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Guía de anécdotas, cuentos, crónicas y leyendas de la Ciudad Colonial de Santo Domingo

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Guía de anécdotas, cuentos,crónicas y leyendas de la

Ciudad Colonial de Santo Domingo

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Estamos acostumbrados a conocer las ciudades a través del testimonio que ofrece su fisonomía: edi-ficaciones, monumentos, parques; y por la relación directa con los habitantes que comparten nuestro tiempo. El Cluster Turístico de Santo Domingo ha querido ir más allá enriqueciendo la experiencia de quienes se acercan a esta ciudad de más de medio milenio de historia. Para ello ha contado con el apoyo de la USAID y la colaboración muy profesional de Kin Sánchez, Cristina Contreras, Pedro Amorós y Raymundo Chevalier.

De esa unión creativa surge esta Guía de anécdotas, cuentos, crónicas y leyendas de la Ciudad Colonial de Santo Domingo; una suerte de retablo vibrante por el que desfilan, al decir del prologador: “...con-quistadores... montados en briosos corceles, cacicas enamoradas, piratas feroces, próceres de la repúbli-ca, defensores apasionados, bromistas, enamorados sin esperanzas, festejantes y gente común que vivió episodios fuera de serie”

Esas voces de gente como usted y como yo, le imprimen a nuestra guía una carga de realidad y cercanía, una riqueza de tonos y matices que sin dudas la hacen única, eficiente y hasta divertida; porque a nuestra historia hay que acercarse con el alma abierta y la sonrisa dispuesta; porque sentimos el sano orgullo de ser hijos de una tierra hermosa, alegre y generosa y así queremos lo perciban quienes aquí llegan en busca de conocimiento, cultura y esparcimiento.

Ante ustedes pues, este instrumento valioso y ameno que nos acerca aún más a la historia , la vida y la cultura de nuestra Santo Domingo, Ciudad Colonial.

Palabras Freddy Ginebra

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Créditos

Idea: Luis E. MolinaTexto: Kin Sánchez FernándezDigitación: Cristina Contreras

Diagramación: Raymundo Chevalier Pablo Soler M.

Fotografías: Pedro AmorósCoordinación: Briseida Olivero, Virginia Báez

Edición:

Clúster Turístico de Santo Domingo

Todos los derechos reservados.Esta publicación no permite ser reproducida, ni en todo ni en parte,

ni registrada en o transmitida por un sistema de recuparación de información, en ninguna forma ni por ningun medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electróptico, por fotocopia o

cualquier otro, sin el permiso de esta institución.

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Ciudad Colonial de Santo Domingo

Kin Sánchez Fernández

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Hay disponibles muchas guías y mapas de la Ciudad Colo-nial. Son pródigas en fechas, datos arquitectónicos y uso his-tórico de los monumentos que describen. No hay nada que añadir a ellas pues son muy completas.

Esta guía no se realiza desde la perspectiva de las anteriores. Aquellas describen el escenario mientras que esta nos cuenta las escenas que se desarrollaron en ellos. Caminaremos por la Ciudad Colonial conociendo los relatos, anécdotas, cuen-tos, leyendas y pequeñas historias que sucedieron. No es lo mismo ir a un tour en el que nos muestran el teatro Old Vic, que ir a una función donde presentan la obra “La Ratonera” de Agatha Christie, que tiene varias décadas de funciones ininterrumpidas allí. El local y el decorado del escenario son importantes y mucho más, es lo que allí se representa.

Vamos a conocer la vida y costumbres, la comedia y el drama de los que vivieron en esta ciudad primada. Estos monumen-tos dejarán de ser un solemne escenario histórico y se anima-rán con las escenas cotidianas donde fantásticos y humildes personajes pusieron el color de sus vidas.

En vez de estar leyendo en un cómodo salón, conoceremos estos relatos caminando por la Ciudad Colonial. Cada his-toria será leída en el mismo lugar en que aconteció. El esce-nario está allí, el guión está en nuestras manos, seamos pues directores y espectadores, entremos de lleno al mundo fan-

tástico de los relatos. Por lo tanto comenzaremos este tour con una conocidísima y querida fórmula: Había una vez una ciudad fundada por los españoles en una Isla situada en el mar Caribe a miles de leguas de la Metrópoli Ibérica.

Nos situamos en la calle Padre Billini esquina Arzobispo Me-riño y contemplamos una casa del siglo XVI, con un mirador sobre el techo. Está pintada de blanco y sobre su entrada principal hay una ventana muy hermosa y singular. Había una vez… una joven y hermosa doncella, hija del due-ño de esta casa, que todas las tardes pasaba el rato sentada junto a esta ventana tan especial, más que eso singular, por-que es una ventana geminada (Géminis: Dos) Gótico Isabe-lina, que constituye un marco capaz de realzar la belleza de cualquier mujer que allí se asome y más aún, la de esta joven que tenía fama de muy hermosa. Y es singular esta delicada ventana pues, por un capricho de los constructores colonia-les, este diseño de ventana Gótico-Isabelina con reminiscen-cias moriscas, no lo volvieron a repetir en toda América. O sea, que la dichosa ventanita es única en el nuevo mundo.

A un par de siglos de la era colonial, el entonces propietario de la casa tenía una sola hija, a la que idolatraba. En aquellos días difíciles del siglo XIX, el país estaba invadido por un ejército extranjero. Eran tiempos de patriotismo exacerbado y rechazo a las tropas invasoras. Pero el amor no conoce dis-

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criminaciones. En esta ventana la vio, al pasar, un teniente del contingente extranjero. Desde allí lo vio ella. Fue amor a pri-mera vista… bueno a primera, segunda, tercera y vaya usted a ver… Porque eso era lo único que podían hacer: mirarse. Hasta que de algún modo - con lo Romeo y Julieta que todos los enamorados llevan por dentro- se pusieron de acuerdo y cada noche, mientras todos dormían, se encontraban junto a la puerta enrejada del jardín que da a la Meriño, para entrela-zar sus manos y pensar que el imposible sería posible.

Una noche sin luna, fueron sorprendidos por el padre y los servidores de la casa. Brillaron las espadas inflamadas de pa-triotismo y honor ofendido. No pudo la bravura del soldado contra la ira del padre y perdió el duelo. Cuando la joven vio a su amado darle la última mirada, tendido en el suelo en medio de un charco de sangre, corrió enloquecida de dolor hasta el pozo del jardín y se lanzó al fondo, para encontrarse con su amado en aquella región donde el amor no tiene ba-rreras. Fin del Love Story.

Para recuerdo de esta historia queda esta ventana única en América, aquí en la casa del escribano Francisco de Tostado. Se le llama la Casa de Tostado, por su apellido, claro está; no porque el tío estuviera tostado por nuestro ardiente sol cari-beño, ni por las razones que en la actualidad se usa popular-mente ese adjetivo calificativo.

Al cruzar la calle, es ineludible recordar a los viejos de antes que nos decían; “Acuérdate del Padre Billini que fue el que más favores hizo, y le hicieron el parque más chiquitico” para advertirnos de la ingratitud proverbial de los favorecidos ha-cia sus bienhechores.

Creemos, sin embargo, que aunque pequeño este es el par-que de la gratitud. En tiempos coloniales hubo aquí una gran casa y uno de los esclavos a su servicio comparó, con burla e insolencia, la anatomía de la viuda que vivía al frente -donde está la Bricciola- con la de una vaca lechera que ordeñaban en plena calle.

Un sobrino de la viuda, varón primogénito de la familia Franco de Medina asumió su responsabilidad y tomó para sí la defensa del honor de su tía. Pidió castigo y presentación de disculpas al dueño de la casa que se negó rotundamente. El caso pasó entonces a los tribunales que fallaron a favor del ofendido. El ofensor -responsable de los actos de su escla-vo - fue condenado a entregar la casa al demandante como indemnización y pago de las costas del juicio. Airado por la sentencia del tribunal, el testarudo ofensor exclamó: “¡Así es fácil hacerse más rico y adquirir propiedades!”. Enterado el demandante de tan maliciosa expresión, sentenció con pau-sada y digna majestad: “No será para mí, sino para todos”. Mandó a demoler la casa convirtiendo el solar en plaza pú-blica. Por esto la cuadra más grande de la Ciudad Colonial

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tiene la peculiaridad de tener dos plazas: la de Colón y la de Billini. Detalle que no estuvo incluido en el plano original de la ciudad.

Este parquecito tuvo varios nombres según las bellas señori-tas que vivieron a su alrededor: de las Franco, de las Lebrón, de las Mañón y también de Pichardo y de San Juan de Dios, hasta que el ingeniero Damián Báez -hijo del presidente Bue-naventura Báez- la compró al Ayuntamiento para donarla al comité pro- homenaje al Padre Billini. Al construir la plaza se la rodeó con dos calles que daban privacidad a las vivien-das situadas atrás. Las vías formaban un ángulo recto y em-pequeñecían el parque. En la remodelación más reciente, se las eliminó y el parque creció un par de metros, tal vez con la intención de invalidar el refrán que se refiere a su tamaño.Así, que tenemos dos parques en la misma cuadra, con dos estatuas del escultor francés Ernest Gilbert y de dos perso-najes muy vinculados, a pesar de estar separados por varios siglos: Cristóbal Colón y el Padre Billini.

En fin, que este solar comenzó a ser parque por el sobrino de la viuda, los ciudadanos del comité pro-homenaje y Don Damián Báez, todos gentes agradecidas. Por tanto, en vez de ser muestra de ingratitud es todo lo contrario, es el Parque de la Gratitud, sin importar el tamaño, sino la intención de los que agradecieron obras como el colegio San Luis Gonza-ga, (fragua de destacados personajes), el asilo de ancianos, el

manicomio y toda la ayuda caritativa del Padre Billini a los desamparados.

Admirando las casas coloniales que rodean el parque cami-namos en dirección al Norte por la calle Arzobispo Meriño. Así llegamos a la Catedral Nuestra Señora de la Encarnación. Puede que usted encuentre otras mayores y más suntuosas, pero esta tiene algo que ninguna otra puede tener: es la pri-mera Catedral construida en el Nuevo Mundo y continúa usándose como el primer día. Su construcción se inició en 1523 y finalizó en 1541. En su exterior se mezclan los esti-los Románico y Plateresco, pero el interior es predominante-mente Gótico- Isabelino.

El Corsario Francis Drake, héroe para los sajones y villano criminal para nosotros, trató de destruirla bombardeándola cuando secuestró esta ciudad en 1586. No pudo, porque al parecer sus artilleros no tenían buena puntería. Y el único disparo que dio en el blanco ni explotó, ni hizo daño. Vere-mos la bola de cañón posada sobre el techo, para muchos, muestra de la divina providencia. Como Drake no pudo destruirla, se decidió a hospedarse en ella, usándola como cuartel general, profanándola y saqueándola cuando se iba a marchar. La bola de cañón se puede ver desde el paseo cen-tral Oeste del Parque Colón, a mitad de camino entre la es-tatua y el Palacio Consistorial. Se localiza sobre el techo de la cúpula de la Catedral a varios metros a la derecha de la torre

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del cabildo catedralicio. Los habitúes del parque suelen decir en tono de chanza que Drake dejó aquí una de sus bolas… de cañón, para que nunca lo olvidemos.

El color peculiar de la Catedral se debe a la piedra caliza de origen coralino proveniente de las canteras situadas al final de la calle Isabel La Católica, en el área de Santa Bárbara. Se aprecia mucho mejor en el interior donde podemos encon-trar superficies con formaciones características de los cora-les. Algunos escritores han querido ver poéticamente en el diseño de sus columnas y bóveda, una semejanza con las palmas reales de esta Isla… pero es algo poco probable. El gótico se desarrolló en Europa antes del descubrimiento de América.

Lo que sí tiene carácter de leyenda aunque lo nieguen, fue el hallazgo de Lolito Flochón, un pintoresco albañil al servicio del Padre Billini, que mientras realizaba unas reparaciones en el pavimento del presbiterio, notó que estaba hueco pues se rompió a golpes suaves del martillo. Avisado el Padre Bi-llini, detuvo la obra y buscó a varios ciudadanos notables y entendidos en historia y al cónsul de España como testigos de la apertura del nicho. Se removió ante ellos la delgada losa que no tenía marcas ni identificación. Entonces apareció en su interior la caja de plomo con la placa de plata cuya ins-cripción que consignaba que los restos humanos en su inte-rior eran los de Cristóbal Colón, descubridor de América.

Se levantó el acta y la firmaron todos los testigos. Al cónsul español su gobierno lo despidió por firmarla. Hasta hoy di-cen que no es cierto. La junta colombina los colocó en un gran mausoleo que se situó cerca de la puerta principal de la nave central. Por suerte que lo sacaron de ahí y se lo llevaron al Faro a Colón, pues restaba espacio y belleza a la Catedral. Hay ríos de tinta sobre este suceso. Hay libros de respetados autores que exponen una historia diferente aportando datos y nombres de testigos honorables. Pero la leyenda de Lolito Flochón quedó en la tradición popular sobre todo porque se le dio el privilegio de iniciar la salida de las máscaras y moji-gangas en los carnavales de la capital.

Aquí está lo curioso del caso: Colón descubre América y lo entierran en la Catedral. El Padre Billini, párroco de la Cate-dral descubre a los restos de Colón en ella, ambos tienen pla-zas dedicadas en la misma cuadra de Santo Domingo donde está la Catedral, son de ascendencia Italiana y los dos tienen estatuas que los representan realizadas por el mismo escultor francés, en Italia. No hay ningún misterio, solo una serie de simpáticas coincidencias.

Precisamente, estamos en un lugar donde los capitaleños in-tramuros han tenido como tradición reunirse. Este parque Colón ha sido por generaciones el punto de encuentro de grupos y peñas que han desarrollado aquí famosas tertulias.Pero el lugar comenzó como plaza mayor de la ciudad te-

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niendo en el lado Oeste, el Palacio del Ayuntamiento y al Sur la Catedral. Este era el escenario de las fiestas y las noticias. Aquí se celebraban corridas de toros con beta y retretas de bandas militares.

En esta Plaza dice la tradición que el invasor Haitiano Tous-saint, reunió a toda la población de la ciudad con la inten-ción de pasarla a cuchillo. Bajó de su caballo, se metió a pie entre la multitud y con su bastón de mando tocaba a las per-sonas pasando revista como si de ganado se tratara. Al tocar a doña Dominga, una vecina de la ciudad, ésta reaccionó ins-tintivamente retirando bruscamente el bastón y abofeteán-dolo al tiempo que le increpaba: “Así no trata un caballero a una Dama”. Toda la plaza contuvo el aliento, el suspenso era absoluto. Tras un momento que pareció casi eterno, Tous-saint se inclinó ligeramente disculpándose. Luego caminó en dirección a su caballo y dio la orden de que los capitaleños se retiraran a sus respectivos hogares. ¿Qué sucedió en la mente del sanguinario invasor? ¿Qué lo movió a suspender la proyectada masacre? ¿La dignidad de una señora? Bien, aquí también estuvo la picota para aplicar las sentencias de muerte. Pero ese día, todos se salvaron de una muerte segura gracias a la valentía de Doña Dominga.

A finales del siglo XIX la sociedad “La Juventud” recabó fon-dos por medio de actividades sociales y financió con el con-curso del Ayuntamiento, las obras del Parque Colón. Se creó

un entorno elegante y romántico. Se instaló el Monumento a Don Cristóbal. Desde entonces, y de acuerdo al crítico de arte y literatura Don Pedro René Contín Aybar, aquí “Se han hablado los mejores libros de los intelectuales dominicanos”. A su parecer esto sucede gracias a nuestro clima que nos per-mite vivir de puertas afuera disfrutando las tertulias al aire libre, expresando las ideas en animadas charlas. Mientras en los países fríos, la gente aislada junto al hogar, por los rigores del invierno, se ve obligada a escribir en soledad.

Poetas, pintores, escritores y diletantes pasan aún por estas tertulias. Tanto es así, que a la cafetería de la esquina Conde con Meriño se le llama cariñosamente “El Palacio de la esqui-zofrenia” para destacar la sobredimensionada creatividad de las ideas que expone su legión de habitués.

Entre el Palacio y el edificio más alto de la cuadra está la casa donde vivió una hermosa señora, esposa de un general. Des-de la acera del parque el poeta venezolano Eduardo Scanlan no perdía oportunidad de galantearla cuando ella se asomaba a los balcones. El esposo general del Ejército, era tan celoso como Otelo el moro de Venecia. Pero ni eso, ni su rango re-primían al poeta. Una tarde los celos desquiciaron al General Santiago Pérez, que desde el balcón disparó a Scanlan con un fusil. El venezolano cayó fulminado. La historia podría ser una más de amor y celos. Hay algo que la hace diferente. No es la casa con su fachada decorada con signos esotéricos, ni

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el detalle de la serpiente sorprendida al reconocer su fealdad al verse en el espejo. La diferencia es la justicia de aquellos tiempos: El General fue condenado a muerte y fusilado. No valieron las súplicas de clemencia de distinguidos personajes y algún dignatario de la Iglesia. El general era tan popular y querido por la población que el dictador Ulises Heureaux lo veía como un posible rival. Por eso cuando le presentaron las súplicas no otorgó el perdón, pues así cumplía dos pro-pósitos: se mostraba obediente del Poder Judicial y sin tener nada que ver con el motivo del fusilamiento, eliminaba del panorama político a un aliado que tenía potencial para con-vertirse en un candidato que lo desplazara de la jefatura del gobierno.

