hp lovecraft reanimador

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1 HERBERT WEST, REANIMADOR H. P. Lovecraft I. DE LA OSCURIDAD De Herbert West, amigo mío durante el tiempo de la universidad y posteriormente, no puedo hablar sino con extremo terror. Terror que no se debe totalmente a la forma siniestra en que desapareció recientemente, sino que tuvo origen en la naturaleza entera del trabajo de su vida, y adquirió gravedad por primera vez hará más de diecisiete años, cuando estábamos en tercer año de nuestra carrera, en la Facultad de Medicina de la Universidad Miskatonic de Arkham. Mientras estuvo conmigo, lo prodigioso y diabólico de sus experimentos me tuvieron completamente fascinado, y fui su más íntimo compañero. Ahora que ha desaparecido y se ha roto el hechizo, mi miedo es aún mayor. Los recuerdos y las posibilidades son siempre más terribles que la realidad. El primer incidente horrible durante nuestra amistad supuso la mayor impresión que yo había llevado hasta entonces, y me cuesta tenerlo que repetir. Ocurrió, como digo, cuando estábamos en la Facultad de Medicina, donde West se había hecho ya famoso con sus descabelladas teorías sobre la naturaleza de la muerte y la posibilidad de vencerla artificialmente. Sus opiniones, muy ridiculizadas por el profesorado y los compañeros, giraban en torno a la naturaleza esencialmente mecanicista de la vida, y se referían al modo de poner en funcionamiento la maquinaria orgánica del ser humano mediante una acción química calculada, después de fallar los procesos naturales. Con el fin de experimentar diversas soluciones reanimadoras, había matado y sometido a tratamiento a numerosos conejos, cobayas, gatos, perros y monos, hasta convertirse en la persona más odiada de la Facultad. Varias veces logró obtener signos de vida en animales supuestamente muertos; en muchos casos, signos violentos de vida; pero pronto se dio cuenta que la perfección, de ser efectivamente posible, comportaría necesariamente toda una vida dedicada a la investigación. Así mismo, vio claramente que, puesto que la misma solución no actuaba del mismo modo en diferentes especies orgánicas, necesitaba disponer de sujetos humanos si quería lograr nuevos y más especializados progresos. Y aquí es donde chocó, con las autoridades universitarias, y le fue retirado el permiso para efectuar experimentos, nada menos que por el propio decano de la Facultad de Medicina, el sabio y bondadoso doctor Allan Halsey, cuya obra en pro de los enfermos es recordada por todos los vecinos antiguos de Arkham. Yo siempre me mostré excepcionalmente tolerante con los trabajos de West, y a menudo hablábamos de sus teorías, cuyas derivaciones y corolarios eran casi infinitos. Sosteniendo con Haeckel que toda vida es un proceso químico y físico, y que la supuesta «alma» es un mito, mi amigo creía que la reanimación

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Cuento H. P. Lovecraft

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    HERBERT WEST, REANIMADOR H. P. Lovecraft

    I. DE LA OSCURIDAD

    De Herbert West, amigo mo durante el tiempo de la universidad y posteriormente, no puedo hablar sino con extremo terror. Terror que no se debe totalmente a la forma siniestra en que desapareci recientemente, sino que tuvo origen en la naturaleza entera del trabajo de su vida, y adquiri gravedad por primera vez har ms de diecisiete aos, cuando estbamos en tercer ao de nuestra carrera, en la Facultad de Medicina de la Universidad Miskatonic de Arkham. Mientras estuvo conmigo, lo prodigioso y diablico de sus experimentos me tuvieron completamente fascinado, y fui su ms ntimo compaero. Ahora que ha desaparecido y se ha roto el hechizo, mi miedo es an mayor. Los recuerdos y las posibilidades son siempre ms terribles que la realidad.

    El primer incidente horrible durante nuestra amistad supuso la mayor impresin que yo haba llevado hasta entonces, y me cuesta tenerlo que repetir. Ocurri, como digo, cuando estbamos en la Facultad de Medicina, donde West se haba hecho ya famoso con sus descabelladas teoras sobre la naturaleza de la muerte y la posibilidad de vencerla artificialmente. Sus opiniones, muy ridiculizadas por el profesorado y los compaeros, giraban en torno a la naturaleza esencialmente mecanicista de la vida, y se referan al modo de poner en funcionamiento la maquinaria orgnica del ser humano mediante una accin qumica calculada, despus de fallar los procesos naturales. Con el fin de experimentar diversas soluciones reanimadoras, haba matado y sometido a tratamiento a numerosos conejos, cobayas, gatos, perros y monos, hasta convertirse en la persona ms odiada de la Facultad. Varias veces logr obtener signos de vida en animales supuestamente muertos; en muchos casos, signos violentos de vida; pero pronto se dio cuenta que la perfeccin, de ser efectivamente posible, comportara necesariamente toda una vida dedicada a la investigacin. As mismo, vio claramente que, puesto que la misma solucin no actuaba del mismo modo en diferentes especies orgnicas, necesitaba disponer de sujetos humanos si quera lograr nuevos y ms especializados progresos. Y aqu es donde choc, con las autoridades universitarias, y le fue retirado el permiso para efectuar experimentos, nada menos que por el propio decano de la Facultad de Medicina, el sabio y bondadoso doctor Allan Halsey, cuya obra en pro de los enfermos es recordada por todos los vecinos antiguos de Arkham.

    Yo siempre me mostr excepcionalmente tolerante con los trabajos de West, y a menudo hablbamos de sus teoras, cuyas derivaciones y corolarios eran casi infinitos. Sosteniendo con Haeckel que toda vida es un proceso qumico y fsico, y que la supuesta alma es un mito, mi amigo crea que la reanimacin

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    artificial de los muertos poda depender slo del estado de los tejidos; y que, a menos que se hubiese iniciado una verdadera descomposicin, todo cadver totalmente dotado de rganos era susceptible de recibir mediante el adecuado tratamiento, esa condicin peculiar que se conoce como vida. West comprenda perfectamente que el ms ligero deterioro de las clulas cerebrales ocasionadas por un perodo letal, incluso fugaz, poda daar la vida intelectual y psquica.

    Al principio, tenia esperanzas de encontrar un reactivo capaz de restituir la vitalidad antes de la verdadera aparicin de la muerte, y solo los repetidos fracasos en animales le haban revelado que eran incompatibles los movimientos vitales naturales y los artificiales. Entonces se procur ejemplares extremadamente frescos y les inyect sus soluciones en la sangre, inmediatamente despus de la extincin de la vida. Tal circunstancia volvi enormemente escpticos a los profesores, ya que entendieron que en ningn caso se haba producido una verdadera muerte. No se pararon a considerar la cuestin detenida y razonablemente.

    Poco despus que el profesorado le prohibiese continuar sus trabajos, West me confi su decisin de conseguir ejemplares frescos de una manera o de otra, y reanudar en secreto los experimentos que no poda realizar abiertamente. Era horrible orle hablar sobre el medio y manera de conseguirlos; en la Facultad nunca tuvimos que ocuparnos nosotros de conseguir ejemplares para las prcticas de anatoma. Cada vez que mermaba el depsito, dos negros de la localidad se encargaban de subsanar este dficit sin que se les preguntase jams su procedencia. West era por entonces un joven, delgado y con gafas, de facciones delicadas, pelo amarillo, ojos azul plido y voz suave; y era extrao orle explicar cmo la fosa comn era relativamente ms interesante que el cementerio perteneciente a la Iglesia de Cristo dado que casi todos los cuerpos de la Iglesia de Cristo estaban embalsamados; lo cual, evidentemente, haca imposibles las investigaciones de West.

    Por entonces era yo su ferviente y cautivado auxiliar, y le ayud en todas sus decisiones; no slo en las que se referan a la fuente de abastecimiento de cadveres, sino tambin en las concernientes al lugar adecuado para nuestro repugnante trabajo. Fui yo quien pens en la granja deshabitada de Chapman, al otro lado de Meadow Hill; all habilitamos una habitacin de la planta baja como sala de operaciones y otra como laboratorio, dotndolas de gruesas cortinas, a fin de ocultar nuestras actividades nocturnas. El lugar estaba retirado de la carretera, y no haba casas a la vista; de todos modos, era necesario extremar las precauciones, ya que el ms leve rumor sobre extraas luces que cualquier caminante nocturno hiciese correr poda resultar catastrfico para nuestra empresa. Si llegaban a descubrirnos, acordamos decir que se trataba de un laboratorio qumico.

    Poco a poco equipamos nuestra siniestra guarida cientfica, con materiales comprados en Boston o sacados a escondidas de la facultad materiales cuidadosamente camuflados, a fin de hacerlos irreconocibles, salvo para unos ojos expertos, y nos provemos de palas y picos para los numerosos enterramientos que tendramos que efectuar en el stano. En la facultad haba un incinerador,

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    pero un aparato de ese gnero era demasiado costoso para un laboratorio clandestino como el nuestro. Los cuerpos eran siempre un engorro... incluso los minsculos cadveres de cobaya de los experimentos secretos que West realizaba en su habitacin de la pensin donde viva.

    Seguamos las noticias necrolgicas locales como vampiros, ya que nuestros ejemplares requeran condiciones determinadas. Lo que queramos eran cadveres enterrados poco despus de morir y sin preservacin artificial alguna; preferiblemente, exentos de malformaciones morbosas y, desde luego, con todos los rganos. Nuestras mayores esperanzas estaban en las vctimas de accidentes. Durante varias semanas no tuvimos noticias de ningn caso apropiado, aunque hablbamos con las autoridades del depsito y del hospital, fingiendo representar los intereses de la facultad, si bien con no demasiada frecuencia en todos los casos, de manera que quizs necesitramos quedarnos en Arkham durante las vacaciones, en que slo se impartan las limitadas clases de los cursos de verano. Al final nos sonri la suerte; pues un da nos enteramos que enterraran en la fosa comn un caso casi ideal: un joven y fornido obrero que se haba ahogado el da anterior en Summer's Pond; lo enterraran sin dilaciones ni embalsamamientos, por cuenta de la ciudad. Esa tarde localizamos la nueva sepultura, y decidimos empezar a trabajar poco despus de la medianoche.

