la batalla de tacna corresponsal de el mercurio v1

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LA BATALLA DE TACNA GUERRA DEL PACIFICO CRONICA (Edición de El Mercurio de Valparaíso del 14-06-1880.) La correspondencia del ejército.- Hoy publicamos una parte de la carta de nuestro corresponsal sobre la batalla de Tacna, sintiendo no poder dar mas por hoy, a causa de no haberle sido posible a nuestro corresponsal continuar escribiendo a bordo, por el mucho balance que traía el buque, con el pésimo tiempo. Mañana daremos la continuación, y también otra carta de nuestro corresponsal que no había podido llegar antes y que trae fecha 24 de Mayo, es decir, un día antes de la salida de nuestro ejército de Yaras, con dirección a Tacna.

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Relato de corresponsal de guerra, que si bien solo tenia una limitada visión del campo de batalla, tiene el mérito de su testimonio y el de muchos combatientes, lo que le permitió proporcionar una visión integral de la batalla de Tacna, en la Guerra del Pacífico (1880), entre Chile y la Alianza peruano-boliviana.

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LA BATALLA DE TACNA

GUERRA DEL PACIFICO

CRONICA (Edición de El Mercurio de Valparaíso del 14-06-1880.) La correspondencia del ejército.- Hoy publicamos una parte de la carta de nuestro corresponsal sobre la batalla de Tacna, sintiendo no poder dar mas por hoy, a causa de no haberle sido posible a nuestro corresponsal continuar escribiendo a bordo, por el mucho balance que traía el buque, con el pésimo tiempo. Mañana daremos la continuación, y también otra carta de nuestro corresponsal que no había podido llegar antes y que trae fecha 24 de Mayo, es decir, un día antes de la salida de nuestro ejército de Yaras, con dirección a Tacna.

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LA PRÓXIMA BATALLA (15 de Junio de 1880)

(Carta atrasada a publicarse, del corresponsal, que relata los días antes de la batalla de Tacna ) Sumario.- Marcha de la caballería a Buenavista – En Sama Grande – No se ataca el 21 – Los campamentos – El aniversario de los Navales – Muerte del Ministro de Guerra – Sus últimos momentos – Sensación que causa su fallecimiento – Honores fúnebres – El cadáver – Reconocimiento de las posiciones enemigas – Tiroteo de artillería – Incidentes – La partida del ejército- Últimas disposiciones. Sama Grande, Mayo 23 de 1880 Al editor de El Mercurio: Al amanecer del 16 del presente se ponían en movimiento fuera de su campamento hacia la caleta de Ite los regimientos de Cazadores y Granaderos y el escuadrón de Carabineros de Yungay mandados por el mayor Vargas. Formados en batalla en la caleta, recibió cada jinete el pienso necesario para la marcha y a las ocho de la mañana se ponían en movimiento hacia el interior por el camino que da frente a la rada. Marchaban a la cabeza los Cazadores, enseguida los Granaderos, y por último el segundo escuadrón de Carabineros, formando una larga hilera de casi una legua de largo. A poco rato principiaban penosamente los caballos a trepar la empinada cuesta del frente, la misma por donde el comandante Orella subió las piezas de artillería de campaña, y solo a las once de la mañana lograron llegar a la cumbre. Allí, cerca de un depósito de víveres y forraje formado por la comandancia de bagajes, se dio un rato de respiro a los caballos, y a poco después se continuó avanzando por un camino llano, aunque a veces pesado y pedregoso, y bajo los rayos de un sol abrazador. El Ministro de la guerra en campaña, el estado Mayor y la escolta subieron de Ite a las doce del mismo día y alcanzaban a la caballería unas tres leguas antes de llegar al campamento de Buenavista. * Lastimoso era el espectáculo que ofrecían a veces algunos de aquellos bravos jinetes que envenenados por las miasmas del valle de Moquehua y no bien convalecientes aún de la terciana y de las fiebres que los diezmaron allí y en Locumba, se veían obligados a dejarse caer de su caballo (pues los temblores nerviosos les impedían seguir montados), y a tenderse en medio del camino, mientras sus compañeros los cubrían con sus abrigos. La mayor parte de ellos se habían dado de alta en el hospital al saber que llegaba el momento de ir en busca del enemigo, y todos ellos, a pesar de sus achaques, han continuado su marcha y se han reunido aquí a sus respectivos cuerpos.

Al llegar a pocas leguas del campamento había entrado ya la noche. Una gran fogata señalaba el lugar ocupado por nuestras tropas; pero como faltase aún una jornada de tres leguas, se hizo alto a las ocho y media de la noche, y caballos y jinetes durmieron en pleno campo, o más bien dicho, a plena tierra.

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* Al día siguiente, 17, a las siete de la mañana, s ponía nuevamente en marcha la caballería y acampaba en Buenavista, junto a la iglesia, para dar pienso a los caballos. El pueblo de Buenavista, situado en la margen norte del río Sama, se compone únicamente de una pequeña iglesia y de dos o tres casas de adobes. El resto del caserío , abandonado por los habitantes y compuesto de unos cuantos ranchos de totora, ha desaparecido completamente, ya que a causa de haber sido quemado el día del combate, ya por haber sido aprovechado sus materiales para las rucas de nuestros soldados. A las once y media de la mañana se levanta nuevamente el campamento, a causa de que el valle es aquí muy escaso de forraje, y se ponen todos en marcha hacia Sama Grande, lugarejo situado en la misma quebrada, unas cuatro leguas al interior. El regimiento de Granaderos se instala en el valle, a la entrada del camino; los Cazadores en el pueblo de Sama, a la izquierda de los Granaderos, y los Carabineros casi al frente de éstos. * A causa de las graves dificultades del acarreo de víveres y forraje desde la caleta de Ite, se ha desistido la idea de atacar el 21, aniversario del combate de Iquique, las posiciones fortificadas de Tacna. El 17 no había, en efecto, en los almacenes de la intendencia sino una escasa provisión de víveres, apenas la necesaria para subsistir ese día a las necesidades del ejército. Era imposible que en los dos días hábiles para la provisión llegasen de Ite los múltiples elementos necesarios para la alimentación del soldado y más imposible aún que se pudiera escalonar entre Buenavista y Tacna el agua necesaria para la marcha, a causa de estar ocupados en el acarreo desde Ite, los elementos de transporte. Se postergó, pues, por algunos días la marcha del ejército, a fin de poder verificarla en mejores condiciones de comodidad para las tropas, y mientras tanto se activó el acarreo de víveres y se dispuso practicar algunos reconocimientos hacia Tacna. Algunos piquetes de caballería recorrieron la quebrada hasta llegar al pequeño villorrio de Coruca, situado a una legua de Sama Grande, y lo encontraron completamente desierto. Todos los ranchos de las inmediaciones habían sido también apresuradamente abandonados por sus pobladores, quizás temerosos de que nuestros soldados ejercieran sobre ellos el derecho de represalia. * Los campamentos de la infantería y de la artillería están situados en el lugar denominado las Yaras, en ambos márgenes del valle. En la planicie del lado Sur se encuentran acampados la primera, segunda y tercera división, los Carabineros de Yungay mandados por el comandante Búlnes (que depende directamente del general en Jefe), y todo el regimiento de artillería. En el borde Norte está la cuarta división, o sea los regimientos Zapadores, 3° y cuartel general, estado mayor, intendencia de ejército y jefe de servicio sanitario. Los campamentos, fabricados por los soldados con ramas de sauce y esteras de totora, ofrecen al lado sur del valle, el pintoresco aspecto de una serie de alegres ramadas, que dejan en el medio una ancha y limpia calle. Esta calle es cruzada a cada instante por afanados jinetes, por piquetes de soldados que hacen ejercicios, o por otros que caballeros en flacos chuzos o en diminutos pollinos peruanos, se dirigen hacia Sama Grande o más al interior en busca de caña de azúcar, de verduras y de provisiones.

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El campamento del lado Norte, aunque más corto, está tan bien arreglado como el del lado Sur, descollando allí las blancas tiendas del regimiento de Zapadores, alineadas hacia el oriente de las ramadas, o sea cerca del pueblo de Buenavista. El valle del Sama no está plantado, como los de Moquehua y Locumba, de fértiles viñedos y árboles de variados frutos. Lo que aquí se cultiva generalmente es la caña de azúcar y el algodón. No hay una parra <<ni para remedio>>, y los potreros de alfalfa son contados y diminutos. Por eso se han agravado las dificultades de la provisión del ejército y de la manutención de los caballos; aunque por otra parte han disminuido las tercianas y las fiebres. Los soldados se dedican ahora a la inocente tarea de cortar cañas y libar su dulce jugo, al mismo tiempo que en las horas de la mañana no descuidan sus ejercicios doctrinales. Los Navales, que forman parte de la primera división y que juntos con el Chillán marcharán a la vanguardia del ejército, celebran el 19 el aniversario de su salida de Valparaíso y el 16° de su fundación con una pequeña fiesta a que asistieron muchos jefes y oficiales de otros cuerpos. Los soldados tuvieron su juego de títeres, en que no faltaron algunas picarescas y oportunas pullas , y los oficiales una comida en que se hicieron fervorosos recuerdos del hogar y de la patria ausente, al mismo tiempo que la promesa de dejar bien puesto el nombre de Valparaíso en la próxima batalla. El Esmeralda hacía preparativos para celebrar dignamente el 21, el aniversario del combate en que se hundió en Iquique la gloriosa corbeta cuyo nombre lleva. Ya en la plazoleta de Yaras se habían alzado también algunos verdes arcos, con el objeto de que todo el ejército conmemorase aquella heroica hazaña, que debió servirle de ejemplo, cuando un suceso tan inesperado como deplorable vino a cortar el vuelo a aquel patriótico entusiasmo. El señor ministro de la guerra en campaña fallaría repentinamente la víspera misma de aquel gran día. * Eran las cuatro y tres cuartos de la tarde del 20 cuando el señor Sotomayor se hallaba sentado en la puerta de la casa que ocupaba el Estado Mayor de la cuarta división, casa que da frente a la calle formada por las ramadas del campamento del Lautaro. Lo acompañaban los señores coroneles Barbosa y Valdivieso; los comandantes Castro y Carvallo; los sargentos mayores Dublé y Carvallo ; el doctor Allende Padín y el presbítero señor Fontecilla. El señor ministro acababa de recibir de Ite un telegrama en el que el comandante de la Covadonga, señor Orella le pedía permiso para ir Arica el 21 a celebrar el aniversario del combate de Iquique disparando algunas balas sobre el enemigo. Don Rafael, después de imponerse del parte, ordenó al Mayor Dublé que pusiera a Orella un telegrama permitiendo fuera Arica y felicitándolo por el próximo aniversario de la pérdida de la Independencia, en que tanta parte le tocó. En el momento en que el mayor Dublé, escrito ya el telegrama, se adelantaba hacia la puerta para que el ministro lo firmara, éste se había puesto ya de pie para dirigirse al cuartel general, de donde lo habían venido a buscar para que fuera a comer. El ministro, al oír la insinuación del mayor Dublé, se detuvo un momento pero después le dijo: << Firme usted por mí>>, y se dirigió pausadamente hacia el cuartel general, que dista de ahí unos sesenta metros, acompañado por el comandante Castro y el presbítero Fontecilla. Este telegrama a Orella fue el último acto oficial del finado ministro.

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* Una vez llegado al comedor del cuartel general, se sentó a la mesa , pues ya la sopa estaba servida, pero antes de llevar la cuchara a la boca volvió a pararse y después de decir: <<vuelvo luego>> se dirigió fuera de la casa y entró a un lugar escusado situado a un extremo del patio, al lado de la barranca del río. Estuvo dentro unos cuatro o cinco minutos y pasado este tiempo, todos oyeron la voz de alarma del sargento apostado en el patio, que anunciaba un accidente. El doctor Allende, que se encontraba a unos veinte pasos de distancia, corrió hacia el sitio de la desgracia y echando mano a un estuche sacó apresuradamente la luneta a fin de hallarse listo para operar. Los primeros en acudir fueron el teniente del cuartel general señor Zillarvelo y el presbítero señor Fontecilla. Encontraron al señor Sotomayor echado de espaldas y como si fuera a salir. Los pies habían salido hacia afuera por la apertura de la puerta, que se hallaba solo medio entornada y estaba completamente vestido y abrochado. Cuando lo tomaban en peso para sacarlo afuera el señor Sotomayor había perdido el conocimiento y tenía el rostro amoratado. Lo colocaron en su cama e inmediatamente se acercó a él el doctor Allende Padín. De una tirada le cortó el botón del cuello de la camisa y le sacó la corbata, al mismo tiempo que le rasgaba de alto abajo la ropa que le cubría el brazo izquierdo. Don Rafael Sotomayor vivía aún, pero ya solo lanzaba algunos roncos estertores. El doctor Allende le ligó el brazo izquierdo con la corbata que acababa de sacarle y en seguida le sangró la vena llamada mediana basvica, pero sin que lograra sacarle ni una gota de sangre. Le rompió entonces la vena yugular del lado izquierdo y de allí le salió mucha sangre negra, que le corría sin saltar. Al mismo tiempo que el doctor Allende practicaba esta operación, el capitán de estado mayor don Alberto Gormaz frotaba con violencia el cuerpo del enfermo con una escobilla a fin de excitar la circulación de la sangre. * Esta operación duraría de dos a tres minutos, y durante ella dio el ministro unos dos o tres estertores roncos. Tenía los ojos abiertos y fijos y la fisonomía inmóvil. Eran poco más o menos las cinco de la tarde y en esos momentos se hallaba el cuarto lleno de jefes y oficiales que habían acudido a ofrecer sus auxilios. El general Baquedano, muy impresionado por aquel doloroso espectáculo, contemplaba inmóvil al ministro e interrogaba al doctor Allende con ojos desencajados. Al fin el doctor, contestando aquella muda pregunta, le dijo: -<< Se acabó señor>>, al ver que ya el enfermo había exhalado el último suspiro. En el momento de morir el ministro entraba apresuradamente a la plaza el coronel Velásquez y el doctor Martínez Ramos, cirujano en jefe , que pudo comprobar el fallecimiento. El doctor Allende Padín manifestó que el señor ministro había muerto a causa de un ataque de apoplejía cerebral con derrame de la base del cráneo, opinión que fue corroborada después por la autopsia legal practicada para el embalsamamiento del cadáver. La autopsia demostró también que el señor Sotomayor tenía en el corazón algunas lesiones, producida por una enfermedad crónica en esa región, pero que no eran suficientes, sin embargo, para determinar su muerte. Esta enfermedad es conocida por

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los de la profesión con el nombre de <<atoromas de las válvulas y orificios del corazón>> * En todos causó dolorosa sorpresa esta triste noticia. El señor Sotomayor, aunque mirado desde el principio con alguna prevención por la generalidad del ejército, a causa de su carácter de orden político y director paisano de una campaña militar, había logrado al fin imponerse en el ánimo de muchos jefes, tanto a causa de sus relevantes dotes de prudencia y rectitud, como porque su larga práctica en los negocios de la guerra y de las operaciones militares le habían dado no pequeño conocimiento de los asuntos profesionales. Poseía además la prodigiosa cualidad de un valor a toda prueba, y así durante la primera campaña marítima lo vimos personalmente afrontar en varias ocasiones el peligro con una serenidad y presencia de ánimo que hubieran podido envidiarle muchos hombres de guerra. Si bien su intervención en los negocios interiores del ejército pudo a veces dar ocasión a acerbas críticas, esta misma intervención se hallaba disculpada en muchos casos por las faltas cometidas por los directores militares de la campaña. Además, el prestigio de su nombre, el mérito de sus antecedentes de hombre público y la intachable pureza de su patriotismo, le daban a los ojos de todos un prestigio que ningún otro podía alcanzar ahora. * Como una demostración de pesar por la muerte del señor ministro se dio al día siguiente, 21, una orden general concebida en estos términos. << El señor ministro de la guerra en campaña, ha fallecido ayer a las 5 P.M. La muerte del señor Sotomayor ha sido recibida por el ejército entero con indecible pesar; a ese dolor el país entero se unirá en breve, cuando el telégrafo lleve a nuestra capital la noticia de una desgracia que ha sorprendido a todos, porque todos esperábamos que la vida del señor Sotomayor, llena de abnegación, todavía podía prestar utilísimos servicios en beneficio de la patria. Cuando disponga la manera como deben trasladarse sus restos al lado de los suyos, que lo exige el suelo de su patria, el amor de su familia y el respeto de sus conciudadanos, se ordenarán los honores que deberán hacérseles. El ejército, entre tanto, llevará luto por ocho días>> Con el objeto de hacerle los honores fúnebres correspondientes a general de división se dio al día siguiente, 22, la orden general que va a continuación: << A la hora que se indicará oportunamente, se hallarán formados el día de hoy los regimientos 3° de línea, Zapadores y Lautaro, abriendo carrera a los restos mortales del señor ministro de la guerra señor Rafael Sotomayor, que serán conducidos a Ite. A la misma hora se reunirán en este cuartel general todos los señores comandantes de división, jefes y oficiales que no estén impedidos por el servicio, para acompañar a su salida el convoy fúnebre y tributar de este modo el último homenaje de respeto y de cariño al eminente hombre público, cuya pérdida nunca será suficientemente deplorada>> En la tarde del mismo día le formaban en efecto, carrera al cadáver los cuerpos que componen la Cuarta división del ejército de operaciones, formada por los regimientos 3° de línea, Zapadores y Lautaro. Estas tropas ocupaban una extensión de ocho a nueve cuadras, principiando desde la casa mortuoria, que lo era la del cuartel general.

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El carro fúnebre iba acompañado por todos los jefes y oficiales francos de las tres divisiones, y una vez terminada la carrera, siguió camino de Ite acompañado por una escolta de 25 hombres de caballería. En Ite será embarcado el cadáver a bordo de la Covadonga, la que lo llevará a Arica una vez que hayamos tomado posesión de ese puerto. Allí lo trasladará el Cochrane, que enseguida lo transportará a Valparaíso para entregarlo a su acongojada familia. * A Las dos de la mañana del mismo día 22 salía del campamento de Yaras una expedición de reconocimiento compuesta del escuadrón número 1 de Carabineros de Yungay al mando de su comandante Búlnes; de la compañía de Cazadores mandada por el capitán Parra; de la compañía de Granaderos a las órdenes del capitán Urrutia, y de 300 soldados de infantería elegidos entre los mejores tiradores de cada cuerpo. Acompañaban además la expedición dos piezas de artillería de campaña sistema Krups del año 79, cada una de ellas tirada por doce caballos y servida por 15 artilleros, 16 oficiales y jefes de artillería, todo el Estado Mayor general; los jefes de divisiones ; algunos jefes de cuerpo; todos los estados mayores de las diversas divisiones , y gran número de oficiales de los distintos regimientos y batallones. A las tres y tres cuartos de la mañana se detenía toda la tropa, esperando que aclarase para no extraviar el camino y ya a las siete se divisaba a lo lejos sobre una pequeña loma las primeras descubiertas del enemigo. Estas, después de reconocer a los nuestros, se replegaban hacia el grueso de su ejército, llevándole sin duda la voz de alarma. A los 8.000 metros de distancia de las primeras líneas peruanas, en el lugar denominado Quebrada Honda, hacían alto nuestras tropas para tomas un corto alimento. En este momento, siendo las 9.25 de la mañana, dispararon los peruanos un cañonazo de alarma para dar aviso de nuestra presencia. Este aviso fue repetido minutos más tarde, a las 9.33. * Como a las once de la mañana se puso nuevamente en marcha la expedición hasta llegar a situarse a 5.600 metros de la línea peruana, ocupando las caballería las alas y la retaguardia de la artillería, y colocando en el centro la infantería en orden de batalla. Nuestra posición era un punto equidistante de Tacna y de Calana, quedando este último punto un poco a nuestro frente por la izquierda. Desde nuestras posiciones podía observar la vegetación y el caserío de este lugarejo. El pueblo de Tacna quedaba oculto a nuestras miradas por encontrarse en el fondo de la quebrada en una hondonada que forma el valle. En estos momentos , las once de la mañana, principiaron a distanciarse de nuestras líneas las diversas partidas de exploraciones. Avanzó por nuestra izquierda la compañía de Cazadores del capitán Parra, yendo a la cabeza la mitad del teniente Lara, en compañía del comandante don Roberto Souper, que llegó hasta tiro de rifle del enemigo, siendo recibido por una granizada de disparos. El comandante Souper se sacó la gorra para saludar las balas del enemigo y poco después , desenvainando su tizona, retaba a los peruanos a que se acercaran a combatir la pequeña fuerza, que se había destacado a mucha distancia del grueso de nuestras tropas.

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Esta guapetonada chilena hace ambo con otra de los peruanos. Al llegar nuestra gente al punto que antes ocupaba la avanzada enemiga, encontré en la arena una estrella dibujada con palo, y al pie un gran letrero que decía: ¡Muera Chile! … * Por nuestra derecha avanzaba al mismo tiempo el jefe de estado mayor con sus ayudantes a fin de reconocer la izquierda de las posiciones enemigas, al mismo tiempo que por el frente lo hacía una parte del escuadrón número 1 de Carabineros de Yungay. Cuando todas estas fuerzas se encontraban a unos 3.000 metros de distancia de la línea del enemigo, rompió éste el fuego de cañón sobre ellos. Nuestros grupos continuaron avanzando, sin embargo, llegando los proyectiles enemigos a caer a los pies de los ayudantes del estado mayor general. Se notó que las piezas de artillería que tenían a su izquierda, y que eran en número de cinco a seis, eran de bronce o fierro y de las mismas que les tomó nuestro ejército en Dolores, siendo de advertir que no estalló ninguna de sus granadas. Se vio también que su flanco izquierdo, o sea el que sigue la dirección de Arica, es completamente vulnerable pues no tiene punto alguno de apoyo en la extensa y árida pampa, mientras que su derecha da aun barranco situado al pie de los altos cerros que forman los últimos contrafuertes de la cordillera. Sin embargo, la generalidad cree que la fuerza avistada solo es una parte del ejército enemigo, la que se replegará para juntarse con el resto el día del combate, porque en la loma que ocupaban no se notaban fosos ni ninguna otra clase de obras de defensa. * Al tercer disparo del enemigo rompió nuestra artillería sus fuegos. El primer tiro quedó corto con un alza de 5.000 metros; pero el segundo, apuntando a 5.500, cayó en medio de una tienda de campaña situada tras sus cañones, dando por resultado que al estallar el proyectil se abrieran en distintas direcciones azorados grupos enemigos, por lo cual se supone haya causado algunas bajas en sus filas. La carpa desapareció en el momento, no se sabe si a causa de la granada o por haberla quitado los peruanos – como lo hicieron con las otras – a fin de privarnos de un buen punto en blanco. Todos los demás tiros de nuestra artillería fueron tan afortunados como éste. Algunos estallaron en medio de las filas, y otros, cuando el enemigo se replegó tras la loma, en la misma cumbre de ésta. Las piezas, manejadas por los capitanes Jarpa y Flores, continuaron haciendo acertados disparos hasta completar el número 18; la artillería del enemigo disparó 14 por todos, aunque sus disparos, como de costumbre, quedaron siempre cortos. * A las 12.25 cesaba por ambas partes el fuego de cañón y principiaban a replegarse las diversas partidas de reconocimiento. A la 1.10 se ponía la expedición en marcha, de regreso al campamento, y a la cinco de la tarde llegaban todos a sus distintos acantonamientos, muy satisfechos del resultado de su expedición. *

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La partida del ejército está ya definitivamente anunciada para el martes 25 del presente, después que soldados y caballos hayan almorzado. La primera jornada será hasta Quebrada Honda, o sea a tres leguas de Tacna, y allí descansarán esa noche nuestras tropas a fin de avanzar en busca del enemigo en las primeras de la mañana del miércoles 26. Ese día quizás se ocupe, tanto en la marcha como en los movimientos necesarios para dar colocación a las tropas, y se cree generalmente que la gran batalla decisiva tendrá lugar definitivamente el jueves 27. Entre las operaciones que se piensa ejecutar está en cortar la retirada al enemigo hacia el lado de la cordillera, con cuyo exclusivo objeto parece que se colocará en esa ala, en un punto conveniente, unas veinte piezas Krupp de campaña, encargadas de barrer el camino. Lo demás del plan de batalla lo decidirán las circunstancias , o sea el terreno y los movimientos del enemigo, ni siendo escaso el número de los que creen que esta será una batalla a la altura de las aspiraciones del ejército y del país. Si por desgracia una vez cortada la línea de retirada al enemigopersistiera éste en seguir defendiéndose y se replegara sobre Tacna, se podría repetir con el poeta: Hic Tacna fuit *

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Sama Grande, Mayo 24

Hoy abandona la caballería este campamento para reunirse en Yaras con el resto del ejército a fin de encontrarse listos para la marcha, que será, como hemos dicho, mañana sin falta. El entusiasmo de nuestros jinetes es grande, y todos se aprestan para las próximas <<carreras>> esperando dar bastante trabajo al afilado cable y al fornido puño, ya sea en caso de una carga al enemigo, ya en el de una persecución por el camino del interior. * El coronel Lagos partió ayer tarde para Ite con el objeto de acelerar la marcha de los artículos de provisión que allí quedan, algunos de los cuales seguirán tras del ejército. El batallón Cazadores del Desierto, de guarnición en Ite, marchará a incorporarse con el grueso de las tropas, si alcanza, o de lo contrario quedará de guarnición en este campamento. Todos los indicios hacen suponer que la próxima batalla se dará indefectiblemente el jueves 27 de mayo que será en lo sucesivo una nueva fecha en el calendario de nuestras glorias. El cadáver de don Rafael Sotomayor fue recibido ayer en la Covadonga con todos los honores debidos a su rango. Luego será trasbordado al Toltén, que lo dejará en tierra en Iquique. * La vanguardia de nuestro ejército, o sea la división de ataque , se asegura será formada por todos los cuerpos cívicos , quedando la tropa de línea como división de refuerzo o de reserva. El Corresponsal

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LA BATALLA DE TACNA

Del corresponsal de El Mercurio de Valparaíso En el Ejército y en la Armada

Tacna, Junio 2 de 1880 Al editor del Mercurio: Sumario – Salida del ejercito chileno hacia Tacna – La marcha – En Quebrada Honda – El enemigo a la vista – Nuestras tropas avanzan – Reconocimiento del primer escuadrón de Carabineros – Disparos de alarma – El terreno – Las guerrillas chilenas – Colocación de nuestras tropas – Rompe el fuego la artillería enemiga – Contesta la nuestra – El avance de la infantería chilena - Las posiciones enemigas – La línea de batalla – Nuestra derecha – Principia el fuego de rifles – El Valparaíso y sus guerrillas – Avanzan los Navales – Flanquean al enemigo – El Esmeralda y el Chillán – Peripecias del combate – Falta de municiones – Incidentes – La segunda división – Su marcha sobre las trincheras – El 2º de línea – En busca de un estandarte – El Santiago y sus jefes – El Atacama – Carnicería – La cuarta división – Avanza por nuestra izquierda – Entran los Zapadores en combate – Cazadores del desierto frente al fuerte - El Lautaro – Combate general – Resistencia de los aliados – Nuestras tropas flanquean – Artillería y ametralladoras – La carga de Granaderos – La tercera división – La Artillería de Marina refuerza a la primera - El Chacabuco a la segunda – El Coquimbo a la tercera – El estandarte del Coquimbo – Sobre las posiciones enemigas - ¡A la bayoneta! – El enemigo principia a ceder – Avanza la reserva – El 2º escuadrón de carabineros – Toma de las trincheras enemigas – Mortandad – Fuga de los aliados – En los campamentos – La persecución – A la vista de Tacna – Camino de Pachìa - La caballería – Indecisión – Intimación a la ciudad – Movimiento de nuestras tropas – En pampa rasa – Al día siguiente – Dispersos tomados – El segundo escuadrón de Carabineros en Calana – Se organiza una expedición para perseguir al enemigo – Demoras – Su salida – En Calana – En Pachìa – Vía de Torata y de la Paz – La retirada de los aliados – En San Francisco y Lluta – Nuestras bajas – Las del enemigo – El campo de batalla – Nuestros heridos – Las ambulancias chilenas – Las aliadas – Falta de agua – Cañones, armas y pertrechos tomados al enemigo – Muerte del comandante Santa Cruz – Jefes peruanos y bolivianos muertos y prisioneros – Número de heridos – Término medio de disparos – Infantería, artillería y caballería – El reconocimiento del 22 – Estrategia y táctica – Jefes , oficiales y soldados – El Comblain y el Peabody – La Bayoneta y el yatagán – La guerrilla inglesa – El soldado boliviano y el soldado peruano – Los Colorados de Daza, el Aroma y el Zepita – Entrada a Tacna – La población – Banderas y banderolas tomadas – Balas esplosivas – Número de prisioneros – La derrota del enemigo – Después de la batalla - Bolivianos y peruanos – Composición del ejercito aliado – Elección de posiciones – Campero generalísimo – Sus medidas – Ordenes del día del ejercito aliado – Prevenciones de Camacho – Montero toma el mando – Su confianza en el triunfo – Intentada sorpresa a nuestras tropas – El plan de Camacho – Sus miras políticas – Opiniones bolivianas – La revolución de Silva y Huachalla – Importantes documentos – Mentiras peruanas – La expedición sobre Arica.

