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Historias de quienes nos contaron

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DR © 2011 INSTITUTO NACIONAL DE ESTADÍSTICA Y GEOGRAFÍA

Edificio sede

Av. Héroe de Nacozari Sur Núm. 2301

Fracc. Jardines del Parque, CP 20276

Aguascalientes, Ags.

www.inegi.org.mx

Historias de quienes nos contaron

Impreso en México

ISBN

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Presentación

El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) tie-ne la responsabilidad de realizar el Censo de Población y Vi-

vienda de nuestro país cada 10 años. En el 2010, éste se llevó a cabo del 31 de mayo al 25 de junio y tuvo como lema: “En México todos contamos”.

Los censos de población y vivienda siempre han sido eventos estadísticos complejos que requieren mucha preparación, evalua-ción de censos anteriores, análisis de recomendaciones internacio-nales, reuniones con usuarios para identificar las necesidades de información estadística, pruebas de campo, actualización cartográ-fica, estrategias de comunicación y concertación, planeación del operativo de campo y del procesamiento de la información, entre otras actividades. Es el ejercicio estadístico más amplio que se de-sarrolla en el país, pues involucra la participación de toda la so-ciedad para brindar las respuestas al cuestionario que aplican losentrevistadores, quienes realizan esfuerzos titánicos para cumplir con su carga de trabajo.

Cuando el entrevistador censal uniformado tocó a la puerta y estuvo frente a cada uno de nosotros, fue difícil imaginar toda la labor que se tuvo que hacer para que ella, o él, estuviera ahí. Sólo pensemos que se tocaron, al menos una vez, las 27 millones de puertas de cada una de las viviendas de nuestro país, muchas de las cuales se encuentran en lugares recónditos y de difícil acceso. Pare-ce fácil, pero no lo es, si pensamos que para contarlas se recorrieron las 292 mil localidades que existen en el territorio nacional. Es por ello que calificamos como titánica su labor.

Se requirieron alrededor de 10 meses para integrar un nume-roso equipo de trabajo para llevar a cabo el levantamiento. El pri-mero en sumarse a esta labor fue el personal de mando, responsable del buen desempeño de la operación de campo y, posteriormente, los entrevistadores; no obstante, ellos representaron la parte toral del Censo, porque fueron quienes estuvieron en el frente de batalla. En todos los casos, pasaron por un proceso de selección, capacita-

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ción y evaluación; al ser aprobados, quedaban contratados para su-marse al levantamiento del operativo censal.

Así fue como, el 31 de mayo, más de 140 mil mexicanas y mexicanos —la mayoría mujeres—, con los croquis de ubicación de cada manzana de las localidades que debían recorrer, inicia-ron el trabajo de campo de este gran proyecto. Cada uno —con su uniforme (chaleco, gorra, mochila y credencial), cuestionario y lápiz en mano— tocó la puerta de las primeras viviendas que le fueron asignadas. Ese día, seguramente, el nerviosismo era mayor, pero cada entrevista, de las miles que se hicieron, traía consigo incertidumbre.

Algunos de ellos contaban con experiencia de censos ante-riores o de encuestas, las cuales son operativos estadísticos que el INEGI mantiene durante todo el año para obtener información de más detalle sobre temas específicos. De alguna forma, entendían lo que les esperaba, sabían que sería una labor difícil, sobre todo en al-gunas zonas del país, por las condiciones de inseguridad que se lle-gan a presentar. Sin embargo, la mayoría eran nuevos en este andar, por lo que se encontraron por primera vez con una gran diversidad de circunstancias, algunas gratas y otras no tanto.

La inclemencia del tiempo, la orografía accidentada del terre-no, los caminos agrestes, el horario de trabajo de madrugada y las trasnochadas para recuperar las viviendas de personas que trabajan todo el día, encuentros con perros, torceduras de tobillo, algunas malas caras, entre otros avatares, no fueron barreras para el cumpli-miento de sus funciones.

Aun cuando resulta claro que fue necesario un gran trabajo de oficina para la organización y planeación de las actividades, así como la participación de todos los que vivimos en México, el éxito del operativo —lograr la cobertura total y la calidad en la información que se recabó— se debe, en gran medida, al empeño de quienes trabajaron en campo, la mayor parte jóvenes. Su nivelde compromiso con el Censo y con México nos habla de la espe-ranza que nuestro país puede tener en su futuro. Las anécdotas que integran esta publicación dan testimonio de ello.

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Hubiéramos querido incluir las historias de todos los que par-ticiparon en el Censo pero, por ser muy numerosas, fue necesario hacer una selección. Las anécdotas son verídicas, como ellos nos las compartieron, sin embargo, para salvaguardar la confidenciali-dad tanto de los informantes como de los entrevistadores, se modi-ficaron sus nombres e incluso la referencia geográfica de los hechos, salvo en el caso de dos historias póstumas en las que se busca hacer un homenaje a un entrevistador y un coordinador de enumeración que murieron durante el operativo por problemas cardiacos.

Con Historias de quienes nos contaron, el Instituto desea mos-trar el lado humano del Censo, es decir, tanto de los informantes —ya que, como se refleja en muchas de las anécdotas, México sigue siendo un lugar en el que la mayoría de la gente está dispuesta a co-operar, sin importar en qué región viva— como de los entrevista-dores y supervisores, cuyo esfuerzo, compromiso y profesionalismo con el levantamiento de los cuestionarios es digno de aplaudir, des-tacar y agradecer. Gracias a su labor, el país contará con informa-ción vital para la toma de decisiones.

Con esta publicación, el INEGI extiende su reconocimiento a cada una de las personas que trabajaron en el Censo de Población y Vivienda 2010, este gran proyecto nacional.

¡En México todos contamos!

Eduardo Sojo Garza-AldapePresidente del INEGI

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Aguascalientes

La sopa era tan simple que ni jitomate tenía 15Aquél era su lugar preferido 17Primera plana: “Canes, enemigo número uno del Censo” 18La cosa se puso color de hormiga 21“Nosotros estuvimos allí, no lo soñamos” 22

Baja California

Un día mágico para Maribel 25Frontera, un reto peligroso 27

Baja California Sur

Una señora muy barredora 29La doñis buena onda 31

Campeche

Ésos… ¡no cuentan! 33

Chiapas

Diez décadas de orgullo 35Mi amigo el saraguato 39

Chihuahua

Ama y conoce lo que tienes 43Ahora sí 47¿Cómo pude pensar en tirar la toalla? 51“¡Siempre queda la esperanza!” 55

Coahuila de Zaragoza

La negociadora 56La celosa 58Se durmió pero sí contestó 61

Colima

Con todo y pena acepté 63El que persevera alcanza 65Con todo y la presión baja 67“Prepárese porque yo madrugo” 69

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Distrito Federal

“…tenía que terminar por el compromiso que adquirí” 71

Durango

Una visión censal del Centro Histórico de Victoria de Durango 75

Guanajuato

El autógrafo 79Y, ¿quién era? 81

Guerrero

A rezar y a censar… 84

Hidalgo

Entrevista con El Brujo 87Tras el umbral, una lección de vida 91

Jalisco

El ánima del sombrero 95De vacas, perros y arados 97Me perdí 99

México

¡No estoy! 101Un gran regalo 105Una sonrisa inolvidable 109

Michoacán de Ocampo

Anónimo 113Un habitante más a la cuenta 117

Morelos

La neta, ¿voy a contar en el Censo? 120Listado póstumo 125

Nayarit

Visita a viviendas y al perro peludo 129Ante todo la confidencialidad de la información 131

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Nuevo León

Tarea difícil 135Libramiento Noreste 138La casa incendiada 141

Oaxaca

La otra cara de la moneda 142Un reto: recuperar los cuestionarios de la zona sitiada de los triquis 145No se puede quedar ninguna casa sin censar 151

Puebla

Un penal, muchas historias 154

Querétaro

A señas 157¿Quién? 160

Quintana Roo

Operativos especiales del Censo 163

San Luis Potosí

La viejita no censada 169¿Cuál de las dos? 172Y aquí, ¿cuántos viven? 175

Sinaloa

El censor de los ángeles 179Pues fíjense que siempre no… 183

Sonora

Faenas del Censo 185Lejano San Javier 189Caballito de Troya 193

Tabasco

La señora Caridad 197La lluvia de la mañana 200Pendientes escalofriantes 202

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Tamaulipas

INEGI en Misión imposible 205Como no queriendo… 207Pobres supervisores necesitados 209

Tlaxcala

La señora celosa 210¡No nos deje solos! 213

Veracruz de Ignacio de la Llave

Espíritus chocarreros 216¡Ah, qué burro! 218Regreso a casa después de un gran susto 221Historias del Censo en la sierra de Zongolica 225

Yucatán

Ladran, reptan y mugen 226Cosas del otro mundo 229Una coincidencia de nombre 230

Zacatecas

Crónica de un anecdotario anunciado 235

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Aguascalientes

Gabriela, entrevistadora de la Coordinación Municipal 3, llegó a una vivienda del mu-

nicipio de San José de Gracia donde vivía una ancianita. Tocó a su puerta y al abrirle le mostró su credencial y le indicó que venía del INEGI para aplicarle el cuestionario del Censo. Ella ac-cedió de buena gana y la invitó a pasar. Gabrie-la sacó su lápiz y el cuestionario de su mochila e inició la entrevista. Conforme le iba haciendo las preguntas del cuestionario y anotando las res-puestas, Gaby se dio cuenta de que la mujer vi-vía sola, no tenía familiares y, para su asombro, a pesar de sus 87 años se valía por sí misma para resolver todas sus necesidades.

La aplicación del cuestionario fue un poco lenta, tenía en ocaciones que leer dos veces las preguntas, iban a la mitad cuando, de repente, llegó el aroma de la comida que la anciana ha-bía estado cocinando justo en el momento que Gabriela había llamado a su puerta. La viejita se levantó con dificultad y le dijo: “Espéreme un momentito, voy a ver mi guisado, no se me vaya a quemar”. La anciana caminaba a tientas por su casa y llegó a un pozo de donde sacó agua para la sopa que estaba cocinando. Gabriela no salía de su asombro, la mujer era ciega.

La sopa era tan simpleque ni jitomate tenía

Llevando la poca agua que las fuerzas de su físico minado por los años de una larga y, sin duda, difícil vida le permitían, se trasladó de for-ma lenta a la cocina y trató de agregarlo al gui-so que estaba a punto del hervor. Gabriela veía cómo las manos de la ancianita recibían el calor de la olla que la alcanzaba a quemar cuando in-tentaba verter el agua en su sopa, la cual era tan simple que no tenía ni jitomate.

Al terminar de aplicarle el cuestionario, Gaby —consternada por las condiciones de vida de la anciana— le ofreció apoyo para buscarle un lugar dónde pudiera vivir con apoyo de otras personas. Se despidió de la anciana y prosiguió la ruta que tenía marcada, pero sintió una profunda tristeza al pensar en lo sola que la dejaba. Al fi-nal de su jornada, buscó al personal del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) municipal a quien informó sobre la situa-ción de la anciana; después supo que ellos se en-cargaron de darle apoyo.

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Por otra parte, en la ciudad de Aguascalientes, capital del estado, Norma, la entrevistadora asignada a la zona del fraccionamiento

Arboledas —en una de sus jornadas, como tantas otras veces— tocó el timbre de una casa y le abrió una mujer. La invitó a pasar para que ella se sintiera más cómoda durante la entrevista, le preguntó si ocu-paba un vaso de agua (que es la expresión que usan por acá para ofre-cer algo); Norma aceptó, y la señora, muy amable, le trajo un vaso lleno; ella le dio un par de tragos e inició con la primera pregunta del cuestionario (¿cuántas personas viven en la vivienda?) y así, las siguientes; la entrevista transcurría en forma muy adecuada, como era de esperarse. Norma preguntaba y la señora contestaba.

Cuando tocó el momento que llegaran a los reactivos, es decir, las preguntas sobre la información de los hijos, la señora guardó si-lencio y se dibujó en su cara una expresión de gran tristeza. Norma no supo qué hacer y sólo preguntó: “¿Qué le pasa?”; la señora contes-tó que su hijo de 21 años había muerto hacía 15 días en un acciden-te. La entrevistadora, por prudencia, no preguntó detalles, pero vio cómo se desplomaba el ánimo de su informante. Señalando distintos puntos de la casa, empezó a decirle: “Aquél era su lugar preferido, abro el refrigerador y veo lo que le gustaba comer, miro la puerta de su cuarto y siento que en cualquier momento va a salir por ella, voy a la tienda y viene a mi mente comprar aquello que era su gusto…”.

Norma veía el dolor del alma que tenía esa mujer. En cierto modo no lo entendía, porque es soltera y no ha tenido hijos, pero bien podía imaginar la pena tan grande por la que estaba pasando. Lo único que pudo atinar a hacer fue abrazarla para consolarla un poco. En la tarde, cuando se reunió con sus compañeros, les com-partió lo sucedido y los comprometió a pedir por el eterno descanso del joven y por su madre, para que ella encontrar la resignación y paz que le permita superar el dolor de su pérdida.

Aquél erasu lugar preferido

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Primera plana: “Canes, enemigo número unodel Censo”

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Juana —oriunda de Aguascalientes, con 25 años— cuida a su ma-dre, quien está enferma de diabetes, ya que es la única persona

que tiene en el mundo desde que su esposo murió. Ella la lleva al médico, se encarga de darle sus medicinas y la atiende en general. Últimamente, la salud de su mamá ha empeorado y la pensión que reciben de parte de Ferrocarriles Nacionales de México, donde su papá trabajó durante 30 años, no les alcanza. Por ello, Juana nece-sitaba un trabajo; había buscado uno sin éxito hasta que una amiga le comentó que el INEGI estaba solicitando gente para el Censo de Población y Vivienda 2010; aun cuando no era por mucho tiempo, ella realmente lo necesitaba.

Fue así como Juana, un día, ya como entrevistadora de la co-munidad El Porvenir, municipio de Tepezalá, empezó su recorrido por las manzanas ubicadas en las orillas de esa localidad; de repen-te, sintió que algo la seguía, volteó y se percató de que era un perro de no muy buen ver. Para evadirlo, le dio la vuelta a la manzana, pero al llegar por el otro lado, el animal volvió a salirle al paso. Jua-na se regresó, apuró el paso hasta que creyó perderlo y decidió tocar a la puerta de una de las viviendas que estaban en su ruta de ese día para empezar su trabajo.

Le abrieron la puerta y alistó su lápiz y cuestionario para ini-ciar la entrevista; de improviso, sintió un fuerte dolor y que algo se había agarrado de su pierna derecha, las fauces del perro estaban prensadas de su pantalón; gritó y se sacudió para tratar de quitárselo hasta que con un movimiento brusco logró desprenderlo.

La pierna le dolía, pero tenía mucho trabajo y era grande su responsabilidad, por lo que, aún así, decidió tratar de hacer dos en-trevistas más. Después de un par de horas siguiendo el recorrido que tenía asignado, encontró a su supervisora de zona a quien le explicó lo sucedido. Ella la llevó al centro de salud más cercano para que le curaran las heridas y le aplicaran la vacuna contra la rabia.

Los ataques de perros son incidentes que sufren muchos en-trevistadores del Censo. No en vano, un periódico local publicó en primera plana: “Canes, enemigo número uno del Censo”.

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La cosa se puso color de hormiga

Los perros no fueron el único enemigo del mundo animal de los entrevistadores del Censo. Marleen —una entrevistadora—,

cuando estaba en la ranchería El Pedernal Primero del municipio de Jesús María, empezó a sentir que algo por debajo del pantalón le caminaba en las piernas, luego, sintió una picadura, se revisó y se dio cuenta de que era una hormiga roja.

El Pedernal Primero está invadido por esos insectos, pero el colmo fue que Marleen estaba parada sobre el hormiguero más grande de toda la localidad. Poco a poco, empezó a sentir el ador-mecimiento de la pierna hasta llegar a la cintura; luego, perdió la conciencia. Ella no lo sabía, pero resultó ser alérgica a las mordi-das de este tipo de hormigas. Algunas de sus compañeras que se encontraban cerca se dieron cuenta de que Marleen se desvanecía, se congregaron para ayudarla y la trasladaron al centro médico de un pueblo cercano llamado Venadero, mientras otras se quedaban para proseguir su labor.

El centro de salud estaba cerrado, por lo que buscaron con ur-gencia a un médico del lugar. La ingresaron en su consultorio y, de inmediato, le aplicó medicamentos para detener la reacción alér-gica y pronto logró estabilizarla. El Censo no espera, por lo cual, al ver que su compañera ya estaba recuperándose, decidieron regresar a El Pedernal. Las entrevistadoras que se habían quedado estaban preocupadas y, al llegar, ellas y mucha gente del lugar se congrega-ron para preguntar por la afectada. La historia no pasó a mayores, fue atendida de manera oportuna y todo quedó en un susto, tanto para la entrevistadora como para la supervisora y sus propias com-pañeras. Ellas dicen que lo que es seguro es que Marleen aprendió a fijarse dónde se para.

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“Nosotros estuvimos allí,no lo soñamos”

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Sin embargo, no siempre el enemigo son los animales, a veces es uno mismo, su propia

mente, el calor, la sed y el hambre que nos aqueja o, ya de plano, algo que está fuera de nuestras ma-nos, de lo que no tenemos control.

La siguiente historia no tiene explicación racional, puede pensarse que fueron figuracio-nes, lo extraño es que la vivieron varios compa-ñeros. Esto aconteció en el primer recorrido que realizaron las supervisoras de entrevistadores parael levantamiento del Cuestionario de localidad y del Cuestionario del entorno urbano; una de ellas, María Dolores, estaba en una localidad que no aparecía en su cartografía; por más que la buscaba no la en-contraba dentro de su área de trabajo; una vez que se cansó, se dirigió a la población vecina que sí es-taba en el mapa y ahí encontró a un viejecito de 75 años, muy amable y atento, de nombre Juan.

Le aplicó el cuestionario y, al concluir, pen-só que esta persona podría apoyarla para saber el nombre de la localidad vecina y si estaba habita-da o deshabitada. Cabe aclarar que para el INEGI una localidad es un lugar habitado o susceptible de serlo.

En esa localidad que buscaba había un ran-cho, así que igual don Juan podría conocer el nombre del dueño, pero al preguntárselo sólo les contestó: “Vaya usted directamente, sí está habi-tada”. La supervisora, en compañía de sus compa-ñeras, caminó de nuevo hacia el lugar. Buscaron si había habitantes, gritaron y gritaron pero nadie les respondió. Se retiraron y se dirigieron a la ofi-cina de su responsable de área para comentarle el caso, por lo que pasaron el reporte al cartógrafo municipal que manejaba esa zona para que acu-diera a verificar si procedía dar de alta dicha loca-lidad o no.

Después de un par de días, María Dolores se puso de acuerdo con el cartógrafo para ir a visitar la localidad, ya que su metodología indica que es necesario identificarla en campo para darla de alta en el mapa de la zona. Fueron al lugar donde ha-bía estado la supervisora, caminaron y caminaron buscándolo, usaron la carta topográfica para tratar de ubicarlo. A las dos horas, el cartógrafo le pre-guntó a la supervisora: “¿Segura de que tomaste este atajo para llegar a esa localidad que dices que viste?”; ella contestó: “¡Estoy segura, de hecho, me acompañaron otras dos compañeras superviso-ras!”. Entonces, decidieron ir por ellas y llegaron al mismo lugar donde aseguraban que ahí había una vivienda de color naranja. La localidad veci-na, donde estaba el informante Juan, sí la ubica-ron en la zona donde la habían visto antes, pero a la otra no la encontraron por ningún lado.

¿Fue demolida?, ¿las tres supervisoras soña-ron?, ¿no supieron ubicarse?, ¿ya estaban can-sadas?, ¿el calor que era tan fuerte las hizo ver alucinaciones? o ¿en verdad esta localidad exis-tió sólo por algunas horas o días? Las supervisoras se quedaron muy desconcertadas, volvieron otras veces para poderla encontrar, pero concluyó el Censo y nunca pudieron dar con su paradero.

Buscaron a don Juan, pero ya no lo volvieron a ver en la localidad vecina; no obstante, corro-boraron que los datos que dio fueron correctos y podemos estar seguros de que se sumaron para que-dar dentro de la información que proporcionará el Censo.

