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La reconstrucción social e institucional a partir del respeto a la tradición.

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Jean Robert entrevista a José Daniel Vázquez Hernández

Julio 2014

JEAN: Me parece importante primero situarte en el tema. ¿Cómo se llama tu puesto y cuál es el espacio donde lo desempeñas?

DANIEL: Soy ayudante municipal del Poblado de Tlaltenango. En Cuer-navaca hay 12 poblados originarios, cada uno con su ayudante municipal.

JEAN: Tu hablas de pueblos originarios. La ayudantía es una especie de au-toridad de los que fueron pueblos, porque esas 12 ayudantías representan 12 pueblos que se integraron a lo que es el municipio de Cuernavaca

DANIEL: Bajo los reyes españoles de la familia Hasburgo, se forman las repúbli-cas de indios que cuando ven que a los indígenas les gustaba tributar.... consideraron que era saludable dejarlos igual, sólo que en lugar de seguir tributando al Tlaltoani de Tenochtitlán, deberían pagar tributo a los españoles.

(Aquí hay un “non sequitur”, un brinco de una idea a otra). Es así la trasfor-mación de lo que ahora es la Ayudantía de Tlaltenango, es una autoridad de elección directa, es lo más cercano a la gente.

JEAN: Tienes una lectura histórica pero también hay una lectura de tenden-cias modernas que se reproducen en todos los países del mundo, ricos o, como mal se dice, “en vías de desarrollo”...Las unidades que llamas pueblos, en otros países las llaman barrios. Este proceso de urbanización de zonas que fueron pueblos tiene nombre en la teoría del urbanismo, es la conurbación. El término fue lanzado en 1915 por Patrick Geddes, un biólogo escocés quién por el uso excesivo del microscopio, estaba perdiendo la vista, por lo que cambió de actividades y se dedicó a ver las ciudades con un ojo de biólogo.

Antes de él, los que se interesaban en la ciudad la veían como colección de edificios, los unos muy bellos, con muchas obras de arte, pero no se les hu-biera ocurrido verla como una especie de organismo vivo. No les interesaba el término de evolución, él que Geddes escogió para su libro: Ciudades en evolución. En él nota que la mayor parte de las ciudades modernas sufren un proceso de pérdida de diferenciación entre sus partes así como entre la ciudad y el campo: todo se vuelve “igual”, o mejor parecido.

El campo aledaño a la ciudad se está urbanizando. Un amigo mío lanzó el término de reurbanización para definir un proceso de indiferenciación cuyo resultado no es ni realmente rural ni realmente urbano. Cómo biólogo, Ged-des no podía ignorar que el mismo cáncer es un proceso de indiferenciación entre células otrora diferenciadas. Observó que muchas ciudades sufrían una especie de “cáncer de las ciudades” que es lo que él llamó la conurbación. Hubiera que recordar esto a los que promulgan “leyes de conurbación”. Hablan en realidad de “leyes de cancerización” (o indiferenciación de los tejidos urbanos). Repitámoslo: este “cáncer” de los tejidos urbanos se mani-fiesta en que:

1. se están borrando las diferencias entre la ciudad y el campo

2. se están borrando las diferencias entre los barrios

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La reconstrucción social e institucional a partir del respeto a la tradición.

TLALTENANGO AYER HOY Y SIEMPRE

En el siglo XIX, los barrios de la mayor parte de las ciudades estaban aún bien diferenciados. Había barrios de varios tipos de artesanos, barrios cuya población provenían de la misma provincia. En Paris es todavía popular una vieja canción en honor a un barrio de la ciudad, que se llama “Ah qu’il était beau mon village”, “cuan bello era mi pueblo”.

Ésta pérdida de diferenciación de los tejidos urbanos es casi universal.

¿Por qué? porque hay fuerzas económicas, porque hacer desaparecer diferencias entre la ciudad y el campo y entre los barrios de la ciudad resta poder a la gente sobre su entorno vital y permite realizar grandes ganancias, por ejemplo mediante la manipulación de los títulos de propiedad o de los usos del suelo.

Eso –la indiferenciación y la manipulación de los usos del suelo- era parte del conflicto en torno del Casino de la Selva en los años 2001 y siguientes.

Aquí sería importante enfocarnos en estas dos vertientes: la historia de nuestra ciudad y cómo está afectada por el movimiento de conurbación.

Y tú, Daniel, quizás deberías tratar de definir tu posición en este conflicto. Eres alguien que quisieras defender los derechos de la gente, con más precisión, del pueblo de Tlaltenango.

DANIEL: Lo que llamas la pérdida de diferenciación y que llamo la pérdida de identidad es lo que nos viene a dar al traste.