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Nuestro ejército acaba de dar de nuevo un nuevo día de gloria a la República, y el país entero puede saludarlo lleno del mas legítimo orgullo, porque han sido principalmente soldados improvisados, soldados ciudadanos los que han derrotado al enemigo en la batalla mas grande y encarnizada que registran los anales de la presente guerra. Concentrados en el campamento Yaras los distintos cuerpos del ejército expedicionario, se encontraban listos para ponerse en marcha al amanecer del 25 del recién pasado Mayo. En los semblantes de todos - jefes, oficiales y soldados – se notaba la animación y el entusiasmo de quien marcha a una alegre romería, que como tal era mirada por ellos la próxima batalla. A las ocho y media de la mañana se tocaba reunión, y una hora mas tarde, a las 9.30, principiaban nuestras tropas a desfilar por el camino de Tacna. Tomaron la delantera los Navales, que como veteranos avezados a las caminatas por el desierto llevaban, además de su cantimplora un tarro lleno de agua en la mano izquierda. Al ponerse en marcha en busca del enemigo, todos ellos lanzaron un estrepitoso; ¡Viva Chile!, al mismo tiempo que la banda de músicos entonaba el himno nacional. En seguida, alegres y resueltos, continuaron su camino a la cabeza de nuestras tropas. A continuación de los Navales marchaba el batallón Valparaíso; de manera que le tocó a nuestro querido puerto el honor de ir a la cabeza del ejército expedicionario. Seguían después el Esmeralda y el Chillán, llevando cada uno de los soldados de este batallón un palo a guisa de bastón o de cayado, idea de su comandante Vargas Pinochet, al fin de que al mismo tiempo que le servía de apoyo en el trayecto, pudieran utilizarlo para hacer fuego al acampar en la noche. A continuación de estos cuerpos, que formaban la primera división a las órdenes del coronel Amengual, iba el primer escuadrón de Carabineros, mandado por el comandante Bulnes, en seguida algunas mulas cargadas con barriles de agua, carretones-estanques, carros con toneles de este indispensable elemento y otros con cajones con municiones y pertrechos de guerra. * A las dos y media de la tarde del 25 sintieron los Navales a su frente un sostenido fuego de fusilería. Todos creyeron que aquellos disparos serían motivados por las avanzadas de caballería de ambos ejércitos, que se habrían avistado en las alturas vecinas; pero desgraciadamente nuestras tropas no llevaban descubierta de caballería, y pronto se supo por un arriero fugitivo que las sesenta mulas cargadas con agua que habían partido el día anterior, se encontraban ahora en poder del enemigo. Al oír esta noticia se puso en movimiento el primer escuadrón de Carabineros que, como hemos dicho, marchaban a retaguardia de la primera división y después de una penosa carrera logró dar alcance a una pequeña partida enemiga que conducían 5 de las mulas capturadas a los arrieros. Tras un corto tiroteo, en que un soldado nuestro salió herido en el rostro, los peruanos abandonaron las cinco mulas, que pudimos así recuperar. Las restantes no fueron recuperadas, a pesar de que los carabineros llegaron hasta muy cerca del campamento enemigo. * Hasta las cinco de la tarde del 25 se hizo la marcha en columnas por mitades; pero a esa hora, habiendo encimado los Navales una loma desde la cual se divisaba a la

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distancia al enemigo, se formaron al frente en batalla, y al son del himno de Yungay avanzaron hasta las 5.20, a cuya hora acamparon, quedando formada la línea. Los demás cuerpos del ejército, a medida que iban llegando, acampaban a la izquierda de los Navales, formando una línea casi de Oeste a Este y perpendicular a la del enemigo. Nuestros soldados, en la seguridad de que les venían provisiones en cantidad suficiente, consumieron esa misma noche el agua y los víveres de que se había provisto para el viaje. * El grueso de la caballería tomaba decididamente el camino a Tacna a las doce de la noche del 25, a cuya hora desfilaban los cuerpos por el campamento de Yaras, después de haber dado agua en el río Sama a sus caballos, que en el día habían disfrutado de abundante pienso. A pesar de internarse en el camino, pudo ya notarse que la mayor parte de los carros con vasijas y estanques y muchos de los que llevaban municiones y pertrechos iban a quedar rezagados en el trayecto. A pesar del mal piso del camino, con partes pedregoso, en parte ondulados y arenosos y siempre pesado, los carretones eran tirados solo por cuatro mulas, cuyos esfuerzos se hacían del todo punto impotentes para arrastrar las pesada carga. A medida que adelantábamos terreno, aumentaba de una manera alarmante el número de carretones plantados en la vía, y esta fatal circunstancia daba a todos mucho que temer respecto de la prolijidad con que debió verificarse el reconocimiento del 22, en que tantas esperanzas se había fundado. Si ni siquiera se tomo en consideración la calidad del terreno que debía atravesar nuestros convoyes, era natural que se hubieran descuidado también otras importantes particularidades. A pesar del mal efecto causado por esta circunstancia, nuestros soldados de caballería avanzaban animosos y resueltos, llenos de satisfacción con los servicios que esperaban presentaría su importante arma. * A las cuatro de la mañana llegaban los jinetes al campamento de la infantería, situado en el paraje denominado Quebrada Honda, que es una ondulación del terreno mas pronunciado que las demás de la extensa planicie. La artillería, cuyas piezas de campaña iban tiradas por dos caballos de refresco, había llegado en su mayor parte al campamento, y todos se felicitaban de que aquel valioso elemento de guerra, que debía desempeñar el principal papel en la batalla, se encontrase ya reunido al ejercito, aunque hubieran quedado atrás los carros con agua, víveres y municiones. El ejército durmió esa noche, o más bien dicho, las pocas horas que faltaban para que apareciera el alba, listo para emprender la marcha a la primera señal. Los infantes abrazados a sus rifles, los artilleros al pie de sus cañones, y los jinetes con sus caballos de sus bridas. * La segunda división formada de los regimientos Santiago y 2º y del batallón Atacama, hizo esa noche la gran guardia al frente del enemigo, encontrándose de servicio el comandante Martínez del Atacama. Como a 25 cuadras hacia el flanco izquierdo de nuestro ejército, se divisaban seis u ocho grandes fogatas, lo que hacia presumir se encontrara allí el enemigo.

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Esta creencia fue corroborada por la circunstancia de haberse sentido de quince a veinte tiros a eso de las 5 de la mañana. Poco después amaneció, y pudo verse que efectivamente había tropas aliadas en el lugar donde se veían las fogatas. Ambos ejércitos estaban separados entonces por una pequeña quebrada, en cuyo borde sur había varios batallones enemigos extendidos en guerrilla. Al costado derecho de esta fuerza se hallaban unos doscientos hombres de caballería, y a retaguardia un importante grueso de ejército en masas. El comandante Martínez dio avisos al general de la tentativa hecha por el enemigo, cuyo número a la vista podía calcularse en 4.000 hombres, y entonces se dispuso que la 2ª división marchase a su encuentro en orden de batalla. Pero los aliados, apenas notaron el movimiento de nuestras tropas, retrocedieron apresuradamente para ocupar sus primitivas posiciones en el alto de Tacna, de donde en esos momentos distaba nuestro ejercito unas tres leguas a lo sumo. * A las seis de la mañana del 26 se rompía la diana con la canción nacional, y todos los cuerpos formaban en el lugar donde habían pernoctado. A algunos se les repartió agua y más cápsulas fuera de las cien que ya llevábamos, y en seguida, a las 7.42, se emprendió de frente la marcha en columnas de ataque. El enemigo se veía desplegado en guerrillas un poco a la izquierda de nuestro frente, colocado casi sobre la altura de una pequeña eminencia, delante de la cual se notaba una hondonada de leve declive, en la que podía ocultarse un hombre a caballo. Nuestras tropas reciben orden entonces de desplegarse y oblicuar hacia la izquierda, en cuyo movimiento emplean hasta las 8.40 de la mañana. Es opinión general en estos momentos que el ataque no se verificará ese día, y que todas esa fatigosas marchas no tienen mas objeto que obligar a los aliados a descubrir sus posiciones a fin de cañonearlos de frente, mientras la infantería ocupa un punto ventajoso a la derecha de las líneas enemigas. Conseguido este resultado, quedan estos de hecho flanqueados por nuestras tropas, al mismo tiempo que cortábamos su retirada hacia Calana y Pachìa. Esta opinión fue luego corroborada por las circunstancias de haber regresado a las 8.20 el primer escuadrón de Carabineros de Yungay, después de practicar un reconocimiento hacia nuestra derecha. En toda aquella extensa pampa, cuyo descenso general hasta llegar a los bordes de la quebrada de Tacna esta surcado de suaves hondonadas, no había ningún cuerpo enemigo, y mucho menos trincheras u otras obras de fortificación. El escuadrón del comandante Bulnes solo divisó a lo lejos una partida exploradores de caballería enemiga, compuesto de cuatro soldados y un oficial. Andaban repartidos a gran distancia unos de otros, reconociendo nuestra derecha, y ya parecían ir de regreso a reunirse con su ejército. Después de una larga correteada lograron los Carabineros apoderarse de dos de ellos que quedaron cortados por los nuestros. Pero como el oficial, cuyas declaraciones podían ser de la mayor importancia, no hubiera caído en nuestro poder, el comandante Bulnes hizo que dos carabineros vistieran el traje de las peruanos ya capturados, y con este disfraz los despachó adelante a fin de que se reunieran con los otros tres . Efectivamente, apenas los avistaron estos acudieron a reunírseles, creyendo que eran sus compañeros que habrían escapado de nuestras garras, y mediante esta estratagema se logró tomar integra aquella partida exploradora del enemigo.

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El oficial prisionero, que tenía grado de capitán, fue llevado a presencia del general, y sus declaraciones fueron en aquellos momentos de la mayor importancia porque así se pudo saber a punto fijo el número y colocación del enemigo, al mismo tiempo que la exacta situación de sus trincheras y obras de fortificación. Mientras tanto son las 8.52 minutos de la mañana, y a estas horas resuenan en el campo enemigo dos tiros de cañón como señal de alarma. Al mismo tiempo la 1ª y 2ª divisiones que son las más próximas al enemigo por el ala izquierda de este, continúan su marcha oblicua en columnas por mitades, llevando a su frente desplegadas las guerrillas. Esta marcha se continúo hasta las 9.25 de la mañana, a cuya hora formaron en columna de ataque los cuerpos de ambas divisiones, haciendo alto cinco minutos mas tarde. El batallón Valparaíso, perteneciente a la 1ª división, se hallaba extendido en guerrilla, al frente de ésta, a unos 500 metros hacia la línea enemiga. En la 2ª división ejecutaban el mismo movimiento las compañías guerrilleras de cada batallón, y en esta forma permanecían tendidas al pie de la pequeña loma coronada por las guerrillas enemigas. La cuarta división, compuesta de los regimientos Zapadores, Lautaro y del batallón Cazadores del Desierto, es la que se encuentra mas retirada de la línea enemiga, y a esta hora principia a avanzar por nuestra izquierda , mientras la artillería colocada a gran distancia por nuestra retaguardia, hace diversas evoluciones a fin de buscar colocación ventajosa. Este orden se mantiene hasta las 9.45 de la mañana en que los cañones enemigos rompen el fuego sobre nuestras avanzadas de guerrilla del centro y de la derecha, o sea las de la 1ª y 2ª divisiones. * El terreno en que maniobraban nuestras tropas es una extensa pampa, que por el frente se extiende hasta el borde del río Tacna, y por la derecha llega cerca de la costa en progresivo descenso. Solo al lado noroeste, o sea en dirección a la cordillera, se ven algunos cerros que van ascendiendo hasta unirse con los últimos contrafuertes de los Andes, entre cuyas cimas descuellan directamente a la izquierda de nuestras líneas los nevados picos del Tacora. Pero desde el fuerte que forma la extremidad derecha del enemigo, hasta la base de los primeros cerros de este lado, hay un extenso llano completamente accesible para nuestras tropas y de no menos de tres leguas de extensión. Ocupándolo se corta la retirada al enemigo, que ha cometido el error de no apoyar en esos cerros la derecha de su línea, y lo prolongado de nuestros movimientos parece demostrar que esa es precisamente la idea del general en jefe. Nuestra infantería ha principado también a sentir la fatiga consiguiente a la prolongada marcha y a las continuas evoluciones en aquel pesado terreno. El piso, compuesto de una arena que parece solidificada por la acción de las neblinas y de las lloviznas , solo tiene en la superficie una delgada costra, que se rompe con la presión de las ferradas botas de nuestros infantes. Bajo ella se encuentra la arena suelta y reseca, que dificulta la marcha y cansa a los soldados tanto como el abochornado sol que principia a calentar el suelo. De Este a Oeste está surcado el terreno por leves ondulaciones, paralelas a la quebrada de Tacna, ondulaciones que dejan entre si anchos montículos, por cuyas faldas es aun mas arenoso el terreno y por lo mismo mas fatigosa la marcha. A la izquierda, o

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sea hacia el lado de los cerros, no son tan marcadas estas zanjas; pero en la extrema derecha de nuestra línea llegan a formar extensos fosos y fortificaciones naturales que ha aprovechado hábilmente el enemigo. Aquellas sinuosidades del campo de batalla puede figurárselas cualquiera que haya visto en el mar esas oleadas uniformes y separadas llamadas << mar boba >> por los marinos. Una mirada basta para ver que tenemos de nuestra parte todas las ventajas del terreno, y que podemos fácilmente obligar al enemigo a hacer un difícil cambio de frente, inutilizándole al mismo tiempo su línea de trincheras. Estas ideas de elemental estrategia son las que predominan entre jefes y oficiales, y la mayor parte cree que por ese día se limitará nuestra acción a dejar ocupada las posiciones desde donde podremos dar el 27 la batalla. * A las 9.50 minutos de la mañana rompe al fin sus fuegos sobre el enemigo la artillería colocada a retaguardia de la primera y segunda divisiones, y en estos momentos nuestra línea es paralela a la del enemigo y abarca toda la enorme extensión de sus trincheras. La colocación de los distintos cuerpos principales por nuestra derecha, es la siguiente: Batallón Navales, extremidad derecha de nuestras líneas. Regimiento Esmeralda Batallón Chillan Batallón Valparaíso al frente, extendido en guerrilla. Continuaba hacia nuestra izquierda la segunda división, en este orden: Regimiento 2º de línea. Regimiento Santiago Batallón Atacama Esta división tenía también cubierto su frente por las compañías guerrilleras de cada batallón, en la misma línea con la primera. Seguía un ancho claro, que era una interrupción de nuestra línea, y en seguida los cuerpos de la cuarta división, que al principio maniobraban como si hubiesen querido flanquear la derecha del enemigo. A esa hora principiaban a correrse a la derecha, colocándose en frente del reducto, pero aun a no menos de legua y media de distancia de éste. La tercera división compuesta de la Artillería de Marina, el Chacabuco y el Coquimbo se encontraban a retaguardia de la primera y segunda divisiones, formando la segunda línea de ésta, y en el orden que los hemos nombrado, principiando por nuestra derecha. Tras ella, y a cosa de una legua de distancia de las líneas enemigas , se encontraban el cuartel general y el estado mayor, y a retaguardia de estos, separados todavía por una gran extensión, la reserva del ejército, compuesta de los regimientos Buin, 3º, 4º y batallón Bulnes. La reserva estaba mandada por el coronel Muñoz, jefe de la segunda división, en cuyo puesto fue reemplazado por el primer jefe del Santiago, teniente coronel Barceló.

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La artillería estaba repartida en diversas secciones, pero todas a gran distancia a retaguardia de las divisiones. Ocupaba la extrema derecha la batería del mayor Flores y del mayor Salvo, y nuestra izquierda la del capitán Fontecilla, que acompañaba a la cuarta división. La caballería estaba funcionando como la artillería. El regimiento Granaderos formaba a retaguardia un poco a la derecha de los Navales, y en esos momentos avanzaba a colocarse frente a la línea de infantería; el escuadrón numero 1 de Carabineros se detenía a retaguardia del cuartel general, como escolta, y los cazadores y el 2º escuadrón de Carabineros, adelantaban a la izquierda un poco a retaguardia de la 4ª división, siendo el cuerpo mas avanzado a la derecha del enemigo. * En esta posición nuestras tropas, continua el enemigo haciendo certeros disparos con las piezas de montaña, que por lo que puede verse por algunos proyectiles, que no estallaron, son Krupp del 1879, iguales por lo tanto a los nuestros de campaña, y muy superiores a todos los de montaña que tenemos. Como la primera división es la que en este momento se encuentra más próxima al enemigo, a ella se dirigen con especialidad sus disparos, que pueden hacer grandes destrozos en aquellas masas compactas. Por esto se le da orden de tomar mayor distancia, y en efecto retrocede unos quinientos metros. Como todavía en su nueva posición puede ser igualmente dañada, a las 10.10 se aleja algo más, hasta ponerse fuera de tiro de cañón del enemigo.

Una batería de artillería que durante algunos minutos estuvo a la vanguardia de la división, se retira a las 10.30 a fin de tomar mayor distancia, y queda colocada a la derecha y un poco a retaguardia de ésta.

El cañoneo contra el enemigo se había resentido, naturalmente, de la falta de uniformidad cansada por estas continuas evoluciones, y lo mismo puede decirse de la eficacia de los tiros, obligados, como se veían nuestros artilleros a rectificar sus punterías a cada nueva posición que ocupaban. Hasta esos momentos el fuego había sido flojo e interrumpido y parecía no haber tenido mas objeto que calcular la distancia a que se encontraba el enemigo y elegir posiciones ventajosas. *

Sin embargo, con una precipitación que desbarataba todas las ilusiones que se habían fundado en la artillería, dos minutos mas tarde, a las 10.32 y cuando aun la batería del mayor Salvo no había alcanzado a disparara un solo tiro desde su nueva posición, recibieron la primera y segunda división la orden de avanzar de frente y atacar al enemigo.

Algunos ilusos creían, no obstante que aquel ataque por nuestra derecha tendría por objeto llamar hacia ese lado la atención del enemigo, mientras la tercera y la cuarta divisiones lo atacaban y envolvían por el flanco opuesto. Pero al ver la enorme extensión de nuestra línea y que la tercera división no cambiaba de lugar a retaguardia de la primera y segunda, hubieron de desaparecer las esperanzas de los que creían ver al fin una batalla dirigida con ese acierto y estrategia que tanta falta nos han hecho durante toda la campaña.

Estos temores subían de punto al medir con la vista la enorme distancia que debían recorrer nuestras tropas antes de poder estrecharse con el enemigo.

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La primera división, que era la mas cercana a éste, no distaba menos de una legua de las primeras posiciones aliadas, y al pensar que debía recorrer aquella enorme distancia bajo los rayos de un sol de fuego, por un terreno medanoso y ondulado, y después de las fatigosas marchas de la mañana y del día anterior, el corazón se oprimía por la suerte que podrían correr aquellos valientes al llegar exhaustos junto las trincheras enemigas. Los defensores de éstas se divisaban, mientras tanto, en perfecto orden en sus posiciones. Al ver la actitud de nuestras tropas, suspendieron sus tiros de cañón y de ametralladoras y las retiraron a la línea de sus fortificaciones. * El campamento atrincherado del enemigo ocupaba la ancha cumbre de uno de los cerrillos paralelo a la quebrada de Tacna. Hacia su izquierda, o sea del lado del mar, termina en una bajada de extensa falda desde cuya meseta se domina, hasta perderse de vista, toda la extensión de la pampa. Sospechando acertadamente que no habíamos de procurar envolverlos por ese flanco y siendo además de por si muy fuerte esa posición, no tenían allí ninguna obra de defensa fuera de unas cuantas líneas de montones de tierra para que se parapetasen sus tiradores. Pero hacia el frente, que mira hacia el noroeste principian desde el borde de la cumbre las obras de defensa, primero compuestas de simples montones de tierra que demarcan la posición de las guerrillas, y como cien metros atrás, en la parte en que comienza a declinar la cumbre, de anchas franjas ocultas por parapetos de tierra. La primera línea de zanjas tiene más de una legua de largo y va a terminar a poca distancia del fuerte que forma la extrema derecha del campamento aliado. Esta línea de zanjas está a veces interrumpida en los lugares más bajos y en el mismo curso de ellas hay espacios planos para colocar las piezas de artillería y las ametralladoras. Tras esta primera línea de trincheras y escalonadas hacia la derecha enemiga, se ve a cien metros una nueva sección de zanjas, que dominan toda la extensión de las de adelante y terminan en un reducto de sacos de arena situado a la izquierda del fuerte , y en cuyo recinto pueden parapetarse y disparar cómodamente unos mil hombre de infantería. Ya en la primera y en la segunda línea de fosos se alzan algunos pequeños grupos de tiendas de campaña en que al parecer alojaban los cuerpos de la vanguardia enemiga. Estas tiendas, levantadas en las hondonadas, tienen un frente y sus costados defendidos por hoyos irregulares que parecen cavados con el fin de contrarrestar nuestras cargas de caballería. Las dos líneas de zanjas no siguen tampoco rectamente de izquierda a derecha. Aprovechando las ondulaciones del terreno, forman una serie irregular pero hábilmente dispuestos para apoyarse las unas a las otras y dominar las de adelante. En ocasiones, cuando se presta para ello, lo sinuoso del terreno, se ven en un mismo frente hasta cinco y seis fosos escalonados de izquierda a derecha, como para proteger las concentraciones de las tropas en dirección al fuerte. Este, que ya hemos dicho forma la extrema derecha del campamento aliado, es una sólida obra situada en la cumbre de una pequeña colina circular, que domina una gran extensión de la pampa. Está formada de sacos de arena bien amarrados entre sí, dejando abierta ocho troneras para otras tantas piezas de artillería. Su acceso es muy difícil por el frente y por el flanco a causa de la pendiente arenosa que los circunda, al

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mismo tiempo que es muy fácil por su espalda y puede así recibir oportunos refuerzos en caso de ser atacados. El campamento atrincherado del enemigo, que dista de Tacna unas dos leguas y media, hace honor al general Campero, que lo eligió, y es un lugar que se presta fácilmente para un larga, obstinada y ventajosísima defensa. Sin embargo, se conoce que el principal objetivo que se tuvo en vista al situarlo en ese lugar, fue impedir que nuestro ejército tomara impunemente la ciudad de Tacna, como habría podido hacerlo si lo hubiesen colocado mas al oeste. Pero para conculcar esta remota contingencia se dejo hacia el lado de la cordillera un ancho paso a nuestro ejército, paso que pudimos ocupar desde los primeros momentos. Caso de haber encontrado resistencia habría tenido que ser allí a pampa rasa y a pecho descubierto, como marchaban ahora nuestras tropas a atacar de frente las formidables trincheras enemigas. * Ya hemos dicho que a las 10.32 recibían la 1ª y la 2ª divisiones la orden de ponerse en marcha en dirección a los parapetos del ejército aliado. Inmediatamente avanzaron en columnas de ataque, unos cien metros más adelante se desplegaban en batalla y seguían de frente guía al centro. Así continuaron hasta llegar a la línea de guerrillas, que replegándose se unieron a sus respectivos cuerpos, tomando colocación el Valparaíso entre los Navales y el Esmeralda. En seguida continuaron sin detenerse en marcha sobre las trincheras. Reinaba entonces en el campo de batalla el solemne silencio de la muerte, interrumpido solo por la imperiosa voz de los oficiales que a menudo daban la orden de <<guía al centro>> a fin de que sus mitades no perdieran la formación. Todos los ojos contemplaban arrobados aquellos siete gallardos cuerpos, que alineados en perfecto orden y avanzando a paso de carga con el arma al brazo, iban acercándose más y más a los terribles parapetos donde los esperaba el enemigo. Este no daba señales de vida, sino que parecía recogerse como el tigre pronto a saltar sobre la presa, mientras las dos divisiones chilenas continuaban su imponente y acelerada marcha. El espectáculo que ofrecía a la vista en aquel momento esa parte de nuestro ejército era verdaderamente arrebatador, porque aquella marcha silenciosa sobre el enemigo parecía, no el efecto de una simple evolución militar, sino obra de la voluntad individual de cada uno de esos hombres de hierro, que simbolizaban entonces la gloria y la fortuna de la patria. Ya a los veinte minutos de aquella acelerada marcha se oía la respiración jadeante y fatigosa de nuestros sufridos infantes. El sol, la sed, el arenoso suelo principiaban acobardarlos, más que la balas del enemigo. Este, aunque a tiro de cañón y de ametralladora parecía aun reservar sus fuerzas para resistir nuestro primer esfuerzo. En esos momentos oficiales y jefes daban ánimo a los soldados evocando los sagrados recuerdos del hogar y de la patria, así cuando los Navales que llevaban la extrema derecha de nuestra línea y por lo tanto lo mas accidentado del terreno, sentían agotarse sus fuerzas y parecían próximos a caer exánimes, al oír la voz de su comandante que les gritaba : - <<Navales: acordarse de Valparaíso>> aquellos hombres tomaban nuevos bríos; recobraban su formación y avanzaban resueltamente con el pensamiento en el pueblo de sus predilecciones, que desde lejos los contemplaba y admiraba sus esfuerzos.

