immanuel kant biografia del autor

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5/19/2018 ImmanuelKantbiografiadelautor-slidepdf.com http://slidepdf.com/reader/full/immanuel-kant-biografia-del-autor 1/14 Immanuel Kant La ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad . La minoría de edad significa la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la guía de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento!, he aquí el lema de la  Ilustración. La pereza y la cobardía son las causas de que una gran parte de los hombres permanezca, gustosamente, en minoría de edad a lo largo de la vida, a pesar de que hace ya tiempo la naturaleza los liberó de dirección ajena; y por eso es tan fcil para otros el erigirse en sus tutores. !"s tan cómodo ser menor de edad# $i tengo un libro que piensa por mí, un director espiritual que reemplaza mi conciencia moral, un médico que me prescribe la dieta, etc., entonces no necesito esforzarme. $i puedo pagar, no tengo necesidad de pensar; otros asumirn por mí tan fastidiosa tarea. %quellos tutores que tan bondadosamente han tomado sobre sí la tarea de supervisión se encargan ya de que el paso hacia la mayoría de edad, adems de ser difícil, sea considerado peligroso por la gran mayoría &y entre ellos todo el bello se'o(. )espués de haber entontecido a sus animales domésticos, y procurar cuidadosamente que estas pacíficas criaturas no puedan atreverse a dar un paso sin las andaderas en que han sido encerrados, les muestran el peligro que les amenaza si intentan caminar solos. Lo cierto es que este peligro no es tan grande, pues ellos aprenderían a caminar solos después de unas cuantas caídas; sin embargo, un ejemplo de tal naturaleza les asusta y, por lo general, les hace desistir de todo posterior intento. *or tanto, es difícil para todo individuo lograr salir de esa minoría de edad, casi convertida ya en naturaleza suya. +ncluso le ha tomado afición y se siente realmente incapaz de valerse de su propio entendimiento, porque nunca se le ha dejado hacer dicho ensayo. *rincipios y fórmulas, instrumentos mecnicos de uso racional o ms bien abuso- de sus dotes naturales, son los grilletes de una permanente minoría de edad. uien se desprendiera de ellos apenas daría un salto inseguro para salvar la ms peque/a zanja, porque no est habituado a tales movimientos libres. *or eso, pocos son los que, por esfuerzo del propio espíritu, han conseguido salir de esa minoría de edad, y proseguir, sin embargo, con paso seguro. *ero, en cambio, es posible que el p0blico se ilustre a sí mismo, algo que es casi inevitable si se le deja en libertad. 1iertamente, siempre se encontrarn algunos hombres que piensen por sí mismos. +ncluso entre los establecidos tutores de la gran masa, los cuales, después de haberse autoliberado del yugo de la minoría de edad, difunden a su alrededor el espíritu de una estimación racional del propio valor y de la vocación de todo hombre a pensar por sí mismo. *ero aquí se ha de se/alar algo especial2 aquel p0blico que anteriormente había sido sometido a este yugo por ellos obliga, ms tarde, a los propios tutores a someterse al mismo yugo; y esto es algo que sucede cuando el p0blico es incitado a ello por algunos e sus tutores incapaces de

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Immanuel Kant

La ilustracin es la salida del hombre de su autoculpable minora de edad. La minora de edad significa la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la gua de otro. Uno mismo es culpable de esta minora de edad cuando la causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisin y valor para servirse por s mismo de l sin la gua de otro.

Sapere aude!Ten valor de servirte de tu propio entendimiento!, he aqu el lema de la Ilustracin.

La pereza y la cobarda son las causas de que una gran parte de los hombres permanezca, gustosamente, en minora de edad a lo largo de la vida, a pesar de que hace ya tiempo la naturaleza los liber de direccin ajena; y por eso es tan fcil para otros el erigirse en sus tutores.

Es tan cmodo ser menor de edad!

Si tengo un libro que piensa por m, un director espiritual que reemplaza mi conciencia moral, un mdico que me prescribe la dieta, etc., entonces no necesito esforzarme. Si puedo pagar, no tengo necesidad de pensar; otros asumirn por m tan fastidiosa tarea. Aquellos tutores que tan bondadosamente han tomado sobre s la tarea de supervisin se encargan ya de que el paso hacia la mayora de edad, adems de ser difcil, sea considerado peligroso por la gran mayora (y entre ellos todo el bello sexo).