Desde los tiempos de la Invasión se inicia una larga historia de despojos, a veces con algunas compensaciones que ahora existen cada vez menos. La Invasión misma es un gigante despojo.

Con Lázaro Cárdenas – una de tantas compensaciones al despojo invasor - los habitantes de los pueblos tuvieron acceso a la tenencia de la tierra. Pero, en menos de cincuenta años, la mayoría de los que se vieron beneficiados vendieron sus tierras.

Si queremos hablar de restitución de tejidos urbanos, que son lo que hoy se llama tejidos sociales, hay que partir de lo que aún tenemos. Tenemos un común denominador que es la tierra, eso es un buen punto de partida. Ahora, no hay que romantizar. La composición demográfica de Tlaltenango ha cambiado, en parte por manipulaciones. Los herederos de los que fueron comuneros – con escasas excepciones, ya no cultivan sus parcelas. Las rentan, o, peor, las venden o las han vendido. Han pasado de ser propietarios de su tierra a ser prestadores de servicios. Cuando antes eran comuneros (propietarios colectivos), ahora son jardineros, limpiadores de albercas, cui-dadores de casas…

Se pierde la diferenciación. Por otro lado: ahí está Tlaltenango, vivo a pesar de todo. La nueva realidad de Tlaltenango es que el relevo a los que fueron comuneros – hablo del espíritu de lucha por nuestro barrio – pasa por habi-tantes más recientes, gente oriunda de otros barrios, hasta de otras ciudades que tienen, algunos 50, 40, otros 30 o 20 años acá y que consideran que este acá se ha vuelto su lugar, el lugar, entre todos, que tienen que defender, por el que tienen que luchar.

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Esto es Tlaltenango hoy, una comunidad en solidaridad por opción más que por nacimiento. Una comunidad que quiere mantener algo de su identidad, aun siendo inmersa en la mancha urbana.

JEAN: cómo los llamas, a estos nuevos tlaltenanguenses?

DANIEL; Estamos usando “pobladores”, ya no se puede hablar propiamente de comuneros, debemos buscar nuevas formas.

Otro común denominador, y en este sentido no puede ser la genética, sino que es la tenencia de tierra (¿?¿?¿?). Será miembro del pueblo el que pugne por la solidaridad comunitaria. Ahora si eres heredero de comuneros y vendiste tu tierra, ¿con qué calidad moral vas a defender lo que ya dejaste perder?1 . Te puedes llamar mexicano, pero ¿cómo defender lo que has vendido?

JEAN: Con la palabra identidad, abarcas tanto la fiesta tradicional de Tlaltenango, la feria, como las relaciones diarias entre vecinos, el saludarse en la calle, los pequeños actos de solidaridad. En este sentido acepto el con-cepto de identidad. Tú hablas de una lucha. Una lucha que es originalmente de comuneros que estaban defendiendo sus derechos de posesión y de tra-bajar la tierra. Pero casi ha desaparecido la posibilidad de cultivar. Me imagino que muchos han vendido sus tierras porque ya era muy difícil cultivar su tierra.

Yo te preguntó si esta discusión sobre la identidad no se podría argumentar también “filosóficamente”. Vamos a ver. Aquí vive un conjunto de gente que tiene 20, 30, 40 y hasta 50 años viviendo aquí y defendiendo Tlaltenango cuando es necesario, como por ejemplo doña Anita Oliveros. Estas personas, ¿no han adquirido el derecho de decir “soy de aquí”? Lo que se debe refor-mular entonces es la relación del poblador con la tierra, o con el territorio. La “filosofía”, si aceptas esta palabra que puede parecer pretenciosa, puede ayudar a redefinir la relación con el territorio, o, mejor dicho, con el terruño, que es tradicionalmente el pedazo de tierra donde enterraron mi ombligo. Ahora, estamos hablando de pobladores cuyo ombligo esté enterrado en otra parte, pero que sí, se sienten “de acá”. Estos “neo-tlaltenanguenses” son ciudadanos preocupados por los asuntos de su ciudad: de su polis decían los antiguos griegos, y de ahí viene la palabra política. No quiere vivir en una democracia ficticia donde todas las decisiones se toman en la cúspide. La Iglesia católica tiene aquí un buen concepto, el concepto de subsidiaridad, que dice que nunca hay que transmitir a un eslabón superior, las decisiones que se pueden tomar aquí, por ejemplo en este municipio, porque aquí haya capacidades para tomarlas. Muchas decisiones que se toman en lejanas cúspides se deberían tomar aquí, donde nosotros estamos, abajo, dónde esas decisiones tendrán efecto, donde hay ciudadanos con las ganas de llevarlas a cabo.

