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ITINERARIOS núm. 30 / 2019 DOI: 10.7311/ITINERARIOS.30.2019.09 Marcos Cortés Guadarrama (Universidad Veracruzana) IMAGINERÍAS DEL AFEITE EN LOS TEXTOS MÉDICOS: DEL LILIO DE MEDICINA DE BERNADO DE GORDONIO (SEVILLA, 1495) A LA VERDADERA MEDICINA, CIRUGÍA Y ASTROLOGÍA DE JUAN DE BARRIOS (MÉXICO, 1607) Fecha de recepción: 25.09.2018 Fecha de aceptación: 11.12.2018 Resumen: Se estudia la imaginería del afeite en las obras de los físicos y cirujanos del orbe hispánico nacidas en ambas orillas del Atlántico, desde el siglo XV hasta el XVII. Los testimonios ibéricos del siglo XV son los siguientes: Lilio de medicina de Bernado de Gordonio, Flos de medicines o receptes del Tresor de Beutat, Menor daño de la medicina de Alonso de Chirino, Compendio de la humana salud de Johannes de Ketham. Los textos novohispanos del siglo XVI e inicios del XVII son los siguientes: Secretos de cirugía de Pedro Arias de Benavides (aunque publicado en Valladolid, este médico sí estuvo en el Nuevo Mundo); Suma y recopilación de cirugía de Alonso López de Hinojosos, Tratado breve de medicina, de fray Agustín Farfán, y, finalmente, Verdadera medicina, cirugía y astrología de Juan de Barrios. A partir de los casos clínicos seleccionados y desde una propuesta hermenéutica, se destaca que los conceptos de autoridad y juramento son fundamentales para la metatextualidad creada por los autores de aquellas obras. Se propone que estos dos conceptos poseen significativos cruces y diferencias en la tratadística médica bajomedieval y en la novohispana. Finalmente, se apunta que desde el discurso normativo y el estilo áspero de los textos médicos se consolidó el canon de la belleza occidental. Palabras clave: afeite, textos médicos, saberes folklóricos, Baja Edad Media, Nueva España Title: e Imaginaries of Beauty Tricks in the Medical Texts from the Early Modern Period: from the Lilio de medicina by Bernado de Gordonio (Seville, 1495) to the Verdadera medicina, cirugía y astrología by Juan de Barrios (Mexico, 1607) Abstract: e paper studies the imaginaries of beauty tricks in the works of physicists and surgeons of the Hispanic world, created on either side of the Atlantic (fiſteenth through seventeenth centuries). e Iberian testimonies from fiſteenth century are Lilio de medicina by Bernado de Gordonio; Flos de medicines o receptes del Tresor de Beutat; Menor daño de la medicina by Alonso de Chirino; Compendio de la humana salud by Johannes de Ketham. e sixteenth- and early seventeenth-century text fom New Spain are the following: Secretos de cirugía by Pedro Arias de Benavides (even though it was published in Valladolid, this medician stayed in the New World); Suma y recopilación de cirugía by Alonso López de Hinojosos; Tratado breve de medicina, by Fray Agustín Farfán; and, finally, Verdadera medicina, cirugía y astrología by de Juan de Barrios. From the selected clinical cases, and from the hermeneutic point of view, it is emphasized that the concepts of authority and oath are fundamental for the metatextuality created by the authors

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ITINERARIOS núm. 30 / 2019 DOI: 10.7311/ITINERARIOS.30.2019.09

Marcos Cortés Guadarrama(Universidad Veracruzana)

IMAGINERÍAS DEL AFEITE EN LOS TEXTOS MÉDICOS:

DEL LILIO DE MEDICINA DE BERNADO DE GORDONIO

(SEVILLA, 1495) A LA VERDADERA MEDICINA, CIRUGÍA

Y ASTROLOGÍA DE JUAN DE BARRIOS (MÉXICO, 1607)

Fecha de recepción: 25.09.2018 Fecha de aceptación: 11.12.2018

Resumen: Se estudia la imaginería del afeite en las obras de los físicos y cirujanos del orbe hispánico nacidas en  ambas orillas del  Atlántico, desde el  siglo  XV hasta el  XVII. Los  testimonios ibéricos del  siglo  XV son los  siguientes: Lilio de  medicina de  Bernado de Gordonio, Flos de medicines o receptes del Tresor de Beutat, Menor daño de  la medicina de Alonso de Chirino, Compendio de  la humana salud de Johannes de Ketham. Los textos novohispanos del siglo XVI e inicios del XVII son los siguientes: Secretos de cirugía de Pedro Arias de Benavides (aunque publicado en Valladolid, este médico sí estuvo en el Nuevo Mundo); Suma y  recopilación de  cirugía de  Alonso López de  Hinojosos, Tratado breve de  medicina, de  fray Agustín Farfán, y, fi nalmente, Verdadera medicina, cirugía y  astrología de  Juan de Barrios. A partir de los casos clínicos seleccionados y desde una propuesta hermenéutica, se destaca que los conceptos de autoridad y juramento son fundamentales para la metatextualidad creada por los  autores de  aquellas obras. Se propone que estos dos conceptos poseen signifi cativos cruces y diferencias en la tratadística médica bajomedieval y en la novohispana. Finalmente, se apunta que desde el discurso normativo y el estilo áspero de los textos médicos se consolidó el canon de la belleza occidental.

Palabras clave: afeite, textos médicos, saberes folklóricos, Baja Edad Media, Nueva España

Title: Th e Imaginaries of Beauty Tricks in the Medical Texts from the Early Modern Period: from the Lilio de medicina by Bernado de Gordonio (Seville, 1495) to the Verdadera medicina, cirugía y astrología by Juan de Barrios (Mexico, 1607)

Abstract: Th e paper studies the imaginaries of beauty tricks in the works of physicists and surgeons of  the Hispanic world, created on either side of  the Atlantic (fi ft eenth through seventeenth centuries). Th e Iberian testimonies from fi ft eenth century are Lilio de medicina by Bernado de Gordonio; Flos de medicines o  receptes del Tresor de Beutat; Menor daño de  la medicina by Alonso de Chirino; Compendio de la humana salud by Johannes de Ketham. Th e sixteenth- and early seventeenth-century text fom New Spain are the following: Secretos de cirugía by Pedro Arias de Benavides (even though it was published in Valladolid, this medician stayed in the New World); Suma y recopilación de cirugía by Alonso López de Hinojosos; Tratado breve de medicina, by Fray Agustín Farfán; and, fi nally, Verdadera medicina, cirugía y astrología by de Juan de Barrios. From the selected clinical cases, and from the hermeneutic point of view, it is emphasized that the concepts of authority and oath are fundamental for the metatextuality created by the authors

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of these texts. It suggests that these two concepts have signifi cative similarities and diff erences in what concerns the medical sources of the late Middle Ages and the Novohispanic period. Finally, it points out to the fact that the normative discourse and the rough style of the medical texts consolidated the aesthetic canon of the occidental beauty.

Keywords: beauty tricks, medical texts, popular wisdoms, late Middle Ages, New Spain

Parésemesic, señor Doctor, que para las da-

mas, y galanes gordos y fl acos, para los que

se tiñen las canas, y gustan de andar muy pu-

lidos algo trate.

Juan de Barrios, Verdadera medicina,

cirugía y astrología (1607, Tratatdo III: f.29r)

INTRODUCCIÓN

El mantenimiento de la belleza y la salud femenina y masculina se concentra en una variada materialidad de la cultura escrita del arte médico1 en la temprana modernidad: Tratados, Compendios, Sumas, Secretos, Flores, Ejercicios, etc. A grandes rasgos, cada uno de estos tex-tos aboga por presentar un cúmulo de diagnósticos, pronósticos, remedios, experiencias, etc., que se justifi can y adquieren sentido al considerar la circunstancia histórica en la que fueron escritos y el propósito del autor2. No obstante, en mayor o menor medida, lo que puede unifi carlos es la construcción dialogal de un discurso ofi cial, normativo, el que silen-cia cualquier otra tradición que no forme parte de y afi rme el desarrollo de la cultura escrita de la medicina occidental3, cuya base yace en el corpus hippocraticum.

1 En las obras que aquí se estudian no es posible hablar de ciencia médica cuando el método científico

y su fundamento, la experiencia, no estaba perfeccionado con una ejecución controlada de casos verifica-

bles. Efectivamente, “sólo puede tener valor de experiencia lo que puede someterse a un control” (Gada-

mer 1996: 17-18). La experiencia de los médicos y cirujanos que aquí se estudian está más próximo al arte,

pues “el diagnóstico equivocado, la correlación errónea, no se atribuye –en general– a la ciencia, sino al arte

y en última instancia, a la capacidad de juicio del médico” (33).

2 Así pues, un texto como el del cirujano Alonso López de Hinojosos, Suma y recopilación de cirugía

de 1578, no puede entenderse sin considerar la terrible epidemia “cocoliste” que en 1576 casi terminó

con la población indígena de la Nueva España.

3 Así fue la obra de los médicos y cirujanos novohispanos, quienes silenciaron las prácticas médicas

realizadas por los curanderos indígenas y otros grupos marginales de aquella sociedad. Lo único que

quedó de esta práctica curativa es el repertorio de elementos de la flora y la fauna autóctonas, con la que

se enriqueció y se sustituyó algunos elementos en la elaboración de remedios ya presentes desde tiempos

de la medicina hipocrática-galénica.

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Imaginerías del afeite en los textos médicos: del Lilio de medicina de Bernado de Gordonio… 159

Sobre el  afeite4, en  el  siglo  XVII Covarrubias ofrecía una defi nición que orbitaba en la conceptualización de lo pulchrum, pues su esencia radicaba en el esplendor de lo ver-dadero, de lo bueno y en la armonía del ser (cf. Ruiz Retegui 1998). Esta tesis y su antítesis ya han interesado a los estudios relacionados con la dialéctica de la corporeidad y lo femenino5. No obstante, las siguientes páginas no se restringen exclusivamente al afeite como un con-cepto ligado a la historia de las mujeres, aunque, inevitablemente, algunos ejemplos selec-cionados para mi argumentación aluden a casos femeninos. Mi intención es explicar que el afeite forma parte del vastísimo repertorio clínico de la tradición textual del arte médico porque, junto con otros problemas de salud –desde la conceptualización de la teoría humo-ral–, cumple con un propósito esencial dentro de los vínculos que determinan la cohesión y relación entre individuos: el mantenimiento de la especie humana.

