitiano retirar el apoyo que estaba dando a las fuerzas de Sánchez en favor de una indemnización de $25,000.(X) pesos que recibiría el gobierno haitiano; Sánchez fue emboscado en El Cercado, donde cayó gravemente herido y fue hecho prisionero junto con sus hombres. A la llegada de Santana al lugar, decidió hacerles juicio sumario y condenarlos a muerte de una forma brutal, el 4 de julio de 1861.

Luego de esa matanza no se produjeron nuevos levantamientos contra la Anexión hasta un año y siete meses después, esto es hasta los primeros días del mes de febrero de 1863 cuando comenzó a levantarse una ola de agitaciones armadas, que en siete meses ya dominaba toda la región del Cibao, y que era protagonizada por los cosecheros de tabaco, en su mayoría pequeños propietarios, junto a ellos la alta y mediana pequeña burguesía comercial, los cuales le habían arrebatado la supremacía social a los hateros.

Los hechos que provocaron las agitaciones fueron entre otros: la existencia de una autoridad extraña que había pasado a suplantar al Estado Dominicano; así como la parálisis económica del comercio dominicano con el de los Estados Unidos, debido a que estos vivían en estado de guerra civil desde abril de 1861, lo cual limitó el comercio internacional dominicano a negociaciones con España que discriminaba grandemente al comercio Dominicano, hecho que se evidenció en el establecimiento de impuestos a nuestros compradores extranjeros, específicamente a los europeos, perjudicando con ello a los comerciantes dominicanos y beneficiando a las casas españolas que exportaban hacia Santo Domingo y que acabarían estrangulando el comercio del país.

Todos estos hechos provocaron descontento y desconfianza general de las razas dominicanas hacia el Gobierno Español; son ellos los que explican por qué la población fue pasando de las ilusiones que se crearon para justificar la

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Anexión al desencanto, el disgusto y la cólera que los lanzó a la guerra restauradora; más aún, son esos hechos los que explican la unidad entre todas las capas de la pequeña burguesía Dominicana al lanzarse a esta acción.

Las autoridades españolas tomaron una serie de medidas económicas, especialmente monetarias y aduanales ante nuevas medidas económicas. Se fueron produciendo como consecuencia inmediata; el retraimiento en las compras y las ventas ( o sea, una recesión ) que perjudicó sobremanera el comercio.

Otros motivos de disgustos de la población del gobierno español fueron la disposición de este de que la población prestara obligatoriamente bagaje y alojamiento en sus casas a las tropas españolas, ya que los caballos eran el único medio de transporte con que se contaba en el país y los campesinos dependían de estos para llevar los víveres al pueblo; se penalizó a los jugadores de cartas en las tabernas y los cafés. El 15 de octubre de 1862 se presentó al pueblo un conjunto de reglas sobre religión, moral, salubridad, orden y seguridad pública, aseo, comodidad y ornato, abasto, edificios, carreteras, máscaras, plazo de un año para el arreglo de las cañerías, puertas y ventanas, todo esto incompatible con las costumbres dominicanas de aquella época; la discriminación salarial entre militares de origen español y los nativos, aún desempeñando iguales funciones: las notorias discriminaciones raciales, pues a los españoles llegados a desempeñar alguna función en el país no importando el rango que ocuparan, se les había inculcado que los mestizos o nativos de estos territorios, al igual que los nativos de Cuba y Puerto Rico, eran descendientes de esclavos y por ende seres inferiores, animales de carga; a pesar de lo cual fueron muchos los militares de origen dominicano que se destacaron en el ejército español como Generales, Coroneles, Capitanes, etc.

A los vendedores de víveres y otros artículos al gobierno del país no se les pagaba con regularidad, así como tampoco a los que alquilaban viviendas al gobierno para alojar a las tropas o para establecer oficinas y dependencias militares.

España desató un excesivo envío de empleados a Santo Domingo dotados de grandes sueldos, llevando al Estado a una administración en extremo costosa y lujosa lo que provocó retrasos en los pagos, y luego la falta absoluta de pagos para las reservas militares, esto es para la oficialidad dominicana que se hallaba en situación pasiva y por esa razón ganaba la mitad de lo que ganaba la que

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estaba en la lista de los activos.

Estas mismas discriminaciones se daban también en la iglesia: los cleros locales se vieron poco a poco eliminados de sus curatos más importantes y cedidos a los sacerdotes recién venidos de España; se persiguió a los masones, se prohibieron los ritos protestantes que establecieron los inmigrantes esclavos, traídos desde norteamérica en tiempos de la ocupación haitiana como: Samaná y Puerto Plata; se quiso imponer el matrimonio según las exigencias de la iglesia católica, acto este chocante para un país con un índice tan bajo de personas casadas. El clero dominicano antes de la anexión no cobraba sus servicios por tarifas, sino que los feligreses hacían aportes según les fuera posible, pero el gobierno colonial lo sujetó al cobro de dotaciones fijas de $250,000 pesetas ($0.50 pesos), creándole a los sacerdotes estas medidas serios disgustos con la población.

Hacia 1863 el país estaba dividido en cinco provincias y algunos distritos: el sur: Santo Domingo, Azua y el seibo; en el Centro: La Vega; en el Norte: Santiago, Dajabón, Santiago Rodríguez, Valverde, gran parte de Puerto Plata y Monte Cristi: Santiago era considerada la Capital de ese extenso territorio y sus jefes políticos y militares teman una estatura política de líderes.

En las filas de los disgustados no sólo estaban los antes citados, también estaban los santanistas, que perdieron sus privilegios al renunciar Santana ala Capitanía General de Santo Domingo para 1862 (aceptada su renuncia el 28 de marzo de ese año) y ser su sucesor Felipe Ribero Lemoyne, venezolano con formación española, precursor de traer al país la avalancha de españoles como empleados públicos. Con estos hechos quedaron establecidas las bases políticas indispensables para que cuajara una unidad antiespañola, sin la cual habría sido muy difícil lanzar al pueblo a una guerra de liberación nacional, como lo fue la de la Restauración.

Para calmar el disgusto que iba cundiendo entre las masas, las autoridades españolas en el país presentaron planes de construcción en todo el país, lo que sin embargo no resultó suficiente para sofocar el disgusto de las masas, muy especialmente en el Cibao, considerada la zona más hostil al poder español, con más probabilidades de producir levantamientos. Sin embargo, no fue esa región donde se iría a producir el primer levantamiento, sino en Neyba, es decir en la Región Fronteriza Sur. Esta fue una rebelión abortada; pero la conspiración se mantuvo en pie en el Cibao donde tenía vigorosas raíces históricas. Sus centros

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de dirección principal fueron Sabaneta (hoy Santiago Rodríguez) con ramificaciones en Guayubín, Monte Cristi, San José de las Matas y Puerto Plata. El otro centro de dirección fue Santiago con emisarios en Moca, La Vega y San Francisco de Macorís.

El hecho que precipitó los planes de ataque programados para finales del mes de febrero, fue el desliz del brioso patriota Norberto Torres, quien ante un saludo de paisano hecho por un militar español le contestó que dentro de cinco días de la fecha de ese encuentro ellos sabrían lo que les venía encima. El Coronel Lucas Evangelista Peña convocó a los campesinos de las vecindades y en la noche del 21 atacaron Guayubín, que fue defendida inútilmente por tropas de Femando Valerio; al amanecer el 22 de febrero se levantó Santiago Rodríguez en Sabaneta, de donde salió una columna hacia San José de las Matas y en la noche del mismo día se dio el levantamiento de Monte Cristi. Al enterarse en Santiago de la toma de Guayubín los directores de la conspiración de Santiago, miembros del ayuntamiento y algunas personas prominentes al servicio de España determinaron lanzarse a la acción, aunque carecían de armas. Fue esa unidad de clases sociales que se produjo inmediatamente antes de que comenzara la Guerra de la Restauración un elemento fundamental en el desarrollo que tuvo la misma, y esa unidad, por cierto, es característica de una guerra de liberación nacional porque en estas, las luchas de clases del pueblo que hace tal tipo de guerra son desviadas hacia una lucha contra el ocupante del territorio de ese pueblo, por lo que la suma de las contradicciones clasistas se definen en una sola contradicción, de carácter antagónico, entre la fuerza popular del país ocupado y el poder militar del Estado ocupante; en la Guerra de la Restauración, como en cualquier guerra de liberación nacional, hay hombres que luchan en el bando del enemigo por razones clasistas, así como por filiaciones políticas.