    Fue una labor repugnante la que acometimos en la oscuridad de las primeras horas de la madrugada, aun cuando en aquella poca no tenamos ese horror especial a los cementerios que nuestras experiencias posteriores nos despert. Llevamos palas y lmparas de petrleo porque, si bien ya haban linternas elctricas entonces, no eran tan satisfactorias como esos aparatos de tungsteno de hoy da. El trabajo de exhumacin fue lento y srdido poda haber sido horriblemente potico, si en vez de cientficos hubisemos sido artistas; y sentimos alivio cuando nuestras palas chocaron con madera. Una vez que la caja de pino qued enteramente al descubierto, West baj y quit la tapa, sac el contenido y lo dej apoyado. Me inclin, lo agarr, y entre los dos lo sacamos de la fosa; a continuacin trabajamos denodadamente para dejar el lugar como antes. La empresa nos puso algo nerviosos; sobre todo, el cuerpo tieso y la cara inexpresiva de nuestro primer trofeo; pero nos las arreglamos para borrar todas las huellas de nuestra visita. Cuando qued aplanada la ultima paletada de tierra, metimos el ejemplar en un saco de lienzo y emprendimos el regreso hacia la granja del viejo Chapman, al otro lado de Meadow Hill.

    En una improvisada mesa de diseccin instalada en la vieja granja, a la luz de una potente lmpara de acetileno, el ejemplar no ofreca un aspecto demasiado espectral. Haba sido un joven robusto y poco imaginativo, al parecer un tipo saludable, y plebeyo constitucin ancha, ojos grises y cabello castao; un animal sano, sin complejidades psicolgicas, y probablemente con unos procesos vitales de lo ms simple y sanos. Ahora bien, con los ojos cerrados, pareca ms dormido que muerto; sin embargo, la prueba experta de mi amigo disip en seguida toda duda al respecto. Al fin tenamos lo que West siempre haba deseado: un muerto verdaderamente ideal, apto para la solucin que habamos preparado con minuciosos clculos y teoras; a fin de utilizar en el organismo

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    humano. Nuestra tensin era enorme. Sabamos que las posibilidades de lograr un xito completo eran remotas, y no podamos reprimir un miedo horrible a las grotescas consecuencias de una posible animacin parcial. Nos sentamos especialmente aprensivos en lo que se refiera a la mente y a los impulsos de la criatura, ya que poda haber sufrido un deterioro en las delicadas clulas cerebrales con posterioridad a la muerte. Por lo que a m respecta, an conservaba una curiosa nocin tradicional del alma humana, y senta cierto temor ante los secretos que poda revelar alguien que regresaba desde el reino de los muertos. Me preguntaba qu visiones pudo presenciar este plcido joven, si volva plenamente a la vida. Pero mi expectacin no era excesiva, ya que comparta casi en su mayor parte el materialismo de mi amigo. l se mostr ms tranquilo que yo al inyectar una buena dosis de su fluido en una vena del brazo del cadver, y vendar inmediatamente el pinchazo.

    La espera fue espantosa, pero West no perdi el aplomo en ningn momento. De cuando en cuando, aplicaba su estetoscopio al ejemplar, y soportaba filosficamente los resultados negativos. Al cabo de unos tres cuartos de hora, viendo que no se produca el menor signo de vida, declar decepcionado que la solucin era inapropiada; sin embargo decidi aprovechar al mximo esta oportunidad, y probar una modificacin de la frmula, antes de deshacerse de su macabra presa. Esa tarde habamos cavado una sepultura en el stano, y tendramos que llenarla al amanecer, pues aunque habamos puesto cerradura a la casa, no queramos correr el ms mnimo riesgo para que se produjera un desagradable descubrimiento. Adems, el cuerpo no estara ni medianamente fresco a la noche siguiente. De modo que trasladamos la solitaria lmpara de acetileno al laboratorio contiguo dejando a nuestro mudo husped a oscuras sobre la losa y nos pusimos a trabajar en la preparacin de una nueva solucin, tras comprobar West el peso y las mediciones casi con fantico cuidado.

    El espantoso suceso fue repentino y totalmente inesperado. Yo estaba vertiendo algo de un tubo de ensayo a otro, y West se encontraba ocupado con la lmpara de alcohol que haca las veces de mechero Bunsen en ese edificio sin instalacin de gas, cuando de la habitacin que habamos dejado a oscuras brot la ms horrenda y demonaca sucesin de gritos jams oda por ninguno de los dos. No habra sido ms espantoso el caos de alaridos si el abismo se hubiese abierto para liberar la angustia de los condenados, ya que en aquella cacofona inconcebible se concentraba el supremo terror y desesperacin de la naturaleza animada. No podan ser humanos un hombre no es capaz de proferir gritos as; y sin pensar en el trabajo que estbamos realizando, ni en la posibilidad que lo descubrieran, saltamos los dos por la ventana ms prxima como animales despavoridos, derribando tubos, lmparas y matraces, y huyendo alocadamente a la estrellada negrura de la noche rural. Creo que gritamos mientras corramos frenticamente hacia la ciudad; aunque al llegar a las afueras adoptamos una actitud ms contenida... lo suficiente como para pasar por un par de juerguistas trasnochadores que regresaban a casa despus de una francachela.

    No nos separamos, sino que nos refugiamos en la habitacin de West, y all estuvimos hablando, con la luz de gas encendida, hasta que amaneci. A esa hora

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    nos habamos serenado un poco discurriendo teoras plausibles y sugiriendo ideas prcticas para nuestra investigacin, de forma que pudimos dormir todo el da, en lugar de asistir a clases. Pero esa tarde aparecieron dos artculos en el peridico, sin relacin alguna entre s, que nos quitaron el sueo. La vieja casa deshabitada de Chapman haba ardido inexplicablemente, quedando reducida a un informe montn de cenizas; eso lo entendamos, ya que habamos volcado la lmpara. El otro, informaba que haban intentado abrir la reciente sepultura de la fosa comn, como si hubiesen hurgado en la tierra vanamente y sin herramientas. Esto nos resultaba incomprensible, ya que habamos aplanado muy cuidadosamente la tierra hmeda.

    Y durante diecisiete aos, West anduvo mirando por encima del hombro, y quejndose que le pareca or pasos detrs de l. Ahora ha desaparecido.

    II. EL DEMONIO DE LA PESTE

    Jams olvidar aquel espantoso verano, hace diecisis aos, en que, como un demonio maligno proveniente desde las moradas de Eblis, se propag el tifus solapadamente por toda Arkham. Muchos recuerdan ese ao por dicho azote satnico, ya que un autntico terror se cerni con membranosas alas sobre los atades amontonados en el cementerio de la Iglesia de Cristo; sin embargo, hay un horror mayor an que data de esa poca: un horror que slo yo conozco, ahora que Herbert West ya no est en este mundo.

    West y yo hacamos trabajo de postgraduacin en el curso de verano de la Facultad de Medicina de la Universidad Miskatonic, y mi amigo haba adquirido gran notoriedad debido a sus experimentos encaminados a la revivificacin de los muertos. Tras la matanza cientfica de innumerables bestezuelas, la monstruosa labor qued suspendida aparentemente por orden de nuestro escptico decano, el doctor Allan Halsey; pero West sigui realizando ciertas pruebas secretas en la srdida pensin donde viva, y en una terrible e inolvidable ocasin se apoder de un cuerpo humano de la fosa comn, transportndolo a una granja situada a otro lado de Meadow Hill.

    Yo estuve con l en aquella ocasin, y le vi inyectar en las venas exnimes el elixir que segn l, restablecera en cierto modo los procesos qumicos y fsicos. El experimento concluy horriblemente en un delirio de terror que poco a poco llegamos a atribuir a nuestros nervios sobreexcitados, y West ya no fue capaz de librarse de la enloquecedora sensacin que le seguan y perseguan. El cadver no estaba lo bastante fresco; es evidente que para restablecer las condiciones mentales normales, el cadver debe ser verdaderamente fresco; por otra parte, el incendio de la vieja casa nos impidi enterrar el ejemplar. Habra sido preferible tener la seguridad que estaba bajo tierra.

    Despus de esa experiencia, West abandon sus investigaciones durante algn tiempo; pero lentamente recobr su celo de cientfico nato, y volvi a importunar a los profesores de la Facultad pidindoles permiso para utilizar la sala

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    de diseccin, y ejemplares humanos frescos para el trabajo que l consideraba tan tremendamente importante. Pero sus splicas fueron completamente intiles, ya que la decisin del doctor Halsey fue inflexible, y todos los dems profesores apoyaron el veredicto de su superior. En la teora fundamental de la reanimacin no vean sino extravagancias inmaduras de un joven entusiasta cuyo cuerpo delgado, cabello amarillo, ojos azules y miopes, y suave voz no hacan sospechar el poder supranormal casi diablico del cerebro que albergaba en su interior. An lo veo como era entonces y me estremezco. Su cara se volvi ms severa, aunque no ms vieja. Y ahora Sefton carga con la desgracia, y West ha desaparecido.