En esta casa funcionó El Banco Nacional, la Farmacia Cen-tral de los Marrero y la Galería de Arte Arawak de Mildred Canahuate. Ahora tenemos en ella un Museo de Ámbar.Nos dirigimos hacia el monumento al Descubridor de Amé-rica. Fue develizado el 27 de Febrero de 1887, es obra del es-cultor francés Ernest Gilbert. La estatua costó 10,000 pesos fuertes, el pedestal 2,000 pesos fuertes. Los ingenieros Tho-maset, Soler y Carranza cobraron 2,700 por la instalación y el encargado en Europa de todo lo relativo a la estatua fue el ilustre patriota puertorriqueño Doctor Ramón Emeterio Betances. La orientación del monumento y la estatua del des-cubridor despiertan la curiosidad de algunos observadores que preguntan por qué Colón está señalando hacia el Norte

que es hacia donde está Europa en vez de señalar hacia el Sur que es hacia donde está el Nuevo Mundo que descubrió. Antiguos residentes de la Ciudad Colonial contaban que la ubicación se determinó de acuerdo a criterios masónicos que se tuvieron en cuenta por la influencia de distinguidos masones que participaron en el proyecto de construcción y diseño del parque. Esta es la razón por la que el famoso dedo de Colón señala hacia el Noroeste, lo cual parece obedecer a postulados significativos en la tradición de la Francmasone-ría. Gracias a esta estatua nuestros mayores encontraron una fórmula graciosa y enigmática para negarse a complacer la peticiones infantiles que les parecían exageradas, inadecua-das o imposibles de costear. Ellos simplemente contestaban a las solicitudes con la promesa de que las complacerían “Cuando Colón baje el dedo”.

Aunque muchos consideran fukú al Almirante y no se acer-can a su estatua, ni a su tumba y ni siquiera dicen su nom-bre, el parque siempre está lleno de visitantes. (Para los do-minicanos fukú es un ente que acarrea mala suerte) Tal vez, el fukú se neutralizó gracias a esos grandes árboles llamado Ficus Religiosa, Higos Santos de la India o árbol Bodhi, es decir, el árbol bajo el cual se iluminó Buda. Provienen de la India, donde suelen plantarlos junto a los Templos o lugares santos. El magistrado Humberto de Lima, vecino de la ca-lle Arzobispo Meriño y habitué de esta plaza, nos relató que estos árboles los trajo al país un ciudadano inglés que vino

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a trabajar en el hospital inconcluso del Dr. Pozo (Situado en la calle Isabel La Católica) al final de la década de los 30 del siglo pasado. Desafortunadamente no retuvimos el nom-bre de aquel ciudadano británico. Muchos no recuerdan ni conciben este parque sin esos cuatro portentosos árboles que caracterizan este paisaje urbano.

Nos dirigimos al lado Este del Parque. Ese edificio de galería y balcón con arcos fue la casa de Herrera en tiempos colo-niales, pero se le conoce como Palacio de Borgellá, porque fue reformado y sirvió de residencia al Gobernador Haitiano Gerónimo Borgellá. Se tiene esta galería como la única cons-trucción realizada por los invasores en 22 años de ocupación, que en cambio destruyeron a golpe de martillo los escudos de armas de casas, edificios públicos y templos. Boyer con-sideró que Borgellá era muy blando con los capitaleños. Le quitó el cargo y le cambió el Palacio por una finca árida en una provincia remota de Haití. Borgellá murió allí, dicen que de melancolía y nostalgia. La galería del Palacio se derrum-bó cuando la estaban construyendo y hubo que rehacerla. Se volvió a derrumbar en los años 90 tras el paso de un huracán y se reconstruyó de nuevo.

Al lado, en el edificio en cuya fachada se ven los bustos de los Padres de la Patria, funcionó el Congreso, pero en la época colonial fue la cárcel pública. Sin comentarios. También estu-vo aquí el cuartel de la policía, el Ateneo, una escuela, la sede

de la Sociedad Pro-Arte y la Escuela de Bellas Artes.

Durante la ocupación haitiana Don Manuel Guerrero es-tableció aquí un teatro. La Sociedad Independentista “La Filantrópica”, lo usó de 1842 a 1843 para promover el ideal separatista mediante montajes teatrales. Es posible que este fuera el escenario donde se presentó “Roma Libre” de Alfieri, producida por Juan Pablo Duarte y sus compañeros. A este edificio se le llamó durante mucho tiempo “La Casa del Co-liseo”.

Actualmente es la sede del Museo de la Catedral que expone una colección de objetos religiosos, artísticos, y exvotos rela-cionados con la historia del primer gran templo cristiano de América. Al lado está la residencia del Cardenal una cons-trucción moderna de estilo neo-colonial. Luce antigua, pero se construyó recientemente.

Antes de esta nueva residencia el Arzobispo de la ciudad, vivía en una gran mansión, pomposamente llamada Palacio Arzobispal, adosada al ábside de la Catedral. Era una edifica-ción de finales del siglo XIX. Arquitectónicamente no poseía nada especial, pero impedía apreciar completamente la Ca-tedral. Por eso fue demolida en los años 70 del siglo pasado.

Cuando la dictadura Trujillista arremetió contra la iglesia católica al inicio de los años 60, fue necesario refugiar en

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esa casa a Monseñor Ricardo Pittini. El paranoico dictador Trujillo y sus sanguinarios comandantes del servicio militar de inteligencia (Organismo absolutamente criminal) plani-ficaron darle un “susto” a los “ensotanados” (Así llamaban despectivamente a los sacerdotes) y mostrarles su terrorífico poder atacando a su máximo dignatario en ese lugar sagra-do. Para eso contrataron engañosamente a un pistolero que había sido uno de los destacados sicarios del dictador cu-bano Fulgencio Batista. Le suministraron una pistola con balas de fogueo y lo introdujeron una noche en la Catedral con la misión de “asesinar” a Monseñor Pittini. De acuerdo al plan los agentes de inteligencia (SIM), que aquí llamaban “Calieses”, interceptaron al sicario casi a las puertas de los aposentos de Monseñor. Allí acribillaron al “asesino” tras un aparatoso tiroteo. Para el soberbio tirano ningún lugar, ni na-die era sagrado si se oponía a su omnímoda voluntad, como lo estaba haciendo la iglesia en aquellos momentos.

En el flanco Sur de la Catedral vemos la Plazoleta de los Curas. Es una hermosa área ajardinada donde en tiempos coloniales estuvo el cementerio de la Catedral. En la primera mitad del siglo XX fue calle y estacionamiento. Junto a la puerta Sur de la Catedral se encuentra el busto de Monseñor Meriño, que fue Arzobispo y presidente de la República; su dominio de la oratoria le ganó el calificativo de “Pico de oro”. Se dice que cuando visitó en España a la reina Isabel II, la audiencia que le concedió la soberana se extendió por una hora cuando

protocolarmente era cosa de minutos.

En 1880 siendo presidente y arzobispo Fernando Arturo de Meriño, un circo instaló sus carpas en la Plaza de Armas o Placeta de la Catedral, que actualmente conocemos como Parque Colón. Se llamaba Circo Zoológico (Zoocircus) por-que exhibía una colección de fieras. Todas las noches las funciones se realizaban a casa llena. A la función del 15 de Septiembre de 1880 asistió el gobernador del Distrito Nacio-nal, Alejandro Woss y Gil. Aquella noche Herr Lenger, el do-mador de fieras, se presentó tan borracho que apenas podía tenerse en pie. Advirtiendo esto y para prevenir una tragedia, el público gritó: ¡No lo dejen entrar, no lo dejen entrar! ¡Está muy borracho!

A pesar de esto el director autorizó el espectáculo. Apenas el domador entró a la jaula, dio unos traspiés y cayó al suelo, soltando lejos la barra de hierro que usaba para contener las fieras. Un enorme tigre se lanzó sobre él y cuando quiso in-corporarse el felino le lanzó un zarpazo y le cortó la yugular. Una voz alarmada gritó en las gradas: ¡Se soltó el tigre! Pro-vocando una estampida mayúscula. Para empeorar el pande-mónium sonaron varios disparos. Unos dicen que los hizo la escolta del gobernador. Lo que se tiene por cierto es que se oyó vocear: ¡No huyan, no huyan Alejandrito mató al tigre!. La estampida continúo su alocada carrera. Tal vez con más ímpetu debido a los disparos.

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Al día siguiente la plaza estaba llena de todo tipo de prendas de vestir como carteras, zapatos y sombreros que los asus-tados fugitivos dejaron en su carrera. El Circo presentaba enormes destrozos causados por la multitud aterrorizada.

El empresario-director del Circo Zoológico, el inglés G.A.Courtney y su cónsul presentaron una demanda exi-giendo el pago del tigre al ministro de relaciones exteriores Don Casimiro De Moya. Este argumentó a Mr. Courtney que aquella fiera había matado a un hombre de su compañía y pudo haber atacado a muchos más. Por tanto debía consi-derar que un hombre vale más que un tigre. El empresario le contestó, haciendo uso de la tradicional flema británica, que: ¡Un hombre se encuentra dondequiera; pero un tigre da mucho trabajo conseguirlo!.

Ante la insistencia de los ingleses, Don Casimiro llevó el caso al presidente de la República. Cuando llegó a esa parte del informe Monseñor Meriño lo interrumpió diciendo in-dignado: ¿Con qué dijo eso? Pues dígale usted que en Santo Domingo un hombre vale más que un tigre y después no le siga poniendo atención a ese majadero. Como recuerdo de este suceso quedaron dos frases en el lenguaje popular: ¡Se soltó el tigre! Para evidenciar una situación de peligro. Y ¡En Santo Domingo un hombre vale más que un tigre!

A mitad del bloque de casas que forman el lado Sur de esta plazoleta de los Curas, encontramos un pasaje que la conec-ta con la calle Padre Billini. Antes se le conoció simplemente como “El Callejón”. A veces se le añade erróneamente “de los Curas” al callejón. Actualmente le dicen “El Callejón de las Trinitarias” por las espléndidas Buganvilias florecidas que lo embellecen.

El “Callejón” fue célebre en el siglo XIX, pues era costumbre que cuando se casaba una viuda o un viudo en la Catedral, allí se reunían los amigos del buen humor para darles una “Cencerrada” a los recién casados que salían del templo. Para estos fines utilizaban cencerros, ollas viejas, latas y cuanto cacharro metálico sirviera para hacer ruidos. El callejón pro-veía la oscuridad ideal para mantener el anonimato de los perpetradores de la estruendosa fanfarria. Tanto molestaba a los novios aquella algarabía, que muchos se casaban de día para evitarse el disgusto de la “Cencerrada” que proclamaba alegremente: “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”.

Cuando el viudo Toño Castillo se casó con la viuda Altagra-cia Beuregard, los burlones se propusieron sonar bien alto porque los dos contrayentes eran viudos. Cuando el matri-monio salió a las puertas de la Catedral comenzó la estruen-dosa “Cencerrada”. Pero los bromistas habían olvidado un importante detalle: Toño Castillo era un hombre valiente e irascible. Apenas comenzó la bulla, Toño corrió hacia el ca-

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llejón revólver en mano. Hizo un par de disparos al aire y los de la “Cencerrada” corrieron en estampida tirando los ca-charros y tropezando con ellos. Entre caídas, tropezones y gritos huyeron despavoridos y atropellándose unos a otros ante aquel hombre dispuesto a dispararles. Esta fue la últi-ma Cencerrada del callejón. Ante el cómico pero, sin lugar a dudas, peligroso suceso, el Ayuntamiento dispuso la prohi-bición de las “Cencerradas”, incluyéndolas dentro del código penal de la época.

Regresamos en dirección a la calle Isabel La Católica. Antes de cruzar miramos hacia el Sur. En dirección contraria a los automóviles, veremos en la esquina situada al cruzar la calle Padre Billini la modesta iglesia del Convento de Santa Clara. Es una construcción que data del siglo XVII, en ella está en-terrado Don Rodrigo Pimentel un controversial y malicioso personaje del que se decía que aquí “No hay más ley, ni más Rey que Rodrigo Pimentel”. Fray Cipriano de Utrera llegó a conjeturar que siendo este personaje apoderado del Duque de Veragua, realizó reparaciones en el presbiterio e hizo la se-paración de los restos del descubridor y los de su hijo Diego de una caja de plomo, colocando los de Don Cristóbal en una nueva caja en la cual puso adentro inscripción identificadora, y tal vez la ocultó en el lugar donde fue hallada por el Padre Billini. La tradición decía que esto lo hizo Rodrigo Pimentel para evitar profanaciones de posibles invasores extranjeros. Por eso ni las mismas autoridades española pudieron llevar-

se a Colón y cargaron con los restos de quién sabe quién. Como lo que hacemos se vuelve contra nosotros, a Rodrigo le borraron el nombre de la losa de mármol que cubre su tumba y ahora no se sabe a ciencia cierta cuál es la suya en el pavimento del convento de Santa Clara, donde él dispuso ser sepultado. Vemos el edificio del convento mirando hacia la derecha en la intersección de la calle Isabel La Católica con la calle padre Billini.

Es tradición ofertar una docena de huevos a Santa Clara a cambio de que aleje las nubes y brille el Sol ante la amenaza de lluvia que nos puede dañar una celebración importante al aire libre. Los que prometen y ven que la petición fue reali-zada tienen que venir al convento y ofrendar su canastilla de huevos que colocarán frente al altar mayor. El punto impor-tante no es si usted cree o no cree en la tradición sino, si el aguacero está a punto de dañarle la fiesta y solo queda clamar a Santa Clara para que aclare el nublado cielo. Al frente del Palacio del Cardenal tenemos la majestuosa Casa del Sacramento, fácilmente identificable por sus dos or-namentados miradores. Fue la residencia colonial de la fami-lia Garay. Durante el gobierno del virrey Don Diego Colón, Don Luis Garay desempeñó el cargo de Alguacil Mayor. Pero el origen del nombre de la casa es toda una historia: A los Ga-ray, un capitán de navío les hizo un exótico regalo: un oran-gután –simpático, dócil y juguetón. Muy pronto se convirtió

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en la mascota consentida de la casa. Excepto para el viejo es-clavo Lorenzo, que no soportaba al dichoso mono, y advertía continuamente lo inconveniente de tan extraño animal con acceso libre a toda la casa.

“Cuquito” era toda una monada: querido y mimado. Pero un día entró en la habitación del bebé de 4 meses, lo sacó de la cuna y lo cargó en sus brazos. La nana del niño trató de quitárselo, pero el primate salió a escape y subió al techo de la casa con el niño acunado en sus brazos. Allí comenzó a realizar acrobacias y maromas con su preciosa carga a cues-tas. Frente a la casa se congregaron Doña Librada- madre del niño-, la servidumbre y una multitud que seguía angustiada, las peligrosas cabriolas del orangután sobre la alta cornisa.Doña Librada profundamente desesperada exclamó: Santísi-mo Sacramento ¡Salva a mi hijo! ¡Ofrézcote esta casa, Divi-nísimo Sacramento! Don Luis Garay la secundó clamando; ¡Óyela Señor! ruego que fue repetido a coro por la multitud: ¡Óyela Señor!. Acto seguido, el mono se bajó del techo, depo-sitó el niño en su cuna y se fue al patio trepándose despreo-cupadamente en su mata de mango favorita. Allí lo encontró el esclavo Lorenzo que se armó con una escopeta. Cuando regresó a la casa dijo secamente: “Se acabaron las monerías en esta casa”. Cuquito murió de un certero disparo del único habitante de la mansión que no simpatizaba con sus mone-rías.

En este edificio funcionó durante algún tiempo el Instituto Profesional, que fue el predecesor de la actual Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), hasta que la reacti-varon como la continuación de la primera universidad de América fundada por los Dominicos. Actualmente están aquí las oficinas del Arzobispado.

Esta calle fue parte de la calle Arzobispo Nouel. En tiempos en que era el pueblo quién nombraba las calles por alguna se-ñal o característica se le llamaba “Calle de los Nichos” porque varias casas y templos los tenían con imágenes o estatuillas religiosas. Actualmente se le llama calle Pellerano Alfau y es “teóricamente” peatonal.

Al fondo vemos la magnífica puerta de la Fortaleza de Santo Domingo. Esta entrada fue construida durante el reinado de Carlos III. No lo decimos por buena memoria sino porque está escrito sobre el portal. Esta es la primera instalación mi-litar europea que permanece en América y fue construida por Frey Nicolás de Ovando del 1502 a 1507. Ojo: dijimos Frey no Fray. Este señor perteneció a una orden militar. No era Fraile piadoso ni mucho menos. Era totalmente guerrero y como Frey era capaz de freír a todo aborigen que se cruzara en su campo visual.

Aquí el pueblo tuvo momentos de gloria, pero más de dolor y sufrimiento. El desfile de presos, torturados y asesinados

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en sus calabozos es interminable, por eso la Torre del Home-naje es a la vez imponente y tenebrosa. A Cristóbal Colón se le incluye erróneamente en la lista de presos ilustres de esta torre. Falso de toda falsedad. Cuando el intrigante Bobadilla encadenó al descubridor, la ciudad estaba en el lado Este, por tanto, este recinto militar no existía. Su hijo Diego Colón, fue el que se hospedó aquí mientras le construían el Alcá-zar. El Alcaide Gonzalo Fernández de Oviedo escribió aquí su “Historia general y natural de Indias”, quizás una de las pocas cosas absolutamente buenas que han ocurrido en este lugar. Los Tiranos de todos los tiempos hicieron que palabras como la torre, el aguacatico y el calabozo se convirtieran en símbolos de terror y muerte.

Este fue el escenario de la proclamación de la Independen-cia en 1821. El movimiento Independentista fue dirigido por Don José Núñez de Cáceres. Para sorprender al ejército es-pañol acantonado en la fortaleza se realizó un divertidísimo engaño. El día de San Andrés que se celebra el 30 de No-viembre, es una tradición que se remonta a los primeros días de la colonia. Se le llamaba Carnavales de Agua, porque se celebraba tirando agua desde coches y caballos hacia venta-nas y balcones y desde estas a todo ser viviente que transitara por las calles. Don José Núñez de Cáceres que siempre se opuso y hasta prohibió este juego, se destacó aquel día de 1821 porque le permitió a su primogénito utilizar su carruaje tipo Victoria para que jugara San Andrés en compañía de sus

amigos, todos vestidos rigurosamente de blanco como era costumbre entre los celebrantes del carnaval de agua. Sobre el piso del coche descubierto se colocaban una y otra vez cajas con cascarones de huevos, que habían sido vaciados, lavados y rellenados con agua perfumada con albahaca y eran sella-dos con un pequeño trozo de tela empapado en cera caliente.

