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IDEAS & DEBATES 22 | Apuntes sobre la “doble conciencia” La discusión sobre la “doble conciencia” se impuso como tema en IdZ. Apareció abiertamente en la charla con Daniel James sobre el peronismo, fue objeto de reflexión en la nota de Juan Hernández y volvió a surgir en el diálogo con Juan Carlos Torre al tratar de escudriñar algunos balances sobre el clasismo cordobés. El fin del ciclo kirchnerista y la elección histórica realizada por el FIT hacen este debate aún más necesario. En las notas que siguen, dos reflexiones al respecto. Ilustración: Anahí Rivera

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IDEAS & DEBATES22 |

Apuntes sobre la “doble conciencia”

La discusión sobre la “doble conciencia” se impuso como tema en IdZ. Apareció abiertamente en la charla con Daniel James sobre el peronismo, fue objeto de reflexión en la nota de Juan Hernández y volvió a surgir en el diálogo con Juan Carlos Torre al tratar de escudriñar algunos balances sobre el clasismo cordobés. El fin del ciclo kirchnerista y la elección histórica realizada por el FIT hacen este debate aún más necesario. En las notas que siguen, dos reflexiones al respecto.

Ilustración: Anahí Rivera

La “doble conciencia” y la teoría marxista

JUAN DAL MASOComité de redacción.

FERNANDO ROSSOComité de redacción.

La categoría de “doble conciencia” introducida por Daniel James, aparece como una “abstrac-ción simple” a partir de la conceptualización de ciertas características de la relación de la clase obrera argentina con el peronismo y la izquier-da. Una relación que en cierto modo es similar a otras experiencias obreras a escala interna-cional en el contexto del “pacto keynesiano” de la segunda posguerra (ver la nota que sigue de Paula Varela).

Sin embargo, se puede pensar desde el mar-xismo la misma cuestión, partiendo de un gra-do de mayor generalización teórica, a partir de la forma de explotación propia del capitalismo, en la que la extracción de plusvalor aparece co-mo estrictamente “económica”. La explotación se realiza con la ausencia de factores extraeco-nómicos (a diferencia de otros modos de pro-ducción anteriores al capitalismo) y genera una disociación entre economía y política en la con-ciencia de las clases en general, incluyendo a la clase obrera y su práctica.

Esta disociación es constitutiva del capitalis-mo y, por supuesto, no es un problema teórico, sino práctico. Explicando y desarrollando esta disociación descrita por Marx, Ellen Meiksins Wood afirma que:

Ha tenido una expresión práctica inmediata en la separación de las luchas económicas y po-líticas que han tipificado los movimientos de las clases obreras modernas. Para muchos socia-listas revolucionarios esto no ha representado más que el producto de una conciencia enga-ñada, “subdesarrollada” o “falsa”. Si a eso se re-dujera todo, sería más fácil superarlo, pero lo que ha provocado que el “economicismo” de las clases obreras sea tan tenaz es que correspon-de, en efecto, a las realidades del capitalismo, a las formas en que la apropiación y la explota-ción realmente dividen los ámbitos de la acción económica y política, y de verdad transforman en asuntos claramente “económicos” determi-nados asuntos políticos esenciales, luchas por el dominio y la explotación inextricablememen-te ligadas, en el pasado, al poder político. Es-ta separación estructural podría ser, por cierto, el mecanismo de defensa más eficaz con que cuenta el capital1.

Desde este punto de vista, esta división, has-ta cierto punto naturalizada y dotada de una

justificación “consensual” por la ideología bur-guesa, sería el punto de partida desde el que se desarrolla una “gnoseología política” propia del proceso de toma de conciencia de la clase trabajadora bajo el capitalismo. Resulta útil el planteo de Antonio Gramsci al respecto:

El hombre activo, de masa, elabora práctica-mente, pero no tiene clara conciencia teórica de su obrar, que sin embargo es un conocimiento del mundo en cuanto lo transforma. Su concien-cia teórica puede estar, históricamente, incluso en contradicción con su obrar. Casi se puede decir que tiene dos conciencias teóricas (o una conciencia contradictoria): una implícita en su obrar y que realmente lo une a todos sus cola-boradores en la transformación práctica de la realidad; y otra superficialmente explícita o ver-bal, que ha heredado del pasado y ha aceptado sin crítica. (…) La conciencia de formar par-te de una determinada fuerza hegemónica (es-to es, la conciencia política) es la primera fase para una ulterior y progresiva autoconciencia, en la cual teoría y práctica se unen finalmen-te. Pero la unidad de la teoría y de la práctica no es, de ninguna manera, algo mecánicamen-te dado, sino un devenir histórico, que tiene su fase elemental y primitiva en el sentido de “dis-tinción”, de “separación”, de independencia ins-tintiva, y que progresa hasta la posesión real y completa de una concepción del mundo cohe-rente y unitaria2.