En efecto, el ser humano intenta ser atractivo a otros, e incluso cuando existe toda una tradición literaria que demuestra la oposición al uso del afeite –principalmente en muje-res6– lo cierto es que el arte médico no hace caso omiso de esa necesidad ni de sus prác-ticas, puesto que han demostrado ser de una importancia fundamental desde tiempos grecolatinos7. Así pues, las advertencias y los tratamientos presentes en las obras que sirven de objeto de refl exión en este artículo incluyen el mantenimiento de la belleza y la armonía física dentro de una normativa social que intentaba no solo disimular el paso de los años, sino también regular modas y hábitos que pudiesen afectar la salud de muje-res y hombres. Lo curioso es que la materialidad de la cultura escrita que aquí se ana-liza crea una metatextualidad. En efecto, lo que se lee en los tratados de medicina no es la ejecución del arte médico, sino un dialogo prescriptivo entre el autor y el lector donde el primero recomienda al segundo cómo actuar para, a fi n de cuentas, ejecutar la cura

4 “El adereço que se pone a alguna cosa para que parezca bien, y particularmente el que las mujeres se ponen

en la cara, manos, y pechos, para parecer blancas y roxas, aunque sean negras y descoloridas, desmintiendo

a la naturaleza, y queriendo salir con lo imposible, se pretenden mudar el pellejo […] es vana pretensión

por más diligencias que hagan: y pensando engañar se engañan: porque es cosa muy conocida y aborrecida,

especialmente que el afeite causa un mal olor y pone asco, y al cabo es ocasión de que las afeitadas se hagan

breve tiempo viejas: pues el afeite les come el lustre de la cara, y causa arrugas en ella, destruye los dientes,

y engendra un mal olor de boca. Es una mentira muy conocida, y una hipocresía mal dissimulada. Véase

fray Luis de León en La Perfecta casada contra los afeites. Dixo Locro, poeta antiguo (y refiérelo Iulio Poluce

lib. 5 cap. 16. De una mujer muy arrebolada) Non faciem sed laruam gerit: no es cara la que trae sino cará-

tula. […] Afeitar se toma muchas vezes por quitarse los hombres el cabello. Y propiamente se afeitan aque-

llos, que con gran curiosidad e importunidad van señalando al barbero éste y el otro pelo, que a su parecer

no está igual con los demás. En especial si pretende remoçarse, y desechar canas. Aféitanse las mulas quando

les hacen clines. Aféitanse los jardines quando los igualan las espalderas, y las guarniciones de los quadros

en los jardines. Púdose decir afeite y afeitar, del verbo afectar, por el mucho cuidado que se ponen en que-

rer parecer bien, o de la palabra portuguesa feito, porque no es natural sino hecho y contrahecho, o de ficto

por ser color fingido: y puede ser del verbo factitare, frequentativo del verbo Facio, por la mucha frequencia

y cuidado que las mujeres tienen de afeitarse. Y porque no parezca querer decir mal dellas, me remito a Tira-

quelo in legibus connubia lib. Part. 3. Glosae primae. Fol. 42” (Covarrubias Orozco 1611: ff. 17r-17v).

5 Cf. Roselló Soberón (2017) y Galán Tamés (2017).

6 La obra de teatro, Las armas de la hermosura de Calderón de la Barca, es un alegato a favor del uso

del afeite (cf. Hernández González 2016).

7 “Debéis tener, mujeres, la preocupación de gustar, puesto que la época en que vivís los hombres buscan

la elegancia: vuestros maridos se acicalan según los dictados de la moda femenina y a duras penas la esposa

puede añadir algo a su refinamiento” (Ovidio 1999: 23).

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mediante la intervención de distintos procedimientos de cierta efectividad8 dentro de una cosmovisión que apenas si empezaba a sistematizar el estudio de la anatomía y la ciru-gía9. Claramente, su objetivo, la salud, va mucho más allá de la intervención del médico, pues la confi anza y colaboración del paciente es vital, es en esta relación cuando se con-suma la inexistente obra artística del arte de la medicina:

No hay una obra producida por el arte [de la medicina] y que sea artística. Tampoco

se puede hablar de la presencia de un material ya dado en la naturaleza, del cual sea

posible obtener algo nuevo al presentarlo en una forma artística. La esencia del arte

de curar consiste, más bien en poder volver a producir lo que ya ha sido producido.

(Gadamer 1996: 45-46)

Esta metatextualidad del arte de la medicina opera en dos direcciones para, como dice Gadamer, “volver a producir lo que ya ha sido”. Por un lado, crea literatura10 con temas y motivos desarrollados por otros géneros literarios de la época11 y, por otro lado, atiende a las necesidades de su propio quehacer, esto es, restituir el delicado equilibrio humoral de una armonía perdida entre el microcosmos (el interior del hombre) y el macrocos-mos (el espacio que lo rodea).

En este contexto, las siguientes páginas se limitarán a girar en torno a una de las preocu-paciones más recurrentes del vasto repertorio clínico del arte médico del Viejo y del Nuevo Mundo, a saber, la armonía estética del individuo que se logra mediante los afeites y sus diversos menjurjes. Por falta de espacio, el corpus de las obras seleccionadas se limita a una temporalidad que va del siglo XV al XVII. Las obras bajomedievales que nos ocupan nace-rán en una cosmovisión cristiana del mundo donde la jerarquía y la autoridad eran obsesivas para sus respectivos autores (cf. Le Goff 1990: 37). En los textos renacentistas novohispanos que aparecen tras la gran escisión de la Iglesia cristiana en el siglo XVI aún estarán presen-tes la jerarquía y la autoridad como coordenadas medulares, mas se confi guran nuevos suje-tos históricos ahora impregnados por la búsqueda de la verdad mediante su propia expe-riencia en y frente a la naturaleza americana con la presencia fuerte del interés económico12.

Además, con las obras seleccionadas se pretende, por una parte, ahondar en el estudio de la llamada herencia medieval (cf. Weckmann 1984) que recibieron los textos médicos novo-

18 Purgas, ventosas, sangrías, brebajes, cirugías, y un larguísimo etcétera.

19 Esta sistematización ocurrirá de la mano de Vesalio y Paré (cf. Pérez Tamayo 2013).

10 Una literatura concebida fuera de toda arbitraria escisión de la literatura. O’Gorman (1951), Cornejo

Polar (1994), White (1973), por nombrar algunos, han señalado, entre otras cuestiones, que ni los textos

nacidos por el mero goce estético ni aquellos compuestos para otros propósitos (como las múltiples rela-

ciones, crónicas, tratados de la conquista americana) dejan de impregnarse unas a otras de los mismos

temas y motivos, pues ambas participan y necesitan de específicos referentes de una misma circunstancia

determinada por su espacio y tiempo.

11 Así he tenido oportunidad de demostrarlo en otros trabajos. Cf. Cortés Guadarrama (2018), (s.f.,

en: Farfán s.f.).

12 Este factor es fundamental en la medicina renacentista, por ejemplo, fray Agustín Farfán en su Tratado

breve de medicina (1592) afirmaba que no les faltaría honra y dinero a los cirujanos novohispanos si estos

siguiesen sus concejos: “en las heridas penetrantes del pecho […] aconsejo a los cirujanos que, por amor

de Dios, usen de ella [de la cura que él sugiere], y ganarán honra y dineros” (f. 299r).

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Imaginerías del afeite en los textos médicos: del Lilio de medicina de Bernado de Gordonio… 161

hispanos desde fi nales del siglo XVI hasta inicios del XVII; y, por otra parte, adelantando conclusiones, se espera sugerir algunas ideas que hagan ver que los textos aquí estudiados no pueden quedar encapsulados en los límites de la historia de la ciencia, ya que los sujetos históricos que compusieron estas obras glosaron una tradición ortodoxa del arte de la medi-cina, perpetuando un canon de belleza occidental mediante el recurso retórico de la aucto-ritas y la persuasión lógica del argumento, a través del iuramentum13. En última instancia, y con base en los dos conceptos recién mencionados, intento explicar que incluso cuando las obras que nos sirven de corpus nacieron con intención médica, esta misma construye una poética de gran interés para la fi lología, la historiografía literaria y la hermenéutica.

EL AFEITE EN LOS TRATADOS MÉDICOS DEL VIEJO MUNDO

Sin pretender ser exhaustivo no me remonto a las fuentes grecolatinas más arcaicas, ni a las importantísimas fuentes de la medicina árabe; me limito, por el contrario, a auscul-tar un puñado de testimonios de la Baja Edad Media peninsular: un manuscrito escrito originalmente en una lengua romance ibérica con la que convivió la lengua castellana; un manuscrito escrito originalmente en castellano; y, fi nalmente, dos textos escritos en latín, el primero publicado como incunable en Venecia en 1491 –aunque rápidamente traducido al castellano–, y el segundo cuyo origen se remonta al siglo XIV, escrito por uno de los médi-cos más prestigiosos de su tiempo e inmortalizado en el “prólogo general” de los Canterbury Tales, de Geoff rey Chaucer. Esta última obra será traducida de manera anónima al caste-llano y publicada también como incunable hacia fi nales del siglo XV.

Ahora bien, estas cuatro materialidades de la cultura escrita ayudan a ilustrar un legado, una tradición del arte médico heredada a la experiencia americana y sus primeros trata-dos. Las cuatro fuentes médicas bajomedievales dejan ver cuatro aspectos que aún per-sisten, con sus respectivos matices, en las obras médicas novohispanas: la plasmación por escrito de una cultura oral dominada por los tres componentes de la sociedad cris-tiana medieval: bellatores, oratores y laboratores (cf. Le Goff 1990: 9-44); la autosufi cien-cia del necesitado, es decir, que gracias al texto se ahorre precisar de médicos y cirujanos; lo maravilloso y lo cotidiano (cf. Le Goff 2008) del arte de la medicina en la Península Ibé-rica; y la escolástica médica basada en la glosa a las auctoritates representadas por Hipó-crates, Galeno, Avicena, Averroes, Rhazes, Aristóteles, los Evangelistas, etc., a las cuales el médico les juraba obediencia tácita.