Los divertidos jóvenes recorrieron toda la ciudad lanzando “Cascarones” y recibiendo cataratas de agua de los balcones. En múltiples ocasiones volvían a la casa de Don José para recargar más cajas de cascarones y dirigirse a otros puntos de la ciudad. Todo esto lo hicieron ante la indulgente mirada del ejército español que no sospechó, ni por un momento, que en realidad estaban distribuyendo cajas de armas y municio-nes ocultas debajo de las cajas de cascarones. Con ellas se realizó el levantamiento que en la madrugada culminó con la captura de la Fortaleza Ozama y la proclamación de la In-dependencia en la madrugada del 1 de Diciembre de 1821. San Andrés y su divertida celebración debería tener para los capitaleños la misma significación que tiene la Toma de la Bastilla para los Parisinos y el Tea Party para los ciudadanos de Boston.

La historia militar de esta Fortaleza se cerró con la victoria del pueblo que pudo tomarla durante la revolución de 1965. Fue la última batalla en este escenario. Ahora es un local de ferias y festivales musicales, a ver si la alegría y la música

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pueden exorcizar el sufrimiento de siglos de crímenes im-pregnados en sus paredes. También será museo militar. Des-de lo alto de la torre se disfruta una espectacular vista de la ciudad, de la ría del Ozama y el Mar Caribe. Al subir las es-caleras de caracol para llegar a lo alto de la torre, se escuchan promesas de no comer demasiado, no fumar, dejar la bebida y hacer ejercicio. Y eso que subimos sin las armaduras y las pesadas armas de los soldados españoles.

Cuando nos detenemos a admirar o fotografiar la puerta de la fortaleza, estamos en la calle Las Damas. Llamada así por haber sido paseo y residencia de las damas de la Corte Virrei-nal de Doña María de Toledo. Recién llegadas a Santo Do-mingo se alojaron temporalmente en una residencia próxima a la Casa del Cordón. Poco después se trasladaron de mane-ra definitiva a varias casas propiedad de Nicolás de Ovando. Roldán, Ovando y otros se habían dedicado a construir casas para alquilar a los recién llegados de España, esto al parecer fue un gran negocio en aquel tiempo. En esta calle estuvieron las residencias de las principales familias de aquella época. Las damas de la corte, algunas solteras en plan casamente-ro y otras comprometidas, con su graciosa presencia y pa-seos por esta vía inspiraron a la población a otorgar el primer nombre a la primera calle de América, la llamaron Calle Las Damas. En otros periodos históricos se la llamó Calle de la Fortaleza y Calle Colón. Por justicia histórica y tradición se retornó a su nombre original, que evoca la hermosa presen-

cia de distinguidas señoras: “Calle Las Damas”. Esta calle fue famosa en tiempos de la colonia, cuando María de Toledo y Don Diego Colón, establecieron su pequeña corte como Virreyes. Cuenta la leyenda que las damas paseaban por esta calle todas las tardes. Solo hombres, venían a buscar fortuna en América. Después de realizada la conquista, necesitaban hacer familia. Las damas vinieron como toda una empresa casamentera bajo la dirección astuta y férrea de Doña María de Toledo, a conquistar a los enriquecidos conquistadores.

Partiendo de la Puerta de la Fortaleza de Santo Domingo y caminando hacia el Norte, encontraremos dos cañones semi enterrados verticalmente a la entrada de una casa del siglo XVI. Esta fue la residencia de Don Rodrigo de Bastidas, lla-mada, por tanto Casa de Bastidas. Frente a ella murió el Bri-gadier Francisco de Tostado, víctima de una de las bombas disparadas por los buques de la armada del corsario inglés Francis Drake cuando se apoderó de la ciudad 1586. Francis-co de Tostado perteneció a la familia establecida en la resi-dencia que tiene la única ventana geminada gótico Isabelina de la ciudad y de todo el continente Americano. La casa de los cañones fue la residencia de Don Rodrigo de Bastidas. La suntuosidad interior sorprende ante la sencillez de la fachada, las casas coloniales por fuera dicen muy poco, pero por dentro hay todo un concepto del buen vivir. Su lo-calización nos grita a voces la posición económica y el poder

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de esta familia. Pero todo poder puede ser neutralizado, no hay nada mejor que oponerle un poder más fuerte. El oro y la riqueza del continente nos relegaron a puerto de escala entre España y las grandes colonias continentales, tanto así, que prácticamente vivíamos de una gran remesa llamada “El Situado” que nos llegaba del virreinato de la Nueva Granada, léase México. Los funcionarios que la traían eran muy respe-tados, eran los portadores del Maná.

Que fueran poderosos no quiere decir que fueran respeta-bles, especialmente uno, muy apuesto, que fue hospedado en esta ilustre Casa de Bastidas. La señorita de la familia se prendó del huésped, que aprovechó la ocasión para seducirla. Los amores clandestinos alcanzaron su punto más alto, por-que ella le permitió la entrada a sus habitaciones mientras todos los demás dormían. El galán utilizó las mismas tácti-cas del Burlador de Sevilla, obra que Tirso de Molina, pudo quizás incubar mientras vivió en Santo Domingo. El seduc-tor la convenció de un adelanto conyugal con el pagaré de un matrimonio futuro. El romance marchaba a todo trapo, como las Carabelas, pero la servidumbre se enteró y avisó al hermano mayor, jefe de la familia. Los sorprendieron en ple-no lecho, en cohecho y hecho. A punta de espada en el cuello, el avispado galán aseguró que cumpliría su promesa de boda, antes de que su barco volviera a México. Pero después que se mudó de la casa, se hizo el desentendido. Fue llevado a los tribunales por incumplimiento de promesa. Más no hubo

poder, sentencia, ni presión que pudiera con un funcionario que traía “El Situado”, que era la vida de la empobrecida colo-nia isleña. El seductor se marchó con viento fresco. Mientras la damisela burlada fue encerrada en su casa para siempre. No hay “Final Feliz” para esta historia. La chica fue una de estas tres cosas: a) Muy avanzada para su época, b) Muy in-genua c) Demasiado apasionada. Y como en el merengue “La empalizá”, es otro caso en “….que lo malo fue que la justicia no hiciera ná”.

Después, la casa se anexó a la Fortaleza y los soldados con ese sentido tan peculiar de la decoración, sembraron los cañones en la puerta. Formó parte de la Fortaleza Ozama hasta la dé-cada del 70 del siglo pasado cuando cesó como recinto mili-tar. Se instaló entonces “El Patronato de las Casas Reales” que mantuvo en sus salones un dinámico programa de activida-des culturales, muy especialmente, en su prestigiosa galería de arte. De repente, lo desalojaron y se dispuso la instalación de un museo llamado “Trampolín”, dedicado a producir una experiencia didáctica para los niños.

La conquista de América atrajo una legión de cazafortunas y aventureros, estamos pasando frente a la casa de uno de los más audaces y legendarios: Hernán Cortés, que al igual que todos los conquistadores, desde aquí saltaron a la gloria en el continente. Cortés fue el conquistador de México. Alcanzó categoría de ejemplo porque ordenó la quema de sus naves,

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dejando a su ejército con la única opción de lograr la victoria sobre el enorme ejército Azteca. Esta casa está ocupada ac-tualmente por La Embajada de Francia. Está localizada en la esquina Las Damas y la Calle El Conde.

Al frente tenemos el Hostal Nicolás de Ovando, se le ha dado este nombre porque se dice que estas casas pertenecieron al célebre y despiadado Comendador de Lares. Por cierto, pres-tigiosos autores afirman que él dispuso el traslado de la ciu-dad pura y simplemente porque del lado Este se habían ocu-pado todos los solares y no habían disponibles a su llegada. Así que ni plaga de hormigas, ni escasez de agua. Ovando lotificó este lado, proyectó la ciudad sobre planos y se sir-vió preferencialmente. Aunque hay que reconocer que trazó la ciudad “a cordel” con calles anchas y perpendiculares las unas a las otras. Una ciudad como las que fundó la avanza-da cristiana que reconquistó a España del dominio Árabe. Santo Domingo no tiene nada que ver con laberínticas y es-trechas callejuelas características de las ciudades medievales ibéricas. Por esto es el modelo de ciudad americana que se copió en el continente.

Otra familia poderosa durante la colonia fueron los Dávila. El pórtico gótico de su casa, al lado de la de Ovando, es úni-co en la ciudad. Suele atraer el entusiasmo de arquitectos e historiadores. Esta familia se dio el lujo de tener en su patio su propio fuerte anexo a las murallas de la ciudad. Situado es-

tratégicamente a ras del nivel de las aguas del Ozama recibió el apropiado nombre de “El Invencible” o de Coca. La casa Dávila es parte del Hostal Nicolás de Ovando.

Al frente, tenemos el templo más austero de todos los que se edificaron en esta ciudad. Fue la Iglesia anexa al conven-to de los Jesuitas. Su historia está llena de cambios inespe-rados: en 1772 la corona española expulsó a los Jesuitas de sus dominios. La Iglesia quedó deshabitada. Fue almacén y depósito de tabaco. Aquí funcionó el Teatro La Republicana después de la Independencia de 1844. También fue sede de oficinas públicas y finalmente en 1955 se restauró para dedi-carla a Panteón de la Patria. Aquí reposan héroes y notables de nuestra historia. Reconocemos que el criterio de selección es desconcertante, pues aquí hay héroes que también fueron villanos; hay otros héroes que fueron víctimas de esos tiranos y hoy reposan aquí con sus victimarios bastante cerca.

Dicen que el dictador Trujillo restauró este templo con la idea de que le sirviera de mausoleo funerario. También se hizo construir otra tumba bajo el altar mayor de la Iglesia de San Cristóbal, su ciudad natal. Pero su hijo se llevó sus restos al exilio y los depositó en el aristocrático cementerio de Peré Lachaise en París. Finalmente los trasladó a un cementerio madrileño donde yacen en el olvido sin pena ni gloria. La Iglesia de los Jesuitas es impresionante sobre todo, por el tra-bajo primoroso en ladrillo rojo, que muestra la influencia de

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la arquitectura árabe en España.Hay algo que despierta muchas conjeturas: la gigantesca lám-para de techo y las rejas que protegen el coro enclaustrado, se dice que fueron regalo del Caudillo español Francisco Fran-co al dictador Trujillo. Las rejas están formadas por cruces cristianas, pero si se toman como referencia las púas doradas que tienen al centro, veremos las esvásticas características del régimen Nazi que contribuyó con su Legión Cóndor a derrotar a los Republicanos y comunistas en la Guerra Civil Española. Sea quien sea que dispuso su diseño y construc-ción, logró realizar una travesura visual que hace fantasear a muchos.

Pero nosotros preferimos fantasear con la pequeña Iglesia de ladrillo rojo situada al otro lado de la acera del Panteón de la Patria. Se llama la “La Capilla de los Remedios”. Fue oratorio privado de la casa de los Dávila, que está al lado. Poco tiempo después de nuestra independencia estaba en estado ruinoso por el efecto de terremotos, huracanes y descuido de quienes la tenían bajo su responsabilidad. En aquel entonces existie-ron tres amigos a los que llamaban “Los Tres Juanes insepa-rables” ellos eran: Don Juan Alejandro Acosta, Don Juan F. Travieso, ambos próceres de la Independencia, y Don Juan Pumarol. Estos tres camaradas eran ciudadanos conscientes de la responsabilidad de vivir en la Primada de América, hoy Patrimonio Mundial. Ellos pidieron permiso al Arzobispado para financiar y supervisar la reparación del edificio. Su acti-

tud de munícipes responsables aseguró que esta encantadora capilla llegara hasta nuestros días sin convertirse en ruinas, como muchos otros edificios coloniales. Esa es nuestra fanta-sía favorita: que aparezcan más “Juanes inseparables” en vez de aquellos que destruyen o ignoran la rica herencia colonial dominicana.

Hablando de riquezas ahí tenemos el Museo de las Casas Reales o más propiamente la “Sede de la Real Audiencia”, el primer Tribunal del Nuevo Mundo. También se utilizó como residencia de Gobernadores y Capitanes Generales de la Co-lonia. Fue sede de gobiernos republicanos, local de oficinas gubernamentales y de la temida Policía Nacional de Trujillo. El edificio sufrió todo tipo de reformas y maquillajes en di-ferentes épocas. La piedra de las paredes fue cubierta de mampostería o pañete de cemento y no se veía como en la actualidad. En la cornisa del techo vemos restos de aquellas cubiertas decorativas. La recuperación fue una labor cuida-dosa y bien realizada. Nuestro aprecio a los responsables.Estamos en la plaza del reloj de sol construido en 1753. Un folleto turístico especificó que “Permite la lectura horaria diurna”. Es obvio que aquí no hay sol de media noche. Si-guiendo el espíritu del folleto podemos agregar que tiene la conveniencia de que no hay que comprarle pilas, pero no los hay de pulsera.

Al fondo de la plaza y sobre un acantilado del río Ozama un

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edificio donde la historia es tan fantástica como las leyendas: “El Alcázar de Colón”, pero es justo especificar: de Don Diego Colón. Pero si seguimos la tradición española que dice que la casa es de la esposa, entonces lo correcto sería “El Alcázar de María de Toledo”. Ella era de noble cuna y de un carácter tan recio como el famoso acero toledano. Don Cristóbal no lo vio hecho, ni vivió en este palacio.

Edificado expresamente para esta pareja y su pequeña corte virreinal, fue necesario ir a Madrid a desmontar los rumores de los intrigantes que afirmaban que no sería casa sino forta-leza, para apoyar la separación de la corona española.La prisionera del Alcázar es la leyenda más dramática de cuantas han motivado los sucesos acaecidos en esta noble casa. La historia se desarrolló cuando Doña María era virrei-na regente mientras su hijo Luis Colón alcanzara la mayoría de edad.

En aquellos días llegó al puerto de Santo Domingo una expe-dición con destino a Nicaragua. Fue una escala forzada por graves daños en las naves. La dirigía el gobernador de aquella colonia y venían con el su familia y 20 damiselas nobles en planes de casamiento.

La noticia de 20 nobles solteras entusiasmó a los jóvenes de la Primada de América que acudieron al puerto a darles la bienvenida. Luis Colón se enamoró perdidamente de Doña

María de Orozco al verla descender por la rampa de la nave. Durante las fiestas y agasajos ofrecidos a la sorpresiva visita, la pareja se envolvió en las llamas de la pasión. Se las inge-niaron para encontrarse clandestinamente. Se juraron amor eterno y una noche subieron a la azotea del Alcázar y ante dos testigos se auto casaron aprovechando un ritual recono-cido por la iglesia. Quien no lo reconoció cundo lo supo fue Doña María de Toledo. Tampoco el gobernador de Nicara-gua. Entre ambos apartaron a Luis manteniéndolo vigilado y a la joven la encerraron bajo llaves en una habitación del Alcázar. La expedición partió clandestinamente una madru-gada y Luis Colón ardió de rabia para luego hundirse en la depresión. Su madre tenía para él otros planes de bodas, con una candidata de su elección.

Trató Luis de recuperar su amada enviando un emisario al gobernador en Nicaragua. Pero este se negó a recibirlo. Las damas fueron alojadas en una gran casa, con la mala suerte de que la erupción de dos volcanes produjo temblores que derribaron la casa: solo se salvó Doña María de Orozco. La infortunada sobreviviente fue obligada a casarse con un an-ciano acaudalado con el que formó una familia de ocho hijos. Once años después el anciano decidió volver a España. Aun-que navegaban directo, otra avería les hiso hacer escala en Santo Domingo. Cuando Luis Colón se enteró de la presen-cia de su gran pasión, repudió a su esposa impuesta y acu-dió al Arzobispo para anular ese matrimonio forzado. El es-

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cándalo fue mayúsculo encerraron de nuevo a Doña María de Orozco en el Alcázar, y cuando el Arzobispo le preguntó sobre la auto boda ella afirmó que fue cierta y válida. Que se consideraba esposa de Luis Colón. Que ha sabiendas de eso la obligaron a casarse. Que no se consideraba esposa del anciano. El Arzobispo-juez comunicó eso al anciano esposo, pero se lo ocultó a Luis Colón. Trató de evitar la escandalosa situación. La nave partió subrepticiamente con la prisionera, separando de nuevo a los amantes.

Luis, destrozado sentimentalmente, se dedicó a seducir y abandonar a cuanta doncella se le ponía por delante. Doña María de Orozco fue encerrada a cal y canto en una casa Sevillana por el ofendido anciano que se sabía nunca amado por ella. Luis Colón fue a España y allí siguió su carrera de seductor desenfrenado, que le valió el destierro a Orán, don-de murió añorando su único amor: La Prisionera del Alcázar.

Esta historia, narrada por Manuel Rueda fue convertida en ballet a principios de los años 80 por la coreógrafa Irmgard Despradel y llevada a escena por el Ballet Santo Domingo en el Teatro Nacional.

Otra leyenda del Alcázar nos cuenta que Doña María de Toledo había invocado, Rosario en mano, protección divina para su hogar recorriendo las habitaciones al momento de la construcción. Esto fue motivado por una insistente campaña

de intrigas sostenida por envidiosos de los Colón que argu-mentaron que aquello no era una casa sino una Fortaleza con fines separatistas. Tres generaciones de los Colón habitaron esta residencia. Aquí murió en 1549 Doña María de Toledo. Se dice que en sus ruegos y oraciones había pedido que solo los Colón pudieran habitar en el Alcázar. Durante dos siglos estuvo cerrado y medio abandonado por litigios entre la fa-milia Colón y la Corona Española. Cuando España entregó Santo Domingo a Francia, tras el Tratado de Basilea (1795), en el momento en que las autoridades españolas abordaron los barcos frente a la Puerta de San Diego, para marcharse, el techo y el segundo piso del Alcázar se desplomaron estrepi-tosamente, sin que mediara la mano del hombre.

