inma sharii - en mis ojos te veras

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que cambiarias si un angel te diera una segunda oportunidad?

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En mis ojos te verás IMMA SAHRII

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IIINNNMMMAAA SSSHHHAAARRRIII

EEEnnn mmmiiisss ooojjjooosss ttteee

vvveeerrrááásss...

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En mis ojos te verás IMMA SAHRII

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Para Carlos, la persona más generosa que

jamás he conocido…

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1 El cambio

Mira sus ojos casi sin parpadear. Piensa que son los más hermosos que ha

visto jamás, del azul más intenso. Bebe, se sacia, de la profunda paz que le

transmiten. Algo extraño y frío tira de sus piernas, pero él no cesa de mirarla.

—Te pierdo de nuevo, Jack —le decía la hermosa mujer, acariciándole las

mejillas.

De repente un fuerte dolor nace en sus piernas. Mira hacia el suelo: unos

pequeños demonios de largas uñas escalan por ellas, y mientras ascienden se

clavan con fuerza en su carne. Un grito ahogado sale de su garganta mientras los

seres de rostros malévolos van abriéndose camino hacía su pecho con ansias y

hambre.

—Aún puedes salvarte —susurraba la bella mujer cada vez más lejos.

Las rojizas criaturas de la oscuridad comienzan a introducirse por su cuerpo

paralizándolo del dolor.

—¡No me dejes! —gritaba.

—No estás solo, nunca lo has estado —pronunció la mujer de cabellos

dorados, desvaneciéndose ante sus ojos como humo.

Los demonios se habían apoderado de él, perforando la carne, deformándole

el cuerpo hasta desgarrarlo.

—¡Mamá! —gritó.

Sobresaltado se despierta de la pesadilla todavía con una desagradable

sensación de dolor en las piernas.

Otra vez ese maldito sueño, pensó.

El corazón palpitaba angustiado en su pecho. Con el cabello despeinado y la

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frente sudorosa seguía sintiendo el abrazo de ella mientras se incorporaba de la

cama apoyando la nuca en el mullido cabecero.

Movió con lentitud los ojos y enfocó la visión, todavía borrosa, en el reloj del

televisor; marcaban las cinco horas y cinco minutos.

—¿Estás bien, Jack? —preguntó la somnolienta voz de una mujer.

El gangoso sonido de aquella voz, borró de un plumazo los rastros de energía

que había traído de la ensoñación. Giró el rostro hacia ella y la miró como si le

sorprendiera que estuviera allí haciéndole aquella pregunta.

—Te dije que no te quedaras a dormir —refunfuñó Jack mirando con

desprecio a la hermosa joven de oscuros ojos que yacía a su lado.

En la habitación olía a alcohol, a sudor y a sexo.

La joven se frotaba la mandíbula con insistencia.

—¿Eres imbécil? —le preguntó —Si querías que me marchara solo tenías que

habérmelo dicho. ¿Por qué me has golpeado? —Yo no te he pegado. He tenido una

pesadilla. Si no te gusta ya sabes dónde está la puerta.

La joven lo miró desconcertada.

—Me suplicaste que me quedara, aunque después de cuatro güisquis y dos

rayas, supongo que ya no te acuerdas.

La mujer giró su cuerpo y se acomodó para volver a dormirse. Soltó un

suspiro. Le había molestado que ya no recordara la noche que habían pasado

juntos.

Jack se levantó de un salto completamente desnudo, tirando la manta al

suelo, dejándola destapada. Se acercó al mini bar que tenía en el dormitorio y se

sirvió una copa de ginebra acompañada de un pulso tembloroso mientras ella lo

miraba atónita desde la cama.

La joven de largas piernas comenzó a vestirse lentamente, las lágrimas

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comenzaron a rodar por sus pálidas mejillas. Sabía que iba a suceder, ya no podía

engañarse. Las últimas veces que había quedado con Jack había tenido que insistir

demasiado. Lo reconocía y eso la llenaba de tristeza. Aquella noche, se había auto

invitado a la fiesta solo para verlo. Después de soportar como besaba a otras, tuvo

la paciencia de esperar hasta bien entrada la noche para seducirlo, aunque había

tenido que utilizar de nuevo las drogas. Sabía a lo que se atenía cuando lo conoció,

le habían avisado pero ella se sentía distinta, más fuerte y más bella que las demás.

Hasta ese mismo instante en el que lo miraba, desnudo, de espaldas a ella, distante,

escurridizo, impenetrable. Hipnotizado mirando por la ventana las luces de la

ciudad. En pie con los zapatos de tacón en las manos se dirigió hacia él.

—¿Ya te has cansado de mí? —le preguntó con la voz quebrada.

Jack la miró de soslayo y dibujó una sonrisa cínica con sus labios.

—Me cansé de ti la primera noche que te abriste de piernas.

Las palabras, como dardos envenenados, se clavaron en el corazón de la

joven mujer. Sus ojos comenzaron a desprender ira, y la rabia, a tensar su

mandíbula. Las piernas empezaron a temblarle como juncos sin poder remediarlo,

sin poder sostener ni tan siquiera la delgadez de su cuerpo.

—¡¿Pero quién te has creído que eres?! No mereces que ninguna mujer te ame

de verdad. ¡Eres un monstruo! —logró decir—. Ojalá que todas las mujeres que se

acerquen a ti sea por tu dinero. Tendrás lo que te mereces. ¡Maldito seas! —gritó

tirando de un manotazo un jarrón con rosas blancas que adornaba una mesa de

cristal.

La joven se giró en dirección a la puerta del dormitorio dispuesta a salir

cuando Jack que se había mostrado impasible ante su ataque de ira le dijo:

—Marisa, te dejas esto —mostraba balanceando entre su dedo índice un

tanga color rojo vino.

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La joven lo miró con desprecio a la vez que negaba con su rostro en un gesto

desaprobatorio.

—Soy Lisa…Lisa Lorenzo ¡Maldito cabrón!

Lisa salió de su apartamento dando un portazo. Todos los cristales del lujoso

ático retumbaron, pero ni un ápice de su gesto mostró reacción. Siguió bebiendo de

su copa, mirando por la ventana, el ir y venir de algún automóvil, o el fulgor de

alguna farola de alguna calle del barrio de Sarriá. Todavía con el sueño entre sus

dedos, todavía con los ojos de su madre. Por unos segundos sintió su mirada de

nuevo en el reflejo del cristal. Fue solo un instante, luego desapareció.

Jack se apartó asustado de la ventana y musitó:

—¿Qué me está pasando?

Seis meses después…

Jack dejó el auricular del teléfono con brusquedad sobre la consola. Resopló,

se frotó la frente y pasados unos segundos volvió a marcar una de las teclas.

—Ponme con la notaría. ¿Cómo que ya se ha ido? ¿No te he dicho que me lo

pasaras antes? ¿Es que hablo para las paredes? Me da igual que esté de vacaciones,

lo llamas y me lo pasas ahora.

Jack volvió a colgar el auricular con el mismo gesto de desprecio mientras un

hombre de fino pelo oscuro lo miraba con reserva.

—¿Es que está todo el mundo subnormal? Tú me entiendes cuando hablo

¿verdad? —le preguntó al hombre que se sentaba frente a él— Esta mujer me pone

de los nervios, es la cuarta secretaria que despido este año. Porque a este paso la

voy a despedir.

—Si la despides vendrá otra peor.

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Jack suspiró, luego miró al hombre y rió.

—Sí, es verdad, tienes razón, a cuál de las que contrato más inútil. Oye por

cierto… Manel, todavía no me has dicho si vendrás a la fiesta de esta noche en mi

casa de Sitges. Manel pensó por unos segundos antes de contestar, se había

acostumbrado a ello, a medir las palabras y pronunciar solo las necesarias. Llevaba

trabajando cuatro años como abogado para la constructora Camps-Villeroy,

propiedad de Jack. Durante ese tiempo había conseguido crear una cierta amistad

con su jefe. Aunque había intentado mantenerse al margen de la vida privada de

Jack, los constantes viajes, cenas y eventos le habían introducido sin querer en su

círculo de amigos. Pero seguía sin sentirse realmente a gusto. Algo le hacía

mantenerse en la retaguardia cuando se trataba de él. Quizá el hecho de que venía

de familia humilde y las extravagancias de Jack le sobrepasaban. Aunque también

le atraía poderosamente, su mundo de lujo, glamour y poder. Una parte de él quería

sentirse Jack por un día pero su sensatez le devolvía a la realidad.

Manel se levantó y miró por la ventana hacía una atascada avenida Diagonal

mientras se rascaba la cabeza de escaso pelo. Hacía años que ya lucía una

pronunciada alopecia en la coronilla. Los nervios y el estrés, le decía su peluquero.

—Paso, creo que mi mujer sospecha algo, la fiesta de tu veintiocho

aniversario dio que hablar por toda la ciudad, Barcelona no es tan grande como

aparenta, al final todo el mundo se conoce.

Manel miró de reojo a su jefe, temía sus iracundas reacciones, siempre

conseguía humillarlo y hacerle sentir como si fuera un pelele. Había ido a

demasiadas fiestas, había traspasado demasiados límites. Aquella vida no era para

él, era irreal, no le pertenecía.

Jack se giró hacia él y le lanzó una burlona sonrisa: —¿Acaso tienes miedo de

que se desate de nuevo tu perversión? —le dijo, como si hubiera podido leer en su

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mente. Manel sintió una punzada en el estómago. El recuerdo elevó las pulsaciones

de su corazón; su mente viajó de nuevo al yate de lujo, en alta mar, durante la

celebración del cumpleaños de un famoso empresario. Allí participó de la orgía, de

las prostitutas, de la droga y del alcohol. Se metió en un trío, aunque mantuvo

relaciones también con otro hombre. No supo lo que hacía, se repetía a sí mismo

cada vez que lo recordaba.

¿Y si fuera cierto? Pensó. Pero se resignó a no contestarle como él hubiera

querido, diciéndole que era un loco y un amargado, que ni todo el dinero del

mundo, ni todas las mujeres de catálogo le daban ni un gramo de felicidad. Él

sabía que eso le dolería y calló.

—¿Vienes o no? No tengo todo el día —gritó removiendo los papeles que se

superponían sobre la mesa— ¡¿Qué demonios tenía que firmar?! —gritó.

Manel soltó un largo suspiro mientras le pasaba con paciencia cada una de las

páginas de un contrato de compra que tenía que rubricar.

—No puedo ir —se atrevió a decir. —Mi familia… no sé qué haría si se

llegaran a enterar de lo que allí pasa.

Jack le deslizó los documentos de mala gana. Ni siquiera levantó la vista para

contestarle.

—Perdona que te lo diga, amigo, pero eres un calzonazos, para ser abogado

no tienes sangre en las venas. No sé, quizás me replantee la elección de otra

persona para este puesto.

Manel tragó saliva pero se le atascó en la garganta creándole una leve

carraspera. Salió del despacho dando un leve portazo sin pronunciar palabra.

Hubiera querido reaccionar como lo hacía en su imaginación, como cuando le

hablaba a su esposa de que lo iba a poner en su lugar, pero eso nunca sucedía.

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Sitges. Costa de Barcelona.

Jack había salido unas horas antes de la oficina en dirección a la casa de la

costa para descansar, como hacía por costumbre cada vez que tenía una fiesta.

La casa, estaba edificada sobre un acantilado con vistas al mar. En una zona

que más tarde fue declarada parque natural. Como ya no se podía construir,

disfrutaba de una total intimidad, sin vecinos, ni carreteras ruidosas, solo rodeada

de pinos negros, matorrales y plantas aromáticas.

Can Bella, así llamaron a la casa, estaba pintada de blanco, no era

excesivamente grande, aunque dos altas torres a ambos lados que nacían en el

ático de la casa le otorgaban altura y majestuosidad. Era una preciosa mansión

modernista de principios del siglo veinte que Jack utilizaba solo en contadas

ocasiones. Por lo general prefería el ajetreo y las distracciones que le ofrecía la

capital. Pero aquella noche necesitaba precisamente eso: mucha intimidad.

Jack se había quedado profundamente dormido en el dormitorio con una

copa de licor en la mano. Se despertó agitado y derramó parte del contenido de la

copa sobre la exquisita colcha de seda púrpura brocada.

Al despertar recordó haber vuelto a soñar con su madre, pero esta vez no se

repetía la misma escena, en este sueño hablaba con ella, aunque no lograba

recordar las palabras con exactitud. Una extraña sensación permanecía con él que

no supo definir, un presentimiento… una angustia.

Minutos después seguía sintiendo como nunca la presencia de su madre en

aquella habitación, tenía frío y los dientes le castañeaban ligeramente. Se levantó

de la cama y caminó directo al mini bar. Quiso servirse un trago pero comprobó

con disgusto que la botella estaba vacía.

Creía que la botella estaba llena, pensó. Crispado con la botella aún en la mano

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se dirigió hacia el balcón y la lanzó con toda su rabia hacia el vacío.

—Malditas borrachas —dijo, acusando al servicio de la casa.

Mientras seguía con la mirada el recorrido fatal de la botella hacía el

acantilado, sintió un escalofrío que recorrió toda su espina dorsal.

Se giró sobre sus talones.

Con ojos impacientes recorrió el interior de la habitación. Caminó despacio

hacia la estancia sin dejar de observar cada centímetro de la habitación, pero solo

percibió un olor familiar. Con gesto incrédulo, reconoció instintivamente la

fragancia de jazmín y regaliz que su coqueta madre encargaba expresamente a un

artesano francés de la Provenza. Al inspirarla, una cálida energía envolvió su

cuerpo, sentía una suave presión en la piel de los brazos. Cerró los ojos para

sentirlo con más intensidad. Por un momento creyó con certeza que su madre

estaba allí a su lado abrazándolo.

Después de unos segundos abrió los ojos pero nada había entre sus brazos.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó al vacío, aguardando una respuesta. Pero

nadie respondió.

—¡Déjame en paz! —exclamó.

Cerró los ojos durante un breve instante anhelando que la sensación

desapareciera.

Me estoy volviendo loco, se dijo.

Ya hacía meses que tenía la sensación de una presencia a su lado, a veces la

sentía amorosa y cálida y en otras ocasiones irritante y fría. Cada vez era más

persistente, pero Jack no se atrevía a hablarlo con nadie, creía que lo tomarían por

loco y guardó silencio.

Cogió la camisa que había dejado en la silla y salió apresurado de la

habitación, dando un furioso portazo.

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En el pasillo se topó con Candelaria, la doncella.

—Un joven le espera en la sala de estar —le dijo.

En la sala de estar le esperaba sentado un joven de pelo corto y engominado

que tarareaba una conocida canción. La fina tapicería color crema del sofá de

principios de siglo, perfectamente restaurado, desentonaba con la chillona

americana azul que llevaba arremangada como si de un mago se tratase preparado

para su función.

El joven no parecía haberse percatado de la presencia de Jack, ya que

continuaba cantando y dando golpecitos en su pierna mientras sorbía el café que le

habían servido en una exquisita taza de porcelana francesa. Al girar el rostro y ver

a Jack se le formó una sonrisa forzada mostrando uno de sus dientes partido. Se

levantó atropelladamente dejando caer pequeñas gotas de café por la alfombra y se

acercó a Jack para extenderle su delgada mano.

Jack recordó al instante al traficante que un día le presentó un amigo.

—¡Eh, tío, qué guay! ¿No? Otra fiestecita eh… ¿a ver si me invitas alguna vez

no? —le sugirió mientras le daba golpecitos con el codo— ¡Joder! Tienen que ser

bestiales, las tías deben estar buenísimas —comentaba a la vez que reía y

gesticulaba nervioso con las manos.

Con fría mirada y gesto estático Jack soltó:

—No suelo invitar a gente de tu clase. Tengo un prestigio que cuidar.

Jack se sentó frente a él en uno de los dos sillones orejeros que había en la sala

de estar.

El traficante avergonzado ante la brusquedad de Jack, transformó el gesto de

su rostro en tanto se hurgaba en los bolsillos.

El joven comenzó a sacar el material que había traído sobre la mesita de café.

Aseguraba que “su material” era el más puro que había probado, para ello se

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llevaba una mano al pecho intentando hacer su palabra más certera.

Jack rehusó con un gesto de manos las pastillas que le enseñaba.

—No quiero sorpresas dame “maría” y “coca”, lo de siempre —ordenó

impaciente.

—Bueno, si quieres un subidón de verdad, tengo esto nuevo —señalando una

bolsa transparente con el dedo que contenían un puñado de pastillas de color

amarillento con el dibujo en relieve de un tiburón— ¡A las nenas les va a encantar!

Jack lo miraba incrédulo.

—¡Son éxtasis, tío! —Le aclaró al ver que su cliente no mostraba interés.

Jack soltó la bolsita con desprecio, había oído hablar de las drogas sintéticas,

sabía que a la gente le gustaba porque el efecto era más duradero pero también

sabía que no siempre eran de buena calidad.

El traficante insistió en que las probara y le regaló unas cuantas.

Jack las aceptó, quería cerrar el negocio pronto, aquel chico le disgustaba

demasiado, quizá por la manera en que se ganaba la vida, quizá porque sabía que

también vendía drogas a menores. Inconscientemente culpaba a tipos como aquel

de la manera en que vivía ahora.

Ojalá hubiera sido más fuerte, ojalá no hubiera probado el primer porro en el

internado, o la primera raya de cocaína en la facultad, pensaba.

Sin querer los recuerdos del pasado afloraron a su mente. Recordaba la

soledad en el internado de Suiza, lo rápido que se había hecho mayor sin la

protección y el calor de una familia. Reconocía que a veces había sentido odio hacia

su madre, pensaba que si no se hubiera muerto jamás habría tenido que ir a aquel

horrible internado lejos de todo lo conocido, de su hogar. La de veces que habían

discutido sus padres por él, porque su padre siempre le decía que era un niño

mimado, débil y llorón, de poco carácter, que jamás serviría para los negocios. Pero

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su madre luego siempre lo abrazaba y consolaba.

Salió un suspiro de su boca. Cuánto necesitaba de ella, mucho más de lo que

era consciente.

Después de que la madre de Jack falleciera todo fue distinto. En el internado

intentó encontrar el apoyo en las pandillas de chicos. Pronto le sumergieron en el

mundo adulto del alcohol, el sexo y las drogas.

Demasiado pronto, pensaba con tristeza mientras miraba con desidia la droga

que había comprado para sus invitados.

Mientras se desvestía para tomar un baño en el jacuzzi de su dormitorio, se

miraba en el espejo satisfecho de lo que veía. Sabía cuánto le deseaban las mujeres.

Nunca había tenido una novia estable, de hecho ninguna de sus múltiples

compañeras podía haber sido calificada de “novia” en ningún momento. Solía

rodearse de bellas mujeres, en su mayoría modelos y azafatas que le presentaban

en los numerosos actos inmobiliarios a los que acudía. Él no solía dar el primer

paso, no era de esa clase de hombres, siempre esperaba a que ellas vinieran a

seducirlo, y de hecho siempre ocurría así, porque si se lo hubiera propuesto

tampoco habría sabido hacerlo, en el fondo era un hombre reservado y tímido,

pero no lo dejaba ver, eso hubiera sido signo de debilidad. Por el contrario, se

comportaba orgulloso, serio y antipático; ninguna buena cualidad para presentarse

ante una bella desconocida.

Jack se sumergió en el agua con una copa de licor y miró al techo. Observó las

escenas bucólicas celestiales que había pintadas: niños riendo en un prado de

amapolas y querubines contemplándolos, protegiéndolos de todo peligro. Nunca

se había fijado en ellos, pensó por unos segundos que nunca habían estado ahí, que

alguien había cambiado el fresco del techo sin su permiso. Recorrió con la mirada

toda la escena y vio que detrás de un árbol asomaba la cabeza de un demonio

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acechante. Miraba en la dirección de los niños.

Un ligero escalofrío se apoderó de su cuerpo.

Eso tampoco estaba ahí, pensó.

Candelaria escuchaba con preocupación la voz de su novio tras el teléfono: —

Lo siento, mi amor, tendré que quedarme toda la noche reparando la máquina, el

encargado está como loco, tendrías que verle la cara que puso cuando reventó el

compresor.

—Mi amor y que hago yo ahora… tengo que salir de la casa por orden del

patrón —expresaba Candelaria con temor.

—Mi amor, esto es serio, no puedo salir, te tengo que dejar que viene el

encargado —el muchacho colgó repentinamente dejando a Candelaria todavía con

el móvil colocado en la oreja.

Jack había abierto de nuevo las puertas de su casa para recibir a amigos,

amigos de amigos y conocidos. Todos ellos atraídos por la generosidad y la fama

que se había labrado el anfitrión. Jack derrochaba en catering, regalos para los

invitados, bebidas de importación, camareros, disc jockey.

Dos horas después de que la fiesta hubiera comenzado el ambiente había

cambiado drásticamente, la noche era fría y la gente se agolpaba en el interior del

salón.

El volumen de la música tronaba ensordeciendo la mente y aquietando los

pensamientos. La gente se movía dejándose llevar por el trance del sonido. Las

parejas bailaban cada vez apretándose más. Sensuales mujeres contoneaban sus

cuerpos animando la libido de los numerosos espectadores, parecían competir

entre ellas para intentar captar la máxima atención.

Algunos invitados, que se habían liado porros hacía rato, reían

estúpidamente en el suelo. Jack sacó la droga que había comprado y la dispuso

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sobre la mesa en pequeñas bandejas de plata que antaño habían sido utilizadas

para servir exquisitos dulces.

Dos jóvenes delgadas de origen brasileño se apresuraron a ser las primeras en

esnifar el polvo blanco.

Jack observó pasivo toda aquella obra de teatro que se desplegaba ante sus

ojos, sabía lo decadente y destructivo que era, pero aún así sentía una insana

fascinación por la necesidad que tenían todos sus personajes de escapar de la

realidad, de perderse en el vacío, de sentir algo diferente que no podían sentir

estando conscientes. Las ganas de vivir otras experiencias eran más fuertes que el

peligro que conllevaba el consumo continuado de droga. No importaba, ya había

vivido hasta el límite en muchas ocasiones, no importaba una vez más. Una raya

más no podía perjudicarle, pensaba.

Una joven sueca de ojos azul celeste se sentó a su lado, le lanzó una mirada

lasciva mientras preparaba una raya de coca con una tarjeta de crédito. De seguida

se la ofreció.

Jack la esnifó, luego apretó el tabique nasal con su mano.

—Cariño, eres guapísimo —dijo la joven mientras acariciaba el pecho de su

anfitrión—. ¡Qué fiesta tan genial! Eres único, lo sabes —añadió— En toda la

ciudad se habla de ti —alabó mientras continuaba acercándose más y más a su

cuerpo—. Tenía ganas de venir y conocerte en persona, soy muy amiga de una de

tus ex; Lisa. Aún sigue enamorada de ti —rió.

—¿Qué Lisa? —contestó Jack.

Seguidamente la besó.

—Besas de maravilla —afirmó— No me extraña que mi amiga siga

enganchada a ti.

Jack le acarició la pierna.

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—¡Que la jodan!

La joven sueca cogió una pastilla de éxtasis y la introdujo en su boca de una

manera muy sensual mientras Jack la observaba fascinado.

De seguida la joven se dirigió hacia él y le besó.

La pastilla ahora se hallaba en la boca de Jack que la abrió con intención de

escupirla. Se había prometido no ingerirlas.

La joven lo miró con disgusto, luego abrió su boca poco a poco, sacó la lengua

mostrándole que tenía otra pastilla. Le volvió a besar provocando que Jack la

tragara también, seguidamente comenzó a desnudarle.

Minutos después la tóxica mezcla empezó a hacer efecto mientras yacían

sobre el blanco sofá interrumpiendo el coito.

La joven comenzó a sentir náuseas. Sin poder remediarlo vomitó parte del

contenido de su estómago sobre Jack y parte sobre la hermosa alfombra de

cachemira.

La modelo se marchó apresurada al baño dejándolo en el sofá cubierto de

vómito e inflamado de excitación.

No tardó en sentirse mareado también. Con esfuerzo, intentó incorporarse

pero cayó al suelo. Desde allí sintió que alguien lo observaba, giró el rostro en

dirección a la terraza, una figura etérea, borrosa de un hombre con un arma en la

mano, lo miraba fijamente desde el exterior.

—¿Y tú quién eres? Yo no te he invitado —le preguntó. Luego comenzó a

reírse.

El extraño le apuntó con el arma.

Jack asustado tapó su rostro con las manos. Segundos después al no sentir

disparo alguno, volvió a mirar hacia la terraza pero ya no había nadie.

Soltó una carcajada.

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La lujuria se había adueñado de la estancia, parejas y tríos habían

desaparecido por las habitaciones de la casa. Otros, poseídos por las sustancias y el

alcohol, se abrazaban desnudos por los sofás y las alfombras sin importar quien

estuviera mirando.

Las dos amigas brasileñas se acercaron a Jack que permanecía desnudo boca

arriba, riendo y señalando figuras invisibles en el aire. La mirada perdida y

cristalina denotaba el estado de embriaguez en el que se encontraban ambas

mujeres.

Comenzaron a acariciarle todo el cuerpo mientras Jack las miraba como si no

le estuviera pasando a él. No notaba sus cuerpos, no notaba sus besos, intentaba

acariciarlas pero no recibía estímulo alguno.

De nuevo la figura del extraño invitado con la pistola se presentó frente a él.

Jack sintió la energía que desprendía, fría, oscura, desesperada. Y aunque no

hablaba parecía mostrarle cosas. Parecía decirle que la vida no merecía la pena, que

ya no había nada más por lo que luchar.

Cerró los ojos y rió.

Las drogas comenzaron a hacer su efecto más letal. Jack comenzó a divagar,

sentía que alguien se estaba adueñando de su cuerpo, veía un doble de él que

gozaba y gemía de placer mientras él se notaba como de frío yeso. Se sentía como

una estatua de gélido mármol, pero ese otro que se adueñaba de su cuerpo que le

había quitado las sensaciones, lo veía como a un ser demoníaco, despiadado, frío,

oscuro, sin emociones. —¡Ese no soy yo! —gritaba.

Perplejo e intoxicado no atinaba con la realidad, intentó separarse a golpes a

las dos mujeres que tenía sobre él que ahora las veía como si fueran dos espantosas

brujas, con uñas negras y dientes afilados que intentaban matarle. Las fuerzas le

fallaban, no tenía ni control ni dominio sobre su cuerpo mientras la joven brasileña

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seguía sobre él.

Empezaron a venirle arcadas.

Con gesto de gran esfuerzo intentó de nuevo apartar a la joven dándole un

puñetazo.

La mujer cayó inconsciente al suelo, mientras su amiga reía desmedidamente

a su lado sin ser consciente de lo que estaba pasando.

De pronto Jack se dio la vuelta y vomitó.

Mientras intentaba discernir entre lo que era real y lo que no, algo pesado se

abalanzó encima de él agarrando sus muslos. Aterrorizado con la poca energía que

le quedaba intentó desasirse de lo que para él era una horrible bestia. Pero aquella

fuerza era superior a la de él en aquellos momentos, intentó girar la cabeza para

ver quién lo inmovilizaba pero su mente intoxicada le mostró un alienígena de

varios brazos, por unos segundos pareció distinguir la silueta musculosa de

Ismael; un actor secundario que conoció en un spot publicitario que rodaron para la

empresa, pero de nuevo la imagen del alienígena lo sustituyó. —¡Socorro! —

gritaba. Pero su boca apenas emitía un sonido entrecortado e ininteligible.

Ismael apretó la cabeza de Jack contra el suelo y con la otra le entreabrió las

piernas y le penetró con fuerza. Desde que lo conoció lo había deseado con

intensidad en secreto.

Sollozando como un niño asustado, las lágrimas caían por sus mejillas

mientras en su confundida mente creía estar siendo poseído por un ser

extraterrestre.

Todo estaba en silencio en el salón. Marcaban las cinco y cinco de la

madrugada en el reloj de pulsera femenino que colgaba de un brazo que sobresalía

del sofá. Todos dormían. Solo la tenue luz de un par de lámparas alumbraba la

enorme estancia.

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Todavía tendido boca abajo en el suelo Jack intentaba poco a poco salir del

estado de inconsciencia. Se incorporó todo lo rápido que su dolorida cabeza le

podía permitir.

Observó a Ismael; el musculoso actor roncaba a su lado. Creía recordar todo

lo sucedido pero por momentos la memoria le fallaba y se decía a sí mismo que lo

había inventado, que no podía ser cierto. Se levantó y contempló asqueado a todas

aquellas personas, todos aquellos desconocidos, desparramados por los sofás, por

el suelo, desnudos, borrachos, drogados. Sintió pena por ellos, un profundo

sentimiento de tristeza inundó su corazón pero empezó a ver que no era pena de

ellos si no de sí mismo, todo aquel escaparate de excesos y perdición era su propia

realidad, jamás había estado tan lúcido, nunca antes había visto con tanta claridad

en lo que se había convertido. Humillado en lo más hondo de su ser sintió

repugnancia y asco de sí mismo. Él había provocado todo aquello, sentía.

¿Cómo había permitido perder su propia voluntad de aquella manera?, pensaba

agarrando sus dorados cabellos. Las imágenes de Ismael violándolo empezaban a

emerger en su cabeza sin piedad alguna produciéndole un ardor de impotencia y

asco.

Cogió una pesada lámpara que había sobre una mesita y caminó de nuevo

hacia el actor. Se puso sobre él. En aquel instante quería matarlo.

—¡Maldito cerdo!

Ismael gruñó, se dio media vuelta y siguió roncando. Jack dejó caer la

lámpara y salió despavorido del salón. Todavía aturdido, y apenas con fuerzas

para sostenerse caminó atravesando el jardín hasta llegar a la blanca balaustrada

de seguridad que daba al mar.

Se derrumbó en la hierba y comenzó a sollozar al tiempo que apretaba las

manos a la cabeza. De nuevo sintió la sensación de que alguien lo observaba, esta

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vez de manera más intensa. Comenzó a sentir de nuevo la amargura, la

desesperación que le transmitía esa presencia.

Aunque Jack no lo veía, el espíritu del hombre con la pistola estaba a su lado

y le hablaba al oído. Parecía transmitirle un mensaje. Unas palabras que hicieron

que el rostro de Jack se transformara de repente.

Terminaron los sollozos, se levantó del suelo, subió a la balaustrada sin mirar

hacia los acantilados y se lanzó al vacío.

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2 Renacer

Mientras caía no sentía miedo, una agradable sensación de alivio se apoderó

de él.

De pronto una figura humana de luz lo tomó entre sus brazos. El tiempo se

detuvo, la caída se desaceleró. Habían entrado en otra dimensión, en un lugar

donde el tiempo no existe.

Una maravillosa energía de paz inundó su ser.

Por unos instantes o por una eternidad, no se podía medir, la bella luz y Jack

permanecieron fundidos en un abrazo.

El hermoso ángel de cabellos dorados habló.

—Amado mío, —dijo con una suave voz increíblemente dulce y melodiosa—

me alegro tanto de verte. Aunque siento una ligera tristeza porque no quería que

fuese de este modo.

Jack la miró a los ojos.

—¿Madre? —le preguntó preso de asombro y confusión— ¡Qué hermosa

estás! Te he visto en sueños —contestó lleno de emoción—. ¿Dónde estoy? —

preguntó mirando a su alrededor.

—Es un lugar entre vidas. Te he traído aquí para que puedas rectificar.

—Ahora ya nada importa, soy inmensamente feliz. —sonrió.

Jack se tumbó boca arriba en lo que parecía un florido valle, de fresca y

esponjosa hierba.

El espíritu, de la que un día fue su madre, se sentó a su lado.

Jack apoyó la cabeza en su regazo absorbiendo el amor que desprendía cada

milímetro de su ser.

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—Todavía no es tu hora —le dijo a Jack mientras le acariciaba el cabello con

suavidad— tienes que volver. Tienes la oportunidad de rectificar y yo he venido

para ayudarte. Lo sucedido esta noche durante la fiesta, ha sido doloroso pero era

necesario para que despertaras, para que vieras que no estabas siguiendo tu

camino. La intoxicación acalló tu mente por unos instantes y pudiste ver tu

realidad. Esto sucedió para que rectificaras para que vieras que eras tú mismo el

que estabas perjudicando tu vida y así pudieras cambiar tu destino.

El ángel continuó acariciándole el rostro.

—Pero la oscuridad también estaba a tu lado, acechándote. Una sombra que

tú mismo has atraído a tu vida. Intenté avisarte de muchas formas, pero no querías

oírme.

—Tu recuerdo era doloroso para mí. No quería recordarte.

—Lo siento hijo mío, no hay más tiempo, tienes que volver.

—¿De qué hablas? —preguntó Jack incorporándose del regazo de su madre.

—¡No quiero volver! No me abandones de nuevo, no quiero perderte otra vez —

suplicaba como si todavía fuese un niño.

—Yo no te abandoné.

Jack se abrazó con fuerzas al ángel.

—Ahora las cosas van a ser un poco más difíciles, tu espíritu no encuentra

otro modo de hacerte cambiar, y él quiere que despiertes, que veas el mundo con

otros ojos. Es un gran regalo aunque no lo verás así. Pero no te preocupes, tendrás

ayuda, siempre estoy contigo, no lo olvides. Aprende a perdonar y a amar, la vida

tiene grandes sorpresas todavía para ti.

—¿Qué me está pasando, madre?

Jack empezó a notarse más y más pesado, la sensación de paz y amor

empezaba a disiparse. Y el cuerpo del ángel comenzó a evaporarse de entre sus

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brazos.

—Te enviamos ayuda, amado mío. Abre bien los ojos y guíate de tu corazón.

Un ángel en la tierra.

—¡No me dejes! —gritaba.

Casi ya no podía oír la voz de su madre, ya solo la veía gesticular con los

labios. Se sentía muy pesado.

Golpeó inevitablemente el desnudo cuerpo contra las escarpadas rocas del

acantilado. Sintió un fuerte dolor por todo el cuerpo y seguidamente la oscuridad

total se adueñó de su conciencia.

Aunque el sonido de la música infernal, los gritos y taconeos habían cesado

hacía horas, Candelaria no conseguía entrar en sueño profundo. Se desvelaba

constantemente; imágenes de hombres y mujeres copulando, la turbaban.

Candelaria entró en la casa pasadas las doce de la noche, cuando sabía que

todos estarían dentro. Había desobedecido la orden de su patrón entrando a

escondidas en su cuarto, que se hallaba en el ala del servicio, junto a la cocina. Jack

le había dicho que aquella noche no podía dormir en la casa porque hacían una

fiesta.

Aquella misma tarde, Juan, el jardinero de Bella Villeroy, le había acercado

hasta el centro del pueblo con su vieja furgoneta roja. Recordaba el olor a estiércol

que desprendía todo el vehículo y que había tenido que ir, con el frío que hacía,

con las ventanillas abiertas.

Luego estuvo toda la tarde haciendo tiempo paseando por las callejuelas del

precioso pueblecito blanco que se encontraba a unos diez minutos en coche de la

casa.

Sitges le pareció un lugar encantador, desde la playa se podía admirar la

antigua iglesia de Santa Tecla construida en un acantilado rocoso a la que se

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accedía por una amplia escalera. Fue la primera visita que realizó cuando comenzó

a trabajar para Jack Jover, en su primer día de descanso. Todavía sentía la añoranza

de su tierra, en la lejana Ecuador, pero la iglesia le hizo sentir menos extraña, y

dentro, entre el frescor de sus paredes, el olor a incienso y velas prendidas

encontró el consuelo que tanto necesitaba, sabía que fuese dónde fuese siempre

tendría la casa de Dios.

Aquella tarde había entrado preocupada en la iglesia, no quería contradecir a

su patrón pero no veía otra alternativa. El Sr. Jover había sido un desconsiderado,

¿acaso pensaba que todo el mundo tenía otra residencia para alojarse o dinero para

pasar la noche en un hotel?, había cavilado la joven mientras rezaba para que le

llegase una solución.

Aburrida por no encontrar una respuesta a sus plegarias salió de la iglesia

para tomar un taxi. De camino a la estación, en el paseo marítimo se detuvo a

observar los puestos callejeros, se paró en uno donde vendían imitaciones de

esculturas religiosas. Le llamó la atención una en especial.

—Es muy hermosa —apreció la joven ecuatoriana agarrando la pesada figura

entre sus dos pequeñas manos.

—Es la piedad de Miguel Ángel. ¿La quiere? —le preguntó el vendedor.

Candelaria negó con la cabeza.

Una imagen demasiado triste, pensó al depositarla de nuevo en el aparador.

La doncella resopló sobre su almohada, mientras seguía sin poder dormir.

—¡Ahora la perra! Es que no voy a poder descansar ni una horita diosito mío

—refunfuñaba dándose la vuelta mientras oía los desesperados aullidos de Doris.

La vieja mastín continuaba arañando la puerta en el piso de arriba cada vez

con más insistencia. Jack la había encerrado en una habitación para que no

molestara en la fiesta. Adoraba a aquella perra aunque con los años se le había

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agriado el carácter y era muy celosa y protectora de su amo.

Después de casi media hora de insistencia el animal consiguió abrir la puerta

apoyándose en el alargado pomo y salió disparado escaleras abajo atravesando el

salón a toda prisa, esquivando a los narcotizados invitados que todavía

continuaban dormidos sobre el suelo y los sofás.

Doris llegó al jardín y lo atravesó con rapidez a pesar de su peso y edad hasta

que llegó a la puertecilla de madera que conducía hasta unas angostas escaleras

que bajaban hasta la playa. Allí detenida y desesperada comenzó a ladrar y aullar

de nuevo.

Candelaria oyó los aullidos muy cerca, se levantó de un salto y miró por la

ventana y vio como la perra arañaba con fuerza la puerta que bajaba a la playa.

La vio muy alterada.

Si se escapa no me lo perdonaran jamás.

La joven se puso una bata y salió corriendo de la habitación por la puerta

trasera de la casa que comunicaba con el jardín.

Se acercó poco a poco a la perra que gemía nerviosa.

—Doris, ven bonita, ven mi niña —le dijo acercándose lentamente por

detrás—. Mira chica, despertarás a todos y nos van a regañar —decía en voz baja.

La perra le agarró de la ropa y tiró de ella en dirección a las escaleras.

De repente sintió una corazonada. Abrió la portezuela y siguió a Doris

escaleras abajo con el corazón encogido, dispuesta a encontrarse cualquier cosa. Su

imaginación iba más rápido que sus pies.

Candelaria ya no veía a la perra, había girado a la derecha al final de los

peldaños pero sí podía oírla gemir.

Gracias a la tenue luz del amanecer pudo distinguir la figura de la perra entre

las oscuras rocas. A medida que se iba acercando el corazón se le iba acelerando,

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latiéndole tan fuerte que creía que podían haberlo oído desde la casa. Sobre las

rocas se hallaba el cuerpo desnudo de un hombre, la perra lamía su mano.

Candelaria impactada por lo que sus ojos le estaban mostrando se paralizó

por unos segundos. Aquella imagen era tan familiar, recordó en su mente la

escultura que había visto aquella tarde.

El semblante del hombre aparecía sereno como si no hubiera sentido dolor al

caer. Las rocas se encajaban en su cuerpo como si de unos brazos amorosos se

tratasen.

—¡Dios mío! —gritó.

Se acercó más al cuerpo ensangrentado.

—¡Señor Jover! —exclamó al reconocer el rostro de su joven patrón.

No se atrevió a tocarlo, aquello le impresionaba sobremanera, comenzó a

llorar mientras su cuerpo se agitaba presa de una mezcla de terror e impotencia.

Candelaria se acercó temerosa. Desconocía por qué pero supo que aún estaba

vivo. Se alejó a pedir ayuda tan rápido como le permitieron sus fuerzas, temiendo

por los minutos o segundos que su patrón pudiera resistir en aquella situación.

Con falta de aliento y el corazón desbocado entró en el salón. La imagen de

los cuerpos desnudos tirados en el suelo y sobre el sofá le impactó casi tanto como

la que acababa de presenciar en las rocas, pero con toda la determinación que le

permitía su estado empezó a gritar auxilio.

Nadie se movió y los que lo hacían eran para cambiar de postura o para

gimotear aunque alguien sí pareció oírla:

—Calla estúpida, déjame dormir —contestó una voz pastosa y adormecida de

hombre.

—¡Por favor! ¡Ayuda! El Sr. Jover está herido, está herido, necesito ayuda —

gritó presa de la desesperación.

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Nadie volvió a responder.

En un hotel de Londres. 6:36 de la madrugada.

El teléfono móvil sonaba en el escritorio de la suite. Antoni Jover se levantó

sin dificultad, no estaba dormido, los nervios, las responsabilidades y la inminente

reunión con el presidente de la gran cadena hotelera británica, no le habían dejado

conciliar el sueño.

Hoy era un día importante para Antoni, estaba a punto de firmar un contrato

multimillonario para la construcción de varios hoteles en España. Había luchado

duro para conseguir los contactos y se vanagloriaba de ello. Había tenido que

mover muchos hilos para que le dieran la oportunidad de ofrecer los presupuestos

y ahora, después de tanto tiempo todo estaba listo.

—¿Diga? —contestó. Tras unos segundos de silencio, mientras oía lo que el

interlocutor le estaba comunicando se fue sentando poco a poco en la silla que

había cerca del escritorio, como si lo que estuviera oyendo pesara demasiado para

que lo sostuvieran las piernas. Con la mano apoyada en la gris cabellera, el

semblante se le fue transformando a medida que la noticia llegaba a su mente.

—¿Pero está vivo? —logró pronunciar— ¡Dígame sí o no! —añadió con

impaciencia tras lo que fueron unos segundos de comentarios confusos.

—Iré en cuanto pueda, avisen a mi padre por favor. Antoni suspiró varias

veces mientras apretaba las manos a su cabeza. Tenía bolsas bajo los ojos, del

acumulado cansancio. Le habían llamado desde un hospital de Barcelona para

decirle que su hijo estaba en un quirófano debatiéndose entre la vida y la muerte.

Se sintió paralizado por unos minutos, incapaz de reaccionar ante la noticia.

Una parte de él quería ir en ese mismo instante, aparecerse a su lado, pero otra

parte de él analizó con frialdad la situación, recordó la reunión, la firma del

contrato. Sintió miedo, un miedo atroz a perder la oportunidad de su vida. Se dijo

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a sí mismo que nada podía hacer en el hospital. Los médicos tampoco le dejarían

entrar. Entonces, ¿qué iba hacer allí en la sala de espera? Tras difíciles operaciones,

después de unos días inconsciente por fin Jack abrió los ojos. El cirujano que lo

había tratado repetía con insistencia que era un milagro que siguiera vivo mientras

ofrecía el parte médico a Antoni Jover, el padre de Jack.

—La parte del cráneo ha sido la menos afectada en la caída, sin embargo la

vértebra t7 ha quedado seriamente dañada, rotura de ambas tibias, fémur de la

pierna derecha astillado por dos secciones, cuatro costillas rotas —enumeraba

mientras agitaba sus manos —es duro, pero debe hacerse a la idea que su hijo,

quedará parapléjico.

—Eso no lo acepto. Hagan lo que sea necesario.

El cirujano negó con la cabeza. —El tiempo es aquí necesario, de momento

tendrá que recuperarse de las fracturas —añadió antes de abandonar la sala de

espera.

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3 Decisiones

—Todo es proponérselo, señora Asunción, quejándose no solucionamos nada.

Inténtelo de nuevo —animaba la joven enfermera mientras sostenía el cuerpecito

desgarbado de la anciana octogenaria que a duras penas pronunciaba un

monosílabo.

La anciana apoyaba con cuidado sus diminutos pies enfundados en zapatillas

azules mullidas dando milimétricos pasitos de camino a su cama.

Cuánto dolor cargaba aquella mujer en tan pocos centímetros, sentía Ami

mientras tapaba con cariño a la entrañable residente.

Ami trabajaba en una residencia para la tercera edad. Era la única enfermera

diplomada de la residencia y aunque no le correspondía, realizaba otras tareas de

asistente como limpiar, asear y dar de comer a los residentes.

Llevaba tiempo intentando encontrar un lugar donde realmente se sintiera

realizada. Le encantaba estar con la gente pero el trabajo en la residencia era

agotador, aquellos ancianos absorbían hasta sus últimas gotas de energía y ya

hacía tiempo que sentía que necesitaba un cambio.

—Mañana te tendrás que quedar para hacer mi turno, Amelia —dijo Araceli,

una gruesa mujer de cincuenta años. Solo aquella mujer llamaba a Ami por su

nombre de nacimiento.

—¿El turno completo? Termino muy cansada. Puedo quedarme alguna hora

más pero todo… no voy a tener fuerzas para rendir bien —alegó Ami con cara de

cansancio mientras se ponía la chaqueta dispuesta a salir.

—¿Acaso quieres que deje a mi marido solo? Mañana le operan del oído —

dijo Araceli mirándola con el gesto de antipatía que la caracterizaba.

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Pobre hombre que no querrá oír, pensó instantáneamente Ami.

—No sabía que le tenían que operar… otra vez.

—Si no estuvieras siempre en las nubes te enterarías de todo lo que concierne

a tu trabajo. ¿Ves cómo tengo razón cuando te digo que hagas una cosa y luego lo

haces todo al revés? Luego me andáis criticando por las espaldas, ¿qué te crees que

no me entero? Pues si piensas que puedes confiar aquí en alguien vas lista, luego

me lo cuentan todo. La gente siempre confía en mí. Llevo mucho tiempo, soy como

de la familia. —replicó Araceli mientras intentaba abrocharse el botón de la bata

blanca que se le ceñía por la parte de su abultado pecho.

—No suelo criticar a nadie, Araceli, y si no sabía lo de la operación de tu

marido es porque no me meto en conversaciones ajenas si no se me ha invitado.

—Eres tú la que te alejas de nosotras como si nada fuera contigo. Siempre te

has creído superior a nosotras. Ahora eres joven y estás sana pero ya verás… ya

verás… tú también enfermarás, entonces te gustará que se preocupen por ti, si no

al tiempo —vaticinó con aplastante firmeza mientras intentaba peinar su corto pelo

frente al espejito del aseo.

Ami no quiso entrar en una nueva discusión con su compañera a sabiendas

que tendría las de perder. Araceli era una autoridad en aquella residencia. El

dueño, que no solía aparecer por allí, confiaba en ella, más por su propia

comodidad que por la simpatía que ésta le generaba.

En los dos años que llevaba trabajando en la residencia, habían sido

numerosas las ocasiones en que Araceli había faltado al trabajo. Al principio lo

hacía gustosamente pero hacía tiempo se había dado cuenta de que la autoritaria

compañera se estaba aprovechando de su amable docilidad, inventando mil y una

excusas, al principio creíbles y originales, pero en aquellos momentos eran ya

descaradas y repetitivas.

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—Te dejaré las instrucciones de mis pacientes. Mañana las tendrás en tu

taquilla —gritó Araceli mientras Ami salía del vestuario.

La joven enfermera caminaba cabizbaja de camino a la parada de metro, con

una idea que había nacido hacía semanas en su mente: dejar este trabajo.

Ami vivía en una buhardilla de treinta y tres metros cuadrados con una

pequeña terraza, en el barcelonés barrio de Horta. Era una ganga que encontró por

intermediación de una vieja amiga. Pagaba poco dinero en comparación con los

alquileres de la zona. Era una casa de los años veinte, en bastante malas

condiciones, de dos pisos, sin contar la buhardilla.

El saloncito de su apartamento era agradable y acogedor. Decorado

escasamente. Tenía un pequeño sofá cubierto con una colcha india, una mesa con

dos sillas y un aparato de música. Tenía un comedor–cocina sin recibidor, con una

terraza soleada, a mano derecha estaba el pequeño aseo y al fondo a la derecha su

dormitorio. Dentro del dormitorio había una puerta que daba a la parte trasera de

la casa donde estaba la lavadora y el calentador. Desde allí podía ver el huerto de

su casero.

El propietario, un anciano viudo que vivía en la planta baja, era un hombre

tranquilo. A veces, llamaba a su inquilina para darle lechuga y tomates de la

huerta. Ami lo apreciaba mucho y bajaba a visitarlo a menudo, llevándole

bizcochos de la receta de su madre, que ella misma preparaba y a veces veían

antiguas películas de Marisol y Sara Montiel, porque al anciano le gustaban

mucho. Decía que eran las mujeres más hermosas que había visto nunca.

A Ami le gustaba la soledad, todas las noches antes de dormir, meditaba en la

alfombra. Era el mejor momento del día para ella. La paz que sentía cuando

interiorizaba no era comparable a nada que pudiera ofrecerle el mundo exterior. Se

había familiarizado tanto con su parte interna que ya no le asustaba esa profunda

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oscuridad que había cuando cerraba los ojos y vaciaba la mente. Allí en su interior

encontraba guía, certeza y claridad. Pasado un tiempo de practicar la meditación

empezó a escuchar la voz de un sabio maestro que se hacía llamar Uzriel.