Despus de haber entontecido a sus animales domsticos, y procurar cuidadosamente que estas pacficas criaturas no puedan atreverse a dar un paso sin las andaderas en que han sido encerrados, les muestran el peligro que les amenaza si intentan caminar solos. Lo cierto es que este peligro no es tan grande, pues ellos aprenderan a caminar solos despus de unas cuantas cadas; sin embargo, un ejemplo de tal naturaleza les asusta y, por lo general, les hace desistir de todo posterior intento.

Por tanto, es difcil para todo individuo lograr salir de esa minora de edad, casi convertida ya en naturaleza suya. Incluso le ha tomado aficin y se siente realmente incapaz de valerse de su propio entendimiento, porque nunca se le ha dejado hacer dicho ensayo. Principios y frmulas, instrumentos mecnicos de uso racional o ms bien abuso- de sus dotes naturales, son los grilletes de una permanente minora de edad. Quien se desprendiera de ellos apenas dara un salto inseguro para salvar la ms pequea zanja, porque no est habituado a tales movimientos libres. Por eso, pocos son los que, por esfuerzo del propio espritu, han conseguido salir de esa minora de edad, y proseguir, sin embargo, con paso seguro.

Pero, en cambio, es posible que el pblico se ilustre a s mismo, algo que es casi inevitable si se le deja en libertad. Ciertamente, siempre se encontrarn algunos hombres que piensen por s mismos. Incluso entre los establecidos tutores de la gran masa, los cuales, despus de haberse autoliberado del yugo de la minora de edad, difunden a su alrededor el espritu de una estimacin racional del propio valor y de la vocacin de todo hombre a pensar por s mismo. Pero aqu se ha de sealar algo especial: aquel pblico que anteriormente haba sido sometido a este yugo por ellos obliga, ms tarde, a los propios tutores a someterse al mismo yugo; y esto es algo que sucede cuando el pblico es incitado a ello por algunos e sus tutores incapaces de cualquier Ilustracin. Por eso es tan perjudicial inculcar prejuicios, pues al final terminan vengndose de sus mismos predecesores y autores. De ah que el pblico pueda alcanzar slo lentamente la Ilustracin.

Quiz mediante una revolucin sea posible derrocar el despotismo personal junto a la opresin ambiciosa y dominante, pero nunca se consigue la verdadera reforma del modo de pensar, sino que tanto los nuevos como los viejos prejuicios servirn de riendas para la mayor parte de la masa carente de pensamiento.

Pero para esta Ilustracin nicamente se requiere libertad y, por cierto, la menos perjudicial entre todas las que llevan ese nombre, a saber, la libertad de hacer siempre y en todo lugar uso pblico de la propia razn. Mas escucho exclamar por doquier: No razonis! El oficial dice: No razones, adistrate! El funcionario de hacienda: No razones, paga! El sacerdote: No razones, ten fe! (Slo un nico seor en el mundo dice: razonad todo lo que queris y sobre lo que queris, pero obedeced).

Por todas partes encontramos limitaciones de la libertad. Pero qu limitacin impide la Ilustracin? Y, por el contrario, cul la fomenta? Mi respuesta es la siguiente: el uso pblico de la razn debe ser siempre libre; solo este uso puede traer Ilustracin entre los hombres. En cambio, el uso privado de la misma debe ser a menudo estrechamente limitado, sin que ello, obstaculice, especialmente, el progreso de la Ilustracin. Entiendo por uso pblico de la propia razn aqul que alguien hace de ella en cuanto docto ante un gran pblico del mundo de los lectores. Llamo uso privado de la misma a la utilizacin que le es permitido hacer en un determinado puesto civil o funcin pblica.

