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1 Historia de la Odontología

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Historiade laOdontología

El contenido de esta publicación se presenta como un servicio a la profesión odontológica, reflejando las opiniones, conclusiones o hallazgos propios de los autores incluidos en la publicación. Dichas opiniones, conclusiones o hallazgos no son necesariamente los de Laboratorios Gador, ni los de ninguna de sus afiliadas, por lo que Laboratorios Gador no asume ninguna responsabilidad de la inclusión de las mismas en dicha publicación.

© RTM S.A. - Catamarca 1902 - Martínez - Buenos Aires - Argentina

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Estimado/a Dr. Dra.: El éxito de los fascículos anteriores fue un estímulo para proseguir con el proceso interesan-te que significa ingresar en esta temática tan rica y tan olvidada de la historia de la odontolo-gía, marcada por la osadía de aquellos que no se conforman con lo que encuentran y quieren cambiar algo, venciendo los prejuicios y las vicisitudes que se remontan a las más antiguas tradiciones. De no mediar esa valentía, aquellos hombres que hicieron lo que es hoy la odontología, con esa curiosidad y ese deseo vital que los caracterizaba, hubieran permanecido en el acatamiento a los patrones establecidos; en forma contundente triunfaron, aunque no lo supieran en su momento y hoy ya no hay más Tiradentes ni sacamuelas, son profesionales de alto prestigio, excelencias académicas en el amplio sentido de la palabra. De la dignidad de estos precursores hablan estos fascículos y también del ocultamiento que tuvieron que padecer, como prota-gonistas en todos los aspectos del recorrido de la historia, desde las poblaciones originarias hasta nuestros días, rompiendo los moldes que se pretendían imponer en las distintas épocas, donde hacerse oír era una proeza. Este es un reencuentro con los colegas odontólogos, lectores de estas páginas, esperando sinceramente que disfruten también de estos próximos fascículos, como lo hicieron con los anteriores, porque fueron producto de un minucioso proceso de búsqueda, repitiendo lo que ya fue dicho, que la historia no se repite sino que continúa.

Cordialmente

Gador S. A.

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LA INDIA

Hacia el año 1500 a.C. la población nativa de la India fue invadida por los arios, pueblo nómade originario probablemente de las tierras pertene-

cientes al actual Irán. Su lengua, que impusieron en ese territorio, pertenecía a la misma familia indoeuropea que el griego y el latín; y de él evolucionó la lengua llamada sánscrito, palabra que significa “perfeccionada” o “elegan-te”, indicando y sugiriendo que era el lenguaje de la élite. Entre el gran corpus literario que los conquistadores trajeron consigo, se encuentran cuatro libros sagrados, los Vedas. La palabra “Veda” tiene la misma raíz que “sa-biduría”, al igual que la palabra sánscrita que denomina a los médicos vaidya “el que conoce”. El libro IV, Athawa Veda es una colección de con-juros mágicos que pone de relieve la erudición de los sacerdotes de Atawan. Paralelo a ese Veda se desarrolló un sistema de medicina llamado ayurveda, o ciencia de la vida. La medicina ayurvédica se basa esencialmente en dos tratados, en prosa y en verso, de la primera mitad del primer milenio a.C. Estos dos grandes tratados se basa-ban en las enseñanzas que se remontaban a cientos de años antes de dos médicos, Charaka, que escribió sobre medicina y Sushruta, que lo hizo sobre cirugía. La medicina india se fundamenta en la idea de que los setecientos vasos del cuerpo humano transportan ade-más de sangre, tres básicos doshas (principios) similares a los humores cardinales de la medicina griega: potta (bilis), Kapha (similar a la flema) y el más caprichoso, vayu o viento. Cualquier desarreglo de estos doshas des-encadena la enfermedad. Un ejemplo de la peligrosa na-turaleza de vayu: una mandíbula dislocada se atribuía a una entrada de aire más que al hecho de haber abierto demasiado la boca.