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Baja California

Maribel se encontraba recorriendo las calles

de la manzana asignada para ese día particular de su tercera semana laboral como entrevistadora del Censo, cuando se percató de que tenía en su lista una vivienda con categoría de pendiente. Esto quería decir que no había sido censada, aun cuando varias veces la habían visitado otros compañeros entrevistadores, quienes no tuvieron la suerte de encontrar a las personas que la habitaban. Caminó hacia la casa para ver si había alguien que le pudiera responder el cuestionario. Para entonces, ya había logrado dominar los nervios que le provocaba en los primeros días el tocar a la puerta de las viviendas, así que al estar frente a ésta se acercó con paso firme y certero y, con dominio total de la situación, tocó el timbre de aquella residencia.

Grande fue su sorpresa cuando la puerta de este hogar se abrió y con tono de alegría la señora de la casa comentó: “¡Ay!, es usted la del INEGI, hasta que por fin llega”. Maribel sacó su lápiz

y cuestionario y, con gran confianza por la recepción tan cálida que le habían hecho, empezó con la aplicación del cuestionario. Ella le fue dando todas las repuestas con muy buena disposición, podría-mos decir que, incluso, con alegría, lo que si bien agradó a Maribel no podía dejar de reconocer que también la sorprendía un poco.

Al final de la entrevista, la dueña de la casa expresó de ma-nera abierta su emoción por ser censada: “No sabe qué gusto me da que por fin hayan venido del Censo”. Le explicó que su hijo peque-ño, de 8 años, tiene un problema de autismo y que “…en la primera semana de junio le dieron en su escuela una clase sobre el Censo, y a pesar de que vive encerrado en su propio mundo, captó clara-mente que vendrían a visitarnos y entendió que la forma de saber si ya habían venido es que estuviera pegada la calcomanía verde en la puerta de la casa. No me lo va a creer pero, a partir de ese día, cada que llega de la escuela me pregunta por la calcomanía del INEGI y yo sólo le podía decir que pronto estaría ahí, por eso para mí es muy importante que cuando regrese la vea pegada en la puerta, porque su anhelo es muy grande”.

Cuando llegó el momento de colocar la calcomanía, Maribel le preguntó: “¿Dónde cree que pueda verla mejor?”, la señora seña-ló en la mitad de la puerta y le pidió que no fuera muy alto; ella pro-cedió a pegarla, un acto que, si bien siempre había hecho de mane-ra casi automática, en ese caso fue mágico, la hizo sentir que ese día su labor como entrevistadora trascendía de manera muy especial.

Pocos días después, se encontraba cerca de esa casa y no re-sistió las ganas de saber cómo había reaccionado el pequeño al ver la calcomanía, por lo que se dirigió a ella para visitar a la señora y preguntárselo. Al abrirle, la volvió a recibir con gran calidez y cuando le pidió que le compartiera cuál había sido su reacción, le respondió: “¡Uy, nomás viera cómo se emocionó mi hijo!, señalaba con mucha alegría la calcomanía y luego me dijo que él quería con-testar las preguntas. Mire lo que son las cosas, quién me iba a decir que el Censo iba a ser algo tan importante para mi familia”.

Un día mágico para Maribel

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Después de 26 días de intenso y arduo trabajo en la ciudad fronteriza de Tijuana, ya con-

cluido el periodo oficial del levantamiento del Censo de Población y Vivienda 2010, se inició la etapa de recuperación de viviendas pendien-tes, es decir, las que aun cuando fueron visitadas varias veces, no se había logrado encontrar a sus habitantes para aplicarles el cuestionario.

Filiberto, de la Coordinación de Zona 1, te-nía su asignación de carga de trabajo de pendien-tes en La Libertad, una de las colonias que está catalogada entre las más conflictivas de la ciu-dad. La Liber, como se le conoce, se encuentra justo en la línea divisoria entre México y Estados Unidos de América, en ella es común localizar a nuestros paisanos que tienen la intención de, algún día cuando las circunstancias se lo permi-tan, cruzar el muro. Justo en el lado opuesto de la frontera es fácil encontrarnos con la mirada vi-gilante de los migras que, atentos, registran cada movimiento que les resulte sospechoso.

Para Filiberto fue todo un reto transitar ma-ñana y tarde por las calles de esta colonia y co-mentó: “Lo más difícil es lograr la confianza de los vecinos, muchos de ellos, si bien saben que soy del INEGI y a qué venimos a tocar a sus ca-sas, no pierden oportunidad para cuestionarnos sobre nuestra identidad y el motivo por el cual vamos tocando puerta por puerta”.

El desafío de llevar a cabo el levantamien-to del Censo en colonias como La Libertad no sólo se debe a que sea un lugar conflictivo por sus características propias, sino por el temor y desconfianza con el que viven las personas que

en ella habitan, ya que deben lidiar cada día con ese ambiente de violencia. A este clima de inseguridad se suma una estructura de amanza-namiento compleja y terreno accidentado, pues la colonia se ha desarrollado entre cañones con subidas y bajadas en las cuales se ven correr arro-yos de aguas negras en el fondo que, en ocasio-nes, se tienen que cruzar con puentes de madera improvisados.

Filiberto definió pronto la estrategia a se-guir para que lo recibieran en esas viviendas; re-firió que: “Aunque me tomaba un poco más de tiempo, me di a la tarea de contestar las pregun-tas que en cada casa me hacían, desde cuál es el objetivo de realizar el Censo, hasta dar mi nom-bre completo y registro federal de contribuyen-tes. Les contestaba todas sus dudas, con tal de que a la persona que iba a entrevistar le inspira-ra confianza y me permitiera hacer mi chamba. Luego de recorrer por varios días la colonia, sus diferentes manzanas y en distintos horarios, los vecinos me identificaron y poco a poco me fue-ron dando información para que yo pudiera saber qué viviendas estaban abandonadas o bien a qué hora era más probable que encontrara a algunos de los habitantes de una vivienda pendiente”.

El reto que enfrentó Filiberto fue mayúscu-lo, pues no sólo tuvo que trabajar en una ciu-dad fronteriza (que siempre implica riesgo), sino en una colonia muy conflictiva. Sin embargo, su compromiso con el operativo, su creatividad y actitud positiva le permitieron desarrollar una estrategia para ganarse la confianza de las perso-nas que viven a diario la inseguridad y a quienes les cuesta mucho trabajo confiar en los demás.

Frontera, un reto peligroso

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En un miércoles a mediodía, en una de las últimas jornadas de levantamiento del Censo de Población y Vivienda 2010, yo es-

taba decidida a obtener la entrevista en una vivienda que se había registrado como negativa total por parte de la entrevistadora y del supervisor de esa zona. Me preparé mentalmente con una actitud positiva y todo el entusiasmo del mundo para lograr cambiar la res-puesta de la señora, que no quería darnos la información.

Me presenté en la vivienda y la señora estaba limpiando la banqueta; llegué lo más sonriente que pude, me presenté mientras ella, con la escoba más rápida que he visto, seguía barriendo y le-vantando una nube de polvo. Seguí hablando para animarla a par-ticipar como un informante más, cuando de pronto, en la vivienda de al lado, la vecina empezó a regañar al hijo de la señora con la que yo hablaba, quien, al darse cuenta de esto, comenzó a entablar una discusión.

Delante de mí se gritaron e insultaron; mientras mi entrevis-tada seguía barriéndome los pies, un iracundo cachorro me mordió el pantalón.

La señora me echaba polvo con su enardecida escoba, su hijo parado en el rayo del Sol sudando, absorto, viendo a las vecinas que se peleaban, el perro continuaba colgado de mi pantalón y yo seguía hablando y con la sonrisa congelada y sudando.

Después de muchos minutos en las mismas condiciones, las vecinas aclararon sus diferencias a gritos. La señora que buscaba entrevistar dejó de barrer para quitarme al perro del pantalón y me pasó a la sala de su casa argumentando: “Mira, sólo te voy a dar la información para que tú termines con tu trabajo”.

Levanté el cuestionario, etiqueté la vivienda y agradecí son-riente la atención, con polvo hasta en los dientes.

Limpieza dental: 230 pesos; pantalón: 550; terapia de manejo de estrés: 300; obtener un código de entrevista completa en lugar de una negativa: no tiene precio.

¡Esto es el INEGI, señores!

Una señora muy barredora

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Durante la primera semana del levantamiento de información del Censo de Población y Vivienda 2010, tuve la oportunidad de acompañar y supervisar a un entrevistador en su área de trabajo que

se caracterizaba por ser una zona residencial que, en lenguaje coloquial, llaman fresa o de gente nice.

En muchas casas no nos abrían; en otras sólo salía la persona de limpieza a decirnos: “El señor no te puede atender”, o refería que no estaban los señores, cuando nos dábamos cuenta que no era cierto. En algunas teníamos conversaciones únicamente mediante el interfono y cámaras de seguridad… en fin, los que han tenido oportunidad de participar en trabajos de levantamiento de información en este tipo de zonas saben de lo que les hablo.

Pero no siempre es así; en uno de esos días de trabajo de campo a mediodía toqué a la puerta de una vivienda, me recibió una señora de unos 45 ó 50 años; comencé por presentarme y explicarle el motivo de mi visita. Todavía no terminaba de hacerlo, cuando me había servido una limonada con agua mineral adornada con una rebanada de limón en la orilla del vaso y un popote. Me invitó a pasar y a sentarme para hacerle la entrevista.

En el recibidor, comencé haciéndole las preguntas hasta concluir ya sentadas en su sala. Antes de irme, la señora me dijo: “¿Sabes?, hace cinco años yo andaba en el Conteo de Población, no aquí, sino en el estado de don-de soy originaria, unas amigas me invitaron”.

La señora argumentó que no tenía necesidad económica, pero lo hizo para salir de la rutina, cosa que me llamó mucho la atención. También, me comentó que le había gustado mu-cho el trato que tuvo con las personas, que le tocó una zona muy humilde y no hubo una persona que no le brindara des-de un vaso con agua hasta un desayuno completo. “Era gente muy amable”, me dijo; para ella fue una experiencia muy bue-na, por el simple hecho de conocer la calidez humana.

Finalmente, me comentó: “Le saqué una fotocopia al cheque que me dieron como pago por mi trabajo en el Con-teo, lo enmarqué y le escribí una leyenda que decía: este dine-ro sí lo gané con el sudor de mi frente…”, las dos nos reímos, agradecí su tiempo y seguí con mi trabajo.

La doñis buena onda

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En Campeche, el supervisor Miguel, responsable de verificar y garantizar la cobertura total del área que le fue asignada para que no se quedara ninguna vivienda sin ser censada, realizó un recorrido

de acompañamiento con un entrevistador.

Eran los últimos días del levantamiento; con el compromiso a cuestas de lograr la cobertura total, recorrieron calles y más calles con el automóvil del INEGI hasta llegar, cerca de las 12 de la noche y a punto de concluir la jornada, a la última zona de un fraccionamiento parcialmente habitado. Estaban seguros de que en esa calle encontrarían viviendas que aún no habían sido censadas. Al fondo vieron una casa con luz parpadeante, por lo que se acercaron con el vehículo hasta ésta, se bajaron y se dispu-sieron a tocar, cuando al paso les salieron tres perros ladrando de forma escandalosa. Ya acostumbrados a este tipo de encuentros, dieron un par de gritos para ahuyentarlos y tuvieron, así, el paso libre; pero los canes se mantuvieron a cierta distancia y en ningún momento dejaron de vigilarlos.

Al llegar a la vivienda, a falta de timbre, se apresuraron a tocar con prudencia la puerta; entonces escucharon más ladridos de unos tres o cuatro perros que estaban en el interior. Al no haber respuesta y ya un poco nerviosos, volvieron a tocar a la puerta como lo habían hecho antes, pero ahora los pe-rros en el interior comenzaron a aullar; se unieron a esta sinfonía de lamentos los otros canes que se mantenían vigilando sus movimientos.

Nadie contestaba, pero la luz permanecía encendida. Entonces, Miguel decidió asomarse por la ventana del frente a través de un raspón que tenía, ya que los vidrios estaban empañados por una capa de pintura. Pudo ver la silueta de una persona encorvada y sentada en una silla al extremo de una mesa. “¡Hay alguien!”, le dijo Miguel al entrevistador y volvió a tocar la puerta.

El supervisor vio cómo la silueta encorvada se levantó y caminó hacia la puerta, pero no pudo ver su rostro. “¡Ahí viene!”, comentó.

En ese instante, un escalofrío les recorrió la espalda hasta erizarles el cabello. Los perros aullaron más fuerte que antes… mucho más fuerte. El escalofrío se acrecentó conforme pasaron los segundos y nadie abría la puerta. “¡Vámonos! Al fin y al cabo, ésos no cuentan”, gritó Miguel ya invadido por el miedo y, rápidamente, salieron de ese lugar.

Ésos… ¡no cuentan!

Campeche

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Chiapas

Diez décadasde orgullo

Aquella mañana, como todos los días desde el inicio del levan-tamiento censal, el Sol del municipio de Coita, Chiapas, no

daba tregua; Lupita y yo comenzamos nuestro trabajo, revisamos que en nuestras mochilas lleváramos los lápices, bolígrafos, nuestro montón de cuestionarios, una botella de agua y una torta para el mediodía.

Caminamos por una calle empedrada; el intenso calor de 40o C hacía sentir bochorno, daban ganas de quedarse bajo la sombra de los árboles, pero el deseo de avanzar con nuestra carga de trabajo era más fuerte, así que revisamos la cartografía para ubicar las vi-viendas que teníamos que visitar ese día.

Cuando piensas que lo has visto todo, la vida se encarga de mostrarte que no es cierto. Así nos ocurrió cuando visitamos una casa de adobe, con una pequeña ventana y un jardín al frente lle-no de claveles amarillos que daban un toque alegre al ambiente desolado.

“¡Buenos días!”, llamamos, pero nadie contestó. De nuevo, volvimos a gritar: “¡Buenos días!”, la respuesta fue un gran silencio; pensamos que la vivienda estaba deshabitada por lo que decidimos preguntar con los vecinos.

Un señor alto y de gran bigote se asomó por la ventana de la casa de enfrente y nos dijo: “Allí están”. Corrió hacia la puerta de entrada y se recargó en el marco como esperando ver un gran espectáculo.

Entonces, insistimos: “¡Buenos días!”, y nadie contestó a nuestros saludos; volvimos a emitir nuestro saludo en un tono cada vez más alto.

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De pronto, la puerta se abrió y una mujer se acercó a nosotros. Una sonrisa desdentada, pero cordial, nos indicó que podíamos pa-sar. Era una anciana con un bastón de aluminio que brillaba con la luz del Sol que se filtraba por la puerta.

Sus pies descalzos se deslizaban con dificultad en el piso de ce-mento, su caminar contrastaba con la firmeza de su mirada, su larga trenza blanca reposaba en su espalda encorvada.

“¡Buenos días, señora, venimos del INEGI!”, su respuesta fue una sonrisa. A lo lejos, escuchamos la voz del vecino: “¡Háblenle más fuerte, casi no escucha!”, así que repetí el saludo con voz fuer-te. Entonces, la anciana preguntó: “¿Despensa?”. El vecino gritó de nuevo: “¡Doña Luz, son del INEGI, acuérdese del anuncio de la radio!”.

Para sorpresa nuestra, descubrimos que era la jefa del hogar, así que decidimos aplicarle el cuestionario del Censo de Población y Vivienda.

Doña Luz tiene 100 años de edad; es viuda desde hace mu-cho; tuvo 12 hijos. Ella nos dijo: “Sufrí el dolor de enterrar a ocho de ellos”. Se veía realmente muy menuda, no cabe duda de que la edad cobra factura: “Dos de mis hijos no sé dónde están, pero tengo el consuelo de cuidar a mis hijas”, nos confesó, señalando con el bastón a dos ancianas enfermas acostadas: María de 85 años y Petra de 81. Fue otra sorpresa más, ¡la anciana con seme-jante responsabilidad!

“No tuvieron el valor de enamorarse nunca —dijo doña Luz con un gran suspiro—, ahora las cuido igual que cuando nacieron”. Las dos mujeres trataron de incorporarse al notar nuestra presencia, a una de ellas, la tos le dio varias sacudidas.

Lo primero que notamos de doña Luz fue su apariencia vivaz a pesar de sus años; al iniciar con las preguntas del Censo, jaló una mecedora de plástico de colores donde se sentó con parsimonia. Afuera, a un paso de la puerta, estaba el vecino: “¡Pase don Na-bor!”, le dijo con su voz quebrada de anciana.

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La vivienda de un solo cuarto mostraba el desamparo de es-tas tres mujeres: dos camas al fondo, una banca de madera con una mesa sin barniz, un ropero con el espejo roto y, como un objeto de lujo, la mecedora donde estaba sentada la anciana.

El fogón de la cocina, con leños encendidos, calentaba una olla con comida recién regalada por el vecino: “Todos me ayudan”, comentó, mientras miraba con agradecimiento a don Nabor, quien sólo atinó a sonreír. “Mis amigos de antes, todos están muertos—expresó doña Luz con un nudo en la garganta—, Dios no se equi-voca. Lo que quiero decir, es que espero vivir lo suficiente para ver a mis hijas recuperadas, nadie las cuidará mejor que yo”, terminó con certeza.

Al terminar el cuestionario, sentí que había recibido una gran lección de vida: la fortaleza para enfrentar la adver-sidad permite hasta lo imposible cuando tenemos con-ciencia de la misión en nuestra vida, como doña Luz a quien sus hijas enfermas dan fuerza para desafiar hasta a la muerte.

Sólo había una cosa por hacer. A los pocos días, Lupita y yo regresamos a la humilde vivienda con la despensa más grande que pudimos conseguir; a cambio, obtuvimos el mejor rega-lo: la bendición de doña Luz.

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Soy mujer de batalla y, modestia aparte, no me intimida cami-nar largas distancias para llegar a las comunidades más alejadas.

Tengo 26 años y he participado en tres operativos censales.

El trabajo de campo me gusta y no me importa que algunos piensen que pertenezco al grupo de personas obsesivas con el traba-jo, yo digo que me comprometo con lo que hago y me gusta hacer las cosas bien.

En cada evento censal ocurren situaciones nuevas, inéditas. Como supervisora del Cuestionario ampliado del Censo de Pobla-ción y Vivienda 2010, coordiné a un equipo de entrevistadores de zona rural; puedo decir con orgullo que fuimos un excelente grupo, pues la mayoría era como yo: tenaces, hacían lo que era necesario para lograr la entrevista y no le tenían miedo a las arduas horas de trabajo ni a recorrer grandes tramos por caminos difíciles. Así que, como fuera, llegábamos hasta las localidades que nos tenían asigna-das, por lejanas que estuvieran, y aplicábamos los cuestionarios.

Para hacer trabajo de campo se requiere de una buena planea-ción, no es sólo cuestión de echarse a andar a la calle o al campo. En un abrir y cerrar de ojos, uno puede enfrentar inconvenientes que, por lo menos, le provoquen un fuerte dolor de cabeza o hasta emitir unas cuantas palabrotas de coraje y, en el peor de los casos, frustren todo el esfuerzo invertido para hacer un determinado le-vantamiento de información.

Un día nos tocó visitar La Libertad, un poblado del municipio de Juárez; llegar allí fue toda una experiencia, la cual quedará para siempre en mis recuerdos. Mis tres entrevistadores (Nidia, Carlos y Saturnino) llegaron puntuales a la cita en la terminal de autobuses de Pichucalco, Chiapas. En este municipio, la vida empieza mucho antes de la alborada, así que a las 4:30 de la mañana ya estaban los tres bien bañados y con el uniforme puesto. Abordamos el camión que nos acercó al municipio de Juárez y allí fue donde comenzó la travesía a pie.

Mi amigo el saraguato

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Caminamos varias horas por veredas. Fue subir un lomerío, para después bajar, subir otro y volver a bajar otra vez. Aun cuando estábamos cansados, se percibía un ambiente de alegría entre mis

compañeros. Durante el trayecto, a Sa-turnino le dio por compartir

lo que él dijo que eran vivencias persona-

les, pero los de-más nos mi-rábamos unos a otros, in-

crédulos de que fueran del todo

ciertas. Carlos co-locaba insectos en

la ropa de Nidia, por el simple placer de oírla

gritar de susto.

