la aventuras de peater el pirata version completa en pdf angel codina

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Page 1: La aventuras de peater el pirata version completa en pdf angel codina

LAS AVENTURAS DEPETER El

PIRATA

Alumno: Angel Codina CortésCurso: 1r de la eso

Clase: BProfesor: Evaristo Gonzales Prieto

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El comienzo de todo

Peter era un capitán pirata que navegaba por todo el mundo en busca de tesoros.

Tenía ya cinquenta y cinco años a sus espaldas y era el único oficio que había aprendido.

Su padre había sido un comerciante de artesanía del sur de Argentina, el cual se ganaba

bien la vida y al que su esposa le ayudaba en todo. Un mal día, Mary, que así es como se

llamaba la madre de Peter, murió, y entonces, el comercio resultó demasiado trabajo para

una persona sola.

Peter era un recién nacido y su padre no lo quería abandonar, por lo que tuvo que

pensar en dedicarse a otra cosa. El señor Wells, un viejo anciano del pueblo, le propuso

unirse a él en un barco para capturar tesoros, y no tuvo más remedio. Con este trabajo,

podía cuidar a bordo del pequeño Peter y, en los momentos determinados, trabajar. Y de

esta manera fue.

Peter vivió toda su infancia rodeado de piratas, de hombres fuertes, algunos

buenos y otros malos, y enganchados al vino. Realmente, en los días de travesía, lo que

mejor sabían hacer era beber y comer. No fue nada fácil. Hubo tiempos difíciles para los

piratas, pues eran muchos pero pocos los tesoros, por lo cual tuvo que ver batallas en las

que murió mucha gente. Por suerte, él y su padre sobrevivieron.

El viejo Wells no duró demasiado tiempo en vida. Se quedó tieso en una misión

que les llevó por todo el mundo, justo después de haber encontrado el que sería su mejor

y último tesoro. La capitanía del barco quedó en manos del señor Truster, el padre de

Peter. Y con él volvió al pueblo, pagó a toda la tripulación, repartió una parte entre dos

sobrinas del viejo Wells (eran su única família) y, con el resto, se aventuró en nuevas

travesías.

Desde entonces, nunca más volvieron a pisar el pueblo. Navegaron y navegaron

por todos los océanos en busca de más pistas y premios, y andaron para aquí y para allí,

gastando el dinero del viejo Wells en reparar la antigua nave y en vivir. Si alguna vez se

acababa el dinero, pescaban y vendían el producto para sacar unos cuartos hasta

encontrar el próximo tesoro.

Quince años estuvieron así. Justo cuando Peter cumplió la mayoría de edad, que

por entonces eran los dieciséis años, se quedó huérfano. El señor Trust sufrió un ataque

al corazón en altamar, y no se pudo hacer más por él que rezar y pedir a Diós que se lo

llevara a un sitio seguro.

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El gran problema

Peter se tuvo que hacer cargo de todo. Sin su padre, él no era nadie. Tuvo que

desaherse de toda la tripulación, lo cual no fue un gran problema porque solían ser

borrachos de los pueblos cercanos a donde se encontraban. Su padre siempre decía que

“el secreto del pirata es hacerse con gente de la zona, borrachos o pescadores,

agricultores o artesanos, pero de tierras cercanas”. Y así anduvo Peter durante un tiempo.

La escasez de dinero hizo que el joven pirata se tuviera que ganar la vida de

muchas maneras. Dos años estuvo en Sudáfrica, ayudando a faenar las costas. Allí

conoció a mucha gente, y aunque le costó hacerse con ellos y con el nuevo país, se

acabó acostumbrando. Cuando reunió el suficiente dinero, propuso a dos compañeros

que se unieran a él en su aventura. Y uno no lo hizo, pero el otro sí.

Era Wallen, un viejo marinero con miles de viajes a sus espaldas. Era hombre

solitario, del trabajo y de la taberna, pero honrado como el que más y un poco cansado de

su vida. La nueva aventura a la que se apuntó le prometía algo de ilusión en la última

etapa de su vida.

Peter y Wallen tuvieron que aportar algo de dinero para reparar el viejo barco

después de estar dos años amarrado en el puerto. Y así, se enlazaron en la enésima

travesía que les llevaría hasta Australia en busca de un buen puñado de monedas.

Los recuerdos en sudáfrica

Grandes años fueron para los dos hombres, ya que después de Australia encararon el

barco hacia Indochina. Allí se hicieron con otro botín provinente de un barco del siglo XII.

Con esa fortuna reunida, decidieron volver a Sudáfrica para saludar a viejos amigos,

descansar un poco y vivir sin estrés una temporada. Fueron los reyes de la zona un

tiempo: se hospedaban en buenos hostales, comían en buenas tabernas e incluso

arreglaron el maltrecho barco del viejo Wells. El problema llegó cuando comenzó a

escasear el dinero; sin más remedio, tuvieron que lanzarse otra vez a bordo.