EL LEJANO ORIENTE

Además de estos tres doshas básicos, en el cuerpo había numerosos dhatus: quilo, sangre, músculo, gra-sa, hueso, médula, semen, orina y sudor; y si alguno de ellos aumentaba o disminuía sensiblemente, aparecían los primeros síntomas clínicos. En los primeros tiempos, la cirugía se consideraba como la rama más importante de la medicina; en el Ayurveda se le concede un puesto prioritario y encabeza ocho divisiones de la medicina. Más tarde su uso fue re-duciéndose, debido a las prohibiciones budistas sobre la manipulación de los muertos y la disección. El campo se dividió en “salya”, dedicada exclusivamente a la extrac-ción de objetos extraños, como fragmentos de madera, tierra, hierro y flechas; y “salakya”, el tratamiento de las enfermedades de los oídos, ojos, boca, nariz y otras par-tes por encima de la clavícula. Todas las operaciones quirúrgicas se realizaban guar-dando rigurosamente un elaborado sistema de rituales religiosos. Primero los auspicios celestes tenían que ser favorables. A continuación se propiciaba al dios del fue-go ofreciéndole leche cuajada, arroz, bebidas y joyas. Finalmente, el paciente se sentaba mirando al este, el cirujano hacia el oeste. Sushruta aconsejaba que antes de la operación se le diera al paciente una buena comida, regada con vino fuerte. El efecto de la comida será para sostener la fuer-za, mientras que el efecto del vino será hacerle incons-ciente al dolor. Antes de las operaciones en la boca, sin embargo, se aconsejaba al paciente no comer. Después de la operación el doctor recitaba una serie de encan-tamientos: “Que el dios del fuego proteja tu lengua; que Brahma y los demás dioses te bendigan; que tu vida sea protegida; líbrate del dolor”. En la India la Odontología era, según se creía, de ori-gen divino, al igual que en muchas otras partes del mundo

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antiguo. Tradiciones que remontaban a 5.000 años a.C. sostenían que los Ashvius, hijos gemelos del sol, impartie-ron su conocimiento sagrado a Indra; e Indra a su vez hizo descender la ciencia de la vida a Dhavantari, deidad de la medicina. La mayor parte de nuestros conocimientos sobre los pri-meros tratamientos dentarios indios provienen del Sushru-ta Sambita (sambita significa “colección”). El Sushruta prescribe la escisión de crecimientos carnosos en el paladar, tumores rojizos del paladar y tumores sobre el tercer molar. Si el tumor crecía en las encías o lengua, se prefería la escarificación o la cauterización a la interven-ción. La cauterización era a menudo el remedio preferido, sobre todo para enfermedades bucales. El cirujano em-pleaba un hierro diseñado para ese fin cuya punta ovoide y plana se calentaba al rojo vivo. También se usaban fluidos

calientes (miel, aceite o cera llevados hasta su punto de ebullición). El cirujano indio, como el griego, podía recomendar sangrías con sanguijuelas, porque “la sangre mala causa enfermedades en la boca”. Las fracturas de la mandíbula se trataban con complicados vendajes y el método para redu-cir la luxación de mandíbula era el siguiente: se calentaba la zona alrededor de la articulación, la mandíbula se ponía en su posición normal, se aplicaba un vendaje debajo del mentón y se suministraba un fármaco. La dieta de las clases altas era muy rica en carbohidratos fermentables y comprendía la miel y frutos como higos y dátiles. En consecuencia, este grupo debió de sufrir alta incidencia de caries dental; de hecho hay numerosos reme-dios para el dolor de dientes en la literatura india. Se pres-cribían complicadas pociones, pero también había otras modalidades terapéuticas, como gargarismos, ungüentos y sustancias inductoras del estornudo. Vagbhata, un activo cirujano del año 650 a.C. reco-gió muchas de las enseñanzas de Sushruta, añadiéndoles las suyas propias. Recomendaba matar el gusano dental llenando la cavidad cariada con cera y quemándola con una cánula caliente. Si eso no bastaba para calmar el dolor, recomendaba la extracción con un fórceps especial, cuyas puntas tenían la forma de una cabeza de animal. Sushruta describió dos clases de instrumentos quirúr-gicos: yantra o “romos” y sastra o “agudos”. Sin embargo Sushruta desaprobaba la extracción de molares firmemen-te enraizados, prefiriendo sacar solo los que estaban flojos, usando para este propósito una palanca especial, muy pa-recida al instrumento dental moderno llamado “elevador” pero con la punta plana y en forma de flecha. Al contrario de Sushruta o Charaka, Vagbhata se inte-resa sobre la dentición cuando considera las enfermedades de los niños. Presentía que muchas clases de enfermeda-des, entre ellas la fiebre, la diarrea y la tos, pueden estar causadas por una dentición dificultosa. . Aconsejaba como tratamiento aplicaciones de pimienta molida con miel o carne de perdiz con miel; pero no era partidario de to-