La fronda de los ár-boles que se erguían a los lados de las veredas nos protegía de los ra-

yos del Sol, atravesamos riachuelos transparentes,

vimos un sinnúmero de mari-posas multicolores volar frente a

nosotros, pero lo más fantástico era el acompañamiento musical a cargo de

miles de aves, el ambiente nos provocaba a todos una sensación de libertad.

Lo mejor vino después, cuando nos in-ternamos en el tramo selvático, ya cerca de La

Libertad; vimos guacamayas con sus coloridas alas extendidas por el cielo, faisanes caminando

entre los matorrales y un pavo real que se atravesó por el camino. Carlos aseguró que vio un tucán; en

honor a la verdad, debo decir que yo no lo vi.

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Este recorrido me hizo pensar que los chiapanecos somos afor-tunados, la belleza natural es increíble, estar dentro de ese paisaje me contagió la alegría y entusiasmo de mis compañeros.

Reconozco que yo iba en mi papel de jefa, demostrando en todo momento la confianza de ser conocedora del lugar y es aquí donde afirmo que siempre hay cosas nuevas qué vivir, que a veces son difíciles de manejar a pesar de la experiencia que uno tenga.

Como buena guía, iba al frente del equipo y, en momentos, acepto que exageraba en anticipar la belleza del lugar antes de lle-gar a él, como cuando una va al cine a ver una película por segunda ocasión y platica a sus acompañantes lo que sigue de la historia, sin dejar que disfruten la sorpresa de lo desconocido. Pero eso, me lo co-bró la vida con una buena sorpresa, totalmente inusitada para mí.

Iba platicando del paisaje que encontraríamos en cada paso cuando, de repente, de entre el follaje saltó un mono saraguato y se plantó frente a mí emitiendo un aullido que me hizo gritar del sus-to; tal fue mi desconcierto que fui a dar al suelo en una estrepitosa caída. La escena provocó la carcajada de mis compañeros.

Me levanté con el orgullo intacto, les dije con firmeza que yo ya sabía que había saraguatos en el lugar, que los aullidos combina-dos con el sonido del resto de los animales lo confirmaban, cuan-do la verdad era que en mis recorridos anteriores jamás había visto uno. Seguimos avanzando y unos metros más adelante, el mono se plantó nuevamente frente a mí, aulló y yo volví a gritar aun-que esta vez logré mantenerme de pie. Mis compañeros volvieron a emitir una carcajada.

Carlos bromeó: “Le caes bien, quiere ser tu amigo”.

La recompensa del susto fue que al llegar a La Libertad, ese pe-queño poblado con casas de madera y gente amable, nos recibieron con agrado. Los habitantes se mostraron dispuestos a colaborar con el Censo, así que trabajamos sin descanso. Al final, antes de que se ocultara el Sol, ya estábamos de regreso, cansados pero satisfechos de la misión cumplida.

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Chihuahua

Elizabeth, entrevistadora del Censo de Población y Vivienda 2010, se enteró de que le había sido asignada la vivienda de un

anciano que vivía solo en Ciudad Cuauhtémoc. Por comentarios de los vecinos supo que el señor nunca hablaba con nadie ni salía, sólo una persona lo visitaba cada 15 días para llevarle provisiones, pero desconocían quién era. Al mismo tiempo que tenía curiosi-dad por la vida de este anciano, también sentía temor de realizar la visita a su vivienda para aplicarle el cuestionario porque no sabía cómo la recibiría.

Por fin, el jueves de la tercera semana del levantamiento, se decidió a realizar la visita. Caminó hasta la vivienda, abrió la reja, avanzó por el patio delantero hasta la puerta y, con mucha pre-caución, la tocó. Repentinamente, el anciano la abrió, levantó la cabeza y, con la mirada hacia el cielo, dijo: “No hay nadie”, dio la media vuelta y cerró. Elizabeth quedó desconcertada, su única reacción fue abrir los ojos y sonreír discretamente ante la escena que la dejó perpleja. Dio media vuelta, cruzó el patio delantero de la casa, abrió la reja y se retiró.

En la reunión de seguimiento, dio el informe sobre lo sucedido a su supervisor; a la mayoría de sus compañeros les pareció graciosa la situación y hasta rieron por un momento. Le asignaron la cate-goría de pendiente a la vivienda, pero a varios entrevistadores se les quedó la espinita de poder lograr la entrevista, así que durante los siguientes tres días programaron varias visitas. En todos los casos, el anciano les abrió la puerta y repitió la misma acción, levantó la cara y con la mirada al cielo les dijo las mismas palabras: “No hay nadie”. Luego, igual que le había sucedido a Eli, les cerró la puerta.

Amay conocelo que tienes

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Los entrevistadores tienen la costumbre de compartirse los casos difíciles para que los compa-ñeros les sugieran formas de resolverlos, así es que este caso llegó a oídos de casi todo el personal de la Coordinación Municipal.

Armando, otro de los entrevistadores, le co-mentó a Elizabeth que conocía a ese señor desde que era niño y sabía que si bien no tenía proble-mas en sus facultades mentales, sí era ciego y siem-pre se hacía pasar como si no estuviera cuerdo.

Armando le consiguió el nombre y dirección de la persona que le llevaba los víveres cada dos semanas, que era la señora Concepción. Elizabeth la fue a visitar esa tarde para ver de qué manera podía apoyarla para poder aplicar el cuestionario al anciano. Ella le informó que el hijo de ese señor vivía en Estados Unidos de América y que cada 15 días le enviaba dinero a ella para que le pu-diera comprar comida o cualquier otra cosa que requiera.

Precisamente ese día le tocaba ir a visitarlo, y le ofreció que fueran juntas ya que sólo así le po-drían realizar la entrevista; le advirtió que de otra manera no lo conseguirían.

Ambas se encaminaron y, al llegar a la vi-vienda, Elizabeth se pudo percatar de que la se-ñora Concepción tocó la puerta de una manera especial con tres golpes cortos seguido uno de otro y al terminar le dijo con voz muy alta: “¡Soy yo, Conchis!”. Pasaron un par de minutos y el anciano abrió la puerta para que pasaran. La se-ñora Concepción le informó que venía acompa-ñada de la entrevistadora del INEGI quien ya lo había visitado antes, pues quería aplicarle el cues-tionario. Él les comentó que así había acordado esa manera tan extraña de tocar a su puerta para

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espantar a la gente y que así no intentaran hacer-le daño o aprovecharse de su situación.

Para sorpresa de Eli, a pesar de que el an-ciano era ciego, su casa estaba impecable y orde-nada, los trastes limpios sobre la mesa y el señor perfectamente aseado y vestido; ella esperaba en-contrarlo en condiciones de vida precarias.

Después de levantar el cuestionario, Eli que-ría entender lo que veía, así es que motu proprio le preguntó cómo podía mantenerse así… tan bien, a lo que el señor le respondió:

—Tengo 78 años y 60 de ellos he estado ciego. Jamás conocí la cara de mi esposa y mucho menos la de mis hijos y aun así los amé sin verlos. Así que todo lo demás que tengo aprendí a conocerlo y amarlo más allá de la vista. A mi cama le conoz-co todos los bordes y, aunque esté ya muy vieja, no la quiero cambiar. Siento cuan-do la cobija está mal acomodada; lo mis-mo pasa con mis dos tazas, las conozco tan bien que sé cuando tienen algo pega-do y, en la cocina, mi estufa es de encen-dido eléctrico, así que batallo menos. Sé cómo se siente cada calcetín, cada pan-talón y cada camisa, así que no me puedo vestir mal y, sobre todo, aprendí a vivir así, y a hacerlo con lo único que tengo.

—¿Y qué es eso? —preguntó Eli.—Mis manos, mi nariz, mi boca y un cere-

bro para pensar todo lo que hago, como todos lo deberíamos hacer —concluyó el señor.

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Ahora sí

La segunda semana de mayo, Jorge, entrevistador

del Censo, recorría las calles de Ciudad Madera, Chihua-hua, y desarrollaba su trabajo de manera habitual, ya que no había tenido contratiempo al-guno para cumplir en tiempo y forma las cargas de trabajo que le habían asignado.

Al caminar por una co-lonia muy tranquila de esta localidad, llegó a una de sus viviendas (que es como se re-fieren los entrevistadores a las que tienen asignadas); la casa se veía muy descuidada. Llamó a la puerta y mientras esperaba que alguien le abriera, escu-chó mucho ruido que salía del interior. Nadie respondió a su llamado así que insistió, pero no tuvo respuesta. Ante esta situación, decidió preguntar a los vecinos si la casa estaba ocupada, quienes le comen-taron que sí, pero que actual-mente los residentes atravesa-ban una situación muy difícil, ya que hacía un mes, el nieto de la familia había desapare-cido y, por precaución, procu-raban no tener comunicación con gente del exterior.

Anotó en su bitácora la categoría de pendiente a esa vivienda. Al día siguiente, regresó pues, además de que-rer cumplir con su trabajo, tenía curiosidad por saber que había sucedido.

Cuando dio vuelta en la esquina para dirigirse a la vi-vienda, una anciana se encon-traba afuera de ésta, intuyó que era la dueña y se apresuró a presentarse. Al acercarse, la señora ingresó de inmedia-to a su casa y cerró la puerta. Era la primera dificultad que enfrentaba Jorge en su traba-jo como entrevistador, así que decidió no darse por vencido. Volvió al día siguiente y suce-dió lo mismo: cuando intenta-ba acercarse, la señora apre-suraba el paso para entrar a su casa y cerrar la puerta. Poste-riormente, volvió a intentarlo y le sucedió lo mismo.

Cuando Jorge estuvo a punto de rendirse, al revisar algunos pendientes de la zona, se encontró afuera de dicha vi-vienda a una señora más joven. Le preguntó si ella vivía ahí, a lo que la mujer respondió

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que sí. Entonces se presentó con el procedimiento que tantas ve-ces ya había repetido, mostrándole su identificación y le comentólo que había acontecido en las cuatro visitas que había realizado los días anteriores.

La mujer se puso de pie y le dijo que la anciana era su madre, y que si no respondía cuando la gente le hablaba era porque aún tenía esperanzas:

—¿Esperanzas? —preguntó Jorge.— Nosotros sabemos perfectamente de dónde vienes y qué es

lo que haces. En esta casa hemos vivido mi madre, mi hijo y yo, pero él tiene más de un mes desaparecido. Mi madre no accede a dar la información porque no quiere declarar quiénes habitamos en este hogar. La realidad de las cosas es que no se atreve a decir que mi hijo ya no vive más aquí, como te dije, aún tiene esperanzas —respondió la mujer.

Jorge le solicitó que ella le contestara el cuestionario del Cen-so. Con angustia en su voz, le contestó que su sentir era igual al de su madre, pero le pidió que regresara al día siguiente, que ambas platicarían y decidirían qué respuesta darían al momento que les preguntara quiénes residen en ese domicilio.

Al día siguiente, Jorge regresó a la misma hora. Para su sorpre-sa, en la puerta se encontraba ya la anciana, totalmente dispuesta y contenta de recibirlo; lo hizo pasar a su casa, le sirvió agua en un vaso y le ofreció algo de comer.

Jorge le agradeció, pero les comentó que tenía prisa por re-cabar la información, pues debía visitar otras viviendas. Al decir esto, la anciana lo interrumpió y le pidió disculpas por su compor-tamiento de los días anteriores. Le comentó que estaba realmente preocupada por lo que tendría que contestar y por todo lo que esta-ban pasando, pero que ella y su hija habían hablado y ambas acor-daron decir que su nieto todavía vivía en ese hogar, porque para ellas aún había esperanza de que regresara.

Cuando la anciana concluyó estas palabras, su hija irrumpió en la puerta bañada en llanto, abrazó a su madre y le dijo: “Está

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muerto, encontraron su cuerpo esta mañana”. Jorge se sintió intimidado por la situación, les dio el pésame y con el mayor recato que pudo les co-mentó que después regresaría y por respeto a su dolor, se retiro del lugar. Cuando salía, la mujer le contestó que volviera en dos días para cuando ya habrían terminado con los servicios funerarios.

Jorge volvió a la vivienda dos días después como se lo habían pedido, lo recibió la anciana, lo invitó a pasar, le pidió que tomara asiento y de nuevo le ofreció un vaso con agua.

Antes de iniciar la entrevista, la anciana le dijo que realmente se sentía muy apenada con él por hacerlo dar tantas vueltas. Él le respondió que no se preocupara, que ése era su trabajo.

Por fin pudo iniciar la entrevista, y Jorge le preguntó:

—¿Entonces, cuántas personas viven en este domicilio?

—Ahora sí, sólo dos joven—respondió la anciana.

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Durante su primera semana como entrevis-tadora del Censo en el municipio de Gue-

rrero, Chihuahua, Carolina se encontró con muchas negativas en las viviendas que le habían tocado visitar. Esto hizo que se desmotivara a tal grado que, incluso, tenía ganas de tirar la toa-lla. Sin embargo, su trabajo la llevó a conocer la historia de una persona que le enseñó que siem-pre se debe luchar por salir adelante, aun en cir-cunstancias adversas.

Al llegar a la primera vivienda que le co-rrespondía censar en el último día de su primera semana, tocó el timbre y le abrió la puerta una viejita muy amable, quien le ofreció agua y la in-vitó a pasar. Carolina, al ver la gentileza con la que la recibió, accedió a entrar.

Empezado el cuestionario, la señora le co-mentó que ella vivía ahí sola, pero que al final de la cuadra vivía una de sus tres hijas y que si le to-caba censarla no la iba a encontrar, ya que su nieta de 3 años estaba internada en el hospital en Ciu-dad Cuauhtémoc, pues había tenido un accidente y le daban muy pocas esperanzas de sobrevivir. Le terminó de aplicar el cuestionario y se retiró de la vivienda para proseguir con su trabajo.

¿Cómopude pensaren tirarla toalla?

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Días después, en otra vivienda, le abrió la puerta una seño-ra que también la invitó a pasar y cuando concluyó de aplicarle el cuestionario, ella le preguntó si ya habían pasado con el Censo por la calle del fondo. Le respondió que sí, que hacía dos días. La señora le comentó que, probablemente, no habrían encontrado a su her-mana, pues casi todo el tiempo lo pasaba con su hija en el hospital porque estaba muy enferma, incluso le aclaró que ya había caído en estado de coma.

Carolina entendió que se trataba de la misma niña que le ha-bía platicado la viejita y la llenó de tristeza pensar en la niña de 3 años, quien estaba a punto de morir.

Días más tarde, en una ubicación cercana, Carolina tocó la puerta de una vivienda donde le abrió una mujer que por el pa-recido físico con la abuela y la tía de la niña —supuso— eran parientes. Para quitarse la duda, le preguntó si tenía parentesco con las otras personas y confirmó que sí, que eran hija y hermana, respectivamente.

Después de aplicar el cuestionario, Carolina preguntó por el estado de salud de su sobrina. La pregunta sorprendió a la señora, pero ella le aclaró que su madre y su hermana le habían comentado que su sobrina estaba muy delicada en el hospital y que, seguramen-te, no iba a encontrar a la madre de la pequeña en su vivienda para poderle aplicar el cuestionario. La señora le respondió que la niña estaba a punto de ser desconectada, pues no reaccionaba al medica-mento. Le pidió que hiciera oración por su sobrina y, con toda su fe, le pidiera a Dios la curara, ya que sólo un milagro podría sacarla adelante.

La entrevistadora salió sobrecogida por la situación, pero al llegar a su casa hizo lo que le solicitaron: oró por la niña y su familia con todo el fervor que le fue posible.

Durante la cuarta semana, le tocó recuperar la información de las viviendas que tenía como pendientes en su bitácora; entre éstas, le correspondía visitar la casa de la niña. Aun cuando le era difícil pensar en hacer esta entrevista, pues temía que había ocu-rrido el peor de los desenlaces, ella debía hacer la visita a todas las

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viviendas que tenía asignadas y cubrir totalmente su zona. Con un nudo en la garganta, tocó la puerta y fue grande su sorpresa cuan-do le abrió la puerta la viejecita que entrevistó la primera sema-na. La invitó a pasar y le dijo que esperara, pues toda la familia se encontraba reunida en una de las habitaciones, pero la viejita ya no regresó, en su lugar se presentó la única hermana que le faltaba entrevistar.

La mujer desbordaba felicidad, contrario a lo que estaba espe-rando ella, por la historia que conocía de la pequeña. Carolina no resistió la curiosidad y preguntó: “Señora, disculpe mi indiscreción, pero me ha tocado entrevistar a su madre y a sus dos hermanas y me comentaron la situación tan lamentable de su niña y quisiera saber cómo sigue ella”.

La señora se emocionó y le dio gracias por preocuparse por su hija. Le pidió que la acompañara. La siguió al cuarto y al entrar vio a la abuela, a las dos tías y a muchos otros familiares que le estaban dando la bienvenida a la pequeña Valeria, quien acababa de regre-sar del hospital y que, pese a que se veía desmejorada, no hacía más que sonreír.

Al verla, la señora que le había pedido orar por su sobrina se puso de pie y le dijo que Valeria era una triunfadora que, aun cuando batalló mucho, salió adelante, gracias al apoyo y oración de todos.

Carolina abandonó la habitación con un gran gusto, se sen-tó en la sala donde pudo aplicarle el cuestionario a la madre de la niña. Al salir de la casa se fue caminando de regreso a la Coordi-nación para entregar los cuestionarios, todo el camino no dejaba de pensar en la fortaleza de la niña y su forma de aferrarse a la vida. Le pareció que era un ejemplo a seguir para cualquier persona cuan-do se le presenten circunstancias adversas, recordó con un poco de vergüenza el haber pensado en tirar la toalla sólo porque en varias viviendas no le habían aceptado que les aplicara el cuestionario.

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He escuchado muchas frases en mi vida, pero cuando trabajé como entrevistadora para

el INEGI en el Censo de Población y Vivienda 2010 recordaba una en especial: “¡Siempre que-da la esperanza!”.

Esta frase fue como un acicate para mí cuan-do caminaba pensativa por las calles de las vi-viendas que me habían asignado para levantar los cuestionarios al momento de tocar la puerta y las personas que me abrían mostraban falta de inte-rés en responder las preguntas que les tenía que hacer. No podía entender esta actitud, ya que los datos que recabamos en el Censo permiten que el país tenga información para que las cosas se hagan mejor, tanto en los gobiernos como en las empresas. Tengo que aceptar que, de repente, la negativa que mostraban las personas a responder las preguntas me llegaba a desanimar un poco.

En la segunda semana caminaba de nuevo rumbo a la vivienda que iba a visitar, la frase ve-nía a mi mente de nuevo: “¡Siempre queda la es-peranza!”, así me daba ánimo. En este caso, la esperanza era que me abrirían con el ánimo de colaborar con el Censo.

De pronto, me detuvo un niño como de unos 6 años de edad, se veía muy agitado por la carre-ra que tuvo que hacer para alcanzarme. Cuando logró calmar su respiración estando frente a mí, me preguntó:

—¿Es usted la del INEGI?—Sí, por supuesto, mira mi credencial, tie-

ne mi foto y un holograma que cuando lo

muevo, puedes ver que dice INEGI; tam-bién, tengo mi mochila, gorra y chaleco —le contesté.

—Pues yo soy Kevin, tengo 6 años —res-pondió rápidamente el niñito—, estoy en el jardín de niños y vivo allí.

Al mismo tiempo que me decía eso, señaló con su dedito un edificio que estaba a unos cuan-tos metros:

— Ah, ¡qué bueno! —respondí. — Sí, yo soy Kevin tengo 6 años, estoy en

el jardín de niños y vivo allí —otra vez señaló el mismo edificio.

— Está bien —nuevamente le contesté.

Todavía agitado y con una voz muy seria protestó:

— ¿Y que espera para anotarme?, ¿qué no ve que en México todos contamos?, yo soy un mexicano.

Antes de que volviera a protestar, lo anoté en mi libreta y se la mostré, el miró muy atento lo que escribí y, después de cerciorarse que ya ha-bía anotado sus datos, muy sonriente se alejó. Fue entonces que vino a mi mente otra vez la frase: “¡Siempre queda la esperanza!”. Mi ánimo se recu-peró al pensar en esta nueva generación de peque-ños que entiende lo importante que es para el país participar brindando su información al Censo.

