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1 Historia de la Filosofía 2ª parte: La Filosofía moderna

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Historia

de la

Filosofía

2ª parte: La Filosofía moderna

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Índice 1. El origen de la modernidad: Renacimiento y revolución científica

1.1 La quiebra del mundo medieval

1.2 Factores del cambio

1.3 Caracterización del Renacimiento

1.4 La revolución científica moderna

1.4.1 Copérnico

1.4.2 Kepler

1.4.3 Galileo

2. La Filosofía Moderna. Racionalismo, empirismo y criticismo

2.1. La nueva filosofía

2.2. Racionalismo y empirismo

2.3. Racionalismo y Empirismo

2.3.1. El nuevo horizonte intelectual

3. Renato Descartes

3.1. Biografía

3.2. Razón y método

3.3. Fundamentación metafísica: la duda metódica

3.4. Teoría de las sustancia

3.4.1. Dios como garantía de verdad.

3.4.2. El mundo: la sustancia externa

4. John Locke

4.1. Biografía

4.2. Crítica al innatismo de las ideas

4.3. Origen y clasificación de las ideas

4.4. Tipos de conocimiento

4.5. Sociedad y política

5. La Ilustración

6. La idea de contrato en la constitución del Estado Moderno

6.1. El concepto de contrato

6.2. Thomas Hobbes

6.3. Jean Jacques Rousseau

7. Manuel Kant

6.1. Biografía

6.2. ¿Qué puedo conocer? La teoría del conocimiento

6.3. ¿qué debo hacer? El formalismo moral

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1. El origen de la modernidad: Renacimiento y

revolución científica

1.1. La quiebra del mundo medieval

Allá por el siglo XIV empieza a vivirse en Italia un momento de

renovación y cambio, que pronto empieza a extenderse por toda Europa.

Esta renovación suponía un soplo de aire fresco y comportó la innovación

del arte, la literatura, la política, la religión, etc. Se empieza extender la

convicción de que se inicia un nuevo modo de vida. Con una cierta sonrisa

y desdén se mira la concepción medieval de la vida: un mundo que se

considera circunscrito y centrado en el Mediterráneo, una sociedad estamental (nobleza, clero, y

campesinado) muy rígida, un pensamiento estrecho y controlado, centrado casi en exclusiva en

cuestiones religiosas va dejando paso a nuevas inquietudes por el hombre y la naturaleza. En fin, la

ausencia de horizontes vitales va dando paso a una pasión por nuevas experiencias, por la

reivindicación de nuevas maneras de vivir y crear. Hasta tal punto se cree estar en una nueva época

que los hombres más relevantes empiezan a denominar a la nueva situación como "nuevo mundo".

El pacto prolongado establecido entre los poderes políticos y el pontificado habían hecho asumir a

las gentes del Medievo una generalizada visión teocéntrica del mundo y de la vida, en la que nada

escapaba a la providencia divina. El orden en la naturaleza, las conductas humanas y la vida social

estaban –se quisiera o no- reguladas por la voluntad de Dios, que se expresaba inequívocamente a

través del libro sagrado (la Biblia) y de sus “únicos y legítimos mediadores”, el clero.

La autoridad eclesiástica en el Medievo impartía y difundía universalmente su doctrina, fiscalizaba

cualquier tipo de iniciativa que pudiera producirse en los distintos campos de la actividad humana.

“Se consideraba verdad, y por tanto tolerado, aquello y sólo aquello que estuviera de acuerdo con

lo dictado por ese tribunal infalible”. Era el principio de autoridad que lo dominaba todo.

En el ámbito del pensamiento, el balance que el intelectual renacentista podía hacer de las

elaboraciones tardomedievales –salvo honrosas excepciones- no podía tampoco ser muy optimista:

dominaban las universidades y escuelas clericales, que ocupaban su tiempo, sobre todo a partir del

siglo XIV, en rizar el rizo acerca de cuestiones irrelevantes sobre las que se disputaba

interminablemente.

Ese mundo –entendían los renacentistas- estaba vitalmente agotado. Su caída se veía venir, hacía

aguas por todos los frentes. En el horizonte, un mundo nuevo, en cuya gestación van a concurrir

factores de lo más diverso, se está abriendo paso. Acontecimientos de orden económico, social y

político, junto con otros de orden intelectual y científico-técnico, van a producir cambios importantes

en la visión de la vida en unas elites que dispusieron de voluntad y de medios para hacerla llegar a

amplias capas de la población europea.

Sin embargo, el Renacimiento, en contra de lo que piensan muchos de sus protagonistas, no supone

una ruptura radical con el Medievo, pues muchos de los aspectos que caracterizan al Renacimiento

ya se había iniciado en la Edad Media, este es el caso del desarrollo de las ciudades, el desarrollo de

la actividad comercial y mercantil, la reivindicación de la individualidad, etc. Por estas razones

podemos afirmar que a pesar de las novedades que aporta el Renacimiento es una etapa

intermedia, de puente, entre el Medievo y la modernidad.

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1.2. Factores del cambio

Ciudades, burguesía y Estado-nación

En la época que nos ocupa, circunstancias de índole diversa hacen que se asista a una relativa y

progresiva concentración de las poblaciones en torno a las antiguas ciudades (burgos), que ven

aumentar así su capacidad productiva, comercial y financiera. Ello explica la consolidación del

poder de una nueva clase social que va en ascenso –la burguesía- que progresivamente va a ir

imponiendo unos valores nuevos y un estilo de vida que van a significar a medio plazo la ruptura con

el “viejo orden feudal”.

La ruptura entre el Imperio y el Papado explica la progresiva formación y consolidación de las

naciones que, bajo el dominio de una monarquía autoritaria, adquieren índices altos de soberanía,

rompiendo así los viejos lazos de dependencia jerárquica. Es el caso de Inglaterra, Francia y España,

que defienden su propia unidad nacional, anticipando así el nacimiento y generalización posterior

de los Estados modernos.

También en este terreno –el de la formación de los Estados Modernos- se va a dejar sentir el poder

ascendente de la burguesía, que financia las operaciones que aquella construcción necesita,

logrando así un desplazamiento social de la nobleza aristocrática y el inmovilismo que la venía

caracterizando.

La incidencia de decisivos descubrimientos científicos y geográficos

Acostumbrados como estamos hoy a experimentar cómo los descubrimientos y avances que se dan

en el terreno científico y tecnológico generan cambios sociales importantes, no debe resultarnos

difícil entender que los que se dieron allá por los siglos XV y XVI produjeran cambios igualmente

relevantes.

Las investigaciones astronómicas que en esa época se realizaron y que para nosotros hoy son

moneda corriente, ponían en cuestión convicciones compartidas y que parecían de “sentido

común”: ¿cómo no iba a ser plana la tierra?, ¿cómo no va a dar vueltas alrededor de la tierra el

sol?... Por tanto, mantener posturas distintas al sentido común era considerado algo extravagante

propio de gentes ociosas.

Pero es que, además, las nuevas ideas astronómicas, que veremos en otro capítulo de este tema, se

oponían frontalmente a la imagen del Universo que la Biblia, (libro revelado por Dios y, por tanto

absolutamente cierto), nos había trasmitido el libro sagrado: ¿no creó Dios al sol y a la luna para que

iluminaran la tierra?, ¿no mandó Josué detenerse al sol?...

Pero no fueron éstas las únicas investigaciones que venían a derribar las antiguas creencias del

medievo. La cartografía y la invención de la brújula permitieron navegar más allá del mundo

conocido. El desarrollo del timón vertical y la construcción de nuevas naves más estables permitieron

a hombres inquietos aventurarse con éxito por nuevas rutas que permitieron descubrimientos

geográficos decisivos para Europa.

El uso de la pólvora, procedente de China, y el invento de las armas de fuego configuraron nuevas

formas de enfrentamientos bélicos, permitiendo a los estados que las poseían y utilizaban, derrotar a

los enemigos, modificando de modo radical las antiguas formas de guerra. Estos elementos, en

manos de los reyes, fueron factores decisivos en el fortalecimiento de su poder y en la consolidación

de los Estados frente al poder de la nobleza.

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Otro invento de enorme trascendencia, y que pone de manifiesto que estamos en los albores de una

nueva época, fue el reloj mecánico. Éste supuso un control más preciso del tiempo y su

aprovechamiento empieza a ser valorado como fuente de riqueza. La precisa articulación de su

sistema de ruedas y engranajes se convirtió en el paradigma de las máquinas modernas y contribuyó

a la investigación de nuevos artilugios.

Decididamente, el mundo estaba cambiando en muchos terrenos. Pero un nuevo invento que va a

ser de importancia trascendental para el mundo de la cultura y de la ciencia, y, por tanto, para el

futuro del hombre, va a ser la imprenta.

La difusión de la cultura escrita en el medievo era tarea complicada ya que los libros eran copiados

por los monjes a mano, con lo que era una tarea tediosa y larguísima. La invención de la imprenta

por Gutenberg posibilitó la multiplicación de ejemplares de una sola obra de forma rápida

Probablemente el desarrollo de la ciencia y la extensión de la reforma luterana no habrían tenido

lugar sin la aparición de este maravilloso invento. La imprenta rompía con la lentitud exasperante de

los escribas medievales, dedicados de por vida, en el convento, a copiar durante años un ejemplar

de la Biblia. Ahora, en días se podían sacar centenas de ejemplares. Con la imprenta la publicación

de libros se diversifica. Si antes la inmensa mayoría de los textos tenían un carácter eclesiástico, con

la imprenta aparecen nuevas temáticas. La mayor facilidad de las publicaciones, y la diversidad

temática fomenta igualmente el interés por aprender a leer y escribir, cosa que en los años

anteriores, sólo sabían el clero.

La imprenta permitió un extraordinario aumento del conocimiento, puso las obras tanto clásicas

como modernas, al alcance de un público mucho más amplio, socavó el monopolio del

conocimiento que durante siglos había acaparado la Iglesia. Igualmente la imprenta, y el desarrollo

consiguiente de la alfabetización posibilitaron el incremento del individualismo, la lectura personal y

la reflexión en solitario.

Se rompe la unidad religiosa.

El papel central que la religión desempeña en el Medievo, y que en el Occidente europeo estaba

monopolizado por un catolicismo jerarquizado y fuertemente centralista, va a ir debilitándose de

manera progresiva.

El lujo y el clima de corrupción en que vive la Iglesia, sobre todo el alto clero, va a traer consigo

protestas por parte de sectores católicos que ven con inquietud como la Iglesia se ha ido apartando

del mensaje original de Cristo. Personajes como Savonarola van a lanzar desde los púlpitos terribles

acusaciones contra los que utilizan la religión para su lucro personal.

La Iglesia católica va a sufrir a consecuencia de esto fisuras importantes en su seno, siendo sin duda

la más grave y la de más trascendencia la reforma de Lutero. Lutero, alemán de fuerte piedad y

religiosidad, escandalizado por los abusos de poder, las corruptelas clericales y la justificación

sistemática de conductas eclesiales escandalosas, va a plantear, al principio dentro de la Iglesia, la

necesidad de una regeneración hecha sobre la vuelta a los orígenes del cristianismo. Expulsado de la

Iglesia Católica, crea la Iglesia Luterana, que va a determinar la ruptura de la unidad de la Iglesia,

que se va a prolongar hasta nuestros días. Lutero rechaza muchos de los preceptos católicos y

reivindica la vuelta a la lectura personal de la Biblia como texto fundamental, liberándose de los

corsés que imponían las “interpretaciones oficiales”. Lutero y los reformadores, por otra parte, van a

tener ciertas similitudes con los humanistas, aunque también notables diferencias

La escandalosa vida que llevaban muchas personas del alto clero cristianas, llevó a muchos

cristianos a protestar por los escándalos. Tal fue el caso de Lutero, que ante su negativa a pedir

perdón por sus textos críticos fue excomulgado por el papa León X.

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Cierto es que la Iglesia va a reaccionar con la Contrarreforma, pero ya nada va a ser igual en la

extensión e intensidad del poder pontificio en la esfera de las políticas europeas ni en las conciencias

y conductas de sus ciudadanos.

Estos transcendentales cambios se ven acompañados del redescubrimiento de los textos originales

griegos y latinos, lo que impulsó las labores de traducción, interpretación y exégesis de estas obras. Al

tiempo empieza a utilizarse las lenguas vernáculas (francés, castellano, catalán, etc.) en el desarrollo

de las nuevas artes.

Igualmente, aumentan los contactos entre Oriente y Occidente, sobre todo a raíz de la toma de

Constantinopla por los turcos en el año 1453, que propició la emigración de muchos sabios, artistas e

intelectuales a Occidente. Su fuerte formación clásica les permitió difundir estos conocimientos, hasta

hacía poco desconocidos por los humanistas occidentales.

1.3. Caracterización del Renacimiento

El Renacimiento se caracteriza tanto por la

increíble variedad de sus manifestaciones culturales

como por la extraordinaria brillantez y variedad de

éstas. En una misma generación Miguel Ángel,

Leonardo y Rafael crearon obras pictóricas,

escultóricas y arquitectónicas de increíble belleza y

originalidad, Colón descubrió un nuevo mundo,

Copérnico rompió con la imagen medieval del

universo reivindicando el heliocentrismo e iniciando

la revolución científica moderna, y Lutero se rebeló

contra la Iglesia Católica dando origen a la ruptura de la unidad de ésta y a la aparición de la

Reforma protestante.

A diferencia del hombre medieval que acepta acríticamente la imagen del mundo establecida por

la Biblia y la tradición griega, el renacentista se atreve a penetrar y reflejar individualmente los

secretos de la naturaleza, tanto en las artes como en la ciencia, con un refinamiento matemático,

una precisión empírica y una inspiración estética sin parangón. El hombre, que pronto va a descubrir

el "nuevo mundo" y va a circunvalar la tierra, se atreve ya a desafiar a las autoridades y busca la

verdad basándose en su propio criterio.

La música polifónica, la tragedia, la comedia, la poesía, la autobiografía, el ensayo, la pintura, la

arquitectura, alcanzaron nuevos niveles de complejidad y belleza. No había campo del

conocimiento y de la creación que pareciera estar fuera del alcance del hombre.

Los temas de carácter religioso que son los que predominan en la primera etapa del Renacimiento

van siendo sustituidos en el Cinquechento por temas de carácter mundano y pagano, tal como se ve

en estas obras de Filipo Lippi y Botticelli

La infravaloración de la vida terrenal en aras de la vida de ultratumba del hombre medieval da paso

a la reivindicación del goce inmediato. Desde la antigua cultura griega no se había visto un

desarrollo tan prodigioso de la conciencia y la cultura humana. El hombre occidental había

renacido.

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No obstante, sería un tremendo error considerar al Renacimiento exento de sombras y desastres.

Efectivamente, desde mediados del siglo XIV la peste negra se extendió por toda Europa acabando

con un tercio de la población con los consiguientes estragos económicos y sociales. La Guerra de los

Cien Años entre Francia e Inglaterra fue un conflicto interminable y ruinoso, mientras Italia era

invadida y saqueada repetidas veces. Por otra parte proliferaban los bandidos, piratas y mercenarios.

Las guerras de religión llegaron a alcanzar proporciones internacionales. Las universidades estaban

esclerotizadas. Proliferaba por doquier la magia negra, el culto al diablo, las misas negras, la

Inquisición. Los turcos amenazaban Europa. En fin, la Iglesia era un verdadero centro de corrupción y

decadencia religiosa.