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Los veteranos del Valparaíso competían en ardor con los Navales y avanzaban en perfecto orden con su coronel a la cabeza, que al fin cansado con aquellas terribles marchas, cayó al suelo exhausto y se vio obligado a continuar a caballo. * Ni por un momento se perturbó en ninguno de los cuerpos la perfecta marcha en línea de batalla y en formación unida con que avanzaban sobre el enemigo. La hermosura del espectáculo, que exaltaba todas las imaginaciones, solo daba paso a sentimientos de tristeza al considerar que aquellos 4.300 hombres , entre los cuales se contaba la mas florida juventud de Valparaíso, Copiapó y la capital, iban a combatir cansados contra un ejercito de 14.000 hombres de refrescos y parapetados en fuertes posiciones. En esos momentos –las once de la mañana – no marchaba aun la 4ª división en apoyo de la 2ª, y la 3ª, continuaba en la posición que antes ocupaba a retaguardia de las dos que habían avanzado sobre el enemigo. La reserva continuaba tan lejos del campo de acción, que apenas se distinguían sus filas; mientras que la artillería siempre como a una legua del enemigo, continuaba ahora un continuado pero tardío cañoneo. La sección del centro rompía recién sus fuegos a las 10.52 , mientras los de la derecha suspendía a la misma hora los suyos. * Eran las 11.10 de la mañana, y se notaba que nuestra derecha – Valparaíso y Navales – había ganado terreno a los demás cuerpos, porque se los veía mucho mas próximos que éstos a los parapetos enemigos. Ya ambas líneas estaban a tiro de fusil, todas esperaban ansiosos el momento en que se rompiera el fuego, mientras las dos divisiones continuaban aceleradamente y paso de carga sobre el enemigo. Muchos soldados no podían sostener la marcha y se tiraban al suelo. Otros medios vacilantes, eran mantenidos por las voces de aliento de jefes y oficiales, al fin a las 11.21 se encontraban ya los Navales y el Valparaíso a 400 metros del enemigo. En esos momentos ocupaba la 1ª división una de las hondonadas paralelas a la loma coronada por las trincheras aliadas, y en esos mismos momentos resonaba el estrépito de una descarga y se veía el cerro preñado de rifles y que vomitaban humo y plomo. *

El Valparaíso fue el primero en romper sobre el enemigo un nutrido fuego, siguiéndolo casi simultáneamente los Navales y el Esmeralda. El Chillán estrechado sobre éste y el Valparaíso, había quedado un poco a retaguardia, y avanzaba a tomar colocación entre ellos.

Apenas iniciado el tiroteo, aquellos hombres cansados y sedientos, que ya no podían dar un paso mas hacia delante, parecieron revivir en presencia del peligro. En toda la extensa línea se notó un tremendo impulso, que arrancaba gritos de admiración a los espectadores, y con ímpetu irresistible continuaron casi al trote su marcha sobre las trincheras.

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Y no era en esos momentos uno de los menores motivos de satisfacción patriótica ver la actitud de los jefes de los distintos cuerpos. Todos a caballo y desafiando estoicamente las balas, recorrían de un extremo a otro sus líneas, alentando a sus soldados con la voz y el ejemplo, mientras el enemigo continuaba haciendo tan nutrido fuego de cañón, ametralladora y rifle, que el silbido de las balas y las detonaciones de los disparos semejaban el incesante redoble de una gigantesca banda de bombos y tambores. * La segunda división sufría el fuego del enemigo pocos minutos después de la primera, no a 400 metros como ésta, sino a los 800 o 1000 metros de llegar a las trincheras. El enemigo, conociendo sin duda la torpeza que había cometido al permitir que la primera división avanzara hasta a 400 metros, siendo así que a mas de 1.000 pudo haber principiado a fusilarla, rompió aquí a mayor distancia sus fuegos mientras el 2º, el Santiago y el Atacama adelantaban impasibles en línea de batalla, sin disparar un tiro, hasta que a 600 metros les dieron sus jefes la orden de romper el fuego. Jefes, oficiales y soldados rivalizaban también allí en bravura y arrojo, procurando ante todo, a pesar de la fatiga de la marcha, ganar terreno, sobre el enemigo. Gracias a la configuración circular de su línea, hacia este sobre ellos un fuego convergente que los diezmaba y confundía, especialmente desde el fuerte de la primera posición y del reducto de la segunda. El grueso del ejército aliado se encontraba acumulado en esa ala, al mando personal del generalísimo contra-almirante Montero, que temió sin duda tuviese lugar por ese lado lo más recio de nuestro ataque con el objeto de flanquearlo. * El centro del ejército enemigo estaba a las órdenes del general Campero, y su izquierda, (derecha nuestra) a las del coronel Camacho, comandante en jefe del ejército boliviano. De manera que los cuerpos con quienes le cupo en suerte batirse a la primera división eran en su totalidad bolivianos, contándose entre ellos en primera línea el Alianza número 1, o sea los famosos Colorados de Daza, que efectivamente hicieron cumplido honor a su fama de disciplinados y valientes. Nuestros soldados avanzaban incesantemente, a pesar de la lluvia de balas que caía sobre ellos. La marcha, la aspereza del terreno, y principalmente el ímpetu individual, los habían hecho perder la formación que tan lucidamente entraron en pelea. Ahora, Navales y Valparaíso se encontraban solo a cien metros de distancia del enemigo, a quien podían envolver por la derecha, mientras el Chillán y el Esmeralda, que ocupaban el ala izquierda de la división, recibían continuos disparos de ametralladora que a cada paso enrarecían sus filas. *

Tan bravamente avanzaban los Navales por nuestra derecha, que la 1ª compañía mandada por el sargento mayor don Alfredo Délano, rebasó esa ala del enemigo como a los 80 metros de la conclusión de la primera trinchera.

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Esta compañía formaba la extremidad de nuestra línea, y al ver al enemigo a su izquierda hizo un cambio de frente, a vanguardia sobre la última mitad, flanqueando de este modo su izquierda. Principió entonces a hacer sobre él un fuego oblicuo que causaba en los Colorados y regimientos de artillería boliviana una terrible carnicería, dejando en las trincheras montones de cadáveres, al mismo tiempo que el resto del batallón avanzaba de frente para apoderarse de los cañones. Los Navales no apuntaban al azar y apresuradamente, sino con punterías certeras y bien dirigidas. Cuando daban algún avance que calculaban hubiera alterado sensiblemente la distancia, preguntaban a sus oficiales, como gente entendida y veterana: - << ¿Qué alza mi teniente?- ¿Cuántos metros mi capitán?>> y al instante arreglaban el aparato y continuaban concienzudamente sus disparos. No perdían tampoco el tino, disparando al azar al primero que se les presentaba a la vista, sino que de preferencia hacían fuego sobre los jefes y oficiales. Cuando ninguno de éstos se hallaba a su alcance, eran los artilleros bolivianos el blanco de sus tiros, porque su mas ardiente deseo era apoderarse de las piezas enemigas. * Varios grupos de soldados se habían formado con este solo objeto, y la idea tuvo un éxito tan brillante, que desde el momento de romper el fuego a 400 metro, hasta el en que, una hora mas tarde, se encontraban sobre las mismas trincheras, los tres cañones, que había a su frente apenas alcanzaron a hacerles dos disparos con granada. El tercer cañón solo quedó con el saquete dentro. No le alcanzaron a poner la bala, porque cuando lo intentaban caían a su pié muertos o heridos. Sin embargo, los bolivianos no cejaban en su defensa, y los Colorados sobre todo se batían denodadamente, sin abandonar sus posiciones, alentados por la voz y el ejemplo de sus jefes y oficiales, todos ellos la flor y nata del ejército boliviano. Nuestras bajas eran por lo tanto cada vez mayores, porque los Colorados apuntaban con serenidad y tino. Ya en el primer avance sobre la artillería enemiga caía muerto el subteniente don Juan Gillman, de los Navales, simpático joven que hacía poco se había incorporado al batallón, trasladándose del Nº 1 del Valparaíso a que pertenecía. Gillman recibió en medio de la frente un balazo que le atravesó el cráneo. Cayó rígido de bruces, agitó convulsivamente la mano derecha, y en seguida espiró. En la misma circunstancia habían muerto los caballos al coronel Urriola y a sus ayandantes los capitanes don Guillermo Carvallo y don Pedro A. Dueñas. El que montaba el teniente don Enrique Escobar Solar caía también acribillado de balas, a poca distancia de los cañones enemigos. Poco después, al encontrarse a solo algunos pasos de las trincheras, recibía el capitán don Reinaldo Guarda dos balazos, el uno en el muslo izquierdo y el otro en el hombro derecho, ambos por fortuna de muy poca gravedad. El teniente don Enrique Délano sufría también en la paleta izquierda el rasmillar de una bala que le atravesaba de un hombro al otro la casaca, pero seguía combatiendo valerosamente al frente de su mitad. La defensa de los bolivianos seguía obstinada y firme, y como en aquel lugar eran los más avanzados los Navales, a éstos dirigían principalmente sus fuegos. De mas está recordar el consiguiente cansancio de estos valientes que llevaban ya una larga hora de encarnizado combate, sin que vieran llegar ningún refuerzo en su apoyo. Por otra parte a muchos se les iban agotando las municiones, y para colmo de apuros, las treinta que les habían repartido en la mañana, o no eran de rifle Comblain o

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estaban muy mal fabricadas, de tal manera que el disparador no botaba la vainilla, siendo menester sacarla con la baqueta después de cada tiro, y eso con harto trabajo. << En tales momentos, nos dice uno de los combatientes, aquello era desesperante, y teníamos los oficiales que acudir a los morrales de los muertos y heridos para escoger cápsulas buenas>>. En la 4ª compañía, mandada por el capitán don Guillermo Simpson, se notó además que no estallaban muchas de las cápsulas Comblain cargadas en Santiago. * A pesar de todo, los Navales habían avanzado hasta encontrarse ya casi en la boca de los cañones. El enemigo no retrocedía un paso, y concentrando allí todos sus esfuerzos, hacía una desesperada resistencia, lanzando sobre los nuestros una granizada de certeros disparos. El Aroma había llegado en apoyo de los ya casi concluidos Colorados, y oponía una valerosa actitud al rabioso empuje de los Navales. En estos momentos el capitán ayudante don Guillermo Carvallo ponía ya la mano sobre una de las piezas enemigas, cuando a boca de jarro recibió un balazo que le causó una gravísima herida. El capitán don Elías Beytía se apoderó entonces del cañón, al mismo tiempo que llegaba allí un grueso de soldados nuestros. Los bolivianos, al verlos sobre ellos, emprendieron al fin la fuga, y entonces el capitán Beytía jiró el cañón trató de cargarlo para dispararles con él una bala que inflamó los saquetes, y el fogonazo de la pólvora abrasó horrorosamente el rostro y el pecho de Beytía. El subteniente don Enrique García era herido también en esos momentos en el muslo derecho junto a la rodilla, y gran número de soldados caían a los últimos tiros del ya desalentado enemigo. Fuera de las balas que causaban bajas, era tal la cantidad de las que llovían alrededor de los sobrevivientes, que ya los oídos se habían acostumbrado con su fúnebre silbido. Así el teniente Guillermo Doil recibió un balazo en la blusa que llevaba envuelta en el brazo, el que felizmente no le causó lesión alguna, y el mayor don Alejandro Baquedano, que de a caballo alentaba a la tropa, en una de las vizcacheras de la silla. Después del combate, al llevarse a la boca un pedazo de tortilla que había guardado en ellas, encontró la bala incrustada entre la miga, y aun estuvo a punto de hincarle el diente. * La derrota del enemigo en esta parte del campo de batalla era a esa hora completa, aunque de ningún modo decisiva, porque era imposible que los 4.300 hombres de la primera y segunda divisiones pudieran sostener mas de una hora el fuego contra todo el grueso de las bien parapetadas tropas enemigas. Los Navales, sin embargo, después de apoderarse de los tres cañones y de las dos ametralladoras que defendían la extremidad del ala izquierda del enemigo, continuaron avanzando hasta llegar a las carpas del primer campamento boliviano, situado entre la primera y la segunda línea de trincheras. En este trayecto un soldado de los Navales encontró a su paso al primer jefe del batallón Colorados, coronel don Idefonso Murguia, que herido en una pierna y aplastado por su caballo muerto, se hallaba en una penosa situación sin poder moverse. El Naval, deteniéndose a pocos pasos del herido y cuadrándose militarmente, le dijo, al mismo tiempo que llevaba respetuosamente la mano a la gorra:

- ¿Está herido mi coronel?

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- Si, hijo; en la pierna derecha. - ¿Puede subir a caballo? - Ayudándome un poco …

El Naval lo sacó entonces de bajo el cadáver del caballo; tomó en seguida uno de los muchos que andaban sueltos y ensillados por el campo, y después de subirlo a él agregó: - Mi coronel; si quiere irse a su ambulancia, de le a un soldado de los Navales

su palabra de honor de que se presentará después como prisionero. Dice el coronel Murguia que estas nobles palabras del soldado chileno le

causaron tal impresión, que examinó detenidamente su rostro a fin de no olvidad sus facciones. Había pensado ofrecerle algún dinero; pero viéndole, dice <<rostro de caballero>> no se atrevió a intentarlo. Después de empeñarle su palabra, siguió solo su camino a Tacna hasta llegar a una casa en donde le curaron la herida. El soldado, después de dejar en buena ruta al jefe de los Colorados, alistó su rifle y corrió a reunirse con sus compañeros. El coronel Murguia cumplió efectivamente su palabra. Apenas fue ocupada la ciudad por nuestras tropas, se presentó como prisionero e hizo la relación que acabamos de citar, pidiendo al mimo tiempo que formara el batallón Naval a fin de reconocer a su apresador. Hasta hoy, por diversas circunstancias, no ha podido cumplirse este deseo del coronel boliviano. Nosotros, conocedores por su boca de la anécdota, hemos indagado también en los Navales el nombre del autor de esta hermosa acción; pero efectivamente el <<rostro de caballero>> del soldado oculta un corazón tan noble como modesto, porque nada pudimos averiguar entre sus siempre expansivos camaradas. ¿O acaso una bala enemiga atravesó después el hidalgo pecho del soldado porteño? … *

Mientras los Navales hacían por el flanco izquierdo del enemigo esta feliz y atrevida excursión, el Valparaíso se sostenía en las mismas trincheras contra los batallones que habían venido a proteger a los Colorados, Aroma y artillería boliviana. Desde el principio del combate demostró el Valparaíso la misma instrucción y disciplina que ya le habían conquistado envidiable fama entre los demás cuerpos del ejército. Al desplegarse en guerrillas al toque de corneta, junto a la falda del cerrito ocupado por el enemigo, la uniformidad de sus movimientos llamaba la atención de los demás cuerpos de la división estacionados a su retaguardia, porque nuestros pacos evolucionaban con tanta gallardía y soltura como en una parada militar. Cuando los demás cuerpos de la división emprendieron su terrible e imponente marcha en demanda de las trincheras, fue también una hermosa variante de aquel atrevido movimiento la ligereza y orden con que plegó el Valparaíso sus alas, y la habilidad con que trepó el montículo a paso de trote hasta llegara a 400 metros del enemigo. Desde ese momento principió afrontar un terrible fuego. Una de las primeras víctimas fue el joven capitán Don Ricardo Olguín, comandante de la cuarta compañía, que al frente de ella avanzaba al encuentro del

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enemigo, animando con su voz y con su serenidad a los soldados. Cayó muerto instantáneamente de una herida que le atravesó la cabeza. Trepada la cima, el Valparaíso atacó de frente las trincheras, siendo por su disciplina digno émulo de los Colorados de Daza, con quienes se batió. Tanto de parte del batallón boliviano como del chileno había un verdadero lujo de orden y uniformidad en las evoluciones, y así no nos extraña que un oficial prisionero del Aroma que cayó herido allí, nos preguntara si el Valparaíso era el Colorado de los chilenos.

*

En cuanto al Esmeralda, desde que entró en acción comenzó a experimentar terribles pérdidas, como que las trincheras enemigas tenían a un frente una especie de reducto improvisado con zanjas y montones de tierra, y sus fuegos convergían hacia el punto que atacaba el regimiento santiaguino. Los soldados del Esmeralda, que iban solo provistos de cien tiros por hombre y que los ahorraban por contestar apresuradamente el terrible tiroteo que sufrían, pronto se encontraron escasos de municiones, y al fin llegaron éstas a faltarles por completo. Los percances y contratiempos sufridos por toda la primera división se agravaron así con las circunstancias de que habiendo a fin llegado las municiones que se habían pedido con instancias, sucedió que venían en cajas de madera atornilladas como cuando se embarcaron en Valparaíso, y trayendo además, por supuesto, intacto el forro de lata que forma su segunda cubierta. Ya podrá cualquiera figurarse cual seria la situación de aquellos hombres en tan crítico momento. Careciendo de herramientas adecuadas para desclavar las tapas y cortar el forro de lata de los cajones, tenían que valerse de sus yataganes y cuchillos para abrirlos, mientras el enemigo les disparaba una granizada de balas y todavía, viéndolos casi inermes, se atrevían a abandonar sus trincheras y principiaba a hostilizarlos de cerca. Para colmo de males, parece que después de abierto los cajones resultó que las cápsulas venían equivocadas, trayendo algunas que no correspondían al Comblain. No hubo pues, más que ordenar la retirada a fin de evitar mayores males, porque el enemigo no se encontraba a distancia suficiente para cargar sobre él a la bayoneta. Ya durante aquella larga hora de combate y de angustia había sido muerto casi sobre las mismas trincheras enemigas el teniente don Aníbal Guerrero; que espiró instantáneamente, víctima de nueve heridas que en una descarga le hizo casi a quema-ropa el enemigo. El subteniente don José Santos Montalva era también mortalmente herido en el pecho, y moría en los hospitales de sangre pocas horas después de terminada la batalla. Al principio la acción había sido levemente herido en una pierna el sargento mayor don Enrique Ocke; en medio de ella, también levemente en un hombro el capitán don Rafael Ovalle; levemente en un pié el teniente don Aníbal Pinto; un poco grave en el estómago el subteniente don Juan de Dios Santiagos, y algo leve en una pierna el subteniente don Luis Ureta.

En los momentos mas críticos del apuro era herido de alguna gravedad en un costado el subteniente don Jerman Balbontìn; en una pierna algo grave, el de la misma clase, don Mateo Bravo Rivera y levemente, también en una pierna, el subteniente don Tulio Padilla. *

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El Chillán entraba casi como segunda línea de la primera división al tiempo de

iniciarse el combate, y en seguida tomaba colocación entre el Esmeralda y el Valparaíso, aunque algo estrecho entre ambos regimientos. Todo él, guiado por el arrojo de su bravo comandante, señor Vargas Pinochet, entró gallardamente al fuego y sostuvo con impetuosidad el primer avance sobre la línea enemiga, manteniéndose después al lado del Esmeralda cerca de las trincheras. Al llegar a este punto, que fue donde encontró la mayor resistencia, recibió el comandante Vargas Pinochet un balazo que le rasgó como con la mano el espaldar de la casaca, pero que solo alcanzó a rasguñarle la piel. El capitán don Juan Manuel Jarpa y los subtenientes don Abraham Reyes Basso y don Manuel Urrutia, perecían allí víctimas de las balas enemigas. Además del comandante Vargas Pinochet fueron también heridos en esos momentos: el capitán don Honorino E. Arredondo, que tiene un brazo roto; el teniente don Ernesto Jiménez González a quien una bala le fracturó un hueso del pié; el subteniente don Francisco Javier Rozas, gravemente en el muslo derecho, y levemente los subtenientes don Roberto Siderey Borne y don Nicolas Yávar Jimenez. El número total de bajas que tuvo el Chillán el día del combate ascendió a 112, de ellos 36 muertos y 76 heridos. De los cuerpos de la 2ª división que como hemos dicho, rompieron sus fuegos casi simultáneamente con la 1ª, el 2º de línea era el que ocupaba la extrema derecha y el que, por tanto, seguía a la izquierda del Esmeralda. El regimiento 2º de línea entró en combate con 566 individuos de tropa, es decir, menos del efectivo de un batallón. El resto del glorioso regimiento había pagado su tributo al malsano clima de Moquehua. El 2º, después de la marcha que hizo aceleradamente sobre las trincheras, fue recibido a 900 ò 1.000 metros de distancia por un nutrido fuego del enemigo. En lugar de contestarlo, continuo avanzando a paso de carga, y solo a los 600 metros principio sus disparos, casi al mismo tiempo que lo hacían los cuerpos de la 1ª división, después de haber hecho replegarse a sus guerrillas. La orden que el comandante Castro impartió a las distintas compañías fue la de de que continuasen haciendo fuego en avance hasta acercarse lo mas que fuera posible al enemigo. Una vez acortada la distancia, debían cargar a la bayoneta sobre él y desalojarlo a viva fuerza de sus atrincheramientos. * Al frente del 2º se encontraba el Zepita, o sea los pocos restos de ese famoso cuerpo peruano, que alcanzara a salvar de la batalla de Tarapacá. De manera que el regimiento chileno tenía que habérselas con su antiguo conocido, con la circunstancia de haber sido un soldado de ese cuerpo el que recogió del suelo el estandarte del 2º en aquella memorable jornada. Los oficiales y tropas del 2º, embravecidos con esta providencial circunstancia, se comunicaron unos a otros la palabra de orden de conquistar a toda costa un estandarte peruano a fin de reemplazar el que habían perdido, y efectivamente cargaron sobre el enemigo con un empuje irresistible, animados por el comandante Canto, que a caballo recorría la línea en compañía de su ayudante. Cada uno de los dos batallones estaban mandados por los sargentos mayores don Miguel Arrate y don Abel Garretón, ambos actores en la jornada de Tarapacá.

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En pocos momentos se encontró el 2º a unos 80 metros de las líneas enemigas. Todos los soldados a la voz de sus capitanes, armaban entonces sus bayonetas y avanzaban con nuevo vigor sobre el Zepita, ofreciendo a su vista un aterrador espectáculo. Pero el batallón peruano no se atrevió a esperar aquella imponente arremetida, y abandonaba en desorden la primera línea de trincheras, replegándose a la segunda, en donde era reforzado por cinco o seis batallones, entre los cuales se contaban el Victoria número 2, el 3º de línea peruano y el 2º Aroma. Con gran disgusto de los valientes soldados, el enemigo no tenía ningún estandarte enarbolado en su línea. El Zepita solo ostentaba una banderola con su nombre, y naturalmente ella cayó en manos de los nuestros. No por eso dejó de ser frutificar la cosecha de banderolas, porque en aquella primera arremetida se arrebataban al enemigo no menos de diez y seis. Una de ellas, perteneciente a la artillería peruana, fue tomada a viva fuerza por el cabo 1º Luis Bustamante, de la primera compañía del primer batallón, después de dar muerte de un bayonetazo al soldado que la llevaba. * Innumerable fueron los prodigios de arrojo y de bravura que llevaron a cabo los soldados del 2º durante esta tremenda carga, que parecía ser dirigida en persona por el héroe de Tarapacá. El enemigo, aterrado por aquel ímpetu irresistible, solo hizo nutrido fuego en los primeros momentos del ataque. Después, cuando vio de cerca y con la bayoneta calada a los terribles leones de Tarapacá, ni siquiera intentó disparar sobre ellos, sino que huyó cobardemente a buscar el amparo de los numerosos cuerpos que cubrían su retaguardia. Estos rompían sobre el 2º su tremendo fuego desde sus parapetos, y obligaban a nuestros bravos a detenerse en la primera zanja, a fin de no quedar todos tirados en el campo. Durante la irresistible carga y en los momentos que le siguieron, hizo el enemigo terribles bajas en las filas del 2º, sobre todo entre los jefes y oficiales, quedando fuera de combate diez y seis, o sea la mitad de éstos. * Entre los que mas se distinguieron por su arrojo y por el empeño con que animaban a sus tropas se cuenta el subteniente Carlos Arrieta de la tercera compañía del primer batallón, que cayó herido cerca de la última trinchera enemiga. La herida del subteniente Arrieta no es sin embargo, de mucha gravedad. El proyectil enemigo le atravesó de parte aparte el brazo derecho, pero afortunadamente sin ofender el hueso. En la misma trinchera era también herido el subteniente Guillermo Vijil, de la misma compañía, que entusiasmaba a la tropa con su arrojo y sangre fría, siendo uno de los primeros en llegar a las líneas enemigas. El sargento segundo Baltazar Díaz Real, el cabo segundo José Durán y los soldados Toribio Contreras y José Daniel Pozo, de la primera compañía, eran los primeros en llegar, combatiendo con denuedo, a estrecharse con el enemigo, infundiendo ánimo a sus compañeros con su valeroso ejemplo; mientras el cabo primero José Gatica, que los acompañaba en primera línea, llevaba desplegado y batiente el tricolor chileno como guía general del regimiento.