Así hablaba con él: —Mañana me espera un largo día de trabajo. No sé… ya no

estoy muy a gusto allí. He sido muy paciente con Araceli pero se está pasando de la raya.

Siempre me he portado bien con ella. ¿Por qué no le caigo bien?

—Tú la has dejado que se aproveche. Nunca dijiste que no. —Me he dado cuenta que

soy demasiado inocente. No creía que Araceli pudiera mentir. Yo jamás fingiría que estoy

enferma o que mis parientes están enfermos para faltar al trabajo.

—Confundes inocencia con estupidez. Y tú en el fondo siempre te has sentido

estúpida. ¿o no?

—Claro. Olvidaba que siempre me echas la culpa de todo a mí. Creía que los débiles y

buenos teníamos al cielo de nuestro lado.

—Lo tienes, al igual que todos. Pero hacerte la víctima no te favorece. Sabes que el

universo te trae aquello en lo que crees. Si crees que eres tonta y que las personas se

aprovechan de tu bondad pues es eso lo que vives, situaciones que te hacen recordar lo tonta

que eres.

—Vale, vale, ya me lo has repetido muchas veces. Pues ahora no tengo ganas de

sentirme más como una idiota. Es la última vez que le digo que sí, porque cuando lo hago al

final me siento mal conmigo misma.

—Pues si lo sientes así, ¡adelante!

Ami soltó un leve suspiro.

—En el fondo me da un poco de miedo hablar con ella. No sé cómo va a reaccionar,

tiene un carácter explosivo.

—El miedo no debe frenar tu expresión. Aprendizajes muy importantes hay detrás de

él. Si lo superas se iniciará una nueva etapa en tu vida.

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—¿De verdad? ¿Qué va a pasar?

—No lo sé.

—Dime algo.

Ami sabía que cuando Uzriel empezaba a darle largas era hora de volver al

mundo consciente. Había pasado la mañana en la residencia como de costumbre

larga y pesada, pero aún le quedaba toda la noche por delante para hacer el turno

de Araceli.

Después de la cena, el salón aún estaba lleno de residentes mirando las

noticias, cuando los ayudantes de comedor recogieron y se marcharon a sus casas,

Ami se quedó sola con todos. Mientras acostaba a los residentes que más ayuda

necesitaban, seguía oyendo el televisor de fondo.

—Tenga, ésta es la última del día, beba un poquito —decía refiriéndose a la

pastilla para dormir de un residente diabético que estaba prácticamente ciego.

—Léeme un poquito el diario, por favor —le dijo el anciano. —Bueno…pero

solo los titulares por encima y depende que noticia me la saltaré, no quiero que

tenga pesadillas esta noche —sonrió —luego si quiere le leeré ese autor que tanto

le gusta —añadió Ami sabiendo la gran dificultad que tenía el hombre para

dormir.

—Gracias, muchas gracias, eres buena persona —decía el anciano palpando la

cama en busca de su mano.

Ami le cogió la mano y se la apretó. Le sonrió, aunque sabía que no podía

verla, sí tenía la certeza de que le había llegado al alma. La falta de visión le había

agudizado otro sentido, la intuición.

—A ver que hay por ahí —dijo mientras ojeaba los titulares del diario,

pasando por alto la mayoría de hojas— El presidente visita Nicaragua para la

firma de un pacto para invertir en mejoras técnicas para los pequeños agricultores

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de las regiones más desfavorecidas…—continuó leyendo.

Mientras buscaba otra noticia para leer encontró de nuevo en un recuadro

resaltado una oferta de empleo que leyó ayer en la cafetería mientras esperaba a

una amiga:

Se necesita enfermera diplomada, con experiencia para la atención privada

en el domicilio del paciente. Imprescindible vivir en la residencia. Se ofrece

buen sueldo, alojamiento y comida.

No está mal, pensó.

Después de dejar dormidos a todos los residentes se dejó caer en el sofá del

salón comunitario, el sueño le vencía por momentos. Decidió salir a la terraza a

refrescarse para no quedarse dormida, la noche era húmeda y fresca a la vez, como

de costumbre en la ciudad costera catalana.

Tuvo que recurrir al café para mantenerse despierta. La noche transcurría

lenta en la residencia del barrio barcelonés de Sants. Fueron varias las llamadas

que tuvo que atender de los ancianos y el cansancio hacía mella en su rostro. Ami

tenía que acudir rápido a las habitaciones para que no acabaran despertando a sus

compañeros de cuarto. Lo hacía complacida, sabía que era su deber, pero algo le

decía que ya era hora de dejar aquel trabajo. No entendía bien el porqué pues era

su vocación cuidar de los demás. Se sentía confundida, nunca en el tiempo que

llevaba en la residencia se había sentido con ganas de marcharse. Pensó que sería

debido al cansancio de tantas horas de trabajo.

Cuando dieron las ocho y media de la mañana en el reloj del salón la puerta

principal se abrió. Ami había dado algunas cabezadas en el sillón pero algunos

ancianos ya andaban por el comedor hacía rato y el sonido del televisor no le había

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permitido entrar en sueño profundo.

Se incorporó del sillón y caminó hacia el vestuario arrastrando los pies y

estirando los brazos que tenía entumecidos. Deseaba ver aparecer más que nunca a

Araceli para marcharse a casa cuanto antes pero vio con fastidio que no era su

compañera de turno.

Ami empezó a ponerse nerviosa, los minutos avanzaban pero la encargada no

llegaba.

Después de tres cuartos de hora tarde, apareció Araceli con cara de pocos

amigos, argumentando escasamente su retraso.

—Araceli —dijo Ami cuando entró en el vestuario— Llevo veinticuatro horas

sin dormir y encima vienes tarde, podrías tener un poco más de consideración —le

dijo con toda la diplomacia que le permitía su enfado.

—¡¿Qué?! Que tengo poca consideración… después que llevo toda la noche

cuidando de mi marido recién operado. ¡Yo tampoco he dormido! ¿O qué te crees?

¿qué me he estado echando la siesta mientras mi pobre hombre estaba a treinta y

nueve de fiebre? He tenido que esperar a que viniera mi cuñada para irme. Claro, a

ti te da igual. Tú que no tienes a nadie a quien cuidar, solo a estos viejos y encima

te pagan por ello. Cuando llegas a casa bien que te despanzurras en el sofá y te la

trae floja todo.

Araceli empezó a subir el tono y a ponerse colorada por segundos.

—No tienes que chillarme para hablar —dijo Ami, viendo el ataque de ira que

Araceli estaba vertiendo sobre ella.

—A mi tú no me dices cómo tengo que hablar. Aquí soy como tu jefa y si no

te gusta ya sabes dónde está la puerta —añadió irritada haciendo gestos con el

dedo. — Hay mucha gente esperando por este puesto y nos harás un favor

marchándote.

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El corazón de Ami comenzó a latir con rapidez.

—Creo que estás exagerando. Solo te he dicho que podrías haber llegado más

pronto. Estoy cansada. Tu enfado es desproporcionado para lo que te he

comentado. ¿Ya hablas de echarme? Pues tampoco creo que la gente esté haciendo

cola para entrar a trabajar aquí. No durarán mucho cuando vean que su encargada

falta constantemente al trabajo y no suele venir puntual casi nunca —dijo Ami

sorprendida de sus propias palabras.

Araceli dejó de desvestirse y caminó hacia Ami:

—¡Qué yo falto constantemente! Como si esta residencia se pudiera dar ese

lujo, si no fuera por mí este negocio se iría a pique. Yo soy quien se preocupa de

todo aquí —le increpó mientras se iba acercando cada vez más a Ami intentando

ganar espacio en la discusión— Pues ya que te quejas de que falto te voy a dar

motivos; hoy solo podré estar cuatro horas aquí, luego me marcharé de nuevo al

hospital —¿Qué te parece? —dijo en tono desafiante.

Ami se retiró unos pasos hacia atrás ante la agresividad de su encargada.

Sentía las piernas como cañas de bambú, temblorosas y débiles. El momento que

siempre había imaginado en su mente estaba allí frente a ella, el momento de

enfrentarse y pelear por sus derechos.

—No pienso quedarme más —se atrevió a decir—. Si necesitas que te

sustituyan contrata a alguien que lo haga —dijo con firmeza, yendo de camino

hacia su taquilla para recoger su bolso.

—Espera un momento —la frenó Araceli cogiéndola del brazo— No guapa,

las cosas no van así, siempre nos hemos sustituido entre nosotros. Cuando te haga

falta también lo haremos por ti.

Araceli había empezado a suavizar el tono.

—¿De qué tienes miedo? Total si faltas poquísimas veces al trabajo. —dijo

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Ami con tono sarcástico. —¡Claro, ahora lo entiendo! Si pides refuerzo cada vez

que tienes que faltar, el jefe se entera de lo “poco” que faltas cada mes pues tendrá

que pagar las “pocas” facturas de los suplentes, es eso ¿no? —añadió Ami.

Araceli empezó a ponerse más y más colorada. Ami pensó en aquel momento

que o estallaría como un globo o le daría una bofetada.

—¡Estás despedida! ¿Me oyes? No te molestes en venir mañana ni nunca —

dijo Araceli sin más argumentos, debido al bloqueo de su cólera.

—Tú no puedes echarme, no eres la jefa —refutó Ami, aún temerosa del

poder que poseía aquella mujer.

—No vuelvas, hazme caso —amenazó.

Ami se preparaba una infusión de hierbas relajantes en la cocina de su

pequeño apartamento mientras no dejaba de darle vueltas a lo que había sucedido

por la mañana. Todavía revivía la escena en su mente. En el fondo se alegraba de

haberla enfrentando. Aquella mujer estaba acostumbrada a hacer y deshacer a su

antojo. Nadie le había parado nunca los pies. Sabía que la discusión correría de

boca en boca entre los empleados, aunque sentía que Araceli terminaría

tergiversando todo a su favor por pesada e insistente.

De pronto sonó el móvil. Un pálpito en el corazón le hizo coger el aparato con

cautela.

—¿Sí?

—Te llamo para darte una muy mala noticia —decía Araceli tras el teléfono—

La señora Asunción ha muerto.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? —contestó nerviosa Ami.

—Pues alguien que ha trabajado esta noche se le ha olvidado de darle su

pastilla para el corazón ¿No es así?

Ami sintió como si la sangre de todo el cuerpo se le hubiera detenido. —¡Sí se

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la di! Me acuerdo perfectamente —dijo nerviosa.

—Aquí en el historial no está marcada. Ahora tendré que llamar al jefe y

decirle todo, quizás abran una investigación y vas a salir muy mal parada, chica.

Ami no sabía qué decir, la mente se le había paralizado y tardó en reaccionar:

—Quizá se me olvidó poner la cruz en la lista pero te juro que se la he dado,

¿cómo puedes dudar de eso? Habrá muerto por causa natural.

Se oyó un resoplido tras el auricular.

—Bueno… puedo poner la crucecita y quedarás limpia. Pero claro a lo mejor

lo hago si no te presentas mañana y dejas tu puesto libre.

Ami sentía su cuerpo temblar, y la voz comenzó a quebrársele.

—Yo nunca he descuidado a ningún paciente de sus medicinas —decía Ami

sollozando, sin poder reprimir sus lágrimas.

—Sí bueno, de eso ya se encargará Dios. ¿Tendré el gusto de perderte de

vista? —dijo Araceli en tono frío y cortante.

Ami dejó su cuerpo caer en el sillón mientras llevaba su mano al pecho.

Sentía frío, el frío de la injusticia clavarse en sus entrañas.

—No voy a admitir algo que no he hecho, si le hacen un análisis verán que sí

la mediqué ayer.

—Ya lo sé guapita, pero mientras se aclara todo, entre tanto te verás envuelta

en un follón con las autoridades; ¡y no digamos la familia! Intentará por todos los

medios sacar tajada a la residencia con demandas. Te van a echar igualmente.

Decide pronto.

No daba crédito a las palabras que oía de su interlocutora. Parecía estar

dentro de una mala teleserie de la tarde.

—¿Por qué me haces esto? —Mira estúpida, mi sobrina está deseando entrar.

Necesita el trabajo porque va a casarse, así que es lo que hay. Te vas por las buenas

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o por las malas.

Ami soltó un largo suspiro.

—Al menos ahora hay una razón clara de por qué me tenías tanta manía.

—No es manía, es que la familia está primero. Pero eso tú no lo entiendes

porque eres una egoísta que solo piensa en sí misma.

Tener a su sobrina como empleada le daba a ella todavía más libertad para

hacer lo que se le antojara, pensó Ami.

—Tú ganas —le dijo y colgó.

El recuerdo de la señora Asunción ensombreció su rostro. Apenas habían

pasado horas desde la última vez que acudió a su cama para darle un vaso de

agua.

Todavía no daba crédito a la situación que se le había presentado y a la

frialdad de Araceli que había aprovechado tan delicado momento para salirse con

la suya.

Todo su cuerpo temblaba y el dolor de la traición le había dejado desnuda,

sin protección frente a las garras de su encargada.

—Uzriel, necesito tu ayuda.

—Hola Ami..

—Pensé que al hablar y decir lo que pensaba todo iba a ir mejor. —Acaso no te has

sentido bien diciendo todo lo que tenías guardado desde hacía tanto tiempo.

—Sí me he sentido mejor pero las consecuencias han sido nefastas.

—Pueden parecer nefastas ahora. Los cambios nunca son fáciles. Llevabas tiempo

pensando en dejar el trabajo. Pero siempre has juzgado esta intuición.

—¿Quieres decir que si lo hubiera hecho antes nada de esto hubiera ocurrido?

—No hubiera sido necesario. En este caso has forzado la situación hasta el límite. El

no seguir nuestras intuiciones bloquea la energía y luego suceden este tipo de cosas.

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—¿Bloquea? Ahora me dirás que esa bruja se ha visto forzada a chantajearme de

manera ruin para que me marchara.

—La situación ya estaba al límite. Tendrías que haber dejado el trabajo cuando lo

sentiste por primera vez. Simplemente se ha vuelto un poco más difícil.

—La señora Asunción ha muerto de forma natural, ¿no?

—¿Aún dudas de ti?

—No marqué la casilla.

—Ya era su hora, con o sin medicamento. Fue un descuido necesario. Una

coincidencia inocente.

—Ya, claro, por haber forzado la situación. ¿Es una especie de castigo kármico?

—No, es una consecuencia. A cada acción le vuelve su reacción.

—Pero yo no he reaccionado a tiempo.

—La no acción contiene la energía del cambio. Y cuando tu ser te pide cambio, el

cambio ha de suceder. Imagina tu vida como un río, y el agua del río no puede parar,

¿verdad? Siempre quiere volver al mar. Si frenas y bloqueas el agua como una presa, al

final esa fuerza se desborda y encuentra su cauce aunque de un modo más dañino, según se

enfoque.

—Entiendo… ¿Y ahora qué? Me he quedado sin trabajo y sin poder cobrar el paro.

—La próxima vez sabrás confiar más en tus intuiciones, no hay error, solo lecciones y

enseñanzas para aprender. No te lamentes ganarás en sabiduría.

—¿Cuál es el próximo paso?

—Observa las coincidencias. Ya tienes la intuición, no vuelvas a dejar pasar la

oportunidad.

—¿Qué intuición? ¿Qué coincidencia?

—Escucha y observa tu entorno, Ami, nosotros te apoyamos desde aquí.

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El cansancio la venció antes de terminar la meditación. Se quedó

profundamente dormida en el cojín que tenía para meditar en el salón. Durmió

hasta la mañana siguiente cuando la melodía de West side story del teléfono móvil

sonó una y otra vez sin descanso en el tranquilo y silencioso apartamento. Se

despertó confundida, con dolor en el cuello y espalda, todavía no se situaba en la

estancia. El sonido se le hacía extraño.

Por fin encontró el teléfono debajo de un cojín del cercano sofá biplaza. La

melodía había cesado. Marcaban las doce horas y doce minutos en la diminuta

pantalla azul.

—¡Mi jefe! —exclamó al comprobar el número en el registro de llamadas

perdidas.

Toda clase de situaciones empezaron a venirle a la todavía desorientada

mente. Sintió el miedo y la angustia alojarse en su pecho.

¿Y sí después de todo Araceli había llevado a cabo su amenaza?, se preguntó.

Decidió darse una ducha para poder estar más fresca y serena para cuando

llamara a su jefe.

El reflejo que vio en el espejo de su minúsculo baño, no la sorprendió. Su

largo cabello castaño oscuro estaba enmarañado medio suelto por una goma

elástica que solía utilizar. El sueño no había hecho desaparecer el semblante de

preocupación de su dulce rostro. Se sentía fatigada y tenía los párpados hinchados

pero no había perdido el brillo de sus ojos verde oscuro. Un brillo que venía de lo

profundo de su alma.

Minutos después de la ducha el teléfono volvió a sonar.

—¿Sí? —dijo todavía con el pulso agitado después de haber salido del baño a

toda prisa.

—Soy Marcel. ¿Qué ha pasado?

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El corazón empezó a latirle a toda velocidad. Su jefe se había adelantado

movido por la impaciencia.

—¿Ya te han contado? —le preguntó Ami con cierta inseguridad en el tono de

su voz.

Se oyó un resoplido tras el auricular.

—No me esperaba esto de ti, siempre has sido muy responsable.

El pulso de Ami siguió en ascenso.

—Yo nunca he descuidado mi trabajo —contestó temerosa. —Ni siquiera me

has dado quince días para encontrar a otra persona que te sustituya. ¿Tan bueno es

ese empleo que te han ofrecido? ¿Tantas prisas tienen por contratarte? No sé…

ciertamente me parece todo muy extraño.

Ami resopló de alivio.

—Ah, eso…

Araceli había cumplido su palabra no le había hablado de la presunta

implicación en la muerte de la señora Asunción.

—¿Cómo que “eso”? ¿De qué creías que te estaba hablando?

—Lo siento Señor Marcel. Estoy todavía medio dormida, ha sido una noche

de guardia muy larga.

Marcel volvió a resoplar tras el auricular.

—Mira Ami…todo me parece muy raro, esta mañana me ha llamado Araceli

diciendo que dejabas el puesto porque te había salido algo muy bueno. Enseguida

me ha ofrecido el currículo de otra chica. Yo no soy tonto. Conozco el carácter de

Araceli y sé que tiene algo que ver en tu marcha.

—No, de veras…es que la oferta no la podía rechazar. Era empezar hoy o

nada.

—Bueno pues no estoy dispuesto a perderte sin luchar primero. Te ofrezco el

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puesto de encargada de la residencia nueva que pretendo inaugurar este mes en la

Bonanova. El sueldo será acorde a tu categoría de enfermera. Tendrás un plus por

responsabilidad. Mucho mejor que el que tienes ahora, no te había comentado

nada, no había necesidad. Pensé en ti desde el principio, en serio.

Ami se quedó perpleja. Había escuchado rumores entre los familiares de los

residentes de que el dueño había adquirido una gran finca y la estaba reformando

en una zona muy exclusiva de Barcelona, pero nunca prestó atención ni se interesó

por obtener más información.

—No sé qué decir. Después de marcharme así de la residencia, ¿aún me

ofrece trabajo?

—Los pacientes están muy contentos contigo, te adoran. Me llegan cartas de

agradecimiento de los familiares por el trato tan cariñoso que tienes con ellos.

¿Acaso creías que estaba ajeno a todo?

Ami se había quedado en blanco. La presión volvía a hacerle dudar.

—¿Puedo pensármelo?

—Tienes que contestarme esta semana sin falta.

Ami dejó la conversación con una sensación de alivio. ¿Sería esa la señal de la

que habló Uzriel? ¿Sería esa la coincidencia que se había desencadenado después

de haber hablado con Araceli? Se preguntaba a cada momento. Suspiró de alivio.

De nuevo volvía a sentir esperanzas. Por unos instantes había creído que Araceli la

había denunciado.

Pensaba en todos los residentes, en lo que hubieran sentido al oír la noticia

del descuido de la pastilla. En lo duro que habría sido para sus compañeros tener

que estar constantemente dando explicaciones a los residentes y a los familiares de

si eran o no bien cuidados.

Volvió a suspirar y sonrió. Recordaba el comentario que había hecho su jefe

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sobre las buenas referencias que le habían dado sobre ella. Daba las gracias porque

por mucho que Araceli la hubiese querido desprestigiar el cariño que había

entregado había calado en muchas personas, aunque nunca se lo habían dicho.

¿Por qué callamos tantos sentimientos? Meditó.

La oferta de trabajo la mantuvo inquieta el resto del día. Por una parte quería

aceptarla, era una gran oportunidad. Se estremecía de emoción al pensar que por

fin podría hacer las cosas a su manera; incluiría actividades nuevas para los

ancianos, menús ecológicos, medicina alternativa y charlas informativas. Siempre

había detestado la cantidad de horas que desperdiciaban los ancianos viendo la

televisión. Y la manera que tenía Araceli de tratarlos, como si ya no se pudiera

esperar nada de ellos.

Grandes ideas comenzaron a pasarle por la imaginación, pero la sombra de

Araceli pasaba de nuevo arrasando todas sus ilusiones como un bulldozer. Sabía

que en cuanto supiera que Marcel le había dado la responsabilidad de una lujosa

residencia no se iba a quedar conforme. Aunque estaba segura que había obrado

correctamente, sabía que la justicia era lenta, y que tardarían en averiguar la

verdad. Mientras, las dudas y las sospechas, estarían ahí para entorpecer su

camino.

¿Es ésta la señal de cambio?, se preguntaba una y otra vez. La joven enfermera

preparaba la cena en su apartamento. Una música de shitar indio sonaba de fondo.

Había decidido prepararse crema de calabacín con tofu a la plancha. Pelaba los

calabacines cuando tocaron al timbre. La casa no tenía interfono así que salió al

balcón para ver quién llamaba.

Observó que había un hombre plantado en su puerta de unos cincuenta años,

corpulento, vestido con unos sencillos pantalones marrones de pinza y una

chaqueta verde cruzada, su aspecto era poco cuidado.

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—Hola —dijo Ami. Cuando el hombre se movió su rostro quedó iluminado

por la farola de la calle. Reconoció de inmediato al hombre que había saludado por

la mañana en el huerto de su vecino mientras tendía la ropa en la galería trasera.

Le había extrañado que no estuviera su vecino con él, en vez de eso, dos hombres

trajeados caminaban de un lado a otro con una cinta métrica pisando las acelgas de

su vecino sin ningún respeto. Recordaba haberse disgustado mucho.

El hombre miró hacia arriba y contestó:

—Hola señorita, ¿puedo hablar con usted? Mire yo soy el sobrino de su

casero. Me llamo Ernesto —dijo aquel hombre con acento del sur.

—¿Le ha pasado algo a su tío? —preguntó nerviosa.

—¿Puede bajar o quiere que suba yo? —dijo el hombre ignorando la

pregunta.

Ami se puso una chaqueta y bajó apresurada hasta el relleno de su portal.

Tenía la intuición que aquel individuo no portaba muy buenas noticias.

—¿Dónde está? —insistió Ami al no ver a su casero.

Ernesto ladeó la cabeza y se encogió de hombros.

—Mi tío no se encuentra bien. Ahora está con mi hermana. Nos lo hemos

llevado para el pueblo.

—¿Qué? No sabía que estuviera tan mal lo vi hace dos días y no me comentó

nada, y tenemos mucha confianza —dijo incrédula.

Aquel personaje empezaba a darle mala espina, malas vibraciones como ella

solía decir.

—Bueno, señorita quería hablarle de que… bueno su contrato vence dentro

de cuatro meses y no se lo vamos a renovar —sentenció.

Ami se quedó de piedra.

—¿Vamos? —recalcó Ami— Es el señor Río quien me hizo el contrato. Él

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siempre me ha dicho que mientras viva él, podré estar en esta casa. Tendré que

hablar primero con su tío, ¡digo yo!… —contestó Ami sorprendida de la noticia.

—Señorita, él ya no está en sus cabales, le ha dado una embolia, no puede

vivir solo, está con nosotros, con su familia en el pueblo. Le quiero comentar que la

casa ya está vendida. Si se marcha ya, le daremos algo de dinero para que se

busque otra cosa, sino igualmente se marchará y sin dinero de compensación.

—¡No me lo puedo creer! La embolia le dio hace un mes. Ahora ya estaba

mejor ¿Le han vendido la casa? ¿Le han incapacitado? —contestó Ami cada vez

más enfadada.

El compungido rostro que Ernesto había mostrado desde un principio se

tornó rudo.

—Si la da una ve, le puede dar otra —dijo el sobrino perdiendo los modales

que intentaba aparentar desde un principio.

—¿Vale mucho dinero esta propiedad no? ¿Cuántos millones le dan? El Señor

Río adoraba este barrio, aquí tenía sus recuerdos, sus rosas…— Ami detuvo su

frase sin poder contener las lágrimas.

Miró hacia el jardín, empezó a visualizar al anciano cuidando con tanto amor

el rosal blanco que había plantado cuando su mujer falleció. Le decía que cada vez

que lo miraba su querida esposa estaba allí en cada una de las rosas. Comentaba

que podía ver el inmaculado rostro de su amada en los bellos pétalos blancos de

aquel viejo rosal. Siempre que podía cortaba una para ponerla en la mesita de

noche para poder sentir la fragancia de su amada cerca de él.

Viendo que Ami lloraba, aquel rudo hombre de pueblo, suavizó el tono:

—Mire nosotros tampoco teníamos tanta prisa, pero los que compran han

hecho una oferta que no podíamos rechazar, no tengo por qué darle más

explicaciones. Píenselo y llámeme —dijo el hombre dándole un papel con su

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teléfono apuntado en bolígrafo.

Una vez más las dudas empezaron a inundar su mente. De repente se había

quedado sin casa, sin su querido hogar. Su casero se había marchado de un día

para otro sin avisar, sin ni siquiera despedirse, y estaba segura de que no había

sido idea de él. Tenía que tomar dos decisiones aquella misma semana. Dos

decisiones que ponían patas arriba la tranquila vida que había llevado hasta aquel

momento.

No cenó. Se sentó a meditar pero el desasosiego le impidió poder encontrar

un sereno vacío en su confundida cabeza. Mientras, solo podía visualizar miedos

como manchas pegadas en su aura. Unos miedos que antes no estaban allí. Había

trabajado mucho sus sentimientos, había perdonado, olvidado y sanado muchas

emociones de su infancia y adolescencia pero los miedos siempre estaban ahí, lo

desconocido la aterraba. La simple imagen de verse sin su querido apartamento le

hacía sentirse inquieta, insegura.

¿Qué va a ser de mí ahora?, se interrogaba esperando encontrar una

respuesta en el aire.

Sin previo aviso Uzriel hizo acto de presencia:

—Hola Ami, percibo el miedo en la vibración de tu energía. Si sigues emitiendo esa

frecuencia no podré estar mucho rato a tu lado…lo sabes… ¿verdad? —Hola Uzriel. No

sabía que el miedo se había enganchado a mi aura. Gracias por ayudarme a darme

cuenta. Sé que no debería estar preocupándome, pero me quedo sin casa. Ami no

pudo contener las lágrimas y rompió a llorar de nuevo.

—Eres muy amada por nosotros, confía en el Universo, él siempre está de tu parte.

Cuando unas puertas se cierran otras se abren, siempre es así. Ahora el miedo no te deja ver

qué puerta se ha abierto para ti.

—Lo sé, querido amigo, lo sé. Pero es cierto que ahora mismo no veo la salida. En

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estos momentos podía vivir con mi sueldo porque el piso era muy económico, pero ahora

tendré que encontrar otro alquiler. Tal como están los precios tendré que compartir el piso

con un montón de personas más. Todo eso contando que pueda coger el puesto de trabajo

nuevo, no veo muy claro que Araceli esté dispuesta a que vuelva. Siento que no va a ser así.

—Estás mentalizando tu decisión y desde la mente no hallarás la respuesta. Guíate

por tu corazón, tu corazón tiene una inteligencia infinita. La puerta está abierta, sigue los

dictados de tu inteligencia divina y no fallarás. Todo lo verás más claro mañana. Ahora

descansa.

Ami estuvo dando vueltas en la cama hasta bien entrada la madrugada.

Sentir el apoyo de su guía la tranquilizaba pero habían sido demasiadas

emociones, demasiados cambios.

Cuando por fin había conseguido dormirse, se despertó repentinamente.

Observó que el reloj digital marcaba parpadeante las siete y siete minutos.

Una buena señal, se dijo.

Empezó a recordar poco a poco por qué se había despertado: había tenido un

sueño donde se veía de niña, tenía un montón de papeles por todo el suelo, eran

hojas de periódicos, la niña los hacía añicos y se los comía uno a uno, los trozos

eran cada vez mayores hasta que la niña parecía atragantarse con ellos, sentía que

no podía respirar. Entonces vomitó una hoja. Intentó leer lo que ponía pero las

letras se borraban.

Mientras recordaba el sueño le vino a la memoria el anuncio que vio en dos

ocasiones donde solicitaban una enfermera interina. Podría ser una opción hasta

que encontrara otro apartamento, consideró todavía adormecida.

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4 Un nuevo rumbo

El tren que tomó Ami aquella tarde pasaba por toda la costa de Barcelona.

Los barcos se veían borrosos en el horizonte, no porque estuvieran lejos, el día

había amanecido nublado y así permanecía.

Entretanto discurría cómo sería la persona que tendría que cuidar, si la

aceptaban. Presentía que no sería un trabajo fácil, ya que hacía casi dos semanas

que había visto el anuncio por primera vez y todavía seguía vacante. Pero el sueño

que había tenido aquella noche le había animado a probar suerte en la entrevista.

Sabía que cuando aparecían niños en los sueños hablaban de proyectos nuevos,

cosas que debían crecer todavía, pero lo sintió una buena señal. Así que nada más

despertarse bajó al quiosco, compró el diario y llamó.

Hacía muchos años que no había vuelto a visitar el pueblo de Sitges. Cuando

era niña había venido en muchas ocasiones cuando terminaban las clases en los

veranos con sus dos tías y primos mientras sus padres todavía trabajan.

Al bajar en la estación de trenes y caminar entre las calles para tomar el

autobús todo le resultaba familiar. Fue inevitable que su mente volcara las

imágenes de sus tías caminado por las estrechas callejuelas ataviadas con grandes

bolsos de playa, sombrillas, una gran nevera portátil y alguna silla plegable. Ami

sonrió con ternura al imaginarlas de nuevo, rodeadas de ocho niños revoltosos sin

más preocupación que portar el recién estrenado flotador en la cintura. Recordaba

que gritaban y les reñían a cada momento pero ahora lo vio de otro modo. Sintió

agradecimiento y mucho amor por ellas, porque gracias a su paciencia y cariño

había vivido los mejores momentos de su infancia.

El autobús que le acercaba hasta la casa tardaría todavía veinte minutos en

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llegar así que se tomó la libertad de recorrer algunas de las calles más comerciales

del centro.

Entró en una pequeña tienda de decoración étnica, un buda de bronce

enorme custodiaba la entrada. Revisando las estanterías le llamó enormemente la

atención un colgante con un ángel. Se lo probó y luego lo dejó de nuevo en la

estantería.

—Yo de ti me lo llevaría —dijo la dependienta que la había estado

observando desde el pequeño mostrador. Aunque nadie lo hubiera imaginado ya

que continuaba escribiendo precios en unas minúsculas etiquetas.

—Sí, es precioso, pero no puedo pagar tanto por él, me acabo de quedar sin

empleo. Ahora vengo para hacer una entrevista y no sé si me van a coger —

argumentó.

¿Por qué le he contado esto?, se preguntó Ami nada más terminar de hablar.

—¡Llévatelo! —pronunció la dependienta con una amable sonrisa mientras se

recolocaba el foulard verde que colgaba de sus hombros—. Me pagas ahora la

mitad y si te seleccionan vienes y me pagas el resto.

Ami la miró sorprendida.

—¿Y si no me contratan?

—Sí lo harán —dijo aquella peculiar mujer de extrema delgadez con firme

convicción.

El autobús serpenteaba por la estrecha carretera que conducía a la casa.

Sentada del lado de la ventanilla, acariciaba el colgante de plata que había

adquirido de tan extraña manera. El autobús de pronto se paró en medio de la

carretera.

—¿Es aquí? —le preguntó al chofer desconcertada. Solo había bosque y

matorral a lado y lado del camino.

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El hombre asintió con la cabeza mientras jugueteaba nervioso con un palillo

entre sus labios.

El camino, aunque asfaltado, era solitario, no había casas ni otros caminos se

cruzaban. Tras diez minutos andando la casa comenzó a verse. Preocupada miró el

reloj y aceleró el paso, empezaba a retrasarse.

Una reja de hierro forjado detuvo la marcha. Desde allí se podía escuchar el

sonido de las olas quebrar contra las rocas y un agradable olor marino la invitaba

de nuevo al recuerdo de los felices días de playa y sol de su infancia, a pesar del

aire helado que procedía de la montaña.

Ami miró embelesada la antigua mansión restaurada con maestría. Los

minaretes de teja de cerámica verde atrajeron su atención de inmediato.

¡Qué vistas tan magníficas tienen que verse desde allí!, pensaba mientras

hacía sonar el timbre.

Una voz nasal sonó desde el interfono, acercó su rostro al aparato y se

presentó tímidamente, acto seguido la puerta más pequeña de toda la reja se abrió.

Siguió el sendero de baldosas que la guiaba inequívocamente hasta la casa. A

ambos lados del camino unos frondosos setos, altos y cuidadosamente cortados

delimitaban aquel camino del resto del jardín.

Una joven de baja estatura de rasgos amerindios de amable sonrisa y tez

morena vestida con un clásico uniforme, la esperaba con la puerta entreabierta.

Ami quedó sorprendida de que aún hicieran vestir al personal doméstico de

aquella ridícula manera. La asistenta la acompañó por un corredor hasta una

enorme cocina. Luego le señaló una silla con asiento de mimbre junto a una mesa

redonda adornada con una fuente de frutas frescas.

—Espere aquí, horita mismo llamo a la Señora —le dijo la doncella sin perder

por un instante su cercana sonrisa.

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La estancia no aparentaba el paso de los años, transmitía un especial encanto

y narraba que había sido un lugar de intensa actividad donde se habían preparado

lujosos menús presentados en fuentes y soperas de porcelana que ahora se

apilaban aburridas en dos alacenas de madera de roble.

De las paredes colgaban varios ramos de ajos, guindillas y tomillo secos.

Algunos cacharros de cobre se alineaban en un estante alto de madera sobre la

ventana y sobre la chimenea a modo decorativo.

Aunque la cocina permanecía cálida gracias a los modernos radiadores las

cenizas amontonadas en la chimenea y varios troncos de encina apilados afirmaba

su reciente utilización.

El suelo de antiguas piezas de barro cocido brillaba gracias a una intensa

restauración. Todo estaba limpio y cuidado, Ami se sintió a gusto de inmediato

aunque tenía claro que le habían hecho entrar por la puerta del servicio.

Aquella familia seguía teniendo las costumbres de la rancia burguesía de

principios de siglo. Pensó sin darle mucha importancia.

El intenso aroma de las peras despertó el apetito de Ami.

Pocos minutos después apareció ante ella una mujer que caminaba erguida

como una escoba, de estatura media y piel muy blanca, de cabello corto teñido de

castaño y de gesto severo. Llevaba una sencilla camisa color vainilla y una falda

hasta por debajo de las rodillas marrón claro. Unos discretos pendientes de oro y

perlas eran sus únicos adornos.

Ami se levantó.

—Llega usted diez minutos tarde, mal empezamos —soltó.

Ami intuyó que las excusas no servirían ante aquella áspera mujer.

—Lo siento —expresó sin perder su suave sonrisa.

Nieves hizo un gesto con su mano para que Ami se sentara de nuevo.

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—Soy Nieves García, el ama de llaves de los señores Jover. Trabajo para ellos

desde hace más de treinta años; me encargo de todas las cuestiones que conciernen

a sus residencias, por lo tanto a los señores jamás, recuérdelo bien, ¡jamás!, se les

molesta por los pequeños detalles del hogar —manifestó mientras se sentaba frente

a ella en la mesa de la cocina.

—¿Tiene veintiséis años? —preguntó mirando a la joven aspirante que

aparentaba unos cuantos menos.

Ami asintió con el rostro.

Nieves ordenó a Candelaria que preparara café.

—He leído su currículo. Me parece muy bien toda la experiencia que tiene en

el cuidado de ancianos pero el señor Jover es un caso distinto, está tetrapléjico.

—En la residencia hemos tenido muchos ancianos parapléjicos —

interrumpió.

Nieves la observó inquisitiva. En el fondo necesitaba creer cualquier cosa que

le dijera aquella joven estaba harta de que nadie cuajara en el puesto por un motivo

u otro.

Dejó el currículo en la mesa y adelantó su cuerpo unos centímetros más a la

mesa.

—Señorita —le dijo—, anciano no es lo mismo que un joven de veintiocho

años. Quiero exponerle el caso lo más sinceramente posible. No quiero que usted

pierda el tiempo, ni me lo haga perder a mí convenciéndose de que el trabajo será

un patio de recreo, porque no lo es. El señor Jover está bajo tratamiento

psiquiátrico porque no acepta su estado, intentará convencerla para que lo ayude a

suicidarse. Por aquí ya han pasado varios enfermeros.

Ami intentó disimular la sorpresa que le producía la noticia, mostrando

entereza y sin dejar de asentir con la cabeza a su interlocutora.

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—Si no consigue persuadirla, la insultará, la escupirá o hará cualquier cosa

que se le pueda ocurrir para que se vaya. Le amargará el día, se lo puedo asegurar.

—Por mí no hay inconveniente —asintió sin perder la sonrisa del rostro.

La vieja ama de llaves la miró inquisitiva, su respuesta le pareció sincera

aunque no pudo evitar negar repetidas veces con la cabeza y soltar un suspiro. Su

rostro marcaba el paso de los años y sus ojos el cansancio de su alma. Después de

una vida entera dedicada al cuidado de una familia que no era la suya se

cuestionaba con escepticismo el porqué una joven guapa y vital quería permanecer

encerrada en aquel viejo caserón lejos de la diversión que ofrecía la ciudad. Le

recordó inevitablemente sus inicios como cuidadora, pero aquellos eran otros

tiempos, ella no tuvo otra opción.

De nuevo un suspiro escapó de su boca.

—¿Está dispuesta a trabajar aquí encerrada tantas horas?

—Me gusta la tranquilidad, me gusta leer, no fumo ni bebo.

—Me parece bien pero aquí tranquilidad tendrá cuando el señor Jover esté

durmiendo.

—Es solo un paciente. En la residencia tenía quince para mí sola —confesó

Ami con una amplia sonrisa.

Le sorprendió la vitalidad de la joven de grata manera, aunque no lo

demostró.

—Una pregunta más ¿por qué una chica como usted quiere una oferta de

empleo de interina? ¿No tiene pareja ni hijos?

—El apartamento donde vivo ahora va a ser demolido. Me quedo sin hogar

porque estaba de alquiler. No tengo pareja ni hijos —contestó Ami, rogando que

no preguntara por los motivos de haber dejado su último empleo.

Nieves soltó un largo suspiro y balanceó ligeramente su rostro.

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—Está bien. Por mí puedes empezar mañana mismo, pero no solo depende

de mí. Ahora voy a presentarte al señor Jover —dijo levantándose de la silla

mientras Candelaria retiraba las tazas.

Ami sintió una ligera presión en el pecho. No supo discernir si de los nervios

por conocer a tan especial paciente o de la emoción de tener un nuevo empleo.

De camino a la habitación de su nuevo jefe, iba observando la lujosa

decoración de aquella espléndida casa. Alfombras de bellos colores decoraban las

estancias. Le apuraba tener que pisarlas, reconocía el valor de los diseños y la

suavidad de su lana de sus viajes a India, sabía apreciar las horas de trabajo que

llevaba tejer una de ellas. Allí aprendió que los dibujos que las adornaban, pasaban

de padres a hijos durante generaciones como un mapa del tesoro que debían

memorizar.

Contempló cómo los muebles antiguos restaurados se entremezclaban

magistralmente con otros más actuales creando una atmósfera de buen gusto y

refinamiento. Gráciles y verdes kentias en grandes tiestos de barro esmaltado en

azules y blancos decoraban los pasillos acristalados con vidrieras emplomadas de

vivos colores. Aquel palacete hechizaba, sintió. Tenía algo mágico en su interior,

algo que por el momento no era capaz de dilucidar.

De pronto Ami notó un viento gélido pasar por su cuello. Se giró y observó el

pasillo, sintió que alguien más las estaba acompañando, pero no había nadie, ni

tampoco ninguna ventana abierta que justificara el frío que estaba sintiendo en su

piel.

—¡Señorita! no tengo toda la tarde —exclamó Nieves al notar que Ami se

había quedado rezagada en el pasillo.

—Lo siento, es que nunca había visto una casa tan bonita —se excusó.

—Ya se hartará de verla —masculló el ama de llaves.

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Ami centró de nuevo la atención en la mujer que para su pequeña estatura

caminaba con paso largo.

Embelesada con los encantos del palacete no se había percatado del alto

volumen de un televisor que se había ido haciendo más insoportable a medida que

se acercaban a su destino.

—Es aquí mismo —dijo Nieves abriendo la amplia puerta de madera de

roble.

—¡Jack, te vas a quedar sordo, baja ese televisor! —dijo Nieves mientras se

tapaba los oídos.

Una rugiente pelea de boxeo se transmitía por un canal internacional.

El paciente hizo caso omiso de la petición de Nieves.

—¡Baja eso por Dios! —espetó el ama de llaves dirigiéndose hacia el aparato

de televisión intentando encontrar el botón adecuado.

El sonido cesó de repente, Ami había encontrado el botón del volumen junto

al cuadro de mandos que habían montado los técnicos para la autonomía del

paciente. Había visto varios aunque nunca con tanta cantidad de botones.

—¡Gracias a Dios!; no termino de saber cómo funciona este cacharro.

Nieves se acercó con amable respeto hacía el hombre que yacía en la cama

mirando hacia el televisor sin volumen.

—Jack, esta es la señorita Ami, la estoy entrevistando para el puesto de

enfermera.

La joven permaneció tensa a la espera de algún comentario o pregunta por

parte del paciente. No hubo respuesta, solo un gesto de hastío en su rostro.

Nieves decidió acompañar a Ami para que viera la habitación que ocuparía si

se quedaba.

La habitación estaba justo al lado, era grande y luminosa, tenía una cama

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espaciosa, todo aparentaba estar nuevo. Tenía un cuarto de baño de lujo, pensó

recordando su pequeño aseo destartalado. — Es acogedora —afirmó Ami

recorriendo la estancia con la mirada.

Candelaria irrumpió en la habitación:

—Señora, el mensajero trae una carta certificada para usted.

Nieves se disculpó y salió de la estancia murmurando:

—¿Y por qué no la has firmado tú? —se quejó desde el pasillo.

Ami se dirigió hacia el jardín mientras Jack continuaba mirando absorto hacia

la pantalla del televisor silenciado.

Lo observó tímidamente al salir. Tenía todos los miembros escayolados o con

vendas. Un enorme sentimiento de compasión se apoderó de ella. Pudo apreciar

los rasgos de un hombre joven, magullado por fuera, pero más por dentro. Sintió

que la herida más profunda que tenía aquel ser todavía no se dejaba ver. Salió por

el balcón que daba a un jardín cuidado pero conservando un aire natural

mediterráneo. El sonido del romper de las olas relajó la tensión de la entrevista

durante unos minutos. El sol comenzaba a ponerse tiñendo de naranja el cielo, una

imagen que la transportó al silencio interior, a la profundidad de su alma, y volvió

a sentir la calma que hacía días había perdido. Sintió que aquel lugar sería muy

propicio para comenzar su nueva vida, hasta que supiera qué hacer con ella.

Volvió a la sala de su paciente recordando el mal humor que tenía Nieves.

Doris había estado de lejos observando a la nueva visita sin que ésta se

percatara, entró en la sala justo después de Ami husmeándole las piernas.

—¡Hola! —saludó Ami un tanto nerviosa al notar el húmedo hocico del

animal en su piel.

Se agachó a la altura del mastín y le acarició la cabeza. —¡Vaya que perro tan

guapo!

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—Es una perra —masculló el joven desde la cama. Ami permanecía

arrodillada con la perra todavía panza arriba pero cuando la vieja mastín noto que

habían cesado las caricias se incorporó para comenzar a darle húmedos

lengüetazos. —Es muy cariñosa. ¡Para! —decía entre risas intentando desquitarse

del animal.

—Pues no es cariñosa, ¡Doris ven! —ordenó, celoso de la conducta de su

perra con la extraña.

—Soy Ami —dijo tímidamente mientras se ponía de pie.

—Soy el vegetal —contestó Jack mirándola fugazmente. No pudo evitar

sonreír el cínico comentario.

Nieves irrumpió en la estancia.

—Siento el desplante. Bueno veo que ya te has dignado a mirarnos con esos

preciosos ojos azules que tienes.

A pesar de la correcta distancia que mantenían podía palparse el amor que

Nieves sentía por su protegido. Ami pudo comprender un poco más el desasosiego

que portaba aquella mujer al ver al joven que parecía ser como un nieto para ella

inmovilizado, frágil e indefenso en aquella cama.

—Bueno le acompaño de nuevo a la salida, por nosotros ya ha terminado la

entrevista, la llamaremos esta noche para darle una respuesta.

—Mucho gusto señor Jover.

Jack no respondió. Volvió a conectar el volumen del televisor.

Las dos mujeres dejaron la estancia mientras la perra gimoteaba de camino a

la alfombra del porche.

La misma noche, después de la entrevista en la mansión, Nieves le

comunicaba por teléfono que el puesto era suyo. Después de haber visitado la casa

y haber conocido el caso de su paciente, Ami no dudó de que ése era el empleo que

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debía coger. Sentía que al menos allí tendría tiempo para reflexionar y encontrar de

nuevo la paz y la calma que tanto necesitaba. Y en el fondo deseaba no tener más

relación con la residencia. Conociendo el carácter de Araceli sabía que tarde o

temprano terminaría haciéndose un hueco en la nueva residencia y aquello no se le

antojaba un cambio de verdad, el cambio que ella necesitaba desde hacía tiempo.

Ami había bajado ya varias cosas al contenedor a primera hora de la mañana.

Tenía que deshacerse de varios muebles que ya no podía utilizar. Al volver de uno

de los viajes para tirar trastos se acordó del rosal de su casero. Todavía permanecía

allí entre las malezas que habían crecido sin control. Sintió mucha tristeza de ver el

pequeño jardín tan desatendido. Cogió una azada y una podadora del trastero, lo

podó concienzudamente, lo sacó de la tierra y lo plantó en una maceta de plástico

para que se lo pudieran llevar a su casero junto a una nota que había escrito:

Ahora, cuando florezca, también guarda una de las rosas para acordarte de mí. A la

mañana siguiente el apartamento estaba ya vacío. Con dos maletas en la mano

miró por última vez lo que había sido su vida en aquel pequeño piso. Una mezcla

de emociones y sensaciones revoloteaban en su interior.

Ya en el pequeño jardín de su casero volvió la vista con lágrimas en los ojos,

se despedía de todos los recuerdos que contenía aquella vieja casa, se despedía por

ella y por su casero.

El claxon del taxi le reclamó anunciando su nueva vida. Cuando el coche se

disponía a partir, miró sorprendida el contenedor que rebosaba de maderas,

cajones llenos de papeles y ropa del anciano.

—¡Pare un momento! —le gritó al taxista que la miró con fastidio.

Ami se bajó del coche. En el contenedor estaba el rosal con la maceta.

—¡Será besugo!

Al menos no ha tirado la nota, pensó molesta, al sentir el poco respeto que había

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demostrado el sobrino, por una pertenencia tan querida.

No dudó en llevárselo con ella.

Ami se marchó sin haberse percatado del cartel que habían colocado en la

verja exterior de la casa:

Nueva construcción. Pisos de alto standing con parking.

Inmobiliaria: Casas Barcelona

Promotora: Jover i Camps.

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5 La prueba

Habituarse a la nueva rutina no fue difícil, tenía mucho tiempo para hacer las

tareas, pero extrañaba enormemente su apartamento y las comodidades de la

ciudad. Echaba de menos las meriendas con sus amigas en la cafetería, los paseos

después de trabajar y las clases de natación en la piscina municipal. Pero como

Uzriel le había dicho: Lo que pierdes por un lado lo ganarás por otro.

Ami limpiaba y cambiaba las gasas y vendajes de las heridas de Jack a diario.

Observó que el tejido de su piel se recuperaba muy lentamente.

—Si pudieras sentir dolor, desde luego tendría que inyectarte morfina —

comentó Ami.

—Si realmente sientes lástima por mí, podrías ayudarme.

—No siento lástima, quizás compasión, pero no lástima ¿Dime que necesitas?

—respondió Ami amablemente.

—¿Qué más da la palabra? Si quisieras podrías terminar con mi sufrimiento,

en unos minutos.

Ami sintió unos escalofríos intensos recorrer su espina dorsal al recordar las

palabras de la ama de llaves en la entrevista.

