hoyos y vinent, antonio de - el pecado y la noche

90

Upload: belen-murguia

Post on 26-Sep-2015

9 views

Category:

Documents


2 download

DESCRIPTION

Hoyos y Vinent, Antonio de - El Pecado y la Noche.

TRANSCRIPT

  • [imagen]

    MADRID RENACIMIENTO SOCIEDAD ANONIMA EDITORIAL PONTEJOS, 3 1913+

    Es propiedad. Queda hecho el depsito que marca la ley.

    Imp. Jos F. Zabala.--Valverde, 40, Madrid.

    INDICE

    Las Ciudades Sumergidas

    La Noche del Walpungis

    Hermafrodita

    FICHAS ANTROPOMETRICAS

    El Hombre de la Msica Extraa

    Una Hora de Amor

    La Santa

    La Caja de Pandora

    Los Cmplices

    La Domadora

    EL DEMONIO

    Embrujamiento

    Las Preciosas Ridculas

    Madame d'Opporidol

    Miss Decency

    Ninn

    La Noche.--Peligroso? Yo misma no s cmo me las compondra si alguna de estas puertas de bronce seabriesen sobre el abismo... Hay aqu, todo alrededor de esta sala, dentro de cada una de esas cavernas debasalto, todos los males, todas las enfermedades, todos los horrores y todas las catstrofes que afligen a lahumanidad desde el comienzo del mundo. Bastante trabajo me ha costado encerrarles con ayuda del Destino,y no sin trabajo mantengo el orden entre todos esos indisciplinados personajes!... Ya se ve lo que sucedecuando alguno logra escapar y se presenta sobre la faz de la Tierra.

    MAURICIO MTERLINCK

    LAS CIUDADES SUMERGIDAS

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 2

  • Agua, fuego, lodo. Quimricas nubes de maravilla que dorms sepultadas por una venganza de la Naturaleza;ciudades en que florecieron los siete pecados, en que las manos bblicas trazaron sus misteriosos conjuros ylas voces de los Profetas fulminaron anatemas; ciudades de pecado y de abominacin en que las cortesanasbailaron desnudas en los templos y las reinas se prostituyeron a los mercenarios; ciudades de leyenda en querein la Lujuria, en que los apstoles fueron lapidados y la hija del Rey de Is evoc al Demonio. Los hombresos han hecho salir a la superficie, han arrancado la lava que el cielo escupi sobre vosotras, y cnicas,desnudas en vuestra liviandad, vais surgiendo en los lbricos frescos de vuestros lupanares y en los libertinosmosaicos de vuestros baos patricios. Algunas veces, en las estancias recatadas de una habitacin, surge unamomia en un espasmo de lubricidad grotesca.

    Y su gesto es el mismo gesto de siempre.

    Y el Demonio ha vuelto a reinar sobre la Tierra.

    LA NOCHE DEL WALPURGIS

    I

    --Will we go in?

    --As you like.

    Se miraron burlones y echronse a rer. En los ojos de ambos brillaba el mismo deseo, la misma perversacuriosidad de seguir la aventura equvoca hasta el fin. Pese a los disfraces innobles que les sirvieran para, enlas propicias promiscuidades del Carnaval, embarcarse con rumbo a aquella Citerea canalla, los dos tenan unaelegancia frvola, alada y aristocrtica de personajes de la Comedia Italiana.

    Bajo el blanco atavo de Pierrot (un Pierrot de percal, srdido y sucio), conservaba Jimmi la nobleza de sufigura vagamente andrgina, pero no afeminada, si no ms bien pueril, resuelta y petulante, con una gracia dehroe nio o de arcngel insexuado. Eso era, un arcngel. El rostro correcto, voluntarioso; la boca plida ysonrosada; los ojos azules, cndidos, luminosos, y los largos y lacios cabellos de oro que escapaban del gorrode punto negro, dbanle extraa semejanza con esos vagos ensueos del hermafroditismo cristiano. Revestidode larga tnica transparente y un nimbo de oro en torno a la cabeza, pequea y bien moldeada, o pertrechadode argentada coraza, casco incrustado de pedreras, flamgera espada entre las manos y grandes alas blancas,hubiese servido a un Sandro Botticelli o a un Filippo Lippi para uno de los ambiguos personajes que seyerguen sobre sus cndidos paisajes, un Gabriel amenazador o un vengador San Miguel.

    Frente a l, Nieves Sigenza, ms actual, ms perversa, ms complicada, tena un encanto ultramoderno, acrey voluptuoso de flor del mal, el inquietante encanto de esos iconos que asomando entre las vestiduras de oromuestran el rostro de marfil bajo su cabellera de negro jade. Era el suyo de una blancura de hostia, absoluta,cegadora, sin matices ni claroscuros, slo interrumpida por la sangrienta sonrisa de los labios, rojos comocerezas, gruesos, golosos, sensuales. Nimbando aquella eucarstica palidez, la cabellera de bano, pesada,espessima, retorcase en pequeos rizos. Los ojos...

    ...son regard qui voltige et butine Se pose au bord de tout, prand a tout un reflet.

    Sus ojos, grandes y luminosos, tenan bajo la sombra de las largas pestaas negrsimas, una lquidatransparencia de mbar. El contraste con las cejas aterciopeladas, de fino trazo, hacanles an ms dorados,ms claros, dndoles la cabalstica apariencia de dos grandes y tostados topacios. Y aquellas pupilas de reinafabulosa miraban unas veces con burlesco descoco de pilluelo y reflejaban otras una melancola casi dolorosa.

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 3

  • Y completando la figura frgil y graciosa de marquesa del siglo XVIII, en tren de aventuras, bajo el hrridocapuchn de satn rosa, lazado de verde manzana, asomaban los detalles de la mujer elegante: los zapatos deterciopelo negro, hebillados de diamantes; las medias de transparente seda, las manos finas, blancas, cuidadas,de uas como ptalos de rosa.

    Tornaron a consultarse con los ojos y tornaron a rer. Al deseo que se lea en las pupilas de Nieves, respondancon su curioso deseo las de Jimmi. Se haban quitado las caretas, y con pueril inconsciencia, como siignorasen los peligros que les rodeaban en el antro prostibulario donde su enfermizo e inquieto decadentismoles llevara en busca de sensaciones raras, sin prestar mientes a la curiosidad que su presencia despertaba, nileer los malos deseos--odios, concupiscencias, envidias, lujurias--que se asomaban en las miradas como seasoman los criminales a las rejas de la crcel y las fieras a los barrotes de la jaula, rean alegres.

    Los tres toreros, en pie ante ellos, esperaban su respuesta.

    Eran tres figuras muy diferentes. Joselete, el matador, representaba el tipo clsico del espada, el torero quepintaron Goya y Lucas: bien plantado y arrogante, pero tosco y vulgar, bronceado de rostro, de pelo negro,spero y rizado, ojos negros y brillantes y dientes blanqusimos de salvaje; el traje de seorito que vestadespegbase del cuerpo fuerte, musculoso, que perda la mitad de su plebeya belleza encerrado en elantiesttico atavo, y solo rimaban bien con su persona el grueso calabrote de oro que penda sobre el chaleco,sosteniendo enorme herradura de pedrera, y las sortijas con gruesos brillantes ostentadas en las manosgrandes y ordinarias. El segundo, el Serranito, era un torero de Zuloaga: alto, delgado, esbelto, casiaristocrtico dentro del atavo gris claro, tena una distincin un poco cansada de raza. Su rostro era enjuto,alargado, y en la morena palidez los ojos muy abiertos, grandes, negros y profundos como la noche--ojos depetenera o de saeta--, lucan melanclicos y soadores con la serena tristeza del alma mora. Sobre la frentenoble, libre del cordobs echado a la nuca, caan los sombros cabellos, apenas ondulados. Por ltimo,completaba la triloga Pepe, el Marrn, el picador. Era el tal un bruto; ni en el rostro de gruesos belfos, chatanariz y frente estrecha, a que el pelo cerdoso, espessimo, recortado en el centro y peinado en tufos sobre lassienes robaba toda nobleza, haba el menor vestigio de inteligencia; ni en los ojillos pequeos, turbios ysaltones, vivacidad ninguna; ni en la sonrisa que rasgaba los morrudos labios de negro cimarrn sobre losdientes sucios, negros, podridos por el tabaco, el alcohol y el mercurio, la menor simpata. Era un animalsalvaje que no pensaba sino en comer, dormir y las hembras. Las hembras! A la evocacin de la mujer suslabios se cubran de saliva y sus ojos rebrillaban como los de los chacales en la noche. Las hembras! Ningunaidea sentimental, pasional, ni aun utilitaria, despertaba su evocacin en l, sino tan slo una lujuria feroz,rabiosa, exasperada, de fiera en celo. Vesta de corto, y el castizo atavo marcaba ms lo innoble de su figura;cuadrado de torso, tena las piernas y los brazos demasiado cortos, peludas y gruesas las manos, y el cuello detoro, ancho, formidable, con venas como sogas.

    Como pasaba el tiempo y Nieves, en vez de responder, limitbase a mirar a su amigo y a rer luego, Joseletereiter su invitacin:

    --Acepta ust?... La convo con er amigo a beberse una botellita de Agustn Blzquez.

    Pero vena un chulo--un chulo clsico de los de la antigua escuela: traje perla, pantaln de talle, pauelo azulal cuello y onda rizada sobre la frente, a sacarla a bailar:

    --Oiga usted, joven... como me diga que s, nos vamos a marcar una polca usted y yo que ni los de laaristocracia!

    Nieves lade la cabecita, estirando los labios con una mueca deliciosamente pueril, de chiquilla voluntariosa aquien ofrecen algo que desea, pero que quiere hacerse rogar. Y luego, de improviso, solt el fresco chorro desu risa cristalina y echose en los brazos de su improvisado galn, con una entrega absoluta, como si en lugarde la efmera posesin del baile, tratasen de otras ms trascendentales posesiones; echose con uno de esos

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 4

  • impulsos de abandono frecuentes en ella y que le hacan semejar a esas gatas mimosas que gustan de lacaricia, y al sentir la mano de su amo, cierran los ojos, esconden las uas y se dan con una pasividad demuerte. Volviendo el rostro hacia sus interlocutores, ofreci:

    --Vuelvo ahora mismo... Un par de vueltas...

    Bailaban lentamente; el organillo, en un rincn, cantaba las cadenciosas notas de una polca popular--uno deesos nmeros zarzueleros que se pegan al odo y que tararean las modistas al ritmo de la mquina y lascocineras acompaadas por el chisporrotear de los sarmientos al quemarse--, y Nieves, a los lnguidos acordesde la msica, se mova con ritmo voluptuoso. El chulo mantena uno de los brazos rgido, sosteniendo en sumano abierta la de su pareja, mientras que con la otra, colocada un poco ms abajo de la cintura frgil de ladama, la oprima contra s. Danzaba pausadamente, muy serio, la cara casi contrada por la atencin, los ojosen alto, como si desempease papel importantsimo en algn sagrado rito. Danzaba muy despacio, marcandoel comps con todo el cuerpo, detenindose un instante para, al atacar el piano de manubrio una nota msviva, girar rpido y recomenzar otra vez el lento balanceo. Nieves rea ante la gravedad de su pareja, tratandode distraerle y de hacerle perder el comps. Sus ojos pcaros buscaban los del galn, y sus labios, purpreos ycodiciables, se le ofrecan con impudor burln.

    Pasaban las dems parejas--chulos plidos, descoloridos, la color enfermiza y los ojos grandes y tristes debestias de amor, cernidos de libores; seoritos achulados, guasones, chabacanos; horteras de cursileraagresiva, presumiendo de chulos, de Don Juan y de elegantes; artesanos de una alegra ruidosa, grosera,molesta, llevando entre sus brazos hembras de enjalbegados rostros, en que el bermelln de los labios formabaun contraste casi macabro con el albayalde de las mejillas--; y los miraban curiosamente, con irona un tantodespectiva.