En la historia de la clase obrera, el desarro-llo de las grandes organizaciones reformistas (incluidos los nacionalismos burgueses con ba-se de masas en las semicolonias) ha tendido a consolidar la “doble conciencia” como la for-ma de constitución política de la clase obrera, presentándola como un estadío casi imposible de ser superado. En momentos de crisis (que son característicos de la fase imperialista del capitalismo), se erosionan las bases de esta dualidad y se generan condiciones para que la realidad misma unifique las “esferas”, y por lo tanto también la lucha económica con la lucha política. Como también afirma Gramsci, aun-que el elemento catastrófico de la economía no genera por sí mismo fenómenos fundamenta-les, sí “(puede) crear un terreno favorable para la difusión de determinadas maneras de pen-sar, de formular y resolver las cuestiones que

implican todo el desarrollo ulterior de la vi-da estatal”3.

Por último, este proceso no es lineal, Trotsky define que:

Es seguro que “el ser determina la conciencia”. Pero eso no significa para nada que la concien-cia dependa directa y mecánicamente de las cir-cunstancias externas. La existencia se refracta en la conciencia según las leyes de esta última. El mismo hecho objetivo puede tener un efecto po-lítico diferente, a veces opuesto, según la situa-ción general y los acontecimientos precedentes4.

Y tampoco es homogéneo, como no lo es la clase obrera:

La burguesía toma una parte activa en este proceso. Crea sus órganos dentro de la clase obrera y utiliza los que ya existen para oponer ciertas capas de obreros a otras. Diferentes par-tidos actúan simultáneamente en el seno del proletariado. Por todo esto, durante la mayor parte de su camino histórico continúa dividido políticamente5.

Esto es más desarrollado en la época imperia-lista, la época de la “actualidad de la revolución proletaria” (así como de las crisis y de las gue-rras), donde no solo se plantea la necesidad de una lucha ideológica contra la separación “es-tructural” entre economía y política, en cierta medida naturalizada; sino una batalla política contra las direcciones que conscientemente im-pulsan esta división (sindicalismo, reformismo o “nacionalismo burgueses”) para garantizar el sostenimiento de su dominio de clase.

Tomando la cuestión de la “doble concien-cia” en la historia de la clase obrera argentina, no sería entonces solamente un mero “eco-nomicismo” (compatible con una conciencia “burguesa” que naturaliza las relaciones de ex-plotación capitalista), sino la yuxtaposición de una relación más o menos “orgánica” con la iz-quierda en el terreno de la lucha de clases (eco-nómica en primera instancia pero que incluye rápidamente la relación con burocracia sindi-cal, la patronal, la policía, el ministerio de tra-bajo y el gobierno) y una posición de seguir prestando apoyo a partidos patronales como el peronismo en el terreno político.

La “doble conciencia” y la “anomalía argentina”

El proceso de estatización de los sindicatos, un fenómeno inherente a la época imperialista, don-de el Estado tiene una mayor intervención en general y en las organizaciones del movimien-to obrero en particular; y en el marco del surgi-miento de nacionalismos burgueses con base de masas en la los países semicoloniales o de con-solidación de reformismos como la socialdemo-cracia o el stalinismo en Europa occidental, está en la base de la “doble conciencia” a la que ha-cen alusión James, Hernández y Torre.