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En esta compañía, que fue una de las que mas valor desplegó a las ordenes de su capitán señor Reyes Campos, merece también recordarse el nombre del cabo 2º Bartolomé Castro, que dio muerte a dos oficiales enemigos, dejándolos tirados en el campo con solo dos certeros disparos. El capitán don Francisco Olivos, comandante de la 4ª compañía del primer batallón, era mortalmente herido al saltar las trincheras enemigas, a la cabeza de su tropa, y fallecía veinticuatro horas después en el campo de batalla. La 2ª, del 2 º, mandada por el capitán don Salustio Ortiz, dio repetidas cargas a loa bayoneta sobre el enemigo, y aquí merece especial mención el subteniente don Manuel Vinagre, el sargento 1º Hilario Aliste, los sargentos segundos Juan Felipe Machuca y Pedro Corvalàn, el cabo 1º Benjamin Guajardo, y los soldados Antonio Sierra, Francisco Flores, Sixto Bustamante y Gregorio Ramírez. (Continuará) El Corresponsal

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(Edición de El Mercurio de Valparaíso del 15-06- 1880) Seguía a la izquierda del 2º, el regimiento Santiago, mandado por su segundo jefe el teniente coronel don Estanislao León a causa de que el primer comandante don Francisco Barceló, tenía a su cargo el mando de toda la división. El Santiago como el 2º, marchó impetuosamente sobre las trincheras enemigas en perfecta formación, habiendo recibido la orden de avanzar a paso ligero, con el arma a discreción y en batalla. La compañía de guerrilla de este regimiento, que estaba a 400 metros delante de la división, se había mantenido como una hora en esa posición soportando los fuegos de la artillería enemiga. La compañía del capitán Castillo, al moverse el grueso del regimiento, emprendió también la marcha a paso ligero a fin de tomar la altura que se encontraba a unos 300 metros a su frente. Las demás compañías guerrillera de la división, que estaban alineadas por esta, marcharon también aparentemente a tomar aquel punto, que el enemigo pretendía ocupar con sus avanzadas; pero la rapidez del movimiento de avance de nuestros guerrilleros impidió que el enemigo cumpliese su intento, viéndose obligado a retroceder a su primitiva línea. Todas las compañías guerrilleras permanecieron haciendo fuego en avance durante tres cuartos de hora, mientras avanzaba el grueso de la división. Cuando ya estuvieron a corta distancia del enemigo lo continuaron a pie firme, soportando mientras tanto el nutrido fuego del centro en el frente que cubrían las cinco compañías guerrilleras. Las dificultades del terreno para la marcha en batalla del grueso del regimiento dieron ocasión para que los diez y ocho batallones enemigos, que había en aquella parte de la línea, se cebaran cruelmente en los bravos guerrilleros de la 2ª división. Baste saber, para formarse una idea de los estragos causados entre ellos por los proyectiles enemigos, que de los cinco capitanes que la mandaban solo escapó don Domingo Castillo, de la 4ª del primer batallón del Santiago. Todos los demás cayeron muertos o gravemente heridos, al hacer sobre los aliados aquel atrevido avance.

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* Además del gran número de tropas acumuladas en aquella parte del campo de batalla, las posiciones de los aliados eran allí formidables. Sus primeras filas estaban colocadas en la cima de un plano inclinado, desde donde podían aumentar sus fuegos, quedando la línea en escalones y en batalla, mientras el Santiago estaba colocado con mucha desventaja. << En primer lugar, nos dice uno de los oficiales situado en la parte baja, temíamos, y con razón, ofender la guerrilla extendida a nuestros frente. Como primer resultado de esto era más pausado nuestro fuego. No obstante, nuestras punterías, que por lo que dejo demostrado tenían que ser altas, fueron en general muy certeras, dando la mayor parte de ellas en la cabeza, y cuando más en medio del cuerpo del enemigo>>. Este, sin embargo, hacía sobre los nuestros un horroroso fuego, que rompió allí a los 1.000 metros de distancia. Los soldados del Santiago iban dejando en su avance una compacta línea de muertos y heridos. Entre ellos se contaba el sargento mayor don Matías Silva Arriagada, que a caballo al frente de la tropa la excitaba con el ejemplo y la voz a ganar terreno sobre el enemigo. A los cien metros ganados en el avance recibía una grave herida en el costado derecho; pero esto no lo arredraba para continuar adelante. Cuando distaba la tropa unos 500 metros de la primera línea enemiga, el bravo mayor recibía una nueva y grave herida en el costado izquierdo. Muchos oficiales y soldados le instaban para que se bajase del caballo o se retirase de la acción; pero Silva continuo montado recorriendo la línea y animando con el gesto a sus soldados, hasta que por fin recibió una tercera bala en medio del pecho que lo arrojaba a tierra mortalmente herido. Una hora después del combate perecía en el campo mismo de batalla. Sus últimas palabras eran preguntando si se había triunfado del enemigo. A los cien metros de las trincheras enemigas fallecía también el subteniente don Carlos R. Severin, víctima de una bala enemiga, que entrando por el ojo izquierdo le atravesó el cráneo. Su muerte fue instantánea y a la cabeza de su mitad, en los momentos en que animaba a su gente para que no perdiese la formación y el ímpetu de la marcha. El subteniente Severin era un entusiasta joven, hijo de Valparaíso, que al iniciarse la presente guerra se enroló en el regimiento Santiago, arrastrado por su juvenil y patriótico ardor. En idénticas circunstancias se encontraba el subteniente don Aníbal Pinto, que al mismo tiempo que Severin recibía dos mortales heridas, una en el cráneo y otra en el estómago, muriendo media hora después en medio de los mas horribles sufrimientos. El subteniente Pinto se había hecho notar por su valor y denuedo. Momentos antes de recibir el balazo que le ocasionó la muerte tomaba un rifle y las municiones de uno de sus soldados que había quedado fuera de combate, y a la cabeza de su mitad iba haciendo un nutrido fuego en avance sobre el enemigo. Ya al iniciarse el tiroteo había fallecido instantáneamente el subteniente don Emilio Calderón, a consecuencia de una herida que le atravesó el brazo izquierdo, y el subteniente Henry recibía también un mortal balazo que le causaba la muerte media hora después de la batalla. *

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La marcha en avance del regimiento Santiago continuaba tan obstinada como la resistencia que le oponía un enemigo diez veces superior. Pero nadie retrocedía porque los oficiales y los jefes daban aliento a sus tropas con su valerosa actitud. Entre esas figuras destacaba en primera línea la del teniente coronel don Estanislao León, comandante accidental del regimientos que recorría a caballo la línea acompañado de sus ayudantes, los subtenientes don Antonio Cervantes y don Enrique 2º Terry, alentando a la tropa con sus palabras y con su arrogante postura. En el medio del combate recibió una grave herida en el brazo derecho. El proyectil enemigo le fracturó el hueso del brazo; pero a pesar de los crueles dolores de debía experimentar, el comandante León tomó con la mano izquierda su espada, se dejó vendar ligeramente la herida, y de nuevo adelantó a la cabeza de sus tropas batiendo la espada y mostrando a sus soldados con ella el punto que debían atacar. El comandante don Francisco Barceló, jefe de la segunda división, era herido poco después en la tetilla y el brazo izquierdo al encontrarse cerca de las trincheras. Por fortuna, siendo leves sus heridas, no le impidieron continuar dirigiendo a su división. Al encontrarse a unos 300 metros del enemigo, recibía también el subteniente don Antonio Cervantes una grave herida en el hombro izquierdo, al parecer causada por la misma bala que hirió al comandante León. Siguiendo el ejemplo de su jefe, el subteniente Cervantes continúo en su puesto sin inmutarse. * El fuego del enemigo continuaba de una manera horrorosa. El cañón y la ametralladora hacían a menudo oír sus roncos disparos en medio de un sostenido fuego de fusilería. Agréguese a esto que nuestra artillería colocada a inmensa distancia a retaguardia de nuestra línea, causaba no pocas bajas en nuestras propias filas. Era natural que a 4.000 metros de distancia - o sea a casi una legua – no pudieron nuestros artilleros medir bien todas las puntería de sus disparos, y ni siquiera distinguir con claridad los amigos y los enemigos, y por esto toda la responsabilidad recae sobre el jefe que tan desacertada colocación dio a nuestras piezas. Lo inexplicable era, sin embargo, que un jefe que goza de tan envidiable reputación como el coronel Velásquez, tuviera la peregrina idea de colocar las ametralladoras a tan enorme distancia de retaguardia de nuestras filas, que sus proyectiles herían mas bien a los nuestros que a los contrarios, En el Santiago, al menos no pocos son los heridos por nuestras ametralladoras, y esta cruel circunstancia puso muy a dura prueba en un momento la disciplina, fuerza de ánimo y firmeza de ese valeroso regimiento. * El batallón Atacama era el que en esos momentos formaban la extrema izquierda de nuestra línea de batalla. Adelantó justo con los cuerpos de su división, quedando un poco a la izquierda del fuerte, y sufriendo por lo tanto, además del fuego de los batallones enemigos que disparaban sobre el Santiago, el del fuerte y el del reducto situado a retaguardia de éste. Apenas, después de la acelerada marcha, estuvo el Atacama a unos cuatrocientos metros del enemigo, ya tenia fuera de combate una cuarta parte de su gente, y los peruanos, concentrados en aquel extremo en número como de 7.000 hombres, avanzaban por la derecha a fin de envolver al batallón atacameño. Mandaba la segunda compañía, que se había destacado como guerrilla hacia ese punto, el bravo capitán don Rafael Torreblanca, el héroe de los Ángeles, Dolores y Pisagua. Al verse amagado de cerca por el enemigo, cargó sobre él con furia a la cabeza de sus soldados; pero perdida

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gran parte de su gente, se vio obligado a retroceder a su antigua posición a fin de rehacerse, al mismo tiempo que con incomparable valor exhortaba a sus soldados a que no echasen un borrón en la bandera del Atacama. Los soldados rehechos avanzaban nuevamente con su capitán a la cabeza, al mismo tiempo que el resto del batallón, que había marchado hasta entonces en línea de batalla y en formación unida, se desplegaba en guerrilla a fin de abarcar mas espacio y presentar un blanco menos seguro al enemigo. Torreblanca pudo todavía adelantar con su gente algunos pasos en dirección a las trincheras; pero las tropas aliadas, envalentonadas por el corto número de las nuestras, salían del fuerte por la derecha y flanqueaban la extremidad izquierda de nuestras líneas, haciéndonos por el frente y por el costado un fuego mortífero y certero. La 1ª compañía que acudió en auxilio de la 2ª, fue también envuelta por compactas masas enemigas, y viéndose en extremo peligro de caer todos en el campo o ser hecha prisionera, tuvo que batirse en retirada, perdiendo mucha gente. Casi la misma suerte corrió la 3ª, que fue mandada en apoyo de las anteriores, y en un momento el capitán Torreblanca, que hacía prodigios de audacia y de heroísmo sin retroceder un paso, cayó herido de un mortal balazo en la cabeza. Las tres compañías se replegaron entonces a las restantes, y el enemigo ocupó victorioso las posiciones que antes tenía la vanguardia del Atacama. Después pudo verse con indecible dolor, que al pasar los peruanos junto al cuerpo quizás aun animado del heroico capitán Torreblanca, lo habían mutilado cruelmente con sus bayonetas. No menos de seis a ocho bayonetazos habían destrozado el cuerpo de aquel heroico joven dotado de un valor a toda prueba y de una clara inteligencia. Torreblanca ocupaba en su pueblo una distinguida posición al tiempo de declararse la guerra. Cuando se formó el Atacama fue uno de los primeros en ofrecer sus servicios, dejando a un lado las comodidades que le había proporcionado su fama de excelente ingeniero de minas. En Copiapó y en toda la provincia era en extremo querido, y cuantos lo trataban se sentían atraídos por la figura y las maneras de aquel joven tan simpático, modesto y valeroso. Su muerte es una de las mayores desgracias de la jornada, y el Atacama está de luto con su pérdida. Torreblanca se había allí conquistado todas las voluntades y era mirado como la más pura gloria de aquel heroico batallón. En la provincia de Atacama repercutirá también su fallecimiento como el lúgubre eco de una desgracia nacional, y todos los que lo conocieron conservarán de su memoria y de sus bellas prendas un indeleble recuerdo. * A la sazón que el capitán Torreblanca, era arrebatado también por las balas enemigas el capitán don Melitón Martínez, hijo del comandante del Atacama; el subteniente don Juan 2º Valenzuela, a quien una bala penetraba en el estómago, y el subteniente don Gualterio Martínez, hijo también del comandante del batallón, señor Martínez, que tenía la desgracia de perder en un momento y a su vista a sus dos hijos mayores. Al mismo tiempo eran heridos el capitán don José Miguel Puelma, levemente en una pierna; los tenientes don Washington Cavada, también en un apierna. Don Ignacio Toro, con tres heridas leves; don Juan Ramón Silva, con una pierna bandeada, y don Alejandro Arancibia, levemente en un brazo. Los subtenientes don Abraham A. Becerra y don Eugenio Martínez salían también heridos, el primero levemente en una pierna y el segundo de gravedad, con el cuerpo atravesado por una bala.

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* Eran como las doce del día, y a esas horas se oprimía el corazón al contemplar aquel extenso campo de batalla en que se jugaba la suerte y la gloria de la patria. Nuestra línea, tan débil como extensa, no había recibido aun refuerzo alguno. Eran siempre los 4.300 hombres que habían entrado desde el principio en combate, los que continuaban sosteniéndolo desde hace una hora, pero reducidos quizás a la mitad de ese número. Nuestra línea de batalla flaqueaba en casi toda su extensión, y el enemigo, insolentado con su éxito, salía fuera de las trincheras y hasta se atrevía a tomar ofensiva sobre los nuestros. Los refuerzos pedidos tardaban demasiado en llegar, y las fuerzas de aquellos brazos varoniles, que habían sostenido lo más recio de la lucha, estaban ya exhaustas y rendidas. Muchos eran los que de puro cansancio yacían tendidos por el suelo y no pocos sentían ya con desesperación los terribles tormentos de la sed. * Por la derecha de nuestras líneas, los victoriosos Navales se habían internado hasta los mismos campamentos enemigos, y si en esos momentos se les hubiera mandado un fuerte refuerzo, habrían podido flanquear decididamente al enemigo. Pero, por el contrario, habiendo emprendido la retirada algunos cuerpos de la 1ª división que atacaba de frente al enemigo, este aprovechó aquel momento para reforzar aquel costado con batallones de refresco. De esta manera los Navales, que ocupaban una hondonada paralela a las trincheras enemigas y a espalda de éstas, estaban en inminente peligro de ser cortados por fuerzas infinitamente superiores. Bien es verdad que el Valparaíso se batía en retirada paso a paso y en tanto orden como al hacer un ejercicio; pero aquella disciplina del veterano batallón porteño, que mantenía a raya al enemigo, no era bastante para impedir el avance de éste por el lugar que antes ocupara el Esmeralda. Se dio pues, orden de retirada a los Navales, y en efecto pudieron cumplirla los soldados que habían quedado en el ala izquierda del batallón; es decir, en la misma línea con los demás cuerpos de ambas divisiones; pero las que se habían corrido hacia el costado izquierdo del enemigo, no comprendiendo quizás como se ordenaba retirarse en los momentos mismos en que se hallaba triunfante, o influenciados tal vez por el común sentir de los soldados, que a toda retirada la llamaban <<redota>> (?) , no se apresuraron a seguir el movimiento general de la división y principiaron a retirarse paso a paso, por el mismo camino que antes habían llevado. Sucedió entonces que muchos Navales quedaron colocados tras de los nuevos batallones enemigos, que se interpusieron entre ellos y sus compañeros de la primera división y de esta manera, al mismo tiempo que recibían por el frente y por el flanco un vivísimo fuego del enemigo, eran víctimas también de las mismas balas de los nuestros, especialmente del Chillán que venia a quedar paralelo a ellos, y que en efecto los tomaba por cuerpos del enemigo. * El enemigo continuaba, mientras tanto, su movimiento de avance y pronto acabaría de envolver a los atrevidos Navales. En estos momentos los Granaderos, que veían avanzar rápidamente al enemigo por aquel costado, con grave peligro de envolver al Esmeralda y al Chillán, y que tenían orden de cargar, mediante las repetidas peticiones del coronel Vergara y del comandante

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Holley, del Esmeralda, principiaron avanzar por aquel lado a fin de preparar una de sus temidas cargas. En efecto, pocos minutos más tarde se colocaban en escuadrones en línea de batalla; y adelantaban resueltamente a paso de trote sobre el enemigo, que los recibía con una granizada de balazos. Poco después, acompañados por el coronel Vergara, que tomó, junto con sus ayudantes, un puesto al lado del comandante Yávar, los Granaderos daban sobre el enemigo una furiosa arremetida y cargaban con irresistible empuje sobre los aliados que amenazaban envolver el ala derecha de la primera división. El campo quedó libre de enemigos. Los que no se replegaron apresuradamente quedaron muertos bajo el sable de nuestros jinetes, que llegaron cerca de las primeras trincheras, donde se habían formado varios batallones en cuadros a fin de resistirles. Pero el objeto principal estaba conseguido y los Granaderos regresaron a su primera posición, en un orden admirable. Es verdad que algunos Navales, en medio de la confusión y de la polvareda, cayeron también heridos por los nuestros, pero esto era de todo punto inevitable dada la colocación que habían tomados los enemigos. En cambio, los restantes pudieron retirarse tranquilamente, y rehacerse a espaldas del regimiento. *

Durante aquella carga, sufrió nuestra caballería un respetable número de bajas, entre las cuales se cuenta la del alférez Aspillaga, herido mortalmente en el estómago por una bala enemiga, y el alférez Urizar, herido de poca gravedad en una pierna. El alférez Aspillaga perecía a los pocos momentos, rematado por nuevos disparos que le hizo el enemigo, y asaetado también a bayonetazos. Era un joven muy apreciable y modesto, que había llegado hace poco del sur para tomar parte en la campaña. El sargento mayor señor Marzan le mataban el caballo en los momentos mas críticos de la carga, dejando debajo a su jinete, expuesto así a una muerte segura. Pero entonces un soldado tan abnegado como valiente, echó pie a tierra con toda serenidad, sacó de debajo a su mayor, le dio su caballo, exponiéndose así a ser víctima del enemigo, y continuó combatiendo de infante con su carabina. El capitán don Rodolfo Villagrán salvó también milagrosamente de ser víctima de los proyectiles enemigos. Una bala le atravesó de lado a lado el quepí en los momentos más difíciles de la carga, pero le pasó rozando los cabellos sin herirle. Además del coronel Vergara , acompañó también la carga el entusiasta y acaudalado joven capitán don Juan Brown, agregado pocos días antes al regimiento con el objeto de hacer también la campaña de Tacna.

Una vez terminada la carga y despejado el campo, los Granaderos volvieron a ocupar su antigua posición a la derecha de nuestra línea de infantería. * Durante aquella penosa retirada eran también heridos algunos oficiales de los Navales, que fueron ese día uno de los cuerpos mas maltratados por la fortuna. El coronel don Martiniano Urriola, que no cesaba de animar a su tropa y de evocar el recuerdo de Valparaíso para despertar en ellos el sentimiento de orgullo patrio, recibía en esos momentos un balazo en el muslo derecho, que no le imposibilitaba, sin embargo, para seguir combatiendo.

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El capitán don Guillermo Simpson, que se retiraba en buen orden con su compañía, recibía también un balazo en el costado derecho, balazo que por fortuna no le causó una herida grave, porque él mismo pudo sacarse el proyectil con los dedos. El subteniente don Miguel Valdivieso Huici recibía también un balazo en la pantorrilla derecha, que por fortuna no le causó una herida de gravedad. Al mismo tiempo, muchos soldados iban quedando sembrados por el campo, lo que no impedía que los valientes Navales, aunque ya con sus municiones casi agotadas, volvieran de vez en cuando para hacer caras al enemigo. Respecto del Valparaíso, la gráfica relación de un soldado de este cuerpo a la cual solo alteramos la ortografía para hacerla más inteligible, dará a nuestros lectores una perfecta idea de su papel durante la acción: << Señor:

- Principió la batalla a la hora que usted tendrá conocimiento. Mi batallón marcha a la vanguardia de toda la primera división seguido de Navales, Esmeralda y Chillán. Una vez llegada a la última loma, diviso a los famosos Colorados. El primer soldado que hizo fuego fue José M. Soto de la cuarta compañía gritando: << Los cuicos a la vista, mi coronel >> y se rompe el fuego por toda la guerrilla y a nuestra derecha los Navales y a la izquierda el Esmeralda. Sufrimos varias bajas en nuestras filas particularmente. En la escolta del estandarte, que era de un sargento segundo, dos cabos primeros y cuatro segundos y toda la banda de música, cayó herido el subteniente abanderado don José J. Droguet, y lo tomó el sargento segundo Marcelino Henríquez. Como a los diez minutos cayó herido el sargento; lo tomó el cabo primero José M. Zalfate, y poco después cae también; lo toma entonces el cabo segundo José Cabeza que, como sus compañeros, corre la misma suerte. Por fin, se apodera del estandarte un cabo primero, de cuyo poder no salió mas hasta el valle de Tacna, donde fue tomado por el alférez don José Ponce para entrar con él a la población. En la batalla fuimos derrotados por haberle venido una gran reserva a los Colorados. Ya nuestras filas estaban diezmadas y casi agotadas las municiones y por el cansancio de dos horas de reñido combate. Valparaíso y Navales andábamos todos reunidos después de la retirada; pero guiados por el valor inimitable del bravo coronel don Martiniano Urrutia, pudimos reorganizarnos y atacar con todo empeño. El bravo coronel Urriola, que se puso ala cabeza de los dos cuerpos, nos gritaba << ¡Arriba batallón Valparaíso y Navales ¡acuérdense que son de un mismo pueblo! No hay que aflojar ¡fuego a los cholos!>> y así continuó animándonos hasta que pasamos las trincheras y los derrotamos completamente. Verdad es que íbamos dejando muchos de los nuestros en el campo, pero en cambio ellos iban quedando sembrados. Es digno de mencionar el hecho siguiente: Pasadas las trincheras, vi yo y el alférez don David Ibáñez, como a cien metros de nosotros a un Naval, un Valparaíso y dos de los famosos Colorados, estrecharse cuerpo a cuerpo, cada uno con el suyo; el cuico le tira una lanzada al Valparaíso que fue bien atajada y contestada con otra que atravesó el pecho del cuico. El Naval tuvo la suerte al contrario, porque fue pasado por la bayoneta del enemigo, el cual, dejó el fusil enterrado y echó a correr; pero no había corrido 30 metros cuando le disparamos yo y el alférez que he hecho mención mas arriba, y el cholo rodó por el suelo bañado en sangre: una bala le había atravesado el pecho…

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Seguimos mas adelante y encontramos a la mayor parte de los batallones Naval y Valparaíso haciéndole los honores a tres enormes fondos de comida (carne con arroz y buen caldo) que los nuestros devoraban con abundante apetito. De nuestros oficiales, el mejor que se portó fue el alférez don David Ibáñez, que a la cabeza de la compañía, fue el primero en llegar a las trincheras. Animando a la tropa decía: << ¡Adelante muchachos! aquí se luce el soldado chileno! No hay que dejar mal puesto el nombre de nuestro pueblo! >> Y así por el estilo hasta el fin de la batalla, y siempre con su rifle en la mano. Todos los demás oficiales se han batido bien, pero ninguno como éste; en una palabra, Naval y Valparaíso se han batido como verdaderos chilenos. Cuando ya agoté todas mis municiones y eché una buena llenada a los fondos, me encontré con un caballo flaco y una botella de coñac en las alforjas, y me puse a recoger heridos del campo, principiando por los señores oficiales y luego por mis compañeros de armas, tanto de mi cuerpo como de Navales, operación que me duró hasta las 11 PM, hora que recogí al flautista de mi banda y dormí en la ambulancia con él. De la botella de coñac les daba de a poquito a los heridos que no podía recoger. Al día siguiente me reuní con mi cuerpo, y hasta la fecha sin novedad>> * Mientras que la 1ª división se retiraba abrumada por aquel larguísimo esfuerzo, por el gran número de enemigos y por la falta de un refuerzo que se había pedido con instancia, la 2ª división flaqueaba también por la misma causa e iban cediendo poco a poco terreno al enemigo. La suerte de Chile estaba entonces pendiente de un hilo, porque si aquellas dos divisiones se desconcertaban, declarándose en derrota, quizás hubieran introducido el pánico y el desorden en las restantes. Pero aquí dio el soldado chileno una de las más brillantes pruebas de su incomparable bravura, sosteniéndose siempre enérgicamente contra los poderosos refuerzos de un enemigo como cinco veces superior en número, parapetado en fuertes posiciones y envalentonado con el éxito. Nadie pensaba en volver la espalda al peligro, todos preferían encontrar la muerte antes que huir de aquel formidable enemigo, y casi todos deseaban que se les ordenase marchar de frente a la bayoneta sobre las trincheras, sin esperar nada de los ya tardíos refuerzos y confiando solo en su valor indomable y en su voluntad de hierro. A no pocos soldados de la 1ª división los hemos oído quejarse porque en lugar de ordenarles la retirada no se les mandó cargar a la bayoneta. -Los habíamos hecho humear… , es la frase que sin jactancia asoma a sus labios, cuando recuerdan las circunstancias de haberse encontrado tan cerca del enemigo en los momentos que se les ordenó la retirada. * Pero injusto sería si al mismo tiempo no reconociéramos aquí con el mas grato placer, que en la jornada de Tacna no solo se hizo notar el empuje individual del soldado, sino que jefes y oficiales sin excepción estuvieran a la misma y aun mayor altura que las tropas por lo que respecta a serenidad y valentía. Todos a la cabeza de sus cuerpos, principalmente en las dos divisiones que sostuvieron los mas recio del ataque, animaban con su ejemplo y con su voz a los soldados, y gracias a esta uniformidad en la firmeza y en el indómito coraje – y gracias solo a ello – no se nubló ese día en el cielo de Chile la estrella de sus glorias.