La mayoría de los habitantes de Tlaltenango ya no se definen mas como indí-genas. Creo que se ven a sí mismos como gente que vive aquí y que quiere defender su territorio, creo que el concepto fundamental de esa identidad es el territorio. Lo que se trata de redefinir es la relación entre los habitantes y su territorio.

1En Taltenango, será miembro del pueblo quién lo cuide, pro-teja y mejore para construir una nueva identidad del po-blador.

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La reconstrucción social e institucional a partir del respeto a la tradición.

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DANIEL: Pues sí, estamos buscando lograr esa relación de poblador con el territorio, entendiendo éste (dentro y más durante la feria) como el espacio geográfico donde hay un intercambio religioso, económico, cultural, social y se vuelve esto importante en lo que estamos viviendo en esta época de desintegración del tejido social y también del tejido institucional. Se vuelve política y simbólicamente importante que la ciudadanía podamos compartir un territorio, o un “terruño” como dices. Este “terruño” es para la gente, es falso pensar que es únicamente para vehículos. No, no es un simple lecho de circulación para los automóviles, es también un espacio de comunidad, donde la gente debería poder caminar en banquetas seguras, reunirse en plazuelas, y hasta transformar parte de su territorio en un lugar de fiesta, diez días al año. Que durante estos solo diez días, se le pueda seguir dando uso a ese territorio para estos intercambios, este entrejuego de factores económicos, sociales, religiosos y culturales es, para mí, primordial para la defensa de los tejidos sociales. O para su reconstrucción, como se dice cuando ha desaparecido o está amenazados. Yo soy de opinión que hay aún mucho que defender.

Es precisamente de esto que se trata, vincular al espacio público En esa lógica, el hacer nuestro el espacio público, hay necesariamente una connotación religiosa. En lo que pasa en Tlaltenango, estoy convencido de que lo religioso, si está, es una parte importante, pero se vislumbran otros horizontes más allá de cuestiones que nos pueden generar esta atracción hacia nuestro territorio.

Y aquí creo que efectivamente hay un problema. Se dice fácil que es “por culpa de lo político”, pero yo diría que es más bien por falta de política bien entendida, como interés por la “polis”, la ciudad, el pueblo, o el barrio donde nos toca vivir. Hay muchos “politiqueros”, lo que falta son verdaderos políticos, entendiendo como políticos a las personas que abogan por las cuestiones públicas. Porque, a quienes tenemos ahora, se abocan más que nada a ad-ministrar sus bienes particulares, o también a administrar los bienes públicos en aras del bien particular y entonces entran por tres años y como ya no es una carrera política sino es una carrera meramente electoral, los tiempos ya no son para seguir transformando. Los tiempos son para ver en qué otro puesto de elección puede tener acceso para seguir viviendo del erario público y no para seguir transformando. Entonces es así es como se puede entender que no haya una política municipal, y eso no sólo es en Cuernavaca, estoy conven-cido que también se da en muchos de los municipios del Estado. No, no hay una política municipal de apoyo real. Claro que ahora si, yéndonos al origen de la palabra “política”, es una cosa tangible, que implica un compromiso personal. Hoy, en nuestro país, habrá muchos discursos pero de mentiras. En los hechos, no hay una política real de rescate, de fortaleza y eso es un golpe tremendo a la Nación (diría Florescano en su libro Etnia, Estado y Nación).

La autoridad de los poblados, aquí en Morelos, se llama ayudantía municipal. En Guerrero y en Oaxaca, los ayudantes municipales se llaman agentes. Ahí existe la verdad de los poblados. Hay que entender que estas ayudantías, dentro del sistema jerárquico, serán las autoridades más bajas. Pero, y esto es lo importante, son las más cercanas a la gente. Aquí te llegan directamente todos los problemas, porque la ayudantía es la autoridad más cercana a la gente. En el triángulo invertido de la democracia, la ayudantía es donde se trata más directo. Un ayudante municipal no es como con el presidente mu-nicipal o un diputado que vas a ver si lo encuentras en su oficina.

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El ayudante municipal, si no te encuentran aquí (en la Ayudantía), te encuen-tran en el camino o te encuentran en tu casa.

Esta cercanía es la receta para que haya una resolución de conflicto inme-diata, lo que no puede existir a nivel municipal y, mucho menos, estatal ni federal. Y mi experiencia me dice que todavía hay resquicios de soberanía en esta posición, y pienso que, aunque sean resquicios, esta soberanía se tiene que defender, porque aún es soberanía directa del pueblo. Creo que si logramos conjuntar esfuerzos, la podemos salvar, y hasta reforzar. Yo hablaba al principio de la necesidad de la reconstrucción del tejido social. Ahora puedo añadir que, para que éste se lleve a cabo debe haber una reconstrucción del tejido institucional.