Wallen, ya mayor y sin ganas, aceptó la propuesta por no tener otra cosa qué

hacer, pero a tres días de haber partido rumbo a la tierra del fuego, murió. Y muchos

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meses navegó Peter solitario, con el recuerdo de su padre, del señor Wallen y del viego

Wells, recitando el mismo poema que cantaba el viejo Wells cuando se sentía solo:

Con diez cañones por banda,

viento en popa a toda vela,

no corta el mar, sino vuela,

un velero bergantín;

bajel pirata que llaman

por su bravura el Temido

en todo el mar conocido

del uno al otro confín.

La luna en el mar riela,

en la lona gime el viento

y alza en blando movimiento

olas de plata y azul;

y ve el capitán pirata,

cantando alegre en la popa,

Asia a un lado, al otro Europa,

Y allá a su frente Estambul:

-Navega, velero mío,

sin temor

que ni enemigo navío,

ni tormenta, ni bonanza

tu rumbo a torcer alcanza,

ni a sujetar tu valor.

Veinte presas

hemos hecho

a despecho

del inglés

y han rendido

sus pendones

cien naciones

a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi Dios la libertad;

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mi ley, la fuerza y el viento;

mi única patria, la mar.

Allá muevan feroz guerra

ciegos reyes

por un palmo más de tierra,

que yo tengo aquí por mío

cuanto abarca el mar bravío

a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa

sea cualquiera,

ni bandera

de esplendor,

que no sienta

mi derecho

y dé pecho

a mi valor

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi Dios la libertad;

mi ley, la fuerza y el viento;

mi única patria, la mar.

Explicaba el viejo que había aprendido aquella canción cuando, treinta años antes, faenó

en aguas españolas. Un buen tipo llamado Sancho le regaló un libro de un tal José de

Espronceda, para que lo llevara encima siempre y tuviera un recuerdo suyo. Y Peter, en

morir el viejo Wells, se lo apropió. Todas esas experiencias compartidas le dieron ánimos

y fuerzas para llegar al sur de las américas e incluso dar la vuelta por detrás.

Las grandes estatuas de pascua

Peter tuvo suerte y, al reconocer el océano pacífico, se detuvo en la primera isla

que encontró. Hizo tres días noche (no le llegaba para más el dinero) y reclutó a tres

jóvenes que malvivían a cambio de un lugar en el que vivir. Tuvo suerte, pues los jóvenes

se conocían ese trozo de la Tierra. Según decían, sabían de oídas de un grandísimo

tesoro que se encontraba en una de las grandes islas de ese océano: la isla de Pascua.

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Aún así, recomendaron a Peter a tener muchísimo cuidado, porque seguramente se

tendría que enfrentar a otros piratas.

Después de mil hazañas y de perder a un hombre en altamar, llegaron los tres a la

Isla de Pascua, cuyo peligro se encontraba más en el interior que en la costa.

Vislumbraron, al acercarse, unas cabeza gigantes que parecían monstruos. La verdad es

que les produjo una sensación extraña: por un lado, pensaron todos que eran tesoros; por

otro, encontraron raro que todavía siguieran ahí, pues alguien antes que ellos los habrían

visto. Nada más abandonar el barco, admiraron aquellas piedras gigantes pero se

frustraron porque las dimensiones no permitían arrastrarlas hasta la nave. Entonces,

Peter pensó que, si no se las podían llevar enteras, se las llevarían en pedazos. Siempre

había sabido que su padre tenía siempre consigo unos cuántos quilos de dinamita. Así

que, ayudado por sus acompañantes, cogieron el explosivo y lo pusieron alrededor de una

de las cabezas. “Mejor uno que ninguno”, pensaron todos, y dedicaron toda la dinamita a

un sólo muñeco.

El esfuerzo merece la pena

La cabeza gigante explotó. Salieron cachos en todas direcciones, así que tuvieron

que recogerlos y llevarlos a la embarcación. Eso les llevó cuatro horas. Contentos por el

hallazgo, pensaron en volver al pueblo de Peter y vender la pieza.

Y así lo hicieron, justo antes de que un puñado de tribus les aparecieran de la nada

y les dispararan con flechas y artilugios varios. Superaron el mal trance, y fueron capaces

de llegar a su destino. Allí, aunque ya no se acrodaban apenas de Peter, todo el mundo lo

saludaba y felicitaba.

Después de recomponer la cabeza gigante, Peter ganó una buena cantidad de

dinero, de la cual sacó una parte para repartir entre los dos ayudabtes de viaje. Y, aunque

vivió sin grandes lujos, hizo lo suficiente para que le durara el dinero y no tuviera jamás

que embarcarse para trabajar de pirata.