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Así, mientras la primera división se rehacía para atacar de nuevo con fiero empuje, la segunda continuaba batiéndose desesperadamente contra un enemigo sin cesar reforzado con nuevos batallones. El 2º de línea, que durante la acción tuvo 213 bajas entre muertos y heridos, o sea cerca de la mitad de la gente con que entró en combate, sufría en aquellos momentos nuevas pérdidas. El sargento mayor don Abel Garretón era herido levemente, y de mucha gravedad el subteniente abanderado don Tomás Valverde, ayudante del mayor Arrate, lo mismo que los tambores que acompañaban a estos jefes. Al mismo tiempo se distinguían por su arrojo y decisión el sargento 1º de la segunda compañía del primer batallón don Carlos E. Mayorga, y el segundo don Guillermo Roa, que atacaban las trincheras procurando reconquistar el terreno perdido. Los aliados hacían en esos momentos los mayores esfuerzos a fin de pronunciar la derrota en nuestras filas; pero a pesar de sus ventajas nunca se atrevían a ponerse al alcance de las terribles bayonetas de los soldados chilenos. Por el contrario, cada vez que se les quería contener en su avance, los soldados, al toque de calacuerda, calaban bayoneta y cargaban sobre él, sin nunca que dejara esta maniobra de producir el efecto deseado. El Santiago, falto de municiones y de refuerzo, se había visto también obligado a perder algún terreno en los momentos en que una numerosa fuerza enemiga trataba de flanquearlo por el costado izquierdo. Solo le esfuerzo de oficiales y jefes pudo impedir en esos momentos el enemigo continuara avanzando y que el regimiento emprendiera la retirada, siendo entonces cuando el comandante León demostró mayor valentía y arrojo. Recorriendo a cada instante la línea, excitaba de todos modos el valor de sus soldados, que se sostenían a pie firme contra una verdadera avalancha de balas y granadas. Allí, en los momentos que blandía su espada arengándolos, recibió una nueva herida en el brazo izquierdo, que era el que le quedaba sano, y se veía por fin obligado a retirarse momentáneamente del campo, tomando la dirección del regimiento el capitán ayudante señor Orrego. Al día siguiente le cortaban al bravo comandante el brazo derecho en la ambulancia y corría grave riesgo de perder también el izquierdo. Solo en estos últimos días han declarado los médicos que quizás pueda evitarse esta nueva y dolorosa mutilación. El capitán don Marcelino Dinator era también herido de gravedad en el pie y pierna izquierdos por una granada enemiga, en los momentos en que el ayudante don Enrique Terry le comunicaba una orden. Los mismos cascos de la granada mataban en ese momento el caballo al joven ayudante, escapando él milagrosamente ileso. Este teniente don José Domingo Teran recibía también una peligrosa herida en el estómago, y el subteniente don Antonio Cervantes dos nuevas heridas graves, una en el brazo derecho y la otra en una pierna. Eran también heridos; el subteniente don Juan FernadoWaidelle, a quien una bala le fracturaba el muslo derecho; el subteniente don Víctor Bruna, que recibía dos heridas algo graves, una en el pecho y la otra en el brazo; el teniente don Juan Pablo Rojas, gravemente en la pierna derecha, el teniente don Nicanor Gómez Torres, a quien dio en el hombro una bala que le causó una herida grave, quizás mortal; el subteniente don Manuel Benítez una herida grave en una pierna, y los subtenientes don Esteban Ramírez y don Osvaldo Ojeda, que eran heridos de poca gravedad. Lo mismo sucedía al subteniente don Luis Leclerc que era herido levemente en una oreja, pero que no por eso dejó de continuar en primera fila, animando a los soldados.

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* Pero quien merece aquí una especial recomendación es el capitán don Pedro Pablo Toledo, que mandaba la 1ª compañía. Cuando el inmenso número de los enemigos hacía flaquear al resto del batallón, esta compañía permanecía firme en el terreno conquistado, sin dejarse arredrar por los innumerables proyectiles que sobre ella disparaban y que de momento en momento enrarecían sus filas. La compañía del capitán Toledo fue la que mas bajas tuvo entre todas las del Santiago, regimiento que por su parte sufrió mas bajas que todos los otros cuerpos, alcanzando a 308 entre muertos y heridos. La citada compañía perdió más de dos tercios de sus tropas, sin contar tres de sus oficiales gravemente heridos. Este dato parecería verdaderamente increíble si no estuviera confirmado por el siguiente estado demostrativo, que prueba con la mucha elocuencia de los números, hasta qué grado llegó ese día el aguante admirable de nuestros soldados: REGIMIENTO DE LINEA SANTIAGO Primera compañía del segundo batallón. Estado de fuerza que entró en pelea el 26 del presente con demostración de los que no tomaron parte por no estar empleados.

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Fuerza antes del combate 1 1 3 1 6 3 8 8 86 117 No tomaron parte 0 En la banda de música 1 3 4 En el estado mayor de la división 1 2 3 Asistente del cirujano y jefes 1 1 2 Suma de empleados 1 3 1 1 3 9 Combatieron 1 1 3 1 5 0 7 7 83 108 Murieron en el campo 2 1 1 15 19 Fueron heridos 1 2 1 2 4 4 41 55 Suma de bajas 0 1 2 1 4 0 5 5 56 74 Quedan en la compañía 1 0 1 0 2 3 3 3 30 43

Si según la ordenanza <<es acción distinguida a un oficial batir al enemigo con un tercio menor en ataque o retirada >> ¿no merece siquiera la gratitud del pueblo de Chile y las alabanzas de la prensa la gloriosa acción de mantenerse firme en su puesto, combatiendo contra un enemigo inmensamente superior, a pesar de de haber perdido mas de los dos tercios de la tropa? El Atacama, en la extremidad izquierda de nuestra línea continuaba sosteniendo el titánico combate contra todas las fuerzas situadas en esa ala.

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Durante esta prolongada lucha, que para el batallón Atacama una verdadera carnicería, tuvo fuera de combate la mitad justo de la fuerza con que entró en pelea, que ascendieron a 592 . Las bajas del Atacama entre oficiales y soldados muertos o heridos llega a 296, y esta solo cifra basta para demostrar que el batallón copiapino, ha agregado en la jornada del 26 un nuevo lauro inmarcesible a la corona de la gloria. Fuera de los oficiales ya nombrados, eran heridos en esta parte del combate: el capitán don José Miguel Puelma, levemente en un apierna; los tenientes don Washington Cavada, igualmente en un apierna; don Ignacio Toro, tres heridas leves; don Juan Ramos Silva, gravemente en una pierna; don Alejandro Arancibia, levemente en un brazo; los subtenientes Abraham A. Becerra, levemente en una pierna; el de la misma clase don Eugenio Martínez de gravedad, teniendo atravesado el cuerpo, y el practicante don Senen Palacios, que también recibió una grave herida que le atravesó el cuerpo de parte a parte, en los momentos que curaba a uno de los heridos. En general, todos los oficiales de este bizarro cuerpo deberían ser nombrados aquí en medio de los mayores elogios, porque todos, aunque no hayan sido tocados por las balas, las han arrostrado serenos y valerosos durante todo el curso del combate; pero el sargento mayor don Gabriel Alamos, que ahora hacía su estreno en el valiente Atacama, demostró con su conducta que no desmerecían de sus bravos compañeros y que conservaban los mismos bríos que desplegó en Tarapacá. Tanto el mayor Alamos como el capitán don Gregorio Ramírez rivalizaban en su empeño por animar a la tropa a que no desmayase durante el fuego. *

Son ya las doce del día, ¡y al fin! Aparece la 4ª división, compuesta de los regimientos Zapadores y Lautaro y del batallón Cazadores del Desierto, a poyar por la izquierda a la segunda. Estas tropas se colocaron a continuación del batallón Atacama, que había formado hasta ese momento la extremidad izquierda de nuestra línea.

La 4ª división estaba mandada por el coronel Barbosa, que además de los cuerpos mencionados tenía a sus órdenes una división de caballería compuesta del regimiento de Cazadores y el 2º escuadrón de Carabineros, mandados por el mayor don Rafael Vargas.

La vista de este anhelado refuerzo, que dividiría la atención del enemigo, vino a reanimar las ya agotadas fuerzas de los soldados de la segunda división, que haciendo un nuevo y supremo esfuerzo, ocuparon las primitivas posiciones que habían ganado al frente del enemigo. *

La cuarta división que había estado muy alejada del tetro del combate, hizo, como las otras, una terrible marcha para llegar al campo de acción, sobre todo el batallón Cazadores del Desierto que venía haciendo el servicio de descubierta o de guerrillas al frente de los demás cuerpos.

Apenas divisó el enemigo aquel nuevo contingente de tropas que venía a reforzar y ensanchar nuestra línea, rompió sobre él, a unos 1.000 metros de distancia, un terrible fuego de infantería y artillería.

Por fortuna todos ellos empleaban el sistema del orden disperso o guerrilla inglesa introducido en el ejército por el comandante Santa Cruz, de modo que no presentaban a los tiros enemigos el blanco seguro de la formación unida, que habían empleado los otros cuerpos.

De manera que las bajas causadas a estos cuerpos durante el avance no fue tan doloroso como las que había sufrido el resto de las otras divisiones, a pesar que los

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aliados concentraron sobre ellos en los primeros momentos casi todo el fuego de sus ametralladoras, cañones y rifles.

(Concluirá)

EL MERCURIO

(02-05-1880)

Al editor del Mercurio: En cuanto los cuerpos de la cuarta división se encontraron a unos 900 metros de distancia del enemigo, el batallón Cazadores del Desierto replegó sus alas y tomó colocación entre los Zapadores y el Lautaro. Este último regimiento quedó entonces formado a la extrema izquierda de nuestras líneas, y los Zapadores vinieron a encontrarse colocados a continuación del Atacama. La batería de artillería del capitán Fontecilla acompañaba esta división en su primer avance. Quedó colocada a unos 1.500 metros del enemigo y por lo tanto fue la única que prestó servicios eficaces, cañoneando el fuerte aliado y las numerosas fuerzas que había en sus inmediaciones. Esta batería fue también casi la única que tuvo algunas bajas, porque estaba al alcance de los fuegos del enemigo. Se cuentan en ella unos quince a veinte heridos, la mayor parte leves y todos de tropa, aunque tuvo la fortuna de no tener un solo muerto. En estos momentos fue cuando el ala derecha de los aliados, mandada por el contralmirante Montero, hizo los mayores esfuerzos por contener el ímpetu de los nuevos cuerpos que acudían en apoyo de nuestro costado izquierdo. Llamando en su auxilio todos los batallones de la reserva, haciendo sobre los nuestros un fuego tan nutrido como incesante, que causaba terribles bajas en la cuarta división. * Fueron los Zapadores, colocados junto al Atacama, los que mas comprometidos estuvieron, atacando al centro junto con los sacrificados cuerpos de la segunda división. En aquella parte el enemigo ocupaba, como hemos dicho, posiciones ventajosísimas, y estaba mandado por el general boliviano Campero, que hasta el día antes había sido general en jefe del ejército aliado. La mayor parte de las tropas del centro pertenecían también al ejército boliviano, y las ametralladoras, colocadas allí en la misma línea de la infantería – como hubieran debido estarlo las nuestras – eran hábilmente dirigidas contra nuestras filas. En cuanto aparecieron por aquel lado los Zapadores, casi todos los fuegos del enemigo se concentraron sobre ellos, mientras los soldados, que habían agotado sus fuerzas en su largo e inútil rodeo de más de tres leguas, llegaban fatigadísimos, como era consiguiente después de aquella incesante marcha. A pesar de todo, conservaban su perfecta formación en orden disperso, dando muestras del excelente estado de disciplina a que habían llegado bajo la dirección de su jefe, el comandante Santa Cruz.

Este, dando muestra de gran arrojo, recorría a cada instante de a caballo sus filas, alentando a los cansados y hasta deteniéndose para animarlos personalmente. Tras algunos minutos de descanso, los Zapadores dieron un nuevo avance sobre el enemigo, quedando a unos cuatrocientos metros de sus líneas.

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Los zapadores habían ya roto el fuego a unos 700 metros de distancia, con toda la serenidad y buena puntería de un cuerpo veterano y fogueado. * En estos momentos el regimiento entero maniobraba extendido en el orden disperso o guerrilla inglesa, dirigidos personalmente por el comandante Santa Cruz, que ocupaba gallardamente el frente de su línea. En este orden avanzó el regimiento hasta encontrarse a unos cien metros del enemigo, y entonces, recogiendo sus alas, se fue resueltamente sobre las trincheras para tomárselas a la bayoneta. El enemigo parecía reunir en ese momento sus últimos y más desesperados esfuerzos. Concentrando la mayor parte de sus tiros de cañón con granadas y metralla, y los fuegos de sus tiradores de infantería, lanzaba sobre los Zapadores una lluvia de plomo, que en pocos momentos hacía unas cien bajas en el esforzado regimiento. Entre los oficiales eran heridos los subtenientes Poblete y Maldonado, el primero en el brazo derecho de un balazo que se lo atravesó sin fracturarle el hueso, y el segundo en la pierna derecha de muy poca gravedad. Pocos pasos mas adelante caía también el capitán ayudante don Abel Luna, herido gravemente por una bala que entrándole por un hombro le salía por la paleta opuesta. El subteniente don Jacinto Muñoz, era herido también en el muslo derecho por una bala que por fortuna no le ofendía el hueso; el subteniente don Rodolfo Díaz Villar sufría dos heridas en la pierna derecha, y el capitán don Rafael Granifo recibía una contusión causada por una de las cuatro balas que en ese momento le mataban el caballo. * Los Cazadores del Desierto se batían también con igual resolución a la izquierda de los Zapadores, y teniendo por principal objetivo la toma del fuerte en donde se encontraban los cañones y las ametralladoras que disparaban sobre ellos, avanzaban con ímpetu y decisión, procurando estrechar la distancia a fin de atacarlos a la bayoneta. Los Cazadores del Desierto se batían igualmente en el orden disperso que adoptaron los Zapadores; pero desgraciadamente pronto se agotaron sus municiones y durante algún tiempo estuvieron inermes sufriendo el terrible fuego del enemigo. Durante el avance fue herido de alguna gravedad en una pierna el teniente coronel don Hilario Bouquet. El capitán don Jorge Porras era gravemente herido en un muslo; el teniente don Santiago Vargas, en una pierna, habiéndole la bala destrozado el hueso y siendo por lo tanto necesario amputársela, y el subteniente don Eusebio Pérez levemente en un costado. Como la falta de municiones a tan poca distancia del enemigo podía dar ocasión a graves contingencias, el comandante Wood dio orden de calar bayonetas y avanzó intrépidamente con su tropa en dirección a la extrema derecha del fuerte. * El regimiento Lautaro avanzó también en orden disperso hasta encontrarse a unos 600 metros de la extrema derecha del enemigo, que era el punto que se le había designado para el ataque , después de haber dejado a la 1ª y 2º compañías del primer batallón protegiendo la batería de artillería del capitán Fontecilla. El enemigo, que durante la primera hora de la batalla, o sea mientras la 1ª y 2ª divisiones se batían solas contra todas las fuerzas aliadas, había destacado numerosos

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batallones a su derecha del fuerte a fin de envolver el flanco del Atacama, recibió al Lautaro con un vivísimo fuego de fusilería que causó muchas bajas a nuestras filas. Por fortuna, este cuerpo cívico, cuya instrucción y disciplina militar lo hacen competir ventajosamente con muchos de línea, avanzaba según las prescripciones de la táctica moderna, introducida en él gracias principalmente a los esfuerzos de su inteligente mayor don Ramón Carvallo. Ahí la 3ª y la 4ª compañías del primer batallón y la 1ª y 4º del segundo avanzaban al frente del grueso del regimiento, arrastrándose por el suelo y aprovechando oportunamente las sinuosidades del terreno, hasta que a los 600 metros se les unían las compañías restantes y avanzaban al trote sobre el ala derecha del enemigo. Allí rompían un certero y nutrido fuego, que causó terribles destrozos en los batallones peruanos situados fuera del fuerte, los que se vieron obligados a replegarse presurosos hacia él. Mientras tanto los del Lautaro, animados con aquel primer éxito adelantaban por ese mismo lugar sin dejar de hacer vivo fuego, y a poca distancia alistaba sus bayonetas a fin de despejar con ellos el campo de los enemigos. * Casi al mismo tiempo que nuestra ala izquierda recibía el oportuno auxilio que le llevaba la 4ª división, la 3ª que hasta entonces había permanecido a retaguardia de la 1ª y 2ª , avanzaba también en apoyo de nuestra ala derecha y centro. El regimiento de Artillería de Marina tomaba el mismo camino que antes habían seguido los Navales y el Esmeralda, avanzando aceleradamente sobre los aliados. A unos mil metros de las líneas enemigas se encontraban algunos dispersos del Esmeralda y Chillán, que animados con la presencia de la tropa que avanzaba en su auxilio, se rehacía a retaguardia de éste, y en seguida, formados nuevamente en línea, avanzaba a reunirse con el resto de sus compañeros, que continuaban oponiendo heroica resistencia. La marcha de avance de la Artillería de Marina era sostenida con el orden y disciplina, que no podía menos de esperarse de este veterano batallón y de su bizarra oficialidad. Formando una línea tan derecha como una tabla, avanzaba impetuosamente a paso de carga sobre las trincheras, mientras los aliados, abandonando por un instante a los cuerpos de la 1ª división, se concentraban en sus trincheras, alistándose para hacerles frente. Llegados a unos mil metros del enemigo, rompía éste sobre la Artillería de Marina un fuego de fusilería acompañado por sostenidos disparos de ametralladora. Pero los nuestros entonces continuaron su avance al trote y sin romper el fuego, dejando sembrado de muertos y heridos aquella faja de terreno. Pudo entonces notarse que, o debido a la extrema celeridad de la marcha del regimiento chileno o a la torpeza de los tiradores enemigos, que no cambiaban el alza de sus rifles y ametralladoras, los proyectiles pasaban generalmente por alto, encontrándose los nuestros bajo la parábola descrita por ellos. * A 600 metros de las trincheras rompía el regimiento de Artillería de Marina un nutrido fuego en avance sobre los batallones enemigos, compuesto ahora en su mayor parte de las reservas bolivianas. El Naval acompañaba también de nuevo aquel empuje; mientras el Valparaíso que nunca perdió su formación, avanzaba igualmente por la derecha en compañía de los Navales. El Chillán y el Esmeralda, rehechos y en buen orden, avanzaban también por la izquierda de la división, y de nuevo principiaba el enemigo a perder terreno y a enrarecer su fuego, al ver los cuerpos chilenos, sin detenerse un momento ni interrumpir

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sus disparos, adelantaban con ímpetu y con la bayoneta armada a fin de cargar sobre él en sus propios atrincheramientos. Ya podía decirse que en esa ala del enemigo teníamos asegurada la victoria, porque el espíritu de las tropas se había reanimados como por encanto, sobre todo al ver que sus jefes los acompañaban en los mas reñido de la refriega. * Al mismo tiempo que la Artillería de Marina reforzaba tan valerosamente la extremidad de nuestra ala derecha, los dos batallones restantes de la división – el Chacabuco y el Coquimbo – avanzaban aceleradamente en protección del centro y de la izquierda. El Chacabuco, que ocupaba el centro de la división, entre la Artillería de Marina y el Coquimbo, avanzó a colocarse a la derecha del 2º. La marcha de avance del Chacabuco fue más lucida, aunque pudo prestar poco auxilio a aquel valeroso regimiento, que había cobrado nueva fuerza y nuevo empuje al ver entrar en fuego a la 4ª división. El Chacabuco, sin embargo, alcanzó a sufrir por algún tiempo el fuego del enemigo, que le hizo 23 bajas entre muertos y heridos, y por su parte contribuyó eficazmente a la derrota. * El Coquimbo, mientras tanto, había avanzado con la mayor celeridad a reforzar a los valientes del Santiago y del Atacama, que en compañía de los Zapadores sostenía ahora lo más reñido del combate. En pocos minutos salvó la distancia que lo separaba del campo de acción, e inmediatamente atacó con denuedo y bizarría, sin disparar un tiro hasta que se hubo encontrado a unos 200 metros de las trincheras. Una vez a esa distancia, rompió sus fuegos en avance y atacó el centro de la línea enemiga, formada en esos momentos por el batallón Murillo, boliviano, y por el regimiento Canevaro, uno de los mas lucidos y veteranos del ejército peruano, que como todo él estaba formado por antiguos soldados del disciplinado Pichincha. Solo su oficialidad pertenecía a la flor de la juventud limeña, enrolada allí por el prestigio de su millonario jefe. El Coquimbo fue recibido, pues, por una granizada de certeros disparos, que en pocos momentos le hacía numerosas bajas. El primer oficial que caía era el subteniente abanderado don Luis Ansieta, que recibía dos balazos, uno en la pierna y otro en el brazo derecho. Esta última herida le obligaba a entregar el estandarte al subteniente don Juan G. Varas, mientras él continuaba batiéndose valerosamente, a pesar de sus heridas. A los pocos momentos era herido también el subteniente Varas. Una bala le penetraba en la ingle y le imposibilitaba para continuar la marcha, obligándolo a entregar al sargento de la escolta su precioso depósito. *

Pero el enemigo se había ensañado con aquel precioso símbolo, y a pocos momentos caía mortalmente herido el sargento que llevaba la bandera. En suma, durante el combate fue muerta toda la escolta del estandarte, y éste mismo recibió no menos de once balazos, quedando su asta salpicada con la sangre de sus valientes defensores. El estandarte del Coquimbo recibió, pues, un glorioso y verdadero bautismo de sangre y será en lo futuro una valiosa reliquia para la provincia. En medio de lo más reñido del fuego era herido gravemente el comandante Gorostiaga, que hasta entonces, con incomparable denuedo, había marchado en medio del tiroteo. La bala le atravesaba de parte aparte el brazo izquierdo, fracturándole horriblemente el hueso y obligándole a retirarse del combate.

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* Tomó el mando del batallón el sargento mayor don Mariano Pinto Agüero, que, dado a conocer el día antes de la partida de Yaras, había demostrado hasta ese momento, por su serenidad y bravura ser digno jefe de los bravos Coquimbo. Bajo su dirección se continuó impetuosamente el ya principiado ataque sobre el enemigo, que en esos momentos hacía desesperados esfuerzos por poner a raya a nuestras tropas. Ya habían sido heridos: de gravedad el capitán don Federico 2º Cavada, que recibía un balazo que le bandeaba el costado derecho; el teniente don Manuel María Masnatas atravesado por una bala en el hombro y brazo; el subteniente don Caupolicán Iglesias , que recibía una grave herida en el pecho, un poco mas arriba del corazón, el subteniente don Antonio Urquieta en la mano izquierda, y el capitán don Pedro C. Orrego de una pequeña fractura en un brazo. Caía también muerto instantáneamente por una bala el teniente don Clodomiro Varela, ayudante, y escapaba milagrosamente el mayor Pinto, a quien una bala le atravesaba las botas sin herirlo. A pesar de aquellos destrozos, el Coquimbo continuaba su impetuosa marcha ya sobre las mismas trincheras, en donde bandeaban la mano derecha el capitán Francisco Aristía. En esos momentos la compañía de Granaderos armaba sus bayonetas para dar la carga sobre el enemigo; pero éste, que hasta entonces había hecho una obstinada resistencia, emprendía la fuga al ver ante sus ojos aquella arma de guerra, irresistible en manos de los chilenos. El Coquimbo entonces, roto ya el centro de la línea enemiga, se apoderaba de las trincheras e iniciaba así la derrota del ejército aliado. * Para formarse una idea aproximada del empuje irresistible del indómito valor que desplegó allí este bizarro batallón, al mismo tiempo que de la obstinada y valerosa resistencia que le opuso el enemigo, basta saber que a pesar de haber sido uno de los últimos en entrar en pelear, tiene de baja casi la tercera parte de sus efectivos. Contaba el Coquimbo 450 plazas al abrir sus fuegos, y de esta quedaron en el campo no menos de 143 entre muertos y heridos, sin contar con algunos contusos o rasguñados por las balas, que aumentarían la cifra. * Todos, a pesar de aquella terrible carnicería, dieron pruebas de admirable arrojo, alentados por el ejemplo de sus jefes, que marchaban intrépidamente a la cabeza, descollando entre ellos el mayor Pinto, que en los últimos y más difíciles momentos estaba al frente de los asaltantes. Así, no es raro que desde el comandante a los ayudantes tuvieran todos sus caballos muertos durante la acción, y que el hermoso ejemplo de los superiores se comunicase a sus soldados. Uno de éstos, en los momentos de asaltar la trinchera caía en tierra víctima de una bala enemiga que le habría en el pecho mortal herida, reunió su último aliento para gritar con voz estentórea: -<< ¡Adelante rotos del Coquimbo! >> y en seguida expiró. En el lugar de las trincheras que había atacado, se apoderó el Coquimbo de dos cañones, dos ametralladoras y algunas banderas enemigas. *

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Al mismo tiempo que la tercera división desempeñaba tan hermosa misión en la suerte de la batalla, avanzaba al fin nuestra reserva hasta llegar a colocarse a tiro de rifle del enemigo. Era la una de la tarde y en toda nuestra línea asomaba ya el hermoso albor de la victoria. La parte donde en esos últimos momentos había sido mas sostenido el combate, que era el ala derecha del enemigo, principiaba a ser envuelta por los nuestros, y el Atacama, los Zapadores y el Santiago avanzaban ahora con un nuevo ímpetu sobre las trincheras. El Atacama, que había llegado a 50 metros de las trincheras, calaba bayoneta sobre los enemigos situados en su frente y los obligaba a desalojarlas en desorden. En esos momentos caía muerto de un balazo en las sienes, el teniente ayudante don Moisés Antonio Arce, que a caballo acompañaba la carga y que durante el cerco de la batalla había estado a la altura de sus heroicos compañeros. El Santiago avanzaba también mucho terreno, y entre esos bravos se distinguía la compañía del capitán Castillo, que era uno de los mas animosos para cargar, contándose entre los mas avanzados el teniente don Santiago Inojosa, aspirante don Manuel Jiménez, y sobre todo el joven subteniente don Luis Leclerc, que diez pasos adelante de la tropa la exhortaba con sus palabras y su ejemplo, a pesar de hallarse a solo 20 metros del enemigo. * Los Zapadores se batían también con renovado ímpetu mientras el comandante Santa Cruz que hizo ese día verdaderos prodigios de valor recorría acaballo de un extremo a otro de la línea. El enemigo se obstinaba en hacer allí una fuerte resistencia, como que lo ventajoso de la posición que ocupaba la circunstancia de poder desde ese punto flanquearle el fuerte, y la línea de batalla, le hacían concentrar ene se lugar el resto de sus tropas. Muchos habían suplicado ya al comandante Santa Cruz que se apeara del caballo, pues encontrándose a lo sumo a 50 metros del enemigo, a media falda de un plan inclinado, temían que fuera el blanco de sus tiros. Además, ya en esas circunstancias habían muerto algunos oficiales del Zapadores de los que demostraban mayor denuedo por llegar cuanto antes a la cima de la escarpada pendiente. El subteniente Salinas recibía de un golpe tres heridas en el pecho que le causaban una muerte instantánea, y el capitán don Rudecindo Molina moría también por efecto de una granada enemiga que le destrozaba la cabeza. El comandante Santa Cruz daba en esos momentos una última revista a su línea, animando a los cansados y entusiasmando a sus soldados con su valor y sangre fría, cuando, al ver ya coronados sus esfuerzos con la toma de las posiciones enemigas, recibió un mortal balazo en el costado derecho, justo al vientre, que lo echó por tierra exánime. Su regimiento, para vengar la sangre de su comandante coronaba poco después las trincheras del enemigo. A pesar de haber sido los Zapadores uno de los cuerpos que entraron mas tarde en pelea, como todos los de la tercera y cuartas divisiones, tuvo no menos de 130 bajas, de ellos unos 40 muertos y el resto heridos. Esto bastará para dar una idea de lo encarnizado del combate que tuvo que sostener con el enemigo. *

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En estos mismos momentos se adueñaban los Cazadores del Desierto del fuerte que tenía a su frente, y podría decirse que a esa hora, la 1.37 de la tarde, había cesado el terrible combate en toda la enorme extensión de la línea de batalla. La caballería enemiga, que se divisaba protegiendo aquella ala y que podía aún amagarnos, huía vergonzosamente al divisar apenas la polvareda que levantaban los Cazadores y el 2º escuadrón de Carabineros de Yungay, llamados para atacarla. Toda la larga extensión de la primera línea de trincheras se encontraba ya en nuestro poder, y el enemigo, perseguido de cerca, apenas intentaba detenerse en los fosos situados a retaguardia de la primera línea. Solo algunos pequeños grupos aislados detenían de cuando en cuando su carrera, haciendo sobre sus perseguidores inciertos disparos, pero la mayor parte de ellos caían muertos por los nuestros.