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mar medidas demasiado severas porque “los síntomas de la erupción desaparecen por sí solos”. Este consejo es mucho más saludable que la bárbara costumbre de pinchar las en-cías del niño, tan practicada en el mundo occidental en los siglos XVIII y XIX. Las creencias tanto religiosas como médicas contribu-yeron para que los indios prestaran atención a sus dientes. Los hindúes consideran la boca como la puerta del cuerpo y por lo tanto insisten en mantenerla escrupulosamente limpia. Los brahmanes o sacerdotes frotan sus dientes du-rante una hora, mientras recitan sus oraciones, de cara al sol naciente; e invocan la bendición del cielo para ellos y sus familias. No hay ningún hindú devoto que desayune sin haberse lavado primero sus dientes, lengua y boca, pues cree que muchas enfermedades son causadas por los dien-tes en malas condiciones. Tanto Charaka como Sushruta tratan sobre el procedi-miento adecuado y el régimen diario, prestando especial atención a la higiene oral y ambos, Sudhruta y Vagbhata hablan de la necesidad de sacar los cálculos de los dientes,

usando a tal efecto un instrumento especial con la punta plana en forma de diamante. Sushruta empieza el capítulo dedicado a la higiene general con estas palabras: “Un hom-bre debe dejar el lecho pronto por la mañana y cepillar sus dientes”. Los indios consideran poco menos que bárbaro usar el cepillo de dientes con cerdas de pelo animal. Sus cepillos de dientes son tallos frescos con las fibras deshilachadas. El árbol del que proceden varía con las estaciones y el tempe-ramento del usuario. Generalmente tiene un sabor amargo y un efecto astringente. El ritual diario no se limita a cepillar los dientes, sino que se rascan la lengua con un instrumento especial y se untan el cuerpo con un aceite aromático. Finalmente se enjuagan la boca con una tisana de hojas de betel, alcanfor y otras hierbas. Más de dos milenios antes, los doctores griegos ya estaban familiarizados con los enjuagues indios para el mal aliento. En “Sobre enfermedades de la mujer” Hipócrates describe una “preparación india” hecha macha-cando anís, eneldo y mirra en vino blanco.

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talla de marfil, en torno a la cual existe una fascinante historia. Cuando Gautama Buda murió, hacia el año 483 a.C., uno de sus discípulos, Kemo Thoro, le extrajo un diente antes que el cuerpo fuese consumido en la pila funeraria. Thoro llevó el diente a la ciudad de Kalinga, que se convirtió en Dantapura, la Ciudad de Diente. En el año 411 d.C. el diente de Buda fue trasladado a Ceilán; hacia 1315 fue rescatado por los malabares, que lo devolvieron a la India; pero por la valiente in-tervención de Prahrama Bahu III, sacerdote budista, fue recuperado y devuelto a Sri Lanka. Durante los

tumultuosos tiempos que siguieron, el diente fue escondido en diversas partes de la tierra. En 1560 fue descubierto por los portugueses, llevado a Goa por Don Constantino de Bra-ganza y quemado en presencia del gobernador de la India y su corte. En este momento el budista Vikrama Bahu, hombre de recursos, talló el nuevo diente de mar-fil, que hoy es venerado en el templo de Kandy. Los budistas lo aceptaron en todas partes como un valioso sustituto del diente original. El templo del diente es un pequeño y mo-desto edificio de granito, pero las riquezas que encierra son incalculables. Cervantes dijo en una ocasión: “Cada diente de un hombre vale más que un diamante”, pero el diente sustitu-to de Buda vale el rescate del rey de España, según refiere la descripción de Lord Frederic Hamilton (Hamilton tuvo la oportunidad de ver el diente en 1920, ya que el secretario colo-nial británico era el protector de la reliquia).