    Los amplios salones de La Dalia, sociedad recreativa de baile, hallbanse de bote en bote. Bien acreditadosestaban los festejos que en honor de madama Terpscore verificbanse en el local; famosos eran los grandesbailes con que celebraban Gervasio, el Rubio, y Froiln Cascajares, el Chicuelo, su beneficio; bailes que ellos,con singular galantera (y advirtiendo que el ambig corra por cuenta de los organizadores), dedicaban A lasseoritas siguientes: a las hermanas Frascuelo, a Rosario (la Descarada) y su hermana Petra, a Vicenta (laModista) y sus tres primas, a Luca R., a Juanita y su hermana Sinforiana, a Josefina Gmez, y a los seoressiguientes: a los cuatro amigos de Gervasio, a Ramn (el Chofer), a la pareja de baile Fuentes-Ooro, aldistinguido matador de novillos-toros el Pelusa, a Diego y Nemesio y a Don Romualdo Cazorro y a toda sudistinguida clientela. Pero aquel no era un baile as como as, si no un festejo de carnaval, un Gran baile detrajes, organizado por la Sociedad recreativa El Jipi-Japa, y dedicado a todas las artistas de variets ycamareras de Madrid, y como tal, la concurrencia, adems de numerosa era de lite.

    Las dos grandes salas que formaban la sociedad hallbanse adornadas para tan trascendental acontecimiento,adems de las bombillas elctricas (pocas y de no muy rutilantes resplandores), y de los carteles de toros que,pegados sobre el papel oscuro, con flores doradas de los muros, constituan el habitual decorado, porpolicromas guirnaldas, tejidas con cadenas de papel, cruzadas en todas direcciones. En el primer salnhallbase la cantina (ambig llambanlo pomposamente), con cuantos bebestibles inventaron la naturaleza y laqumica, y en el segundo el organillo, y a su lado Serafn, el de la Polita, que muy fachendoso, con suabotinado pantaln trtola y su negra americana de altas hombreras, no cesaba de dar vueltas al manubrio.

    Los disfraces eran pocos y vulgares, y si de algo pecaban, no poda decirse ciertamente que fuera de lujosos.De hombres apenas vease algn horterilla vestido de patudo beb, o tal cual tendero de comestibles, que enplena madurez ya, desahogaba su vehemente necesidad de hacer el burro, escondiendo la redonda panza enastrosa indumenta de diablillo, ocultando el curtido rostro, de grandes bigotes negros, en una careta de perro,arrastrando mugriento rabo y adornando su frente con dos cuernos (adems de los que por clasificacin lecorrespondan) de pelote y percalina. Con el sexo dbil ya era otra cosa. No que abundasen los disfraces, perolos que haba presentbanse ms limpios y cuidados que los masculinos. Fuera de unos cuantos trajes de nio

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 5

  • chico que permitan lucir las pantorrillas a sus dueas, de un par de atavos de torero en traje de calle queservan para mostrar formas de exuberancia tentadora, de algn disfraz de albail que haca las veces devlvula al androginismo grosero de tal cual prjima, lo que dominaba eran los mantones de Manila. Lasarreboladas rosas, los purpreos gerneos y los claveles de color de fuego envolvan los cuerpos, que bajo elgayo iris y entre los pliegues blandos, suaves, moldeadores del crespn, aparecan ms garbosos, ms finos,ms llenos de ritmo y elegancia. Y entre aquella orga de colorines, los rostros asomaban con una inquietantesemejanza de combinacin de espejos cncavos y convexos. Efectivamente, fuera de unas cuantas mujeresque, sudorosas, despeinadas, el moo torcido y las ropas en desorden, bailaban, denunciando en su falta degracia, en la torpeza de sus movimientos tardos y pesados y en su antiesttica indumentaria, su calidad decriadas o menegildas, y fuera tambin de unas pocas que, ms modositas y recatadas e inseparables de unmismo varn toda la noche, podan clasificarse entre el comercio modesto, las dems eran iguales. Gordas oflacas, altas o bajas, rubias o morenas, todas se parecan con un extrao aire de familia. Parecan la misma; lamisma, con zancos o en cuclillas, con peluca rubia o negra, en los huesos o con exagerados rellenos, pero lamisma siempre. Todas tenan el mismo rostro blando, fofo, embadurnado de rojo; las mismas mejillasmarchitas bajo el carmn; iguales labios chorreando bermelln; idnticos ojos pintarreados; peinadossemejantes.

    Bailaban las unas muy lento y muy ceido, casi con tanta solemnidad como sus parejas ventilaban las otraspor los rincones sus diferencias con algn galn; dos o tres, echndoselas de rumbosas (ellas tenan siemprecinco duros para gastrselos con un hombre!), obsequiaban en el bufet a sus chulos; no unos chulos as comoas, a la antigua, sino chulos modernistas, de los de jersey y gorra con vistosas insignias de fantsticos clubs,chulos sportsmants, como si dijsemos maestros en artes mecnicas, chauffeurs y aviadores.

    Acababa la polca; el organillo emiti algunas notas vertiginosas y call sbitamente con un golpe seco, sinque las armonas se prolongasen en sonoras ondas, como sucede con otros instrumentos musicales. Nievesvolvi al grupo en que los tres toreros esperaban su respuesta. Jimmi la interrog:

    --Con que t dirs... Estos seores aguardan tu contestacin.

    Sonriendo picaresca, mientras los ojos de princesa remota les desafiaban cnicos y tentadores, formul:

    --De veras tienen tanto empeo en que vaya?

    Joselete se encarg de dar una respuesta galante:

    --Figrese usted!... Siempre hay ganas de ver una mujer bonita de cerca!

    Conquistada por el piropo ri, aceptando.

    --Pues vamos all!

    II

    Joselete palmote:

    --Chico!... Vino!--Y como el camarero, previniendo el objeto de la llamada, entrase trayendo en una bandejade zinc dos botellas de Agustn Blzquez y algunos chatos y empezase a romper los lacres trabajosamente paradescorchar, el torero se la arranc de las manos:

    --Esto se jace as!

    Form un anillo con los dedos, y, girando rpidamente la botella, salt el lacre.

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 6

  • Nieves, encantada de todo aquello, conceptundolo muy castizo, muy tpico y hasta muy chic, palmote:

    --Bravo! Bravo!

    La Ansiosa, sin hacer caso de los dems, prisionera por completo de su nuevo amor, inclinose hacia Jimmi,descansando sobre el brazo del Pierrot la enorme mole de sus ubres bovinas:

    --Chaval! Gitano! Que te voy a querer!...--Y en el rostro enharinado de luna llena, los ojos grandes ysalientes, voltearon voluptuosos.

    Sin entusiasmo ninguno por su conquista, sino por el contrario, harto de su pesadez, Jimmi se dej besar. Unaaceituna disparada con certero tino por la Pechuguita, que pueril, cnica y procaz, con su rostro plido ydemacrado de cortesana enferma de tuberculosis, su flequillo de paje y sus ojos burlones de golfo callejero,atalaybase entre Don Simen y Gorritua, vino a interrumpir el idilio, acompaado de amicales apstrofes:

    --Ladrona! Ansiosa!

    Haban salido del baile Nieves y Jimmi con los tres toreros, cuatro prjimas que estaban con ellos, msalgunos amigos que se les incorporaron. Ambularon por unos cuantos callejones silenciosos y desiertos parallegar por fin al colmado que haba de ser escenario de la juerga. Una vez all, en vez de penetrar por la tienda,cruzaron el portal, internronse por un pasillo largo y oscuro, atravesaron un patinillo lbrego, hmedo ysrdido, donde, de unas cuerdas, penda ropa puesta a secar; luego otro pasillo, otro patio, y, por fin, llegarona los reservados, construidos al fondo de la casa para mayor garanta de discrecin. Al ver el lugar, casitemeroso, donde les conducan, el Arcngel anunciador busc con sus ojos inquietos los de su amiga, peroella, posando de valiente, sacole la lengua con un gesto delicioso de burla, y se ech a rer.

    Ahora, en el gabinete con tabiques de madera que les serva de cenculo y en que apenas caban las trecepersonas que formaban el elenco, a la menguada luz de la bombilla elctrica, prensbanse en torno de la mesacargada de botellas.

    Nieves, deliciosa de inconsciencia, en sus labios carmeses una sonrisa de chicuela que, prisionera en la jaulade las fieras, creyese dominar a los leones con una caricia de sus manitas de marfil, presida entre Joselete y elMarrn. Frente a ella, Jimmi era disfrutado como una presa--presa de juventud, de gracia y de vida--por laAnsiosa y Pilar la Redicha. La Ansiosa pona en la conquista toda la abundosa exuberancia de sus pechoscolosales y de sus caderas formidables; la Pilar, en cambio, no era fea; un poco agarbanzada tambin, tena,sin embargo, una arrogancia castiza, una gracia muy madrilea, que viva en el ritmo entero de su persona, ensus ojos de gacela, grandes y oscuros, y en su boca fresca y reidora. El Serranito, sentado junto a su querida,permaneca mudo, melanclico y soador, con los ojos fijos en el espacio y los labios plegados por un rictuscasi doloroso. Ella, la Vinagre, era una mujer alta y delgada, artificialmente rubia; tena los ojos grises, fros;la nariz larga y recta y los labios crueles; arropada en el mantn alfombrado pareca friolenta; era muyantiptica; apenas beba, y hablaba escupiendo las palabras con chasquidos secos, como si siempre estuvieseirritada con una irritacin contenida, rabiosa. Los dems--un sastre aficionado a los toros, un pelotari bilbano,de cabeza amelonada, pelo rizado, apenas cubierto por la boina de inverosmil pequeez, rostro enjuto yanguloso y lacios bigotes, y dos chulos sietemesinos, esmirriados y descoloridos--habanse instalado a labuena de Dios.

    Todos rean; Nieves, contenta de sentir rugiente a su lado la bestia del deseo, aquel deseo animal, salvaje,feroz, que tantas veces evocase nostalgia ante las almibaradas palabras y las romnticas razones de susadmiradores. Ah, el encanto de sentirse deseada hasta la violencia, hasta el crimen! Los dems reanborrachos, estpidos: la Vinagre, con risa casi estridente; el Serranito, con una sonrisa plida, que slobrillaba en los labios, mientras las pupilas tristes seguan el vuelo de un ensueo.

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 7

  • Joselete y el Marrn hacan la corte a su manera a la aristocrtica muequilla, y ella, inquietante y perversa,complacase en excitarles con miradas lnguidas, sonrisas prometedoras, algn furtivo apretn de manos y talcual fortuito pisotn; pero mientras ellos, cada vez ms excitados, se inclinaban hacia ella, los ojos dorados dereina de Saba, buscaban los melanclicos ojos del gitano y tropezaban a veces con las fras miradas de laVinagre.

    La Ansiosa se inclin hacia Jimmi:

    --Tu boca, mi nene!... gitano! lucero! cielo!... me vas a querer t a m!--Y trat de morder los rojos labiosdel chiquillo.

    El la rechaz impaciente:

    --No seas sobona!

    --No me quieres!--gimi ella, con su vozarrn de vaca.

    Jimmi se sinti chulo:

    --Que te voy a querer! Amos, t ests chal!

    Mientras tanto, Joselete formalizaba en toda regla el sitio que tena puesto a Nieves:

    --Porque si usted quisiese, prenda, iba a ver lo que es un hombre.