Hubo en esos momentos una verdadera caza de hombres. Los campamentos enemigos y los caminos a Tacna quedaron sembrados de cadáveres.

Nuestros soldados solo detenían su victoriosa marcha cuando, al pasar por los campamentos aliados, veían junto a los grupos de tiendas algunos enormes fondos con comida y una hilera de barriles con agua. Recordando que tenían hambre y sed, se aglomeraban allí a fin de refrescar sus secas y terrosas fauces. *

La artillería y la reserva avanzaban entonces apresuradamente, mientras la caballería, en vez de reunirse para atacar al enemigo en su retirada y concluir de desbaratarlo, como lo había indicado y pedido el coronel Vergara, marchaba a retaguardia de la victoriosa infantería, ocupando, relativamente a ésta, la misma colocación que tenía antes del combate.

Mientras tanto el enemigo, bajando a la quebrada por el camino de Tacna, había atravesado la ciudad en dirección a Calana y a Pachìa, en cuyos puntos podía tomar el que, por entre gargantas y despeñaderos, conduce primero a Tarata y después a Candarave y a Moquegua. No todos sus batallones habían abandonado el campo en el desorden en que a última hora los vieron nuestras tropas, sino que con una estrategia muy a la peruana, el generalísimo Montero, conociendo que era inevitable su derrota, al ver el aguante de la 1ª y 2ª divisiones nuestras y los brios con que entraron en combate la 3ª y 4ª, principió hacer que se retirasen algunos cuerpos en cuanto vio a nuestra reserva. Los bolivianos, por su parte, salvaron de la pérdida una batería completa de cañones Krupp de montaña, con lo que a las tres de la tarde atravesaban tranquilamente la ciudad de Tacna camino de Pachìa. *

En toda la extensión de la pampa o altiplanicie en que había tenido lugar la batalla no se divisaba, mientras tanto, un solo fugitivo. Era indudable, por tanto, que la totalidad del ejército aliado había emprendido la fuga en dirección al valle, fuera para encerrarse en al ciudad, fuera para huir en dirección a Arica, fuera para tomar aquí el camino real que conduce al interior pasando por los pueblos de Calana y Pachia.

No había, en efecto, mas vía practicable que esta última para los fugitivos, a no ser que prefiriesen encerrarse en Tacna como en una ratonera, o emprender a pie una marcha de trece leguas por el árido desierto para llegar a la otra ratonera de Arica.

Así, pues, apenas llegadas las tropas chilenas al borde de la pampa, a cuyos pies se alza alegre y galana la hermosa ciudad de Tacna, todos los ojos y los anteojos se dedicaron a recorrer ávidamente calles y sus inmediaciones para ver si se descubrían allí las columnas enemigas, o a lo menos sus huellas.

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Pero la ciudad parecía hallarse completamente desierta, y solo en el borde del frente, formado por una colina blanqueada y arenosa, se divisaban algunos bultos que a la distancia semejaban fugitivos.

Aquellos infelices, si en su desesperación no emprendían una mortífera marcha en dirección a Camarones, tenían necesariamente, o que volver a Tacna, o que dirigirse a Calana y Pachia, ya fuera para huir hacia Tarata, ya para internarse por el camino de la cordillera hacia Bolivia.

Todas las miradas se dirigieron entonces al camino de Pachia, que se veía a nuestros pies y que parecía y era, en efecto, no solo practicable sino excelente. Y examinándole cuidadosamente hasta perderse de vista, se notaba allá a lo lejos una espesa polvareda que indudablemente era el fugitivo enemigo.

Esto, que se veía con solo abrir los ojos y mirar, se notaba aun mucho más claramente con los anteojos, los que parecían descubrir algunas columnas de jinetes cerrando la marcha de los fugitivos.

Desde ese momento todos estaban violentos y nerviosos, esperando recibir por instantes la deseada orden de perseguir a los derrotados. Si por desgracia la opinión común de los que con ojo ávido contemplaban la polvareda resultaba errada, ¿ qué se perdía con reconocerlos?, ¿ qué se ganaba con estar allí con tamaña boca, contemplando los edificios de Tacna? ¿No era, en todo caso, mucho mejor tener la evidencia de que estaba el enemigo encerrado en aquella hermosa jaula, que dominábamos con nuestros cañones y hasta con nuestros rifles?. ¿Y si los que miraban no se engañaban?. ¿Y si aquella polvareda era el enemigo?

Todas estas preguntas y estas reflexiones se hacían nuestros soldados y en especial nuestros jinetes, al mismo tiempo que pasaban los minutos, los cuartos y las horas y todavía no recibían la orden de picar la retaguardia del enemigo. Alineados al borde de la quebrada, de pie junto a sus caballos y sujetándolos de las bridas, todos sufrían entonces un verdadero martirio.

Parece que en el cuartel general se había divisado también la polvareda que atraía en ese momento la mirada de todos. Un periodista francés, para dar mas colorido a esta situación, no dejaría de hacer notar un pequeño detalle que no pasó desapercibido para muchos: el general no tenía anteojos.

Pero fuera como fuera, la polvareda estaba a la vista, y en lugar de mandar a reconocerla, se discutía si sería o no el enemigo, y por fin, a pesar de que el coronel Vergara pedía con instancia que se diese a la caballería la orden de perseguirlo. Se decidió no hacerlo…, hasta después de intimar rendición a la ciudad.

Mientras tanto, la verdad resultó ser que aquella polvareda la formaban los fugitivos, los cuales, mientras en cuartel general discutía si eran galgos o podencos, huían descansadamente y sin ser molestados hacia el camino de Calana o de Pachía, o sea vía de Tarata o de la Paz. *

Respecto de la intimación a la ciudad, he aquí la narración que nos hace uno de los actores de esa parte de la jornada del 26:

<< A las dos y media de la tarde el general en jefe, jefe de estado mayor y muchos otros oficiales de alta graduación, se encontraban en las alturas que dominan a a Tacna. Allí se acordó intimar rendición a la plaza y con tal objeto se dirigieron a la ciudad los señores don José Francisco Vergara, teniente coronel don Arístides Martínez, capitán don Juan Pardo y don Rafael Gana y Cruz.

Una vez a la entrada de la calle se destacó de avanzada un soldado con una gran bandera blanca, el cual fue recibido con una descarga por los defensores de la ciudad.

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Por este motivo regresaron los comisionados al campamento y el jefe de estado mayor dio la orden de principiar el bombardeo de la ciudad.

Entre tanto el coronel Amengual, seguido de una pequeña guerrilla, ya solo distaba unas cuatro cuadras de la entrada a la ciudad , cuando se le presentó un caballero protegido por la Cruz Roja, diciéndole que la ciudad estaba evacuada, y que los cónsules extranjeros se hallaban encargados de ponerse de acuerdo con el jefe de las fuerzas chilenas para salvar al vecindario.

El coronel Amengual comisionó al capitán Flores de artillería y al subteniente Souper de Cazadores para que se acercaran a los cónsules, dando al mismo tiempo su caballo al comisionado de la Cruz Roja.

Efectivamente, los comisionados se pusieron al habla con los cónsules, quienes se ocupaban de extender un acta sobre la entrega de la ciudad, cuando un soldado ebrio disparó a corta distancia sobre Flores un tiro de rifle. Flores y Souper se retiraron de la ciudad, creyéndose víctimas de un lazo.

El coronel Amengual, indignado, dio orden de incendiar Tacna, y él solo, acompañado de don Rafael Gana, tomaba la dirección de la ciudad.

Apenas entraba a la primera calle, cuando se presentaron los señores don Guillermo Hillman Meyer, Larrien y Brockman con el objeto de dar explicación sobre el balazo disparado al capitán Flores, dando al mismo tiempo toda clase de seguridad respecto de que el ejército chileno no sería molestado. También se presentó don Guillermo C. Mac Lean, alcalde Municipal de Tacna.

Los cónsules fueron tratados con dureza por el coronel Amengual, y en cuanto al alcalde, se ordenó su prisión, advirtiendo que al primer disparo que se hiciese sobre algún soldado chileno, serían fusilados.

Felizmente, ningún nuevo percance ocurrió en esta toma de posesión, y el coronel Amengual y su comitiva pudieron comer tranquilamente en el hotel San Carlos. *

Se dio entonces orden a la caballería para bajarse al valle a dar de beber a sus caballos, operación que terminaba a las cinco de la tarde. En seguida subió de nuevo al alto, donde desde esa hora permaneció esperando órdenes; pero hasta las diez de la noche no se decidió perseguir ese día, y nuestros desesperados jinetes desensillaban entonces sus caballos y acampaban allí.

Hasta ese momento habían permanecido listos para la marcha y de pié al lado de sus corceles, a fin de que estuviesen mas descansados para emprender la correteada.

Los distintos cuerpos de infantería bajaban también al valle a saciar su sed en el río y a llenar de agua sus cantimploras, y en seguida regresaban nuevamente a la altura a contemplar desde lejos la ciudad. Hubo algunos cuerpos como el 3º, que hicieron tres veces consecutivas aquel penoso trayecto, lo que por cierto no tenía nada de divertido después de las pasadas noches y faenas de la jornada.

Mientras tanto, el estómago, después de las agitaciones del día, clamaba por un alimento que no había esperanza de conquistar, aunque Tacna se hallaba a nuestros pies. Los equipos y abrigos habían quedado en el campamento de la noche anterior, lo que no servía de ningún consuelo a los vencedores, porque el penetrante frío de esa noche cordillerana y nebulosa los hacía a todos dar diente con diente. La persecución al enemigo, calentando los cuerpos, habría sido hasta una medida higiénica, porque esa noche todo el ejército alojó a pampa rasa, sin mas abrigo que las botas y los quepis. *

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Al día siguiente, computado el total de los prisioneros tomados durante la batalla, vimos que a lo sumo llegarían a cincuenta y eso tomando en consideración algunos que fueron recogidos en el mismo Tacna. De manera que, fuera de los muertos y heridos, podría decirse que el ejército aliado se había retirado intacto después de la derrota.

En fin, a las siete y media de la mañana del 27, es decir, dieciocho horas después de terminada la batalla, salían de Tacna, camino de Calana y Pachía, el segundo escuadrón de Carabineros de Yungay, mandado por el mayor don Rafael Vargas; el regimiento de Cazadores, al mando de su mayor don José Francisco Vergara, y un escuadrón del regimiento de Granaderos a las órdenes de Temístocles Urrutia. El mayor don Rafael Vargas de Carabineros, llevaba el mando de toda la fuerza.

Esta tropa salió reunida de Tacna, llevando de descubierta una mitad de 25 Granaderos mandada por el teniente don Waldo Guzmán.

Al avistar a Calana, lugarejo situado a legua y media al interior de la ciudad de Tacna y en el fondo mismo de la quebrada de este nombre, los Cazadores tomaron la derecha o sea el lado sur del valle, los Granaderos la izquierda y los carabineros el centro.

El mayor Vargas ordenó entonces a los Granaderos que avanzasen hasta colocarse como a una legua al interior de la entrada del pueblo, que estaba completamente desierto.

En una puntilla o cerro bajo, de aspecto arenoso y situado al norte de la población, estaba oculta la retaguardia del enemigo entre el bosque del río, los paredones de las fincas y algunas casas de adobe que le servían de trinchera.

Dejó pasar a los Granaderos, que no sospechaban que los fugitivos pudieran hallarse tan cercanos, y en seguida rompieron por la retaguardia de éstos un fuego incesante y nutrido.

Marcharon entonces los Carabineros en protección de los Granaderos, que, no habiendo otro camino practicable, tuvieron que retirarse por la misma falda del cerro ocupado por el enemigo, desfilando por el frente de éste.

Fue una casualidad increíble, que confirma la mala opinión que se tenía de las punterías peruanas, la que durante aquel largo tiroteo no tuvieron los nuestros una sola baja, circunstancia que debe tenerse muy presente cuando se trate de computar nuestras bajas del día 26. *

Viendo lo inexpugnable que para nuestra caballería era el lugar que había elegido el enemigo para su defensa, el mayor Vargas despachó a Tacna un mensajero llevando al general la noticia de lo que pasaba y agregándole que, según las declaraciones contestes de muchos dispersos tomados - entre ellos algunos oficiales – y algunos vecinos que quedaban en Calana y habían visto pasar las tropas aliadas, había en Pachía 5.000 hombres a las órdenes de Campero, Albarracín y Montero y en la avanzada o retaguardia enemiga que estaba a la vista, no menos de 1.500 a 2.000 hombres, todos peruanos.

Los mismos prisioneros agregaban que Campero estaba sostenido por los cuatro cañones de montaña Krupp, que retiró del campo de batalla y que muchas tropas bolivianas se concentraban en San Francisco, a la entrada de la cordillera.

Mientras regresaba el propio y se daba pienso a los caballos en los alfalfales cercanos, los soldados de caballería recorrían los maizales, arboledas y fincas circunvecinas, apoderándose de algunos fugitivos que, temiendo caer en manos de los nuestros como de los aliados, se ocultaban de día en los parajes mas retirados y salían

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de noche a cometer depredaciones. Se mandó a Tacna una primera partida de 84 de estos prisioneros; en seguida otra de 70, y por fin algunos más hasta completar el número de 180.

El mayor Vargas, jefe de la expedición, esperaba por momentos el refuerzo de artillería de montaña y de infantería que no podría menos de venirle; pero habiendo llegado las cuatro de la tarde y teniendo orden de regresar a Tacna ese mismo día, emprendió su marcha de regreso a la ciudad, adonde llegaba a las siete de la noche.

El enemigo quedaba entonces libre de toda incomodidad y en situación de continuar tranquilamente la retirada. * Solo a las doce del día siguiente, 28, salía de Tacna una pesada división compuesta de toda la caballería, los cuerpos que habían formado la reserva, o sea el Buin, el 3º, el 4º y el Bulnes, y - ¡peregrina idea! – cuatro baterías de campaña y una de montaña. Esta división no iba a las órdenes del coronel Muñoz, jefe de la reserva, sino del coronel Pedro Lagos, ayudante mayor del general. Aunque marchábamos en compañía de la descubierta de la división, formada por el segundo escuadrón de Carabineros de Yungay, mandada por el mayor Vargas, en la marcha desde Tacna a Calana, o sea legua y media de distancia, empleamos todo el santo día, habiendo tenido ocasión de echar tres o cuatro siestas en las quintas y arboledas de aquel pintoresco lugar. Esa noche alojaba la división en Calana, y a las seis de la mañana del día siguiente, 29, salíamos de allí en dirección a Pachía, otro pueblecillo situado en el mismo valle, a legua y media de Calana o sea a tres de Tacna. Después de permanecer en Pachía algunas horas y de saber que el enemigo, naturalmente, ya no se encontraba allí, habiéndose llevado los cañones, fueron destacados hacia el interior el escuadrón número 2 de Carabineros, al mando del mayor don Rafael Vargas, y un escuadrón del regimiento Granaderos, a cuya cabeza se puso el comandante Yavar. * Un poco mas al interior de Pachía, al llegar al lugarejo o tambo denominado San Francisco, se pierde el valle de Tacna en dos profundas y agrestes quebradas y principian las serranías destacadas desde la cadena misma de los Andes. La quebrada del norte o de nuestra izquierda toma el nombre de Calientes y va a rematar a un lugarejo miserable conocido con este nombre y enclavado entre elevadas y escabrosas cumbres. La de la derecha, a cuya entrada se levanta el caserío de San Francisco, es el camino real que conduce a Bolivia, y a la entrada se divisaban sobre nuestras cabezas los empinados picos de Tacora, cubiertos de eterna nieve. Los Carabineros, al llegar a la bifurcación de las dos sendas, tomaron la que conducía a San Francisco y camino de Bolivia, y los Granaderos la que llevaba a Calientes. El comandante Yavar no encontró en su excursión un solo enemigo, a pesar de que, tras las penalidades consiguientes a la aspereza de los caminos, llegó hasta el pueblo mismo, completamente desierto de habitantes. Solo supo por algunos cholos y cholas fugitivos, que los peruanos habían tomado el camino de Tarata vía de Moquegua y de Arequipa, para lo cual parecía haberse dado una orden. *

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Los carabineros llegaban a la vista de San Francisco, en la boca de la quebrada, y el mayor Vargas ordenaba que avanzase como descubierta una mitad de carabineros, a la orden del alférez Sotomayor. El teniente de caballería don José Manuel Ortúzar, muy conocedor de aquellos lugares, acompañaba como baqueano la avanzada. Esta se adelantaba unos mil metros al resto del escuadrón, y emprendía aceleradamente la marcha en dirección al lugarejo. Media hora mas tarde y cuando la mitad del alférez Sotomayor se encontraba a tiro de rifle de los escarpados cerros del frente, se sintió el estampido de una descarga y en seguida un nutrido fuego de fusilería. Una numerosa descubierta enemiga, parapetada en una ancha loma situada a nuestra izquierda y que forma la base de las serranías de oriente, había roto sus tiros contra los nuestros, a una distancia a que no podían alcanzar nuestras carabinas. El mayor Vargas adelantó apresuradamente con el resto de su escuadrón a fin de proteger la mitad del alférez Sotomayor y enseguida destacó a la compañía del capitán Lermanda a fin de que, ocupando las alturas de la derecha del camino, trepase por las empinadas pendientes hasta donde pudieran hacerlo los caballos, y enseguida, echando pié a tierra, continuase la ascensión hasta procurar envolver al enemigo. El teniente Teran era despachado al mismo tiempo por la izquierda a fin de que practicase la misma operación, y el resto del escuadrón avanzaba de frente hacia la entrada del barranco. El enemigo huyó entonces de las posiciones que ocupaba, y en número como de cien hombres se internó por ásperas cuchillas. Los Carabineros se apoderaron entonces de la aldehuela de San Francisco, en uno de cuyos ranchos se encontró a un herido peruano y algunos pobladores, los cuales el dieron la noticia de que unos 3.000 hombres del ejército boliviano se encontraban en el punto denominado La Portada, en el riñón, y que el día antes habían bajado a llevarse cuatro cañones que dejaron en San Francisco. La Portada, según se supo por los conocedores, era un lugar fortísimo, una especie de plazoleta situada en una eminencia de difícil acceso, y al mismo tiempo abundante de recursos como que es una especie de bodega central en donde se deposita toda la carga que viene de Bolivia y también la que se interna a esta república, a fin de repartirla desde allí por diversos caminos que parten a Oruro, Corocoro, La Paz y otros puntos. Sin embargo, con la esperanza de capturar a los fugitivos que había a la vista, el mayor Vargas continuó la marcha en dirección a Lluta, cuatro leguas al interior de San Francisco, en donde esperaba que podría encontrar a los cañones. Se continuó, en efecto, la marcha por el camino llamado de La Paz, bordeando una caprichosa quebrada, en cuyo fondo serpentea un cristalino arroyo. El camino, ancho y limpio, pero muy fatigoso a causa de su mucha pendiente, se ve sembrado de osamentas de bestias, y sus dos flancos están encajonados entre ásperos picos que lo dominan por completo. El mayor Vargas llegó, sin embargo, hasta las cercanías de Lluta. Pero como por las noticias comunicadas por un tamborcillo del 5º de Lima, tomado en su excursión por el teniente Terán, se sabía que los cañones seguían camino de la Portada, y como además se había perdido ya de vista la avanzada que hizo fuego sobre los nuestros, se consideró prudente regresar a Pachía, adonde llegábamos en la tarde del mismo día, juntándonos con el resto de la división, que no se había movido de allí. * Durante nuestra ausencia de Pachía, los soldados de infantería, registrando los maizales y arboledas, y guiados por los mismos vecinos peruanos de la localidad,

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habían tomado prisioneros unos cien desertores del enemigo que estaban ocultos en las inmediaciones. Era notable, sin embargo, la circunstancia de que durante toda nuestra excursión no encontramos en el trayecto un solo rifle, lo que manifestaba que los fugitivos habían conservado sus armas durante la fuga. Solo en San Francisco se encontraron unos tres o cuatro cajones de cápsulas que aún no habían sido abiertas, con la circunstancia agravante de que los Granaderos habían capturado cerca de Calientes, a un oficial peruano que a pesar de ir con traje de paisano y de haber estado hasta el día antes oculto en Tacna sin que nadie lo molestara, se dirigía en esos momentos a Tarata, para reunirse con su batallón. La división expedicionaria alojaba esa noche en Pachía, y al día siguiente, domingo 30, emprendía la marcha de regreso a Tacna con el mismo despacio que había traído, pues esa noche alojaba en Pocollai, lugarejo situado en los arrabales de esta ciudad. El resultado de la expedición se limitaba a la captura del oficial que hemos mencionado, a tres soldados tomados por el teniente Terán, y a los dispersos cazados por los infantes en Pachía. Al día siguiente, 31, entraba a Tacna la división, al mismo tiempo que los Granaderos eran despachados al antiguo campamento de Yaras a fin de que fueran a custodiar los víveres y bagajes que allí quedaban. El número de prisioneros tomados hasta ese día al enemigo, después de aquella sangrienta batalla y de aquella brillante victoria, se podía contar con los dedos; 180 por el mayor Vargas en una excursión del día siguiente; 100 en la del 28, y algunos otros 50 descubiertos en el mismo Tacna hasta el día de nuestra partida a Arica. Todo eso formaba un total de 380 enemigos, sin contar los heridos encontrados en las ambulancias peruanas y bolivianas. * He aquí mientras tanto la lista oficial de los jefes y oficiales prisioneros el 2 por la tarde, que alcanzan como se verá a un total de 55, entre ellos algunos empleados paisanos; << Relación de los señores jefes y oficiales que se encuentran prisioneros hoy día de la fecha. Coronel don Alejandro Sarco, edecán del señor Campero, primer ayudante del estado mayor boliviano. Coronel Gavino Morgado, primer ayudante del estado mayor peruano. Coronel José Avila, ayudante del estado mayor de la primera división, boliviano. Coronel Nicanor Bacco, boliviano. Coronel Coraino Balza, comisario del ejército, boliviano Teniente coronel don Julio S. Carrrillo, regimiento Libres del Sur, boliviano. Id. Manuel S. Latorre, infantería, peruano. Id, José Quintín Ruiz, batallón Chorolqui, boliviano. Id. Manuel Ponce de León, batallón 5º de línea, peruano. Sargento mayor don Exequiel de Aldunate, regimiento artillería, boliviano Id. Felipe Candiote, batallón Arequipa, peruano. Id. Martín Murga y Castillo, batallón Huáscar, peruano. Capitán José S. Solares, ayudante del coronel Camacho, boliviano. Capitán Francisco Paja y Salas, ayudante del estado mayor general peruano. Id. Bernardino Zavala,batallón Arica número 27, id. Id. Enrique de la Torre, escuadrón Húsares, boliviano.

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Id. Manuel A. Salazar, regimiento Húsares de Junín, peruano. Id. Manuel A. Ollonguera , batallón Pisagua número 9, id. Id. Belisario Frías, regimiento Artillería, boliviano. Id. Hilarión Alvarez, batallón 5º de línea, id. Id. graduado Rafael Saenz, Provisional Lima, peruano. Id. Manuel S. Morales, regimiento Libres del Sur. Boliviano. Id. Manuel J. García, batallón Lima número 11, peruano. Teniente Mariano S. Salas, batallón Arica número 27, id. Id. Abel Bergan, Jendarmes de Tacna, id. Id. Antonio Rodríguez, batallón Aroma, boliviano. Id. 1º Marcos Soruco, regimiento Vanguardia de Cochabamba, id. Id. Id. Felipe Gárate, batallón Arequipa número 17, peruano. Id. Id. Pedro P. Tapia, batallón 5º de línea, id. Id. Id, José M. Osorio, id. Arica número 27, id. Subteniente Luis González, regimiento Libres del Sur, boliviano. Id. Leoncio Zavaleta, batallón Ayacucho número 3, peruano. Id. Enrique Joning, Gendarmes de Tacna de Lima, id. Id. Carlos Courroy, batallón Provisional de línea número 1, id. Id. Amadeo González, regimiento Murillo, boliviano. Id. José María Cabezas, regimiento Artillería, id. Id. Daniel Vera, regimiento Murillo, id. Id. Manuel F. Hurtado, batallón Ayacucho número 3, peruano. Id. Nicanor Jordan, batallón Aroma, boliviano. Id. Julián A. López, batallón Tarija, id. Id. Melitón Layeres, regimiento Libres del Sur, id. Id. Faustín Velasco, regimiento Cuzco número13, peruano. Id. Francisco Espinoza, empleado en la secretaría del general en jefe, boliviano. Id. Alejandro Ríos, batallón 5º de línea, boliviano. Id. Nicanor Camacho, regimiento Murillo, boliviano. Id. Luis Medrono, regimiento Misti, peruano. Alférez Luis Zenteno, regimiento Artillería, peruano. Id. Daniel Alfaro, ayudante de la comandancia, tercera división, id. Ayudante Eduardo Montes, peruano. Paisano Jorge Olmes, boliviano. Id. José Manzanares, secretario del general Montero, peruano. Id. Manuel B. Sañado, oficial del secretario del general Montero, id. Id. José Santana, oficial de la caja fiscal, id. Subteniente José Pedro Pérez, batallón Aroma, boliviano. Tacna, 2 de Junio de 1880 Otto Moltke A estos nombres agregaremos los del general Acosta, boliviano, jefe de la quinta división, descubierto en Tacna esa noche por el comandante Bascuñán; el del coronel don Exequiel de la Peña, capturado también en la misma ciudad, y del coronel Murgia, jefe de los Colorados, que se presentó voluntariamente el 30 en cumplimiento de la palabra empeñada al soldado de los Navales. *

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El número de nuestras bajas se ha podido averiguar hasta la fecha de una manera indudable es el que arroja el siguiente estado: 1ª División Muertos Heridos Contusos Total Navales 45 104 4 153 Valparaíso 28 74 - 102 Esmeralda 68 170 - 238 Chillán 25 83 - 108 2ª División 2º línea 34 199 - 233 Santiago 82 236 - 318 Atacama 83 213 - 296 3ª División Artillería de Marina 10 15 - 25 Chacabuco 9 14 - 23 Coquimbo 25 118 - 143 4ª División Zapadores 33 113 - 146 Lautaro 26 58 22 106 Cazadores del Desierto 5 39 - 44 Reserva Buin - 5 - 5 3º - 4 - 4 4º - 6 - 6 Bulnes - 2 - 2 Cuerpos Sueltos Regimiento de Granaderos 10 24 - 34 2º Escuadrón Carabineros 0 1 - 1 Pontoneros 9 14 - 23 Artillería 0 17 - 17 Total 492 1509 26 2027 El total de nuestras bajas asciende, pues, según el cómputo anterior a 2027 entre muertos, heridos y contusos; pero si a esta cifra se agregan muchos heridos leves que continúan en los campamentos haciendo su servicio, no sería exagerado elevar esta cifra a 2.500 en números redondos. De este total, las bajas de oficiales son 25 muertos y 36 heridos. * Las pérdidas del enemigo podían solo valorizarse visitando el campo de batalla, convertido después de ésta en un verdadero campo santo.