Esto viene siendo le reconstrucción de una relación tal que las autoridades correspondan a los intereses de la gente. Las ayudantías, al ser la autoridad más inmediata y más cercana tienen la capacidad de resolver conflictos conociendo bien a los actores y a sus circunstancias. Es desde aquí que se tiene que partir para volver a reconstruir la institución, para que la gente pu-eda recobrar la confianza en las instituciones, vuelva a participar, a tributar, para que este pacto social vuelva a tener una vigencia. Desgraciadamente, esto no existe en la “política real”.

JEAN: yo te oí pronunciar varias veces la palabra “tejido social”. Yo creo que es una cosa que hay que comentar un poco Lo que se propone aquí es una reconstrucción o quizás una construcción nueva de tejido social anclado por un lado en el territorio, o sea es gente que se reconoce porque comparte un territorio, es decir una identidad no se puede separar del “ser de Tlaltenango”. Tu dijiste que los habitantes de Tlaltenango se llaman “Tlaltenanguenses”. Tener identidad puede significar que la gente diga con cierto orgullo: “Somos Tlaltenanguenses”. ¿Por qué? No necesariamente porque los antepasados vivieron aquí, sino porque conocemos a la gente de aquí, la reconocemos como nuestra gente. Es una relación de vecinos y al mismo tiempo de vecinos en un territorio, ¿no?

DANIEL. Hay un factor más, va a ser también de una voluntad individual para con el prójimo. O sea, no sólo porque conocemos al vecino, también va a ser el que quiera ser, el que no quiera ser aunque tenga aquí su casa no lo va a ser2.

JEAN: ahora esta lucha por el territorio, la identidad tuya podría a primera vista, pasar por romántico, porque ya sabemos que las fuerzas económi-cas mundiales no van en esa dirección, van hacia conjuntos cada vez más grandes, donde la gente se encuentra cada vez más “desterritorializada”, sin raíces en un terruño suyo. Piensa en lo que nos preparan en la ciudad de México, por ejemplo, quieren transformarla, interconectando no sé cuántos municipios, en una unidad urbana de 40 millones de habitantes que quieren llamar una megalópolis. Estos 40 millones de gente ya están, pero les “falta” más comunicaciones, vías de transporte, aeropuertos, terminales de todos tipos para que formen una sola gigantesca urbe donde puedas, por ejemplo, vivir en Atenco y trabajar en Ciudad Satélite.

2 El factor de vol-untad que no sólo porque vivas aquí, sino porque real-mente te interese ser parte de la comunidad, te in-terese el “otro”.

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Quieren utilizar el metro que llaman “transporte verde” para acelerar esta interconexión Lo que no dicen los planificadores de este monstruo, es que más carreteras, autopistas, trenes rápidos y metros, significa más horas de transporte obligatorio cada día.

En México se usa esta palabra que suena a insulto: los pend…ulares. Más interconexión quiere decir más pendularidad. Y más pendularidad quiere decir más destrucción del tiempo libre. Los pendulares son los que, como un péndulo, oscilan cada día entre su palomar-dormitorio y su trabajo, con viajes adicionales hacia la guardería donde se quedan sur hijos mientras trabajan, el super, el cine y otras diversiones. Esto, no hay que cerrar los ojos, es el modelo internacional de ciudad prevaleciente, hasta en China. Es malo para la gente, porque destruye los espacios de comunidad, los territorios y la identidad, el tiempo libre, el cansancio y el estrés destruyen la voluntad de interesarse por los asuntos de su ciudad, es decir la política en el verdadero sentido. Transforma los ciudadanos en zombies. Pero lo que es malo para la gente, es bueno para el capital, para los negocios. Permite por ejemplo las grandes concentraciones comerciales, habitacionales, industriales que permiten macro-ganancias en pocas manos. Claro que aquí no estamos todavía en Macrópolis, pero no hay que cantar demasiado rápidamente que nos salvamos. Cuidado: la Macrópolis del Valle de México, como un pulpo, puede un día crecer un tentáculo hasta aquí para absorbernos, y hubiera que preguntarse seriamente si no existen indicios de que ciertas tendencias de la política federal podrían, quizás, ir en este sentido de “lo macro por lo macro… o “lo macro al servicio del mega-capital”. Son preguntas que me parecen “estar en el aire”.