    West choc desagradablemente con el Doctor Halsey casi al final de nuestro ultimo ao de carrera, en una disputa que le report menos prestigio a l que al bondadoso decano en lo que a cortesa se refiere. Afirmaba que este hombre se mostraba innecesaria e irracionalmente terco, ante una obra que deseaba comenzar mientras an tena la oportunidad de disponer de las excepcionales instalaciones de la facultad. El que los profesores, apegados a la tradicin ignorasen los singulares resultados obtenidos en animales, y persistiesen en negar la posibilidad de reanimacin, era indeciblemente indignante, y casi incomprensible para un joven del temperamento lgico de West. Slo una mayor madurez poda ayudarle a entender las limitaciones mentales crnicas del tipo doctor-profesor, producto de generaciones de puritanos mediocres, bondadosos, conscientes, afables, y corteses, a veces, pero siempre rgidos, intolerantes, esclavos de las costumbres y carentes de perspectivas. El tiempo es ms caritativo con estas personas incompletas aunque de alma grande, cuyo defecto fundamental, en realidad, es la timidez, y las cuales reciben finalmente el castigo de la irrisin general por sus pecados intelectuales: su ptolomesmo, su calvinismo, su antidarwinismo, su antinietzahesmo, y por toda clase de sabbatarinanismo y leyes suntuarias que practican. West, joven a pesar de sus maravillosos conocimientos cientficos, tena escasa paciencia con el buen doctor Halsey y sus eruditos colegas, y alimentaba un rencor cada vez ms grande, acompaado de un deseo por demostrar la veracidad de sus teoras a estas obtusas dignidades de alguna forma impresionante y dramtica. Y como la mayora de los jvenes, se entregaban a complicados sueos de venganza, de triunfo y de magnnima indulgencia final.

    Y entonces surgi el azote, sarcstico y letal, de las cavernas pesadillescas del Trtaro. West y yo nos habamos graduado cuando empez, aunque seguamos en la Facultad, realizando un trabajo adicional del curso de verano, de forma que an estbamos en Arkham cuando se desat con furia demonaca en toda la ciudad. Aunque todava no estbamos autorizados para ejercer, tenamos nuestro ttulo, y nos vimos frenticamente requeridos a incorporarnos al servicio pblico, al aumentar el nmero de los afectados. La situacin se hizo casi incontrolable, y las defunciones se producan con demasiada frecuencia para que las empresas funerarias de la localidad pudieran ocuparse satisfactoriamente de ellas. Los entierros se efectuaban en rpida sucesin, sin preparacin alguna, y hasta el cementerio de la Iglesia de Cristo estaba atestado de atades con muertos sin embalsamar. Esta circunstancia no dej de tener su efecto en West,

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    que a menudo pensaba en la irona de la situacin: tantsimos ejemplares frescos, y sin embargo, ninguno serva para sus investigaciones! Estbamos tremendamente abrumados de trabajo, y una terrible tensin mental y nerviosa suma a mi amigo en morbosas reflexiones.

    Pero los afables enemigos de West no estaban enfrascados en agobiantes deberes. La Facultad fue cerrada, y todos los doctores adscritos a ella colaboraban en la lucha contra la epidemia de tifus. El doctor Halsey, sobre todo, se distingua por su abnegacin, dedicando toda su enorme capacidad, con sincera energa, a los casos que muchos otros evitaban por el riesgo que representaban, o por juzgarlos desesperados. Antes de terminar el mes, el valeroso decano se haba convertido en hroe popular aunque l no pareca tener conciencia de su fama, y se esforzaba en evitar el desmoronamiento por cansancio fsico y agotamiento nervioso. West no poda menos que admirar la fortaleza de su enemigo; pero precisamente por esto estaba an ms decidido a demostrarle la verdad de sus asombrosas teoras. Una noche, aprovechando la desorganizacin que reinaba en el trabajo de la Facultad y las normas sanitarias municipales, se las arregl para introducir en forma camuflada el cuerpo de un recin fallecido en la sala de diseccin, y le inyect en mi presencia una nueva variante de su solucin. El cadver abri efectivamente los ojos, aunque se limit a fijarlos en el techo con expresin de paralizado horror, antes de caer en una inercia de la que nada fue capaz de sacarlo, West dijo que no era lo suficientemente fresco; el aire caliente del verano no beneficia los cadveres. Esa vez estuvieron a punto de sorprendernos antes de incinerar los despojos, y West no consider aconsejable repetir esta utilizacin indebida del laboratorio de la Facultad.

    El apogeo de la epidemia tuvo lugar en agosto. West y yo estuvimos a punto de sucumbir, en cuanto al doctor Halsey falleci el da catorce. Todos los estudiantes asistieron a su precipitado funeral el da quince, y compraron una impresionante corona, aunque casi la ahogaban los testimonios enviados por los ciudadanos acomodados de Arkham y las propias autoridades del municipio. Fue casi un acontecimiento pblico, dado que el decano fue un verdadero benefactor para la ciudad. Despus del sepelio, nos quedamos bastantes deprimidos, y pasamos la tarde en el bar de la Comercial House, donde West, aunque afectado por la muerte de su principal adversario, nos hizo estremecer a todos hablndonos de sus notables teoras. Al oscurecerse, la mayora de los estudiantes regresaron a sus casas o se incorporaron a sus diversas ocupaciones; pero West me convenci para que lo ayudase a sacar partida de la noche. La patrona de West nos vio entrar en la habitacin alrededor de las dos de la madrugada, acompaados de un tercer hombre, y le cont a su marido que se notaba que habamos cenado y bebido demasiado bien.

    Aparentemente, la avinagrada patrona tena razn; pues hacia las tres, la casa entera se despert con los gritos procedentes de la habitacin de West, cuya puerta tuvieron que echar abajo para encontrarnos a los dos inconscientes, tendidos en la alfombra manchada de sangre, golpeados, araados y magullados, con trozos de frascos e instrumentos esparcidos a nuestro alrededor. Slo la

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    ventana abierta revelaba que fue de nuestro asaltante, y muchos se preguntaron qu le ocurrira, despus del tremendo salto que tuvo que dar desde el segundo piso al csped. Encontraron ciertas ropas extraas en la habitacin, pero cuando West volvi en s, explic que no pertenecan al desconocido, sino que eran muestras recogidas para su anlisis bacteriolgico, lo cual formaba parte de sus investigaciones sobre la transmisin de enfermedades infecciosas. Orden que las quemasen inmediatamente en la amplia chimenea. Ante la polica, declaramos ignorar por completo la identidad del hombre que estuvo con nosotros. West explic con nerviosismo que se trataba de un extranjero afable al que habamos conocido en un bar de la ciudad que no recordbamos. Habamos pasado un rato algo alegres y West y yo no queramos que detuviesen a nuestro belicoso compaero.

    Esa misma noche presenciamos el comienzo del segundo horror de Arkham; horror que, para m, iba a eclipsar a la misma epidemia. El cementerio de la iglesia de Cristo fue escenario de un horrible asesinato; un vigilante fue muerto a araazos, no slo de manera indescriptiblemente espantosa, sino que haba dudas que el agresor fuese un ser humano. La vctima haba sido vista con vida bastante despus de la medianoche, descubrindose el incalificable hecho al amanecer. Se interrog al director de un circo instalado en el vecino pueblo de Bolton, pero ste jur que ninguno de sus animales haba escapado de su jaula. Quienes encontraron el cadver observaron un rastro de sangre que conduca a una tumba reciente, en cuyo cemento haba un pequeo charco rojo, justo delante de la entrada. Otro rastro ms pequeo se alejaba en direccin al bosque; pero se perda en seguida.

    A la noche siguiente, los demonios danzaron sobre los tejados de Arkham, y una desenfrenada locura aull en el viento. Por la enfebrecida ciudad anduvo suelta una maldicin, de la que unos dijeron que era ms grande que la peste, y otros murmuraban que era el espritu encarnado del mismo mal. Un ser abominable penetr en ocho casas sembrando la muerte roja a su paso..., dejando atrs el mudo y sdico monstruo un total de diecisiete cadveres, y huyendo despus. Algunas personas que llegaron a verle en la oscuridad dijeron que era blanco y como un mono malformado o monstruo antropomorfo. No dej entero a ninguno de cuantos atac, ya que a veces sinti hambre. El nmero de vctimas ascenda a catorce; a las otras tres las encontr ya muertas al irrumpir en sus casas, vctimas de la enfermedad.

    La tercera noche, los frenticos grupos dirigidos por la polica lograron capturarlo en una casa de Crane Street, cerca del campus universitario. Haban organizado la batida con toda minuciosidad, mantenindose en contacto mediante puestos voluntarios de telfono; y cuando alguien del distrito de la universidad inform que haba odo araar en una ventana cerrada, desplegaron inmediatamente la red. Debido a las precauciones y a la alarma general, no hubo ms que otras dos vctimas, y la captura se efectu sin ms accidentes. La criatura fue detenida finalmente por una bala; aunque no acab con su vida, y fue trasladada al hospital local, en medio del furor y la abominacin generales, porque aquel ser haba sido humano. Esto qued claro, a pesar de sus ojos repugnantes,

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    su mutismo simiesco, y su salvajismo demonaco. Le vendaron la herida y trasladaron al manicomio de Sefton, donde estuvo golpendose la cabeza contra las paredes de una celda acolchada durante diecisis aos, hasta un reciente accidente, a causa del cual escap en circunstancias de las cuales a nadie le gusta hablar. Lo que ms repugn a quienes lo atraparon en Arkham fue que, al limpiarle la cara a la monstruosa criatura, observaron en ella una semejanza increble y burlesca con un mrtir sabio y abnegado al que haban enterrado hacia tres das: el difunto doctor Allan Halsey, benefactor pblico y decano de la Facultad de Medicina de la Universidad Miskatonic.

    Para el desaparecido Herbert West, y para m, la repugnancia y el horror fueron indecibles. An me estremezco, esta noche, mientras pienso en todo ello, y tiemblo ms an de lo que tembl aquella maana en que West murmur entre sus vendajes:

    Maldita sea, no estaba bastante fresco!

    III. SEIS DISPAROS A LA LUZ DE LA LUNA.

    No es corriente descargar los seis tiros de un revlver con toda precipitacin, cuando slo uno habra sido sin duda suficiente; pero hubo muchas cosas en la vida de Herbert West que no eran corrientes. No es habitual, por ejemplo, que un mdico recin salido de la universidad se vea obligado a ocultar los motivos que lo impulsan a elegir determinada casa y consulta; sin embargo, ese fue el caso de Herbert West. Cuando obtuvimos l y yo el ttulo de la Facultad de Medicina de la Universidad Miskatonic, y tratamos de paliar nuestra penuria instalndonos como facultativos de medicina general, tuvimos mucho cuidado en ocultar que habamos elegido nuestra casa por su aislamiento y su proximidad al cementerio.