En paralelo a los progresos causados por los nuevos inventos y descubrimientos se produjeron

notables cambios psicológicos en los europeos, nuevas formas de entender la vida terrenal, la

búsqueda del goce... En muchos aspectos las ciudades-Estado italianas (Venecia, Florencia...),

fueron los centros europeos más adelantados. El desarrollo del comercio, el próspero comercio

mediterráneo y el contacto continuo con las civilizaciones orientales les permitieron la acumulación

de una riqueza económica y cultural sin parangón.

Este nuevo modelo de vida suponía una ruptura, y los renacentistas eran conscientes de ella, con la

idea cristiana medieval en la que la identidad personal se veía absorbida por el cuerpo colectivo

que constituía la Iglesia. Este espíritu individualista se conseguía no a través del apartamiento del

mundo, sino a través de la aventura, la creación artística, la investigación científica, el espíritu

comercial, etc.

Las influencias combinadas de dinamismo político, riqueza económica, vasta actividad científica e

intelectual, sensualidad en el arte y el estrecho conocimiento de la cultura clásica y oriental,

estimularon a las clases dirigentes italianas un nuevo espíritu y un talante cada vez más secular que se

fue extendiendo por toda Europa.

No obstante esta progresiva secularización, la Iglesia Católica participó y coadyuvó al triunfo del

Renacimiento. Así, se construyeron multitud de templos por parte de los artistas más sobresalientes y

bajo la guía del Papa Julio II, Rafael, Bramante, y Miguel Ángel pintaron, esculpieron y construyeron

obras asombrosas e inmensamente bellas para celebrar la majestad de la visión católica del mundo,

y donde se reunían e integraban los elementos más diversos: judaísmo y helenismo, escolasticismo y

humanismo, platonismo y aristotelismo, mito pagano y revelación bíblica.

A todos estos aspectos hay que sumar la aparición de una nueva sensibilidad, que conocemos con

el nombre de Humanismo y que desde cierto tiempo atrás viene fraguándose en Italia pero que va

contagiando al resto de Europa. Se trata de una corriente que en el campo literario y pedagógico

proponía una vuelta a los clásicos grecolatinos, pero que, distanciándose deliberadamente del

Medievo, llegó a convertirse en un nuevo estilo de vida, de sentir y de actuar en el mundo.

Si convenimos en considerar a la Edad Media como fundamentalmente teocéntrica, en la medida

en que la nueva era se quiere desmarcar de ella, podemos decir que estamos asistiendo a un viraje

antropocéntrico. No quiere ello decir que desaparezcan de la escena el interés por los asuntos

religiosos, sino que son pasados por el filtro de lo humano.

El hombre renacentista aspira a realizar, en sí mismo, el ideal de humanidad; es decir, pretende

desarrollar todas las capacidades creativas humanas. Para ello se potencia el desarrollo de la propia

individualidad y subjetividad en todos los aspectos, de manera que el Renacimiento supone el

florecimiento de grandes individualidades, pues se valora extraordinariamente la originalidad del

artista.

Existe un enorme entusiasmo por saber. Nos encontramos en un periodo optimista en el que se cree

firmemente en las capacidades humanas y en el progreso del saber. Existe una extraordinaria

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curiosidad por desvelar los secretos de la naturaleza. Este nuevo espíritu se manifiesta, ya lo hemos

comentado, en las Bellas Artes, pero también en la literatura, la filosofía...

En la esfera de la filosofía política, la autonomía des ser humano y la confianza en la capacidad que

éste tiene para organizarse socialmente, sin sometimiento a autoridad religiosa alguna, quedan

recogidas en El príncipe de Maquiavelo, considerada como un clásico del pensamiento político e

inspirador de las teorías posteriores. También en este campo aparecen las utopías renacentistas.

El término utopía deriva del griego ou (partícula negativa) y topos (lugar). Es un lugar inexistente, pero

deseable, que posibilita criticar la situación social presente (recordar a Platón), como insatisfactoria y

trazar horizontes para la construcción de una sociedad futura más justa, más feliz. Se trata de un

sueño consciente y de carácter profético que, en buena medida, ha llegado a realizarse

históricamente. Es distinto que la quimera, que no sólo es irrealizable, sino que constituye una evasión

que desvía a las personas de sus responsabilidades.

Uno de los más importantes utopistas del Renacimiento (a quien le debemos el nombre de utopía),

fue Tomas Moro, que en el siglo XVI y durante el reinado de Enrique VIII, escribe un libro, Utopía,

donde tiene la osadía de describir una isla en la que existe libertad religiosa efectiva, está resuelto el

problema sanitario y de seguridad social, hay comedores colectivos, los cargos públicos son electos y

rotativos, hay una reducción del tiempo de trabajo, no existe la propiedad privada, las tareas más

duras se reparten por turnos de manera equitativa... Aspiraciones todas impensables en su época,

muchas de las cuales se harían realidad siglos más tarde.

En la misma línea que Tomás Moro, se produce la utopía de Campanella, La ciudad del Sol, en la que

no existe la propiedad privada, todas las personas son iguales y dueños de su destino, y La Nueva

Atlántida de Bacon, en la que geniales anticipaciones tecnológicas permiten la vida feliz de sus

habitantes

En el campo de la filosofía quedan reflejados también los deseos humanistas de vuelta a los clásicos,

sin los condicionamientos a los que estuvieron sometidos durante el Medievo. No obstante, la filosofía

renacentista apenas fue original y hemos de esperar al siglo XVII para que haga su aparición, con

Descartes, la filosofía moderna.

1.4. La revolución científica moderna

Durante el Renacimiento se produjeron cambios drásticos

respecto al Medievo que van a tener consecuencias

fundamentales para el futuro de Europa, y, con ello, para el

porvenir del mundo.

De todos estos hechos históricos hay tres fenómenos que

destacan por su repercusiones: el descubrimiento de América, la

Reforma de Lutero y la revolución científica; y de la tres fue esta

última la que contribuyó en mayor medida a la cosmovisión

moderna.

La nueva ciencia surge gracias a unas condiciones idóneas,

como el nuevo valor que se le otorga al hombre, la confianza en sus capacidades, su enorme

curiosidad, el desarrollo de la matemática, el redescubrimiento de textos científicos griegos,...

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En el Renacimiento predominó una visión animista de la naturaleza, de manera que se consideraba

que el mundo estaba constituido y regulado por unas fuerzas de carácter espiritual similar al alma

humana. El conocimiento de estas fuerzas se consideraba fundamental para su dominio. Esta nueva

sensibilidad contribuyó al desarrollo de la magia y de la alquimia.

Estas ideas y supersticiones van a constituir el precedente de la revolución científica, ya que, sin

pretenderlo, con sus investigaciones y búsquedas de la piedra filosofal que convirtiera los minerales

en oro, dio pábulo a la experimentación, condición esencial para el surgimiento de la ciencia.

1.4.1. Copérnico

Copérnico un monje polaco fue el primero y el que, más que ningún

otro, provocó y simbolizó la ruptura radical de la modernidad con la

cosmovisión antigua y medieval.

Copérnico (1473-1543), buscó y propuso una solución nueva para el viejo

problema del aparente movimiento errático de los planetas, que era

explicado de acuerdo con la concepción aristotélico ptolemaica de una

manera extraordinariamente complicada. La concepción antigua estaba

basada en distintos supuestos:

la tierra está inmóvil y ocupa el centro del universo

movimiento de los astros es uniforme y su trayectoria circular

la materia de los astros es perfecta e incorruptible: el éter

los astros están incrustados en esferas cristalinas que también son de éter

el límite último del universo está constituido por la esfera de las estrellas fijas.

Las sucesivas excepciones e irregularidades que los astrónomos encontraban a estos supuestos eran

explicadas por medio de artilugios matemáticos cada vez más complejos y complicados, de manera

que la imagen del universo era cada vez más problemática y en ciertos círculos científicos empezó a

larvarse la idea de que Dios no podía haber hecho un universo tan complicado.

Copérnico vio en esta visión del universo un "monstruo" y sospechó que la astronomía clásica estaba

fundamentada en un error esencial. Lo que impulsó sus investigaciones fue, paradójicamente, un

conjunto de prejuicios religiosos y filosóficos, pues según nuestro astrónomo Dios no podía haber

creado un mundo tan complicado, sino haber creado un cosmos mucho más simple. Su formación

neoplatónica y pitagórica le llevaba a pensar que el mundo tendría que ser comprensible en

términos matemáticos simples y armoniosos. Armado con estas creencias y habiendo conocido la

obra del astrónomo griego Aristarco de Samos que había propuesto al sol como centro del universo

formuló la hipótesis heliocéntrica, siendo la Tierra uno de los planetas que giraba alrededor de aquél.

A pesar de la aparente absurdidad de estas hipótesis Copérnico observó que este modelo era

cualitativamente mejor que el de Ptolomeo, ya que explicaba sin dificultad el movimiento diario de

los cielos y el movimiento anual del sol como consecuencia de la rotación diaria de la Tierra sobre su

eje y de su revolución anual alrededor del sol. La apariencia del movimiento del sol y las estrellas

podía considerarse una ilusión debido al movimiento terrestre.

Además, el heliocentrismo podía explicar con mayor rigor muchos de los problemas que habían

obsesionado a los astrónomos, como los movimientos aparentemente retrógrados y progresivos de

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los planetas en relación a las estrellas, y sus diferentes grados de brillantez podían entenderse más

fácilmente como resultado de la contemplación de los planetas desde una tierra móvil.

Su idea la hizo circular entre sus amigos en el 1514 y dos décadas más tarde hizo una disertación de

su teoría ante el Papa, que la aceptó sin reservas. No obstante, se abstuvo de publicarla, pero ante

la insistencia de sus amigos y discípulos dio su consentimiento. Un ejemplar de su obra llegó a manos

de Copérnico el último día de vida, en el 1543.

Durante varias décadas las ideas copernicanas apenas tuvieron eco en los ambientes intelectuales

europeos, que la veían inverosímil y absurda, pero cuando empezó a ser considerada por algunos

astrónomos de gran prestigio y preparación se inició el rechazo y la persecución de la nueva teoría

heliocéntrica.

La oposición, no obstante, no la inició la Iglesia católica, sino los reformadores protestantes. La razón

era obvia: el heliocentrismo contradecía a la Biblia, y ésta era para los protestantes la única y

auténtica autoridad y, por ello, los protestantes se dieron cuenta rápidamente de la amenaza que

suponía para los contenidos bíblicos la nueva teoría y rápidamente la condenaron.

Algo más tarde, a comienzos del siglo XVII, la Iglesia Católica rechazaba también la nueva teoría,

incluyendo el libro de Copérnico en el "índice" de libros prohibidos, y un signo trágico de esta actitud

intolerante y dogmática fue la condena y muerte en la hoguera del filósofo neoplatónico Giordano

Bruno por haber defendido el heliocentrismo.

1.4.2. Kepler

Como ya hemos dicho, la indiferencia con que fue recibido por muchos

intelectuales el libro de Copérnico, fue trocándose poco a poco en aceptación,

de manera que progresivamente fue siendo aceptada la nueva teoría,

empezando a ser considerada por muchos astrónomos como útil y los cálculos

matemáticos de Copérnico imprescindibles para dar cuenta de muchos

fenómenos celestes. Sin embargo, las teorías del astrónomo polaco dejaban aún muchos problemas

sin resolver, en parte porque Copérnico había aceptado para su nuevo sistema muchos de los

supuestos del geocentrismo, como el movimiento circular y uniforme de los astros, las esferas

cristalinas, y había dejado sin explicar ciertas objeciones que se derivaban de su sistema, como la de

porqué un objeto lanzado hacia arriba caía en el mismo sitio desde el que había sido lanzado y no se

desplazaba.

Curiosamente, lo que determinó que la teoría copernicana fuese aceptada no fue la utilidad de su

precisión intelectual, sino sobre todo, su superioridad estética. Sin este prejuicio intelectual creado por

un juicio estético de raíz neoplatónica y la Revolución Científica podía no haberse producido o, al

menos, no como se produjo.

Kepler con su apasionada creencia en el poder trascendental de los números y las formas

geométricas y su visión del sol como imagen central de Dios, se vio extraordinariamente

condicionado por motivaciones neoplatónicas.

Kepler fue también discípulo de Ticho Brahe, un gran astrónomo, y heredó de éste un amplísimo

conjunto de datos y observaciones astronómicas. Armado con estos datos, de su neoplatonismo y de

su fe en el heliocentrismo se dedicó a descubrir las leyes matemáticas simples que resolvieran el

complejo problema de los planetas.

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Durante casi diez años se esforzó en contrastar las observaciones de Ticho con las hipótesis

copernicanas, deduciendo finalmente que algunos de los supuestos copernicanos estaban

equivocados y formulando las tres leyes de la astronomía moderna que quebraron de forma

definitiva la cosmovisión antigua. Las tres leyes son las siguientes:

Los planetas describen alrededor del sol órbitas elípticas, con el sol en uno de focos de la

elipse.

El movimiento de los planetas tiene una velocidad variable en forma proporcional a su

distancia al sol, más rápido cuanto más cerca está de éste, barriendo áreas iguales en

tiempos iguales.

Los cuadrados de los periodos de los planetas son proporcionales a los cubos de sus

respectivas distancias medias al sol.

Con estas tres leyes por primera vez una solución matemática al problema de los planetas

conducía directamente a una explicación física de los cielos en términos de un movimiento

físicamente admisible

1.4.3. Galileo Galilei

Aunque fue Kepler quien sentó las bases de la astronomía moderna

fue Galileo quien aportó las primeras pruebas empíricas realmente nuevas.

Efectivamente, aunque Galileo no inventó el telescopio, sí fue el primero que

tuvo la sencilla y sin embargo genial idea de dirigirlo en dirección a los cielos,

comprobando de esta manera experimentalmente la falsedad de muchos de

los presupuestos de antigua astronomía.

Si la luna tenía cráteres y montañas y si al sol se le apreciaban manchas (tal y como se veía con el

telescopio), esto probaba que estos cuerpos no eran realmente perfectos, incorruptibles e inmutables

como se creía. De igual manera si Júpiter era un cuerpo móvil e incluso así tenía lunas que giraban

alrededor de él mientras todo el sistema planetario giraba según una órbita mayor, lo mismo podía

hacer la Tierra con la Luna, lo cual refutaba el argumento tradicional según el cual la Tierra no podía

moverse alrededor del Sol, pues si así fuera la Luna hubiera quedado fuera de su órbita. De igual

manera si con el telescopio se podían apreciar las fases de Venus esto probaba que este planeta

giraba alrededor del Sol. Finalmente, si se experimentaba que la Vía Láctea estaba formada por una

infinidad de estrellas esto probaba, como había anunciado Copérnico, que el universo era más

grande de lo que se había considerado tradicionalmente.

Todos estos datos Galileo los expuso en un libro que provocó un gran escándalo y conmoción en los

ambientes intelectuales europeos, ya que el telescopio ponía en evidencia que la teoría

heliocéntrica no era una teoría meramente especulativa, sino que poseía una justificación física

visible y experimental. En virtud del telescopio y de los contundentes libros de Galileo la astronomía

adquirió un interés vital más allá de los círculos intelectuales. El triunfo de la revolución copernicana

había comenzado.

