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La Refundación de la República Rolando Araya Monge La mayoría del pueblo sigue pensando que es posible arreglar los problemas de hoy con un mejor Presidente, o con un mejor equipo de Gobierno. Posiblemente esta forma de pensar ayuda a perpetuar los males que padecemos, pues seguimos colgados del calendario electoral, con la esperanza de superar la sequía. En efecto, aparte de las limitaciones de los actores de los últimos tiempos, hay algo que es necesario reconocer: con el actual estado de cosas, nadie puede hacer mucho, aunque llegara al poder el mejor de los costarricenses. Pero la mayoría sigue esperando el milagro. Esto no es cuestión de buena o mala gestión. El cúmulo de desafíos supera por mucho la capacidad de resolver y decidir. Con el paso de los años, hemos acumulado enormes problemas como el caos urbano en la región metropolitana, con costos que se miden en miles de millones de dólares por año, la degradación de la infraestructura pública, la criminalidad creciente, la fragmentación y el conflicto político, la parálisis del aparato estatal, la degeneración de los partidos, el burocratismo, la impotencia ante catástrofes naturales, la corrupción, la desigualdad, la pobreza y el atraso económico. Agreguemos a esto, la crisis financiera global, energética y alimentaria, al lado de los efectos aterradores del calentamiento atmosférico. Tenemos una democracia enferma. O bien, disfuncional, como señaló el Embajador de los Estados Unidos en un documento que luego fue filtrado en Wikileaks. Mientras nuestros vecinos renuevan velozmente su infraestructura, nosotros ni siquiera podemos arreglar un puente. El país no está preparado para afrontar los desafíos del futuro, aunque los economistas, acostumbrados a trabajar con promedios, sigan viendo que nada pasa, salvo una circunstancial crisis fiscal. Las protestas y la rebelión cunden por todo el mundo. En cada caso hay una razón distinta y todas tienen en

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La Refundación de la República

Rolando Araya MongeLa mayoría del pueblo sigue pensando que es posible arreglar los problemas de

hoy con un mejor Presidente, o con un mejor equipo de Gobierno. Posiblemente esta forma de pensar ayuda a perpetuar los males que padecemos, pues seguimos colgados del calendario electoral, con la esperanza de superar la sequía. En efecto, aparte de las limitaciones de los actores de los últimos tiempos, hay algo que es necesario reconocer: con el actual estado de cosas, nadie puede hacer mucho, aunque llegara al poder el mejor de los costarricenses. Pero la mayoría sigue esperando el milagro. Esto no es cuestión de buena o mala gestión. El cúmulo de desafíos supera por mucho la capacidad de resolver y decidir.

Con el paso de los años, hemos acumulado enormes problemas como el caos urbano en la región metropolitana, con costos que se miden en miles de millones de dólares por año, la degradación de la infraestructura pública, la criminalidad creciente, la fragmentación y el conflicto político, la parálisis del aparato estatal, la degeneración de los partidos, el burocratismo, la impotencia ante catástrofes naturales, la corrupción, la desigualdad, la pobreza y el atraso económico. Agreguemos a esto, la crisis financiera global, energética y alimentaria, al lado de los efectos aterradores del calentamiento atmosférico.

Tenemos una democracia enferma. O bien, disfuncional, como señaló el Embajador de los Estados Unidos en un documento que luego fue filtrado en Wikileaks. Mientras nuestros vecinos renuevan velozmente su infraestructura, nosotros ni siquiera podemos arreglar un puente. El país no está preparado para afrontar los desafíos del futuro, aunque los economistas, acostumbrados a trabajar con promedios, sigan viendo que nada pasa, salvo una circunstancial crisis fiscal. Las protestas y la rebelión cunden por todo el mundo. En cada caso hay una razón distinta y todas tienen en común la indignación contra la concentración de poder y de riqueza. Cuando los más ricos se apropian de una porción demasiado grande, ahí mismo estallan las grandes crisis económicas y sociales. El plantón frente a Wall Street es el acto más simbólico de indignación.

Ese es el marco histórico donde nos movemos, donde tal y como se anunció, el fundamento ideológico del TLC no era otra cosa que montarse en un barco que se estaba hundiendo. ¿Qué hacer entonces? ¿Otra campaña, otros partidos, otros candidatos haciendo creer que esta vez sí, que es cuestión de quitar a este para ponerme yo, o cambiar las ideas económicas? Ya no. Ahora el reto es mucho más serio. Debemos darnos cuenta de que eso que llamamos “el sistema” está colapsado, que tiene el “chasis” quebrado. Ya no hay soluciones convencionales. La necesidad de una reforma de la Constitución en el área política ya no es una preferencia. Empieza a ser una condición. El país necesita una auténtica refundación. Cuando una casa no aguanta más reparaciones, hay que reconstruir desde las bases, empezando por la actitud de quienes la habitan.