“¡Siempre queda la esperanza!”

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La negociadora

A los entrevistadores del Censo se les contra-ta después de un proceso de selección y se

les capacita. Como parte del programa de prepa-ración para el levantamiento del Censo, el sába-do 29 de mayo estuvo previsto llevar a cabo una práctica de campo. En el caso de Coahuila de Za-

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Coahuila de Zaragoza

ragoza se eligió un área que es de acceso fácil por su ubicación geográfica, pero que es una zona de pandillas.

La responsable de área realizó la planeación del trabajo que le correspondía a su equipo de en-trevistadores y se dirigió con ellos al lugar, el cual conocía bien porque es donde ella y su familia vi-ven. Ella comentó que desde que llegaron se dio cuenta de que los vigilaban en varias camionetas, pero pudieron hacer su trabajo de manera normal porque las personas que estaban en los vehículos no los molestaron para nada.

El 31 de mayo, día en que se inició oficial-mente el levantamiento censal, ella retomó el trabajo en la zona donde habían hecho la prác-tica de campo y al cruzar una calle dos indivi-duos descendieron de una camioneta y la inter-ceptaron de manera aparatosa; se espantó al ver que se dirigían hacia ella, y de manera grosera uno de ellos le dijo: “¡No te queremos ver aquí!, ¡te largas…!”.

No se podía negar a sí misma que sentía miedo, el corazón le latía a toda velocidad, pero con todo el aplomo que pudo les dijo que sólo realizaba su trabajo como personal del Censo; pero no la escuchaban, los individuos insistie-ron que no les importaba lo que estaba haciendo ya que, para ellos, ella estaba recolectando in-formación para pasarla a las autoridades. En ese momento se dio cuenta que tenía qué negociar, explicarles de qué se trataba el trabajo del Cen-so para convencerlos que la dejaran trabajar. Les platicó de manera breve que el Censo recolec-ta información con fines de generar estadística y que no se conoce nunca el nombre de las perso-nas que dan los datos ya que ni siquiera se anota en los cuestionarios.

Uno de los dos hombres le dijo: “Está bien, te voy a dar permiso, pero tienes que hacerlo todo hoy, ¿entendiste?”.

De inmediato ella se comunicó con su coor-dinador municipal y entre todos, supervisores y entrevistadores le echaron montón, hicieron el recorrido y levantaron la información lo más rá-pido posible, cuidando hacer bien el trabajo a pe-sar de la presión que tenían.

“En lo que más pensaba —recuerda—, era que mi familia vive en esa área y no quería cau-sarles problemas, porque al terminar el Censo ellos siguen sus vidas ahí y… ¡estas personas tam-bién!”.

Ese día, todos hicieron el barrido, pero que-daron muchos pendientes, por lo que planearon una nueva estrategia para visitar las viviendas a las que no se les había podido aplicar el cuestio-nario. Ésta consistió en intercambiar las cargas de trabajo entre los entrevistadores. Fue una expe-riencia difícil pero al mismo tiempo maravillosa, ya que se trabajó en equipo: “No importaba qué manzana tenías asignada, sino qué vivienda era posible recuperar. Los entrevistadores se ponían de acuerdo, para definir quién iba a la vivienda que faltaba; fue tal el espíritu de equipo que logra-mos terminar con los pendientes”, refirió.

Fue así como se levantó la información en aquella área, con riesgo y miedo, eso es innega-ble. Todos tenían muy claro el objetivo a alcan-zar: aplicar el cuestionario en todas las viviendas. La llave de entrada fue la negociación, explicarles a las personas qué hacían y para qué, así los deja-ron hacer su trabajo sin molestar a nadie. “Aquí se logró barrer el sector cumpliendo con lo pla-neado, gracias al profesionalismo del equipo”.

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La celosa

Durante su recorrido diario para levantar el Censo, Sandra ya estaba acostumbrándose al

calor agobiante de las 11 de la mañana, aun cuan-do la estación de calor todavía no hacía que los termómetros alcanzaran las temperaturas máximas de la temporada. En la primera semana de trabajo como entrevistadora, no se había encontrado con ningún problema, al contrario, la gente que visi-taba se mostraba amable y dispuesta a cooperar, otorgando la información que les solicitaba.

En ocasiones, hasta la invitaban a almorzar o comer, según fuera la hora o, mínimo, le ofrecían

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algo de beber para que se refrescara, es más, ya es-taba considerando como normal el que la gente estuviera dispuesta a colaborar y, de paso, ofrecer-le algún bocadillo. En uno de esos días calurosos en los que no se veía ninguna nube para pescar la sombrita, llegó a una casa muy bien pintada, se veía que la persona que vivía allí era muy ordena-da y limpia. Al tocar la puerta varias veces, una voz muy varonil le contestó que esperara un mo-mento, también logró escuchar la voz de un niño pequeño como de 2 años. Por fin se abrió la puerta y un hombre muy apuesto y de aspecto amable le preguntó qué se le ofrecía.

Sandra respondió que venía del INEGI y que estaba levantando la información del Censo 2010, que si podía hacerle unas preguntas, a lo que el se-ñor contestó que sí y procedió a formularle cada una de ellas. La entrevista se estaba desarrollando tranquilamente cuando, de repente, fue interrum-pida por una voz femenina que se escuchó desde el fondo de la casa:

— ¿Quién es Joselo?, ¿qué quieren? —dijo una mujer como de 20 años de edad o menos, que se acercaba vestida con ropa íntima que mostraba casi su desnudez.

— Son del INEGI vieja, vienen a hacer unas preguntas —respondió el señor.

— ¡Ah cómo fastidian con eso del Censo!, deberían dedicarse a otra cosa y no an-dar quitando el tiempo con sus preguntas —dijo la señora.

Joselo hizo una mueca de desaprobación e instó a Sandra a que siguiera preguntando, pero al llegar a la variable donde se pregunta la edad, Joselo le respondió que 40 años cumplidos y que se sentía y se veía muy bien, según le decían unas amigas de la maquiladora. Sin más, se apareció

la señora quien, sin recato alguno y de manera abrupta, preguntó:

— ¿Pues qué es lo que quiere oiga?, ¿le gus-ta mi viejo o qué? Sólo eso me faltaba, que venga a tratar de quitarme lo que es mío, no les basta con la información. ¿Por qué no se larga vieja quitamaridos?

— Métete vieja, la señorita sólo está hacien-do su trabajo —intervino Joselo.

— Cuál trabajo, ¡esas son pend…! Sólo an-dan de metiches y mirones a ver qué con-siguen —volvió a gritar la mujer.

Entonces, Sandra, en un tono amable les dijo:

— No se preocupen, si quieren yo después regreso.

— No, ya empezamos y ahora terminamos y tú Yolanda, te metes y te callas o si no ya sabes —replicó Joselo.

— ¿Qué es lo que sé?, ¿que me vas a dejar?, ¡primero te mato!, ¿me escuchas?, en-tiéndelo bien, ¡te mato! —gritó la mujer enardecida y se alejó.

— Ya ves, perro que ladra no muerde —dijo Joselo—, sigamos por favor con las preguntas, y ahora dime, ¿cuántos años tienes? —le preguntó a Sandra en tono por demás insinuoso.

— Mejor acabemos con la entrevista no vaya a ser la de malas —acotó Sandra.

Y así dieron fin a la entrevista y pegó la eti-queta en el vidrio de la puerta y agradeció a Joselo su cooperación.

“¡Ya que se vaya!”, gritó desde adentro Yo-landa, todavía enardecida.

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A otra compañera, en una ocasión, la atendió un señor de edad avanzada quien la invitó a

pasar a la vivienda, comentando que su esposa tra-bajaba a dos casas, en una peluquería.

Ella empezó a aplicar el cuestionario censal y ya al final, cuando estaba realizando la última pre-gunta… ¡el señor se quedó dormido por completo!; ella, sorprendida, pensó qué iba a hacer ante esta situación ya que no había nadie más en la vivienda, aunque por fortuna sólo faltaba la última pregunta.

Sin dejar de pensar en la seguridad de esta per-sona, optó por retirarse y confiar en que su esposa pronto regresara. Ella podía salir sin problema, sin embargo le preocupó la seguridad del señor, por-que la puerta se quedaría abierta y alguien se podría meter. Se preguntaba una y otra vez: ¿qué hacer?, ¿dejar abierta la casa?, ¿y si se metía alguien?

Observó hacia el portón y se dio cuenta que estaba un candado abierto, se volvió a preguntar: si cierro la casa y pongo el candado, ¿su esposa trae-rá llaves para abrir?, ¿y si no? Era una serie de pre-guntas que tenía que resolver bien. La decisión fue dejar el candado cerrado y confiar en que todo es-taría bien.

Al día siguiente, regresó a la casa del señor tanto para asegurarse de que su decisión había sido la correcta como para recabar el último dato de la entrevista; afortunadamente, encontró bien al vie-jito y pudo, al fin, terminar el cuestionario.

Se durmiópero sí contestó

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Colima

Por ahí de las 4 de la tarde de mi segundo día de trabajo como entrevistadora del Cuestionario ampliado, llegué a una vivienda

donde me concedieron amablemente la entrevista y, al terminar, me ofrecieron agua:

— ¿Ya comió? —me preguntó el jefe de familia. — No, pero ya voy a hacerlo —le contesté. — ¿Gusta comer con nosotros? —me dijo en tono cordial—,

se lo digo con mucho gusto, debe estar muy cansada y aso-leada y a esta hora y sin comer… ¡ándele!, venga y aunque sea cómase un taquito —insistió.

Sentí que el color de la cara me iba y venía, no sabía qué contestar:

— No, gracias, de verdad ya me voy a comer, gracias —con-

testé, aunque por dentro decía: “¡Sí, quiero comer, tengo hambre!”. Los aromas que provenían de la cocina abrieron aún más el apetito que ya traía.

Por pena, decliné la invitación, lo bueno que no me hicieron caso y mientras guardaba todo mi tilichero escuché: “Ya le pusimos un lugar, ande, venga y coma con nosotros”, dijo la señora.

Ya no me quedó de otra, ¡bendito sea Dios! Fue la primera vez que alguien, durante mi trabajo como entrevistadora, me invitaba a su mesa. Nos identificamos tanto que terminamos platicando de comida, costumbres y muchas otras cosas, pues ellos resultaron ser de Culiacán y son personas muy amables y platicadoras que me hi-cieron pasar un rato muy agradable.

Con todoy pena acepté

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El queperseveraalcanza

En otro día duro de trabajo, en mi tercera semana como

entrevistadora del Censo, te-nía una cita a las 2 de la tarde en una casa a la que ya había ido varias veces. La verdad es que estaba cansada, asoleada y de mal humor. Iba renegan-do, predispuesta por las vuel-tas que había dado y nada que me atendían. Como sea, llegué muy puntual, sonreía por fuera, pero por dentro me decía a mí misma: “¡A ver si no me man-dan a freír espárragos otra vez, ya estoy harta!”. De repente se abrió la puerta y, ¡oh, sorpresa!, me abrió una señora joven con una sonrisa que me dijo: “¡Hola amiguita! Pásate, pásate. Toma un poco de agua fresca, la aca-bo de preparar y me quedó muy rica”. No alcancé a contestar y ya me estaba sirviendo el agua de sabor. Quedé desarmada con esa recepción.

Como era la hora de la comida y acababan de llegar sus hijos del colegio, aquello era

una algarabía y, además, estaba su papá ahí. Empezó a servirle la comida a su familia y al mis-mo tiempo me dijo: “Siéntate, ahorita que me desocupe voy contigo. Sé que has venido va-rias veces y ya no quiero hacer-te regresar, pero es la hora de la comida”. En todos los prepara-tivos de la comida se entretuvo casi 30 minutos, pero siempre se mostraba preocupada que estaba yo allí esperándola. De repente, me dijo: “Hice una so-pita de verduras muy rica, ¿gus-tas comer con nosotros?”.

Pensé: “Y ahora, ¿qué hago?”:

—¡No señora, muchas gracias, me da mucha pena, coman ustedes, yo la espero! —respon-dí mirando de reojo los platos con comida.

—No amiguita, debes es-tar muy cansada y con hambre —me contestó tajante pero cordial—, así que mejor comes mientras me esperas, ¿sí?

—¡De verdad gracias, me da mucha pena! —le contesté no muy convencida.

—Te da mucha pena pero sí o te da mucha pena pero no —dijo.

Sin pensarlo mucho, de repente estaba en la mesa con todos comiendo la sopa de ver-dura, que en efecto estaba muy rica. Estando ahí hasta mal me sentí por mi predisposición ini-cial, sin imaginar que termina-ría comiendo con otra familia muy amable.

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Ese día me tocaba visitar viviendas en una zona residencial, me fui preparada con un sándwich y algo de fruta para la hora de

la comida porque no quería que me pasara lo mismo que el día an-terior, pues justo a la hora del almuerzo me tocó aplicarle el cues-tionario a un informante que estaba comiendo mientras yo le hacía las preguntas. Mi estómago protestaba con el olor del guisado y el arroz.

Cuando llegué como a la quinta vivienda, empecé a sentir hambre pero decidí tocar a la puerta para aventajar el trabajo. Una señora abrió la puerta de la casa, de donde salía un aroma delicioso y de inmediato me preguntó:

—¿Tienes hambre o ya comiste?—¡Gracias señora!, traigo un sándwich y algo de fruta —con-

testé, mientras me disponía a abrir mi mochila—, en cuanto termine aquí, me lo voy a comer.

—Puedes pasar a la cocina para que te lo comas a gusto y des-canses un poco —dijo la mujer.

Ante la insistencia, acepté. Cuando me pasó al comedor, ca-lentó un poco de comida y me la ofreció, así que no sólo me comí mi sándwich, sino pollo en salsa verde y arroz que esa buena mujer me sirvió.

Terminé de comer y le apliqué el cuestionario, se despidió muy amablemente y seguí con mi recorrido. Llegué a otra vivienda y al abrir la puerta la señora de la casa, antes incluso de saludarme, me preguntó:

—¿Quieres un vaso con agua o refresco? Está haciendo mu-cho calor, ¿no?

Yo creo que traía cara de medio morir y realmente sí me sentía un poco mareada, como que se me había bajado la presión:

—Está bien señora, le acepto el refresco —respondí, mientras me secaba el sudor de la frente con un pañuelo—. Y así, con mi vasote de refresco y con un mejor semblante, inicié la entrevista que concluyó sin más percances.

Contodo yla presiónbaja

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Todo transcurría con normalidad según el pro-grama de trabajo y las cargas que le asignaron

a Isabel. Ella vive en Manzanillo y tiene gran ex-periencia participando en encuestas; por el buen trabajo que ha desarrollado en éstas fue contrata-da como entrevistadora del Censo de Población y Vivienda 2010, que fue el primer operativo esta-dístico de este tipo en el que ha participado.

Desde el 31 de mayo, Isabel pasaba el día ha-ciendo sus recorridos, identificando las manzanas de la localidad y levantando de forma satisfacto-ria todos los cuestionarios, hasta el día que le tocó vivir un curioso malentendido.

Siendo alrededor de las 10 de la noche, en una de las colonias que se ubican en las faldas de un cerro, llegó a tocar la puerta de la vivienda en la que aplicaría el último cuestionario de ese día. Mientras en la casa del vecino se escuchaba el sonido fuerte de un martillo, Isabel oyó la voz de un hombre que le contestó desde adentro de la casa: “¡Véngase mañana, pero prepárese por-que yo madrugo!”; satisfecha, le respondió: “¡Está bien, vendré a las 8 de la mañana!”.

Al día siguiente, la entrevistadora se prepa-ró desde muy temprano y se dirigió al lugar. Al llegar, tocó la puerta y se escuchó la voz de un anciano que le dijo desde dentro: “Pase señori-

“Prepáreseporqueyo madrugo”

ta, pase”. Isabel entró a la casa y se sorprendió, pues en la sala no había nadie. Entonces se escu-chó de nuevo: “Pase señorita, es hasta el fondo”, por lo que ella caminó con sigilo por un pasillo hasta una habitación donde, al entrar, descubrió al anciano acostado en la cama y completamente desnudo. Sonrojada e impresionada por el hecho, reaccionó diciéndole al anciano: “¡Mejor vuelvo mañana!”.

El hombre se percató de lo apenada que es-taba Isabel y le dijo: “Ay, señorita, ¿pero por qué le da pena?, yo mismo le dije claramente ayer, prepárese porque estoy desnudo”.

Isabel estaba desconcertada pero en ese mo-mento entró la hija del informante, quien le ex-plicó que por causa de una enfermedad de la piel debía permanecer desnudo hasta que sanara. Ya en control de la situación, la entrevistadora les aplicó el cuestionario con lo que pudo censar esa vivienda y dar por terminada la manzana en la que se encontraba.

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Distrito Federal

Susana es una esposa joven y mamá de dos pe-queños; a mediados de mayo, muy temprano,

se dirigió a la estación del Metro para ir a la bolsa de trabajo de la delegación, ya que meses atrás se había inscrito en la feria del empleo local y había recibido un aviso de que había una oferta. Du-rante el recorrido se preguntó de qué se trataría; el calor en el vagón era sofocante e impregnado del humor de los viajeros. Por fin, llegó a la esta-ción de destino, esperó que la puerta se abriera y caminó entre la multitud hasta la salida. Cuando subió el último escalón pudo ver en toda su ple-nitud la luz del día, respiró profundo y se enfiló hacia la explanada de la delegación. Preguntó al personal de seguridad por la oficina de la bolsa de trabajo, le señalaron un pequeño cubículo al fondo del pasillo, pudo ver un grupo numeroso de personas de diferentes edades que hacía fila para esperar su turno, ella se formó.

Llegó con la señorita que atendía, le mostró la notificación que había recibido por correo y le preguntó: “¿Vienes para lo del trabajo?”, Susana asintió. Le contestó: “Ya salió la convocatoria del INEGI para participar en el Censo de Población y Vivienda 2010, la puedes ver ahí —señaló con su mano un cartel que estaba pegado en el muro del cubículo—, copia los datos y los requisitos y si te interesa entrega tu aplicación en la dirección que está anotada”. Susana copió la información, salió pensando que sería una experiencia intere-sante participar como entrevistadora del Censo y, además, apoyaría con el gasto de la casa.

“…tenía que terminar porel compromiso que adquirí”

A los tres días acudió a las oficinas del INEGI para entregar su documentación personal y su solicitud de empleo llena; como tenía que poner un número telefónico para recibir notifi-caciones, pero en su casa no había, puso el de su vecina, doña Aurora. Después de entregar todos sus papeles le pidieron que pasara a una entrevis-ta e hiciera un examen, ya que todos estos pasos son parte del proceso de selección del personal del Censo.

El fin de semana, cuando se encontraba en su casa haciendo quehaceres domésticos, doña Aurora le gritó por la ventana: “¡Susy!, te llaman por teléfono del INEGI… apúrate”. Al regresar a casa no podía ocultar su alegría, le acababan de notificar que estaba seleccionada para participar en la capacitación que se impartiría a los candi-datos a entrevistadores; durante esta etapa le ha-rían exámenes y, al finalizar, le dirían si quedaba contratada para el levantamiento.

El lunes empezó con las carreras para dejar lista la comida, vestidos a los hijos y ella trasla-darse para llegar a tiempo al salón de manuali-dades de la escuela secundaria Miguel Hidalgo y Costilla, ya que su curso de capacitación inicia-ba a las 8 de la mañana. Con las prisas que vive la gente de la ciudad de México, llegó hasta la estación del Metro; con un poco de empujones, logró subirse al vagón y, estaciones más adelante, se hizo camino de salida diciendo: “Con permi-so, con permiso, yo bajo aquí”. Salió a la calle y

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caminó por la estrecha banqueta que le parecía insuficiente por la cantidad de gente que fluía en ambos sentidos y que le era difícil sortear para avanzar más rápido, no quería llegar tarde a su capacitación.