    Ella ri hermtica, y mientras el torero, en rapto de mal contenida pasin, se inclinaba para besar su mano,busc con los ojos al Serranito.

    La Vinagre, alerta siempre por los rabiosos celos que todas las mujeres despertaban en su desconfiado espritude mujer madura, intercept la mirada, y encarndose con la traviesa dama, apostrof:

    --Cochina! puerca! bribona! pa!

    Todos la miraron asombrados por el exabrupto, y el matador, contemplndola severo, interrog:

    --Qu es esto? Pa gritar a la plaza de la Cebada! A ver si va a poder ser que te calles y no metas el remo!

    La Pechuguita intervino a su vez:

    --Mujer! no eres t nadie chillando! Qu mosca te ha picao!

    --Que qu mosca me ha picao! Que el Serranito es mo, mo y mo, y na ms que mo, y no me da lapajolera gana que venga ninguna seora con su pan como a camelrmelo! ests t?--Call un instante, rojade ira, y luego, con risa epilptica y voz chirriante, ahogndose de coraje, sigui:--Seoras! seoras! Ja! Ja!Aparte usted, hija, que me tizno! Seoras! Y luego, en cuantito que ven unos pantalones!... catapum!adis, seoro! Seoras! me ro yo de tantismo seoro! Ms seora soy yo, que me lo gano con mi cuerpopa gastrmelo con un hombre a quien quiero, que otras que yo me s, que andan por ah presumiendo pa luegovenir a quitarnos lo nuestro!... Pues...

    Joselete cort airado, empuando una botella en ademn de tirrsela a la cabeza:

    --A ver si va a poder ser que te calles, burra, o te rompo los morros de un botellazo!

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 8

  • Y como rezongando siempre, la prjima obedeciera, se encar galante y rendido con Nieves:

    --Qu van a mirar estos ojitos de sol al banderillero, teniendo al matador mochales por ellos! Verdad,lucero?--e inclinndose hacia ella, intent robar un beso a los labios de grana.

    Pero Nieves, echndose hacia atrs rpidamente, rehuy la caricia, y ni corta ni perezosa le plant unabofetada:

    --Quieto!

    La Vinagre ri con cruel satisfaccin:

    --Anda! Pa que te metas con seoronas!

    Los dems, conociendo la saa feroz del torero, aquella ira blanca que herva en l, sobre todo cuando tenalos nervios excitados por el alcohol, le miraron temerosos; pero Joselete pareci echarlo a broma:

    --Mozo! Vino!--Y sigui como si tal cosa. Slo en los ojos haba una luz maligna, cruel.

    Ahora era Jimmi el que se defenda de las mujeres:

    --Basta de besos, que no soy el Nio de la Bola!

    --Pero te quiero! Te quiero, mi negro!--Musitaba la Ansiosa con suspiros que levantaban con sacudidasvolcnicas la enorme pechera.

    --Ay, nene! Qu rico eres!--Y la Pilar le besaba anhelante.

    Segua la juerga. La Pechuguita se haba arrancado con una copla; los chulos palmoteaban, y el peligropareca conjurado. Pero Nieves, incapaz de estarse quieta, deseosa de emociones fuertes, no dejaba dormir alas fieras. Habase encarado con el Marrn, que echado hacia atrs en la silla, apoyada en la pared, elcordobs a la nuca, los cabellos pegoteados a la frente por el sudor, desabrochado el chaleco y el rostroabotargado, dormitaba la borrachera, y esbozando una caricia pasole la mano por la cara e interrog:

    --Y t, chotillo? A ver si no te duermes!

    El picador, despierto por el contacto de la piel perfumada, suave y sedea, lanz un mugido de toro satisfechoy aprision el brazo. Comenz a cubrir de besos ansiosos los finos dedos y luego la palma de la mano. Nievesle dejaba hacer risuea. Pero l, enardecido, segua subiendo, paseando por el brazo los gruesos labios.Entonces ella quiso arrancarle la presa, pero l, brutal, enloquecido por el vino y la lujuria, la mantuvoprisionera entre sus brazos, buscando ansioso con la boca voraz la fresca boca de la chiquilla. Ella forcejeabapor desasirse, bromeando primero, furiosa luego; sus manos caan sobre la cara enorme del stiro,abofetendole sin piedad; las uas de ptalos de rosa clavbanse en la piel dura, spera, curtida, haciendocorrer la sangre; pero l, sordo y ciego, insensible a todo lo que no fuera su sed de posesin, se enardeca msy ms.

    La Vinagre le animaba:

    --Duro con ella!

    Y el mismo Joselete, mostrando en una sonrisa mala los dientes de carnvoro, insinu burln:

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 9

  • --Que te puede!

    Nieves, vencida, sintiendo flaquear sus fuerzas, impetr auxilio de su amigo:

    --Jimmi, a m!

    Quiso l levantarse para ayudar a su compaera, pero la Ansiosa le ech los brazos al cuello:

    --Djala! Qu te importa! T pa m!

    Jimmi sacudiole un puetazo en pleno rostro que la hizo echarse hacia atrs, manando abundante sangre porlas narices.

    Iba ya a levantarse el muchacho, cuando la mujerona torn a caer sobre l; no se poda decir esta vez si paramatarlo o para poseerlo. Las otras siguieron su ejemplo, y las tres arpas comenzaron a su vez una lucha picade mordiscos, besos, golpes.

    De pronto, la bombilla elctrica cay rota y se hizo la oscuridad. En las tinieblas segua la lucha brbara entregritos, lamentos, gemidos, juramentos y maldiciones. Rod la mesa, y sobre ella cayeron todos en montn, yen el suelo prosiguieron an. En las sombras reson, angustiosa, la voz de Jimmi:

    --Me han matado!

    Hubo un momento de confusin y luego un impulso de fuga.

    Cuando acudieron con luces, en el suelo, en el montn que formaba la mesa hecha astillas, sobre el mantelmanchado de sangre y vino, yacan yertos, rgidos, inanimados, Nieves y Jimmi, como dos pobres muecos decera.

    HERMAFRODITA

    Vers l'archipel limpide, ou mirent les Iles. L'Hermafrodite nu, le front cenit de jasmin, puise ses yeux vertsen un rve sans fin; Et sa souplesse torse emprunte aux reptiles,

    Sa cambrure lastique et ses seines rectiles Suscitent le dsir de l'impossible hymen, Et c'est le monstre clos,exquis et surhumain, Au ciel suprieur des formes plus subtiles.

    La perversit rde en ses courts cheveux blonds Un sourire ternel frre des sous profonds S'estope en veloursd'ombre a sa bouche ambigu,

    Et sur ses pales chairs se trane avec amour L'ardent soleil paen, que la fait natre un jour De ton cume d'or, Beaut suraigu.

    Albert Samain.

    I

    Primero haba sido la palabra grave, sonora, un poco enftica y engolada de Don Clodoveo Zurriola, el sabioarquelogo, la que en perodos acabados, correctos, acadmicos, que armonizaban bien con la noble serenidadde la fbula griega, narrara la historia del hijo de Hermes y Afrodita. La figura venerable del escritor, quesupla con la rigidez lo escaso de la estatura; su gesto sobrio, pero oratorio y elegante; su empaque un pocofinchado dentro de la corta y estrechsima levita, adornada en el ojal por multicolor roseta, y del enorme

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 10

  • cuello que apareca en dos inacabables picos por cima de la formidable corbata, sostenida con un camafeo,sentaban a maravilla al severo decorado del saln. Pero lo que sobre todo daba suprema nobleza al viejocaballero era el rostro, un rostro de pergamino en que lucan dos ojos azules, claros y serenos, ojos de nio ode poeta habitante de una Arcadia feliz. Completaban el conjunto larga perilla de plata y nevada trova quenimbaba de luz la cabeza. Hablaba lentamente, mejor dicho recitaba su prosa con enftica entonacin,cambiando de registro segn convena a la ndole de los perodos descriptivos, trgicos o jocosos, haca largaspausas y saba rematar las parrafadas.

    Mientras peroraba, sus manos blancas y delgadas de patriarca bblico trazaban un gesto abarcador, y de vez encuando posbanse en la amplia frente. Gustbale de recrear a aquellas seoras con alguna de las leyendas de lamitologa griega, en que mezclaba con su portentosa erudicin un humorismo un poco pueril, muy vieux jeu,pero honesto, limpio y de buen gusto.

    Oanle ellas embelesadas, pese a su gran recato y a lo escabroso de los asuntos, que abundaban en episodiosasaz libres; pero la mitologa tiene eso: aun en los momentos en que narra las liviandades a que tanaficionados mostrbanse los seores del Olimpo, aun en aquellos otros en que nos presenta las mayoresaberraciones, hasta cuando Parsifae se entrega bajo la apariencia de una vaca de bronce a las caricias del toroo Calimante pone sus pecaminosos deseos en el melenudo rey del desierto, incluso en las creaciones deequvocos personajes, hay en ella una diafanidad, una serena fe en el amor y la vida, que permite a los odosms pudibundos y fciles de ofender escucharla sin menoscabo de su honestidad. Guardan los amores yaventuras de dioses y diosas, de hroes y ninfas, de reinas y monstruos, sobre todo evocados por la severapalabra de un sabio-poeta, un no s qu de estatuario, de ecunime, de plstico, que ahuyenta toda idea delubricidad y de morbosa deleccin.

    La mitologa fue esencialmente moral. Era, s, la religin del amor; pero, al mismo tiempo, era la religin dela Naturaleza, de la fuerza, de la juventud. Nunca el espritu ha estado ms lejos de la carne; la carne viva y elespritu somnolaba plcidamente alejado de enfermizas inquietudes. Nuestras almas son como el mar, como ltienen sus mareas, su movimiento de aproximacin y de retraimiento; sino que en ellas es al travs de lossiglos. Hay momentos en la historia de la humanidad en que las almas han estado a flor de piel, y es elmomento de las inquietudes, de los grandes pecados y de los monstruosos impulsos de santidad. El amor tieneel perverso encanto del pecado, y no es el amor, es algo macerante que puebla las noches demasiado castas decalenturientas aberraciones. En otros perodos, al contrario, el alma duerme y la carne reina. Entonces se amacon impudor inconsciente, las mayores aberraciones parecen juegos de nios egostas; apartan los humanos desu lado a los dbiles, a los deformes, a los tristes, y si alguna vez se mata es con un gesto magnfico de desdnpor la inutilidad de los viejos, de los enfermos o de los cobardes. En la India, en Egipto, en todos los pasesdel remoto pasado, fue el reinado del alma; en Grecia y Roma triunf el cuerpo y fue como un paseovictorioso de Venus y Baco a travs del mundo entre faunos, stiros, silvanos y tigres y panteras, montadaspor bacantes coronadas de pmpanos. En la Edad Media la carne torturada por el ayuno y las disciplinasagoniza entre alucinaciones, y el espritu bulle siniestro como un fuego fatuo: es el tiempo de los iluminados ylos posedos, de las brujas y de los quiromnticos, de Prelatti y Gilles de Rais.

    Cont, pues, Don Clodoveo, la historia de Hermafrodita, su peregrina belleza y cmo sorprendido en elmomento de baarse en una fuente situada en las cercanas del Halicarnaso por la indiscreta y seguramente nomuy pudibunda ninfa Salmacis, enamorose sta perdidamente del apuesto mozo. Describi los desdenes conque el doncel agobiara a la infeliz enamorada, y por fin la gracia que, presa de loca desesperacin, implorella de los dioses, de fundirse en una sola persona con su amado, y an hizo algunas veladas y discretasalusiones a cmo, concedido tal favor, conservara el nuevo ser los caracteres de ambos sexos.