Unirá santanistas y baecistas para enfrentar a España, no era tarea fácil, sobre todo porque no habían líderes capaces de comprender que hacerle la guerra a España requería de la unidad de ambos, pero el pueblo de manera instintiva asimiló esa necesidad de unidad y contribuyó a esto la acción tomada por Santana al renunciar a la Capitanía General y exhortar a sus seguidores a unirse a quienes propusieron luchar contra España, aún fuesen baecistas.

El grupo más importante de conjurados para el levantamiento del 27 de febrero de 1863 era el de Santiago. Su importancia se debió a que entre ellos estaban las autoridades municipales que en el aparato civil del Estado español jugaban un papel destacado debido a la jerarquía que les reconocía España;

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también era importante por el número de comprometidos con la causa restauradora.

Los sublevados llegaban al fuerte "Dios", punto designado, llevando banderas republicanas, amotinándose alrededor de 1,400 hombres armados que circulaban la ciudad de Santiago. El levantamiento aquí se produjo en dos tiempos: el primero fue con la toma de la cárcel vieja (el 24 de febrero) y la libertad de los presos que se encontraban en ella. Este grupo decidió dirigirse al fuerte San Luis donde se encontraba la guarnición española, pero fueron interceptados por las fuerzas del Capitán La Puente. El segundo tiempo tuvo lugar el día 25 de febrero al amanecer cuando los 1,400 hombres agrupados ostentando banderas circulaban Santiago. Este episodio no costó sangre y una vez disueltos los grupos, las tropas volvieron a la ciudad y el comandante jefe de la plaza, Campillo, hizo detener a las autoridades, con lo cual quedó liquidado el levantamiento de Santiago.

En Guayubín se siguió combatiendo bajo el mando de Benito Mondón: próximo al fuerte Manga las fuerzas españolas sofocaron el levantamiento el 2 de marzo pero sin lograr atrapar a los conjurados, quienes pasaron a Haití. El General José Hungría, del ejército español, entró a Monte Cristi el 3 de febrero y el 5 atacó a Sabaneta, punto que tomó a un costo de 13 muertos y muchos heridos españoles. Santiago Rodríguez al consultar con sus compañeros de armas (Santiago Rodríguez en esos momentos era alcalde de Sabaneta) decidió irse a Haití para solicitar ayuda. Durante 5 meses y medio trabajando sin cesar en contacto permanente con los partidarios de la lucha armada contra España, que vivían en las vecindades de la frontera dominico-haitiana, Santiago Rodríguez, Benito Mondón, José Cabrera, con la colaboración de amigos haitianos y un sastre santomeño llamado Humberto Marsan que cosió la bandera dominicana que iba a flotar en los primeros combates, ayudados por campesinos y aventureros de la frontera, enemigos de la anexión, contrabandearon pólvora, municiones y armas hacía el lado dominicano y hombres hacía el haitiano. El 15 de agosto en la noche, salieron de Haití por un lugar llamado David, Santiago Rodríguez y José Cabrera al mando de 80 patriotas; Benito Monción salió con 3 hombres y la bandera que hizo Marsan rumbo a Guayubín y Pedro Ant. Pimentel fue a tomar posición entre Paso de Macabón y Dajabón.

Benito Mondón amaneció con su gente en los Cerros de la Patilla, a la vista de Dajabón, al tiempo que Buceta (Gobernador de Santiago y jefe de las tropas españolas en la parte de la frontera) emprendía la marcha con cien hombres en dirección a Guayubín; pero los hombres de Monción le seguían de cerca. Al enterarse Pimentel de lo que estaba pasando se preparó a esperarlos en

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el Paso de Macabón, donde le rompió el fuego de frente, mientras Monción los atacaba por retaguardia; ante la emboscada, Buceta abandonó el camino y tomó el de Castañuela donde dejó a la infantería, mientras Pimentel seguía la persecución con la caballería valiéndose de hachos encendidos para ver las huellas de los hombres de Buceta y cuando se dio cuenta de que Buceta se proponía regresar a Guayubín, mandó un expreso donde Monción para pedirle que se uniera, cosa que sucedió a media noche; y al amanecer del día 17 alcanzaron la columna española, la atacaron y la derrotaron. Guayubín fue tomado el 18 de agosto por fuerzas del General Juan Antonio Polanco, hermano de Gaspar Polanco; Monción y Pimentel proseguían su persecución contra Buceta y sus hombres que se dirigían a Santiago, lo alcanzaron en Doña Antonia y los derrotaron completamente. Cuando Buceta vino a llegar a Guayacanes ya no le quedaban sino 8 o 10 hombres de a caballo.

Por otra parte, Santiago Rodríguez y José Cabrera se dirigían a Sabaneta, en cuya ruta les informaron la llegada el 17 de agosto del General José Cándido Farfán y Elias Prudón a espiar las posiciones de Hungría en el Fundo de Manuela; para el 20 de agosto Santiago Rodríguez sorprendió a Hungría en ese lugar y logró desbandar la columna y fue perseguido por los patriotas tenazmente, refugiándose en la Loma de Tabaco, hasta donde lo persiguió Santiago Rodríguez y lo batió. El General Dionicio Mieses que mandaba en Las Matas a nombre de España se le unió al General Hungría y se dirigieron en retirada hacia Santiago, lugar al que llegarían el 26 de agosto, fecha para la cual no teman noticias de Buceta, pues Buceta se había refugiado en la casa del terrateniente Juan Chávez, en Guayubín y en aquellos años un gran propietario tenía una autoridad social tan grande como lo fuera su propiedad y se le seguía respetando como lo era antes de la guerra, pues se sabía que no eran ellos los culpables del engaño y los malos tratos que padecía el pueblo, sino que era España; aunque la realidad es que para

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justificar el desmantelamiento del Estado dominicano y la inserción del nuestro en el Estado español se ofrecían villas y castillas.

Toda guerra de independencia o de liberación nacional es al mismo tiempo una guerra social, debido a que las masas toman parte en ellas porque creen que sólo echando de su país al poder extranjero que las explota pueden resolver sus problemas, y la práctica dice que no es posible alcanzar la independencia poniendo en ejecución medidas de tipo puramente política, pues a las masas no las mueven sentimientos patrióticos, a diferencia de los líderes políticos que actúan además movidos por instintos políticos altamente desarrollados, que les permiten darse cuenta del momento preciso para libertar a la patria y de la forma violenta en que debe ser llevada esta acción para poder vencer al enemigo, forma esta que caracteriza las guerras sociales como feroces. Eso no lo comprendieron los cronistas españoles de la guerra de la restauración, que se asombraron de la fiereza y la crueldad con que combatían los dominicanos.

La Guerra de la Restauración en República Dominicana fue de liberación o de independencia, pero fue también una guerra social donde alcanzaron preeminencia social y política hombres que por sus orígenes de clase y sus antecedentes estaban condenados a ser toda su vida pobres desconocidos como Benito Monción, Ulises Heureaux, Gregorio Luperón, Gaspar Polanco, etc.