A estas evidencias se opuso con vehemencia la Iglesia a pesar de que Galileo era amigo del Papa, a

quien le había dedicado un libro Il saggiatore , y que el cardenal Belarmino, el teólogo más

importante de la Iglesia que declaró "falsa y errónea" la doctrina copernicana, había sido partidario

de esta teoría.

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La lucha encarnizada que la Iglesia Católica mantenía con la Iglesia Reformada, y el sentimiento de

crisis que aquélla vivía, fueron probablemente causas que llevaron a la Iglesia Católica a rechazar la

nueva teoría. A Galileo se le pidió que abjurara de la nueva doctrina, pero como éste se negó fue

llevado a juicio por la Inquisición. En su defensa Galileo pidió a Belarmino que observara los cielos por

el telescopio a lo que éste se negó, y Galileo, para salvar su vida, se vio obligado a retractarse, al

final del juicio, se dice, pronunció la célebre frase "E pur si muove", como prueba manifiesta de su

aceptación del heliocentrismo. A pesar de que salvó su vida fue condenado a permanecer recluido

de por vida en la Villa Médici.

Esta decisión causó un gran daño a la Iglesia pues su defensa irracional del geocentrismo provocó la

merma de su autoridad en sectores intelectuales. Tras la condena de Galileo y la prohibición de sus

libros, éstos pasaron clandestinamente al norte de Europa donde a partir de entonces residiría la

vanguardia de la intelectualidad.

Con la victoria del heliocentrismo, que contradecía los dos fundamentos religiosos: la interpretación

literal de la Biblia del protestantismo y la autoridad sacramental del catolicismo, se resintió el

cristianismo institucional en su conjunto, y aunque la mayoría de los intelectuales y científicos seguían

manteniendo sus creencias cristianas, el cisma, entre ciencia y religión había dado comienzo.

Galileo no sólo destacó en el campo de la Astronomía sino que igualmente puso los fundamentos de

la Física Moderna. Con el uso del método, del que hablaremos más abajo, Galileo demostró el

movimiento uniforme, el uniformemente acelerado y la trayectoria de los proyectiles. Para ello

desarrolló un nuevo método científico, que suponía el rechazo radical del aristotélico (vigente hasta

ese momento), y de su concepción de la naturaleza. Este método tenía los siguientes supuestos:

Rechazo de la autoridad de los antiguos, especialmente de Aristóteles.

Simplicidad de la naturaleza.

La existencia de un orden racional y necesario que podía ser formulado en términos

matemáticos.

A partir de ahora la Física sólo estudiará aquello que puede ser cuantificado, es decir,

aquello que se puede expresar mediante fórmulas matemáticas.

Fenomenismo. Con Galileo se acaba definitivamente con el estudio de las esencias

(aristotelismo) y se considera que la ciencia debe ocuparse sólo de la descripción y

comprensión matemática de los fenómenos.

Con Galileo el camino hacia la autonomía de las ciencias está abierto, el proceso contra el principio

de autoridad es irreversible, la extensión del método científico como fundamento de una nueva

civilización es imparable.

Esta nueva manera de enfrentarse al estudio de la Naturaleza supone la invención de nuevos

procedimientos para estudiar los fenómenos. Así sostiene que el científico debía de tener en cuenta

sólo las "cualidades objetivas" y que pueden ser expresadas matemáticamente (tamaño, forma,

cantidad, peso, velocidad, etc.), mientras que las cualidades meramente perceptibles (color, sabor,

tacto, etc.), debían de descartarse en tanto que son meramente "subjetivas".

Las reglas del método desarrollado por él y que hace posible "la ciencia nueva" son las siguientes:

Matematización de la naturaleza. Las leyes naturales se pueden expresar mediante fórmulas

matemáticas. El lenguaje ordinario (de orden cualitativo: caliente, frío, pesado, ligero...) no

era, consideraba Galileo, el adecuado para describir los fenómenos naturales, sino que era

necesario el lenguaje matemático de carácter cuantitativo y mucho más preciso. A partir

de aquí las Matemáticas se convierten en el instrumento fundamental para la investigación

científica.

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Formulación de hipótesis. La ciencia antigua tenía suficiente con simples observaciones. El

nuevo método que inaugura Galileo rompe con esta observación espontánea y reivindica

una observación rigurosamente seleccionada, preparada y controlada. Este método

recibe el nombre de método hipotético-deductivo. Es necesario antes de empezar la

experimentación la formulación de una hipótesis en términos matemáticos que explique

verdaderamente el fenómeno natural que se esté estudiando. Una vez formulada la

hipótesis de las consecuencias que se seguirían si se confirmara la hipótesis.

Prueba o resolución experimental. La hipótesis se convertirá en ley científica si se confirman

las consecuencias que se deducen de la hipótesis. Para ello, es necesario construir un

experimento que compruebe lo más fielmente posible las condiciones ideales desde un

punto de vista matemático. Si el experimento tiene éxito la hipótesis es cierta; si, por el

contrario, la hipótesis no puede comprobarse experimentalmente, habrá que abandonarse

y buscar otra.

Al final de su vida Galileo publica la obra que más consecuencias habrá de tener para el desarrollo

posterior de la ciencia: Discursos sobre las dos nuevas ciencias. En esta obra Galileo hace una crítica

radical a la concepción aristotélica del movimiento, rechazando el estudio de las causas y las

esencias y considerando que la ciencia sólo puede describir las leyes matemáticas que rigen los

fenómenos, así estableció

2. La Filosofía Moderna. Racionalismo, empirismo y

criticismo

2.1. La nueva filosofía

Los cambios profundos que se venían operando en Europa no tenían más

remedio que cristalizar y hacerse presentes también en el ámbito de la Filosofía,

aunque con unos años de retraso. Efectivamente, hay que esperar a que entre el

siglo XVII para que podamos registrar iniciativas de importancia en este campo,

con propuestas sistemáticas que nos permiten ya hablar de la Filosofía Moderna

claramente diferenciada de la filosofía griega y medieval, dado que la filosofía

que se realizó en el Renacimiento no deja de ser una reelaboración de la filosofía clásica griega.

En torno a dos corrientes se alinean los filósofos más destacados del momento en la escena europea:

el Racionalismo y el Empirismo. Los intereses y preocupaciones que hermanan a ambas no pueden

anular sus profundas diferencias, tal y como podremos comprobar en el desarrollo de los siguientes

temas.

El viraje antropocéntrico de la cultura, la ruptura con el principio de autoridad y el nuevo rumbo que

decididamente ha adoptado la ciencia van a ser factores decisivos para que la Filosofía elabore y

pueda presentar una producción teórica que responda a la nueva situación y marque caminos de

futuro en el pensamiento.

Igualmente, la revolución científica provocó una profunda crisis en la filosofía, ya que la nueva

ciencia desmentía muchos de los postulados de la filosofía

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La reacción de la filosofía a los nuevos retos y a la irrupción de la ciencia moderna da lugar a dos

corrientes filosóficas, corrientes del pensamiento que se desarrollan en oposición a la filosofía

medieval. Sus diferencias más importantes con la antigua filosofía son:

Expresión literaria: las filosofías modernas empiezan a utilizar las lenguas vernáculas: francés,

inglés...

La filosofía sale de sus antiguos límites y usos escolares.

Se da una mayor emancipación de la teología, fortaleciéndose la autonomía de la razón.

Se produce un desplazamiento del interés de la Teología por la investigación sobre el

hombre y la naturaleza.

Se adopta como modelo de reflexión y elaboración filosófica los procedimientos de las

Ciencias.

Aparece el materialismo, es decir, los intentos de explicar al hombre y la naturaleza

prescindiendo enteramente de Dios.

Se desarrollan teorías éticas sin presupuestos religiosos.

Se desarrollan teorías políticas prescindiendo de todo lo sobrenatural.

Racionalismo y empirismo coinciden en hacer de la persona el centro y fin de toda actividad

humana y en dar el protagonismo al sujeto en la decisión sobre la verdad o falsedad de cualquier

enunciado que le llegue con pretensiones de verdad. Ante un enunciado de cualquier tipo (la tierra

es plana, Dios es bondadoso), es el propio sujeto el que ha de decidir acerca de su verdad o

falsedad y lo hace obligando a aquellas afirmaciones a pasar por el filtro de la razón o el de la

experiencia.

La filosofía moderna, dado el éxito de la ciencia, pretende desarrollarse como lo hace ella, por ello

es necesario abandonar las especulaciones inútiles y emprender un camino seguro con el auxilio del

método científico. La filosofía quiere convertirse en un saber científico con la ayuda de las facultades

cognoscitivas. Los hallazgos científicos sobre el universo necesitaban una fundamentación filosófica

que justificara la nueva concepción del mundo. Hasta aquí racionalistas y empiristas coinciden, sin

embargo, las divergencias van a ser muchas. Estas tienen su fundamento en el papel que le dan a las

fuentes del conocimiento. Las dos corrientes le dan importancia a la razón y a la experimentación,

pero lo racionalistas conceden la última palabra a la razón, mientras que los empiristas valoran por

encima de todo la experiencia sensible.

2.2. Racionalismo y empirismo

2.2.1. El nuevo horizonte intelectual

Como ya hemos dicho en el capítulo anterior, racionalismo y empirismo son las dos corrientes

filosóficas que surgen en Europa en el siglo XVII, inaugurando la Filosofía Moderna. Este siglo es un

siglo de crisis y miedos en una Europa con multitud de revueltas sociales y guerra religiosas. A la

aparición de la Iglesia reformada luterana le sigue la Contrarreforma de la Iglesia para mantener y

defender el dogma y la creación del tribunal de la Inquisición para juzgar posibles atentados contra

aquél, lo que propició la persecución de la libertad de pensamiento. Las autoridades de muchos

países se convirtieron al protestantismo, lo que provocó numerosos conflictos bélicos que dieron lugar

a la Guerra de los Treinta Años donde participaron una gran parte de los estados europeos divididos

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entre estados católicos y protestantes. La guerra terminó en el año 1648 en la Paz de Westfalia,

asentándose el principio de la libertad religiosa y de conciencia, aunque para su plena implantación

tengan que pasar bastantes años todavía. A lo largo de este siglo España irá perdiendo la

hegemonía europea para tomarla Francia e Inglaterra.

En este siglo imperan las monarquías absolutas en las que el rey tenía todo el poder de la nación y sus

súbditos. Al mismo tiempo se consolida el auge de la burguesía, que lucha por conseguir, además de

una cada vez mayor influencia económica, una mayor influencia en el campo de las decisiones

políticas y de la cultura.

El triunfo de la ciencia moderna va a determinar un cambio en la concepción filosófica y mundana

del cosmos, pasándose de la concepción cristiana, que había imperado durante siglos, a la

interpretación científica. La filosofía cristiana había considerado que en el caso de que se produjera

una contradicción entre lo que nos dice la razón y lo que sabemos por la fe, había que abandonar lo

que nos decía la razón. A partir de las teorías de Copérnico, Kepler, Galileo, Newton,... la filosofía

moderna en sus corrientes racionalista y empirista, va asumir la autoridad de la ciencia en la

pretensión de alcanzar la verdad sobre el mundo y las leyes que lo gobiernan. La ley, el derecho, se

constituye para la defensa de los derechos de los individuos.

Las guerras y conflictos que jalonan este siglo, el triunfo de la ciencia moderna y otros factores van a

provocar la reaparición del escepticismo. La ciencia ha destruido muchas ideas que durante siglos

habían sido consideradas como absolutamente verdaderas y esto genera una reacción escéptica,

desengañada. Nada es lo que parece, la vida es pura ilusión, nos dirá Calderón en La vida es sueño.

Con el triunfo y progreso de la ciencia el mundo va a pasar de considerarse como un inmenso

organismo vivo, como se había considerado por muchos filósofos desde Aristóteles, a concebirse

como una máquina, como un reloj a quien Dios creó y dio cuerda y dejándolo que se desenvolviera

por sí mismo.

La ciencia se convierte para la nueva filosofía en el modelo a seguir: un pretendido saber como es la

filosofía tiene que investigar y reflexionar con los mismos métodos que utilizan las ciencias, al tiempo

que se pregunta sobre cómo es posible el conocimiento de la verdad y cuáles son las capacidades

y límites del conocimiento humano.

Las dos corrientes filosóficas van a adoptar como modelo de investigación métodos distintos: el

racionalismo considerará que el modelo que la filosofía debe seguir es el matemático, mientras el

empirismo defenderá el método de las ciencias experimentales como el camino a seguir.

El racionalismo considerará que el método de descubrimiento de la verdad es el método deductivo,

aquél que a partir de principios a priori (innatos), nos conduce la verdad absoluta e indudable. El

empirismo, por su parte, afirma que el único método que puede garantizar a la filosofía el

conocimiento es el inductivo, es decir, aquél que partiendo de la observación y experimentación nos

lleva a la verdad, aunque ésta no puede ser absolutamente verdadera, sino solo altamente

probable. El racionalismo defiende que el hombre posee "ideas innatas" que son los principios básicos

del conocimiento humano, sin embargo, el empirismo negará tajantemente esta afirmación,

afirmando que nuestro cerebro es una hoja en blanco al nacer, sobre la que vamos escribiendo

conforme vamos viviendo y conociendo. Abajo tienes una tabla con las diferencias más notables.

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Rasgos del Racionalismo y Empirismo

Racionalismo Empirismo

Continental Británico

Modelo matemático Modelo de las ciencias naturales

Método deductivo Método inductivo

Razón como fuente fundamental de conocimiento y

verdad

Experiencia sensible como fuente fundamental de

conocimiento

Criterio de verdad: evidencia intuitivo-racional Criterio de verdad: experiencia sensible

Existen ideas innatas No existen las ideas innatas

La ciencia nos da un conocimiento verdadero La ciencia nos da conocimientos probables

Sustancialización (existencia de) alma, mundo, Dios Crítica a las ideas de alma, mundo, Dios

Descartes, Spinoza, Leibniz Locke, Berkeley, Hume

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3. Renato Descartes

3.1. Biografía

René Descartes nació en 1596 en La Haye (Turena, Francia) en el seno de

una familia de abogados, comerciantes y médicos. Fue alumno de los jesuitas en el

colegio de La Flèche (1606-1614). La educación en La Flèche le proporcionó una

sólida introducción a la cultura clásica. El resto de la enseñanza estaba allí muy

basada en textos de Aristóteles, acompañados básicamente por comentarios de jesuitas. Conviene

destacar que Aristóteles era entonces el autor de referencia para el estudio, tanto de la física, como

de la biología. El plan de estudios incluía también una introducción a las matemáticas (Clavius). A su

regreso del Colegio a los 18 años, René Descartes ingresó en la Universidad de Poitiers para estudiar

Derecho y posiblemente, algo de medicina.

En 1618 se alistó unos meses como voluntario en el ejército de Mauricio de Nassau. No parece haber

participado en ninguna acción bélica importante, y su intención al alistarse probablemente fuera

"ver mundo".

Además de filósofo Descartes fue un gran matemático, haciendo importantes aportaciones este

campo, entre ellas destaca la Geometría Analítica, herramienta fundamental para las

investigaciones físicas, y sin la cual probablemente no hubiera sido posible los hallazgos de Newton.

El uso del sistema de coordenadas en geometría fue otra de sus contribuciones.

