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Efectos de la utilización de hormona del crecimiento (hGH) sobre la aptitud física y la salud. Javier Ibáñez Santos Centro de Estudios, Investigación y Medicina del Deporte de Navarra (Este documento forma parte del módulo “Dopaje” del Máster de Alto Rendimiento Deportivo del Comité Olímpico Español y de la Universidad Autónoma de Madrid) El objetivo de este capítulo es analizar los efectos que tiene la administración de la hormona del crecimiento (GH) sobre la marca deportiva y la salud. Para ello, se tratarán en un primer apartado algunos aspectos básicos sobre la hormona del crecimiento. En un segundo apartado se indicarán algunos antecedentes históricos. En un tercer apartado se estudiará la incidencia de la utilización de GH en la población deportiva. Por último se analizarán los trabajos que han estudiado los efectos de la utilización de GH en la marca deportiva y en la salud. 1. Definición de términos. La hormona del crecimiento (GH), también llamada somatotropina, es un polipéptido sintetizado, almacenado y secretado por el lóbulo anterior de la hipófisis (adenohipófisis). Se estima que en una persona adulta sana esta glándula almacena un total de 5- 10 mg de GH (Daughaday 1985), y libera a la sangre unos 0.25 mg de GH/ m 2 de superficie corporal cada día (Hartman y col. 1991), lo que supone entre 0.4 y 0.5 mg de GH/ 24h; aunque existen datos en la literatura que apuntan a secreciones diarias del orden de 1.0- 1.2 mg (Underwood 1993). Esta secreción se realiza de forma intermitente, pulsátil; así, Hartman y col. (1991) han detectado hasta 12 pulsos de secreción cada 24 horas, en cada uno de los cuales se liberaba a la circulación sanguínea un promedio de unos 45 µg de hormona. Durante el desarrollo de una persona, la secreción de GH es máxima durante los períodos de crecimiento; después, tanto la

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Efectos de la utilización de hormona del crecimiento (hGH) sobre la aptitud física y la

salud.

Javier Ibáñez Santos Centro de Estudios, Investigación y Medicina del Deporte de Navarra

(Este documento forma parte del módulo “Dopaje” del Máster de Alto Rendimiento Deportivo del Comité Olímpico Español y de la Universidad Autónoma de Madrid)

El objetivo de este capítulo es analizar los efectos que tiene la administración de la hormona del crecimiento (GH) sobre la marca deportiva y la salud. Para ello, se tratarán en un primer apartado algunos aspectos básicos sobre la hormona del crecimiento. En un segundo apartado se indicarán algunos antecedentes históricos. En un tercer apartado se estudiará la incidencia de la utilización de GH en la población deportiva. Por último se analizarán los trabajos que han estudiado los efectos de la utilización de GH en la marca deportiva y en la salud.

1. Definición de términos.

La hormona del crecimiento (GH), también llamada somatotropina, es un polipéptido sintetizado, almacenado y secretado por el lóbulo anterior de la hipófisis (adenohipófisis). Se estima que en una persona adulta sana esta glándula almacena un total de 5- 10 mg de GH (Daughaday 1985), y libera a la sangre unos 0.25 mg de GH/ m2 de superficie corporal cada día (Hartman y col. 1991), lo que supone entre 0.4 y 0.5 mg de GH/ 24h; aunque existen datos en la literatura que apuntan a secreciones diarias del orden de 1.0- 1.2 mg (Underwood 1993). Esta secreción se realiza de forma intermitente, pulsátil; así, Hartman y col. (1991) han detectado hasta 12 pulsos de secreción cada 24 horas, en cada uno de los cuales se liberaba a la circulación sanguínea un promedio de unos 45 µg de hormona. Durante el desarrollo de una persona, la secreción de GH es máxima durante los períodos de crecimiento; después, tanto la

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periodicidad como la amplitud de los pulsos de secreción de GH caen, de tal modo que la cantidad de GH secretada diariamente por una persona de 60 años puede ser alrededor de la mitad de la secretada por una de 20 años (Rosen 2000).

La síntesis y secreción de la GH está regulada por una compleja red de mecanismos neurales, metabólicos y hormonales que incluye desde neurotransmisores (acetilcolina, serotonina y dopamina) y péptidos hipotalámicos (uno ejerce la acción estimuladora, la GHRH, y el otro una acción inhibidora, la somatostatina o SRIH), hasta la glucosa, la GH, la IGF-I, y los estrógenos circulantes (Rogol 1989) (ver figura 4.1). La secreción de esta hormona también está muy influenciada por una serie de variables; unas tienen la capacidad de aumentar su concentración en sangre como el stress físico y psíquico, el sueño, la hipoglucemia, el ejercicio físico, la L- DOPA, la Clonidina y algunos aminoácidos (arginina, ornitina); otras la inhiben como la hiperglucemia, los niveles circulantes de IGF-I, los agonistas β- adrenérgicos, y la obesidad (Daughaday 1985; Kiess y col. 1993).

Figura 4.1 Mecanismos de control de la GH. Los mecanismos que estimulan su síntesis y secreción se indican con un signo (+); los que las inhiben se indican con un signo (-). (Kiess y col.

1993).

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Aparte del sueño, el ejercicio es el estímulo fisiológico más potente para la secreción de GH. La magnitud de la secreción de esta hormona estimulada por el ejercicio físico para ser proporcional a la intensidad del mismo (Plitzlaff y col. 1999); sin embargo, las mujeres parecen secretar más GH que los varones para una misma intensidad de ejercicio (Pritzlaff- Roy et al. 2002). Además, la cantidad total de secreción de GH tiende a ser mayor con un ejercicio dinámico moderado que con el ejercicio de fuerza (Consitt et al. 2002), posiblemente sólo porque el ejercicio aeróbico se desarrolla durante un período de tiempo más prolongado; es decir, con el ejercicio aeróbico se produce un estímulo más prolongado.

La función de esta hormona en el organismo humano está íntimamente unida tanto al proceso de crecimiento de los tejidos como al metabolismo de los carbohidratos, lípidos y proteinas (ver tabla 4.1). Básicamente, niveles fisiológicos de GH estimulan la lipolisis y la síntesis de proteínas, inhiben la utilización de la glucosa, y favorecen el crecimiento tisular vía retención de nitrógeno y aumento del transporte de aminoácidos hacia el interior de los tejidos (Kuret y Murad 1991; Rogol 1989; Kiess y col. 1993). Teniendo en cuenta estas funciones, es lógico que encontremos receptores de GH en una amplia variedad de tejidos como, por ejemplo, músculo, tejido adiposo, hígado o páncreas (Hughes y Friesen, 1985; Kelly y col. 1991).

♣ Estimula la síntesis proteica

♣ Estimula la lipolisis

♣ Estimula la cetogénesis

♣ Estimula la síntesis de ácidos grasos libres (FFA)

♣ Estimula la neoglucogénesis

♣ Promueve el crecimiento longitudinal del hueso

♣ Aumenta la masa magra corporal

♣ Aumenta las fibras del músculo esquelético y la fuerza

♣ Induce la resistencia a la insulina

♣ Estimula la síntesis y liberación de la IGF- I

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Tabla 4.1. Efectos GH (Kiess y col. (1993)

La mayor parte de la GH circulante se encuentra unida a una proteína transportadora conocida como GHBP. Resulta sorprendente el hecho de que esta proteína transportadora sea secretada desde el propio receptor de la GH (Leung y col. 1987); concretamente, parece que es una forma truncada del receptor de la GH (la parte externa del mismo, sin la parte intracitoplasmática). Y, como la propia secreción de la hormona del crecimiento, la aparición de esta proteína transportadora en la circulación sanguínea ocurre de forma pulsátil, siendo su función, presumiblemente, la de prolongar la vida media biológica de la hormona del crecimiento. La vida media de la GH libre en plasma se estima que es de unos 20 a 30 minutos (Kuret y Murad 1991), mientras que el complejo GH-GHBP es estable durante varias horas (Kiess y col. 1993).