En la experiencia de organización del proletaria-do argentino, la cuestión de la “doble conciencia” guarda relación con la famosa “anomalía argenti-na” de sindicatos burocratizados y estatizados por

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arriba, pero comisiones internas que deben res-ponder más a las bases, en las que a nivel de fá-brica pueden cobrar peso las posiciones clasistas, antiburocráticas y combativas, por abajo, a la que hacía referencia Adolfo Gilly:

Esa anomalía consiste en que la forma específi-ca de organización sindical politizada de los tra-bajadores al nivel de la producción no solo obra en defensa de sus intereses económicos dentro del sistema de dominación –es decir, dentro de la relación salarial donde se engendra el plusvalor–, sino que tiende permanentemente a cuestionar (potencial y también efectivamente) esa misma dominación celular, la extracción del plusproduc-to y su distribución y, en consecuencia, por lo bajo el modo de acumulación y por lo alto el modo de dominación específicos cuyo garante es el Estado. (…) En las fábricas y lugares de trabajo, retoman-do sus viejas tradiciones de autoorganización y al margen de directivas específicas de ninguna fuer-za política y mucho menos del mismo Perón, los trabajadores designan delegados que los repre-sentan, por departamento, sección o grupo de tra-bajo (grupo homogéneo, según la nomenclatura italiana), constituyen con ellos cuerpos de delega-dos que deliberan como parlamentos internos de la empresa y eligen comisiones internas que con-forman su representación central permanente al nivel de empresa6.

Relacionando la noción de “doble conciencia” con la de “anomalía argentina” se podría pensar que la “doble conciencia” en el itinerario histó-rico del proletariado argentino tuvo una de sus manifestaciones en el terreno de su organiza-ción, como resultado de la expropiación por el peronismo de las experiencias sindicales ante-riores (principalmente de la corriente sindica-lista), su fijación en un estadio de conciencia que aspira una “sociedad más justa” por la vía del nacionalismo burgués, cuyo cuestionamien-to se expresa en primer término en la organi-zación más de base y más democrática, y por ende más sensible al interés de los obreros, que son las comisiones internas o cuerpo de dele-gados. Y el ejemplo de las coordinadoras inter-fabriles (protagonistas de las jornadas de junio de 1975 en que la clase obrera de las principa-les fábricas del GBA se enfrenta con el gobier-no peronista en el poder) podría servir como una primera confirmación de esta hipótesis tan-to como de la potencialidad de este tipo de or-ganización para momentos de ascenso. Claro que estas tendencias que son, en cierta medida, producto del desarrollo espontáneo de la clase obrera, son condiciones necesarias, pero no su-ficientes para la superación del estadío de “do-ble conciencia” o para la toma de conciencia de la vanguardia de la clase obrera. La otra condi-ción indispensable reside en las batallas políti-cas y las lecciones plasmadas en organización política y en programa para la hegemonía de la clase obrera, es decir, en partido.

Conciencia de clase, hegemonía y programa

El proceso de estatización de los sindica-tos a que hacíamos referencia sugiere una re-lativa “superación” de la concepción planteada

por Lenin en su clásico folleto ¿Qué hacer? so-bre la cuestión de la conciencia y también una relativización de la separación entre economía y política. En el caso del ¿Qué hacer?, se plan-tea correctamente el “economicismo” (sindica-lismo) como una forma de conciencia burguesa y la necesidad de que el partido marxista intro-duzca la conciencia socialista planteando una estrategia “hegemónica” que aporta desde afue-ra. Si bien Lenin hizo una primera modifica-ción complementaria de este esquema a partir del surgimiento de los soviets, la tendencia a la permanente estatización de los sindicatos plan-tea para Trotsky la imposibilidad de cualquier tipo de “sindicalismo puro” que se mantenga al margen de asumir una posición política.

Frente a este proceso de consolidación de los grandes aparatos reformistas y estatización de las organizaciones obreras de masas, Trotsky plantea el Programa de Transición como una vía para que la clase trabajadora desarrolle su experiencia de lucha a partir de reivindicacio-nes inmediatas hacia el cuestionamiento del ca-pitalismo y haciendo una experiencia con esas direcciones, e incluye la cuestión de la lucha por la hegemonía mediante la alianza obrero-campesina y de los obreros con los pobres de las grandes ciudades. Un programa que es un puen-te entre la lucha económica y la lucha política de la clase obrera por su propio poder.

Este programa, que es útil para foguear a una vanguardia y hacerla consciente en los momen-tos más o menos estables, cobra mayor actuali-dad en momentos de crisis generales o parciales para desarrollar la experiencia de las amplias masas. Por ejemplo, consignas transitorias co-mo el reparto de las horas de trabajo frente a los despidos, o el control obrero ante los cierres de fábricas, son medidas que parten de las necesi-dades inmediatas, “económicas” de los obreros, y conducen al enfrentamiento del capitalismo y su Estado.