Logró entrar al aula 5 minutos antes de la hora estipulada, buscó un pupitre vacío, se sentó y esperó a que iniciara el curso. El instructor dio la bienvenida, hizo el registro de asistencia, les entregó manuales y otros materiales. Con las di-námicas de integración, las evaluaciones diarias, el simulacro de las entrevistas y prácticas de lle-nado de cuestionarios se pasó la semana en un abrir y cerrar de ojos. El séptimo día, en la puerta del salón, apareció la lista de los seleccionados y la zona en la que trabajarían.

Susana, un poco nerviosa, revisó la lista, buscó su nombre y respiró profundo cuando vio que sí estaba; su área de responsabilidad sería: CE 09-CZ 03-CM 02-RA 01-SUP. 01-AR 03, lo que no le dijo mucho dónde era. Se dirigió al plano que estaba pegado en la pared del salón con el cual se había apoyado la capacitación de planea-ción y ubicación geográfica, identificó la zona que le habían asignado y resultó que era una colonia colindante a donde ella vivía.

Llegó a casa contenta, pero nerviosa. Cuan-do vio a su marido le dijo: “¿Qué crees?, ya me contrataron en el INEGI como entrevistadora del Censo. Me tocó trabajar en nuestra delegación, pero en otra colonia, la que está en la parte más alta. Ya averigüé qué micro me lleva para allá”.

El lunes 31 de mayo Susana se vistió con pantalón de mezclilla, blusa blanca, se calzó los tenis y se puso su uniforme: chaleco y gorra color arena; verificó que todo estuviera en orden en su

mochila y se colocó su credencial. A pesar de que le parecía sencillo, se sentía orgullosa de usarlo; además, estaba convencida de que donde fuere la iban a identificar como empleada del INEGI para el Censo. Le encargó sus hijos a la suegra y salió a la calle.

Bajó del micro en una zona de calles con pendientes muy pronunciadas y banquetas que, por la inclinación de la misma, tenían escalones; se dio cuenta de que para recorrerlas iba a ne-cesitar práctica y buena condición física, y pen-só: “Un paso en falso y voy a dar hasta abajo y, seguro, maltrecha”. Sacó de la mochila la tabla de apoyo y el plano de su área de responsabili-dad que le proporcionó su supervisor; se orien-tó y empezó a caminar cuesta arriba mientras re-cordaba lo que había escuchado de esa zona. Le habían comentado que cuando el cartógrafo del Censo realizaba la actualización de los planos, lo rodearon unos muchachos queriendo quitarle sus zapatos, los cuales salvó porque logró escapar corriendo, mientras escuchaba que le gritaban: “Has de regresar por acá y te hemos de agarrar”. También, le dijeron que, en otra ocasión, casi lo golpea un grupo de hombres que estaba consu-miendo bebidas alcohólicas en la calle, situación que pudo sortear después de que les dio 10 pesos y porque unas señoras les gritaron: “¡Déjenlo, es del INEGI!”. Susana pensó: “¡Claro!, lo recono-cieron por el uniforme”.

A Susana le tocó visitar las viviendas ubica-das en las partes más altas de la colonia y le pa-reció que los rayos del Sol pegaban ahí en forma más intensa porque le daba mucha sed; el super-visor le había dicho que es una zona muy especial, que allí, incluso, llueve de forma diferente; pero eso no le preocupó mucho porque, como parte del uniforme, le dieron un impermeable. Hasta ese

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momento cayó en razón de que, si bien vivía en una colonia cercana, nunca había estado en esa zona con calles tan empinadas… como sea, a ella le parecía que la gente la reconocía.

El segundo día repitió todo su protocolo de preparación de salida de casa y el trayecto en mi-cro, se bajó y caminó hacia la calle en la cual te-nía que iniciar su trabajo, tocó a la puerta de la primera casa y pudo oír que desde la ventana una señora ya entrada en años le preguntaba de ma-nera muy seca: “¿Y tú qué haces aquí?”, y Susana le mostró su credencial y le explicó: “Trabajo en el INEGI y soy entrevistadora del Censo, sólo le quitaré 10 minutos de su tiempo para aplicarle el cuestionario”.

“Ahorita te abro”, respondió la mujer. Lue-go, se asomó por la puerta entreabierta; cuando iba a empezar a realizar las preguntas, Susana escuchó disparos y alcanzó a oír que la señora dijo: “Se soltaron los balazos”, y desapareció de inmediato cerrando la puerta y dejando a Susana a su suerte. De repente, quedó ensordecida con el estruendo de balas que destrozaron cristales y tiraron a su paso todos los objetos en cuestión de segundos. Susana se sintió atrapada en una película de acción; se arrinconó en el marco de la puerta, pensó en su familia y sólo tuvo fuerza para hablarle desde su celular al supervisor di-ciéndole que tenía miedo y le pidió que la apo-yara para salir de ahí.

Se quedó sin moverse con la esperanza de que llegara el supervisor e hizo un repaso mental de cómo llegó a esa situación; cuando la señora abrió la puerta, llegaron varios vehículos de for-ma violenta y bloquearon la calle; descendieron sujetos vestidos de negro y encapuchados por-tando armas largas. Estaba paralizada por el te-

mor, no sabía qué hacer, sólo sintió unas manos sobre sus hombros y una voz con autoridad que le ordenó: “¡Cúbrete aquí!”, a la vez que la arrojaba con fuerza al piso. Cuando finalizó la balacera, el encapuchado le solicitó que se pusiera de pie y se identificara: ella le mostró su credencial y le supli-có: “Ayúdeme por favor, tengo dos hijos, quiero irme de aquí”.

Sin saberlo, Susana había quedado atrapa-da dentro de un operativo policiaco y nadie po-día entrar o salir de esa zona. El hombre encapu-chado, después de ver su credencial, la tomó del brazo y la escoltó hasta la esquina donde ya la es-peraba su jefe, quien también tenía uniforme del Censo. Al alejarse del lugar, el supervisor le co-mentó que nadie podía salir o entrar del área que habían acordonado y que a ella la habían dejado salir por ser empleada del INEGI y entrevistadora del Censo. Le comentó: “Te reconocieron por el uniforme y tu credencial”.

Esa noche, Susana no pudo conciliar el sue-ño; trataba de respirar profundo para cobrar el va-lor que necesitaría al día siguiente para regresar a concluir la manzana donde, por azares del des-tino, le tocó estar cuando ocurrió un operativo policiaco. Los primeros días la tuvo que acompa-ñar el supervisor para vencer el miedo, pero para finales de la segunda semana ya había retomado la confianza y, con cuidado de no dar un mal paso en el terreno, siguió recorriendo las manzanas que tenía asignadas hasta concluirlas.

Cada vez que Susana platica esta historia no falta quién le pregunte: “¿Por qué no renuncias-te?”, a lo que ella contesta: “Porque tenía que ter-minar por el compromiso que adquirí”.

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Durango

Beatriz es una mujer trabajadora que apoya el desarrollo de su familia tanto emocional como

económicamente. La señora Bety, como le llaman sus compañeros de trabajo en la Coordinación Estatal Durango, ha laborado en diversos even-tos censales. Es común que el personal de mando de los operativos de campo vuelva a colaborar en otros. Cuando una persona funciona bien en uno, después se le invita a participar en otros levanta-mientos. Beatriz llama a este evento el Censo del Bicentenario; para ella es muy importante porque “…retratará al México actual y permitirá que ten-gamos información de este momento histórico tan significativo para nuestro país”.

En el Censo de Población y Vivienda 2010 se desempeñó como supervisora de entrevistado-res. Como parte de su trabajo, le correspondió el llenado del Cuestionario del entorno urbano. Ella afirmó que el recorrido que tuvieron que ha-cer los supervisores antes del inicio del levanta-miento para poder captar la información de este cuestionario también les permitió identificar las vialidades e infraestructura, si había señalizacio-nes o acceso peatonal, teléfonos públicos, paradas de camiones de ruta, en pocas palabras, conocer el terreno de acción de sus entrevistadores: “Toda esta información me fue de gran utilidad, ya que a mí las entrevistadoras no me podían hacer ton-ta, pues sabía hasta si había árboles que hicieran

sombra en determinado lugar”. Este detallado re-corrido de su área de trabajo le permitió realizar una mejor planeación de la asignación de cargas de trabajo de su personal, así como un seguimien-to más puntual de la evaluación del avance que llevaban.

Su responsabilidad fue supervisar el levan-tamiento de una buena parte del Centro His-tórico de Victoria de Durango, capital de esta entidad federativa. Comentó que: “…cuando me informaron que mi área de responsabilidad sería el Centro Histórico, pensé que sería muy difícil y complejo, ya que de acuerdo con los datos de censos anteriores, cada vez vive menos gente y los que aún quedan son personas mayores que trabajan y, por lo general, no están en casa”.

Sin embargo, después, se dio cuenta de que había tenido suerte de que le tocara esa zona, ya que esta ciudad fue construida con manzanas cua-dradas, con la puerta principal de la catedral hacia el sur, por lo que es muy sencillo identificar cuál es la esquina noroeste de la manzana que se va a recorrer. Ella aclaró que trabajar en esta zona que está urbanizada en su totalidad, con calles perfec-tamente delimitadas e identificadas, donde no es difícil ubicarse porque se puede detectar muy fá-cil en qué lugar se está, es más sencillo que en las colonias, fraccionamientos o zonas rurales donde

Una visión censal del Centro Histórico de Victoria de Durango

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no se tiene una buena traza urbana, pues en esos lugares el amanzanamiento es irregular y no exis-ten elementos de orientación. Ella consideró que: “…tuve una gran ventaja al trabajar en el Centro Histórico, es una zona con mucha seguridad, las patrullas vigilan a toda hora del día”.

No obstante, el primer sábado del levanta-miento fue una jornada marcada por la actividad de la delincuencia en la ciudad de Durango. Ese día, muy temprano, se reunió con sus cuatro en-trevistadoras en el Jardín Hidalgo, ubicado fren-te al Templo de Santa Ana y la Sagrada Familia, donde decidieron instalar su oficina; allí distribuía cargas de trabajo a la sombra de un árbol y, tam-bién, revisaba avances. De repente, en un cono-cido club de tenis de la localidad, explotó una bomba que atemorizó a la ciudadanía, a lo que se sumó una balacera en el Bulevar Durango. En cosa de minutos empezaron a sonar los celulares de las entrevistadoras: eran sus papás preguntan-do dónde estaban y les advertían que algo estaba pasando, no sabían qué, pero les pedían que tu-vieran cuidado. En pocas horas, la gente hablaba de que hubo varios muertos.

Ante esto, decidieron ir a trabajar a casa de una de ellas, pero era imposible hacerlo ya que en su casa había niños y otros familiares haciendo quehaceres domésticos, los cuales, necesariamen-te, producían ruido. Además, consideraron que no era adecuado hablar de trabajo en presencia de otras personas, por lo que optaron por regresar-se a sus casas y reiniciar su labor al día siguiente, pues pensaban que en domingo podrían localizar a las personas que trabajan durante la semana. Su compromiso era aprovechar todos los momentos para no dejar viviendas pendientes, y esto era po-sible hacerlo en esa zona del centro porque hay patrullaje todo el día.

Les tocó visitar las viviendas del multifa-miliar Francisco Zarco, que es emblemático por haber sido el primer intento de condominios construido en esta ciudad. Son dos edificios que se encuentran uno frente al otro, con un patio co-mún. En las décadas de los 60 y 70 albergó a fami-lias completas, pero en la actualidad se encuentra casi abandonado y muy deteriorado, y el decir de la gente es que “allí hay almas en pena”. Lo vi-sitaron en la mañana y al mediodía y nadie les abrió, parecía que no había gente. Cuando regre-saron, al día siguiente en la tarde, encontraron a un señor que dijo ser el responsable de uno de los dos edificios. Él tenía una lista de quién vivía en su edificio, qué departamentos estaban ocupados, cuáles deshabitados y los que eran de habitación temporal. Esta información les facilitó el trabajo.

Sabían que no les sería fácil completar su trabajo y tuvieron que dejar el folleto denomina-do Avisos de visita para notificarles a las personas que habían visitado su vivienda para aplicarles el cuestionario, pero que no los habían encontrado y que volverían otra vez. Además, le pidieron al señor responsable del edificio que les dijera a los inquilinos que regresarían por la noche.

En uno de los departamentos tocaron varias veces a la puerta y nadie les abrió, sólo se escucha-ba que un perro ladraba y hacía que el piso se cim-brara. La vecina de enfrente les dijo: “No toquen más, no va a abrir”. Les platicó que en el departa-mento vive una persona que es viudo y casi nunca sale y que sus hijos no lo visitan; además, tiene un perro muy grande que nunca saca. Les comentó que las pocas veces que el señor sale, sólo abre un poco la puerta para que el animal no escape.

Decidieron continuar con su recorrido y re-gresar más tarde para intentarlo de nuevo; al vol-

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ver, el señor estaba en el descanso esperando a la entrevistadora para contestarle el cuestiona-rio. Fue así como lograron encontrar a los infor-mantes y obtener la información de este antiguo multifamiliar.

Otro edificio que les tocó visitar es el Eli-zondo. Es un condominio residencial del siglo pasado; hay una sección que está en demolición, ya varios departamentos fueron derribados para construir un estacionamiento. Cuando uno pasa por ahí parece que está vacío y que sólo está ha-bitado el último piso, lo cual se infiere porque es posible ver macetas que tienen plantas verdes que dan señales de vida. Ésa fue la primera aprecia-ción que tuvo la entrevistadora en su primer día de visita. Ubicó la puerta de acceso, pero estaba cerrada, no había timbre y, aun cuando esperó un rato a que alguien apareciera por la escalera para abrirle la puerta, no vio a nadie. Se lo comentó a Beatriz, su supervisora, quien le dijo: “No nos da-remos por vencidas, agotaremos todos los recur-sos, todos los horarios, en algún momento vamos a encontrar a alguien”.

Un día Beatriz pasó por el edificio, se acer-có a la puerta y vio a una persona bajar por la es-

calera. ¡Cuál sería su sorpresa al recono-

cer a un profesor que le había

dado clases en secun-

d a r i a !

Cuando abrió la puerta, le platicó lo que estaba haciendo y él le comentó que se estaba mudan-do a ese edificio; le dijo: “Pásale, sí viven fami-lias, incluso hasta arriba vive el doctor propieta-rio del edificio, dirígete con él. Pásale y saliendo cierras”.

Bety revisó todo el edificio, se asomó por el agujero de las cerraduras de las puertas que ya es-tán muy destruidas; por ello, pudo identificar que cuatro departamentos estaban habitados. En la planeación del levantamiento de esa manzana te-nía previstas más viviendas; al cerrar el operati-vo, resultaron ser significativamente menos, por lo cual tuvo que incluir una observación en su in-forme explicando las condiciones de esos edificios casi deshabitados.

Para Beatriz, participar en el Censo fue una gran experiencia que le dejó la satisfacción del deber cumplido con el compromiso de barrer la zona ya que, como se los exigió el trabajo, andu-vieron a todas horas y todos los días de la semana; con calor, lluvia y convenciendo a los que en un principio no les permitían pasar o no les querían contestar el cuestionario.

Gracias al trabajo de su equipo de entre-vistadoras hoy se tiene información sobre la si-tuación del Centro Histórico de la capital du-ranguense. Sabemos que no es sólo un grupo de edificios coloniales que han sido remodelados y calles empedradas que invitan a dar un paseo para apreciar su belleza, en esta zona de la ciudad habitan personas con características socioeconó-micas tan diversas como las que podemos locali-

zar en cualquier lugar de nuestro país.

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Guanajuato

Esta historia se llevó a cabo en la ciudad de Guanajuato, capital de ese estado y patrimo-

nio de la humanidad, sede de la histórica derrota de los españoles en la toma de la Alhóndiga de Granaditas a cargo del ejército insurgente, enca-bezado por Miguel Hidalgo.

Durante el Censo en este municipio de en-cuentro de culturas se dieron historias que deja-ron huella en algunos entrevistadores.

Josefina no es artista de televisión o perso-naje público importante, es una entrevistadora del Censo de Población y Vivienda 2010, pero para algunos niños es como si lo fuera… ¡y hasta autógrafos le piden!

Josefina, Chepina, como le dicen de cariño sus compañeros, comentó que:

“Mientras estaba realizando mi recorrido de reconocimiento en una manzana de la comu-nidad de Roque, a lo lejos se escuchaban los gri-tos y risas de unos niños que jugaban en la calle en una cancha improvisada. Al pasar cerca, in-terrumpí su cascarita de fútbol, me observaron detenidamente y entre ellos murmuraban cosas que no alcanzaba a escuchar. Yo seguí con mi re-corrido de manzana, pero los niños me siguieron con su mirada, llegué a pensar que me harían al-guna maldad. Continuaron con su juego y justo después de un rato, cuando estaba terminando de levantar la entrevista de una vivienda cerca-na a la portería, se acercaron a mí en grupo y me preguntaron:

El autógrafo— ¿Verdad que usted salió en la tele?— ¿En la tele? —contesté.— ¡Sí!, ¿verdad que usted es la del comer-

cial del Censo, la que aplica el cuestio-nario en las casas?, ¿nos da su autógrafo?

“Sorprendida por la petición, les quise ex-plicar que yo no era la persona que salía en la te-levisión; sin embargo, al ver sus rostros inocentes llenos de emoción, no quise defraudarlos y accedí a firmales una libreta que sacaron de una de las mochilas que servía de portería.

“Al terminar de firmarles a cada uno sus libretas, se retiraron muy emocionados y conti-nuaban diciéndose unos a otros: ‘¿Ya ves?, ¡te dije que yo la vi en la tele!’, y después de guardar sus autógrafos, decidieron seguir jugando.”

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En el Censo todos participamos, incluso los muertos. Sí, por extraño que parezca, hay su-

cesos que escapan a la lógica y que cuando nos toca vivirlos erizan la piel. Algo así le sucedió a uno de los entrevistadores de la ciudad de León de los Aldama, llamada así en honor a los insurgentes Ignacio y Juan Aldama.

La metrópoli cuenta con los barrios tradi-cionales que se construyeron durante la Colonia para protegerse de los ataques frecuentes de los chichimecas. Ahora, estos barrios ya son grandes colonias urbanizadas, como: Barrio Arriba o de Allende, conocido por sus tenerías; el Barrio del Coecillo, donde se generaron las primeras empre-sas zapateras; Barrio de San Juan de Dios, por sus nieves de diferentes sabores y poseer el templo más antiguo de la región; y el Barrio de San Miguel, distinguido por su gente dedicada al comercio.

Éstos conservan historias interesantes y que, en ocasiones, resultan poco creíbles, pero que en realidad forman parte de la tradición. El Censo no escapó de alguna de estas historias.

Era el cuarto día de operativo. Ya eran las tres de la tarde. Uno, dos, tres pequeños golpes en la puerta:

— ¿Quién? —contestó una voz joven.— Buenas tardes, vengo del INEGI para le-

vantar el Censo de Población y Vivien-da, ¿podría regalarme tres minutos de su tiempo? —contestó Alfredo, el entrevis-tador del INEGI.

Y, ¿quién era?

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Se escuchó que abrieron la puerta y apareció una joven:

— No está mi mamá. Venga mañana por fa-vor —dijo.

— ¿Usted vive aquí con su mamá? —pre-guntó Alfredo.

— Sí —contestó la joven.— Entonces, usted me puede contestar se-

ñorita. Cualquier persona que viva en el hogar mayor de 15 años lo puede hacer.

— Sí, pero mejor que le conteste mi mamá, ella le atiende mañana —respondió la joven.

— Está bien señorita, entonces mañana paso temprano, muchas gracias —finalizó Al-fredo, quien continuó con su itinerario de visitas.

Al día siguiente, a las nueve de la mañana, Alfredo regresó a la entrevista que dejó pendien-te; de nueva cuenta: dos golpes en la puerta y, de inmediato, abrió una señora:

— Buenos días —dijo Alfredo a la señora—, vengo del INEGI para levantar la entre-vista del Censo. Ayer me atendió su hija, pero me dijo que viniera hoy para que us-ted me pudiera contestar el cuestionario.

La señora se quedó callada por un rato.

— ¿Podría regalarme tres minutos de su tiempo? —dijo Alfredo.

— Sí, claro —contestó la señora.— Muchas gracias. No le quitaré mucho

tiempo.