El enigmático Flores del tesoro de la belleza. Tratado de muchas medicinas o curiosidades de las mujeres fue escrito originalmente en catalán14. En su prosa se deja ver la asimilación de una tradición oral en benefi cio de la belleza –y ciertos males, principalmente femeninos–,

13 Aristóteles (1990) define que para lograr la persuasión del argumento existen las extratécnicas, cuya

existencia organizada y alcances sociales son previos al orador –por ejemplo, juramentos, leyes, testigos,

contratos y confesiones–. Por otra parte, existen las técnicas, las inventadas por el orador en beneficio de su

propio argumento.

14 Con el título de Flos de medicines o receptes del Tresor de Beutat. Para cuestiones de autoría, fecha

de composición, etc., cf. las anotaciones de Vinyoles en Flos del tesoro de la belleza (2001).

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y cómo esta se adaptó al símbolo de poder que encarna el texto escrito. La literatura pica-resca de los Siglos de Oro dio buena cuenta de esa tradición oral en boca de algunos de sus mezquinos personajes. Dos ejemplos rotundos se hayan, primero, en el ciego lenguaraz del Lazarillo (1554) y, después, en los ensalmos que dice Marcos en la oreja de su paciente al inicio de la novela Vida del escudero Marcos de Obregón (1618). La propia Celestina es un estuche de monerías de esta materia, denunciando de manera literaria uno de los mayo-res problemas contra los que se enfrentaba el arte médico en la época: la charlatanería. Pero más allá de aquel género literario, lo cierto es que en Flores del tesoro de belleza, como obra ya de la cultura escrita en el analfabetismo imperante de su siglo y posteriores, se infi ere uno de los postulados del corpus hippocraticum que no abandonará a las diversas imagine-rías textuales de los afeitas de siglos posteriores: la prevención del mal mediante la higiene, el ejercicio y la buena dieta. Todo ello para alcanzar el ideal de belleza femenina gótica que puede ser leída en las más diversas obras trovadorescas15.

Sobre esta prevención es que puede creerse cierta oportuna efectividad en los cosmé-ticos, en los perfumes y demás menjurjes compilados en una prosa que invita a su valori-zación mediante la categoría textual de lo maravilloso. Dicha categoría se explica por sus propias reglas, impuestas por el arte médico, y no necesariamente en referencia al mundo real16. Solo así es que se le puede otorgar algún sentido práctico al remedio del que habla la cita puesta a continuación y solo así es que parece del todo legítimo el preguntarse quién desearía que le crecieran pelos en la palma de la mano; sea como fuere, lo cierto es que el escrito confi gura una realidad de características propias:

Si quieres que te crezca [pelos o cabellos] en algún sitio donde no tengas:Toma, a partes iguales, heces de ratas y canes; y mézclalas y pícalas bien y añádeles aceite de rosas. Aplícalo donde quieras que te crezcan pelos o cabellos. Lo consegui-rás en breve, incluso en la palma de la mano, si cuidas de poner allí mucha cantidad. (Flores del tesoro de belleza 2001: 36)

A la par de esta clase de remedios, junto a diversos baños con distintas hierbas, blan-queadores de piel, mezclas para combatir la halitosis, teñir el cabello, etc., destaca la pre-sencia de ensalmos y talismanes que, como veremos a continuación, será uno de los rasgos distintivos de las obras médicas hispánicas bajomedievales, aunque, a veces, estos rebasen las intenciones de procurar la belleza y sean dignos de atender otra clase de molestias físi-cas e, incluso, de ciertos temores17. Así pues, si se compilan ciertos ensalmos, no es inusual que apunten más allá del mero lucimiento estético, según se ejemplifi ca con lo que sigue:

15 “La señora de Fayel se arregló enseguida, ya que una dama bella necesita pocos afeites y su belleza era tan

perfecta que no existía dama ni doncella en todo el país que pudiera equiparársele. Llevaba sobre sus rubios

cabellos una diadema de oro, que le sentaba muy bien; se envolvía con un elegante manto, no demasiado

largo, que le confería un noble porte; no era de carnación excesivamente blanca ni demasiado roja” (El libro

del castellano de Coucy y la dama Fayel 1998: 46). Además, este tipo de belleza idealizada puede verse repre-

sentada en una de las primeras amantes reales más importantes de la Baja Edad Media: Agnès Sorel, modelo

para uno de los cuadros clásicos de la época como La virgen con el niño de Jean Fouquet.

16 Para profundizar sobre estas categorías textuales, cf. Le Goff (2008) y Todorov (2006).

17 “El diente del perro ravioso que mordió a algunt omen dizen que trayéndolo qualquiera consigo que

tira el dolor de la mordedura de perro e si lo trae niño consigo salen sus dientes sin dolor o quien lo trae

en la mano que non le ladran los perros” (Chirino 1973: 226).

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Imaginerías del afeite en los textos médicos: del Lilio de medicina de Bernado de Gordonio… 163

De la nariz y sus impedimentos.Y, primeramente, cómo cortar la sangre que sale de ella:La persona a quien salga sangre de la nariz, escriba en la mano derecha, con sangre de la que le sale de la nariz, estos nombres: onlivo, aulsona, abea, trasida” (Flores del tesoro de belleza 2001: 65-66)

Ningún ensalmo formará parte de los tratados médicos americanos del siglo XVI, esto debido a que eran considerados como prácticas heréticas y, a juicio de los inquisidores, algunos casos eran directamente relacionados con el deleznable mundo indígena, no del todo sometido a la conquista. De este modo, el discurso médico ofi cial no recogerá esta clase de prácticas, pero seguirán en boga durante los trecientos años del virreinato de la Nueva España, tal y como lo demuestran los distintos litigios, procesos y demandas registrados por el Santo Ofi cio de la Inquisición de la Nueva España18.

Sin lugar a dudas, una de las aportaciones más singulares de este tratado es la simu-lación de la virginidad, hecho que no se verá repetido en ninguna de las obras aquí revi-sadas. Esta particular referencia adquiere signifi cación social si se piensa desde el punto de vista económico, y es que “la dote aportada por el marido era mucho más signifi ca-tiva si la mujer demostraba ser virgen, dote que era anulada si no daba muestras de ello” (Vinyoles en Flores deltesoro de la belleza 2001: 12). Por lo tanto, se explica el interés que podía despertar el siguiente remedio:

Para la mujer que quiera estrechar la naturaTomad la  cantidad que os llene una mano de  mirra fresca, y  siete agallas y  cal, y poned lo a hervir en agua todo junto; con esa agua lavaos la natura y parecerá que sea la de una doncella. (Flores del tesoro de belleza 2001: 54)

¿Estos métodos funcionaban? La medicina de la Baja Edad Media en buena parte cum-plía el mismo propósito social que cumplirá en la sociedad novohispana: ofrecer cierta ayuda que tranquilice al necesitado y sus más allegados. En este sentido, por supuesto que era un arte de gran efectividad en su tiempo, más aún si recordamos el aforismo hipo-crático que da sentido a todo ello: “Curar algunas veces, ayudar con frecuencia, conso-lar siempre”19. En tal orden de cosas deben entenderse este y los tres restantes textos que se revisan; se encuentran inmersos en una cosmovisión medieval en la que, como señala Le Goff , no existe una línea divisoria clara entre las imaginaciones y la realidad verda-dera (1990: 38-39).

El Menor daño de la medicina del médico Alonso de Chirino es un manuscrito cas-tellano medieval del siglo XV que disfrutó de difusión impresa en las primeras décadas del siglo XVI. Los pormenores de este texto y sus distintos manuscritos conservados pue-den consultarse en la edición realizada por Herrera20 (1973: XVI-LIV). Alonso de Chi-rino buscó escribir en pro del desengaño de los interesados lectores de lengua romance no especialistas, quienes solo por verdadera y terminante necesidad tuvieran que acudir

18 Es un tema ampliamente estudiado. Para una idea esencial, cf. Quezada (1989), Bravo (1996), Campos

(2001), Roselló (2017).

19 Cf. Pérez Tamayo (2013: 13).

20 Además, la bibliografía sobre el autor puede ser completada por el libro de González Palencia y Con-

treras Poza (1945).

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al arte del médico, representado en este texto más como matasanos que como alguien que efectivamente pudiera lograr el bienestar de los enfermos21.

Hacia el fi nal de su libro hay todo un capítulo dedicado a nuestra materia con el siguiente título: “Afeytes muy provados para mugeres, las quales cosas cunplen para el  rostro de los omnes para alinpiar el paño o otra qualquier mancha e señales de qualquier miem-bro” (217). Llama la atención que esta sección no sea tan rica en remedios como la obra anterior y que los consejos de belleza se limiten a mantener el cuidado del rostro22, dar cuenta de las distintas aguas y el aprovechamiento de otros líquidos milenarios como la leche, el aceite y el vino. A la par de todo ello, el repertorio de elementos vegetales y animales se combinan de una manera tan maravillosa que da una idea clara del porqué el arte médico fue relacionado frecuentemente con la alquimia y la nigromancia:

Esto an por muy escogida cosa para esclarece el rostro, tomar gallina menuzada cruda

e polvorizen encima con atíncar23, que es burrage, e con açucar e pónganlo todo en alqui-

tara e saquen el agua e alinpien con ella por la mañana con paño de lino delgado. (218)

El Finis Fasciculi medicinae del médico alamanum Johannes de Ketham, escrito en latín y publicado como incunable en Venecia en 1491, se tradujo y adaptó rápidamente al cas-tellano como Compendio de la humana salud con otra publicación incunable en Zara-goza en 1494, entre otras más que se extienden hasta 1554. Es una obra de gran popula-ridad que posee un apartado dedicado a las dolencias de las mujeres dedicado a entregar remedios para fenómenos tomados por males: la menstruación, el embarazo, el parto, entre otros. Este pequeño tratado aglutina una mina de datos cruzados por lo maravi-lloso. Por ejemplo, entre sus múltiples conceptualizaciones de la enfermedad, da lugar a la defi nición de un íncubo: “es fantasma entre sueños que apremia el cuerpo e agravia el movimiento y turba el habla” (1990: 239); posee remedios infalibles siempre y cuando la criatura por venir al mundo sea un “macho”, pero del todo inútiles si se trata de una

“hembra” (100); y tiene, además, registro de singulares talismanes “para desmesurado fl uxo de menstruos”24. Resulta curioso que no es precisamente en este apartado, sino en el dedicado a las heridas en general, donde se refi ere un remedio que parece coinci-dir con algunos elementos integrantes de los tratados anteriores (por lo menos en lo que toca a la mención del bórax y el caracol), aunque, claro, el procedimiento de su prepara-ción no tiene nada que ver con los otros ejemplos ya citados:

Ungüento muy esperimentado para las manzillas del rostro

El que quisiere alimpiar todas las manzillas o máculas de la cara o rostro, toma el cara-

col con su concha o cubierta, e el cuero de las ranas, e alun, y un poco de borrax.