El carácter de guerra social que se inserta en una guerra de liberación nacional no se manifiesta en los primeros tiempos, en opresión contra los ricos del país sino sólo contra enemigos extranjeros; eso explica que cuando Buceta se refugió en la casa de Juan Chávez, ninguno de los restauradores que le perseguían entró en el santuario que había escogido el Gobernador militar de Santiago. Para el 20 de agosto de 1863 cuando Buceta se decidió a emprender la marcha con sus acompañantes desde la Sabana de los Chávez, en su persecución iba Gaspar Polanco. quien remató a machetazos a parte de los acompañantes de Buceta y cuando este se vio ya perdido, rodeado de unos cuantos soldados dominicanos preparados para detenerlo, tuvo la idea de sacar de la pistolera un saco de onzas de monedas de oro y comenzó a regarlas a distancia, los soldados abandonaron la presa para coger el oro y con ese ardid repetido varias veces logró internarse en los montes con dirección a la loma.

Del carácter de guerra social que tuvo la lucha de la Restauración salieron convertidos en personajes nacionales destacados, en jefes militares y políticos,

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individuos de estratos tan humildes como Benito Monción, analfabetos como Gaspar Polanco, que llegó a ser Presidente de la República, o Benito Monción, que adicionalmente su procedencia humilde tenía antecedentes delictivos por sustracción de cerdos cuando desempeñaba la función de peón de Santiago Rodríguez, razón por la cual fue despedido por este, lo que explica la rivalidad con Santiago Rodríguez, al extremo de no querer entrar a Sabaneta cuando fueron derrotados por las fuerzas españolas de Manga en marzo de 1863.

Nunca perdonó Monción esa justa actitud del que para aquel tiempo era jefe político y había adquirido la dureza de carácter necesario para mandar con éxito cierta clase de gente sin disciplina.

Como Ulises Heureaux, que llenaría 17 años de nuestra historia, Monción era hijo natural de una cocinera de las islas caribeñas, peleó bajo las ordenes de Polanco y forma parte de los escogidos para fusilar al General Pepillo Salcedo.

El carácter de guerra social y de liberación nacional explica la rapidez con que se propagó el fuego restaurador, a tal extremo que para el 22 de agosto ya estaban en poder de las fuerzas restauradoras; Guayubín, Dajabón, Monte Cristi, Sabaneta; para el 28 cayeron Puerto Plata, La Vega, San Francisco de Macorís, Cotuí, Yamasá y Bonao; el 30 de agosto cayó Moca y para esa misma fecha Gaspar Polanco llegaba a Santiago con mil hombres y ese mismo día comenzaron la batalla.

La Guerra de la Restauración empezó adueñándose de manera casi instantánea, en primer lugar, en la línea noroeste del territorio dominicano, extendiéndose a toda la mitad occidental del Cibao con presencia en la región de Yamasá, amenazando la Capital del país.

Las fuerzas restauradoras asestaron al poder español golpes muy duros que asegurarían a las fuerzas revolucionarias la victoria futura. Esos golpes fueron el incendio de la ciudad de Santiago, y la toma de la ciudad el 6 de septiembre y la sangrienta persecución de las tropas españolas que iban de retirada de Santiago hacia Puerto Plata, al ser destruida la ciudad por el fuego y con ella la plaza comercial más importante del país y el mejor puerto de mar (Puerto Plata).

En un segundo de tiempo, la revolución se fortaleció velozmente con la región oriental y central de la parte sur del país, así como en todos los lugares que teman alguna densidad de población, gracias al instinto de lucha de nuestro

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pueblo, aunque sus vanguardias sabían que no les convenía ir a combatir ante las murallas de la ciudad de Santo Domingo, porque allí tendrían que enfrentarse al mayor poderío militar español, llegando solo hasta Yamasá y San Cristóbal.

Además de hacer la guerra, los restauradores formaron un gobierno que supo manejar con habilidad en medio de la furia de la guerra y supo conducir la política exterior de la revolución, dado que no sólo tuvieron que combatir contra fuerzas españolas establecidas en la isla, sino que lucharon heroicamente contra aquellas tropas enviadas a reforzar el ejército español desde Cuba, Puerto Rico y las de la embarcación Isabel II, que llegaron a reforzar a las tropas españolas de la región Norte sumando un total de 2,200 hombres sólo en Puerto Plata, para el 31 de agosto.

El primer episodio de la batalla de Santiago se llevó a cabo el mismo 31 de agosto cuando las fuerzas dominicanas comandadas por Gaspar Polanco sitiaron la ciudad y cercaron al enemigo en la fortaleza San Luis, el castillo y la cárcel vieja, al quedar desprovistos Buceta de sus tropas de infantería y artillería comandadas por el capitán español Albert que emprendió la retirada. Así, en Gurabito los dominicanos alcanzaron la victoria quedando Buceta y sus soldados presos.

El segundo episodio fue el ataque al castillo, ejecutado por Pepillo Salcedo el primero de septiembre y al día siguiente el castillo fue preparado con los cañones traídos desde Moca y La Vega para este lugar y que fueron ubicados en un cerro aledaño.

Mientras estos hechos ocurrían en Santiago, Mariano Cappa y Juan Suero marchaban desde Puerto Plata hacia Santiago, quedando interceptados por las guerrillas de Lafit y obligados a retroceder a Puerto Plata de nuevo. Lafit decidió notificar a las fuerzas de Santiago lo ocurrido y al enterarlos el 6 de septiembre deciden atacar al general Juan Suero con columnas comandadas por el General Lora, el Coronel Benito 1 Monción, Luperón y Polanco.

\ La guerra de la Restauración dominicana tuvo la peculiaridad de

que Santiago fue incendiada por las fuerzas revolucionarias, el 6 de septiembre, con el propósito de que los españoles perdieran el interés por el lugar, que era el centro de enlace de todo el Cibao.

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Ocho años más tarde la ciudad estaba reconstruida y tan poblada como al momento del incendio, lo que demuestra que lo que para las tropas españolas era un lugar desolado después del incendio, para los dominicanos seguía siendo lo mismo, lo que equivale a decir que desde el punto de vista subjetivo, que es como debemos valorar los hechos heroicos, la orden y la ejecución de parte del General Polanco, no fue perjudicial para el pueblo de Santiago y en cambio fue decisivo en el curso de la Guerra de la Restauración, que es lo que tiene importancia histórica, pues el fuego no alcanzó a los campos vecinos donde se cosechaba plátano, yuca, maíz, yautía, batata y se cazaban animales cimarrones que era la base alimenticia de los dominicanos, aunque para las tropas españolas esto fue un golpe gravísimo pues no podían sostenerse sin los alimentos a que estaban habituados, como por ejemplo el pan de trigo, el aceite de oliva, los medicamentos de boticas, estaban también acostumbrados a dormir en camas o camastros pero no en suelo o barbacoas como lo hacían los soldados dominicanos.

El 6 de septiembre, las tropas españolas de Buceta al mando del coronel Cappa y el General Suero (El Cid Negro) lograron llegar hasta la iglesia mayor frente a la cárcel vieja, los combatientes dominicanos cesaron el fuego por falta de municiones, el 8 de septiembre recibieron éstas desde La Vega y Moca. El sitio de Santiago pasó a ser más estrechoque antes, los españoles aunque no cesaban en los ataques, no tuvieron otra alternativa que gestionar un armisticio que se logró parcialmente el 14 de septiembre, obligándosele a dejar sus posesiones y armas, pero los españoles no cumplieron y volaron el polvorín y se quedaron con sus armas, hecho este que motivó la persecución efectuada por Pepillo Salcedo y más adelante por Gaspar Polanco el 21 de septiembre en el Corral, donde le prepararon una emboscada. I

Ese mismo día 14 de septiembre de 1863 fue aprobada y firmada el Acta de Independencia de la República Dominicana, que debió haber sido el Acta de la Restauración o del Estado Dominicano porque la independencia había sido declarada 19 años atrás (1844). Ese documento fue escrito por el venezolano, Manuel Ponce de León; con la aprobación del acta quedó establecido oficialmente el gobierno restaurador con el apoyo de los jefes civiles y militares de la revolución.