En los últimos 15 años se ha hecho evidente que muchos de los efectos de la GH están mediados por dos hormonas conocidas como “insulin-like growth factors” (IGF), o somatomedinas: la IGF-I y la IGF-II (Czech 1989; Fagin y col. 1989; Florini 1987). De las dos, la más conocida es la IGF-I (la función de la IGF-II es menos clara). Esta IGF-I es un pequeño polipéptido sintetizado y secretado, principalmente, por el hígado; un proceso que lleva alrededor de 8 a 29 horas desde el momento que la GH estimula el ADN de las células que lo sintetizan. Otros tejidos como el tejido adiposo, cartílago y músculo también son capaces de sintetizar IGF-I (Isaksson y col. 1987; Vikman y col. 1991). Este polipéptido también viaja por la sangre unido a unas proteínas transportadoras (IGFBP; de las que se conocen seis tipos, aunque el IGFBP- 3 es el principal transportador de IGF en el suero de una persona adulta). Por lo tanto, sólo pequeñas cantidades de IGF están presentes en forma libre, aptas para unirse a sus receptores y producir sus efectos biológicos (Adem y col. 1989; Suikkari y col. 1989a; Suikkari y col. 1989b) (ver tabla 4.2.). En los humanos, la síntesis de la IGF-I es dependiente de la edad, aunque el ayuno, la malnutrición y los estados catabólicos inhiben su síntesis y secreción. Hasta los 6 años los niveles plasmáticos de IGF-I son bajos, generalmente inferiores a 50 µg/ l. Con la pubertad sus niveles plasmáticos aumentan y permanecen relativamente constantes durante la edad adulta. Con la vejez, sin embargo, estos valores descienden lentamente (Kiess y col. 1993).

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♣ Estimula el consumo de glucosa

♣ Estimula la síntesis de proteínas

♣ Estimula la síntesis de ADN

♣ Estimula la síntesis de ARN

♣ Promueve el crecimiento longitudinal del hueso

♣ Estimula la mitogénesis en cultivos celulares

♣ Efecto antilipolítico

♣ Supresión de la secreción de GH

♣ Supresión de la secreción de insulina y péptido- C

♣ Estimula el aclaramiento de creatinina

♣ Estimula el flujo plasmático renal

♣ Estimula la tasa de filtración glomerular

♣ Estimula la eritropoyesis

♣ Efecto sobre la estructura, tamaño y contenido celular del timo

Tabla 4.2. Efectos IGF-I (Kiess y col. 1993).

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No obstante, actualmente se considera que el enfoque tradicional de la GH estimulando la producción de IGF-I hepática, y ésta actuando como mediadora en las acciones anabólicas de la hormona del crecimiento, es una hipótesis excesivamente simplificada (Yarasheski 1994). Parece, mas bien, que las acciones de la GH están mediadas por complejas interrelaciones, sólo parcialmente conocidas, con varias hormonas (por ejemplo, con la insulina), sus receptores, substratos y proteínas transportadoras séricas (Yarasheski 1994).

Por otro lado, cuando por diversas causas la glándula hipofisaria produce un exceso de GH, se desarrollan dos cuadros conocidos como gigantismo, en el caso de que se desarrolle en individuos prepúberes, y acromegalia, una vez que ya se han soldado las epífisis de los huesos (Randall 1989; Catlin y Hatton 1991; Macintyre 1987). La acromegalia es un cuadro irreversible que se desarrolla de forma insidiosa (ver tabla 4.3) acortando considerablemente la vida media de las personas que lo padecen; siendo la mortalidad de un 50% a la edad de 50 años y de un 89% a los 60 años (Macintyre 1987).

♠ Engrosamiento de tejidos blandos (s.t. en cara, manos y pies) y huesos (s.t. cráneo, mandíbula, manos y pies)

♠ Hipotiroidismo

♠ Hiperlipidemia

♠ Hipertensión arterial

♠ Enfermedad cardíaca aterosclerótica

♠ Cardiomiopatía (la causa + frecuente de fallecimiento)

♠ Enfermedad cardiaca congestiva

♠ Diabetes mellitus

♠ Hipercalciuria

♠ Hipogonadismo

♠ Impotencia

♠ Compresión nerviosa periférica

♠ Osteoartrosis

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Tabla 4.3. Complicaciones de la acromegalia (Randall 1989).

Finalmente, la GH es utilizada como agente terapéutico desde hace más de 40 años (Ilkos y col. 1958); hasta comienzos de los años 80 las personas con deficiencia de esta hormona recibían GH obtenida de cadáveres y a partir de esa fecha, hormona recombinante obtenida por ingeniería genética (Kuret y Murad 1991). Debido a su naturaleza protéica, la GH tiene que ser administrada en inyección porque por vía oral se inactiva en el tracto digestivo. Administrada por vía intramuscular o subcutánea alcanza un pico en plasma a las 2- 6 horas (Kuret y Murad 1991). Si se administra intravenosamente, su vida media es corta, alcanza un pico a los 60 minutos y vuelve a sus niveles basales en 3 horas (Hall 1971). Esta hormona se metaboliza principalmente en el hígado, riñón y tejidos periféricos y una pequeña cantidad se elimina intacta por la orina (Bennett y McMartin 1979). No obstante, los efectos de la GH superan largamente su presencia en la circulación; y esto es así porque varias horas después de su administración aparece la IGF-I en el plasma, alcanzando una concentración máxima unas 20 horas después de la inyección de GH.

No obstante, la reciente disponibilidad de GH biosintética ha favorecido su uso en un número creciente de indicaciones no convencionales, siempre con la esperanza de que en todas ellas podría ser empleada de forma efectiva y segura. Como ejemplos, tenemos el uso de GH para el tratamiento de estados catabólicos producidos por quemaduras, heridas y malabsorción (Conference 1988), o para el tratamiento de la osteoporosis y fracturas (Kuret y Murad 1991; Lombardo y col. 1991). Desafortunadamente, este incremento en las existencias de GH también ha facilitado su obtención por parte del deportista que ve en esta hormona una herramienta útil para mejorar su rendimiento físico (Cowart 1988; Todd 1983, 1984).

2. Antecedentes históricos.

Aparentemente, la GH hizo su debut en los círculos deportivos alrededor del año 1970 cuando un intrépido culturista llamado Peter Grymkowski comenzó a experimentar con ella. Como en aquellos años resultaba muy difícil obtener GH humana, empleó GH de mono con la esperanza de que pudiera funcionar también en su cuerpo (en Todd 1992). Las razones fundamentales por las que no se utilizó la hormona del crecimiento en el mundo del deporte hasta esos años parecen estar asociadas al

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desconocimiento por parte del deportista de su existencia y/o funciones, o bien a la imposibilidad de obtenerla.

Hasta el año 1985, la GH utilizada se obtenía de cadáveres humanos, razón por la que la hormona del crecimiento disponible en el mercado era muy limitada; sin embargo, el hallazgo de que por lo menos tres personas, que habían sido tratadas con esta hormona en las décadas de los 60- 70, habían desarrollado una enfermedad neurológica degenerativa fatal conocida como enfermedad de Creutzfeldt- Jakob (Brown y col. 1985; Public Health Service, 1985), aceleró la aprobación por parte de la FDA de los EEUU, en el otoño de 1985, de la metionil- somatotrofina recombinante; y, algo más tarde, a comienzos de 1987, de la GH recombinante (Kuret y Murad 1991). Por lo tanto, es a partir de 1985 cuando se incrementa considerablemente su disponibilidad y, paralelamente, parece, su consumo en el mundo del deporte (Cowart 1988; Todd 1983, 1984).

3. Incidencia en la población deportiva.

Según Lombardo y col. (1991), las razones que han llevado al deportista a utilizar GH durante las dos últimas décadas se pueden resumir en dos puntos: 1) porque piensa que es más efectiva que los esteroides anabolizantes a la hora de optimizar su composición corporal, su fuerza y su rendimiento físico; y 2) porque evita el riesgo de dar positivo en los controles antidopage, ya que las técnicas cada vez más precisas para detectar los esteroides anabolizantes androgénicos aumentan las posibilidades de descalificación por uso de los mismos.