E pícalo todo muy junto. E ponlo en una caçuela o vaso de tierra. E quémalo todo

21 “Non creades de ninguna física [es decir, medicina] de más nin allende que ésta, salvo en las cosas o yer-

bas o medicinas que vosotros conoscedes” (Chirino 1973: 4).

22 Se ocupa de tratar las manchas, el paño, las pecas, las arrugas, los empeines y llagas de la cara.

23 Sustancia blanca constituida por sal de ácido bórico y sodio, usada en farmacia y en la industria, que

se puede encontrar en estado natural (DRAE, s.v. bórax).

24 “Aprovecha que lieve en un saquito puesto en las partes inferiores, la mujer, en el qual haya ceniza de rana

verde quemada. E si lo quisieres sperimentar ata aquel saquito de aquella ceniza al pescueço de una gallina.

E después que le haya tuvido un día, así atado, degüella la e no le hallarás sangre alguna” (Ketham 1990: 104).

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ende. Y, aquellas cenizas, mezclalas con lexía, que sea de sarmientos, e lávate con ella

de mañana e de tarde, el rostro. E verás maravillas. (168)

A  comienzos del  siglo  XIV aparece de  mano del  médico Bernardo de  Gordonio el Lilium medicine, publicación que más de cien años después de su presencia manuscrita se imprimirá como incunable en Sevilla (1495), en casa de Meynardo Ungut y Stanislao Polono, bajo el nombre de Lilio de medicina25. Esta obra tiene dimensiones cuasi enciclo-pédicas26 y prácticamente cubre el más dilatado espectro de males, enfermedades y trata-mientos de entre las obras que aquí se estudian. Curiosamente encontrará un parangón novohispano en la Verdadera medicina, cirugía y astrología de Juan de Barrios, tal y como se verá más adelante. Está repleto de maravillas literarias: refranes, máximas, autorida-des, aspectos folklóricos y enfermedades del todo despreciadas en los tratados anteriores, como “Del amor que llaman hereos” (cf. Dutton en: Gordonio 1993: 7-34). El último capí-tulo de la obra está dedicado a los “afeytes de las mugeres”. En él el físico favorito de Geoff -rey Chaucer afi rma que si la medicina para afeitar “se fi ziere por gracias de los varones, suff ridero es” (Gordonio 1993: 1581). Además de ofrecer una muy actual “medicina para hermosear”27, destaca el cuidado que se debe de tener de no echar demasiada cantidad en ciertos preparados, pues pueden llegar a quemar la piel. Para evitarlo, ofrece un con-sejo bastante lógico, pero que nunca está de más señalar:

E guárdense de esta agua, que todo cuerpo conrroe: por esso pónganla en muy pequeña

quantidad, que en otra manera sería medicina corrompedera; e por razón de la quanti-

dad, mejor es provallo en el braço antes que lo pongan en la cara. (1583)

Del conjunto de las cuatro fuentes abordadas es posible destacar que están elabora-das bajo el concepto de la auctoritas, tal y como lo hacía la literatura castellana bajo-medieval en la hagiografía o las colecciones de exempla28. Ciertamente, para transmi-tir un conocimiento, una práctica o costumbre, e incluso una manera de ser y actuar, se recurría a la autoridad del ejemplo. El modelo de autoridad lo es todo para estos tratados medievales; autoridad que se refl ejaba desde el temor que a veces ocasionaba en el anal-fabeto el texto escrito, cuya sacralidad lindaba en la “esfera mágico-religiosa” (Agamben 2011: 31). Los tratamientos, diagnósticos y pronósticos se ofrecen a modo en una especie de exemplum, una realidad textual que “ilustra o revela algo que, si es saludable o edifi -cante, tiende a convencer o a ser imitado, y si es malo, tiende a ser repudiado” (Cándano Fierro 2000: 23). Con apoyo en la autoridad de fi guras como Hipócrates, Galeno, Avi-cena, Al-Rhazi, Aly Abas, Dios, la Virgen, el Evangelio y el juramento tácito del médico que escribe para glosar a sus auctoritas, se ejecuta un arte en el que “se verán maravillas” si se procede según se aconseja.

25 Existe edición moderna. Ahí podrán consultarse los pormenores e incógnitas de esta voluminosa obra.

Cf. Dutton: en Gordonio (1993).

26 Sabemos bien que la enciclopedia como tal no nacerá sino hasta el s. XVIII, sin embargo, es abruma-

dora la cantidad de enfermedades, padecimientos y sus posibles curas que compendía esta obra.

27 “Receta: limones e pártanlos en quatro o en más partes e cuézanlos en vino blanco; e con aquel vino

lávese la cara” (Gordonio 1993: 1582).

28 Cuyo mejor representante para ejemplificar esta noción quizá sea El conde Lucanor.

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Con todo, poco a poco comenzará a virar el discurso normativo del arte médico arrai-gado en el juramento implícito que mantenía con sus auctoritates. Esto debido a que desde la propia Baja Edad Media empezarán a surgir voces –como la de Ketham– que manifestarán la insufi ciencia de la auctoritas. Aparece entonces la necesidad de la ratio (cf. Fumagalli 1990: 217-219) y será un motivo que explotará la medicina renacentista española y novohispana como fruto del humanismo. Todavía teniendo al galenismo ara-bizado y cristianizado por auctoritas, será ahora la experiencia la piedra angular del eje-cutante de este arte, quien escribirá combinando estos dos recursos (auctoritas-iuramen-tum y ratio) en los tratados que se estudian a continuación, tanto los que hacen alusión a las Indias y sus novedosos productos –aunque escritos e impresos en España–, como a los escritos e impresos en la Nueva España.

EL AFEITE EN LOS TRATADOS MÉDICOS NOVOHISPANOS

En los tratados médicos que abordan la materia americana hay una ruptura en relación con el recurso retórico medieval de la auctoritas. Esto ocurre porque se ha dado un giro en la historia de las mentalidades, en los sujetos responsables de la composición de esta clase de textos. En un mundo sin límites, en donde se descubren nuevas tierras que rom-pen con la mesura aristotélica de los confi nes de la Tierra, en donde aparecen nuevos habi-tantes del planeta hasta entonces desconocidos por la cosmovisión occidental, lo único que le queda al médico que escribe y publica desde la segunda mitad del siglo XVI es ensa-yar, convencido de que más pronto de lo que se imagina –y quisiera– llegará un nuevo producto, una nueva usanza, costumbre o razonamiento que echará abajo su argumento. La autoridad con la que se valida un argumento no tendrá el mismo peso que siglos atrás, sumado a que cobrará un matiz combativo mediante un estilo áspero29 que enaltece el juramento como “sacramento del poder político” (Agamben 2011: 13), debido al terri-ble cisma que sufrirá el cristianismo por culpa del protestantismo luterano.

En otras palabras, en el bullicioso siglo XVI, tiempo de grandes descubrimientos y de ejercicios refl exivos mediante la forma preferida por los humanistas, el diálogo30, la autoridad perderá su hegemonía dentro de la tradición de la cultura médica escrita, aunque aún se dejará sentir en los textos médicos novohispanos. De todas formas, persis-tirá a través del juramento “que existe sólo en virtud de lo que refuerza y solemniza: pacto, compromiso, declaración” (15). En el caso concreto del arte médico, además de estos tres últimos principios –pacto, compromiso, declaración–, la experiencia será un compo-nente preponderante que también “refuerza y solemniza”. Efectivamente, como refl ejo

29 “Así, pues, en primer lugar, acerca de la Aspereza, cuyo contrario es la Dulzura, pues el estilo áspero es

acerbo y muy reprensivo […] Así, pues, son pensamientos ásperos todos los que contienen, abiertamente,

reprensión de personas superiores a cargo de personas inferiores” (Hermógenes 1993: 144 [línea 255]).

30 Múltiples ejemplos literarios hay de este hecho, por mencionar solo algunos: Diálogo de la lengua

de Juan de Valdés, Diálogo de Mercurio y Carón de Alfonso de Valdés, México en 1554 de Cervantes

de Salazar, uno de los libros del Opera medicinalia de Francisco Bravo. Verdadera medicina, cirugía y astro-

logía de Juan de Barrios será escrito de forma dialogada.

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Imaginerías del afeite en los textos médicos: del Lilio de medicina de Bernado de Gordonio… 167

de lo que ocurría en la Península Ibérica, en el arte de la medicina novohispana de fi na-les del siglo XVI la experiencia será el concepto que se impondrá sobre estos textos, incluso para corregirle la plana a los padres del arte y a otros médicos más contemporá-neos. La experiencia se ofrecerá a la manera de un cúmulo de pruebas de éxito31 insertas en una prosa llena de subjetividad, argumento, metáforas y folklor hispánico.