Relacionado con esta cuestión, una discusión que recorrió la polémica es el interrogante en torno a la posibilidad de que la clase obrera pue-da lograr su unidad interna y hacerse hegemóni-ca en las condiciones en que quedó luego de la ofensiva del capital en lo que se conoció como el momento “neoliberal”, con las divisiones en-tre trabajadores en blanco, sindicalizados, con-tratados, precarios, en negro y muchos otros que quedaron en condiciones de semiproletari-zación o son directamente pobres estructurales (ver el dossier referido al tema en este núme-ro). En ciertas posiciones se toma este elemen-to unilateralmente y se le da un valor sin límite, para negar absolutamente la posibilidad de que la clase obrera logre su unidad y pueda tomar una posición de liderazgo de los demás sectores oprimidos de la sociedad. Sin desconocer estos obstáculos y dificultades de las que se parte, la experiencia histórica de la clase obrera interna-cional y también de nuestro país demuestra que es mucho más un problema de programa y de es-trategia que un “obstáculo objetivo absoluto”, la posibilidad de cambiar esta situación. La clásica experiencia de la revolución bolchevique, don-de la clase obrera era una muy minoritaria; o la misma experiencia de la lucha de clases en la

Argentina (donde la resistencia peronista prepa-ró el terreno para el surgimiento del clasismo, en el fin de ciclo del menemismo surgieron movi-mientos de desocupados entre los sectores más pobres de la clase obrera, ocupaciones de fábri-cas desde 2001 de las que Zanon es un emblema y a partir de 2003 emerge el sindicalismo de ba-se con peso de la izquierda), demuestran que la “resolución” de estas divisiones es una cuestión de política y estrategia, que desmienten cual-quier tipo de escepticismo “objetivista”.

El FIT y la experiencia de la clase obrera con el peronismo

La consolidación del apoyo de un sector sig-nificativo de trabajadores y jóvenes al Frente de Izquierda y los Trabajadores, indica que hay un inicio de superación (aunque sea en un sector minoritario) de ese confinamiento de la izquier-da al lugar de la lucha sindical y un comienzo de identificación de la condición de clase traba-jadora con el apoyo político a un frente que rei-vindica la independencia de clase. La crisis del último “avatar” que adoptó el peronismo, es de-cir, el kirchnerismo, ligado a una crisis no catas-trófica pero persistente del “modelo”, así como los combates políticos y en la lucha de clases de las organizaciones del FIT, sentaron la posibili-dad de esta emergencia, que plantean una nue-va posibilidad histórica de cerrar las tijeras que James denomina “doble conciencia”, incluso sin tener que cumplir un paso “evolutivo” que va-ya de lo sindical a lo político, sino con varian-tes que combinan ambos planos o directamente desde lo político al plano sindical.

Para que este “momento” se transforme en el punto de partida de un nuevo movimiento obre-ro en la Argentina, además de un mayor desa-rrollo de la lucha de clases, es necesario luchar conscientemente para que la identificación con la izquierda asuma un carácter más estratégico: sentar las bases para la construcción de un par-tido revolucionario de la clase trabajadora.

Blog de los autores: elviolentooficio.blogspot.com.ar y losgalosdeasterix.blogsport.com.ar.

1. Ellen Meiksins Wood, Democracia contra capita-lismo, México, Siglo XXI, 2000, p. 26.

2. Antonio Gramsci, Quaderni del carcere, Turín, Ed. Valentino Gerratana, p. 1385.

3. Antonio Gramsci, “Análisis de situaciones y rela-ciones de fuerzas”, op. cit., p. 1587.

4. León Trotsky, “¿Cuánto tiempo puede durar Hit-ler?” (1933) en La lucha contra el fascismo en Ale-mania, Bs. As., CEIP-IPS, 2013, p. 362 .

5. León Trotsky, “¿Y ahora? Problemas vitales del proletariado alemán”, op. cit. p. 125.

6. Adolfo Gilly, “La anomalía argentina (Estado, cor-poraciones y Trabajadores)” en Pablo González Ca-sanova (coord.), El Estado en América Latina. Teoría y práctica, México, Siglo XXI, 1990.

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Sobre la “doble conciencia” y la inevitabilidad del peronismo

PAULA VARELAPolitóloga, docente de la UBA, investigadora del CONICET.