    Un deseo de soledad de esta naturaleza rara vez carece de motivos; y como es natural, nosotros los tenamos tambin. Nuestras necesidades se deban a un trabajo claramente impopular. Externamente ramos mdicos tan slo; pero por debajo de esa superficie haba objetivos de una importancia mucho ms grande y terrible, ya que lo esencial en la vida de Herbert West era la bsqueda en las negras y prohibidas regiones de lo desconocido, en las que esperaba descubrir el secreto de la vida, y de devolver la animacin perpetua al barro fro del cementerio. Una bsqueda de ese gnero requiere extraos materiales, entre ellos, cadveres humanos recientes; y para mantenerse abastecido de tales elementos indispensables, uno debe vivir discretamente, y no muy lejos de un lugar de enterramientos annimos.

    West y yo nos habamos conocido en la universidad, y fui el nico que simpatiz con sus espantosos experimentos. Gradualmente me convert en su ayudante inesperado, y ahora que abandonbamos la Universidad tenamos que seguir juntos. No era fcil que dos doctores encontraran salida juntos; pero finalmente, por influencia de la universidad, se nos proporcion una consulta en

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    Bolton, pueblo industrial prximo a Arkham, la sede universitaria. Las fbricas textiles de Bolton son las ms grandes del valle de Miskatonic, y sus operarios polglotas no han sido jams pacientes gratos para los mdicos de la localidad. Elegimos nuestra casa con el mayor cuidado, y adoptamos finalmente un edificio ruinoso, prximo al final de Pond Street, a cinco nmeros de nuestro vecino ms cercano. Y separada del cementerio tan slo por una extensin de pradera cortada por una estrecha franja de espeso bosque que hay al norte. Dicha distancia era mayor de lo que hubiramos deseado; pero no encontramos una casa ms cerca, a menos que nos hubisemos instalado en el otro lado del prado, lo que quedaba muy retirado del distrito industrial. Pero no estbamos demasiado descontentos ya que no tenamos vecinos, entre nosotros y nuestra siniestra fuente de abastecimiento. El camino era algo largo, pero podamos transportar nuestros mudos ejemplares sin que nadie nos molestase.

    Nuestro trabajo fue sorprendentemente abundante desde el principio mismo... lo bastante abundante como para satisfacer a la mayora de los jvenes doctores, y lo bastante abundante para resultar un aburrimiento y una pesadez para aquellos estudiosos cuyo verdadero inters resida en otra cosa. Los trabajadores de las fbricas eran de inclinacin algo turbulentas; as que adems de sus numerosas necesidades de asistencia mdica, sus frecuentes golpes, cuchilladas y pendencias nos daban mucho trabajo. Pero lo que verdaderamente acaparaba nuestro inters era el laboratorio secreto que habamos instalado en el stano: un laboratorio con su mesa larga bajo las luces elctricas donde, en las primeras horas de la madrugada, inyectbamos a menudo las diversas soluciones de West en las venas de los despojos que sacbamos de la fosa comn. West experimentaba, febrilmente, tratando de encontrar algo que pusiese en marcha de nuevo los movimientos vitales, tras haberlos interrumpido ese fenmeno que llamamos muerte; pero chocaba con los ms horrorosos obstculos. La solucin deba tener una composicin especial segn los distintos tipos: la que serva para los conejillos de Indias no vala para los seres humanos, y cada clase requera sensibles modificaciones.

    Los cuerpos tenan que ser excepcionalmente frescos, dado que una ligera descomposicin del tejido cerebral haca imposible que la reanimacin fuese perfecta. En efecto, el mayor problema estaba en conseguir cadveres suficientemente frescos... West tuvo experiencias horribles durante sus investigaciones secretas en la universidad, con cadveres de dudosa calidad. Las consecuencias de una animacin parcial o imperfecta eran mucho ms horrendas que los fracasos totales, y los dos tenamos recuerdos pavorosos de ese tipo de resultados. Desde nuestra primera sesin demonaca en la granja deshabitada de Meadow Hill, Arkham, no dejamos de sentir una secreta amenaza; y West, aunque en casi todos los sentidos era un autmata fro, cientfico, rubio y de ojos azules, confesaba a menudo, con un estremecimiento, que le pareca que era vctima de una furtiva persecucin. Tena la impresin que lo seguan; ilusin psquica debida a sus nervios trastornados, y aumentada por el hecho innegablemente perturbador que al menos uno de nuestros tres ejemplares reanimados an segua vivo: se trataba de un ser espantoso y carnvoro, el cual permaneca encerrado en una

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    celda acolchada de Sefton. Haba otro, adems el primero, cuyo exacto destino nunca llegamos a saber.

    Tuvimos bastante suerte con los ejemplares de Bolton; mucha ms que con los de Arkham. An no haca una semana que estbamos instalados, cuando nos apoderamos de una vctima de accidente en la misma noche de su entierro, y conseguimos que abriese los ojos con una expresin asombrosamente lcida, antes que fallara la solucin. Haba perdido un brazo... De haber tenido el cuerpo ntegro, quiz hubisemos tenido ms suerte. Entre esa fecha y el siguiente mes de enero, efectuamos tres ensayos ms: uno fue un fracaso total; en otro, conseguimos un claro movimiento muscular; en cuanto al tercero, el resultado fue estremecedor: se levant por s solo y emiti un sonido gutural. Luego vino un periodo de mala suerte; descendi el nmero de entierros, y los que se efectuaban eran de ejemplares demasiado enfermos o mutilados para poderlos aprovechar. Seguamos la pista a todas las defunciones y circunstancias en que estas ocurran con un cuidado sistemtico.

    Una noche de marzo, sin embargo, conseguimos inesperadamente un ejemplar que no provena de la fosa comn. El puritanismo imperante en Bolton, tena prohibida la prctica del boxeo, lo que no dejaba de tener las lgicas consecuencias. Los combates mal dirigidos entre los obreros eran cosa corriente, y de vez en cuando traan de fuera algn campen profesional de escasa categora. Esa noche de finales de invierno haban celebrado un combate de este tipo, evidentemente con desastrosas consecuencias, ya que vinieron a buscarnos dos polacos asustados, suplicndonos en un lenguaje casi incoherente que atendisemos un caso muy secreto y desesperado. Les seguimos hasta un cobertizo abandonado, donde todava quedaba un grupo de espectadores extranjeros, observando asustados un cuerpo negro que yaca exnime en el suelo.

    En el combate se enfrentaron Kid O'Brien un joven torpe y ahora tembloroso, con una nariz ganchuda muy poco irlandesa, y Buck Robinson, EI Betn de Harlem. El negro fue noqueado; y tras un breve examen, nos dimos cuenta que no se recuperara. Era un ser repugnante, con pinta de gorila, unos brazos anormalmente largos que me parecan de manera inevitable patas anteriores, y una cara que irremediablemente haca pensar en los secretos insondables del Congo y las llamadas de tam-tam bajo una luna misteriosa. El cuerpo debi tener peor aspecto en vida, pero el mundo contiene mucha fealdad. Aquella gente despreciable estaba asustada, ya que no saban que poda exigirles la ley, si el caso llegaba a conocerse; y se sintieron agradecidos cuando West, a pesar de mis involuntarios estremecimientos; se ofreci a librarles del cuerpo en secreto... puesto que conoca muy bien sus intenciones.

    Haba una luna resplandeciente sobre el paisaje sin nieve; pero vestimos el cadver, y lo llevamos a casa entre los dos por las calles desiertas y el campo, del mismo modo que transportamos un cadver parecido una horrible noche en Arkham. Nos dirigimos a casa por el campo de atrs; entramos el ejemplar por la puerta trasera, lo bajamos al stano, y lo preparamos para nuestro experimento habitual. Nuestro miedo a la polica era absurdamente considerable, aunque

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    habamos calculado nuestro recorrido de forma que no nos tropezamos con el guardia que haca ronda por aquel distrito.

    El resultado fue una enojosa decepcin. Con su aspecto horrendo, nuestra presa fue totalmente insensible a todas las soluciones que inyectamos en su negro brazo. De modo que, como se acercaba peligrosamente la hora del amanecer, hicimos lo mismo que con los dems: lo llevamos a rastras por el prado hasta la franja de bosque prxima al cementerio de enterramientos annimos, y lo enterramos all en la mejor sepultura que la helada tierra nos permiti. La fosa no era demasiado honda, pero era tan buena como la del ejemplar anterior, aquel que se haba levantado y proferido un grito. A la luz de nuestras linternas oscuras, lo cubrimos cuidadosamente con hojas y ramas secas, seguros que la polica no lo descubrira jams en un bosque tan oscuro y espeso.

    Al da siguiente, me sent alarmado, ya que un paciente me trajo la noticia que se sospechaba que haban celebrado un combate, y que haba muerto alguien. West tena otro motivo de preocupacin: por la tarde lo haban llamado para que atendiese un caso que termin de forma amenazadora. Una italiana estaba histrica porque se le haba extraviado el hijo, un chiquillo de cinco aos, que desapareci por la maana y no regres para comer, y presentaba sntomas sumamente alarmantes dado que padeca del corazn. Era un histerismo estpido, ya que el chico se haba escapado en ms de una ocasin; pero los campesinos italianos son extraordinariamente supersticiosos, y esta mujer pareca tan angustiada por los presagios como por los hechos. Hacia las siete de la tarde la mujer falleci, y su frentico marido arm un escndalo espantoso, empeado en matar a West, a quien culpaba furiosamente de no haberle salvado la vida. Los amigos lo sujetaron cuando le vieron sacar un cuchillo; pero West se march en medio de inhumanos alaridos, maldiciones y juramentos de venganza. En su ultimo dolor, el hombre pareca haberse olvidado de su hijo, que an no haba regresado, entrada ya la noche. Se habl de buscarlo en el bosque; pero la mayora de los amigos de la familia se ocuparon de la difunta y del vociferante marido. Total, la tensin nerviosa a que se vio sometido West fue sin duda tremenda. El pensar en la polica y en el italiano loco le agobiaba tremendamente.