Por lo demás, en el espacio del que disponemos es imposible revisar cada uno de los tex-tos previos a la publicación de Juan de Barrios32. Así pues, sin pecar de prolijo y en corre-lación con los cuatro textos bajomedievales presentados, me limito a cuatro testimonios novohispanos, los primeras en apreciar los productos americanos y sus benefi cios para las teorías de la medicina occidental. A saber, se trata de la escritura de un médico venido a Indias, pero que regresó a España y publicó ahí sus resultados para “benefi cio de caste-llanos”. El primer libro publicado en la Nueva España por un cirujano, es decir, un pro-fesional sin latines que en la época no era visto de manera diferente al ofi cio de un car-pintero; la obra de un médico español que morirá en México en 1604 como agustino, tras haber impulsado la creación de la primer cátedra de medicina en la Real y Pontifi cia Uni-versidad de México; y, fi nalmente, la obra novohispana más voluminosa de su tiempo, publicada en México, la Verdadera medicina, cirugía y astrología de Juan de Barrios. Ahora bien, aunque no pueda detenerme detalladamente en los escritos que acabo de nombrar, conformémonos con decir que los datos americanos que se ofrecen son prueba de la fas-cinación que ejerció la invención de una realidad llamada Nuevo Mundo, de la que tam-bién fueron partícipes estos físicos y cirujanos novohispanos, hecho que permite acercar su trabajo a las crónicas de la conquista material y espiritual de América.

Así pues, uno de los primeros tratados de sustancia netamente americana y publicado en España (Valladolid, 1567 por Francisco Fernández) es Secretos de cirugía del doctor Pedro Arias de Benavides33. Basado en su experiencia en la isla de Santo Domingo, Honduras y la Nueva España, el doctor Benavides no ofrece una sección exclusiva para los afeites, sin

31 Aún muy alejadas de la experiencia de Descartes y sus cuatro reglas para la búsqueda de la verdad de su

Discours de la méthode.

32 Ajenas a las intenciones de este estudio quedan las obras de distintos médicos. Valga, en su lugar,

una breve referencia: Nicolás Monardes, quien nunca pisará tierra americana, y su Historia medicinal

de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, publicado en tres partes, en 1565, 1569 y termi-

nado en 1574; y Cristóbal Méndez, quien estará de 1528 a 1545 en las Indias, y su Libro del exercicio corpo-

ral y de sus provechos (1553). La Opera medicinalia (1570), escrito en latín por Francisco Bravo; la monu-

mental obra de Francisco Hernández, protomédico de Indias cuyo trabajo será más bien ignorado en su

tiempo; el Códice de la Cruz-Badiano, obra médica escrita en náhuatl y traducida al latín por indígenas

del Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco; el material médico presente en crónicas de Indias como la rea-

lizada por fray Bernardino de Sahagún, entre otros; las Relaciones geográficas; y los Problemas y secretos

maravillosos de las Indias (1591) del doctor Juan de Cárdenas (esta obra observa una mayor preocupa-

ción por las virtudes de la América española –según la teoría humoral–, que temas propiamente médicos).

Los límites de espacio no me permiten dar cabida a estas obras que responden a un quehacer diferente

al de la poética de Benavides, Hinojosos, Farfán y, por su puesto, a la obra de Juan de Barrios.

33 Su libro es singular por muchas razones (cf. Fresquet Febrer 1993). Entre otras, porque frente a lo que

era común en aquella época, defendió el uso del mercurio contra la sífilis en vez del guayaco y zarzapa-

rrilla: “Quando yo, entré a curar en el Hospital de México, se platicava esta cura del palo mucho en él, yo

la quité, y se dan estas unciones que tengo escritas, y se hallan mejor con ellas que no con el palo, porque

se ha entendido la malicia dél, y las enfermedades que dél pueden suceder” (Arias Benavides 1567: f. 105v).

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embargo, de entre el cúmulo de anécdotas de invaluable valor para el estudio de otros temas de la literatura colonial –melancolía, risa, lactancia, alimentación, etc.–, el doctor Benavi-des remarca que, a pesar de que eran los indígenas los enfermos de bubas y que en su pue-blo abundaba la zarzaparrilla, solo los españoles se benefi ciaban de esta planta y sus efec-tos, mas no los naturales34. Con ello contribuía, desde su trinchera médica, a narrar parte de las milagrerías que prefi guraban al pueblo español como el elegido de Dios, con privile-gios absolutos sobre la naturaleza recién descubierta y sometida.

La obra del cirujano Alonso López de Hinojosos, Suma y recopilación de cirugía de 1578 y de 1595, y la del médico agustino, fray Agustín Farfán35, Tratado breve de cirugía de 1579 y Tratado breve de medicina de 1592 (reimpreso en 1610), comparten ese rasgo común con la obra de Pedro Arias de Benavides: la ausencia de un capítulo exclusivo de afeites. Esto quizá se deba a la brevedad que las caracteriza y al contexto que las vio nacer36: tiem-pos apremiantes, pues la sociedad novohispana apenas se recuperaba de la terrible peste que sufrió en 1576. Aunque ello no quiere decir que no existan algunos remedios que ape-lan al cuidado de la belleza repartidos a lo largo y ancho de los más diversos remedios.

Por ejemplo, en 1578 López de Hinojosos no se preocupa tanto por el aspecto estético de las piernas, sino por el dolor que causan las várices. Es decir, los aspectos prácticos se potencian en su poética por encima de los estéticos. Además, sin duda alguna estos van dirigidos a ibéricos y criollos y no a la república de indios, a la que aluden tanto él como Farfán. Dice que “esta enfermedad de várices, no tiene cosa propia por ser una pasión casi hereditaria” (1977: 156). El cirujano37 le da mayor peso a la prevención y a la aten-ción de las primeras molestias cuando afi rma que: “El mejor remedio y más provechoso y más aprobado es traer siempre botas de cordobán y de cordoncillo para que sean más justas cuanto se pueda sufrir, que yo certifi co que no vaya adelante la enfermedad” (157). Pero si la enfermedad ya está ahí, causando incómodas molestias, dice:

Y si estuviere ya hecha la enfermedad, para resolverse y rectifi carse se haga una calza

de plomo hecha como grebas que es arma que se pone un hombre armado, la cual

calza de plomo sea hecha en dos partes y la mitad se ponga delante y la mitad detrás,

la cual ha de ser muy delgada y agujerada con unos agujeritos pequeños y menudos

a manera de criba. Se ha de poner entre dos calcetas de lana, una debajo y otra encima,

34 Así lo narra el doctor Benavides: “Este lugar está cinco leguas de Guatimala y todos los hombres y muje-

res deste lugar que es demás de diez mil casas están llenos de bubas tan generalmente que no se hallará

hombres ni mujer que no las tenga y los perros del lugar, ni más ni menos. Y de noche son tantos los hau-

llidos que dan los perros de los dolores de las bubas que quien no sabe de qué procede se espantanría […]

A este lugar van los españoles a tomar la çarçaparrilla y sanan con ella cosa maravillosa de mirar, que sanan

los españoles y no los naturales” (1567: ff. 15v-16r).

35 Para un contexto general de la biografía y las obras de estos autores, cf. Ocaranza (2011: 128-129); Somo-

linos D’Ardois (1978: 69-101); Martínez Hernández (2014: 226-236; 250-258); Cortés Guadarrama (2018;

s.f., en: Farfán s.f.).

36 Pensados para ibéricos y criollos muy alejados de los centros urbanos, donde escaseaban médicos, boti-

carios y, en general, profesionales certificados por las universidades españolas, el Protomedicato de la Nueva

España y la cátedra de medicina que verá la luz en 1578 en la Real y Pontificia Universidad de México. Cf. Pardo

Tomás (2017: 17-47), y para el contexto de la medicina renacentista española, cf. Pardo Tomás (2015: 209-247).

37 Quien trabajara al lado del llamado por Felipe II: protomédico de Indias, Francisco Hernández.

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y con esto ha de andar la pierna muy bien abrigada hasta que esté sano. Y es tan

famoso este remedio que dice Guido [de Chauliac] que deja de tratar de ello porque

son tantos sus provechos que no los osa decir porque no serán creídos de los inci-

pientes. Y si el paciente pudiera tener a raíz de la carne sin dolor la plancha o calza

de plomo susodicha, hará mayor efecto. Por ser estas dos cosas tan efi caces, no digo

más en lo que toca a esta cura. (157)

De este pasaje se desprende la mayor crítica a la avanzada médica del arte de los novo-hispanos. Como un espejo de lo que pasaba en la Península Ibérica, la medicina novo-hispana del XVI dio la espalda a las sistematizaciones anatómicas de Vesalio38 y quirúr-gicas de Paré. De espalda a las teorías que postularán por la verdadera modernización del arte médico, la medicina hispánica de la segunda mitad del siglo XVI aún tendrá por autoridades a celebres médicos medievales, como el cirujano Guy de Chauliac, respon-sable de la salud de distintos papas y autor de la Chirurgia Magna, obra de gran popula-ridad desde su origen, en el siglo XIV. Se ejemplifi ca que el recurso retórico de la aucto-ritas sigue aún presente en un discurso ya descontextualizado del uso y latencia en el que nació durante la Edad Media.

Ni siquiera el  libro de 1595 de López de Hinojosos, el cual sí posee todo un apar-tado dedicado a los partos y males femeninos, ofrece una sección de afeites. Y la misma situación se manifestará en los dos tratados del agustino Farfán. No obstante, de entre los remedios de este último, que de alguna u otra manera apelan al color del rostro –tan procurado por los afeites bajomedievales, tal y como hemos podido comprobar–, leemos en el libro segundo del Tratado breve de medicina de 1592 el siguiente remedio, señal clara de una enfermedad más grave que el lucimiento bello de la piel:

Para el mal color del rostro

Vemos a algunos hombres y mujeres, con tan mal color del rostro, que no parecen

sino difuntos. Éstos verdaderamente tienen (aunque ellos no lo sienten) alguna indis-

posición interior, ésta puede ir creciendo y de ella redundar algún gran mal. Este mal

color viene, las más veces, de la mala digestión del estómago y de la ruin sangre que

el hígado hace. (s.f.: f. 152b)

Las declaraciones de Farfán son mucho más sugerentes que el de su simple parecer, pues, defi nitivamente, no aluden solo a una cuestión estética. Por una parte, se indica la colo-ración típica de la hepatitis y otras enfermedades cuyos síntomas se refl ejaban en la piel. Por otra –y con plena consciencia de la debilidad de las mujeres ibéricas y  criollas adictas

38 Esto a pesar de que se conocía su trabajo, tal y como deja saberlo Pedro Arias de Benavides: “El Vesa-

lio, famoso cirugiano y anatomista, tiene la forma que diré en esta cura [de la optalmia]. Él corta el cuero

de la vena de encima de la arteria fenética, y átala por un cabo y por otro, metiendo una aguja cirurgica por

debaxo della para la poder mejor atar y átala por dos partes, y luego la corta por medio, y después la cura

como se cura las várices, que esta es la manera que yo tengo en cortarlas. Su intención y la mía toda es una

que es curar y quitar aquel humor que no corra a los ojos” (1567: ff. 138v-139r).