—¿Quieres morir? —le preguntó ¿Por qué? Las heridas curarán y tu dolor

interno también puede sanar.

—No tienes más que verme. ¿Hace falta que te dé muchas explicaciones? —

dijo mirando hacia su cuerpo— Mi vida tendría que haber terminado en esas rocas.

Nadie le había contado cómo pasó. Ami había dado por hecho que fue un

accidente de coche, le sorprendió el comentario de las rocas pero no se atrevió a

preguntar.

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—¡Es fácil! —prosiguió—. Me he informado en Internet. Incluso podríamos

encontrar las sustancias más adecuadas, para que sufra lo menos posible. ¡Como si

fuera un somnífero! No tendrías sentimiento de culpa porque yo te lo estoy

pidiendo. Incluso he encontrado un abogado que ha redactado un testamento y un

contrato que te exime de responsabilidad. Si aun así tuvieras problemas tengo una

cuenta secreta en el extranjero con millones de euros para ti por si te tuvieras que

marchar. Podrías vivir como una reina. Te prometo que no irás a la cárcel. Te

dejaré muchos abogados para que te protejan.

Ami se había quedado estupefacta. Había dejado de realizarle las curas.

Nadie podía estar preparado para sentir una propuesta así. Su paciente iba muy en

serio con el plan de suicidarse como le había contado Nieves. Lo sintió seguro y

convencido de lo que decía. No le pareció un loco ni un perturbado, solo sentía que

estaba muy desesperado, terriblemente aterrorizado de tener que vivir para

siempre en aquella situación de dependencia.

—Tengo que pensármelo —le contestó.

El rostro de Jack se iluminó.

Se hizo un profundo silencio.

Jack giró la cabeza todo lo que le permitía la postura en la cama para poder

ver el rostro de Ami que se había quedado absorta mirando hacia la ventana.

—¿En serio? —le preguntó Jack— No estoy loco, sabes. Si me estas siguiendo

la corriente como si estuviera pirado me daré cuenta y te pondré de patitas en la

calle.

—Aunque amo la vida enormemente, respeto que otras personas no sientan

lo mismo que yo y quieran ya marcharse, pero estamos hablando de quitarte la

vida, voy a crearme una deuda kármica contigo y no sé si estoy preparada —dijo

Ami con toda la franqueza que pudo al ver lo inteligente que era su jefe.

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—Piénsatelo. No comentes nada o volverán a atiborrarme de pastillas. Ese

maldito psiquiatra —dijo al recordar al doctor que lo visitaba cada semana y que le

había recetado fuertes antidepresivos que lo atontaba hasta el extremo de la

idiotez.

Aquella misma noche Ami tuvo un extraño sueño; una mujer de largos

cabellos rubios le pedía ayuda. Ella creyó que era un ángel, por lo hermosa que era.

No le dio mucha importancia, pensó que un ángel siempre acudía a ayudar a los

humanos y no al revés.

Pronto Candelaria se hizo amiga de Ami. Sin la presencia de Nieves, la joven

ecuatoriana era simpática y muy abierta. Le había comentado lo entusiasmada que

estaba de tener una compañera de su edad en la casa.

Solía charlar de cotilleos y banalidades con Ami durante el desayuno siempre

que se encontraban solas.

—Pobrecito patrón, me da mucha penita. Era tan guapo y vital —comentaba

la joven ecuatoriana mientras deshacía una magdalena en el café.

—¿Qué ocurrió? No fue un accidente, ¿verdad? —preguntó Ami.

Candelaria dejó su taza de café y miró a su alrededor como buscando a

alguien que escuchara cerca.

—Esa es la versión oficial que ha dado la familia para la gente. Pero yo estuve

allí ese día. Me han prohibido comentarlo con la prensa. Aquí sucedían cosas que

ni te imaginarías. Si mi madrecita lo supiera —Candelaria se santiguó varias

veces—. Me da vergüenza siquiera recordarlo —dijo, dándole una pausa

misteriosa a su relato.

—Me intrigas —dijo Ami con impaciencia.

Candelaria relató con minucioso detalle todo lo sucedido en aquel fatídico

día, todo el miedo que había pasado al ver a Jack en las rocas, la orgía con la gente

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desnuda y ebria por los suelos, mientras Ami abría cada vez más los ojos por la

impactante información que estaba recibiendo. Había momentos en que por el

modo en que Candelaria lo narraba le parecía que estaba exagerado.

—No sé, no me lo puedo creer.

—Lo del accidente no me lo creo ni yo —sentenció—. ¿Puede alguien estar

tan drogado como para creer que es un pájaro y ponerse a volar? Eso fue un

castigo de Dios, por toda esa vida de pecado —conjeturaba Candelaria, bajando

cada vez más el tono de voz.

Ami la miraba atónita, luego se levantó de la silla para marcharse de nuevo a

su puesto pero antes de salir de la cocina le dijo:

—No creo que Dios castigue a nadie, somos nosotros mismos los que creamos

nuestra realidad y las consecuencias de nuestros actos son responsabilidad propia.

Candelaria se quedó pensativa sin entender lo que su amiga le acababa de

decir.

Ami fue directamente al jardín, se dirigió hasta la balaustrada, reposó los

brazos y observó el horizonte. Luego se asomó y miró hacia abajo, hacia las

escarpadas rocas. El mar ahora estaba calmado, aún así, las olas chocaban

incesantes contra ellas. No sabía medir a qué altura del suelo estarían pero se le

hacía difícil creer que alguien pudiera haber sobrevivido después de una caída así.

Tendría que estar muerto, pensaba. La vida le está dando una nueva

oportunidad y lo único que quiere es morir, reflexionaba mirado las olas que se

dirigían una y otra vez hacía su fatal destino.

Un mes después…

—Tiene una visita, señor Jover —dijo Candelaria dirigiéndose hacia la cama

de Jack.

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—¡Dejé bien claro que no quería ver a nadie! —gritó Jack.

—Es el señor Manel —insistía Candelaria.

—¡Que se marche!

—Hola Jack —dijo la voz de un hombre tras la puerta— Siento entrar sin tu

permiso. Es la tercera vez que vengo y como nunca quieres recibirme, me he

tomado la libertad de seguir a tu empleada.

Manel se acercó unos pasos a la cama.

—Ya has oído, márchate, no tengo nada que contarte que ya no sepas —

espetó girando la cara.

—Sólo vengo a verte. No vengo a molestar —decía mientras acercaba una

silla y se sentaba cerca de la cama.

Jack giró el rostro y le clavó los ojos.

—¡Pues ya me has visto! Ahora vete.

Manel todavía no podía creer lo que había sucedido, había intentado

imaginar cómo estaría, pero el hombre que vio en la cama no le sorprendió, seguía

teniendo el mismo rancio carácter aunque exacerbado a la máxima potencia. Antes

despotricaba con la boca pero también con su cuerpo, con sus manos. Ahora ahí sin

poder moverse casi toda la rabia que sentía la desprendía por los ojos que le ardían

en veneno.

En su fuero interno Manel sentía que se había estado buscando esta situación,

la vida de desenfreno que había llevado parecía haberlo abocado

irremediablemente hacia ese fatal destino.

—Sé que nada de lo que diga puede consolarte. Solo quería que supieras que

me tienes para lo que necesites, cualquier cosa que quieras, solo tienes que

pedírmelo.

—Pues claro que harás lo que yo te pida, eres mi empleado, ¡menuda

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novedad! —contestó cínicamente.

—Me refiero a favores que se hacen los amigos, me gustaría venir cada

semana, podríamos ver los partidos de fútbol, no sé lo que te apeteciera —confesó

Manel, con una cierta timidez, su jefe seguía imponiéndole respeto aún en su

estado.

—¿Sabes por qué no quiero ver a la gente como tú? Porque lleváis el cartel de

la lástima en vuestra cara. Os doy lástima. ¡Qué horror ojalá, no me pase a mí!,

pensáis mientras me miráis con ojos conmovidos —soltó con aspereza.

Jack le giró la cara.

—No es cierto. No me das lástima —replicó Manel—. Te estás pasando

conmigo Jack, yo solo quería saber cómo estabas. Quería verte desde que te

trajeron a casa pero no me han dejado.

Manel alargó el brazo para intentar girar el rostro de Jack. Cuando las

miradas se juntaron, Jack sintió una fuerte impresión que llegó desde su mente,

comenzó a recordar imágenes de la fiesta. Se vio de repente transportado a la orgía

cuando fue violado por su invitado.

—¿Jack, qué te pasa? —dijo Manel al ver el rostro desencajado de su amigo.

—¡Vete de aquí maricón! ¡Vete, no quiero volver a verte! Largo de aquí —le

gritó con los ojos desencajados de ira, agitando la cabeza de un lado para otro.

Manel se retiró asustado de la cama. Jamás había visto a su amigo de aquella

forma.

Ami había regresado tras sentir los gritos desgarradores de su jefe.

Jack gritaba desesperado como nunca lo había hecho. Estaba lleno de rabia.

—¡Dele algo por favor! —gritaba asustado Manel.

—¡Lo mataré, lo mataré! —chillaba Jack insultando y maldiciendo al violador

que veía en su mente.

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Ami invitó a Manel a marcharse.

—No le he hecho nada, señorita, se lo prometo —replicaba Manel con el

semblante blanquecino mientras abandonaba la estancia.

—Lo sé, váyase tranquilo. Hablaré con él para que pueda venir a visitarlo

otro día —contestó Ami.

Ami permaneció silenciosa a su lado. Sabía que debía dejarlo llorar. No quiso

administrarle ningún calmante porque sabía que el dolor emocional tenía que salir

y no ser camuflado o tapado con ningún químico. El dolor debía ser sentido,

asimilado y transmutado para que desapareciera para siempre del cuerpo.

Jack se despertó después de haber dormido unas horas, vencido por el

intenso dolor que aquel recuerdo le había provocado. Sentía asco de sí mismo,

también odiaba a Manel por haberle provocado esa horrible imagen. Ahora ya

nada le importaba.

—¿No vas a preguntarme nada? —le dijo a su enfermera. Ami estaba sentada

en una esterilla acolchada. El sol se estaba poniendo, era uno de sus momentos

favoritos del día para meditar.

—¡Qué irónico! Yo aquí postrado y tú malgastando tu tiempo estando

inmóvil —comentó.

Ami tardó unos segundos antes de contestar:

—Buenas tardes —respondió—. No malgasto el tiempo, interiorizar no es una

pérdida de tiempo —contestó sin dejar su postura—. Y no me interesa el porqué de

tu arranque de ira.

—¡Qué sincera! Así es mejor, no preocuparse por nadie ni por nada. Las

personas egoístas son las que mejor viven, me gusta.

—Es respeto, no egoísmo. Si tú quieres contarme algo, estoy aquí para lo que

necesites, pero no pienso insistir si no deseas que te ayude, si crees que puedo

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ayudarte en algo.

—Nadie puede ayudarme. Solo la muerte aliviará mi estado, en eso sí puedes

ayudarme. ¿Cuánto tiempo más vas a necesitar para pensártelo? Cada día que pasa

es una tortura para mí —suspiró—. ¿Es que no lo entiendes?

—Es cierto, nadie puede ayudarte, solo tú puedes ayudarte a ti mismo. Los

demás solo podemos servirte de guía, enseñarte la puerta pero eres tú quien tiene

que cruzar.

—¡Puertas! ¿Qué dices? Yo no puedo matarme a mí mismo. Déjate de filosofía

barata y dime cuándo lo harás y cuánto quieres —soltó.

La ira de Jack iba en aumento pero Ami permanecía sentada con las piernas

cruzadas y los ojos cerrados, impasible a los comentarios de su jefe.

—Ya estás muerto. Hace muchos años que vives como un muerto. Eres un

zombi, muchas personas aún viven así. La diferencia es que tú tuviste un momento

de conciencia, quizá solo fueron unos segundos, donde realmente viste que estabas

muerto. Ese momento fue muy duro para ti, pero fue necesario para que vieras que

no estabas viviendo como un ser auténtico, estabas viviendo tras una ilusión.

El comentario le hirió pero sintió que ella estaba realmente en lo cierto. No

sabía cómo aquella desconocida podía saber lo que le había sucedido en la fiesta,

era imposible que lo supiera. Ni él mismo lo recordaba tan claramente.

—¿Cómo sabes eso? ¿Acaso hablo en sueños? —preguntó intrigado.

—Intuición. Cuando llevas mucho tiempo interiorizando, despejando la

mente, limpiando emociones, se crea un vacío dentro. Entonces cuando estás en

ese estado empiezas a llenarte de tu esencia, de tu ser más puro, de sabiduría. Aquí

en este vacío naces de nuevo. Primero tienes que deshacerte de todas tus viejas

emociones y recuerdos, luego renacerás renovado, limpio. Serás un ser intuitivo,

sentirás que todo el universo te habla, serás un ser creativo, consciente. La vida

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comenzará a tener sentido para ti porque sentirás que formas parte de todo, y

cuando te marches todo el universo sentirá que falta algo, una pieza que ya no está

en su lugar.

—No lo entiendo. —Lo entenderás. No es tan difícil, pero es un reto. Siento

que puedes hacerlo, puedes volver a nacer.

—No quiero nacer, quiero morirme.

—Ya te he dicho que estás muerto. No puedes matar a un muerto. Pero tienes

la gran suerte de haber sido consciente de la vida, aunque solo haya sido durante

unos segundos.

—Ya hace tiempo que dejé de creer en Dios. Si piensas que me voy a

conformar con las palabras del Señor, te has equivocado de oveja. ¡Estúpida beata!

—Tu cabeza puede decir no, pero tu alma está pidiendo a gritos ayuda. Lo

presiento. Déjame unas semanas de tiempo, puedes sanar muchas cosas que

todavía permanecen atrapadas dentro de ti.

Jack comenzó a reír burlonamente.

—¿¡Vas a curarme!? ¿Eso es lo que quieres decirme? ¿Voy a volver a caminar?

—Eso depende de ti. Yo no puedo sanarte, solo puedes hacerlo tú.

—No te compliques la vida y no me la compliques a mí. Es fácil, aplícame la

eutanasia, coge el dinero y lárgate. Si no quieres dímelo y otra persona lo hará.

Hay muchos matones sueltos.

Ami se levantó de la alfombra, se giró y le miró fijamente a los ojos.

—No lo voy a hacer —le dijo—. Si he llegado hasta aquí no ha sido para

terminar con tu vida sino para ayudarte a que termines con tu muerte.

—¿Por qué vienes a darme esperanzas de que puedo volver a caminar? ¿Qué

sabes tú más que los médicos?

—No he dicho nada de tu recuperación física. Te hablo de la sanación de tu

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alma. Tu parte física solo es un reflejo de tu interior. Si dentro estas paralizado,

también lo estás fuera. Tú decides si quieres darte una oportunidad. Si no me

marcharé, cuando desees.

Ami salió de la estancia.

Jack estaba perplejo. Todas aquellas palabras estaban poco a poco calando en

su ser. Su mente intentaba analizar cada una de las frases que acababa de oír pero

no las entendía, en cambio su corazón sí y estaba deseando de creerlas. Aquella

joven había despertado otro sentimiento que le daba mucho más miedo que la

propia muerte, la esperanza.

Al cabo de un largo rato, Ami regresó con la bandeja de la cena.

Silenciosamente se dispuso a preparar la mesita desplegable para colocar la

comida en ella.

—Esta noche puedes recoger tus cosas. Te marcharás mañana —soltó Jack,

con gesto frío, sin apartar la vista del partido de baloncesto que transmitían en

directo.

—Bien. Como quieras —respondió Ami con tristeza.

Se hizo un profundo silencio.

La joven comenzó a preparar la mesita auxiliar para depositar la bandeja con

la cena pero el tablero no cedía. Ami agachó la cabeza para comprobar las bisagras,

cuando se levantó de nuevo se enganchó el colgante de ángel partiendo la fina

cadena que lo sostenía a su cuello.

—¡Se ha roto! —exclamó con fastidio.

Al recogerlo las manos le temblaban.

Jack se giró y observó la diminuta figura que sostenía Ami en sus manos.

—Es solo un simple collar de chatarra.

—Lo compré el primer día que llegué aquí. Pero ahora entiendo qué significa

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que se haya roto —dijo.

—No tiene que significar nada, se ha roto y punto. Cómprate otro.

Ami miró a Jack con gesto desaprobatorio. Para ella el mundo estaba lleno de

señales y sentía que el universo entero le hablaba en un idioma que solo ella

comprendía. Sentía que nada era coincidencia y todo sucedía por un motivo.

Ami cavilaba mientras volvía a empaquetar lo poco que había sacado de las

cajas.

No entendía bien lo que había sucedido aquella tarde, ni comprendía su

propio comportamiento. Sentía que alguien había hablado a través de ella aunque

no había notado nada en su interior.

¿Por qué le había hablado así? ¿Por qué había sido tan franca y directa? Le había

dicho cosas muy duras a Jack. Le había dicho que era un zombi. Se lamentaba de la

conversación que había mantenido con su jefe. Ahora pensaba que si se hubiera

callado, todavía podía haber estado unas semanas más dándole largas, por lo

menos hasta que hubiera encontrado otro empleo.

Jack dormía profundamente sumergido en un apacible sueño. Se encontraba

en una hermosa pradera, podía caminar y mover sus piernas pero estaba sentado,

recostado contra un enorme árbol. Sentía una agradable sensación de paz.

Una hermosa y energizante luz blanca apareció cerca de él: —¿Qué es eso? —

se preguntó Jack mientras la luz se hacía cada vez más grande.

Era una luz que transmitía paz. Jack intentó levantarse para verla más de

cerca.

—¡No puedo moverme! —gritó.

La luz comenzó a alejarse.

—El ángel se va —escuchó decir a la que un día fue su madre. Había

aparecido de repente a su lado.

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—¡Mamá! —exclamó al reconocer los ojos azules de Giselle— ¿Eres tú? —le

preguntó— ¡No te vayas! Te lo suplico —lloraba mientras intentaba moverse para

acercarse a ella.

—Yo siempre estoy a tu lado pero la luz se marcha —decía señalando con el

dedo la cada vez más lejana luz —. Te dije que te enviaría a un ángel y tú lo dejas

marchar.

—¡La luz se va! No puedo moverme. No puedo ir tras la luz.

—Sí puedes.

Jack intentaba moverse. La oscuridad más profunda comenzó a apoderarse

de aquel hermoso lugar como una negra nube, densa, sofocante. Sombras oscuras y

pequeños demonios comenzaron a acercarse poco a poco, cada vez más cerca y su

presencia era dolorosa, angustiosa.

Jack sintió como el aire le faltaba. Las sombras le aplastaban y los demonios

se introducían por su cuerpo.

Comenzó a gritar llamando a la luz.

El pánico le hizo despertar. Comprobó en el reloj del televisor que eran las

tres horas y treinta y tres minutos.

Estaba sudando y la desagradable sensación que le había provocado aquella

oscuridad todavía le acompañaba, aquel sentimiento de angustia y soledad era

muy familiar, lo había sentido muchas veces.

Ami había oído los gritos de su paciente y salió de su dormitorio.

—¿Se encuentra bien? —preguntó.

—No, tengo sed —dijo Jack.

Encendió la luz de la mesita y se sentó junto a Jack.

Le subió el cabezal de la cama, con una pañuelo le secó el sudor de la frente,

luego le acercó un vaso de agua a los labios.

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—He tenido una pesadilla. Era muy real. Bueno… tan real como ahora —dijo

con tono sarcástico— no podía moverme. Quería perseguir una luz o algo así, mi

madre estaba a mi lado. Estaba tan hermosa, es increíble pero parece seguir viva en

algún lugar aunque ya no sea ella, no sé explicarlo. Mi psicólogo dice que no he

superado su muerte.

—Quizá trate de decirte algo; ¿recuerdas sus palabras?

Jack negó con la cabeza.

—Pues entonces lleva años intentándolo. ¿Crees en los ángeles?

—Creo en seres que existen en otras dimensiones de energía diferente a la

nuestra. Pero coloquialmente hablando… sí, creo en los ángeles —afirmó Ami.

—Este sueño va unido a otro que tuve el día del accidente. Creo. No sé, estoy

confundido. No sé si fue un sueño o fue real.

—Tranquilo intenta recordar, es importante, cierra los ojos pero no te

duermas del todo el recuerdo llegará a ti. Si me necesitas estaré en mi habitación.

Jack obedeció, cerró los ojos e intentó recordar sin forzar. Pero solo pudo

visualizar el sueño de aquella noche con la única frase: —te dije que te enviaría un

ángel. Intuía que aquella frase estaba relacionada con el sueño de la noche del

accidente.

La mañana amanecía fría en la costa catalana. Jack se había despertado con el

ruido de la máquina cortacésped. Maldijo al jardinero por no haber tenido

consideración con su descanso. Para él dormir era lo más importante, mientras

dormía no era consciente de su dolor y cada vez dormía menos horas.

De pronto recordó la pesadilla de la noche anterior. Recordó haber hablado

con Ami sobre el sueño. Ahora aquella mujer lo vería como un pobre hombre

asustado y eso no le gustaba.

No entendía por qué había hablado de cosas tan íntimas con ella. Se sintió

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fastidiado, había mostrado debilidad, su padre le había enseñado a no dejar

entrever las emociones y ahora había fallado:

—Si olfatean que eres un blando te hundirán —le había repetido hasta la

saciedad.

Recordaba la primera vez que su padre dejó que lo acompañara a la compra

de un solar. Tenía quince años, su padre le había obligado a vestirse con atuendos

sencillos, sin marcas ni relojes lujosos, no quería que aparentaran ser una gran

constructora. La mujer que vendía las tierras había enviudado recientemente y

necesitaba el dinero. Antoni regateaba el precio del terreno despiadadamente,

podía oler la desesperación económica que vivía la viuda como un buitre la

muerte.

Cuando la negociación estaba casi zanjada, Jack intervino inocentemente:

—Papá, es justo lo que pide, nosotros ganaremos mucho más con la venta de los

adosados.

Todavía tenía clavados los fríos ojos de su padre tras el desafortunado

comentario. Antoni no compró el solar herido en su orgullo. Jack recordaba las

palabras que tan duramente su padre le lanzó luego en la intimidad del coche.

—Nunca servirás para esto, eres un blando.

Salió de sus recuerdos. En la mesita de noche todavía estaba el colgante roto

del ángel, al verlo Jack sintió una punzada, miró hacia la habitación de su

enfermera, estaba vacía, el colchón aparecía desnudo. Empezó a sentirse inquieto.

Llamó al timbre de la cocina. A los pocos minutos Ami apareció con la

bandeja del desayuno, al verla un sentimiento de alivio lo inundó.

Después de mirarla en silencio por unos minutos mientras prepara la mesa

para su desayuno se atrevió a decirle:

—Ayer me precipité, si desea puede quedarse hasta que encuentre otro

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trabajo.

Ami le acercó a los labios la taza de café con una pajita.

—Gracias pero ya he hecho las maletas, me voy a una pensión hasta que

encuentre donde vivir, no se preocupe, aquí ya no tengo nada que hacer.

Jack se quedó sin palabras, nunca se había encontrado en la situación de tener

que rogar.

Tras unos minutos de silencio Jack volvió a intentarlo.

—¿Una pensión? Eso es muy peligroso. Quédese aquí el tiempo que necesite.

Por favor, no voy a insistirle m{s con “eso” ya sabe, no voy a perjudicarla. En serio,

puede creerme. Puedo esperar unas semanas para morirme, así estaré más ansioso

—bromeó.

Ami asintió con la cabeza. Sonrió complacida al pensar que era él mismo el

que se estaba dando tiempo. Tiempo para empezar a sanar su alma.

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6 Reencuentros

Aquella tarde de invierno, en la salita de estar del apartamento del Paseo de

Gracia, Eusebi Camps había tomado una firme decisión: quería estar con su nieto

todo el tiempo que fuera necesario. Sentía que necesitaba de su compañía y él

también. Llevaba días meditándolo aunque el miedo y las dudas le retenían

porque sabía que el estado mental de su nieto cada vez era más difícil. En lo más

profundo de su ser se sentía culpable del distanciamiento entre ambos, ahora se le

antojaba casi un extraño.

Mientras miraba a su alrededor, veía los restos de lo que ahora era su vida;

un enorme apartamento en silencio. Recordó por unos instantes el bullicio que

había habido en aquel hogar, las alegres cenas que su esposa organizaba, los

invitados que narraban sus anécdotas, Giselle con sus amigas correteando por los

pasillos.

Eusebi sonrió brevemente, casi podía tocarlo, saborearlo ahí a su lado.

¿Dónde estaba ahora toda aquella vida? ¿En qué lugar del tiempo se habían

quedado plasmados todos aquellos recuerdos? Toda la imagen se borró de su

mente con un largo suspiro que salió de su boca, igual que hacía veinte años, un

conductor ebrio, sacó de la autopista el coche donde iban su esposa e hija. Tan solo

hizo falta unos segundos, un suspiro y toda su vida cambió por completo. Después

ya nada fue igual para Eusebi, el dolor fue tan profundo que decidió taparlo en lo

más hondo de su alma y se volcó con fanatismo en la empresa que había heredado

convirtiéndola en un imperio.

Ahora era tiempo de dejar ir. Había estado años retrasando la jubilación por

temor a enfrentar la misma situación que ahora vivía. Le hubiera gustado que

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hubiera sido de otro modo, hubiera querido que su nieto se ocupara de todo.

Incluso habría hecho una gran fiesta para ceder la presidencia a Jack, imaginaba.

Ahora Antoni, su yerno, recibiría los honores. Pensaba amargamente.

Con el corazón encogido pero decidido, ordenó que recogieran su ropa y

prepararan el coche. Esa misma tarde se mudaría a Sitges.

Nieves recibió con ahogado entusiasmo el aviso de la llegada del nuevo

residente en Bella Villeroy. Sin poder evitarlo los recuerdos empezaron a agolparse

en su mente, la tristeza se apoderó de ella de inmediato.

Nadie se había nunca percatado de los sentimientos de aquella hermética

mujer, pero detrás de esa muralla de fortaleza y equilibrio, el corazón aún latía con

fuerza cada vez que veía a Eusebi Camps. El hecho de que fueran a vivir bajo el

mismo techo, la inquietó.

Cuando Eusebi llegó a Bella Villeroy Nieves le acompañó silenciosa hasta uno

de los dormitorios del piso superior.

—Señora Nieves, hoy cenaré con mi nieto. Ahora voy a darle la sorpresa yo

mismo —manifestó.

Minutos después Eusebi se presentó en el dormitorio de Jack acompañado

por Nieves.

Ami se levantó del sofá al verlos entrar.

—Buenas tardes —saludó con entusiasmo Eusebi.

—¿Abuelo? —preguntó sorprendido— ¿Qué haces aquí?

—He decidido que me vendré a vivir a esta casa durante una temporada.

El silencio se hizo en la habitación.

—No esperaba saltos de alegría —dijo Eusebi mientras se agachaba para

besar las mejillas de su nieto—. ¡Vaya! ¿Es tu novia? —preguntó sorprendido al ver

a la joven de hermosos ojos que le sonreía.

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—No. Es mi asistente. No me gusta que lleve uniforme, así me recuerda

menos que la necesito.

—Ya me parecía. Encantado señorita. Soy Eusebi Camps —dijo acercando su

mano a la de Ami— Ahora vamos a vivir todos juntos— añadió.

A Ami le pareció un señor educado, simpático. Aunque altanero. Debía ser

hereditario; en aquella familia, trataban a todo el mundo correctamente pero desde

una lejana y superior distancia.

—¿Qué te parece la idea? —le preguntó Eusebi a Jack.

—Bien. Haz lo que quieras, es tu casa también. Pero hazlo por ti, porque te

apetece, no por obligación —negando con la cabeza— No soporto la complacencia

—soltó Jack sin contemplaciones.

—También lo hago por mí —afirmó.

Tras abandonar la habitación de Jack, la vieja ama de llaves fue directa a su

dormitorio, pasó por la cocina como un viento frío sin saludar a Candelaria, que

sacaba pan recién hecho del horno, y cerró la puerta bruscamente. Abrió el cajón

de la cómoda de madera que tenía en su dormitorio, cogió un par de píldoras de

un frasco de tranquilizantes y las tragó con un sorbo de agua. Angustiada, se sentó

en el borde de la cama de una sola plaza. Observó el temblor de sus pequeñas

manos con reproche, se sentía avergonzada.

Eusebi le removía emociones que ella nunca más hubiera querido recordar.

Sentía que su presencia iba a ser más un problema que una alegría para ella, a

pesar de lo que sentía. No podía permitir que aquello perturbara su rutina. Se

levantó decidida a continuar su labor como siempre había hecho, sin dejar que las

emociones interfirieran.

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Tres semanas después…

El día amaneció ajetreado en la casa de los Camps-Villeroy. La ambulancia

esperaba temprano para trasladar a Jack a la clínica. Jack pasó la primera hora en

radiología. La resonancia magnética confirmó que los huesos de Jack estaban

perfectamente soldados. El traumatólogo sonrió a Eusebi al comprobar las

radiografías.

Procedieron a quitarle las escayolas de piernas y brazos. —¿Voy a poder

mover algo más que no sea mi cabeza? —dijo Jack con tono irónico mientras los

especialistas revisaban las radiografías.

El traumatólogo seguía mirando las placas y tomando notas en su portátil.

—¿Doctor qué posibilidades hay de que vuelva a caminar? —preguntó

Eusebi.

—Mientras la inflamación de la médula persista no podemos hacer un

diagnóstico fiable. Sería hablar sin basarnos en pruebas certeras. De lo que sí

estamos seguros es que recuperarás la movilidad de los brazos —comentó el

médico jefe.

—Doctor eso ya me lo dijo pero no he sentido nada —dijo Jack con tono

áspero.

—Bueno, primero comenzaremos con la rehabilitación. Mañana mismo

enviaremos a nuestro mejor fisioterapeuta. Comenzarás una rutina diaria para la

recuperación de la musculatura. Por ahora será todo lo que puedas hacer. Cuando

la columna se vaya curando, ya veremos con qué nos encontramos —comentó el

traumatólogo asintiendo con la cabeza.

Jack los observaba con indiferencia mientras el equipo médico desplegaba su

arsenal de datos y probabilidades de regeneración en los tejidos medulares. No les

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creía.

En la casa todos recibieron la noticia con alegría menos Jack que no mostraba

ni un atisbo de entusiasmo. Ahora veía menos probable el poder volver a caminar.

La idea del suicidio revoloteaba por su mente sin cesar al visualizarse sobre una

silla de ruedas para toda su vida.

—¿Qué te pasa? No parece que estés muy contento con la noticia. Mañana

empezamos con la rehabilitación. Ya no necesitas más esos dichosos ganchos y

escayolas, es un paso más. —comentó Ami mientras extendía la esterilla para

meditar.

—No han dicho nada de que pueda volver a caminar, de hecho no me creo lo

de poder mover los brazos.

—Es casi seguro que sí. Si no estarías respirando a través de una máquina.

Dale tiempo a tu cuerpo para que se regenere.

—Tú todo lo ves tan fácil, pero si estuvieras en mi situación…

Ami giró su cuerpo para mirar a Jack.

—¡Quieres dejar de lamentarte! ¡Te acaban de decir que podrás mover el

tronco! Ya es un gran avance. La rehabilitación hará que puedas mover los brazos

antes de lo que crees. —No lo creo.

Ami caminó hacia la cama de su paciente.

—¿Sabes lo que yo creo? Que te encanta estar así, haciéndote la víctima. Así

consigues que te presten atención. Estás donde elegiste estar. Hazte responsable de

eso.

—¿Qué? —exclamó. — Yo no elegí estar así. ¿De qué hablas? Eres una

estúpida. ¿Cómo crees que nadie quiera vivir esta situación? —interrogó con el

rostro encendido de ira.

—Si esperas que sienta lástima por ti lo tienes claro. No me da ninguna pena

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un niño rico malcriado que lo tiene todo. Los mejores médicos, atención

personalizada, personal doméstico a su servicio, una mansión con vistas al mar,

equipada con alta tecnología. Cuando estuve en la India conocí a una mutilada que

se ganaba la vida vendiendo flores para las ofrendas en los templos, la polio le

había dejado sin las dos extremidades. Malvivía en una tienda hecha con plásticos.

Su silla de ruedas era una tabla que empujaba con dos mangos de madera. Siempre

estaba sonriendo. Y aun así les daba las gracias a sus dioses por haberle permitido

mirar el mundo desde el suelo.

—¿Que más me da esa vieja? Yo no pedí ser millonario. Ahora quieres que

me sienta culpable de lo que tengo. ¿Acaso crees que tendría que dar todo mi

dinero en causas nobles para aliviar el sufrimiento de los pobres? Siempre habrá

miles de pobres más que ayudar.

—No lo has captado.

—Capto que eres una reprimida. Eres una de esas neo hippy, adicta a la soja,

con tantos prejuicios como contra los que intenta luchar.

La joven le miró con ojos de infinita comprensión.

—Esa mujer me enseñó que la vida siempre tiene una nueva ventana por

donde mirar. Que siempre podemos ver las cosas desde otra perspectiva.

Ami caminó de nuevo hacia la esterilla. Se sentó en ella y comenzó su

meditación intentando alejar de su mente los agrios comentarios de Jack. Sabía que

había cosas que de momento no podría entender pero presentía que tenía la

capacidad e inteligencia para hacerlo. Solo rogaba que el universo le diera un poco

más de tiempo para poder mostrarle la vida con otros ojos. Con los ojos que ella

veía el mundo.

—Estúpida santurrona —murmuró Jack.

Jack se sintió furioso por la humillación, hubiera querido despedirla en aquel

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mismo momento pero por otro lado también se sentía cómodo con ella. Su modo

de hablar era sincero, como él. Nadie le había hablado de aquella manera tan

franca. Empezó a pensar si no tendría razón, si no era él una de esas personas que

intentaban llamar la atención de cualquier modo. Reconocía que nunca le había

gustado pasar desapercibido. Le encantaba que la gente se girara a mirarlo cuando

llegaba a los locales de moda con su deportivo rojo y la modelo a su lado, le hacía

sentirse apreciado, importante, envidiado.

Ami paseaba entre los altos pinos negros del jardín de la propiedad con Doris

a su lado cuando vio a Candelaria agitar su mano. La doncella corrió en su

búsqueda y le dijo que el fisioterapeuta ya estaba en la casa.

—Es muy bello, alto, moreno, parece un artista de telenovela —decía la joven

ecuatoriana mientras se tapaba la boca emocionada.

Ami se despidió de Candelaria y se dirigió hasta la habitación de su paciente

por la balconera que daba al jardín. Un hombre de unos treinta y pocos años

moreno, de complexión atlética estaba junto a Jack, vestía una sudadera y un

pantalón de chándal color azul marino y blanco.

Ami le dio la razón a Candelaria, Iván, el fisioterapeuta, era un hombre

bastante atractivo, de aspecto saludable y de carácter amable y cercano.

Iván y Ami simpatizaron enseguida.

Jack los observaba a diario, sentía como Iván desplegaba sus plumas como un

pavo real. Veía cómo mostraba todas las armas de seducción que disponía, podía

casi ver el lazo que intentaba colocar alrededor de su enfermera, agasajándola con

adulaciones, sonrisas y falsas afinidades. Recordaba las veces que habían hecho lo

mismo con él, ahora todo le parecía absurdo.

¿Qué necesidad había de aparentar quién no eres para gustarle a otra persona? ¿Con

qué débiles hilos se sostendría esa relación? ¡Cuánta falsedad! Meditaba.

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Dentro, en su profunda depresión, Jack sentía que era inútil la rehabilitación.

No creía que pudiera volver a moverse de la cama nunca más. No le importaban

los informes médicos, ni las probabilidades de recuperación, solo veía un profundo

pozo oscuro sin salida. Creía que le engañaban, que trataban de levantarle la moral

con mentiras y obras de teatro que fingían actores disfrazados de médicos.

Lo único que rondaba por su cabeza a cada instante era la muerte. No podía

dejar de verla como su única vía, se estaba convirtiendo en una enfermiza obsesión

para él. Y esa misma noche alguien iba a percatarse del porqué.

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7 Fantasmas

La lluvia golpeteaba con suavidad los cristales de la balconera durante la

noche, desprendiendo una energía sumamente relajante. Ami y Jack miraban una

película de estreno de un canal privado de televisión. Ami se había acomodado en

el mullido sillón que había junto a la cama de Jack.

—Parece que todas os habéis enamorado del fisioterapeuta, se os nota en la

cara de pavas que ponéis. Andáis tontas perdidas detrás de él —murmuró Jack

mientras miraba fijamente la escena de la película en la que el actor principal

abrazaba con fuerza a la chica que había rescatado de las garras del abismo.

Ella le miró sorprendida por el comentario.

—Es un hombre muy simpático y agradable. A ti también te ha caído bien —

contestó. —Ni me cae bien, ni me cae mal. Hace su trabajo, inútil por cierto, pero lo

hace.

Ami soltó un leve suspiro. La tristeza tiñó ligeramente su rostro.

—¿Por qué sigues en plan derrotista? No lo entiendo. Pareces necesitar esta

situación de continua autocompasión. Es tu juego, tú verás hacia dónde quieres

llegar, aunque sufras el doble con esa manera de pensar. Lo encuentro muy

aburrido, la vida es para cambiar, para evolucionar y tú te estás estancando. Toda

la energía que ha entrado en tu vida se está acumulando, si no la drenas acabarás

medio loco.

—¿A qué energía te refieres? —preguntó con sarcasmo— Esto es una mierda,

no es energía.

—¡La energía del cambio! Acepta los cambios que hay en tu vida ¡acéptalos! si

te aferras a lo que eras sufrirás más. Eso solo te hará más daño.

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Ami acarició el corto cabello de Jack, en un gesto de simpatía.

Jack la miró con ojos suplicantes.

—Es por eso que no quiero vivir más, es demasiado doloroso para mí.

—Suelta el pasado, no hace más que mortificarte. Ahora eres un hombre

nuevo. Desvincúlate de todo lo que eras, ¡vacíate!, ¡quédate vacío! Cuando te

liberes de todo lo que eras podrás renacer de nuevo, sin cargas, sin expectativas,

totalmente nuevo.

Jack la miraba atónito, observó que sus ojos reflejaban la luz como dos

espejos, rezumaban inocencia.

—¿Cómo se hace eso? ¿Cómo puedo olvidar todo lo que era? Me gustaba mi

vida.

—¿Estás seguro de que te gustaba tu vida? ¿Por qué entonces decidiste

cambiarla?

—No quise cambiarla. Quería borrarla.

Ami sonrió mirándole con ternura.

—¡Claro! Para empezar de nuevo. ¿No lo ves? ¿No ves que es esta tu nueva

vida? La vida que decidiste comenzar de cero. ¿Acaso crees que tu alma podría

equivocarse? Es esta. ¿Ahora lo ves?

Jack fijó la mirada en sus piernas inertes. Incapaces de obedecerle.

—No es lo que hubiera soñado.

—¿Entonces qué vida soñaste para ti? Medítalo y sueña de nuevo otra vida

que te guste más.

Ami se marchó a dormir dejando a Jack pensativo. La conversación le dejó

profundamente impactado. Ami transmitía fuerza sin forzar, con dulzura, con

respeto. Pensaba que ella no era como las chicas que había conocido. Ninguna de

ellas le había hecho sentir con sus palabras tan bien como Ami lo hacía. Ami le

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devolvía la esperanza con su sola presencia, con su sola convicción, tenía puesta

una fe en él que no creía merecer ni creería cumplir. Pero aun así se durmió

imaginando una nueva vida para él.

Tres horas más tarde, en el dormitorio contiguo, Ami se encontraba sudorosa

en la cama. Dormía, pero sus ojos estaban en una actividad frenética bajo los

párpados. De nuevo soñaba con el ángel de cabellos dorados:

—¡Ami despierta! Volverá a llevárselo —decía el ángel. De repente el ángel la

empuja hacia un precipicio y Ami cae al suelo. Se despierta del sobresalto, con el

corazón todavía agitado, palpitando acelerado.

¿Qué significa esto?, se preguntó. Ami se llevó una mano al pecho y la dejó

unos segundos allí, hasta que la respiración se hizo más calma. Intentó dormirse de

nuevo pero una molesta sensación de intranquilidad la perturbaba.

— ¡Ayúdalo! —repetía incesante la voz del ángel en su cabeza.

Se levantó de golpe de la cama con una extraña sensación de inquietud. Podía

presentir el miedo tras la puerta. Con paso titubeante se fue acercando a la salida,

el corazón comenzó a palpitarle tan rápido que la hizo detenerse justo antes de

alcanzar el pomo de la puerta. ¿Qué es esa intensa energía que percibo?, se

preguntaba.

Intentó recuperar la serenidad, seguidamente abrió la puerta. Al instante

sintió un escalofrío subir por su columna instalándose en su nuca, helando su

sangre, paralizando su cuerpo. — Dios mío —musitó. Una figura etérea, apagada

casi sin color, como de humo se encontraba al lado de la cama de Jack. No podía

reaccionar ante lo que le mostraban sus ojos: la figura fantasmal de un hombre

joven vestido con ropas antiguas con una pistola en su mano, un alma afligida de

perversa mirada. Ami no salía de su asombro jamás había visto un espíritu con

tanta claridad como en aquel instante.

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Probó moverse del umbral de la puerta, pero sus pies se habían pegado al

suelo del miedo que sentía y su boca se había secado casi al instante.

El fantasma seguía hablando a Jack mientras este dormía, ajeno a la presencia

de la joven. Jack parecía estar en una pesadilla, su frente estaba sudada y el gesto

de su rostro constreñido. Ami sentía que Jack estaba sufriendo y se decidió a

caminar en dirección a la cama, intentando superar el miedo que le causaba la

visión del espíritu. A cada paso que daba miraba fijamente al espíritu intentando

prever alguna reacción, pero éste continuaba gesticulando una conversación con él.

Ami se colocó en el otro lado de la cama. Pensó que el fantasma desaparecería al

tenerla tan cerca, pero no fue así, el ser parecía no verla, ni sentirla.

Ami sudaba, el corazón le latía con fuerza. No sabía qué hacer. Observó que

el espíritu estaba enganchado a Jack se alimentaba de él y crecía en fuerza.

Con determinación acercó la mano a la de Jack y la apretó con fuerza. —

Suéltalo, no te pertenece —balbuceó con la tartamudez que le provocaba el miedo.

Los segundos pasaban lentamente mientras esperaba alguna reacción, de

pronto el espíritu miró hacia el balcón como si alguien le hubiera llamado y se

desvaneció.

Respiró aliviada. Miró a Jack, comprobó que había recuperado la tranquilidad

en el rostro, parecía dormir apaciblemente.

Ami se tumbó en el sofá junto a él sin poder conciliar el sueño. Por su mente

pasaban preguntas, conjeturas y a cada rato reflexionaba sobre quién sería el

espíritu que molestaba a Jack y qué buscaba de él.

—Buenos días, Ami. Tienes mala cara —aseguró Candelaria al ver las

marcadas ojeras en el rostro de su amiga.

Ami soltó un largo bostezo.

—No he dormido muy bien esta noche. He tenido varias pesadillas —dijo

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mientras movía la cuchara del café con leche sin poner mucha pasión.

Candelaria arrugó la nariz en un gesto de simpatía y pellizcó la mejilla de la

enfermera. Luego se sentó junto a ella en la mesa de la cocina.

—¿Pesadillas? —sonrió— Es que esta casa es muy linda pero también un

poco tétrica ¿Has visto las fotos que hay en el despacho del señorito Jack?

Candelaria frotó sus brazos simulando escalofrío.

Ami volvió a bostezar.

—No. No he visto casi nada de la casa.

—Bueno en el despacho solo entramos para limpiar. Pero es la única parte de

la casa que no se ha reformado. Sigue igual que hace ochenta años.

—Ya me la enseñarás algún día. Ahora me voy que Iván está a punto de

llegar.

—¡Qué bello Iván! Si me oyera mi papi, con lo celoso que es…Hacéis muy

buena pareja los dos ¿no crees?

La doncella dio varios golpecitos con su mano sobre el hombro de Ami.

—Tendrá novia Candi —le contestó con una medio sonrisa en sus labios.

Candelaria zarandeó a su amiga varias veces y le preguntó: — ¿Entonces te

gusta?

—¡No te montes películas! —dijo Ami sonrojándose. El timbre sonó. Al cabo

de unos minutos apareció Iván, llevaba un chándal de marca negro con adornos en

naranja a juego con las zapatillas de deporte.

Candelaria le ofreció un café.

—Puedes desayunar aquí con nosotras, no hay problema —le ofreció

Candelaria con una sonrisa cómplice.

Iván aceptó la invitación y se sentó junto a Ami. Comenzaron a charlar sobre

la recuperación de Jack pero luego la conversación derivó en temas personales de

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los antiguos trabajos que ambos habían realizado, mientras Candelaria los

observaba de reojo desde el mármol de la cocina. Cuando terminaron el desayuno

se dirigieron directamente a la habitación.

Jack estaba excesivamente nervioso y malhumorado, les reprendió por la

espera.

Iván miró a su compañera afligido como esperando una explicación.

Ami observó extrañada el repentino cambio de humor de Jack.

—Ami déjanos solos —soltó Jack mirándola fríamente.

La joven enfermera se quedó perpleja, rápidamente le pasó por la mente la

idea del suicidio. Pensó que había olvidado avisar a Iván de lo que podría

proponerle su paciente.

—¿No me oyes? —le preguntó— Vete a rezar por los pobres o a lo que sea

que hagas.

Iván la miraba preocupado sin saber qué pensar en ese momento.

Ami asintió resignada, cerró la puerta y salió a buscar a Nieves. La encontró

bordando una toalla color beige en el balcón acristalado de la salita de estar. Al oír

la puerta el ama de llaves alzó la vista extrañada de la presencia de la joven, con la

que casi no mantenía ningún tipo de trato, fuera de lo cotidiano.

—¿Qué pasa? ¿No debería estar con el fisioterapeuta? —soltó mientras la

miraba por encima de las gafas de montura dorada.

—Jack me ha ordenado de malos modos que me marchara, presiento que va a

proponerle lo que usted ya sabe. La buscaba para preguntarle si Iván está al

corriente de todo. —Yo no le he explicado nada. Creía que ya se le había pasado.

Hace días que está mucho más calmado. Por lo menos es lo que me cuenta usted.

¿Acaso me oculta algo?

—No. La verdad es que ayer estuvo bastante más animado. De hecho creía

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que había descartado la idea del suicidio, pero esta mañana estaba más nervioso de

lo habitual. Creo que anoche tuvo una pesadilla.

Nieves se encogió de hombros y soltó un soplido de fastidio.

—¿Y eso que tiene que ver? —preguntó extrañada de la relación que había

hecho Ami con la pesadilla— El señor lleva teniendo pesadillas desde hace mucho

tiempo. Mucho antes del accidente.

Nieves se dispuso a continuar su labor. No le apetecía mucho seguir

hablando con aquella joven que le resultaba extraña.

—Señora… ¿puedo hacerle una pregunta personal?

El ama de llaves la miró por encima de las gafas. Había impaciencia en su

gesto.

—¿Ha vivido siempre en esta casa?

—Pues no. Primeramente estuve sirviendo en casa del señor Eusebi Camps

con su esposa en Paseo de Gracia. Allí crié a la hija de los señores, mi niña Giselle,

la mamá de Jack. A esta casa solo veníamos los veranos y algún fin de semana.

Nieves soltó un largo suspiro.

Ami notó que los ojos de Nieves comenzaban a brillar. Percibía que los

recuerdos eran dolorosos para aquella aparente fría mujer y se arrepintió de

haberla perturbado.

—Lo siento no quería molestarla —le dijo.

Ami se giró para salir de nuevo de la salita.

—No importa. Siéntese.

Ami se sentó en el sillón cercano.

—Giselle para mí era como una hija —continuó—. La vi nacer, yo la crié. Mi

niña me quería mucho. Cuando se casó con el señor Jover a la edad de veinte años,

le rogó a su madre que dejara que me fuera a vivir con ella a la nueva casa. Era un

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ángel, tendría que haberla conocido en persona. La más hermosa mujer que haya

visto jamás. Era la envidia de toda Barcelona. Y aparte tenía un gran corazón,

siempre me trató como de la familia. Y el día que nació su hijo aún se volvió más

hermosa, parecía una virgen con su Jesús en los brazos. Se amaban con locura,

estaban muy unidos, fue un duro golpe para mi Jack perderla —Nieves detuvo la

narración durante unos minutos—. Se preocupaba siempre por todos, asistía a

todos los actos benéficos donde la llamaban, y donaba mucho dinero. Incluso su

madre la regañaba por donar las valiosas joyas que tenía. Pero era imposible

cambiarla, ya nació así, no había tarde que no volviera de su escuela con algo

menos de lo que se había llevado ¡Llegó un día sin zapatos! Recuerdo a su madre

riñéndola, la llamó tonta porque se había dejado robar, pero ella siempre me

contaba la verdad y aquella misma tarde me dijo que se los había dado a una niña

que pedía limosna descalza frente a la parada del metro —se le dibujó una sonrisa

en los labios y sus ojos mostraban el orgullo que sentía por Giselle—. Fue la

presidenta de la fundación Caridad, más joven de la historia ¡Qué injusto destino

para un ser como ella! —relataba mientras miraba cabizbaja su labor de costura sin

terminar.