En 1623, con la intención de dedicarse por completo al estudio, se traslada definitivamente a los

Países Bajos, donde llevaría una vida modesta y tranquila, aunque cambiando de residencia

constantemente para mantener oculto su paradero. Descartes permanece allí hasta 1649.

La preferencia de Descartes por Holanda parece haber sido bastante acertada, pues mientras en

Francia muchas cosas podrían distraerlo y había escasa tolerancia, las ciudades holandesas estaban

en paz, florecían gracias al comercio y grupos de burgueses potenciaban las ciencias. Entre tanto, el

centro de Europa se desgarraba en la Guerra de los Treinta Años, que terminaría en 1648.

En 1633, al enterarse de la condena de Galileo, Descartes suspende sus planes de publicar una obra

que aparecerá póstumamente en dos partes (El mundo y El hombre). Sin embargo, esto no lo

disuadió de publicar, pues en 1637 da al público tres ensayos científicos precedidos por el Discurso

del método.

En 1649 Descartes acepta el llamado de la reina Cristina de Suecia y se traslada a este país, donde

muere el siguiente año, víctima de una afección pulmonar.

Como científico, Descartes produjo al menos dos importantes revoluciones. En matemáticas simplificó

las notaciones algebraicas y creó la geometría analítica. Fue el creador del sistema de coordenadas

cartesianas, lo cual abrió el camino al desarrollo del cálculo diferencial e integral por el matemático

y físico inglés Newton y el filósofo y matemático alemán Leibniz. En física, el sistema propuesto por

Descartes consiguió desplazar al aristotélico, al proporcionar una explicación unificada de

innumerables fenómenos de tipo magnético, óptico, en astronomía, en fisiología orgánica, etc. De

este modo sentó los principios del determinismo físico y biológico, así como de la psicología

fisiológica.

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Entre las obras más importantes del filósofo destacan: El mundo, Discurso del método, Meditaciones

metafísicas y Principios de filosofía.

3.2. Razón y método

Para Descartes el centro de interés de la Filosofía debe de ser el hombre y el conocimiento

estrictamente humano (frente al teocentrismo de la Filosofía medieval). Para ello intenta alcanzar un

conocimiento cierto y seguro de la realidad, a través del sólo uso de la razón humana, conocimiento,

nos dice el filósofo, que está al alcance de todo el mundo, ya que la razón es única e igual para

todos los hombres.

Sin embargo, piensa Descartes, aunque esta razón es igual en todos los hombres, esto no ha evitado

que históricamente haya habido multitud de errores y teorías contradictorias defendidas por sus

autores como si fueran absolutamente ciertas; ¿a qué se ha debido esta aparente paradoja? Para

Descartes la razón fundamental radica en que los hombres no han utilizado en sus investigaciones un

criterio de verdad eficaz, es decir, los hombres no han utilizado un patrón, un método adecuado,

para determinar de forma inequívoca la verdad o falsedad de una proposición.

Tradicionalmente, nos dice Descartes, se han utilizado en la Filosofía dos métodos igualmente

equivocados: el criterio de autoridad, es decir, la consideración existente durante la Edad Media de

que algo era verdadero o falso porque así lo había establecido Aristóteles o la Iglesia. El segundo es

el criterio empírico (resultado de la experiencia sensible), que aunque es superior al primero,

tampoco es totalmente acertado ya que la experiencia sensible tiene unos límites al ser imposible

realizar una total enumeración de los seres que estudiamos, y por consiguiente cabe la posibilidad de

que la teoría quede desmentida por la aparición de un nuevo hecho. En consecuencia, es imposible

para Descartes extraer de la experiencia leyes universales.

Esto, sin embargo, no ocurre en las Matemáticas, ya que el criterio de verdad que emplea es

exclusivamente racional, sin apelar a la experiencia. Será pues el criterio de verdad que utilizan las

Matemáticas el que deberá ser empleado por una filosofía que pretenda ser verdadera y universal.

Galileo ya había afirmado la necesidad de matematizar los datos obtenidos mediante la

observación. Descartes, partiendo de este hallazgo, ve en la matemática la ciencia racional que

puede ordenar los múltiples datos que nos suministra la experiencia. De la misma manera que los

matemáticos llegan a las más difíciles demostraciones sin error alguno, lo mismo puede pasarle a los

otros saberes si utilizamos el método matemático.

La razón, pues, debe de ser guiada por un método riguroso que impida el error y posibilite un

conocimiento cierto (tal como la matemática), a través de dos pasos:

Partir de verdades simples (1ª regla de su método), absolutamente evidentes por sí

mismas e independientes por tanto de la experiencia.

Deducir a partir de estas verdades simples todos nuestros restantes conocimientos.

El método

Como ya hemos dicho Descartes se va basar en el método matemático al estar caracterizado por:

la claridad, certeza y deducción ordenada,

la simplicidad de sus principios y la eliminación de todo factor subjetivo (sentimientos,

creencias...) que pudiera alejarnos de la verdad.

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Descartes está convencido de que el uso de este método abre a la Filosofía la posibilidad de

alcanzar una objetividad y certeza parecidas a las de la Matemática, lo cual convertiría a la

Filosofía en una ciencia en su pleno sentido y, por tanto, poseería características de verdad

universal, necesaria e impersonal.

Para cumplir estos objetivos nuestro autor cree necesario dar los siguientes pasos:

formular las reglas del método teniendo en cuenta el procedimiento matemático.

demostrar, mediante una investigación metafísica, su valor universal (proceso de la duda, el

yo pienso y la demostración de la existencia de Dios).

demostrar su fecundidad en todos los campos del saber.

Las reglas del método

Descartes define el método como el "conjunto de reglas ciertas y fáciles que hacen imposible a

quien las observa exactamente tomar lo falso por verdadero, y sin ningún esfuerzo inútil, sino

aumentando gradualmente su ciencia, le conducirán al conocimiento verdadero de todo lo que es

capaz".

Las reglas son las siguientes:

Evidencia: "No aceptar nunca ninguna cosa como verdadera si no se la reconoce

verdaderamente como tal: o sea, evitar la precipitación y la prevención. y no comprender

en mis juicios nada más que lo que se presente tan clara y distintamente a mi espíritu que ya

no tenga ninguna ocasión para ponerlo en duda". El acto por el que el alma llega a la

evidencia es la intuición intelectual.

Análisis: "dividir cada una de las dificultades que se han de examinar en el mayor número de

partes posibles y necesarias para resolverlas mejor". Una dificultad es un complejo de

problemas en que están mezclados lo verdadero y lo falso.

Síntesis: "Conducir mis pensamientos por orden, empezando por los más simples y fáciles de

conocer, para ascender poco a poco, como por grados, hasta los conocimientos más

complejos".

La operación intelectual que debe ser utilizada en el análisis y la síntesis es la deducción, que

junto con la intuición en la regla de la evidencia constituyen las dos operaciones

fundamentales del intelecto humano.

Enumeración y revisión: "Hacer en todo enumeraciones tan complejas y revisiones tan

generales que estemos seguros de no omitir nada". Esta regla lo que permite es comprobar

que no hemos omitido nada en la aplicación de las dos reglas anteriores.

3.3. Fundamentación metafísica: La duda metódica

Las reglas anteriormente expuestas poseen, según Descartes, una justificación en sí mismas. No

obstante ve necesario demostrar su efectividad a través de su aplicación para encontrar una

primera verdad absolutamente cierta, después de haber puesto en duda todos los conocimientos de

su razón. Las características de esta primera verdad, son las que tiene que tener cualquier otro

conocimiento para que sea verdadero. Dicho de otra manera , Descartes pretende saber quien

establece cuando una idea es verdadera o falsa. Antes había sido la autoridad de Aristóteles o la

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Iglesia quien había establecido lo que era verdad o no. Ahora, indudablemente, este criterio no

resulta aceptable, por lo que Descartes va a establecernos el criterio moderno: la verdad o falsedad

de una idea la establece nuestra subjetividad, nuestra razón cuando conoce con evidencia.

Sin embargo, para que esta fundamentación sea posible es necesario hacer en primer lugar una

crítica radical de todo saber antiguo. Descartes nos dice que los conocimientos que él ha ido

adquiriendo a lo largo de su vida los ha considerado verdaderos sólo por la autoridad de quien los

expresa, o sin haberlos realmente comprobado. Se hace necesario, pues, considerar que de todos

los conocimientos adquiridos no se sabe cuáles son auténticamente verdaderos, y cuáles falsos. Para

ello va a considerar que todos los conocimientos adquiridos como falsos. Esta es la duda metódica.

Los rasgos más importantes de esta duda son:

universal: abarca todos los conocimientos.

metódica: sólo la utilizamos como un camino para llegar a la verdad.

provisional: no es definitiva.

teorética: sólo abarca a los conocimientos de carácter teórico y, por tanto, no se pone en

duda ni las leyes, ni las costumbres, ni la religión.

Así pues Descarte duda de:

el mundo externo, a través de la hipótesis del engaño de los sentidos. Si alguna vez nuestros

sentidos nos engañan, supongamos temporalmente que no tenemos seguridad total de

cuando nos dicen la verdad y cuando nos engañan.

los errores de nuestra razón, pues nuestra razón a veces sin advertirlo nosotros se equivoca.

nuestro propio cuerpo, a través de la hipótesis de la confusión del sueño y la vigilia. Si en

algunas ocasiones cuando dormimos creemos que nuestro cuerpo está experimentando

ciertas vivencias y éstas son ilusorias puesto que estamos durmiendo, vamos a suponer que

no tenemos ningún criterio para distinguir cuando dormimos o estamos despiertos.

los conocimientos matemáticos, mediante la hipótesis de la existencia de un genio maligno

que nos engaña continuamente a todos por igual, lo que impide que nos demos cuenta.

Si a pesar de nuestra crítica radical encontramos un principio sobre el que nos sea imposible dudar y,

al mismo tiempo, implique en sí mismo, necesariamente su existencia, éste será el único que pueda

fundamentar nuestros restantes conocimientos y justificar el método.

Salida de la duda: el "cogito"

Es en el carácter radical de esta duda donde encuentra Descartes la justificación de la primera

certeza, cuyo proceso es el siguiente:

1. puedo admitir que me engaño o soy engañado y, por tanto, que no existe nada, ni siquiera

mi propio cuerpo,

2. pero para engañarme o ser engañado, para dudar, es necesario que yo que dudo, que

pienso mi duda, sea algo y no nada.

3. la proposición pienso, luego existo"(cogito, ergo sum), es la única absolutamente verdadera,

siempre que la piense, puesto que es confirmada por la duda misma.

A partir de esta primera verdad indubitable, Descartes deduce una serie de caracteres necesarios de

ese "yo en esa primera verdad:

Yo no existo como cuerpo (la duda continúa), sino que existo sólo como cosa que piensa;

la esencia de mi existir se relaciona sólo con mi pensamiento y sus actividades: dudar,

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entender, negar, afirmar, querer, odiar, etc., y, en general, todo aquello de lo que tengo

inmediata conciencia. Por tanto, todas las cosas distintas del "Yo" siguen teniendo un

carácter problemático y dudoso. Como se ve, y por primera vez, Descartes establece que

la verdad no nos la garantiza nadie, tampoco las cosas objeto de nuestro conocimiento,

sino solo la autoridad de nuestra razón atenta.

Descartes califica al sujeto pensante como "sustancia pensante” o “res cogitans" (opuesto, como

veremos a la "sustancia extensa o res extensa") que no es más que el pensamiento en cuanto

existencia consciente y evidente a sí misma. Descartes define la sustancia del mismo modo que lo

había hecho Aristóteles: "una cosa que existe en forma tal que no tiene necesidad sino de sí misma

para existir”.

A partir de aquí, todas las ideas que intuyamos con la misma claridad y distinción que cuando

pensamos en "pienso, luego existo", tendremos la seguridad de que son verdaderas. Descartes, pues,

afirma que la seguridad de la primera verdad ("pienso luego existo") nos prueba que el método es

apropiado y útil.

3.4. Teoría de la sustancia

3.4.1. Dios como garantía de verdad

Es claro que desde la perspectiva cartesiana del "cogito" solamente podríamos estar seguros de la

existencia de ideas en la mente, abriéndose, por tanto, al peligro de un solipsismo (sólo estoy seguro

de que existo como alma). Es necesario entonces justificar la existencia de un correlato objetivo de

estas ideas, su realidad externa, sensible, objetiva. Dios será para Descartes quien le garantice la

verdad del mundo, de nuestro cuerpo y de las matemáticas. Pero para alcanzar aquel objetivo,

antes es necesario demostrar la existencia de Dios. Descartes propone tres pruebas exclusivamente

racionales, según él, irrefutables y definitivas, las dos primeras tomadas de Tomás de Aquino, la

tercera, de Anselmo de Canterbury,

Una vez reconocida la existencia de Dios, el criterio de evidencia (primera regla) encuentra su última

garantía: Dios, por su perfección, por su bondad, no puede engañarme.

Esta consideración quita toda posibilidad de duda sobre todos los conocimientos que se presentan al

hombre como evidentes. Sin embargo, la posibilidad de duda permanece en el ateo. De este modo,

la primera y más fundamental función que Descartes reconoce a Dios es la de ser el principio y la

garantía de toda verdad.

3.4.2. El mundo: la sustancia externa

Las reglas del método se confirman definitivamente con la demostración de la existencia de Dios y

de su atributo de veracidad.

Descartes puede pasar, pues, al último de sus objetivos: demostrar su fecundidad en el dominio del

saber científico.

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La regla de la evidencia, ya comprobada, permite eliminar la duda sobre la existencia del mundo

externo, de las cosas. En efecto, yo no puedo dudar de que hay en mi una cierta facultad pasiva de

sentir, de percibir las cosas (sentidos). Pero esa facultad de percibir sería inútil si no hubiera una cierta

facultad activa (los seres del mundo externo) que es la que produce en mí las sensaciones. Estos seres

no pueden estar en mí, puesto que sólo soy una sustancia pensante, sino que es menester que

pertenezcan a otra sustancia que no puede ser más que los cuerpos, la sustancia extensa. Es preciso

reconocer que hay una sustancia que tiene caracteres distintos a la sustancia pensante: es la

sustancia divisible, que tiene como atributo la extensión. Y de esto está Descartes absolutamente

seguro (1ª regla de la evidencia) porque Dios existe y no puede engañarnos, pues es infinitamente

bueno; tampoco puede permitir que el genio maligno nos engañe, pues entonces no sería

todopoderoso.

La sustancia extensa no posee, sin embargo, todas las cualidades que percibimos en ella. Como ya

había mantenido Galileo la magnitud, la figura, el movimiento, etc., es decir, todos aquellos atributos

que se pueden expresar mediante fórmulas matemáticas, son cualidades propias, objetivas, y, por

tanto, las únicas que debe considerar la ciencia; pero el color, el sabor, el sonido, etc. no existen

corno tales en las cosas, y son cualidades subjetivas.

Por estas mismas razones aducidas para evidenciar la existencia del mundo, debo de admitir, sigue

Descartes, que tengo un cuerpo, que se encuentra mal cuando tiene dolor, que tiene necesidad de

comer cuando aparece el hambre, etc. Tales sensaciones demuestran que tengo un cuerpo y el

alma está estrechamente unida a él, de forma que constituye un solo todo con él. Sin esta unión no

se podría sentir placer o dolor, sino que sólo podríamos conocer estas sensaciones con el puro

entendimiento. Es por ello, que afecciones del alma afectan a nuestro cuerpo (la sensación anímica

del pudor produce rojez en las mejillas. E igualmente, fenómenos corporales, afectan al alma, el dolor

de cabeza nos pone de mal humor. Éste es el fundamento del dualismo antropológico cartesiano.