En Argentina la discusión sobre la “doble con-ciencia” es la discusión sobre la relación entre la clase obrera y el peronismo. El peronismo co-mo integración de la clase obrera al Estado bur-gués (y en ese sentido su domesticación), y al mismo tiempo, la emergencia de la clase obre-ra como una fuerza social ineludible de la so-ciedad argentina, conciente de su capacidad de luchar para conquistar derechos civiles, socia-les y políticos.

En ese concepto se encierra el intento de expli-car la convivencia de dos tendencias contradic-torias en la historia de nuestra lucha de clases: la de una fuerte estatización del movimiento obre-ro (plasmada, entre otras cosas, en la estructu-ra sindical y una sólida burocracia); y la de una fuerte resistencia a la heteronomía, o subordina-ción absoluta de la clase obrera, que ha hecho emerger en determinados momentos históricos movimientos con rasgos de independencia de clase, como el clasismo cordobés o las coordina-doras interfabriles del ‘75. De allí que, cuando en Argentina reaparece la pregunta sobre las posibi-lidades de que la clase obrera ejerza su fuerza de sujeto peligroso, reaparece también la discusión sobre la “doble conciencia”.

En esta nota queremos apuntar a dos proble-mas. El primero, el peligro (en buena medida consumado) de que un concepto que apareció

como síntesis descriptiva de una contradicción histórica real, se convierta en definición meta-física de la conciencia obrera. Dicho en otros términos, el pasaje del reconocimiento de la tensión entre resistencia e integración a la tesis de “la clase obrera argentina fue y será siempre peronista”. El segundo, el problema de la rela-ción entre la “doble conciencia”, el kirchneris-mo y la izquierda hoy.

Debate académico (y político) Varios años antes de la publicación de Resis-

tencia e Integración, Daniel James escribía un artículo en que analizaba las respuestas obreras ante el plan de racionalización de 1955 a 1960. Hacia el final del texto, decía:

… quisiera señalar que el análisis que he tra-zado, si bien ha sido parcial, tiene la ventaja de apartarse de dos abstracciones metafísicas que han dominado gran parte de las discusiones so-bre el sindicalismo peronista y la clase obrera, una clase obrera que siempre lucha e intenta organizarse y una cúpula sindical que siempre traiciona y reprime estas aspiraciones1.

De esta forma, marcaba una cierta cancha de debates y una cierta posición que se volve-ría dominante con el tiempo. Como adversario

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principal, James señalaba a las posiciones (aso-ciadas a la izquierda) que sostendrían la exis-tencia de una clase obrera que siempre quiere luchar, y una burocracia sindical que siempre está traicionando esa lucha. Como superación de esa caricatura de realidad, proponía atender a la concordancia entre los deseos de los traba-jadores y las actitudes de la burocracia. Decía en las conclusiones:

Si bien la ofensiva productiva tenía como pre-misa destruir la posibilidad de una acción autó-noma de las bases obreras, existía, aun en este nivel, una ambigüedad esencial. En muchos as-pectos la aceptación de la racionalización por los dirigentes reflejaba la misma percepción de las bases2.

Esta idea de “ambigüedad esencial” se desa-rrollaría luego hasta alcanzar el concepto de “doble conciencia”, al que se le agregaría otra idea aún más fuerte, la de “relación simbiótica” entre dirigentes y dirigidos: “La legitimidad de la dirección y la estructuras sindicales se derivó de la capacidad para expresar y reflejar ambos aspectos (el de la resistencia y la integración, N. de A.) de esa experiencia y esa conciencia de la clase obrera”3 [el destacado es propio].

Esta interpretación en que la dirigencia opera (y se legitima) expresando y reflejando a sus ba-ses, invisibiliza un hecho sustancial: que la diri-gencia peronista es parte fundamental de la forja de la propia experiencia de los trabajadores, y por ende, de su conciencia. Y termina configu-rando una división entre, por una parte, la ex-periencia y conciencia de los trabajadores; por otra, las posiciones político-sindicales de los di-rigentes en carácter de reflejo de lo anterior. Es decir, extirpa de la experiencia y de la formación de la conciencia, las luchas políticas, de progra-mas y estrategias, y las coloca como expresión

Ilustración: Anahí Rivera

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(simbiótica o desfazada), de una constitución previa (¿a priori?) de la experiencia.