Nieves comenzó a toser con fuerza.

Ami le acercó un vaso con agua.

—No era mi intención perturbarla.

Tras unos minutos de silencio Nieves preguntó a la joven que la esperaba

paciente a que terminara de beber el vaso de agua:

—¿Para qué quería saber si había vivido aquí?

—Por saber si conocía a los antiguos dueños de la casa.

—Esta casa siempre ha pertenecido a la familia Camps, del señor Eusebi;

Comerciantes catalanes que prosperaron exportando café, azúcar y tabaco de

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Cuba. El nombre de Bella Villeroy lo puso la difunta esposa del señor Eusebi

Camps. A la señora no le gustaba el antiguo nombre que tenía la casa, Can Roques,

decía que tenía poco glamur.

Ami pareció observar una leve mueca de disgusto tras el comentario.

—¿Sabe si murió alguien en esta casa? —preguntó temerosa de la reacción de

su interlocutora.

—No sé —contestó impaciente— Antiguamente la gente moría y nacía en sus

casas. Pero Bella Villeroy siempre fue una casa de veraneo para la familia ¿Por qué

me preguntas eso?

—Desde que llegué me han sucedido cosas extrañas —titubeó— No sé cómo

explicarle.

—Es una casa antigua, vosotros los jóvenes habéis visto muchas películas,

tenéis la cabeza llena de imaginación —soltó volviendo de repente a su habitual

áspero carácter.

Salió del salón dejando atrás a aquella mujer que vivía presa del pasado.

Recuerdos a los que se aferraba con uñas y dientes.

Ami iba reflexionando sobre la información que Nieves le había dado,

mientras salía al jardín.

Doris estaba tumbada bajo un seto, dormitaba como de costumbre hasta que

la olfateó y se levantó de su siesta desperezándose.

—Hola guapa ¿damos un paseo? —dijo mientras acariciaba a la vieja mastín.

Mientras paseaba por el jardín de varias hectáreas que tenía la finca, seguía

meditando sobre la conversación que había mantenido con Nieves. No era de

extrañar que una mujer de esas cualidades hubiera dejado una profunda huella en

todos sus seres queridos. Si la vieja ama de llaves no era capaz de recordarla sin

remover todas sus entrañas, ¿qué dolor tan profundo tendría Jack en su corazón?

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Iván entró en la cocina pasada la una del mediodía después de terminar la terapia.

Tenía el rostro ligeramente pálido. Ami estaba sentada junto a la mesa de la cocina

tomando un té.

—¿Quieres uno? —dijo señalando la tetera. —Mejor un refresco de cola. Si

puede ser —contestó Iván mientras se sentaba frente a Ami.

—No traes buena cara —le dijo Ami mientras iba hacia la nevera a por el

refresco.

—¿Sí? Bueno, será el cansancio. Mis jornadas de trabajo son largas, luego

también tengo que ir a la clínica de Sarriá.

—Te ha dicho que no cuentes nada ¿no? A mí también me lo ofreció. No te

había avisado de lo tenaz que puede llegar a ser.

Iván quitó la anilla de la lata de refresco que Ami le había ofrecido.

—¿En serio? —le preguntó sorprendido.

Ami asintió con el rostro.

—Me he quedado helado cuando me lo ha dicho. Creía que me iba a pegar la

gran bronca por haber llegado tarde luego me suelta todo ese rollo. No he sabido

reaccionar. ¿No está bien de la cabeza no?

—¿Qué le has dicho? —preguntó inquieta.

—¡Que no, por supuesto! Le he dicho que pienso que puede recuperar la

movilidad del tronco. Que tenga paciencia. Me ha mandado a la mierda, claro.

Ami sonrió complacida.

—Me da mucha pena que tenga esas ganas de morirse. Puede hacer todavía

muchas cosas, aunque se quedara parapléjico —dijo Iván tomando el último trago

de cola— Bueno hasta mañana, que voy un poco tarde ya.

Ami le despidió con la mano.

—¿Desayunamos juntos? —le preguntó guiñándole un ojo desde el resquicio

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de la puerta de salida del servicio.

—Sí claro. Hasta mañana —contestó levemente sonrojada.

Ami entró en la habitación de Jack con un gran canasto de mimbre. Doris la

seguía de cerca.

—Ahora dormirás aquí —dijo señalando el cojín que había puesto sobre el

canasto. La perra olfateó por unos segundos el cojín de cuadros escoceses, dio dos

vueltas sobre sí misma y se tumbó complacida en su nueva ubicación soltando un

suspiro al dejarse caer.

—¿Qué estás haciendo? —gritó Jack desde su cama— El médico no quiere

que duerma aquí. Nieves lo sabe y la echará.

—Tiene que dormir aquí.

—¿Por qué?

—Porque lo digo yo —le contestó colocando sus manos en posición de jarra.

Jack la miró con incredulidad.

—¿Ahora quién es el malcriado de los dos? A mí no me importa que se

quede. Ya te las verás con Nieves.

—Necesito que esté aquí para ayudarme.

—Ahora sí que estoy confundido.

—Los animales perciben cosas que los humanos no podemos ver. Si

necesitaras mi ayuda por la noche, ella me despertará.

—¿Para qué iba a necesitarte por la noche? ¿Qué es lo que pasa? Te han dicho

algo los médicos. Algo que no me han contado a mí. Tengo derecho a saberlo —

interrogó con el tono de voz afectado.

—No va de médicos la cosa. No pasa nada de lo que debas preocuparte. Ella

me ayudará a cuidar de ti. Por si tuvieras alguna pesadilla.

Jack frunció el entrecejo asombrado del extraño comportamiento de su

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cuidadora. ¿A qué venía ahora lo de las pesadillas? Presentía que le ocultaba algo.

—¡Vaya! Te noto inquieta.

—No he dormido muy bien esta noche. He tenido algún que otro mal sueño.

Ami se sentó en la cama frente a Jack.

—Bienvenida al club —soltó en tanto conectaba el ordenador a Internet con el

mando bucal.

—Desde que estoy en esta casa, he tenido varios sueños. He notado una

energía extraña por aquí. También huele a algo raro.

Jack dejó de mirar la pantalla del ordenador.

—¿Fantasmas? ¿Es lo que me quieres decir? Esta casa tiene casi cien años. Es

normal que sientas crujidos. En la buhardilla puede haber pájaros o ratones. No

creo en esas cosas.

—No me refiero a ruidos, hablo de sensaciones, percibir que estas siendo

observado…escalofríos ¿Seguro que nunca has notado nada?

Ami miró a Jack con ojos inquisitivos. Jack recordó la sensación que había

tenido la mañana de la fiesta, cuando se despertó después de haber soñado de

nuevo con su madre.

—¿A qué dices que huele? —preguntó cada vez más intrigado.

—En el pasillo desde la cocina hasta aquí. A veces he notado olor a cigarro

puro. Y aquí que yo sepa nadie fuma. Donde más lo percibo es cerca de la puerta

del despacho.

—¡Tonterías! —exclamó y luego soltó una risa burlona— Quizá alguien de la

casa se está escondiendo para fumar.

—Hay alguien en esta casa —afirmó Ami— No sé quién es, ni tampoco por

qué está aquí. Necesito tu ayuda para averiguarlo.

Jack la miró perplejo.

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—Ni hablar, estás pirada. Ami se levantó de la cama.

—Está bien. Lo hacía por ti. Yo pronto me iré de aquí —murmuró mientras

salía de nuevo al jardín.

Inconscientemente la conversación creó en la mente de Jack un sueño aquella

misma noche, un sueño que le transportó a la edad de seis años. Se despertó

todavía con el recuerdo intacto y comenzó a repasar de nuevo las imágenes que

había retenido su mente.

Pasaban el verano en Bella Villeroy. Su madre, ordenaba libros en la

biblioteca mientras él empujaba un coche de policía de juguete por las paredes

cuando una música de gramófono que provenía del despacho llamó su atención.

La puerta estaba entreabierta, se acercó y miró por la rendija. Lo que vio, todavía lo

recordaba muy difuso: había un hombre que caminaba de un lado a otro de la

habitación, que no conocía. Había mucho humo de cigarro. Estaba muy asustado,

no le gustaba la cara de ese hombre, se le notaba muy desesperado, sufría mucho,

se tiraba del pelo y se frotaba la cara repetidas veces, luego pareció que se había

percatado de su presencia mirándolo fijamente con unos fríos ojos color acero.

Acto seguido el hombre cogió una pistola, se la metió en la boca y apretó el gatillo.

Una gran mancha de roja sangre apareció en la pared.

El pequeño Jack corrió por el pasillo llamando a su madre:

—¡Mamá sangre en la pared! ¡Sangre en la pared!

Giselle lo consoló con fuertes abrazos y amorosa paciencia.

El sueño terminaba ahí, aunque Jack comenzó a dudar de que aquello fuera

un simple sueño. Sentía que había visto en otra ocasión a aquel hombre.

¡El día de la fiesta! Recordó de repente que el día de la fiesta cuando decidió

suicidarse había un extraño invitado vestido con ropas antiguas y que llevaba una

pistola en la mano. ¡No puede ser coincidencia!

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El día había amanecido gris, el mar mediterráneo estaba inquieto y agitado

por el viento. — Vamos a dar un paseo por la playa —anunció Ami mientras cogía

a Doris de la correa del cuello— Vamos guapa a hacer ejercicio, que estás muy vaga

—dijo tirando de la vieja mastín que estaba enroscada en su canasto.

—El día no está para paseos. Puede llover —vaticinó Iván señalando las

nubes que se acercaban desde poniente mientras ejercitaba la rodilla de Jack.

—Yo quiero pasear, si al día no le apetece que yo pasee es su problema —rió

Ami contestando ya desde el jardín.

Iván fue observando como Ami se alejaba por el jardín en dirección a las

escaleras que bajaban hacía la playa. —Es una mujer muy peculiar —dijo

dirigiéndose a Jack que observaba absorto el televisor— Es tan simple que resulta

complicada ¿sabes si tiene novio? —preguntó.

Jack le miró incrédulo.

—No me interesa la vida privada de mis empleados —cortó.

Comenzó una lluvia fina que fue aumentando por minutos.

Jack observó como Ami aparecía sonriente tras la verja que bajaba hasta la

playa, comprendió que reía de ver a Doris correr hacia la casa, al parecer molesta

de que su grueso pelaje estuviera mojado. La perra no se detuvo hasta sentirse a

cubierto en el porche; allí se sacudió, dejando los cristales mojados.

Ami permaneció en el jardín mirando hacia el cielo alzando los brazos. Jack

se había quedado hipnotizado viendo como Ami daba vueltas en el jardín riendo y

completamente empapada. Jamás había visto a nadie tan feliz o tan loco ¿Por qué yo

nunca había sentido la lluvia de esa manera?, se preguntó. Deseaba poder estar allí y

sentir el agua deslizarse por su rostro, correr por la playa descalzo y sentir la tierra

suave y húmeda bajo sus pies, nadar y ver el movimiento de sus piernas bajo el

agua ¿Cuándo fue el día en que empecé a morir?, reflexionó con tristeza.

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Ami entró calada hasta los huesos. La fina ropa color blanco de algodón se le

había pegado al cuerpo como si de una segunda piel se tratara transparentando su

cuerpo más de lo que ella hubiera podido prever.

Su sonrisa inicial empezó a transmutarse a medida que se percató de la

manera en que Jack e Iván la miraban.

Ami notó el rubor en sus mejillas, se armó de valor y caminó directa a su

habitación sin mirar hacia los hombres cerrando la puerta.

Al cabo de media hora salió con un kurta de finísimas rayas de colores. Con el

pelo recogido, seco y un agradable aroma de colonia fresca.

—Te dije que no era buen momento para pasear —sonrió Iván.

Ami le mostró una burlona sonrisa.

—¡Tonterías! Es solo agua, no ácido —dijo.

Iván le sonrió.

—Mi cuñado abrió una pizzería hace un par de meses en la zona del gótico,

es pequeñita y muy acogedora ¿Te apetecería ir?

Jack sintió una punzada molesta en su frente. No le agradó que la invitara a

salir, aunque no entendía por qué.

—Tengo hambre —interrumpió Jack.

—Vale el sábado para cenar me va bien —contestó Ami sin prestar atención a

Jack.

—¡Genial! Pues te paso a buscar el sábado a eso de las ocho.

Después de marcharse Iván, Ami se dispuso a preparar la mesa para el

almuerzo después de cambiar la ropa que usaba Jack para la rehabilitación.

—Se te nota un poco desesperada ¿sabes? —soltó Jack mirando a Ami todo el

tiempo, mientras le ponía un pantalón largo de pijama.

—Hace mil años que nadie me invita a cenar. Tengo ganas de desconectar un

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poco del trabajo.

—¿O sea que estas harta de mí?

—No es nada personal —sonrió— pero tengo ganas de distraerme. Hacer

cosas distintas que pelearme contigo. Dejar de oír tus insultos y lamentos por unas

horas se me antoja tentador.

—¡Psh! —exclamó con desprecio— No me extraña que lleves tanto tiempo sin

tener citas. Es que eres un poco rara, no te arreglas, no te maquillas ni te peinas.

—Vale ¡Para! —Ami le tapó la boca con la mano— Me vas a deprimir antes de

ir a la cena ¿Qué más da como me vista o me peine, qué tiene que ver eso? A Iván

le he gustado así —sonrió gesticulando una pose de actriz sexy.

—A Iván le ha gustado lo que escondes debajo de tus ropas talla XXL —

murmuró Jack, con cara de fastidio.

Ami hizo una mueca de desagrado por el comentario.

—¡Antipático! Para que te enteres estuve con un chico tres años.

—¿Y cuánto hace de eso?¿Ya existía internet?

—¡Que borde eres! Pues no sé…hará{ casi cuatro años. Era yogui, me dejó por

un ashram indio.

—¿Era gay? —preguntó incrédulo.

Ami rió mientras Jack la miraba anonadado.

—No tonto, un ashram es un lugar donde la gente se reúne para meditar,

hacer yoga, en definitiva para iluminarse. Le conocí cuando hacíamos yoga juntos.

Yo después de eso dejé de practicarlo. Se había vuelto una obsesión para mi pareja.

Me dijo que yo era un lastre para su iluminación. En verdad sí que era un lastre

pero para que no se fuera hacia las nubes, pero él no lo vio así —suspiró—. Mi

último novio me duró menos, era enfermero como yo, dejó todo y a todos, por irse

a un campamento de refugiados en Sudán. De eso hará más de año y medio.

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—¡Vaya pirados! ¡Qué novios tan raros te echas! Lo que te atrae de ellos es lo

que luego te los arrebata.

Ami se asombró de la sabiduría de aquella frase.

—Sí, es cierto. Ellos querían vivir su verdad hasta el límite, yo no era quién

para impedírselo tenían que sentirlo por ellos mismos.

—¿Volviste a saber de ellos?

—Sí, fui a visitar a mi ex novio cuando viajé a la India, me pillaba de paso el

pueblo donde vivía. Estaba muy cambiado. Ya no era él. Hablaba y pensaba por su

maestro. Tenía un gurú al que seguía e idolatraba. Y el enfermero volvió después

de seis meses, completamente destrozado. Había visto morir a demasiada gente.

Estaba lleno de odio e ira. Maldecía a los gobiernos, a las instituciones, a todo el

mundo, porque nadie hacia nada por los refugiados. Se sentía culpable de tener

ropa nueva en su armario, de tener comida en su nevera. Reprochaba a todos lo

que gastaban en caprichos, viviendo con culpa constantemente.

—Creía que tú también pensabas como ellos.

—No, aunque soy muy espiritual pero siempre he mantenido los pies en la

tierra. Para eso estamos aquí, qué sentido tiene nacer en un mundo tan hermoso si

te evades constantemente. Meditar también puede convertirse en una evasión, al

igual que las drogas y el alcohol. Yo siempre he pensado que todo lo que te

distraiga del momento presente es una estupidez. Meditar está bien para serenar la

mente y aclararse las ideas. Pero estar horas y horas recitando mantras, haciendo

ejercicios de respiración, también me parece absurdo, siento que estás forzando

algo que no es momento de sentir, aunque siempre respeto a quién lo sienta así.

—Pues a mí me encantaría poder fumarme un porro y evadirme a donde sea.

Cualquier sitio me parecería mejor que esta mierda de realidad.

Ami no pudo evitar reírse con el crudo comentario de su paciente.

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—¡Eres incorregible! —le dijo pellizcándole la mejilla.

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8 Lágrimas secas

El salón, que había sido testigo de las recientes y numerosas bacanales de

Jack, ahora rezumaba sobrio, sereno, casi parecía saber amoldarse a la presencia de

sus visitantes.

Allí sentado en uno de los sofás Eusebi Camps miraba álbumes de fotos. Se

había colocado las gafas de montura plateada y descansaba el pesado álbum de

cubiertas verde oscuro sobre sus rodillas. No era muy aficionado a mirarlas, le

hacía sentirse muy mayor y la mayoría de veces solía entristecerlo demasiado.

Quizá no merecía la pena, pensaba, tenía muchos recuerdos dolorosos que borrar

pero a la vez era muy tentador volver a revivir las vacaciones o los cumpleaños de

su querida Giselle y su amada esposa. Sentía inconscientes remordimientos que le

culpaban de no haber disfrutado más de su familia, los negocios le habían

arrebatado muchos días, contaba que en total podrían haber sido años, años

desperdiciados de no haber disfrutado más de la sonrisa de su amada hija. A

cambio tenía una fortuna que no podría gastar en la corta vida que le quedaba y un

nieto paralítico al que casi no conocía. Sentía que era un castigo de Dios. Un dios

que le había arrebatado lo que más quería. Era como si hubiera hecho un pacto con

el diablo; tuvo que perder mucho para ganar un prestigio que ahora de nada le

servía ni a él ni a su nieto.

Nieves entró en el salón aliviando su tortura por unos instantes.

—Señor, cuando desee el almuerzo ya está listo.

Eusebi no contestaba. Estaba absorto en sus pensamientos.

Nieves se acercó para hablarle más próxima, entonces se percató que Eusebi

tenía los ojos húmedos en lágrimas, acariciaba con las yemas de los dedos una foto

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de su hija cuando tenía catorce años, llevaba un bañador de rayas azules y blancas

y posaba sobre su viejo velero en Saint Tropez. —Señor, no se torture más. La niña

está tan cerca de Dios que seguro es ya un ángel.

La vieja ama de llaves hubiera deseado en ese momento abrazarlo, consolarlo

decirle que aún la tenía a ella.

Eusebi soltó un largo suspiro y dijo:

—No ha pasado un solo día que no me acuerde de ella. ¿En qué fallé? ¿Qué le

hice a Dios que tan duramente me ha castigado?

Nieves a su lado, de pie, frotó sus manos con nerviosismo.

—Usted siempre fue una persona ejemplar que cuidó siempre de todos.

—No lo suficiente. No lo suficiente —repitió.

—Su nieto todavía le necesita.

—No sé señora Nieves. Ni siquiera sé cómo enfrentarme a él. Qué puedo

decirle yo de la esperanza si la he perdido toda.

Las amargas palabras de Eusebi afligieron todavía más el corazón de Nieves.

Ella sentía lo mismo, hacía tiempo, mucho tiempo que había perdido la esperanza

de ser feliz y amada.

Eusebi decidió comer en la habitación con su nieto.

Nieves le sirvió la comida pero él solo lo observaba. Le partía el corazón verlo

ahí postrado tan joven dependiendo de alguien para comer, para beber, para hacer

sus necesidades. Le costaba mantenerse firme y no ponerse a llorar como un niño.

En el fondo lo necesitaba. Necesitaba llorar, gritar y maldecir a la vida por haber

sido tan injusta con su familia. ¡Cuántas ganas tenía de hacerlo! Tenía tanta rabia y

dolor acumulados que sentía que el pecho le iba a estallar.

En aquel momento una punzada en las costillas le hizo doblegarse de dolor

soltando el tenedor de golpe.

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Jack vio el gesto de dolor de Eusebi y gritó:

—¡Abuelo!

Ami corrió para atenderlo.

El hombre se encogía de dolor en la silla.

—Señor Eusebi, ¿se encuentra bien? —preguntó mientras lo cogía de los

brazos para alzarlo— ¡Llama al médico! —le dijo a Jack.

Ami tumbó al abuelo en el sofá, posó sus manos sobre la zona dolorida y las

sostuvo allí.

Mientras, Jack nervioso pulsó varios botones con su boca hasta que

Candelaria contestó a uno de ellos.

Jack le gritó que llamara a un médico urgentemente.

—¿Qué haces? ¿Qué le pasa? —preguntaba con insistencia mientras veía que

su abuelo se retorcía de dolor.

—Está lleno de dolor, tiene mucha rabia, rabia consigo mismo —dirigiéndose

a Jack.

—Permita que salga todo ese dolor —comunicó Ami a Eusebi.

Como si aquellas palabras hubieran sido un detonador el anciano rompió a

llorar.

—¿Qué te pasa abuelo? ¿Qué te sucede? —gritaba Jack desde su cama.

—Tranquilo Jack, es necesario que lo haga. Lleva muchos años callando —le

respondió Ami mientras continuaba posando sus sanadoras manos sobre Eusebi

que lloraba sin cesar.

—¡Lo siento Jack! Lo siento. Siento mucho todo lo que has tenido que sufrir.

No te lo mereces. No merecemos tanto dolor. —balbuceaba entre lloros el anciano.

Jack lo miró confundido. Nunca había visto a su abuelo llorar. De hecho

nadie de su familia lloraba exceptuando a su madre.

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Giró el rostro hacía la pared con los ojos humedecidos. No soportaba ver a su

abuelo llorar por él. Se estaba derrumbando y estaba consiguiendo que él se

derrumbara también.

Después de un rato Eusebi se calmó. Ya no sentía el dolor en las costillas.

Estaba exhausto y se dejó caer en el sueño.

Ami lo tapó con su manta de lana de Nepal.

—¿No quieres terminar tu comida? —le preguntó a Jack.

—Se me ha retirado el apetito —contestó— ¡Qué vergüenza un hombre de su

edad, llorando como un niño! Vaya ayuda tengo con él. ¿Para eso ha venido? ¿Para

andar con lamentos? Preferiría que se marchara. No quiero cerca a nadie que sienta

lástima por mí —añadió.

—Debes alegrarte. Ha liberado mucho dolor gracias a ti. Le has removido

muchas emociones que le oprimían desde hace mucho tiempo. Si el dolor no

encuentra salida para expresarse se queda en nuestro cuerpo corrompiéndolo,

creando enfermedades.

—Nadie se cura llorando. ¡No digas estupideces!

—Tenéis que hablar. Tienes que perdonarle. Si le sucediera algo a tu abuelo,

¿cómo crees que te sentirías?

—Si tiene remordimientos de conciencia que vaya a un psicólogo. ¿Crees que

yo estoy en condiciones de aguantar esto? ¿Acaso él estuvo conmigo cuando me

enviaron al internado? ¿Con quién hablé yo cuando estuve ahí solo recién muerta

mi madre? ¡Con nadie! ¡Solo! —gritó— Se deshicieron de mí como si fuera un

apestado, un estorbo.

—Hicimos lo que creímos era mejor para ti en ese momento —Eusebi se había

incorporado del sofá—. No sabes cuántas veces me he arrepentido —añadió.

Ami salió de la estancia con las bandejas de los almuerzos dejándolos en la

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intimidad.

—Cuando murieron tu madre y tu abuela, el mundo se me vino encima —

confesó—. No tuve valor para tenerte cerca ¿Cómo hubiera podido consolarte

cuando yo estaba tan destrozado como tú?

Eusebi se atrevió a mirar a Jack a los ojos buscando consuelo en ellos pero

éstos solo reflejaban ira.

—¡Yo era el niño! Solo pensasteis en vosotros, en vuestro propio dolor

¡Malditos egoístas! —chilló.

—Lo siento, lo siento, lo siento —repetía incesante con ojos llorosos— Tu

madre jamás me perdonará el no haber cuidado de ti, lo sé. Qué estúpido fui al

alejarte de mí. Que error tan grande cometí. Todo lo que te ha pasado ha sido culpa

mía.

—Ahora da igual o acaso quieres que yo te libre de tus remordimientos. Ya es

demasiado tarde.

Jack le giró el rostro.

—Quiero que sepas que te quiero con toda mi alma. Que estaba tan asustado

como tú. Me moriré con esta pena dentro, lo sé —decía tocándose el pecho— Sé

que nunca me perdonarás. Fui un cobarde.

El anciano se levantó del sofá y se dirigió hacia la cama de su nieto. Con los

ojos inundados en lágrimas lo abrazó cogiéndole la cara con manos temblorosas,

besando su frente. Jack se resistía. Pero al final se derrumbó en el dolor,

hambriento de cariño.

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9 Una partida ganada

Ami se sentía como una colegiala en su primera cita. Risueña se paseaba por

Bella Villeroy junto a Candelaria que andaba detrás de ella cuchicheando por los

pasillos, hasta que llegaron a la habitación. Quería enterarse de todos los detalles

de la cita con Iván. Ami intentaba restar importancia al asunto diciendo que eran

solo amigos.

—¿Ya vas preparada? —bromeaba Candelaria mientras limpiaba los

ventanales de la gran habitación de su patrón.

—¡Qué dices loca! —Ami se ruborizó al ver que Jack prestaba atención a la

conversación.

—Bueno ya sabes…después de cenar podéis ir al Caribeño, está bien bonito

ese sitio para bailar “agarraitos”—sonreía pícaramente la joven ecuatoriana

mientras se contoneaba —después de bailar…ya sabes —añadió guiñándole un

ojo.

—¡Qué burra eres! —espetó Ami.

Sonó el interfono de la cocina. Nieves reclamaba la presencia de Candelaria

en la cocina.

Ami sintió alivio cuando su indiscreta amiga se fue. Antes de marcharse tenía

que asear a Jack, era un trabajo muy pesado que no quería dejarle a Nieves.

Con la esponja en la mano iba humedeciendo la inerte pierna de su paciente.

Ami notaba a Jack más sereno de lo habitual. Percibía que la charla con su abuelo

había sido muy beneficiosa para ambos. Se alegraba profundamente por ellos.

Notaba un cambio en los ojos de Jack, ahora parecían más amables, por unos

segundos las miradas se encontraron.

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Ami retiró la mirada con una tímida sonrisa pero Jack siguió observándola

mientras frotaba con delicadeza su piel. Sintió un familiar bienestar, una sensación

de paz se adueñó de él. Algo había cambiado aunque todavía no era capaz de

percibir con exactitud que era.

Eran casi las ocho de la tarde y Ami hacía rato se había cambiado para salir.

Llevaba el mismo tipo de ropa de siempre: una blusa ancha de algodón y unos

tejanos con zapato plano, el largo pelo recogido y la cara lavada. Aunque su bello

rostro lucía más luminoso de lo habitual. Jack no pudo resistir la curiosidad y

preguntó con aparente semblante despreocupado:

—¿Entonces no duermes hoy aquí?

—No lo sé. Depende de cómo surja la velada —contestó asombrada de que su

paciente se interesara por su ausencia —. Pero Doris cuidará de ti si yo no

estuviera —añadió señalando a la vieja mastín que dormía como de costumbre en

el cesto de mimbre.

—No te fíes de ningún hombre. Al final todos buscan lo mismo —afirmó Jack.

Instantáneamente se arrepintió de su comentario.

Ami se colocó frente a Jack tapando la visión del televisor encendido.

—¿Te estás preocupando por mí? —le preguntó con una amplia sonrisa—.

Eso es que ya empiezas a quererme —dijo señalándose el corazón.

—No digas tonterías, a mí que me importa —soltó volviendo su mirada a la

pantalla del televisor —. Soy hombre…bueno, era hombre y sé lo que me digo. Allá

tú, si te enamoras y luego te llevas un chasco.

La voz de Candelaria sonó tras el interfono anunciándoles que Iván la

esperaba fuera.

Ami sonrió, se acercó a Jack y besó su frente con ternura.

—Yo también te quiero —le dijo guiñándole un ojo mientras abandonaba la

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estancia.

Jack permaneció turbado durante unos instantes con las sensaciones que

aquel beso le habían despertado ¿Por qué Ami le había dicho que le quería? ¿De

qué amor estaba hablando? ¿Amor de amigos? ¿O era amor romántico?, cavilaba.

Cuando Ami volvió de su cita a las cinco de la madrugada Jack continuaba

mirando el televisor. Un nuevo atentado en oriente medio era narrado por el

periodista a un volumen alto. Lo saludó pero Jack no le contestó. Ami se agachó

para acariciar a Doris, esta le respondió con varios lengüetazos de alegría.

—¿Por qué miras esos noticiarios? solo dan la versión más pesimista de la

humanidad. Fomentan el miedo, la escasez. Además no creas todo lo que dicen, te

sorprendería las mentiras que utilizan para arrebatarle el poder al ciudadano. Si

quieres conocer otras opiniones busca blogs de periodistas independientes en

internet. Hay cosas hermosas que suceden también en el mundo: el amor, la nueva

vida, la esperanza…

Jack giro el rostro con los ojos repletos de ira.

Ami se estremeció.

—Te das un revolcón con un tío y ya crees que todo es de color de rosa ¡Qué

patéticas sois las mujeres! ¡Dais asco! —soltó Jack.

Ami percibió unos familiares escalofríos que le hicieron mirar alrededor de la

estancia. Aquel ser estaba cerca de nuevo, lo presentía, aunque esta vez no lograba

verlo. Sintió que coincidía con el brusco cambio de humor de Jack. Dedujo que el

espíritu aparecía siempre que Jack se dejaba llevar por sus emociones más

negativas, reafirmándolas e intensificándolas, haciéndole la vida mucho más

difícil.

—Tú no eres así, yo sé que no te muestras tal como eres. A veces he podido

vislumbrar algo de tu auténtico ser, pero en cuanto percibes que empieza a salir, lo

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vuelves a esconder, y créeme que cuentas con ayuda extra para hacerlo. Es una

energía muy densa que te arrastrará igual que te arrastró hacia el abismo el día de

tu accidente. Puedo ayudarte a vencer ese miedo. Confía en mí.

—¡Qué coño sabes tú de mí! No sabes nada. Tú estás aquí para servirme y

nada más, no te creas con ningún derecho, no vas a husmear en mi vida ¡Lárgate

con tu novio y no vuelvas más por aquí! —chilló con los ojos encendidos de rabia.

Ami renunció a continuar la conversación. Ya sabía de antemano que no

entraría en razón.

—Si necesitas algo ya sabes dónde estoy.

Se levantó con la mirada cabizbaja dejándolo con las noticias a todo

volumen. Se derrumbó en la cama y aunque estaba muerta del cansancio no dejaba

de pensar en Jack. Quería ayudarlo pero no dependía de ella. Y deseaba con fuerza

pensar en la agradable noche que había pasado con Iván en la pizzería o en lo

mucho que había reído con él bailando en un bar de moda del puerto olímpico.

Iván la había tratado con amabilidad, con respeto, le había hecho sentir como una

princesa. Se había mostrado atento y preocupado por sus gustos y preferencias y le

había dejado la opción de escoger el local. Había pasado una maravillosa velada

pero Jack y su estado aparecía de nuevo. Cuánta falta le hacía su querido maestro

Uzriel, sus palabras la habrían iluminado sabiamente. Hacía tiempo que no

aparecía para ayudarla, coincidía desde que se había mudado. Recordó que Uzriel

le decía siempre que la solución vendría seguida del problema, solo habría que

estar atento y no juzgar aquello que viniera. Pero en aquel instante no sabía cómo

enfrentarse a un espíritu negativo, nunca lo había hecho. Y lo que estaba

deduciendo era no solo que estaba ahí para perjudicarlo sino que estaba

intentando poseerlo, controlar su vida y su cuerpo.

Con las imágenes hipnóticas del televisor parpadeando incesantes, Jack

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intentaba aquietar los pensamientos que pasaban sin control por su cabeza que se

repetían una y otra vez. Veía a Ami abrazada a Iván besándose mientras bailaban

agarrados, los veía en la cama haciendo el amor. Se preguntaba a sí mismo por qué

tenía que pensar en eso, que no era de su incumbencia lo que sus asistentes

hicieran. ¿Por qué le molestaba tanto que hubieran salido juntos?, se preguntaba.

Pasaron las horas, la profunda noche se adentró. Jack volvía a tener una

pesadilla, la frente sudorosa predecía una mala escena en su mundo interior. En el

sueño estaba en su cama, aunque la casa parecía distinta, más antigua y los

muebles no eran los mismos. Iván le masajeaba las piernas, entonces Ami entraba,

se acercaba a él y le daba un beso en la frente. Luego se acercó a Iván y lo besó en

la boca.

Jack miraba la escena mientras los dos se abrazaban y besaban. Estaba muy

furioso. Ami de vez en cuando le miraba de soslayo y luego se reía a carcajadas

mientras Jack intentaba mover sus piernas. Ami se había tumbado sobre ellas boca

arriba, mientras seguía mirándolo.

—Si me quieres tócame, tócame, tócame —le decía mientras acariciaba con su

mejilla la mano de Jack.

Mientras tanto Iván iba desprendiéndose de su ropa con una mirada

desafiante clavada en sus ojos.

—La voy a hacer mía, solo mía.

Iván se tumbó sobre Ami con la intención de hacerle el amor.

Jack chillaba impotente:

—¡No! ¡No!

Alguien más había en el sueño, una cuarta persona miraba la escena, esta

persona acercó una pistola a la otra mano de Jack diciéndole:

—Dispárate, muérete, te harán sufrir, te harán daño, son malas personas. Eres poca

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cosa para ella, no tienes nada que ofrecerle, eres un inválido, no sirves para nada. Tú no

puedes satisfacerla.

Ami se despertó sobresaltada por los ladridos de la perra. Salió rápidamente

de la habitación. De nuevo el espíritu estaba cerca de la cama de Jack. Doris

continuaba gruñendo hacía el lado de la cama donde se encontraba el fantasma.

Ami comenzó a rezar, no sabía qué más hacer. Pedía la ayuda de los ángeles

porque la entidad oscura tenía una tremenda fuerza, cada vez estaba más cerca de

Jack, casi podía fundirse con él sobre su cuerpo.

Ami corrió hacia Jack y cogió su mano. Estaba agitado y sudoroso, y gruñía

palabras ininteligibles.

—No voy a permitir que sigas alimentándote de su energía —dijo temblando

de frío— ¡Despierta Jack!

Siguió rogando la ayuda de las entidades de la luz. Aquel ser no estaba

dispuesto a marcharse y tenía más fuerza que la vez anterior y pensaba que fuese

lo que fuese que estuviera pasando dentro de la cabeza de Jack, estaba haciendo

que el fantasma se sintiera cada vez más poderoso.

—Despierta por favor.

Mientras, Jack seguía profundamente sumido en su pesadilla, incapaz de

despertar. Tenía la pistola en la mano, estaba lleno de odio hacia Iván y hacia sí

mismo. Su fisioterapeuta estaba desnudo sobre Ami, la besaba. Ambos se retorcían

de placer sobre él. Se sentía humillado, pero Ami continuaba mirándolo, sus ojos le

rogaban que la tocara. Y él quería tocarla pero no conseguía mover ni uno solo de

sus dedos.

Iván se reía mientras acariciaba el cuerpo desnudo de Ami.

—Tú nunca podrás hacerlo, no sientes nada, tienes el corazón de hielo —le decía

mientras le besaba el cuello a ella.

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La cuarta persona del sueño le alzó la mano y la apuntó hacia la sien de Jack.

—¡Mátate! No ves como se ríen de ti, puedes apretar el gatillo, ¡Hazlo! Y dejarás de sufrir.

De pronto una gran luz blanca inundó el escenario del sueño, pero no era una

luz cegadora. Jack sintió una presencia familiar a su lado, miró hacia Ami, pero su

rostro se había transformado en Giselle.

—¿Mamá?

—Tócame, si me quieres tócame —le dijo con ojos amorosos.

Mientras, Ami seguía apretando con fuerza la mano de Jack. Seguía

angustiada aunque poco a poco sintió que una energía de paz los envolvía.

Comenzó a notar una presencia a su lado. La sentía reconfortante, amorosa.

—Han venido los ángeles —pronunció asombrada.

De repente sintió como Jack movía los dedos ligeramente. Estaba intentando

apretar su mano.

Jack comenzó a abrir los ojos. Se sobresaltó al ver a Ami mirándolo con los

ojos llenos de lágrimas:

—¡Lo has conseguido! —le dijo Ami emocionada.

Jack aturdido todavía por la pesadilla contestó:

—No lo he hecho, no me he suicidado, mi madre me ha ayudado, la he visto.

—Tranquilo, tranquilo, ya pasó —le consolaba acariciándole la frente y el

cabello.

Jack miró con sorpresa hacia su mano.

—¡Estoy sintiendo la mano¡¡Siento tu mano! ¡Me duelen los brazos! —

exclamó Jack entre risas.

Lágrimas de alegría brotaron de los ojos de Jack.

Ami lo abrazó. La emoción que sentía no era comparable a nada que hubiera

sentido antes. Jack había despertado en ella un bello sentimiento de amor y

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respeto. Admiraba la fuerza con la que había enfrentado sus emociones más

negativas. Estaba cambiando, se estaba volviendo un luchador, un superviviente.

Tras unos minutos abrazados Ami quiso volver a su habitación pero Jack la

detuvo:

—Por favor no me dejes esta noche solo —pidió con ojos suplicantes.

Ami se tumbó a su lado en la cama pero no tardó en quedarse

profundamente dormida.

Jack tardó un tiempo en dormirse, no podía dejar de contemplar el dulce

rostro de Ami, ahora la veía muy hermosa, la mujer más hermosa que había

conocido ¿Por qué no lo había visto antes? Se preguntaba.

Intentó mover el brazo, quería abrazarla, pero el dolor era demasiado intenso,

tenía las articulaciones completamente rígidas. Desistió con pesar.

A la mañana siguiente Nieves extrañada por la ausencia de Ami en el

desayuno fue hacia la habitación llevando ella misma la bandeja para Jack. La

escena que contempló la alarmó.

Jack y Ami ajenos a la atónita mirada de la mujer dormían en la cama

abrazados, ella descansaba su cabeza sobre el pecho de Jack mientras éste tenía

pasado el brazo por los hombros de su enfermera.

Nieves se volvió hacia la cocina con desagrado no sin antes dar un tremendo

portazo, por el camino las entrañas se le revolvían de la rabia.

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10 Herida abierta

Cada día después de la rehabilitación en casa de Jack, Iván se marchaba de

nuevo a la exclusiva clínica en el barrio de Sarriá donde trabajaba hacia un año.

Ser fisioterapeuta no había sido el sueño de su vida, había estado jugando en

el equipo juvenil de su ciudad, Barcelona. Tenía un gran futuro, le decían sus

entrenadores, era la estrella del equipo. Hubiera llegado a ser jugador profesional

de primera división. Pero no pudo ser, una terrible fractura de menisco lo retiró

para siempre de su amado deporte, dejándole una leve cojera de recuerdo.

Desde que había comenzado a trabajar en la clínica había conocido a mucha

gente con poder: empresarios, artistas famosos, deportistas. Cada tarde veía como

llegaban en lujosos coches, a veces conducidos por sus bellas esposas y novias.

Sabía reconocer solo por la forma de caminar que tenían quién era modelo y

quién solo una bella mujer más. No podía evitar quedarse embelesado entre el

sonido de los taconeos de sus zapatos. Las observaba de reojo, con sus largas y

delgadas piernas y siempre se acordaba de Lisa, una joven aspirante a modelo de

la que se enamoró hasta los huesos. El romance duró cinco años.

Lisa vivía en su barrio y la conocía de haberla visto de siempre. Entró a la

academia de modelos cuando solo tenía dieciséis años a espaldas de sus padres.

Iván le había pagado gustoso la academia porque sabía que valía para ser maniquí.

Recordaba lo orgulloso que se sentía de ella cuando cada tarde, después de sus

clases en un rincón del parque, subida a unos altísimos zapatos de tacón negro que

guardaba en la mochila del instituto, le enseñaba a Iván lo que había aprendido.

Todavía podía verla sonreír a pesar del poco garbo que mostraba en un principio

sobre los zapatos. Pero con el tiempo comenzó a desfilar para modistos nacionales

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y a medida que iba introduciéndose y subiendo en pasarelas cada vez más

internacionales se fue alejando más y más de él.

Un día Lisa cortó la relación por teléfono, decía haberse enamorado de un

rico empresario.

Todavía no había olvidado aquella traición. Tenía la firme creencia de que el

dinero hacía que las personas te respetaran más. Iván tuvo que trabajar desde muy

joven en el taller de sus tíos para pagarse los estudios. Cuando salía con Lisa

intentaba complacerla en todos sus caprichos, pero ella nunca tenía suficiente.

Gastaba sus ahorros para llevarla cada fin de semana a elegantes restaurantes, le

compraba ropa de marca pero ella siempre quería algo más exclusivo, algo más

inaccesible y se enfurecía si no lo conseguía. Iván se sintió muy frustrado cuando la

perdió, sabía que se hubiera quedado para siempre con él si hubiera podido darle

todo lo que se merecía.

Aquella tarde en la sala de rehabilitación el supervisor le entregó el historial

del que sería su nuevo paciente: el famoso delantero Víctor Sánchez.

Víctor era abierto y espontáneo, rápidamente entabló conversación con Iván.

Charlaron sobre la liga, el campeonato europeo y cotilleos deportivos.

La tarde pasó rápida gracias al simpático Víctor, sintió Iván.

Casi era la hora de dejar a su paciente cuando éste le preguntó:

—Si ves al capullo de Jimmy, le dices de mi parte que los vamos a freír este

domingo —Refiriéndose a un jugador lesionado del equipo rival de la ciudad.

Iván rió el comentario.

—No estoy aquí por las mañanas. Tengo que visitar a un paciente en su

mansión de Sitges —contestó Iván, secando sus manos de los restos del gel de

masaje.

—¿En Sitges? ¿No estarás llevando la rehabilitación de Jack Jover? —

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preguntó Víctor.

—¡Sí! —afirmó asombrado— Parece que todo el mundo lo conocía menos yo.

—¿Qué tal se encuentra? Leí en el periódico que estaba muy grave ¡Ese sí que

es un pedazo de cabrón! —añadió— Pero sus fiestas eran la leche. Yo estuve en

una que organizó en la playa para su cumpleaños —Víctor pasó sus manos por la

frente— Las tías que vinieron eran increíbles, entre ellas algunas de las modelos

más famosas —agitó sus manos. — Aunque él siempre se quedaba la mejor, es

lógico, aparte de rico hay que reconocer que el tío es guapo. En aquella época

andaba con Lisa Lorenzo ¿Te acuerdas de ese bombón? Antes de ser una drogata

¡claro! la muy estúpida se quedó tan pillada de él… no lo llevó muy bien cuando la

dejó —contó Víctor.

La cara de Iván empezó a palidecer mientras la noticia llegaba a sus oídos.

Hacía segundos que había dejado de masajear el tobillo del futbolista. Un intenso

dolor en el estómago lo paralizó.

—¿Lisa Lorenzo fue novia de Jack? —preguntó arrastrando las palabras con

los dientes apretados.

—Sí tío, pero que yo sepa no llegaron ni a novios, luego se lió con Silvano. A

ese cabrón de Jover las mujeres le duraban una semana como mucho. Silvano la

tuvo que dejar porque no paraba de hablar de Jack. Lisa quería ir a todas las fiestas

y reuniones donde sabía que estaría él, Silvano se agobió y la dejó.

Víctor se marchó dejando a Iván encendido en odio. Tuvo que disimular una

indigestión para que Víctor no sospechara de su repentino estado de malestar.

—¡Maldito cabrón, hijo de puta! —chilló en tanto golpeaba la taquilla

metálica del vestidor.

Iván compartía un pequeño apartamento con un enfermero que conoció

cuando hacía prácticas. Lo normal en esa hora de la noche es que estuviera

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cenando un bocadillo delante del televisor viendo los resúmenes deportivos, pero

aquella noche el televisor permanecía apagado y el salón subsistía en la penumbra.

Hubiera encendido una lámpara como de costumbre cuando el sol se ocultaba tras

el bloque de pisos de enfrente pero ni se había percatado que la oscuridad había

engullido los colores del salón.

Absorto en sus pensamientos iba recordando todo lo que supo de Lisa

después de su famosa vida de modelo. Lo impactado que quedó al ver el bello

cuerpo de una diosa convertido en un saco de pellejos y huesos, la piel demacrada,

los ojos hundidos, sin brillo. Lisa había ido tocando fondo poco a poco en su vida,

la ambición desmedida la fue sumergiendo en un mundo oscuro del que todavía

intentaba salir con la ayuda incondicional de sus padres.

Él hubiera querido ayudarla pero el orgullo no se lo permitió, todavía sentía

rencor por haberle abandonado.

Sitges Jack había comenzado a sonreír, aunque tenía mucho dolor, se le

antojaba a gloria el sentirlo. No sabía bien qué había ocurrido por la noche pero

sentía que tenía relación con el extraño sueño donde Ami y el espíritu de su madre

le habían ayudado de alguna manera. Aún sin fuerzas en los brazos había cogido

gustoso una suave pelota de goma roja que Ami le había dado para comenzar los

ejercicios de recuperación.

Iván entró como cada mañana por la cocina, se sentó con las mujeres a tomar

el acostumbrado café con magdalenas, cogió el periódico deportivo y apenas

intercambió unas palabras.

Aunque Ami lo notó un poco más distante de lo acostumbrado, no le dio más

importancia.

Eusebi, que no había podido volver a dormir, después de la grata noticia de

la recuperación de Jack, entró en la cocina sorprendiendo a todos de su presencia

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en aquella parte de la casa ajena a sus visitas.

—¿Me permiten tomar un café en su compañía? —Preguntó con el semblante

radiante y sonrosado.

Candelaria nerviosa se apresuró a servir el café con galletas de canela que

solía tomar cada día Eusebi.

—¡La esperanza vuelve a esta casa! —comentó Eusebi mirando a todos los

comensales.

—Sí es un milagro. Un milagro de Dios que el Señorito sea tan fuerte —

añadió tímidamente Candelaria intimidada de la presencia en la mesa de su

patrón.

Iván miró a Ami sorprendido y le preguntó:

—¿Qué ha pasado?

Ami se reservó lo acontecido aquella noche, narrando solo la anécdota del

ladrido de la perra.

—Me alegro mucho —dijo tras levantarse de la silla. Luego se marchó.

En la habitación, Jack estaba realizando los ejercicios que Ami le había

aconsejado.

Iván entró soltando su bolsa de deporte con brusquedad.

—¿Una mala noche? —preguntó Jack al ver el gesto de irritación en su rostro.

—Sí —contestó Iván de manera fría y seca mientras se remangaba los puños

de la sudadera— Ya mueves los dedos por lo que veo —añadió sin entusiasmo—.

¿Supongo que ya no querrás morirte? —preguntó sin mirarle a los ojos mientras

revisaba la fuerza de los dedos.

—Creo que esa pregunta está fuera de lugar, ¿no crees? —respondió molesto.

Una sonrisa cínica se dibujó en los labios de Iván.

—Disculpa me has contagiado tu ácido humor.

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Iván estiró con fuerza de la muñeca de Jack.

—¡Ah! —exclamó— ¡Eso me ha dolido! —se quejó.

—Sí normal, solo los muertos no sienten dolor —le contestó Iván.

Jack le lanzó una fría mirada.

Ami entró radiante de alegría, saludó a los dos hombres, se sentó en su

alfombra cerca de Doris y observó a Iván mientras comprobaba la leve fuerza que

Jack podía ejercer sobre sus dedos.

—Tengo entradas para el Liceo, me las ha regalo un amigo que es futbolista,

iremos con él y su novia ¿Te apetece? Mira que si no vienes se lo digo a mi

madre…seguro que ella no me rechaza —comentó Iván.

Ami rió.

—¿La ópera? No sé si me gustará —respondió.

Dudó por unos segundos, no era el tipo de actividades que estaban

normalmente en su agenda pero asintió conforme.

—¿Tienes ropa elegante? —preguntó.

Ami lo miró incrédula, luego negó con la cabeza.

—Déjalo, yo me encargo de eso —concluyó Iván guiñándole un ojo.

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11 Tener fe

Jack observaba en silencio a Ami mientras hacía sus ejercicios respiratorios en

la alfombra frente a la cristalera que daba al mar. Se había acostumbrado a verla,

en la postura flor de loto, como ella la llamaba. Veía cómo pasaba horas en completo

silencio mirando al mar, se preguntaba en qué estaría pensando. Aunque ella le

había comentado varias veces que no pensaba en nada, que solo permanecía en el

vacío oyendo su voz interior.