    Hasta aqu habanse mantenido las cosas en las serenas esferas de las especulaciones estticas, perocomenzaba a llegar gente joven procedente del Real y de otras tertulias, y con ellos vientos revolucionarios.Las ltimas palabras del sabio prestronse a chirigotas, salieron a relucir ancdotas picantes, y las malaslenguas emprendieron la caritativa tarea de disecar a los amigos ausentes.

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 11

  • Doa Recareda Witiza, que acurrucada en su sillita de tijera, la inseparable labor de gancho entre los dedos ylas gafas en la punta de la nariz, haba escuchado la narracin embebecida y sin comprender muy bien aquellode los dos sexos, que, como lo de la manzana del Paraso, lo del sacrificio de Santa Mara Egipciaca, lastentaciones de los Padres del yermo y tantas otras cosas, era para sabido, credo y aun admirado, pero no paraque una mujer honrada metiese las narices en ello; comenzaba a sentir sobresaltos ante laspseudoprocacidades de la juventud.

    Doa Elvira era una institucin en aquella casa; lloviese o hiciese luna, helrase el aliento o asranse lospjaros, all estaba ella, sentada en su sillita de tapicera, sin darles paz a los dedos, escuchando atenta yalzando, cuando oa algo que le causaba gran efecto, los ojillos grises por cima de los redondos quevedos deplata. Bajita, menuda, lisa como una tabla, sin que ni pecho ni caderas acusasen su feminilidad, tena, pese asu frgil contextura, cierta apariencia masculina agravada por el rostro desproporcionado, demasiado grandepara la pequeez del cuerpo. Era el suyo un rostro largo, arrugado, bigotudo y hasta con algo de barba; lanariz de gancho; la boca grande, de gruesos labios y dientes caballunos, puntiagudos y amarillos, y la frenteanchsima, coronada de escasos cabellos grises, dbanle aspecto hombruno. Sabalo ella e irritada por aquellajugarreta de la naturaleza, exageraba lo menudo de sus gestos, ya harto dengosos, y atiplaba su vozarrn debajo profundo. Si bien con ello no consegua ser completamente femenil, en cambio adquira el ambiguoaspecto de esos viejos pulcros, atildados, untuosos, que pasean por los jardinillos de las plazas pblicas en lasprimeras horas de la noche su sonrisa hmeda y sus pupilas lascivamente escrutadoras. El sencillo hbito delCarmen que vesta siempre y los gruesos zapatones en que esconda sus pies, desentonaban con la eleganciade las damas que desfilaban por el saln; pero la condesa, verdadera gran seora a la antigua espaola, mujerde corazn, aleccionada adems por el destierro y los aos, era consecuente con sus viejos amigos y noolvidaba a los que fueron buenos con ella en los das de prueba; y si, mujer de mundo, acoga con una sonrisade benvola complacencia y una buena palabra a las elegantes que acudan todas las noches a casa de taMalvina, porque era chic y tena un gran aire hacer una paradita all despus del Real y de otras tertulias detrueno, guardaba las efusiones de su generoso corazn para sus amigas de siempre, y en boca de la dama aquelsiempre significaba muchas cosas.

    Era la tertulia de la condesa de Campazas cosa nica en su gnero. En primer lugar la composicin de laescena no tena nada de teatral. Aquello no era una decoracin para interior de casa grande (trmino de entrebastidores, que viene aqu como anillo al dedo). Ni reposteros blasonados, ni fantsticos retratos de guerrerosy obispos, ni armaduras histricas; nada. Fuera quedaba el estrado, ms solemne (aunque tampoco, a decirverdad, con pretensiones de feudal, si no ms bien tocado de la amazacotada elegancia que a mediados delsiglo XIX presidiera el triunfo de las plutocracias), con su zcalo de madera imitando mrmol, su techo defalso artesonado blanco y oro, las paredes revestidas de raso amarillo capiton, lunas encerradas en marcosenormes, araas y brazos de pared de cristal y bronce, pesados, de mal gusto y hasta un tanto de pacotilla, ymuebles grandes dorados, recargados de molduras, sin la suntuosa armona de Luis XV ni la gracia alada delLuis XVI; y en contraste con tanta cosa fea y como sello de la estirpe, dos retratos de Goya prodigiosos--uncaballero de ancha frente, penduliforme nariz y mandbula prominente, vestido con bordado casacn deterciopelo azul, y una dama pcara de ojos, golosa de labios, fosca de cabellera y morena de color, muy grcily movida en los albos tules de su traje, que se rasgaba en cuadrado escote mostrando el provocativo repujadode los senos--. Tambin veanse en la sala dos braseros, pues la condesa, pese al calor de las chimeneas, norenunciaba al clsico artefacto que, segn ella, fue su nico compaero en algunas veladas del destierro. Lasala tambin, a ltima hora, llenbase de gente; quedaba para los extraos, sin embargo, mientras DoaMalvina con los de su tertulia preferan el billar. Aquello ya era otra cosa, aunque tampoco un dechado debuen gusto, pues en aquellos das de mescolanzas de estilos en que triunfaban los muebles de Boule y losrasos abullonados, poca cuya caracterstica podra considerarse el reinado del tapicero, el mal gusto eraendmico; el billar tena un aspecto ms familiar, simptico y habitable. Sobre las paredes de damasco verdelucan algunos cuadros, casi todos modernos. Dos marinos de Montelen, una Sagrada Familia, que si nofuese por aquello de que la intencin salva, hubiese valido el fuego eterno a su perpetrador; unas monjas deFranco, dos cuadros pintados por la duea de la casa--paisajes de una Buclica feliz--una Concepcin decolorido chilln y otra atribuida con algn fundamento a Antolnez, el Malo. La mesa de billar, de troneras,

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 12

  • apareca cubierta por un pao de peluche rojo con aplicaciones de bordados antiguos, y los muebles, salvo lamesa, que cubra un tapete bordado tambin en oro y sedas, eran amplios y cmodos, tapizados de pao verdecon franjas e iniciales de pao negro.

    En aquel ambiente familiar encontrbase la condesa a gusto, rodeada de sus ntimos, sus fieles llambales ellacariosamente. Para ser admitidos en tal intimidad no eran menester sino dos cosas: talento y corazn. All lagente no era lo que representaba en el mundo, sino lo que mereca ser. No haba valores convencionales, queel gran espritu de bondad y de rectitud de la dama, defendidos por su prestigio y posicin, rechazaban, si novalores reales. Luego, a ltima hora, tocbale el turno a la feria de vanidades pero a prima noche sloformaban los elegidos.

    Componan la tertulia seis u ocho invitados a mesa (clsica, espaola, sencilla y abundante) y cuatro o cincoms que llegaban al caf. All, en primer lugar, y como uno de los habituales, Facundo Robledo, el granpoltico, el rbito de la Restauracin, haca pinitos literarios, deca chistes de su pueblo, y hasta alguna vez,excitada su confianza y buen humor por la cordialidad que flotaba en el ambiente, mostraba, como uno deesos modernos ilusionistas que fan ms en su arte que en la curiosidad del pblico, los secretos de la polticamenuda. All tambin Manuel Salgado, el estilista portentoso, abandonadas las palmetas de crtico y el cincelde artfice nico, contaba, con el gracejo de la tierra de Mara Santsima, cuentos subiditos de color. Junto aellos, el general marqus de San Florentn defenda los viejos moldes y recitaba con nfasis versos de DonJuan Nicasio Gallego, de Hartzenbusch y de Garca Gutirrez. El general era un escritor menos que mediocre,pero por aquellos tiempos de generales poetas y curas guerreros haba alcanzado gran boga, y as como eramoda entre las damas tener un retrato pintado por el duque de Rivas, ralo tambin guardar en el lbum detapas de peluche y bronce una composicin potica en que las Musas colaboraron con harta mala gana.Aquello era lo ms saliente de la tertulia; como discretos comparsas haba otras gentes oscuras, cuya nicarazn de ser era su amistad con la condesa; gentes que en el destierro fueron amables con la gran dama y quecuando hallbase sola ofrecieron el noble homenaje de las personas de corazn a las majestades cadas; unpintor de historia premioso, machacn, pesadsimo, acompaado de su esposa, mujer insignificante, y de suhija, una seorita redicha, que ahuecbase constantemente los pompones de la falda y abra y cerraba elabanico dengosamente a cada instante; Doa Recareda y dos o tres insignificancias ms.

    Y presidindoles a todos, con su aire inimitable de gran seora, fresco el rostro a pesar de los aos, losblancos cabellos cubiertos por la negra cofia, y por los hombros la manteleta de encaje, que prenda al pechocon antiguo broche de lapizlzuli y brillantes, la condesa sonrea, abanicndose lentamente con uno deaquellos admirables abanicos que constituan su pasin. Porque los abanicos eran su vicio: tenalos de oscuraconcha, incrustada de oro y plata a la moda del reinado de Luis XIV; de ncar, con soberbias incrustaciones,como los que en algunas escenas violentas de la Corte rompieran las blancas manos de la Pompadour; delargas varillas de marfil, con pintadas miniaturas, como los que entre los dedos de la Dubarry sealaron a losBorbones la ruta de la guillotina.

    Era la condesa de Campazas mujer de talento extraordinario: saba hablar sin pedantescos desplantes, pero conla autoridad que le daban los aos y la experiencia, y lo que es mejor, tena el raro arte de saber escuchar. Consingular gracejo pona el comentario, lleno de filosofa, o colocaba un chiste de buena ley, terciaba en lasdiscusiones acaloradas, suavizaba asperezas de juicios apasionados, velaba la broma con exceso subida decolor, y, sin ofender al maldiciente, echaba un capote por el ausente amigo.

    Aquella noche, sin embargo, las horas habanse deslizado gracias a la serena palabra de Don ClodoveoZurriola, con una placidez que, puesto que a ella contribuan las ninfas y pastores de la fbula, podemosllamar pastoril. An no haba acabado el sabio su disertacin y el grupo de oyentes (cuyas exclamaciones ydicharachos asustaban a la Witiza), engrosado, llegaba ya al saln.

    Iban llegando damas procedentes del Teatro Real, donde la Saralto haba cantado un Bale in Maschera, yjunto con ellas los muchachos que hacan su escala all antes de irse al Veloz a tirar de la oreja a Jorge, y los

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 13

  • viejos del palco de la Infantil, ms entusiastas de la bella tiple que de la pera, que, por no ser menos, seguanla misma ruta de los muchachos.

    Pero ni la voz admirable de la Bezk, ni los devaneos de la Sanz, ni los simpares gorgoritos de la Patti,consiguieron distraer la atencin del primer sujeto. Haba, por el contrario, tomado la palabra Ramn Alvarezde Simancas, uno de los recin llegados, y con su estilo jocoso, desvergonzado, haca la aplicacin de lafbula de Hermafrodita a algunos amigos y amigas ausentes.

    Alto, fornido, guapo, con varonil belleza, era arrogante, bravucn, rendido con las damas, a las que tratabacon una mezcla extraa de respetuosa pleitesa y atrevimiento, confianzudo, mirndolas siempre en mujer,nunca en seora; sencillo con sus amigos, altivo con los extraos, aficionado con exceso a cuentos ychascarrillos verdes. Constitua el tipo perfecto del antiguo elegante espaol, antes que el sport convirtiraleen una caricatura del extranjero, transnochador, aficionado a alternar con pelanduscas y toreros, dado a laburla, apasionado de la fiesta nacional, jugador y pendenciero.

    Contaba ahora la historia de cierta dama que, culpable de lesbiana pasin por una amiga suya, no habadiscurrido mejor ardid que en una noche de fiesta escabullirse del saln, merced al bullicio, e irse a esperarlaen su propio lecho.