Conocer su incidencia real en el mundo del deporte es un asunto complicado. Tenemos que ser conscientes de que entramos en un terreno en el que escasean los estudios estadísticos y abundan las anécdotas y rumores. Sin embargo, no parece difícil adquirir GH. Incluso, en estos momentos existen preparados de GH que se pueden adquirir por internet después de registrarse como paciente en una de las muchas clínicas online disponibles en Estados Unidos (Rennie 2003). En un documento del COI publicado en Septiembre de 1995 (en De Mondenard 1996) se dice: “Ahora sabemos que la GH es una de las sustancias más utilizadas en el deporte de alto nivel. Los deportistas saben que es el agente anabolizante más eficaz de los disponible hasta ahora, que no existe ningun medio de detección y, por lo tanto, ningún riesgo de descalificación”. Es decir, otra vez salen a relucir sus virtudes anabolizantes y su escaso riesgo (en realidad ninguno) de detección.

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En lo que se refiere a las anécdotas, destaca el revuelo originado por el caso Ben Johnson en los Juegos Olímpicos de Seul. La investigación oficial llevada a cabo por el gobierno canadiense (Dubin 1990), reveló que este atleta había utilizado GH y esteroides anabolizantes en su preparación para esos Juegos Olímpicos. En esta misma comisión de investigación declaró Angela Taylor Issajenko, que durante los años 80 estuvo clasificada en el ranking mundial como una de las mejores especialistas de 100m. Esta atleta reconoció sin tapujos que durante esos años, aconsejada por el doctor Robert Kerr (San Gabriel, California), también había tomado GH y esteroides anabolizantes para mejorar su condición física. Este doctor, conocido en el mundo del deporte como el “guru del esteroide”, es uno de los pocos médicos que reconocen abiertamente haber recetado esteroides anabolizantes y otras sustancias dopantes a miles de deportistas (en Todd 1992).

Si nos fijamos en las estadísticas, preocupan los resultados de un estudio publicado por Rickert y col. (1992) en el que se destacó que un 5% de 224 adolescentes varones encuestados afirmaba haber usado o estar usando hormona del crecimiento. Terry Todd, antiguo campeón de halterofilia y, después, profesor de kinesiología en la Universidad de Texas, fue uno de los primeros en poner el acento sobre el problema de la utilización de esta hormona cuando se dio cuenta de que la GH era muy utilizada por los estudiantes que practicaban fútbol americano a comienzo de los años 80 (Voy y Deeter 1991).

Por otro lado, la IGF-I ha emergido en el mundo del deporte a partir del año 1994 y parece ser que se está utilizando en proporciones nada desdeñables (Parry 1996). En este sentido, DA Parry (1996) investigó el consumo de IGF-I en un grupo de 189 culturistas y halterófilos británicos, y encontró que un 14.3% de estos sujetos afirmaban haber consumido IGF-I, al mismo tiempo que GH y esteroides anabolizantes. Sorprenden estos porcentajes, sobre todo teniendo en cuenta que en estos momentos la IGF-I se está utilizando, casi exclusivamente, en el laboratorio como agente mitógeno en medios de cultivo celulares (Zumstein y col. 1987) y como tratamiento en un tipo de enanismo muy concreto, el tipo Laron.

Pero, quizá, lo más sorprendente de este asunto es el desconocimiento del deportista sobre lo que está usando, o le gustaría usar; y un buen ejemplo es el estudio de Parry (1996). De los sujetos que dicen haber consunido IGF-I, el 37% no son capaces de contestar a ninguna pregunta del siguiente cuestionario: ¿conoce algún efecto secundario por consumir IGF-I?, ¿se produce la IGF-I en el cuerpo?,

¿conoce el origen de la IGF-I que utiliza; por ejemplo, animal, recombinante?, ¿cómo funciona la IGF-I en el cuerpo?, ¿cómo se controla la IGF-I en el cuerpo?, y ¿qué es una forma recombinante?. En el grupo que dice no haber consumido la IGF-I,

2 de cada 3 afirma que se plantea usarla en el futuro, pero ninguno de ellos conoce nada sobre este polipéptido, excepto que le puede ayudar en sus entrenamientos.

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4. Efectos en la aptitud física y marca deportiva.

En diferentes revisiones publicadas en los últimos años, los autores concluyen que, desde un punto de vista científico, los resultados beneficiosos observados hasta ahora a nivel de la composición corporal y del rendimiento físico en deportistas a los que se han administrado suplementos de GH, no pasan de ser mera anécdota; y que la mayor limitación de los trabajos publicados sobre GH es, precisamente, la falta de estudios bién controlados (Clarkson y Thompson 1997; Rennie 2003; Yarasheski 1994). Efectivamente, hasta el momento, existen apenas unos pocos trabajos realizados con el objetivo de caracterizar los efectos de la GH en el deportista; desafortunadamente, algunos no han evaluado su rendimiento físico (Crist y col. 1988; Zuliani y col. 1989), pero en general todos utilizan dosis suprafisiológicas de esta hormona (Crist y col. 1988; Yarasheski y col. 1992, 1993; Deyssig y col. 1993).

Sin embargo, lo que parece evidente es que la utilización de GH e IGF-I en el mundo del deporte va más allá de lo meramente anecdótico (Lombardo y col. 1991; Voy y Deeter 1991; Rickert y col. 1992; Parry 1996). El deportista, basándose, por un lado, en testimonios de compañeros satisfechos con los resultados obtenidos, y, por otro lado, en los efectos fisiológicos conocidos de estas hormonas, utiliza la GH y la IGF-I (o ambas al mismo tiempo) buscando, principalmente, los siguientes objetivos: 1) la estimulación de la síntesis de proteinas en el músculo esquelético, 2) el aumento de la lipolisis y descenso generalizado de la grasa corporal, y 3) la mejor recuperación después de lesiones musculoesqueléticas (Lombardo y col. 1991).

En los siguientes apartados describiremos con más detalle los mecanismos de acción conocidos que pueden ser los responsables de las acciones que acabamos de mencionar; y también señalaremos los trabajos más representativos publicados.

4.1. Mecanismo de acción a nivel metabólico.

Volviendo a lo reseñado en los primeros párrafos de este capítulo, parece evidente que la GH tiene encomendadas múltiples acciones, estrechamente coordinadas, con el objetivo fundamental de promover el crecimiento de los tejidos. La mayor parte de los efectos anabólicos de la GH son el resultado del aumento de la producción de de la IGF-I (Butler 2001). En animales que están desarrollándose, en niños y en adultos con deficiencia en GH, esta hormona es muy anabólica, induciendo un aumento de la masa

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ósea y muscular. Por ejemplo, a través de estudios en animales hipofisectomizados (sin hipófisis) se sabe que después de administrarles GH se produce una serie de procesos anabólicos asociados con el crecimiento como, por ejemplo, el aumento del peso muscular, del contenido en proteinas y ARN, y de la actividad de las ARN polimerasas (Breuer y Florini 1965, 1966; Florini y Breuer 1966). Partiendo de esta base, también se ha apuntado la posibilidad de que la hipertrofia muscular inducida por el ejercicio físico pueda, al menos en parte, resultar del aumento en la secreción de esta hormona paralela a la práctica del ejercicio físico (Borer y col. 1986; Kinderman y col. 1982). Sin embargo, como ya hemos señalado anteriormente, el hecho de que las mujeres secreten más GH para una misma intensidad de ejercicio físico (Pritzlaff- Roy et al. 2002), y que la cantidad total de secreción de GH tienda a ser mayor en un ejercicio dinámico moderado que en uno de fuerza (Consitt et al. 2002) contradicen esta teoría, pues las mujeres tienen menos masa muscular que los hombres y el ejercicio aeróbico se acompaña de un menor desarrollo muscular (Rennie 2003).

