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Barcelona, 27 de mayo de 2019. Un colaborador de Glo- vo, la empresa española de reparto, yace tumbado junto a una mochila en llamas de la firma. Participaba en una pro- testa contra las condiciones laborales de la compañía, y por la muerte de un colega en un accidente de trabajo. INTERNET GETTY 84

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Barcelona, 27 de mayo de 2019. Un colaborador de Glo-vo, la empresa española de reparto, yace tumbado junto a una mochila en llamas de la firma. Participaba en una pro-testa contra las condiciones laborales de la compañía, y por la muerte de un colega en un accidente de trabajo.

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EL LADO

OSCURO DE

LA ECONOMÍA COLABORATIVA

Las plataformas web y las apps que ponen en contacto a ciudadanos y

empresas que intercambian bienes y servicios benefician al consumidor

y crean empleo, pero muchos de esos trabajos son precarios y tienen

un trasfondo de explotación.

Texto de LAURA G. DE RIVERA

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da en 2008 y que triunfa en el mercado anglo­sajón), aseguró en su día que sus trabajadores “eligen esto porque no quieren un empleo a tiempo completo, sino flexibilidad y contro­lar su destino”. Esa flexibilidad es uno de los ganchos para conseguir mano de obra barata y rápida. Porque el trabajo suele acabar sien­do flexible, pero solo para la empresa. Muchos conductores de Uber denuncian que han de estar disponibles las veinticuatro horas el día. Si no, dejan de encargarles trabajos, pues caen en el ranquin de la app, en el que puntúan la rapidez de respuesta y la disponibilidad. En TaskRabbit, “una vez que el sistema ofrece la tarea a un trabajador, este solo tiene 30 mi­nutos para aceptarla. Si no, va a otro com­pañero”, nos cuenta Trebor Scholz, profesor en la Universidad New School de Nueva York (EE. UU.), destacado crítico de la economía

l pasado mes de febrero, el conser­je de una urbanización de Colmenar Viejo (Madrid) fue agredido por un repartidor de Amazon. Las cámaras de vigilancia lo grabaron. El men­sajero llamó al timbre, y como no le abrieron, saltó la valla de la finca con su paquete. Cuando el portero le re­prendió, el repartidor le acusó de no dejarle trabajar y le golpeó. El hom­bre intentó contactar con Amazon para que identificara al agresor, pero

la empresa se desentendió del caso, según informó Telemadrid. El comportamiento del repartidor no tiene excusa, pero, para algu­

nos, revela dos claves del paisaje laboral surgido con la expansión de ciertos gigantes digitales: la presión que experimentan sus trabajado­res para cumplir objetivos, y la irresponsabilidad de estas empresas respecto a ellos, a los que no consideran empleados, sino colaborado­res. Otras grabaciones de cámaras de seguridad han mostrado a re­partidores de Amazon que tiraban los pedidos por encima de las verjas de las casas de los destinatarios, para cumplir con sus exigentes cupos de entrega. Y proliferan las informaciones sobre las malas condiciones laborales en los almacenes y centros logísticos de la empresa fundada y dirigida por Jeff Bezos.

Para el consumidor todo son ventajas. Compra online sin despla­zarse –y por lo general más barato que en las tiendas–, y recibe el producto en casa al día siguiente. Las plataformas digitales funcio­nan como marco para los intercambios de bienes o servicios entre sus usuarios, que son tanto compradores como vendedores, empleadores como empleados, y esta es la base de la llamada economía colaborati­va. Pero lo que no vemos cuando hacemos clic para adquirir un chollo es que el cambio precariza las estructuras laborales. De algún sitio hay que recortar para ofrecer gangas. Ha nacido un nuevo perfil de tra­bajador: el peón digital infrapagado y sobreexplotado. Los asalaria­dos de Amazon han protagonizado en varios países –incluido Espa­ña– huelgas por el empeoramiento de sus condiciones laborales y la presión que sufren. Entre 2017 y 2018, la empresa prescindió del 10 % de su plantilla “por razones de productividad”, según un documento interno hecho público por la web The Verge el pasado mes de abril. Mediante apps y sistemas informáticos, la compañía de Bezos evalúa continuamente la productividad de cada empleado: mide el tiempo que gasta en ir al servicio o comer, y la persona recibe un aviso nega­tivo si aquel supera la media del 75 % de la plantilla.