Ahora bien, en algunos asuntos que transcurren a favor del inters pblico se necesita un cierto mecanismo, lase unanimidad artificial, en virtud del cual algunos miembros del Estado tienen que comportarse pasivamente, para que el gobierno los gue hacia fines pblicos o, al menos, que impida la destruccin de estos fines. En tal caso, no est permitido razonar, sino que se tiene que obedecer. En tanto que esta parte de la mquina es considerada como miembro de la totalidad de un Estado o, incluso, de la sociedad cosmopolita y, al mismo tiempo, en calidad de doto que, mediante escritos, se dirige a un pblico usando verdaderamente su entendimiento, puede razonar, por supuesto, sin que por ello se vean afectados los asuntos en los que es utilizado, en parte, como miembro pasivo. As, por ejemplo, sera muy perturbador si un oficial que recibe una orden de sus superiores quisiere argumentar en voz alta durante el servicio acerca de su pertinencia o utilidad de tal orden; l tiene que obedecer. Sin embargo, no se le puede prohibir en justicia hacer observaciones, en cuanto docto, acerca de los defectos del servicio militar y exponerlos ante un juicio de su pblico. El ciudadano no se puede negar a pagar los impuestos que le son asignados; incluso una mmica crtica a tal carga, en el momento en que debe pagarla, puede ser castigada, como escndalo (pues podra dar ocasin a desacatos generalizados). Por el contrario, l mismo no actuar en contra del deber de un ciudadano si, como docto, manifiesta pblicamente su pensamiento contra la inconveniencia o injusticia de tales impuestos. Del mismo modo, un sacerdote est obligado a ensear a sus catecmenos y a su comunidad segn el smbolo de la iglesia a la que sirve, puesto que ha sido admitido en ella bajo esa condicin. Pero, como docto, tiene plena libertad e, incluso, el deber de comunicar al pblico sus bienintencionados pensamientos, cuidadosamente examinados, acerca de los defectos de ese smbolo, as como hacer propuestas para el mejoramiento de las instituciones de la religin y de la iglesia. Tampoco aqu hay nada que pudiera ser un cargo de conciencia, pues lo que ensea en virtud de su puesto como encargado de los asuntos de la iglesia lo presenta como algo que no puede ensear segn su propio juicio, sino que l est en su puesto para exponer segn prescripciones y en nombre de otro. Dir: nuestra iglesia ensea esto o aquello, stas son las razones fundamentales de las que se vale. En tal caso, extraer toda la utilidad prctica para su comunidad de principios que l mismo no aceptar con plena conviccin; a cuya exposicin, del mismo modo, puede comprometerse, pues no es imposible que en ellos se encuentre escondida alguna verdad que, al menos, en todos los casos no se halle nada contradictorio con la religin ntima. Si l creyera encontrar esto ltimo en la verdad, no podra en conciencia ejercer su cargo; tendra que renunciar. As pues, el uso que un predicador hace de su razn ante su comunidad es meramente privado, puesto que esta comunidad, por amplia que sea, siempre es una reunin familiar. Y con respecto a la misma l, como sacerdote, no es libre, ni tampoco le est permitido serlo, puesto que ejecuta un encargo ajeno. En cambio, como docto, que habla mediante escritos al pblico propiamente dicho, es decir, al mundo; el sacerdote, en el uso pblico de su razn, gozara de una libertad ilimitada para servirse de ella y para hablar en nombre propio. En efecto, pretender que los tutores del pueblo (en asuntos espirituales) sean otra vez menores de edad constituye un despropsito que desemboca en la eternizacin de las insensateces.

Pero, no debera estar autorizada una sociedad de sacerdotes, por ejemplo, un snodo de la iglesia o una honorable classis (como la llaman los holandeses) a comprometerse, bajo juramento, entre s a un cierto smbolo inmutable para llevar a cabo una interminable y suprema tutela sobre cada uno de sus miembros y, a travs de estos, sobre el pueblo, eternizndola de este modo?

Afirmo que esto es absolutamente imposible.

Un contrato semejante, que excluira para siempre toda ulterior Ilustracin del gnero humano, es, sin ms, nulo y sin efecto, aunque fuera confirmado por el poder supremo, el congreso y los ms solemnes tratados de paz. Una poca no puede obligarse ni juramentarse para colocar a la siguiente en una situacin tal que le sea imposible ampliar sus conocimientos (sobre todo los muy urgentes), depurarlos de errores y, en general, avanzar en la Ilustracin. Sera un crimen contra la naturaleza humana, cuyo destino primordial consiste, justamente, en ese progresar. Por tanto, la posteridad est plenamente justificada para rechazar aquellos acuerdos, aceptados de forma incompetente y ultrajante.

La piedra de toque de todo lo que puede decidirse como ley para un pueblo reside en la siguiente pregunta: podra un pueblo imponerse a s mismo semejante ley? Eso sera posible si tuviese la esperanza de alcanzar, en corto y determinado tiempo, una ley mejor para introducir un nuevo orden, que, al mismo tiempo, dejara libre a todo ciudadano, especialmente a los sacerdotes, para, en cuanto doctos, hacer observaciones pblicamente, es decir, por escrito, acerca de las deficiencias de dicho orden. Mientras tanto, el orden establecido tiene que perdurar, hasta que la comprensin de la cualidad de estos asuntos se hubiese extendido y confirmado pblicamente, de modo que mediante un acuerdo logrado por votos (aunque no de todos) se pudiese elevar al trono una propuesta para proteger aquellas comunidades que se han unido para una reforma religiosa, conforme a los conceptos propios de una comprensin ms ilustrada, sin impedir que los que quieran permanecer fieles a la antigua lo hagan as. Pero es absolutamente ilcito ponerse de acuerdo sobre una constitucin religiosa inconmovible, que pblicamente no debera ser puesta en duda por nadie, ni tan siquiera por el plazo de duracin de una vida humana, ya que con ello se destruira un perodo en la marcha de la humanidad hacia su mejoramiento y, con ello, lo hara estril y nocivo.