Esto abre el camino a que la idea de “doble conciencia”, nacida como explicación concre-ta de la tensión viva entre resistencia e inte-gración, se momifique y se transforme en una suerte de “estado de naturaleza” de la concien-cia de los trabajadores. Lo que surgió como un intento de superar dos abstracciones metafísi-cas complementarias incapaces de entender y explicar el peronismo: aquella que sostendría una apatía intrínseca de los trabajadores (con todo el aroma gorila que eso implica), y aque-lla que sostendría una especie de carácter inma-nentemente revolucionario de la clase obrera (con todo el aroma romántico que eso implica), se convierte así en una tercera abstracción me-tafísica de la contradicción cuya expresión per-fecta sería el pragmatismo peronista. De ahí a la tesis de que la clase obrera fue y será siempre peronista, solo queda un paso.

Así entendida, la “doble conciencia” deslin-da las responsabilidades de las direcciones políticas en la forja de las conciencias históri-camente determinadas y, en ese proceso, obs-curece la comprensión de otro rasgo central de la clase obrera en Argentina: una persistente tradición de izquierda clasista. Si la resisten-cia peronista fue el período de reinado de una “doble conciencia” contenida dentro del pero-nismo, también fue la partera de los cuadros que serían los dirigentes del desborde clasis-ta4. La apertura del ascenso obrero en el ‘69, el enfrentamiento “desde abajo” al Pacto So-cial del ‘73 y luego al Rodrigazo, abrieron el campo a una sutura por izquierda de la con-tradicción entre la integración al Estado y la resistencia de una clase obrera radicalizada.

El golpe de Estado cerró ese campo y resol-vió (por derecha) dicha contradicción, y de ese modo (sangriento) confirmó que la “doble con-ciencia” no es, ni puede ser, un “estado de na-turaleza” de la clase obrera argentina. De allí que, para aquellos que no tenemos una lectu-ra trágica de la historia, la pregunta obligada es cuáles fueron los errores de la izquierda clasis-ta5 y revolucionaria que obstaculizaron una re-solución por izquierda de la crisis de la “doble conciencia”6. El debate de estrategias se vuelve la práctica necesaria de los que resistimos a la ontologización tranquilizadora de la concien-cia de los trabajadores (sea simple o doble).

Un fenómeno histórico, no ontológico

Lo primero que hay que decir para evitar que la “doble conciencia” adopte estatus ontológi-co es que ésta es la expresión de un proceso histórico preciso. Señalemos (sin desarrollar-los) tres planos de esta historicidad. El primero y más general (hoy en crisis en todo el globo), la estatización de las organizaciones obreras y lo que en la ciencia política clásica se conoce co-mo “ciudadanización” de la clase trabajadora7. No es posible pensar la profundidad del fenó-meno sin tener en cuenta el elemento de “in-tegración” al sistema burgués que significaron los cambios producidos en la entreguerras y que derivaron, luego del reordenamiento geopolíti-co de la II Guerra Mundial, en el llamado “pac-to keynesiano”.

El segundo, el de la especificidad de ese proce-so en los países latinoamericanos. Aquí, paradó-jicamente para los que gustan de caricaturizar al trotskismo como una corriente no muy atenta a los relieves y a las contradicciones, fue Trotsky uno de los primeros que vislumbró la profundidad

de la particularidad de las semicolonias en la en-treguerras y explicó la dinámica de clases que es-tá en la base de lo que James resumirá luego como la contradicción no resuelta entre “resistencia e in-tegración”.

En los países industrialmente atrasados el ca-pital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El go-bierno oscila entre el capital extranjero y el na-cional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proleta-riado. Esto le da al gobierno un carácter bo-napartista sui generis, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtién-dose en instrumento del capital extranjero y so-metiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle conce-siones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los ca-pitalistas extranjeros8.

Mientras la mirada populista sucumbía a la abstracción metafísica de la “apatía de las ma-sas” para explicar la estatización-integración, la mirada trotskista atendía la particularidad de un proceso que desplegaba dos tendencias contradictorias: la expropiación (violenta, co-mo toda expropiación, de muestra vale el he-cho de la prohibición del derecho a huelga) de tradiciones de autonomía de un ya fuerte movi-miento obrero consolidado en la década del ‘30, al tiempo que el homenaje a esa misma fuer-za (social pero también política), puesto de ma-nifiesto en el otorgamiento de derechos civiles, sociales y políticos, y la masivización de la orga-nización sindical estatizada9.