LOS SINDICATOS DE TRABAJADORES ESPAÑOLES HAN DENUNCIADO LA SITUACIÓN DE LOS REPARTIDORES DE COMIDA DE DELIVEROO, los conductores de Uber o Cabify y quienes trabajan en otras actividades (limpieza, reparaciones, construcción...) mediadas por plataformas de economía colaborativa. Dado que estas personas no tienen contrato de empleados, las empre­sas los consideran clientes de su web de intermediación, o colabora­dores con una relación mercantil de arrendamiento de servicios. Así, la compañía no tiene que cumplir la legislación laboral en cuanto a du­ración de la jornada, vacaciones, bajas, indemnizaciones por despido, seguro de accidentes... Si un repartidor de Deliveroo se cae de la bici mientras trabaja y se lesiona, la baja corre de su cuenta.

“Ocupa el asiento del conductor y cobra por ello”. La frase es parte de la comunicación de Uber, una empresa estadounidense de vehícu­los con conductores, que asegura que estos son clientes de su app y no empleados, y que por tanto no mantiene con ellos un contrato de exclusividad con horarios. Anne Raimondi, antigua ejecutiva de Task­Rabbit (una plataforma web de recados y servicios de todo tipo, crea­

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En 2025, la economía colaborativa generará 300.000 millones de

euros en Europa. En 2015 fueron 28.000 millones

Arriba: Centro logístico de Amazon en San Fernando de Henares (Ma-drid). Sus miles de estanterías contienen más de 58 millones de artículos, y tiene más de 15 kilómetros de cinta transportadora. Izquierda: Un pa-seador de perros en Londres. Muchos de los que se dedican a esta tarea lo hacen a través de webs intermediarias donde ofrecen sus servicios.

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digital y autor del libro Uberworked and Underpaid (Explotados e infrapagados).

En un mercado laboral tan competitivo, por cada persona que cae en combate o se toma unos días libres hay decenas deseando ocupar su puesto. Un mensajero de Deli­veroo contó lo siguiente a El País: “Se nos valora por tres criterios: la disponibilidad, el porcentaje de aceptación de pedidos y la velocidad. Parece como si nos animaran a saltarnos los semáforos”. Esta presión alarga las jornadas laborales, sin compensación económi­ca por las horas extra. El precio, además, tiende a estandarizarse: co­mo ocurre con Uber, es la compañía la que marca la tarifa –lo más baja posible, para atraer al cliente– que cobrarán sus colaboradores, que ni siquiera controlan la contraprestación económica por sus servicios.

LIMPIADORAS, CUIDADORES DE PERROS, RECADEROS... “Todos los rincones de la vida cotidiana están copados por las plataformas de economía colaborativa”, apunta Scholz. En el mercado anglosajón hay inclu­so webs con nombres como Alquila un marido o Alquila un amigo. Cada vez es más frecuente el trabajo flexible, temporal e incierto, sin relación laboral de por medio, sino mercantil. Los empleados son agentes reemplazables, no especializados, desesperados. Según Scholz, en 2015, entre el 31 % y el 40 % de los estadounidenses entra­ban en esta categoría, y “desde 1979 a 2013, la productividad de los empleados del país creció un 64 %, y sus salarios solo un 8 %”.

Una investigación de 2018 dirigida por la socióloga Jill Rubery, de la Universidad de Mánchester, elaborada con datos del Reino Unido, Francia, España, Alemania y Eslovenia, señaló que en este contexto, “las empresas se sienten libres para crear trabajo precario y fragmen­tado”. Buena parte de la fuerza laboral tiene hoy dos opciones: el paro o un puesto muy inseguro. Uber y Lyft –la compañía estadounidense que conecta conductores y usuarios de coches compartidos mediante

Amazon Mechanical Turk (AMT) es una exitosa plata-forma de trabajo colaborativo online creada por Jeff

Bezos en 2005. Su nombre proviene de un falso autómata inventado a finales del siglo XVIII por el húngaro Wolfgang von Kempelen. Se trataba de un muñeco de hojalata ves-tido de turco y sentado a una mesa, y jugaba muy bien al ajedrez. Dentro del ingenio se ocultaba un ajedrecista de carne y hueso que movía las piezas con palancas.