Alfredo comenzó con la primera pregunta y así continuó hasta llegar a la parte de: ¿cuántas

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personas viven al interior de esta vivienda? (co-menzando por el jefe o la jefa del hogar):

— Sólo vivo yo, joven —respondió la señora.

Alfredo se quedó pensando en la joven del día pasado, pues la señora no le comentó nada y, nuevamente, le preguntó:

— Entonces, ¿es sólo una la persona que vive aquí?

— Sí —respondió la señora.

Alfredo siguió con el llenado del cuestiona-rio hasta las últimas preguntas:

— En total, ¿cuántos hijos e hijas que nacie-ron vivos ha tenido?

— Sólo una —contestó la señora.— De las hijas e hijos que nacieron vivos,

¿cuántos han muerto?— Una… la única que he tenido.

Fue en ese momento que a Alfredo se le erizó la piel y, pálido, le dio las gracias a la señora.

— ¡Espera! —dijo la señora—, ¿cómo era la señorita que te abrió ayer?

— Pues, era delgada, de piel blanca, cabello largo —comentó Alfredo.

La señora soltó el llanto.

— ¿Quién era entonces, señora? —preguntó Alfredo.

— Mi hija, quien falleció hace dos años.

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José Luis, originario del municipio de Iguala de la Independencia, Guerrero, es pasante en

Contaduría; sus amigos lo llaman El Flaco por su complexión física y se caracteriza por su sonrisa franca.

Él se enteró de las convocatorias del Cen-so de Población y Vivienda y decidió participar como entrevistador para obtener una experiencia más en su vida. Cumplió con los requisitos de se-lección y fue contratado como parte del perso-nal de campo del operativo. Le tocó trabajar en su localidad de origen y en otras cercanas. Pudo concluir con la carga de trabajo que le asignaron antes del tiempo previsto y se dedicó a apoyar a

A rezar y a censar…otros compañeros que se habían retrasado para le-vantar la información en la localidad de Atzcala.

El último sábado del levantamiento, se re-unió muy temprano con el resto de compañeros para trasladarse a la localidad; estaba conten-to porque conocería un nuevo lugar. Uno de sus compañeros se quedó con él un rato, mientras que el resto del grupo se fue a otras poblaciones cer-canas. Cuando llegaron a Atzcala se pusieron de acuerdo en cómo harían el levantamiento, inicia-ron su recorrido por una de las calles de la loca-lidad; durante todo el camino, un perro siguió a su acompañante; El Flaco moría de la risa al ver cómo trataba de ahuyentarlo sin éxito.

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Guerrero

Iniciaron con las primeras entrevistas de ese día, las cuales transcurrieron sin mayores contra-tiempos; los informantes, con buena disposición, les proporcionaron la información que les solici-taron. Siguieron su camino hacia la próxima vi-vienda, se percataron que era muy bonita, tenía una reja grande en la entrada y un patio lleno de plantas.

El Flaco tocó el timbre; como siempre lo ha-cía, se presentó de manera muy amable con la se-ñora que le abrió la puerta: “Buenos días, mi nom-bre es José Luis y soy entrevistador del INEGI…”, y le mostró su credencial; la señora le contestó el saludo también en forma muy cordial, le dijo que se llamaba Rosa María y lo invitó a pasar al patio de su casa, desde donde se podía ver la sala y algu-nas de las recámaras.

Estando en el patio, ella le comentó: “Así como yo te regalaré mi tiempo, te pido que me re-gales un poco del tuyo”. El Flaco no pudo decir que no ya que su objetivo era aplicar el cuestionario en esa vivienda. José Luis estaba intrigado de para qué le pediría ella su tiempo y pensó: “Ahora, ¿qué me dirá doña Rosa?, ¿tendrá algo qué hacer y quiere que la espere?, ¿querrá que esperemos a al-guien para que le ayude a contestar el cuestiona-rio?”. Pero ninguna de sus conjeturas fue correcta. Cuando regresó doña Rosa tenía una Biblia en la mano y antes de que él pudiera comenzar a apli-carle el cuestionario, le dijo: “Hijo, yo soy pente-costés, ésa es mi religión y como te dije, al igual que yo te regalaré mi tiempo, concédeme un poco del tuyo para explicarte qué es Dios y el Apoca-lipsis, y por qué debes leer la Biblia para entender lo que viene”.

José Luis no tuvo más alternativa que es-cuchar la explicación de doña Rosa y hacer los

rezos que ella le pidió para que después accediera a brindarle la información del Censo; ya resig-nado y después de casi una hora, pudo iniciar la aplicación del cuestionario. Al final, la señora le agradeció a José Luis su tiempo, él le dio las gra-cias de igual forma por haberle platicado sobre la Biblia y se retiró con la satisfacción de que con esa entrevista terminaba el recorrido del día.

Inició el camino hacia el punto de encuen-tro donde había acordado reunirse con sus com-pañeros para emprender el regreso; El Flaco dijo para sí: “¿Qué más puede pasar?”, y en ese mo-mento recordó que antes de salir de la oficina les habían dicho que el único camión que salía de Atzcala para Iguala de la Independencia había chocado. Se sentó en una barda de la calle prin-cipal y empezó a ver qué opciones podría tener para llegar al punto de encuentro con sus com-pañeros. De repente, apareció la señora Rosa, la misma con quien había rezado horas antes y a quien le había aplicado el cuestionario. Al ver que estaba sentado como esperando a alguien, le preguntó a dónde iba y tras decirle el lugar don-de había acordado reunirse todo su grupo, ella le ofreció un aventón, que le vino como caído del cielo; pensó que la suerte que tuvo quizá fue por los rezos que había hecho ese día.

José Luis no lo pensó mucho y aceptó con gusto el ofrecimiento. Al pasar por el entronque que va a Coacoyula, El Flaco le pidió a la seño-ra que lo dejara ahí, ya que era el punto donde se encontraría con sus compañeros para regresar a la oficina de Iguala de la Independencia. Estando en el camión todos juntos, les compartió lo que le había sucedido y todos le decían: “Ahora sí no te quedó más que rezar y censar”.

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Hidalgo

El Censo también llegó al municipio de Mo-lango, Hidalgo, que significa Lugar del Mole

(nombre náhuatl que le dieron los aztecas cuan-do conquistaron esta región). Las viviendas en esta zona están muy dispersas, hay cuando menos30 metros de distancia entre una y otra; la oro-grafía es accidentada, el clima es extremoso y con mucha frecuencia está cubierto de neblina al ama-necer y cuando cae la tarde. Por lo que ser entre-vistador en esta zona requiere de un gran esfuerzo.

A Carmen le tocó censar las viviendas de las localidades de Molango. En una muy alejada vive El Brujo, de quien los lugareños dicen muchas co-sas: “…mediante hechizos puede llevarse consi-go a cualquier mujer, es como Pancho Villa…”; incluso, le advirtieron: “Señorita, a todas ofrece matrimonio, tiene muchas esposas”. Carmen ha-bía dejado esta entrevista para cerrar su carga de trabajo de su primera semana. La noche anterior no pudo conciliar el sueño; en la mañana estu-vo invadida por una emoción muy especial y mi-les de preguntas rondaban su cabeza. ¿Cómo sería este personaje que, sin conocerlo, le inspiraba te-mor? Para ella, aplicarle el cuestionario a El Brujo representaba toda una hazaña.

Esa mañana inició su recorrido; después de caminar largo rato por un caserío disperso, tenien-do como compañía un calor sofocante, hizo un alto para tomar aire, se quitó la gorra de su uni-forme y limpió el sudor de su frente con un peque-ño pañuelo, de pronto, inclinó la cabeza, miró su chaleco y se dio cuenta de que no traía colgada la credencial. La frase que le habían repetido una y otra vez en el curso de capacitación le empezó a

Entrevista con El Brujodar vueltas en la cabeza: “Nadie puede levantar información ni tocar en ninguna vivienda si no porta la credencial que lo identifique como traba-jador del INEGI”.

Sin la credencial perdería todo el día y se le empezaría a retrasar la carga de trabajo que tenía asignada. Se preguntó a sí misma con gran an-gustia: “¿Dónde se me pudo haber caído?”. Vien-do que no tenía otra alternativa, regresó por el camino tratando de seguir los mismos pasos para encontrarla. A los 20 minutos de iniciar la bús-queda, vio que algo en el piso reflejaba los rayos del Sol. Con alegría, comprobó que era el plástico que cubría su credencial; corrió hacia ella y, entu-siasmada, la levantó del piso y tranquilamente la colocó sobre el frente de su chaleco.

Retomó de nuevo la vereda hacia su activi-dad, pero entonces empezó a sentir el cansancio en sus piernas y tuvo que bajar el ritmo de su paso. La mochila, que llevaba todos los cuestionarios que aplicaría ese día, se volvía cada vez más pe-sada y para tratar de aligerar su carga, o al menos equilibrarla, la cambiaba de un hombro al otro.

Por fin, después de un rato, apareció una casa grande de adobe, con techo de carrizo, ro-deada por un gran espacio de pasto y flores que es-taba protegida por una cerca de alambre; al verla se dio cuenta de que había llegado a su destino.

Carmen se preguntó cómo alguien podía vi-vir en un lugar tan lejano y difícil de llegar. Sabía que mucha gente lo visitaba de todas partes del país para curarse del mal de amores.

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Se acercó sigilosamente, pues ya le habían advertido que un ejército de más de 32 perros res-guarda esa propiedad. Con voz muy recatada y gran temor dijo: “¿Hay alguien en casa?”.

Su corazón empezó a latir acelerado y las manos le sudaban a medida que comprobaba que era verdad lo que le habían dicho: un coro de pe-rros dio respuesta a su llamado y el tono de sus ladridos iba en aumento. Con susto vio cómo los canes —que eran de diferentes razas, tamaños y colores— brincaban y se abalanzaban contra la malla de alambre. Estuvo tentada a echarse a co-rrer, pero una fuerza llamada amor propio la de-tuvo; no había caminado hasta ahí para, ahora (como en la batalla), emprender la retirada.

Gritó más fuerte: “¿Hay alguien en casa?”; mientras, los perros seguían ladrando cada vez más fuerte. En medio de ese escándalo, escuchó que la voz de una mujer les decía: “Silencio, silencio”.

Los perros siguieron ladrando y entre ellos se abrió paso, como una aparición, una mujer de aproximadamente 70 años.

Carmen se presentó diciendo su nombre al mismo tiempo que le mostraba su credencial y le dijo:

—Vengo del Instituto Nacional de Esta-dística y Geografía y estoy aquí para le-vantar el cuestionario del Censo de Población y Vivienda 2010.

—Pásele señorita, casi no puedo caminar porque me caí hace días, pero mi esposo la va a atender —respondió la señora.

Titubeante, Carmen no sabía si entrar o quedarse ahí.

—Pásele —repitió la anciana, quien le diri-gió una dulce mirada.

Los perros dejaron de ladrar, parecían hipno-tizados. Carmen siguió a la señora, quien con difi-cultad caminó hacia el interior de la casa. El lugar era amplio y con piso de cemento; tenía máscaras y hierbas colgadas por doquier, había una mesa de madera que al centro tenía un cántaro. Un olor ma-ravilloso de café se desprendía de la olla de barro que estaba sobre el anafre, el cual se mezclaba con el aroma a ruda e incienso que impregnaba la casa.

Carmen se preguntó cómo sería la persona que curaba mal de amores. De pronto, oyó que se recorrían las cortinas de manta que colgaban del marco de otro cuarto contiguo y salió un hombre de caminar erguido, cuyo rostro reflejaba atempo-ralidad, no parecía joven, pero tampoco se podía decir que fuera viejo; sus manos y cuello refleja-ban el paso de los años, vestía calzón y camisa de manta, era él, el famosísimo Brujo.

Su mirada se cruzó con la de él, algo en su personalidad parecía cautivador. Una mujer jo-ven de piel morena salió detrás de El Brujo, y Car-men volvió a repetir el discurso que le había dicho a la anciana para presentarse. El hombre le pidió su identificación; ella se la quitó para mostrársela; El Brujo la tomó y la revisó cuidadosamente y des-pués se la devolvió al tiempo que le decía:

—Si no hubiera traído identificación seño-rita, no la hubiera recibido, ya que sólo atiendo consultas; siéntese, ¿gusta un café?

—¡No!, muchas gracias —le respondió Car-men, aun cuando la sed empezaba a que-mar su garganta; fue más el temor que le inspiró el ambiente de ese lugar.

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El Brujo respondió a todas y cada una de las preguntas que la entrevistadora le hacía, pero a Carmen le llamó la atención cuando El Brujo in-vitó a las dos mujeres para que se sentaran a la mesa y dijo: “Las dos son mis esposas y viven aquí conmigo”.

Había una gran diferencia de edad entre ambas. Antes de concluir la entrevista, El Brujo salió de la vivienda y regresó con un radio walkie talkie, le dijo: “Señorita por favor espere un mo-mento, le voy hablar a mis otras mujeres”, y em-pezó a establecer comunicación con el aparato:

—Hablando con Lupita, responda, responda. —Aquí Lupita —se oyó la voz a través del

radio.—Lupita, estoy con una señorita de INEGI,

ya estoy dando la información de mi per-sona aquí en la casa donde vivo con Do-lores y Dorotea para que cuando pasen a la casa ya no des mis datos, si no se dupli-ca la información —mencionó El Brujo.

Así realizó otras cuatro llamadas más a Ma-ría, Juanita, Carmen y Lourdes, quienes también eran sus esposas, para avisarles de igual forma que cuando fuera la gente del INEGI ya no lo conta-ran con ellas, porque él ya había dado su infor-mación en la casa de Dolores y Dorotea.

Al concluir la entrevista, Carmen le dio las gracias y El Brujo la acompañó hasta la puerta se-guido por sus dos mujeres; nuevamente, los perros empezaron a ladrar.

—¡Silencio!, ¡silencio!, ¿no ven que nues-tra visita ya se va? —gritó El Brujo.

—Gracias, señor —agradeció Carmen y le-vantó la mano para despedirse.

En ese momento, escuchó decir:

—Qué bueno que traía credencial señorita, si no le hubiera dado una consulta gratis para curar el mal de amores. Y dígame se-ñorita, ¿usted no quiere casarse conmigo? —le preguntó El Brujo.

—¡No!, muchas gracias —respondió sor-prendida Carmen.

Le devolvió una sonrisa, mientras tomó con fuerza su credencia e inició el camino de regreso a la vereda para continuar con su carga de traba-jo del día.

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Me encontraba sentada ante la mesa de trabajo de la Coor-dinación Municipal en Pachuca, Hidalgo, ubicada en la

colonia Periodistas, preparando mis herramientas de trabajo (cues-tionarios, bolígrafo, lápiz, goma, sacapuntas, etc.) cuando pensé: “¿Cuántas veces escuché hablar del INEGI?, y hoy formo parte de él, quién lo diría”.

En la oficina veía que algunas personas ya se conocían de hace tiempo y hablaban de lo que para ellos significaba su trabajo: que si estuvieron en el Económico, que si en el Agropecuario, en el Conteo y un sinfín de nombres difíciles de entender para mí. Tal parecie-ra que el INEGI tiene su código, palabras como ENIGH, ENOE, AGEB… que espero llegar a comprender algún día y manejarlos con la misma familiaridad.

En lo personal, el INEGI representó la entrada a un mundo desconocido, pero fascinante, no sólo porque participé en la acti-vidad medular de un gran compromiso social que, en determina-do momento, permite fundamentar las decisiones para construir el país que aspiramos tener, sino por la oportunidad que me brindó al recorrer las calles de mi ciudad con detenimiento y apreciar aquello que por la rutina me pasaba inadvertido.

Ya de pie, enfundada con mi chaleco y gorra del uniforme del Censo de Población y Vivienda 2010, tomé mi mochila y me dis-puse a enfrentar gustosa la tarea; no me importaba el clima, yo es-taba dispuesta a todo para hacer mi trabajo. Pero no puedo dejar de aclararles que, en esos días, fue realmente variable, pues de un calor inusual, pasábamos a lluvias torrenciales y, por supuesto, no faltaba el viento característico de Pachuca, que le da el sobrenombre de La Bella Airosa.

Tras el umbral,una lección de vida

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Por lo que vi, este operativo —como se le conoce en el lenguaje inegiano— presentó mo-dificaciones en comparación con los de décadas anteriores debido al crecimiento de las ciudades, avance tecnológico y, sin lugar a dudas, a que los habitantes, por diferentes circunstancias, durante el día se encuentran poco en sus casas. Por ello, tuvimos que rediseñar la estrategia para ir a tocar puerta por puerta empezando muy temprano, an-tes de que las personas salieran a sus trabajos, o bien, después de las 7 de la tarde cuando ya estu-vieran de regreso en sus domicilios.

Haciendo uso del vocabulario censal que empezaba a dominar, noté que mi carga de tra-bajo era en la colonia Periodistas, una de las más viejas y ahora céntricas de la ciudad; no es, qui-zá, tan simbólica como otros barrios, pero es un referente obligado no sólo para los turistas, sino para quienes aquí vivimos, ya que era paso nece-sario para entrar o salir de la ciudad antes de que existieran las vías rápidas. Está delimitada por dos de las avenidas principales: Revolución y Juárez, a las cuales les han modificado el sentido de circulación y su traza. Antes se podía circular en ambos sentidos y pasaron a ser de uno solo; en el caso de la segunda, le quitaron el camellón para ampliarla. Conforme iba recorriendo estas calles, vinieron a mi mente recuerdos fugaces de mi infancia.

Muy temprano, aún a oscuras, presurosa por llegar a la escuela preparatoria escuchaba los buenos días de amas de casa o empleadas domés-ticas que se saludaban entre sí, mientras barrían la banqueta; a lo lejos se oía el repicar de campa-nas de La Villita o los gritos de quienes ofrecían el gas o el periódico El Sol, ruidos inconfundi-bles que formaban parte del amanecer cotidiano de la provincia pachuqueña, en esa zona habita-

da por médicos, abogados, políticos, ingenieros, comerciantes y demás. No era en ese momento una gran ciudad, por el contrario, todo mundo se conocía, pero no cabe duda, como dice la letra de una canción popular: “…cómo han pasado los años…”.

De repente, el sonido de un claxon me hizo despertar de este ensueño; estaba parada sobre la calle Felipe Ángeles, me subí a la banqueta y vi a lo lejos lo que queda del Estadio Revolución.

Estábamos en verano y la tarde era apaci-ble, aún había un poco de luz, era el ocaso de un día de trabajo y, para mí, el inicio de una jornada laboral, la cual siempre resultaba en grandes en-señanzas, pues ser entrevistadora del Censo no tiene comparación con otros trabajos ya que se vivía una experiencia diferente en cada puerta que se abría, un reto único cuando nos presen-tábamos y les decíamos que estábamos ahí para hacer unas preguntas.

Toqué el timbre esperando una respuesta o el clásico grito de: “¿quién?”, “¿qué quiere?”, “¿qué se le ofrece?”; entonces, apareció un hombre de edad mediana (aproximadamente entre 32 y 35 años) quien, con señas, me indicaba: “¿Qué se le ofrece?”; menuda fue mi sorpresa, ya que eso no estaba en el Manual del entrevistador.

¿Cómo tratar a una persona con capacidades diferentes sin denotar incredulidad, lástima o des-concierto? Me di cuenta, por sus gesticulaciones, de que era sordomudo; en su forma de expresión con signos hechos con sus manos me señalaba la tienda contigua y a la dependienta. Me encaminó hacia allá, donde estaba la señora Marcela, en-tendí que ella sería mi intérprete a partir de ese momento.

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En el trayecto, varias preguntas vinieron a mi mente: “¿Vive solo?, ¿no hay alguien más en casa que responda a mis preguntas?, ¿no tiene es-posa o hijos?, ¿por qué tiene que pedirle ayuda a la tendera?”.

Ambos me condujeron al interior de la vi-vienda, donde estaba una mujer sencilla con la misma discapacidad. Por la tendera pude conocer sus nombres: María y Andrés.

Me identifiqué con ellos, procuré leer de manera muy pausada las preguntas y levantar la cara para que interpretaran el movimiento de mis labios, como me lo dijo mi sentido común aun cuando no fuera una indicación del manual. Me resultó muy difícil hacer la pregunta que se refie-re a la disponibilidad de radio, televisor, automó-vil, computadora, teléfono fijo o móvil, Internet, etc., ya que resultaba paradójico por su condición. Descubrí que las nuevas tecnologías son su mejor herramienta de comunicación, les facilitan inte-ractuar a través de mensajes de texto.