    Nos retiramos a descansar alrededor de las once, pero yo no dorm bien. Bolton contaba con un cuerpo de policas sorprendentemente eficaz pese a ser un pueblo pequeo; y yo no paraba de pensar en el escndalo que se provocara si llegaba a descubrir lo ocurrido la noche anterior. Poda significar el fin de nuestro trabajo en la localidad... y quiz la crcel para los dos. Me inquietaban los rumores que corran acerca del combate de boxeo. Pasadas las tres, el resplandor de la luna me dio en los ojos; pero me volv sin levantarme a cerrar su persiana. Luego sonaron unos golpes enrgicos en la puerta de atrs.

    Permanec inmvil, algo aturdido; poco despus o a West llamar a mi puerta. Estaba en bata y zapatillas, y tena en las manos un revlver y una linterna elctrica. Al ver el revlver, comprend que pensaba ms en el enajenado italiano que en la polica.

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    Ser mejor que bajemos los dos susurr. No estara bien no contestar; quiz sea un paciente... sera muy propio de uno de esos idiotas llamar por la puerta de atrs.

    As que bajamos los dos, sigilosamente, con un temor en parte justificado y en parte debido slo al misterio de las primeras horas le la madrugada. Volvieron a llamar, un poco ms fuerte. Al llegar a la puerta, corr el cerrojo cautelosamente y abr de par en par; y al revelarnos la luz de la luna la figura que tenamos delante. West hizo algo muy extrao. A pesar del evidente peligro de atraer sobre nuestras cabezas la temida investigacin policial cosa que felizmente evitamos por el relativo aislamiento de nuestra casa, mi amigo, sbita, excitada e innecesariamente, vaci las seis recmaras de su revlver sobre nuestro nocturno visitante.

    Porque no se trataba del italiano ni de un polica. Recortndose horrendamente contra la luna espectral, haba un ser gigantesco y deforme, inconcebible salvo en las pesadillas; una aparicin de ojos vidriosos, negra, y casi a cuatro patas, cubierta de hojas y ramas y barro; sucia de sangre coagulada, la cual mostraba entre sus dientes relucientes una cosa cilndrica, terrible, blanca como la nieve, que terminaba en una mano diminuta.

    IV. EL GRITO DEL MUERTO.

    El grito de un muerto fue lo que me hizo concebir aquel intenso horror hacia el doctor Herbert West, horror que enturbi los ltimos aos de nuestra vida en comn. Es natural que una cosa como el grito de un muerto produzca horror, ya que, evidentemente, no se trata de un suceso agradable ni ordinario. Pero yo estaba acostumbrado a esta clase de experiencias; por tanto, lo que me afect en esa ocasin fue cierta circunstancia especial. Quiero decir, que no fue el muerto lo que me asust.

    Herbert West, de quien era yo compaero y ayudante, posea intereses cientficos muy alejados de la rutina habitual de un mdico de pueblo. Esa era la razn por la que, al establecer su consulta en Bolton, eligi una casa prxima al cementerio. Dicho brevemente y sin paliativos, el nico inters absorbente de West consista en el estudio secreto de los fenmenos de la vida y de su culminacin, encaminados a reanimar a los muertos inyectndoles una solucin estimulante. Para llevar a cabo estos macabros experimentos era preciso estar constantemente abastecidos de cadveres humanos muy frescos; porque an la ms mnima descomposicin daa la estructura del cerebro humano; y descubrimos que el preparado necesitaba una composicin especfica, segn los diferentes tipos de organismos. Matamos docenas de conejos y cobayas para tratarlos, pero este camino no nos llev a ninguna parte. West nunca haba conseguido plenamente su objetivo porque nunca pudo disponer de un cadver suficientemente fresco. Necesitaba cuerpos cuya vitalidad hubiera cesado muy poco antes; cuerpos con todas las clulas intactas, capaces de recibir nuevamente

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    el impulso hacia esa forma de movimiento llamado vida. Haba esperanzas de volver perpetua esta segunda vida artificial mediante repetidas inyecciones; pero habamos averiguado que una vida natural ordinaria no responda a la accin. Para infundir movimiento artificial, deba quedar extinguida la vida nocturna: los ejemplares deban ser muy frescos, pero estar autnticamente muertos.

    Habamos empezado West y yo la pavorosa investigacin siendo estudiantes de la Facultad de Medicina de la Universidad Miskatonic, de Arkham, profundamente convencidos desde un principio del carcter absolutamente mecanicista de la vida. Eso fue siete aos antes; sin embargo, l no pareca haber envejecido ni un da: era bajo, rubio de cara afeitada, voz suave, y con gafas; a veces haba algn destello en sus fros ojos azules que delataba el duro y creciente fanatismo de su carcter, efecto de sus terribles investigaciones. Nuestras experiencias fueron a menudo espantosas en extremo, debidas a una reanimacin defectuosa, al galvanizar aquellos grumos de barro de cementerio en un movimiento morboso, insensato y anormal, merced a diversas modificaciones de la solucin vital.

    Uno de los ejemplares profiri un alarido escalofriante; otro, se levant violentamente, nos derrib dejndonos inconscientes, y huy enloquecido, antes que lograran cogerlo y encerrarlo tras los barrotes del manicomio; y un tercero, una monstruosidad nauseabunda y africana, surgi de su poco profunda sepultura y cometi una atrocidad... West tuvo que matarlo a tiros. No podamos conseguir cadveres lo bastante frescos como para que manifestasen algn vestigio de inteligencia al ser reanimados, de modo que forzosamente crebamos horrores indecibles. Era inquietante, pensar que uno de nuestros monstruos, o quiz dos, an vivan... tal pensamiento nos estuvo atormentando de manera vaga, hasta que finalmente West desapareci en circunstancias espantosas.

    Pero en la poca del alarido en el laboratorio del stano de la aislada casa de Bolton, nuestros temores estaban subordinados a la ansiedad por conseguir ejemplares extremadamente frescos. West se mostraba ms vido que yo, de forma que casi me pareca que miraba con codicia el fsico de cualquier persona viva y saludable. Fue en julio de 1910 cuando empez a mejorar nuestra suerte en lo que a ejemplares se refiere. Yo me haba ido a Illinois a hacerle una larga visita a mis padres, y a mi regreso encontr a West en un estado de singular euforia. Me dijo excitado que casi con toda probabilidad haba resuelto el problema de la frescura de los cadveres, abordndolo desde un ngulo enteramente distinto: el de la preservacin artificial. Yo saba que trabajaba en un preparado nuevo sumamente original, as que no me sorprendi que hubiera dado resultado; pero hasta que me hubo explicado los detalles, me tuvo un poco perplejo sobre cmo poda ayudarnos dicho preparado en nuestro trabajo, ya que el enojoso deterioro de los ejemplares se deba ante todo al tiempo transcurrido hasta que caan en nuestras manos. Esto lo haba visto claramente West, segn me daba cuenta ahora, al crear un compuesto embalsamador para uso futuro, ms que inmediato, por si el destino le proporcionaba un cadver muy reciente y sin enterrar, como nos ocurri aos antes, con el negro aquel de Bolton, tras el combate de boxeo. Por ltimo, el destino se nos mostr propicio, de forma que en esta ocasin

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    conseguimos tener en el laboratorio secreto del stano un cadver cuya corrupcin no haba tenido posibilidad de empezar an. West no se atreva a predecir que sucedera en el momento de la reanimacin, ni si podamos esperar una revivificacin de la mente y la razn. El experimento marcara un hito en nuestros estudios, por lo que haba conservado este nuevo cuerpo hasta mi regreso, a fin que compartisemos los dos el resultado de la forma acostumbrada.

    West me cont cmo haba conseguido el ejemplar. Haba sido un hombre vigoroso; un extranjero bien vestido que se acababa de apear al tren, y que se diriga a las Fbricas Textiles de Bolton a resolver unos asuntos. Haba dado un largo paseo por el pueblo, y al detenerse en nuestra casa a preguntar el camino hacia las fbricas, sufri un ataque al corazn. Se neg a tomar un cordial, y cay sbitamente muerto, un momento despus. Como era de esperar, el cadver le pareci a West como cado del cielo. En su breve conversacin, el forastero le explic que no conoca a nadie en Bolton; y tras registrarle los bolsillos despus, averigu que se trataba de un tal Robert Leavitt, de St. Louis, al parecer sin familia que pudiera hacer averiguaciones sobre su desaparicin. Si no consegua devolverlo a la vida, nadie se enterara de nuestro experimento. Solamos enterrar los despojos en una espesa franja de bosque que haba entre nuestra casa y el cementerio de enterramientos annimos. En cambio, si tenamos xito, nuestra fama quedara brillante y perpetuamente establecida. De modo que West inyect sin demora, en la mueca del cadver, el preparado que lo mantendra fresco hasta mi llegada. La posible debilidad del corazn, que a mi juicio hara peligrar el xito de nuestro experimento, no pareca preocupar demasiado a West. Esperaba conseguir al fin lo que no haba logrado hasta ahora: reavivar la chispa de la razn y devolverle la vida, quizs, a una criatura normal.