Hasta el momento en que se formó el gobierno de la restauración,

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la jefatura de la revolución había sido militar y limitada, al principio, al territorio en que cada jefe estaba combatiendo; pero desde el comienzo de la batalla de Santiago el General Gaspar Polanco surgía de manera natural como comandante superior del movimiento, gracias al curso de los acontecimientos y a su capacidad para tomar decisiones al igual que ocurrió a Gregorio Luperón, quien en forma relampagueante pasó a ser de un desconocido, de quien se burlaban los soldados porque recorría el campo dominicano armado con una espada que nadie sabía de donde la había sacado y haciendo alarde de un valor que no había demostrado todavía el 14 de septiembre, aparecería firmando el acta de la Restauración llamada erróneamente Acta de Independencia.

Gaspar Polanco no fue el único hombre que pasó casi de un día para otro, a una posición preponderante en las filas de los restauradores; lo mismo le sucedió a Benito Mondón; e igual le ocurrió a Gregorio Luperón, que era un desconocido hasta la batalla de Santiago, donde se distinguió y para el 14 de septiembre aparecía firmando el Acta de la Restauración; Luperón aparecerá luego firmando junto a Gaspar Polanco oficios y nombramientos, entre otros, uno dirigido al Coronel José Antonio Salcedo (Pepillo) proclamándolo General de Brigada y quien cinco días después sería llevado ala Presidencia del Gobierno provisorio, quedando de esa manera formalizadas las operaciones de la Revolución, hecho que disgustó a Luperón porque consideraba que el General Salcedo no tema el consentimiento de los principales hombres de armas, que eran Monción, Pimentel, Santiago Rodríguez, Ignacio Reyes, Gaspar Polanco, verdaderos jefes militares de la revolución restauradora entre los cueles estaba el mismo Luperón.

Es importante advertir que Luperón había llegado a Santiago el día 2 de septiembre y el día 14 estaba hablando de hacer presos a los que habían elegido el gobierno provisional de la Revolución y a su presidente. En doce días un joven impetuoso que había tratado, sin conseguirlo, de incorporarse a la revolución Restauradora en sus primeros movimientos, antes aún del 16 de agosto, había pasado del anonimato absoluto, o casi absoluto, a ser personaje con suficiente autoridad como para conseguir que el Coronel José Antonio Salcedo fuera promovido a General de Brigada y para amenazar, cinco días después, con la prisión al propio General Salcedo porque había aceptado ser presidente del gobierno provisorio sin haber solicitado la autorización de los jefes militares de la revolución restauradora entre los cuales estaba él, Gregorio Luperón.

Cómo podía explicarse un ascenso militar, político, social, tan brusco

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como el que se había dado en el caso de Gregorio Luperón?

Se explicaba por el carácter popular de la guerra en que se hallaban envueltos miles de dominicanos que se sentían capaces de actuar como titanes y habían hallado en esa guerra el campo propicio para desarrollar sus capacidades de hombres de acción. La mayoría de ellos procedían de las capas pobre y muy pobre, de lo que a falta de otras clasificaciones tenemos que denominar baja pequeña burguesía, y sabían de manera instintiva que ellos podían hacer cosas que los situaban por encima de los dones, palabra con la que se denominaba a los personajes de la época, que eran casi siempre los comerciantes más importantes y los propietarios de tierras y reses. En pocas palabras, entre esos hijos del pueblos y los dones había planteada, sobre todo desde que los últimos decidieron derrocar el gobierno de Buenaventura Báez, una lucha de clases que estaba siendo encauzada por la guerra de la Restauración, en la cual se unían los baecistas como Salcedo y los antibaecistas como Luperón, pero en la que los bajos pequeños burgueses de las capas pobre y muy pobre que se reconocían a sí mismos capaces de llegar al nivel de los dones y aún de superarlos se les ofrecía una oportunidad única de demostrar sus capacidades y de situarse entre los hombres que decidirían acerca de asuntos trascendentales.

En ese momento de la historia, el más fecundo que ha conocido el pueblo dominicano, todo el que sentía el llamado de la acción hacía algo sin que se sintiera obligado a consultarlo con nadie. Por esa razón la guerra había desatado del lado de los restauradores una capacidad de actuación que era absolutamente opuesta a lo que sucedía en el campo español.

En Santiago se sabía el día 14 de septiembre que Santana estaba preparándose para salir hacia el Cibao y que llevaría consigo tropas españolas y de la reserva dominicana, cosa que en efecto iba a suceder el día 15. ( De la Gandara lo cuenta: Tomo II, pag. 31 y siguientes.)

En las guerras de liberación los hombres de acción de los sectores populares entran con la fuerza de los aludes. Sin duda un partidario anónimo de la revolución Restauradora supo en Santo Domingo o en otro lugar de la zona sur del país que a Santana se le había encomendado la misión de aplastar el movimiento en su cuna y se las arregló para hacer llegar la noticia a La Vega.

Para producir el número de muertos, heridos y desaparecidos que

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produjeron los restauradores a las columnas españolas se necesitaba que los atacantes, fueran no tanto numerosos como resueltos, decididos a jugarse la vida sin el menor titubeo; y si se la jugaban era porque al final había premios no meramente de carácter militar sino, sobre todo, de importancia social.

El más estimulante de esos premios, era la autoridad para entrar en el circulo de los dones, y aún más, la posibilidad de colocarse por encima de ellos, puesto que eso significaba la victoria de los bajos pequeños burgueses pobres y muy pobres en la lucha de clase que mantenían de manera instintiva contra esos dones. Mientras se llevaba a cabo la guerra, tal lucha de clases quedaba amortiguada, dejaba de ser antagónica porque la que había pasado a ser antagónica era la de dominicanos contra españoles; pero volvería a serlo cuando los enemigos no fueran ya los españoles sino dominicanos de posiciones sociales diferentes.

En La Guerra de la Restauración la lucha de clases propia de las diferentes capas de la pequeña burguesía dominicana quedó relegada a un segundo plano. En el orden político, esa lucha de clases se encausaba, desde 1863, en una virtual guerra civil permanente entre baecistas y santanistas, pero con contadas excepciones los santanistas que se pasaron a las filas de la Restauración y los baecistas que estaban en ella, por lo general desde los primeros momentos, no entraron en conflicto, a esa postergación de la lucha de clases dentro de los restauradores hay que atribuirla a la enorme autoridad con que actuó, desde su primer día, el llamado gobierno provisorio. Las órdenes que dio ese gobierno fueron obedecidas en todos los sitios donde habían fuerzas revolucionarias y los hombres que eligió para mandar tropas tuvieron la aceptación unánime, salvo en los casos en que los que se negaban a aceptar esos mandos fueran rebeldes a toda disciplina, conocidos como tales desde hacía tiempo, como sucedía con el llamado general Perico Salcedo.

El mismo día de la toma de posesión del gobierno de la Revolución -14 de septiembre- se decreto la aplicación de la pena de muerte al general Pedro Santana, pena que podía aplicar "todo jefe de tropa que lo apresare" tan pronto quedara reconocida "la identidad de su persona. Luperón dice que él pidió que se emitiera ese decreto en vista de que se le había nombrado jefe de operaciones y comandante en jefe de todas las fuerzas de las regiones del Sur y del Este, fuerzas que todavía no se habían creado pero que debía crear el propio Luperón a partir de las que él llevaría a la región de Yamasá, por donde se suponía, o a lo mejor ya se sabía, que iba a establecer Santana su cuartel general por lo menos

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durante algún tiempo, antes de seguir su marcha hacia el Cibao.