Pero, para conseguir el crecimiento de los tejidos, el organismo necesita de substratos adecuados; por eso, esta hormona tiene efectos evidentes sobre el metabolismo de lípidos, carbohidratos y proteínas. Desafortunadamnete, tenemos que insistir en que tanto sus efectos sobre el metabolismo energético, como sus acciones promotoras del crecimiento, sólo son conocidas parcialmente (Yarasheski 1994).

✔ .2. Efecto de la GH sobre la composición corporal (descenso en el porcentaje graso corporal) y el metabolismo energético.

Se sabe que el déficit de GH se acompaña de un aumento de la grasa corporal, efecto que se invierte cuando se administra un tratamiento sustitutorio con esta hormona (Björntorp y Edén 1996). Efectivamente, estudios publicados hace varias décadas revelaron que la GH inhibía la síntesis de lípidos (Engel y col. 1957) y estimulaba la lipolisis, disminuyendo el porcentaje graso corporal en animales a los que se inyectaba esta hormona durante 3- 5 semanas (Young 1945). Estudios posteriores observaron que esta hormona causaba un rápido aumento en la concentración plasmática de ácidos grasos libres (FFA) y glicerol (Goodman y Knobil 1961; Raben y Hollenberg 1959), observándose, además, un estímulo de la oxidación de FFA (ácidos grasos libres) (Goldman y Bressler 1968). Este estímulo en la liberación de FFA por parte de la GH también se encontró en preparaciones in vitro, pero necesitaban la incubación con otras hormonas, como la dexametasona y la adrenalina (Goodman 1970). Por eso, en un principio, se pensó que los efectos lipolíticos atribuídos a la GH podrían ser debidos a la contaminación de los cultivos celulares con substancias lipolíticas (Frigeri 1980). Sin embargo, estudios realizados más recientemente con GH recombinante, sin contaminación de otras substancias, han revelado que esta hormona tiene, ella misma, propiedades lipolíticas (Goodman y Grichting 1983).

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Los mecanismos por los que la GH induce estos efectos metabólicos son todavía poco conocidos (Björntorp y Edén 1996). Yarasheski (1994) los resume en tres: 1) posible acción directa de la GH inhibiendo el metabolismo de la glucosa; 2) posible acción activando una “lipasa hormono- sensitiva” por medio del sistema adenilato ciclasa- AMPc- proteina quinasa; y 3) posible efecto indirecto de la GH a través de una proteína intracelular no identificada. Algo que resulta interesante de destacar es que, según algunos datos recientes, este efecto de la GH es más pronunciado en los depósitos grasos viscerales que en los periféricos y que esta hormona podría ser importante en la regulación de la distribución del tejido adiposo (Björntorp y Edén 1996).

Como señalábamos anteriormente, la GH no trabaja de forma independiente sino que lo hace estrechamente coordinada con otras hormonas. Así, los efectos metabólicos de la GH están íntimamente relacionados con la insulina y los glucocorticoides (Vernon y Flint 1989), de tal modo que, según parece, los glucocorticoides incrementan los efectos sobre el metabolismo del tejido adiposo tanto de la insulina como de la GH (Vernon y Flint 1989), y estos efectos metabólicos de la hormona del crecimiento en el tejido adiposo también parecen ser dependientes de la presencia de insulina. De hecho, esta hormona favorece la unión de la GH a los adipocitos (Gause y Edén 1985), lo que puede ser importante para la capacidad que la GH tiene de interaccionar con sus tejidos diana. Además, esta hormona pierde su efecto promotor del crecimiento en ausencia de insulina (Cheek y Hill 1974), y, para complicar aún más las interacciones hormonales, parece que la GH es capaz de estimular directamente la secreción de insulina (Wirlsen 1982). En definitiva, es difícil escapar a la conclusión de que la acción de la hormona del crecimiento está estrechamente ligada a la acción de la insulina y de que las dos hormonas trabajan conjuntamente, una en oposición a la otra (Kuret y Murat 1991).

Por otro lado, diferentes estudios han demostrado que la GH puede modificar los efectos lipolíticos de otras hormonas; por ejemplo, se ha visto que esta hormona puede incrementar el efecto lipolítico de la adrenalina (Vernon y Flint 1989). Así, el tratamiento sustitutorio durante 6 meses a adultos que presentaban déficit de GH dió lugar a un aumento de la respuesta lipolítica a la adrenalina e isoproterenol, mientras que no se observó cambios en la respuesta a un agonista α2 selectivo, indicando que la hormona del crecimiento actuaba aumentando la eficacia de la vía β adrenérgica (Beauville y col. 1992). En línea con estos estudios, se sabe que en adipocitos cultivados en presencia de GH se produce un aumento en el número de receptores β adrenérgicos (Vernon y Flint 1989). Otro ejemplo: el eje hipotálamo- hipofisario- gonadal. Aunque el papel de estas hormonas en este asunto ha sido mucho menos estudiado, algunos trabajos preliminares apuntan la posibilidad de que los efectos de la testosterona sobre el tejido adiposo pueda depender de la presencia de la GH; y de que algún efecto de la GH podría depender de los andrógenos (Björntorp y Edén 1996).

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Finalmente los efectos de la GH sobre el metabolismo de los hidratos de carbono son más complejos que los descritos para los lípidos. Inicialmente, una vez inyectada, esta hormona estimula ciertos efectos similares (“insulin- like”) a los de la insulina, dando lugar a un descenso agudo de la glucemia en los 20 primeros minutos; efecto que no es debido a la estimulación de la secreción de insulina (Freiburg y Merimee 1979). Después de un intervalo de tiempo, la GH empeora los resultados del test de resistencia a la insulina (Hollobaugh y col. 1968). Se piensa que el hiperinsulinismo secundario que sigue a la administración de GH resulta de un aumento de la glucemia que ocurre como resultado de un descenso en su utilización (Russell 1957), posiblemente como resultado de un aumento en la utilización de ácidos grasos libres. Estos efectos sobre el equilibrio hidrocarbonado, por lo tanto, parecen estar coordinados con los efectos sobre el metabolismo lipídico.

✔ .3. Efecto de la GH sobre el metabolismo proteico (aumento de la masa muscular).

Se ha especulado con que un aumento en la secreción de GH en humanos podría servir como una señal anabólica para aumentar la masa muscular. Esta hipótesis está apoyada en resultados de muchos estudios animales, en los que la administración de GH causaba un aumento substancial tanto en la masa muscular como en la fuerza. En estos estudios, sin embargo, los animales utilizados todavía estaban creciendo, siendo sensibles, por tanto, a la GH y a la IGF-I.

Cuando se perfunde GH o IGF-I localmente en el antebrazo de sujetos sanos normales, en agudo, se observa un estímulo en la síntesis protéica local (Fryburg y col. 1991; 1995), pero este estímulo anabólico es de corta duración. Los resultados de estudios sobre síntesis proteica muscular, composición corporal y fuerza en sujetos sanos, jóvenes o de mediana edad, muestran una historia muy diferente: hasta ahora, ningún estudio serio ha sido capaz de demostrar un efecto claro de la administración a medio o largo plazo de GH, sóla o en combinación con diferentes protocolos de entrenamiento, o con esteroides anabolizantes, sobre la síntesis proteica, la masa muscular o la fuerza (Rennie 2003).

Existen diferentes métodos para estudiar el efecto de la GH sobre la masa muscular. Entre ellos tenemos la medición de la masa magra corporal por densitometría o a través del DEXA. Sin embargo, con estas técnicas es bastante difícil detectar aumentos de la masa muscular en períodos inferiores a tres meses debido a que la tasa de recambio de la proteína muscular es relativamente lenta. Medir la tasa de síntesis proteica a través de la incorporación de aminoácidos marcados con isótopos estables al músculo, más que

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simplemente como cambios en la masa muscular entre dos puntos, es un método mucho más sensible para determinar la respuesta del músculo. Cuando se hace así, en adultos jóvenes sanos, no se ha detectado ningún efecto en la síntesis protéica muscular. Incluso no se ha detectado ningún efecto ni en culturistas ni en halterófilos (Yarasheski y col 1993; Deyssig y col. 1993). Por lo tanto, en el mejor de los casos, parece que la evidencia científica que avale un efecto anabólico sostenido de la GH sobre la masa muscular en varones jóvenes sanos, entrenados o sedentarios, es extremadamente débil.