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a  ciertas delicias prehispánicas, como el “cacao y el chocolate”39–, su comentario apunta hacia su adicción por comer “tierra de adobes”40. Así pues, el diagnóstico de Farfán insi-núa el resultante de la adulación mórbida de un canon, es decir, el color blanco de la piel41.

En efecto, las declaraciones del doctor Farfán van contra una de las prácticas de belleza que durante el Barroco hispánico encontrará una exageración sin precedentes: la ingesta de barro por parte de damas y doncellas para dañar el hígado y, como resultado de la cri-sis biliar –conocida con el diagnóstico de opilación–, obtener una piel blanca que podía rayar en lo mortecino. Como bien se sabe, Quevedo42 y Lope43 aludirán a este enfermizo hábito en algunos textos de su vasta producción. Por su parte, Velázquez inmortalizará esta moda aristocrática en Las Meninas, al poner en la mano de la menina María Agustina Sarmiento un “búcaro” (un recipiente de barro que contenía agua perfumada) sobre una bandeja de plata que ofrece a la princesa Margarita de Austria. Por si fuera poco, la buca-rofagia se hizo sumamente popular, pues se le consideraba un método anticonceptivo y se creía que servía de paleativo ante problemas relacionados con la madre, es decir, la matriz, en tiempos de la menopausia en mujeres maduras44. Por sus perfumes y consistencia are-nosa, de trituración fácil y placentera en boca, el barro más preciado por las damas era, dentro de la Península Ibérica, el de Portugal (Estremoz), mientras que el importado pro-venía desde la misma tierra desde donde escribía Farfán, la Nueva España.

Con el ejemplo anterior se puede ver que el médico novohispano estaba preocupado por ciertas modas dañinas relacionadas con el afeite y la belleza. En este sentido, tam-bién llama la atención que, al compararlos con los remedios bajomedievales, parece ser que los tres médicos novohispanos rehúyen la escatología en sus recetas, aunque sí que seguirán presentes al tratar males superiores, como el envenenamiento provocado por la picadura del alacrán (cf. Cortés Guadarrama 2018).

39 “Estas dos cosas hacen muy bien las mujeres de la Nueva España, porque a todas las horas del día,

y a muchas horas de la noche, las verán comer golosinas. Mayormente el cacao comido y bebido, y éste no

les ha de faltar. Otras se hartan de chocolate, que es una bebida hecha de muchas cosas entre sí muy con-

trarias, gruesas y malas de digerir. Comen frutas verdes y mal maduras todo el año. Otras no se ven har-

tas de limas, y sal y de naranjas agras y dulces” (Farfán s.f.: f. 34a).

40 “Otras comen tierra de adobes, y no dejan tapadera de jarro colorado, y aun en el jarro, que no tragan.

Y si esto que digo hiciesen solas las mozas no me espantaría tanto, mas las que tienen las cabezas llenas

de canas son más viciosas y más desregladas. Estas cosas engruesan la sangre, y opilan, y tapan las venas

como con piedra y lodo. Y aunque les juren que las matan (como ellas lo ven) no hay enmendarse, ni repa-

ran las pobres que pecan mortalmente. Alumbre Dios sus entendimientos porque no tomen la muerte

con sus manos” (Farfán s.f.: f. 34a).

41 El estereotipo de la belleza femenina en esta época recae en la modelo Simonetta Vespucci, ícono

de la belleza renacentista por excelencia al posar para cuadros distintivos, como El nacimiento de Venus

de Boticelli (cf. Eco 2009).

42 “Amarili, en tu boca soberana,

su tez el barro de carmín colora

Tú de sus labios mereciste abrazos.

Presume ya de aurora, el barro olvida,

pues se muere mi bien por tus pedazos”.

43 En los siguientes versos del Acero de Madrid de 1608: “Niña de color quebrado, o tienes amor o comes barro”.

44 Tal y  como lo  sugiere Farfán al  criticar el  comportamiento descarriado de  estas, por encima

del de las doncellas.

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Finalmente, da la impresión de que en los remedios para procurar la belleza no hay lugar para las distintas plantas, animales y raíces propios de la medicina prehispánica. Son contados sus casos en comparación de los elementos sugeridos propios de la dieta medite-rránea, como el agua de cebada, el pan, el trigo, el vino, el garbanzo, etc., comprobándose así que los médicos consagran un canon de belleza puramente occidental. Algo de estas características se puede leer en la obra compuesta por Juan de Barrios, aunque con cier-tas peculiaridades, a las que se consagrarán las últimas páginas de este artículo. De hecho, son tan contados los estudios recientes dedicados a este importante libro45 que, en rela-ción con las obras presentadas, bien vale la pena detenerse un poco más en detalle. Ade-más, porque la historiografía de la ciencia médica considera que la parte octava de la obra de Barrios –que a continuación se revisa– es una de las primeras monografías impresas sobre medicina estética, lo que tiene no poco valor en nuestro artículo.

EL AFEITE EN LA VERDADERA MEDICINA Y ASTROLOGÍA, EN TRES LIBROS DIVIDIDA

La obra de Juan de Barrios46 fue publicada en México (1607) por la imprenta de Fer-nando Balli y está dedicada al virrey Luis de Velasco y Castilla47. Es voluminosa y está estructurada en forma de diálogo desde el capítulo I del tratado segundo48. Este ocurre entre el “Licenciado Ferrer” y el “Licenciado Robles”, quienes hacen las preguntas que serán respondidas por el “Doctor”, o sea, el propio Juan de Barrios, el tercer interlocu-tor. El diálogo se da con personajes inventados49 de una jerarquía menor en el mundo académico universitario, es decir, se trata de dos graduados en artes, quienes aspirarían a doctorarse en medicina, renunciado a su especialización en otras cátedras (teología, astronomía, etc.). Desde su rango de superioridad, Juan de Barrios, por vía de su alter

45 Uno de los esfuerzos más recientes Morales Sarabia (2016).

46 Llegó a México en 1589 tras estudiar en diversas universidades españolas: “Salamanca, Alcalá de Hena-

res, Lérida, Valencia, Sevilla y otras de menor nombre” (Barrios 1607: IVr). Es autor, también, del famoso

Libro en el cual se trata del chocolate, que provechos haga, i si sea bebida saludable o no, impreso en la Nueva

España en 1609. Sus datos biográficos del autor pueden leerse en distintos trabajos (Comas 1971, López

Piñero 1992, Martínez Hernández 2014). La mayoría de sus datos biográficos han sido extraídos de su

propia obra. En este sentido, me interesa lo que de él opinaba el doctor Urieta: “Único Anathomista,

y de los mejores de su tiempo, así en conocer las partes del cuerpo humano, como en la discreción dél,

muchas vezes hecha por sus manos con grande liberalidad, y con estas condiciones para más perficionar,

lo que en sus escriptos pretendía” (Barrios 1607: f. IVr).

47 Quince años antes, este virrey había disfrutado de la dedicatoria de fray Agustín de Farfán en su Tratado

breve de medicina de 1592. En este sentido no parece gratuito el hecho de que fue el único de los virreyes retra-

tado con sus gafas en su iconografía, es decir, este rasgo distintivo quizá hable de su interés por beneficiarse

de los avances novohispanos del arte médico, en especial en lo referente con las cuestiones oftálmicas. De ahí,

quizá, su apoyo para la impresión de estos dos libros de medicina en una serie de publicaciones novohispanas

mayormente dominado por las impresiones de Vocabularios y Doctrinas en lenguas indígenas.

48 No así el caso del tratado primero: “De la anatomía de la cabeza”.

49 Así los consideraré hasta que no tenga oportunidad de profundizar en ellos en otra ocasión.

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ego, el  Doctor, puede expresar sus opiniones médicas en los más diversos temas: heri-das, accidentes, pronósticos, nervios, complexiones, astrología, y un larguísimo etcétera. Estos yacen dentro de un notorio academicismo, un recalcitrante conservadurismo (no es tan aventurado como lo fue Farfán50) con una preponderante cita a los grandes padres del arte médico. No obstante, la gran diferencia es que todos los conceptos médicos que encierra este texto son de una pavorosa resolución contra la Reforma protestante, tal y como se lee de la siguiente declaración del autor en la introducción:

Pienso enfrenar los mordaces, atar los locos, y desengañar a los necios, si acaso la razón

que tan abatida veo tiene fuerça para levantarse; bien sé que estos tres monstruos: locura,

necedad, y mormuración, están tan arraygados ya en el mundo, que por cortar un tronco

renacerán diez ramas, y por un ramo mil pimpollos. (Barrios 1607: f. Vr)

Además, y como se desprende de las intenciones del autor, lo que sostiene a la poé-tica de Juan de Barrios es la prolijidad que se lee desde la misma dedicatoria: esta yace llena de autoridades, tanto bíblicas (Moisés, Salomón, David), como del mundo greco-rromano (Cicerón, Platón, Sócrates, Catón etc.), ambas se unen para ilustrar el ejem-plo del buen gobernante que sabe ayudarse de personas a la altura de su nobleza y sus virtudes, tales como las que profesa e intenta compensar con buena voluntad el autor. De las obras estudiadas en estas páginas no hay una dedicatoria escrita con este estilo tan magnánimo. Es más, la propia dedicatoria del doctor Urieta: “Al discreto lector en loor del author” está llena de citas: Eclesiastés; Pitágoras “en buscas de los sabios de Mem-phis”; Platón “en demanda de os letrados egipcios”; “Apolonio Tianeo”, Galeno, etc., todo para afi rmar la siguiente idea:

Remítome al gusto que dará a los que sin pasión la leyeren, que no puedo entender,

que tantos, y tan doctísimos ingenios, como cada día produze esta Nueva España,

y vienen de las felices, y fertilísimas regiones de la Occidental Europa, pongan falta,

ni mácula en obra de digna loor, ni en trabajos también empleados, pues para más

perfi cionarlasic. (Barrios 1607: f. IVr)

Así, de entre estas características, aquí brevemente resumidas, aparece el tercero y último tratado que conforma el libro del doctor Barrios con el siguiente título: “De afeytes, y de todo lo que a menester una mujer así para su ornato como para engordar, y enfl aquecer, y para dientes” (f. 29r). Revisemos solo los casos más signifi cativos de este apartado, sin duda alguna el más extenso e importante de los estudiados en este ensayo.