En lo que concierne a su propia persona, una persona puede eludir la Ilustracin, pero slo por un cierto tiempo en aquellas materias que est obligado a saber, pues renunciar a ella, aunque sea en pro de su persona, y con mayor razn todava para la posterioridad, significa violar y pisotear los sagrados derechos de la humanidad. Pero, si a un pueblo no le est permitido decidir por y para s mismo, menos an lo podr hacer un monarca en nombre de aqul, pues su autoridad legisladora descansa, precisamente, en que rene la voluntad de todo el pueblo en la suya propia. Si no pretende otra cosa que no sea que toda real o presunta mejora sea compatible con el orden ciudadano, no podr menos que permitir a sus sbditos que acten por s mimos en lo que consideran necesario para la salvacin de sus almas. Esto no le concierne al monarca; s, en cambio, el evitar que unos y otros se entorpezcan violentamente en el trabajo para su promocin y destino segn todas sus capacidades. El monarca agravia su propia majestad si se mezcla en estas cosas, en tanto que somete a su inspeccin gubernamental los escritos con los sbditos intentan poner en claro sus opiniones, a no ser que lo hiciera convencido de que su opinin es superior, en cuyo caso se expone al reproche Cesar no este supra Grammaticos, o bien que rebaje su poder supremo hasta el punto de que ampare dentro de su Estado el despotismo espiritual de algunos tiranos contra el resto de sus sbditos.

Si nos preguntamos si vivimos ahora en una poca Ilustrada. Todava falta mucho para que los hombres, tal como estn las cosas, considerados en su conjunto, puedan ser capaces o estn en situacin de servirse bien y con seguridad de su propio entendimiento sin la gua de otro en materia de religin. Sin embargo, es ahora cuando se les ha abierto el espacio para trabajar libremente en este empeo, y percibimos inequvocas seales de que disminuyen continuamente los obstculos para una Ilustracin general, o para la salida de la autoculpable minora de edad. Desde este punto de vista, nuestra poca es el tiempo de la Ilustracin o el siglo de Federico.

Un prncipe que no encuentra indigno de s mismo declarar que considera como un deber no prescribir nada a los hombres en materia de religin, sino que les deja en ello plena libertad y que incluso rechaza el pretencioso nombre de tolerancia, es un prncipe ilustrado, y merece que el mundo y la posteridad lo ensalcen con agradecimiento. Por lo menos, fue el primero que desde el gobierno sac al gnero humano de la minora de edad, dejando a cada uno en libertad de servirse de su propia razn en todas las cuestiones de conciencia moral. Bajo el gobierno del prncipe, dignsimos clrigos sin perjuicio de sus deberes ministeriales- pueden someter al examen del mundo, en su calidad de doctos, libre y pblicamente, aquellos juicios y opiniones que en ciertos puntos se desvan del smbolo aceptado; con mucha mayor razn esto lo pueden llevar a cabo los que no estn limitados por algn deber profesional. Este espritu de libertad se expande tambin exteriormente, incluso all donde debe luchar contra los obstculos externos de un gobierno que equivoca su misin.

Este ejemplo nos aclara cmo, en rgimen de libertad, no hay que temer lo ms mnimo por la tranquilidad pblica y la unidad del Estado. Los hombres salen gradualmente del estado de rusticidad por su propio trabajo, siempre que se intente mantenerlos, adrede y de modo artificial, en esa condicin.

He situado el punto central de la Ilustracin, a saber, la salida del hombre de su culpable minora de edad, preferentemente, en cuestiones religiosas, porque en lo que atae a las artes y las ciencias nuestros dominadores no tienen ningn inters en ejercer de tutores sobre sus sbditos. Adems, la minora de edad en cuestiones religiosas es, entre todas, la ms perjudicial y humillante. Pero el modo de pensar de un jefe de Estado que favorece esta libertad va todava ms lejos y comprende que, incluso en lo que se refiere a su legislacin, no es peligroso permitir que sus sbditos hagan uso pblico de su propia razn y se expongan pblicamente al mundo sus pensamientos sobre una mejor concepcin de aqulla, aunque contenga una franca crtica de la existente. Tambin en esto disponemos de un brillante ejemplo, pues ningn monarca se anticip al que nosotros honramos.