AMT ofrece un listado de tareas fáciles para un huma-no, pero complicadas para un ordenador: procesar fotos y vídeos, verificar datos, recopilar información… Las em-presas que las necesitan encuentran allí gente dispuesta a hacerlas por tarifas que oscilan entre 2 y 3 dólares la hora en Estados Unidos y la India. En los demás países, el pago se hace en forma de cheques regalo de Amazon. ¿Quién querría un empleo así? “Muchos estadouniden-ses lo hacen para matar el tiempo o mantener la mente ocupada, como quien resuelve crucigramas. En la India, sin embargo, es la fuente principal de ingresos de bas-tantes personas”, explica Trebor Scholz, profesor en la Universidad New School de Nueva York.

AMT no interviene en caso de conflicto laboral, pues se limita a brindar el sistema técnico para los intercambios, a cambio de parte de lo que abonan las empresas. La mano de obra carece de derechos, cede la propiedad intelec-tual de su trabajo, y desconoce el nombre y la forma de contactar con sus empleadores, y viceversa: solo la plata-forma posee esa información y puede comunicarse con las dos partes. “Es un misterio de dónde viene el trabajo, quién lo solicita y para qué. Solo pagan si están satisfe-chos con el resultado. Y a veces ni eso”, dice Scholz.

El turco mecánico de AmazonLos ciclistas y motoris-

tas de las empresas de entrega rápida de comida como Deliveroo trabajan a destajo, al margen de que diluvie, nieve o arda el asfalto.

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detractores de esta empresa esgrimen estudios que indican que cada vez más pisos alquilados a través de su plataforma pertenecen a firmas inmobiliarias, fondos de inversión...

No es la única crítica que recibe Airbnb. En 2017, investigadores de la Universidad Rutgers (EE. UU.) analizaron aleatoriamente cuatro mil solicitudes de reserva de alojamiento en esta web. Concluyeron que “los anfitriones tendían a rechazar las solicitudes de huéspedes con discapacidades. La tasa de preaprobación era del 75 % para viajeros sin discapacidades, del 50 % para los ciegos, del 43 % para los que te­nían parálisis cerebral, y del 25 % para los que usaban silla de ruedas”. Esto refleja una de las características de los negocios basados en la economía colaborativa: si las personas a las que conectan en su red no son sus empleadas, no son responsables de sus malas prácticas, y no tienen que velar por el cumplimiento de las le­yes contra la discriminación, cosa que sí deben hacer los hoteles tradicionales. Según el profe­sor Scholz, “en Airbnb, un negro no tienen las mismas oportunidades que un blanco de alqui­lar a buen precio su apartamento”.

ES EL LADO OSCURO DE ESTA NUEVA ECONOMÍA, don­de la ley de la oferta y la demanda funciona en su forma más cruda: si los alojamientos de las nuevas plataformas son mucho más baratos que un hotel, nunca les faltarán clientes; y lo mismo puede aplicarse a los taxis, el reparto de productos y comida... Los obreros de la era digital resultan más prescindibles que nunca, y no solo porque no sean trabajadores especia­lizados, sino porque la debilidad del mercado laboral los convierte en carne de cañón fácil de reemplazar.