Todo aquel lenguaje de alma, voces interiores, ángeles y demás se le antojaba

exótico. Veía que Ami era una chica extraña, con extrañas costumbres, pero de un

gran corazón. Lo había notado en cuanto la vio, pero antes no estaba preparado

para una persona como ella. Sentía que era demasiado inocente para un mundo

como en el que él había vivido. Cualquier hombre le abría partido el corazón, un

hombre como él. Pensó.

—¿Puedes ponerme otro cojín? Cuando puedas…por favor —pidió Jack. Ami

salió de su paz interior, se levantó y se dirigió hacia él con una cálida sonrisa.

—Tus modales son cada vez mejores, ahora sí se nota tu sangre burguesa —le

dijo mientras le colocaba otro cojín debajo de la nuca.

Jack sonrió.

—¿Ami? —dijo— parecía que aquella anoche sabías lo que estaba soñando

¿pudiste ver algo? ¿Puedes leer la mente? —interrogó. Ami rió tras la inocente

pregunta de Jack.

—Podía sentir que estabas viviendo una situación muy dura, también pude

ver algo.

—¿Qué viste? —preguntó temeroso de que hubiera podido ver la tórrida

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escena de su pesadilla.

Ami se sentó en la cama frente a Jack y cruzó las piernas.

—¿Te acuerdas de lo que te comenté del olor a cigarro puro? Pues no te lo

conté todo. Una noche me desperté sobresaltada. Había tenido un sueño; un

hermoso ángel de rubios cabellos me había estado hablando, me pedía ayuda, me

decía que me despertara. Cuando salí de mi cuarto había alguien a tu lado, era un

espíritu maligno. Tú estabas teniendo una pesadilla, se notaba que lo pasabas

realmente mal. Pero gracias a dios, en cuanto te toqué el fantasma se desvaneció.

Pero la noche que recuperaste la movilidad de los brazos volví a ver de nuevo al

espíritu, estaba junto a ti, parecía que te hablaba. Doris me alertó con sus gruñidos,

por eso la dejé aquí contigo.

—¿Quién era?

—Era el espíritu de un hombre, no sé quién es, pero lo que sé es que cada vez

que te alteras está cerca, creo que influye de alguna manera en tus cambios de

humor. Estaba realmente furioso, te hablaba, yo no le oía pero sí notaba su energía

de odio, de amargura. Pedí ayuda porque esa vez ni tocándote se marchaba. Pasé

mucho miedo, más miedo que nunca en mi vida. Sabía que si no luchabas contra lo

que fuese que te estuviera transmitiendo te ibas a hundir para siempre en esa

energía de odio y miedo. ¡Pero lo conseguiste! venciste, eres muy valiente. Jack

bajó la mirada.

—Un valiente no se suicida —contestó.

—Estoy segura que ese día el espíritu te influyó de alguna manera. Pero si te

perdonaron es porque el fantasma que habita en esta casa no jugó limpio, se debió

de inmiscuir en tu destino ¡Tenemos que averiguar quién es!

—Todo es muy raro. No sé, hay cosas que me cuesta creer —dudó.

—No tienes nada que perder. Creo que la respuesta puede estar en el

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despacho. Solo tienes que darme la llave.

Jack negó con la cabeza.

—Yo no la tengo. Tendrás que pedírsela a Nieves. Ami resopló y dijo:

—No me la dará. Tendré que cogérsela. En cuanto la tenga quiero que vengas

conmigo. Yo no sé dónde buscar. Los ojos de Jack se abrieron de asombro.

—¿Qué? ¿Cómo quieres que vaya contigo?

Ami miró hacia la pared de su cuarto. En un rincón se encontraba la silla de

ruedas que todavía no había utilizado. Jack se tensó.

—No pienso sentarme ahí. ¡Ni lo sueñes!

—Lo haremos esta noche cuando todos estén dormidos. No estoy dispuesta a

dejar que se acerque a ti de nuevo —concluyó. Su voz sonó firme.

Ami estaba decidida a entrar en el despacho y pensó enseguida en Candelaria

para conseguir la llave. La sonsacó discretamente mientras cenaban como si de una

conversación banal se tratara. Candelaria le contó que Nieves se encargaba de

cerrar todas las puertas y de abrirlas a la mañana siguiente y que siempre llevaba

las llaves en su bolsillo.

Candelaria le dijo:

—Yo no tengo ninguna llave de la casa y mejor así porque nunca nadie me culpará de

robar nada. ¡Y Dios no lo quiera que algún día pasase algo! —se santiguó.

Ami se armó de valor, debía entrar en el dormitorio de Nieves si quería

encontrar las llaves. Solo disponía de media hora antes de que volviera a su cuarto.

Desde el jardín vio la luz del salón encendida, supuso que Eusebi y ella

seguían allí como cada noche. Atravesó el jardín con naturalidad para no levantar

sospechas si la veían. Luego atravesó los setos que delimitaban el camino y se

dirigió hacia la puerta trasera de la cocina, por donde entraba el personal. La había

dejado entreabierta mientras Candelaria salía de la cocina en un momento de la

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cena.

Empujó poco a poco la puerta, miró hacia el pasillo y comprobó que no había

nadie, las puertas de los dormitorios estaban cerradas. Entró con sigilo. Observó

cómo la luz salía por debajo de la puerta del dormitorio de Candelaria.

Acercó el oído a la puerta, su amiga hablaba por teléfono. Uno de sus

entretenimientos favoritos, pensó. Se dibujó una sonrisa en sus labios.

Se acercó hasta la puerta de la habitación de Nieves, pegó la oreja a la madera

durante segundos y no escuchó sonido alguno. Entonces hizo girar el pomo para

abrirla pero no cedió.

¡Nieves cierra con llave su dormitorio! pensó sorprendida de lo reservada que

era. Se dirigió hacia la cocina, entreabrió la puerta con sigilo y entró.

Soltó un largo suspiro.

¿Qué hago ahora? ¿Cómo cojo la llave? Piensa, piensa se decía mientras se

apoyaba en la encimera.

Cuando se dispuso a salir de la cocina miró hacia un bote de cerámica que

solía estar lleno de papeles y facturas del supermercado, se acercó, para su

sorpresa había un manojo de llaves.

Nieves se había dejado las llaves allí después de atender al último repartidor,

recordaba haberla oído quejarse de lo tarde que habían traído la compra hoy.

¿Casualidades, no?, se dijo para sí misma sonriendo.

Jack permanecía inquieto pensando si Ami podría encontrar la llave. Aunque

no le hacía mucha gracia entrar en el despacho la idea de hacer algo diferente le

entusiasmaba. Dudaba del éxito de la misión, ya que conocía la escrupulosidad de

Nieves, no era una mujer que descuidara sus deberes. Sabía que guardaba todo con

mucho cuidado.

Pero Ami entró excitada dando saltitos con las llaves en la mano despejando

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cualquier atisbo de fracaso.

Le acercó el manojo.

—Rápido tienes que decirme cuál es. Nieves pronto cerrará las puertas

principales y las echará en falta —dijo con el pulso agitado.

Ami fue mostrándole una por una todas las llaves.

Jack dudaba entre dos de ellas.

—¡Tienes que estar seguro! —le apremió.

—Creo que es esta, por lo antigua que es, no porque lo recuerde.

Ami salió al pasillo, miró a su alrededor para comprobar que nadie la

estuviera observando y se dirigió hacia la puerta del despacho.

El olor a cigarro puro la puso en alerta.

Insertó la primera llave en la cerradura pero no coincidía. Cogió la siguiente

llave y la introdujo en la cerradura que encajaba perfectamente. Sacó la llave del

llavero y se la metió en el bolsillo.

Fue hasta la cocina para devolverla. Pero al entrar se sobresaltó: Nieves

estaba allí.

—¡Ni que hubieras visto a un fantasma! —le dijo la mujer enfurruñada—

¿Qué haces aquí? —preguntó.

Nieves la miró con desagrado, la presencia de aquella joven siempre la ponía

furiosa.

—He venido a buscar un zumo para Jack —contestó Ami mientras ocultaba la

mano con las llaves detrás de la espalda.

Nieves se palpaba los bolsillos de la americana azul marino a la vez que

escudriñaba cada palmo de la encimera de la cocina.

—No encuentro las llaves, por eso siempre las llevo encima, porque si no

luego no me acuerdo dónde las he dejado.

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El corazón de Ami comenzó a agitarse nervioso.

—Quizá están en el recibidor de la puerta principal —aventuró la joven

intentando distraerla.

—Voy a mirar —dijo Nieves— El señor Eusebi salió esta tarde quizá{ cuando

le abrí… —Murmuraba mientras salía de la cocina.

Ami aprovechó para dejar el manojo de llaves en el bote y volvió hacia la

estancia. Cuando llegó a la habitación Jack la esperaba impaciente.

—Esta noche nos vamos de paseo —dijo Ami guiñándole un ojo a su

paciente.

Marcaban las doce y doce minutos en el reloj del televisor. La casa dormía en

silencio, solo Eusebi continuaba en el salón. Ami había acercado la silla de ruedas a

la cama de Jack. Mientras este miraba el artilugio como si fuese la silla eléctrica.

Recordaba que Iván todavía no le había aconsejado la silla, le dijo que tenía la

musculatura muy débil.

Ami agarró con fuerza a Jack. Aunque estaba delgado pesaba bastante para

ella.

—No tengo fuerza en los brazos. No te puedo ayudar —decía mientras Ami

lo movía.

—Intenta un pequeño empujón.

Ami tiraba de él cuando perdió el equilibrio y cayó sobre Jack. Comenzó a

reírse apoyada todavía en su pecho, toda aquella escena se les antojó cómica.

Jack rió con ella.

Volvieron a intentarlo de nuevo. Esta vez Jack pudo apoyar su brazo para

ayudar a Ami que consiguió sentarlo.

Jack se sentía incómodo, pero aun así había algo de alegría en su interior.

Había pensado que usar la silla iba a ser más traumático. Después de todo nada era

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peor que estar en aquella cama tumbado para siempre. Ahora soñaba con poder

mover las ruedas y desplazarse por sí mismo. Era una pequeña libertad que hasta

hacía días pensaba que no podría experimentar.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Ami al verlo por primera vez en aquella

postura.

—Siento que no tengo fuerzas para mantenerme recto, como si me fuera a

escurrir de la silla —dijo.

—Creo que esta silla puede adaptarse bien, tranquilo. Yo estaré contigo en

todo momento.

Ami sacó la cabeza por la puerta para mirar el pasillo. Nadie parecía haber en

el oscuro corredor, solo alumbrado por la tenue luz de la luna menguante que

atravesaba la cristalera modernista.

Empujó la silla de Jack hacia el despacho. Su paso era lento pero firme, temía

volver a sentir aquella fría energía que desprendía el fantasma de Bella Villeroy.

Cuando estuvieron frente a la puerta, Ami dejó de empujar la silla de ruedas,

cogió la llave y la introdujo en la cerradura.

Jack sentía el fuerte latido de su corazón, de pronto recordó la desagradable

visión que tuvo cuando niño.

—¡Espera! —dijo provocado por el miedo.

Ami no le hizo caso y empujó la puerta hasta abrirla del todo, buscó el

interruptor de la luz y la accionó.

El olor que desprendía la habitación era de barniz rancio, metal oxidado y un

olor extraño que no supo identificar.

Salió de nuevo al pasillo y empujó hacia dentro la silla de Jack.

Cerró la puerta tras de sí con cuidado para hacer el mínimo ruido posible,

aunque las oxidadas bisagras se negaron a obedecerla.

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La habitación le recordó a las casa museo que tenían todas las ciudades.

Aquellas que servían para que los turistas pudieran hacerse a la idea de cómo

vivían los personajes de alguna novela, o dónde había nacido tal o cual artista.

El despacho de Bella Villeroy todavía conservaba todos los muebles de la

época. Era un despacho grande, con una ventana que daba al mar, aunque estaba

cerrada a cal y canto. Había una enorme mesa de brillante color caoba que presidía

la estancia. Sobre ella una lámpara de Tiffany, un antiguo juego de abrecartas,

lupa, pluma, y tintero, todo en bronce y marfil. Y bajo sus pies, una alfombra

oriental adornaba el suelo de terracota con cenefas esmaltadas. Las librerías

estaban llenas de marcos antiguos de fotos amarillentas.

—¿Por qué este despacho no ha sido modernizado al igual que el resto de la

casa?

—Órdenes de mi abuelo, no sé, tendrá nostalgia.

—¿Dónde hay más luz? —preguntó— No se ve mucho.

Jack se encogió de hombros.

Ami encontró otro interruptor, al accionarlo se iluminó una gran lámpara de

techo de hierro forjado. Cuando se giró los ojos se le abrieron al ver la pared

contigua a la puerta.

—¡Dios mío! —exclamó al ver la pared repleta de trofeos de caza, armas

antiguas, sables y espadas de varios países.

—¿Qué sucede? —preguntó Jack al ver que Ami se tapaba la boca con ojos

vidriosos.

—¡Esto es un cementerio pero de animales! No me extraña que haya un

fantasma aquí —contestó.

—Mi abuelo era muy aficionado a la caza.

—No comparto el cazar animales por diversión.

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Ami soltó un suspiro de disgusto luego acercó a Jack hasta la librería y le dijo:

—Necesitamos algo que nos pueda ayudar a encontrar quién está aquí y por

qué. ¿Crees que es algún familiar tuyo? Me comentó Nieves que esta casa siempre

había sido de tu familia. Yo he visto el rostro del espíritu, podría identificarlo con

alguna foto.

Jack negaba con la cabeza.

—Esta casa la construyeron mis bisabuelos maternos. ¿Por qué crees que mis

antepasados querrían hacerme daño? No puede ser alguien de mi familia —afirmó

mientras miraba de reojo hacia la mesa de caoba— ¡Allí en la librería! —señaló con

el dedo— el álbum granate, son fotos muy antiguas, ¡cógelo!, pero no creo que

encuentres ahí a tu fantasma —añadió.

La estantería de la librería donde se hallaba el álbum era la más alta. Ami

acercó una pesada silla de madera maciza y se subió a ella, pero cuando alzó el

brazo seguía sin llegar. Entonces apoyó un pie en la librería para alzarse un poco

más. Escuchó la librería crujir pero insistió en intentar alcanzar el álbum. Cuando

casi sus dedos rozaban el lomo del álbum sintió un escalofrió que le heló la sangre,

luego un denso olor a pólvora y tabaco la mareó, de pronto la estantería donde

apoyaba el pie se rompió y Ami cayó hacia atrás junto al viejo álbum de fotos.

—¡Ami! —gritó Jack al ver a la joven tendida en el suelo— ¿Estás bien?

¡Contesta! —insistía impotente desde la silla de ruedas.

Jack sintió miedo por primera vez desde hacía tiempo. Siguió llamando a

Ami pero no respondía. La habitación estaba helada, vio el vaho de su aliento salir

de su boca.

¿Qué está pasando? se preguntó mientras observaba con rostro de

preocupación cada palmo de la habitación.

Sentía la presencia de algo que no podía ver ni tampoco describir.

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Intentó mover las ruedas de la silla, pero no tenía fuerzas, lo que conseguía

era que cada vez que forzaba los brazos escurrirse más de la silla. Decidió volcar la

silla dejando todo su peso en uno de los lados hasta que la desequilibro y cayó al

suelo. Un fuerte dolor le azotó la espalda cuando tocó el frío suelo, pero la visión

de Ami inconsciente le dio fuerzas para moverse reptando hasta llegar a ella.

—Ami ¿estás bien? Contesta, por favor— decía Jack mientras con la débil

mano acariciaba el rostro de ella.

Ami comenzó a reaccionar, —¡Jack! ¿Qué ha pasado? —preguntó al verlo en

el suelo.

—Me has dado un susto de muerte. No ha sido buena idea entrar aquí,

vámonos no vas a encontrar nada en esas fotos.

Ami se incorporó lentamente, todavía la cabeza le daba vueltas. Masajeó su

cráneo con las manos para aliviar el dolor del golpe. Luego volvió a centrar su

atención en el frío gélido que sentía en todo su cuerpo. Sabía que el espíritu seguía

rondando en la habitación. Pero no iba a permitir que el miedo la alejara de su

misión. Cogió el álbum que había caído de la estantería, lo abrió y comenzó a

escrutar las fotografías junto a Jack. Ninguna cara le era familiar.

Jack le mostraba quiénes eran sus parientes. Había fotos de bodas,

comuniones y bautizos.

Ami fue perdiendo la esperanza poco a poco pues no encontró parecido

alguno con el espíritu que había visto en las dos ocasiones.

—Te dije que no encontrarías nada en estas viejas fotos— aseguró Jack.

—¿Por qué estás tan seguro?

Jack le contó el sueño que había tenido hacía días cuando se recordó de

pequeño jugando en el pasillo. Y la visión que había tenido de aquel hombre que se

suicidaba delante de él. Ami se quedó con la boca entreabierta de la sorpresa.

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—¿Por qué no me lo habías contado antes? Cuando te dije lo del olor a cigarro

puro.

—No lo sé. Temía sentirme ridículo.

Mientras estaban sentados en el suelo uno de los marcos de fotos que había

quedado en la estantería desequilibrado junto a varios libros cayó al suelo

haciéndose añicos. La foto quedó liberada en la alfombra. Ami estiró su brazo para

cogerla, al contemplar la imagen que aparecía exclamó sorprendida:

—¡Es el ángel!

Jack acercó el rostro para ver la fotografía y contestó:

—Es mi madre.

Ami lo miró, todavía incapaz de reaccionar. Su mente ataba cabos con

rapidez.

—Es el ángel que me habla en sueños. Tu madre me ha estado ayudando

desde que he llegado aquí, cuando pedí ayuda fue la primera en venir —dedujo

emocionada.

—¿De qué estás hablando? ¿Mi madre también está en tus sueños?

—Si he soñado con ella varias veces. Creo que también me guió para que

encontrara este trabajo. Quiere ayudarte, está claro —afirmó.

Jack contemplaba la foto ligeramente descolorida de una joven Giselle, en la

fiesta de presentación en sociedad, llevaba un vestido de gala blanco y vaporoso

con guantes a juego. Sonreía mostrando una dentadura blanca y perfecta. Aunque

siempre habían comentado que era un ángel lo que estaba diciendo Ami

traspasaba en demasía su imaginación. El dolor de su pérdida afloró de nuevo en

su pecho, oprimiéndolo.

Te está mintiendo, todas mienten, oyó Jack en su cabeza. —Tiene tus ojos. Es

bellísima.

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Ami comenzó a pensar por qué aquella foto se había desprendido de la

estantería, percibía que todavía había algo más en aquella estancia que se ocultaba

para ellos y Giselle quería sacarlo a la luz, ella también debía estar cerca, presintió.

Jack había empezado a ponerse muy nervioso, le temblaban los labios.

Intentaba moverse para salir arrastrando de la habitación.

—¡No sé qué coño quieres de mí! Ni sé con qué tipo de intención has venido a

esta casa ¿Por qué vienes a remover mi pasado? ¿No crees que tengo suficiente?

¿No crees que ya he pagado por mis pecados? ¡Déjame en paz!

Solo busca tu dinero como todas volvió a decir la voz en su mente.

Ami le tomó el rostro entre las manos y le preguntó:

—¿No me crees? —mirándole fijamente a los ojos— Yo no quiero nada, me

oyes, no quiero nada, solo ayudarte si me dejas.

—Meterte en mi vida, en mi pasado, no es ayudarme— contestó con los ojos

vidriosos— déjame que me vaya.

Ami se puso en pie, cogió la silla de ruedas y la acercó hasta Jack. Intentó

levantarlo pero sin éxito, Jack era un peso muerto.

—¡No puedo! —exclamó casi sin aire para hablar.

De pronto se fijó en el papel de la pared detrás de la mesa: había un trozo que

había amarilleado menos que el resto.

Dejó a Jack en el suelo y caminó hacia la pared.

Volvió a observarla de más de cerca. Apartó el sillón y comenzó a tocar el

papel deslizando la mano con suavidad.

Jack la miraba sorprendido.

—¿Qué haces? —preguntó.

—¿Fue aquí donde viste la mancha de sangre?

—Fue una fantasía de niño. ¡Déjalo ya! —exclamó.

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Jack estaba perdiendo la paciencia por segundos viendo que Ami hacía caso

omiso de sus palabras y comenzaba a tirar del papel de la pared arrancándolo

como guiada por una mano mágica, descubriendo otro papel más antiguo debajo.

Ami tiró hasta descubrir lo que allí se había intentado ocultar hacía tiempo;

una enorme mancha marrón oscuro.

Jack la miraba incrédulo:

—¿Qué demonios haces? —preguntó sin alcanzar a ver la pared que su

enfermera investigaba.

Ami apartó la pesada mesa gracias a que ésta descansaba sobre una alfombra

que hacía que resbalara con facilidad por el suelo.

Jack que observaba la escena desde el suelo, fue viendo como poco a poco iba

apareciendo una mancha oscura en su campo visual.

—¡No puedo creerlo! —dijo Jack mirando la pared con los ojos abiertos como

platos.

—¡¿Qué diantre está sucediendo aquí?! —exclamó Eusebi entrando de

repente en el despacho— ¿Querido qué haces en el suelo? —dijo al ver tumbado a

Jack sobre el frío suelo de barro— Espero tenga una buena explicación señorita

para tener a mi nieto de esta guisa —amenazó clavando unos ojos severos a Ami—

¡Qué es este desorden!

Eusebi miró la estantería y el papel arrancado en el suelo y se llevó las manos

a la cabeza.

Ami se quedó sin habla. Se había dejado llevar por la curiosidad, como si algo

o alguien la hubiera estado guiando. No había sido consciente de nada por unos

segundos.

—¡Ayúdeme no se quede ahí parada! —soltó Eusebi.

Ambos sentaron de nuevo a Jack en la silla.

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—Lo siento…yo…no sé qué me ha pasado —se disculpó Ami.

—Espero que mañana me informe con todo detalle de lo que ha sucedido esta

noche ¿De acuerdo señorita? —Afirmó con tono tajante mirando a Ami.

A la mañana siguiente después del desayuno Nieves pidió a Ami que la

acompañara hasta el salón. De camino Ami sintió como el corazón se le aceleraba,

no sabía cómo justificar el desaguisado del despacho.

Eusebi la esperaba con el rostro serio y con la impecable apariencia de cada

mañana. Seguía vistiéndose como si fuera a tener una reunión con unos directivos.

Nieves no tenía la intención de marcharse, se plantó de pie en el lado derecho cerca

del sofá que ocupaba Eusebi, clavándole los ojos, con una mueca torcida en los

labios.

Nadie la invitó a sentarse por lo que permaneció de pie frente al abuelo de

Jack.

Con aparente tranquilidad Eusebi plegó el diario depositándolo sobre sus

piernas, se quitó las gafas y las guardó en su funda.

—Señorita, en esta casa creo que la hemos tratado con respeto. Le hemos

dado cierta confianza en el trato con su paciente, aceptamos que vaya sin

uniforme, no nos metemos con sus costumbres ni con su religión, pero creo que

usted ha abusado de la buena fe de esta familia— explicó Eusebi.

—Yo siento…

Nieves la cortó:

—¡No sea maleducada! El señor Eusebi no ha terminado.

Parecía haber estado soñando con aquel momento. Nunca había

comprendido por qué Nieves siempre la había tratado con frialdad, captó Ami.

—¿Qué estaban haciendo a las tantas de la noche registrando en el despacho?

—interrogó. —Buscábamos fotografías de familiares —contó.

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Nieves no pudo contenerse, el rostro se le iba constriñendo por momentos.

—¡Cómo se atreve a husmear en la vida privada de esta familia! Se atrevió

incluso a robarme la llave del despacho ¿Qué clase de persona es? —interpeló

Nieves.

—¿Para qué las quería usted? —preguntó extrañado Eusebi.

La joven narró los acontecimientos con tanta claridad como pudo, ante los

gestos cada vez más escépticos de Nieves y Eusebi.

Nieves la observaba incrédula, pensaba que hacía muy bien su papel de

buena chica, pero a sus ojos veía claro que aquella joven buscaba algo m{s de “su”

familia.

—¡Semejante tontería! Es una excusa. Usted estaba buscando algo de valor

para robarlo— acusó Nieves que apretaba los puños cada vez más alterada.

Ami negaba con la cabeza las duras acusaciones de Nieves, pero no sabía

cómo defenderse y sentía que ellos ya tenían formada una idea de ella y de lo que

había sucedido.

Eusebi suspiró. Parecía sentirse afligido, en el fondo le dolía que aquella

joven le hubiera defraudado. Realmente apreciaba el trabajo que había hecho con

su nieto pero no podía quitarse la imagen de Jack tirado en el suelo mientras ella

arrancaba los papeles de la pared como fuera de sí. Tardaría en olvidar aquella

escena, meditaba.

—Como comprenderá señorita no voy a creerme que algún pariente está

pululando por esta casa como alma en pena. Me parece ridículo, ha traicionado

nuestra confianza e intenta burlarse de nosotros. Lo siento pero no puede

permanecer más trabajando aquí.

Nieves asintió satisfecha del veredicto de Eusebi. Pensó que ella jamás se

había tomado tantas confianzas durante los cuarenta y tantos años que había

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servido para los señores. Ahora sentía vergüenza ajena por aquella chica y pensaba

que en sus tiempos solo por eso hubiera ido a la cárcel y jamás nadie de su familia

hubiera encontrado un puesto de trabajo decente.

Jack se había despertado hacía diez minutos, esperaba ver entrar a Ami con el

desayuno pero cuando la vio pasar de largo hacia su habitación recordó la noche

anterior. Miró hacía el dormitorio de Ami, estaba haciendo las maletas, la ropa

comenzaba a amontonarse en su cama. Luego ya no la vio.

—¿Qué haces? —le preguntó desde la cama— ¿Y mi desayuno? Ami no

respondía se había encerrado en el baño, lloraba sentada sobre la tapa del WC.

Había comenzado a interiorizar, necesitaba meditar lo que había sucedido. Sentía

que se había implicado demasiado y debía dejarlo correr. Quizá después de todo

no estaba allí para desenterrar viejos fantasmas, cavilaba.

Jack intuía que su abuelo la había despedido. Nadie la creía, él mismo ya

dudaba incluso de lo que había vivido.

Ensimismado en sus pensamientos intentaba encontrar una explicación a su

recuerdo de la infancia, al intenso frío que sintió en el despacho, todo era difícil

para él, pero lo más extraño de asimilar era que Ami hubiera soñado con su madre

sin haberla visto antes. Si eso fuera verdad podría ser verdad también los vagos

recuerdos de un sueño que tuvo donde su madre era un ángel y le hablaba, donde

parecían estar en el cielo en una hermosa pradera. Eran demasiadas cosas que

desafiaban a su mundo. Pero si no apoyaba a Ami se marcharía para siempre. Si no

creía en lo que había visto la perdería para siempre.

—Supongo que me has llamado para hablar sobre lo que pasó ayer noche—

dijo Eusebi cogiendo una silla y acercándola a la cama de Jack.

—He pedido que vinieras para que le deis una oportunidad a Ami. Ella no es

una ladrona, solo quería ayudarme.

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—Hijo no te dejes envenenar por las fantasías de una demente.

—No es una demente, ella es especial, puede ver cosas que los demás no

podemos ver. Porque sea diferente no vamos a castigarla. Yo ahora también soy

diferente, ya no soy el Jack de antes, ahora iré en silla de ruedas y no por eso la

gente tiene derecho a pensar que soy un bicho raro y darme de lado.

—¿Tú la crees? ¿En serio crees que hay un fantasma en esta casa y que se

oculta en el despacho?

Jack vaciló, tenía miedo de oír su propia respuesta. Ya no habría marcha

atrás.

Meditó por unos segundos.

—Al principio no la creí pero cuando vi la mancha de sangre en la pared ya

no pude dudar. Cuando era pequeño vi como un hombre se pegaba un tiro en ese

despacho. Fui corriendo asustado llamando a mi madre. Ella me acompañó hasta

el despacho de nuevo y no había nada. Pero yo lo viví como real, lo vi con mis

propios ojos. Aquel hombre fumaba puros habanos. Ami había sentido el olor de

cigarro antes que yo le contara nada. ¿Te contaron alguna vez algo de esto?

Eusebi se frotaba la frente. Luego miró con preocupación a su nieto. Pensó

que estaba más influenciado por su enfermera de lo que imaginaba.

—Esa mancha puede ser cualquier cosa. No te dejes arrastrar por la fantasía.

Sé que tienes mucho tiempo para pensar. Jack debo hacerte una pregunta… —

carraspeó— ¿Has vuelto a consumir algo de droga? ¿Te la está suministrando tu

enfermera?

El gesto de Jack se transformó. —¿Cómo puedes pensar eso? No tomo nada

desde que estoy aquí postrado, ni siquiera podía mover los brazos hasta hace unos

días —le miró sorprendido—. No me crees, pero no importa, ahora sé que lo más

importante es creer en uno mismo. Yo sé lo que vi, yo sé lo que he soñado, no estoy

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loco, todo esto me ha servido para volver a tener confianza en mí mismo.

Eusebi se frotó la frente con mano temblorosa, aquello le estaba

sobrepasando.

—Soy demasiado mayor para estas cosas —comentó levantándose de la silla.

—Ami se queda —sentenció Jack.

—Está loca, no puede quedarse aquí. Todos corremos peligro viviendo con

ella.

—Si ella está loca, yo también lo estoy porque la creo. No debes quedarte si

no quieres.

Eusebi se paralizó de pie frente a Jack.

—¿Me estás diciendo que me marche?

—Sólo digo que ella se queda. Aún tenemos cosas que resolver.

—No puedo permitirlo —murmuró Eusebi al salir de la habitación de Jack.

El despacho estaba abierto cuando Eusebi paso por el pasillo, observó como

Candelaria recogía los desperfectos de la noche anterior. Entró y se acercó para ver

mejor la mancha de la pared, observó que era color marrón.

¡Qué imaginación tienen estos jóvenes! Eso podría ser cualquier cosa, café,

pintura, aceite… pensó.

Observó que el papel era más antiguo que el del resto de la sala. Se acercó

hasta que tocó la superficie de la pared. Notó con sus manos que había una

pequeña zona más rugosa que el resto, en esa pequeña zona no había papel.

Intrigado fue hasta el escritorio y cogió un abrecartas afilado con

empuñadura de marfil y bronce.

Candelaria lo observaba de reojo, nadie le había explicado todavía el porqué

del desorden de aquella habitación. Había aprendido a no preguntar, al principio

lo hacía por costumbre pero Nieves le había cortado fríamente cada vez que

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intentaba alimentar su curiosidad sobre la familia a la que atendía. Se sintió

molesta de que Ami no hubiera sido sincera con ella cuando le sacó la

conversación de las llaves.

¿Acaso piensa que soy estúpida?, cavilaba.

Eusebi comenzó a rascar el yeso, comprobó que salía con facilidad, estaba

estropeado del tiempo y el húmedo clima de la costa. Rascó hasta que topó con

algo duro. Pidió a Candelaria que le trajera una linterna, por unos momentos se

sintió ridículo ¿Qué se suponía que estaba haciendo? Se preguntó.

Había hecho un agujero en la pared porque inconscientemente necesitaba

creerle a su nieto, no quiera alejarse de nuevo de él, eso no podría soportarlo.

Candelaria vino con la linterna.

Eusebi enfocó con la luz. Siguió insistiendo con el abrecartas hasta que

desprendió el objeto que cayó al suelo. El rostro de Eusebi palideció por segundos,

se sentó en el suelo fatigado, no podía dar crédito a lo que tenía en las manos.

Era la segunda vez que la despedían, pensaba Ami con tristeza. Había dejado

cajas en la habitación para que se las enviaran a su nueva dirección cuando la

tuviera. Salió arrastrando su pequeña maleta de ruedas.

Contempló la habitación por un instante. No quería marcharse, se sentía a

gusto en la casa, le había cogido cariño a todos, pero en especial a Jack. Su

evolución personal la dejaba cada día más sorprendida. Le agradaba saber que le

había ayudado en algo. Sus ojos habían cambiado, ahora cada vez eran más

relajados, su rostro más apacible, notaba su transformación, la alquimia que estaba

sucediendo en su interior. Le apenaba no poder verlo más.

—¡Quédate! —pidió Jack mirándola a los ojos al verla pasar junto a él.

Observó que su rostro estaba teñido de tristeza y tenía la mirada baja.

Ami se detuvo a los pies de la cama. Dejó su maleta y se sentó al borde de la

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cama.

—Nadie cree en mí, nadie me apoya. No tengo necesidad de que creáis en

fantasmas o ángeles pero que me traten de ladrona, por ahí no paso —dijo.

—Yo sí creo en ti, pero primero he tenido que creer en mí, en lo que vi, en mis

sueños, en mi madre, y eso ha sido más difícil —afirmó.

Ami sonrió al oír las palabras de su paciente, sentía una profunda alegría por

él. Ella también sabía que lo más difícil en esta vida es creer en uno mismo.

—Entonces ha merecido la pena mi despido.

Ami cogió la mano de Jack y la apretó con fuerza. Los ojos se le habían

humedecido y las lágrimas corrían sin freno por sus mejillas.

—Eres un valiente —le dijo— corazón valiente.

—No te vayas —le rogó.

Ami sintió que la despedida era más difícil de lo que quería aparentar, tenía

miedo de los sentimientos que Jack había despertado en ella.

Se acercó a su rostro y le dio un beso en la frente.

—Cuídate —le dijo con ojos vidriosos.

Ami se levantó cogió de nuevo su maleta y se dispuso a salir.

Jack sintió una punzada en el corazón, una sensación de miedo le inundó.

—No puedo continuar si tú no me ayudas. No puedo —manifestó.

Ami no pudo volver a mirarle. Aquellas palabras le habían retumbado

directamente en el corazón. Salió de la habitación con el corazón agitado, con los

ojos inundados de lágrimas y tirando de la maleta como si llevara toda la culpa del

universo allí metida.

En el pasillo se topó con Eusebi que se dirigía hacia la ellos.

Ami no se paró.

—¡Espere Señorita! —dijo Eusebi.

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Pero no se detuvo. Salió de la casa por la cocina, como siempre había hecho,

por la puerta del servicio.

Candelaria al verla llorar salió detrás de ella, hasta que la detuvo justo antes

de abrir la puerta de la calle.

—¿Pero qué pasó? ¿Por qué te han echado? —preguntaba Candelaria

mientras la abrazaba— ¿Todo esto tiene que ver con el desorden del despacho, no?

La señora Nieves ha dicho que robaste la llave para entrar por la noche. ¡No me lo

creo! Tú no eres ninguna ladrona ¡esa bruja! —dijo mientras le enjugaba las

lágrimas.

Eusebi había entrado en el dormitorio de Jack, este se encontraba mirando la

televisión a todo volumen. Estaba parado con los brazos rectos. Cuando vio entrar

a su abuelo le lanzó una fría mirada.

—Ya estás contento, se ha marchado de la casa —soltó Jack.

—Precisamente venía a hablar con vosotros. La he intentado detener pero no

me ha escuchado.

Jack le miró sorprendido.

—¿Te has arrepentido? —¡Parece increíble! Pero estáis en lo cierto —dijo

Eusebi depositando un pequeño objeto metálico en la mano de Jack. — ¿Qué es

esto? —preguntó al no poder identificar la deforme pieza de metal.

—¡Es una bala! —exclamó con entusiasmo— Estaba incrustada en la pared,

justo en el centro de la mancha. La habían tapado con yeso, pero no se molestaron

en extraerla. Estoy muy confundido. No sé que pasó en ese despacho, nunca me

habían contado nada. Jack, siento no haber creído en ti.

Jack rió preso del asombro mientras tocaba la bala. Miró a su abuelo y le dijo:

—La duda te hizo entrar en la habitación. Aunque solo un poco, pero creíste

en mí. ¡Gracias abuelo!

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Eusebi le dio un beso en la frente a su nieto y luego lo abrazó con fuerza.

Los minutos se le habían hecho eternos mientras el taxi llegaba a Bella

Villeroy. Cuando Ami vio el coche detrás de la verja sintió un profundo alivio.

—Lo siento me he saltado el desvío ¡Qué raro no es la primera vez que vengo!

—dijo el joven taxista mientras se rascaba la coronilla.

Candelaria había estado todo el tiempo a su lado. Le ayudó a cargar la

maleta. Ambas amigas se abrazaron. Candelaria lloraba, aquellas escenas eran tan

parecidas a las historias de los culebrones que seguía fervientemente.

—¡Deténgase señorita! se lo ruego —gritaba Eusebi desde la puerta principal.

Ami contempló desde el taxi como Eusebi corría agitando la mano y detrás

Nieves le perseguía diciéndole que tuviera cuidado con su delicado corazón.

Eusebi, casi sin aliento llegó a la verja de hierro que los separaba.

—Por favor —dijo tomando aliento— Acepte mis disculpas —tomando

aliento de nuevo— Quédese, se lo ruego, ha sido todo un malentendido.

Candelaria al oír las palabras de Eusebi se tomó la ligereza de sacar la maleta

de Ami del taxi.

Nieves no decía palabra alguna, se mantenía al margen de la situación. No

entendía por qué el señor Camps había decidido perdonarla. Pensó en contar allí

mismo que Ami se acostaba con Jack, pero se reprimió. Se limitó a observar la

escena reprimiendo los celos que estaba sintiendo al ver como Eusebi cogía

suavemente del brazo a Ami y la guiaba de nuevo hacia la casa por la puerta

principal como si fuera una princesa.

Nadie se había tomado tantas molestias con ella, pensó con tristeza. Se quedó

minutos en el portal de la casa ensimismada en sus pensamientos. Recordaba

cuando cada noche, después de cenar iba a leer un rato al salón. Allí se encontraba

con Eusebi. El hombre miraba la televisión mientras ella lo observaba con

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disimulo. Para ella era suficiente sentirlo cerca suyo, aunque no intercambiaran

una sola palabra en toda la noche. Imaginaba cómo sería su vida si hubieran sido

marido y mujer.

Todavía seguía enamorada de él, había sido el amor de su vida, un amor

imposible. Aun podía recordar sus besos, sus abrazos cuando se escabullía por las

noches a su cuarto para hacerle el amor. Habían pasado muchos años de eso, pero

seguía recordándolo como si hubiera sido ayer. Tantas atenciones con una joven

extraña y a ella ni siquiera le había preguntado cómo se encontraba, qué era de su

vida, después de tantos años sin verse. A ella seguía viéndola como una sirvienta

de clase baja, alguien que no merecía la pena, alguien con quien no debía

relacionarse. Cavilaba con tristeza.

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12 Verdad incómoda

Manel se presentó a media tarde en la mansión de su jefe. Esta vez, para su

asombro, no se encontró con la negativa de la ama de llaves que directamente lo

acompañó hasta la estancia de Jack.

—¿Manel? —dijo desprevenido al ver a su amigo entrar con una gran sonrisa

en el rostro. Su abogado vestía informal con unos tejanos y una camiseta azul que

le apretaba por el vientre. Jack cesó los ejercicios con los tensores que fortalecían

sus músculos e invitó a su amigo a sentarse en el sillón junto a su cama.

Nieves se marchó trayendo al rato un café con pastas para Manel. Lo depositó

en la mesa de cristal y se marchó. —Después de cómo te traté la última vez que nos

vimos, ¿aún vienes a visitarme?

—Eso suena a disculpas, pero no las necesito, no estabas en un buen

momento.

Manel fue poniéndole al corriente de los negocios. Sobre las importantes

adquisiciones que habían tenido lugar en aquellos tres últimos meses gracias a la

pericia de Antoni Jover. Jack estaba alegre de conversar con Manel, se sentía

transportado de nuevo al despacho de la empresa, cuando nada había sucedido

entonces, pero las cosas habían cambiado, ahora no se sentía tan entusiasmado al

oír de temas empresariales. —¿Y tú que tal estás? ¿Cómo está tu mujer y tu hija? —

le preguntó cortando el tema de las finanzas y la subida de la bolsa.

Manel lo miró extrañado, ni siquiera hubiera imaginado que su jefe se

hubiera acordado de si su retoño era niño o niña.

—¡Vaya! ¿Dónde está la cámara oculta? —Bromeó Manel mirando por todas

las paredes.

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Jack rió con Manel.

—Desde luego no te reconozco. Pero me gustas más así. Eres un poco más

humano. Ellas están bien, esta mañana hemos paseado por la playa. Mi mujer me

ha animado a venir a visitarte.

Jack bajó la mirada entristecido y soltó un largo suspiro. —Siento haber

querido arrastrarte en mi basura, lo siento mucho, en el fondo envidiaba tu familia,

tu felicidad, mi vida era patética —se sinceró.

—Todo eso forma parte del pasado. Creo que ahora estoy conociendo al

auténtico Jack y me gustas más. Parece que te ha hecho falta un buen golpe para

salir amigo. —Eres la única persona que se ha molestado en venir a verme. Creía

que tenía muchos amigos pero solo era humo, toda mi vida era de humo, un humo

negro y asqueroso.

—Bueno no nos pongamos en plan derrotista, también te lo has pasado

genial… ¡menudas mujeres han pasado por tu vida! bueno…por tu cama —rió

Manel.

—Pero no sé nada de ellas, ni siquiera sabía sus gustos, ni sus comidas

favoritas, ni qué religión profesaban, ni siquiera si le gustaban las rosas blancas o

amarillas. Eran auténticas desconocidas.

—Porque nunca te molestarías en preguntarles.

—Cierto, no me importaban, ni yo les importaba a ellas. —¡Qué profundo te

has vuelto! —bromeó Manel. Luego miró a Jack y le preguntó:

—¿Estás bien? ¿Puedo ayudarte en algo? ¿Quieres compañía femenina? —

preguntó guiñándole un ojo.

Jack le lanzó una fría mirada.

—Lo siento, he dicho una estupidez, soy un torpe —se disculpó Manel con

gesto afligido.

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Se hizo un silencio molesto entre ambos por unos segundos hasta que Ami

entró en la habitación por la balconera que daba al jardín. Venía de pasear por la

playa con Doris.

Hacía un día especialmente soleado para ser principios de la primavera. El

sol, había dado un sano color a su rostro y llevaba su largo cabello suelto.

Estaba hermosa, pensó Jack.

Se acercó a Manel para saludarlo con un fuerte abrazo. A Ami le inspiraba

confianza desde que lo vio por primera vez. —Vengo a buscar un libro y ya os dejo

solos —dijo y caminó rauda hasta su habitación. Luego salió sonriéndolos al pasar

por su lado.

Manel quedó embelesado de la calidez de su abrazo. — ¡Vaya! Ahora

entiendo tu recuperación; tienes a Mary Poppins como asistenta, es un encanto de

mujer. Si no estuviera casado iría a por ella ¡es mi tipo! —afirmó siguiéndola con la

mirada por el jardín.

—Ya tiene pareja. El imbécil de mi fisioterapeuta le ha echado el lazo, un

guaperas sin seso. Tendrías que verlo, parece salido de un anuncio de pasta

dentífrica —soltó Jack mientras cogía una pelota con gesto brusco para ejercitar los

dedos.

—Suele ser el tipo de hombres que tiene éxito con las chicas. Tú lo sabes

mejor que nadie —Manel le guiñó un ojo— Aunque parece que te molesta que

ahora delante de tus narices haya conquistado a tu enfermera —declaró.

—No seas idiota ¡qué me importa! lo siento por ella porque merece algo más

que ese pelele pretencioso. No la ama y cuando ella se dé cuenta sufrirá y no se lo

merece —dijo apretando la pelota cada vez más fuerte.

Manel intuyó que algo le estaba sucediendo a su amigo que jamás se había

preocupado por nadie, menos por una mujer, pensó.

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—¿Pareces celoso? ¿No te habrás enamorado de ella? —preguntó temeroso de

los arranques de ira de su Jefe. Dejó de apretar la pelota de goma y le clavó una

gélida mirada, Manel tuvo que girar el rostro, los fríos ojos de Jack traspasaban el

alma.

Jack al percibir la reacción de su amigo recordó cuantas veces le había hecho

agachar la cabeza. Ahora ya no se sentía igual de vencedor, sentía haberlo

humillado en tantas ocasiones. De nuevo había vuelto a hacerlo y se sentía mal. —

Perdona aún me cuesta controlar mi genio. Me ha dolido oír esas palabras.

—Porque son ciertas, la verdad duele amigo.

—¿Cómo sabes si estás enamorado? —preguntó y al instan te se sintió

incómodo de la pregunta que había formulado. —¿Qué sientes imaginando a Ami

besando, abrazando a Iván?

—Asco.

—Imagina que Iván se casara con ella, se la llevara lejos de aquí ¿Qué sientes

si no la pudieras volver a ver?

—Dolor.

—Pues eso digo yo será amor. La quieres.

—¿Y si es amistad? Paso muchas horas con ella, como puedo diferenciarlo.

—¿Te gustaría besarla? ¿Te gustaría tenerla entre tus brazos, cuidarla,

protegerla? —interrogó Manel.

Jack no respondió, apartó la mirada de su amigo, imaginaba todas aquellas

imágenes en su mente. Hasta ahora, solo había visto esporádicas escenas que le

enviaba el subconsciente donde siempre era Iván el que amaba a Ami, nunca se le

había pasado por la cabeza imaginarse que ella estaba entre sus brazos que la

besaba en los labios, al visualizarse junto a ella que le sonreía y le acariciaba el

rostro, sintió una burbujeante energía que subía desde su estómago y que se alojó

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en su pecho, abriéndolo. Aquel sentimiento le dio miedo.

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13 A flor de piel

Hacía dos días que los trabajadores habían terminado la piscina climatizada.

Iván había aconsejado la construcción de una piscina adecuada para la

rehabilitación de Jack. El arquitecto la había diseñado en el sótano de la casa donde

Jack tenía el gimnasio. También habían instalado un amplio ascensor para bajar

con la silla de ruedas que comunicaba con el sótano.

El gimnasio contaba con espalderas de madera, colchonetas, pelotas de varios

tamaños, tensores. Incluso le habían colocado dos barandillas, que se adentraban

en el agua.

Ami señaló entusiasmada unas barras paralelas mirando a Jack con un gesto

de aprobación.

Iván bajó la silla de Jack hasta que tuvo el agua hasta el cuello.

Jack agradeció de nuevo el refrescante contacto con el agua.

Ami se metió en la piscina con él enfundada en un bañador azul turquesa.

—Empezad con movimientos suaves, ahora vengo me he dejado la tabla de

ejercicios arriba —dijo Iván.

Ami cogió los brazos de Jack, estaba entusiasmada de verlo en el agua

progresando a pasos agigantados, lo miraba fascinada por los suaves movimientos

que iba realizando con los hombros. Comenzó a salpicarle agua en la cara,

haciendo reír a Jack, éste a su vez le respondió lanzándole agua con la boca.

Cuando volvió Iván los encontró riendo y jugando con el agua. Una mezcla de

sentimientos de tristeza le invadió. Pensó que había perdido la oportunidad de su

vida, Jack se estaba recuperando física y emocionalmente, ya no le volvería a pedir

la eutanasia, ahora estaba seguro viendo como reía las bromas que Ami le hacía.

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Sentía que Ami le hacía querer seguir vivo, ella era la culpable de la recuperación

de Jack y eso solo podía significar una cosa: amor. Reflexionó parado en la puerta

del ascensor.

—Desde hoy haremos los ejercicios en este magnífico gimnasio, lo tenemos

todo a mano —dijo disimulando su decepción. Se quitó la camiseta y los

pantalones del chándal quedándose en bañador. Luego caminó lentamente por la

rampa mientras lucía su musculosa figura.

Jack lo miró con desprecio al ver que se acercaba a Ami demasiado.

—Os dejo, el agua no es mi auténtica pasión —dijo Ami.

La joven salió del agua, se colocó el albornoz y se sentó en una de las

colchonetas que había junto a las espalderas para observarlos desde la distancia.

Iván miró a Ami y le sonrió.

—Gracias a este trabajo he conocido a la mujer de mi vida. Me gustaría

hacerle un regalo especial ya sabes…quisiera llevarla a la suite de un hotel

romántico ¿me aconsejas alguno? —dijo Iván mientras se colocaba junto a Jack.

Jack le clavó la mirada y sus ojos desprendían la ira que surgía de sus

entrañas.

—Sí, conozco un motel de dos estrellas en la autopista que creo te podrás

permitir —masculló Jack hirviendo de odio.

Iván complacido obtuvo la respuesta y la reacción que buscaba.

—Creo que con una cama en cualquier sitio nos bastará —respondió Iván.

—Ya estoy cansado ¡sácame de aquí! —ordenó impaciente— ¡Ami quiero

salir!

Ami se levantó de golpe y los miró anonadada.

Iván con disimulo sonrió maliciosamente.

Ami acudió rápidamente para accionar la rampa que sacaría a Jack de la

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piscina en la silla.