Pero slo quien por ilustrado no teme a las sombras y, al mismo tiempo, dispone de un numeroso y disciplinado ejrcito, que garantiza a los ciudadanos, una tranquilidad pblica, puede decir lo que ningn Estado libre se atreve a decir:

Razonad todo lo que queris y sobre lo que queris, pero obedeced!

Se muestra aqu un extrao e inesperado curso de las cosas humanas, pues sucede que, si lo consideramos con detenimiento y en general, entonces casi todo en l es paradjico. Un mayor grado de libertad ciudadana parece ser ventajosa para la libertad de espritu del pueblo y, sin embargo, le fija barreras infranqueables. En cambio, un grado menos de libertad le procura el mbito necesario para desarrollarse con arreglo a todas sus facultades. Una vez que la naturaleza, bajo esta pura cscara, ha desarrollado la semilla que cuida con extrema ternura, es decir, la inclinacin y vocacin al libre pensar; este hecho repercute gradualmente sobre el sentir del pueblo (con lo cual ste se va haciendo cada vez ms capaz de la libertad de actuar) y, finalmente, hasta llegar a invadir a los principios del gobierno, que encuentra ya posible tratar al hombre, que es algo ms que una mquina, conforme a su dignidad.IMMANUEL KANTNaci en Knigsberg (Alemania) en 1724 y muri en 1804.Filsofo considerado por muchos como el pensador ms influyente de la era moderna.

Kant: Qu es Ilustracin?

La ilustracin es la salida del hombre de su minora de edad. El mismo es culpable de ella. La minora de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la direccin de otro. Uno mismo es culpable de esta minora de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisin y nimo para servirse con independencia de l, sin la conduccin de otro. Sapere aude! Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aqu la divisa de la ilustracin.

La mayora de los hombres, a pesar de que la naturaleza los ha librado desde tiempo atrs de conduccin ajena (naturaliter maiorennes), permanecen con gusto bajo ella a lo largo de la vida, debido a la pereza y la cobarda. Por eso les es muy fcil a los otros erigirse en tutores. Es tan cmodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por m, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un mdico que juzga acerca de mi dieta, y as sucesivamente, no necesitar del propio esfuerzo. Con slo poder pagar, no tengo necesidad de pensar: otro tomar mi puesto en tan fastidiosa tarea. Como la mayora de los hombres (y entre ellos la totalidad del bello sexo) tienen por muy peligroso el paso a la mayora de edad, fuera de ser penoso, aquellos tutores ya se han cuidado muy amablemente de tomar sobre s semejante superintendencia. Despus de haber atontado sus reses domesticadas, de modo que estas pacficas criaturas no osan dar un solo paso fuera de las andaderas en que estn metidas, les mostraron el riesgo que las amenaza si intentan marchar solas. Lo cierto es que ese riesgo no es tan grande, pues despus de algunas cadas habran aprendido a caminar; pero los ejemplos de esos accidentes por lo comn producen timidez y espanto, y alejan todo ulterior intento de rehacer semejante experiencia.

Por tanto, a cada hombre individual le es difcil salir de la minora de edad, casi convertida en naturaleza suya; inclusive, le ha cobrado aficin. Por el momento es realmente incapaz de servirse del propio entendimiento, porque jams se le deja hacer dicho ensayo. Los grillos que atan a la persistente minora de edad estn dados por reglamentos y frmulas: instrumentos mecnicos de un uso racional, o mejor de un abuso de sus dotes naturales. Por no estar habituado a los movimientos libres, quien se desprenda de esos grillos quiz diera un inseguro salto por encima de alguna estrechsima zanja. Por eso, slo son pocos los que, por esfuerzo del propio espritu, logran salir de la minora de edad y andar, sin embargo, con seguro paso.