¿Fue una despedida? ¿O una marca sobrenatural del espíritu de los Colón, manifestando su rebeldía a los designios de la Corona que nos traspasó como si fuéramos una mala finca? Desde entonces, el Alcázar pasó a ser una majestuosa y mis-teriosa ruina, hasta que en 1955 fue rescatada por el gobierno dominicano y el gobierno español, con el arquitecto Javier Barroso como director de los trabajos.

Bajemos por las escalinatas que están en el lado Norte del Alcázar y veamos la que fue una de las calles más impor-tantes de la Ciudad Colonial: la calle de las Atarazanas. Su nombre lo toma del edificio de las “Reales Atarazanas”, uti-lizado como almacén de provisión para navíos. Su tipología

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es única en América. Actualmente es el Museo de Arqueo-logía subacuática. Exhibe los tesoros que se han rescatado en aguas dominicanas de los galeones españoles hundidos alrededor de la Isla.

Las casas de esta calle son una muestra de la arquitectura doméstica medieval. Por la proximidad del Real Almacén, se establecieron en esta vía los comercios más importantes de la ciudad. Fue por tanto la primera calle comercial de América.Uno de los principales comerciantes tenía un apellido muy conveniente para salir de una situación peligrosa. Su apelli-do era Santín y una noche, al filo de las 12, se presentó una comisión del Santo Oficio- la temida Santa Inquisición – en su casa del sector de Santa Bárbara. ¿Quieren más santos? La patrulla llevó al aterrorizado Don Bernardo Santín has-ta su tienda especializada en loza y quincallería (Ferretería). Directamente le señalaron unos bultos que había sacado de la aduana a última hora la tarde anterior. Ni siquiera había tenido tiempo de abrirlos. Lo conminaron a desenvolver uno en especial y ¡Oh, sorpresa! las bacinillas de porcelana que contenía, tenían pintado en el fondo al sagrado Corazón de Jesús y el Sagrado Corazón de María. Santín casi se desmaya. Ya podía verse en la hoguera asado por hereje. Pero él corres-pondía a su apellido. Todos sabían que era un católico devoto y cumplidor de las reglas. Además caritativo y solidario.Las investigaciones indicaron que unos comerciantes he-breos – o sea infieles- añadieron ese bulto a los consignados

a Santín, durante una escala del barco en Lisboa, Portugal. Hicieron esto por instrucciones de otros comerciantes loca-les, que envidiosos de la prosperidad, éxito y popularidad de Santín, pretendían con esa intriga eliminar la competencia. Don Bernardo Santín fue absuelto, pero tuvo que cumplir varios días de prisión en la Torre del Homenaje y penitencias públicas por la estadía – corta e involuntaria – de aquellas sa-crílegas bacinillas en su tienda. Los archivos de la inquisición solo registran dos casos en Santo Domingo y ninguno tuvo sentencias que conllevaran consecuencias graves.

Por el patio del Restaurant Atarazana y la entrada del Museo del Ron se puede acceder a las Alcantarillas Coloniales. Se recorre tan solo un pequeño tramo, que ha sido habilitado para las vistas. Estos túneles subterráneos siempre estuvie-ron en la tradición oral de los capitaleños. En torno a ellos la fantasía y la leyenda no dejaron de producir historias: que si todas las Iglesias y palacios estaban subterráneamente inter-conectados; que si gran parte de los ciudadanos se escondie-ron allí de Drake. Gracias a las leyendas fue posible realizar la investigación de documentos y el posterior hallazgo ar-queológico de estas alcantarillas construidas en los primeros tiempos de la Colonia. Recorrerlas es una de las aventuras más excitantes de una visita a esta ciudad de Ovando. Para todo buen claustrofóbico–fiestero, lo mejor es emerger a la superficie junto a uno de los establecimientos citados para degustar un buen trago de Ron añejo y sobreponerse al pa-

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seo por el túnel. Si no logra entrar a la alcantarilla por el res-taurante la Atarazana suba por esta calle y doble a la derecha para tomar la calle Restauración. En la esquina Meriño a la izquierda encontrará el Museo del Ron que tiene la otra en-trada a los túneles.

Desde la esquina del Museo del Ron en la Calle Restaura-ción vamos a retroceder por la calle Isabel La Católica hasta la esquina Emiliano Tejera. Ahí encontraremos una casa con el cordón franciscano de piedra sobre su puerta. Se le llama, obviamente, ´´La casa del Cordón´´; Es una de las primeras casas de dos pisos levantadas en el siglo XVI por don Fran-cisco Garay. En 1509 albergó al Virrey Diego Colón y su es-posa María de Toledo, mientras le construían su palacio, que vemos al fondo de la plaza a la izquierda.

En la casa del Cordón las mujeres de Santo Domingo paga-ron con sus joyas y enseres de metal el rescate de la ciudad se-cuestrada por el corsario inglés Francis Drake en 1586. Aquí se colocó una balanza para pesar los metales y tasar las joyas. Las mujeres acudieron vestidas de negro y con el pelo suelto al estilo de las matronas de la Grecia clásica, para valiente-mente rescatar su ciudad. También se entregaron las estatuas de las iglesias, campanas y piezas de artillería. Seguro que se pusieron de moda las vajillas de madera, porque hasta los platos y enseres de Peltre (Pewter) no escaparon a la requisa de los corsarios británicos.

Al lado de esta noble Casa del Cordón, tiene su sede La Casa de Cultura Alemana, institución dedicada a difundir arte, ciencia, idioma y literatura germánicos. Al lado tenemos otra edificación interesante, pues tiene una historia pocas veces contada: fue la casa de las damas casaderas o damas en es-pera de matrimonio. Eran las damas que formaban la corte virreinal de Doña María de Toledo y que luego se mudaron en casas de Ovando. Más tarde se alojaron allí otro tipo de mujeres, para que los soldados desfogaran sus pasiones y no se enamoraran y desposaran con las hermosas indias taínas. Bien pudo ser ésta la locación ideal para fijar la residencia de la protagonista de “La Celestina” si hubiese venido al Nuevo Mundo, que conste que tal empresa no fue iniciativa privada, sino de las autoridades de la colonia.

En la acera opuesta a la Casa del Cordón vemos dos grandes edificios que fueron construidos en las décadas del 40 y 50 del siglo XX. Son ellos el Banco de Reservas de la República Dominicana y el Palacio de Correos. Su emplazamiento en esta área se realizó con el pretexto de la reconstrucción de la ciudad tras el paso del ciclón de San Zenón. Pero en realidad es más atribuible a la megalomanía del tirano Trujillo, que al igual que los perros quiso marcar el territorio con su señal característica. El Banco de Reservas sigue funcionando en su edificio y en su salón central conserva un gigantesco y her-moso mural del pintor español José Vela Zanetti. En el edifi-

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cio de correos se ha instalado recientemente el Museo de las Telecomunicaciones, que nos ofrece una interesante visión del desarrollo de las telecomunicaciones en el país.

En la esquina de la Casa del Cordón doblamos hacia el Oeste y subimos por la calle Emiliano Tejera, que aún conserva par-te de su pavimento de piedras de río pulidas. En la cima de la cuesta, están las impresionantes Ruinas de San Francisco, el primer monasterio de América. En su época de esplendor se extendía por toda esta larga cuadra e incluía bien cultiva-das huertas. El asesinato de uno de los monjes en el interior del convento provocó una investigación con aspectos simila-res a la película y novela “El nombre de la rosa”. Pero aquí no se descubrió nunca al culpable.

Los Monjes Franciscanos educaron aquí al Cacique Enriqui-llo, que luego se destacaría por rebelarse contra la esclavitud y abusos que sufría la población indígena. Su educación le permitió desarrollar un tipo de guerra exitosa en las mon-tañas de Bahoruco y logró convertirse en el primer Cacique de América con el cual el Imperio Español firmó un tratado de paz.

Este era el punto más alto de la ciudad de Ovando. Desde sus techos se dominaba totalmente la entrada al puerto. En una ocasión que a España le tocó recobrar el territorio y a los franceses salir, estos decidieron presentar resistencia. Tu-

vieron la “brillante” idea de atacar los navíos españoles que entraban al Ozama colocando cañones sobre el techo de la Iglesia. A falta de una grúa de las de hoy, pasaron mil dificul-tades para colocar la artillería en la azotea. Tanto trabajo para tan fatal resultado: Al segundo disparo de cañón, el techo se desplomó. Reacción natural y lógica que los geniales artille-ros galos no calcularon. Después, los huracanes y terremotos ampliaron los daños al edificio. Los invasores haitianos usa-ron las ruinas como cantera, “pret a porter,” canibalización que fue imitada por el pueblo.

Al traspasar la puerta principal, estaba la tumba del audaz Alonso de Ojeda. Ahora se ve la cripta vacía. Ojeda pidió ser enterrado en esta ubicación del convento donde vivió pobre-mente sus últimos años “Para que todo el mundo lo pisara y viera la transitoriedad de la gloria mundana”. Ojeda fue el conquistador de Venezuela y líder exitoso de arriesgadas empresas y batallas. Arruinado al final de su vida y arrepen-tido de su cruenta carrera entró al Convento y se convirtió en humilde monje franciscano.

Sobre esta tumba se colocó en los años 40 del siglo pasado una lápida de bronce con la efigie del soldado. Los restos y la lápida fueron robados a mediados de los años 60. Nunca se hallaron culpables. El molde de yeso de la lápida está en el Museo del Hombre Dominicano, fue obra del renombra-do escultor español Manolo Pascual primer director de la

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Escuela de Bellas Artes. Este artista vivió en estas ruinas a principios de los años 40, al igual que otros refugiados es-pañoles de la guerra civil ibérica. El afirmó que aquí tuvo su más amplio estudio y que los domingo, él y sus compañeros de exilio celebraban veladas con música, canto, declamación y teatro en lo que fue el altar mayor de la iglesia de este mo-nasterio. Tenían como invitados a distinguidos intelectuales dominicanos que fueron sus amigos.

A finales de los ’70 la organización de los Jaycees 72 se encar-gó del cuidado de las Ruinas. Desarrolló un programa cul-tural con espectáculos de ballet, música clásica, jazz, rock, teatro, declamación y folklore que mereció editoriales lauda-torios de Don Rafael Herrera director del periódico “Listín Diario”. Actualmente este monumento colonial parece estar en un limbo, pero cada domingo por la tarde se convierte en paraíso de los bailadores: la escalinata de la puerta principal y toda la calle se transforman en un anfiteatro lleno de entu-siastas del Son, el Merengue y los Boleros de siempre, convo-cados por la magia musical del grupo Bonyé. Una banda de amigos aficionados y profesionales de la música que vienen a tocar por puro gusto. Es más que una fiesta… una cele-bración de alegría y amistad. Y según observaciones de un turista francés: el único lugar del mundo donde se baila en plano inclinado, porque hasta en la cuesta de pronunciado declive se baila con gran entusiasmo. En ocasiones esta cele-bración se traslada a la calle Juan Isidro Pérez, esq. Duarte, al

área que llaman Parque de las Palomas aunque pertenece al perímetro de las Ruinas de San Francisco.

Como en el teatro griego la comedia está al lado de la trage-dia. La casa que vemos frente a las Ruinas fue llamada por el historiador Don Luis Alemar “La casa fatídica”. Cuentan que aquí vivió el sacristán del monasterio y en un arranque de celos mató horriblemente a su esposa la sacristana. Así comenzó el maleficio de esta residencia.

Durante el primer gobierno republicano, aquí vivió un alto oficial de la marina de guerra, de origen francés y de apellido Fagalde. Osado, valiente y gran estratega contaba con el apo-yo absoluto del presidente Buenaventura Báez. Pero también era prepotente, bebedor, licencioso, orgiástico y dado a insul-tar y humillar a los subalternos. Una mañana, después de una noche de alcohol y orgía, fue encontrado acuchillado en su cama. Aunque no podía hablar y agonizaba, hicieron pasar por ante él todo el cuerpo de marina, hasta que indicó a un sargento como su atacante. Era uno de los tantos humillados por él, que así se rebeló contra sus ofensas. Así mientras el cadáver de Fagalde bajaba a la tumba, el sargento era pasado por las armas ante el paredón de fusilamiento.

Desde entonces en esta casa los inquilinos no soportaban más de tres meses de permanencia. Espantos, lamentos y poltergeist ponían a los residentes en fuga. Hace poco pusie-

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ron un bar. Tal vez los espíritus son como el de la guaracha “Espíritu Burlón” y les agrada el ambiente festivo porque el bar pasó la barrera de los tres meses estableciendo records de permanencia en este local, pero finalmente también cerró.

Arriba de este espacio hechizado, está la Logia Esperanza No.9. Una institución antiquísima de la francmasonería im-portante en nuestra historia porque, esta sociedad patrocinó en su sede el estreno de nuestro Himno Nacional escrito por Emilio Prud’Homme y musicalizado por el maestro José Re-yes. Para la época del estreno, el local de la logia estaba en la calle de Las Mercedes entre Isabel La Católica y Las Damas. Estamos en la cima de la calle Hostos bajando hacia el Sur, el pavimento y las escaleras le dan un aspecto característi-co muy particular. Es una calle cinematográfica. Ha servido de escenario al “Padrino II”, “The Sorcerer”, “La Fiesta del Chivo” y “The Good Shepherd”. Es una calle libre de alam-bres del tendido eléctrico. Vean que distinta la sensación del espacio amplio y la belleza que se aprecia sin la maraña de alambres y postes que hay en otras calles. Esto nos permite imaginar cómo se veía la ciudad en la época de la colonia y como queremos volver a verla.

Los balcones afrancesados y la espartana sencillez de las ca-sas de piedra de estilo Español contrastan y dan un toque romántico a esta calle en la que estuvo el célebre “Café de la Reina”, muy concurrido por la oficialidad del ejército español

cuando el general Santana anexó la joven república de vuelta a España. Santana vivió y murió en la casa de la esquina Lu-perón, donde está ahora el Centro Cultural de Italia.

En la misma casa del “Café de la Reina”, frente a las Ruinas del primer hospital de América, residió y fue asesinado a espadazos el padre Juan José Canales. Su asesino, que había cometido otros horrendos crímenes de los cuales las auto-ridades se habían hecho de la vista gorda, por la posición social del criminal; recriminó cínicamente a los tribunales cuando le hicieron la pregunta de rigor sobre quién había matado al padre Canales. Fríamente contestó: “La justicia en Santo Domingo”. Amonestado por el juez y cuestionado de nuevo, volvió a repetir lo mismo: “La justicia en Santo Do-mingo¨, y explicó que: “Si ustedes me hubieran castigado por mis crímenes anteriores yo no hubiese podido matar al padre Canales”. El había asesinado antes a su mujer y a su sirviente. El asesinato de este sacerdote es una de las historias princi-pales del libro “Cosas Añejas” de César Nicolás Penson. El tráfico de influencias y privilegios en los tribunales mantiene la vigencia de esta frase, así, el culpable sigue siendo “la jus-ticia en Santo Domingo”.

Veamos las Ruinas del Hospital San Nicolás de Bari, primero del Nuevo Mundo. Esa palabra: Ruinas, la hemos escucha-do con frecuencia. La poetisa Salomé Ureña de Henríquez, tituló así uno de sus mejores poemas. En una isla situada en

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el trayecto de huracanes, dónde los terremotos son cíclicos, no es extraño que lo majestuoso quede arruinado. Debemos agregar la mayor de las calamidades: nosotros los hombres, sobre todo aquellos que ignorantes del valor de los bienes culturales quieren sustituir lo antiguo con el mazo destruc-tivo de la palabra progreso. El Ayuntamiento autorizó a principios del siglo XX la demolición del abandonado hos-pital dejando solo estas pintorescas ruinas. Donde hoy está la Iglesia de “La Altagracia”, fue necesario demoler partes de San Nicolás para construirla, lo mismo hicieron para levan-tar otros edificios aledaños. La capilla original del hospital se anexó a la moderna estructura de hormigón armado del Santuario de la Altagracia. Algunos autores afirman que fue en esta capilla donde se inicio el culto Altagraciano y no en la provincia de Higuey.

Sobre estas ruinas hay una leyenda en la familia Tejera: cuen-tan que su antepasado, el Coronel Esteban Tejera, llegó al país con el ejército español en la época de la Anexión a España y que tenía a cargo la parte financiera del ejército. Aquí, formó familia y al momento de la retirada del ejército español, él es-tuvo entre los que no cabían o no quisieron subir a los barcos de evacuación. Tampoco subió el dinero, que consideraba bajo su responsabilidad. Don Esteban tomó el cofre y lo en-terró en estas ruinas de San Nicolás. En su familia se dice que viejo y ciego, se hacía acompañar por un nieto y paseaba por aquí preguntando si aún estaban tal y cual columna, muro,

ventana o piso. Las tocaba con su bastón y seguro de sus mar-cas, se marchaba contento, no sin antes soltar varios ibéricos epítetos a una vecina curiosa que no dejaba de espiarlo desde la ventana de su casa. Afirman los familiares que agonizante el Coronel Tejera, su esposa lo conminaba a decirle la locali-zación del cofre, destacándole que la iba a dejar viuda, pobre y con muchos niños que mantener. Pero él, seguro de que su honor era más valioso que todo el oro ajeno, le decía: “Ese dinero no es mío, ni suyo, es de la Corona, de la Reina de España y ahí se queda”.