Luperón salió de Santiago ese mismo día 14 y llegó a Moca a las 8 de la noche. Su fuerza era de 40 hombres de a caballo y con ellos se dirige el día 15 hacia La Vega, donde se detuvo para sumar tropas a las suyas pero también para tomar disposiciones de carácter militar, como la de mandar al general José Durán a los lugares más poblados de la provincia vegana, que según explica incluía entonces lo que hoy son Moca, Salcedo, San Francisco de Macorís, así como la provincia de Sánchez Ramírez, o Cotuí. Allí debía el general Durán levantar tropas que pasarían a la región de San Juan de la Maguana yendo por el camino de Valle Nuevo para caer en el Maniel -actualmente San José de Ocoa- y al mismo tiempo otras pasarían a operar en la zona de Bonao; de las últimas irían algunas a establecer un cantón en Piedra Blanca desde donde se pudiera llegar a San Cristóbal cuando fuera necesario hacerlo. En cuanto a la región de Yamasá, hacia ese punto debían ir las tropas más numerosas, pues era en sus vecindades dónde iba a hacer Santana su cuartel general y por tanto era allí donde había que esperar los ataques más duros del enemigo, que en caso concreto no estaba compuesto sólo de españoles, sino también de reservas dominicanas.

De La Gándara cuenta (Tomo l,Pág. 31 y siguientes) que Santana había salido de la Capital el 15 de septiembre con 2 mil 100 hombres de todas las armas con las cuales "debía marchar en auxilio de Santiago atravesando la cordillera Central al dirigirse al Cibao".

A juzgar por lo que dice La Gándara, las autoridades españolas se hicieron muchas ilusiones con la salida de Santana hacia el Cibao. El vencedor de las Carreras llevaba en su columna 500 dominicanos que procedían de San Cristóbal, con los cuales "se formó un batallón y un escuadrón, que debían ser reforzados por contingentes iguales que también se habían mandado armar, de las reservas del Seybo". El hecho de que llevara tropas españolas y dominicanas y "un Estado Mayor inteligente y joven", dice De La Gándara, ilusionó mucho a las autoridades; pero no podía ilusionar a los españoles que iban en la columna porque ésta tardó dos días en llegar a Monte Plata, debido a una lluvia de las que son frecuentes en el país en esas fechas.

La situación de la tropa española era mala en el orden físico, pero era peor en el de la moral porque las reservas dominicanas que debían ir del Seibo no aparecían y las de San Cristóbal habían empezado a desertar, y por último se

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recibió la noticia de que en Guanuma, no lejos de Monte Plata, habían acampado tropas restauradoras.

Al llegar a este punto las fuentes históricas son confusas. De La Gándara habla de Guanuma y de la toma de Guanuma por Santana, y Luperón habla del combate de Bermejo que fue continuado por el de San Pedro. Pero sucede que entre Guanuma y Bermejo hay bastante distancia. Guanuma está en el lugar donde el río Guanuma confluye con el Ozama, punto que queda al sudeste de Yamasá, y Bermejo está al este franco de Y amasá y mucho más cerca de este lugar que Guanuma. De acuerdo con Luperón (Pág. 170) en el combate del día 30 de septiembre "Santana dejó una parte de la tropa en Bermejo, se retiró con el resto a San Pedro. Luperón pasó el arroyo (Bermejo, que desemboca en el Ozama), derrotó la retaguardia (de Santana), le hizo algunos prisioneros y antes de amanecer, sus guerrillas rompían el fuego en San Pedro. El General Santana se relegó a Guanuma, y Luperón ocupó San Pedro"; y a renglón seguido aparece ese dato: "Esto acaeció entre el 30 de septiembre y el 1ro. de octubre de 1863".

En De La Gándara, el vencedor de esos combates, que además se dieron en Guanuma, fue Santana, pero Luperón dice lo contrario.

Quien describirá el sitio de Bermejo será Pedro F. Bonó, que lo visitó cuatro días después de los hechos a que se refiere Luperón, pero en cuanto a San Pedro el que nos situará en él será González Tablas cuando relate la batalla de ese nombre que tuvo lugar el 23 de enero del año siguiente (1864). Dice González Tablas (Pág. 194 y siguientes) que San Pedro estaba a cuatro leguas (veintidós kilómetros) de Guanuma y que allí tenían los dominicanos el cantón general en la fecha de la batalla del 23 de enero.

Pero Gonzáles Tablas hace una detallada descripción de Guanuma que puede emparejarse con la que hizo Bonó del cantón de Bermejo. Dice primero que por Guanuma "se veían vagar como escuálidos fantasmas a soldados ( españoles) envueltos en asquerosas mantas, apoyados en palos y moviéndose trabajosamente. Había allí también una cosa que se llamaba hospital, y que no era más que un barracón hecho de ramaje y palos, bajo cuyo abrigo descansaban los enfermos echados sobre el suelo..." En Guanuma no "había ni una casa, pues hasta la que habitaba el general (Santana) era una mala choza;... la tropa iba sucia por el barro negro sobre el que andaban y dormían; no usaba corbatín; lavaba poco, no se afeitaba y marchaba en su mayor parte descalza y de pie y

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pierna y con el pantalón levantado hasta la rodilla".

Dice González Tablas que le constaba que "el clima fatal de Guanuma nos causó" más de cuatro mil bajas, y para demostrar cuanta hambre se padecía en aquel campamento refiere que cuando iban de la ciudad vendedores de provisiones "eran de tal manera rodeados y acosados por la tropa famélica que frecuentemente teman que intervenir los jefes y oficiales para establecer el orden", y cuenta que vio abrirle juicio a un soldado del batallón

España por haber herido a uno del batallón Madrid en una disputa originada por discusión de cuál debía ser el primero en comprar un pedazo de pan.

Por su parte Pedro F. Bonó, ministro de Guerra del gobierno de la Restauración, dice que la comandancia de Armas del cantón de Bermejo "era el rancho más grande de todo el cantón, donde todo estaba colocado como Dios quiera. El parque eran ocho o más cajones de municiones que estaban encima de una barbacoa acostado a su lado había un soldado fumando tranquilamente". (Con esta observación Bonó quería llamar la atención hacia la ignorancia o la dejadez de ese soldado que exponía su vida y la de muchos compañeros así como la existencia misma de algo tan necesario en un campamento de guerreros como son las municiones por dedicarse a fumar tranquilamente al lado de ocho o más cajones de tiros).

La descripción que hace Bonó del cantón de Bermejo y de sus hombres no puede ser más pintoresca. Se lee en papeles de Pedro F. Bonó de Emilio Rodríguez Demorizi, Santo Domingo, 1964, Teoría y Acción, número4, Santo Domingo, abril de 1980, página 32 y siguientes. Cuando se lee esa crónica al lado de la de González Tablas el lector queda con la impresión de que los soldados dominicanos la pasaban mejor en su campamento de Bermejo que los españoles en el suyo de Guanuma, y no porque tuvieran más comodidades sino porque su nivel de vida estaba más cerca de la naturaleza del país que el de los españoles. Los restauradores sabían convivir con su medio, se adecuaban a él, Bonó pinta de mano maestra el espectáculo que tenía ante los ojos. Dice él:

"No había casi nadie vestido. Harapos eran los vestidos; el tambor de la comandancia estaba con una camisa de mujer por toda vestimenta; daba risa verlo redoblar con su túnica; el cornete estaba desnudo de la cintura para arriba. Todos estaban descalzos y a pierna desnuda. Se pasó revista y se contaron

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doscientos ochenta hombres; de Macorís, como cien, de cotuí unos cuarenta, de Cevicos diez y seis; de La Vega como cincuenta; los de Monte Plata contaban setenta hombres. Todos, aunque medio desnudos, con buenos fusiles, pues con armas y bagajes se habían pasado de las filas españolas a las nuestras. Su rancho espacioso los contenía a todos y estaba plantado al bajar al arroyo".