    Y prosegua su historia, contando cmo cierto galn, harto audaz en lides de amor, y animado por no s quinsinuaciones de la dama, decidi seguir la misma ruta que la descarriada seora, y cmo, tras un discretodesposeerse de ropas en la oscuridad, habanse encontrado entre las sbanas, con los episodios a que tandonosa equivocacin dio lugar. El saln entero, convertido en Decamern por obra y gracia de aquelloscuentos dignos del seor de Bocaccio, rea de buena gana la desvergonzada aventura. La misma condesasonrea benvola; slo Doa Recareda, estremecida de horror, ansiaba que se la tragase la tierra para no verprofanados sus castos odos con tales aberraciones, y miraba a todas partes buscando la manera de escapar.Imposible. El saln rebosaba gente. Y qu gente!

    En pie, junto a la mesa de billar, la duquesa de Lorena escuchaba risuea, reverberando en el esplendor de sudistincin suprema. Era una belleza del norte, fra y dura, que por su boda con el duque de Lorena habavenido a ocupar uno de los primeros puestos en la sociedad madrilea, ciendo sus sienes, que en lejano pasde brumas oprimiera la diadema de los Prncipes mediatizados, con los ducales florones de los Grandes deEspaa. Tena un aire portentoso, una elegancia seoril que se reflejaba en sus menores gestos, una noblezainnata, inimitable. Su perfil correcto, enrgico, sus ojos dominadores y sus labios desdeosos, aislbanla enuna impenetrabilidad de diosa. El cabello castao caa sobre la frente en abundantes rizos, que escalonndosepor la cabeza, concluan en la nuca alabastrina en catarata de pequeos bucles; el seno blanco, nevado,emergiendo del cuadrado escote del vestido, serva de estuche a soberbio collar de perlas negras; el corpio deraso corinto oprima el talle inverosmil, y mientras por delante formaba largo pico sobre el delantal deterciopelo, de igual color que el vestido, bordado en dorados vidrios, por detrs formaba graciosas aldetas quecaan sobre los pomposos petits motives de raso, sostenidos, primero por el oculto polisn, luego por grandesgolpes de abalorios, y acabados por fin en larga cola redonda, pomposa, frufruante, prendida a la enagua dealmidonados encajes por grandes lazos de seda. Y completando el conjunto, tena brazos de estatua, queenfundados hasta el codo en las estrechas mangas, ocultbanse luego en largos guantes de Grecia; y poco msall, y compartiendo su atencin entre las historias y las tonteras que murmuraba a su odo Fernando Romn,Julia Rialta, morena, graciosa, vivaracha, ms morena an en el traje de gro rosa con grandes poufs lazados deterciopelo negro, triunfaba en su castiza gracia de madrilea neta. Junto a ella, Felisa Zamora sonrea, sonreasiempre con su eterna sonrisa estereotipada, contenta de su belleza de Ofelia, de sus cabellos de oro plido,que, tras partirse en dos rizos sobre la frente, formaban gruesa trenza en torno a la cabeza; de sus ojoscndidos, azules de cielo; de su blancura maravillosa de nardo, que luca entre el tul celeste del escote, enforma de corazn, y de su talle inverosmil. Era tonta, con tontera inofensiva de grabado de modas; ahoramismo, mientras los dems hablaban, ella estaba pendiente de no descomponer los frgiles pompones deplido matiz azulado, que sostenidos sobre la falda de pequeos volantes por guirnaldas de rosas salvajes,

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 14

  • constituan la obra ms elegante que sali jams de las manos de Worth.

    En contraste con ella, toda malicia, gracia e inteligencia, la baronesa de Montevideo, sentada en un puf turco,vestida toda de raso coral con guiones de terciopelo azul; menuda, frgil, los ojos verdes de gata, y el pelo deoro rabioso subrayaba los equvocos con risitas burlonas o haca comentarios cortantes como filos de cuchillo,y daba empujones con el codo a Escipin Cimarra, que pretenda compartir el asiento con ella.

    La Witiza se sinti anonadada. No poda salir! Y las cosas tomaban cada vez peor cariz. Ahora haban dejadoa un lado las historias burlescas y tocbale el turno a las narraciones truculentas. El marqus viudo de CasaGuzmn contaba cosas horribles, misteriosos hechos, fenmenos de transformacin, raros caprichos de laNaturaleza; descubra monstruos humanos, casos de locura... La conversacin despebase por los abismos dela pesadilla, y como en los cuadros de Bosco o en las aguas fuertes de Goya, iban y venan en raraszarabandas seres absurdos, criaturas hbridas, que se contorsionaban saliendo de lo grotesco para entrar en loslinderos de lo doloroso.

    Doa Recareda no pudo resistir ms, y ponindose en pie se despidi de la condesa:

    --Yo me voy.

    --Pero ha venido ya Rosendo--Rosendo era un viejo servidor de la Witiza--a buscarte?--interrog la damacariosamente.

    Habase dado perfecta cuenta del malestar de su amiga; si hubiese habido menos gente, hubiese intentadocortar la conversacin; pero con la casa llena era punto menos que imposible. Adems, no la gustaba actuar dedmine, y mientras permaneciesen en los lmites que marca la buena educacin, prefera dejarles en libertadde desbarrar.

    Doa Recareda minti por primera vez en su vida:

    --S, ya me han avisado.

    --Pues no he odo nada--murmur extraada la dama.

    Cruz la vieja el saln haciendo equilibrios para no pisar las colas que se abran en insolentes abanicos, yrepartiendo reverencias, que la Montevideo calific burlescamente de reverencias para uso de artistapedicure en Versalles, lleg al fin a la antesala, fra y destartaladota, adornada con dos o tres reposteros yalgunos bancos. All esperara. Que estaban los criados? Bah! Eran viejos servidores respetuosos, que laconocan bien y la rendiran pleitesa y que seguramente no contaran cuentos verdes delante de ella. Pero s,s! No contaba con la huspeda! Para evitar a las seoras la molestia del humo y para hablar con ms libertad,habanse salido all unos cuantos muchachos a fumar un cigarro, y en cuanto la vieron roderonla conafectuosas cuchufletas. Desesperada la infeliz, decidi partir, aunque hubiese de esperar en la escalera lallegada de su criado, y zafndose de sus manos, sali.

    Estaba de Dios que en ninguna parte pasase tranquila aquella infausta noche. Como a los viejos Padres deldesierto, Satans entretenase en ponerle a cada paso, ante los ojos, un cuadro de disolucin o una imagen depecado. En el ltimo descansillo de la escalera, Petra Galvn hablaba con Gaspar Monvar, y el calor con quediscutan y la distancia que les separaba no eran precisamente los exigidos por el recato. Doa RecaredaWitiza crey que su sola presencia tendra la virtud de separarles y hacerles tornar a los senderos del bien;pero se equivoc. La Galvn limitose a alzar sobre sus hombros, iluminados por los fulgores de soberbiocollar de esmeraldas, la amplia capa de seda blanca, forrada de albas pieles de cabra del Tibet, y dando unpuntapi a la cola de terciopelo caf, forrada de raso caf con leche y bordada en cuentas de colores, siguihablando como si tal cosa con el apuesto hsar, que a su vez limitose a pasar una mano acariciadora por la

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 15

  • sedosa barba negra, partida por raya central.

    Despus de poner su pensamiento en Dios, la buena seora tom una resolucin heroica. Se helara en elportal, pero prefera cualquier cosa a la contemplacin de tales vergenzas. Abri la puerta y... estuvo a puntode desmayarse. En el amplio zagun, enarenado, bajo la vacilante luz del farol central, los cocheros y lacayos,con sus gorras de visera y sus capotones oscuros, cubiertos por siete esclavinas de vivos chillones--el amarillo,el rojo, el verde de la herldica de librea--hablaban, y lo que es peor, retozaban con retozos de faunos salvajescon cuatro o cinco ninfas callejeras, que entre pellizcos, achuchones y encontronazos, rean, aullaban ybarbarizaban. La apocalipsis! Y para eso Dios haba redimido al gnero humano! Indudablemente el fuegodel cielo volvera a caer para arrasar tanto pecado como antao cay sobre las urbes malditas. Las ciudadesde Pentpolis quedaban en mantillas ante tanto vicio triunfante! Pero mientras las divinas llamas venan apurificar el fango, el ngel que haba de ser gua del justo (encarnado ahora en la vulgar figura de Rosendo) nollegaba, y Doa Recareda decidi irse sola. Todo menos quedarse all! Santiguose mentalmente, y comoquien en los horrores de un naufragio se echa al agua, lanzose a la calle.

    Deprisa, muy deprisa, con andares hombrunos, subi la calle de Segovia. Por aquel camino, cruzando la de laPasa, la Plaza del Conde de Barajas y la Escalinata, en un momento estaba en la Plaza Mayor, y de all alPostigo de San Martn, donde viva, no haba ms que un paso. El camino rale harto conocido, y lo modestode su atavo la ayudaba a pasar desapercibida, de modo que, fuera de los encuentros con las nocturnaspalomas y con algn rezagado borracho, nada haba que temer.

    En Puerta Cerrada respir. Pese al valor que procuraba infundirse repitiendo a cada paso y como entreacto alas oraciones que rumiaba para impetrar auxilio de la Providencia frases alentadoras: Estoy a un paso decasa. En dos minutos estoy en mi calle. A lo mejor me tropiezo con Rosendo. Iba temblorosa y llena depavura. Las extraas historias odas en casa de la condesa bullan en su cerebro, poblando su imaginacin deraros monstruos. Las escenas ms absurdas--escenas de Sabat en que se mezclaba lo lbrico y loterrible--aparecanse ante ella con una claridad de linterna mgica. Como las monjas posedas por el Malo dela Edad Media, vea poblarse la noche de seres absurdos, inclasificables, dotados de los ms extraos eindescriptibles atributos. Y los monstruos enlazbanse y desenlazbanse en nunca vistas combinaciones,hacan muecas lascivas o burlonas, tejan guirnaldas de cuerpos deformes, y entre aullidos y risotadas, quesonaban alucinantes en sus odos, se desvanecan en las tinieblas.

    Apret el paso, y cruzando rpida el callejn de la Pasa, lleg a la Plaza del Conde de Barajas. Al desembocaren ella sinti una impresin de inmensidad o de vaco y se detuvo con el corazn oprimido por sbitaangustia. Parecale hallarse ante un precipicio sin fondo, abismo de negruras o enorme lago de quietas aguasturbias y verdosas; o mejor an, haber llegado a la inmensa plaza de una ciudad muerta, donde no quedaban nivestigios de la vida remota que en ella debi haber antao. La atmsfera transparente y fra y el cielo de unaserenidad polar, contribuan a la sensacin de soledad y quietud mortuorias. Dominose; santigundose cruzla pequea explanada y tom la calle de Cuchilleros. Helada de espanto torn a pararse. Ahora escuchaba trasde ella pisadas, pero no unas pisadas vulgares, sino unas pisadas opacas, silenciosas, pisadas de orangutn, desecubo o de personaje felino. Permaneci quieta, sin atreverse ni aun a respirar; pero como nada suceda y laspisadas parecan haber cesado, hizo un esfuerzo y mir atrs. Nada. Riose de su miedo y continu la ruta.

    En los escalones que suben a la Plaza Mayor dorman, hacinados, miserables trotacalles, golfos y pordioseros.Entre los montones de andrajos surgan de vez en cuando caras barbudas, enjutas, amarillentas, dignas de losviejos mendigos de Rivera; deformes rostros de goyescas zurcidoras de gustos, trgicas caretas pintarreadasde vendedoras de amor. Pareca aquello los despojos de un campo donde en una noche de aquelarre se hubieselibrado una batalla. Un hedor a suciedad y miseria flotaba sobre los durmientes, apestando el aire. Y, sinembargo, Doa Recareda Witiza respir satisfecha. Se encontraba ms segura all que en la soledad de lanoche, perseguida por los trasgos evocados en las fatales conversaciones de casa de su amiga.