Por otra parte, esta unión supone una distinción real entre cuerpo y alma, y esto por dos razones:

en cuanto puedo pensar mi existir como pura sustancia espiritual

en cuanto reconozco a la sustancia material cualidades (la extensión) que rechaza la

sustancia espiritual.

La reducción de la corporeidad a la extensión es el fundamento del riguroso mecanicismo que

domina toda la física cartesiana. Todas las cualidades de la materia que tiene que tener en cuenta

la ciencia se reducen a la divisibilidad de sus partes y a la movilidad de éstas (sólo las cualidades que

se pueden cuantificar matemáticamente: peso, velocidad, movimiento, aceleración,...).

Consecuencia de este rígido mecanicismo y esta división tan radical entre la sustancia pensante y la

extensa es la consideración de los animales como máquinas programadas por Dios, pues éstos, al

carecer de razón, tienen sólo cuerpo (sustancia extensa), y por tanto, los distintos comportamientos

de ellos sólo pueden explicarse desde la consideración de que son como autómatas que se limitan a

seguir el programa previsto.

Descartes entronizó la razón humana como la autoridad suprema en cuestiones de conocimiento,

capaz de distinguir verdades metafísicas seguras y de alcanzar una comprensión científica cierta del

mundo material. La infalibilidad, que otrora se asignara sólo a las Sagradas Escrituras o al pontífice, se

transfería ahora a la razón humana. En efecto, sin intención de hacerlo, Descartes inauguró una

revolución copernicana en teología, pues su modo de razonar sugería que era la razón humana la

que establecía la existencia de Dios, y no a la inversa. En la cuestión religiosa final, la última palabra

no la tenía la revelación divina, sino la luz natural de la razón humana.

Antes de Descartes, la verdad revelada había mantenido una autoridad objetiva al margen del juicio

humano, pero ahora su validez comenzaba a someterse a la afirmación de la razón humana.

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4. John Locke

4.1. Biografía

Pensador inglés nacido en Inglaterra en el año 1632 y muerto en 1704. Este

hombre polifacético estudió en la Universidad de Oxford, en donde se doctoró en

1658. Aunque su especialidad era la Medicina y mantuvo relaciones con reputados

científicos de la época (como Isaac Newton). En 1658 se convirtió en tutor y profesor

de Griego y Retórica. Más tarde volvió a Oxford y estudió medicina. John Locke fue también

diplomático, teólogo, economista y alcanzó renombre por sus escritos filosóficos, en los que sentó las

bases del pensamiento político liberal.

Prácticamente todo el pensamiento posterior fue influenciado por su empirismo, hasta desembocar

en el escepticismo de Hume.

Su filosofía política la desarrolló como médico y secretario del conde de Shaftesbury, líder del partido

Whig, adversario del absolutismo monárquico en la Inglaterra de Carlos II y de Jacobo II. Convertido

a la defensa del poder parlamentario, el propio Locke fue perseguido y tuvo que refugiarse en

Holanda, de donde regresó tras el triunfo de la «Gloriosa Revolución» inglesa de 1688.

Locke fue uno de los grandes ideólogos de las elites protestantes inglesas que, agrupadas en torno a

los whigs, llegaron a controlar el Estado a partir de la Gloriosa Revolución; y, en consecuencia, su

pensamiento ha ejercido una influencia decisiva sobre la constitución política de las revoluciones

liberales posteriores. Defendió la tolerancia religiosa hacia todas las sectas protestantes e incluso a las

religiones no cristianas; pero el carácter interesado y parcial de su liberalismo quedó de manifiesto al

excluir del derecho a la tolerancia tanto a los ateos como a los católicos.

Sus obras más importantes son Ensayo sobre el entendimiento humano, Dos ensayos sobre el

gobierno civil (1690), sentó los principios básicos del constitucionalismo liberal, al postular que todo

hombre nace dotado de unos derechos naturales que el Estado tiene como misión proteger:

fundamentalmente, la vida, la libertad y la propiedad. Partiendo del pensamiento de Hobbes, Locke

apoyó la idea de que el Estado nace de un «contrato social» originario, rechazando la doctrina

tradicional del origen divino del poder; pero, a diferencia de Hobbes, argumentó que dicho pacto

no conducía a la monarquía absoluta, sino que era revocable y sólo podía conducir a un gobierno

limitado.

La autoridad de los Estados resultaba de la voluntad de los ciudadanos, que quedarían desligados

del deber de obediencia en cuanto sus gobernantes conculcaran esos derechos naturales

inalienables. El pueblo no sólo tendría así el derecho de modificar el poder legislativo según su criterio

(idea de donde proviene la práctica de las elecciones periódicas en los Estados liberales), sino

también la de derrocar a los gobernantes deslegitimados por un ejercicio tiránico del poder (idea en

la que se apoyaron Jefferson y los revolucionarios norteamericanos para rebelarse contra Gran

Bretaña en 1776, así como los revolucionarios franceses para alzarse contra el absolutismo de Luis XVI

en 1789).

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Locke defendió la separación de poderes como forma de equilibrarlos entre sí e impedir que ninguno

degenerara hacia el despotismo; pero, al inclinarse por la supremacía del poder legislativo

representativo de la mayoría, se le puede considerar también un teórico de la democracia, hacia la

que acabarían evolucionando los regímenes liberales. Por legítimo que fuera, sin embargo, ningún

poder debería sobrepasar determinados límites (de ahí la idea de ponerlos por escrito en una

Constitución).

Este tipo de ideas inspiraron al liberalismo anglosajón (reflejándose puntualmente en las

constituciones de Gran Bretaña y Estados Unidos) e, indirectamente, también al del resto del mundo

(a través de ilustrados franceses, como Montesquieu o Voltaire).

La última parte de su vida fue dedicada a tareas administrativas y económicas, murió en Oates, el 28

de octubre de 1704.

4.2. Crítica al innatismo de las ideas

Pese al predominio de la filosofía escolástica, de raíz aristotélica, en Oxford, en la época en la que

Locke cursó allí sus estudios, las influencias más marcadas que podemos encontrar en su

pensamiento le ligan más a la reacción anti-aristotélica de los filósofos renacentistas y a la filosofía

"empirista" de Francis Bacon, que a sus propios maestros. Hay que tener en cuenta, además, la

influencia de Descartes y, aún en mayor medida, la de Gassendi; pero también el carácter

antidogmático y "experimental" de la física y la química nacientes, así como de la medicina.

La filosofía de Locke es considerada "empirista" en el sentido en que Locke afirma que la experiencia

es la fuente y el límite de nuestros conocimientos. No se trata sólo de reconocer el valor de la

experiencia en el conocimiento, cosa que ya habían tenido en cuenta otros filósofos, sino de

considerar la experiencia como legitimadora y limitadora del mismo, afirmación que sólo podrá surgir

del análisis detallado del conocimiento humano. En este sentido, es el primer filósofo que considera

que el análisis del conocimiento es la primera actividad necesaria del filósofo, a fin de determinar

bajo qué condiciones es posible decir algo verdadero. Esta tarea la emprenderá en su obra "Ensayo

sobre el entendimiento humano" donde quedarán fijadas las posiciones fundamentales de su filosofía

empirista.

En el Ensayo Locke se propone determinar qué tipo de conocimientos están al alcance de nuestro

entendimiento y cuáles no, analizando también el origen y certeza de los mismos. La primera tarea

que se propone el filósofo es criticar el innatismo de las ideas.

Por innatismo se entiende la afirmación de que en el ser humano existen, desde su nacimiento,

determinadas ideas o principios (de conocimiento o morales) que se encuentran, por lo tanto, en la

propia naturaleza humana antes de toda experiencia. En este sentido, Platón ya afirmaba el

innatismo en su teoría de la reminiscencia, según la cual el alma al incorporarse al cuerpo va

recordando lo que sabía en el mundo de la ideas. Pero es con Descartes con quien el innatismo se

convierte en una teoría sobre la forma o estructura de la actividad del conocimiento humano..

La crítica de Locke al innatismo se centrará en demostrar la falsedad de la afirmación de que existe

un consenso universal según el cual todos los seres humanos están de acuerdo en que existen

determinados principios cognoscitivos y morales innatos. En su crítica Locke apelará a la experiencia

para ir mostrando cómo no existe tal consenso universal, en absoluto, y que lo que se considera

principios comunes no tienen nada de tales. Si tuviéramos ideas y principios innatos eso significaría

varias cosas:

esas ideas las tendrían todos los hombres, y como nos muestra la experiencia esto no es así,

dado que carecen de ellas los pueblos primitivos o los idiotas.

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esas ideas se tendrían siempre y esto no es así, como nos lo ponen de manifiesto que ningún

niño las tiene.

si analizamos el ámbito de la moralidad encontramos un panorama similar respecto a los

principios morales innatos. Lo más que podemos observar son tendencias naturales hacia

ciertas formas de comportamiento, pero eso no son ideas innatas de los principios morales.

Lo que observamos es una total disparidad de conductas, dentro de la misma sociedad,

disparidad que aumenta si la comparamos con la de otras sociedades y otras épocas

históricas, lo que basta para probar que no existen tales principios morales innatos, ya que si

éstos existieran no podríamos encontrar tal disparidad en las acciones humanas.

Así pues, para nuestro filósofo todo saber se deriva de la experiencia, a través de las sensaciones que

llegan a nuestra mente. Existe un mundo real que las produce, pero éste nos es inaccesible, dado

que lo único que podemos conocer son las sensaciones que la realidad nos produce. Esto significa

que la relación de las ideas con las cosas no es de semejanza sino de causalidad. Las ideas son

contenidos de la conciencia que son causados por la realidad.

El entendimiento no tiene principios innatos: todas nuestras ideas provienen de la experiencia . De

esta tesis general se deducen dos importantes afirmaciones:

1. el problema básico de la filosofía es buscar la génesis de nuestras ideas , es decir, cómo se

originan en nosotros a partir de la experiencia , ya que todas nuestras ideas -hasta las más

complejas y abstractas- proceden de ella.

2. nuestro conocimiento es limitado, no puede ir más allá de la experiencia . Para estudiar el

modo en que nuestros conocimientos se originan a partir de la experiencia hemos de tomar

nuestras ideas más complejas y descomponerlas hasta encontrar las ideas más simples de

que proceden. Después tomar nuestras ideas más simples y estudiar cómo se combinan y

asocian formando ideas complejas.

4.3. Origen y clasificación de las ideas

Locke entiende por idea, al igual que Descartes, todo contenido mental. Si no puede haber ideas

innatas, y parece innegable que poseemos contenidos mentales a los que llamamos ideas ¿de

dónde proceden tales ideas? Sólo pueden proceder de la experiencia, nos dice Locke. La mente es

como una hoja en blanco sobre la que la experiencia va grabando sus propios caracteres: todos

nuestros conocimientos proceden de la experiencia o derivan, en última instancia, de ella.

Podemos distinguir dos tipos de experiencia. Una experiencia "externa", que nos afecta por vía de la

sensación , y una experiencia "interna", que lo hace mediante la reflexión . La sensación y la reflexión

son, pues, las dos formas de experiencia de las que derivan todas nuestras ideas.

"Supongamos, entonces, que la mente sea, como se dice, un papel en blanco,

limpio de toda inscripción, sin ninguna idea. ¿Cómo llega a tenerlas? ¿De dónde se

hace la mente con ese prodigioso cúmulo, que la activa e ilimitada imaginación del

hombre ha pintado en ella, en una variedad casi infinita? ¿De dónde saca todo ese

material de la razón y del conocimiento? A esto contesto con una sola palabra: de la

experiencia; he allí el fundamento de todo nuestro conocimiento, y de allí es de

donde en última instancia se deriva". (Ensayo, II, C.1)

Locke distingue entre las ideas y las cualidades, primero, y posteriormente distingue entre las

cualidades primarias y las secundarias. Las ideas son sensaciones o percepciones; mientras que las

cualidades son "capacidades del objeto" para producir en nosotros alguna idea:

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"Así, una bola de nieve tiene el poder de producir en nosotros las ideas de blanco,

frío y redondo; a esos poderes de producir en nosotros esas ideas, en cuanto que

están en la bola de nieve, los llamo cualidades ; y en cuanto son sensaciones o

percepciones en nuestro entendimiento , los llamo ideas ". (Ensayo, II, C.8)

No toda idea es una imagen de una cualidad objetiva, sino que podemos distinguir dos tipos de

cualidades:

primarias "están" en los objetos.

secundarias "no están" en los objetos, y actúan por medio de las cualidades

primarias.

En un objeto podemos encontrar determinadas "cualidades", como la solidez, la extensión, la forma, y

otras distintas de éstas, como los colores, el gusto, el sonido y el olor. Ahora bien, mientras las ideas de

solidez, extensión y forma son "imágenes" de los objetos y guardan una semejanza con ellos, las ideas

de color, Pedro, sonido, olor, no se puede decir que sean "imágenes" de los cuerpos y carecen de

toda semejanza con ellos.

Locke considera, pues, que las cualidades primarias reproducen algo que está en el objeto, mientras

que las secundarias no, por lo que las primarias serían "objetivas" y las secundarias "subjetivas",

siguiendo la distinción adoptada ya anteriormente por Galileo y Descartes. Las ideas de cualidades

primarias, al representar algo que está en el objeto, son válidas para progresar en reconocimiento

objetivo, mientras que las cualidades secundarias, al "no estar" en los objetos, no lo son, por lo que las

inferencias o deducciones que podamos extraer de ellas no tienen valor objetivo.

Existen dos tipos de ideas según de donde se originen:

ideas de sensación. Los sentidos "transmiten a la mente", dice Locke, distintas percepciones,

según el modo en que las cualidades de los objetos nos afecten (colores, olores, movimiento,

figura, etc.) produciendo en ella las ideas correspondientes.

ideas de reflexión, aunque no tan desarrolladas y generalizadas como las de sensación, nos

permiten tener experiencia de nuestras actividades mentales (percepción, pensamiento,

memoria, voluntad, etc.) lo que da lugar también a la creación de las ideas

correspondientes.

la combinación de ideas de sensación y de reflexión dan lugar a la creación de nuevas

ideas, como las de existencia, placer y dolor, por ejemplo.

Las ideas también las podemos clasificar en:

ideas simples son recibidas por la mente directamente de la experiencia (sensación o

reflexión) de forma enteramente pasiva, y pueden ser consideradas los "átomos de la

percepción", a partir de los cuales se constituyen todos los demás elementos del

conocimiento.

ideas complejas, aunque derivan de la experiencia son formadas por la mente al combinar

ideas simples, por lo que ésta adquiere un papel activo en la producción de tales ideas

complejas (como las ideas de belleza, gratitud, universo, etc.)

Las ideas complejas puede ser de tres clases: de modos, de sustancias y de relaciones. Pero todas

ellas, por alejadas que puedan parecer de los datos de la experiencia, son elaboradas por la mente

a partir de la comparación y la combinación de ideas simples.