EL DIENTE SAGRADO DE BUDA

De entre todas las reliquias sagradas del mundo, no hay ninguna más venerada que el Diente Sagrado de Buda, guardado en el Dalada Ma-

ligawa, o templo del Diente, en Kandy, Sri Lanka (Cei-lán), el lugar más sagrado de la religión budista. Allí, una vez al año, se celebran las “Fiestas del Diente Sa-grado” en el transcurso de las cuales un elefante, ador-nado de oro reluciente, recorre el camino alfombrado de pétalos de rosa, con una urna dorada en su espalda que sostiene la reverenciada reliquia, mientras cientos de miles de devotos peregrinos se postran a adorarlo. Sin embargo, el venerado diente no es más que una

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las operaciones quirúrgicas que no produzcan grandes hemorragias sanguíneas”. Sin embargo, el óxido nitroso produce, en un primer momento, excitación y solo más tarde, sedación e in-consciencia. A pesar de no saber aprovechar el segundo atributo del gas, la profesión médica tomó en cuenta el primero. Actores ambulantes, a menudo caracterizados de pro-fesores, viajaban a lo largo de Estados Unidos haciendo demostraciones sobre los efectos del óxido nitroso. En 1844, un joven dentista de Hartford, Connecti-cut, Horace Wells, después de usar el óxido nitroso en unos cuantos pacientes, pidió al Massachusetts General Hospital, por entonces la institución médica más fa-mosa de la nación, que le diera la oportunidad de ex-poner públicamente su gran descubrimiento. En enero de 1845 Wells extrajo en la clase del Dr. John Collins Warren, un molar a un estudiante. Por desgracia retiró el gas mientras el paciente estaba en la fase de excitación y el estudiante se quejó como si tuviera dolor; Wells fue abucheado y tuvo que abandonar la clase humillado. EL ÉTER

Un antiguo alumno de Wells, llamado William Mor-ton, tenía un profesor que era un químico, Charles Jackson, quien le sugirió que probara el éter. Jackson

LA ANESTESIA: GRAN CONTRIBUCIÓN DE LA ODONTOLOGÍA A LA MEDICINA

Quizá no exista ningún avance en el conocimiento médico que haya aliviado más sufrimientos humanos que el descubrimiento de los anestésicos. Este gran regalo a la humanidad fue hecho por un dentista estado-unidense en 1844.

EL ÓXIDO NITROSO

Los químicos estaban dando grandes pasos en el úl-timo cuarto del siglo XVIII. Se aislaron muchos gases, entre ellos el nitrógeno, por Daniel Rutherford en 1772 y en 1774 el oxígeno, por el brillante clérigo inglés Jo-seph Priestley, que había descubierto dos años antes el óxido nitroso. Se esperaba que estos nuevos gases pu-dieran ayudar a combatir las enfermedades y, para expe-rimentar con ellas, la profesión médica creó las “pneu-matic institutions” (instituciones gaseosas), donde se administraban gases a pacientes que sufrían de todo tipo de enfermedades, desde tuberculosis a enfermedades del estómago. Un químico y físico inglés, Humphry Davy (1778-1829), a la edad de veintiún años fue nombrado director de la mayor de estas instituciones en Clifton. Davy llevó a cabo experimentos con muchos gases, pero estaba muy intrigado por el óxido nitroso. Se sometió él mismo y muchos animales a sus efectos, obteniendo diversos re-sultados, por ejemplo que su inhalación produce sensa-ciones muy placenteras y tiende a reducir la sensibilidad al dolor. En 1800 publicó sus descubrimientos y en su trabajo hace esta profética afirmación: “Como el óxido nitroso, entre sus diversos efectos, incluye el de aniquilar el dolor físico, podría probablemente ser usado con provecho en

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tenía el hábito de inhalar éter, cayendo a menudo sin conocimiento, como lo hacen los bebedores y conocía la capacidad del éter para producir inconciencia. Después de experimentar con la droga en algunos animales y consigo mismo, Morton estaba preparado para utilizarlo en las extracciones dentarias. La noticia de este importante invento se difundió rá-pidamente por todo el mundo y el 21 de diciembre de 1846 se llevaba a cabo en Londres por el mejor cirujano inglés, Roberto Liston, la primera operación de impor-tancia bajo los efectos del éter: amputó una pierna mien-tras el paciente dormía. La controversia sobre el descubrimiento de la anes-tesia permaneció abierta durante varios años. Horace Wells, después de tratar en vano de conseguir el recono-cimiento, se suicidó. Jackson se volvió loco y fue inter-nado en una institución. Morton, empobrecido a causa

de las batallas legales, murió en la miseria. ¿A quién debe concedérsele el mérito?. Para que uno sea considerado verdadero descubridor de una nueva técnica, debe sa-tisfacer tres condiciones: debe descubrir algo que no sea conocido por la mayoría; debe ser consciente de su sig-nificado y debe comunicar su descubrimiento a otros. De todos los aspirantes, solo el dentista Horace Wells satisfacía las tres condiciones. En 1864, la American Dental Association aprobó una resolución afirmando que Horace Wells de Har-tford, Connecticut, tuvo el mérito de haber introdu-cido la anestesia en los Estados Unidos de América, protestando firmemente contra la injusticia hecha a lo largo de una serie de años y especialmente en las se-siones del Congreso, por conceder ese mérito a otras personas. En 1870, la American Medical Association en

su congreso de Washington, D.C. resolvió “que el honor del descubrimiento de la anestesia práctica se debe al Dr. Horace Wells, de Connecticut.