El primer aspecto por el que muestra preocupación nuestro doctor es por dos opues-tos: la gordura y la fl aqueza, que a su juicio “afean más que las arrugas y canas” (f. 29r). Da inicio con la fl aqueza, señalando las diversas razones de esta, entre las cuales, des-taca: “aber tenido tristeza o alguna ligadura, prohibiendo que no pase el mantenimiento a  la parte” (f. 29r), citando por autoridad a Avicena, al declarar: “tener lombrices es

50 Por ejemplo, Juan de Barrios no recomienda a las mujeres chichihuas (las nodrizas indígenas) para

curar a los éthicos, mientras que Farfán no duda en hacerlo.

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causa de enfl aqueçerse”, sin olvidarse de otras autoridades en este apartado, tales como: Al Rhazi, los aforismos de Hipócrates y Galeno. Avocándose a la posible cura de este mal estético, el Doctor recomienda una bebida para engordar: el atole. Sin embargo, la pre-paración de esta la recomienda con elementos de la dieta europea: “atoles de garbanzos en remojo en leche de bacas por un día, y noche, y que después se sequen, y hagan pol-vos; y que con esto y arina de trigo, y de cebada, se haga almendradas o atole” (f. 29v).

Las enfermedades de los gordos, como era de esperarse, claman por una atención mayor. Esta ocurre en un singular diálogo entre el Licenciado Ferrer y el Doctor:

Fer.: Tratemos de los gordos.

Doct.: A mí me plaze, y pues que es su enfermedad de vuestras mercedes y del licen-

ciado Vallejo, diré algo que cierto que les tengo lástima a vuestras mercedes que no

se pueden vestir, ni labar, ni llegarse a todas las partes bergonsosas según tienen

de gordura, y aunque no fuera más de por esto se avía de procurar de no estar gordos,

quanto más que pocas bezes se ha visto gordos morir si no de repente, y Rufo dize

que los males que les suelen venir a los gordos que son tener gota coral, tener perlesía,

que es lo que llaman ora menguada, dolores de estómago, de los quales el señor Ferrer

nos puede dar que decir, aunque no es muy gordo, no pueden bien resollar, si no que

con poco cansancio se ahogan, y desto bien sabe el señor Ferrer que en el río de Gua-

darrama, y Galapagar, yendo a pescar él, y yo, y Iuan Tamayo aynas se nos ahogara

en el subir de una cuesta de un monte de Henebros, si no le socorriéramos con darle

a beber, suelen tener cámaras, y desmayos, calenturas y con livianos remedios mal

reciben cura, no pueden cocer, y engendran mal, tienen pica sangre, y si les da enfer-

medad mal se sangran, tienen poco calor, y este está en lugar comprimido, y apretado

con la gordura, y carne, concluyendo que el gordo está en más peligros que el fl aco,

por lo que queda dicho. (f. 30r)

El Licenciado Robles pregunta por las causas de la gordura y, naturalmente, la respuesta del Doctor es la “mucha comida y bebida”. Para ayudar a solucionar este problema, es de considerar que Juan de Barrios da remedios propios del dominio público, en los que el folklor se transmuta en curaciones maravillosas por encima de la dieta, el unto con acei-tes, el ejercicio, purgantes y laxantes. Así pues, el Doctor refi ere que para curar la gordura:

“algunos dizen que queden desnudos y se pongan al sol” (f. 30v); que el hábito de la lectura hace enfl acar, según una autoridad: “Oribasio dize que lean mucho” (f. 30v); y lo mejor sería:

“que se les dé tristezas, y que se les prohíba de no mandar mucho, y que no vean cosas que les dé contento” (f. 30v). Por supuesto, les prohíbe el remedio que dio contra la fl aqueza:

“beber atole” (f. 30v). La dieta recomendada, como era de esperarse, según los anteceden-tes mostrados, se basa en productos y especias europeos. Exceptuado el atole, aunque ela-borado con garbanzos, no se hace mención de ni un solo manjar originario de la Nueva España51. Los remedios novohispanos entran al momento de la cura, en la procuración de purgas con: “la purga de Xalapa, con los  polvos de Mechoacán”, sumamente utilizados

51 Esto a pesar de que conoce bastante bien las virtudes de la América española gracias al trabajo de Fran-

cisco Hernández, pues el “Tractado quarto” está enteramente dedicado a las plantas medicinales estudia-

das por el protomédico de Indias.

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por buena parte de los doctores novohispanos o poseedores de conocimientos de estas plan-tas de las Indias, aunque, al compararlo con Farfán, es evidente que Juan de Barrios cuida no ofrecerlos con la preeminencia con que lo hizo el médico agustino.

El folklor del mundo hispánico medieval está presente en la conceptualización de que para los hombres pasados de peso es bueno: “beber vinagre caliente con pimienta, advir-tiendo que lo del vinagre, en mujeres, se prohíba” (f. 30v). Y la razón de esto es declarada por el Licenciado Ferrer:

Suele a las damas crecerles mucho las tetas.

Doct.: Sí, y esto se cura con untarlas con azeyte de mirto, y polvos de rosas secas,

o con ponerles encima la tierra, y cieno que se halla debaxo de las piedras de los bar-

beros; donde afi lan las herramientas, o que se tomen dos aguzaderas,52 y se remogen

en vinagre, y se de una con otra, y la tierra que saliere se la ponga encima, o que se ponga

cataplasma de claras de guebos, y azeyte de arrayan, y sus polvos. Abicena loa los comi-

nos molidos con vinagre; y que encima se pongan paños mojados tres días. (f. 30v)

A continuación, Juan de Barrios –en boca de sus personajes– se preocupa por el color del rostro. Robles deja en claro del porqué su interés:

que esta es la que a las damas trae amarteladas, unas gustando deste color, otras bus-

cando mil badulaques para tener buen rostro, y ansí digo: que el color bueno es el blanco;

y con mejillas coloradas; el que no tiene paño, el que no está quebrado. (f. 31r)

Tras pasar por una revisión de tópicos literarios basado en la teoría humoral y el color que corresponde a cada uno, se concluye que el buen color del rostro se obtiene por “bue-nas comidas; buen vino, y esto también lo hacen los higos, los clavos, el açafrán, también ay medicinas que limpiando la sangre dan buen color, como son los mercuriales, el suero, el jarabe de nueve infusiones, el ruibarbo; los mirabolanos &c.” (f. 31r). De los tratamien-tos externos recomendados para este mal es el siguiente: “El mejor remedio para tener buen color, es a mi parecer no tener enojo, vivir contento, y tener de comer, y estar sano, pero dígame vuestra merced, ¿quién abrá que todo esto tenga?” (f. 31v). La pregunta, para desgracia nuestra, queda sin respuesta.

Por supuesto, en una sociedad multicultural donde surge el texto de Barrios, la piel blanca, alabada y puesta en máxima jerarquía por el canon médico occidental desde tiempos medievales –tal y como se ha visto páginas atrás–, era una de tantas tonalidades de piel. Y quizá, desde entonces, no habrá faltado algún inconforme con la suya. Por ello es normal que exista un apartado para “color de cara rubio, o çetrino, y negro, cómo se cura” (f. 31v). Y el Doctor dice de manera terminante: “Si estos colores son naturales, y sus padres los an tenido, que no se an de hazer nada” (f. 31v). Curiosamente, sin la intención de referirlo, Juan de Barrios aludía desde aquella temprana modernidad a uno de los con-

52 Piedra aguzadera: Arenisca de cemento silíceo o arcilloso, que se emplea en los usos generales de cons-

trucción y también, cuando es de grano fino y uniforme, en piedras de amolar y para usos de limpieza

doméstica (DRAE, s.v. asperón).

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tundentes e incontrovertibles argumentos de la ciencia médica de la postmodernidad: la genética y factores hereditarios.

La caída de cabellos es muy importante para el Licenciado Robles, pues, por lo que deja saber el siguiente diálogo, no solo está gordo –como nos enteramos líneas arriba–, sino que se está quedando calvo:

Robles: Paréceme que vuestra merced trate para que mis cabellos no se caygan.

Doct.: a mí me place, y así digo que haciendo fregaciones encima de la parte hasta que

se pare colorada y después se a de labar con cocimiento de mançanilla, y de culan-

drillo de poço. También es bueno untarse con cebollas, y si con esto dicho no se

para colorada la parte se a de echar ventosas encima de la parte y esto es de Abicena

y se pueden sajar […] También es bueno untarse con estiércol de ratones desecho

en vinagre, o las cabeças de los ratones quemadas, con miel, y ceniça de abrótano

con azey te de mata, o azeyte de rábanos, y abrótano, con corteças de castañas que-

madas, y la arina de havas, y de avellanas; y con enjundia de oso, y puerco jabalí,

y las nueces con miel, y sus ojas. (ff . 33r-33v)

Aquí el doctor Barrios se muestra continuador de una tradición medieval que ya se ha revisado con el puñado de ejemplos arriba citados: el empleo de los excrementos de cier-tas plagas, junto con otras sustancias, para hacer crecer los cabellos. Ni siquiera fray Agus-tín Farfán –quien tampoco es, precisamente, un avanzado del arte médico– aconsejaba esto en casos de suma emergencia53. Es decir que, en algunos rasgos de su poética, Juan de Barrios se muestra mucho más primitivo en relación con sus antecesores. E incluso vuelve a esta escatología para remediar una nueva preocupación del Licenciado Robles: “poner los cabellos fi xos y hazer que no se caygan” (f. 33v). El Doctor se muestra compla-cido con este tema y dice: “Algunos dicen que se labaren en la cabeça con urines de perro; que jamás se arán calbos” (f. 33v). Y después cae en el esoterismo lunar, propia de la astro-logía: “O, también, comer nuezes frezcas con su corteça por el mes de Iulio” (f. 33v).