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4.3.1. La idea de sustancia

Locke tiene una concepción de sustancia semejante a la de Aristóteles y Descartes, concibiéndolas

como ideas que representan cosas particulares que tienen existencia por sí mismas. Las ideas de

cualidades se presentan a nuestra mente formando grupos en los que suelen aparecer cualidades

primarias y secundarias asociadas a la misma experiencia. Cómo no podemos concebir el modo en

que tales ideas puedan subsistir por sí mismas, suponemos la existencia de algo, de un sustrato que les

sirva de soporte, al que llamamos "sustancia".

"...al no imaginarnos de qué manera puedan subsistir por sí mismas esas ideas

simples, nos acostumbramos a suponer algún substratum donde subsistan y de

donde resultan; el cual, por lo tanto, llamamos substancia" (Ensayo, II, 23)

Ello no quiere decir, sin embargo, que Locke considere que la idea general de sustancia es un simple

producto de la imaginación y no tenga existencia real. La idea general de sustancia es el resultado

de una inferencia, realizada a partir de la existencia de cualidades que "necesitan" un soporte en el

que existir, soporte que permanece desconocido para nosotros, pero cuya existencia y realidad

queda suficientemente probada, según Locke, con dicha inferencia, aunque tal idea de "sustancia"

no sea ni clara ni distinta. Vemos, pues, que Locke no es totalmente consecuente con el principio

empirista de que todo conocimiento procede de la experiencia, dado que no podemos tener nunca

la experiencia de la sustancia.

Aunque no podamos saber qué es la sustancia, ésta existe y, como Descartes, afirma la existencia de

tres sustancias:

sustancia pensante (yo). conocemos nuestra propia existencia por intuición.

sustancia extensa: realidad material (mundo). Conocemos la existencia de la realidad por

medio de la sensación.

sustancia infinita (Dios). Lo conocemos por medio de la demostración basada en la

causalidad: Dios es en último término la causa, el creador del mundo.

4.3.2. Ideas de relaciones

Las ideas de relaciones resultan de referir una cosa a otra, o de comparar dos cosas entre sí, bien

dándole un nombre a una de las cosas, o a ambas, o a la idea misma de la comparación

establecida entre ellas. La relación, no obstante, no forma parte del existencia "real" de las cosas, sino

que es algo sobreinducido, aunque no pueda ser contraria a la naturaleza de las cosas entre las que

se da dicha relación, de lo que parece seguirse que las ideas de relaciones son puramente mentales.

Entre estas ideas están las ideas de causalidad, identidad, diversidad, etc.

4.3.3. Ideas de modos

Son manifestaciones de la sustancia, son ideas complejas que consideramos afecciones de las

sustancias (por ejemplo, la idea de triángulo, que siempre está contenid0 en un objeto determinado,

o la idea de asesino.

4.4. Tipos de conocimiento

Hemos visto, al hablar del origen y clasificación de las ideas, que las ideas son contenidos mentales,

aunque procedan o deriven de la experiencia. Siendo el conocimiento una operación del

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entendimiento, los objetos inmediatos sobre los que ha de versar serán las ideas (contenidos

mentales) y no las cosas. Así, el conocimiento consistirá en ciertas operaciones que realizamos con las

ideas, operaciones que se refieren a la capacidad que tenemos de percibir la conexión y el acuerdo

o desacuerdo entre ellas. El entendimiento no puede acceder a las cosas, sino sólo a sus propios

contenidos mentales, las ideas. El conocimiento, pues, no podrá consistir en el acuerdo o desacuerdo

entre las ideas y las cosas, como mantenía la interpretación aristotélica, sino en el acuerdo o

desacuerdo de las ideas, es decir, entre los contenidos mentales a los que tiene acceso.

Locke distinguirá, pues, tres niveles o tipos de conocimiento: el conocimiento intuitivo , el

conocimiento demostrativo y el conocimiento sensible:

El conocimiento intuitivo se da cuando percibimos el acuerdo o desacuerdo de las ideas de modo

inmediato, a partir de la consideración de tales ideas y sin ningún proceso mediador. Lo que

percibimos por intuición no está sometido a ningún género de duda y Locke considera que este tipo

de conocimiento es el más claro y seguro que puede alcanzar la mente humana. Como ejemplo

más claro de conocimiento intuitivo nos propone Locke el conocimiento de nuestra propia

existencia, que no necesita de prueba alguna ni puede ser objeto de demostración, siguiendo

claramente la posición cartesiana sobre el carácter intuitivo del conocimiento del "yo".

El conocimiento demostrativo es el que obtenemos al establecer el acuerdo o desacuerdo entre dos

ideas recurriendo a otras que sirven de mediadoras a lo largo de un proceso discursivo en el que

cada uno de sus pasos es asimilado a la intuición. El conocimiento demostrativo sería, pues, una serie

continua de intuiciones (como lo es el conocimiento deductivo en Descartes) al final de la cual

estaríamos en condiciones de demostrar el acuerdo o desacuerdo entre las ideas en cuestión, y se

correspondería con el modelo de conocimiento matemático. Un conocimiento de este tipo es el que

tenemos de la existencia de Dios nos dice Locke. Pero el ejemplo más claro de conocimiento

demostrativo es, sin lugar a dudas, el conocimiento matemático, en el que podemos observar el

progreso deductivo a partir de un pequeño número de principios que se consideraban, por aquel

entonces, evidentes e indemostrables: los postulados o axiomas.

El conocimiento sensible es el conocimiento de las existencias individuales, y es el que tenemos del

Sol y demás cosas, por ejemplo, cuando están presentes a la sensación. El conocimiento sensible nos

ofrece el conocimiento de cosas, de existencias individuales, que están más allá de nuestras ideas.

¿Cómo es posible verificar el acuerdo o desacuerdo entre una idea (un contenido mental) y la

existencia de lo que suponemos que causa esa idea (algo extramental)? Siguiendo los principios

empiristas de Locke resultaría imposible verificar tal acuerdo o desacuerdo, ya que deberíamos ir más

allá de las ideas, de la experiencia. Locke se muestra convencido, no obstante, de que las ideas

simples están causadas por cosas que actúan sobre la mente para crear tales ideas, por lo que han

de poseer similitud o conformidad entre ambas. Y no es posible encontrar otro argumento como

justificación de que poseemos un conocimiento sensible sobre las cosas, sobre las existencias

particulares.

Las demás supuestas formas de "conocimiento" no pasarán de ser una mera probabilidad, (" la

probabilidad es la apariencia del acuerdo de las ideas, sobre pruebas falibles "), o serán englobadas

en el ámbito de la fe es decir, en lo que no es conocimiento. (" La fe, en cambio, es el asentimiento

que otorgamos a cualquier proposición que no esté fundada en deducción racional ", Ensayo, IV,

C.18).

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4.5. Sociedad y política

4.5.1. El estado de naturaleza y la ley moral natural

El pensamiento político de John Locke se encuentra desarrollado en las Cartas sobre la tolerancia,, y

en Dos tratados sobre el gobierno civil, especialmente en el segundo, siendo el primero de carácter

fundamentalmente polémico. En las Cartas Locke hace un alegato en favor de la democracia. En los

tratados Locke intenta fundamentar filosófica y políticamente el Estado, defendiendo que la

legitimidad de éste le viene dada de su origen: el pacto social hecho entre los hombres para

instaurarlo. Expone, además, los postulados básicos del liberalismo. En esta obra Locke hace una

defensa firme de la revolución de 1668, al tiempo que hace la primera fundamentación filosófica del

Estado democrático.

Para Locke, igual que para Hobbes, los hombres, antes de vivir en sociedad, vivían en estado de

naturaleza bajo la ley natural que regulaba las relaciones entre ellos. Esta ley natural es la razón

misma que enseña a todos los hombres, que son libres e iguales, a defender sus derechos naturales: a

la vida, a la libertad y a la propiedad. Este derecho natural de cada uno está limitado, a diferencia

de Hobbes, por un derecho igual de los demás, por lo que es necesario el respeto mutuo, lo cual no

excluye el uso de la fuerza cuando uno se ve disminuido en sus derechos naturales. Sin embargo, y

también a diferencia de Hobbes, para Locke el estado de naturaleza no se identifica con el estado

de guerra, pues según Locke, el hombre es noble y bueno. El estado de guerra se produciría cuando

un grupo de individuos se unieran para imponer su voluntad a los demás.

Aunque los hombres poseen (en el estado de naturaleza) la ley natural, no se sigue de ello que todos

la respeten de hecho, ni que respeten los derechos de las demás. Los hombres vieron pues la

necesidad para evitar estos conflictos y la guerra de instaurar una autoridad que juzgue en caso de

conflicto. Se produce, así, un contrato que funda un orden social y civil que atiende exclusivamente

a suplir las carencias del estado de naturaleza, es decir, aplicar una justicia o una autoridad que

imparta justicia en caso de choque entre individuos.

La constitución de una sociedad civil supone, no obstante, renunciar a ciertos derechos, como la

venganza; pero conlleva unos beneficios que Locke resume en los siguientes términos:

Los hombres disponen de una ley escrita que define la ley natural., evitando controversias

sobre ella...

Se establece un sistema judicial que goza del reconocimiento general y evita

arbitrariedades.

Se crea un poder capaz de castigar crímenes, y de obligar a ejecutar las sentencias.

Se conserva la propiedad privada.

Cada individuo mantiene sus derechos naturales (derecho a la vida, a la libertad, a la propiedad

privada), que el Estado debe garantizar, de acuerdo a la ley moral natural que nuestra razón regula.

Éste es el origen del orden político.

En el origen de la sociedad civil y del gobierno nos encontramos, pues, con un pacto, con un

contrato; y en el pacto el hombre renuncia a sus poderes legislativos y ejecutivos en favor de la

sociedad; pero no renuncia a su libertad, aunque si la restringe. Esta dejación de poderes tiene por

objeto, precisamente, el disfrutar con más seguridad de su libertad.

La sociedad civil y el gobierno establecido se basan, dice Locke, en fundamentos racionales, es

decir, en el consentimiento. Las restricciones que la sociedad civil impone al estado de naturaleza

sólo se pueden justificar mediante el consentimiento: nadie puede ser sacado del estada de

naturaleza y ser sometido al poder político sin su propio consentimiento, libremente.

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4.5.2. El derecho natural de propiedad privada

Puesto que el hombre tiene el derecho y el deber a la propia conservación, tendrá derecho a poseer

las cosas necesarias para ese fin. Por ello, para Locke, el derecho a la propiedad privada es un

derecho natural.

El título de propiedad es el trabajo. Es cierto que Dios no ha dividido la tierra ni distribuido sus riquezas,

sino que ésta pertenece por igual a todas las criaturas; pero la razón nos enseña que la existencia de

la propiedad privada está de acuerdo con la voluntad de Dios, ya que aquello que el hombre

obtiene mediante su trabajo (de ese dominio común natural: la tierra) le pertenece tanto como su

propio trabajo.

Según esta interpretación, el trabajo constituye tanto la fuente de apropiación de bienes como su

límite, ya que sólo aquellos bienes sobre los que el hombre ha invertido su propio trabajo le

pertenecen. Por otra parte, admite Locke también el derecho a heredar la propiedad, basándose en

que la familia es una "sociedad natural", naciendo ya sus miembros con el derecho a la herencia.

4.5.3. La tolerancia religiosa

En su Carta sobre la tolerancia, Locke establece los límites entre Estado e Iglesia: el Estado debe de

ocuparse de los bienes civiles (la vida, la libertad, la propiedad), pero no debe inmiscuirse en la

salvación del alma. En una sociedad libre la fe, la religión no debe de inculcarse por la fuerza. El

Estado no debe de intervenir en los asuntos religiosos ni la religión debe de solicitar la intervención del

Estado. Tampoco la Iglesia debe de inmiscuirse en los asuntos civiles y políticos.

Esta tolerancia religiosa que defiende Locke no está exenta de dogmatismo, dado que la predica

para las distintas iglesias protestantes, pero no para los ateos o los católicos.

4.5.4. Constitución y disolución del gobierno. La división de poderes

Para Hobbes el mismo acto del contrato generaba simultáneamente la sociedad civil y el Estado.

Para Locke no es este, el caso: la relación entre el gobierno y sus súbditos queda definida como

mandato, es decir, como el encargo de una tarea... Así, mediante el pacto se constituye la sociedad

civil y, posteriormente, el pueblo se constituye en asamblea y elige un gobierno al que confía una

tarea. Ambos momentos constitutivos están claramente diferenciados.

Además, el poder del Estado no puede estar concentrado en los mismos representantes (contra el

absolutismo). Bien al contrario: la garantía de que no se produzca abuso de poder radica en una

estricta división del mismo en tres ámbitos diferenciados que deben ser detentados por personas

distintas. La división de poderes se estructura como sigue:

El poder legislativo constituye el poder supremo en sentido estricto (Asamblea, Parlamento),

pero no es un poder absoluto: tiene que responder de la confianza puesta en él y respetar la

ley moral natural...

El poder ejecutivo es el encargado de realizar los mandatos del legislativo. Para Locke el

poder judicial no es un poder independiente, siendo sólo un aspecto del ejecutivo

El poder federativo encargado de la seguridad del Estado y de las relaciones con el exterior.

Un gobierno se disolverá siempre que se de alguna de las siguientes situaciones:

Disolución por causas externas: cuando la sociedad que gobierna no pueda perdurar al ser

conquistado el Estado por un Estado enemigo.

Por causas internas:

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o Siempre que el legislativo sea modificado arbitrariamente o sometido a un poder

absoluto que le impida actuar libremente.

o Si el detentor del poder ejecutivo es incapaz de poner las leyes en vigor.

o Si el ejecutivo o el legislativo obran contrariamente al mandato encomendado.

Cuando un gobierno queda disuelto por cualquiera de estas causas la rebelión de los súbditos

queda justificada, para echar a los gobernantes y elegir a otros.

5. La Ilustración

El siglo XVIII es en Europa

un siglo de un gran optimismo,

se da una total confianza en las

capacidades y especialmente

en la razón. La Ilustración es el

movimiento cultural portavoz de esta nueva sensibilidad, que tiene su antecedente remoto en el

Renacimiento. No es un movimiento exclusivamente filosófico, sino impregnó todas las actividades

del espíritu. Este movimiento se desarrolló aproximadamente durante todo el siglo XVIII, siendo

llamado el "siglo de las luces", en cuanto que la Ilustración pretende iluminar y clarificar todos los

aspectos (sociales, políticos, culturales, religiosos...) de la vida humana para liberar al hombre de

las cadenas de los prejuicios, del fanatismo, del oscurantismo y la intolerancia. El movimiento

ilustrado, según Kant, pretende que la humanidad alcance la mayoría de edad, meta que sólo

será posible cuando nos atrevemos a pensar por nosotros mismos. De esta manera el lema de los

ilustrados va a ser:

Sapere aude! (¡atrévete a pensar por tí mismo!).

Históricamente el movimiento ilustrado está enclavado en la época del absolutismo. El

absolutismo del siglo XVIII recibe el nombre de “despotismo Ilustrado”, que se puede definir como

“la utilización de la ideología ilustrada por parte de las monarquías absolutas para mantener su

absolutismo”. La cerrazón de las capas privilegiadas del antiguo régimen en mantener muchos de

sus privilegios va a provocar las revoluciones burguesas que derrocaron definitivamente en

muchos países al antiguo régimen feudal (organización político-social basada en el poder de la

nobleza y el alto clero). De ahí que en cierta medida el pensamiento ilustrado represente la

ideología crítica de las clases burguesas y una visión del mundo liberal y tolerante.