Es posible que algunos autores hayan confundido disminución de la masa grasa con aumento de la masa magra corporal; o hayan asumido que músculo y masa magra corporal son equivalentes. Podría haber sucedido que la administración de la GH hubiera causado un aumento del agua corporal y del tejido conectivo, que contribuyen a aumentar la masa magra corporal. La inmensa mayor parte de los estudios que sugieren que la GH tiene un efecto anabólico en los adultos se han realizado con pacientes que presentaban déficit de esta hormona (Rennie 2003; Yarasheski 1994).

Finalmente, incluso la administración en agudo de la GH podría tener un efecto negativo en el rendimiento físico (Lange y col. 2002). En efecto, en el estudio de Lange y col. (2002), la administración de 7.5UI (2.5mg) de GH a un grupo de ciclistas jóvenes, entrenados en resistencia aeróbica, 4h antes de realizar un ejercicio de 90’ a intensidades del 65- 75% del VO2max, se acompañó de un empeoramiento del rendimiento físico con niveles de lactato y glicerol en plasma significativamente más elevados. Parece ser que la administración de esta hormona exagera el aumento de la lipolisis que ocurre con el ejercicio físico y, además, aumenta la producción de lactato y protones por los músculos que participan en la actividad física. La inevitable acidemia metabólica y la consiguiente reducción en la tasa de glucogenolisis en el músculo e hígado podrían explicar el descenso del rendimiento físico.

✔ .4. Efecto de la GH sobre la recuperación de las lesiones musculoesqueléticas.

En primer lugar, hay que señalar que el efecto de la administración de GH sobre la recuperación de las lesiones musculoesqueléticas es un hecho que no está demostrado de forma concluyente (Lombardo y col. 1991); sin embargo, en estos momentos parece que la terapia de este tipo de lesiones (incluídas, por ejemplo, las que afectan al hueso de enfermos osteoporóticos y las heridas de la piel que presentan una cicatrización difícil) con una combinación de factores de crecimiento, incluyendo GH e IGF-I, presenta un horizonte bastante esperanzador (Northmore- Ball y col. 1980; Lynch 1989; Dr J Salvador, Clínica Universitaria Navarra, comunicación personal). En el caso de las

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fracturas óseas, Koskinen (1959), en un trabajo experimental con ratas, encontró que en aquellos animales a los que había tratado con GH, aumentaba la osteogénesis y, con ello, se aceleraba la formación del callo en las fracturas óseas. Zadek y Robinson (1961), por su parte, también hallaron una más rápida recuperación ósea en aquellos perros tratados con hormona del crecimiento. Sin embargo, no siempre se han obtenido resultados positivos (Shepanek 1953). Para Lombardo y col. (1991) son necesarios más estudios antes de poder establecer conclusiones fehacientes sobre el efecto del tratamiento exógeno con GH en el proceso de curación de este tipo de lesiones.

4.5. Estudios en humanos con deficiencia de hormona del crecimiento.

La GH está siendo administrada a pacientes con déficit de esta hormona desde hace más de 40 años (Raben 1962); sin embargo, la relación existente entre la dosis de hormona administrada, la respuesta conseguida, y los posibles efectos secundarios de este tratamiento sigue siendo un asunto controvertido, sometido a constante revisión (Gertner y cols. 1987; Frasier 1993). Esta relación dosis-respuesta-efectos secundarios es especialmente importante en el caso de niños con déficit de GH: en estos niños, los primeros 12-18 meses de tratamiento sustitutorio son especialmente importantes porque son los meses en los que el tratamiento resulta más efectivo y se consigue un crecimiento del niño por encima de los valores normales en niños sanos de su edad; sin embargo, una vez transcurridos estos primeros meses, la terapia standard sustitutoria comienza a “ceder en su efectividad” logrando índices de crecimiento “sólo” similares a los de un niño sano de la misma edad. Con lo que, salvo que el niño haya sido diagnosticado de déficit de GH a una edad temprana, con la terapia sustitutoria sólo se consigue que un porcentaje pequeño de niños alcancen la estatura de adulto genéticamente establecida. Por ejemplo, datos obtenidos a partir de un estudio británico indican que sólo alrededor de un 15% de niños tratados con GH alcanzaron la estatura que le corresponde en base a la altura de los padres (Kaplan y col. 1986).

En definitiva, en la práctica clínica existen todavía muchas dudas en lo que se refiere a las dosis máximas sustitutorias efectivas y seguras para pacientes con déficit de GH. Lo que parece claro es que, como señalan diferentes autores, cuanto mayor es la dosis utilizada mayor es el efecto conseguido (Gertner y col. 1987; Frasier 1993). ¿Por qué no utilizar, entonces, dosis sustitutorias más elevadas?. Los dos factores claves que limitan la utilización de dosis elevadas de GH son, por este orden: 1) el elevado coste del tratamiento; y 2) los efectos secundarios de tipo metabólico (Gertner y col. 1987; Frasier 1993). A partir de estos dos importantes inconvenientes, las dosis más frecuentemente utilizadas de GH en estos momentos, en la práctica clínica, se mueven en un rango entre 0.05 y 0.15 mg. Kg -1. dos días-1 (Dr J. Salvador, Clínica Universitaria Navarra, comunicación personal; Underwood 1993) (o lo que es lo mismo, 0.021- 0.064mg. Kg-1 . día-1 ). La mayor parte de pacientes con déficit de GH reciben, por consiguiente, el equivalente a 21- 64 µg GH. Kg-1 . día-1 (1.470- 4.480 mg GH. día-1,

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para una persona de 70 Kg); es decir, dosis claramente superiores a las cantidades secretadas a la sangre de manera fisiológica diariamente, pero inferiores a las cantidades producidas por la mayoría de pacientes con una acromegalia activa.

No obstante, desde el punto de vista de la acción biológica de la hormona, las comparaciones resultan problemáticas si tenemos en cuenta las posibles diferencias en la efectividad biológica entre los 12 pulsos diarios de secreción endógena de GH (Hartman y col. 1991) y la inyección diaria (o cada 2 ó 3 días) de GH exógena. Así, se ha visto que la tasa de crecimiento en ratas varía en función de la frecuencia de administración de una dosis total, fija, de GH (Jansson y col. 1982). Concretamente, 4 dosis diarias de 50 µg de GH dan lugar a un significativo mayor crecimiento lineal y mayor ganacia de peso que 200 µg administrados en una sóla dosis al día o en 8 dosis de 25 µg (Clemmons y col. 1987).

Hay que tener en cuenta que en la mayoría de los regímenes terapeúticos, las dosis se miden en Unidades de Actividad Biológica (UI), y que en las diferentes hormonas del crecimiento comercializadas se asigna una actividad de 2.7 a 3.0 UI por cada mg de GH (V-I Vademecum Internacional 1998).

Una vez hecha esta introducción, pasemos a ver más detalladamente los estudios desarrollados en humanos con deficiencia de GH en los que, después de un tiempo de tratamiento hormonal sustitutorio, se ha estudiado su rendimiento físico y/o su composición corporal. Entre los escasos estudios, tenemos el trabajo publicado por Salomon y col. en 1989 que observaron que la GH puede afectar la composición corporal de adultos que presentan una deficiencia de esta hormona. En un estudio a doble ciego, en el grupo tratado con GH encontraron un aumento significativo del metabolismo basal y de la masa magra corporal, y un descenso de la masa grasa. Desgraciadamente, no midieron el rendimiento físico de las personas tratadas.