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Se horrorizaba el alma al contemplar los humanos despojos sembrados por el suelo en aquella inmensa extensión, y el espíritu atribulado se detenía a imaginar los dolores y las lágrimas que aquellas pérdidas debían causar en los desiertos hogares. En el ala izquierda del enemigo, o sea el sitio que al principio de la acción ocupaban los famosos Colorados, vimos algunos cadáveres de oficiales de este brillante cuerpo, que atrajeron nuestra curiosidad por su varonil contextura y hermosa fisonomía. Uno sobre todo, alto, blanco y peli-negro, que tenía un noble aire de gentil hombre italiano, nos llamó particularmente la atención. Ostentaba en medio del pecho una herida de rifle, y ésta, antes de atravesárselo había perforado un hermosos escapulario del Corazón de Jesús, cosido a la levita por alguna pulida mano, pues a su pié tenía bordado en elegantes letras de mostacilla la palabra <<Recuerdo.>> Otros de los muertos, sobre todo entre los soldados de los batallones peruanos, tenían una abundante expresión de bondad y de inocencia en el rostro, como que serían quizás infelices serranos o pobres cholos reclutados a la fuerza como voluntarios.>> En general los soldados bolivianos <<habían muerto bien>>, es decir, en actitud de guerreros valientes y esforzados. Tirados de espalda, la mayoría con heridas en el pecho y en la cabeza, tenía en el rostro expresión serena, casi impasible, que manifestaba sus excelentes dotes para batirse a pié firme o defendiendo trincheras. Los nuestros, esparcidos principalmente en la subida loma, y muchos a pocos pasos de las trincheras enemigas, tenían una expresión de fiero ímpetu en el rostro, y al morir parece que hubieran querido continuar avanzando sobre el enemigo, porque caían de bruces y en actitud de marcha. Sus rostros tostados, abiertos y varoniles, hacían marcado contraste con la timidez retratada en la actitud de los débiles peruanos, y con la inmóvil resistencia de los soldados de Bolivia. * En diversas partes de la línea de batalla nos detuvimos a contar los cadáveres de uno y otro bando que en ocasiones estaban casi confundidos. En algunas trincheras había verdaderos montones de enemigos, sobre todo en las inmediaciones del fuerte. Nuestra opinión concienzuda fue la de que había más de dos cadáveres aliados por cada uno de los chilenos, de modo que ascendiendo a 500 en números redondos nuestros muertos, calculamos que no habría menos de 1.100 de enemigos. Esta opinión la vimos después confirmada por diversos y fundados pareceres, y así, computando en 3.000 las pérdidas efectivas de los aliados hasta el día de nuestra salida de Tacna, descompuestas en esta forma: Muertos 1.100 Heridos 1.500 Prisioneros 400 ______ 3.000 Todavía visitando el campo el 1º del corriente encontramos algunos cadáveres insepultos. El aire que allí se respiraba era a veces inaguantable, y contribuía a envenenarlo los cuerpos de no menos de 300 caballos que yacían muertos en toda la extensión de la línea. Los cadáveres de los combatientes estaban sepultados en pequeños montículos de tierra, y en algunos habían abierto los gases una especie de tubo para escapar. Los que encontraron la muerte en las trincheras fueron inhumados allí, echándoles encima la tierra de los parapetos. Toda la pampa presentaba el dudoso aspecto de un cementerio, y

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hasta se veían algunas aves de rapiña revoloteando sobre los cuerpos, como para dar a aquel dudoso campo todo el aspecto de una fúnebre leyenda. No solo los nuestros, por desgracia, quedaron allí abandonados. Nuestros heridos lo estuvieron también durante un día entero, y algunos no habían sido recogidos aun al día siguiente de la batalla. Ya el 27, recorriendo algunos el campo, encontraban en una hondonada un lastimero grupo de dos soldados que desde la mañana del día anterior, estaban allí desamparados. Aquellos infelices, que no habían podido el día de la batalla aplacar la sed que ya los devoraba, habían sufrido los mas horribles tormentos, con la falta del indispensable líquido, agravado ahora por al fiebre de una herida. Uno de ellos, no pudiendo resistir sus dolencias, había fallecido, y el otro tenía a su lado lleno de orines la taza de una cantimplora, y con ella engañaba sus padecimientos … * Nuestras ambulancias brillaron por su ausencia durante el combate, y en nuestra ala derecha y centro no las había absolutamente, según pudimos constatarlo al encontrar herido al capitán Guillermo Carvallo de los Navales. Después de hacerle don Víctor Castro la primera cura, nos echamos en busca de una ambulancia para llevar a ella al simpático joven. Pero a pesar de haber recorrido una gran extensión, no divisamos más Cruz Roja que una que se alzaba entre un grupo de jinetes que parecían presenciar el combate. Tomamos lenguas, y todos los que interrogamos estaban acordes que en el campo no habían ambulancias. Condujimos, pues, a Carvallo junto aun pequeño carretón, a cuya sombra, huyendo del sofocante calor del día, se había refugiado el mayor Coke y el teniente Arístides Pinto, heridos del Esmeralda. Allí pasaba Carvallo todo el día sin auxilio alguno, y todavía llegando la noche, quedaba tirado en la helada pampa. Es verdad que en nuestra ala izquierda prestaban valiosos servicios los doctores Allende y Gatica, extrayendo balas a los heridos; es verdad que vimos también al doctor Körner curando heridos en los momentos mismos del combate; pero estas excepciones personales, lo mismo que algunos cirujanos de cuerpo, no alcanzaban a disculpar el malísimo servicio que prestaron ese día las ambulancias chilenas. Por fortuna, el estado mayor tomó después de la batalla la medida de destinar algunos piquetes de tropas a recoger los heridos del campo. A no ser por esta circunstancia, la mayor parte de ellos habría perecido sin amparo, a pesar de los crecidos presupuestos y del numeroso personal de nuestras ambulancias. Los aliados, por el contrario, estuvieron a la altura de su humanitaria misión, y la desempeñaron con amor y valentía. Al atravesar las líneas enemigas nos sorprendió no encontrar en nuestro trayecto un solo herido, y principiamos a temer que hubiera habido algún horrible <<repase.>> Pero luego, encontrando a un ambulante peruano, supimos por él que en los hospitales de sangre de Tacna, es decir, a dos leguas y media del sinuoso camino, había no menos de 1.200 heridos peruanos y bolivianos, recogidos del campo de batalla en medio del silbido de nuestras balas. *

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El 31 se comunicaba a los distintos cuerpos en la orden general del día siguiente: PROCLAMA DEL SEÑOR GENERAL EN JEFE El señor general en jefe del ejército con fecha de hoy dice lo siguiente: Aprovecho el momento que me dejan libre las múltiples atenciones que me ha impuesto en los últimos días el servicio de nuestros heridos y los deberes que surgen de la ocupación de un pueblo enemigo, para enviar mis entusiastas felicitaciones a los señores comandantes en jefe de divisiones, jefes de cuerpos, oficiales, clases y soldados del ejército que estuvieron el glorioso combate del 26.

Sabía de antemano que cuando se trata de defender el honor y los derechos de la patria, los jefes y soldados del ejército no hallan ninguna empresa superior a sus esfuerzos.

Lo probaron en la guerra legendaria de nuestra independencia y lo atestigua el mismo territorio que hoy ocupan nuestras armas victoriosas. Ahora me complazco en declarar que son los herederos de nuestros héroes y muy dignos de figurar a su lado. He sido testigo del arrojo e impetuosidad con que fueron asaltadas las fortificaciones que ocupaba en el alto de Tacna el ejército enemigo, y puedo certificar que si los soldados hicieron prodigios de valor, los jefes les daban el ejemplo.

Gracias a esa uniformidad y armonía de voluntades en el esfuerzo y en el sacrificio, nuestra victoria ha sido completa y ha quedado consumada la obra de reparación que nos tenía encomendada el país.

Cuenten, pues, los que murieron en el puesto del deber, con la bendición de la patria, que sabrá ser agradecida, y los que tuvieron la suerte de sobrevivir al triunfo, con los aplausos y las consideraciones que merece el deber cumplido noble y heroicamente.

EL GENERAL EN JEFE

* El material de guerra tomado al enemigo y que ha entrado al parque hasta la fecha de nuestra correspondencia, es el siguiente: 4 cañones Krupp 1 cureña 3 varas id. 4.600 granadas 19 odres 1 barril pólvora Krupp para granadas 3 cajones espoletas 1 id. estopines 75 cajones municiones para cañones 6 obsturadores 1 caja atacadores 2 cañones Blakely de 12 libras 4 id. de 4 id. 5 cajones de municiones para id. 1 ametralladora de 2 cañones 5 id. Gattling 2 cureñas de repuesto para cañón inglés 2 cajones de piezas (al parecer Whithworth )

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2.500 fusiles de distintos sistemas 78 cajones de municiones rifle Peabody 320 Id. Id. Id. Remington 38 id. id, Peabody 27 id id id Chassepot 202 id id id Comblain 1 id id id Evans 2 id id id Suider 3 id id id Chassepot antiguo 3 id balas Minie 160.000 fulminantes 75 mochilas 32 lanzas de caballería 14 cajones aguarrás 68 cajones correaje de pechería y espaldas 70 cajones corazas de bronce 170 pares de botines Además, una gran cantidad de cebada, forraje, maíz, barriles, etc. * Al día siguiente de la batalla, a pesar de los asiduos cuidados de los amigos y de la atención de los doctores, fallecía el comandante de Zapadores don Ricardo Santa Cruz, no en medio de los dolores que podía suponerse causara su cruel herida, sino sereno y tranquilo, como cuando el día antes afrontaba las balas del enemigo. Sus últimas palabras y sus últimos recuerdos eran para el hermosos regimiento de Zapadores, a cuya disciplina y brillante pié había consagrado una gran parte de su vida. Se interesaba por la suerte futura del regimiento, conociendo su próximo fin, como padre por la suerte de sus hijos. Todas sus bellas dotes personales se ponían de relieve en estos últimos momentos como para hacer más sensible su fallecimiento, y poco después se extinguía dulcemente su vida. Sus numerosos amigos del ejército, que habían podido apreciar sus bellas dotes, han lamentado profundamente sus pérdidas. El comandante Santa Cruz era una esperanza que principiaba ya a ser una realidad, y que manifestaba marcado de llegar a latos destinos. Como instructor era inapreciable, con la circunstancia de que ilustrado y estudioso, consultaba y leía las obras militares modernas a fin de introducir acertadas reformas en nuestro ejército. Los militares que lo conocían apreciaban sobre todo su bondadoso carácter y su clara inteligencia, y creen que la muerte del comandante Santa Cruz abre en las filas de nuestros jefes una brecha irreparable. Sus restos, embalsamado mediante el celo de sus amigos, fueron encerrados en un ataúd y llegarán pronto a Valparaíso, para ser entregados a su familia. * La muerte del comandante de Zapadores fue, sin embargo, cruelmente vengada por nuestros soldados, como puede verse por la siguiente lista de los jefes y oficiales aliados de que se tiene conocimiento hasta la fecha: Muertos Coronel don Jacinto Mendoza, jefe de la cuarta división Coronel Cáceres, primer jefe del Zepita número 1

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Coronel Luna, primer jefe de los Cazadores del Misti Coronel Barriga, primer jefe del batallón peruano Huáscar Coronel Fajardo, jefe del 5º de línea Coronel Losa, primer jefe del 2ª Zepita Coronel Julio Mac Lean, del Arica número 27 General don Juan José Pérez, jefe del estado mayor del ejército aliado. Heridos Coronel don Belisario Suárez, jefe de la tercera división y antiguo jefe de estado mayor del ejército de Buendía. (Sigue lista de más de 70 oficiales aliados) * El término medio de disparos de cuerpos que tomaron parte en la batalla varía entre 80 y 100, siendo de advertir que la mayor parte de ellos agotaron sus municiones. El término medio general de disparos, según los distintos estados que tenemos a la vista, lo calculamos en 100 por cabeza. En la artillería, la sola batería del capitán Fontecilla hizo 260 disparos con cuatro cañones Krupp de montaña y uno de fierro. En las restantes, el número de tiros varía por término entre 20, 30, 40 y 50, siendo la batería del capitán Flores y Villarreal las que mayor número dispararon después de aquella. Según los estados que tenemos a la vista, la del primero hizo unos 20 disparos por pieza, y la del segundo 33. El número total de disparos hechos por nuestros cañones durante toda la jornada no excede, pues, de 550 a 600, contando entre ellos los 10 que la batería del capitán Villarroel hizo sobre la población y los que se dispararon contra los lejanos grupos de fugitivos que se divisaban al frente. * No desempeñó, pues, la artillería en la batalla del 26 el importante papel a que estaba llamada y que el buen sentido del ejército entero le había designado desde la partida de Yaras. Allí todos, con ese acertado criterio que nace del roce y discusión de las ideas entre hombres que solo piensan en los medios de dar buenos y decisivos golpes al enemigo, creían que nuestra numerosa y bien servida artillería iba a ser el principal elemento que emplearíamos para botar al enemigo en su atrincheramiento.

A la salida del ejército, nadie dudaba en Yaras de que un prolongadísimo cañoneo desbarataría los atrincheramientos enemigos hasta obligar a sus defensores a emprender la fuga o atacar nuestras líneas. Si sucedía lo primero, nuestra caballería, compacta y unida, debía seguir inmediatamente al enemigo hasta dispersarlo por completo; se hacían alegres cálculos sobre la cifra de prisioneros que no bajaría de 5 a 6.000 hombres, y hasta se les daba colocación en las faenas agrícolas o hasta en las obras públicas de nuestro país. Solo en el caso de que los aliados, abandonando sus trincheras, cargasen sobre nuestra infantería, se daba un papel a ésta; pero ese caso se consideraba remotísimo, y el sentir general era que nuestros lucidos regimientos y batallones no tendrían más tarea que proteger las piezas. Los infantes estaban humillados, y con compungidos rostro se contentaban así propios diciendo: << En otra será la nuestra >> mientras, jinetes y artilleros se pavoneaban con la gloriosa faena que les esperaba.

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Después del combate cambiaba el aspecto de las cosas. Eran los jinetes y los artilleros los que se manifestaban como avergonzados con el pequeño papel que habían desempeñado en la jornada. Y a fin de prevenir las objeciones, demostrando al mismo tiempo la escrupulosidad con que recogemos nuestras informaciones, copiamos íntegros en seguida algunos párrafos de uno de los estados impresos que en cada regimiento, batallón, escuadrón, brigada y compañía de nuestro ejército encomendamos a nuestros amigos antes de la batalla del 26, y que se refiere a la artillería, advirtiendo que hemos elegido la batería que rompió antes que las otras los fuegos sobre el enemigo: OFICIALES DE LA BATERIA J. Joaquín Flores, capitán.

Santiago Faz, teniente Armando Díaz, alférez Eduardo Sánchez, id. Laurean L. de Guevara, id. ----- A las 10 A. M., hora en que principió el ataque, esta batería compuesta de cuatro cañones Krupp de campaña y dos ametralladores Gattling, recibió la orden de avanzar por el frente de las posiciones del enemigo, hasta una distancia de 3.500 metros, siendo la primera en romper sus fuegos sobre la artillería enemiga, colocada en la cima de la loma que domina el campo de batalla (Esta posición estaba al alcance de los cañones peruanos). Después de pocos pero certeros disparos, dirigidos especialmente a la artillería, suspendía sus fuegos por orden del mayor don José de la Cruz Salvo, para tomar posiciones a la izquierda del enemigo, ocupando al efecto una pequeña eminencia situada a 3.100 metros distante de las del enemigo. Desde aquí, y en unión de la batería del capitán Villarreal, apagó los fuegos de la artillería peruana, abriendo así campo a nuestra infantería, que emprendió inmediatamente el ataque. En seguida dirigió sus tiros sobre la infantería peruana que avanzó en rechazo de la nuestra, protegiendo a esta última con excelente puntería; también hizo varios disparos sobre el reducto de artillería colocada a la derecha del enemigo. Habiendo ocupado ya nuestra infantería las primeras posiciones del enemigo, esta batería avanzó por el ala derecha, llegando a la cima de la loma, cuando ya derrotado el enemigo, bajaba de las alturas a replegarse al centro de la línea de batalla, batida en toda su extensión por nuestras tropas , y después de trabajos y esfuerzos innumerables para arrastrar las piezas por un terreno arenoso y lleno de ondulaciones, que cansó completamente la caballada y puso aprueba la energía y constancia de los oficiales y tropa. DISTANCIA A QUE SE COMBATIO Al Principio de la acción, 3.500 metros En medio de la acción, 3.900 id. Al fin 3.900 id. La menor distancia a que se estuvo del enemigo durante todo el curso del combate fue de 3.500 metros. La mayor distancia, 3.900

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Término medio de disparos, 20 por pieza. Tiempo que duró la compañía en combate activo 1 hora 30 minutos. Se batió con el centro del ala izquierda y parte del ala derecha del enemigo. Respecto de los datos anteriores, sin hacer alto en la típica observación de que la primera posición se encontraba al alcance de los cañones peruanos, solo observaremos que si éstos apagaron sus fuegos fue porque vieron que nuestra infantería se les iba encima, y porque, habiéndose retirado sus guerrillas a la línea de trincheras, llevaron allí sus piezas, como era natural. Por lo que hace el tiempo que duró la compañía en combate activo, y que según el estado, fue una hora y treinta minutos, solo haremos notar que habiendo roto el fuego esta batería a las 10.25 de la mañana, y habiendo durado el combate hasta la 1.37 de la tarde, es decir, teniendo tres horas y doce minutos hábiles, el resto de una hora treinta minutos lo empleó en meneos y trajines que a todos, y hasta a los mismos artilleros, indicaban que solo nos preparábamos para el verdadero combate. La infantería, por su parte, ha dejado demostrado tanto en Tacna como en Arica, la verdad tantas veces discutida en los campamentos, de que ella es el verdadero núcleo del ejército, y de que las dos armas restantes son solo auxiliares o un complemento. * Estas mismas peripecias que hemos venido retratando, demuestran también que los mismos que hicieron el reconocimiento del 22, se ilusionaron ese día hasta tal punto, que tomaron los mirajes del desierto por las arboledas de Calana (y así los dijimos en nuestra correspondencia “La próxima batalla”, en vista de un croquis que vimos en el estado mayor general), siendo así que este lugarejo y sus árboles están situados en el fondo de la profunda quebrada o valle de Tacna. El reconocimiento del 22 sirvió, en efecto, para dar a conocer la exactitud de las tablas de tiro de los cañones Krupp del nuevo modelo y para infundir en nuestro ejército mayor confianza, como que los soldados de infantería llegaron a los campamentos contentísimos, ponderando a sus camaradas en su pintoresco lenguaje, que los cañones de los peruanos no tiraban mas que “así tantito”. Quizás esta circunstancia del escaso conocimiento del terreno y los falsos informes, indujeron al general en jefe a cometer los numerosos errores estratégicos que se pudieron notar ese día, no siendo menor el de que para atacar una fuerte línea de trincheras, defendida por 14.000 enemigos, se extendiese en línea de batalla en toda la enorme extensión del legua y cuarto, los 7.500 a 8.000 hombres de las cuatro divisiones que son las que única y exclusivamente ganaron la batalla. No se necesita ser militar para saber que un hombre parapetado y con las armas modernas, equivale por lo menos a tres de los que apecho descubierto atacan sus trincheras, y así, si a pesar de todo triunfamos, solo se debe al incomparable coraje de los jefes, oficiales y soldados que, cansados por la larga marcha, trasnochados y bajo el candente sol que los sofocaba, marcharon como leones al asalto hasta apoderarse de las trincheras. Y ¿se necesita acaso estrategia para hacer avanzar de frente nuestra línea y atacarla apecho descubierto y de frente, sin tratar siquiera de flanquear al enemigo? Esta sola consideración basta para formarse una idea del <<plan>> de batalla, sin que tratemos de hacer caudal de las relaciones de algunos conocedores que muchos dicen, antes de la batalla, llegaron a los campamentos contando que habían llegado hasta la vista de Calana y que allí divisaron desde muy cerca tropas bolivianas haciendo

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ejercicios, tropas que los persiguieron hasta no se dónde. Esos, como se comprenderá, fueron simplemente mirajes. * Para valorizar, además, en toda su magnitud el glorioso triunfo de nuestro ejército, debe tenerse presente que los aliados estaban perfectamente armados y municionados. Sus rifles, aunque de distintos sistemas, eran todos modernos y de precisión, predominante entre ellos el Remington y el Peabody, este último muy superior al Comblain en alcance y nada inferior en mecanismo y precisión. Chasepott solo se han encontrado unos cuantos, y parece que únicamente los guardias nacionales estaban armados con ellos. En las cargas a la bayoneta que algunos cuerpos, como el Atacama, alcanzaron a estrecharse con el enemigo, se notó también que el yatagán o sable bayoneta no es muy aparente para su oficio, porque siendo demasiado débil, se dobla y se requiere extraordinario esfuerzo para hacerlo penetrar en el cuerpo del enemigo. La bayoneta cuadrangular del Peabody es, por lo tanto, muy superior en esta parte. Esta circunstancia debe tenerse muy presente, porque a pesar de todas las armas de tiro rápido que se usan actualmente, la bayoneta ha sido, es y será siempre la gran arma del infante chileno. Si ahora pudo llegar a emplearse contra trincheras defendidas desde mil metros de distancia, en asalto a pampa rasa el fusil desempeñará únicamente el papel que le adjudicaba Napoleón: el mango de la bayoneta. * Fue la táctica de nuestros cuerpos y divisiones lo que influyó grandemente en la victoria del 26, y por eso merecen todo elogio los distintos jefes de división y de cuerpos. El avance rápido, y siempre ordenado de la infantería, que imponía a los enemigos, como estos mismos lo confiesan, un pavor y una admiración mitigados solo por la vista del corto número de los que atacaban; el despliegue de las guerrillas, y sobre todo el orden disperso en que entraron en pelea algunos cuerpos, ha sido lo que nos ha ahorrado mayor número de bajas – que a algunos les parecen muy pocas – en la gloriosa jornada. Además, si bien los cuerpos bolivianos se batieron con denuedo y bravura, los peruanos flaquearon en lo más recio del ataque e iniciaron la derrota, salvo muy cortas excepciones, como el Zepita número 1 y 2 y el batallón Canesaro. De parte de los bolivianos, los Colorados de Daza, que fueron concluidos ese día por nuestras balas, puede presentarse como el tipo a que puede alcanzar el ejército de Bolivia. Cuando los nuestros se encuentran a solo veinte pasos de ellos, aquellos veteranos ni trataban de huir, ni siquiera perdían su formación ni la uniformidad de sus movimientos. Disparaba la primera hilera, y al momento avanzaba la segunda, al mismo tiempo que aquella daba con toda regularidad sus pasos al frente y a la derecha. Por eso si los peruanos, que siempre viles, no quieren confesar que la verdadera causa de su derrota fue la superior bravura de nuestros soldados, trataron después del combate de culpar a los bolivianos diciendo que habían “volteado caras”; éstos no tienen empacho en confesar, como lo oímos del general Camacho, que nuestros soldados no pueden tener igual en el mundo por su intrepidez y bravura. Y al saber los bolivianos el indecoroso rumor que contra ellos circulaban sus aliados, se han sentido tan indignados, que a nuestra salida de Tacna, circulaba un acta para probar que la mayor parte de los peruanos atendidos en las ambulancias estaban heridos por la “espalda”.

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* Además, bueno será advertir que los bolivianos trataron bien a los heridos chilenos que en nuestra ala derecha quedaron cerca de las trincheras, al emprender su lenta retirada esa parte de nuestra línea. Es verdad que en ellos no habrá tenido pequeño influjo la prevención que el coronel Camacho antes de la batalla, en documento que como pieza curiosa, insertamos en seguida: << Prevenciones que el comandante en jefe hace a los individuos del ejército boliviano para el día del combate. 1º Téngase presente que el orden en los movimientos y la estricta obediencia a la vos del que manda, es la primera y la mas indispensable condición de triunfo, sin lo cual es imposible vencer y es asegurar la derrota. El soldado debe, pues, atender la voz de un oficial, éste la de su jefe, y el jefe la del general superior que la comanda. Nada hay más pernicioso que el romper este freno de la disciplina; y tan culpable es el que por ostentar un valor se adelanta de una fila, como el cobarde que se atrasa. El superior que note tales faltas, tiene derecho de matar al desobediente. 2º La serenidad y sangre fría con que se espera una carga de caballería es el medio mas seguro de anularla y dejarla sin efecto. Recomienden, pues, los jefes a sus soldados que cuando vean a la caballería enemiga cargar impetuosamente, no quieran correr, porque como no pueden ser mas ágiles que los caballos, serán víctimas seguras siempre; sino que se agrupen cuanto puedan, echando rodilla en tierra, apuntar con calma al jinete o al caballo, guardando siempre el último tiro para cuando se encuentren a boca de jarro, cuidando no disparar todos, sino alternándose unos a otros. 3º Es prohibido a todo jefe u oficial al mando de tropas usar el rifle en el combate. Su misión no es pelearen persona, sino cuidar que sus soldados cumplan su deber; no es la de tirar sobre sus enemigos, sino la de hacer que sus subordinados tiren en orden y con acierto. 4º Siempre que un cuerpo de caballería tenga de comprometer combate con otro de la misma arma, no lo hará a caballo, sino pié a tierra. Al efecto, se desmontará , y encadenando sus caballos por escuadrones , que quedarán a cargo de un hombre de antemano designado, se adelantará de la fila a una distancia que la caballada no sea dañada , de donde romperá sus fuegos. Solo en caso de retirada o persecución después de la victoria, podrá hacer uso de su arma y caballo. 5º El soldado chileno es fuerte para defender una posición, pero no lo es para resistir una embestida. En su virtud, importa muchísimo acometerlo con ímpetu y no retroceder hasta llegar a sus posiciones; por grande que fuese su resistencia. 6º Es indigno el individuo que en el momento del triunfo, movido por el sórdido interés de botín, se desbanda y olvida su formación. El enemigo suele mil veces aprovechar de esa falta para volver atrás y hacer pagar bien caro la rapacidad de los codiciosos. Se castigará con severidad esta falta. 7º Nada es más noble que la generosidad con los vencidos, ni nada es más detestable que la crueldad con el enemigo ya rendido. El que se distinga en el primer caso, se hará acreedor a una prima proporcional a su comportamiento, así como para el que incurra en el segundo, no faltará el condigno castigo de su deshonrosa conducta. Campamento Alto de la Alianza de Tacna, a 16 de Mayo de 1880

Eleodoro Camacho

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* Y ya que del coronel Camacho tratamos, agregaremos que, a pesar de su justa

apreciación del valor de nuestras tropas, por nada de este mundo conviene a la idea de hacer la paz con Chile.