En Guanuma los soldados se peleaban por comida, y cuando Bonó le preguntó al jefe del cantón de Bermejo cómo se comía allí oyó esta respuesta: "No hay cuidado, cada soldado nuestro es montero"; y así era, en efecto. Para el guerrero restaurador no había problemas de comida porque cada uno de ellos había aprendido desde su niñez a montear, es decir, a buscar comida en los montes. Bonó explica que cuando terminó la revista que él hizo en función de su cargo de ministro de la Guerra que debía estar al tanto de la capacidad de las fuerzas nacionales, todos los soldados se le dispensaron: unos cogían calabazos y bajaban por agua al arroyo, otros mondaban plátanos y los ponían a asar. Y yo visité más detalladamente los ranchos, en los que no faltaba una tasajera con uno o dos tocinos, y beneficiaban (mataban y descuartizaban) uno o dos cerdos. El cantón en masa vivía del merodeo, pero le era fácil, porque estaba en medio de una montería", es decir, se hallaba rodeado de un monte virgen, algunos de ellos seguramente, sin dueños conocidos.

A cierta distancia de Bermejo había otros cantones -cantón era el sitio donde se montaba una guardia permanente-, pero el más importante era el de Bermejo. Sin duda que todos ellos, como en los muchos que debía haber en el país, la mayoría de los soldados dominicanos estaba compuesta de campesinos, pero en aquellos años, y por lo menos medio siglo después no había diferencia entre los conocimientos de la vida diaria que tema un campesino y los que tema el habitante de la ciudad. Por entonces las ciudades eran muy pequeñas y entre sus vecinos había muchos nacidos y criados en los campos, como sucedía con las cocineras, lavanderas, niñeras y peones, de manera que los conocimientos que tema un campesino de lo que había que hacer para cocinar carne o los víveres lo tenía también un santiaguero, un puertoplateño, y con mucha más razón un vegano o un mocano porque La Vega y Moca más que ciudades eran concentraciones de familias procedentes de los campos. En cambio, el soldado español, aunque fuera de origen campesino, era urbanizado en los cuarteles de España, de Cuba o Puerto Rico, y además no tenía la menor idea de como se pelaba -o mondaba, como decía Bonó- un plátano, ni tema el gusto hecho a comer esa vianda; y nunca hubiera podido resolver el problema de su comida como se le resolvía en Bermejo a Bonó, quien cuanta que "cuando llegamos al

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rancho ya uno tenía puesto el caldero al fuego, para lo que había improvisado un fogón clavando en tierra tres estacas gruesas a una altura de seis pulgadas, formando un triángulo sobre los cuales le asentó un caldero...".

Saber enfrentar las situaciones que le presentaba la naturaleza física y social del país era parte de la cultura nacional que adquiría el restaurador por el mero contacto con el pueblo y eso le proporcionaba una superioridad sobre el español que lo combatía con fusiles nada más pero sin conocimiento del medio en que se hallaba.

El cantón de Bermejo era débil en comparación con el cantón de Guanuma, donde los españoles teman por lo menos mil hombres bien armados, y damos esa cantidad porque deducimos los 50 hombres de la reserva de San Cristóbal que acabaron desertando del campo de Santana para pasar a las filas dominicanas y descontamos también no menos de 500 soldados españoles dado que las bajas eran constantes en Guanuma por causa de enfermedades. Pero a pesar de su debilidad Bermejo jugó un papel extraordinario en la guerra de la Restauración porque contuvo a Santana, que había salido de la capital con órdenes, y además con el propósito, de pasar la cordillera Central y caer en el Cibao donde debía aplastar el movimiento revolucionario.

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La Guerra Restauradora había alcanzado en el Cibao una victoria apabullante, pero para ganarla sus ejércitos tenían que vencer en toda la banda Sur, desde la frontera con Haití hasta las costas de la región del Este y Samaná. Por esa razón Luperón había despachado al general José Durán con varios oficiales con el encargo de entrar en la región de San Juan de la Maguana yendo por Jarabacoa y Constanza mientras él se dirigía a la Capital por la vía de Yamasá. Durán cruzó las montañas de la cordillera Central y llegó a los campos sanjuaneros; pero entre Yamasá y la Capital Luperón encontró a Santana. Luperón no pudo avanzar hacia Santo Domingo ni Santana pudo subir las alturas montañosas de la cordillera, y en consecuencia, la guerra en esa zona perdió las características que había tenido desde que había comenzado en la región fronteriza del norte; dejó de ser una guerra de movimiento para pasar a ser de posiciones.

Aunque a veces usemos la palabra ejército para referirnos a los combatientes dominicanos de la epopeya Restauradora, la verdad es que ejército en esa contienda sólo había uno, que era el español; lo que tenían los dominicanos eran guerrillas, y las guerrillas no son formaciones adecuadas para hacer una guerra de posiciones sino para la de movimientos, razón por la cual las perspectivas no podían ser buenas para los restauradores que ocupaban el cantón Bermejo y los puestos que reforzaban ese punto a algunos kilómetros de distancia. Pero muy lejos de Bermejo la revolución mantenía la ventaja que había perdido en las cercanías de Yamasá porque seguía siendo una guerra de movimiento como tiene que hacerse ese tipo de guerra, a base de fuerzas guerrilleras que se movían con libertad de acción en un país donde abundaban los caballos y los mulos para transportar a los hombres y hasta algún que otro cañón si lo había, y abundaban las reses sin dueños que si desaparecían sus propietarios no alcanzaban a echarlas de menos, y las reses eran el alimento predilecto de los guerrilleros dominicanos.

Cuando el gobierno Provisorio envía a Luperón a organizar la guerra en el Sur y el Este, mandó a Gaspar Polanco a dirigir las fuerzas revolucionarias de Puerto Plata. Vistas estas disposiciones desde la visión que tenemos hoy de lo que es el país puede parecer que lo que se hizo con Polanco, que hasta ese día había sido el jefe militar de la Revolución, fue humillarlo, puesto que a Luperón, un recién llegado, se le daba la autoridad superior en la región más importante de la que había sido y estaba volviendo a ser la República Dominicana; pero la verdad no es ésa, y no lo es por una razón:

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En primer lugar, aunque la ciudad había sido reducida a cenizas, salvo tal vez medio centenar de casas, Santiago seguía siendo el centro de la Revolución y Puerto Plata estaba muy cerca de Santiago, tanto, que las fuerzas restauradoras teman que ser dedicadas a cerrarle el camino de Puerto Plata a Santiago a cualquiera fuerza española que saliera de Puerto Plata con el propósito de tomar Santiago; en segundo lugar, Puerto Plata estaba también al alcance de los buques de guerra y trasporte que el gobierno español quisiera despachar con tropas desde Puerto Plata, desde Santiago de Cuba o desde La Habana; pero además, Puerto Plata era la plaza comercial más fuerte del país, y con la destrucción de Santiago por el fuego del 6 de septiembre quedó convertida en el centro urbano más importante y no sólo en el aspecto económico, sino también debido a que era allí donde vivía el mayor número de comerciantes extranjeros, todos los cuales teman influencia política debido a sus relaciones con el comercio internacional, de manera muy especial con el de Inglaterra, Francia y Alemania, que eran los principales compradores de tabaco dominicano, y a su vez el tabaco era el principal producto de exportación del país.

A Puerto Plata, pues, podían llegar en cualquier momento refuerzos españoles que le aseguraran a España el control de ese punto. El gobierno de Santiago debía tener conciencia de que la posición firme de Puerto Plata le daría al enemigo ventajas de tipo militar y político que podrían ser decisivas para determinar el curso de la guerra, y de ellas, la de más peso era la posibilidad de un ataque incontenible a Santiago. El ministro de Guerra del gobierno Restaurador era hombre muy capaz de ver la relación que en varios aspectos ligaba a Puerto Plata con Santiago y de llegar a la conclusión de que en ese momento, a mediados de septiembre de 1863, el lugar más importante del país para el gobierno Revolucionario era Puerto Plata, y en consecuencia a dicha ciudad había que mandar al jefe restaurador que hubiera demostrado tener más condiciones para tomar decisiones de tipo estratégico y de tipo táctico. Ese jefe era el general Gaspar Polanco, caso sorprendente de dotes naturales para el ejercicio de la guerra que maduraron casi de golpe con el estallido de la revolución.

