ippforum- diciembre2013

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año 2 número 5 diciembre 2013 i forum pp L a fiscalía surafricana solicitó en 1963 la pena de muerte para Rolihlahla “Nelson” Mandela. En esa última ocasión que Mandela enfrentó cargos criminales, él y dos co-acusados fueron finalmente sentenciados a cadena perpetua, bajo una fuerte presión internacional en contra de la ejecución. En 1990, F. W. De Klerk, el último presidente Surafricano de la era del apartheid, legalizó el movimiento político donde militaba Mandela y concedió su tan exigida excarcelación, luego de 27 años preso. Junto con De Klerk, Mandela compartió diversos procesos políticos, que los llevaron a compartir, también, un Premio Nobel de la Paz. En 1994, tras una larga jornada y en las primeras elecciones en que la mayoría de la población de raza negra tuvo derecho al voto, Mandela fue electo Presidente y su organización ganó el favor del 62% del electorado. MANDELA de enfrentar la pena de muerte a la reconciliación nacional Por: Lcdo. Kevin Miguel Rivera-Medina Presidente Comisión sobre la Pena de Muerte Colegio de Abogados de Puerto Rico forum www.institutodepoliticapublica.org No es de sorprender que sea el continente africano quien nos haya dado grandes lecciones de reconciliación nacional, que surgen, a su vez, de terribles experiencias en la historia de los pueblos. diciembre 2013 En este número MANDELA: de enfrentar la pena de muerte a la reconciliación nacional ....................... 1 Sistema Universitario Ana G. Méndez IPPforum es publicado mensualmente por el Instituto de Política Pública Copyright ©2013 Para suscripciones y copias impresas puede comunicarse a: [email protected] Igualmente puede llamar o escribir a: Instituto de Política Pública PO Box 21345 San Juan, PR 00928-1345 Tel. (787) 751-0178 x. 7366/7367 institutodepoliticapublica.org Las opiniones vertidas por los colaboradores invitados no necesariamente representan la opinión del Instituto de Política Pública y su cuerpo directivo. Los escritos de opinión son el punto de vista de cada columnista colaborador y no representan necesariamente el punto de vista de sus patronos o firmas. La información en este boletín ha sido obtenida de fuentes confiables, pero su corrección e integridad, o la opinión en la cual se basa, está garantizada. Si tiene alguna pregunta relacionada al contenido de este publicación, puede contactar a la oficina de la Directora Ejecutiva del Instituto de Política Pública. El contenido de esta publicación no podrá ser reproducido, almacenado en sistema de recuperación, o transmitido sin previa autorización del Instituto de Política Pública. © Comugnero Silvana

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Mandela. Instituto de Política Pública, Sistema Universitario Ana G. Méndez. San Juan, Puerto Rico.

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La fiscalía surafricana solicitó en 1963 la pena de muerte para

Rolihlahla “Nelson” Mandela. En esa última ocasión que Mandela enfrentó cargos criminales, él y dos co-acusados fueron finalmente sentenciados a cadena perpetua, bajo una fuerte presión internacional en contra de la ejecución. En 1990, F. W. De Klerk, el último presidente Surafricano de la era del apartheid, legalizó el movimiento político donde militaba Mandela y concedió su tan exigida excarcelación, luego de 27 años preso. Junto con De Klerk, Mandela compartió diversos procesos políticos, que los llevaron a compartir, también, un Premio Nobel de la Paz. En 1994, tras una larga jornada y en las primeras elecciones en que la mayoría de la población de raza negra tuvo derecho al voto, Mandela fue electo Presidente y su organización ganó el favor del 62% del electorado.

MANDELAde enfrentar la pena de muerte

a la reconciliación nacionalPor: Lcdo. Kevin Miguel Rivera-Medina

Presidente Comisión sobre la Pena de MuerteColegio de Abogados de Puerto Rico

forumwww.institutodepoliticapublica.org

No es de sorprender que

sea el continente africano quien nos haya dado

grandes lecciones de reconciliación

nacional, que surgen, a su

vez, de terribles experiencias en la historia de los

pueblos.

diciembre 2013

En este númeroMANDELA: de enfrentar la pena de muertea la reconciliación nacional ....................... 1

Sistema UniversitarioAna G. Méndez

IPPforumes publicado mensualmente por el

Instituto de Política PúblicaCopyright ©2013

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Igualmente puede llamar o escribir a:

Instituto de Política PúblicaPO Box 21345

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x. 7366/7367institutodepoliticapublica.org