Estos reyes introducen reformas judiciales, por ejemplo, suprimiendo la tortura que hasta entonces

se había utilizado por los jueces como forma corriente de investigación; y crean multitud de

centros educativos, como academias y universidades. Sin embargo, estas reformas se llevan a

cabo sin contar con el pueblo; éste apenas si le alcanzan las reformas producidas; el lema del

despotismo ilustrado es “todo para el pueblo pero sin el pueblo”.

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Además, rechazan lo que es más importante de la Ilustración: la libertad política. Por eso, la

burguesía ilustrada, que al principio apoya la reforma de los reyes, cuando ven que éstos no

conceden lo más importante, la libertad, se vuelve contra el absolutismo.

El movimiento ilustrado se origina en Inglaterra en el último tercio del siglo XVII, se extiende a

Francia en los años centrales del siglo XVIII, en torno a la Enciclopedia y de aquí pasará a

Alemania y al resto de Europa.

Los ilustrados tienen una concepción de la razón extraordinariamente optimista. En primer lugar,

para los ilustrados, la razón es autónoma y autosuficiente. Para guiar la vida humana no hay

ninguna autoridad más allá de nuestra propia razón. Por tanto, hemos de servirnos de ella con

total independencia y sin otros límites que los que vengan dados por su propia naturaleza.

Esta forma de entender la razón es defendida por un nuevo tipo de filósofo, un intelectual que se

define por su lucha por la emancipación, por la liberación de cualquier persona o institución que

pretendiera imponerse a la autonomía y libertad del individuo. El filósofo ilustrado es enemigo de

cualquier inmovilismo.

La razón es también limitada, pero sus límites no son externos, no los pone ninguna autoridad de

fuera, sino internos a ella misma. Por ello, una de las primeras labores de la razón para clarificar la

vida humana, será precisamente clarificar sus propios límites, como hemos visto que hace el

"ilustrado" Kant.

Los ilustrados no conciben la razón como razón exclusivamente matemática a la manera

cartesiana, sino como la concebía el empirismo inglés. Es decir, la razón no parte de unos

principios innatos, sino de los hechos, que una vez observados hay que analizar para descubrir sus

leyes.

También esta razón tiene un carácter crítico. La actitud crítica se dirige contra la tradición

mediante un estudio histórico que desvele el verdadero valor de las ideas y de las instituciones

heredadas de nuestros antepasados.

Una de las mayores aportaciones de los ilustrados a la historia de la cultura es el proyecto no

acabado totalmente de recopilar todos los conocimientos alcanzados por el hombre: La

Enciclopedia. La pretensión era ofrecer y difundir a los hombres del presente y de la posterioridad

las conquistas realizadas por la humanidad. El espíritu enciclopedista está relacionado con la

función de pedagogos y difusores de la cultura que anima a los ilustrados.

En el siglo de las luces nace la filosofía de la historia, una forma nueva de concebir el acontecer

histórico, que será una visión alternativa al tradicional enfoque teológico y providencialista de los

sucesos y aconteceres de la humanidad, según el cual los hechos históricos dependían en útimo

término de Dios. La Ilustración sentará las bases de una visión racional de la historia.

Los ilustrados son los primeros que empiezan a ver la historia como un conjunto de hechos

políticos, económicos, religiosos y culturales interrelacionados. Esta nueva concepción supone

tanto una ruptura con la visión clásica griega que la concebía como cíclica, y con la cristiano-

medieval que la consideraban como manifestación de la voluntad divina.

Con los ilustrados la historia va a ser interpretada como obra exclusiva de los hombres en la que

el conocimiento, la razón, el saber, el trabajo, el poder en suma, son los instrumentos para

entender el decurso histórico.

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Esta nueva concepción de la historia está íntimamente relacionada con una idea que viene a ser

como una recapitulación de toda la filosofía de la ilustración: la idea de progreso, según la cual la

historia de la humanidad tiene un sentido progresivo y, por tanto, los hombres habríamos ido

caminando a largo del tiempo hacía un perfeccionamiento cada vez mayor en todos los órdenes

de la vida.

Como hemos dicho, el tema del progreso tiene la capacidad de recapitular todo el pensamiento

ilustrado, en cuanto tiene relación con ideas claves del mismo, como la religión, la naturaleza, la

moral y la felicidad:

hace referencia a la religión en la medida en que la idea de progreso aparece como una especie de

sucedáneo que viene a sustituir a la idea tradicional de providencia divina,

se relaciona con la naturaleza en cuanto que ésta puede ser dominada por la ciencia y la técnica, va

contribuyendo así al bienestar progresivo de la humanidad,

finalmente, la idea de progreso también se relacionan con la moral y la felicidad. Se supone que el

progreso hace a los hombres mejores y más felices. Por eso afirma Condorcet en la obra arriba

mencionada:

La idea de progreso de los ilustrados responde a un optimismo histórico que contrasta con el

pesimismo y el desencanto del pensamiento actual, no sólo porque muchas de las previsiones de

conseguir mayores cotas de bienestar, de felicidad y de progreso moral y social no se han

cumplido, sino porque el progreso científico y tecnológico, al tiempo que ha mejorado las

condiciones de vida de una parte de la humanidad, no se ha extendido a amplísimos sectores del

planeta. Es indudable que la ciencia y la técnica han hecho mucho más segura, confortable y

duradera la vida humana y que nos posibilita conocimientos y acceso a mundos insospechados

hasta hace poco, pero también la ciencia y la técnica (su control y aplicación), han traído

consecuencias catastróficas para la humanidad, como las dos guerras mundiales, el deterioro

medioambiental, las hambrunas.

Aunque la Ilustración es un movimiento europeo, ésta se va a tener características peculiares en

los distintos países, así:

En Inglaterra, a partir de la "gloriosa revolución" de 1688, se extiende un clima de tolerancia

religiosa y de libertad de investigación que luego van a reivindicar e imitar los ilustrados franceses.

Las teorías científicas de Newton y la teoría y práctica del parlamentarismo serán su gran

aportación al movimiento ilustrado.

En Francia, donde las tensiones políticas entre burguesía ascendente y la aristocracia decadente

es mayor, se desarrollarán otros aspectos del pensamiento ilustrado, como son las cuestiones de

orden moral y de derecho político, la crítica a la religión, la cuestión de si el desarrollo de la

ciencia y la técnica contribuye a un auténtico progreso de la comunidad. El movimiento ilustrado

francés va a poner los fundamentos teóricos que van a impulsar la "revolución francesa" de 1789.

Entre los ilustrados podemos destacar a Voltaire, Diderot, Rousseau, Condorcet...

En Alemania, la Ilustración se caracterizará no por el desarrollo de nuevos temas sino por hacer un

análisis de la razón con el fin de encontrar en ella los principios por los que ha de regirse el

conocimiento de la naturaleza y la conducta moral y política de los hombres. El representante

más importante de la ilustración alemana será Kant.

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6. La idea de contrato en la constitución del

Estado moderno

6.1. El concepto de "contrato"

El estado moderno surge durante los siglos XIV-

XV, todavía bajo el feudalismo, que justificaba desde

una perspectiva teológica las diferencias de poder y

de posesiones vitales. En el siglo XVIII se ha

desarrollado ya la conciencia individualista, y el

hombre se pregunta porqué y bajo qué condiciones tiene que aceptar el poder. Para responder

a estas preguntas surge en este siglo las teorías contractualistas sobre el origen y legitimidad del

estado moderno.

El contractualismo es una corriente de la filosofía del derecho que tuvo su principal auge y

expansión entre los siglos XVII y XVIII, y que aún hoy sigue siendo defendida por autores

importantísimos como el filósofo estadounidense Rawls. Según sus principales autores el hombre en

su estado natural sigue sus propios impulsos e intereses, compitiendo con los demás individuos y

poniendo en peligro la supervivencia de la especie. Por ello los hombres crean un pacto o

contrato social, en virtud del cual ceden parte de su libertad a un hombre o a una asamblea

para que les gobierne.

En algunos autores esta teoría se opone a la idea del iusnaturalismo, que defiende la existencia

de normas universales y previos a la existencia del hombre y, por tanto, el hombre tiene que

aceptarlas como buenas y justas. Por tanto, según esta corriente, las leyes promulgadas por los

hombres deben respetar estos derechos pretendidamente naturales y, por tanto, que están por

encima de las decisiones de los hombres.

"Contrato social" es una expresión que se utiliza en la filosofía, la ciencia política y la sociología en

alusión a un acuerdo real o hipotético en el interior de un Estado en relación a los derechos y

deberes del estado y de sus ciudadanos. Se da por sentado que los miembros de una sociedad

están de acuerdo por voluntad propia con el contrato social, en virtud de lo cual permanecen en

dicha sociedad.

Existen tres versiones distintas sobre la teoría del estado como contrato. Aunque entre ellas se

advierten notables diferencias, hay un núcleo de ideas comunes, como es la propia idea de que

el estado tiene su origen en un pacto realizado entre individuos que en un principio eran

básicamente libres e iguales. Las tres versiones pretenden decirnos cómo se justifica o legitima el

poder político, o la autoridad que el estado representa y ejerce sobre los individuos. Dicho de otra

manera, los contractualistas pretenden contestar a ¿de dónde recibe el estado y sus gobernantes

la legitimidad para poder llevar a cabo la coerción y represión sobre los individuos? La respuesta

común será que la recibe, no de Dios, ni de ninguna otra instancia extrasocial, sino sólo y

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exclusivamente de los propios individuos. En base a esta respuesta podemos decir que estamos

ante una concepción moderna del estado.

En efecto, los individuos son el origen y la fuente primitiva de toda soberanía; la soberanía del

estado no es originaria, sino que recibe su poder por delegación de los individuos. En este sentido

se puede hablar de una prioridad absoluta de los individuos sobre el estado. Éste se "construye" a

partir de un pacto o contrato entre individuos que con anterioridad disfrutaban, al menos

teóricamente, de plena libertad y soberanía.

Como vemos se trata de una concepción individualista del estado, lo que corresponde a una

concepción de la libertad entendida como no intromisión por parte del poder en los asuntos

personales. Esta concepción está en las antípodas de la de Platón, Aristóteles, o la del

pensamiento cristiano-medieval. Vivir en el seno de un estado ya no se considera "lo natural", sino

que el "estado de naturaleza primitivo" existió antes de que el hombre pactase vivir en sociedad

bajo el imperio de la ley hecha por el hombre.

En consecuencia, en la concepción moderna de los ilustrados, el estado no tiene como función

facilitar el pleno desarrollo del individuo sino proteger su libertad y asegurar el orden social

desigual.

Las características más importantes del pensamiento jurídico y político que los contractualistas

son:

Fomento del individualismo sobre el gregarismo y los privilegios de casta.

Impulso de la igualdad de los ciudadanos como un derecho que debe de ser

recogido en las leyes.

Todos los seres humanos poseen la misma naturaleza y son iguales al nacer y, por

tanto, portadores de unos derechos individuales que se tornan universales.

Se postula la tolerancia y la libertad. Estamos ante la crisis del antiguo régimen y de

la sociedad estamental que representan

6.2. Thomas Hobbes

Hobbes nace en el año 1588 y muere en 1679 u obra fundamental es

Leviatán. En esta obra desarrolla una teoría del estado desde presupuestos

materialistas, con el convencimiento de ser el primero que lo hace

científicamente.

En el siglo XVII Inglaterra atravesada una fuerte crisis política, produciéndose a la revolución de

1649 en la que fue decapitado Carlos I, suponiendo un golpe de la ascendente burguesía

comercial contra el absolutismo. La dictadura republicana de Cromwell que le siguió tuvo un

importante significado cultural y social, por el auge del puritanismo. En este contexto de la

revolución puritana se sitúa la defensa hobbesiana de la necesidad de una autoridad absoluta, lo

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cual implica que toda ley es necesariamente justa, por emanar de dicha autoridad, y que, por

tanto, nadie puede estar en conciencia obligado a desobedecerla.

Parte este autor de la consideración de que el hombre primitivo vivía en estado de naturaleza. El

hombre natural se movía por instinto de conservación y buscaba el placer. No había leyes ni

derechos naturales más allá del interés de cada individuo. Todos los individuos son iguales por

naturaleza, todos tienen derecho a la libertad de usar su propia fuerza como quieran y sin

Esta característica hace precisamente que el derecho de cada uno a la vida y a seguir su interés

no pueda ser realizable en el estado natural: este es, de hecho, un estado de guerra de todos

contra todos (se defiende pues, la no-sociabilidad natural del hombre), donde domina la

inseguridad y el temor continuo a la muerte violenta.

Para poder conservar la seguridad y la vida, la razón natural insta a los individuos al realizar un

pacto entre ellos, por el que ceden sus derechos naturales (su poder y su fuerza) a un tercero (un

hombre o una asamblea). Surge, así, el estado que, desde este momento, se constituye en el

único poder absoluto. Los individuos pierden sus derechos naturales y acuerdan su sumisión al

derecho civil. El estado, en cambio, tiene todos los derechos (todo el poder) sin limitación alguna

(excepto la que marca el propio pacto: la protección de la vida de los individuos), y sin

posibilidad de revocación, pues el contrato no se realiza con el gobernante sino sólo entre los

individuos. Y es necesario que sea así; de lo contrario no podría cumplir la misión para la que se

constituyó: la salvaguarda de la seguridad de los individuos y la paz común. Mantiene, pues, este

filósofo una concepción autoritaria del estado.

6.3. Jean Jacques Rousseau

Rousseau, profundo e independiente pensador francés del siglo XVIII,

no fue precisamente un ilustrado. Niega, en efecto, el núcleo de la idea de

progreso, denunciando la corrupción moral de su sociedad, encuentra que el

origen de esta situación es, ni más ni menos, el progreso de la razón humana. En su obra Discurso

sobre las artes y las ciencias, sostiene que éstas han contribuido a nuestra artificiosidad e

hipocresía, nos hacen avergonzarnos de lo que somos y nos obligan a fingir constantemente para

prosperar en sociedad (este filósofo se convirtió en el primero en disociar progreso científico y

técnico del progreso moral). Su obra política fundamental: lleva por título El contrato social.

Esta doctrina se refuerza en un segundo escrito: Discurso sobre en origen y fundamento de la

desigualdad entre los hombres, donde Rousseau se formula la siguiente pregunta: ¿que ocurriría si

supiéramos que el hombre no es por naturaleza social? A lo que responde que nos

encontraríamos ante un individuo independiente, fuerte, sano, e inocente, (puro, en cuanto

ignora el bien y el mal), desprovisto de pasiones, piadoso (capaz de identificarse con quien sufre),

no previsor, indolente, y no dotado de razón, pero capaz de perfeccionarse adquiriendo

capacidades nuevas: teorías del buen salvaje. La perfectibilidad (capacidades específica del

hombre de escapara a las pautas distintivas y acumular nuevos logros), que hace que el hombre

responda a la hostilidad del medio adquiriendo poco a poco facultades nuevas, le había llevado

a la razón y, con ella, a las pasiones. Ello le haría perder la inocencia y piedad primitivas. Entonces

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apareció la propiedad privada y con ella la civilización, estado y la desigualdad entre los

hombres:

“el verdadero fundador de la sociedad civil fue el primer hombre que, tras cercar una

porción de tierra, tuvo la ocurrencia de decir esto es mío y tropezó con gente lo

suficientemente obtusa como para hacerle caso. De ahí deriva la institución estatal que

aplicó nuevas ataduras al pobre y dio nuevos poderes al rico; destruyó

irrecuperablemente la libertad natural, fijó eternamente la ley de la propiedad y la

desigualdad, convirtió la astuta usurpación en derecho inalterable y, para ventaja de

los pocos individuos ambiciosos, sometió la humanidad entera al trabajo, la esclavitud y

la miseria a perpetuidad".