Pero, en cambio, es posible que el pblico se ilustre a s mismo, siempre que se le deje en libertad; incluso, casi es inevitable. En efecto, siempre se encontrarn algunos hombres que piensen por s mismos, hasta entre los tutores instituidos por la confusa masa. Ellos, despus de haber rechazado el yugo de la minora de edad, ensancharn el espritu de una estimacin racional del propio valor y de la vocacin que todo hombre tiene: la de pensar por s mismo. Notemos en particular que con anterioridad los tutores haban puesto al pblico bajo ese yugo, estando despus obligados a someterse al mismo. Tal cosa ocurre cuando algunos, por s mismos incapaces de toda ilustracin, los incitan a la sublevacin: tan daoso es inculcar prejuicios, ya que ellos terminan por vengarse de los que han sido sus autores o propagadores. Luego, el pblico puede alcanzar ilustracin slo lentamente. Quiz por una revolucin sea posible producir la cada del despotismo personal o de alguna opresin interesada y ambiciosa; pero jams se lograr por este camino la verdadera reforma del modo de pensar, sino que surgirn nuevos prejuicios que, como los antiguos, servirn de andaderas para la mayor parte de la masa, privada de pensamiento.

Sin embargo, para esa ilustracin slo se exige libertad y, por cierto, la ms inofensiva de todas las que llevan tal nombre, a saber, la libertad de hacer un uso pblico de la propia razn, en cualquier dominio. Pero oigo exclamar por doquier: no razones! El oficial dice: no razones, adistrate! El financista: no razones y paga! El pastor: no razones, ten fe! (Un nico seor dice en el mundo: razonad todo lo que queris y sobre lo que queris, pero obedeced!) Por todos lados, pues, encontramos limitaciones de la libertad. Pero cul de ellas impide la ilustracin y cules, por el contrario, la fomentan? He aqu mi respuesta: el uso pblico de la razn siempre debe ser libre, y es el nico que puede producir la ilustracin de los hombres. El uso privado, en cambio, ha de ser con frecuencia severamente limitado, sin que se obstaculice de un modo particular el progreso de la ilustracin. Entiendo por uso pblico de la propia razn el que alguien hace de ella, en cuanto docto, y ante la totalidad del pblico del mundo de lectores. Llamo uso privado al empleo de la razn que se le permite al hombre dentro de un puesto civil o de una funcin que se le confa. Ahora bien, en muchas ocupaciones concernientes al inters de la comunidad son necesarios ciertos mecanismos, por medio de los cuales algunos de sus miembros se tienen que comportar de modo meramente pasivo, para que, mediante cierta unanimidad artificial, el gobierno los dirija hacia fines pblicos, o al menos, para que se limite la destruccin de los mismos. Como es natural, en este caso no es permitido razonar, sino que se necesita obedecer. Pero en cuanto a esta parte de la mquina, se la considera miembro de una comunidad ntegra o, incluso, de la sociedad cosmopolita; en cuanto se la estima en su calidad de docto que, mediante escritos, se dirige a un pblico en sentido propio, puede razonar sobre todo, sin que por ello padezcan las ocupaciones que en parte le son asignadas en cuanto miembro pasivo. As, por ejemplo, sera muy peligroso si un oficial, que debe obedecer al superior, se pusiera a argumentar en voz alta, estando de servicio, acerca de la conveniencia o inutilidad de la orden recibida. Tiene que obedecer. Pero no se le puede prohibir con justicia hacer observaciones, en cuanto docto, acerca de los defectos del servicio militar y presentarlas ante el juicio del pblico. El ciudadano no se puede negar a pagar los impuestos que le son asignados, tanto que una censura impertinente a esa carga, en el momento que deba pagarla, puede ser castigada por escandalosa (pues podra ocasionar resistencias generales). Pero, sin embargo, no actuar en contra del deber de un ciudadano si, como docto, manifiesta pblicamente sus ideas acerca de la inconveniencia o injusticia de tales impuestos. De la misma manera, un sacerdote est obligado a ensear a sus catecmenos y a su comunidad segn el smbolo de la Iglesia a que sirve, puesto que ha sido admitido en ella con esa condicin. Pero, como docto, tiene plena libertad, y hasta la misin, de comunicar al pblico sus ideas cuidadosamente examinadas y bien intencionadas acerca de los defectos de ese smbolo; es decir, debe exponer al pblico las proposiciones relativas a un mejoramiento de las instituciones, referidas a la religin y a la Iglesia. En esto no hay nada que pueda provocar en l escrpulos de conciencia. Presentar lo que ensea en virtud de su funcin en tanto conductor de la Iglesia como algo que no ha de ensear con arbitraria libertad, y segn sus propias opiniones, porque se ha comprometido a predicar de acuerdo con prescripciones y en nombre de una autoridad ajena. Dir: nuestra Iglesia ensea esto o aquello, para lo cual se sirve de determinados argumentos. En tal ocasin deducir todo lo que es til para su comunidad de proposiciones a las que l mismo no se sometera con plena conviccin; pero se ha comprometido a exponerlas, porque no es absolutamente imposible que en ellas se oculte cierta verdad que, al menos, no es en todos los casos contraria a la religin ntima. Si no creyese esto ltimo, no podra conservar su funcin sin sentir los reproches de su conciencia moral, y tendra que renunciar. Luego el uso que un predicador hace de su razn ante la comunidad es meramente privado, puesto que dicha comunidad slo constituye una reunin familiar, por amplia que sea. Con respecto a la misma, el sacerdote no es libre, ni tampoco debe serlo, puesto que ejecuta una orden que le es extraa. Como docto, en cambio, que habla mediante escritos al pblico, propiamente dicho, es decir, al mundo, el sacerdote gozar, dentro del uso pblico de su razn, de una ilimitada libertad para servirse de la misma y, de ese modo, para hablar en nombre propio. En efecto, pretender que los tutores del pueblo (en cuestiones espirituales) sean tambin menores de edad, constituye un absurdo capaz de desembocar en la eternizacin de la insensatez.