Aparentemente usted, Señor Ayudante municipal, parece oponerse a estas tendencias, “estar nadando contra la corriente”. Es admirable, valiente, ¿pero no es un poco… quijotesco? Sólo te puedo decir que estoy contigo y que cada vez más ciudadanos están contigo, en México y parece que hasta en China donde empieza a haber movimientos sociales vigorosos, cada vez hay más ciudadanos que entienden - en este país y en otros – que la macropólis y la megalopolis, la pendularidad, la megalomania del capital… la destrucción de los espacios peatonales y de las fiestas, el aislamiento de cada habitantes en los metros cuadrados de su vivienda, su ignorancia del nombre de su vecino, que todo esto destruye los tejidos sociales. Y te encuentras en la posición adecuada para empezar donde hay que empezar: por lo pequeño, con la gente, defendiendo la Feria de Tlaltenango, luchando para que haya buenas banquetas, árboles, el Parque de Tlaltenango , creando espacio y tiempos de convivencia, reviviendo la identidad como amor al terruño. La desaparición de los tejidos sociales empieza con una desarticulación de las relaciones entre las personas. Se destruye el tejido social cuando uno ignora el nombre del vecino de piso, cuando ya no existe la confianza entre “los del Barrio”, cuando los vecinos no mantienen amenidad que vuelve la convivencia posible, agrad-able, amable, cuando la gente que se encuentra en la calle ya no se saluda. Es aquí, en lo local y lo inmediato, donde se pueden proponer otra cosa que los sueños de urbanistas megalómanos y de los economistas tan abstractos que saben poner en matemática todos los secretos de la asignación de re-cursos limitados a fines alternativos, pero que ignora cómo la gente pobre se las arregla para subsistir en un pueblo o en un barrio.

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Después de descartar la imagen de “romántico” que se podría asociar con tu proyecto, podemos seguir conversando sobre asuntos reales: como está aquí, el corazón del barrio, en medio de la gente real, prestándole un servicio que es también servicio a ti mismo y a tu familia y, finalmente, a la gente mexi-cana. Es desde aquí que se ve la necesidad de conservar los tejidos sociales que existen, la importancia del respeto de las tradiciones, de la Feria... y otras cosas también la de construir nuevos espacios de encuentro y de reunión. Y esos nuevos tejidos sociales pueden ser fruto de la labor de la gente que, sin haber necesariamente nacido aquí, tiene suficiente tempo aquí para haberse impregnado de la atmósfera del barrio, del territorio, del terruño, la identidad, y que está dispuesta a poner el cuerpo para defenderla. No haya aquí ningún chovinismo: para esta gente, es legítimo decir “soy de aquí”. Lo que en los pueblos originarios se hereda, aquí en un ambiente urbano cambiante tiene que salir de una opción política clara. Hay gente que tiene el sentido de este estilo de política y de vida de convivencia. Creo que es entre esta gente que hay que buscar relevo.

DANIEL: Lo comparto, lo compartimos, nosotros decimos que vía el blindaje de la tradición, de la Feria, también se logra el mejoramiento necesario porque debemos ir adecuándolos, no podemos quedarnos como hace tiempo, tiene que haber un perfeccionamiento paulatino. En la medida en que se vive la tradición, se genera identidad y cuando se vive ésta identidad, se vive en comunidad y cuando hay comunidad hay solidaridad y seguridad. Por eso decimos que la Feria es, incluso, una cuestión de seguridad nacional, como lo es el derecho al blindaje a las tradiciones porque luego - vuelvo a lo mismo-, cuando no hay identidad se vende el agua, y se acaba vendiendo los bosques, el petróleo, y vendes hasta tu identidad… Vendes todo.

Y sí, tenemos que retomar esta situación, Si no hay arraigo a tu tierra, a tu “terruño”, como dices, no hay ni arraigo a la nación.

JEAN: Otro tema que veo surgir en tus declaraciones, es el tema de la uni-funcionalidad (1) versus la multifuncionalidad (2) del espacio urbano.