Las injusticias sociales no son, pues, como opinaba los ilustrados, fechorías de los tiranos y los curas,

sino fruto intrínseco de la propia sociedad, considerada como entramado de instituciones y

relaciones establecidas (sin olvidar la responsabilidad que le cabe también al individuo: el hombre

se esclaviza no simplemente cuando un poder los somete, sino cuando acepta la sumisión).

Pero Rousseau no se dedicó exclusivamente a denunciar los males que la sociedad civil había

aportado al hombre, sino que investigó como ha de ser la organización social más adecuada y

legítima a la que se puede aspirar, ya que es imposible volver al estado de naturaleza original. Así

establece aquellos principios generales que todo marco político debe respetar. Este marco es

imprescindible, pues, como hemos dicho, es imposible toda vuelta al estado natural del salvaje

solitario: el hombre ya no puede prescindir de los demás; por otro lado, la libertad del hombre en

el estado de naturaleza, para alcanzar su plenitud, debe de realizarse en relación con los demás

hombres, entrando así en la verdadera esfera de la moralidad.

El problema fundamental de la organización política es el de la articulación entre libertad,

igualdad y poder político, es decir

"encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con toda la fuerza

común a la persona y los bienes de cada asociado y por la cual, uniéndose cada

uno a todos, no obedezca, sin embargo, más que a sí mismo y quede tan libre

como antes".

La idea del pacto social en este autor va a constituir una teoría sobre la democracia. Establece

como principios de toda relación política los siguientes: consentimiento unánime y soberanía

popular. En el contrato social no se cede el poder a un soberano, sino que el pueblo todo es el

soberano.

Esta soberanía se expresa en la voluntad general, que constituye la expresión del sentir de los

ciudadanos en cuanto que ponen sus miras en el bien común. Rousseau distingue la voluntad

general de la voluntad de todos que sería la suma de los intereses egoístas de los particulares,

contradictorios las más de las veces con el bien común.

La voluntad general engendra la ley, que no tendrá una función limitativa o coercitiva, sino que,

por ser la expresión de la voluntad general, sería libremente aceptada y respetada y constituiría la

"fuerza motriz" de la sociedad.

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7. Manuel Kant

7.1. Biografía

En el siglo en que vive Kant, Alemania es un imperio fragmentado en 300

estados, con una economía agrícola y sin un sentimiento de pertenencia a una sólo

nación. Prusia era uno de estos pequeños estados que, gracias a sus reyes y a las

reformas que promovieron algunos de ellos se convirtió en el estado alemán más poderoso. De

todos ellos destaca Federico II el Grande, prototipo del déspota ilustrado y muy interesado por las

artes, la filosofía y la ciencia.

Kant nace un 22 de abril del 1724 en Königsberg. Su madre, de religiosidad pietista, se encargaría

de la educación del joven, influyendo enormemente en su futuro carácter moral

Su existencia transcurrió prácticamente por entero en su ciudad natal, de la que no llegó a

alejarse más que un centenar de kilómetros cuando residió por unos meses en Arnsdorf como

preceptor, actividad a la cual se dedicó para ganarse el sustento después de la muerte de su

padre, en 1746.

El año 1781 es central en vida de nuestro filósofo, al publicar su gran obra: Crítica de la razón

pura. En ella se hace un análisis trascendental del conocimiento: ¿cómo son posibles las

ciencias?¿Cuáles son las condiciones que hacen posible el conocimiento verdadero? ¿Es la

Metafísica una ciencia, como lo son la Matemática y la Física?

La vida que llevó ha pasado a la historia como paradigma de existencia metódica y rutinaria. Es

conocida su costumbre de dar un paseo vespertino, a la misma hora y con idéntico recorrido,

hasta el punto de que llegó a convertirse en una especie de señal horaria para sus

conciudadanos; se cuenta que la única excepción se produjo el día en que la lectura del Émile,

de Rousseau, lo absorbió tanto como para hacerle olvidar su paseo, hecho que suscitó la alarma

de sus conocidos.

Los 27 años que permaneció Kant como catedrático sirvieron para extender sus conocimientos y

atraer a un importante número de estudiantes hacia Königsberg. Sin embargo, la heterodoxa

enseñanza religiosa que impartía motivó que en 1792 el rey Federico Guillermo II de Prusia le

prohibiera impartir clases o escribir acerca de asuntos religiosos. El fallecimiento del monarca,

cinco años después, será para el filósofo una liberación, ya que le permitirá continuar con su

docencia y su actividad literaria.

Kant no sólo se preocupó sobre problemas del conocimiento o la moralidad, sino que también

manifestó una gran sensibilidad por temas sociopolíticos de vanguardia: no ocultó su simpatía

hacia la independencia americana y siguió con verdadera pasión los acontecimientos de la

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revolución en Francia, A ambos los consideró hitos en la realización de su ideal político de

libertad, en una Alemania políticamente muy distante de éste.

Si tenemos presente la definición que el propio Kant dio de 'Ilustración" como la llegada del

hombre a su mayoría de edad, con capacidad para usar su propio entendimiento y de tomar por

sí mismo sus decisiones, sin someterse a tutores o autoridades que le son ajenas. Kant es un

ejemplo vivo de ello.

Kant como ilustrado es un utópico en el terreno de la moral y de la política que consideró que la

mejor forma de encarar el futuro sería mediante un gobierno democrático de carácter mundial.

Una de las cosas que más sorprenden de nuestro autor es la altura de miras de este hombre que

apenas salió de su ciudad.

En resumen, Kant en su obra pretendió contestar a las tres grandes preguntas que el hombre

se ha hecho a lo largo de la historia, pues como dice el mismo Kant:

"Todos los intereses de mi razón, tanto los teóricos como los prácticos, se resumen en

las tres cuestiones siguientes:

1) ¿Qué puedo conocer?

2) ¿Qué debo hacer?

3) ¿Qué me cabe esperar?”,

estas tres preguntas se pueden resumir en una sola

¿qué es el hombre?”

7.2. ¿Qué puedo conocer? La teoría del conocimiento: el criticismo y la

superación del racionalismo y del empirismo

Kant en un principio fue racionalista, pero la lectura de Hume, el más radical de los empiristas, le

advirtió del dogmatismo inherente a esa corriente y, como él mismo nos dice, el filósofo inglés “le

despertó del sueño dogmático" Pero la filosofía de Hume tampoco le resultaba suficientemente

convincente ya que sus planteamientos extremos abocaban al escepticismo, al negar la

posibilidad de tener un conocimiento verdadero de la naturaleza.

Para superar las insuficiencias de estas dos corrientes y recoger lo que aquéllas tenían de

acertado Kant considera necesario llevar a cabo una reflexión sobre la razón, de sus

capacidades y límites; esta tarea la lleva a cabo en la Crítica de la Razón Pura, donde el

concepto de critica no es sinónimo de algo negativo, sino análisis, discernimiento.

Es evidente que el conocimiento es algo que ocurre en el interior del sujeto. Nuestro invitado

comparte, neutralmente, dicha evidencia y sostiene que en la gestación de ese conocimiento –sea

sensible o intelectual- se conjugan dos factores:

uno de carácter material, constituido por datos procedentes de la experiencia y

otro de carácter formal, previo e independiente de la experiencia, procedente de otras

capacidades del sujeto, que hace posible la unificación y estructuración de aquellos datos

empíricos.

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Así, en el conocimiento sensible, el más elemental de nuestros conocimientos, ya se registra la

presencia de los factores antes mencionados. Sin “sensaciones” (captaciones sensoriales) no podría

haber conocimiento; pero tampoco se produciría éste si aquellos datos empíricos no se captan en el

marco de una “perspectiva espacial o temporal”. Y esto es algo previo a la experiencia y que ha de

poseer y poner el propio sujeto.

En efecto, para tener la visión de algo exterior a mí (un paisaje o de un grupo humano), yo necesito

la impresión sensible que en mí producen los distintos elementos que lo componen; pero si no

dispongo de la capacidad previa de percibirlos espacialmente (forma “a priori” de “espacio”),

aquel conocimiento no se daría o sería enormemente confuso

Para tener un conocimiento sensible de mí mismo, he de tener la capacidad previa de percibir

temporalmente (forma “a priori” de “tiempo”) y de manera ordenada los acontecimientos que vivo.

De no ser así, no sabría si algo me ocurrió antes o después en mi proceso vital.

Pero nuestra capacidad de conocer no se limita al conocimiento sensible Afortunadamente

disponemos de otro gran mecanismo, más rico aún, al que designamos como conocimiento

intelectual y que nos permite no sólo captar sensiblemente, sino pensar la realidad y hacer

afirmaciones de la misma. También para esto se hace necesario el concurso de los factores material

y formal.

De lo ya captado sensiblemente (ahora factor “material” en este nuevo grado de conocimiento), el

sujeto pude hacer afirmaciones de carácter riguroso, a través de unos conceptos a priori o

categorías(factor “formal”), de los que disponemos independientemente de la experiencia.

Llevaría razón Hume al sostener que de dos fenómenos pensados y en base a la sola experiencia, no

podemos saber si uno es causa de otro. Llevaría razón, a no ser que –como Kant sostiene- el sujeto

dispone de la capacidad “a priori” de asignar esa relación de causalidad, gracias a esa facultad

portentosa que llamamos entendimiento.

Verdad es que estos “conceptos puros”, anteriores e independientes de la experiencia no pueden

aplicarse sino respecto de aquello que hemos captado empíricamente. Son como los cangilones de

una noria que, si en su giro no se llenan de agua, no lograrán regar. Nada podremos afirmar de algo

que no hayamos captado.

Con arreglo a lo dicho sostiene Kant que saberes como la Matemática y la Física ciertamente “han

entrado por el camino seguro de la ciencia”

Al profesor de Metafísica en Köngisberg lo que le preocupa realmente es si ésta –la Metafísica-podrá

también tener ese privilegio, es decir, si es una ciencia como la Física y las Matemáticas.

Existe en el ser humano la tendencia irresistible de remontarse hasta lo último para dar una

explicación racional definitiva de nuestra realidad. Ello impulsa a la razón a elaborar ideas de las que

no podemos tener referencias empíricas, pero que dan una mejor orientación y de más alcance a

nuestro conocimiento. De esto se ocupa la Metafísica y ése es su cometido.

En síntesis, éste es el sentir kantiano sobre la Metafísica:

Es un saber

que no ha entrado ni entrará por el camino seguro de la ciencia,

que impulsa y orienta a ésta en su proceso de descubrimiento de la realidad.

De la actitud adoptada por Kant respecto de la Metafísica en general como “saber horizonte”, cabe

ya hacer alguna conjetura acerca del valor que va a otorgar a los temas tratados por aquélla. Así

sostiene que Yo, Mundo y Dios son ideas transcendentales, los tres grandes ideales de la razón, en su

intento de dar una explicación última de la realidad toda. Ellos impulsarán nuestra siempre

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insatisfecha necesidad de seguir investigando acerca de la realidad, pero de ninguno de esos temas

podremos hacer afirmaciones con pretensiones de rigor científico.

7.3. ¿Qué debo de hacer? El formalismo moral

Kant en la Crítica de la razón pura ha señalado cómo es posible el conocimiento y hasta dónde

es posible. Aparte de este uso teórico, la razón tiene un uso moral que quiere responder a la

pregunta ¿Qué debo hacer?, tarea que se encarga en su obra Crítica de la razón práctica.

La razón teórica se ocupa del ser, de saber qué son las cosas y se formula por medio de los juicios.

La razón práctica nos dice cómo deben de ser, ocupándose por tanto del deber y se expresa

mediante imperativos morales (sé sincero, no mientas...). Como hombre ilustrado Kant pretende

crear una ética universal, es decir, propugna para el hombre una ética que pueda ser

compartida por toda la humanidad, una vez que ha alcanzado la mayoría de edad. Por esta

pretensión de universalidad es por lo que Kant va a criticar a todas las éticas existentes hasta su

tiempo: por su carácter particular y su falta de universalidad.

Hasta Kant, todas las éticas eran materiales, es decir, eran éticas cuya bondad o maldad

de la conducta humana dependía de algo que se consideraba el fin último para el hombre. Las

éticas materiales parten de que hay bienes y entre ellos se determina el bien último y se proponen

igualmente los medios para alcanzar dicho bien. Kant llama a estas éticas éticas con contenido.

Para este ilustrado nada hay bueno o malo en sí mismo, sino sólo la buena voluntad.

Los rasgos que caracterizan a estas éticas son:

empíricas: el fin y los medios de la conducta se extraen de la experiencia (ejemplo: el fin de la

vida humana para los epicúreos debe de ser la búsqueda del placer y el rechazo del dolor

(fin último que hemos establecido al observar a los hombres) y para conseguir aquel fin, entre

otras cosas, nos dicen, no se debe comer ni beber en exceso (por experiencia hemos

observado que el que come excesivamente, luego lo pasa mal, sufre).

las normas son hipotéticas: sirven sólo como medios para alcanzar el fin propuesto (si quieres

alcanzar el placer (fin último), no comas mucho (normas utilizada como medio para alcanzar

el fin)

heterónomas: las normas no son establecidas por el propio sujeto que actúa, sino que nos

vienen dadas por el entorno social (desde pequeños nos han dicho (entorno social) que

comer mucho nos perjudica)

Frente a estos rasgos que definen a las morales materiales, Kant nos propone una ética formal con

características diametralmente opuestas a las anteriores:

a priori: las normas no proceden de la experiencia (es mi razón quien las establece, no la

costumbre, el qué dirán, la sociedad).

categóricas: la acción tiene valor en sí misma (la norma creada no es buena porque

con ella vayamos a alcanzar el fin último, sino porque mi razón me dice que tengo que

actuar así.

autónoma: es el sujeto el que se crea para sí mismo sus propias normas

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Esta moral, por tanto, no nos dice lo que tenemos que hacer, sino sólo cómo debemos de actuar.

Para ello Kant clasifica las acciones morales en tres tipos:

contrarias al deber: acciones que realizamos contra los dictados de nuestra conciencia.

conforme al deber: acciones objetivamente buenas, pero que las llevamos a cabo con

un fin distinto a la acción propiamente dicha.

por deber: acciones buenas en si mismas, sin buscar nada a cambio. Son las acciones

que llevamos a cabo porque así nos lo dice nuestra conciencia.

Sólo esta última tiene valor moral positivo y radica, no en lo que hacemos, sino en el motivo por el

que lo hacemos. La necesidad de lograr moralmente se expresa sólo en un imperativo categórico

que el filósofo fórmula de dos maneras distintas:

"obra de tal modo que utilices siempre al hombre como un fin y nunca como un medio".

"obra sólo según una máxima tal que puedas que el al mismo tiempo que se torna en ley universal

cerrar”.