Cuando se hicieron las consolidaciones e intervenciones de los años 70 en las ruinas, por toda la ciudad corrió el rumor de que se había encontrado una “botijuela” (Tesoro enterra-do) en San Nicolás. Eso se desmintió a través de los periódi-cos, pero para la familia Tejera, el hallazgo no declarado fue el cofre de Don Esteban, que no tuvo la merced de entregarlo a su viuda para dejarla rica, pero hizo ricos a otros que no fueron sus familiares.

Volviendo sobre nuestros pasos vamos pues, a la calle de Las Mercedes, llamada así porque en ella está el Convento de la Merced, o sea, el de la Virgen de las Mercedes. Dobla-mos hacia el Oeste, y en la acera donde estas la Librería La Filantrópica veremos más adelante la Casa San Pedro. Esta edificación del siglo XVI tomó ese nombre cuando el doctor Pedro Redondo instaló en ella, a finales del Siglo XIX, el hos-

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pital privado que nombró “Gran Casa de Salud San Pedro”. La historia registra que en esta mansión de elegantes patios y hermosos jardines interiores, se hospedó el Padre de la independencia cubana Don José Martí, durante su estadía en esta ciudad.

Al pasar la esquina con la calle Duarte, observaremos, en la acera izquierda, la casa de Lilís, curioso apodo que sue-na a suave y blando para nombrar familiarmente a Ulises Heureaux, uno de los más duros, despiadados y pintorescos dictadores del Caribe. Fue todo un personaje, célebre por su educación, cultura y aguda inteligencia. Siempre escucha-mos como fantasías populares muy imaginativas, las histo-rias sobre su afición a disfrazarse y salir por las noches a las calles para espiar personalmente a rivales, enemigos, amigos y colaboradores. Entonces, encontramos una anécdota escri-ta por el poeta Fabio Fiallo y de la que él fue protagonista. Está en un libro en el que Fiallo recopila artículos que escri-bió para los periódicos. Con un testigo de primera línea y tan excepcional, queda más que probada la taimada afición de Lilís a pasear de incógnito por las calles.

Cuenta el excomulgado poeta del “Gólgota Rosa”, que una noche asistió a un baile en las alturas del barrio de San Mi-guel. A media fiesta, decidió marcharse sin la compañía de sus amigos. Así que salió solo, a la oscuridad y soledad de las calles. Apenas puso un pie fuera de la casa, lo abordó un

campesino harapiento y sucio. Con el habla típica de nues-tros campos y con mucho respeto le puso conversación y le reconoció como el famoso poeta que era. Fabio trató de qui-társelo cortésmente de encima y gozar la soledad de la noche. Pero el andrajoso personaje insistió tercamente en acompa-ñarlo y conversar. Le solicitó que le escribiera algo para su enamorada y que él modestamente le pagaría este trabajo. Todas las negativas del escritor se estrellaban con la sabia in-sistencia del campesino, que también le cuestionó sobre su abierta oposición al gobierno, tratando de sonsacarle opi-niones políticas. Así llegaron a la “Cuesta del vidrio” que era como se llamaba a esta parte empinada de la calle Duarte. Cuando bajaron a la esquina de las Mercedes venían distraí-dos por la conversación, aquí en esta esquina se encontraron de improviso con unos oficiales del ejército Lilisiano que se cuadraron militarmente haciendo el saludo de rigor para un oficial superior al harapiento campesino, que lo respondió marcialmente al tiempo que protestaba “Les he dicho que no hagan esto cuando voy de incógnito, ya me descubrieron”.

El poeta quedó pasmado: aquel campesino negro, harapiento y encorvado era el mismísimo Lilís disfrazado. Recobrado su porte marcial y su lenguaje elegante, el dictador se despidió muy cortés y amigable agradeciéndole la atención dispensa-da al humilde alter ego que había personificado. Fiallo quedó admirado de la astucia y habilidad del taimado gobernante de la República.

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En la parte recuperada del Palacio de Lilís funciona la Casa de las Academias. Allí están la de la Historia y la de la Len-gua Española. Es centro de reuniones, conferencias, puesta en circulación de libros. Es una casa colonial sometida a pro-fundas trasformaciones a finales del siglo XIX. Don Manuel María Gautier, ministro del gobierno de Lilís, hizo los arre-glos de esta casa con la finalidad de residir en ella. Se comen-tó entonces que sería la mansión más elegante y suntuosa de la ciudad. De tanta fastuosidad que solo seria digna del más alto dignatario de la República. Enterado Lilís del rumor, que también decía que era una preparación para ocupar esa po-sición próximamente, le preguntó maliciosamente a su mi-nistro ¿Manuel dicen que estás haciendo una casa digna de un presidente de la República? ¿Para qué estás haciendo eso? Don Manuel conocedor de la forma de pensar de su jefe se apresuró a contestarle muy inteligentemente: ¡Oh y para que otra cosa sino para regalársela a usted mi presidente!. Esta-mos seguros que en ese momento Don Manuel perdió una casa, pero conservó su posición y la vida.

En la acera del frente hay tres edificios de concreto levanta-dos a principio del siglo XX. El primero de ellos partiendo de la esquina Duarte es el que fue local del Colegio Serafín de Asís dirigido por las monjas Franciscanas. Actualmente funciona aquí el Liceo República Argentina. Pero hay una hermosa historia del Colegio Serafín de Asís: el conserje del

colegio era un joven oriundo de los campos de Bonao. Estaba encargado, entre otras funciones, de la limpieza de los pasi-llos junto a las aulas de clases. Haciendo su trabajo se detenía a ver la clase de dibujo y pintura que impartía con pasión y destreza una de las monjas. Luego en su cuarto, usando restos de tizas, cartones y cuadernos aplicaba las enseñanzas que escuchaba a través de las persianas. Cuando mostró sus dibujos a la monja profesora de arte, ella vio inmediatamente que el joven conserje tenía gran talento para las artes plásti-cas. Diligentemente presentó el caso a la comunidad logran-do que a este joven se le diera tiempo dentro de su horario de trabajo para asistir por las tardes a la Escuela de Bellas Artes, que en aquel tiempo estaba en al Palacio de Borgellá, cercano al colegio de las monjas. Este joven fue admitido en la escuela y se graduó con notas sobresalientes. Fue de los artistas más importantes de su generación y pintó el país con unos colores y una belleza sin precedentes. Su nombre es Cándido Bidó. Siendo un pintor consagrado fundó en su pueblo natal una academia de Artes Plásticas en la que se da oportunidad a jóvenes con talento de recibir una educación de calidad. Es sin lugar a dudas una forma de devolver con creces la opor-tunidad que le dio aquella monja y la comunidad del Colegio Serafín de Asís.

Al lado está el edificio que albergó la Librería Dominicana de Don Julio Postigo, un apóstol de la cultura, creador de la colección “Pensamiento Dominicano”, que editó obras de

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nuestros más connotados intelectuales, todo sin ayuda ofi-cial. Esta colección es un tesoro para la Cultura Nacional y esta librería fue un centro de difusión, tertulias y conferen-cias que contribuyeron al desarrollo intelectual dominicano.El edificio que está en la esquina 19 de Marzo se ve extraño a la arquitectura nacional de su época. Fue el primer local construido especialmente para una Iglesia reformada. Se le-vantó en el año 1922 y es una obra del arquitecto Benigno de Trueba. Su aspecto corresponde a los templos nórdicos. Pertenece a la Primera Iglesia Evangélica Dominicana. Se distingue por la austeridad en la decoración y por el uso del hormigón visto que caracteriza las obras del arquitecto True-ba. Aquí siempre hemos sido muy abiertos, ni sectarismos ni discriminaciones, hasta los chinos terminan integrándose. Tenemos de todas las Iglesias, cristianos de todas las deno-minaciones y hasta budistas, hare krisnas y mahometanos.El pequeño parque triangular formado entre las calles 19 de Marzo, Luperón y las Mercedes, situado frente a la iglesia evangélica, está dedicado a María Trinidad Sánchez, már-tir de nuestra Independencia. Cuando la iban a fusilar pidió unos pantalones de hombre para usarlos debajo de su larga falda, así, cuando cayera abatida por las balas fratricidas, su pudor quedaría a salvo. Qué lejos estábamos de imaginar el uso femenino de los pantalones de los grandes diseñadores, concebidos para mostrar tanto, que aniquilan la imagina-ción.

Continuamos caminando hacia el Oeste mirando hacia el campanario de la iglesia del Convento de la Merced que se destaca hacia adelante. Hace poco destacábamos la tole-rancia del dominicano. Pues aquí tenemos un gran ejemplo, compartiendo la construcción del Convento está La Logia Cuna de América. Debemos reconocer que en nuestra histo-ria hubo destacados curas que pertenecieron a la masonería. Y que muchos héroes de la Independencia fueron masones reconocidos por su militancia católica.

Como casi todas las Iglesias coloniales, el maestro Rodri-go de Liendo se considera el constructor del Convento de la Merced. Existe un registro en el célebre “Libro Becerro” del Ayuntamiento que confirma que la Sala Capitular erogó una suma de dinero destinada exclusivamente para la compra de ropas para el maestro Don Rodrigo porque solía vestirse como un mendigo. En este convento vivió Fray Gabriel Té-llez, que sería célebre escritor reconocido con el seudónimo de Tirso de Molina y que fue el creador del “Don Juan”, una de las obras literarias españolas de fama universal. Fray Ga-briel vivió en Santo Domingo de 1616 a 1618 y fue testigo de que en esa época la Cofradía de los Dolores escenificaba para Semana Santa episodios de la pasión y de la resurrección de Cristo. Cofrades, sacerdotes y parroquianos caracterizaban los personajes del evangelio, mientras un Sacerdote predica-dor leía el relato. La Cofradía de los Dolores, llamada por Fray Gabriel Téllez la “Hermandad Piadosa”, organizaba tam-

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bién las procesiones del Santo Entierro el Viernes Santo y la del Domingo Resurrección. Fray Gabriel Téllez autor de la Historia de la Orden de la Merced hace una amplia descrip-ción en esa obra de estos eventos. Su testimonio nos permite establecer la antigüedad de la tradicional procesión del San-to Entierro, que es uno de los puntos más destacados de la culminación del tiempo de Cuaresma en esta ciudad. Y nos permite sugerir restablecer la procesión de la resurrección, que es el evento máximo de la historia de Cristo. Uno de los campaneros de ésta iglesia de la Merced se hizo particularmente célebre, se llamaba José Rondón, pero parti-cipó en un suceso que motivó al pueblo a cambiarle el apelli-do. En una tarde de tormenta, José subió al campanario para destrabar unas cuerdas que impedían el toque de campanas que anunciaban las horas del día. Como estaba lloviendo y con mucho viento, se protegió con su paraguas alemán, que era de una estructura particularmente fuerte. Sus varillas y tela eran sumamente resistentes. Cuando estaba en lo alto del campanario José resbaló y cayó hacia tierra, pero los numerosos testigos que lo vieron afirman que José agarra-do fuertemente a su paraguas, “Voló como pajarito” y puso suavemente pie en tierra. Muchos lo calificaron de milagro, para otros fue el predecesor de los paracaidistas locales o el primer dominicano que voló. Quizás nunca se pusieron de acuerdo en estos tópicos, lo que si se recuerda es que de ahí en adelante le llamaban José Pajarito, apellido que se hizo

extensivo a su familia a la que le decían “Los Pajarito”, tal y como a otras les decían “Los Parahoy” y “Los Guante”.

Subiendo por la cuesta de la calle José Reyes llegaremos a la Iglesia de San Miguel. Dicen, que el iniciador de esta obra fue Miguel de Pasamonte, el intrigante que puso de cabeza a la familia Colón y se cree que puede estar enterrado bajo el piso de este templo que él hizo en madera. La obra en piedra tal y como la vemos fue el primer templo construido bajo el Código Carolino. Es decir, una Iglesia hecha exclusivamente por esclavos y para esclavos de origen africano. Como aquí, la tolerancia siempre fue total, esta Iglesia terminó siendo de todos y más aún cuando al inicio del siglo XX llegaron los inmigrantes árabes, entonces la feligresía se blanqueó casi completamente. Porque ellos se establecieron en la Avenida Mella y en este barrio de San Miguel. Desde la puerta de esta iglesia miramos hacia el Norte y vemos los restos de la mu-ralla y del fuerte de San Miguel. Retornamos sobre nuestros pasos, pero nos detendremos para un refrigerio en un peque-ño establecimiento antes de llegar a la esquina de la calle de Las Mercedes.

De los árabes que se establecieron aquí, hubo una muy des-tacada. Llegada a este país extraño sin entender muy bien el idioma local, que nunca pudo hablar sin un fuerte acento árabe, pero tenía que ganarse la vida. Comenzó un modesto negocio de dulces libaneses, que ante la demanda de la clien-

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tela se inclinó por la confección de dulces criollos. Aquí a los libaneses, sirios y palestinos les llamábamos turcos, porque llegaban a nuestro país con pasaporte del Imperio Otomano, por tanto, Doña María tenía el apodo de María la Turca. Con su negocio, se hizo famosa y estableció una tradición de ca-lidad y delicia en esta ciudad. Aún existe su establecimiento, pues una de sus discípulas lo mantiene en funciones, hacien-do que una hermosa tradición continúe. Arriba del negocio vive Mario, un sobrino de Doña María la Turca, la libanesa que vendía los mejores dulces criollos de la ciudad. Esto es algo fácil y delicioso de confirmar inmediatamente. Nos per-mitimos sugerirles que ya sea dulce o salado, jugos de frutas o arepas, aquí nadie tiene que contenerse, sino complacerse. ¡Buen apetito! Después de esta breve y sabrosa parada, donde los golosos hacen gala de su buen gusto o podríamos decir, donde se confirma que la mejor manera de acabar con una tentación es comiéndosela. Volvemos de nuevo a la calle Las Mercedes, siguiendo hacia el Oeste.

Al pasar el Templo de la Merced veremos que detrás del ála-mo santo que hay frente a la puerta principal de la Iglesia, hay otra capilla pintada totalmente de blanco. A este peque-ño templo se le llama Capilla de “La Soledad”, nombre que nos pareció siempre muy sugestivo y que le viene por la cruz que hay sobre la puerta principal. A este tipo de cruz se le conoce como la Cruz de la Soledad. Cuenta Doña Flérida de Nolasco, que en tiempos coloniales, las monjas instalaban

un tablado o escenario el día de Navidad y ejecutaban varios bailes, algunos muy acrobáticos y otros muy populares como la famosa Calenda. Esto lo hacían tras las rejas del coro de su convento. Pero la tradición oral afirma que las monjas de La Soledad lo instalaban en esta plazuela. A estas monjas se les conocía como las monjas danzantes de La Soledad. El Padre Labat calificó este tipo de bailes como danza devota. Aunque tenían profusión de piruetas y saltos mortales. Esto habría que verlo. En este país bailó todo el mundo, hasta las monjas. En el Sínodo Diocesano de Junio de 1716 se dispuso “que los clérigos no dancen ni bailen”.

Vamos a bajar hacia el Sur por la calle Sánchez, que fue co-nocida como calle de la Luna y que tiene la particularidad de que en ella nació Mella, evidentemente no hay manera de hacer que el Ayuntamiento de siglos pasados acertara con los nombres de las calles. Si tenemos tres padres de la Pa-tria: Duarte, Sánchez y Mella era lógico poner sus nombres a las calles en que nacieron. Pero la Sala Capitular parece más imaginativa que lo que la lógica aconseja, así tenemos que en la Sánchez nació Mella, en la 19 de Marzo nació Sánchez y en La Isabel La Católica nació Duarte.

En la calle Sánchez # 262, nació también Don Pedro Henrí-quez Ureña. Figura de influencia continental en la literatu-ra, el estudio del idioma español y el pensamiento político panamericanista. Aquí vivieron sus padres Don Francisco

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Henríquez y Doña Salomé Ureña de Henríquez. Una de las más exquisitas poetisas dominicanas. Hasta hace muy poco también vivió en esta casa el reconocido historiador e inte-lectual Don Chito Henríquez que fue el eje principal de una animada tertulia que se reunía en torno a él en la cafetería situada frente al Parque Colón. Él fue uno de los últimos ca-balleros de la Ciudad Colonial. Los descendientes de Don Chito vendieron la histórica residencia al poco tiempo de su muerte. No encontramos explicación para la venta a extra-ños de casas históricas en las que nacieron y vivieron ilustres antepasados. La casa del prócer Matías Ramón Mella está al cruzar la calle El Conde justo al lado del restaurante de la esquina.

Estamos en la calle El Conde que ha sido durante siglos la calle más importante de la Ciudad Colonial. Dicen impor-tantes autores y cronistas que por El Conde pasaba todo lo importante en esta ciudad. Ciertamente, pasaban los peloto-nes de soldados, las revoluciones triunfantes, los héroes cu-yos cortejos fúnebres se les daba el honor de pasarlos por la Puerta de El Conde, el tranvía, las recuas de los campesinos que venían a comprar y vender, los reos que iban al paredón, los personajes importantes de la política y de la vida social y las damas elegantes de todos los tiempos.

Hasta 1928 El Conde, como todas las otras calles, no había sido asfaltada y en tiempos de sequía, carruajes y caballería

levantaban una enorme polvareda. Por el contrario, en tem-porada de lluvias se convertía en un resbaladizo barrizal. El suelo era irregular y desde las 8:00 de la noche la oscuridad era absoluta. Cuenta F.E. Moscoso Puello que una noche de 1880 Ildefonso Sánchez caminaba en medio del silencio y la tenebrosa soledad de esta calle, mientras Don Manuel Le-brón venía en vía contraria montado en un triciclo con un pequeño farol colgando en el guía. Aquella luz moviéndose a saltos en la oscuridad fue para Ildefonso como ver al mismí-simo diablo persiguiendo cristianos. Ildefonso emprendió una loca y veloz carrera sin atender a las voces que le daba Don Manuel Lebrón diciéndole: “¡Alifonso, Alifonso! ¡No corra que soy yo, Manuel Lebrón!”. Ildefonso no le escuchaba y corrió aterrorizado hasta la puerta de su casa, desesperado tocando con grandes golpes para que le abrieran antes de que se lo llevara el demonio.