Hablando con él sobre este particular, hizo un calenbourg para decirnos: - Para que nosotros firmemos la paz, tienen ustedes que ir a la Paz. Para que puedan conocerse mejor sus caracteres y sus miradas, publicamos en seguida una carta suya que nos hemos podido proporcionar.

<< Tacna, Febrero 7 de 1880 Querido hermano Haggndac: ………………………………………………… Me hablas de candidatura y me preguntas qué opino de la mía. Mi contestación es muy sencilla: en un pueblo que se haya en campaña al frente del enemigo nacional y que tiene que consagrar toda su actividad física e intelectual al éxito de la guerra, sería una insensatez llamarlo a las elecciones de su primer magistrado; y en una persona que presentase su candidatura, sería un crimen distraer la atención de aquel con ambiciones egoístas. No creo por un instante que el gobierno convoque a sufragar para presidente, y juzgo que la convención se limitará al nombramiento de uno provisorio, escogiendo los medios que proporcione los recursos bélicos que tanto necesitamos. Más, si contra esta opinión prevaleciese la contraria, si viese a Bolivia olvidar el interés común por preocuparse del personal, debo decirte con franqueza, que no solo no presentaría mi candidatura, pero que tampoco aceptaría ni la que gratuitamente me ofreciese, lo cual te dará la medida de la repugnancia invencible que siento al poder. No quiero ser gobernador de mi Patria. ¿Sabes por qué?. Por no ser el blanco de sus odios, si cumpliendo con la ley no satisfago las exigencias de los hombres; por no ser un rey de burlas y de desprecios, si por ser complaciente aflojo los resortes del poder, y por no ser un tirano, si por frenar los desmanes me excedo en el ejercicio del poder. Más, no es esto solo. Es tiempo ya de fundar prácticamente la doctrina de que el prestigio militar no es por sí solo la llave mágica que abre las puertas que conducen al mando supremo de los estados. Este debe dejarse a la virtud republicana, al talento político, a la competencia administrativa. ¿Hasta cuando esa creencia de que quien conduce algunos centenares de soldados, está ya preparado para gobernar los pueblos? ¿Y quién podrá destruir ese error sino yo, a quien la suerte le ha colocado a la cabeza de 3.000 bayonetas y que le dan pruebas inequívocas de obediencia? No piensan los mismo los numerosos amigos que me rodean o que me escriben de esa, quienes bajo el pomposo título del SACRIFICIO POR LA PATRIA, me exigen la aspiración al mando. Ese sacrificio lo cumplí el 27 y lo repetiré en una fecha incierta, pero tal vez no muy lejana. Lo demás que lo hagan los héroes. ¡Son tantos y tan afanosos para ofrecerse en aras de la presidencia! … Vamos, mucho me he extendido sobre este punto; ello importaba, empero, para que conozcas mis propósitos. Saludos a la familia con el afecto de tu hermano. Eleodoro Camacho

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* La entrada de Tacna se efectuó en medio del mayor orden, y también en medio de la mayor tranquilidad de parte de los habitantes. Casi todos permanecían en sus casas, porque era tal la confianza en el triunfo, que en el hotel San Carlos tenía en ese día preparada Montero una espléndida comida para celebrar a la vez que la victoria, el aniversario de su natalicio. Esta comida sirvió, sin embargo, para el coronel Amengual y su comitiva, así como el uniforme de parada del contraalmirante y hasta su medalla del 2 de Mayo fueron hechas presas por nuestros soldados, al penetrar en los campamentos del cuartel general y del estado mayor. En Tacna, no hubo, como podía esperarse, ni el más pequeño desorden en la entrada de nuestras tropas. Solo allá por las afueras, donde la vista de los jefes no podía vigilarlos, cometieron algunos dispersos, de esos que nunca faltan en los mejor organizados ejércitos, ciertas depredaciones que fueron severamente castigadas. Tacna, que es una población moderna y populosa, recobró a los dos días su vida regular, con la sola diferencia que parecía encontrarse en constante fiesta a causa del sinnúmero de banderolas que la engalanaban. El día de la toma de la ciudad, los neutrales enarbolaban sus banderas al frente de sus casas y dos días después los peruanos - sin que nadie se los insinuase – colocaban en ellas sendas banderas de Chile, que no sabemos cómo se proporcionaron en tan gran cantidad. Este rasgo de servilismo puede dar una idea del carácter de la noble nación que combatimos. * El Número de banderolas y banderas que tomamos al enemigo es verdaderamente incalculable, y en cada cuerpo se ostentaba gran número de estos trofeos. El mas interesante y valioso, sin embargo, fue uno tomado por la Artillería de Marina, que en el reverso tiene un escudo peruano lujosamente bordado de oro, y en el anverso un sol, también de oro, con este mote alrededor: - Glorioso regimiento Húsares de Junín número 1 – 6 de agosto de 1824. Al glorioso regimiento no se le vio, sin embargo, ni el polvo en la pelea. Cuando principió el avance de la Artillería de Marina, torció bridas y luego huyó de la chamusquina. La Artillería de Marina hizo también algunas otras valiosas presas, entre ella el teniente coronel don Felipe Ravelo, segundo jefe de los Colorados de Daza, que fue tomado por el capitán don Pablo Silva Prado, después de hacerle tres heridas en la pierna izquierda. De todos los demás cuerpos, fueron el 2º, los Cazadores del Desierto y el Coquimbo los que mas trofeos conquistaron en el asalto, como que cerca del fuerte estaba el núcleo de los campamentos enemigos y las oficinas de los altos dignatarios del ejército. Entre las presas se encuentran también alguna cantidad de balas explosivas y vimos una sacada de la cartuchera de un soldado peruano muerto, aunque en realidad no hemos encontrado en nuestros heridos señales de que hayan hecho uso de ellas. Pero las tenían, las habían repartido a la tropa, y este solo hecho basta para calcular que se las dieron para disparar con ellas. ¿Y así hablan de armas traidoras y prohibidas por las naciones civilizadas? *

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El ejército aliado, cuyo número, según los mismos peruanos, ascendía a 13.000 hombres de línea y unos 1.500 a 2.000 guardias nacionales, estaba compuesto de la manera siguiente: Cuerpos peruanos Providencial de Junín número 1 Ayacucho número 3 Zepita número 1 Zepita número 2 Arequipa número 3 Arequipa número 17 Gendarmes de Tacna Provisional de lima Pisagua número 9 Batallón Infantería Gendarmes de Cuzco número 19 Cazadores de Lima nacionales Escuadrón Guerrilleros de Vanguardia Escuadrón Tiradores de Calana y Pachía Piérola 29 de Mayo 3º de Línea Húsares de Junín Huáscar número 3 Canevaro 5º de línea 11 de línea Arica número 27 Regimiento de Artillería Cazadores del Misti

Cuerpos bolivianos Vanguardia de Cochabamba Tarija Victoria número 1 Victoria número 2 Padilla Loa Batallón 2º Escuadrón Escolta Escuadrón Húsares Alianza número 1 (Colorados) Murillo Chorolque Libres del sur Aroma 2º de Oruro Grau Bustillos Regimiento de Artillería

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* Agreguemos como dato curioso que, a juzgar por todos las demostraciones, solo después de la llegada de las tropas bolivianas en los primeros días de Mayo, se pensó seriamente en hacer resistencia en Tacna. Hasta entonces todo el simulacro de defensa se había limitado a abrir unos cuantos hoyos al frente de la ciudad, en el lado que mira a la bajada del camino a Sama. Pero apenas llegado Campero, tomó el mando en jefe del ejército, eligió el campamento donde se dio la batalla, que fue bautizado con el nombre de Campo de la Alianza, y principiaron a tomarse serias medidas de defensa y de precauciones como la siguiente, que por curiosas damos a la publicidad: <<Juan José Pérez, general de brigada de los ejércitos de Bolivia y jefe del estado mayor general unido, etc. Por cuanto: Es indispensable evitar que espías encubiertos entren en el campamento del ejército unido, con el dañado intento de suministrar datos sobre su situación al enemigo, que en él reine el orden debido, e impedir también que ningún individuo del ejército se aleje del recinto del campamento, sin el pase de sus respectivos superiores, Se ordena: Art 1º Ningún particular podrá penetrar en el campamento sin obtener pasaporte de la policía de Tacna o pase firmado por los estados mayores generales respectivos o comandantes generales de división, únicos que podrán conceder a los que lo soliciten. Con este pase solo podrán dejar penetrar o salir los guardias colocados en los caminos. Quedan exentos de esta prohibición los arrieros de las brigadas que conducen agua y forraje y las mujeres pertenecientes al ejército, quienes sin el requisito del pase indicado, pueden entrar al campamento o salir de él. Art 2.º Para vigilar el cumplimiento de estas disposiciones y atender a la policía interna del campamento S. E. el Director Supremo de la guerra, ha tenido a bien nombrar intendente de él a su señoría el coronel don Rafael Ramírez del ejército peruano, y a los sargentos mayores don José Antonieta y don Juan Cornejo, como ayudante de la intendencia y en la misma clase el comandante don Benedicto Rodríguez y subteniente don Eloi Toledo del ejército boliviano. Art. 3.º Son deberes del intendente del campamento y de sus ayudantes impedir los desórdenes que puedan cometerse en él, del aseo y policía , de que las fogatas y luces se apaguen a la hora indicada, que las vivanderas y demás individuos que traen bastimentos no sean engañados ni maltratados y de que la tropa no sea explotada con precios recargados, debiendo estas cuestiones dirimirlas el intendente por sí, con conocimiento de los precios de plaza. Art. 4.º La persona que sin el pase o salvoconducto indicado penetre en el campamento, será tenido por sospechosa y arrestada por el intendente, mientras justifique su conducta. Art. 5.º Su señoría el intendente dará parte diariamente al Estado Mayor General, tomando las órdenes que se comuniquen por el Director Supremo de la guerra. El Estado Mayor General del ejército unido y sus dependientes, quedan encargados del cumplimiento de este bando y de mandarlo publicar para que lleguen a conocimiento de quien corresponda. Dada en el campamento de la Alianza a 28 de mayo de 1880. Por orden de S. E. el general en jefe Juan Josè Pérez. Es conforme – El ayudante general Juan Granier

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* Después fue renaciendo la confianza y envalentonándose los tímidos peruanos, hasta el punto de que Montero, temeroso de que Campero se llevase toda la gloria, principió a intrigar para quitarle el mando. Nuestra demora en el ataque vino al fin a favorecer al ambicioso caudillo, porque reuniéndose la convención boliviana en la Paz el 24 y debiendo cesar ese mismo día Campero en sus funciones de presidente de Bolivia, de esto tomó pié Montero para que éste le traspasase el mando del ejército aliado. Esta coincidencia tuvo lugar el día antes de la batalla, como podrá verse por la última de la serie de curiosas órdenes del día que enseguida publicamos: “Orden general para el ejército unido en el campo de la Alianza, a 22 de Mayo de 1880. Servicio para hoy, al nombrado del ejército peruano; para mañana, el ejército boliviano. Jefe de Línea el señor coronel Miguel Castro Pinto Primer jefe del día, el coronel Pedro P. Vargas

Segundo jefe, el comandante Antonio Ferrufino. Cuerpo de servicio, el batallón 6º Padilla y el regimiento Murillo. Ayudantes, los del cuerpo de servicio ORDEN GENERAL Artículo único.- Los edecanes y ayudantes de campo de S. E. el Director de la Guerra, serán reconocidos por una escarapela bicolor punzó y verde que llevarán en el quepí para impartir oportunamente las órdenes. Comuníquese.- El coronel ayudante general R. N. DE GUZMÁN Comunicador.- El teniente coronel ZACARIAS ALBA ______________ Estado mayor general del ejército unido

Campo de la Alianza, a 22 de Mayo de 1880. Art. 1.º Aunque S. E. el Supremo Director de la guerra está enteramente

persuadido de que no habrá individuo, al momento del combate, que no cumpla con su deber de que la patria y el honor le impone, porque algunos desgraciadamente olvidando estos sagrados preceptos se portase con cobardía, ordena a los señores jefes y oficiales tenga presente los artículos siguientes, 527, de las órdenes generales oficiales que dice : “ Cualquier oficial que mande a otros no se hiciese obedecer será prueba de poco espíritu”; artículo 533, que manda que todo oficial de cualquier graduación que fuere, no lo desamparará si no tiene orden expresa para ello; artículo 531, que designa cuál es en un oficial la acción distinguida; artículo 202 de las leyes penales terminantemente dice. “El que por cobardía fuese el primero en volver la espalda sobre acción de guerra, bien sea empezada ya o a la vista del enemigo, o marchando a buscarle, o esperándole en la defensiva, podrá en el acto mismo ser muerto por cualquier superior para su castigo y ejemplo de los demás; todo militar estando en acción de guerra o marchando a ella huyere o se retirase con pretexto de herida o contusión que no lo imposibilite hacer su deber, o de algún modo se excusare del combate que debe hallarse, será puesto en consejo de guerra y condenado en él a la pena que merezca su delito.” En mérito de los artículos editados, todo oficial superior ejecutará por sí mismo en el campo de batalla al que vuelva cara al enemigo con acto de cobardía.

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Esta orden será leída a los cuerpos del ejército en todas las listas de ordenanzas mientras dure la campaña. Art 2.º S. E. el Director Supremo de la guerra, apreciando debidamente el entusiasmo patriótico y abnegado de los señores doctores José Fernández , Domingo Tellez, vocales de la ilustre corte de los departamentos de Tacna, Moquegua y Tarapacá, id. doctor José M. Suárez, fiscal de la misma, que al oír el primer cañonazo disparado por el enemigo, han venido a ofrecer sus servicios al ejército aliado, ha tenido a bien destinar al primero como ayudante general honorario del Estado Mayor General del ejército unido y a los últimos como edecanes del Director Supremo. Art. 3.º Así mismo el Supremo Director de la guerra, en conformidad de las prescripciones del Código Militar y en vista de que los edecanes y ayudantes decampo señalados por el supremo decreto de …. , no son suficientes para comunicar las órdenes del Director en toda la línea y para los distintos destinos que se necesitan, ha tenido a bien nombrar accidentalmente como edecanes a los señores coroneles Belisario Anterano, Exequiel de la Peña, al id. graduado Agustín López, y como ayudante de campo a los capitanes Romualdo de la Peña y José O. Sorzano. Art. 4.º Es nombrado accidentalmente secretario privado del director supremo el coronel graduado Miguel Aguirre. Art. 5.º El coronel Idelfonso Murguía es nombrado comandante general de la división de reserva de los batallones Alianza y Aroma, previniéndose para lo sucesivo que en cualquier decisión originada que se organice , el jefe mas antiguo tomará el mando de ella, aunque no se diese la orden general respectiva. Comuníquese.- El general jede de estado mayor- J. Pérez Comunicada.- El coronel graduado Manuel Carrillo y Ariza Comunicó por el estado mayor general del ejército boliviano R. N. DE GUZMAN. _____________________________ Orden general para el ejército unido en el Campo de la Alianza, 23 de Mayo de 1880. Servicio para hoy, el nombrado del ejército boliviano; para mañana, el ejército peruano. Jefe de línea, el señor coronel César Canevaro. Primer jefe del día, el señor teniente coronel Nicanor N. de Somucursio Segundo jefe del día, el sargento mayor Manuel Pérez. Ayudantes, los del cuerpo de servicio. ORDEN GENERAL Art. 1.º Los comandantes generales de división señalarán un gallardete especial para sus respectivas divisiones , para que cuando se toque llamada pueda servir de punto de reunión a retaguardia de la línea o donde dicho comandante general crea conveniente, a fin de que la tropa dispersa en el campo de batalla pueda volver a formar en orden reconociendo su gallardete, que debe ser el centro de su reunión, evitando de este modo la confusión de los cuerpos. Art. 2.º Los jefes de cada cuerpo cuando se mande cesar el fuego para hacer cualquiera maniobra , obedecerán inmediatamente dicho toque, castigando severamente al que no dé cumplimiento, a cuyo efecto se mandará repetir con toda la banda de cornetas el toque que se indique, además de las voces de mando que repetirán los jefes y ayudantes. Comuníquese.- El general jefe, PEREZ. Comunicado.- El coronel ayudante general MANUEL CARRILLO Y ARIZA

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Se comunicó por el estado mayor general del ejército boliviano.- El coronel Ayudante General, R. N. DE GUZMAN. _____________________________ El Estado Mayor general del ejército unido, en el Campo de la Alianza, a 25 de Mayo de 1880. El excelentísimo Narciso Campero, general en jefe y supremo director de la guerra en el sur de Perú, defensor de la alianza de Bolivia que me encomendaron transitoriamente el gobierno de la república y por los términos de su decreto y consiguiente proclama de aceptación. Hoy de hecho deben cesar mis funciones de presidente de Bolivia. Por una consecuencia necesaria debe cesar también mi investidura del mando en jefe del ejército unido. No importa: mi espada continúa hasta aquí el servicio de la alianza. Camaradas: Aunque pasajeramente he merecido la alta honra, la dicha de mandar en jefe este unido y denominado ejército, quiero ahora tener la satisfacción de enseñar prácticamente a nuestros jóvenes guerreros que mas que todo es obedecer, especialmente cuando se trata de salvar la patria. ¡Viva la alianza! Y por cuando, al descender de la silla presidencial debo entregar a otro el mando en jefe del ejército unido, cúmpleme dar la siguiente: ORDEN GENERAL Con sujeción al artículo 1º del protocolo celebrado en Lima a 5 de Mayo de 1879 y aplicado por analogía a los que hoy comandan el ejército de Bolivia y del Perú, lo establecido por dicho artículo por los respectivos presidentes: Art. 1º Desde esta fecha queda encargado del mando en jefe de ambos ejércitos el señor contra almirante don Lizardo Montero. Art. 2º En caso de muerte o imposibilidad de su señoría el general contralmirante lo reemplazará como es natural, su señoría el comandante en jefe de Bolivia, coronel Eleodoro Camacho, mientras S. E. el gobierno del Perú resuelva lo conveniente. Art. 3.º El infrascrito queda desde esta fecha sujeto a las órdenes del general, en su caso comandante en jefe del ejército y listo para ocupar el puesto que se le designe. Hágase saber oficialmente. * No debe haber sido de muy buena gana la entrega, porque el mismo 25 en la mañana, o mas bien en la noche del 25 al 26, trataba Campero de dar una sorpresa a nuestras tropas, acampadas en ese momento en Quebrada Honda. Por fortuna las tropas aliadas se “empamparon “, es decir, se perdieron en la pampa, y solo al amanecer del 26 venían a reconocer nuestras posiciones, en los momentos en que los avistaba nuestra segunda división. Esta había sido idea de Campero, y a fe que demostraba inteligencia y audacia, y nosotros temblamos al pensar en el terrible aprieto en que se habrían encontrado nuestras tropas, escasas de todo en aquellos momentos y sin caballería y artillería. Por fortuna Montero la hizo de oro, y muy contento que estará entre sí Piérola con la noticia, porque de los peruanos se puede esperar todo. ¿Pues no llegan a mentirse entre ellos mismos, y, lo que es peor, hasta un hijo a su padre en cartas como la siguiente? … <<Señor don Leoncio Zabaleta:

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Tarma, 23 de mayo de 1880 Querido papá: Ayer nos hemos batido más de media hora con tres columnas ligeras. El enemigo a las doce y media del día a tiro de cañón de nuestra artillería. Por supuesto les empezamos a escupir de a doce y ellos no se quedaron atrás, pues con sus Krupp hacían la misma operación. Yo me hallaba en ese instante, como usted debe saberlo muy bien en el Hospital, pero tan luego oí el primer cañonazo, tomé un rifle, me puse una manta a la cintura con cien cápsulas y me largué cerro arriba, que más parecía gamo que hombre. Llegué todavía a tiempo a mi campamento, pues todavía hacían descargas de fusilería y graneo de cañón; me presenté inmediatamente a mi jefe, el cual aprobó mi conducta, mas no el estado en que había venido, pues tenía una cara cadavérica, tanto de haber subido tan precipitadamente, cuanto por otra aparte mi enfermedad. Me dijo entonces volviere a bajar al hospital, e insistí, como era justo y natural quedarme; mas él usando la autoridad me ordenó que me bajara , a lo cual obedecí ciegamente, pues ya no era súplica la que me hacía, sino un serio mandato. Felizmente todo concluyó con la retirada de ellos y la toma íntegra de una avanzada de caballería que nos hacía perjuicio por el flanco; es todo lo sucedido. Leoncio >> Ya el 1º del presente se hallaba a la vista de Arica una parte de nuestra caballería, y aquí el cuerpo de ingenieros militares, a cuya cabeza se encuentra ahora el inteligentes mayor Zelaya, trabajamos con actividad en la reparación de la línea férrea. Al día siguiente de la batalla, una compañía del cuerpo de ingenieros tomó posición de la estación del ferrocarril, en donde había cuatro locomotoras en perfecto estado, 10 carros-estanques, 14 carros- bodega y 5 de pasajeros, quedando en Arica solo dos bodegas y dos estanques. Se exigió al jefe de tráfico una lista del personal de la empresa, que es inglesa, con los empleados de las distintas estaciones. El superintendente aseguró que la línea estaba buena, pero esa misma noche llegó un empleado que venía desde el puente de Chacalluta, el que fue tomado por los pontoneros. Declaró que una avanzada peruana, compuesta de ocho soldados, había hecho volar aquel puente, de tal manera que no tenía compostura, lo mismo que el llamado del Molle, distante tres millas de Tacna, y la vía en dos o tres partes. Desde ese día principió el cuerpo de ingenieros a trabajar activamente en la compostura de la vía hasta dejarla corriente, lo que se consiguió mediante la actividad del mayor Zelaya y del capitán Munizaga, ingenieros militares. Ya ayer el 1º quedó corriente hasta el puente de Chacalluta, o sea en el río del mismo nombre o Salado, a seis millas de Arica; hoy partieron los cuerpos de la reserva, y mañana, con la artillería, el Estado Mayor, y el cuartel general, nos trasladaremos allí a presenciar esta nueva operación de guerra, de la que daremos cuenta en seguida a los lectores del Mercurio.

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* Acompañamos a esta relación un croquis del combate que bondadosamente nos han proporcionado algunos amigos del cuerpo de ingenieros y que es copiado del plano oficial de la batalla. Ayudados por él podrán nuestros lectores formarse una idea más cabal y más completa de la batalla de ese día, que es una nueva gloria y una nueva hazaña en los anales de nuestro invencible ejército. ________________ Valparaíso, Junio 17 Terminamos esta larga relación oyendo a nuestro alrededor el inconciente zumbido de los ciegos adoradores del éxito, y de los que, o mezquinos o ilusos, parecen no comprender que las invencibles legiones de Chile puedan obtener una victoria contra enemigos como los peruanos sin que un Napoleón dirija las batallas. Cual si el indomable espíritu de nuestros jefes y oficiales y el irresistible empuje del soldado chileno no fueran mas temibles que los atrincheramientos de arena o granito, quieren a toda costa inscribir en nuestra crónica militar nuevos nombres de héroes y semidioses, que llegado el caso de un serio encuentro con enemigos varoniles, darían tan tristes resultados como aquellas reputaciones que la imaginación popular había creado al principio de la guerra. Quienes desde nuestras narraciones creyéndose inspirados por el estrecho espíritu de localismo, quien las trata de inexactas mirando desde aquí los hechos; quien las considera poco patrióticas porque no seguimos como esclavos tras el carro de los triunfadores; quien, por fin, esgrimiendo el chisme como la mas manejable de sus armas, asevera que siendo el editor del MERCURIO pariente del general en jefe de la reserva, no puede el corresponsal hallar nada bueno mientras éste no lo ejecute. Que los corazones mezquinos, incapaces de comprender la independencia y el decoro, nos juzguen según sus bajas inspiraciones. Nosotros escribimos para la masa, cuna de este viril pueblo de Chile, que produce ejércitos invencibles y marinos “sin miedo y sin reproche.” A él no necesitamos recordarle antecedentes como los de la primera campaña marítima, en que los “ojos de águila” de la política y los estratégicos de club levantaron la tremenda grita contra nuestras relaciones, confirmadas después por la evidencia incontestable de los hechos. ¿Y necesitamos advertirles que el general Baquedano le debemos, como periodistas en campaña, bondadosas y corteses atenciones?. Para qué, si una vez empeñada la palabra todo lo olvidamos para recordar que tenemos la misión de escribir solo la verdad para los que la aman, y hasta suavizando algunas verdades a veces “mas amargas que la muerte?” Si en correspondencias como en Dolores o de Tarapacá en que no pudimos presenciar los hechos, se nos han escapado sin intención algunas falsas aseveraciones, siempre hemos estado dispuestos a escuchar las rectificaciones bien intencionadas y justas ; pero en Tacna, en donde hemos visto por nuestros mismos ojos la batalla y sufrido con nuestra propia alma aun terribles peripecias, ¿cómo hemos de admitir que nos rectifiquen aquí los que solo se la figuraron en ilusión, o los que, aduladores por sistema, tienen listo siempre el incensario para cantar gloria al sol que sube? Pronto, además, vendrán las cartas del campamento, y para entonces emplazamos a los que adulan. Para entonces desafiamos también al diario religioso de Santiago a que publique íntegra – sin supresiones ni enmendaduras – las cartas de sus corresponsales , y podrá convencerse de que en una batalla mal dirigida bien puede el ejército victorioso tener 2.000 bajas y el derrotado 3.000 bajas , sin que intervenga ,

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como en Dolores , la milagrosa Virgen del Carmen. ¡Ese sí que puede proclamarlo como milagro! Mientras que aquí el milagro fue …, que se nos escapara el enemigo ¡ EL CORRESPONSAL