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¿Somos capaces de generar nuevas ideas, como hicieron los fundadores de la Segunda República y sus predecesores del Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales? Por ahora solo se ven intereses, no propuestas. Unos quieren desmantelar las instituciones del Estado y otros solo atinan a pasar de nuevo el bagazo por el trapiche para ver si sale caldo. Un sorpresivo acuerdo parlamentario para aprobar una urgente reforma fiscal empieza a topar con problemas, aunque se vea tan clara la necesidad de redistribuir la riqueza.

El debilitamiento de los factores políticos, como la Asamblea Legislativa y el poder presidencial, han dejado al país en manos de una suerte de dictadura judicial que propaga sus efectos a la burocracia. Por muchos años, después de la Revolución de 1948, se produjo un consenso no explícito entre socialdemócratas y socialcristianos de la Reforma Social. Eso permitió el paso a un reformismo progresista durante casi cuatro décadas. Pero se agotó el proyecto de la Segunda República hace unos veinte años. Y los actores, en lugar de plantear algo nuevo, andan con el ataúd a cuestas, resistiendo enterrarla, con la esperanza de sacarle el "diablo a la botella". Así lucieron las recientes celebraciones del aniversario del Partido Liberación.

El bipartidismo es propio del sistema presidencialista. Pero ahora lo que tenemos es fragmentación, y en esas circunstancias, la energía política solo puede ser canalizada a través del sistema parlamentario, en el cual, el Poder Ejecutivo y el Legislativo se enyugan para legislar y administrar. Ese es uno de los cambios impostergables.

Solo con el sistema parlamentario se vendrán a equilibrar los poderes del Estado. Llevamos dos décadas sin mayoría legislativa para el partido que gana la Presidencia. La Sala Constitucional ha llenado el vacío, gobierna, administra, manda. A tal punto que no permite que toquen la Ley de la Jurisdicción Constitucional sin su anuencia. El dogmatismo ideológico y jurídico ha puesto al país al borde de la ingobernabilidad.

Es posible entonces aprovechar la frustración y la percepción de una crisis generalizada para hacer cambios urgentes: a) establecer un sistema parlamentario y un nuevo equilibrio de poderes públicos, replantear las atribuciones de la Sala Constitucional;b) algunas instituciones del Estado (ICE, INS, CCSS, Recope, Bancos estatales, A y A, etc.) deben convertirse en empresas, con las acciones en manos del Estado, pero funcionando como empresas, no como Ministerios;c) un sistema de contratación administrativa basado en la subasta inversa y las nuevas tecnologías para sustituir la caduca modalidad de las licitaciones actuales;d) un nuevo ordenamiento territorial con un plan para descentralizar el poder y trasladar potestades y recursos a los municipios, como ocurre en las democracias más avanzadas; d)un sistema democrático basado en las consultas populares a todos los niveles. Una verdadera democracia, como en Suiza. Las nuevas tecnologías de información y comunicación empujan fuertemente hacia formas más directas en la toma de decisiones. Una democracia de ciudadanos producirá la restauración ética de la sociedad costarricense;

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e) una profunda revisión del Servicio Civil, cada vez menos eficaz en procurar buenos funcionarios, y más en servir de escudo para perpetuar la dictadura de la burocracia, la corrupción y la ineficiencia;f) un nuevo sistema electoral que abra paso a otras formas en la escogencia de diputados y regidores;g) una amplia organización ciudadana a través de un Ministerio de Defensa Civil con capacidad de afrontar los desastres naturales y de colaborar en el combate al crimen organizado;h) una reestructuración de instituciones y ministerios para evitar duplicaciones y lograr más eficacia; i) un nuevo sistema educativo que se proponga trascender nuestras limitaciones hacia el propósito de lograr un ser humano superior; j) una poda profunda de trámites burocráticos y leyes absurdas para salir del delirio reglamentista que subyuga al país.

Estos son solo algunos ejemplos de cambios convenientes para dar a luz un nuevo sistema político, con amplias proyecciones hacia un orden económico y social que depare el bienestar general, el equilibrio natural y la conquista de valores superiores de la convivencia humana. ¿Qué falta? Vencer el miedo, la desidia y el sonambulismo político. Tener fe en nosotros mismos. Y volver a soñar.