Los problemas de caspa también interesan a Robles, y el Doctor la cura con “cor-teças de nuezes quemadas con vino (f. 33v). Y para teñir de rubio el pelo, más vale tener cuidado del siguiente remedio: “y si los cabellos quieren que se paren rubios, es bueno las hezes del vino quemadas con resina de pino, y azeyte de almaciga, advirtiendo que miren como hacen esto, porque de enrubiar las canas suelen tener mil enfermedades” (f. 33v). Desafortunadamente, el Doctor no profundiza en esta declaración y prosigue con otros remedios para lograr el rubio perfecto. Aunque se intuye que la peligrosidad de tal remedio –y otros– estriba en su alta posibilidad de quemar el cuero cabelludo u otras zonas de la piel de la cabeza, al igual y como ocurría con los consejos de belleza del médico Bernardo de Gordonio más de cien años atrás.

Se buscan también recobrar los cabellos negros. Aquí, por una simbiosis con el color de un pájaro se aconseja: “el sebo de cuervo, y la ruda verde, y el çumo de fl ores de habas majadas en un mortero de plomo, y el culantrillo de poço, y las agallas cocidas en vinagre”

53 El envenenamiento por la picadura del alacrán lo trataba con el roce del miembro de un niño o varón

adulto, por más de dos o tres veces, sobre la roncha causada por el aguijón (cf. Cortés Guadarrama 2018).

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(f. 34r). Y continuando con los cabellos, al parecer y desde siempre, símbolo de juventud y belleza, el licenciado Ferrer señala una moda muy presente:

¿Paréceme que e visto algunos galanes y damas traer el cabello encrespado?

Doct.: Ya se usan tantas cosas, y a llegado a tanta malicia el trato de las damas, que

ya no estiman el soladar, que es lo que más quieren, si no que an de andar muy justos

y embalonados, y las medias sin arrugas, el cabello encrespado, y con otras mil inven-

ciones, y lo peor es que con esto no se contentan. Dios les dé su gracias; y a nosotros

no nos olvide. (f. 34v)

Para los cardenales y el paño, el Doctor es muy radical para ambos: aconseja la fl eboto-mía y los purgativos54. Y los remedios no probados por Juan de Barrios vuelven a hacerse presentes: “Algunos loan para el paño la sangre de la liebre; y del toro y el agua de la brionia echa por sublimación, y la de las fl ores de havas, y el çumo de limones” (f. 35v). Por el con-trario, la cara blanca la procura el Doctor con un licor suyo, de su experiencia, hecho a base de: “enjundia de león, y azeyte rosado de parte de noche, y por la mañana se an de lavar con agua de fl ores de havas” (f. 35v)55. Y ya que está nuevamente con la tonalidad de la piel de la cara, dice que la cara colorada en algunas mujeres se cura con una fl ebotomía doloro-sísima sin anestesia alguna: abrir las venas de los tobillos56. Este padecimiento y su cura se asociaba a problemas con el ciclo menstrual. Pero advierte que, “si el tener la cara colorada es de sus padres que así la tienen, que querese curar es de valde” (f. 36r). Prohíbe comer

“chile” a la que tenga la cara roja, junto a “pescados, cecinas y tozino” (f. 36r).El libro termina con los dientes, y una pequeña confesión del Doctor, quien admite

que en su familia abundan los chimuelos:

Robles: Díganos vuestra merced algo para los dientes.

Doct.: Cierto que para mí quisiera saber algo, pero consuélome que todos mis parien-

tes pasamos la vida con trabajo, porque pocos, y malos los tenemos, pero por que

digamos algo digo que los dientes se paran blancos con la aristoloquia, y el cuerno

de el ciervo quemado, y la sal, y la miel, envuelto en ojas de higueras y quemado, y lana

sucia quemada con sal. (f. 36r)

Hasta aquí los principales lineamientos normativos en torno del afeite y la armonía física tratados por el doctor Juan de Barrios. Con base en ellos, y los otros textos medie-vales y novohispanos aquí estudiados, me permito exponer un apunte fi nal.

54 “Ferrer: Tratemos de las manchas de la cara, quel vulgo llama paño. Doct.: digo, que las que tienen paño

es bueno sangrarse, y purgarse si lo an menester, y después de purgadas an de usar del suero de cabras,

beviéndolo, y lavándose con ello” (Barrios 1607: f. 35r).

55 No se olvida de otros males que atentan contra la belleza juvenil. Figuran entre ellos las arrugas, que se

quitan “Con tomar vino blanco, y suero y cocer en esto cortezas de granadas hasta que des mengua la mitad,

y después lavarse con este vino, o echando en enfusión polvos de rayzes de cogonbrillo amargo en el dicho

vino y suero an se dexar a solear, y después se an de lavar con agua fría” (Barrios 1607: f. 35v).

56 “Ferrer: Muchas mujeres suelen tener la cara colorada. Doct.: Sí, y éstas se curan, sino les a baxado, pro-

curando de que les baxe haciendo sangría de los tobillos, o braços” (f. 36r).

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CONCLUSIÓN

En el presente ensayo se ha destacado la vertiente literaria del discurso médico a tra-vés del caso clínico del afeite y sus tratamientos para lograrlo. Este mundo de la tem-prana modernidad se ha transformado en la ciencia médica del siglo XXI en una indus-tria sumamente rentable, es decir, la del quehacer y el lucro ligado a las cirujías estéticas. En el fondo, los parámetros actuales que amalgaman salud, lucro y belleza, a su manera, parecen incubarse en el discurso ofi cial del arte médico aquí estudiado. Los médicos de los siglos XV, XVI y XVII, con apoyo en el modelo de la autoridad y el juramento, hicie-ron del caso clínico del afeite literatura médica. Las obras novohispanas heredaron aquel modelo, aunque reformulado en acuerdo a las demandas de propio su tiempo. Pondera-ron la experiencia como piedra angular de su labor de escritores de su arte, dando lugar a una escritura híbrida entretejida mediante la autoridad-juramento y la experiencia. Esto fue posible porque ambos conceptos –auctoritas y iuramentum– regulaban el mundo en su contexto y, según observa Agamben, “fueron acogidos y codifi cados por la Igle-sia, que hicieron de éstos una parte esencial de su propio ordenamiento jurídico, y legi-timó de esta forma su mantenimiento y su progresiva expansión en el derecho y la pra-xis del mundo cristiano” (Agamben 2011: 16).

Pero la gran diferencia en la literatura del arte médico codifi cada por la Iglesia es que, mientras los tratados medievales europeos aún yacían cohesionados bajo un cris-tianismo absoluto y sus postulados pertenecían a esa unidad, las obras novohispanas surgen en el momento del cisma de la Iglesia y sus intenciones e imaginerías respon-derán a esa circunstancia determinante, siendo el texto de Juan de Barrios el caso más extremo desde este enfoque. Barrios fue el típico seguidor del escolasticismo contra-rreformista, lo que no es raro ya que casi todos sus maestros lo fueron. La parte anató-mica de su obra desconoce a los autores españoles que habían asumido las nuevas ideas de Vesalio y Paré, y utiliza un viejo estilo expositivo tradicional que incluye también la descripción de las funciones. La única parte más abierta a sus tiempos es la quirúr-gica, basada, sobre todo, en la obra de Fragoso, quien puede considerarse como segui-dor de un galenismo “hipocratista”, inicialmente abierto a la obra de Paracelso. En este contexto, el escolasticismo contrarreformista afl ora en este tratado de los afeites escritos para los novohispanos ibéricos y criollos, incluso cuando incluye bastantes observacio-nes clínicas propias.

Mayer (2012) ha señalado que la  conquista de América y  la Reforma protestante fueron eventos contemporáneos, y que el propio Concilio de Trento se avocó a aten-der la gran división de la Iglesia en Europa más que a las necesidades de la sociedad del Nuevo Mundo. No obstante, los postulados de Trento se dejarán sentir con gran rigor en la Nueva España. En este orden de ideas, me parece que Benavides, López de Hinojo-sos y Farfán –los médicos novohispanos que antecedieron la labor de Juan de Barrios– se muestran un tanto más abiertos en sus obras, más curiosos de experimentar con la nove-dad de los elementos americanos. De hecho, en ciertos casos, esa curiosidad les permitía ser más latos y, hasta cierto punto, infl uenciados por el humanismo renacentista, comen-zaron a cambiar y a anteponer la observación y experiencia propias a la de las  auctoritates.

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En consecuencia, fueron más abiertos a los curanderos nativos57, aunque esto no signi-fi có que valoraran a la curandería indígena como parte del ofi cialismo normativo al que dieron forma en sus respectivos textos médicos. Son médicos más entregados a la impro-visación de una sociedad virreinal que apenas se asentaba institucionalmente, incluso cuando en sus respectivos textos se dejen entrever rasgos de una clara postura hispánica ante el protestantismo.

Juan de Barrios, por el contrario, en su Verdadera medicina, cirugía y astrología es mucho más defensivo, como toda poética nacida de la Contrarreforma. Su trabajo no es disoluto, improvisado, con ganas de atender problemas de sanidad pública inminente o para necesitados lejos de  los centros urbanos. Nace de  las ganas de servir a  la  ins-titucionalización del  juramento, es decir, del médico católico novohispano que sirve a la Iglesia romana en uno de los virreinatos más alejados de la corona española. En este sentido, su escolasticismo contrarreformista lo hace mucho más conservador que sus antecesores novohispanos. Desde este entusiasmo nos privó de una verdadera avanzada del arte médico, pero no así de crear una original poética médica novohispana, la pri-mera en donde hay un capítulo extenso para las cuestiones de la apariencia, trasfondo estético y eje axial de lo que será el Barroco hispánico.

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57 Pedro Arias de Benavides narra cómo un indígena del “Marquesado de Cuernavaca” fue el responsable

de curar al virrey Antonio de Mendoza cuando los médicos ibéricos no pudieron hacer nada contra una

“mirarchía” que lo aquejaba, es decir, una melancolía ventosa (1567: ff. 60v-61v).

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