Ilustración: Anahí Rivera

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Por último, hay un tercer plano que hace a la particularidad argentina: la forma que asumió la crisis del primer peronismo con el golpe del ‘55 y el lugar de las comisiones internas10 como ámbito de resistencia a los planes de racionali-zación de la burguesía, pero también de resisten-cia a la exclusión política que las dictaduras y la proscripción del peronismo implicaban para una clase obrera que había conquistado su lu-gar en el país burgués. Es por este papel políti-co-sindical (y por su ubicación en el centro de la dominación celular), que las CI serán el locus de reproducción de la “doble conciencia” (bajo la expectativa de ser “reintegrados”), al tiempo que ámbito de su desborde clasista (cuando la experiencia entre el tercer y el cuarto peronismo muestre la imposibilidad de esa reintegración).

¿Qué queda de la “doble conciencia” hoy?Mirar la actualidad en clave de “doble con-

ciencia” es mirar en tres tiempos. Un tiempo largo de la relativa continuidad de lo que Ale-jandro Horowicz llamó la derrota del primer peronismo11. Un tiempo corto que puede resu-mirse en la frase de un obrero de 40 años: “Yo entendí el peronismo con Néstor”. Y un tiempo inminente de la crisis del kirchnerismo. La cosa está en el cruce de los tres.

El pasaje histórico a la “ciudadanía de la derro-ta” que significó el alfonsinismo y luego la reali-zación del neoliberalismo, implicó la pérdida de buena parte de las bases de sustentación de cual-quier “doble conciencia”. No solo en términos de derechos (que, como vemos en el dossier, es con-tundente), sino también en términos de dignidad y del sentimiento de pertenencia a una fuerza so-cial ineludible en la política nacional. El “pueblo trabajador” (combinación contradictoria de ciu-dadano y clase) comenzó a desaparecer en el ‘76 y terminó de invisibilizarse (aunque no de exis-tir) en los ‘90. Sin embargo, esto no implicó el

fin del peronismo y su base social. Vino el pasa-je al PJ territorializado, el reemplazo de los dele-gados sindicales por los punteros barriales y esa “reserva organizacional” que tan bien miró Le-vitsky12. Pero la pervivencia del PJ no es la pervi-vencia de la “doble conciencia”, porque no hay equivalencia entre la base social del delegado de fábrica que analiza Doyon13, el organizador del asentamiento que describe de Merklen14 y el puntero de barrio que etnografía Auyero15. Para ser más exactos, a un nivel general y abstracto, hay equivalencia en el hecho de que son traba-jadores. Pero a un nivel más concreto no la hay, en la medida en que las diferentes posiciones es-tratégicas entre el obrero, el tomador de tierras y el pobre, modifican la fuerza social de cada uno de esos sectores de trabajadores y, por ende, mo-difican su peligrosidad. El desborde clasista con que amenazó la organización de fábrica históri-camente en Argentina está ligada (aunque no se reduce) a la fuerza que otorga su posición estra-tégica. En sentido inverso, la mayor facilidad de estatización de los procesos de toma y lucha en el territorio, está ligada a la debilidad estratégi-ca del territorio. Sin embargo, tampoco se agota allí el problema (y aún menos se resuelve). Hay otro nivel que no puede definirse a priori porque es el de la política: el organizador de tomas y de barrios se vuelve tan hereje y peligroso como el obrero en la alianza entre la fábrica y el barrio.

Pero eso es una estrategia política opuesta por el vértice a la del peronismo. El peronismo unifi-ca a nivel serial (del voto), lo que divide y debili-ta a nivel del colectivo de clase. En últimas, esa es la fragilidad de la “doble conciencia” del kir-chnerismo. No es que el kirchnerismo (home-najeando al 2001) no haya repuesto una suerte de “doble conciencia”. Lo hizo. Las expectativas despertadas en las masas, la politización juve-nil, la reactivación gremial de base, son mues-tras de esa reposición. Pero lo hizo como farsa. La ciudadanización del kirchnerismo (que ya llegó a su techo) se asienta sobre una operación que niega la ciudadanización del primer pero-nismo: la ruptura del colectivo del “pueblo tra-bajador”. La fragmentación que se analiza en el dossier es el intento de institucionalización de una división tajante: “trabajadores” y “pobres”. Esa es la marca de la “ciudadanía kirchneris-ta”. El retorno del gigante invertebrado parece-ría imposible.