Al tomar esa decisión el gobierno de Santiago no sabía, ni podía saberlo, que nueve días antes el general de La Candara le había solicitado al capitán general de Cuba que lo enviara a Santo Domingo; cuatro días después de haber despachado su solicitud De La Gándara recibiría un telegrama del capitán general Dulce accediendo a su petición, el 17, esto es, a los tres días de inaugurado el gobierno Revolucionario, iba a fondear a Puerto Plata una

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pequeña flota que llevaba fuerzas militares más poderosas que las que tem'a la revolución; al frente de esas fuerzas llegaba el general José De La Gándara.

Si De La Gándara había pensado dirigirse hacia Santiago desde Puerto Plata cambió de planes en 48 horas porque rápidamente se dio cuenta de que las guerrillas dominicanas dominaban el camino que tenía que tomar para llegar a la que había sido la capital del Cibao y entonces concibió trasladar por mar sus fuerzas a Monte Cristi desde donde pensaba que podía avanzar sobre Santiago con más soltura, mientras Santana entraba en el Cibao y marchaba, también hacia Santiago, y así quedaría aniquilada la insurrección dominicana. Pero el capitán general de Santo Domingo, a quien le dio conocimiento del plan en comunicación fechada el día 19 de septiembre, pensaba de otra manera, y el día 22 le decía que la revolución había tenido tal desarrollo que ya se había pronunciado en su favor "el pueblo de San Juan de la Maguana, en la provincia de Azua", y además que fuerzas restauradoras se habían dirigido "sobre San José de Ocoa, que fue abandonado por las autoridades militares", y se refería al "espíritu... con que decididamente el país acoge su independencia". El jefe de la colonia estaba tan alarmado de la rapidez y el ímpetu arrollador con que se propagaba la revolución que al día siguiente de haberle comunicado a De La Gándara esas noticias le escribía de nuevo para decirle que la "insurrección" se ha propagado de un modo general en la provincia de Azua y parte de ésta en Santo Domingo, y que esas novedades exigían "la reconcentración de todas la fuerzas posibles en la capital, porque sólo de este modo podrá dominarse la situación".

Inmediatamente después de ese párrafo iba la orden del traslado inmediato De La Gándara a la capital con las fuerzas que estuvieran disponibles. Puerto Plata quedaría bajo el mando del brigadier Primo de Rivera, que no era un jefe capaz de hacerle frente a la competitividad de Gaspar Polanco. El día 29 se repetía la orden enviada el 23 y se le decía a La Gándara que se le había pedido al oficial comandante de Samaná que saliera hacia Santo Domingo con todos los buques que hubieran en ese lugar.

La revolución se propagaba con la velocidad de un incendio en una montaña cubierta de pinares. El capitán general estaba alarmado.

Para el día en que La Gándara salía de Puerto Plata -3 de octubre- ya estaba sublevada contra el poder español toda la región del Sur.

La propagación de la revolución por todo el Sur y los brotes que iban

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surgiendo en el Este eran indicios claros de que el movimiento restaurador se había convertido en una guerra popular, semejante por sus motivaciones a las de independencia que habían tenido lugar en otros países de América Latina, pero diferente, en lo que se refiere a la mayoría de las que hicieron los pueblos de lengua española, en el hecho de que la Restauración no había sido encabezada por miembros de la clase dominante, lo que se explica porque esa clase se hallaba en proceso de desaparición y fue precisamente para evitar que su lugar fuera ocupado por la pequeña burguesía que sus restos, encabezados por su jefe, que era Pedro Santana, concibieron y llegaron a cabo la anexión.

El día 4, uno después de la salida De La Gándara de allí, Puerto Plata quedó destruida por un incendio; tan destruida que solo quedaron en pie dos construcciones, que se salvaron de las llamas debido a que estaban muy cerca del fuerte San Felipe, lugar donde se hallaba la guarnición española. Varias fuentes aseguran que el incendio fue provocado por los disparos de un vapor de guerra español, pero De La Gándara dice que le dieron fuego los restauradores, y no hay razones para creer en él pero tampoco las hay para creer en las otras fuentes.

El incendio de Puerto Plata duró tres días -el 4, el 5 y el 6 de octubre- Puerto Plata era una ciudad de madera y su reconstrucción fue lenta a juzgar por lo que podemos ver en un dibujo de Samuel Hazard, hecho en 1871, pues todavía en ese año la mayoría de las viviendas eran levantadas a base de madera de palmas y techo de yaguas. Refiriéndose a los guerrilleros restauradores que según él le habían dado fuego a la ciudad, De La Gándara dice: "...aquellos hombres sin piedad gozaban con fiera alegría en su obra de destrucción, contemplando entusiasmado las llamas que atizaba su fanatismo, para destruir la propiedad ajena, y aclaramos, una guerra implacable a sangre y fuego".

El 24 de septiembre la reina de España dispuso que el general Carlos de Vargas pasara a sustituir al capitán general Ribero. Ribero había ordenado la concentración en la Capital de todas las fuerzas españolas que hubiera en el Sur y en el Este: las del Sur cumplieron la orden, pero Santana dijo que no la obedecería. El capitán general repitió su mandato y Santana contestó disponiendo un ataque a Yamasá.

Por esos días la situación de la guerra en la región del Este era la siguiente: Santana no era ya, ni remotamente, el señor de las armas que había sido. Le faltaba su base social, la clase en la cual se había apoyado para ser el jefe del país. La guerra de la Restauración era la obra del conjunto de capas que formaban la pequeña burguesía, que había decidido hacer la guerra y habían

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encontrado en ella sus líderes naturales, salidos de esas mismas capas. Esa guerra no era igual ni parecida a las que se hicieron contra Haití, en las cuales los peones de los hatos seguían a Santana como un jefe natural porque él reproducía en los campos de batalla la imagen que ellos tenían en su mente de lo que debía ser dueño de una propiedad donde se criaban reses.

En los libros que escribieron González Tablas y De La Gándara figura como una gran victoria la que organizaron las tropas españolas el 23 de enero de 1864 en San Pedro, cerca de Guanuma. En cualquier guerra una victoria se mide por los resultados militares o políticos -o de los dos tipos- que tenga sobre esa guerra; o dicho de otro modo: una victoria militar no es ni puede ser un hecho aislado sino hay que juzgarla por sus efectos inmediatos o tardíos sobre la contienda; y la victoria que las fuerzas españolas obtuvieron en San Pedro no condujo a nada provechoso para los vencedores ni a nada perjudicial para los vencidos.

Ni los españoles ni los restauradores podían decidir la suerte de la guerra mediante el uso de las armas porque si los últimos eran fuertes en la acción guerrillera, que no es propia para la guerra de posiciones, los primeros se mantenían en campamentos donde se hallaban cercados por las guerrillas dominicanas al mismo tiempo por la naturaleza tropical, cuyo aspecto negativo no conocía el soldado español.

El gobierno de Madrid se dio cuenta de que en "su provincia de Santo Domingo" se había llegado a una situación de empate trágico, y decimos trágico porque le costaba muchas vidas de hombres jóvenes, y a pesar de que el capitán general Vargas enviaba informes muy optimistas, decidió suplantar a Vargas con De La Gándara, y éste vino a tomar posesión de su cargo el 31 de marzo, lo que nos conduce a recordar que en tres años, a partir precisamente de marzo de 1861, la nueva provincia de España había reconocido cuatro capitanes generales: Santana, Vargas, De La Gándara; demasiados altos jefes en tan corto tiempo.

Tan pronto se juramentó como capitán general, De La Gándara se dedicó a organizar lo necesario para llevar a cabo su plan de tomar Monte Cristi para marchar desde allí hacía Santiago donde se hallaba establecido el gobierno de la revolución, pero al mismo tiempo se había convertido en el bastión restaurador más cercano a la Capital y por tanto el que merecía su más inmediata atención.