Pero una sociedad eclesistica tal, un snodo semejante de la Iglesia, es decir, una classis de reverendos (como la llaman los holandeses) no podra acaso comprometerse y jurar sobre algn smbolo invariable que llevara as a una incesante y suprema tutela sobre cada uno de sus miembros y, mediante ellos, sobre el pueblo? De ese modo no lograra eternizarse? Digo que es absolutamente imposible. Semejante contrato, que excluira para siempre toda ulterior ilustracin del gnero humano es, en s mismo, sin ms nulo e inexistente, aunque fuera confirmado por el poder supremo, el congreso y los ms solemnes tratados de paz. Una poca no se puede obligar ni juramentar para poner a la siguiente en la condicin de que le sea imposible ampliar sus conocimientos (sobre todo los muy urgentes), purificarlos de errores y, en general, promover la ilustracin. Sera un crimen contra la naturaleza humana, cuya destinacin originaria consiste, justamente, en ese progresar. La posteridad est plenamente justificada para rechazar aquellos decretos, aceptados de modo incompetente y criminal. La piedra de toque de todo lo que se puede decidir como ley para un pueblo yace en esta cuestin: un pueblo podra imponerse a s mismo semejante ley? Eso podra ocurrir si por as decirlo, tuviese la esperanza de alcanzar, en corto y determinado tiempo, una ley mejor, capaz de introducir cierta ordenacin. Pero, al mismo tiempo, cada ciudadano, principalmente los sacerdotes, en calidad de doctos, debieran tener libertad de llevar sus observaciones pblicamente, es decir, por escrito, acerca de los defectos de la actual institucin. Mientras tanto hasta que la inteleccin de la cualidad de estos asuntos se hubiese extendido lo suficiente y estuviese confirmada, de tal modo que el acuerdo de su voces (aunque no la de todos) pudiera elevar ante el trono una propuesta para proteger las comunidades que se haban unido en una direccin modificada de la religin, segn los conceptos propios de una comprensin ms ilustrada, sin impedir que los que quieran permanecer fieles a la antigua lo hagan as mientras tanto, pues, perdurara el orden establecido. Pero constituye algo absolutamente prohibido unirse por una constitucin religiosa inconmovible, que pblicamente no debe ser puesta en duda por nadie, aunque ms no fuese durante lo que dura la vida de un hombre, y que aniquila y torna infecundo un perodo del progreso de la humanidad hacia su perfeccionamiento, tornndose, incluso, nociva para la posteridad. Un hombre, con respecto a su propia persona y por cierto tiempo, puede dilatar la adquisicin de una ilustracin que est obligado a poseer; pero renunciar a ella, con relacin a la propia persona, y con mayor razn an con referencia a la posteridad, significa violar y pisotear los sagrados derechos de la humanidad. Pero lo que un pueblo no puede decidir por s mismo, menos lo podr hacer un monarca en nombre del mismo. En efecto, su autoridad legisladora se debe a que rene en la suya la voluntad de todo el pueblo. Si el monarca se inquieta para que cualquier verdadero o presunto perfeccionamiento se concilie con el orden civil, podr permitir que los sbditos hagan por s mismos lo que consideran necesario para la salvacin de sus almas. Se trata de algo que no le concierne; en cambio, le importar mucho evitar que unos a los otros se impidan con violencia trabajar, con toda la capacidad de que son capaces, por la determinacin y fomento de dicha salvacin. Inclusive se agravara su majestad si se mezclase en estas cosas, sometiendo a inspeccin gubernamental los escritos con que los sbditos tratan de exponer sus pensamientos con pureza, salvo que lo hiciera convencido del propio y supremo dictamen intelectual con lo cual se prestara al reproche Caesar non est supra grammaticos o que rebajara su poder supremo lo suficiente como para amparar dentro del Estado el despotismo clerical de algunos tiranos, ejercido sobre los restantes sbditos.