Sería ingenuo pensar que esta imposibilidad implica, de por sí, una resolución por izquier-da de la débil “doble conciencia” restituida por el kirchnerismo. Pero sería más ingenuo aún no ver la relación entre las expectativas desperta-das por el kirchnerismo (y las experiencias de lucha y organización empujadas por estas ex-pectativas), los límites de la ciudadanización kirchnerista (o el techo bajo del nunca menos) y el crecimiento de la izquierda en el movimiento obrero y en la juventud. Los votos al FIT son, en parte, la búsqueda de un “nunca menos conse-cuente” ya no, solamente en el lugar de trabajo, sino a nivel nacional. El lugar de “consecuen-cia” que se ganó la izquierda en estos años por su política en las posiciones conquistadas en los lugares de trabajo y en los sindicatos, perforó esa frontera y saltó al parlamento.

La excepcionalidad del momento actual reside en el tiempo que corre entre el hecho inobjeta-ble de que el nunca menos llegó a su techo (el fin de ciclo no es más que eso) y el momento en que ese techo pretenda volverse lápida, discipli-nando las expectativas obreras (el massismo y el sciolismo son la preparación de esa mutación, uno por fuera del kirchnerismo, el otro por den-tro). Entre ambos escenarios corre un tiempo precioso. Las posiciones conquistadas por la iz-quierda son una plataforma para la lucha polí-tica (y de clases) que permita volver carne en la conciencia de millones que el “nunca menos consecuente” no combina con el país burgués. En últimas, explorar la chance de que la ciuda-danía se vuelva clase.

1. “Racionalización y respuesta de la clase obrera: contexto y limitaciones de la actividad gremial en la Argentina”. El texto fue publicado en 1981 en Desa-rrollo Económico 83 vol. 21, pero una primera ver-sión fue escrita en 1979 en abierta discusión con el texto de Elizabeth Jelin “Espontaneidad y organiza-ción del movimiento obrero”, publicado en la Revis-ta Latinoamericana de Sociología 2 (nueva época), en 1975.

2. Ídem.

3. Daniel James, Resistencia e integración, Buenos Aires, Sudamericana, 1999, p. 343.

4. Al respecto es muy interesante el análisis que reali-za Alejandro Schneider en Los compañeros.

5. Es en este sentido que Juan Hernández señala la importancia de preguntarse por los errores del cla-sismo cordobés a la hora del balance de su derrota, véase IdZ 3.

6. En muchas ocasiones se señala la persistencia en los balances y las críticas a la izquierda revoluciona-ria en la década del ‘70, como un acto de pedantería nostálgica. La ecuación, sin embargo, es la inversa. Una corriente que se pretenda revolucionaria y no destine fuerzas al balance de los ‘70 en Argentina está incurriendo, o bien en el derrotismo del escepticismo, o bien en el derrotismo de la creencia (tan ahistóri-ca y antipolítica como su inverso reformista) de una ontología revolucionaria de la clase obrera. Para un balance de la actuación de la izquierda en los ‘70, véase Insurgencia Obrera de Ruth Werner y Facun-do Aguirre.

7. Thomas H. Marshall en Ciudadanía y clase social (ensayo escrito en 1949, en pleno auge del “pacto keynesiano”) teorizó este proceso a partir de tres ti-pos de derechos: civiles, políticos y sociales.

8. León Trotsky, “La industria nacionalizada y la ad-ministración obrera” (1939), en Escritos Latinoame-ricanos, Bs. As., CEIP, 2000, p. 163.

9. Juan Carlos Torre analiza estos aspectos tanto en La vieja guardia sindical y Perón; como en “Interpre-tando (una vez más) los orígenes del peronismo”, De-sarrollo Económico 112, vol. 28, 1989.

10. Como señalan Dal Maso y Rosso en esta misma revista, es Gilly quien analizará ese fenómeno desde una perspectiva marxista en “La anomalía argentina”.

11. Los cuatro peronismos.

12. La transformación del justicialismo. Del partido sindical al partido clientelista.

13. Perón y los trabajadores. Los orígenes del sindica-lismo peronista, 1943-1955.

14. Pobres ciudadanos. Las clases populares en la era democrática (Argentina, 1983-2003).

15. La Política de los Pobres. Las prácticas clientelis-tas del peronismo.