Cuneo y col (1991a,b), posteriormente, sí estudiaron el rendimiento físico (VO2 max, Umbral Anaeróbico y Fuerza), además de la composición corporal (masa magra corporal, área de la sección transversa del músculo, porcentaje graso corporal), de un grupo de adultos con déficit de esa hormona, antes y después de ser tratados a razón de 0.07 UI de GH. Kg-1 . día-1 (aproximadamente una dosis de 1.65 mg de GH diaria para una persona de 70 Kg). Después de 6 meses de tratamiento, Cuneo y col (1991b)

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observaron que el grupo tratado con esta hormona, además de aumentar la fuerza muscular (principalmente en los músculos flexores de la cadera), también aumentaba significativamente tanto el VO2 max (+406 ± 71 vs. +133 ± 84 ml/ min; P< .05), como la potencia aeróbica máxima (+24.6 ± 4.3 vs. +9.7 ± 4.8 W; P< .05) (ver figura 4.2) y el umbral anaeróbico ventilatorio (+159 ± 39 vs. +1 ± 51 ml/ min; P<.05), en relación al grupo placebo.

Figura 4.2. Cambios en el consumo máximo de oxígeno (arriba) y en la potencia aeróbica máxima (abajo) después de un tratamiento con hormona del crecimiento (símbolos negros) o

placebo (símbolos blancos). Antes de comenzar el tratamiento no existían diferencias significativas entre grupos (Cuneo y col. 1991b).

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En relación a la composición corporal, Cuneo y col. (1991a) observaron un aumento de 5.6 ± 1.1 Kg (+ 10.8%) de la masa magra corporal en el grupo que había sido tratado con GH (el grupo placebo disminuyó 0.1 ± 0.9 Kg, P<.01), y un aumento significativo (+ 8.1%) en el área total de los músculos del muslo (en el grupo placebo disminuyó un 0.4%, P< .05) (ver figura 4.3). El estudio mediante tomografía computerizada no mostró cambios significativos ni en el área del hueso ni en la reducción del de la grasa, lo que vino a corroborar los resultados del estudio de Salomon y col. (1989) que observaron, mediante la técnica de los pliegues cutáneos, que la mayor reducción de grasa ocurría en la región abdominal.

Con estos resultados, los autores concluyeron que el tratamiento sustitutorio con GH mejoraba el rendimiento físico, tanto en el ejercicio máximo como en el submáximo, debido a un aumento de la masa magra corporal.

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Figura 4.3. Resultados (medias ± SE) de imágenes tomográficas computerizadas de la zona media del muslo dominante en grupos de sujetos tratados con hormona del crecimiento (rhGH; símbolos negros) y placebo (símbolos blancos). Los valores en la parte superior de cada gráfico

hacen referencia al número de observaciones en ese momento en los grupos respectivos. Antes de comenzar el tratamiento no existían diferencias significativas entre grupos (Cuneo y col. 1991a).

4.6. Estudios en humanos sin deficiencia de hormona del crecimiento.

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En un trabajo clásico, Crist y col. (1988) estudiaron el efecto de un tratamiento con hormona del crecimiento (8 mg de met- hGH. semana-1, repartidos en 3 dosis), acompañado de una dieta hiperprotéica (2 gr. Kg-1 .día-1), sobre la composición corporal (medida por hidrodensitometría) en ocho varones con muy buena condición física que entrenaban con un programa progresivo de fuerza resistencia. Desafortunadamente, después de 6 semanas con este tipo de tratamiento y dieta no estudiaron ninguna variable relacionada con el rendimiento físico, pero lo que sí encontraron fue un descenso significativo en el porcentaje graso corporal y un aumento en la masa libre de grasa (masa magra corporal), que los autores atribuyeron, no a un incremento en el agua corporal, sino al aumento de la masa muscular. Sin embargo, estudios posteriores sugieren que este incremento en la masa libre de grasa podría no reflejar un aumento de la proteína muscular.

Así, Deyssig y col. (1993) evaluaron el efecto de un tratamiento con GH a razón de una dosis de 0.09 UI. Kg-1 . día-1 (suponiendo una actividad biológica de 3 UI por mg de GH, un sujeto de 70 Kg estaba recibiendo 2.1 mg. día-1), durante 6 semanas, sobre la fuerza y la composición corporal de 22 deportistas varones que estaban entrenando regularmente la fuerza (al menos en los últimos 6 meses) y no utilizaban esteroides anabolizantes androgénicos. Después de estas semanas de tratamiento hormonal, no se encontró ninguna variación significativa ni en la fuerza máxima de biceps o cuadriceps, ni en el peso corporal o el porcentaje graso corporal. Los autores concluyeron que, mientras la terapia sustitutoria con GH puede beneficiar a individuos deficitarios en esta hormona, parece no conseguir ningún resultado positivo ni en la fuerza ni en la composición corporal de deportistas entrenados sanos.

Por otro lado, un grupo de sujetos desentrenados a los que se administró GH tampoco mostraron ningún resultado positivo diferente a lo encontrado en el grupo control (Yarasheski y col. 1992). Yarasheski y col. (1992) inyectaron 40 µg de GH. Kg-

1 . día-1 (es decir, 2.8 mg de GH para una persona de 70 Kg) o un placebo, durante 12 semanas, mientras estos sujetos participaban en un programa de entrenamiento de fuerza máxima. Después de estas semanas se observó que el aumento de la fuerza muscular y de la circunferencia de los miembros era similar en el grupo tratado con GH y en el placebo. Los autores concluyeron que el tratamiento con GH daba lugar a un aumento en el tejido magro pero que esto no era consecuencia de un aumento en los niveles de proteína musculoesquelética. En un segundo estudio, estos autores (Yarasheski y col. 1993) examinaron el efecto de la administración de GH durante 14 días de entrenamiento en halterófilos experimentados. Como en el anterior estudio con sedentarios, la GH no dió lugar a incremento alguno en la síntesis protéica muscular.

En definitiva, y desde un punto de vista estrictamente científico, no se puede concluir que la administración de GH a personas que no presentan déficit de esta

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hormona, sean sedentarias o deportistas experimentados, se acompañe de efectos positivos a nivel del rendimiento físico o de la composición corporal.

No obstante, siempre queda la duda de que, en sus estudios, médicos y científicos hayan usado dosis demasiado pequeñas para ver efectos que los deportistas conseguirían con dosis más elevadas de esta hormona. Por analogía, hizo falta muchos años antes de que médicos y científicos reconocieran los efectos anabólicos reales de testosterona y análogos (Forbes 1985). Sin embargo, en este caso la posibilidad de que así sea es pequeña. Efectivamente, parece que los deportistas utilizan dosis suprafisiológicas, que también se han utilizado en los estudios de la literatura. Incluso aunque en estos estudios se hubieran utilizado dosis algo inferiores, fueron suficientes para elevar las concentraciones séricas de GH e IGF-I de 3 a 6 veces por encima de los valores normales (Yarasheski y col. 1993; 1995), dando lugar a efectos biológicos marcados, como aumento de la lipolisis, alteraciones en el metabolismo de los carbohidratos, activación del sistema renina- angiotensina- aldosterona y retención de agua. Además, si hubiera un umbral en el rango de las dosis suprafisiológicas utilizadas para ver efectos anabólicos sobre el músculo, sería de esperar que los pacientes acromegálicos mostraran una hipertrofia muscular real. Sin embargo, la ausencia de una masa muscular apreciablemente mayor en estos pacientes es un argumento en contra de esta idea.

5. Efectos en la salud.

En primer lugar, hay una serie de preguntas obligadas que nos tenemos que plantear, que el mundo científico se viene planteando desde hace años (Underwood 1993), y que desafortunadamente por el momento no tienen respuesta: 1) ¿qué dosis de GH son seguras?; 2) ¿qué papel juegan la duración y la pauta de administración de esta hormona en la aparición de los efectos secundarios?; y 3) ¿hasta qué punto la GH endógena, la secretada por la hipófisis del deportista, puede estar envuelta en la determinación del riesgo de sufrir efectos secundarios?.

Sin embargo, teniendo en cuenta que...