1. Algunos dicen – entre ellos la mayoría de los urbanistas - que cada espacio urbano tiene sólo una función, por ejemplo circular. Según ellos, las calles solamente están ahí para los autos, son el lecho de circulación del tráfico, como se habla del lecho de un río. Eso es, en pocas palabras, la posición de la unifuncionalidad del espacio urbano. Según esta posición , hay que perse-guir, sancionar y castigar todas las funciones o usos múltiples de determinado espacio urbanos, por ejemplo, en un espacio de circulación vehicular no hay que organizar una asamblea, menos una manifestación y hay que reprimir hasta a los peatones, que de todas maneras, ni tienen banquetas decentes donde caminar. Recuerdo que una vez que tuve que pasar un tiempo en un hotel de Houston, se me ocurrió caminar hasta el correo para dejar una carta. Un policía me interpelo: “Oiga, ¿por qué camina usted y no circula en coche?, ¿está descompuesto?” Le explico que no tenía coche, lo que lo sorprendió. Se despidió diciéndome: “Bueno, siga caminando, pero hágalo rápido”. En estos años, habían promulgado en Tejas a “law against loitering”,

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una ley contra la vagancia, y este policía sólo cumplía su deber al interpelar un vagante además ignorante de las leyes. Afortunadamente, en México, todavía no estamos ahí todavía pero podría ocurrir.

2. La otra posición defiende la multifuncionalidad del espacio, es decir la idea que un espacio urbano no solamente tiene una función, por ejemplo la circulación. Primero, tiene también funciones ocasionales, como son las asambleas públicas, las manifestaciones cívicas: el Zócalo se llena a veces de ciudadanos que quieren nada más expresarse, manifestar su presencia, su preocupación.

Personalmente yo defiendo firmemente la tesis de la multifuncionalidad del espacio urbano que he defendido más que cualquier otra cosa en mis cu-arenta años de enseñanza del urbanismo en la facultad de arquitectura de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Y, en mi caso, se ha verificado la autonomía universitaria, porque, aunque presentaba a mis estudiantes au-tores tan profundamente subversivos de los espejismos del urbanismo oficial como la valiente Jane Jacobs, nunca he recibido reprimendas “de arriba”.

La avenida que cruza Tlaltenango, creo que aquí todavía se llama Zapata, según la tesis de la uni-funcionalidad del espacio urbano, es un lecho de cir-culación para los vehículos, punto. Esto podrá ser su función la mayor parte del tiempo, pero también tiene otras funciones. Por ejemplo: el paso de los peatones. Debería tener buenas banquetas. ¿Están bien cuidadas?

DANIEL: No, pero acabamos de hacer una rampita para las sillas de ruedas.

JEAN: Y… hay la posibilidad de que una vez al año se transforme en un espa-cio público, es maravilloso. Desde que llegué a Cuernavaca, más de 40 años, nunca he faltado a una fiesta de Tlaltenango. No podría dejar pasar un año sin pasar por lo menos una tarde en Tlaltenango. Lo que pasa en esta Feria, es que se redescubre otra posibilidad, otro estilo de espacio urbano que en otras épocas eran generales, cuando la calle era donde se vivía gran parte del tiempo.

Porque antes de que hubiera vehículos de motor, todos los espacios urbanos eran un poco lo que es el espacio urbano durante la Feria. En este sentido, la Feria es una memoria histórica, pero también es una posibilidad política, la de restaurar algo, en tiempos y espacios adecuados, de la multi-funcionalidad histórica de los espacios urbanos. Como memoria de lo que lo que puede ser el espacio de un barrio, el tener varias funciones, el tener varios usos, el volverse ocasionalmente espacio de fiesta, la Feria tiene para mí un valor esencial.

Naturalmente los oponentes dicen: “Es que yo pierdo10 minutos o hasta 15 minutos al día durante más de una semana por los desvíos de tráfico, y esto es ¡intolerable!”. No les creo. Creo que sus motivaciones son diferentes: son partidarios de una tesis, un dogma, el Dogma de la Uni-funcionalidad del

Espacio Urbano. Sus argumentos prácticos son un disfraz. Frecuentemente, el congestionamiento y otros aleas de la circulación diaria les hacen perder más de diez minutos y no protestan tanto. En realidad, protestan para defender un dogma casi religioso: el espacio urbano tiene una función: la circulación de los vehículos. Defender cualquier otro uso es una herejía.

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Estoy convencido de que la Feria debe seguir donde está, es su espacio históri-co desde sus inicios. Aun los que lo tratan de “herejía” debería tener algo de tolerancia por los que piensan en forma diferente. Deberían desarrollar alguna capacidad de tolerar rodeos durante 10 días al año en provecho de una costumbre que refuerza los tejidos sociales que el uso compulsivo del coche destruye. Y debería tomar en cuenta que existen vías alternativas. En un acto de solidaridad cívica, deberían seguir permitiendo que la gente que sabe gozar del espacio urbano, haga esa experiencia diez días al año. Defender la posibilidad de esta experiencia en un mundo empobrecido por el dogma de la uni-funcionalidad del espacio urbano rebasa las fronteras de Tlaltenango.