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Ciertamente, la prioridad de Mandela para con su país sería la reconciliación nacional, el aspirar y construir una vida como país de unidad de propósito, de justicia, de paz y desarrollo. Mandela realizó cuestionables nombramientos estratégicos en el gobierno, en el que al principio combinó viejos enemigos y grandes aliados, sumados a una dosis de sangre joven. Parte de su valentía incluyó el no dejarse llevar por el clamor de sus seguidores y tomar decisiones que parecerían propias de un dirigente débil, pero que lo llevó a ser líder de una nación, más allá de ser líder de una facción. Nelson Mandela desistió de una parte importante de su plan de trabajo progresista, que traería mayor equidad y justicia para la inmensa mayoría de la población. Pero sin duda impulsó una serie de programas gubernamentales que llevaron mayor acceso a servicios de salud, educación, a un techo, electricidad, agua, y telefonía; a la vez que solidificó derechos para la clase obrera, mejorando así la calidad de vida para centenas de miles de personas y facilitando la inversión externa. Faltó, por otro lado: estrategias efectivas para combatir

el crimen, una mayor atención a la alta incidencia de VIH y firmeza con los problemas de corrupción que enfrentaba su gobierno. Sin embargo, la presidencia de Mandela adelantó grandes espacios hacia una mejor sociedad, dejó la zapata para avanzar la estrategia de país, y sirvió de inspiración para miles en África y el Mundo. No es de sorprender que sea el continente africano quien nos haya dado grandes lecciones de reconciliación nacional, que surgen, a su vez, de terribles experiencias en la historia de los pueblos. Mencionamos, en especial, a Suráfrica y Ruanda. Dos naciones que sufrieron -y en distinta medida aún sufren- del coloniaje y la explotación, de pobreza generalizada, de racismo, y de muchos otros estereotipos y discrímenes. En Suráfrica, las luchas por la reconciliación nacional y para lograr acabar con el sistema de apartheid requirieron de jornadas de trabajo que se caracterizaron por el peregrinaje nacional e internacional, de las cuales Mandela fue protagonista. Ya en el poder, su mandato fue vivo ejemplo de cómo se lleva a la acción la palabra

“reconciliación”. Mandela tendió la mano a quien lo perseguía; incluyó en su gobierno a quien lo discriminaba. Hábilmente, Mandela realzó su figura y la visión de reconciliación por medio de escenarios distintos a la política; utilizó el deporte y las artes, entre otras esferas, para llevar su mensaje. Estos espacios deportivos y artísticos aglutinan a un pueblo, los une. Son escenarios mucho más democráticos, de amplia participación y disfrute de la ciudadanía de todas clases y colores. No es de sorprender, tampoco, la afición de Mandela al boxeo, como ejercicio entre 2 contrarios que son equivalentes en estatura y peso, donde no se promueve el abuso del fuerte sobre el débil. Mandela también se rodeó de comunicadores que hicieron suyos el mensaje de reconciliación, de equidad y de respeto a los derechos humanos. Artistas, personalidades de noticias, líderes internacionales, intelectuales, fueron poco a poco dejándose cautivar y sirvieron de eco resonante de su mensaje y acción. Mandela creó la Comisión de la verdad y la reconciliación, liderada por otro de los grandes, el Arzobispo Desmond Tutu, bajo el concepto tradicional del Ubuntu, que significa humanidad, mientras otros lo entienden como la filosofía de la virtud y la bondad humana. Las comisiones de la verdad y reconciliación buscan la Justicia -con jota mayúscula-; una justicia que no es retributiva y vengativa, sino una justicia que es restauradora y que construye; que deja a las víctimas en una mejor posición, mientras provee alternativas de rehabilitación social al victimario, y hasta se traspasan las barreras de las etiquetas de víctima y victimario

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para lograr una mejor convivencia y paz social. Es la Justicia que permite crecer a un país. El modelo utilizado por la Comisión en Suráfrica ha servido de ejemplo para muchos otros pueblos. En nuestra América, se ha utilizado este mecanismo en países como Chile, Perú, Argentina, Paraguay, Brasil, Guatemala y El Salvador. En Ruanda, por otro lado, la metrópoli colonial Bélgica estableció un sistema de explotación, discrimen y supremacía política y social, donde un grupo minoritario tutsi reinaba sobre la mayoría hutu, ambos grupos de raza negra, con un mismo idioma y tradición, quienes viven en las mismas tierras. Pocas diferencias pueden notarse, siendo los tutsis personas algo más altas y delgadas. La rebelión de la mayoría hutu llevó al país a su independencia en 1962, pero luego se desvirtuó la rebelión en un nuevo poder de la mayoría sobre la minoría, en un acto retributivo de violencia que mantuvo al país en periodos de guerra civil y de “limpieza” étnica entre los mismos nacionales, perpetrada mayormente por paramilitares apoyados por el gobierno. En 1994, se llevó a cabo uno de los peores genocidios en la historia de la humanidad; en menos de 100 días, 800,000 personas fueron sangrientamente asesinadas; mientras las fuerzas de las Naciones Unidas poco o nada hicieron para detener la matanza. Luego del genocidio, Ruanda comenzó un proceso de reconciliación nacional que, al igual que en Suráfrica, utilizó tradiciones locales para lograr la unión y la paz social. En este caso, la Gaçaça (pronunciado “gashasha”), que es una especie de juicio tribal, donde la aspiración es