Luego, si se nos preguntara vivimos ahora en una poca ilustrada? responderamos que no, pero s en una poca de ilustracin. Todava falta mucho para que la totalidad de los hombres, en su actual condicin, sean capaces o estn en posicin de servirse bien y con seguridad del propio entendimiento, sin acudir a extraa conduccin. Sin embargo, ahora tienen el campo abierto para trabajar libremente por el logro de esa meta, y los obstculos para una ilustracin general, o para la salida de una culpable minora de edad, son cada vez menores. Ya tenemos claros indicios de ello. Desde este punto de vista, nuestro tiempo es la poca de la ilustracin o el siglo de Federico.

Un prncipe que no encuentra indigno de s declarar que sostiene como deber no prescribir nada a los hombres en cuestiones de religin, sino que los deja en plena libertad y que, por tanto, rechaza al altivo nombre de tolerancia, es un prncipe ilustrado, y merece que el mundo y la posteridad lo ensalce con agradecimiento. Al menos desde el gobierno, fue el primero en sacar al gnero humano de la minora de edad, dejando a cada uno en libertad para que se sirva de la propia razn en todo lo que concierne a cuestiones de conciencia moral. Bajo l, dignsimos clrigos sin perjuicio de sus deberes profesionales pueden someter al mundo, en su calidad de doctos, libre y pblicamente, los juicios y opiniones que en ciertos puntos se apartan del smbolo aceptado. Tal libertad es an mayor entre los que no estn limitados por algn deber profesional. Este espritu de libertad se extiende tambin exteriormente, alcanzando incluso los lugares en que debe luchar contra los obstculos externos de un gobierno que equivoca sus obligaciones. Tal circunstancia constituye un claro ejemplo para este ltimo, pues tratndose de la libertad, no debe haber la menor preocupacin por la paz exterior y la solidaridad de la comunidad. Los hombres salen gradualmente del estado de rusticidad por propio trabajo, siempre que no se trate de mantenerlos artificiosamente en esa condicin.

He puesto el punto principal de la ilustracin es decir, del hecho por el cual el hombre sale de una minora de edad de la que es culpable en la cuestin religiosa, porque para las artes y las ciencias los que dominan no tienen ningn inters en representar el papel de tutores de sus sbditos. Adems, la minora de edad en cuestiones religiosas es la que ofrece mayor peligro: tambin es la ms deshonrosa. Pero el modo de pensar de un jefe de Estado que favorece esa libertad llega todava ms lejos y comprende que, en lo referente a la legislacin, no es peligroso permitir que los sbditos hagan un uso pblico de la propia razn y expongan pblicamente al mundo los pensamientos relativos a una concepcin ms perfecta de esa legislacin, la que puede incluir una franca crtica a la existente. Tambin en esto damos un brillante ejemplo, pues ningn monarca se anticip al que nosotros honramos.

Pero slo alguien que por estar ilustrado no teme las sombras y, al mismo tiempo, dispone de un ejrcito numeroso y disciplinado, que les garantiza a los ciudadanos una paz interior, slo l podr decir algo que no es lcito en un Estado libre: razonad tanto como queris y sobre lo que queris, pero obedeced! Se muestra aqu una extraa y no esperada marcha de las cosas humanas; pero si la contemplamos en la amplitud de su trayectoria, todo es en ella paradjico. Un mayor grado de libertad civil parecera ventajoso para la libertad del espritu del pueblo y, sin embargo, le fija lmites infranqueables. Un grado menor, en cambio, le procura espacio para la extensin de todos sus poderes. Una vez que la Naturaleza, bajo esta dura cscara, ha desarrollado la semilla que cuida con extrema ternura, es decir, la inclinacin y disposicin al libre pensamiento, ese hecho repercute gradualmente sobre el modo de sentir del pueblo (con lo cual ste va siendo poco a poco ms capaz de una libertad de obrar) y hasta en los principios de gobierno, que encuentra como provechoso tratar al hombre conforme a su dignidad, puesto que es algo ms que una mquina. Kant: Filosofa de la Historia. Ed. Nova. Buenos Aires.