La toma de San Cristóbal le fue recomendada a cuatro columnas; una que

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salía de la Capital bajo el mando del general Abad Alfau por el camino de la costa, al mando de un general de brigada español y dos que salieron de Baní, una por el camino de Y aguate y otra por el de Sabana Grande, ambas comandadas por jefes españoles. Las cuatro columnas fueron atacadas sin cesar por guerrillas dominicanas y cuando llegaron a San Cristóbal a los dos días de marcha hallaron el poblado, como dice García (Pag. 467) abandonado por sus habitantes, y allí pasaron "dos días sin reposo para comer ni dormir, hostigados por tiroteos incesantes que no les permitían abandonar las armas ni un momento. Al cabo de esos dos días tan penosos, volvieron a emprender la marcha, según las instrucciones que tenían, cada una por el mismo camino que anduvo,

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venciendo las mismas dificultades y tropezando con los mismos inconvenientes, hasta regresar el día 25 a sus cuarteles, cargadas de camillas y literas".

La parálisis militar formaba un caldo de cultivo en el cual florecían las contradicciones entre el general Santana y los capitanes generales que iban a culminar en el rompimiento entre el jefe dominicano y De La Gándara. Ese rompimiento quedó expresado en la carta que el 23 de mayo le enviara Santana a De La Gándara, cuyos párrafos finales eran éstos:

"Al general Santana no se le amenaza, se le juzga. De todos modos, como quiera que V. E. califica mis observaciones de subversivas, y las aprecia como actos de insubordinación, y yo he de seguir haciéndolas a V. E. siempre que adopte medidas inconvenientes, semejantes a las que han motivado estos escritos, entrego el mando de esta comandancia general (la de El Seibo) al señor brigadier don Baldomero de la Calleja, nombrado por V. E. segundo jefe de la misma, y marcho a Santo Domingo, donde me tiene V. E., a disposición de su autoridad, para que desde luego disponga, si procede, a juzgarme de las faltas que me atribuye".

A la fecha en que Santana escribía esa carta De La Gándara estaba en Monte Cristi.

Santana entregó el mando el 5 de junio, llegó a la capital el día 8, el 14 "fue acometido por la mañana de un fuerte ataque de calentura que le arrebató la vida a las cuatro de la tarde". (De La Gándara, tomo 11, pág. 242).

A la hora de su muerte, el general Pedro Santana era marqués de las Carreras, y la noticia de que había dejado de existir debe haber aliviado de ciertas preocupaciones al jefe militar y político de Santo Domingo, el capitán general José De La Gándara, pero seguramente De La Gándara no se dio cuenta de lo que significaba para el país esa muerte. Lo decimos porque en su crónica de la anexión y la guerra Restauradora no hay indicios de que apreciara ese hecho. Ninguno de los militares y políticos españoles que estuvieron ligados al traspaso de 40 nuestro país al Estado hispánico alcanzó a comprender que con Pedro Santana moría el caudillo de los hateros y ese grupo social quedaba de hecho desmontado del lugar que había ocupado, a través de Santana, en la historia del pueblo dominicano. Toda una etapa de la vida de nuestro país quedaba sepultada con los restos del marqués de las Carreras. No hay constancia

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por los menos escrita de que algún dominicano comprendiera lo que acabamos de decir, pero nos parece muy difícil que emocionalmente, por lo menos, los que teman posiciones de mando en las filas de los restauradores no se dieran cuenta de que la muerte de Santana era u n duro golpe para los anexionista^ tanto para los anexionistas españoles como para los del país. Que a menos de tres meses de la muerte del general Juan Suero se produjera la del general Pedro Santana debió parecerles a la mayoría de los jefes restauradores una señal sobrenatural de que España estaba perdiendo la guerra.

Y efectivamente, España estaba perdiendo la guerra. Eso lo reconocía nada menos que el capitán general De La Gándara cuando en una larga comunicación que le dirigió el ministro de la Guerra del gobierno español el 15 de julio -un mes después de la muerte de Santana- , decía (Pág. 276 y siguientes):

"Nunca será bastante el cuidado y la atención que se dedique a formarse idea s de los accidentes físicos de ésta Isla, de su despoblación, de sus distancias y de su absoluta carencia de recursos. La guerra que aquí se hace, que es necesario hacer, está fuera de todas las que son conocidas; el enemigo, que encuentra facilidades en todo lo que es obstáculo para nosotros, las explota con la habilidad y acierto que dan el instinto y una experiencia de diez y ocho años de guerra constante contra Haití".

"El dominicano... "seguía diciendo el capitán general español, "es individualmente buen hombre de guerra; valiente y sobrio, endurecido, acostumbrado a la fatiga, no teme los peligros y casi no tiene necesidades... hasta la fecha no se ha dado un solo combate, en todo el curso de la campaña, en que los dominicanos hayan desmentido las afirmaciones anteriores. Pero si es verdad que en todas partes y en todas las circunstancias han sido batidos y dispersos, también es cierto que las batidas y derrotas no han producido... ni abatimiento ni desmoralización... prácticos para andar por sus impenetrables bosques y ágiles y sagaces como los indios, son incansables para la guerra de pequeñas partidas, con que hostilizan sin cesar las marchas de las columnas y convoyes... ven a diez pasos de distancia desfilar una columna que ni sospecha su existencia, y el imprudente (soldado español) rezagado que se separa veinte (pasos) de la última fuerza reunida, es víctima segura de su machete".

Después de haber expuesto ésas y otras observaciones el general De La Gándara pasaba a decir cuál era su plan de campaña para liquidar un movimiento revolucionario del cual él mismo había dicho en ese informe (Pág.

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288) que "La de Santo Domingo ha perdido su carácter de un movimiento revolucionario, para tomar el de guerra de independencia nacional". Según su plan, el Cibao debía ser atacado por tres fuerzas, una que saliera de Monte Cristi hasta Guayubín y Sabaneta (hoy Santiago Rodríguez) que debía cortar las comunicaciones de los restauradores con Haití y 1anzar operaciones contra columnas". De esas otras col umnas, una entraría por Palmar de Ocoa para subir a Maniel (hoy San José de Ocoa), avanzar sobre Bonao y caer sobre La Vega; y la tercera columna tomaría Samaná y su objetivo sería la toma de San Francisco de Macorís, sin duda más la región que la ciudad, que para esos tiempos era un poblado y de escasa importancia militar.

El plan de campaña de De La Gándara no iba a ser ejecutado ni en todo ni en parte. Es más, por aquellos días se iniciaban las negociaciones que desembocarían en un acuerdo para el abandono del país por parte del ejército español.

Esas negociaciones comenzaron con una carta que desde Santiago, la capital del movimiento Restaurador, le dirigió a De La Gándara uno de los miembros del gobierno revolucionario, el ministro Pablo Pujol, autorizado por el hecho de que de De La Gándara le había enviado un emisario, que se entrevistó con Pujol en la Islas Turcas. La misión del emisario era hablar de las posibilidades de llegar a un acuerdo de paz. La carta de Pujol estaba fechada el 16 de agosto de 1864, esto es, al cumplirse el primer año de la guerra Restauradora, y el 7 de enero de 1865 se presentaba en le Congreso Español un proyecto de ley que ordenaba el abandono por parte de las autoridades españolas del territorio dominicano.

Entre la fecha de la carta de Pablo Pujol a De La Gándara y el 7 de enero de 1865 hubo varias acciones de guerra en el país y también hubo acontecimientos políticos muy sonados, pero ni aquellas ni éstos pudieron detener el progreso de las negociaciones de paz y mucho menos el fortalecimiento de la influencia que iba teniendo en la vida nacional el conjunto de capas de la pequeña burguesía de las cuales habían salido los campeones de la guerra restauradora. Esos nuevos líderes pasaron a ocupar el lugar que hasta el 16 de Agosto de 1863 habían ocupado los jefes militares y políticos hateros, y con ellos comenzaba una nueva etapa de la historia nacional: la etapa del predominio de una pequeña burguesía ambiciosa en un país muy pobre.