1) parece más que evidente que tanto la GH como la IGF-I están siendo utilizadas por un número de deportistas que rebasa los límites de lo anecdótico (Lombardo y col. 1991; Voy y Deeter 1991; Rickert y col. 1992; Parry 1996);

2) es muy probable que estén siendo utilizadas en dosis supra- terapeúticas (Magnavita y col. 1996b; Underwood 1993) y también en combinación con otras

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sustancias dopantes como, por ejemplo, con esteroides anabolizantes (Dubin 1990; Parry 1996; Magnavita y col. 1996b);

3) las dos vías posibles de obtención de la GH e IGF-I son: la vía legal de los laboratorios farmacéuticos y el mercado negro; y, siguiendo las leyes del mercado negro, es lógico pensar que el deportista desconoce la procedencia de estas hormonas; es decir, desconoce si la GH es recombinante u obtenida de cadáveres, si tiene alteraciones en su molécula o impurezas susceptibles de crear anticuerpos (Underwood 1993), etc;

4) parece razonable pensar que si se administran repetidas dosis supraterapéuticas, como ocurre en general con todas las substancias con propiedades terapeúticas, es bastante probable que se observen efectos secundarios no deseados a corto plazo (Underwood 1993);

5) se desconoce el desarrollo completo del mecanismo de acción de estas hormonas (Moller 1993), así como los efectos a largo plazo por utilización de dosis suprafisiológicas repetidas durante más o menos tiempo;

6) dentro de este desconocimiento, en los últimos 20 años se han descrito algunos procesos graves, como la ya apuntada enfermedad de Creutzfeldt- Jakob por utilización de GH procedente de cadáveres (Brown y col. 1985; Public Health Service, 1985) y un número no desdeñable de procesos cancerosos (Watanabe 1993; Magnavita y col. 1996a) en niños con déficit de esta hormona a los que se ha suministrado suplementos de GH en dosis moderadas;

7) entre otros efectos secundarios descritos en deportistas que han utilizado suplementos de GH, se han observado descenso de los niveles de la HDL-colesterol (Zuliani y col. 1989), lo que hace aumentar el riesgo de enfermedad cardiovasccular, y formación de anticuerpos anti- GH, que pueden llevar al deportista a una situación de déficit permanente de GH (Macintyre 1987);

8) existen otros posibles efectos adversos de la GH que pueden predecirse a partir de las complicaciones que genera el exceso de hormona del crecimiento endógena (ver tabla 4.3.), aunque la mayor parte de estos efectos adversos no se han estudiado directamente en el deportista;

9) se están publicando efectos secundarios graves en deportistas, que los especialistas asocian a la utilización de la GH, que comienzan a aparecer algunos años después (4- 5 años) del comienzo en la utilización de esta hormona. Por ejemplo, recientemente se ha publicado el caso de un ciclista que, pocos años después de abandonar la práctica del ciclismo de competición, desarrolló un Linfoma de Hodgkin sin presentar, a juicio de los autores, más factores de riesgo que la utilización de dosis suprafisiológicas de GH durante los años de competición (Magnavita y col 1996b). En otro estudio, Watanabe y col. (1989) encontraron que la incidencia de leucemia es mayor durante la terapia con GH.

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... en definitiva, parece fácil comprender que en el mundo de la sanidad exista una lógica preocupación relacionada con el abuso de estas hormonas en los círculos deportivos.

Hemos visto anteriormente que, al menos en el caso de los niños deficitarios en hormona de crecimiento a los que se sumistra un tratamiento sustitutorio con esta hormona, cuanto mayor es la dosis administrada, mayor es la respuesta conseguida (Gertner y col. 1987; Frasier 1993) (en términas de crecimiento); y que los dos obstáculos que hay que salvar para conseguir estos resultados son el precio y los efectos secundarios (metabólicos) del tratamiento. Basándonos en esta premisa, podríamos inferir que, salvando el inconveniente del precio, podría ser ético administrar GH (o IGF-I) exógena, incluso dosis supraterapeúticas, a deportistas sin déficit hormonal que demuestran una buena tolerancia al tratamiento; en definitiva, en principio, estaríamos en la misma situación que se nos plantea cuando decidimos suministrar, por ejemplo, creatina a un deportista; porque, de hecho, se ha visto que cuando se administran a pacientes con déficit de GH ciertas dosis suprafisiológicas de esta hormona, durante largos períodos de tiempo, no se observan efectos secundarios metabólicos (Underwood 1993).

Sin embargo, aceptar como verdad absoluta que un tratamiento es seguro, desde un punto de vista de salud, por el hecho de no haber encontrado efectos metabólicos adversos (u otros efectos secundarios) después de utilizar, incluso, dosis muy superiores a las generalmente recomendadas, teniendo sólo en cuenta los posibles efectos secundarios aparecidos durante el tratamiento o inmediatamente después, es tratar este tema demasiado a la ligera. Sobre todo, en el caso de la GH, teniendo en cuenta los datos elocuentes revelados por algunos investigadores sobre el efecto mitogénico de esta hormona (Estrov y col. 1991; Murphy y col. 1992), que han llevado a la publicación de recientes revisiones que coinciden en señalar que en personas que presentan déficit de GH, después de seguir una tratamiento sustitutorio con esta hormona, no es infrecuente observar cuadros como leucemia y algunas enfermedades relacionadas con la misma (Watanabe y col. 1993; Magnavita y col. 1996a).

En definitiva, este hallazgo ha llevado a Nicola Magnavita (Magnavita y col. 1996b) a advertir en su artículo de reciente publicación, en el que describe un cuadro de linfoma de Hodgkin en un ex-ciclista profesional que había usado GH durante su vida deportiva, que aunque... “el uso del doping en el deporte probablemente es más un problema moral que médico; sin embargo, la coexistencia de intereses creados en deportistas y empresarios deportivos con el uso de productos farmacéuticos no legales, puede agrandar el campo de acción delictivo en el deporte. La presumible relación entre

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el uso de GH y las enfermedades hematológicas malignas representa una importante razón añadida para desaconsejar esta práctica”.

6. ¿Por qué se abusa de esta hormona?

Si el peso de la evidencia nos dice que la administración de GH no tiene un efecto estimulante sobre la síntesis proteica muscular en adultos, y no confiere ventajas a corto plazo con la administración en agudo de una única dosis, ¿por qué los deportistas la utilizan?. Esta pregunta podría tener tres respuestas posibles (Rennie 2002): 1) el efecto en el equilibrio hidrosalino ocurre de forma rápida, y los deportistas pueden decir (por ejemplo, a partir de efectos propioceptivos en articulaciones y músculos) que “algo” está sucediendo como resultado de su uso; 2) no hay duda de que esta hormona tiene un efecto reductor de la grasa subcutánea relativamente rápido, lo que el deportista percibe como una definición de la masa muscular; y 3) está el asunto de la desinformación que existe en los deportistas sobre la GH. Parte de este problema podría venir, paradójicamnete, de las propias autoridades anti- doping, al ignorar la evidencia de que la GH no “funciona” en sujetos sanos, las autoridades deportivas podrían ser acusadas de promover su uso. Como ya hemos señalado anteriormente, en un documento del COI publicado en Septiembre de 1995 (en De Mondenard 1996) se dice: “Ahora sabemos que la GH es una de las sustancias más utilizadas en el deporte de alto nivel. Los deportistas saben que es el agente anabolizante más eficaz de los disponible hasta ahora, que no existe ningún medio de detección y, por lo tanto, ningún riesgo de descalificación”.

7. Síntesis de ideas fundamentales.

- La hormona del crecimiento (GH), también llamada somatotropina, es un polipéptido sintetizado, almacenado y secretado por el lóbulo anterior de la hipófisis (adenohipófisis) bajo el control de una compleja red de mecanismos neurales, metabólicos y hormonales.

- La función de esta hormona en el organismo humano está íntimamente unida tanto al proceso de crecimiento de los tejidos, como al metabolismo de los carbohidratos, lípidos y proteinas. Básicamente, niveles fisiológicos de GH estimulan la lipolisis y la síntesis de proteínas, inhiben la utilización de la glucosa, y favorecen el crecimiento

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tisular vía retención de nitrógeno y aumento del transporte de aminoácidos hacia el interior de los tejidos (Kuret y Murad 1991; Rogol 1989; Kiess y col. 1993).