—¡Llévame a mi habitación! Iván ya se marcha —ordenó.

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14 Mirar atrás

Eusebi estaba sentado en el escritorio del antiguo despacho de su padre.

Había estado preocupado dándole vueltas al asunto. Desde que desincrustó la bala

de la pared no había dejado de escudriñar sus recuerdos. Cuando era pequeño

aquella era una habitación prohibida para él. Recordaba la primera vez que entró

cuando cumplió doce años.

La mañana de su cumpleaños se despertó entusiasmado: la noche anterior su

padre le había dicho que tenía un regalo especial para él.

Después de la fiesta con sus amigos, su padre lo mandó llamar le dijo que le

esperaba en el despacho ¡En el despacho! pensó emocionado. Allí solo se reunía con

los empresarios que invitaba de vez en cuando a pasar un fin de semana con ellos.

Aquella habitación albergaba para él todos los misterios de los hombres, la

imaginaba llena de armas, puros habanos y documentos secretos.

Llegó hasta la puerta acompañado por una sirvienta vestida con cofia. Ella

misma tocó para pedir permiso. Su padre lo hizo esperar unos minutos plantado

en la puerta. En aquellos momentos de espera, imaginó cómo su padre escondería

su arma más preciada: un arma con empuñadura de marfil en una caja de ébano.

Su padre le abrió la puerta con una cordial sonrisa. La imagen la recordaría

siempre; vestido con un traje color canela, el bigote retorcido hacia arriba por los

bordes y el cabello rojizo aplastado, con un puro habano entre los dedos.

Cuando pasó el umbral de la puerta sintió que había sido iniciado al mágico

mundo adulto. El despacho era mucho mejor de lo que había imaginado. Su padre

orgulloso le enseñó las cabezas disecadas de ciervos y jabalíes, mientras él miraba

boquiabierto la colección de armas de las vitrinas.

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—Ahora ya eres un hombre —le dijo. Aquellas palabras le hicieron tan feliz

recordaba. Sabía que desde ese momento podría estar más tiempo con él y ser

tratado con respeto.

Su padre le hizo sentar en uno de los sofás orejeros y le ofreció una copa de

coñac, el sabor le pareció horrible pero lo tragó, pensó que era una de las pruebas

de hombría, no podía defraudarlo.

Después de unos minutos de charla su padre le ordenó levantarse mientras se

dirigía hasta una de las vitrinas. Sacó uno de los rifles y lo depositó con pomposo

ceremonial sobre sus manos que temblaron al notar el peso del arma. Con los ojos

abiertos como platos observó el rifle que ahora le había sido entregado, se sintió

como un héroe pistolero. Fue uno de los días más felices de su infancia. Por

primera vez notó que su padre le estimaba. El rifle lo acompañó en las múltiples

cacerías que organizaron durante años juntos.

Ahora sentado de nuevo en aquel sillón, sesenta años después observaba el

viejo rifle tras la vitrina y las piezas de caza disecadas en la pared. Aquellas

cabezas eran las únicas testigos de lo que allí había sucedido. Había estado todo el

día revisando fotografías, papeles, intentando averiguar quién pudo morir en el

despacho y por qué. Alguien se quitó la vida en esa habitación donde solo los

hombres podían entrar, aquel lugar sagrado de masculinidad.

¡Qué mejor sitio para morir!, pensó Eusebi mientras intentaba ordenar las

amarilleadas fotografías que tenía en sus manos. Había mandado estudiar la bala

para identificar el año y el arma que la pudo disparar. El informe de balística decía

que la bala de nueve milímetros pudo pertenecer a una pistola Astra modelo 400

que comenzó a utilizarse en los años veinte por el ejército español.

Dedujo que la misteriosa presencia posiblemente había muerto antes de que

él naciera.

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¿Cómo podrían deshacerse de él si no sabían quién era y lo qué quería de su nieto?

Estaba anocheciendo, ya ni las lentes podían hacerle distinguir los rostros de las

fotografías desparramadas sobre la mesa de caoba. Había apartado todas las fotos

donde salían hombres que no conocía, quería llevárselas a Ami para que las

volviera a mirar con detenimiento. Quería llevar el suceso personalmente, se sentía

responsable de que el fantasma estuviera todavía en la vieja casa molestado a su

nieto. Haría todo lo que estuviera en su mano para devolver la paz a su familia.

Eusebi estiró su brazo para encender la vieja lámpara de Tiffanys que su

madre había comprado en Nueva York, pero al tocar el interruptor sintió una leve

descarga eléctrica subir por su brazo; la bombilla se había fundido. La habitación

se había quedado casi en la penumbra.

De pronto sintió un aire frío en la nuca. Se levantó del asiento y miró a su

alrededor. Salió de detrás de la mesa y con cuidado fue palpando los muebles para

guiarse hasta la lámpara más cercana de la librería. El frío se hacía cada vez más

intenso, casi podía ver el vaho de su aliento. Se dijo a sí mismo que eran los

nervios. Con el puñado de fotos todavía en la mano, caminó hasta la librería.

Cuando la tuvo cerca sintió un golpe en la mano que le hizo soltar las fotografías,

desparramándolas por el suelo.

Se asustó, su débil corazón comenzó a palpitar a más velocidad. Notaba que

había alguien más con él en la habitación.

De pronto una oscura sombra se reflejó en la vitrina.

—¡Socorro! —gritó— ¡Socorro! —chilló de nuevo.

En la habitación de Jack, jugaban al ajedrez en la mesita plegable. De repente

Jack detuvo el avance de su pieza de ajedrez. Ami acababa de ganarle un peón y

saltaba de entusiasmo cuando Jack le tapó la boca:

—¿Has oído eso? —preguntó Jack.

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De nuevo la amortiguada voz se oyó desde la habitación. Ami se asomó al

pasillo, estaba a oscuras, pero la voz provenía del despacho y no salía luz alguna

por la puerta. El vello del cuerpo se le erizó. Dudó unos segundos, temía volver a

ver la figura fantasmal cerca del pasillo y esperó hasta que volvió de nuevo a oír la

llamada de auxilio entonces corrió hacia el despacho.

La habitación estaba en penumbras, pero pudo apreciar la figura de Eusebi

arrinconado en una de las librerías. Ami encendió la luz y se acercó al anciano:

—¿Se encuentra bien Señor Camps? —preguntó al ver la cara desencajada del

anciano.

—¡He visto esa cosa! Estaba ahí al lado de la vitrina de armas ¡Lo he visto! —

afirmó Eusebi.

Ami recogió las fotografías del suelo y acompañó al anciano que todavía

caminaba como si el fantasma le pisara los talones, hasta la habitación de su nieto.

Jack escuchaba asombrado como su abuelo explicaba la presencia que había

visto en el despacho y cómo había sentido el manotazo que le había hecho caer las

fotografías que sostenía. Ami fue repasando las fotografías sin poder identificar a

ninguno de los antiguos rostros que posaban en aquellas instantáneas. El fantasma

iba a seguir siendo un desconocido para ellos, por el momento.

—¿Qué es lo que quiere? —preguntó Eusebi mirando a Ami con ojos de

desesperación.

—Es un alma que no ha hecho el tránsito, no ha querido dejar la energía de la

tierra. Está atascada entre dos mundos, ni está con los vivos ni está con los

ángeles. Vive de las emociones ajenas, emociones que le son muy familiares, suele

recrearse e intensificar estados de rabia, odio, posiblemente los últimos momentos

de su vida fueron así. Empecé a notar que cuando su nieto tenía estados de ánimo

negativos ese espíritu se acercaba cada vez más y más. Daba la impresión de que

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disfrutaba con eso. Es su manera de sacar energía, de alimentarse.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó— ¡Eso es horrible! —No darle lo que

busca. En verdad estamos rodeados de todo tipo de seres de más o menos

consciencia, aunque no somos capaces de verlos con nuestros ojos ni ellos a

nosotros. Solo los atraemos cuando nuestro estado emocional vibra a una

frecuencia similar. Nosotros escogemos si queremos estar rodeados de seres de luz

o de sombras. Siempre tenemos el mando, nunca perdimos el poder de manejar

nuestra vida, solo que lo hemos olvidado.

—¿Entonces no tenemos que llamar a una médium o algo así para

deshacernos de él?

—No. Perderás la lección que tiene para ti esta situación si le das la

responsabilidad a otro. Encontraremos la solución entre todos ¡Ya verás! —

concluyó Ami con una certeza absoluta.

Eusebi se había quedado más tranquilo al sentir las palabras de Ami. La

conversación le había hecho reflexionar. Jamás había visto tomar una situación de

ese modo. Cuántas veces había relegado su poder, su mando a otras personas

cuando se trataba de enfrentar emociones. No se acordaba pero habían sido miles

de veces.

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15 Almas afines

Jack estaba más enfadado que de costumbre. Hacía los ejercicios a

regañadientes en la piscina sin dirigir la palabra a nadie. Solo él en su interior,

sabía realmente lo que le sucedía.

La tristeza le invadía, los celos se iban haciendo cada vez más evidentes para

él. Ahora estaba seguro que eran celos de Iván no porque gozara de una perfecta

salud, sino por tener el corazón de Ami. Ahora estaba más seguro que nunca.

Cuando Iván estaba cerca de ella observaba cómo le hacía inocentes caricias,

miradas cómplices y le dolían más que cualquier cosa. Hacía semanas que salían

juntos los domingos y él lo sabía.

Ami había intentado animar a Jack durante la tarde ofreciéndole juegos, pero

las negativas se iban sucediendo una tras otra.

Jack seguía mirando la televisión.—¡Vamos sube en la silla! —le ordenó Ami

mientras le acercaba la silla de ruedas a la cama.

—¿Dónde vamos? —preguntó.

—Ahora lo verás.

Jack subió a regañadientes en la silla, todavía no tenía suficientes fuerzas en

los brazos pero había mejorado mucho desde que saliera por primera vez en la silla

la noche de la salida al despacho.

Ami se dirigió fuera de la habitación hacia una de las puertas frontales del

ancho pasillo. Cuando Ami abrió la puerta Jack sintió un delicioso olor a lavanda,

miró sorprendido hacia la bañera redonda del baño principal: estaba llena de velas

encendidas por las repisas y algunas por el suelo alumbraban delicadamente la

estancia.

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Jack giró confundido el rostro hacia Ami esperando una explicación.

—Te he visto muy triste y nervioso estos últimos días. Creo que te sentirás

muy bien después de tantos meses volver a tomar un baño como Dios manda. Le

he puesto esencias relajantes para que te liberen de todas las tensiones que se te

han acumulado —sonrió mientras le masajeaba los hombros.

—No creo que me sirva de mucho —contestó.

Ami comenzó a desnudarlo, acercó la silla a la grúa eléctrica, le colocó el

arnés y lo elevó, le estiró las piernas hasta depositarlo dentro de la bañera.

Jack relajó la cabeza apoyándola en un cojín que Ami le había preparado.

—Cuando quieras salir del agua me avisas.

Ami se dirigió hacia la puerta.

—No te vayas por favor —rogó mirándola con tristeza— cuéntame alguna de

tus aventuras por esos países donde viajas.

Ami titubeó.

—¿No prefieres relajarte aquí solo? —le preguntó. —Estoy harto de la

soledad.

Ami se sentó en un taburete de madera, cogió una esponja de baño natural y

comenzó a enjabonarle los brazos.

—¿Sabes cómo me lavaba cuando estaba en la India? llenaba un barreño con

agua tibia me enjabonaba todo el cuerpo y luego con un cacito de plástico me iba

enjuagando, así —le mostró dejando caer agua con un tapón de champú desde dos

palmos de altura.

Jack sonrió, mientras observaba como jugaba con la esponja en su cuerpo. El

silencio comenzaba a ser molesto entre ellos. No pudo contener el impulso de

tenerla allí tan cerca entonces cogió su rostro con las manos, lo acercó hasta él y

besó sus labios.

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Un torrente de sensaciones inundó todo su ser en aquel instante.

Ami sintió una electrizante energía que le recorrió todo el cuerpo, el corazón

le comenzó a latir velozmente, notaba como le sostenía el rostro con fuerza, sus

labios se le antojaron cálidos y deliciosos.

Ami apartó los labios mirándolo entre abochornada y abrumada por aquel

beso robado.

—¿Por qué has hecho eso? —preguntó.

Jack apartó los ojos, incapaz de explicar sus sentimientos. ¿Cómo decirle que

sentía algo por ella? ¿cómo decirle que estando ella a su lado había olvidado que

ya no podía caminar? Y que incluso había dejado de importarle.

Jack bajó el rostro.

—Lo siento, me he dejado llevar por el momento, no he pensado.

Ami lo miró con desconfianza, recordaba los chismes y comentarios que

había oído de Candelaria sobre la larga lista de amantes y las indecorosas juergas

que había tenido su jefe.

—¿Qué estás pensando? No soy de esos que abusan de sus empleadas, nunca

me ha hecho falta —contestó con arrogancia.

Ami se levantó turbada y salió del baño:

—Has quebrado la confianza que había entre nosotros —le dijo antes de dar

un portazo.

Jack apoyó la cabeza en el respaldo de la bañera mirando hacia el techo,

estaba preocupado por lo que estaría pensando de él en esos momentos, aunque no

se arrepentía de haberla besado, todavía sentía la energía de ella en su boca, aquel

beso había sido lo mejor que le había sucedido en mucho tiempo. Y la sonrisa no se

borraba de su rostro.

Pasado un rato, Ami volvió para sacarle de la bañera. No cruzó palabra con

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él. Estaba afectada por el beso. En verdad no le tendría que haber molestado tanto.

Pensaba.

A veces en la residencia algunos ancianos seniles le habían dado cachetes en

el trasero aunque ella siempre los ponía en su lugar y no volvía a repetirse. Pero

aquel beso era diferente, no lo había sentido como algo frívolo. Aunque se negaba

a reconocerlo había surgido una fuerte atracción entre ambos.

Mientras arreglaba las mantas para taparlo, Jack la miraba desesperanzado.

—Ya te he pedido disculpas, pero no me arrepiento de lo que he hecho.

Ami se detuvo en seco mirándolo con gesto de incredulidad.

—¡Claro! el señor Jack Jover i Camps-Villeroy nunca se arrepiente de nada

¡Porque no le importa nada ni nadie! Le da igual a quién hace daño. No le importa

abusar de la confianza y el cariño de sus amigos. Porque ¿sabes?…yo te creía mi

amigo, pero después de esto no sé qué pensar de ti —contestó con los ojos

vidriosos.

—Sí que me importas. Jamás te haría daño queriendo.

Ami no respondió, terminó de arreglar la cama y se marchó a su dormitorio.

Aunque no pudo dormir hasta bien entrada la madrugada. Visualizaba una y otra

vez el beso, volvía a verlo en su mente sin parar. Aunque intentaba pensar en otra

cosa, venía de nuevo irrumpiendo con fuerza. No podía negar que le había

gustado. Pero trataba de protegerse, sabía que era el tipo de hombre que siempre

había rechazado para ella.

—Cuando Iván te besó por primera vez no te sentiste igual.

Uzriel se había presentado sin avisar.

—¡Oh, dios cuánto te he echado de menos! Mi querido maestro ¿Por qué has tardado

tanto en volver?

—Teníamos cosas que hacer, acaso crees que en nuestro mundo no trabajamos. Con el

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profundo cambio y despertar que está teniendo lugar en la tierra en estos momentos no

damos abasto. Muchas almas al igual que tú están despertando su consciencia y necesitan

guía y consuelo.

—Eres muy gracioso ¿Sabes? Te he necesitado mucho.

—Te las has arreglado muy bien sin nosotros. Estás consiguiendo ser una maestra

aquí en la tierra. Estamos orgullosos de ti y por eso consideramos que ya no nos necesitas

tanto. Ahora creemos que tu intuición y los dones que traes al encarnar están siendo

utilizados de manera correcta. No fallarás.

—Aun así hay cosas que me turban, Jack por ejemplo.

—Todo es correcto, continúa confiando en ti pero no cierres tu corazón por miedo.

Barcelona capital, Inmobiliaria Jover.

La sala de juntas estaba hirviendo en movimientos. Las secretarias y

secretarios de presidencia preparaban fotocopias, informes y cafés para los altos

ejecutivos reunidos. La firma del contrato de la construcción del gran hotel de la

cadena inglesa estaba sobre la mesa. Hombres vestidos con trajes de tres mil euros

y elegantes ejecutivas de traje de chaqueta revisaban los portafolios con los

documentos del presupuesto de la ejecución por parte de construcciones Jover i

Camps de un hotel de cuatrocientas habitaciones en la costa de Girona.

Antoni Jover había estado negociando duramente para conseguir el contrato.

Ahora descansaba de lo agotador que había sido conseguir la licencia de obras.

Había tenido que donar mucho dinero al ayuntamiento del pueblo para poder

edificar en la zona. Sabía que no era legal del todo. Habían tenido que callar

muchas bocas, pensaba con el contrato firmado en las manos. Ahora ya no había

vuelta atrás, cavilaba mientras miraba la copia de la licencia de obras que había

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dentro del portafolios. Temía que el cambio de partido político del ayuntamiento

del pueblo atrasara la construcción del hotel, cuando leyó y firmó la penalización

por retrasos en la fecha de finalización de obras.

Antoni apretó la mano de Arthur Malone, el director de la cadena hotelera

NC Hotel & Resorts.

—Bien ¡Ya está todo listo! las obras comenzaran este mismo mes. Ahora que

ya estamos más relajados me gustaría invitarlo a cenar a mi casa —dijo Antoni en

perfecto inglés.

—Bien con mucho gusto, aunque me gustaría llevar a mi hija. Quiero pasar el

máximo tiempo aquí con ella, después me marcharé a Tailandia a rehacer uno de

los hoteles que tenía en Puket. Después del tsunami he dudado bastante en volver a

montarlo, pero el turista sigue yendo, por lo tanto Arthur Malone ha de estar ahí

con uno de sus hoteles. Siempre es el cliente el que decide dónde tengo que hacer

mis negocios. ¡Así funciona! —explicó.

Arthur conservaba la educación y la formalidad de un caballero inglés. Tenía

sesenta años, aunque aparentaba unos pocos más, debido al gesto serio de su

rostro y a una espesa cabellera blanca. Parecía que los viajes que había realizado a

lo largo de toda su vida pesaban sobre su salud, en una especie de contador de

kilometraje invisible.

—Encantado de que traigas a Virginia, así conocerás también a mi hijo —

afirmó Antoni—. Pasaré a recogerlos al hotel sobre las ocho, si les parece bien.

Antoni sabía que Jack no deseaba ver a nadie, pero quería convencerlo para

entrar de nuevo en el negocio, ahora que podía sentarse en una silla de ruedas

volvía a ser útil.

Nieves comenzó a ponerse nerviosa después de la llamada recibida: Antoni

Jover le había ordenado preparar una cena formal para cinco comensales, le había

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dicho que Jack debía de estar presente pero no tenía que decirle que venían

invitados. Y ella iba a obedecer sin rechistar.

Después de tanto tiempo sin actividades sociales la noticia la tomaba fuera de

lugar. A las ocho y media Antoni llegó a Bella Villeroy con sus invitados.

Candelaria abrió la reja desde el interfono con cámara. Nieves le había pedido que

se vistiera con el uniforme de gala, le había ordenado que se recogiera el cabello

meticulosamente en un moño bajo. —¡Lo que nos faltaba sería que encontraran un

asqueroso pelo en la comida! —murmuró Nieves mientras revisaba

minuciosamente la colocación de los cubiertos sobre la mesa.

Toda la tarde había estado dándole instrucciones de cómo servir la mesa, de

cómo tenía que hablar, qué postura debía de tomar. Candelaria estaba hecha un

manojo de nervios por culpa de la intransigencia de la ama de llaves, temía

equivocarse, sabía que tendría la mirada escudriñadora de Nieves durante toda la

cena, observando cada uno de sus gestos.

—Ya puedes ir a buscar al señor —le ordenó mientras Nieves se dirigía a

recibir a los invitados. Jack estaba escamado por la imprevista visita de su padre. A

penas venía a visitarlo desde el accidente, siempre alegando viajes y reuniones,

que se quedara a cenar se le antojó extraño. Cuando venía se sentaba unos diez

minutos junto a su cama aunque su teléfono móvil no paraba de sonar y apenas

intercambiaban unas cuantas palabras. A pesar de la repentina visita se sentía

motivado por la idea de poder sentarse junto él de nuevo en una mesa. Le apetecía

enormemente distraer la mente aunque fuera para discutirse con él. Incluso llegó a

pensar que sacaría el tema del despacho.

Ami le había bajado del vestidor un traje y camisa de color oscuro. Aunque

cada vez era más autónomo, le ayudó a vestirse, todavía había gestos que le

costaban enormemente hacer. Luego lo observó a unos pasos de distancia.

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—Te queda muy bien la camisa —afirmó tímidamente. El color violeta oscuro

de la camisa realzaba su tez y cabello claro.

—Lo sé. Sé lo mucho que gustaba a las mujeres pero ahora todo es distinto,

ahora me rehúyen. Es mi castigo por haber sido un maldito cabrón —soltó en un

tono sarcástico mientras terminaba de abrocharse los botones.

Ami sintió una punzada en el corazón tras el comentario. Las palabras tenían

un sabor amargo, envenenado. Cogió una chaqueta de lana naranja, se la puso y se

dirigió hacia la balconera del jardín. Antes de salir le dijo:

—Quizás esas mujeres piensen que te interesas por ellas porque ahora te

sientes inferior —dijo cerrando la balconera tras de sí.

Candelaria entró rápidamente.

—Su padre ya está aquí, vengo a llevarlo para el salón.

Las palabras de Ami fueron resonando en su cabeza mientras Candelaria

empujaba la silla de ruedas.

Su padre lo recibió con una amplia sonrisa, extrañamente afectuosa, pensó

fugazmente hasta que vio a un hombre de mediana edad junto a una mujer de

cabello rubio oscuro con unas exageradas mechas color rubio platino sentados en

el sofá con una copa de vino en la mano. Pronosticó que eran extranjeros al

observar sus tonos de piel extremadamente blanca y el atuendo demasiado formal

de la mujer que la hacía aparentar más edad de la que marcaba su rostro.

La cara de Jack se transformó de inmediato. Toda la ilusión de pasar una

velada junto a su padre se desvaneció en segundos.

Antoni arrebató a Candelaria la dirección de la silla de ruedas y acercó a su

hijo hasta el sofá de los invitados.

Antoni presentó en primer lugar a Arthur como el director de la cadena

hotelera más importante del Reino Unido, luego la mujer se presentó a sí misma:

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—Soy Virginia, la constante sombra de este adorable gruñón —dijo con fuerte

acento británico mientras pellizcaba la mejilla de su padre.

El fastidio y la decepción se habían plasmado como por arte de magia en su

rostro. Sentía que su padre le había hecho una encerrona.

Al cabo de unos minutos, Nieves entró en el salón para hacerlos pasar al

comedor.

—La cena está lista —les anunció.

El comedor era una estancia más pequeña que el salón, aunque muy

luminoso gracias a las grandes cristaleras. La sala estaba empapelada de un papel

pintado de finísimas rayas de color verde. Decorada principalmente con cuadros

con motivos florales y campestres.

Al lado de una de las balconeras que daban hacia el jardín había un piano

blanco y sobre él un jarrón de lirios color crema. La mesa no era excesivamente

grande y estaba centrada en la parte contraria al piano. Giselle Camps Villeroy la

había mandado traer desde Sevilla en uno de sus viajes en busca de antigüedades.

Dos candelabros de cristal con velas blancas adornaban el centro de la mesa,

junto al perfumado arreglo floral de jazmines y madreselva.

—¡Me encanta esta casa! —comentó Virginia que se había sentado junto a

Jack delante de la mesa.

Desde el primer momento que lo había visto sintió una fuerte atracción por

él.

—Señores de ahora en adelante tendrán que entendérselas con ella. Yo vuelvo

a mi labor. Virgy se encargará de dirigir los hoteles en España. La tendrá pegada

todo el día. Le aseguró que es muy eficaz en su labor —bromeó Arthur cogiendo la

mano de su hija.

Virginia miró discretamente a Jack esperando algún tipo de reacción a la

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noticia.

Jack había intentado mantenerse interesado durante la agitada conversación

sobre la especulación inmobiliaria en la costa española en la cena pero fue en

balde. Se sentía ajeno y vacío en toda la conversación, observaba a sus invitados

afanados en demostrar que eran personas importantes. Sentía que no eran reales,

que en el fondo eran tan pobres como él. Unos pobres humanos intentando

conservar, acumular e incrementar poder y dinero para así poder tapar ese enorme

agujero negro que te persigue hagas lo que hagas, vayas donde vayas, y que te dice

que no eres nadie y estás solo, dolorosamente solo Meditaba Jack.

—¿Te apetece tomar un poco el aire? —le preguntó Virginia después de

terminar los postres.

Asintió sin mucho entusiasmo mientras Virginia se disculpaba ante su padre

y su anfitrión.

Candelaria abrió la puerta que los condujo hasta el porche. —Ya puedo yo

gracias —dijo Virginia a Candelaria arrebatándole el control de la silla.

Virginia dirigió la silla por el sendero embaldosado hasta una zona más

oscura del jardín.

La noche era húmeda pero no excesivamente fría para la época. La luna

estaba gibosa creciente. El cielo estaba despejado aunque no podían verse las

estrellas gracias al intenso resplandor de la diosa nocturna que coquetamente se

miraba en el mar.

A tan solo unos metros Ami se encontraba sentada sobre la balaustrada de

mármol que delimitaba el precipicio. La vieja perra aguardaba cerca mientras ella

reflexionaba con Uzriel, que había vuelto a hablar de nuevo con ella:

—¿Por qué me dices que tengo miedo? No sé qué se le ha pasado a Jack por la cabeza

para besarme ¿Por qué lo ha hecho?

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—Puede que sienta algo por ti.

—Él no siente nada por mí, solo soy un último recurso para su soledad. Toda la gente

que él quería le ha abandonado.

—No le temas al amor. No temas abrir tu corazón, hay amor de sobra. Ya has estado

dándole tu amor sin querer. Él lo ha recibido, y ahora quiere compartir su amor contigo

¿No te parece el acto más hermoso del universo?

Un leve gimoteo de Doris la trae de vuelta del estado meditativo.

Al girar su rostro ve una silueta esbelta de mujer que empuja la silla de Jack.

Observa cómo se detienen en un banco de madera cercano sin percatarse de su

presencia.

—¿Te importaría que te visitara de vez en cuando? Ahora mismo no conozco

a nadie en la ciudad. No es que vaya a tener mucho tiempo libre con todo lo que se

me viene encima, pero este sitio es muy tranquilo y relajante —dijo Virginia

mirándolo de reojo.

Jack se había percatado de la figura de Ami sentada sobre la balaustrada,

mirando hacia el mar.

—No soy la mejor compañía en estos momentos —soltó mirando hacia el

lugar donde todavía permanecía Ami.

Virginia no se afligió a la primera negativa. Era un mujer de negocios, no

aceptaba nunca un no como respuesta. Insistiría hasta conseguir lo que se había

propuesto desde que puso sus ojos gris claro sobre Jack: conocerlo más a fondo.

—Solo quiero venir a tomar un café contigo, sin charlas, sin agobios.

Tampoco me apetecería. Solo quiero unos momentos de paz —afirmó.

Ami impulsada por la curiosidad decidió volver a su habitación, aunque

podría pasar por otro camino sin cruzarse con ellos no lo escogió.

Cogió la manta nepalí que solía utilizar para las noches, se la puso sobre los

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hombros y se encaminó en el sendero seguida por la fiel mastín.

—Buenas noches —saludó al pasar frente a Jack y Virginia.

Jack respondió sin mirarla a los ojos.

—Doris, ven a conocer a Virginia —dijo Jack al ver a la mastín persiguiendo a

Ami.

Doris siguió caminando sin detenerse.

Mientras se alejaban observó como Ami giró la cabeza para mirarlos a ambos.

Jack sonrió.

—Ven cuando quieras, estás en tu casa —le dijo Jack a la joven sin tan

siquiera mirarle a los ojos, porque todavía los tenía clavados en Ami.

Una hora más tarde los invitados abandonaron Bella Villeroy. Antoni miró

complacido a su hijo cuando Virginia comunicó que vendría a visitarlo de nuevo.

—Ahora os toca a vosotros cuidar de ella —bromeó Arthur Malone al

despedirse de sus anfitriones, abrazando a su hija.

Antoni acompañó a su hijo empujando la silla de ruedas hasta la habitación.

Jack se alegró al saber que su padre dormiría en la casa aquella noche y que a la

mañana siguiente desayunarían juntos.

Ami salió de su dormitorio al oír las voces de los hombres.

—Buenas noches —saludó dirigiéndose a Antoni.

—¿Y usted es…? —dijo Antoni mirando a Ami que vestía un kurta indio color

verde claro.

—Es Ami, mi enfermera —contestó Jack.

—¿Por qué no lleva uniforme señorita? —dirigiéndose hacia ella— En esta

casa todos los empleados han de ir uniformados ¿Quién le ha dado esas

confianzas? —interrogó Antoni con cara de desprecio.

—Yo se las he dado, papá —interrumpió Jaco me gustan las batas blancas.

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—Hay muchos colores, escoge. Pero la próxima vez que nos veamos lo tiene

que llevar —ordenó al salir de la habitación.

—¡Claro! no vaya a ser que me confunda con una persona y me trate con

respeto —murmuró Ami en tanto ayudaba a desvestir a Jack.

—¡Es un imbécil! No le hagas caso —aseguró Jack.

Ami le ayudó a colocarse en la cama, sin cruzar palabra. Ahora desvestirlo se

había convertido en una prueba de fuego para ella. Ver su torso desnudo, rozar su

piel, ahora todo era distinto, ahora había una energía que fluía de ella que le hacía

sentirse abrumada a su lado. Las miradas volvieron a encontrarse por unos

instantes.

En aquel momento hubiera deseado más que nada en el mundo que volviera

a besarla. Se sintió confusa al tener aquel deseo.

—Es guapa —dijo Ami.

—¿Virgy? —Preguntó— Sí. Es la hija del presidente de una cadena hotelera

inglesa. Vamos a construirle varios hoteles aquí en España. Ella se encargará de

dirigirlos. Es muy agradable. Quiere venir a visitarme a menudo porque no tiene

amigos en Barcelona, al igual que yo. Hemos conectado enseguida.

—Me alegro por ti —dijo Ami finalizando la conversación.

Luego se dirigió hacia su dormitorio. Sentía que se estaba comportando como

una colegiala celosa. Tardó en conciliar el sueño, no cesaba de pensar en él y en lo

que aquella mujer le habría despertado. Imaginaba que lo hacía reír, que era feliz a

su lado y eso le molestaba. Se sentía mal por ello.

Cuatro horas después Ami había entrado en un sueño; estaba en un campo, la

hierba todavía no había crecido suficiente, estaba de rodillas haciendo un hoyo con

sus propias manos, rascaba la tierra con sus uñas para adentrarse más y más en la

tierra.

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Oyó una dulce voz de mujer que le dijo:

—Sigue hasta el fondo, hallarás la respuesta dentro, en lo profundo.

Continuó rascando hasta que una bandada de palomas la interrumpió.

Aquellas aves comenzaron a revolotearle por encima de la cabeza, alguna de ellas

le tiraban del pelo en tanto otras le picoteaban los brazos con insistencia.

Se despertó sobresaltada, se frotó los brazos en un acto reflejo. Todavía

conservaba la sensación de dolor de los picotazos. Miró su radio despertador en la

mesita de noche, eran las tres y treinta y tres minutos. Había sido un sueño muy

real, pensó mientras intentaba volver a dormirse, Aunque con dificultad porque

todavía sentía las palpitaciones de su corazón agitado y la voz seguía susurrándole

el mensaje con insistencia.

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16 El olor de la ira

La mañana había amanecido cálida, la primavera comenzaba a nacer. Soplaba

una leve brisa marina, que portaba un fresco olor a algas.

Ami había decidido hacer los ejercicios de rehabilitación en el jardín que Iván

le había dejado apuntados para los fines de semana, cuando él no venía a trabajar.

Había colocado una manta y varias colchonetas sobre la hierba. Desde aquella

zona del jardín podía apreciarse el palacete modernista en su total amplitud.

Mientras Jack estiraba unas largas correas de goma para ejercitar los bíceps,

Ami iba haciendo rotaciones con el tobillo derecho. De pronto se percató de algo

que hizo que detuviera su trabajo por unos minutos.

—¿Cómo se llega hasta ese minarete? —le preguntó señalando la torre

derecha de la casa.

—Por una habitación, en el ático —contestó— Me encantaba ir allí de

pequeño, hasta que un día me tropecé con unos muebles y rompí unos cuadros.

Me hice mucho daño en el brazo y mi madre cerró a cal y canto el ático. ¿Por qué lo

preguntas?

—Anoche soñé que me atacaban un montón de palomas.

En el minarete descansaban un grupo de palomas grises y algunas blancas.

—¡¿Crees que es una señal?! —exclamó con asombro al ver las palomas

reposando sobre el balcón del minarete.

—Me parece muy raro que todas las palomas estén en ese minarete y el otro

esté completamente vacío. Tenemos que subir, quizá encontremos algo que nos

ayude a resolver el misterio del suicidio en el despacho.

—¿Y eso que tiene que ver? —preguntó. Todavía le costaba acostumbrarse a

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las asociaciones que hacía su enfermera con hechos que él veía absurdos,

cotidianos y comunes.

La voz de una mujer llamando a Jack interrumpió la conversación.

Virginia se acercaba a ellos acompañada de Candelaria. Caminaba de extraña

manera al hundirse los finos tacones de sus botas de piel en el césped.

Jack la miró divertido.

—¡Hello Darling! —saludó sin mirar a Ami— Perdona ¿Ya has terminado con

la rehabilitación? No quiero molestar —se disculpó.

—En unos minutos estoy contigo, espérame en el porche —contestó Jack.

Mientras Virginia se alejaba guiada por Candelaria, Ami comentó:

—No es bueno que te saltes los ejercicios. Cada día cuenta en tu recuperación.

—Luego seguimos —soltó tajante.

Después de dejar a Jack en el porche ante la mirada eufórica de Virginia,

decidió hablar con Eusebi.

El abuelo de Jack se encontraba en el salón sentado en uno de los sofás

individuales, Caballería Rusticana de Mascagni sonaba de fondo en el aparato de

música. El saludo de Ami hizo que rápidamente guardara el libro que tenía entre

las manos: Casas Encantadas, tenía por título.

Complacido por la visita la invitó a sentarse.

Ami le explicó el extraño sueño de las palomas y la coincidencia de ver luego

un grupo de palomas en el minarete de la casa.

—Si subo allí quizá encuentre algo que nos ayude a desvelar este misterio.

Todavía sigue aquí, noto su presencia.

—Está bien, si lo crees necesario —contestó. Pensar que disponía de la

intuición de Ami le tranquilizó un poco aunque reconocía que el hecho de que

todavía siguiera el espíritu paseándose por la casa no le hacía nada de gracia. —

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Buscaré las llaves. Gracias por ayudar a esta familia. Sé que te tomas muchas

molestias. Por eso, yo mismo iré al desván, tengo tiempo de sobras para revisar

palmo a palmo el lugar.

Ami le sonrió complacida, había notado un gran cambio en su actitud

después de encontrar la bala en la pared.

—Por favor, avísenos cuando vaya a subir, podría tropezar con algo. Si

necesita ayuda cuente conmigo —le dijo mirándolo con un gesto de intranquilidad.

—No te preocupes, noieta. Y ya es hora de que me tutees —contestó

cogiéndola de la mano con afecto.

Ami le plantó un beso en la frente.

—Gracias.

En Barcelona ciudad

Iván se vestía rápidamente en su pequeño dormitorio. Hacía quince minutos

había recibido una llamada de su madre que le comunicaba a modo de chisme sin

importancia que su vecina le había contado que su hija le había dicho que Lisa, que

vivía en el mismo barrio que ella, se había lanzado por el balcón. Le explicaba que

todos salieron al oír el golpe y los gritos de la gente por la calle, su madre terminó

el relato con uno de sus habituales juicios sobre la inmoralidad de la vida en

aquellos tiempos. Sabía que su madre le guardaba rencor, no había perdonado a

Lisa por haberle dejado y mal pensó que se alegraba de lo ocurrido.

Salió por el pasillo topando con su compañero de piso que acababa de llegar

de su turno nocturno en el hospital.

—Es para ti, sobresalía del buzón —dijo el hombre con visibles ojeras de

cansancio depositándole un sobre marrón de tamaño grande en las manos. El

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hombre se dirigió hacia su habitación lanzando un largo suspiro y cerró la puerta.

Iván iba a soltarlo de nuevo sobre la repisa del recibidor cuando se percató

del remitente, entonces lo abrió con impaciencia. En el interior había un puñado de

fotos y un CD junto a una carta de letra temblorosa apretada y curvada hacia abajo.

Iván la leyó con avidez:

Ya sabes quién soy, conoces mi letra, siempre decías que era la letra de una niña

porque adornaba las íes con una bolita, y tenías razón, me comporté como tal, dejé al

hombre que más me ha querido por bastardos sin corazón que me humillaron y me

hicieron sentir sucia. Sé que no tengo derecho a molestarte pero yo ya no tengo

fuerzas para seguir en esta mierda de vida, solo veo un túnel oscuro sin salida, ya no

soporto más esta situación, dependo de una jeringuilla y me da asco pensar lo que

tengo que hacer para conseguirla cada día.

Quise vengarme por el daño que me hizo ese mundo de lujo y glamur, pero

ahora ya nada me importa, sé que no lograré salir nunca de las drogas. He tirado la

toalla.

Siempre me he acordado de ti y por eso te entrego todo este material que fui

recopilando para que lo explotes a tu gusto, te darán mucho dinero por él, a mí el

dinero ya no puede ayudarme. Confío que lo harás público y toda esa basura de

personas sufra lo mismo que yo. Por favor, ¿podrás vengarte por mí?

Espero que algún día me perdones por lo estúpida que fui.

LISA LORENZO

Dejó de leer, tenía la boca seca y un doloroso nudo en la garganta. La rabia se

había apoderado de todo su ser, enrojeciendo su rostro, encartonando su cuello.

No podía llorar, tampoco gritar. Con impaciencia fue mirando las fotografías pero

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se detuvo en una de ellas, los ojos se le abrieron y una mueca de satisfacción se

formó en sus labios.

Iván llegó a urgencias veinte minutos después, la estaban operando de

gravedad, le contó el padre de Lisa a la vez que consolaba en vano a su mujer

apretándola fuertemente a su pecho.

El tiempo de espera se alargaba junto a los vasitos de plástico de café de

máquina en la sala de urgencias cuando un cirujano en bata verde irrumpió con

visible rostro de cansancio:

—Hemos conseguido estabilizarla, pero no tenemos mucha esperanza de que

resista. Los órganos están muy dañados. Lo siento —dijo dirigiéndose a los padres

de ella.

La madre de Lisa se desmayó del agotamiento al oír la noticia, rápidamente la

atendió una enfermera que la llevó en camilla a una habitación.

Iván observó el rostro del padre de Lisa, severamente marcado por los años

de constante sufrimiento, donde no cabía una arruga más de preocupación. Aquel

gastado hombre pasó titubeante a la habitación donde habían llevado a su hija.

Iván esperó horas hasta que le dejaron pasar a la habitación. Hacía unos

minutos que Lisa estaba consciente.

Al ver a Iván, hizo una mueca con los labios que pareció ser una sonrisa.

Iván se sobrecogió al ver el frágil aspecto de su ex novia, no quiso aparentarlo

así que cogió su huesuda mano y la besó.

—Lisa, lucha por favor. Sigue con nosotros, yo aún… te quiero —balbuceó

con lágrimas en los ojos.

En aquel momento odiaba haber sido tan orgulloso, sentía que habría podido

estar a su lado, quizá hubiera conseguido con su amor haberle dado fuerzas para

seguir viviendo, pero no fue así.

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La joven ex modelo cerró los ojos, los focos de la pasarela de su vida se

apagaron finalmente. Al cabo de tres horas de lenta agonía murió.

Iván dejaba el hospital con un amargo sentimiento de impotencia.

De camino al parking la ira fue acrecentándose poco a poco mientras

recordaba lo hermosa y vital que había sido Lisa. Un fuego en su interior clamaba

venganza.

—¡Pagaréis por esto! —Gritó golpeando el volante en el interior del coche.

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17 Inseguridades

Jack le había pedido a Ami que lo llevara de nuevo al jardín. Quería pasar el

máximo tiempo al aire libre, ahora que tenía la movilidad de la silla. Habían sido

meses encerrado tras cuatro paredes. La noche era fresca y la gélida brisa nocturna

seguía resistiéndose a marcharse. Ambos se cubrían con una gruesa manta de lana.

Jack disfrutaba del agradable helor de la noche en su rostro. —¿Qué tal tu

relación con Iván? ¿Cuándo es la boda? —preguntó con sonrisa pícara.

Ami devolvió la sonrisa burlona.

—No somos novios formales, le dije que iríamos saliendo de vez en cuando,

nada más.

—¿Te gustó el hotel donde te llevó?

Ami lo miró extrañada.

—No hemos ido a ningún hotel ¿Eso te ha dicho? Ami no entendió por qué le

había mentido Iván .

—¿Y tú cuando te casas con Virgy? Jack rió.

Un tiempo de silencio se hizo entre ambos.

—¿Sabes? Creo que te molesta que vea a Virgy. —No seas absurdo, me alegra

que tengas compañía. Es bueno para ti.

—No eres sincera. Creo que tú también sientes algo por mí. He aprendido

muchas cosas en este tiempo y una de ellas es mirar a los ojos, tus palabras no

concuerdan con tu mirada.

Unos segundos de silencio templaron el momento.

—Sé que has oído qué clase de persona era antes del accidente, pero creí que

podías ir más allá de todo eso, ahora me decepcionas…pero entiendo que mereces

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algo mejor que un inválido cabrón y ex drogadicto.

Jack la miró fijamente.

Al sentir como le clavaba los ojos Ami agachó la mirada abrumada.

—¿Piensas que no te correspondo porque puedes quedarte en una silla de

ruedas para toda la vida? No es por eso. Ahora estoy con Iván, ya lo sabes.

—Sigues mintiendo, estás muerta de miedo —afirmó.

Ella alzó el rostro.

—Tú y yo somos amigos, te quiero como amigo —contestó intentando reflejar

seguridad en sus palabras mientras Jack seguía con sus ojos azul oscuro clavados

en ella.

Haciendo caso omiso de las palabras pronunciadas por Ami acercó el rostro

al de ella hasta unos pocos centímetros y dijo:

—¿Y por qué tiemblas cuando me acerco a ti?

Ami sintió como iba acercándose lentamente a sus labios hasta que se fundió

con los suyos. No pudo resistir la vibrante energía que nacía desde el fondo de su

corazón y se dejó llevar correspondiendo al beso.

Tras unos segundos el ruido de la puerta de la balconera del porche separó

sus labios.

—¿Qué hacen aquí a oscuras y con este frío? —preguntó Nieves con el

entrecejo fruncido.

La mujer presintió algo extraño en el ambiente tras observar los rostros de

sorpresa.

—Si el señor se resfría, será culpa suya —dijo acusándola directamente con el

dedo.

—Ha sido idea mía —soltó Jack con cara de fastidio tras la abrupta

interrupción.

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Volvieron al dormitorio escoltados por Nieves que sermoneaba:

—¿Ha sido suya la idea de ir a rebuscar en el ático de la casa? —interrogó

Nieves mirando a Ami— El señor puede lastimarse ahí arriba. Me ha prohibido

subir con él ¡Estarás contenta!

—¡Nieves! Ami no quiere perjudicar al abuelo. Yo le dije que fuera

acompañado pero no quiere, es un cabezota. Es decisión suya —contestó Jack.

Nieves se marchó con el rostro indignado. Empezaba a odiar a aquella joven

entrometida. Pensaba que había manipulado a los señores de la casa con su sonrisa

y juventud. Aunque no sabía que intenciones tenía, ella acabaría descubriéndolo.

Su deber era proteger a la familia, cavilaba en tanto se colocaba el camisón de

algodón. Luego abrió la cómoda, cogió una píldora de un frasco y la tomó con un

sorbo de agua. Comenzó a rebuscar entre su ropa interior hasta sacar una pequeña

caja de madera de puros, la abrió y depositó dos llaves.

Si de mí depende no subirán allí arriba, pensó al ver las llaves que habrían el

desván.

Se sentó en el borde de la cama y sacó una marchita fotografía del interior de

la caja, en ella posaba un joven sonriente vestido de sport apoyado en un barco

velero. La besó con dulzura y leyó las letras del reverso:

T´estimo petit floquet de neu. (Te quiero pequeño copo de nieve)

Todavía conservaba la fotografía de su primer novio. Lo conoció allí mismo

en Sitges en uno de los veranos que pasaron en Bella Villeroy. Trabajaba de

pescador. Su noviazgo duró dos años, una trágica madrugada una tempestad volcó

la barca donde pescaban él y su padre, ambos murieron ahogados. Nieves vivía

llena de recuerdos que negaba soltar, aquella caja era un cúmulo de objetos que

alimentaba con cariño. Cuando se sentía sola y despreciada por su entorno cogía

los recuerdos y se decía a sí misma que alguien algún día también la amó.

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18 El desván liberado

Eusebi en su tozudez, acompañado por el jardinero, subió con una cizalla y

una caja de herramientas, dispuesto a derrumbar la puerta si hiciera falta.

Tras las evasivas respuestas de Nieves sobre el paradero de las llaves, Eusebi

las había estado buscando por toda la casa sin éxito, desconociendo que Nieves las

había escondido desconfiada de las intenciones de Ami.

La puerta para subir al desván se encontraba en la segunda planta, al final del

amplio corredor en el ala derecha de la casa tras un frondoso ficus benjamina que

ocultaba la visión de la inhabilitada entrada.

El jardinero cortó el candado ayudado de la eficaz herramienta como si se

tratara de un trozo de longaniza y desmontó con infinita paciencia la cerradura con

un taladro. Pero la puerta no se abrió, se había ensanchado con los años y no cedió

hasta el tercer empujón del enclenque jardinero.

Eusebi prendió la luz. Le ordenó al jardinero que esperara abajo por si le

necesitaba mientras este miraba embobado hacia las escaleras que seguían una

sutil forma caracolada, torciendo la cabeza hasta donde le alcanzaba el cuerpo sin

traspasar el umbral.

Mientras el abuelo de Jack subía los peldaños iba notando el ambiente cada

vez más sofocado. El aire era rancio, la luz escasa, solo dos de las diversas

bombillas que prendían del techo funcionaban, otra de ellas parpadeaba incesante

sin llegar a fijar la electricidad. El desván medía unos trescientos metros

cuadrados. Sería el sueño de cualquier anticuario revolver las cajas que se apilaban

ordenadas en la pared del fondo, destapar las sábanas que cubrían los muebles

como figuras fantasmales cubiertas de polvo y telarañas. Pero Eusebi las miró con

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desdén. Respiraba con dificultad, se puso la mano en el pecho y se detuvo a tomar

aliento abrumado al ver el montón de objetos que aguardaban ser examinados.

Tendría que haber aceptado ayuda reflexionó en aquel instante. Necesitaba

aire puro. Se dirigió hacia una de las ventanas pero al girar la maneta ésta no cedió,

las bisagras estaban oxidadas del salitre y la madera ensanchada por la humedad.

Desalentado probó abrir la ventana continua pero el resultado fue igual que la

anterior. Parecía que parte de su ser continuaba queriendo permanecer en la

oscuridad.

Abatido por el intento de forzar las bisagras, se conformó con la pobre luz de

las dos bombillas y el centelleo indeciso de la tercera. Podría haber llamado al

jardinero, pero Eusebi era un hombre orgulloso, todavía se sentía joven y con

fuerzas para valerse por sí mismo. Aunque respiraba con dificultad se armó de

valor y comenzó a examinar los bultos intentando recordar las formas de los

muebles.

Se acercó a una antigua cómoda que recordó pertenecer a su madre. La

destapó levantando una nube gris de polvo. Eusebi comenzó a toser, aquel mueble

era del apartamento del paseo de Gracia, una antigüedad heredada de la familia

francesa de su esposa.

Comprobó minutos más tarde que todos los cajones estaban vacíos.

Sólo había destapado un mueble y Eusebi se encontraba desalentado con la

búsqueda.

—¡Viejo cabezota! —dijo mientras se acercaba a una de las pilas de cajas. La

primera caja que abrió estaba llena de libros, pero esta vez eran de Giselle. Se sentó

en una de ellas y comenzó a revisar otra de las cajas. Aunque olía a humedad y los

libros estaban amarilleados, todo estaba bien conservado. La caja que había abierto

eran viejos juguetes de su hija, sacó un conejito de peluche. De repente se vio

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transportado a un recuerdo: Giselle tenía seis años, acababa de entrar al salón

saltando y riendo con el peluche en las manos, daba vueltas sobre sí misma.