Otro que recibió un gran susto nocturno fue el sastre Igna-cio que iba por El Conde retornando a su casa situada en la calle Santomé. Vio un hombre encapotado que caminaba en dirección contraria. Cuando se acercó lo suficiente Ignacio le preguntó la hora. Recibió una respuesta tajante pronunciada por una voz ronca y gruesa: “¡La una me dio en Madrid!”. Pensando en la velocidad del “Enemigo Malo” (Lucifer) para trasladarse de un sitio a otro, Ignacio también salió a toda velocidad para su casa.

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Tras la caída de la dictadura Trujillista en el 1961, El Conde se convirtió en el escenario principal para las luchas y bata-llas callejeras para eliminar los remanentes de la tiranía. Los principales partidos y organizaciones políticas tenían aquí sus locales. La primera manifestación política post-dictadu-ra se realizó en el Parque Colón porque en el lugar donde hoy está Hard Rock Café, estaba la Casa Nacional del recién llegado PRD. El balcón de la fachada fue usado como tribuna por los oradores. Los asistentes sabían que el ejército y la po-licía estaban apostados a cierta distancia del Parque en acti-tud agresiva. También corrían rumores de que la sanguinaria pandilla para- militar llamada “Los Paleros de Balá”, podía intentar un ataque sorpresivo para dispersar la reunión a ga-rrotazos.

La multitud enardecida y libre por primera vez en mucho tiempo coreaba rítmicamente la palabra ¡Libertad, libertad, libertad!. Además, con fines de darse ánimo repetían desa-fiantemente la afirmación: ¡No tenemos miedo, no tenemos miedo, no tenemos miedo! En eso estaban, palmoteando y saltando jubilosamente cuando, del tubo de escape de un carro que pasaba por la Calle Isabel La Católica frente al Palacio de Borgellá, los gases que salían abruptamente pro-dujeron varios estampidos que sonaron como disparos. La multitud enmudeció de repente, unos se tiraron al suelo y otros corrieron en estampida hacia el lado opuesto del Par-que. Por suerte un pequeño grupo de valientes se quedó de

pies y comprendiendo lo que sucedía volvieron a gritar con más ánimo: ¡No tenemos miedo, no tenemos miedo, no te-nemos miedo! Así, lograron frenar el corre-corre y reagrupar a la multitud que entre caras de sorpresa, sonrojos y risas volvió al Parque para continuar con la manifestación y los enardecedores coros de consignas.

En El Conde la juventud de los 60 sostuvo batallas campales con la policía lanzando pedradas y devolviendo bombas la-crimógenas y de estruendo. Aquí tuvo su epicentro la revo-lución del 1965, y en el edificio Copello en la calle El Conde esq. Sánchez, se instaló la sede de la presidencia del Gobier-no Revolucionario. En esta calle se celebraban los triunfos políticos, las victorias de los equipos locales de beisbol Licey y Escogido, las fiestas de navidad, las manifestaciones políti-cas y hasta la coronación de la Virgen de la Altagracia en el Baluarte 27 de Febrero.

Partimos de la calle Sánchez hacia el Oeste y nos adentramos en el territorio del barrio que fue conocido como “El Navari-jo”. Para F.E. Moscoso Puello este barrio comenzaba en la ca-lle José Reyes, mientras que para Don Manuel Troncoso de la Concha comenzaba en la 19 de Marzo. Ambos coinciden en que el nombre se debió a un establecimiento que se llamaba “Narváez e hijos” y que el pueblo hizo la contracción creando la palabra “Navarijo”. Este barrio es sumamente importante para nuestra historia de nación libre y soberana. Fue en el

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Navarijo donde se fundó la Sociedad Secreta La Trinitaria, donde se confeccionó la primera Bandera Nacional, fue en El Baluarte de El Conde donde se dio el grito de Separación, y fue también en este barrio donde José Reyes compuso la música del Himno Nacional.

Al fondo hacia el Oeste se ve la Puerta de El Conde. Es parte de las Murallas que rodearon la Ciudad de Santo Domingo. Originalmente se le llamó Bastión de San Genaro, también se la llamó Puerta Cerrada, pues durante un tiempo estuvo clau-surada. Fue abierta a mediados del siglo XVIII. La Puerta, el Baluarte y la calle recibieron el nombre de “El Conde” en honor a Don Bernardino de Meneses Bracamonte y Zapata, Conde de Peñalba, héroe que dirigió la defensa de la Ciudad contra la invasión inglesa de Penn y Venables. Aquí en 1844 tuvo lugar la proclamación de separación de los invasores haitianos y se izó por primera vez la Bandera Dominicana.La calle El Conde ha sido motivo de novelas, cuentos, cróni-cas, poemas, canciones y hasta de coplas para tradicionales juegos infantiles. Entre todas las historias y sucesos acaecidos en este entorno se destaca la vivida y contada por el poeta Fa-bio Fiallo. Como fervoroso activista político, Fiallo acudió a la Puerta de El Conde a defender la ciudad y su gobierno ante el ataque de la tropa de un partido contrario que intentaba tomar la ciudad y tumbar el gobierno. Cuenta Fabio que él acudió con un hermoso y brillante revólver nuevo que cau-só la admiración de sus compañeros. Cuando los defensores

creyeron haber repelido el ataque y producido una retirada desordenada y vergonzosa de sus enemigos, se envalentona-ron y abrieron las puertas para perseguirlos y hacer más hu-millante la derrota. Los atacantes corrían despavoridos por la Sabana del Rey (Lo que hoy es Parque Independencia), en dirección al Cementerio Municipal. Cuando llegaron allí los perseguidores, ebrios de triunfo, descubrieron amargamente que habían caído en una astuta emboscada. El grueso de la fuerza atacante estaba escondida detrás los árboles y les reci-bió con una nutrida descarga de fusilería. Se invirtieron los papeles y se impuso la retirada desordenada y pavorosa para los defensores que buscaban velozmente regresar al refugio del Bastión de El Conde.

En la retaguardia de este grupo se destacaba el poeta Fabio Fiallo con su revólver nuevo. Se le veía correr un poco ha-cia el Baluarte, detenerse y volverse hacia los perseguidores a los que paraba en seco con los tiros de su revólver. Esto lo repitió en múltiples ocasiones causando la admiración y el júbilo de los que veían desde la muralla aquella acción tan valiente como temeraria. Cuando por fin el poeta traspasó el umbral del bastión de El Conde y se cerraron las puertas, fue aclamado como el héroe del día. El no podía ocultar su sor-presa por la admiración de sus compañeros. Tiempo después escribió su versión de aquel suceso: confesó que él siempre fue muy mal corredor. Era lento y carecía de habilidad para mover rápidamente las piernas. Por eso no le quedaba más

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remedio que pararse a defenderse cuando los atacantes lo es-taban alcanzando. Su poca destreza de corredor le impidió llevar a cabo una huida rápida y segura. Esto lo obligó a ser el valiente y temerario héroe del día que protegió desde la retaguardia a sus compañeros más veloces.

Estas murallas rodean la Ciudad Colonial. Hacia el Norte ve-mos el Fuerte de la Concepción que durante muchos años es-taba rodeado de edificios sin importancia, que fueron demo-lidos a finales de los años 70 para rescatar esta construcción militar. Hacia la derecha de este fuerte vemos un edificio gris de cinco plantas y de forma triangular, es el edificio Gómez, construido en 1929, se considera el primer edificio en altura dentro del casco histórico. Su altura permitía una vista pa-norámica de la ciudad. En este edificio se hospedó el famoso compositor cubano Miguel Matamoros, líder del legendario Trío Matamoros. Aquí le sorprendió en 1930 el desbastador ciclón de San Zenón que dejó la ciudad en ruinas. Esta ex-periencia marcó profundamente al pródigo músico que con tal motivo compuso uno de sus temas más conocidos cuyo estribillo reza: ¡Ay, cada vez que me acuerdo del ciclón, se me encoje el corazón! Pasando por debajo de la Puerta de El Conde entramos en el Parque Independencia. Doblando a la izquierda y bajan-do hacia el Sur, cruzamos la Avenida Independencia y cami-namos por la calle Pina siguiendo la muralla que continúa

hasta el Malecón. En el 1899 el dictador Ulises Heureaux ordenó la demolición de la muralla y la apertura de calles. Por eso ahora está oculta a la vista por edificios que se cons-truyeron a ambos lados de ella. Unos la tienen como muro que limita sus patios, y otros como paredes integradas a los edificios contemporáneos. La bondad de algunos vecinos nos permite entrar a sus casas y ver tramos de la Muralla que vuelve a aparecer en toda su colosal magnitud en la calle Palo Hincado, esquina Calle Arzobispo Portes. Allí está la Puerta Grande mejor conocida como Puerta de la Misericordia. La Muralla continúa parcialmente y por huellas marcadas en el suelo hasta el Fuerte de San Gil, sobre los arrecifes del Male-cón.

La Puerta Grande cambió su nombre a Puerta de la Miseri-cordia cuando los terremotos asolaron la ciudad en el siglo XIX. Allí se erigió un altar de campaña y todas las tardes la población de la Ciudad marchaba en procesión y en este lu-gar, bajo la dirección del arzobispo Portes, se celebraban mi-sas y jornadas de oración pidiendo misericordia al altísimo. Desde ahí en adelante, se le llamó Puerta de la Misericordia.Este lugar tiene una leyenda con un carácter mucho más li-gero y picaresco. Nos contaban los abuelos que entre los veci-nos de la Misericordia había una señora encinta y que estaba manifestando los proverbiales “antojos” que tantas preocu-paciones causaban en ese entonces. Se creía que si no se sa-tisfacían, saldrían marcados en la piel de la criatura que se

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estaba gestando. En este caso la señora estaba antojada de unas galleticas muy apetecidas en aquel tiempo. Se llamaban popularmente “Cuquitas” o simplemente “Cucas”. Tenían la forma plana de una muñequita con su cabecita, con los bra-zos abiertos y una amplia falda de la que sobresalían unos zapatitos diminutos. Se parecían a los muñequitos que se ha-cen recortando papel y que salen pegados unos a otros cuan-do se extiende la hoja. La sirvienta de la casa fue encargada de comprar en la “Pulpería” las dichosas galleticas. Recorrió infructuosamente todos los comercios del barrio intramu-ros. Ninguno tenía el antojo buscado. Eran cerca de la seis de la tarde cuando le dijeron que una Pulpería situada fuera de la muralla, en el área que empezaba a conocerse como Ciudad Nueva, tenía el anhelado encargo que tanto había buscado. Salió con temor porque las puertas de la ciudad se cerraban al caer la noche. Además, aquel barrio tenía fama de ser muy peligroso en la oscuridad nocturna propicia para los malhechores.

Efectivamente encontró en la de Ciudad Nueva las últimas dos Cuquitas que quedaban. Las compró y salió con rapi-dez y ansiedad hacia la Puerta de la Misericordia. Su miedo y nerviosismo aumentaron al máximo cuando vio que las puertas estaban cerradas y que solo podía entrar por la “Agu-ja” (una pequeñísima puerta practicada en la muralla por las que debido a las construcción solo puede entrar una persona a la vez). Es el mismo estrecho pasadizo al que se refería Jesús

cuando dijo: que era más fácil pasar un camello por el ojo de una “Aguja” a que entrara un rico al reino de los cielos. Estas portezuelas se hacían para que pudieran entrar los rezagados que se quedaban fuera de las murallas cuando se cerraban las puertas. La pobre muchacha con sus dos galletas, estaba aterrada cuando se acercó a la aguja pues sabía que allí ha-bía apostado un guardia con fusil y bayoneta calada que le iba a marcar un alto hasta que ella se identificara. Cuando el soldado sintió los pasos de la muchacha le hizo la pregunta de rigor: ¿Quién va y que trae? Y la muchacha con voz tem-blorosa contestó: ¡Es tan solo una mujer con dos “Cucas”! El guardia entre asombrado y burlón le ordenó: ¡Adelante! ¡Que pase esa fenómena que la quiero ver!

Siguiendo la línea de la muralla hacia el mar avistamos el fuerte de San Gil engarzado en el arrecife más alto que limi-ta “La Playita”. Esta recia construcción militar a resistido los embates de tormentas y ciclones. Actualmente es un pinto-resco restaurante y por mucho tiempo ha sido el palco privi-legiado de los osados curiosos que desean ver muy de cerca la potencia de las olas enfurecidas por los vientos huracanados.El sábado 29 de Agosto de 1916 el Mar Caribe amaneció como un gran lago y los pescadores reconocieron que era “calma chicha” (La que precede a la tempestad). Decidieron no salir a faenar y sacaron las yolas del Ozama colocándolas lejos de la orilla. Pero el sol brillaba espléndido y el cielo es-taba azul y sin nubes.

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Frente a las costas de la Ciudad Primada flotaban perezo-samente el U.S Castine y el acorazado U.S Memphis, buque insignia de la flota norteamericana en el Caribe. No eran vi-sitantes de buena voluntad, sino dos sombrías advertencias para los capitaleños reacios a la recién efectuada invasión Yankee. Se decía que los poderosos cañones del Memphis apuntaban a la ciudad prestos a sofocar cualquier asomo de levantamiento, aunque fuera necesario reducir a escombros la primera ciudad del nuevo mundo.

El 29 de Agosto era sábado, un buen día para guardar las apariencias y parecer amigables. El programa del día incluía un juego en tierra para el equipo de beisbol del Memphis. El comandante asistiría a una misa en la Catedral, a un banque-te de gala y una función nocturna en el Teatro Colón. Pero el Mar Caribe tenía otros planes.

Aquella fiera líquida azul, había pasado la mañana en la quie-tud de la asechanza que confía a la presa. Cerca de las dos de la tarde inició sorpresivamente su ataque mortal encrespan-do la plana superficie. “Mar de Leva” le llaman los pescado-res. Súbitamente las olas alcanzaron proporciones colosales. Los curiosos más atrevidos se situaron en San Gil. Los más cautelosos, en el paseo Presidente Billini. El ronco bramido de las olas llenó de temor a la multitud que contemplaba el espectáculo.

Atónitos e impotentes vieron una lancha del Memphis que salía del puerto con el equipo de beisbol. Los espectadores lanzaron gritos de advertencia ¡No salgan!, que fueron apa-gados por el estruendo de las olas y la terquedad de los co-mandantes norteamericanos. Debemos enfocar la atención en que para ese tiempo no se habían construido los rom-peolas de Punta Torrecilla y del Obelisco. Aquello era mar abierto. La pequeña lancha sucumbió rápidamente ahogán-dose casi toda la tripulación. Los pocos que llegaron a las costas fueron estrellados contra los arrecifes. El Castine hizo un acercamiento para rescatarlos, pero se impuso el sálvese quien pueda y se alejó mar afuera.

De las 16 calderas del Memphis, seis estaban apagadas. Ac-tivarlas y levantar presión para mover las propelas era cues-tión de tiempo y eso era lo que el mar no estaba dispuesto a conceder. Cundió el pánico en la marinería y dicen los espectadores que muchos tripulantes murieron a punta de pistola de los oficiales que intentaron restablecer el orden. La censura de la época impidió incluir este dato en las crónicas periodísticas.

Muchas veces oímos contar la historia al distinguido profe-sor Ramón Fidel Yañez: El Memphis desaparecía hasta la bandera del mástil del puente de mando al quedar entre los valles de las olas. Reaparecía chorreante sobre las furiosas

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crestas levantado hacia el cielo por las garras de aquel coloso líquido que no daba tregua a su presa. El Mar Caribe mostró su fuerza haciendo leve la mole metálica del pesado acora-zado, cuya poderosa artillería nada podía hacer para abatir a este implacable atacante.

Muchos marinos se lanzaron al agua y desde San Gil un grupo de audaces nadadores dominicanos entre los que se encontraban Emeterio Sánchez, Prosper Marchena, Lico Du-breil y otros se lanzaron al rescate logrando salvar a varios náufragos sin importar su condición de invasores, sino de seres humanos en apuros.

Finalmente la fiera líquida alzó al artillado monstruo de me-tal con sus colosales brazos, llevándolo a una altura indes-criptible para el testigo; y lo trajo cual tabla de Surf a la costa frente al Hotel Napolitano. Fue entonces cuando el Mar Ca-ribe decidió morder mortalmente al acorazado Memphis: lo estrelló fuertemente contra los arrecifes dientes de perro que rasgaron su fondo y costados. Nos decía el Sr. Yañez, que al momento de caer sobre los arrecifes se produjo un sobreco-gedor estruendo, tan atemorizante y terrible como irrepe-tible e inolvidable. Encallado el acorazado, las olas lo mar-tillearon para asegurarlo a las rocas y acto seguido el Mar Caribe recobró su aspecto manso e inofensivo. Eran las 7:30 de la noche. El Memphis no volvería a deslizarse amenazante sobre su lomo azul. El fotógrafo Alfredo Sénior estuvo entre

los audaces que se acercaron a la costa y nos dejó sobrecoge-doras imágenes de la agonía y muerte del Memphis.

Desde el Fuerte de San Gil volvemos hacia atrás pero por la parte interna de la muralla y subimos hacia el Norte por la calle Palo Hincado para situarnos de nuevo frente a la Puerta Grande.

En esta Puerta de la Misericordia el prócer Matías Ramón Mella disparó su célebre trabucazo la noche del 26 de Fe-brero de 1844. Aquí estaban reunidos los integrantes de la Trinitaria para iniciar la rebelión contra la opresión Haitiana. En ese momento de la verdad, algunos expresaron dudas y comenzaron a titubear sobre lo oportuno del momento para iniciar el levantamiento. Para evitar una posposición total-mente peligrosa, Mella realizó aquel disparo que descubría ante el ejército enemigo la presencia de los conjurados Trini-tarios. Decididos compulsivamente por la acción de Mella el grupo subió corriendo hacia el Baluarte de El Conde dando vivas a la República Dominicana y voceando estentóreamen-te ¡Separación! ¡Separación! ¡Separación!.