    De modo que la noche del 18 de julio de 1910; Herbert West y yo nos encontrbamos en el laboratorio del stano, contemplando la figura blanca e inmvil bajo la luz cegadora de la lmpara. El compuesto embalsamador dio un resultado extraordinariamente positivo; pues al comprobar fascinado el cuerpo robusto que llevaba dos semanas sin que sobreviniese la rigidez, ped a West que me diese garantas que estaba verdaderamente muerto. Me las dio en el acto, recordndome que jams administrbamos la solucin reanimadora sin una serie de pruebas minuciosas para comprobar que no haba vida; ya que en caso de subsistir el menor vestigio de vitalidad original no tendra ningn efecto. Cuando West se puso a hacer todos los preparativos, me qued impresionado ante la enorme complejidad del nuevo experimento; era tanta, que no quiso confiar el trabajo a otras manos que las suyas. Y tras prohibirme tocar siquiera el cuerpo, inyect primero una droga en la mueca, cerca del sitio donde haba pinchado para inyectarle el compuesto embalsamador. sta, dijo, neutralizara el compuesto y liberara los sistemas sumindolos en una relajacin normal, de forma que la solucin reanimadora pudiese actuar libremente al ser inyectada. Poco despus, cuando se observ un cambio, y un leve temblor pareci afectar los miembros muertos, West coloc sobre la cara espasmdica una especie de almohada, la apret violentamente y no la retir hasta que el cadver se qued absolutamente inmvil y listo para nuestro intento de reanimacin. l, plido y entusiasta, se dedic ahora a efectuar unas cuantas pruebas finales y someras para comprobar

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    la absoluta carencia de vida, se apart satisfecho y, finalmente inyect en el brazo izquierdo una dosis meticulosamente medida del elixir vital, preparado durante la tarde con ms minuciosidad que nunca, desde nuestros tiempos universitarios, en que nuestras hazaas eran nuevas e inseguras. No me es posible describir la tremenda e intensa incertidumbre con que esperamos los resultados de este primer ejemplar autnticamente fresco: el primero del que podamos esperar razonablemente que abriese los labios y nos contase quizs, con voz inteligente, lo que haba visto al otro lado del insondable abismo.

    West era materialista, no crea en el alma, y atribua toda funcin de la conciencia a fenmenos corporales; por consiguiente, no esperaba ninguna revelacin sobre espantosos secretos de abismos y cavernas ms all de la barrera de la muerte. Yo no disenta completamente de su teora, aunque conservaba vagos e instintivos vestigios de la primitiva fe de mis antecesores; de modo que no poda dejar de observar el cadver con cierto temor y terrible expectacin. Adems... no poda borrar de mi memoria aquel grito espantoso e inhumano que omos la noche en que intentamos nuestro primer experimento en la deshabitada granja de Arkham.

    Haba transcurrido muy poco tiempo, cuando observ que el ensayo no iba a ser un fracaso total. Sus mejillas, hasta ahora blancas como la pared, haban adquirido un muy leve color, que luego se extendi bajo la barba incipiente, curiosamente amplia y arenosa. West, que tena la mano puesta en el pulso de la mueca izquierda del ejemplar, asinti de pronto significativamente; y casi de manera simultnea, apareci un vaho en el espejo inclinado sobre la boca del cadver. Siguieron unos cuantos movimientos musculares espasmdicos; y a continuacin una respiracin audible y un movimiento visible del pecho. Observ los prpados cerrados, y me pareci percibir un temblor. Despus, se abrieron y mostraron unos ojos grises, serenos y vivos, aunque todava sin inteligencia, ni siquiera curiosidad.

    Movido por una fantstica ocurrencia, susurr unas preguntas en la oreja cada vez ms colorada; unas preguntas sobre otros mundos cuyo recuerdo an poda estar presente. Era el terror lo que las extraa de mi mente; pero creo que la ltima que repet, fue: Dnde has estado?. An no s si me contest o no, ya que no brot ningn sonido de su bien formada boca; lo que s recuerdo es que en aquel instante cre firmemente que los labios delgados se movieron ligeramente, formando slabas que yo habra vocalizado como slo ahora, si la frase hubiese tenido sentido o relacin con lo que le preguntaba. En aquel instante me sent lleno de alegra, convencido que alcanzbamos el gran objetivo y que, por primera vez, un cuerpo reanimado pronunciaba palabras movido claramente por la verdadera razn. Un segundo despus, ya no cupo ninguna duda sobre el xito, ninguna duda que la solucin cumpla cabalmente su funcin, al menos de manera transitoria, devolvindole al muerto una vida racional y articulada... Pero con ese triunfo me invadi el ms grande de los terrores... no a causa del ser que haba hablado, sino por la accin que haba presenciado, y por el hombre a quien me unan las vicisitudes profesionales.

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    Porque aquel cadver fresco, cobrando conciencia finalmente de forma aterradora, con los ojos dilatados por el recuerdo de su ltima escena en la tierra, manote frentico en una lucha de vida o muerte con el aire y, de sbito, se desplom en una segunda y definitiva disolucin, de la que ya no pudo volver, profiriendo un grito que resonar eternamente en mi cerebro atormentado:

    Auxilio! Aparta, maldito demonio pelirrojo... aparta esa condenada aguja!

    V. EL HORROR DE LAS SOMBRAS

    Muchos hombres han contado cosas espantosas, no referidas en letra impresa, que sucedieron en los campos de batalla durante la Gran Guerra. Algunas de estas cosas me han hecho palidecer; otras, me han producido unas nauseas incontenibles, mientras que otras me han hecho temblar y volver la mirada hacia atrs en la oscuridad; sin embargo, creo que puedo relatar la peor de todas: el espantoso, antinatural e increble horror de las sombras.

    En 1915 estaba yo como mdico con el grado de teniente en un regimiento canadiense en Flandes, siendo uno de los numerosos americanos que se adelantaron al gobierno mismo en la gigante contienda. No haba ingresado en el ejrcito por iniciativa propia, sino ms bien como consecuencia natural de haberse alistado el hombre de quien era yo ayudante indispensable: el celebre cirujano de Bolton, doctor Herbert West. El doctor West se mostr siempre deseoso de poder prestar servicio como cirujano en una gran guerra; y cuando dicha posibilidad se present, me arrastr consigo en contra de mi voluntad. Haba motivos por los que yo me hubiera alegrado que la guerra nos separase; motivos por los que encontraba la prctica de la medicina y la compaa de West cada vez ms irritante; pero cuando se march a Ottawa, y consigui por medio de la influencia de un colega una plaza de comandante mdico, no me pude resistir a la autoritaria insistencia de aquel hombre decidido a que le acompaase en mi calidad habitual.

    Cuando digo que el doctor West estuvo siempre ansioso de poder servir en el campo de batalla no me refiero a que fuese guerrero por naturaleza ni que anhelase salvar la civilizacin. Siempre haba sido una fra maquina intelectual; flaco, rubio, de ojos azules y con gafas; creo que se rea secretamente de mis ocasionales entusiasmos marciales y de mis crticas a la indolente neutralidad. Sin embargo, haba algo en la devastada Flandes que l quera; y a fin de conseguirlo, tuvo que adoptar aspecto militar. Lo que pretenda no era lo que pretenden muchas personas, sino algo relacionado con la rama particular de la ciencia mdica que l haba logrado practicar de forma completamente clandestina y en la cual haba conseguido resultados asombrosos y, de vez en cuando, horrendos. Lo que quera no era otra cosa, en realidad, que abundante provisin de muertos recientes, en todos los estados de desmembramiento.

    Herbert West necesitaba cadveres frescos porque el trabajo de su vida era la reanimacin de los muertos. Este trabajo no era conocido por la distinguida

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    clientela que hizo crecer rpidamente su fama, a su llegada a Boston; en cambio yo lo conoca demasiado bien, ya que era su ms ntimo amigo y ayudante desde nuestros tiempos de la Facultad de Medicina, en la Universidad Miskatonic de Arkham. Fue en aquellos tiempos de la universidad cuando inici sus terribles experimentos, primero con pequeos animales y luego con cadveres humanos conseguidos de manera horrenda. Haba obtenido una solucin que inyectaba en las venas de los muertos; y si eran bastante frescos, reaccionaban de maneras extraas. Tuvo muchos problemas para descubrir la frmula adecuada, pues cada tipo de organismo necesitaba un estmulo especialmente apto para l. El terror lo dominaba, cada vez que pensaba en los fracasos parciales: seres atroces, resultado de soluciones imperfectas o de cuerpos insuficientemente frescos. Cierto nmero de estos fracasos siguieron con vida uno de ellos se encontraba en un manicomio, mientras que otros desaparecieron; y como l pensaba en las eventualidades imaginables, aunque prcticamente imposibles, se estremeca a menudo, debajo de su aparente impasibilidad habitual.

    West se dio cuenta muy pronto que el requisito fundamental para que los ejemplares sirviesen era su frescura, as que recurri al procedimiento espantoso y abominable de robar cadveres. En la universidad, y cuando empezamos a ejercer en el pueblo industrial de Bolton, mi actitud respecto a l era de fascinada admiracin; pero a medida que sus procedimientos se hacan ms osados, un solapado terror se fue apoderando de m. No me gustaba la forma en que miraba a las personas vivas de aspecto saludable; luego, ocurri aquella escena de pesadilla en el laboratorio del stano, cuando me enter que cierto ejemplar an estaba vivo cuando West se apoder de l. Fue la primera vez que pudo revivir la funcin del pensamiento racional en un cadver; y este xito, conseguido a costa de semejante abominacin, lo endureci por completo.

    No me atrevo a hablar de sus mtodos durante los cinco aos siguientes. Segu a su lado slo por miedo, y presenci escenas que la lengua humana no podra repetir. Gradualmente, llegu a darme cuenta que el propio Herbert West era ms horrible que todo lo que haca..., fue entonces cuando comprend claramente que su celo cientfico por prolongar la vida en otro tiempo normal degener sutilmente en una curiosidad meramente morbosa y macabra y en una secreta complacencia en la visin de los cadveres. Su inters se convirti en perversa aficin por lo repugnante y lo diablicamente anormal; se recreaba con tranquilidad en monstruosidades artificiales ante las que cualquier persona en su sano juicio caera desvanecida de repugnancia y de horror; detrs de su plido intelectualismo, se convirti en un exigente Baudelaire del experimento fsico, en un lnguido Heliogbalo de las tumbas.