Fue aún más difícil hacerles de manera direc-ta las preguntas sobre discapacidad, como dicen por ahí, “lo que se ve no se juzga”. Ni modo, era parte de mi trabajo y tenía que hacerlo; ya había terminado con la pareja y no pude disimular mi sorpresa: ¡había una tercera persona que habitaba la casa, su pequeño hijo Daniel! A la velocidad

de la luz, me pregunté a mí misma: “¿Cuál será su condición física?”, pero su voz me dio la respuesta de inmediato. Pensé: “¡Uf!, ¡qué bueno!, no sólo por él, sino por sus padres, ya que imagino que han de batallar para comunicarse”.

La discapacidad es uno de los grandes proble-mas de nuestro país pues para atenderlo no sólo se requiere recursos sino cambios sociales y culturales.

Concluí el cuestionario y les di las gracias. Me retiré para continuar con mi trabajo, no sin antes pensar en las enseñanzas que la vida nos ofrece en cualquier momento como destellos de luz. Si se tiene la apertura para verlos, podremos maravillarnos por lo que somos y lo que nos rodea pero, sobre todo, las lecciones que nos da la vida nos permiten valorar más lo que cotidianamente creemos que es un derecho, que nos está dado.

Mi trabajo como entrevistadora me permitió grandes aprendizajes, por eso digo que la palabra Censo no sólo se refiere al operativo de contar personas y viviendas, para mí significa:

ConvivenciaEnseñanzaNuevoSueñosOportunidad

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Jalisco

Esta historia transcurrió en el municipio de Je-sús María, Jalisco, en una localidad llamada

San José de Pilas.

En uno de los 28 días del levantamiento del Censo de Población y Vivienda 2010, la supervi-sora Carlota y la instructora de zona Lucía toma-ron camino para llegar a la hacienda San José de Pilas, que se ubica a unos cuantos kilómetros por carretera y otros tantos por terracería. Decidieron ir juntas porque la gente de la zona les dijo que era un paraje muy solitario.

Al llegar, confirmaron lo que les habían di-cho, el lugar les pareció desolado. Se miraron a la cara y Lucía le dijo: “Oye, como que hay algo raro aquí, hasta el cuerpo se me enchinó”. Carlota le respondió: “Ya que lo dices, a mí también; siento que hay mala vibra y un escalofrío me recorre el cuerpo”.

Ambas tenían claro que estaban en ese lugar para aplicar el cuestionario del Censo, así es que buscaron quién les pudiera dar la información. De repente, vieron a lo lejos entre una milpa a una señora vestida de negro, con mandil y un sombre-ro. No le podían ver la cara porque todo el tiempo caminaba con la cabeza baja, mirando al piso.

Se dirigieron a la milpa y, a gritos, trataron de llamarla: “Señora, señora”, pero no se inmuta-ba; parecía que no oía nada, pues no les contestó, es más, ni siquiera volteó a verlas. Carlota y Lucía siguieron caminando hacia ella y repitiendo: “Se-ñora, señora”.

El ánima del sombrero

No supieron en qué momento, pero de pron-to dejaron de verla, como que se perdió entre la milpa. Continuaron buscándola y gritándole has-ta que en un momento dado se vieron las dos a la cara y Lucía le dijo a Carlota: “Oye, ya te diste cuenta de que no hay nadie en esta hacienda”. Un inmenso miedo las invadió, Lucía le dijo: “Para mí que eso que vimos no era una señora, sino un ánima que andaba rondando el lugar, ¿qué te pa-rece si nos retiramos?”. Carlota asintió y le dijo: “¡Patitas para qué las quiero!”, y se fueron rápida-mente de ahí.

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En mi primer día de trabajo como entrevistado-ra del Censo de Población y Vivienda 2010,

me asignaron la localidad de La Yerbabuena, Ja-lisco, que es un caserío con viviendas dispersas.

Emprendí camino desde muy temprano y, para las 10 de la mañana, me encontré con que la vereda se acababa y tenía que cruzar una zona del campo en la que había ganado pastando, el cual no podía evadir para poder llegar a la primera vi-vienda que tenía que censar. Traté de rodearlo, pero no encontré otra entrada, así que no me que-dó más remedio que esquivar los alambres de púas y me metí a ese predio para cruzar por ahí.

Logré entrar y, después de dar unos cuantos pasos, me di cuenta de que una de las vacas em-pezó a correr hacia donde yo estaba; al ver que se acercaba a gran velocidad, yo también me eché a correr. Cambié de rumbo y la vaca me seguía de cerca. Corría, pero detrás venía la vaca; tra-té de idear qué hacer mientras corría: tenía que salir de ese lugar a como diera lugar, pues la res no dejaba de perseguirme, y pude ver que hacia la derecha, cerca de la parte por la que yo había entrado, el alambrado estaba un poco más bajo, así que corrí para allá y, con el vuelo de la carrera que llevaba, lo brinqué. A pesar de mi esfuerzo por esquivarla, se me atoró el pantalón, lo que me hizo caer de boca. Como pude, me incorporé; estaba toda llena de tierra, con mi pantalón ras-gado, con un rasguño en la pierna y con el cora-zón muy acelerado.

Tomé aire y descansé unos minutos para que se me pasara el susto y decidí empezar mi trabajo

de entrevistadora en otra vivienda que se veía a lo lejos. Cuando llegué, toqué la puerta que, por cierto, estaba abierta, pero no contestó nadie, así que se me hizo fácil entrar. No supe de dónde, pero de pronto salió una jauría que se me echó encima: me quedé paralizada del miedo, cerré los ojos y grité asustada.

Los perros empezaron a morder mi pantalón; no me quedó más remedio que abrir los ojos y salir corriendo como pude. Se armó un gran alboroto entre los ladridos y mis gritos, lo cual hizo que por fin saliera una mujer que no dejaba de reír por lo que me hicieron. Ella, muy tranquila, les dijo que se fueran de ahí y, como si fuera magia, puso orden a la jauría. Ya en calma, una vez que se me pasó el susto, pude levantar la información.

De vacas, perros y arados

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Les voy a platicar algo que me pasó y que ni yo misma podía creer: soy originaria de un

pueblo llamado El Limón, en el estado de Jalisco. Uno de los días que dediqué al recorrido de re-conocimiento en las diferentes manzanas que me tocaron en mi PL 05 me perdí en un barrio al que le dicen Guajote y no sabía cómo salir, pues no lo-graba identificar alguna calle conocida.

Al percatarme de que estaba perdida en mi propio pueblo, seguí caminando hasta que me desesperé y me senté en una piedra debajo de un árbol. Saqué mi celular y comencé a presionar va-rias teclas, pero no supe cómo usarlo porque nun-ca había tenido uno antes, por lo que no me sirvió para solucionar el problema. Me habían sugeri-do llevar una carta geográfica del lugar, pero dije: “Para qué si conozco mi pueblo”. Me sentía tan desolada que estuve a punto de llorar.

Al poco rato pasó una señora, y le pedí que por favor me dijera cómo podía salir de ahí; le di las referencias que conocía. Muy amablemente me explicó y seguí sus instrucciones. Caminé mucho y fue grande mi desconcierto cuando me di cuenta de que había regresado al mismo lugar donde la se-ñora me dio las indicaciones. Estaba desesperada, me parecía que lo único que había hecho era andar en círculo.

En ese momento, volvió a pasar la señora y me preguntó: “¿Y qué haces aquí todavía?”. Le pla-tiqué que, según yo, seguí sus instrucciones, pero no pude salir a donde me había dicho y no sabía qué hacer. Entonces se ofreció a guiarme hasta un lugar conocido.

Me perdíFue tanta mi frustración por no poder ubi-

carme en mi propio pueblo y mi desesperación por el tiempo perdido en la jornada de trabajo de ese día que estuve a punto de renunciar. Cuando fui con mi RA, como le decimos a los responsa-bles de área, me escuchó y me animó para supe-rar ese pequeño tropiezo, por lo que decidí seguir adelante con mis entrevistas.

Bueno, ya para concluir, les digo que no du-den en buscarme cuando quieran conocer mi be-llo pueblo, a ver si no los pierdo y nos ponemos a llorar todos juntos.

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México

Dicen que valentía, astucia y persistencia son las cualidades que distinguen al entrevista-

dor del Censo de Población y Vivienda de cual-quier otro sujeto que ande por la vida haciendo preguntas de calle en calle y de casa en casa; yo, su servidora, pertenezco a esta especie de suje-tos. Durante el curso de capacitación, nuestro instructor dijo que cuando nos colocáramos el chaleco y gafete y pusiéramos los cuestionarios en nuestra mochila para emprender nuestra tarea diaria llevaríamos la imagen del INEGI como es-cudo y bandera para cumplir con la misión que el Instituto nos encomendaba.

De las cualidades que presentan la especie de sujeto a la que pertenezco he de aclarar que la va-lentía me sirvió para correr de prisa al escuchar el ladrido canino que, día a día, me parecía más fa-miliar en mis recorridos; las dos restantes —parte la una de la otra, indisociables diría yo— fueron para conseguir que las personas nos proporciona-ran las respuestas a las preguntas que contiene el cuestionario, mismas que serían entregadas para que otros las capturen y, más tarde, las interpre-ten y así generar información estadística sobre aspectos sociodemográficos del país. Esta frase sonó bien, ¿verdad?, justo así la dijeron los ins-tructores que nos capacitaron para nuestra labor de entrevistadores. Aclararon que nuestro traba-jo consistía en encontrar al informante adecuado y entrevistarlo, si no, sería imposible cumplir con el resto de los procesos que se requieren.

Nací en el municipio de Santiago Tianguis-tenco y me tocó realizar ahí el levantamiento censal. Al principio, pensé que iba a ser una ta-

¡No estoy!rea regalada, digamos pan comido, por ser oriunda del lugar. Quién mejor que yo para ir y venir por sus calles aplicando el cuestionario, pero, ¡vaya sorpresa!, descubrí muchos lugares inesperados y reacciones inusitadas de la gente. Por ello, me re-tracto de lo que decía: que yo conocía mi tierra como la palma de mi mano.

Pues bien, les contaba que la zona que me asignaron fue bastante diferente de lo que yo pensaba. A través de largas caminatas, me tocó conocer nuevos caseríos en lugares remotos; al verlos, pensé que sólo eran zonas de cultivo y la-branza y que las casas que alcanzaba a distinguir estaban deshabitadas, sin embargo, me topé con nuevos rostros y, con ellos, historias fantásticas; increíble, pero cierto, Tianguistenco es pequeño y, aún así, encontré gente a la que nunca había visto en la tiendita de doña Rosario, en la fies-ta del pueblo, en la parada del taxi, a la salida de misa, ¡vaya!, ni en la tortillería. Debo aceptar que hubo muchos momentos durante el levanta-miento en que me sentí una extraña en mi propia tierra.

Un jueves, uno de esos tantos días que me tocó recorrer lugares que eran nuevos para mí, me dirigí a una loma con muchas viviendas que me correspondía censar. Ahí iba yo con gran ánimo —el que jamás me abandonó—, aunque he de confesar que al principio lo llevaba muy alto y después de un buen tramo de subida ya casi lo arrastraba. Tuve que caminar mucho para lle-gar hasta aquellas viviendas; no obstante, seguí porque tenía muy claro que se me había enco-mendado una misión muy importante y no podía

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retirarme en ese momento, fue por ello que con-tinué hasta llegar a la primera vivienda.

Era una casa típica de la zona, nada espe-cial; de primera impresión, me pareció una ta-rea sencilla, es más, súper fácil, pero resultó que no fue así. Al llegar a la puerta, toqué un par de veces y al cabo de algunos minutos abrió un pe-queñito de unos 5 años —el dato no es exacto, yo calculé su edad—; con cara adormilada me miró fijamente, y le pregunté: “Oye amiguito, ¿está en casa algún adulto?”. Supuse que sí y que vendrían de inmediato, pues no podían dejar a un niño solito en casa y menos con la libertad de abrir la puerta a cualquier persona. Sin em-bargo, la respuesta del pequeño fue rotunda: “No hay nadie” y, sin más, me estampó la puerta en la nariz. Quedé ahí parada, incrédula ante lo que acababa de pasar.

En ese momento apliqué la tercera caracte-rística del entrevistador del INEGI: la persisten-cia; volví a tocar con la esperanza de que aquella reacción se tratara de una broma infantil, como las que yo hacía cuando era pequeña. Mi hipóte-sis fue errónea una vez más, nadie volvió a abrir. Esperé un largo tiempo para ver si llegaba algún adulto, pero empecé a sentir la angustia de que me estaba retrasando con mi carga de trabajo de ese día, así que decidí partir en busca de respues-tas en otras viviendas. Al día siguiente, regresé y me encontré con la misma reacción. Toqué la puerta, el niño abrió y, con la mirada fija sobre mí, dijo: “No hay nadie” y azotó la puerta en mi cara. La registré en mi bitácora como negativa por falta de un adulto en la vivienda que pudiera res-ponder a las preguntas del cuestionario.

A los tres días, pasé ese registro a una nueva lista con la categoría de reto la cual, por supuesto,

no venía en mi Manual del entrevistador sino que yo misma definí. Me propuse a toda costa conse-guir las respuestas del cuestionario, así que regre-sé al día siguiente muy temprano para alcanzar a la jefa o al jefe del hogar y así concluir la man-zana. Llegué y, una vez más, toqué a la puerta, pero no recibí respuesta alguna. Ahora parecía que ni siquiera el niño estaba despierto. Me dije: “Seguro exageré de temprano…”, así que decidí regresar a la hora de la comida; mi lógica me de-cía que la gente que habitaba esa casa tenía qué comer. Regresé y de nuevo me abrió el niño, me dio la respuesta que ya conocía y, con ello, me di cuenta de que aquel misterioso chico siempre se encontraba sólo, así que hice otras visitas en las tardes, pero de nada valió, porque de nuevo salía el pequeño y con su mirada fija en la mía me de-cía que no había nadie.

A unos días de terminar el operativo, esta vivienda seguía en mi bitácora con la categoría de pendiente: he de confesar que se había con-vertido en mi dolor de cabeza, pero yo me negaba a darme por vencida. No por angustia, sino por convicción, decidí regresar y no moverme de la puerta de esa vivienda hasta encontrar a la per-sona que pudiese responder a todas las preguntas del cuestionario, así que, sin más, me senté en un lugar cercano que tenía sombra, respiré profun-do y me dediqué a esperar; de pronto, escuché que de la casa salía el sonido de un televisor, en ese momento utilicé la segunda característica del entrevistador censal: la astucia. Ésta no me había hecho falta antes, pero era el momento de des-empolvarla y dejarla actuar. Emprendí una nue-va táctica, algo me decía que tenía sus riesgos y nadie me podría asegurar que funcionaría, pero estaba dispuesta a intentar lo que fuera por recu-perar la vivienda, es decir aplicar el cuestionario. Tenía claro que el niño estaba muy bien entre-

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nado y prácticamente no me dejaba tiempo para poder decirle algo antes de tener la puerta cerra-da en mi cara.

La estrategia que utilicé era complicada y riesgosa, pero ése era el momento; sólo unos se-gundos eran los que tenía para saber qué suce-día. Toqué a la puerta y, como en mis tiempos de niña, corrí a esconderme, me coloqué justo detrás de la ventana, lugar ideal pues me iba a permitir un mayor contacto con el extraño mun-do que se escondía en aquella vivienda. Pude oír que había una mujer dentro de la casa, porque escuché una voz femenina, pensé: “Seguro es la mamá”, que decía: “Dile a esa muchacha que no hay nadie”. El niño la obedeció y salió y, una vez más, repitió las palabras que tantas veces me ha-bía dicho: “No hay nadie”, y cerró la puerta.

En ese momento, caí en cuenta de que ha-bía pecado de inocente. No podía ser posible que un niño tan pequeño estuviera solo y tampoco que alguien presentara tal actitud frente a un proyecto tan importante para el país. Pensé que tal vez había calculado mal la edad del niño, qui-zá era tan pequeño que aún no iba a la escuela; también cruzó por mi mente que la mujer esta-ba enferma y de verdad no podía salir. Hice mil conjeturas en mi cabeza tratando de dar respues-ta a la negativa tan persistente que había recibi-do en esa vivienda. Regresé a la puerta, con lo que para mí era un plan perfecto inspirado en el propio Sherlock Holmes; toqué y cuando se abrió salí al encuentro del niño y antes de que cerra-ra grité: “Señora, sé que está allá dentro, ¿podría contestarme unas preguntas?, soy del Censo de Población del INEGI”. Por fin había podido co-municarme con un ser que durante los últimos días se había rehusado a tener trato conmigo. De pronto, esa misma voz se hizo presente desde el

interior de la vivienda: “¡No estoy!”. Volví a to-car y tocar aquella puerta, pero nunca se abrió, no pude saber qué ocultaba la señora que nunca estuvo, ni estaría pues ella no me permitió enta-blar contacto.

La visita a esta casa resultó ser un caso de esos que ni el propio Sherlock habría podido re-solver. Sólo me quedó esperar que la estructura de verificación se encargara de este asunto ya que, después de que los entrevistadores del Cen-so terminamos nuestra labor, viene otro grupo de personas que se encargan de visitar aquellas vi-viendas que no fueron censadas en el operativo; ellos revisan también que, en efecto, hayamos visitado las viviendas para aplicar los cuestiona-rios, ésa es la estructura de verificación.

Señoras que gritan “¡No estoy!” son una realidad constante en mi país, pero también lo es mi compromiso y entrega y el de muchos otros entrevistadores. Por eso nos caracterizan las cua-lidades que mencioné al principio de mi historia, ésas hacen que tengamos el afán de no dejar es-capar un solo detalle del trabajo que realizamos en campo.

En este Censo, del que fui parte, muchas puertas se abrieron y me mostraron su realidad; en otras tantas gritaron: “¡No estoy!”, pero yo siempre seguí con paso firme y ánimo renovado, convencida de que podía hacer algo para que ese grito se convirtiera en un “Bienvenida”.

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Un gran regalo“Para qué quiero piernas, si tengo alas para volar.”

Frida Kahlo

El Censo fue una gran experiencia en todos as-pectos: fue la primera vez que participé y me

dejó gratas enseñanzas de vida, quizá la máxima fue conocer gente de todo tipo, caminar por las calles y recibir saludos de aquéllos a quienes algu-na vez toqué a su puerta para solicitar 5 minutos de su tiempo y que ahora me saludan de manera gentil con una gran sonrisa y con la familiaridad de un amigo al que tuvieron la confianza de con-tarle cómo viven.

Tuve la suerte de que me recibieran per-sonas amables, siempre dispuestas a contestar y dar una sonrisa al término de la entrevista. En los primeros días de aquellos largos recorridos no tuve ningún caso peculiar o fuera de lo nor-mal, sin embargo, cuando creí que mi paso por el INEGI sería una experiencia laboral más, ocurrió algo que me marcó de forma significativa, créan-me que esto que digo no es exagerado.

Todo comenzó al llegar a la manzana 15 en el barrio de San Gaspar, en un pueblito pequeño y pintoresco, como muchos en el sur del estado de México. Empecé con las primeras viviendas de la manzana que me habían asignado, las cuales es-taban un poco dispersas; después, caminé un rato para ir a una zona donde éstas se encontraban más cercanas; apliqué varias entrevistas y al llegar a la última de esa jornada, el vecino de la gente a la que me dirigía me comentó que en la casa vi-vía un señor, y afirmó: “Pero no le va a abrir, por-que no puede caminar, mejor regrese en la tarde

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cuando están las demás personas”. Esta situación no me extrañó, no era la primera vez que se me presentaba un caso de este tipo, así que regresé a la vivienda después de algunas horas.

Al llegar a la casa, toqué a la puerta y abrió una señora que parecía desconfiada, no que-ría concederme la entrevista bajo el argumento de que no eran oriundos del municipio: “Veni-mos de otro estado”, insistía; sin embargo, me dio la oportunidad de explicarle en qué consistía el Censo y, así —aunque con cierta reserva—, me contestó todas y cada una de las preguntas del cuestionario.