Recordaba como la regañó después por haber irrumpido en el almuerzo con unos

clientes. Recordó con dolor los dulces ojos de Giselle como iban entristeciéndose al

abandonar el salón junto a Nieves.

Con pesar dejó de nuevo el muñeco en la caja. Un agudo escozor en la

garganta le provocó una fuerte tos, esta vez más insistentemente dejándolo por

segundos sin respiración. Por un instante creyó que se ahogaría en aquel desván.

Volvió a recuperar el aliento hasta que de nuevo abrió otra caja, que por el color

del cartón creyó ser más antigua. La abrió y volvió a encontrar objetos de su hija,

libretas del instituto, carpetas decoradas con corazones y una foto de los Beatles.

Sacó los objetos lanzándolos con fuerza por el suelo, abrió con impaciencia la

siguiente caja; más cosas de Giselle. Eusebi lanzó la caja esparciendo todos los

objetos por el suelo. Comenzó a toser de nuevo, los libros habían levantado más

polvo del que sus pulmones podían soportar, esta vez la tos no cesó. Eusebi no

lograba reponerse a la falta de aire y cayó exhausto sobre los libros esparcidos.

Aturdido, con la vista nublada por la falta de oxígeno, tumbado en el suelo

pareció vislumbrar una luminosa silueta de mujer. Sus ojos intentaban enfocar el

rostro de la figura angelical que se le iba acercando poco a poco. Aunque no podía

verla bien sintió que era Giselle.

Aquel ser se acercó y lo besó en los labios, acto seguido una envolvente

energía lo inundó de paz y amor regenerando sus pulmones de fresco aire puro.

—Giselle —llamó.

—Soy Nieves, señor, por favor resista, traigo el inhalador —decía la mujer

con pulso acelerado.

Con la mano temblorosa le colocó el aparato en la boca y accionó una

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descarga.

De nuevo sintió el oxígeno entrar en sus pulmones. — Por favor no se muera,

no se muera ahora, no me deje —suplicó Nieves inconsciente de sus propias

palabras mientras acariciaba el amoratado rostro de Eusebi.

Nieves había estado limpiando los armarios del piso superior para no alejarse

de la zona, al saber que aquella mañana Eusebi iba a revisar el desván. Al oír los

golpes en el techo, salió despavorida hacia el desván regañando de camino al

jardinero, que subió tras ella.

—¡Qué hace ahí parado Juan! —chilló— ¡Abra esas ventanas! —ordenó.

El jardinero dio un respingo y se apresuró hacia las ventanas.

El aire fresco del mar inundó de pronto todo el desván. Eusebi más relajado

empezó a reponerse.

—Le dije que no era buena idea —afirmó Nieves— Esto es demasiado

doloroso para usted —comentó al mirar los objetos desparramados— ¡Bajemos! yo

recogeré luego todo esto.

Escudriñó el rostro del anciano. No podía comprender que después de todo

lo que había sucedido sus ojos tuvieran un brillo especial.

Mientras, en el sótano Jack y Ami permanecían a la espera de la llegada de

Iván. En cuanto lo vio salir del ascensor Ami salió a su encuentro. Sabía que

llegaba de un entierro, una vieja amiga había muerto, le había contado por teléfono

la noche anterior.

Lo abrazó.

Él se aferró con fuerza a ella mientras por el hombro miraba con odio a Jack

que lo esperaba en la silla listo para introducirse en la piscina.

Después del abrazo la besó larga y apasionadamente, hasta que ella se

desquitó con un empujón.

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Ami estaba avergonzada y sorprendida de la extraña reacción de Iván.

Abrumada se excusó que tenía que ir al baño.

Iván se acercó a Jack sosteniéndole firmemente la mirada mientras sacaba de

su mochila una pequeña caja cuadrada forrada de terciopelo rojo. La abrió frente a

sus ojos.

—¿Qué te parece? —preguntó— ¿Le gustará? La caja contenía un anillo con

una pequeña piedra brillante en el centro.

Jack apartó la mirada del objeto con desidia sin responder.

—Quiero casarme con ella. Bueno no me mires con esa cara, ya hemos

pensado en todo. Hay un excelente enfermero en la clínica que busca un trabajo

como el que hace Ami, estará encantado de sustituirla.

—¿Cuándo? Ami no me ha dicho nada —preguntó extrañado.

—En cuanto nos casemos ¿No esperarás que vivamos los dos en la habitación

al lado de la tuya? No sería cómodo. Tú ya me entiendes —contestó

socarronamente.

—Lárgate de aquí ¡Estás despedido! —gritó Jack— No vuelvas nunca más a

esta casa, no te soporto. Y si no te he echado antes ha sido por ella porque por mí

estarías en el puto paro desde hace tiempo.

—¿Por qué me despides? —le preguntó con una burlona sonrisa en sus

labios— ¿Estás celoso? Estás enamorado de Ami, lo sabía —afirmó. — Si me

despides Ami sabrá unas cosillas tuyas que no creo que le gusten —amenazó

mientras sacaba un sobre blanco de la mochila— ¿Ves esto? —dijo agitando el

sobre.

Iván sacó varias fotos y fue pasándoselas por la cara de una en una.

El rostro de Jack se tornó blanquecino.

—Y tengo hasta un vídeo de la última fiesta ¿no sabía que también te

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gustaran los hombres? Ahora entiendo por qué te suicidaste —rió— Todo esto

puede salir a la luz, no solo lo verá Ami, sino que saldrá en todas las portadas de

revistas del corazón, en la televisión, en la radio. Puedo forrarme con esto. —se

mofó— ¿Qué pensará tu padre? ¿Y tu abuelo? Creían que su hijito era un santo y lo

verán fornicando en pelotas con un montón de famosas, alguna de ellas casadas —

sonrió malicioso— Vaya, vaya, Señor Jover, te has portado muy mal —añadió.

—¿Quién te ha dado todo eso?

—Una persona de la larga lista de gente que te ama por lo bueno que has sido

con ellas —respondió en tono sarcástico.

—¿Qué es lo que quieres? —interrogó con la cara desencajada.

—Ya lo sabrás a su debido momento —habló.

Ami salió del baño.

Jack asintió con la cabeza.

—¿Qué te pasa Jack? Tienes mala cara dijo Ami acariciándole el cabello.

—No se encuentra muy bien, lo dejamos para otro día —dijo Iván mientras

recogía su mochila.

—¡Llévame a mi habitación! —ordenó Jack.

—¿Qué te ocurre? —preguntó desconcertada al ver que comenzaba a mover

con impaciencia su silla de ruedas.

—¡Qué coño te importa! —gritó con los ojos inflados en ira.

Ami le dejó en la habitación solo, como le había pedido. Había intentado

hablar con él por el camino, pero no soltó ni una sola palabra. De vuelta, al pasar

por la puerta del despacho creyó ver luz. Se acercó sigilosamente, pegó la oreja en

la puerta, en el transcurso de uno segundos un crujido de madera la espantó. Con

la mano temblorosa se acercó al pomo e intentó girarlo despacio hasta que llegó al

tope y no cedió: había sido cerrada de nuevo con llave.

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Se apartó de la puerta con rapidez al notar un frío aliento en su cuello que le

erizó el vello de todo el cuerpo. — No volverás a hacerte con él —masculló

mientras se alejaba por el pasillo.

Ami subió al dormitorio donde Eusebi se alojaba desde que llegó para

quedarse en la casa.

Tocó a la puerta, esperó hasta que oyó la voz de Eusebi. El médico hacía una

hora se había marchado, ahora el abuelo reposaba tranquilamente con un libro

sobre el regazo. —Candelaria me ha contado que esta mañana has tenido un

ataque de asma —dijo Ami con gesto de preocupación— ¿Cómo te encuentras? —

le preguntó acercándose a la cama.

—No ha sido nada, estoy perfectamente, gracias noieta. La señora Nieves ha

insistido en que venga el médico y ahora por su culpa tengo que quedarme todo el

día en cama —refunfuñó— ¿Sabes Ami? Aunque no pude encontrar nada ahí

arriba se me apareció mi niña —dijo casi en susurros, como si las paredes pudieran

oírle— Ella me besó y como por arte de magia comencé a respirar de nuevo.

Eusebi tenía el rostro encendido de alegría.

Ami le sonrió cómplice ahora de su secreto. Se alegró que el ángel de Giselle

siguiera protegiéndolos.

—No pude continuar la búsqueda, era demasiado doloroso para mí, son

tantos recuerdos… Quería hacerlo por mí mismo. Tus palabras me habían hecho

pensar y el orgullo de este viejo tonto me venció —afirmó señalándose con el

dedo— ¿Me ayudarás? —preguntó.

—¿Está seguro de querer subir de nuevo al desván? —respondió Ami.

—¡Sí, quizá vuelva a ver a Giselle! —sonrió.

Los ojos de Eusebi brillaban de esperanza y de fe, percibió la joven. Sentía

que la mágica energía de amor del ángel de Giselle había transformado muchas

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cosas en él.

—¿Qué haces aquí? El señor Camps está descansando —irrumpió Nieves,

llevando disgusto en su gesto y una bandeja con un vaso de agua.

—He venido a ver cómo se encontraba el señor Eusebi, ya me marcho —dijo

Ami levantándose del sillón, plantándole un beso en la frente.

Eusebi sonrió el amable gesto agradecido.

Nieves observó la escena con amargo rencor y soltó:

—Gracias a tus ideas el señor casi se muere asfixiado —afirmó.

—No sea tan dramática. La noieta quiere ayudar, no la tome con ella —soltó.

A Nieves le molestaba mucho que Eusebi utilizara un apelativo cariñoso en

catalán, su lengua paterna, para referirse a una empleada.

Ami salió del dormitorio con una amplia sonrisa en el rostro.

La ama de llaves le dio el vaso de agua con las pastillas que le había recetado

el médico.

—Se preocupa usted en exceso. Estoy bien.

—Es mi deber, sabe usted que son la única familia que tengo.

—Nunca le hemos agradecido debidamente que haya volcado todos sus

esfuerzos en nosotros. Usted ha sacrificado construir su propia familia por cuidar

de la mía.

Nieves se ruborizó.

Eusebi pudo observar como intentaba disimular sus ojos llorosos.

—Lo he hecho con gusto —contestó—. ¿Este traje es para la tintorería? —

preguntó intentando cambiar de tema.

—Gracias. Gracias por todos estos años. Sé que nos quiere, nosotros también

la queremos aunque nunca se lo hemos dicho. Ahora yo necesito decírselo.

Como si de un detonador se tratara, aquellas palabras hicieron que la mujer

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se derrumbara en sollozos. Atropelladamente se dirigió hacia la puerta y se

marchó con paso acelerado.

Aunque no esperaba la reacción, sabía que Nieves era más sensible de lo que

aparentaba. No entendía por qué le había dicho aquellas palabras pero ahora se

sentía mucho más aliviado. Había esperado demasiado tiempo. ¡Qué poco costaba

hacer feliz a una persona con una simple palabra como: te quiero¡, reflexionó.

Recordaba el modo distante en que se había comportado con Nieves después

del romance clandestino que mantuvieron. Ahora sentía que era debido a la

vergüenza. Aunque habían pasado muchos años, Nieves merecía algunas palabras.

Ella había tenido que enterarse por la prensa de que se había prometido con Sophie

Villeroy durante su estancia en París. Se había comportado como un cobarde, había

dejado que los demás hicieran su trabajo, su responsabilidad. Ella nunca le

reprochó nada pero era evidente que todavía guardaba mucho dolor en su

corazón.

Ami se despertó agitada con la frente y su pecho todavía cubierto de sudor.

El corazón todavía le palpitaba agitado. Miró el reloj de la mesita que parpadeaba

incesante marcando las tres y treinta y tres de la madrugada. Había vuelto a soñar

con palomas, esta vez le picoteaban todas a la vez, algunas le arañaban los brazos.

Intentaba desquitarse de ellas dando manotazos hasta que alcanzó a una y cayó

muerta en el suelo.

Ami sintió aquel sueño como una seria alarma, una amenaza acechaba

aunque no lograba percibir hacia quién o hacia dónde se dirigiría. Intranquila, se

levantó de la cama para observar cómo se encontraba Jack. Con el cuerpo medio

arropado aparentaba estar plácidamente durmiendo. Se dirigió hacia él, lo tapó, le

dio un beso en la frente y luego caminó hasta la cesta donde Doris dormitaba. La

acarició y volvió de nuevo a la cama, aunque continuaba sintiéndose inquieta.

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19 Secretos del pasado

Todavía no habían dado las nueve cuando Eusebi se presentaba aquella

mañana de sábado, despertando a Jack con un alegre canturreo.

Ami salió de su habitación en pijama, con los cabellos enmarañados y los ojos

levemente inflados.

—¡Ami, vístete nos vamos de excursión! —exclamó Eusebi. Jack y Ami se

miraron sorprendidos al ver que Eusebi había cambiado su habitual atuendo de

traje y corbata por un suéter y unos pantalones de sport.

—¿Dónde vais? —preguntó Jack. —Al desván, estoy seguro que

encontraremos alguna pista sobre el caso.

—Espero que sí. Anoche volví a soñar con las dichosas palomas, me da malas

vibraciones todo esto. Me ha costado dormirme —soltó Ami bostezando.

Entró de nuevo en su cuarto para salir al cabo de unos minutos peinada y con

un chándal color verde pistacho.

—Yo también quiero ir —dijo Jack—. Acércame mi ropa —ordenó mientras se

quitaba el pijama en la cama.

Ami miró a Eusebi esperando una confirmación.

Eusebi estaba radiante de alegría pero al oír la petición de su nieto serenó

ligeramente su rostro.

—Jack, allí arriba hay demasiados recuerdos, puede ser tan doloroso como lo

fue para mí, no quiero que sufras más de lo que ya lo has hecho.

—Yo también tengo derecho a saber lo que ha pasado en esta familia. ¡Estoy

harto de que me dejéis de lado! No soy un inútil —espetó.

Eusebi asintió a regañadientes.

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Ami ayudó a vestirlo mientras el abuelo salió por la balconera para buscar a

Juan.

Nieves al escuchar el alboroto en la segunda planta subió rauda. Al ver a los

dos hombres como subían en brazos a Jack hacia el desván puso el grito en el cielo:

—¡¿Pero que estáis haciendo?! ¿Se ha vuelto todo el mundo loco en esta casa?

¿Es que no ha tenido suficiente con el ataque que le dio que ahora sube también a

su nieto? —gritaba con las manos colocadas en las sienes—. ¡Tú tienes la culpa de

todo esto! —gritó señalando con su dedo a Ami.

Nieves continuó refunfuñando mientras subían los peldaños de la escalera.

Cuando estuvieron arriba dejaron a Jack en la silla de ruedas.

Las ventanas habían sido abiertas con anterioridad, el aire circulaba, era

fresco y la luz se extendía por todos los rincones dándole un nuevo aspecto a todo

el desván. Ahora nada parecía amenazante.

—Nieves por favor, relájese. Ahora estaremos aquí los tres, ¡mire! —dijo

Eusebi sacando su inhalador del bolsillo del pantalón— y también nos hemos

subido el teléfono inalámbrico. Váyase tranquila —habló mientras empujaba

levemente los hombros de la nerviosa mujer en dirección a la escalera.

—Yo ya les he advertido. Esto no me parece buena idea —murmuraba

mientras bajaba los peldaños.

Nieves caminó furiosa hacia el salón. Allí se sentó a tomar aliento, miró hacia

el teléfono que descansaba en un viejo escritorio inglés de principios de siglo, se

acercó, con el pulso todavía tembloroso cogió la agenda y marcó:

—Buenos días, soy Nieves…señor Jover tengo algo que contarle.

Todo estaba intacto de nuevo en el desván. Las cajas que Eusebi había

abierto, ahora estaban cerradas y los muebles cubiertos. Como si nada hubiese

sucedido.

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Ami empujó la silla hasta colocarla donde Jack le había pedido. Nadie sabía

por dónde comenzar. Allí los tres parados parecían esperar una señal divina.

Ami preguntó por la pila de cajas de la pared. —Todo es de mi hija. Hay

algunas cosas de mi esposa pero muy pocas —contestó Eusebi.

Jack movió su silla hasta acercarse a la pila de cajas. Abrió una y sacó una

pequeña libreta con un candado en forma de corazón. Parecía un diario infantil.

Empezó a sentir que no había sido buena idea subir. Cogió otro objeto de la

caja, era una noria musical, no recordaba que la hubiera visto nunca, la dejó de

nuevo en la caja. Una caja de cartón oscuro con un logotipo rojo le llamó la

atención. Estaba debajo de otra caja, la tiró al suelo, asustando con el ruido a Ami

que miraba distraída por la ventana buscando las palomas.

—¡Ten cuidado! —le regañó— pide ayuda si necesitas levantar algo pesado.

Luego abrió el precinto de la caja. Estaba llena de libretas, carpetas e informes

grapados. Una libreta con el título: Mi proyecto, reclamó su atención.

Eusebi por su parte, destapó un enorme bulto. Eran tres baúles antiguos,

recordaba que su madre los utilizaba para los viajes más largos. Abrió el primer

baúl de color marrón oscuro con ayuda de Ami. Eran realmente grandes.

Un fuerte olor a naftalina les hizo apartar la cara.

Ami miró fascinada los sombreros y vestidos que contenían.

—Tu madre era una mujer muy elegante ¿Cómo se llamaba? —preguntó

Ami.

—Isabel —contestó.

Ami se colocó un sombrero granate de plumas verdes que le hizo estornudar.

De repente una clara imagen del rostro de una joven se formó en su mente:

—Se trata de ella —comentó ensimismada.

—¿Qué dices? —preguntó Eusebi.

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Ami colocó sus manos sobre la ropa del baúl, cerró los ojos y respiró

profundamente varias veces. De nuevo una imagen de una mujer vestida con

aquellas mismas ropas le vino a la mente. La mujer miraba hacia el mar apoyada

en el minarete, la sentía triste. Ami se levantó y comenzó a caminar por el desván

dejando a Eusebi desconcertado.

Jack seguía abriendo las cajas, su rostro cada vez era más melancólico, sus

ojos por momentos se tornaban tristes y apagados. Al igual que Eusebi, cada objeto

que salía de la caja era una vieja espina clavada aún en el corazón. No podía

concentrarse en la búsqueda del suicida del despacho, había más fantasmas en su

vida de lo que hubiera podido prever.

Después de dar un largo paseo por el desván Ami se acercó de nuevo a los

dos hombres que continuaban con su labor. Pudo sentir como luchaban contra los

recuerdos que se amontonaban atropelladamente en sus cabezas. Observaba como

Jack cogía los objetos los miraba y los volvía a depositar en las cajas. Eusebi por su

parte sacaba los vestidos del baúl para tirarlos y más tarde los volvía a colocar

arrepentido en su lugar correspondiente.

Aquella escena, aquel desván representaba su mundo interior, todo era un

reflejo del mundo donde habían estado viviendo. Ambos habían intentado hacer

su vida pero con todo aquel lastre, arrastrando sus emociones más dolorosas,

escondiendo parte de su dolor. Todo estaba representado en aquel desván. Ambos

tenían trabajo por hacer, un profundo trabajo de limpieza de su psique y de su

corazón. Meditó.

—¿Por cuánto tiempo más queréis guardar todo esto? ¿Es necesario que

tengáis todos estos objetos aquí olvidados en este desván? ¿No os parece que ya es

hora de que cerréis este doloroso capítulo que vivisteis? —sugirió Ami.

—Son los recuerdos de nuestros seres queridos, no podemos tirarlos —dijo

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Eusebi.

—Habéis podido comprobar que Giselle sigue viviendo en una parte de

vosotros, también los demás seres queridos, aunque no todos necesitan

manifestarse. Sabéis que aún viven pero de otra forma. Giselle se ha transformado

en otro ser que os ayuda. Eso no podéis negarlo —explicó.

—Por deshacernos de todo esto no vamos a poder olvidar que mi madre y mi

abuela murieron trágicamente en un accidente de coche. No vamos a poder olvidar

lo mucho que las seguimos necesitando y las echamos de menos —soltó Jack.

—Lo sé, sigue ahí porque os aferráis a esos recuerdos. La prueba de ello es

este desván, esta casa. Todo está impregnado de una vida que ya se fue. Un tiempo

que ya no es. En el universo todo es cambio, todo es evolución, nada está fijo.

Aferrarse es negar lo bueno que la vida puede ofreceros, todo lo nuevo siempre

llega lleno de vitalidad, de nueva energía, propicia para ahora, para el momento

que vivís —miró a Jack que todavía sujetaba un objeto de Giselle en su regazo— Ya

no eres un niño Jack, ya no eres ese niño que perdió a su madre, acéptalo y

renacerás totalmente —luego dirigió su mirada a Eusebi— La vida todavía te

sonríe, hay una mujer muy cercana a ti que espera pacientemente a que decidas

olvidar todo y perdonarte. Una mujer que te ama en silencio y que te necesita tanto

como tú a ella.

Eusebi la miró sorprendido y desconcertado a la vez. Aquellas palabras

parecían contener una sabiduría fuera de lo normal en una joven de su edad.

Aunque no podía negar la certeza de todo lo que había oído.

—Tienes razón —aseguró Eusebi— Es una carga muy pesada.

Luego miró a su nieto, que todavía sujetaba una muñeca de trapo de su

madre en el regazo. Ambos esperaban a que Jack pronunciara alguna palabra, pero

continuaba cabizbajo mirando la muñeca mientras retorcía las suaves piernecitas

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de trapo.

Ami se acercó a Jack, se arrodilló frente a él y le levantó el rostro por el

mentón.

Jack tenía los ojos nublados en lágrimas.

—Es lo único que me queda de ella. No pidas que me deshaga de todo —rogó

con la voz entrecortada.

—Eso no es cierto, tú sabes que ella ha estado contigo en todo momento, ella

te salvó de las rocas ¿Lo recuerdas? —afirmó— Eres tú quién ha de decidir si

quieres pasar página o continuar con las heridas abiertas eternamente. Tú decides.

Ami se alejó de nuevo y continuó observando por la ventana.

Eusebi se acercó a su nieto y lo abrazó fuertemente.

—¡Podemos hacerlo! —le animó.

Jack lanzó con rabia la muñeca por el suelo. Las lágrimas brotaron por sus

ojos.

Eusebi le abrazó con más fuerza de nuevo. Ambos se consolaron, sentían

cómo el dolor afloraba de sus pechos convertidos en ardientes lágrimas, unas

lágrimas que contenían una densa energía atascada por años y años en sus

interiores.

Ami, desde la distancia, no pudo evitar sentir un profundo amor por aquellos

dos hombres. Era un instante mágico, sintió.

Minutos más tarde Eusebi llamó por teléfono, habló brevemente dando

órdenes claras y precisas, al colgar la llamada desde el inalámbrico dio un

profundo suspiro y miró de nuevo las cajas apiladas al fondo de la pared. Con más

valor que fuerza comenzó a abrir una por una todas ellas, bajo la atónita mirada de

su nieto. Había decidido hacer montones con el contenido: cosas inútiles, papeles

para reciclar y otro montón donde colocaría las cosas que podía donar.

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Ami se acercó para ayudar.

—Jack, sigo sintiendo que aquí no vamos a encontrar nada sobre el fantasma

del despacho —afirmó—. ¿Cómo se accede al minarete oeste de la casa? —

preguntó.

—Desde aquí, por lo menos cuando era pequeño así era. — Sí, así es, había

una pequeña puerta que llevaba hasta allí arriba —contestó Eusebi mirando a su

alrededor— debe estar detrás de aquel cuadro —dijo señalando hacía la pared

derecha desde la escalera de subida.

Ami dejó los cuadernos de Giselle en el montón de cosas para quemar y se

dirigió hacia el cuadro. Creyó que sería un retrato de cuerpo entero. Mediría metro

setenta, calculó. Al quitar la sábana que lo cubría observó que era una pintura con

motivos de caza girada en vertical: unos cazadores perseguían a un pequeño zorro,

mientras unas palomas perseguían a los cazadores desde el cielo. Sonrió al ver las

palomas. Lo sintió una señal. Intentó moverlo pero el cuadro pesaba demasiado

para sus delgados brazos.

Eusebi llegó en su rescate.

Ambos arrastraron el pesado lienzo hasta despejar lo que había sido la puerta

de acceso al minarete.

Ami resopló agotada al ver que la puerta había sido tapiada con ladrillos.

Jack miraba desde la distancia sin poder apreciar con claridad lo que habían

descubierto. Intrigado comenzó a mover la silla con dificultad, ya que todo el suelo

se hallaba lleno de objetos que obstaculizaban la movilidad de las ruedas.

—¿Qué pasa? —preguntó intrigado.

Ami giró el cuerpo y señaló con fastidio hacia la pared. —¿Quién habrá hecho

esto? —preguntó Eusebi.

—Mi madre —respondió Jack— Cuando era muy pequeño tenía fascinación

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por subir aquí. Lo revolvía todo, jugaba con los baúles, sacaba los trajes. Recuerdo

también que subí al minarete varias veces hasta que mi madre se dio cuenta un día

que tomaba el sol en el jardín y me vio desde abajo como intentaba trepar hacia el

tejado. Tenía terror a las alturas, supongo que fue ella al pensar que podría caerme.

Aunque después de poner el candado en la puerta del desván ya no pude ni

siquiera saber si lo había tapiado o no. Estuve muchos años sin subir aquí.

—Una pequeña pared no nos va a detener ahora ¿no? —afirmó Eusebi con

una amplia sonrisa.

Eusebi llamó a Juan desde el teléfono inalámbrico. El hombre se hallaba

comiendo un bocadillo debajo de un seto, nunca perdonaba el tentempié de la

mañana. Diez minutos después subía con una maza de hierro en la mano y un

fuerte aroma a queso curado. Comenzó a picar en la pared, tras el segundo golpe

de maza comenzó a colarse un rayo de luz. Los ladrillos eran macizos comprobó

desde el primer golpe el jardinero, aunque era un hombre acostumbrado al trabajo

duro, la frente le brillaba en sudor del esfuerzo.

Al cabo de quince minutos pudo abrirse un hueco lo suficientemente grande

para que Ami pudiera pasar.

La luz entraba a raudales, solo había seis peldaños para llegar, contó Ami,

agazapada para traspasar por el hueco de la pared.

Mientras subía, el olor a excremento de ave le revolvió el estómago. Una vez

allí, comprobó que la superficie del minarete era tan grande como su habitación. El

color del suelo no podía verse ya que se encontraba tapado por una capa de fina

arena de playa traída por el viento y la lluvia.

El minarete estaba formado por tres arcos y una pared blanca y lisa para

protegerlo de los fuertes vientos. Las vistas eran magníficas desde aquella altura.

Podía verse todo el pintoresco pueblo de Sitges, el mar en calma y algunas barcas

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pesqueras a lo lejos en aquel soleado día de Marzo. Detrás, las montañas del Garraf

teñidas del verde oscuro de los pinos.

Era un sitio magnífico para alejarse de todo, para perderse, aislado de toda la

casa, un lugar donde soñar. Meditó Ami con los ojos cerrados mientras respiraba

profundamente la brisa marina.

De repente de nuevo la imagen de Isabel mirando desde allí mismo en un

tiempo lejano le llegó a la mente.

—¿Por qué subías aquí Isabel? ¿Qué esperabas? —preguntó en voz alta.

Miro a su alrededor, solo había una vieja silla resquebrajada y descolorida

por el sol, con una montaña de caca de paloma sobre el respaldo.

—¿Estás bien Ami? —dijo la voz de Eusebi desde el desván.

—¡Estoy bien, un momento! —gritó.

Ami comenzó a examinar los muros del minarete por dentro y los pilares que

lo sostenían. También los observó por fuera. Se asomó para ver el tejado que podía

tocarse con la mano desde la barandilla, no había nada extraño entre las tejas

verdes. Luego miró hacia el techo, las vigas de madera eran vistas, cuatro vigas

grandes formaban una pirámide, otras más pequeñas se cruzaban formando la tela

de una araña. Azulejos de color verde y crema remataban los espacios que no

cubrían las vigas, dándole un especial encanto.

Era una lástima que nadie pudiera ver aquella hermosa composición Pensó.

Ami volvió a reparar en la silla, una silla solitaria, sin mesa, parecía estar

fuera de lugar. Aunque era de madera maciza, tendría más de ochenta años, pensó.

Sacudió como pudo los excrementos de paloma golpeando ligeramente la

silla con el suelo. Luego comprobó su resistencia apoyando solo la mitad de su

peso.

Sonó un leve crujido al dejar todo el peso de su cuerpo sobre ella, pero la

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sintió segura. Al alzarse para mirar entre las vigas del minarete sintió el

desagradable olor de los nidos de las palomas, habían un par de pichones en uno

de ellos. Al verla, movían sus todavía desnudas alas de miedo o de alegría. Ami no

supo distinguirlo.

—¡Qué asco! —exclamó con un gesto de repulsión en su rostro mientras

deslizaba una mano por los resquicios de las vigas inundados de heces y con la

otra se sujetaba al pilar.

Al palpar los azulejos de la zona sintió como uno de ellos cedía ligeramente.

Detuvo la mano, no lograba moverla con facilidad, estaba demasiado alto.

Entonces soltó la seguridad del pilar y estiró las piernas para alcanzar el azulejo

cuando de repente una bandada de palomas entró al minarete. Asustadas o

furiosas por la presencia de la extraña en lo que era su hogar comenzaron a

revolotear inseguras sin saber dónde posarse. Ami en un segundo perdió el

equilibrio precipitándose fuera del minarete, cayendo sobre las resbaladizas tejas

esmaltadas. Con rapidez su cuerpo fue deslizándose hacia el final de tejado, se asió

a una de ellas pero comenzó a desprenderse. Con medio cuerpo fuera del tejado,

miró hacia el vacío. Ni siquiera tuvo tiempo de gritar. Solo de pensar que llegaba

su hora. El crujir de la teja le anunciaba su fatal destino contra el suelo a más de

siete metros de altura.

Cuando ya solo podía gemir del pánico, de pronto algo la tocó.

—¡Cójase rápido!

Juan le ofrecía desde el minarete la silla para que se agarrara.

Ami dudó unos segundos soltar la mano, aquella destartalada silla se le

antojaba tan insegura como la teja medio desprendida a la que se asía.

Pero la soltó y rápidamente se aferró a las patas de la silla.

Juan fue tirando de ella hasta que pudo alcanzarla con la mano.

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—¿Te encuentras bien? —dijo subiéndola de nuevo al suelo seguro del

minarete.

Ami estaba blanca y exhausta. Respiraba con dificultad apoyada en uno de

los pilares, las piernas le temblaban como finas cañas de bambú.

—¡Di algo!, los señores están muy preocupados. Casi me quitan la maza a

tirones para romper la pared ellos mismos al oír tus gritos —gesticuló con las

manos.

—Muchas gracias, estoy bien —respondió todavía con la voz temblorosa

sacudiéndose el chándal de polvo.

—¡Todo bien! —vociferó el jardinero acercándose a las escaleras

tranquilizando a los que esperaban en el desván.

—Ponte aquí por si me vuelvo a desequilibrar —ordenó al jardinero en tanto

se encaramaba de nuevo a la silla. En su tozudez logró sacar el azulejo, metió la

mano palpó algo duro y estiró hacia ella. Al sacarlo a la luz pudo ver que era una

caja de madera revestida en plata con símbolos labrados. La miró fascinada.

—¿Qué es eso? —preguntó el jardinero al ver el ostentoso objeto.

—Es algo personal para los señores —dijo protegiendo la caja bajo su brazo al

notar la insistente curiosidad del jardinero.

Ami bajó de la silla ante la atenta mirada de Juan.

—Si son monedas de oro, puedes coger alguna antes de bajar la caja. Yo no

diré nada ¡claro si me das alguna a mí! —. Sugirió en voz baja mientras se colocaba

obstaculizándole el paso.

—¿Qué dices? No hay monedas de oro mira —dijo agitando la caja al lado de

la oreja del jardinero— ¡Quita de en medio! —exclamó.

Ami se escurrió con rapidez de la insistencia de Juan y bajó las escaleras

entrando de nuevo al desván por el agujero.

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Eusebi y Jack la esperaban ansiosos. Al verla entrar con la ropa manchada y el

pelo alborotado Jack se alarmó.

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? Hemos oído un grito.

—Mi pesadilla se hizo realidad —dijo a la vez que reía nerviosa.

Sonrió emocionada a los dos hombres cuando mostró la caja que había

encontrado, mientras el jardinero bajaba lentamente las escaleras del desván,

mirando de reojo, resignado hacia la caja.

Eusebi la tomó en sus manos, intuyó de inmediato que era de su madre, ella

adoraba oriente. Recordó.

Abrió la caja. Dentro, solo había pequeñas notas de papel con la letra casi

borrada, amarillas del tiempo y arrugadas de la humedad. No reconoció la

caligrafía.

—No es la letra de mi madre, ni la de mi hija. No sé quién ha podido escribir

esto.

Pasó una a una las notas hasta que encontró una que estaba firmada y la leyó

en voz alta:

—Siempre pienso en ti mi amor. Los días que no puedo verte se tornan

insoportables. Isabel te amo. Siempre tuyo Rafael.

Eusebi tomó asiento, estaba desconcertado, sentía estar invadiendo la

intimidad más profunda de su madre.

—¡Vaya! La abuela tuvo un novio —bromeó Jack sonriendo pícaramente a

Ami.

Eusebi miró a su nieto con dureza.

—Lo siento —se disculpó Jack.

—Mi madre era una dama respetable y antes no andaban con novios antes de

casarse. Esto debió ser un coqueteo inocente de juventud.

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Eusebi visiblemente afectado con la nota todavía en la mano, parecía estar

revisando toda su infancia en aquel momento tratando de encontrar algún

resquicio de sospecha. Pensaba que no había conocido suficientemente bien a su

madre. ¿Pero quién podía sondear en el corazón de una mujer?

—¿Quién era Rafael? ¿Conocías a alguien del entorno con ese nombre abuelo?

—preguntó.

—No. No sé —contestó afligido.

Eusebi leyó una frase de otra de las notas:

—Estoy adiestrando a otra paloma. No quiero correr el riesgo de tener una sola.

—¡Claro! —exclamó Ami—. Isabel subía aquí al minarete para recoger las

notas de Rafael que llegaban con una paloma mensajera. Las palomas han anidado

ahí desde entonces —dedujo.

Eusebi revisó una por una todas las notas. En ellas Rafael declaraba su amor

por Isabel apasionadamente, un amor intenso como aquel mostraba que los

amantes no podían verse con frecuencia, era un amor clandestino, ocultado por la

moral y la conducta de la época.

Ami cogió la caja y se la mostró a Jack.

Jack la acarició y la revisó en su interior.

—Parecía ser más honda —comentó.

Ami la cogió de nuevo.

—A ver…tienes razón —dijo.

Tocó las paredes que componían la caja hasta que una de ellas se separó por

la mitad, dentro había un fino cajón que se resistía al intentar abrirlo. Buscó con la

mirada algo que pudiera ayudarle. Se levantó y cogió un viejo abrecartas del

montón de cosas para donar y desprendió el cajón. Dentro había una nota más

extensa y un hermoso relicario de plata en forma de concha.

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—¡Qué bonito colgante! —exclamó la joven acariciando la pieza.

—No es un colgante, es un relicario —afirmó Eusebi acercándose más a ella—

¡Ábrelo! —le ordenó.

En efecto, la concha se abrió mostrando una pequeña fotografía en blanco y

negro.

—No reconozco a ese hombre —dijo Eusebi rápidamente.

Sin embargo Ami miraba la fotografía con la boca abierta.

—Yo sí…es el espíritu del despacho —afirmó— ¡Es Rafael! —contestó con el

pulso acelerado. Ver la imagen del fantasma plasmada en aquella vieja fotografía

le impresionó fuertemente. Jamás había tenido una evidencia tan clara de su don

como vidente.

Rafael era un ser cargado de ira y odio. Sin embargo en la foto parecía un

hombre sencillo y amable. ¿Qué daño tan profundo le afligieron para convertirse

en un alma sin descanso?, caviló.

—¿A ver? —pidió Jack extendiendo la mano.

Ami depositó el colgante en la mano de Jack que lo contempló atónito.

—Sí, es él —afirmó.

Eusebi y Ami lo miraron sorprendidos:

—¿Cómo lo sabes? —preguntaron.

Jack miró más detenidamente la fotografía pero no se atrevió a decir que el

hombre que sonreía tímidamente en la fotografía era el mismo que estuvo en la

fiesta el día que intentó suicidarse.

Pisadas y voces provenientes del piso inferior se acercaban.

—¡¿Qué es todo este desorden?! —Gritó Nieves apoyando sus manos en el

pecho— ¿Ha llamado usted a estos hombres? —dijo señalando a un grupo de

jóvenes con uniforme gris que venían tras ella.

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—¡En efecto, ya es hora de empezar una nueva vida! —contestó Eusebi con

una sonrisa en los labios.

Los operarios comenzaron a cargar cajas.

—¡No pueden llevarse eso! —gritó Nieves a uno de los operarios que se

dirigió hacia la montaña de trastos.

El ama de llaves observaba angustiada cómo los hombres recogían los objetos

y los depositaban en grandes cajas. Con lágrimas en los ojos y un nudo en el

estómago, sentía que no podía resignarse a ver cómo le estaban arrancando una

parte de su vida.

—¡Esa muñeca no! —gritó arrebatándole de las manos una vieja muñeca de

trapo al joven operario que la miraba desconcertado—. ¡La noria de Paris! —chilló

corriendo hacia otro de los operarios que había lanzado la vieja noria de Giselle en

una caja.

—Nieves por favor, ¡déjalo ya! —dijo Eusebi mientras se acercaba a ella y la

cogía del brazo, retirándola de los viejos recuerdos.

Ella apartó su brazo con brusquedad y se acercó a Ami con los ojos

inundados en lágrimas.

—¡Todo esto es por tu culpa! —amenazó apuntándola con el dedo— ¿Qué

ganas con esto? Dime ¿Qué ganas? —preguntó.

Ami la miró con ojos llorosos. No quiso responder sabía que en aquel estado

no escucharía ninguna de sus palabras. Nieves ya se había hecho una idea de ella y

nadie iba a poder cambiársela.

Acto seguido Nieves se marchó llevando en las manos todavía la muñeca y la

noria de Giselle.

—Ami te pido disculpas en su nombre. No sabe lo que dice. Siempre nos ha

protegido demasiado. Hablaré con ella —comentó Eusebi acariciándole el

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entristecido rostro.

Mientras uno de los operarios cogía el contenido de una de las cajas de

Giselle, un cuaderno cayó sobre los pies de Jack. Jack alargó el brazo para intentar

cogerlo.

El operario al ver el cuaderno en el suelo se agachó veloz y lo volvió a dejar

en la caja.

—No, por favor, entréguemelo.

El joven lo sacó de la caja y se lo dio.

Era de nuevo el cuaderno con el título: Mi proyecto.

Nada es por casualidad, pensó recordando las palabras de Ami.

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20 Odio que envenena

Terminaba de colgar el teléfono móvil. La conversación con su esposa había

sido breve, debido al enfado de ésta. Ella no podía comprender que reanudara la

amistad con Jack. Tampoco entendía que ahora había cambiado, que ya no era

aquel joven vicioso que tan arrogantemente la había tratado las pocas veces que lo

había visto, cavilaba.

Manel conducía por la autopista. Los últimos mensajes de correo electrónico

que recibía de su amigo se habían vuelto pesimistas. Era como si volviera a ser el

mismo después del accidente. No había podido dejar de pensar en él desde que

leyó el correo aquella mañana, aunque ninguna palabra lo atestiguara parecía una

despedida.

Aparcó el elegante coche negro en el porche de la entrada de la mansión.

Nieves lo acompañó hasta el salón.

Jack lo esperaba, leía el periódico sin demasiado detenimiento, parecía estar

ojeando los titulares. No sonrió excesivamente al ver a Manel aparecer, pero éste

sintió algo en su rostro que denotaba cierta alegría por la visita.

—Me alegro de verte fuera de aquella habitación —dijo Manel apretando

fuertemente la mano de Jack.

—No deja de ser otra habitación de cuatro paredes —contestó Jack dejando el

periódico sobre el sofá.

Manel se sentó en el sillón orejero mientras Jack acercaba su silla de ruedas.

—¿Qué ha pasado? Noto tus correos diferentes, parecías tan alegre

últimamente.

—Estoy bien.

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—¿Es por Ami? No me mientas. Me hablabas de ella con entusiasmo, que la

habías besado pero te rechazó. Luego que habías usado el viejo truco de los celos

con Virginia y que te había funcionado, pero entonces ¿qué ha pasado? Me dijiste

que ella respondió a tu beso.

—Ya no sé qué pensar. ¡Déjalo! solo quería verte para darte una cosa —

contestó Jack mirando hacia el sofá.

Alargó la mano y cogió una pesada caja de madera de ébano.

—Es para ti —dijo soltando la caja en el regazo de Manel.

Sorprendido dejó la copa de licor que se había servido antes de acomodarse

en el sillón, en la mesa del té. La caja le era familiar aunque en aquel momento no

podía recordar dónde la había visto.

Abrió la caja. Dentro había un tablero de ajedrez.

—¿Es ese ajedrez de mármol que tenías en tu piso de Barcelona? —preguntó

atónito— ¡No puedo aceptarlo! Es una pieza de anticuario, tú adoras este ajedrez.

Debe tener más de trescientos años —afirmó. Cerró la tapa de la caja mientras

negaba con la cabeza. Siempre lo había tocado cuando visitaba a su amigo.

Adoraba las piezas de mármol tan finamente trabajadas. Era una auténtica obra de

arte en miniatura.

—Tiene seiscientos cincuenta años. Lo compré en una subasta de Londres. Es

tuyo acéptalo por favor, sé que lo cuidarás, eres un buen amigo.

Manel volvió a abrir la caja para acariciar el suave y frío tacto del mármol.

—Sigue intentando acercarte a Ami, es una buena chica, te la mereces.

—No la merezco. Mi pasado siempre me perseguirá, siempre habrá alguien

que me recordará lo mal que me porté con la gente. Lo ruin que fui con muchas

mujeres. Ami es una persona muy especial, demasiado para mí.

—Ella siente también algo por ti, pues si no, no habría respondido a tu beso.

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—Ya es tarde, tengo demasiados pecados sobre mi alma —rió

amargamente—, Iván le pedirá en matrimonio.

—¿Te vas a quedar ahí parado sin hacer nada? Si la quieres tienes que luchar

por ella. No es fácil que el amor llegue a tu vida no debes dejarlo ir. Puede que no

se vuelva a presentar nunca más.

—Por mi conducta mucha gente sufrió. No volveré a cometer el mismo error,

nadie más va a resultar herido por mi culpa, aunque tenga que perderla.

—¿Qué dices? ¿A quién puede perjudicar que estéis juntos?

—No sé, cosas mías.

Una hora más tarde Manel salió del salón con una amarga sensación en su

pecho.

Ami se encontraba en el jardín, regaba el rosal blanco que había traído de la

casa de su vecino, en su antiguo apartamento. Ya tenía hojas y diminutos capullos

coronaban los tiernos tallos. De pronto un fuerte olor que transportaba el aire

atrajo su atención. Miró hacia donde Doris se encontraba, la perra se había

interesado especialmente por un arbusto de camelia y lo olfateaba de arriba abajo.

Caminó hacia la perra. A medida que se acercaba hacia ella el olor era más

intenso, olor a animal muerto, dedujo. Se agachó para mirar bajo el arbusto pero

rápidamente apartó la vista: un gato negro yacía muerto, una desagradable

espuma amarilla salía de la boca. Ami se giró al oír a Doris gemir a sus espaldas,

Manel se acercaba con Candelaria a su lado. Se levantó del suelo y sacudió las

manos de las piedrecillas que se le habían adherido en las palmas. Manel la abrazó

levemente, portaba un semblante de preocupación que pudo fácilmente intuir.

—¿Qué tal estás? —le dijo Manel. —Yo muy bien, pero tú tienes cara de

preocupación. ¿Te sucede algo? —preguntó.

Manel dejó la pesada caja sobre la barandilla de la blanca balaustrada y le

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habló.

—Me preocupa Jack, me acaba de regalar un preciado ajedrez.

—Sois amigos, es normal que quiera regalarte cosas. Te quiere mucho.

—Ami, Jack está muy raro, he sentido este regalo como una especie de

despedida. Quiero que estés muy atenta a todo, no lo pierdas de vista.

—¿No estarás exagerando? Jack tiene altibajos es normal con todo lo que ha

tenido que pasar.

—Somos amigos desde hace tiempo, le conozco y sé que le pasa algo. ¿Lo

vigilarás?

—Sí claro.

Manel sacó una tarjeta de su billetera y se la dio.

—Por favor cualquier cosa llámame. Mantenme informado.

—Vete tranquilo, todos en la casa cuidamos de él.

—Quizá no todos sean de fiar —le dijo.

Manel se alejó más liviano portando su regalo en el brazo. Ami sintió que

había dejado parte de su preocupación y su peso sobre ella. Creía que Jack había

borrado de su mente la idea del suicidio, comenzó a sentir malestar en su

estómago, una inquietud se había instalado en su alma.

Minutos después entró en la cocina por la puerta del jardín. Quería hablar

con Candelaria para ponerla sobre aviso pero entonces oyó voces en su habitación,

la joven sirvienta hablaba con alguien por teléfono:

—¿Vas a venir esta noche mi amor? Ande diga que sí… Sí la he cogido… Sí…

sí… yo también mi papi. La vieja no está esta noche… vale… te la doy esta noche.

Se alejó rápidamente de la puerta. Alguien iba a venir durante la noche para visitar

a la doncella. Nieves no permitía las visitas privadas de los empleados en sus

habitaciones y pensó que iba a meterse en un lio si se enteraba.

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Ami sabía que su amiga salía con un chico de Perú, pero nunca le había

contado que se veían algunas noches, allí mismo, en el dormitorio. Le extrañó que

no se lo hubiera mencionado porque no era del tipo de mujer que guardara esa

clase de información en secreto.

Comenzó a prepararse un té con jengibre aunque no lograba dejar de pensar

en lo que acababa de oír, sintió una terrible curiosidad por la misteriosa visita.

Candelaria salió de su habitación, entró en la cocina y saludó a Ami que

hervía agua en la tetera:

—¿Te apetece un té? —le ofreció.

—Sí, aunque me lo tomaré rapidito, todavía tengo que preparar la cena. La

señora me mandó hacer hoy crema de espárragos —soltó torciendo la boca de

desagrado.

—¿Qué tal estás? —preguntó Ami.

—Bien, aunque no tanto como otras —cortó.

Apreció que Candelaria estaba extraña. Hacía días que su amiga la evitaba,

no coincidían en los desayunos y cuando lo hacían, las conversaciones eran sobre

el tiempo o las tareas del día. Había creído que su amiga tendría algún problema

personal o familiar, aunque le parecía extraño que no le hubiera mencionado

tampoco lo de la visita de aquella noche.

Al remangarse los puños para pelar las patatas observó el reloj que lucía en

su muñeca, desentonaba descaradamente con su sencillo uniforme, no entendía

demasiado de relojes pero le pareció bastante lujoso.

Cuando Candelaria volvía después de sus días de descanso siempre visitaba

a Ami en la habitación para enseñarle ilusionada las cosas que se había comprado,

hasta unas sencillas horquillas de pelo. Que ocultara aquel magnífico reloj era

suficiente señal de que algo no iba bien con ella.

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Estaba dispuesta a averiguar qué se ocultaba en aquella misteriosa cita de

Candelaria.

Marcaban las once y once en el reloj de la mesita de noche cuando Ami

terminó su meditación. Sabía que era el momento exacto para ir hacia la zona de

los dormitorios del servicio. Cogió una chaqueta, se la colocó sobre el pijama y

salió con sigilo de la habitación. Todo estaba a oscuras. Pasó por delante de Jack.

Le pareció que dormía profundamente. Doris desde su canastilla gimió al verla

pasar, le hizo un gesto con la mano para tranquilizarla. La mastín se levantó de la

canastilla creyendo que aquel gesto significaba caricias y se abalanzó sobre ella.

Inevitablemente la fuerza del animal hizo que Ami tropezara con la silla de ruedas

que se hallaba plegada junto al sofá.

—¿Qué haces? —preguntó Jack con voz somnolienta.

—Había oído un ruido y he salido a ver qué era.

—¿Rafael está aquí? —le preguntó buscando con la mirada entre las sombras

de la habitación.

—No, falsa alarma —le tranquilizó.

—Ya que estás de pie ¿puedes traerme un vaso de agua fresca? Tengo la boca

seca.

Pensó que era una excusa genial para entrar en la cocina. Después de todo

quizá no fue casualidad que tropezara con la silla. Sonrió.

Toda la casa permanecía en un sepulcral silencio. Ami no prendió la luz de la

cocina, para no poner sobre aviso al visitante misterioso. Abrió la puerta que

separaba la cocina del pasillo de los dormitorios del servicio donde Candelaria y

Nieves dormían.