    Afrontaba imperturbable los peligros y cometa crmenes con impasibilidad. Creo que el momento crtico lleg al comprobar que poda restituir la vida racional, y busc nuevos mbitos que conquistar experimentando en la reanimacin de partes seccionadas de los cuerpos. Tena ideas extravagantes y originales sobre las propiedades vitales independientes de las clulas orgnicas y los tejidos nerviosos separados de sus sistemas psquicos naturales; y obtuvo ciertos resultados espantosos preliminares en forma de tejidos imperecederos,

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    alimentados artificialmente a partir de huevos semi-incubados de un reptil tropical indescriptible. Haba dos cuestiones biolgicas que ansiaba terriblemente establecer: primero, si poda darse algn tipo de conciencia o actividad racional sin cerebro, en la mdula espinal y en los diversos centros nerviosos; y segundo, si exista alguna clase de relacin etrea, intangible, distinta de las clulas materiales, que uniese las partes quirrgicamente separadas que previamente constituan un solo organismo vivo. Todo este trabajo cientfico requera una prodigiosa provisin de carne humana recin muerta... y esa fue la razn por la que Herbert West particip en la Gran Guerra.

    El horrendo y abominable suceso ocurri una medianoche, a finales de marzo de 1915, en un hospital de campaa detrs de las lneas de St. Eloi. An ahora me pregunto si no fue meramente la diablica ficcin de un delirio. West se haba montado un laboratorio particular en el lado este del edificio que se le asign provisionalmente, alegando que deseaba poner en prctica nuevos y radicales mtodos para el tratamiento de los casos de mutilacin hasta ahora desesperados. All trabajaba como un carnicero, en medio de su sanguinolenta mercanca. Jams llegu a acostumbrarme a la ligereza con que l manejaba y clasificaba determinado material. A veces hacia verdaderas maravillas de ciruga en los soldados; pero sus principales satisfacciones eran de carcter menos pblico y filantrpico, y se vio obligado a dar muchas explicaciones acerca de ruidos extraos an en medio de aquella babel de condenados, entre los que hubo frecuentes disparos de revlver... cosa corriente en un campo de batalla, aunque completamente inusitada en un hospital. Los ejemplares reanimados por el doctor West no reunan condiciones para recibir una larga existencia ni ser contemplados por un amplio nmero de espectadores. Adems del humano, West utilizaba gran cantidad de tejido embrionario de reptiles que l cultivaba con resultados singulares. Era mejor que el material humano para conservar con vida los fragmentos privados de rganos, y esa era ahora la principal actividad de mi amigo. En un oscuro rincn del laboratorio; sobre un extrao mechero de incubacin, tena una gran cuba tapada, llena de esa sustancia celular de reptiles que se multiplicaba y creca de forma borboteante y horrenda.

    La noche que hablo tenamos un ejemplar nuevo y esplndido: un hombre fsicamente fuerte y a la vez de tan elevada inteligencia, que nos garantizaba un sistema nervioso sensible. Resultaba irnico; porque se trataba del oficial que ayud para que se le concediese a West su destino, y que ahora debi ser nuestro socio. Es ms; en el pasado, estudi secretamente la teora de la reanimacin bajo la direccin de West. El comandante sir Eric Moreland Clapman-Lee, D.S.O., era el mejor cirujano de nuestra divisin, y fue designado precipitadamente al sector de St. Eloi cuando llegaron al cuartel general noticias del recrudecimiento de la lucha. Efectu el viaje en un avin pilotado por el intrpido teniente Ronald Hill, slo para ser derribado precisamente en el punto de su destino. La cada fue tremenda y espectacular, Hill qued irreconocible; en cuanto al gran cirujano, el accidente le seccion la cabeza casi por completo, aunque el resto del cuerpo estaba intacto. West se apoder ansiosamente de aquel despojo inerte que fue su amigo y compaero de estudios; me estremec al verlo terminar de separar la cabeza, colocarla en la diablica cuba de pulposo tejido de reptiles con objeto de

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    conservarla para futuros experimentos, y seguir manipulando el cuerpo decapitado sobre la mesa de operaciones. Inyect sangre nueva, uni determinadas venas, arterias y nervios del cuello sin cabeza, y cerr la horrible abertura injertando piel de un ejemplar no identificado que haba llevado uniforme de oficial. Yo saba lo que pretenda: comprobar si este cuerpo sumamente organizado poda dar, sin cabeza, alguna seal de la vida mental que distingui a sir Eric Moreland Clapman-Lee, estudioso en otro tiempo de la reanimacin. Este tronco mudo era ahora requerido espantosamente a servir de ejemplo.

    An puedo ver a Herbert West bajo la siniestra luz de la lmpara, inyectando la solucin reanimadora en el brazo del cuerpo decapitado. No puedo describir la escena, me desmayara si lo intentara, ya que era enloquecedora aquella habitacin repleta de horribles objetos clasificados, con el suelo resbaladizo a causa de la sangre y otros desechos menos humanos que formaban un barro cuyo espesor llegaba casi hasta el tobillo, y aquellas horrendas anormalidades de reptiles salpicando, burbujeando y cociendo sobre el espectro azulado y vacilante de llama, en un rincn de negras sombras.

    El ejemplar, como West coment repetidas veces, posea un sistema nervioso esplndido. Esperaba mucho de l; y cuando empez a manifestar leves movimientos de contraccin, pude ver el inters febril reflejado en el rostro de West. Creo que estaba preparado para presenciar la prueba de su cada vez ms slida opinin que la conciencia, la razn y la personalidad pueden subsistir independientemente del cerebro... que el hombre no posee un espritu central conectivo, sino que es meramente una mquina de materia nerviosa en la que cada seccin se encuentra ms o menos completa en s misma. En una triunfal demostracin, West estaba a punto de relegar el misterio de la vida a la categora de mito. El cuerpo ahora se contraa ms vigorosamente; y bajo nuestros ojos vidos, empez a jadear de forma horrible. Agit los brazos con desasosiego, alz las piernas, y contrajo varios msculos en una especie de contorsin repulsiva. Luego, aquel despojo sin cabeza levant los brazos en un gesto de inequvoca desesperacin... de una desesperacin inteligente, que bastaba para confirmar todas las teoras de Herbert West. Evidentemente, los nervios recordaban el ltimo acto en vida del hombre: la lucha por librarse del avin que se iba a estrellar.

    No s exactamente, qu fue lo que sigui. Tal vez se trata slo de una alucinacin provocada por la impresin que sufr en aquel instante al iniciarse el bombardeo alemn que destruy el edificio... quin sabe, ya que West y yo fuimos los nicos supervivientes? West prefera pensar que fue eso, antes de su reciente desaparicin; pero haba ocasiones en que no poda, porque era extrao que sufriramos los dos la misma alucinacin. El horrendo incidente fue simple en s mismo, aunque excepcional por lo que implicaba.

    El cuerpo de la mesa se levant con un movimiento ciego, vacilante terrible; y omos un sonido gutural. No me atrevo a decir que se trataba de una voz, porque fue demasiado espantoso. Sin embargo, lo ms horrible no fue su cavernosidad. Ni tampoco lo que dijo, ya que grit tan solo: Salta, Ronald, por Dios!. Salta!. Lo espantoso fue su procedencia: porque brot de la gran cuba tapada de aquel rincn macabro de oscuras sombras.

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    VI. LAS LEGIONES DE LA TUMBA

    Cuando desapareci el doctor Herbert West, hace un ao, la polica de Boston me someti a un minucioso interrogatorio. Sospechaban que me callaba cosas, o algo peor; pero no poda decirles la verdad porque no me habran credo. Saban, efectivamente, que West estuvo complicado en actividades que iban ms all de la capacidad de crdito de los hombres ordinarios; pues sus espantosos experimentos sobre la reanimacin de cadveres fueron demasiado numerosas para mantener un perfecto secreto en torno a ellos; pero la escalofriante catstrofe final adquiri caracteres de demonaca fantasa que me hacen dudar incluso de la realidad de lo que vi.

    Yo era el amigo ms allegado de West, y su nico ayudante confidencial. Nos habamos conocido aos antes en la Facultad de Medicina, y desde el principio particip en sus terribles investigaciones. Haba intentado perfeccionar lentamente una solucin que, inyectada en las venas de un recin fallecido, poda devolverle la vida. Este trabajo requera abundancia de cadveres frescos, y comportaba, por consiguiente, las actividades ms espantosas. Ms horribles an eran los resultados de alguno de sus experimentos: masas horrendas de carne que haban estado muertas, pero que West despertaba, dotndola de una ciega, insensata y nauseabunda animacin. Estos eran los resultados usuales; ya que para que volviera a despertar la mente era necesario que los ejemplares fuesen absolutamente frescos, y que las delicadas clulas cerebrales no hubiesen sufrido la ms mnima descomposicin.

    Esta necesidad de cadveres muy frescos supuso la ruina moral de West. Eran difciles de conseguir; y un da espantoso lleg a apoderarse de un ejemplar cuando an estaba vivo y en todo su vigor. Un forcejeo, una aguja, y un poderoso alcaloide lo convirtieron en cadver fresqusimo, y el experimento fue positivo durante un instante breve y memorable; pero West sali de l con un alma seca y endurecida, y una mirada fra que observaba con una especie de calculadora y horrenda apreciacin de los hombres de cerebro especialmente sensible y un fsico vigoroso. Hacia el final, cobr a West un intenso terror, ya que empezaba a mirarme de esa misma forma. La gente no pareca darse cuenta de sus miradas, aunque me notaba asustado; y tras su desaparicin, se valieron de eso para propalar unas sospechas absurdas.