Hacemos la ruta de los Trinitarios caminando por la calle Palo Hincado en dirección hacia el Norte y volvemos al Par-que Independencia para tomar la Calle Arzobispo Nouel ha-cia el Este. Antiguamente esta vía fue conocida como Calle de los Nichos, porque en varias de las fachadas de las casas

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habían nichos en lo que se colocaban imágenes religiosas. También se le conoció como Calle del Arquillo, por el pe-queño arco que forma la verja de la Catedral marcando la entrada al patio de los Curas.

Avanzamos por la calle Arzobispo Nouel y nos detenemos frente a la Iglesia del Carmen. Las fiestas patronales del Car-men eran una de las más importantes para el barrio “El Na-varijo”. En la Fiesta del Carmen del 16 de Julio 1838, y to-mando como camuflaje el gentío que se formaba en torno a la celebración, se fundó secretamente la Sociedad Patriótica La Trinitaria. Nadie sospechó que los reunidos en aquella casa, estaban formando la organización que nos haría libres e independientes. Los espías no pudieron sospechar que no estaban de fiesta sino conspirando. La casa es fácilmente identificable por una tarja colocada en su fachada.

La virgen de esta Iglesia se llama la Virgen del Carmen y esto quiere decir, la Virgen del jardín. Carmen es una palabra que España hereda de los árabes y significa jardín, por eso todavía en Granada a los jardines le llaman Cármenes. Al lado, está la Capilla de San Andrés, que tiene uno de los más hermosos altares en madera, de toda la ciudad. Por cierto, que San An-drés era un juego que se practicaba con mucho regocijo en toda la ciudad, corresponde a nuestros carnavales de agua. Famosos cronistas extranjeros e historiadores dominicanos como F. E. Moscoso Puello hacen festivas descripciones de

esa celebración. En 1918 el norteamericano de origen ale-mán Otto Schoenrich afirmó en su libro “Santo Domingo, un país con futuro”, que “Se puede decir que: Santo Domin-go tiene dos carnavales: uno el día de San Andrés, el 30 de Noviembre, el otro durante los tres días que preceden a la Cuaresma. El primero es más excitante”. Ciertamente ese día se echa mucha agua para que se refresquen los que juegan y la tierra. Pero la estatua de San Andrés que está en la capilla, nunca se debe sacar en procesión porque, según la tradición, si se saca tiembla la tierra.

Bajamos por la calle Sánchez y podemos observar que en el edificio que está próximo a la iglesia todavía se puede ver el letrero del hogar de ancianos, actualmente convertido en co-legio parroquial. La casa de la esquina al cruzar la Padre Billi-ni es llamada la Casa del púlpito y es la única de la ciudad que tiene un mirador con estas características. Se construyó en el año 1929. En su decoración se mezclan elementos naturistas y neoclásicos logrando un conjunto muy armónico.

En esta esquina estuvo la Cruz de Regina. La ciudad tenía en varios puntos cruces como la de San Lázaro y la de San Miguel. Cada una de ellas tenía un día o varios días de fiestas al año que se celebraban a su alrededor. Las cruces fueron demolidas a finales del siglo XIX por disposición del Ayunta-miento. Esta acción oficial produjo una controversia con dis-tinguidas personalidades que la calificaron de atentados a las

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tradiciones y al carácter religioso de la población. Ya no hay cruz en esta esquina, pero hay varios bares en los que la gente celebra, no una vez al año sino todo el año de una sola vez. Tomamos la calle Padre Billini de Oeste hacia el Este. En la acera de la derecha encontraremos el local del Instituto de Se-ñoritas Salomé Ureña. Este edificio fue construido en 1944, es una obra moderna a dos niveles que respeta muy bien la escala de las edificaciones que la circundan. En el lugar que ocupa el instituto, estuvieron en tiempos de la colonia parte de las dependencias del convento de las monjas Dominicas.

A principio del siglo XX los edificios del área fueron ocupa-dos por el Cuerpo de Bomberos y el Palacio de Justicia. Se contaba a “sotto voce” durante la dictadura Trujillista, y con especial deleite y desenfado después de su caída, que los edifi-cios coloniales a los que nos referimos, muy especialmente el del Palacio de Justicia, fueron incendiados intencionalmente de manera clandestina por orden del dictador. El objetivo de esta acción no fue imitar la piromanía de Nerón sino hacer desaparecer los archivos del Palacio de Justicia, en los cuales reposaban los expedientes de las innumerables fechorías co-metidas por miembros de su familia y por él mismo. Tenien-do como base el libro de José Almoina, recordamos que este escritor español afirmaba que el padre de esa familia enseñó a sus hijos a ser cuatreros y tenían largos expedientes por actividades delictivas. Su nueva posición de primera fami-lia de la república no podía resistir un vistazo a las historias

contadas detalladamente en esos expedientes. Después de las llamas destructoras, se enfriaron las cenizas y el dictador se llenó de gloria construyendo lo que en su momento fue un moderno centro de educación pública. Puede decirse que fue un pago económico para borrar un escandaloso pasado.

Llegamos a la Iglesia de Regina, dicen los arquitectos que su fachada tiene hermosos detalles Barrocos y es a su vez la que tiene mayor efecto teatral. También tiene influencia Plate-resca. Es de las favoritas para celebración de matrimonios por su espléndida belleza. Arriba de la puerta principal, hay un hueco que tiene un nombre técnico muy interesante, eso se llama hornacina, fíjense ustedes que está vacía. En Cosas Añejas, César Nicolás Penson cuenta que durante la invasión haitiana del 1822, la Iglesia fue usada como cuartel y que un soldado trepó con una escalera muy corta para coger la miel de un panal de abejas que había sobre la espalda de la estatua del santo de piedra que adornaba esta hornacina. Cuando el soldado se abrazó impúdica y burlonamente al santo, las abe-jas iniciaron la defensa de su miel. El soldado se movió de-masiado y la estatua se precipitó hacia delante, cayendo con el soldado abrazado a ella. El soldado quedó aplastado entre el pavimento y la estatua de piedra. Desde entonces se ha de-jado la hornacina vacía como un recuerdo de la irreverente conducta del soldado, y de lo que les espera a todos los inva-sores que lleguen a nuestra tierra. Aún hay panales de abejas en los muros y en el interior de la cúpula de este templo.

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El interior de Regina Angelorum y su altar mayor son de una belleza inigualable. En el punto central entre sus tres altares y el pasillo principal está la tumba del Padre Billini, conside-rado la persona más caritativa de la ciudad.

Junto a la Iglesia está la Plazoleta Don Parmenio Troncoso, que continúa en el Callejón de Regina, una encantadora calle peatonal. Sus vecinos celebran en los días de Navidad un reencuentro que es una de las fiestas tradicionales más ale-gres de la Ciudad Colonial: La Fiesta del Callejón de Regina. Acuden a ella los que allí viven, los que se mudaron y todos los amigos y vecinos de la Ciudad Colonial. La fiesta es gratis y no se necesita invitación para acudir. Solo hay que tener el deseo de confraternizar, característico de los habitantes de la Ciudad Colonial, de la temporada navideña y muchas ganas de bailar.

Seguimos por la Calle Padre Billini hacia la esquina 19 de Marzo. La casa de piedra de dos pisos que está en la esqui-na Norte es la famosa Casa del Tapao. Fue hasta hace poco propiedad del doctor Abelardo Piñeyro, que la restauró con sus propios recursos y siguiendo todas las reglas del libri-to de restauración de casas Coloniales. No es un museo, es una residencia privada. Esta casa se hizo famosa, porque en tiempos coloniales vivió allí un personaje que solo fue visto asomándose a las ventanas. También paseaba solitario por

las calles a altas horas de la noche y siempre embozado con una capa. Nadie le vio jamás el rostro. Se dice que era un personaje de la Casa Real Española, primero en la línea de sucesión y que había sido desterrado para acá, para mante-nerlo fuera de la corte. Cuenta la tradición que de aquí pasó a México donde el Virrey y la Real Audiencia lo juzgaron y ejecutaron acusándolo de traidor.

Esta zona de la Padre Billini, es de los conjuntos mejor res-taurados pero, ojo, cuando éramos niños estas casas no se pintaban de blanco. Por razones climáticas, posiblemente por el resplandor del fuerte sol caribeño, la Ciudad Colonial estaba preferentemente pintada de amarillo y a tres cuartas del piso de rojo ocre. Ahora se pintan de blanco dándonos un toque de pueblo andaluz. El color amarillo original de nuestras casas coloniales fue el que eligió Oscar De la Renta cuando diseñó la decoración del Hotel Santo Domingo. Por cierto que la casa de la esquina opuesta a la del Tapao, es su residencia cuando está en la capital. Oscar De la Renta nació en esta Ciudad Colonial. Es uno de los diseñadores más fa-mosos del mundo de la alta costura.

Esta acera y la anterior se conocen actualmente como las aceras del “¡Tú también!”. Este rótulo se lo han puesto lo ve-cinos por una situación que se repite con frecuencia y que causa la risa de los espectadores y de aquellos que se ven en-vueltos en el suceso.

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Las iglesias de Regina Angelorum y El Convento de los Do-minicos están separadas por estas dos cuadras. Son dos de los templos favoritos para la realización de bodas por su ma-jestuosa belleza. Pero son muchas las personas que no pue-den diferenciar cual es cual. Por lo tanto, cuando coinciden las celebraciones de matrimonios en ambas iglesias, es nor-mal que los invitados de una asistan equivocadamente a la ceremonia de la otra y viceversa. Como en esta ciudad casi todos nos conocemos, al entrar a una iglesia se ven amigos y conocidos. Por tanto se creen que están en el lugar correcto. El momento esperado por los vecinos y que produce la sor-presa a los asistentes de la boda, sucede cuando la novia se quita el velo, y ambos contrayentes se ponen de perfil mi-rándose el uno al otro. Entonces parte de los invitados se da cuenta que está en la iglesia equivocada. De cada templo sale un grupo caminando apresuradamente para alcanzar, por lo menos, el final de la ceremonia en el lugar correcto. Cuando ambos grupos se encuentran en una de estas cuadras recono-cen lo que le pasó a cada cual, ponen cara de “¡Tú también!” y estallan en risas. Ambos grupos se ríen de su equivocación y de la sorpresa que les produce descubrirse extranjeros en su propia ciudad de la cual ignoran cuáles son sus más destaca-dos monumentos históricos.

Y por fin llegamos al Parque Duarte. Esta plaza fue inaugu-rada en el 1930 del siglo XX por el presidente Horacio Vás-

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quez y su esposa Doña Trina de Moya. Fue su último acto oficial, tres días después fue derrocado por un golpe de es-tado, que desembocó en la instalación de la tiranía trujillis-ta. El conjunto escultórico que adorna el parque es obra del escultor italiano Tomanine. Dicen que en su momento, los comisionados que fueron a ordenarlo en Roma, se encon-traron que Tomanine tenía un trabajo realizado en arcilla del prócer Bartolomé Mitre, encargado por los argentinos. Pero como éstos no habían realizado el pago correspondiente y dado que Duarte y Mitre fueron contemporáneos, usaban el mismo tipo de trajes y tenían figuras similares, Tomanine há-bilmente hizo las modificaciones correspondientes en el mo-delo de arcilla para lograr fielmente la fisonomía de Duarte. Procedió a realizar el molde en yeso, hizo la fundición en bronce y vendió la estatua a los dominicanos que pagaron en efectivo e inmediatamente. Así ambos lograron espléndidos resultados con la rapidez que requería el caso.

También se dice popularmente que en esta plaza Ovando ahorcó a Anacaona. Incluso había un árbol, al que todos le decían el árbol de Anacaona, pero se comprobó histórica-mente que eso es falso. Lo que si fue cierto es que las huestes de Drake, torturaron y asesinaron cruelmente en esta plaza a tres frailes del Convento de los Dominicos que trataron de defender su templo que los corsarios británicos pretendían profanar y saquear. Por mucho tiempo la hoy calle Duarte y la plaza fueron llamadas calle y plaza de los Mártires del

Convento. Cuando este parque era simplemente una gran explanada, se utilizó para la celebración de corridas de toros con beta y como punto final de encierros al estilo de los de las fiestas de San Fermín en Pamplona. También aquí se instalaban circos que llegaban a la ciudad.

En el Imperial Convento de los Dominicos, se encuentra el monumento más insólito, peculiar y único de cuantos hay en Santo Domingo. En su Capilla del Rosario hay una bóve-da con una cosmogonía en alto relieve que contiene los 12 signos del Zodíaco y cuatros dioses de la mitología griega ataviados con su indumentaria característica y símbolos de poder. En el centro de la bóveda está el Sol que se interpreta como una representación de Cristo, que es la luz del mundo. \Llama la atención que el diseño del Sol es el mismo utiliza-do por los Incas. Algunos establecen un paralelismo identi-ficando a los dioses griegos con los evangelistas cristianos. Hasta hoy, no hay ningún informe que diga cómo se realizó esta construcción. Y como el Santo Oficio, no se dedicó a quemar en la hoguera a media población por realizar esta cosmogonía esotérica-cristiana dentro del Imperial Conven-to de los Dominicos. Se sabe que para ese tiempo la sede del Santo Oficio y su funcionario principal estaban en San Juan de Puerto Rico y que los delegados de la Santa Inquisición aquí en Santo Domingo eran, a su vez, altos dignatarios de la

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Real Audiencia de esta ciudad. Lo cierto e irrebatible es que no hay nada igual en ninguna otra iglesia católica del Conti-nente América.

El Convento de los Dominicos adquirió gran importancia para la historia de América por la fundación de la primera Universidad del Nuevo Mundo. Asimismo es merecedor de un lugar destacado en la historia universal porque desde su púlpito comenzó a germinar lo que hoy llamamos la Decla-ración de los Derechos Humanos. El Domingo de Adviento de Diciembre de 1511 Fray Antón de Montesinos subió al púlpito y con su voz poderosa leyó el Sermón que había sido preparado por la comunidad de los monjes Dominicos bajo la dirección de Fray Pedro de Córdoba. Fray Antón preguntó con firmeza ¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos Indios?...... ¿No sois obligados amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? El público compuesto por los despiadados y am-biciosos encomenderos recibió este sermón con asombro y furia, pues atacaba directamente sus intereses económicos.

Concluida la misa se reunieron y acordaron mandar una co-misión para que solicitara al superior Fray Pedro de Córdo-ba, que el domingo siguiente Fray Antón se retractara de lo dicho. Pero si dura fue la pela del domingo de Adviento más fuerte fue la paliza verbal que el indignado Fray Antón de Montesinos le propinó al domingo siguiente. La controver-

sia llegó a España y los argumentos Dominicos ante la corte generaron el Derecho de Indias, del cual partieron muchos pensadores españoles y europeos hasta llegar a través del tiempo y de muchos intelectuales y filósofos a la Declaración de los Derechos Humanos.

Ya no queda más que llegar a nuestro punto de partida, ter-minaremos en la Feria Artesanal de Casa de Teatro en el Par-que Fray Bartolomé de las Casas para que todos ustedes se lleven un recuerdito de este tour en que hubo poca arqui-tectura pero si muchos cuentos, anécdotas, historias y leyen-das que tuvieron por escenario los monumentos y sitios de la Ciudad Colonial.

Nos despedimos diciendo que en Santo Domingo, ciudad primada de América había una vez…..gente que durante 500 años generó estos sucesos y que en ella sigue habiendo una población dispuesta a producir 500 años más de vivencias. Por eso debemos terminar utilizando la frase final de los re-latos, pero con un giro diferente. ¡Y colorín colorado aquí los cuentos……. no se han acabado!.

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Caminando por Santa Bárbara

Cuando se visita el área de la Plaza de España, el Alcázar de Colón y las Atarazanas Reales, es usual cruzar la calle Isabel La Católica por la intersección con la calle Emiliano Teje-da, que sale de la Plaza de España para subir a las Ruinas de San Francisco, y a veces para admirar la Casa del Cordón. Cuando nos situamos en la intersección de estas dos calles y miramos hacia el Norte, En el sentido del tránsito vehicular de la Isabel la Católica, vemos al fondo el frente de la Iglesia de Santa Bárbara y del fuerte del mismo nombre, que formó parte de las Murallas y del sistema defensivo de la ciudad.

Aunque la Iglesia Colonial y la mole pétrea del fuerte se ven pintorescos y atractivos, pocos se animan a dirigir sus pasos hacia allá. Están alejados de los circuitos más transitados y establecidos, por lo tanto, solo son de interés para quienes buscan salirse de lo común. Los que gustan de la aventura y sigan la Isabel La Católica hacia el Norte descubrirán que hay otros puntos muy interesantes en este sector.

Santa Bárbara fue el primer barrio obrero de la ciudad: Aquí se avecindaron los maestros canteros que extrajeron y die-ron forma a piedra caliza de origen coralino que se usó para construir casas y edificios de la primera urbe permanente fundada por los europeos en América. Las canteras estaban

localizadas tras el promontorio sobre el que está asentado el fuerte.

Después de los canteros se establecieron en esta área los co-merciantes, aprovechando la cercanía de la Puerta de San Diego y de las Atarazanas Reales. San Diego era la entrada comercial a la ciudad, sede de las aduanas y las Atarazanas Reales eran el almacén de reaprovisionamiento de las naves que llegaban al puerto.