DANIEL. La Feria puede tener un efecto regenerativo dentro de un espacio urbano cada vez más conurbado, palabra que significa originalmente can-cerizado. Durante 10 o 12 días, la Feria viene a ser como un “pulmón” que le da oxígeno a la sociedad, el oxígeno de interacciones regeneradas y la visión de esta posibilidad. La visión de un espacio urbano que vuelva a ser espacio humano.

JEAN: Los espacios humanos son también espacios de conversación. Vas a la Feria y te topas con alguien que no has visto en años, o con quien nunca te das el tiempo de platicar. Hasta puedes invitar a esta persona a tomar una chela, a compartir unas gorditas.

DANIEL: Hum, ya no hay chelas en la Feria…

JEAN: Otra pregunta me viene a la mente. Antes de plantearla, quiero insistir en que hay que ser al mismo tiempo modestos y ambiciosos. Modestos, porque sabemos que nuestros tiempos son limitados, no vamos a durar mucho tiempo y en tu caso el puesto concluirá dentro de poco más de año y medio. Pero, y ahí va la referencia a la ambición, me parece que puedes dar un impulso en la dirección que consideras buena. La pregunta que quiero plantear es entonces la cuestión del relevo. Me parece importante que esta experiencia pudiera seguir, que haya cierta continuidad a esta cercanía con la gente y a esta oportunidad de escucha que propina el cargo de ayudante municipal, usando la palabra “cargo” en su sentido original.

DANIEL. Es algo difícil y además que puede ser frustrante. Por un lado, te empe-ñas efectivamente a marcar un norte. Pero, por otro lado, sabes que no eres el primero en el cargo ni serás el último. En tres años, no se puede materializar mucho lo que anhelaste, y sí, sería bueno que un sucesor siguiera en el camino que modestamente marcaste. Pero lo del relevo se vuelve complicado. Porque ahí… te va un ejemplo: ¿Qué pasó cuando llegó el Sr. de la gasolinera que se quiere poner aquí en la Pradera? Le dije tajantemente que “¡NO!”, a pesar de que me ofrecía nada menos que una camioneta de unos 200 mil pesos. Le seguimos diciendo que no, ni modo. Al término de la conversación me dijo: “bueno, tú nada más duras tres años”. Como ese interés, hay otros intereses capaces de esperar el cambio de cargo, esperando encontrar un interlocutor menos intransigente.

Luego sacamos a la compañía Coca-Cola y permitimos que entraran los refres-cos Boing, a pesar que la Coca también ofreció un cuantioso apoyo. Pero pues,

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favorecer una transnacional voraz no era parte del proyecto. Estas grandes compañías tienen más tiempo de las personas. Saben lisonjear ambiciones personales e intereses económicos y dejar “madurar” hasta que empiecen a trabajar. Cuando asumí el cargo, me topé con varias de estas “promesas en maduración”, fruto de acciones politiqueras con grupos de ciudadanos con intereses particulares, ciertos vicios arraigados desde bastante tiempo. Eso nos vuelve la contestación a una pregunta sobre el posible relevo tan com-plicada. Sea quien sea el sucesor, se va a topar con proyectos más o menos ocultos, que en tiempos electorales se manifiestan como planillas de varios colores. Estas planillas no son generalmente emanaciones del cuerpo político, de los ciudadanos. Entonces, ya hay dados cargados, como se dice. Esa es la realidad a la que nos enfrentamos. Sin embargo, estamos haciendo el mejor equipo posible para tener el mejor trabajo que en su momento permita que el proyecto sea gustoso para la gente, independientemente de despensas o dádivas que se pueden dar en la elección que viene. Pero sí, comprometidos con el proyecto para que se continúe con el relevo… ¡estamos!

La problemática es esa. Se puede llegar a ganar una elección en el gobi-erno, la ayudantía en mi caso, pero no por ocupar el cargo tienes el poder de transformar el juego político. En mi caso, hay múltiples factores que intervienen, intereses que apenas ahorita, después de casi año y medio, se empiezan a despejar, a quitarse la careta. Apenas, a mediado del tiempo que dura el cargo, uno empieza a vislumbrar cuáles son los intereses que van a intentar hacer fracasar este proyecto. A su manera, los que promueven esto intereses particulares “visionarios” en el sentido que saben fingir desear que lo que quiere es el poder, el sistema. Más que visionarios, son en realidad previsores. Cuando olfatean proyectos de protección de los tejidos sociales, los obstaculizan. Eso es la receta del ascenso a las altas esferas del poder: desde joven, una de-strucción hormiga del tejido social, para culminar, una vez bien instalado, en la promoción de proyectos de infraestructuras desmembrando en grande, la subsistencia de la gente sencilla y de los lugares donde viven.