    En realidad, West tena ms miedo que yo; sus abominables trabajos lo hacan llevar una vida furtiva y llena de sobresaltos. En parte era la polica quien le daba miedo; pero a veces su nerviosismo era ms hondo y brumoso, y estaba relacionado con las abominaciones indescriptibles a las que inyect una vida morbosa, y en las que no vio extinguirse dicha vida. Por lo general, terminaba sus experimentos con el revlver; pero a veces no era lo bastante rpido. Es lo que ocurri con aquel primer ejemplar en cuya saqueada sepultura se descubrieron ms tarde huellas de araazos. Y lo que sucedi tambin con el cadver de aquel profesor de Arkham que cometi actos de canibalismo antes de ser capturado y encerrado sin identificar en una celda del manicomio de Sefton, donde estuvo

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    diecisis aos golpendose la cabeza contra las paredes. Casi todos los dems resultados que posiblemente subsistan eran productos de lo que resulta ms difcil hablar, dado que en los ltimos aos, el celo cientfico de West degener en una mana insana y fantstica, consagrando su prodigiosa habilidad no slo a vitalizar cuerpos enteramente humanos, sino trozos aislados de cadveres, o partes unidas a una materia orgnica no humana. En la poca en que desapareci. Se haba convertido en algo diablicamente repugnante; muchos de los experimentos no podran ser referidos en la letra impresa. La Gran Guerra, en la que servimos los dos como cirujanos, slo intensific este aspecto de West.

    Al decir que el miedo de West a sus ejemplares era brumoso, pensaba sobre todo en el carcter complejo de ese sentimiento. En parte se deba slo al hecho de saber que an seguan existiendo esos monstruos abominables, y en parte a su miedo al dao corporal que podan infringirle en determinadas circunstancias. La desaparicin de estos seres aumentaban el horror de la situacin: West slo conoca el paradero de uno de ellos, la lastimosa criatura del manicomio. Pero, adems, haba un miedo ms sutil: una sensacin verdaderamente fantstica, consecuencia de un extrao experimento que llev a cabo en el ejrcito canadiense, en 1915. En medio de una enconada batalla, West reanim al comandante Eric Moreland Clapman-Lee, D.S.O., colega nuestro que estaba al tanto de sus experimentos, y el cual poda haberlos duplicado. Le seccion la cabeza a fin de poder estudiar las posibilidades de vida cuasi-inteligente del tronco. El experimento dio resultado en el mismo instante en que el edificio era barrido por una granada alemana. El tronco se movi de forma inteligente; y, por increble que parezca, tuvimos la seguridad que brotaron sonidos articulados de la cabeza seccionada que estaba en el fondo oscuro del laboratorio. En cierto modo, la granada fue misericordiosa. Pero West jams estuvo seguro, como habra sido su deseo, que furamos l y yo los nicos supervivientes. Despus, sola hacer estremecedoras conjeturas sobre lo que sera capaz de hacer un mdico decapitado con capacidad para reanimar a los muertos.

    La ultima residencia de West fue una venerable casa, muy elegante, que dominaba uno de los ms antiguos cementerios de Boston. Haba escogido el lugar por razones puramente simblicas y fantsticas, ya que la mayora de los enterramientos databan del periodo colonial, y por tanto era muy poca utilidad para un cientfico que necesitaba cadveres frescos. Haba instalado el laboratorio en un substano secretamente construido por obreros trados de otra regin, y en l tena un gran incinerador para la total y discreta eliminacin de los cadveres, fragmentos y remedos sintticos de cuerpos que quedaban de los morbosos experimentos e impas diversiones del dueo. Durante la excavacin de este stano, los obreros dieron con cierta albailera extraordinariamente antigua; sin duda comunicaba con el viejo cementerio, aunque era demasiado profunda para que desembocara en algn sepulcro conocido. Despus de muchos clculos, West concluy que deba existir alguna cmara secreta bajo la tumba de los Averill, en la que el ltimo entierro se efectu en 1768. Yo estaba con l cuando estudi las paredes goteantes y nitrosas que dejaron al descubierto las palas y los picos de los obreros, y estaba preparado para el espantoso escalofro que nos

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    aguardaba en el instante de descubrir los secretos sepulcrales y seculares; pero por primera vez, la nueva timidez de West se impuso a su natural curiosidad, y traicion su degenerada fibra imponindole que dejase intacta la albailera y la tapase con yeso. Y as permaneci, hasta la noche infernal, como parte de las paredes del laboratorio secreto. He hablado del debilitamiento de West, pero debo aadir que era puramente mental e intangible. Exteriormente, fue el mismo hasta el final: tranquilo, fro, delgado, con el pelo amarillo, ojos azules y con gafas, y un aspecto general de joven que los aos y los terrores no llegaron a cambiar. Pareca sereno incluso cuando pensaba en aquella sepultura araada y miraba por encima del hombro, o cuando pensaba en aquel ser carnvoro que morda y manoteaba los barrotes de Sefton.

    El final de Herbert West comenz una tarde, en nuestro despacho comn, cuando alternaba su extraa mirada entre el peridico y yo. Un curioso titular atrajo su atencin desde las arrugadas pginas, y una zarpa titnica pareci atraparle desde diecisis aos atrs. En el manicomio de Sefton, a cincuenta millas de distancia sucedi algo espantoso e increble que dej estupefacto al vecindario y perpleja a la polica. A primeras horas de la madrugada; un grupo de hombres silenciosos penetr en el parque de la institucin y su jefe despert a los celadores. Era una amenazadora figura militar que hablaba sin mover los labios; cuya voz pareca conectada casi ventrilocuamente a un gran estuche negro que, transportaba. Su inexpresivo rostro tena las facciones bien parecidas, hasta a punto de dar la impresin de una belleza radiante, aunque el director se llev un sobresalto cuando la luz del vestbulo cay sobre l, ya que era un rostro de cera, y los ojos de cristal pintado. Debi sucederle algn accidente atroz a este hombre. Otro, ms alto, guiaba sus pasos: un sujeto repugnante cuya cara azulada apareca medio devorada por alguna enfermedad desconocida. El que hablaba pidi que le cediesen la custodia del monstruo canbal trado de Arkham haca diecisis aos; y al serle negada, dio una seal que provoc un espantoso alboroto. Los demonios aquellos golpearon, patearon y mordieron a todos los celadores que no lograron huir; mataron a cuatro, y finalmente consiguieron liberar al monstruo. Estas vctimas, que podan recordar el suceso sin histerismos, juraban que las criaturas se comportaron menos como hombres que como puros autmatas guiados por el jefe de cabeza de cera. Cuando les lleg ayuda, aquellos hombres y la criatura canbal haban desaparecido sin dejar rastro.

    Desde el momento en que ley el artculo, hasta la medianoche, West permaneci casi paralizado. A las doce son el timbre de la puerta y se sobresalt terriblemente. Todos los criados dorman en el tico, de modo que fui yo a abrir. Como he contado a la polica, no haba ningn vehculo en la calle; slo vi un grupo de figuras de aspecto extrao, con un gran estuche cuadrado que depositaron en la entrada, despus de gruir uno de ellos con voz asombrosamente inhumana: Correo urgente; pagado. Salieron de la casa con paso desigual, y al verles alejarse, tuve el extrao convencimiento que se dirigan al antiguo cementerio con el que lindaba la parte de atrs de la casa. Al orme cerrar la puerta de golpe, baj West y mir la caja. Tena unos dos pies cuadrados, y llevaba el nombre correcto de West, con su actual direccin. Tambin traa remitente: Eric Moreland Clapman-Lee, St. Clare. Eloi, Flandes.

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    Seis aos antes, en Flandes, el hospital se haba derrumbado, a causa de una granada, sobre el tronco decapitado y reanimado del doctor Clapman-Lee, y sobre su cabeza separada, la cual quizs haba llegado a proferir sonidos articulados. Ahora West ni siquiera se emocion. Su estado era ms espantoso. Dijo rpidamente: Es el fin... pero incineremos... esto. Transportamos la caja hacia el laboratorio, con el odo atento. No recuerdo muchos de los detalles ya pueden imaginar mi estado psquico, pero es una mentira maliciosa decir que fue el cuerpo de Herbert West lo que met en el incinerador. Entre los dos, introdujimos la caja sin abrir, cerramos la puerta, y conectamos la corriente. Y no brot sonido alguno la caja.

    Fue West quien observ primero que se caa el yeso de una parte de la pared, donde antes fue cubierta la antigua albailera de la tumba. Iba yo a echar a correr, pero l me retuvo. Entonces vi una pequea abertura negra, sent una bocanada de viento fro y hediondo, y percib el olor de las entraas abominables de una tierra ptrida. No omos ningn ruido; pero en ese preciso instante se apagaron las luces, y vi recortarse contra cierta fosforescencia del mundo inferior una horda de seres silenciosos que avanzaban penosamente, producto de la locura... o de algo peor. Sus siluetas eran humanas, semihumanas; se trataba de una horda grotescamente heterognea. Retiraban las piedras en silencio, una a una, del muro secular. Luego, cuando la brecha fue bastante ancha, entraron al laboratorio en fila de a uno, guiados por el ser de paso solemne y cabeza de cera. Una especie de monstruosidad, con ojos desorbitados que marchaba detrs del jefe, agarr a Herbert West. West no se resisti ni profiri grito alguno. Luego se abalanzaron todos sobre l y lo despedazaron ante mis ojos, llevndose sus trozos a la cripta subterrnea de fabulosas abominaciones. El jefe de cabeza de cera, que iba vestido con uniforme de oficial canadiense, se llev la cabeza de West. Al desaparecer, vi que sus ojos azules; detrs de las gafas, centelleaban espantosamente, revelando por primera vez una frentica y visible emocin.

    Los criados me encontraron inconsciente por la maana. West haba desaparecido. El incinerador contena slo ceniza inidentificable. Los detectives me han interrogado; pero, qu puedo decir? No relacionarn a West, con la tragedia de Sefton; ni con eso, ni con los hombres de la caja, cuya existencia niegan. Les habl de la cripta; pero ellos me ensearon el yeso intacto de la pared, y se han redo. As que no les cont nada ms. Quieren dar a entender que estoy loco, o que soy un asesino; probablemente es que estoy loco. Pero podra no ser as, si esas condenadas legiones de las tumbas no estuviesen tan calladas.

    F I N

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