    Al desembocar en la Plaza Mayor y cuando ya casi se conceptuaba segura, tropez con un grupo de mozas del

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 16

  • partido que se dejaban conquistar por unos arrieros. Trat de esquivarles y ellas, que notaron la maniobra,empezaron a lapidarla con groseras cuchufletas. Huyendo de la rociada, la dama cruz a los jardinillos. All laluz era ms escasa; los faroles, con sus temblorosos mecheros, no bastaban a disipar las tinieblas, y rboles yarbustos adquiran apariencias fantasmagricas. La Witiza redobl el paso; de pronto surgieron ante ella treshombres. Vestan a la moda chulesca: de ancho sombrero y capa uno de ellos, a cuerpo, con altas gorras deseda que dejaban escapar los tufos peinados en persianas sobre las sienes, los otros dos. Deban de serborrachos, por cuanto despedan un olor a vinazo que tiraba de espaldas. Uno de los tres, el de la capa y elsombrero cordobs, cortola el paso, y plantndose ante ella, salud jacarandoso:

    --Ol las mujeres!

    Doa Recareda, dando un rodeo, procur zafarse; pero cuando ya lo consegua, los otros dos la cogieron porlas faldas:

    --Desprecios? Recontra con la seora! A nosotros no nos desprecia naide est ust?

    Indignada y aterrada a un tiempo, conmin:

    --Sultenme ustedes!

    El vozarrn hombruno son ms bronco y spero que nunca.

    Ellos parecieron ligeramente desconcertados. El ms entero de los tres sac una caja de cerillas, yencendiendo una con no poco trabajo, la aproxim al rostro de la asustada seora.

    Un triple juramento, brbaro, grosero, sali de las tres bocas:

    --Remonche, si es un to!

    Aprovechando el primer momento de asombro, la Witiza consigui librarse de ellos y ech a correr con todala fuerza de sus piernas; pero pasada la sorpresa, los otros, con el tesn y la tozuda pesadez de los borrachos,echaron tras ella gritando:

    --A ese! A ese!

    Al estrpito de los gritos y carreras, las prjimas y sus adoradores lanzronse tambin a la persecucin deDoa Recareda, y al fin consiguieron detenerla en el momento en que jadeante, prxima a desmayarse, sehaba detenido. Todos la interrogaron a la vez:

    --Pero qu pasa?

    --Qu, lan quero rob?

    --Los guindas?

    Con palabra entrecortada, comenz:

    --Es que... que...

    Pero llegaban sus perseguidores:

    --Que es un to que anda disfrazada de mujer!

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 17

  • El grupo prensose curiosamente en torno de la infeliz. Seis o siete voces distintas formularon otras tantaspreguntas:

    --Un ladrn?

    --Un alcahuete?

    --Un guasa viva!

    -Un...

    --Un to faroles que anda buscndole tres patas al caballo de bronce!

    --Soy una seora, y hagan el favor de dejarme en paz!

    El vozarrn son bronco, spero. Uno imit el rugido de un trombn. Otro anunci con cavernoso sonido:

    --Paso! Paso, que es doa Trueno!

    Aunque tarde, comprendi que su voz empeoraba la situacin, y trat de dulcificar el tono, consiguiendo sloaflautarla:

    --Djenme, por Dios! Soy una seora...

    Una voz de tiple gimi burlona.

    --Ay, mam, que me comen, que me comen!

    Y otra, tambin con relamido acento:

    --Ay, Jess!

    Trat de imponrseles:

    --O me dejan o llamo.

    Pero sus enemigos encendan cerillas y estudiaban su rostro hombruno, adornado de barba y bigote.

    --Es un hombre!

    --Un to!

    --Ladrn gorrino!

    --Asqueroso!

    Las mujeres eran las ms indignadas. Convertidas en furibundas arpas, azuzaban a los hombres:

    --Arrastrarle!

    --Matarle!

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 18

  • --A darle una paliza que lo deslome!

    Enloquecida de miedo, gema:

    --Soy una seora! Por Dios! Por Dios!

    Una de las hembras tuvo una idea luminosa:

    --A verlo! Desnudarle!

    Diez manos audaces se posaron en ella para consumar el sacrificio; pero atrados por el escndalo, acudan yael sereno y unos guardias:

    --A ver si sus llevamos a la Delegacin! Qu escndalo es este?

    Todos quisieron explicar a la autoridad su accin vindicadora:

    --Es que...

    --El to este...

    --Nosotros...

    Una, ms expedita, narr el suceso:

    --Es un to marrano que anda con faldas.

    Doa Recareda, casi sin fuerzas ya, protest dbilmente:

    --Soy una seora!

    Pero el vigilante nocturno, escamado por la voz de bajo profundo, haba aplicado la luz al velludo rostro ylanzaba una exclamacin:

    --Pues s que es un tiu!--Y como ella an intentase un postrer esfuerzo...--Hala para all; en la Delegacinveremus!

    En aquella crisis de espanto, algo absurdo, inaudito, sucedi en el cerebro de la infeliz seora. Las historiasodas cobraron realidad; los monstruos quimricos se animaron con calenturienta vida. Ella no era DoaRecareda Witiza, la honesta y noble dama, era uno de aquellos seres ambiguos, insexuados, hbridos, de lafbula. Y de pronto se irgui, y con los ojos fulgurantes como los de una iluminada, apostrof a sus sayones:

    --Atrs, canallas! Yo soy la hija de Hermes, hijo del Cielo y de la Noche, y de la divina Afrodita, hija deUrano y el Mar! Soy Hermafrodita!

    Y cerrando los ojos rod por tierra.

    FICHAS ANTROPOMETRICAS

    EL HOMBRE DE LA MUECA EXTRAA

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 19

  • --La fbula de Prometeo creando la estatua e infundindole vida. Pero esta vez animndola no con el fuego delcielo, sino con llamas robadas qu s yo dnde, creo que al mismsimo infierno, a Satans en persona; unfuego maldito de locura, de pecado, de horror; en fin, algo escalofriante, terrible, ultramoderno...

    --Poe?

    --No. Poe es demasiado metafsico y la historia de Guillermo Novelda es ms pedestre; no hay nada que nosea explicable, fcil, comprensible; pero al mismo tiempo se unen de tal modo en ella la locura, el vicio y elmiedo, que llegan a un paroxismo de horror alucinante.

    --Vamos, como en Teresa Raquin.

    --No, tampoco; Zola resulta excesivamente sucio y no tiene el instinto de la esttica. La muerte de Guillermoes algo tan tremendo, tan trgico, que sin querer hace pensar en los posedos del demonio. Justamente, eso fuel, un posedo del demonio de la lujuria. Quiso asomarse al abismo en que el monstruo de los cien tentculosdorma, bajar al fondo del mar para contemplar la sepulta ciudad de Is y qued prisionero para siempre. Tuvouna hora de supremo goce, y luego fue resbalando hasta caer en la muerte.

    Nos habamos reunido en el despacho de Gustavo Mondragn, a pretexto de tomar una taza de t y charlar,unas cuantas damas y algunos amigos, enfermos todos de literatura.

    Anocheca. Fuera, entre hilos de lluvia que caan con monotona abrumadora, finaba el crepsculo de un dainvernal, fro, gris y tristn, en que el cielo plomizo se reflejaba en los grandes charcos de la calle. Dentro, unapenumbra temerosa iba invadiendo los rincones.

    El despacho era el de un artista, el de un refinado, quizs el de un decadente, pero sobrio, sencillo, sinestrafalarias suntuosidades de novela. Nada de emular las magnificencias de Bizancio, ni los estticos alardesde Corte de los Mdicis, ni siquiera las, elegancias del XVIII francs; menos an uno de esos rebuscados yartificiosos decorados del snobismo moderno; limitbase a ser grande, alto de techo, con amplio ventanalsobre un jardn vulgar. Damasco verde oscuro cubra los muros; los muebles eran ingleses, de cuero; en unrincn, un gran divn de damasco agobiado de almohadones, hechos con viejos brocados; dos bibliotecas decaoba y bronce encerraban libros de Poe, de Baudelaire, de Wilde, de Essebacc, de D'Anunzio, de Moreas, deRollinat, Lorraine, Rodenbach, Verlaine, Rossetti, Ekheold, Rachilde--la flor y nata del decadentismo--, conraras encuadernaciones; sobre las libreras, por cima de la chimenea del escritorio y de las mesillas volantesque llenaban la habitacin, veanse retratos de aristocrticas damas, de actrices, de aventureras, de mujeresfamosas en el mundo de la galantera, de tenores, de grandes artistas, de literatos, de toreros, de acrbatas, conpomposas dedicatorias o extraas frmulas; mezclados con ellos algunas armas antiguas--dagas de puoenjoyado y puales cuya adamasquinada hoja triangular se hunda entre las pginas de un libro--y algunosbarros y porcelanas antiguos, y, por fin, sobre el damasco de los muros y pendientes de largos cordones deseda, unas cuantas acuarelas y algunas aguafuertes. Nada de Moreau, ni de Goya, ni de Durero; por elcontrario, eran obras de principiantes, obras ingenuas, demasiado brillantes de color o sombras con exceso,pero en que la fantasa, exaltada por cierto perverso intelectualismo y sin el freno an de la experiencia y deltemor a los juicios del mundo, galopaba por campos de quimera. Las tres ciudades del pecado, Salom,Belkis y Cleopatra, unos interiores de manceba muy goyescos, algunos personajes mitolgicos--Gaminedes,Narciso, Hermafrodita--interpretados de un modo ambiguo, y unas imgenes alucinantes de brevariomedioeval.

    Sobre aquel fondo propicio, destacbanse las figuras actuales. En primer lugar, Lidia Alcocer y NievesSigenza, presidiendo la asamblea, sentadas en el divn; en torno a ellas las dems.

    Lidia Alcocer era una belleza provocativa. Sin ser exuberante, ms que moldeada podasele decir repujada enel traje de terciopelo negro muy llamativo, muy cocotesco, con demasiadas pieles y demasiados encajes. El

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 20

  • rostro absurdamente maquillado era excesivamente blanco, excesivamente rosa, tena ojeras azules con excesoy labios que sangraban exageradamente embadurnados de pintura. El pelo teido de rubio oro (blond d'or,goold watter) rizbase artificialmente bajo la toca empenachada de enormes plumas. Aunque frisaba en loscuarenta, en extravagante contraste con aquel rostro de cortesana de Alejandra vestida a la moda de Pars,posea dos ojos de mirada cndida, luminosa y azul, que saban mirar con ternura apasionada.

    Nieves Sigenza encarnaba otra modalidad femenina. Firme tambin de lneas, pero ms mujer y menosmueca, era mimosa, ondulante, gatuna. Tena un rostro inquietante que destacbase a modo de careta dealabastro azulado, traslcida, bajo una cabellera de bano tallado en grandes bucles, y en contraste absurdo,como puestos en aquella mscara de Pierrot por el capricho de un artista atrabiliario, unos labios rojos,gruesos, golosos y sensuales, rean provocativos, y engarzados en dos levsimos trozos de azabache quefingan las pestaas, dos tostados topacios de cbala lucan a modo de pupilas. Por fin, completaban la extraaincongruencia, un lunar de terciopelo que se destacaba frvolo y galante sobre el libor de la trgica mascarilla.Ms complicada y erudita, el amor era para ella un espejismo de sus secretos ensueos, y saba hacer decualquier coqueteo vulgar un idilio de Tecrito, y de la ms prosaica aventura de encrucijada una historia dePoe o un cuento de Lorrain.