No tardó en oír las risas provenientes del cuarto de Candelaria. Asomaba una

tenue luz bajo la puerta. Sentía los latidos del corazón con fuerza, sabía que no

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estaba bien espiar a las personas en su intimidad pero la curiosidad podía más que

la moral. Notó que un sugestivo olor a loción de afeitado masculino impregnaba

todo el pasillo. Apoyó el rostro en la puerta con sumo cuidado. Por unos minutos

dejaron de oírse las voces para ser sustituidas por unos ahogados jadeos.

Retiró el oído de la puerta abochornada.

Candelaria había citado a su novio para hacer el amor con él, sonrió aliviada.

Caminó para volver de nuevo a la cocina pero algo la frenó en seco. El

familiar escalofrió que sentía en su aura cuando se encontraba con una energía

oscura la hizo girarse de nuevo.

Allí etéreo, como de humo, se encontraba Rafael. Ahora ya tenía nombre, el

alma errante del amante de Isabel estaba allí de nuevo frente a ella, con una mirada

desafiante.

Llevaba un arma en la mano.

Con la misma sonrisa maléfica con la que lo había visualizado la primera vez,

subió su brazo con el arma y apuntó hacia la puerta del dormitorio de Candelaria.

Ami con la sangre helada del pánico no pudo moverse de la misma postura.

Rafael reía con amargura mientras apuntaba el arma, seguidamente caminó hacia

la puerta y la atravesó.

Temblando todavía de miedo salió corriendo hacia la cocina. Una vez allí,

tomó aliento. Necesitaba reflexionar unos segundos: sabía que no podría entrar en

la habitación con la excusa de que un fantasma podría estar en ella, la tomarían por

loca. Candelaria no se lo perdonaría nunca. Pensó.

Entonces cerró los ojos:

—Necesito ayuda, necesito una respuesta.

—Coge la leche —oyó en su mente.

Parecía no ser buen momento para esperar una respuesta sabia, pensó ante la

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absurda contestación que había recibido. Abrió la nevera vigilando que se

escuchara lo menos posible, cogió la botella de leche y salió de la cocina.

Al volver observó que Jack se había dormido.

Menos mal Pensó desconcertada al ver la botella de leche ya que Jack le había

pedido agua.

Dejó la botella sobre la mesita de noche, no estaba dispuesta a volver a la

cocina. Todavía le temblaban las piernas del miedo que había pasado. Aunque no

podía quitarse de la cabeza pensar que Candelaria podría estar en peligro.

Tiró suavemente de la manta, Jack tenía medio cuerpo destapado, lo observó

con ternura, no pudo resistir darle un beso en la frente. Mientras lo miraba no

podía dejar de sentir una desagradable sensación de peligro.

Los gemidos de Doris la tranquilizaron. Se acercó al mastín y la acarició:

—Cuida de él, ¿vale? —susurró.

Una hora después Ami se movía inquieta en la cama, soñaba nuevamente. La

frente sudorosa delataba una pesadilla inquietante. En el sueño había un gato

negro, daba vueltas y vueltas alrededor de sus pies, comenzó a girar cada vez más

rápido, ella le decía que parara. Entonces el gato comenzó a echar espuma amarilla

por la boca, un montón de espuma que comenzó a cubrirle los pies. Sentía el

escozor de la espuma en su piel.

Ami se miraba los pies horrorizada viendo cómo la espuma comenzaba a

disolverle la carne. Un dolor insoportable que la despertó de golpe.

Con el corazón palpitante sacó sus desnudos pies de la colcha que la cubría.

Se tranquilizó al comprobar que los pies estaban intactos y que solo era un sueño.

—¡Estos sueños son cada vez más reales! —murmuró con fastidio.

Se levantó de la cama dispuesta a salir de la habitación. Al girar el pomo

comprobó con asombro que la puerta estaba cerrada.

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Un terrible presentimiento la inquietó en aquel momento.

—¡Jack! —gritó— ¡Abre la puerta! Por favor, no lo hagas —gritó

desconsolada—. ¡No lo hagas!

Nadie respondió.

Las lágrimas comenzaron a brotarle de los ojos temiendo que ya fuera

demasiado tarde para Jack. Comenzó a rogar con las temblorosas manos unidas

sobre la frente.

—¡Ayuda por favor! Os necesito, ángeles. Por favor Giselle, ayúdale no dejes

que lo haga ¡Otra vez no!

—¡Jack! —gritó de nuevo.

Ami se derrumbó en el suelo detrás de la puerta. De pronto miró hacia la

ventana de su dormitorio.

Se levantó rauda y abrió las cortinas. Comprobó horrorizada que tenía

barrotes de hierro, como todas las ventanas del piso inferior. Luego entró

velozmente en el cuarto de baño y sintió un ligero alivio al ver que la pequeña

ventana era de obra nueva como todo el aseo y no le habían colocado ninguna

protección.

Decidida subió sobre la tapa del inodoro, apoyó un pie sobre la cisterna y

arrastró su delgado cuerpo por la pequeña ventana. Sin nada a que aferrarse cayó

sobre un matorral que la arañó sin piedad. Sin perder un segundo se puso en pie y

siguió el camino que rodeaba la casa. Con los ojos nublados por las lágrimas y el

corazón desbocado entró resuelta en la habitación de Jack por la balconera.

La estancia estaba en la penumbra pero gracias al resplandor de una farola

del jardín Ami pudo distinguir con alivio la silueta de su paciente que se

encontraba en la cama sentado, tenía la mesita auxiliar colocada, miraba un vaso

de cristal que contenía un líquido incoloro.

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—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Ami arrastrando las palabras con

temor a oír la respuesta que ya conocía.

—No hacía falta que vieras esto —dijo una voz varonil en la penumbra de la

habitación.

Un ruido de pisadas del lugar donde provenía la voz de hombre, hizo que

Ami se pusiera en alerta. Pudo observar que la sombra de aquel hombre era

grande, atlética, muy familiar.

—¿Iván? —preguntó desconcertada.

—Sí cariño. Estoy aquí, ayudando a que nuestro amigo termine con su

sufrimiento.

Ami miró aterrada el vaso que tan fijamente miraba Jack, corrió hacia él pero

el fuerte brazo de Iván la detuvo.

—¿Qué haces? No podemos consentir que se quite la vida ¡Suéltame! —gritó.

Iván sostenía con fuerza el cuerpo de Ami mientras pataleaba por desasirse.

La cercanía con su cuerpo hizo que pudiera volver a oler el mismo perfume de

loción de afeitado del pasillo de la cocina.

—¡¿Tú eras la persona que estaba con Candi?! —exclamó sorprendida.

No podía imaginar que Iván y Candelaria habían estado tramando todo esto

a sus espaldas. Las lágrimas brotaban de sus ojos. La desesperación se apoderaba

de ella ¿Cómo podía estar pasando todo aquello? ¿Cómo no se había percatado? Doris que

había entrado sigilosa por la puerta de la balconera que Ami había dejado abierta

se abalanzó sobre la pierna de Iván mordiéndola con fuerza.

—¡Ah! Maldita perra —gritó sin soltar a Ami.

Iván sacó una pistola con silenciador de su bolsillo y disparó a la vieja mastín.

—¡No! ¡Doris! —gritó Jack— ¡Maldito seas! no tenías que haber hecho eso.

Jack golpeó la mesa de impotencia.

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Ami lloraba y gritaba de impotencia al ver a Doris como iba arrastrándose

hacía la salida dejando un reguero de sangre a su paso.

Doris subió con dificultad los peldaños de la escalera que conducían al piso

superior. Cada paso era un gemido de dolor, la vieja mastín se estaba desangrando

y su vida se evaporaba con cada gota de sangre. Con dificultad subió al último piso

y se derrumbó en el suelo.

A pocos metros de la perra, Eusebi releía las notas del misterioso Rafael

profundamente inmerso en recuerdos de un pasado no vivido. Reposando sobre su

cama intentaba imaginar cómo y cuándo se habrían conocido él y su madre. Aquel

hombre sufría profundamente al estar separado de su amada, cada una de sus

palabras emitían la tristeza y desazón del amor prohibido, del amor imposible,

sintió mientras cogía la última nota que Ami había sacado junto al relicario.

Aquella nota era más extensa que las demás. Se ajustó las gafas para leerla; de

repente un gemido largo y desesperado que provenía del pasillo le alertó.

Asustado salió de la cama tirando la nota al suelo, encendió la luz del corredor y

observó que no había nadie. Volvió a apagar las luces y se dispuso a entrar en su

habitación pero entonces escuchó de nuevo un gemido, esta vez más corto y

ahogado. Caminó hacía las escaleras, allí prendió la luz y pudo ver con pavor de

donde provenían.

—Mira lo que me has obligado a hacer, bébetelo o ella correrá la misma

suerte —amenazó Iván mientras apuntaba a Ami con el arma en la cabeza.

—¡¿Te has vuelto loco?! ¿Por qué haces esto? —preguntó Ami.

De pronto comenzó a sentir los escalofríos que acompañaban siempre a la

presencia de Rafael.

—Iván no eres dueño de ti —le dijo— un espíritu te posee. Tú no quieres que

Jack se suicide. Por favor escúchame —suplicaba.

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—Merece morir, no es buena persona. No te dejes engañar, tú tienes que estar

conmigo. Yo te cuidaré, con todo su dinero viviremos como reyes fuera del país. Lo

tengo todo planeado a pesar que el muy cerdo me mintió —le dijo a Ami

susurrándole cerca del oído.

—Yo no quiero ir contigo a ningún sitio, ¡estás enfermo! —gritó.

Iván le apretó el cuello con más fuerza, en unos segundos empezó a notar la

falta de aire.

—¡Me prometió que me daría todo su dinero si le ayudaba a morir! ¡El muy

mentiroso! —exclamó Iván—. Luego se arrepintió y todo porque el estúpido se

enamora —mirando a Jack con ojos llenos de ira—. Tú fuiste el culpable de que

Lisa muriera, le hiciste caer en las drogas, era una mujer preciosa, era mi novia

¡Maldito seas! Me dejó por gente como tú, por ti. La deslumbraste con tu poder,

con tu dinero. Le prometiste amor y luego la dejaste tirada como un pañuelo sucio

y usado.

Jack lo miró sorprendido, recordaba el nombre de Lisa pero ningún rostro

vino a su memoria.

—Si no te lo bebes ella morirá también —amenazó.

Jack cogió el vaso que contenía cianuro líquido. Con la mano temblorosa lo

acercó unos palmos a su rostro.

Ami al ver que Jack se disponía a beberse el veneno comenzó golpear con sus

puños el estómago de Iván. Éste apretó más su cuello dificultando la respiración.

Ami comenzaba a ponerse morada.

—No lo hagas por favor, no me dejes —le dijo con dificultad mirándolo con

ojos suplicantes.

Jack la miró fijamente.

Ami pudo apreciar que los ojos de él estaban vidriosos pero había serenidad

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en ellos.

—Tú serás más útil al mundo que yo. Tienes un corazón enorme. Tu sonrisa

ilumina todo a tu alrededor. Tu energía y entusiasmo contagian a cualquiera que

se ponga en tu camino. He vuelto a sentir amor gracias a ti. Me has enseñado a

creer en mí, a apreciar a las personas por lo que son y no por lo que aparentan. Que

el dinero es un vehículo para la vida y no el fin de la misma. Gracias a ti he vuelto

a creer en la magia, pero aún así no puedo volver atrás y cambiar todo lo que he

hecho. Esto es la consecuencia de mis actos pero no voy a consentir que nadie sufra

más y menos tú, que tanto me has dado.

—No le hagas caso, Iván está lleno del odio de Rafael, no lo hagas, yo… yo te

quiero —expresó.

Jack miró los húmedos ojos de Ami, sentía que estaba diciendo la verdad.

—Te quiero —repitió.

—¡Bebe maldito! Bebe o la mataré —amenazó Iván cada vez más alterado y

tembloroso mirando hacia las salidas de la habitación— Ami se quedará conmigo.

Te miente, no te quiere, me quiere a mí.

—Nunca me iré contigo —contestó ella.

—Lo harás. ¿Sabes por qué? —dijo acariciándole los pechos con la pistola—

El muy idiota cambió todo su testamento y lo puso a tu nombre. La policía irá a

por ti, serás la primera en ir a la cárcel si no huyes conmigo.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó mirando los lagrimosos ojos de Jack.

—Porque sé que harás buen uso de él y porque yo… también te quiero, con

toda mi alma, nunca lo olvides.

Jack agarró con firmeza el vaso y bebió de un trago todo el contenido. —¡No!

—. Chilló Ami.

En aquel mismo instante un disparo sonó en la habitación.

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Ami se notó liberada de los fuertes brazos de Iván y corrió en auxilio de Jack.

Tiró la mesa auxiliar y se abrazó fuertemente a él. Vio la botella de leche que

todavía continuaba llena en la mesita de noche y con un aplomo sorprendente

abrió la boca de Jack que comenzaba a retorcer su cuerpo y le hizo beber sin

descanso.

Segundos después, fuertes espasmos comenzaron a sacudirle el cuerpo ante

la asustada mirada de Ami que observaba cómo enseguida perdía la conciencia.

—¡No te duermas! —dijo mientras zarandeaba el cuerpo—. ¡Una ambulancia!

—gritaba desesperada— No me dejes te quiero, te amo, te amo.

Jack respiraba agitadamente, el rostro de Ami era cada vez más borroso para

él pero la luz que desprendían sus ojos permaneció intacta unos segundos, los

suficientes para ver el amor que manaba de ellos.

Cerró los ojos pero una suave sonrisa se dibujó en sus labios.

Ami no había podido percatarse que Eusebi permanecía detrás de ella

paralizado de terror, con el rostro blanco como el yeso y con el rifle que su padre le

regaló en la mano.

Iván yacía en el suelo gritando de dolor, un goteo incesante de sangre

manaba de debajo de su espalda.

Dos horas después del incidente Ami esperaba junto a Eusebi en un salón las

noticias de los cirujanos que atendían el envenenamiento de Jack. Aunque los

médicos le daban esperanzas gracias a que el veneno se había atenuado con la

leche todavía no tenían un diagnóstico favorable.

Repasaba en su cabeza una y otra vez la horrible escena que había tenido que

vivir. Seguía preguntándose por qué Iván se había dejado llevar por la ambición y

el odio de aquella manera tan intensa y radical. Que la había estado utilizando

para su macabro plan. Luego recordó con amargura que Candelaria e Iván la

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habían traicionado. ¿Era ella cómplice de todo o la había estado utilizando

también? Se preguntaba.

Segundos después dos policías entraron en la sala de urgencias junto a

Antoni Jover irrumpiendo sus pensamientos de forma abrupta.

—Es ella —indicó Antoni apuntando con el dedo índice. — ¿Es usted Amelia

Isern? —preguntó el agente de policía más mayor. Ami miró confusa a los agentes

con los ojos hinchados y enrojecidos de tanto llorar.

—Sí —contestó con la voz ronca y quebrada.

—Queda usted detenida por el intento de asesinato de Jack Jover i Camps-

Villeroy.

El agente la cogió por el brazo y la levantó en tanto el otro agente la esposaba

con agilidad.

Ami miraba a su alrededor atónita.

Al ver que la esposaban, Eusebi se acercó tan rápido como le permitían las

piernas hasta Antoni.

—¿Qué estáis haciendo? —preguntó a los agentes— Ella no ha hecho nada —

afirmó.

—Querido suegro, Nieves me ha tenido al tanto de las actividades de esta

delincuente. Me confesó que había estado hurgando en el pasado de la familia y

que incluso se atrevió a tirar las cosas de mi difunta esposa. Me había dicho que no

era de fiar y no la creí. Ahora alguien anónimo me ha llamado dándome todos los

detalles: que esta mal nacida había planeado con su novio, el fisioterapeuta,

terminar con mi hijo y quedarse con su dinero —contó Antoni mirándola con

desprecio mientras los agentes la sacaban de la sala.

—Eso no puede ser —habló Eusebi con el rostro blanco como el mármol de

las paredes de la sala.

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—He comprobado todo lo que me ha dicho la llamada anónima y es cierto.

Jack había cambiado todo su testamento. Todo está a nombre de Amelia Isern en

caso de su fallecimiento. Ella es la principal benefactora de todo —gruñó Antoni.

Eusebi sintió un mareo que le nubló la visión. Eran demasiadas emociones

para él. Sentía que el suelo de aquella sala era blando como de mantequilla. Antoni

lo agarró justo antes de desvanecerse.

Mientras en Bella Villeroy Candelaria cerraba su maleta con un llanto

continuo en sus ojos. Hacía un rato había hablado con Antoni Jover, le había

contado que Iván y Ami estaban compinchados para quedarse la fortuna de su

hijo. Después de colgar, lloró como nunca antes lo había hecho, había traicionado a

su amiga. La ambición y el odio le habían hecho culpar a una inocente.

Candelaria recordaba la primera vez que Iván le sonrió. Una mañana antes de

marcharse de la rehabilitación con su jefe, le dejó una nota; aquel acto se convirtió

en costumbre. En aquellas notas le hablaba de amor, de lo bella que era, parecía ser

un hombre distinto el que escribía esas palabras. Había creído que Iván la amaba

de verdad. Más tarde le habló de la oferta que Jack le había hecho por ayudarle a

morir, de todo el dinero que dispondría si ella le ayudaba.

—No hacemos nada malo, él me lo pide cada día. Jack está sufriendo y quiere

morir —le decía.

En las tardes libres se había visto con él en la ciudad, en su piso de Barcelona,

allí le hacía el amor. Luego le enseñaba cómo manejar el ordenador, como

funcionaba Internet, le había explicado cómo sacar información sin dejar huellas.

Candelaria había estado introduciéndose en el ordenador de su jefe mientras

Iván estaba en la piscina con Jack y Ami. Nadie sospecharía de ella, de una simple

criada. Le decía. Iván le había prometido dinero y una vida feliz de vuelta en su

país.

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Pero Iván le había mentido, la había utilizado. Candelaria había permanecido

oculta cerca de la ventana. Había escuchado con dolor cómo Iván le decía a Ami

que la amaba, que se irían juntos con todo el dinero. Candelaria en ese momento se

sintió humillada, traicionada por el hombre que amaba, nunca había tenido

intención de obligar a Ami a que le diera el dinero del testamento, Iván quería

disfrutarlo con ella.

Sintió un ardiente odio hacía él. Aquella misma noche cuando le entregó la

pistola que había robado de la colección del despacho, le había dicho cuanto la

amaba mientras le hacía el amor. Vamos a ser muy felices, retumbaba todavía en su

cabeza mientras terminaba de hacer la maleta.

Antoni entró en la habitación se acercó a la cama. Jack tenía la mirada perdida

en el techo, todavía los ojos no se habían acostumbrado a la luz y parpadeaba

incesantemente.

—¿Dónde está Ami? —preguntó con la voz fina, luego tosió. — Me duele —

dijo.

—El veneno le ha dañado las cuerdas vocales señor Jover —contestó el

médico.

Antoni se sentó en la silla de cuero negro que había junto a la cama.

—¿Y Ami? ¿Por qué no viene? —insistió con un hilo de voz.

—Se ha marchado. Ahora descansa, tienes que recuperarte —dijo Antoni.

—Exacto —contestó el médico que lo miraba de cerca— Ha sufrido un infarto

provocado por la ingesta de cianuro hidrógeno, un potente veneno, podría estar

muerto si no fuera por la rápida intervención de su familia que le hicieron beber

líquido. ¡Vuelve de nuevo a la vida señor Jover! —afirmó el médico al abandonar

la habitación.

—Ami me dio la leche. Ella me salvó —susurró con una leve sonrisa en los

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labios. Es un ángel en la tierra como dijo mamá. Me dijo que me enviaría un ángel.

—¿Por qué cambiaste todo tu testamento a favor de una desconocida, de una

criada? —preguntó Antoni con indignación.

—Porque la amo —contestó Jack cerrando los ojos. Antoni miró a su hijo,

acababa de sufrir un infarto y no había borrado la sonrisa de su rostro.

Definitivamente creía que su hijo había perdido el juicio escuchándolo hablar sobre

ángeles.

—Sigues siendo tan débil como tu madre —dijo con amargura.

Todas las cosas que Nieves le había ido contando sobre el despacho, el

fantasma y el desván, le confirmaban que su hijo se había dejado arrastrar por las

fantasías y las locuras de aquella enfermera y posiblemente Eusebi también.

Antoni no podía llegar a comprender qué tipo de artimañas habría utilizado

aquella joven para convencer a dos hombres cultos e inteligentes.

Tres días después…

—Tiene una visita. —Dijo una enfermera abriendo la puerta de la habitación

que Iván compartía con un hombre de mediana edad.

Iván había ingresado en el mismo hospital que Jack la noche del incidente

cuando ambos llegaron en el helicóptero. Le habían operado de urgencias para

extraerle la bala del hombro izquierdo y ahora se recuperaba lentamente de la

herida.

Iván giró el rostro y vio cómo la enfermera que sujetaba la puerta abriéndola

hasta el máximo que permitían las bisagras, se quedó allí esperando. A los escasos

segundos Jack apareció en la silla de ruedas empujada por otra enfermera.

Disgustado por su presencia giró el rostro de inmediato hacia la ventana.

—¡Lárgate! —le gritó.

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El guardia que lo custodiaba se asomó al oír el grito. —¿Está seguro que

quiere entrar señor? —le preguntó el guardia.

—Sí, tranquilo —respondió Jack.

La enfermera acercó la silla hasta los pies de la cama de Iván y se alejó.

—¿A qué has venido? —preguntó Iván. —He venido a decirte que no voy a

ponerte ninguna denuncia, pero posiblemente te las tendrás que ver con mi padre,

intentará alegar que estoy loco e irá a por ti. Pero que mataras a Doris… eso nunca

te lo perdonaré —le dijo con los ojos encendidos de rabia.

—No necesito tu perdón.

—Siento lo que le pasó a Lisa. Fue otra víctima como yo, aunque no tuvo la

suerte de tener a alguien a su lado que le enseñara a ver el mundo con otros ojos.

Los ojos de Iván se nublaron de lágrimas. Sentía que esas palabras iban a

clavarse directamente en su corazón.

—¡Yo no la abandoné! Ella me dejó a mí.

—Ella escogió hacer lo que quiso de su vida, nadie tiene la culpa.

Jack giró la silla y salió.

—¡Tú tienes la culpa! tú con tu podrido dinero, la sedujiste, la engañaste, le

metiste en la droga y luego la abandonaste —gritó mientras Jack salía de la

habitación—. ¡Tú la mataste!

Las palabras que Ami le dijo un día aparecieron en su mente de repente, pero

ahora tenían sentido para él.

Entonces giró la cabeza antes de que la enfermera cerrara la puerta y le dijo:

—Ella ya estaba muerta… como yo.

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21 Un rayo de luz

Mientras Nieves terminaba de limpiar la habitación de Eusebi, no dejaba de

pensar. Todavía no podía creer que Candelaria estuviera desaparecida en busca y

captura. Se le hacía difícil imaginar que aquella joven, devota cristiana, con la que

había compartido tantas horas de trabajo estuviera también implicada en el intento

de asesinato de su querido Jack. Pensaba en la frialdad que albergaban detrás de

sus sonrisas. Que habían esperado el día que ella salía a visitar a su madre en

Girona para llevar a cabo su macabro plan. El corazón le palpitaba rápido cuando

imaginaba una y otra vez si Jack no hubiera podido sobrevivir al veneno. Sentía su

sangre detenerse y un largo suspiro salía de su boca.

Nieves odiaba los cambios, el desorden de cualquier clase y los últimos meses

sentía que había pasado un viento huracanado. Entonces le venía el rostro de Ami

a la mente y se le encogía el pecho. Sentía que ella había sido ese viento, que si ella

no hubiera aparecido por la casa, con su inocente apariencia, nada hubiera

sucedido. Todo hubiera estado como siempre. Yo también me dejé engañar, cavilaba.

Aquellos días había tenido que aumentar la dosis de su medicina para la

ansiedad y eso le conllevaba estar más lenta de reflejos y más cansada de lo

normal.

Aún así arrastraba la escoba con tanta fuerza que hubiera podido llevarse los

dibujos de las baldosas. Deseaba borrar tanto dolor acumulado en esa familia.

Cesó de barrer y se percató de un papel mal doblado debajo de la cama. Se

agachó lentamente para cogerlo mientras sus rodillas chasqueaban acompañando

el movimiento. No gozó leerlo, su moral se lo impedía, aunque no por falta de

ganas. Lo guardó en el bolsillo del delantal azul que se había colocado y continuó

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con las tareas.

Segundos después sonó el teléfono de la cómoda. Nieves descolgó el aparato.

—Sí, no se preocupe, le paso la nota… sí… mañana a las cinco —contestó.

Con una mueca de desagrado en el rostro colgó el aparato. En aquel instante

sintió unas leves palpitaciones en el corazón. Dejó la limpieza de la habitación y

bajó al piso inferior para buscar a Eusebi que se encontraba en el despacho que por

tanto tiempo había permanecido cerrado. Allí Eusebi en la gran mesa de caoba

revisaba antiguos cuadernos de contabilidad, intentaba descubrir un pasado que

ahora se le antojaba extraño e irreal.

—Hola Nieves —saludó antes de que ésta reaccionara.

Nieves parada en la entrada de la puerta calló por unos segundos.

—¿Venía a decirme algo? —preguntó mirándola por encima de las gafas.

Nieves pensó que sería mejor para toda la familia que nadie se enterara que

Ami salía mañana de la cárcel.

—Perdone, esto debe ser suyo. Lo he encontrado debajo de la cama —dijo

caminando hacia Eusebi sacando la nota arrugada del bolsillo del delantal.

Eusebi alargó la mano. Reconoció al instante el papel amarilleado y ondulado

por la humedad.

—Lo dejó con sus tareas —comentó al ver los cuadernos antiguos

amontonados abiertos sobre la mesa.

—No, espere —dijo Eusebi sin retirar los ojos del papel.

Entonces leyó en voz alta:

—7 de Septiembre de 1929 .

Mi amada Isabel, no sabes cuánta dicha siento, no he podido dormir en toda la

noche. Ser padre es lo mejor que le puede suceder a un hombre. No te preocupes no

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te voy a dejar sola en esto, yo me voy a hacer cargo de todo. No permitiré que te

casen con ese pusilánime de Don Eusebi. Mañana hablaré con tu padre y me tendrá

que aceptar aunque sea un simple campesino. Es nuestro hijo, carne de mi carne y

no voy a consentir que nos separen, nos amamos por encima de todo. No quiero que

llores porque no hemos pecado, solo nos hemos amado y eso no puede ser malo

porque Dios es amor, lo dice el padre Miquel. Mi amada, no quiero que llores,

mañana todo será distinto y estaremos juntos para siempre te lo prometo.

Rafael tuyo para siempre.

Eusebi no podía dar crédito a las palabras de la carta. Parecía ser una broma

pesada que el destino quería hacerle. Tenía ante sus manos la última nota que

posiblemente escribió en vida Rafael.

—Rafael era… mi padre —afirmó. El rostro de Eusebi se tornó pálido. Dejó

caer la nota en la mesa, parecía pesarle demasiado entre los dedos.

Nieves con la mano en la boca, los ojos llenos de lágrimas se acercó a Eusebi,

le hubiera gustado abrazarle pero no reaccionó, lo más que pudo hacer fue

acercarse un poco más a la mesa y coger la nota para leerla con sus propios ojos. La

leyó con rapidez y comentó:

—No podemos estar seguros de esto. Quizá su madre, que en paz descanse,

tuvo un aborto o pudo dar al hijo de Rafael en adopción. En aquella época ninguna

mujer podía permitirse quedar embarazada antes del matrimonio hubiera sido una

deshonra para toda la familia, un gran escándalo.

Eusebi negó con la cabeza.

—¿No se ha fijado en la fecha de la carta? —dijo señalando con el dedo— Mi

madre se casó aquel mismo mes y yo nací ocho meses después de esta fecha. Creo

que no fui un niño prematuro, como contaban —rió amargamente.

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Eusebi se mostraba visiblemente afectado. En su interior sentía tristeza por su

padre, el que lo había criado. Ahora pensaba en él ¿acaso conoció que su futura

esposa estaba encinta?

—No dé todo por seguro, Señor, nadie puede hablar ya de lo que aconteció —

dijo Nieves mirando con ternura las temblorosas manos de Eusebi.

Eusebi sacó el relicario del bolsillo de su chaqueta y lo abrió para Nieves.

Nieves miró con asombro la foto de aquel hombre, le pareció un atractivo

galán de la época. No le extrañó que pudiera haber conquistado el corazón de una

dama de la alta sociedad. Pero cuando miró con más detenimiento sus rasgos no

pudo negar la evidencia; Eusebi había heredado la mirada y la nariz de Rafael.

—¿Entonces toda esa historia del espíritu de Rafael, es cierta? ¿Su alma ha

estado en esta casa desde entonces? —pregunto Nieves todavía incrédula.

—Según las notas que Ami encontró en el minarete, Rafael fue el primer

novio de mi madre. Rafael existió, se llamaba Rafael Rodríguez era un trabajador

de la finca —dijo señalando una de las antiguas libretas de cuentas— Estuvieron

manteniendo su romance en secreto, pero solo hasta que mi madre quedó

embarazada. —¿Después de todo lo que ha sucedido aún cree que esto no ha sido

obra de Ami? No sé… algún plan para desquiciar a la familia y manchar la honra

de su madre. No debe creer así sin más las fantasías de esa loca —afirmó Nieves.

—Ami solo ha querido ayudar a esta familia desde que entró. Es una buena

chica, es especial, tiene un don maravilloso para ver más allá de las apariencias. He

visto cosas con mis propios ojos que me hacen creer en la inocencia de Ami. Aparte

está la bala, eso es real y las notas también. Rafael se quitó la vida posiblemente

porque mi familia materna rechazó el noviazgo entre ellos por su condición social.

Su alma llena de odio e ira por la injusticia que sufrió al saber que jamás podría

estar con la mujer que amaba y que otro criaría a su propio hijo, no le ha permitido

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descansar en paz y ha permanecido atrapado en esta casa, en la casa de su amada

—narró.

Calló por unos minutos. Con el rostro cabizbajo, suspiró hondo; parecía estar

acumulando valor para saltar a un precipicio.

—Yo cometí el mismo error que él —dijo por fin—. Me dejé llevar por las

apariencias sociales y dejé de lado a una buena mujer, a una mujer que amaba.

Nieves se ruborizó, bajó la mirada. El corazón se le aceleró y nerviosa

comenzó a frotarse los dedos.

—Ami también me abrió los ojos sobre esto. Me dijo que alguien muy cerca

de mí todavía me amaba y me necesitaba —dijo Eusebi en tanto se incorporaba del

mullido sillón de piel.

Eusebi se acercó a Nieves y cogió sus manos.

—¿Cree que todavía aquella mujer me ama? ¿Cree que ella puede perdonar

todo el daño que le hice? ¿Cree que podemos pasar el resto del tiempo que nos

quede juntos?

Nieves comenzó a llorar. Asintió con la cabeza.

Entonces Eusebi la abrazó. Nieves respondió a su abrazo sin poder dejar de

llorar y temblar. Aquel momento lo había soñado cientos de veces en la soledad de

su habitación; volver abrazar a Eusebi, sentirlo entre su cuerpo. En aquel momento

se sentía la mujer más dichosa del mundo, la felicidad inundaba todo su ser,

disipando la fría coraza que por tantos años había llevado puesta. Por fin la vida

había comenzado a sonreírle Pensó dichosa.

—¡Tengo un recado para Jack! —recordó sobresaltada.

Eusebi rió la espontaneidad de Nieves.

Centro Penitenciario de Barcelona Odiaba aquel lugar, creía que jamás hubiera

tenido que pisar un lugar como ese. Allí con el cabello relamido, el traje gris oscuro

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de diseñador y los zapatos relucientes, Antoni esperaba impaciente con gafas

oscuras a que ella apareciera. No quería que nadie le reconociera.

Su abogado que abultaba el doble que él, también aguardaba nervioso

mientras repasaba unos informes grapados sobre la rallada mesa de melanina gris

de la sala de visitas.

Al cabo de unos minutos Ami apareció acompañada por una celadora; ambas

charlaban con naturalidad y cortesía. Antoni Jover no esperaba que dieran aquel

trato a los presos y observó la escena con desagrado.

Ami observó extrañada a los desconocidos de traje inglés que la esperaban.

Antoni se quitó las gafas, la miró de arriba a abajo e hizo un ademán para que

se sentara.

—No esperaba verle aquí señor Jover —dijo Ami.

—Yo tampoco creía que tendría que volver a ver su cara. Para mí sigue

siendo usted una delincuente.

—Lo que usted crea es su problema —soltó con aplomo.

Antoni le soltó una fría mirada luego le hizo un gesto a su abogado y este le

deslizó un documento con rapidez. —¿Qué significa esto? —preguntó Ami

después de ojear el grapado de folios que le había dado.

—¿No le parece generosa la cantidad que le ofrezco? A parte estoy dispuesto

a retirar la denuncia.

Ami lo miró con gesto desaprobatorio.

—¡Yo amo a su hijo! No voy a renunciar a él. ¿Cómo puede pedirme esto? Ya

he hablado con el abogado que Jack me envió y me ha dicho que tengo muchas

probabilidades de demostrar mi inocencia, Iván hablará en mi favor —respondió

apartando con brusquedad el contrato que el abogado de Antoni Jover le había

acercado.

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Antoni rió entre dientes.

—Me va a obligar a ser malo y no quiero. Hizo un gesto al abogado, éste

nervioso sacó una carpeta y se la acercó.

Ami abrió la carpeta y la ojeó. Su dulce rostro se fue tornando blanco de la

perplejidad.

—¿Qué significa…? ¿De dónde ha sacado esto? ¿Qué hacen las fotos de mi

madre aquí? —He hecho lo mismo que usted hace. Remover en su vida, en su

familia. La verdad es que su vida es de lo más normal y aburrida, pero hay un

asunto un tanto escabroso en su último empleo que mi detective ha descubierto, no

se imagina lo que la gente cuenta con un billete de cien delante de su cara. No sé

quizá una denuncia por negligencia quedaría bien en el juicio. El juez seguro cree

que también intentó sacarle el dinero a esa anciana que dejó morir. —¡Eso no es

cierto! Yo le di su medicina, de eso estoy segura. Mi supervisora me chantajeó.

Ami no pudo contener las lágrimas.

—No puedo renunciar a Jack, le amo —dijo con las manos tapando el rostro

para contener las lágrimas que se escurrían entre los dedos.

—Si continua insistiendo, puedo optar por métodos más convincentes.

Antoni cogió una de las fotos de la madre de Ami y la rompió en mil

pedazos.

Ami lo observó perpleja, la mirada de Antoni era fría, tan helada como había

sido la del espíritu de Rafael.

—¿Por qué hace esto? —le preguntó Ami con la voz quebrada, los ojos rojos y

un fuerte nudo en la garganta. Antoni sabía los motivos aunque calló. En realidad

no le importaba que Jack amara o no a aquella joven, era lo de menos. Tampoco

creía que fuera a durar mucho el noviazgo. Creía conocer a su hijo y sabía que

siempre se cansaba de las mujeres. Antoni tenía planes para Jack. Mientras

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almorzaba días atrás con Virginia Malone, ésta le había confesado que sentía algo

por su hijo. Sorprendido con la noticia olfateó una futura y espléndida fusión entre

las dos empresas. La relación de Jack con una enfermera enturbiaba sus planes de

prosperidad económica.

—Usted acepte el trato y váyase bien lejos y todo esto se olvidará. Pero si

llega a acercarse a mi hijo aunque sea por teléfono verá de lo que puedo ser capaz

por mi familia. Ami cerró los ojos e hizo un par de respiraciones profundas ante la

atenta mirada de los dos hombres, luego cogió la pluma que Antoni le había

ofrecido y firmó con todo el dolor en su alma.

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22 Paloma al vuelo

Jack esperaba impaciente en el asiento trasero del coche con la ventanilla

bajada. A su lado, descansaba un enorme ramo de rosas blancas. El chofer vigilaba

de cerca la entrada, como su jefe le había pedido, Tras una hora de espera en la

calle, Ami continuaba sin aparecer. Ayudado por el chofer Jack entró en la

recepción de la institución penitenciaria de Barcelona.

—Espero la salida de Amelia Isern —dijo desde la silla de ruedas a la

celadora que había en la recepción.

La celadora comprobó su monitor con gesto indiferente.

—Salió hace hora y media.

—¿Cómo? No puede ser, me dijeron a las cinco de hoy.

—Es lo que consta en la ficha —respondió la funcionaria.

Una vez en el coche le pidió al chofer volver a Sitges, pues dedujo que podría

estar allí esperándolo. La idea de verla de nuevo allí agitó su corazón. Imaginó el

encuentro varias veces de camino a Bella Villeroy. En su mente la veía bajar de las

escaleras con los brazos abiertos y una hermosa sonrisa en su dulce rostro. Aunque

también le acompañaba la inquietud: No podía dejar de sentir rabia e impotencia

hacia su padre que la había denunciado. Ami había sido encerrada sin culpa, ¿y si

no podía perdonarlos jamás?

Cuando salió del coche y vio solos a Eusebi y Nieves el rostro encendido de

esperanza, alimentado con las fantasías del trayecto, se desvaneció en segundos.

Nieves y Eusebi reaccionaron desilusionados al ver a Jack volver sin la

compañía de Ami. Esperaron el regreso de la joven enfermera todo lo que quedaba

del día en el salón de la casa.

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—No va a volver —sentenció Jack con pesimismo viendo la como la noche se

tragaba los últimos restos de resplandor del atardecer.

—No digas eso Jack, ella no haría algo así, seguro ha ido a ver a su madre,

volverá —alentó Eusebi.

Tres días después ...

Jack desayunaba en el porche frente al mar. La primavera había explosionado

en el jardín, llenándolo de color y fragancias deliciosas de jazmín y madreselva.

Miraba hacía la balaustrada, la misma dónde un día volvió a la vida. Hacía

minutos había abandonado el desayuno, el apetito iba menguando, la inquietud

por la desaparición de Ami cerraba su estómago. Pensaba que no les había

perdonado, que habían sido injustos con ella y sentía que tenía razón, que no

merecían su presencia, que ella era mucho mejor que todos ellos juntos con todo su

dinero y clase. Pero en su fuero interno rogaba por que volviera, por volver a

abrazarla. El pecho comenzó a dolerle y sintió el amor que había despertado en él.

El corazón le latía rápido. Y pensó que a pesar del dolor, jamás volvería a cerrarlo,

que lo mantendría abierto por si alguna vez volvía a verla, para que no tuviera que

realizar de nuevo el trabajo de derribar la dura coraza que lo había mantenido

helado.

De repente una paloma se posó en ella, hacía movimientos extraños al

caminar. Observó que algo brillaba en su pata izquierda, curioso fue acercándose

despacio mientras empujaba la silla con sus brazos.

La paloma no se inmutó, parecía estar acostumbrada al contacto humano y se

dejó tocar mientras Jack le desenrollaba con delicadeza el objeto que prendía de la

argolla de su pata. La paloma vio cumplida su misión y voló rápida dejándolo con

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los ojos abiertos de asombro, en su mano sostenía el colgante de ángel que Ami

compró en Sitges. Le dio la vuelta y leyó las palabras gravadas en él: Te quiero.

El corazón le dio un vuelco. Giró la cabeza en todas las direcciones

buscándola con la mirada. Apretó el colgante en el puño y sonrió.

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EPÍLOGO Lo que te dicta el corazón

Un año después de que el cuaderno: Mi proyecto fuera rescatado de la

limpieza del desván, Jack había creado la Fundación: Giselle Camps Villeroy. En la

soledad de su dormitorio, había leído con entusiasmo cómo su madre se las había

ingeniado para crear un proyecto benéfico y a la vez poder estar cerca de su padre

en las largas ausencias, mientras Construcciones Jover i Camps edificaban hoteles

en Tailandia, India, Sudamérica o las costas de África.

Había escrito con minucioso detalle cómo conseguiría ayudar a su marido

con las licencias de construcción si ella prometía a la vez construir una escuela

cofinanciada con los beneficios de los hoteles que allí se edificaran “Hoteles

solidarios”, así los había llamado. Hoteles dónde solo utilizarían productos locales

y nacionales hechos artesanalmente y pagados a su justo precio dónde familias

desfavorecidas tendrían un trabajo digno y una educación para sus hijos.

Después de leerlo, Jack quedó atrapado y fascinado con la idea. Sabía que su

madre quería que lo hiciese, que aparte de traerle a Ami y ayudarlo a ser más feliz,

también quiso que aquel proyecto, fechado unas pocas semanas antes de morir,

viese la luz. El sueño de Giselle, se había convertido en su sueño y ya no moriría en

aquel desván olvidado por el tiempo. Pushkar, estado de Rajastán, India. —Me parece

increíble que te decantaras por este pueblecito remoto para montar la primera

escuela. Podrías haber elegido cualquier otro lugar de la India más cerca de la

civilización ¿No? —dijo Virginia mientras se apeaban del destartalado rickshaw que

los condujo hasta la escuela recién construida.

El pueblo era pequeño pero densamente habitado. Hacía años que la

densidad de población infantil había superado el cupo de las escasas escuelas que

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había. Era un enclave perfecto pensó cuando lo visitó la primera vez. El enorme

lago sagrado lleno de escalinatas, ghats, como allí las llamaban, lo hechizó al

instante. Todo el lago estaba bordeado de encantadoras casas medievales, parecía

un lugar sacado de un cuento.

Observó cómo los peregrinos hacían sus rituales y abluciones sagradas junto

a cientos de palomas y algunas vacas. Se le antojó muy exótico la primera vez que

lo vio. Un desorden extraño donde cada cosa tenía su lugar y todo tenía cabida. El

cielo y la tierra, lo humano y lo más divino.

Jack tuvo que reconocer que lo único que le había atraído hasta el pueblo fue

una postal que recibió de su agente indio donde aparecía el lago y una enorme

bandada de palomas cruzándolo al amanecer.

—El hotel no queda muy lejos de aquí. No seas tan quejica —soltó Jack,

mientras alborotaba el rubio cabello de Virginia.

Miró a su amiga, pensaba que estaba adorable con las pecas que el

intenso sol del Rajasthán le había remarcado en su blanca piel.

Virginia le devolvió la sonrisa.

Sentía que tenía mucha suerte de tenerla como amiga después de

haber estado un tiempo sin poder verla. Después de que su padre le hubiera

contado que estaba enamorada de él, dejaron de verse durante un tiempo.

Virginia estaba dolida pero agradeció la sinceridad de Jack cuando le dijo

que seguía enamorado de Ami y que no podía olvidarla.

Pero cuando le llegó por correo una copia del proyecto de Giselle y lo

leyó aceptó con agrado la propuesta para crear los hoteles solidarios junto a

la constructora de Jack.

—Es muy espiritual de tu parte que hayas seguido las señales del

universo, como tú dices, para encontrar el lugar apropiado para montar la

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escuela, pero este pueblo… ¡No hay asfalto! —exclamó Virginia mientras

esquivaba los excrementos de vaca que adornaban el camino.

Varios hombres de tez oscura les esperaban a las puertas del colegio. Una

enorme banderola escrita en inglés y en hindi les daba la bienvenida. El pueblo

entero se había volcado con el proyecto del Hotel y la nueva escuela.

—Namasté —dijeron colocando sus manos en la frente.

Los eternos rostros sonrientes de los hombres, acompañaron a Jack y

Virginia por toda la escuela. Las profesoras y profesores comenzaron a cantar una

canción en inglés con los niños mayores mientras otros se asomaban por las

ventanas de las aulas saludando efusivamente y lanzando pétalos de flores a los

fundadores.

El amor y la gratitud en los ojos de los niños comenzaron a emocionarle. No

imaginó que iban a recibirle de aquel modo tan abierto, humilde y cariñoso. Jamás

creyó que “dar” le iba a hacer sentirse tan lleno, tan en paz consigo mismo.

Cuando las enseñanzas que había recibido de su padre eran “acumular”,

“coger” y “poseer”. Y que eso era lo que le haría feliz. ¡Qué equivocado estaba! Y

qué poco se parecía a él, pensó con alegría al reconocer que había estado toda la

vida intentando ocultar quién era realmente para parecerse más a lo que su padre

había pensado para él. Recordaba el gesto agrio que se le había formado en el

rostro a su padre cuando le habló sobre los hoteles solidarios y la inversión que

iba a realizar en ellos. Se echó las manos a la cabeza al ver las cuentas:

—¡Con estos gastos y estos sueldos que quieres pagar a penas tendrás

beneficios! ¡Eres un blando como tu madre! No sirves para los negocios —le

recriminó Antonio enfurecido al notar que perdía el control del capital de la

fortuna de su hijo.

—Pues sí papá…soy como mi madre… y me alegro por ello.

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Pero Antoni no tenía razón. Los hoteles eran todo un éxito y estaban

siempre llenos. Habían atraído una selecta clientela ecologista que gastaban

gustosos en todos los productos que sabían habían sido elaborados de

manera natural. También habían contado con la ayuda de Ongs de toda

Europa que habían difundido la idea y se habían asociado numerosas

empresas del sector aportando su energía y entusiasmo al proyecto.

Comenzó a formársele un nudo en la garganta que le hacía difícil seguir en la

fiesta.

Una niña se acercó para ponerle un collar de caléndulas naranjas. Se agachó y

la miró, la luz que desprendían sus negros ojos le resultaron familiares. La niña

avergonzada por la intensa mirada del extranjero salió despavorida por un camino

detrás del colegio.

Jack dejó a Virginia con el director de la escuela y aprovechó para salir de la

multitud. Siguió el mismo sendero que había tomado la niña y llegó a un patio

trasero sombreado por un viejo árbol de neem. Se apoyó en él y comenzó a llorar

aliviando el nudo que se había formado en su pecho. No se percató que varios

niños de entre cuatro y siete años de edad lo miraban asombrados.

Jack levantó el rostro y los vio allí parados con los ojos abiertos de la

curiosidad.

Entonces comenzó a reír y ellos rieron también, se sentía feliz y realizado.

Más allá del árbol observó que había un parque infantil con un columpio recién

estrenado. Una niña de no más de cuatro años lloraba en el suelo mientras una

mujer agachada de espaldas a él curaba la herida de la pequeña rodilla. Parecía

que el nuevo artilugio de la escuela había cogido por sorpresa a la pequeña.

Después de curarla, la niña se abalanzó al cuello de la mujer y la abrazó

agradecida. La pequeña reparó en el extraño y lo saludó con su manita. Luego le

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dijo algo a la mujer en el oído.

Observó como la mujer que permanecía agachada giró su rostro.

Jack no podía dar crédito a sus ojos. El corazón comenzó a latirle con rapidez.

—¿Ami? —susurró.

Ami se levantó poco a poco, luego utilizó su mano como visera para

protegerse los ojos del intenso sol. Observaba con curiosidad al extranjero que se

acercaba caminando con la ayuda de un bastón.

El gesto de su rostro se transformó de inmediato al reconocerlo.

—¡Jack! —exclamó corriendo a su encuentro.

Ami se abalanzó sobre él. Ambos se fundieron en un intenso abrazo que duró

minutos, luego Jack tomó su rostro entre sus manos y la besó mientras los niños

saltaban y reían rodeándolos.

Sus labios y sus cuerpos permanecieron unidos hasta que las risas y las

carrasperas de algunos de los espectadores les devolvieron al presente. Ami se

apartó de sus brazos con una sonrisa en su rostro, quería comprobar de nuevo que

Jack caminaba.

—Has hecho un buen trabajo.

—No hubiera sido posible sin tu ayuda. ¿Por qué te fuiste? —le preguntó

acariciándole el rostro.

—Ya no importa estás aquí. El universo nos ha reunido de nuevo —contestó.

Jack volvió a abrazarla con fuerza y le dijo al oído:

—Pues esta vez no pienso dejarte marchar.

Luego besó su cabello. De repente el cuerpo de Jack se tensó. Algo entre los

árboles había atraído su atención. Ami giró el rostro en la misma dirección.

Allí sonreía el hermoso rostro del espíritu de Giselle. Parecía estar satisfecha.

Luego, en unos segundos se desvaneció entre la espesura de los árboles.

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Así es el dicho: Creer para ver.

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©Inma Sharii,2009

(reservados todos los derechos)

©Editorial Ànima,2011

(reservados todos los derechos de edición mundial) 1ªedición ebook:

diciembre de 2011

Diseño de cubierta:

Ànima editorial, www.tuguee.com (reservados todos los derechos)

Fotografía de archivo Fotolia: © yellowj (chica en la playa) © Mark Stout

(hombre)

Fotografía de la autora:

©Agustín Fernández B. (Primer Plano S.A.) Edita: Ànima editorial

Apartado de correos nº 52, 08191, Rubí, Barcelona, Spain.

[email protected]

www.animaeditorial.com

ISBN: 978-84-939183-3-0