JEAN: pero yo creo que uno de los puntos favorables a que haya un relevo y por ende a que el proyecto pueda seguir es que el cargo de ayudante municipal no es de dedo sino es de voto. La esperanza de un relevo está en que es de elección; a lo mejor depende de que, antes de salir, seas capaz de explicitar el proyecto, desligándolo de políticas particulares o “politiqueras”. Que puedas decir públicamente, quizás en la próxima Feria, que encabezas un proyecto que te rebasa, que va más allá de tu periodo y que finalmente la continuación de este proyecto está en manos de los ciudadanos, que es cuestión de la acción cívica.

A lo mejor se podría concluir tu periodo expresando las cosas que se lograron y expresando cosas que faltaron. La “techumbre” que se inauguró reciente-mente es un espacio público protegido de la lluvia que añade posibilidades de organizar eventos al poblado. Hay esa cuestión del parque, una cosa que empezó bien pero quién sabe si se pueda mantener como parque público del pueblo. Que los votantes sientan y sepan que, como votantes tienen una responsabilidad, una dirección política. ¿No sé si coincides?

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DANIEL: Coincidimos, nuestro lema es participar te ayuda, es el logo que manejamos en nuestras campañas. Si la gente empieza a participar en la vida pública, en lo que nos atañe a todos, se ayuda a sí misma, ese es el tema del gran debate. Un debate que ya es nacional, pero que va más allá. Creo que ya se inició hace tiempo en toda Latinoamérica. Aquí en México, apenas comienza la lucha y la pugna por una democracia participativa y por salir de la representativa. Si Jean, coincidimos.

JEAN: Como dijiste, tu cargo es el más cercano a la gente. El presidente mu-nicipal no tiene el contacto directo con sus gobernados como el que tú tienes con tus vecinos.

DANIEL: Aquí es donde también lo que es la política municipal y que para muchos se convierte uno como en un objeto a destruir, o un adversario a vencer, porque en el momento que estás hasta abajo resolviendo muchos problemitas, vas ganando lealtades, y lealtades reales… que si tú dices ¡vamos a movilizarnos!, se movilizan. El presidente municipal tendrá el mejor carisma, será un personaje muy reconocido pero a la hora de movilizar gente de carne y hueso, o la autoridad que sea, le cuesta más trabajo porque pierden ese contacto directo, y empieza a ver algo como celo, o también como que empiezan a ver que, cómo estas construyendo eso, o hacer, piensan: “si yo soy regidor y gano 10 veces más, tengo más posibilidades de gestión que si no lo hago” y empieza el gran bloqueo. Pareciera que la política es bloquear cualquier ápice de construcción social y que lo único que funciona es la compra, no la acción y se genera ese conflicto.

JEAN: Quiero hacer referencia al conflicto que tuviste, incluso algo que yo vi en un vídeo (alusión a la entrevista con Martínez Cue o la del programa radial Choro Matutino Junio 2014). Eres un bicho raro porque no funcionas según los reflejos de los políticos habituales.

DANIEL: Hay una diferencia entre la política y la politiquera, creo en la ver-dadera política. Mi interés es la ciudad, el barrio donde vivo. Quiero tener influencia, más que poder, en las cuestiones que atañen a este espacio, este barrio donde vivo. Esto a mi juicio es la verdadera política. La politiquera en cambio te pide funcionar como una ruedita en una máquina y esperar que tu sujeción te traiga beneficios personales. Ya no quisiera entrar en cuestiones de detalles porque eso ya lo sabemos…dar autorizaciones remuneradas bajo la mesa para cambios de uso de suelo, ese tipo de cosas. Permitir que se haga una gasolinera aquí, que se construya otra mega-tienda allá.

A lo mejor algunos de los ciudadanos de Cuernavaca no están acostumbrados a ese tipo de política, están acostumbrados a la politiquera… por eso dicen: Es más de lo mismo”, “al final son todos iguales” y surge inmediatamente la palabra corrupción.

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La reconstrucción social e institucional a partir del respeto a la tradición.

TLALTENANGO AYER HOY Y SIEMPRE

El no querer entrar a los juegos de la politiquera, a los juegos de la corrupción, no es tanto una actitud “santa”, es, hoy, una acción política justa y necesaria. Y sí, hay gente aquí que quiere otro destino para su comunidad. Creo que es posible hacer sentir eso. Si la gente lo empieza a sentir yo creo que es una oportunidad para transformar esta voluntad difusa de “hacer las cosas bien” en proyecto político.

JEAN: Yo creo que estás en una oportunidad de hacer.

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