    Frente a ellas, sentada en un silln, las manos cerleas cruzadas sobre el regazo y los ojos azules perdidos enla vaguedad de un ensueo, Nora Halm, una noruega de abombada frente y rubias trenzas de Gretchen debalada, que peinaba formando dos rodetes sobre las orejas, escuchaba con atencin meditativa. Muy mujer, unpoco sentimental, posea, en contraposicin con la exuberancia de las otras, una alegra serena, un callado artede saborear la vida, aprendido en los interminables inviernos pasados en la mortuoria tristeza de los fiords.

    Junto a ella, Beni Rosal fumaba cigarrillos turcos, y de vez en cuando rea con su risa seriecita de buen chico.Aquella muchacha con el pelo corto, peinado en raya, el rostro fino, un poco alargado, el atavo sastre y el altocuello almidonado, tena una allure muy varonil, que subrayaba con la brusquedad del gesto y cierta dejadezmasculina.

    Eran los dems contertulios, Pepito Montesa, un pintor adolescente que tena el gesto rgido, de esas figurasetruscas que ilustran los vasos encontrados en las excavaciones; el conde de Medina la Vieja, el seorHeliogbalo, siempre con su inquietante apariencia de personaje de ultratumba invitado a una fiesta deespritus; Julito Calabrs, abracadabrante en su atavo fasshionable, y Jaime Sigenza y Gregorito Alsina.

    Hablaban del caso de Guillermo Novelda. Lidia Alcocer fue la que sacara la conversacin. Ella haba amadomucho. En un tiempo, su frgil belleza de mueca realzada con la estrepitosa elegancia, fue el ornato de lossalones. Su gracia, su ingenio, su hermosura, la hizo ser deseada y, piadosa, no supo negarse. El Club enteropas por sus brazos. No exiga de sus amantes sino una condicin: la elegancia. Jvenes o viejos, altos obajos, rubios o morenos, chatos o narilargos, a todos saba encontrarles una gracia especial, un oculto encanto,un chiste, un no s qu... Con lo nico que era inexorable era con el chic. Y los hombres se la disputaron entreel odio y la saa de las dems mujeres. Hubo desafos, suicidios, broncas, escndalos. Pero envejeci y losamantes escasearon, fueron menos fieles, menos constantes; entonces la Alcocer entregose en alma y cuerpoal espiritismo. Las cosas misteriosas del ms all la atrajeron con su peligroso encanto y su escalofrianteinters, que sacuda sus nervios de detraque con nuevas emociones. Adoraba las historias de fantasmas yaparecidos y gustaba de contarlas y orlas contar, sin perjuicio de luego, en la soledad del lecho (oh crueldadinexorable de los aos!), estremecerse de miedo, y, tapndose la cabeza con las sbanas, santiguarse muydeprisa. Cada vez que mora un amante (cosa que, tratndose de una seora que tuvo tantos, forzosamentetena que suceder con harta frecuencia), Lidia sufra un ataque de terror ante el miedo de su visita, ataque queslo se extingua cuando al correr de los das, el difunto, bien hallado de su nuevo estado, defraudaba lasesperanzas de la dama. Pero cuando el espanto de sta lleg al paroxismo fue cuando el suicidio de PepeMadariaga. Aunque ella nada tena que ver, pues las causas fueron el tapete verde, cierto Don Isaas Iscarioteque practicaba la usura y una pjara francesa, metisela en la cabeza ser la razn del drama. Pas nochesatroces en que a cada instante crey ver la sombra del difunto, y hubo momento en que pens en la

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 21

  • conveniencia de implorar al sereno.

    Ahora, como siempre, haba sido ella la que en los azares de la charla evoc aquellas cosas. Rodando, rodandola conversacin, haba llegado a Guillermo Novelda, y Gustavo Mondragn, gran amigo suyo en vida, contabael sucedido.

    --Yo no s si ustedes se acordarn bien de Guillermo...

    --No habamos de acordarnos!--habl Lidia--. Era un artista, msico, literato, pintor, escultor... y, al fin,moldeador de figuras de cera. Todava recuerdo las palabras con que explicaba su amor a esos muecos. Elmrmol o el bronce--deca el pobre Noveldason demasiado inmutables, y, como tales, se alejan mucho de lanaturaleza humana; en cambio, la cera es ms dctil, se transforma insensiblemente, palidece, envejece... Unaestatua siempre es un trozo de mrmol o de bronce, mientras que una figura de cera, una vez creada, tienevida, nos acompaa, nos habla en el silencio de la noche, y, sobre todo, sabe escuchar...

    --S; Guillermo fue un gran dilettante de todas las artes.

    Lidia protest con vehemencia:

    --Dilettante no; un artista, un verdadero artista. En sus obras hay chispazos, llamaradas de genio...

    --Justamente--concedi Gustavo, razonando con las palabras de la dama--. Llamaradas, chispazos, pero nadams. Un contraste de color, la ejecucin de un trozo al piano, la mueca de un rostro, la crispacin de unamano, el detalle de un aguafuerte... Fue un genio fracasado; su obra maestra qued por hacer. Dej retazos,fragmentos, bocetos; pero todo incompleto, inacabado. Por eso digo que no fue sino un dilettante, genial siustedes quieren, pero al fin y al cabo nada ms que un dilettante.

    --Y las figuras de cera?

    --En eso, s--asinti Mondragn--En las figuras de cera fue un artista nico. Ese arte, pueril y complicado a untiempo, le tent siempre. Puso en l una inspiracin enfermiza, malsana, que rimaba a maravilla con lamateria prima.

    Lidia Alcocer se estremeci al recuerdo. Casi temerosa, interrog:

    --Ustedes llegaron a ver el museo? Yo no le olvidar nunca. Jams he visto nada ms atroz, msimpresionante, que aquella coleccin de muecos. Casi todos eran personajes de novela pero con una vida!con una expresin! Haba caras monstruosas, deformadas; caras de idiotez, de lujuria, de gula; otras aviesas oamenazadoras; algunas con una expresin de angustia suprema. Cuando me las ense estuve mala tres das;luego, so con ellas mucho tiempo--. Y aadi a modo de conclusin:--Era un gran artista!

    Gustavo sostuvo tercamente:

    --Un gran dilettante.

    Nieves terci en defensa del amigo muerto:

    --Pues lo que es simptico lo era y de verdad.

    --Eso no quiere decir nada. Ya sabe usted la teora de Oscar Wilde: El slo hecho de publicar un libro desonetos mediocre hace encantadora a una persona. Vive el poema que no supo escribir, as como otrosescriben el poema que no supieron vivir. Guillermo vivi el arte que no supo crear.

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 22

  • --Qu agradable y qu divertido era!--insinu la rubia Nora.

    Beni adhiriose a la opinin de su amiga:

    --Encantador.

    Nieves, ms psicloga, dio una opinin complicada, en consonancia con su laberntica espiritualidad:

    --Era muy simptico, con aquella alegra ruidosa, comunicativa, en cuyo fondo haba como un yacimiento deamargura, una tristeza un poco irnica, un desdn compasivo para las flaquezas de los dems y para suspropias flaquezas. Y era artista por naturaleza, artista del gesto, de la palabra, de la idea. Posea el secreto deencontrar belleza en todo, una belleza refinada, quintaesenciada; una belleza de contraste que estaba en susojos de l y que saba hacer sentir a los dems. Pareca superficial; pero lo ntimo de su espritu...

    --Yo, que he ambulado por ah con l a las altas horas de la noche--interrumpi Gregorito Alsina--, podrahablar mejor que nadie. La verdad, cre que era posse, pero su muerte trgica fue la firma que sell laveracidad de todo ello. Guillermo tena como nadie el arte de saborear la sensacin. El analizaba, escrutaba,buscaba el por qu de las cosas, el origen de las ideas, de los deseos y hasta de los impulsos generosos. Eraimplacable con todos y con todo. Su alma misma complaciose en someterla a cruel autopsia y exponerla luegoa la vergenza. Y en el fondo, qu cruel escepticismo!

    Callaron todos un momento, y luego Gustavo reanud:

    --Pues ya se acordarn ustedes que primero le dio por frecuentar los salones, donde le acogieron en palmas. Lavida fcil, alada, insustancial; la moral harto elstica y convencional, la frvola perversidad de todas aquellasgentes, le encantaron. Luego sinti la curiosidad de los viajes. Fueron unos viajes en que, segn el mismo, nohizo ms que buscar el escenario en que vivir sus novelas; viajes incongruentes, en que unas veces apareca enlas misteriosas ciudades del remoto Oriente y otras en las estaciones de moda. Yo casi llegu a creer quedbase esas caminatas por el gusto de epatarnos con una acuarela exuberante de color desde la India, unanarracin misteriosa desde el viejo Egipto, un cuadro de decadentismo ultramoderno desde la Costa Azul, ouna de esas turbadoras aguafuertes de apaches y trotacalles desde Pars o Londres. As recorri la India,China, Persia, Egipto; rehizo el Calvario, busc las huellas de las ciudades del Pentpolis, so con el Templode Salomn y las magnificencias de Tadmor, y un da...

    Y un da desapareci. Por lo menos desapareci para todo el mundo; pero yo, que estaba unido a l porantigua y sincera amistad, an segu recibiendo vagas noticias de l. Primero unas postales fantsticas desdeCeyln, unas postales en que me hablaba de triunfos misteriosos, en que deca haber encontrado el Parasoterrenal; despus unos renglones desde Pars, deslabazados, inconexos, que reflejaban un vencimientoabsoluto, un descorazonamiento sin lmites, y por fin nada. Ces toda correspondencia e ignor su paradero.

    Un ao despus y otoando en la capital de Francia, supe casualmente sus seas. Al da siguiente meencamin a visitarle. Viva al otro lado de los puentes, en una calle del viejo Pars, junto a la rue del'Universit, que viene a ser al bullicio de los bulevares, por su calma provinciana, su poco trnsito y lovetusto de las edificaciones, lo que la Plaza del Conde de Aranda a la Puerta del Sol. Camin un rato entre losaltos edificios de piedras grises y uniformes, rasgados por grandes ventanas; en la calle silenciosa resonabanmis pisadas sobre el asfalto; los grandes portones con pesadas aldabas de bronce, permanecan cerrados,mudos y misteriosos, como si guardasen el secreto de otras vidas arcaicas, que permaneciesen estacionadas, ymi imaginacin me ofreca extraas imgenes, cuadros de la vida que fue. Parecame que al travs de losvidrios de emplomados cuarterones, divisaba viejos estrados Regencia de raso amarillo o verde musgo, congrandes sillones de talla y panzudas consolas, que sostenan bajo fanal un reloj rematado por amorosa escena,y flanqueado por dos jarrones con flores de cera. En el saln haba un clavicordio, y una damiselamomificada, vestida con pomposas sedas, polvorientas y desvadas, pasaba por el teclado amarillento sus

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 23

  • manos de esqueleto, entonando una romanza sentimental; mientras, un galn, no menos acartonado, aguardabainclinado hacia ella, para pasar las hojas del papel de msica, y en una bergre, junto a la chimenea apagada,dorma un viejo caballero de blanca peluca y casaqun bordado.

    Por fin tropec con la casa de mi amigo. Era uno de esos amazacotados y sombros hoteles, construidos a lamoda del reinado de Luis XIV, entre patio y jardn, que sirvieron de morada, a fines del siglo XVIII yprincipios del XIX, a la aristocracia de la toga. Era pequeo, macizo, con ventanas estrechas, casi siniestro,sin adorno alguno en la fachada. A un lado y por encima de alto muro, divisbanse algunos rbolescentenarios, que aumentaban an el aire de tristeza de la casa. Vacil un instante, sobrecogido por el aspectolgubre de la morada que haba ido a elegir Guillermo, y al fin, con sbita decisin, llam.