conocer la verdad a cambio de una especie de inmunidad, con la idea de solicitar el perdón del pueblo y rehabilitar a quien ha causado mal. Los cambios recientes se han hecho notar. Ruanda es hoy un país menos pobre, con más turismo, con crecimiento económico, con mejor salud, y casi ha podido eliminar la terrible corrupción gubernamental que tuvo su máxima expresión en la violencia hacia su propia gente. Ambos procesos de reconciliación nacional, Ubuntu y Gaçaça utilizaron una visión de justicia restauradora, en lugar de retributiva. Ambos utilizaron procesos y visiones arraigadas en las tradiciones tribales. Ambos requirieron de tolerancia, reconocimiento y respeto a la diversidad; lo que nos recuerda la frase de Benito Juárez: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno, es la paz”. Como nota adicional, ambos procesos llevaron a que estas naciones rechazaran tajantemente la aplicación de la pena capital. Ya se había sufrido suficiente, se había derramado demasiada sangre, y el pueblo no permitiría que, en su nombre y en nombre de la “justicia”,

se ejecutara a otro ser humano. Es interesante observar la historia de cómo Suráfrica, durante la primera mitad del siglo XX, parecía ser el único lugar en el orbe donde las ejecuciones aumentaban de manera consistente, a la vez que el sistema penal se hacía más racista. En la segunda mitad del siglo, las ejecuciones se utilizaron para aterrorizar a quienes criticaban el sistema del apartheid, tanto contra blancos como negros; pero la disparidad racial de las ejecuciones era más que evidente. Mientras Mandela estuvo encarcelado, se observó un alza sustancial en las ejecuciones, y Suráfrica se convirtió en uno de los principales estados ejecutores del planeta, siendo la pena capital un mecanismo de represión adicional por parte del Estado. Luego de cinco años de moratoria en las ejecuciones, declarada en 1990 por el presidente De Klerk, el nuevo Tribunal Supremo surafricano bajo la presidencia de Mandela, emitió su primera decisión de sustancial importancia al declarar inconstitucional la pena de muerte; ese castigo injusto

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e inútil que el gobierno intentó imponer sobre el propio Mandela en 1963. En una decisión unánime, del mes de junio de 1995, el Presidente del nuevo Tribunal Constitucional reiteraba al país y al mundo que todo ser humano, por abominable que fuera el acto cometido, tenía el derecho constitucional a la vida, por lo que sería inconstitucional que el Gobierno ejecutara una persona. El partido de gobierno se expresó jubiloso porque “nunca, nunca, nunca jamás los ciudadanos de nuestro país estarán sujetos a la práctica barbárica que significa la pena capital”. Los diferentes cambios políticos, sociales y jurídicos que se dieron en Suráfrica llevaron al establecimiento de una nueva constitución, de gran avanzada en términos de derechos humanos y que ha permitido el desarrollo de una nación mucho más saludable y en paz, encaminada a esa con la que soñó Mandela y quienes lo acompañaron en tantas luchas. Mandela, lejos de ser sentenciado a muerte en 1963, nos ha dejado un legado inmortal y se eterniza su imagen mientras valoramos sus luchas de vida, sabiendo que estuvo dispuesto a morir por ellas. Pero la reflexión de Mandela y Suráfrica tiene que traernos a nuestro

entorno, a este país donde también rechazamos la pena de muerte en nuestra Constitución, mientras se nos impone por un poder político “federal”, del cual no somos parte. Esa pena que apenas es eso, pena. Que viene del dolor y el coraje, del sentido de impotencia, a querer revestirse de justicia. Esa pena que existía en Ruanda y Suráfrica, donde hoy se vive mejor sin ella. Tenemos, por fuerza, que comparar también, y a grandes rasgos, dos prisioneros políticos: Nelson Mandela y Oscar López Rivera. Nelson Mandela fue acusado de sabotaje y querer derrocar al gobierno del apartheid; estuvo 27 años preso; se ganó un Premio Nobel de la Paz; fue Presidente de su país; y se ganó el amor del pueblo. Oscar López Rivera fue acusado de conspiración sediciosa (derrocar el poder del gobierno de los Estados Unidos sobre Puerto Rico); lleva sobre 32 años preso; no se ha ganado un Premio Nobel, aunque varias personas han propuesto la idea porque reúne muchas más características meritorias que algunos de los recientes galardonados; no puede ser Presidente de su país; y, al igual que Mandela, se ha ganado el amor

del pueblo. Y aunque parezca desproporcionado comparar los momentos vividos en muchos de los lugares que necesitaron de un proceso de reconciliación nacional para reconstruirse y reconstituirse como Pueblo, no es menos cierto que Puerto Rico atraviesa hace mucho un periodo de insatisfacción con su situación política, crisis económica estructural y prolongada, una situación de salud mental alarmante, un desasosiego colectivo que se nutre de la desesperanza, éxodo de su población, y una inseguridad y violencia que ya casi la vemos como normal y corriente. Todo esto nos exige a nosotros también un proceso de reconciliación nacional que sirva de base para desarrollarnos como país, en todos sus sentidos. Que sea el espíritu heroico de Mandela el que nos guíe en esa gesta, junto al brío de tantos héroes y heroínas con que ha contado y cuenta Puerto Rico.-

-Lcdo. Kevin Miguel Rivera-MedinaAbogado en la práctica privada. Presidente de la Comisión sobre Pena de Muerte del Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico; miembro de su Comisión sobre los Derechos de las Víctimas de Delito; Vice-presidente de ALAPÁS.