- En los últimos 15 años se ha hecho evidente que muchos de los efectos de la GH están mediados por dos hormonas conocidas como “insulin-like growth factors” (IGF), o somatomedinas: la IGF-I y la IGF-II (Czech 1989; Fagin y col. 1989; Florini 1987). De las dos, la más conocida es la IGF-I (la función de la IGF-II es menos clara). No obstante, actualmente se considera que el enfoque tradicional de la GH estimulando la producción de IGF-I hepática, y ésta actuando como mediadora en las acciones anabólicas de la hormona del crecimiento, es una hipótesis excesivamente simplificada (Yarasheski 1994). Parece, más bien, que las acciones de la GH están mediadas por complejas interrelaciones, sólo parcialmente conocidas, con varias hormonas (por ejemplo, con la insulina), sus receptores, substratos y proteínas transportadoras séricas (Yarasheski 1994).

- La GH es utilizada como agente terapéutico desde hace más de 40 años (Ilkos y col. 1958); hasta comienzos de los años 80 las personas con deficiencia de esta hormona recibían GH obtenida de cadáveres y a partir de esa fecha, hormona recombinante obtenida por ingeniería genética (Kuret y Murad 1991). Debido a su naturaleza protéica, la GH tiene que ser administrada en inyección porque por vía oral se inactiva en el tracto digestivo. Administrada por vía intramuscular o subcutánea alcanza un pico en plasma a las 2- 6 horas (Kuret y Murad 1991). Si se administra intravenosamente, su vida media es corta, alcanza un pico a los 60 minutos y vuelve a sus niveles basales en 3 horas (Hall 1971). Esta hormona se metaboliza principalmente en el hígado, riñón y tejidos periféricos y una pequeña cantidad se elimina intacta por la orina (Bennett y McMartin 1979).

- No obstante, la reciente disponibilidad de GH biosintética (1985) ha favorecido su uso en un número creciente de indicaciones no convencionales, siempre con la esperanza de que en todas ellas podría ser empleada de forma efectiva y segura. Como ejemplos, tenemos el uso de GH para el tratamiento de estados catabólicos producidos por quemaduras, heridas y malabsorción (Conference 1988), o para el tratamiento de la osteoporosis y fracturas (Kuret y Murad 1991; Lombardo y col. 1991). Desafortunadamente, este incremento en las existencias de GH también ha facilitado su obtención por parte del deportista que ve en esta hormona una herramienta útil para mejorar su rendimiento físico (Cowart 1988; Todd 1983, 1984).

- Según Lombardo y col. (1991), las razones que han llevado al deportista a utilizar GH durante las dos últimas décadas se pueden resumir en dos puntos: 1) porque piensa

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que es más efectiva que los esteroides anabolizantes a la hora de optimizar su composición corporal, su fuerza y su rendimiento físico; y 2) porque evita el riesgo de dar positivo en los controles antidopage, ya que las técnicas cada vez más precisas para detectar los esteroides anabolizantes androgénicos aumentan las posibilidades de descalificación por uso de los mismos.

- Por otro lado, la IGF-I ha emergido en el mundo del deporte a partir del año 1994 y parece ser que se está utilizando en proporciones nada desdeñables (Parry 1996). En este sentido, DA Parry (1996) investigó el consumo de IGF-I en un grupo de 189 culturistas y halteras británicos, y encontró que un 14.3% de estos sujetos afirmaban haber consumido IGF-I. Sorprende, por un lado, que una hormona utilizada casi exclusivamente en el laboratorio tenga una implantanción tan importante en este medio de culturistas y halteras; y, por otro lado, también sorprende el desconocimiento que de esta sustancia (su modo de acción, origen posibles efectos secundarios, etc.) tiene el deportista que la está usando (Parry 1996).

- El deportista, basándose, por un lado, en testimonios de compañeros satisfechos con los resultados obtenidos, y, por otro lado, en los efectos fisiológicos conocidos de estas hormonas, utiliza la GH y la IGF-I (o ambas al mismo tiempo) buscando, principalmente, los siguientes objetivos concretos: 1) la estimulación de la síntesis de proteinas en el músculo esquelético, 2) el aumento de la lipolisis y descenso generalizado de la grasa corporal, y 3) la mejor recuperación después de lesiones musculoesqueléticas (Lombardo y col. 1991).

- Efectivamente, hasta el momento, existen apenas unos pocos trabajos realizados con el objetivo de caracterizar los efectos de la GH en el deportista; desafortunadamente, todos ellos tienen el inconveniente o de no haber evaluado su rendimiento físico (Crist y col. 1988; Zuliani y col. 1989), o de haber utilizado dosis suprafisiológicas de esta hormona (Crist y col. 1988; Yarasheski y col. 1992, 1993; Deyssig y col. 1993). En definitiva, desde un punto de vista estrictamente científico, no se puede concluir que la administración de GH a personas que no presentan déficit de esta hormona, sean sedentarias o deportistas experimentados, se acompañe de efectos positivos a nivel del rendimiento físico o de la composición corporal.

- Finalmente, y puesto que parece más que evidente que tanto la GH como la IGF-I están siendo utilizadas por un número de deportistas que rebasa los límites de lo anecdótico (Lombardo y col. 1991; Voy y Deeter 1991; Rickert y col. 1992; Parry 1996), parece fácil comprender que en el mundo de la sanidad exista una lógica preocupación relacionada con el abuso de estas hormonas en los círculos deportivos.

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- Por otro lado, aceptar como verdad absoluta que un tratamiento es seguro, desde un punto de vista de salud, por el hecho de no haber encontrado efectos metabólicos adversos (u otros efectos secundarios) después de utilizar, incluso, dosis muy superiores a las generalmente recomendadas, teniendo sólo en cuenta los posibles efectos secundarios aparecidos durante el tratamiento o inmediatamente después, es tratar este tema demasiado a la ligera. Sobre todo, en el caso de la GH, teniendo en cuenta los datos elocuentes revelados por algunos investigadores sobre el efecto mitogénico de esta hormona (Estrov y col. 1991; Murphy y col. 1992); y más teniendo en cuenta que se están publicando efectos secundarios graves en deportistas, que los especialistas asocian a la utilización de la GH, que comienzan a aparecer algunos años después (4- 5 años) del comienzo en la utilización de esta hormona. Por ejemplo, recientemente se ha publicado el caso de un ciclista que, pocos años después de abandonar la práctica del ciclismo de competición, desarrolló un Linfoma de Hodgkin sin presentar, a juicio de los autores, más factores de riesgo que la utilización de dosis suprafisiológicas de GH durante los años de competición (Magnavita y col 1996b).

AUTOEVALUACIÓN

4.1. ¿Cuales son las razones por las que algunos deportistas utilizan la GH?

4.2. ¿Cuáles son los efectos de la administración de GH en la marca deportiva?

RESPUESTAS AUTOEVALUACIÓN

4.1. Las razones que han llevado al deportista a utilizar GH durante las dos últimas décadas se pueden resumir en dos puntos: 1) porque piensa que es más efectiva que los esteroides anabolizantes a la hora de optimizar su composición corporal, su fuerza y su rendimiento físico; y 2) porque evita el riesgo de dar positivo en los controles antidopage, ya que las técnicas cada vez más precisas para detectar los esteroides anabolizantes androgénicos aumentan las posibilidades de descalificación por uso de los mismos.

4.2. Hasta el momento, existen apenas unos pocos trabajos realizados con el objetivo de caracterizar los efectos de la GH en la marca deportiva; desafortunadamente, todos ellos tienen el inconveniente o de no haber evaluado su rendimiento físico (Crist y col. 1988; Zuliani y col. 1989), o de haber utilizado dosis suprafisiológicas de esta hormona (Crist y col. 1988; Yarasheski y col. 1992, 1993; Deyssig y col. 1993). En definitiva, desde un punto de vista estrictamente científico, no se puede concluir que la administración de GH a personas que no presentan déficit de esta hormona, sean sedentarias o deportistas experimentados, se acompañe de efectos positivos a nivel del rendimiento físico o de la composición corporal.

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