    Pas un rato, y cuando comenzaba a desesperar temiendo haberme equivocado, la puerta gir silenciosamentey en el dintel apareci un hombre:

    --T!

    --T!

    Era Guillermo en persona. Vesta un pijama a rayas blancas y amarillas, y al primer golpe de vista me parecidemacrado y envejecido. Al verme haba esquivado un gesto de sorpresa; pero ahora, dominndose, sonreaforzadamente. No caba duda, mi presencia all le sobresaltaba penosamente, como si acabasen de descubrirun secreto que desease tener oculto. Cortado ante la glaciedad de aquella recepcin, balbuce:

    --Si te molesta mi visita...

    Dueo de s mismo, hall los tonos de su antigua cordialidad.

    --Molestarme?... Qu disparate! Ya sabes que te quise siempre... Es que al primer momento tu llegada me hasorprendido, pues ni remotamente la esperaba.--Y luego anim:--Entra, entra...

    Penetr en la morada misteriosa y los batientes de la puerta cochera cerrronse tras de m. Guillermo explic:

    --Estoy solo, sabes, y por eso te he abierto yo mismo.

    El zagun era grande, lbrego. Haba all un fuerte olor a humedad, a moho, caracterstico de las viviendasabandonadas. Haca fro, y mi amigo, tiritando, me propuso:

    --Vamos arriba. Todo esto est helado.

    La escalera que arrancaba del zagun partase al llegar al primer descansillo en dos ramales. Era una escaleraseoril, con bveda de cristales que la suciedad haba empaado y oscurecido. Los muros agrietados tenanpor todo adorno escudos de armas labrados en yeso, rotos y maltrechos, que alternaban con misteriosasventanas de cerrados postigos. El pasamanos de terciopelo rojo caase a pedazos, y sobre los escalones demadera pintados de blanco, que con los aos haba tomado un tinte crema, vease la seal de una alfombra quedebi de haber en otros tiempos.

    A media escalera not que mi amigo jadeaba; pero como al mirarle con el rabillo del ojo vi pintada en suslabios la misma forzada sonrisa que mostraba los dientes largos y amarillos, no me atrev a decirle nada yseguimos subiendo. Cruzamos dos o tres salones que parecan surgidos all a la evocacin de mis sueoscallejeros. Eran los viejos estrados que mi imaginacin colocara tras los cerrados postigos; muebles LuisFelipe, de bano, tapizados de reps granate, verde o azul, grandes, amazacotados, exentos de toda gracia;cmodas de Boule, horarios de pesas, cuadros de campestres paisajes, muy mal pintados, muy relamidos, con

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 24

  • sus riscos de mazapn y sus corderillos de cartn piedra, y pesados cortinajes, llenaban las estancias,cuadradas, vastas, altas de techo. Sobre todo ello haban cado inexorables los aos; los sofaes, rotos,despanzurrados, mostraban el pelote y los desvencijados muelles; los muebles, descascarillados, arrancadaslas incrustaciones, yacan rajados, con el mrmol partido; los cronmetros, parados en horas misteriosas; loscuadros, cubiertos de polvo, y en el rgido abandono de las cortinas, no s qu inquietante secreto. De lasbvedas, cubriendo los ngulos y enlazndose con las pesadas lmparas de cristal y bronce, pendan telas dearaa. Por todas partes reinaba una semipenumbra temerosa y un acre, violentsimo, olor a humedad.

    Guillermo se disculp:

    --Perdona, chico: pero no he tenido tiempo de arreglar la casa y est como la encontr al alquilarla.

    Despus, abriendo una puerta y dejndome paso murmur:

    --Mi estudio.

    El cuarto era mayor que los anteriores. Al travs de una vidriera entraba la luz tristona del patio; slo unrincn pareca haber sido arreglado; all haban colocado un amplio divn hecho con tapices de Smirna, pielesde oso y de cabra del Thibet, y almohadones de bordadas sedas orientales; junto a l una mesilla de bano ymarfil, y defendindolo todo, un biombo de tapicera, sobre el que caa al desgaire antigua capa pluvial debrocado. El resto de la estancia corresponda en decorado y adorno al de lo dems de la casa; pero por todaspartes veanse en revuelta confusin, tiradas, cubiertas de polvo, dejadas de cualquier modo, obrascomenzadas en un momento de inspiracin, abandonadas luego en el desaliento de una impotencia absoluta.Cuadros empezados y sin concluir; luego estatuas inacabadas, rotas, maltrechas, sin brazos ni cabeza; trozosde cera comenzados a modelar y abandonados luego en una monstruosa deformacin, y por fin, sobre la mesadesordenada y polvorienta, cuartillas garrapateadas, libros deshojados... Respirbase all una atmsferaenrarecida, cargada de humo, de aroma de opio, de perfumes violentos y de ese extrao olor a cera quemada yflores marchitas que se respira en las cmaras mortuorias.

    Novelda dejose caer en el divn; pareca aniquilado por el esfuerzo; estaba lvido, jadeaba y sin dejar detiritar, gruesas gotas de sudor resbalaban por su frente; sus cabellos se pegaban a las sienes y sus manostemblaban levemente. Con un gesto cansado me seal una butaca. Luego suspir, sonriendo con la sonrisadolorosa que ahora pareca no abandonarle nunca:

    --El amor cansa mucho!

    As el cable y deseoso de provocar una conversacin que disipase la glaciedad que haba en la atmsfera,echeme a rer bromeando:

    --Por eso tem haber llegado en mal momento: que estuvieses con alguien o esperases alguna visita...

    Movi la cabeza negativamente:

    --Mi amor est siempre conmigo.

    Extraome la frase, pero deseando distraerle y sacudir a mi vez cierta inquietud indefinible que me azoraba,comenc a hablar de unas cosas y otras. Pareca como adormilado, dndome la sensacin de que supensamiento estaba muy lejos de all. Mientras charlbamos le examinaba disimuladamente; parecaimposible que aquel hombre fuese el mismo Guillermo Novelda que yo conociera antao, alegre ydicharachero! Bajo la liviana seda del pijama marcbase la osamenta; el rostro demacrado tena un colorplomizo, y los ojos mortecinos brillaban en el fondo de dos profundos surcos amoratados.

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 25

  • Le interrogu a boca de jarro:

    --Fumas opio? Aqu huele a l.

    --A mi Lady le gusta el olor del opio.

    Otra respuesta cabalstica! Tras ella quedamos en silencio largo rato. Guillermo pareca nervioso, inquieto,como si fuese presa de una lucha interior. Al fin, en la resolucin del gesto adivin que acababa de decidirse aalgo trascendental. Encarose conmigo:

    --Te voy a contar la verdad, toda la verdad.

    Sent una sacudida elctrica, fro en la raz del pelo, un temblor que me corra por la espalda. Qu atrozhistoria iba a escuchar? Qu abismo del corazn humano iba a abrirse ante mis ojos?

    --Ah, mi historia!--prosigui Novelda--. Mi historia es algo extraordinario y vulgar, encantador y terrible.Mi historia! Si yo hubiese vivido en la Edad Media puede que la Inquisicin me hubiese quemado comoposedo, como uno de esos brujos que hechizaban a las gentes clavando una aguja en el corazn de un muecode cera y bailando luego ante el Malo en las noches de aquelarre; si tuviese familia, quizs me encerrasen enuna casa de salud... y sin embargo, en lo que me sucede no hay nada de extraordinario ni de inexplicable.

    Hablaba ahora con calor. Sus ojos brillaban hmedos y pasbase nerviosamente las manos por los cabellosque deban erizrsele.

    Reanud:

    --Te acuerdas de m en otros tiempos? Yo era el prototipo del hombre feliz: alegre, incansable, dispuestosiempre a divertirme... Todo el mundo (para qu falsas modestias?) me encontraba encantador, divertido,insustituible. Un poco poseur...

    Hizo una pausa, durante la que pareci meditar. Al fin sigui:

    --La pose... Si yo te dijese mi creencia de que en realidad la pose no existe? La cultivamos ms o menos, lacombatimos con armas de vulgaridad o la exaltamos con venenos sabios, pero en realidad est en el fondo denosotros. Es una enfermedad, un desequilibrio, algo trgico o ridculo, pero ms fuerte que nuestra voluntad;algo que alienta pese a nosotros, que nos vence, nos arrastra, nos hace estrafalarios, locos o geniales a pesarnuestro.--Excitbase al hablar. Continu--: Yo, por lo que a m se refiere, s decirte que lo que las gentesllamaban mi pose y que yo cultivaba cuidadosamente, era ms fuerte que mi menguada voluntad. Siempre hesentido una atraccin invencible por el misterio, por la vesania, por el dolor y la muerte. Las cosasinquietantes, los inexplicables fenmenos de que est llena la vida humana, esas escalofriantes coincidenciasque nos hacen detenernos ante un hecho imprevisto como ante la puerta de un cuarto en que se guardan no squ misteriosos males, me inquietaron, despertaron en m el anhelo de rasgar el velo de Isis. Ah! Si yohubiera posedo la caja de Pandora, la hubiese abierto, y luego entre ansioso y aterrado me habra entretenidoen contemplar el progreso de todos los males! Recuerdo que de chico la oscuridad me inspiraba infinito terror;pues bien, por un masoquismo moral, extrao en un nio, complacame en pasar largo rato con los ojos fijosen ella, adivinando la mirada de unos ojos, esos ojos de color indefinido, luminosos e hipnticos; esos ojos enque brilla la atraccin terrible del misterio, la locura, el delirio, la muerte; ojos agoreros de no s qu secretoshorrores. Pues con las cortinas me suceda igual. Cuando vivamos en la calle del Sacramento, en el viejocasern de mis abuelos, tan propicio con sus enormes salas y sus inacabables pasillos, con su cuarto azul y sugalera de retratos, a todas las alucinaciones, llegu a sentir como una verdadera inquietud el miedo a loscortinajes. Mi imaginacin enfermiza los plegaba en inquietantes formas, ceialos a invisibles cuerpos,moldeaba absurdos torsos, les haca temblar en imperceptibles estremecimientos, o los entreabra, mostrando

    El pecado y la noche, by Antonio de Hoyos y 26

  • al fondo de oscuras cavidades figuras borrosas imposibles de definir. De vez en cuando, vea surgir de ellos,en la penumbra crepuscular o en el an ms temeroso claroscuro de las lmparas de aceite, una mano negra ypeluda o una mano blanca, traslcida, de dedos largos y descarnados que, pareca llamarme...

    --Pues y las figuras de cera?...

    Detvose un momento. Gruesas gotas de sudor resbalaban por su frente. Al fin continu--: La obsesin de lasfiguras de cera! Esa la he sentido siempre; creo que de muy nio me persegua ya con su inquietud, que setraduca en una opresin, en un malestar extrao ante esos muecos, frvolos al parecer y que, sin embargo,tienen una vida tan misteriosa, tan honda y turbadora. En las ferias, en esos barracones donde exhibenfantoches, me gustaba ir estudindoles uno a uno; tenda la mano para tocarles, entre asustado y curioso, comohacen otros chicos con los reptiles, y costaba trabajo arrancarme de all. Luego, hombre ya, cuando descubrmis disposiciones para la escultura en cera, sent un gran alivio, algo as como si me quitasen un peso deencima. Era el pretexto conque engaarme a m mismo! Aos despus, en Viena, mi rara obsesin resurgisbitamente. Habamos recorrido las instalaciones de un parque de recreos establecido en el Pratter, cuando alpenetrar en un Grevin admirable que haba, sent otra vez angustia anhe