Ganar un dinero extra está muy bien, pero si tu economía entera depende de los ingre­sos que hagas entregando paquetes, te atrapa la precariedad. Lo único que les queda a los proletarios digitales es unirse. En Barcelona, la plataforma Riders por Derechos incluye a repartidores de empresas como Glovo, Delive­roo y Uber Eats. En el Reino Unido ha surgido la Unión de Trabajadores Independientes, for­mada por personal mal pagado (conductores, cuidadores, repartidores...) de plataformas de externalización. Tiene sentido, porque tales or­ganizaciones carecen de oficinas donde puedan relacionarse los trabajadores, que a menudo tampoco pueden dirigir sus quejas o peticio­nes a un jefe con nombre y apellidos. Más bien, actúan como máquinas sometidas a las imper­sonales órdenes de un sistema informático.

una app– se resisten a considerar empleados a sus chóferes, ya que tendrían muchos de­rechos de los que carecen los colaboradores. Estas discrepancias han llegado a los tribu­nales en varios países, entre ellos España. El pasado junio, un juez de Valencia dio la ra­zón a la Inspección de Trabajo y dictaminó que 97 repartidores de Deliveroo eran “falsos autónomos”, y que debían ser considerados asalariados. Hay más procesos de este tipo en marcha, y se prevé una larga batalla judicial

para dirimir el estatus de estos trabajadores. Cuando el objetivo es ganar más dinero sea como sea, surgen ideas

como la del crowdsourcing competitivo. Nos la explica el profesor Scholz: “La gente responde a una convocatoria para llevar a cabo una tarea que debe presentar a través de la Red, aunque solo un participan­te será premiado con dinero. El resto no gana nada, aunque entregue el trabajo”. Uno de los ejemplos que pone en su libro Uberworked and Underpaid es el de 99Designs, plataforma australiana con sede europea en Berlín, que cuenta con más de 200.000 diseñadores gráfi­cos registrados. El funcionamiento es simple: “El cliente solicita algo: por ejemplo, el diseño de un logo, que paga de antemano a la platafor­ma con 300 dólares. A cambio, recibe una media de 116 diseños. Solo uno gana la competición, y cobra 180 dólares; los restantes 120 dóla­res son para el intermediario, es decir, 99Designs. Los otros 115 dise­ños se habrán hecho a cambio de nada”, explica Scholz. Es un patrón que siguen otras plataformas, como InnoCentive: en ella, las empre­sas­cliente publican retos de innovación en el campo de la ingenie­ría, la informática, la química, la física... Científicos de todo el mundo –sobre todo de los países donde menos ganan, como Rusia, China y la India– responden enviando sus inventos o propuestas. Pero solo uno de ellos triunfa y cobra. Y hay muchas más webs así.

ALGUNOS COLOSOS DE LA ECONOMÍA COLABORATIVA SALIERON DE MUY ABAJO. AIR-BNB NACIÓ EN 2008 EN SAN FRANCISCO por iniciativa de tres profesionales jóvenes –Brian Chesky, Joe Gebbia y Nathan Blecharczyk–, que crearon una web en la que uno podía alquilar temporalmente su propia casa o su segunda residencia a extraños, para obtener ingresos extra. Hoy es la mayor plataforma de alquileres turísticos del mundo, ha puesto patas arriba la industria de los viajes y el mercado inmobiliario de numerosas ciudades, y tiene un valor estimado de 31.000 millones de dólares, solo por debajo del de Uber, con la que comparte una cosa: ambas entran en la categoría de empresas unicornio, es decir, start-ups (organiza­ciones emergentes muy tecnológicas) valoradas en más de mil millones de dólares. Pero su éxito se cobra víctimas: desde la irrupción de Cabify o Uber, los taxistas han perdido de media el 10 % de sus ingresos. Con Airbnb, el precio de los alquileres se ha disparado.

Las empresas aludidas aseguran que benefician a toda la sociedad. Airbnb argumenta que permite a las personas usar sus casas para ganar dinero, y que su servicio es “una plataforma de la gente para la gente”. Pero su negocio y el de su competencia ha hecho prohibitivo para los lugareños el precio de los arrendamientos en numerosos barrios, y ha convertido edificios enteros en minihoteles camuflados, ocupados solo por turistas que van y vienen. No se trata solo de gente corriente que alquila su casa de vez en cuando, sino de inversores inmobiliarios que asfixian el mercado y dejan fuera justo a esos ciudadanos de a pie. Los

El 50 % de los alojamientos en los centros turísticos populares de España se ofrece en plataformas de economía colaborativa

Uber usará drones para repartir comida. La reco-gerán y luego se acopla-

rán a un coche de esta empresa de vehículos

con conductor, que hará la entrega final al cliente.