Cuando vemos las crónicas del siglo XIX encontramos a San-ta Bárbara como un barrio próspero. La Isabel La Católica era llamada calle del comercio y en ella vivían importantes empresarios. A cuadra y media de la Casa del Cordón, entre la calle Restauración y la Vicente Celestino Duarte, está la casona colonial donde vivió la familia Duarte y Diez. En ella nació el Padre de la Patria Don Juan Pablo Duarte y Diez. Aquí está el museo que nos permite conocer su pensamiento, vida y obra. Esta área pertenece a la parroquia y por tanto Duarte fue bautizado en la Iglesia de Santa Bárbara el día 4 de Febrero de 1813. En el muro frontal de la Iglesia hay una tarja que consigna este acontecimiento. El templo es del siglo XVI y fue reconstruido en el siglo XVIII después de haber sido parcialmente destruido por un huracán. Santa Bárbara es la patrona de los fabricantes de pólvora, explosivos, fuegos artificiales y de los artilleros. Su procesión se celebra el 4 de Diciembre. El interior del templo es famoso por su decora-

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ción con cerámica andaluza.

A partir de la Isabel La Católica las calles que la cruzan per-pendicularmente bajan en suave pendiente hacia el río Oza-ma. Son calles sorprendentemente anchas para lo acostum-brado en el siglo XVI, cuando fueron trazadas. De ese tiempo datan la mayoría de las casas del sector, aunque hay varias de los años 30-40 y 50 del siglo XX. El área comprendida entre la calle Isabel La Católica y la muralla que bordea el río Oza-ma es conocida como “El Solar de la Piedra”. Tal vez es una alusión al material que trabajaban los canteros allí residentes. En las Antillas hispanoparlantes “Solar” suele usarse para de-signar un caserío de indigentes o personas muy pobres.

Antes de llegar a la Iglesia, al pasar por la esquina General Cabral vemos el taller de los Duendes del Caribe, unos jó-venes artesanos que trabajan el repujado del metal. Desde el frente de la Iglesia podemos bajar por la calle Gabino Puello para encontrar la muralla. Recomendamos hacer esto con un guía, pues es fácil desorientarse aún cuando se sigue el muro y se llega al Fuerte del Angulo, llamado así por formar un ángulo recto con las murallas que vienen del Alcázar y que salen de este hacia el Fuerte de Santa Bárbara. Desde aquí to-mamos la pequeña calle que sube paralela a la muralla que se llama La Negreta. Este nombre le fue dado porque aquí estu-vo el caserón o almacén donde hospedaban a los esclavos re-cién llegados. Aquí también se realizaban las subastas de tan

ignominioso comercio. La Negreta es un pintoresco callejón con tramos escalonados que va a parar a la Avenida España. Es un encantador atajo capaz de desorientarnos, pero vale la pena visitarlo por lo pintoresco de sus casas antiguas.

Al salir de la Negreta encontramos la Avenida España que fue el centro comercial más próspero y moderno de finales del siglo XIX y comienzos del XX. El conjunto arquitectóni-co corresponde a un mismo estilo y época. Los negocios es-taban situados en la primera planta y en los pisos superiores las residencias de los comerciantes. Este pintoresco conjunto de edificaciones espera la acción de nuevos empresarios con imaginación. Es un tramo cargado de ambiente romántico, con espacios amplios que podrían albergar bares, discotecas, teatros y salas de conciertos.

La Avenida España está dividida a la mitad por la calle Juan Parra Alba. Por el flanco Sur sube hacia el alto promonto-rio del Fuerte de Santa Bárbara un imponente tramo de la muralla. Verlo desde afuera y desde abajo mueve a respetar a todos aquellos valientes que se atrevieron desafiar a los de-fensores del fuerte. Desde allí abajo, corriendo loma arriba y con el equipo de guerra a cuestas, se era un blanco fácil. Escalar aquella mole en semejantes condiciones se nos revela como una auténtica locura.

El nombre de la calle también nos recuerda una historia. Don

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Juan Parra Alba fue un distinguido empresario y munícipe de nuestra ciudad. Fue el primero que estableció una fábri-ca de fósforos en el país. Hasta ese momento se importaban de países nórdicos y anglosajones. Los manufacturados por Don Juan tenían su etiqueta en nuestro idioma con la leyen-da “Fósforos de seguridad Juan Parra Alba”. Cuando fueron lanzados al mercado Don Juan pasó por la pena de ver que su producto no vendía una sola caja. El público acostumbrado al producto extranjero no se molestaba en probar el fabrica-do localmente. Don Juan era un hombre muy creativo y no entró en pánico por esta situación. Al poco tiempo recogió toda la mercancía de los comercios y se la llevó a su fábri-ca. Semanas después volvió a colocarla con otra etiqueta que tenía la leyenda “Safety Matches John Vine Down”. El pro-ducto tuvo aceptación inmediata, cuando lo único que había cambiado era que Juan Parra Alba estaba en inglés. El truco de este empresario continúa usándose y son muchos los que creen importado un producto de calidad… manufacturado aquí.

Al fondo de la calle vemos las antiguas instalaciones aban-donadas de la primera planta de generación eléctrica pública de la ciudad. Fue inaugurada en 1928 y perteneció a la em-presa norteamericana Stone and Western y se llamó Com-pañía Eléctrica de Santo Domingo. Al principio tuvo la par-ticularidad de que sus servicios no eran de 24 horas. Tenía un horario fijo, que una vez cumplido apagaban las plantas.

Cuentan que uno de los primeros gerentes tenia por nombre Tim Baker y que la población cuando llegaba el momento del apagón por sobre las 10:00 de la noche decía: “¡Ahí está Tim Baker¡”. El uso de esta frase se hizo, al parecer, tan popular que finalmente el nombre del gerente pasó a la planta y al lugar donde está localizada, pero los capitaleños bien cono-cidos por ser hispanoparlantes y poco hábiles con el idioma de Lincoln, acabaron por llamarle Timbeque. Así se conoce el área donde está la planta y una pequeña porción del barrio que la circunda: “El Timbeque”. Otros afirman que el nom-bre proviene de la orden que se daba para apagar la planta. Cuentan que el gerente decía: “¡Time Brake!”. Sea cual sea la historia, el lugar se quedó con el nombre con el que hasta hoy se le conoce: El Timbeque.

Justo donde termina la Avenida España al final de la acera de la derecha-caminando de Sur a Norte, encontramos una casa con su fachada profusamente decorada, es llamada la casa de los cañones por los dos que se exhiben en la parte superior que corona la fachada. Junto a esta casa hay un pequeño solar y próximo a él encontraremos una especie de balcón que va hacia el rio y junto a este unas largas escalinatas que bajan hasta la avenida que corre a lo largo del río Ozama. Este bal-cón es la cabecera Oeste del antiguo puente Ulises Heureaux. Al frente del balcón vemos, del otro lado del río la cabece-ra Este del puente. Son los únicos remanentes del puente levadizo que fue construido bajo la dirección del ingeniero

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norteamericano Howard Crosby en el 1917. Este puente le-vantaba la parte central para permitir el paso de los barcos. El piso era de madera y en los últimos años, cuando los autos pasaban sobre él, los tablones se movían como si fueran las teclas de un enorme piano.

Hay una anécdota que relaciona a este puente con el perso-naje cuyo nombre le pusieron y el día de San Andrés. Du-rante la dictadura de Lilís (Ulises Heureaux) unos jóvenes de la sociedad capitaleña, patrocinados por el periódico Listín Diario, decidieron evitar cualquier contacto con las celebra-ciones de San Andrés, fiesta popular que ellos consideraban “incivilizada, grosera y vulgar”. Con ese objetivo planificaron hacer un día de campo en una finca situada próxima a Los Mina Viejo, junto a la ribera del Ozama. Partieron al ama-necer en embarcaciones especialmente contratadas. Pasaron un feliz día campestre y regresaron cuando ya habían caído sobre la ciudad las sombras de la noche y suponían que el “bárbaro juego” que querían evitar había concluido.

Algunos amigos, contrarios a esas ideas sobre los festejos de San Andrés, comunicaron al presidente Ulises Heureaux, las intenciones de los excursionistas de la gira campestre y su rechazo a las fiestas de nuestro carnaval de agua. Lilís que era un entusiasta de estas fiestas y un seguidor de las tradi-ciones, que él entendía que nos daban carácter e identidad como nación, decidió darles una lección a los excursionis-

tas. En cooperación con los amigos de los jóvenes convocó a los capitaleños a esperarlos sobre el puente y las escalina-tas, para darles una húmeda y fresca bienvenida. Cuentan las crónicas que sobre el puente se apostaron un par de miles de personas. Otro grupo se posicionó en las escalinatas y con la colaboración de cinco carros de bomberos, tenían a dis-posición toda el agua que necesitaban. Cuando la flotilla de los excursionistas llegó al puente, la oscuridad fue rota por antorchas y luces de bengala que se encendieron sorpresiva-mente iluminándolos a ellos en sus embarcaciones flotando en el rio y a la jubilosa multitud que vociferaba alegremente ¡San Andrés, San Andrés, San Andrés¡ desde el puente y las escalinatas. Nada más y nada menos que comandada por el mismísimo presidente de la república en persona. El pánico desatado en las embarcaciones hizo que algunas damas se desmayaran y estuvo a punto de producirse una desgracia, pero afortunadamente, se dio la orden de no echarles agua mientras estuvieran en el río. Solo se trataba de darles un buen susto, según el cronista Enrique Deschamps.

Cuenta F.E. Moscoso Puello que cuando los excursionistas se creían a salvo subiendo las escalinatas, recibieron una mo-jadura olímpica para goce y disfrute de la multitud y como enseñanza de que las tradiciones siempre son hermosas, más aún cuando son refrescantes como lo han sido los carnavales de agua de San Andrés desde los tiempos de la colonia hasta hoy.

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Desde la cabeza del puente Ulises Heureaux, volvemos sobre nuestros pasos admirando el conjunto arquitectónico de la Avenida España, pero esta vez caminando por la acera Norte. Al final doblamos a la derecha y subimos por a las escalina-tas que llevan hacia el Fuerte de Santa Bárbara. Como dicen en los Comics “¡Puf, puf, puf y uuuuuuf, aaaaaaahhhhh!”. Llegamos al punto más alto del Fuerte de Santa Bárbara y podemos gozarnos con la hermosa vista del río, del mar, de la Fortaleza Ozama, del Alcázar y de la ciudad. Desde aquí podemos apreciar las calles rectas diseñadas por Ovando y seguir el trazado de las murallas. Desde este Fuerte mirando hacia el Norte imaginamos la época en que todo el exterior era monte y las pocas posibilidades que tenían los atacantes de vencer a los defensores de este fortín.

Mirando hacia el Norte vemos el barrio situado detrás de la antigua planta eléctrica, se llama “Borojol”. Este simpático y exótico nombre se originó porque esta área antiguamente es-taba poblada por cafetines y mujeres de vida alegre. Para el 1916, cuando los Marines Yankees ocuparon el país, una par-te importante de la tropa estaba acantonada en el puerto de Santo Domingo. Un Marine muy popular entre los soldados hizo de un cafetín su segunda residencia. Este soldado era de apellido Burroughs. Sus compañeros llamaron al cafetín “Burroughs’ Hall” y por extensión al barrio. También dicen que al camino detrás de la planta le llamaban Boroughs´s

Road, por un camino que abrió la planta eléctrica. (Este tér-mino se aplica en inglés en el mismo sentido que Burgo en español, que quiere decir, población o ciudad, por ejemplo Edimburgo, San Petersburgo). En todo caso la corruptela del término en español no se hizo esperar y de Burroughs’ Hall o Boroughs’ Road, entre nosotros se quedó como Boro-jol, un barrio caracterizado por los bares y la afición al Son Cubano, hasta el punto de producir al mítico conjunto “Los Soneros de Borojol”. Antiguamente esa área y los alrededores del puente Duarte era conocida como Galindo o las alturas de Galindo.

Mirando hacia la izquierda vemos que las murallas corren hacia el Oeste hacia el fuerte de San Antón y de ahí partían hasta llegar al Parque Independencia. Observamos el Paseo de Ronda, que es el camino en las murallas que las patrullas de soldados tenían que recorrer varias veces cada noche en un tiempo determinado, para inspeccionar las guarniciones y dar voz de alarma en caso de irregularidades o ataques. El tiempo predeterminado de la ronda completado normal-mente por los soldados permitía suponer que no había no-vedad en el frente. Cualquier retraso era motivo de alarma. En la parte afuera de la muralla observamos un terreno triangular rodeado y a veces invadido por autobuses. En el centro quedan los restos de lo que fue una fuente conmemo-rativa. Aquí se enterraron en fosas comunes las víctimas de los barrios pobres que produjo el Ciclón de San Zenón en el

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1930. Las víctimas de los barrios intramuros, fueron sepul-tadas en la Plaza Colombina, que es el actual emplazamiento del Parque Eugenio María de Hostos. A veces cuesta pensar que la ignorancia pueda permitir el irrespeto y el abuso en la utilización de zonas que merecen un tratamiento que refleje mayor consideración.

Volvemos la vista hacia el Sur y nos disponemos a bajar la escalinatas, no sin antes admirar la pequeña, pero hermosa Iglesia de Santa Bárbara. Si tenemos suerte, al llegar a la plaza encontraremos la Iglesia abierta y podremos ver su sencillo pero impactante interior.

Luego de un merecido descanso en los bancos colocados bajo los frondosos árboles de la plaza, tomaremos la calle Arzo-bispo Meriño hacia el Sur y en la primera esquina subiremos hacia el Norte por la calle General Cabral. Caminaremos bus-cando el fuerte y la Ermita de San Antón. Para muchos esta calle fue llamada por un buen tiempo “Callejón de Bacafar”. Aunque para otros el nombre se aplicaba al callejón que corre desde el Fuerte de San Antón a Santa Bárbara entre la mura-lla y las casas que están ante ellas, pero intramuros. Hay dos historias que explican tan exótico nombre. Unos cuentan que durante la Intervención Americana los marinos llamaban el pasaje entre las casas y la muralla “Back to the forth alley”. Otros afirman que la calle fue bautizada por los miembros de la “Military Police” del ejército invasor norteamericano,

que se apostaban en ella como buitres, a observar el regreso a las barracas situadas al final de la calle, de los Marines que disfrutando del permiso retornaban de la parranda de rigor por el área del hospedaje de la Mella.

Los Marines borrachos que no podían sostenerse en pie, eran arrestados con cargos de ebriedad por los envidiosos policías militares que estaban de servicio. Los parranderos no las te-nían todas consigo: pasados de copas y con una calle de pen-diente tan pronunciada que hasta los sobrios hacen esfuer-zos para controlar la velocidad del descenso, ellos se paraban en la cima de la cuesta, trataban de reconocer el terreno y comenzaban a bajar. Su objetivo era controlar la velocidad y mantener el equilibrio. Cuando la pendiente los desbocaba, intentaban retroceder para mantener el control y no caer por unos traspiés. Así, bajaban la cuesta en una cómica coreo-grafía Chaplinesca de adelantos y retrocesos. Cuatro pasitos rápidos hacia delante, dos lentos para atrás para aminorar la marcha y mantener la verticalidad. Dicen que los MP so-lían decir: “Here they are comin’ back and forth”, por lo que llamaron a la calle “Back and forth alley”. Término que en inglés se usa para indicar indecisión cuando se avanza y se recula sin seguir una dirección estable. En ambas historias los capitaleños que escucharon la denominación, terminaron llamándole a la vía “Callejón de Bacafar”. Es decir de Back and Forth sacaron Bacafar. Para Don Luis Alemar el nombre se debe a un personaje que vivió en el callejón que forman el

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lienzo de las murallas que va de San Antón a Santa Bárbara y el bloque de casas que quedan detrás. Como se puede ver hay opciones para escoger.

Al llegar a la cima de la calle General Cabral encontramos los altos muros de piedra del fuerte de San Antón. Para apreciar-lo en toda su magnitud debemos atravesar un callejón y salir a la Avenida Mella para poder verlo de frente. Cuesta trabajo pensar que durante más de 60 años este imponente fortín es-tuvo completamente rodeado por edificios que lo ocultaban absolutamente a la vista del público. Volviendo atrás por el mismo callejón por el cual salimos, nos encontraremos con una pequeña ermita del siglo XVI dedicada a San Antón y que le da nombre al barrio que la circunda. Esta es la ermita y el barrio de San Antón. En 1886 Francis Drake en su afán de ser más malo que todos los malos, no se olvidó de esta sencilla y alejada capillita y la incendió. Los fieles volvieron a reconstruirla. Esta labor se repitió en el 1930 cuándo fue severamente dañada por el ciclón de San Zenón. En la ac-tualidad a perdido su condición de templo religioso y se ha convertido en salón de la comunidad.

Desde el frente de la Ermita de San Antón y bajando por la plaza escalonada, tendremos una vista portentosa de las ruinas del Monasterio de San Francisco que fue construido entre 1523 y 1664. Fue el primer Monasterio de América es-tablecido por los Franciscanos que llegaron con Ovando en

1502. Igual que otros establecimientos religiosos se convirtió en un activo centro cultural. Su decadencia se inicia cuando las órdenes religiosas se retiran al momento en que España cede la Isla a Francia por el Tratado de Basilea en 1795. Aho-ra solo quedan estas imponentes ruinas, testigos de un pasa-do glorioso, tal y como dice la poetisa Salomé Ureña en uno de sus más hermosos poemas:

Memorias venerandas de otros días,soberbios monumentos,

del pasado esplendor reliquias frías,donde el arte vertió sus fantasías,

donde el alma expresó sus pensamientos.

Al veros ¡ay! con rapidez que pasmapor la angustiada mente

que sueña con la gloria y se entusiasmala bella historia de otra edad luciente.

¡Oh, Quisqueya! Las ciencias agrupadaste alzaron en sus hombros

del mundo a las atónitas miradas;y hoy nos cuenta tus glorias olvidadasla brisa que solloza en tus escombros.

Ayer, cuando las artes florecientessu imperio aquí fijaron

y creaciones tuviste eminentesfuiste pasmo y asombro de las gentes,

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Fuerte del Angulo

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RUINAS DE SAN FRANCISCO