Durante la entrevista, la señora me dijo que en la vivienda habitaban dos familias; de pronto, alcancé a escuchar que una persona gritaba desde adentro: “¡Aquí estoy, pásele!”. Ella me comentó: “Está enfermito”; en ese momento, recordé lo que me habían dicho acerca del señor. Durante todo el tiempo que apliqué el cuestionario seguí escu-chando que con insistencia la persona de adentro repetía: “¡Aquí estoy, pásele!”.

Al terminar el cuestionario le solicité a la señora que me había atendido que me permitiera pasar para poder entrevistar al señor que con tan-ta insistencia pedía que yo entrara.

Cuando llegué al cuarto contiguo, la ima-gen que estaba frente a mí me impactó, me quedé muda, las manos me temblaban, tenía un nudo en la garganta y sentí ganas de llorar, era una sen-sación que hoy todavía no alcanzo a describir con palabras, simplemente me llegó al corazón y al alma; no podía creerlo. Con cierta frecuencia vemos a gente discapacitada en algunos eventos televisivos donde nos hablan de sus historias de vida, pero nada supera la realidad; en aquella vi-

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vienda estaba un hombre postrado en su cama, pero no sólo era eso: no tenía piernas ni brazos, no escuchaba bien y no veía. Estaba a merced de la buena voluntad de alguien que lo atendiera y pudiera ver por sus necesidades.

Por algunos instantes, me quedé muda sin sa-ber qué decir, inmersa en mis pensamientos, pero regresé al presente en el momento en que el se-ñor, con gran entusiasmo, me preguntó: “¿Cómo se llama?”, y es que en esa voz no se notaba la tris-teza o desánimo sino todo lo contrario: entusias-mo y entereza. Contesté: “Rosa”, y procedí con la entrevista con la actitud más normal que pude, no quería que por ningún motivo se diera cuenta del impacto que había tenido en mí el verlo, mi intención era que no se fuera a sentir incómodo, señalado o que percibiera lástima de mi parte. En cada pregunta que le hice, di gracias a Dios por lo que tengo y valoré como nunca la salud que me da cada día. Justo cuando pensé que había termi-nado, pasamos a un apartado que de nuevo tocó mi ser, saber que algún día fue un hombre sano. Terminé la entrevista, me despedí de aquel gue-rrero de la vida y salí de la vivienda agradeciendo la atención brindada.

Mientras me alejaba, reflexioné cuán afortu-nada soy en todo lo que tengo; entendí que las cosas materiales no son las más importantes; pen-sé en la salud que Dios me ha dado y también a mi familia, la fortuna de poder abrazar a mis seres queridos, de conversar con los amigos, la gracia de poder ver nuevamente la luz del día desde mi ventana y caminar para hacer mis labores. Desde entonces, valoro lo que tengo y no dejo de dar gracias por ello.

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Una sonrisa inolvidable

“¿Qué es una sonrisa?”, es una pregunta que me he hecho cons-tantemente cuando entablo conversaciones conmigo misma…

Según estudiosos, y otros que sólo gustan de dar su opinión, es un movimiento facial, el gesto que mejor le va al rostro, no im-porta si la dentadura no es como la de los comerciales, o si a ciertas personas les aparecen arrugas en el contorno de los ojos, si fruncen el ceño o si despliegan hoyuelos en las mejillas, grosso modo, es la mejor apariencia del ser humano… vaya definición.

Hasta antes de mi experiencia como entrevistadora del Cen-so de Población y Vivienda, la sonrisa era sólo eso, una vaga y le-jana definición; hoy es mucho más que un simple concepto, ¿quie-ren saber por qué?, pues déjenme compartirles esta historia.

Todo comenzó la mañana del martes 2 de junio, sólo a tres días de haber comenzado el levantamiento de la manzana que me había sido asignada en mi labor de entrevistadora del Censo de Po-blación y Vivienda 2010.

Después de haber tocado muchas puertas, de aplicar un cues-tionario tras otro, anotar todas las respuestas y pegar etiquetas de entrevista exitosa, me dirigí a la vivienda número 4 (para los chi-nos, número de suerte, pues representa la abundancia, para mí en aquella ocasión también lo fue).

Era una vivienda de carrizo, lámina y madera, su propieta-rio, don Pedro, un carpintero. Apenas toqué, él abrió la puerta, fue mi informante adecuado. Con el cuestionario y lápiz en ma- no, fui formulando cada una de las preguntas y él, muy amable, dio respuesta a cada una de ellas. Me ofreció un vaso con agua de jamaica, que agradecí gustosa, pues de tanto hablar, mi garganta comenzaba a secarse. A los pocos minutos, la entrevista terminó de

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forma exitosa, así la catalogamos, de acuerdo con el Manual del entrevistador, cuando nos dan todas las respuestas.

Entre plática y plática, él me contó que su familia vivía en la zona y, como en ese momento tenía tiempo, se ofreció a acompañarme para ubi-car algunas viviendas a las que era difícil acceder. Agradecí de nueva cuenta su apoyo, porque la verdad no entendía cómo llegar a ellas, aun cuan-do estaban indicadas en los trazos del mapa que me habían dado para apoyar mi trabajo. Cami-nando entre los matorrales, don Pedro me acom-pañó a cada una de las casas de sus familiares y pude aplicar el cuestionario a su padre, su herma-no, unas tías lejanas y las primas de éstas.

“Qué gran ayuda me ha dado este hombre”, pensé, y le dije: “Muchas gracias por el vasito de agua, por su disponibilidad y por su orientación para que yo pudiese levantar el cuestionario en las viviendas de sus familiares”; don Pedro con-testó: “No es nada, yo sé lo que es andar de un sitio a otro y no podemos hacer menos con nues-tra gente”.

De pronto, del interior de la casa se escuchó la voz de la señora Rosita, su esposa: “Señorita, ¿le puedo pedir un favor?”, “¿Un favor?”, le contesté, y ella de inmediato dijo: “Sí, mire, mi hijo peque-ño, el de 7 años, mañana, tarde y noche desde hace días se la pasa diciendo que quiere estar aquí para cuando lleguen los del INEGI, los ha visto en la tele y, a veces, los escucha en la radio cuan-do venimos en el bus. Todas las tardes, cuando llega a casa, pregunta si ya pegaron la etiqueta, si ya respondí al cuestionario, en fin, me atrevería a decir que mi pequeño tiene el sueño de poder abrirle la puerta, recibirla en casa y responder las preguntas”.

La verdad, me intrigó escuchar estas pala-bras… ¿Cómo?, ¿yo?, ¿parte del sueño de alguien?, y me dije a mí misma: “Ándale Lupita, regresa más tarde y conoce al pequeño, no pierdes nada”.

A las 5 de la tarde me encontré de nuevo afuera de la vivienda de don Pedro. Como iba a visitar a un personaje (un pequeñito con una gran ilusión) me peiné y perfumé.

Toqué y, de inmediato, se abrió la puerta y —al compás de su apertura como un haz de luz de gran fuerza— pude ver la sonrisa más hermo-sa, enorme, transparente y mágica (le faltaban al-gunos dientes, pero esa ventanita al frente de su boca, le daba un toque especial) que jamás había visto. Sus ojos eran parte de su encanto: “Bienve-nida a mi casa, yo sabía que vendría, pásele, páse-le”, fueron las primeras palabras que pronunció.

Si les digo que tenía un nudo en mi garganta y que mis piernas comenzaron a temblar, deben creerme, pero poco a poco esa sonrisa que me in-vitaba a pasar me llenó de confianza. Así que me dispuse a comenzar la entrevista, su mamá, que era quien respondía a las preguntas, me miraba agradecida de ver a su hijo tan contento, y a cada respuesta de la madre, este pequeño aportaba algo para completar la información.

En ese momento hubiese querido que me tocara aplicar el Cuestionario ampliado y así que-darme por más tiempo formulando preguntas y mirando aquella sonrisa, pero no, era el básicoy estaba ya en las últimas cuestiones. Al término de la entrevista, me despedí de todos, de don Pedro, doña Rosita y del pequeño hijo de esta pareja.

“Gracias por venir a mi casa, sabía que usted no dejaría de venir y contarnos”, dijo el pequeñín.

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Me marché de la casa contenta, como si me hubiese tomado una cucharada de optimismo y aplicado una inyección de alegría. Caminando por aquella cuadra, el reflejo en un cristal me de-volvió la imagen de una entrevistadora que por-taba por encima del chaleco un rostro sonriente: era yo, que había cumplido el sueño del hijo más pequeño de la vivienda 4, ¡sí, justo era yo!

¿Que si sé lo que es una sonrisa?, sí, ¿que si puedo explicarlo?, intentaré, pero sé de qué se trata y sé que se contagia. Hoy ando por la vida con una bien puesta en mi cara, tocando puer-tas, formulando preguntas, renovando mi com-promiso con mi trabajo y con mi país, porque también hoy pienso que éste puede ser el país de las sonrisas. La definición que les compartí al inicio de la historia, seguro se derivó de una experiencia como la que yo viví en el Censo de Población y Vivienda 2010.

Y pensar que el Censo se repite cada déca-da, que en el evento censal anterior, allá por el 2000, yo aún era una chamaca y que en el próxi-mo quizá ya tendré una familia y me tocará ente-rarme por otros cuántos somos en este mi México de contrastes, de ilusiones, de promesas y de gran-des sueños, porque así es como veo a mi país. Hoy me siento parte de esta nación que no sólo es un proyecto, sino una realidad y un compromiso que nos toca cumplir a todos.

Sí, como el compromiso que todos los en-trevistadores siempre tuvimos con el Censo, con el INEGI, con nuestro país, con este importan-tísimo proyecto nacional. La tarea que desarro-llamos fue para saber cuántos somos y cómo vi-vimos, pero para saberlo, aprendí que siempre ayuda tener una sonrisa.

México

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Michoacán de Ocampo

Anónimo

Michoacán de Ocampo es un estado que tiene riquezas naturales invaluables, paisajes como de postal y gente muy hospitalaria,

pero también hay muchos problemas de inseguridad, economía y en su población se presenta fuertemente el fenómeno de migración a los Estados Unidos de América.

Muchos de los que se van para el otro lado y no logran consolidar el american dream regresan, sin embargo, en su forma de ser se percibe la influencia norteamericana o gringa —como dicen por aquí—, que es evidente en el idioma y la vestimenta.

La gente que retorna a nuestro país adopta un comportamiento que resulta de la mezcla de sus raíces culturales con las costumbres y modas de aquella nación e incluso algunos usan el idioma inglés para comunicarse entre ellos o para que otros no entiendan lo que dicen.

Los pueblos donde los hombres se dedicaban a la agricultura, hoy están casi desiertos. El imaginario colectivo ha provocado una especie de psicosis; la gente cuenta historias terribles que se atribu-yen a criminales despiadados, lo cual provoca que en esta entidad se crea que existen rutas que, quien quiera transitar, debe hacerlo bajo su propio riesgo.

En su andar por uno de esos caminos, en su tarea como entre-vistador del Censo, el protagonista de esta historia se topó con una situación que, por más que analiza, aún no comprende cómo se dio. Pedro, como lo llamaremos, caminaba por las calles con pendientes prolongadas; llevaba su chaleco y gorra de entrevistador; sostenía en una mano su tabla y, en la otra, su mochila… todos los elementos que integraban su uniforme tenían el logotipo del INEGI y del Censo.

Como les sucedió a casi todos los entrevistadores dentro de las manzanas que debían censar, Pedro no pudo realizar el cuestionario en su primera visita por no encontrar al informante adecuado, así que tuvo la necesidad de regresar una, dos y hasta cuatro veces o más para lograr su objetivo.

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En el trabajo del levantamiento de cuestionarios, la productivi-dad es fundamental, pues los entrevistadores sienten como un ene-migo en acecho a la lista de viviendas pendientes que crece cada vez por más que se esfuerzan haciendo varias visitas a las viviendas. Por ello, no desperdician el tiempo cuando se presenta la oportunidad de conseguir la información.

Una tarde, al terminar su recorrido programado, Pedro se sen-tó en una banqueta para preparar su material y volver a la oficina. Estaba cerca de una de las viviendas que tenía anotada como pen-diente, ya que no había podido encontrar al informante. En reali-dad, no tenía previsto volver a tocar en la vivienda, pero de repente se dio cuenta de que estaba la persona que la habitaba, así que no lo pensó mucho: se levantó y se dirigió hacia la puerta. Lo hizo con la intención de aplicar el cuestionario en ese momento, porque supuso que ésa podría ser la última oportunidad que habría para obtener la información. Su profesionalismo le impedía dejar sin aplicar el cues-tionario a una de las viviendas que tenía asignada.

Cuando el señor le abrió la puerta, comenzó a hablarle en inglés y, en tono agresivo, le dijo: “What´s up man? What do you want for me? Don’t bother me man, get away from me and my house!”.

El señor no sabía que Pedro domina el idioma inglés porque también vivió en el otro lado, así que le contestó en esa lengua: “So-rry, I just want to make some questions. Take it easy!”.

El ver que la estrategia para ahuyentar a Pedro no funcionó, el hombre se molestó y se puso más agresivo. Con un tono prepoten-te, comenzó a gritar con palabras subidas de tono, tanto en español como en inglés.

Pedro trataba de calmarlo y explicarle que se trataba del Cen-so de Población, que el cuestionario era breve y su aportación era de gran importancia para el país, pero su interlocutor no dejaba de proferir insultos. La situación salió de control cuando Pedro vio que el hombre sacaba una pistola de entre su ropa; no pudo precisar su calibre, pero era de tamaño mediano, negra y, por la manera en la que la sostenía, supuso que era algo pesada. El hombre con la escua-dra de metal le apuntó en la cara a nuestro joven entrevistador. Lo

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único que Pedro pudo hacer fue apelar a la razón, buscando iniciar una negociación:

—Please man. I just wanna go, take it easy —le dijo Pedro.—Come on. Are you afraid? —respondió el hombre.—Sorry, I am really sorry, I just want to go, please —suplicó

Pedro.

En un momento, cruzó por su cabeza el pensamiento de quitarle el arma y luego correr, pero eso pondría en riesgo su integridad, pues quizá su fuerza no fuera la suficiente para despojarlo del arma de fue-go. El instinto de sobrevivencia salió a flote y, más que miedo, la im-potencia fue lo que se apoderó de él.

Entonces, bajó la mirada y vio su uniforme color caqui que lo identificaba como personal del INEGI y quizá eso lo hizo reflexionar sobre las posibles consecuencias de sus actos. Su principal temor era que se tergiversara la historia y que, al final, la gente dijera que los entrevistadores del Censo trataban de sacar la información con lujo de violencia o que por esas zonas portaran armas. Siendo así, optó por guardar la calma y alejarse poco a poco.

Como pudo, le hizo saber al portador de la pistola que él era dueño de la situación y nunca cuestionó su autoridad, impuesta bajo circunstancias poco usuales.

Tomó la decisión correcta y se retiró del lugar casi sin aliento, pero con el alivio de saber que, de haber sido diferentes las cosas, qui-zá él no hubiera podido compartir esta historia.

Pedro también contó que en esa misma área de trabajo hay mu-chos poblados indígenas en los que también se presenta hostilidad para el trabajo del Censo, pero sólo se manifiesta en forma verbal o con miradas penetrantes, ya que los lugareños consideran a los entre-vistadores como extraños que llegan a las tierras que son suyas para preguntarles cosas que no quieren contestar. Pero después de esa visi-ta en la que fue amenazado con un arma de fuego, esas otras hostili-dades que se le presentaron, resultaron insignificantes, una nimiedad con las que pudo seguir trabajando sin problema.

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Un habitantemás a la cuenta

Miguel es un joven de ciudad que ansía vi-vir con toda intensidad sus 19 maravillo-

sos años y tiene, además, unas ganas enormes de hacer algo por su país.

Un día que para él fue afortunado, vio un cartel pegado en un muro de la Universidad Es-tatal en el que el INEGI solicitaba personal para integrar su plantilla de entrevistadores para el Censo de Población y Vivienda 2010.

Migue, como le llaman sus amigos, se logró incorporar al equipo de trabajo del Censo. Cuan-do le entregaron su uniforme, al llegar a su casa se lo puso de inmediato y, orgulloso, se miraba en el gran espejo de su sala. Éste lo acreditaba como trabajador de la institución responsable de gene-rar la información estadística en nuestro país. A todos sus amigos, parientes, propios y extraños, les comunicó que tendría su primera experiencia laboral como entrevistador del Censo.

Araceli, la supervisora, le pidió presentarse el 24 de mayo muy temprano, en un aula del edi-ficio D de la Facultad de Ingeniería de la Univer-sidad para que pudiera participar en el curso de capacitación.

Conforme avanzaban los días, el asombro de aquella vivencia le invadía las entrañas. No comprendía muy bien lo que significaba AGEB y otros tantos términos inegianos, pero sentía el éx-tasis del trabajo, pues trabajar enaltece a los seres

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humanos. Al terminar la capacitación, recibió su primer sueldo, y Migue conoció la felicidad de recibir el fruto de su esfuerzo.

El 31 de mayo empezó el operativo y, con ello, su gran aventura en las entrañas de la me-trópoli. Durante 26 días le tocó visitar cada vi-vienda, desafiando al tiempo y a la urbe.

Un martes de junio, en el ocaso del opera-tivo censal, la lluvia era incesante; Migue estaba escudado en su manga amarilla, que era parte de su uniforme. Como lo había hecho las tres se-manas anteriores, tocaba a la puerta, aplicaba el cuestionario y, al concluir, pegaba las etiqueta de vivienda censada. Para entonces, ya había sortea-do el ataque de dos perros y se había sobrepues-to a un resbalón con el que se fue de bruces a la banqueta.

Llegó a la siguiente vivienda, le abrió una señora joven de 27 años, cuyo vientre evidencia-ba un próximo alumbramiento. Ella le comentó que tenía ocho meses de embarazo y que era su primer bebé. Inició la aplicación del cuestiona-rio y ella le dijo que su esposo se encontraba de viaje.

Al momento de llegar a las preguntas rela-cionadas con los tipos de materiales con que está construida la vivienda, la señora lo interrumpió y le dijo: “Permítame un minuto”; Migue se que-dó esperando, quizá pasaron 10 ó 20 minutos; mientras tanto, él miró al vacío, luego atrapó su atención el movimiento de las gotas de lluvia que se desvanecían por el ventanal.

De repente, rompió el silencio un grito de la señora: la fuente se le había roto y, con eso, era inminente el parto de su bebé. Migue alcan-

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zó a oír que ella le decía: “Por favor, ¡avísale a la vecina, que venga rápido!”.

Asustado, corrió a la casa de enfrente y tocó; cuando le abrió doña Chayo, le explicó lo que ocurría y le pidió que por favor lo acompaña-ra. Al llegar a la casa ella se dio cuenta de que no había tiempo para llevarla al hospital y, además, tampoco tenía dinero para pagar los servicios de un médico, así que la vecina, quien tenía la expe-riencia de seis partos, tomó cartas en el asunto.

Le pidió a Migue que le trajera agua tibia y toallas. Como pudo, la señora le dijo de dón-de tomarlas; se fue a la cocina y llevó el balde de agua tibia al dormitorio donde se encontraban las mujeres. Doña Chayo le dijo: “Necesito que me ayudes; sostenme cerca esta toalla”, y así, sin es-perarlo, fue testigo del maravilloso momento del alumbramiento de una nueva vida.

El representante del INEGI, obviamente, no pudo terminar el cuestionario, pero regresó a su casa sorprendido por haber presenciado esa situación y llevaba en su mente los destellos de imágenes imborrables: cuando el bebé coronó y salió primero su cabeza y luego todo su cuerpe-cito; cómo la vecina lo tomó entre sus manos, cortó y amarró el cordón, y luego le dio la nal-gada que hizo que el recién nacido emitiera su primer llanto.

Regresó a los tres días para completar el cuestionario de esa vivienda, lo recibió el jefe del hogar, quien en esa ocasión fue su informan-te. Tuvo que hacer de nuevo la primera pregun-ta de cuántas personas viven en esa casa, que ya contaba con un nuevo miembro de la familia y, así, un mexicano más fue censado.

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