LA ANESTESIA EN ODONTOLOGÍA

El 21 de diciembre de 1846, un eminente joven dentista de Londres, James Robinson (1816-1862), realizó en Inglaterra la primera extracción dentaria utilizando éter como anestésico, extrayendo un molar a una mujer. En noviembre de 1847, un médico escocés, James Simpson, introdujo el cloroformo, un anestésico más fácil y agradable de aplicar que el éter, siendo adopta-do con entusiasmo por cantidad de médicos, dentistas y cirujanos de ambos lados del Atlántico. Pero el cloroformo es un anestésico muy peligro-so y pronto las revistas dentales empezaron a publicar artículos sobre jóvenes, hombres vigorosos y mujeres, que habían sucumbido al cloroformo mientras se les extraía un molar.

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Como consecuencia, el éter volvió a ser el anestésico por ex-celencia. La adopción del óxido nitroso como anestésico dental generali-zado se retrasó durante diecisiete años. El actor Gardner Quincy Colton fue el responsable de su reintroducción. En 1862, en una demostración en New Britain, Connecticut, una mujer de la au-diencia le pidió a Colton si podía darle óxido nitroso para que su dentista, un tal Dr. Dunham, pu-diera extraerle uno de sus molares. Colton así lo hizo y la operación tuvo tanto éxito que Dunham se convirtió en apasionado defensor de este anestésico. Al cabo de un año lo había administrado con éxito a más de 600 pacientes. Colton, que suministraba el gas a Dunham, se asoció posteriormente con varios dentistas famosos y abrió una clínica en Nueva York. En menos de diez años la Colton Dental Association anunciaba con orgullo haber administrado con éxito óxido nitroso en su establecimiento, más de veintisiete mil veces. El óxido nitroso solo se usó esporádicamente por los dentistas europeos antes de 1870. Fue a través de los esfuerzos de un dentista estadounidense, el Dr. Thomas W. Evans (1823-1897) que fue aceptado fuera de los Estados Unidos. Evans emigró a Francia en 1847 y allí introdujo dos procedimientos innovadores: el uso de la amalgama de plata para obturaciones y la vulcanita (una goma vulcanizada barata, rígida y liviana) para bases de prótesis. Pronto se convirtió en dentista del futuro em-perador Luis Napoléon y de la mayor parte de las fami-lias reales del continente.

En 1867 asistió a la Exposición Universal de París como comisio-nado de Estados Unidos. Allí se encontró con el infatigable Gard-ner Colton, que hacía demostra-ciones del uso del óxido nitroso para anestesia dental. Evans se convirtió en un entusiasta del gas, usándolo con éxito en París en las operaciones quirúrgicas más delicadas. Evans estudió las propiedades del gas para determinar la con-centración óptima que debía usarse y los mejores métodos de administración, ya que el pro-cedimiento estaba aún en sus comienzos y los especialistas no estaban seguros ni siquiera de si el gas debía ser administrado al paciente sentado en una silla o acostado.

Evans fue a Inglaterra para familiarizar a sus colegas ingleses con el óxido nitroso. Los dentistas británicos aceptaron la anestesia a base de óxido nitroso muy rápi-damente. Para apreciar lo que el mundo debe a Horace Wells, solo es necesario imaginar el estado mental de un pa-ciente antes de enfrentarse a la cirugía sin anestesia. En 1841, el Dr. Alfred Velpeau, el mejor cirujano de Fran-cia de este siglo, proclamaba: “Escapar al dolor en las operaciones quirúrgicas es una quimera que no nos está permitido contemplar en nuestros días. En una opera-ción el instrumento cortante y el dolor son dos ideas que nunca se presentan separadamente en la mente del enfermo; y es necesario para los cirujanos admitir su asociación”. Gracias a Wells, solo tres años más tarde los enfermos ya no estaban, “condenados a ir acompañados del Dolor, el Miedo y la Sangre”.