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El misterio del pollo en la batea

Javier Arévalo

Ilustraciones de Christian Ayuni

G R U P OE D I T O R I A L

© 2007 Javier Arévalo © 2010 Editorial Norma, Bogotá, Colombia

ISBN : 958-9972-09-005-9

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Contenido

Un cuerpo amarillo flota en la batea.................3

¿Cómo llegó Humberto a la casa? .....................7

Humberto no es bien recibido ........................10

Sospechosos ......................................................15

Sospechosa uno: mi prima ...............................18

Sospechosa dos: Lutzgarda...............................24

Sospechoso tres: mi padre................................28

La cena..............................................................31

La abuela...........................................................44

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Un cuerpo amarillo flota en labatea

Humberto flotaba sobre el aguade la batea, pico abajo, con lasamarillas alas extendidas. A loscostados de Humberto, sobresalían,entre la espuma del detergente, unaspercudidas medias blancas.

Las medias eran como los pedazosde un barco que se ha hundido, yHumberto parecía la única víctima enmedio de los restos de un naufragio.

Eran las once de la mañana, de unsábado soleado y caluroso.

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—¡Qué desgracia! —dijo mi madreseñalándome a Humberto—. ¡Quélamentable accidente!

Su tristeza parecía sincera, pero meintrigó que viera un accidente en estaescena. Cualquiera se habría dadocuenta de que Humberto no se habíametido solo a la batea. Humberto eraun pollito de una semana, pequeño,redondo, amarillo. En cambio, labatea era enorme. En realidad, no eramuy amplia la batea, pero sí, alta, mástodavía para Humberto. A un pollode su edad, esa batea le habríaparecido un edificio de tres pisos, ytodos sabemos que los pollitos de unasemana, como los chanchos, novuelan.

—Está claro que no ha sido unaccidente, mamá —dije.

—¿No?—dijo ella, sorprendida.—Humberto vivía en una jaula —agregué— y alguien debió abrirla

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para que pudiera salir. Los pollos nocorren cerrojos ni abren puertas.Tampoco hay cosas alrededor de labatea que él hubiese podido usarcomo escalera.

—Es verdad, tienes razón.Humberto no pudo llegar solo hastaarriba —dijo mi madre mirandoalrededor de la batea que parecíacolocada con gran cuidado en elcentro mismo de la azotea. Luegoagregó, desubicada—: ¿Lo habrámatado el agua o lo habrá matado elhumor de las medias de tu padre?

Esas medias percudidas y viejasque estaban en la batea alrededor deHumberto eran las medias de lasuerte de mi padre.

—Seguro que ambas cosas lohicieron —dije—, porque las mediasde papá son poderosas. Pero loimportante es que Humberto no ha

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tenido un accidente. Es claro queHumberto ha sido asesinado.

—Está claro que no ha sido un accidente, mamá…

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¿Cómo llegó Humberto a lacasa?

Mi relación con Humberto habíacomenzado una semana antes de quelo encontráramos flotando en la batea.Habíamos estado, mi madre y yo,caminando en el mercado paracomprar la comida del almuerzo,cuando vi a una señora con unacanasta enorme, llena de pollitosamarillos, recién nacidos, que piabancomo locos.

Mi madre se había parado al ladode la señora, porque juntito estaba el

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—¿Quieres un pollito, mi amor?

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puesto de los pescados. Yo odio estaparte del mercado y, aunque me gustael pescado frito, no me atrae nadaolerlo crudo. Pero me acerqué porquela canasta con tantos animalitos mellamó la atención.

—¿Qué pasa, Rafael? —mepreguntó mi madre.

No supe qué decirle. ¿Queríapedirle que me comprara un pollito?Tengo diez años y, aunque me dieronganas de llevar uno a casa, me sentíraro de querer pedírselo, como si yano me correspondiera reclamar algoasí, por mi edad.

—¿Quieres un pollito, mi amor? —me preguntó ella.

—Pero si lo compras, ¿la abuela loconvertirá en pollo a la brasa? —lepregunté y mi mamá sonrió.

—No dejaremos que la abuela leponga las manos encima —dijo mimadre.

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Humberto no es bien recibido

Ese día regresamos del mercado acasa a las diez de la mañana y yo subícon Humberto a la azotea. Lo dejélibre, para que paseara por su nuevohogar, mientras le acondicionaba uncálido rincón, en una caja de zapato.

Me di cuenta de que no podíaarrimarlo simplemente en ese rincón,porque el sol lo achicharraría.Entonces junté dos de las macetas demi madre que tenían helechos, dehojas grandes, verdes y muy frescascomo las de lechuga, y rodeé la caja

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con las macetas para que las hojas lehicieran sombra.

Imaginé luego que el pollo crecería ynecesitaría una caja más gran Je que lade los zapatos. Había que hacerle unajaula entonces y para eso necesitabaayuda. Llamé a mi papá, que en unsegundo subió corriendo a la azotea,pero no porque yo lo había llamado,sino porque estaba buscando susfamosas medias blancas (bienpercudidas) de la suene, con las quejuega su fulbito.

—Papá, ¿me ayudas a hacer unajaula? —le pregunté.

—Claro, campeón —me dijo, pero,en realidad, no me había hecho caso—ahorita no puedo ayudarte —m e dijoal toque—, porque me esperan en lacancha pa' mi fulbito.

Andaba descalzo mi papá, decostadito, porque el piso quemaba.Buscó sus medias en el tendal de la

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ropa recién lavada y cuando lasencontró y estaba por irse, ¡zas!, seresbaló y casi se va al suelo, perorecuperó el equilibrio.—Caraj...—dijo— ¿pero, qué...?

Papá se agachó para ver qué lo habíahecho resbalar y entonces se diocuenta de que esa grasosa sustanciaverde y amarilla que había en el pisoera...

—Caca de pájaro... esta cosa verde escaca de pájaro —dijo.

Y en ese momento se dio cuenta deque algo piaba.

— ¿ E s un pollo? —preguntó denuevo.—Sí —le respondí.—¿Has comprado un pollo?—Sí.

—¿Y ese pollo se ha hecho caca acá?—Sí —respondí—, eso creo.

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Entonces se le incendiaron lo ojos,como cada vez que se pone furioso.

—¿Te he contado que tu abuelasiempre tuvo pollos, patos, conejos,gallinas, en la azotea de mi casa?—dijo—. ¡Te he contado que durantetooooooodos los días de mi niñezjamás tuve una azotea para mí sólito,como tú la tienes, que subes y tirastoooooodos tus juguetes por ahí... quete echas en el piso con toooooodas tusherramientas cuando desarmas algo?¿Y sabes por qué yo no podía hacereso? Porque mi azotea siempre estaballena de un montón de caca deanimales. Y ahora, ¿tú me traes unpollo a la casa?

No dijo más y me dio la espalda.Pero cuando iba a desaparecer por laescalera, se volvió y regresó...

—Vas a quedarte con el pollo, perote vas a ocupar de él, nadie más quetú le dará de comer, nadie limpiará lo

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que ensucia, salvo tú. Te voy a dar elprivilegio de tener un animal en laazotea, pero debes recordar que todoprivilegio comporta una granresponsabilidad.

—¿Y ese pollo se ha hecho caca acá?

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Sospechosos

Mi madre se agachó para retirarla batea donde flotaba Humberto,pero le pedí que no lo hiciera.

—¿Por qué? —me preguntó mamá.—Es la escena del crimen, todavía

puede decirnos algo.Le había escuchado a mi madre

decir que la escena del crimen habla.Ella es médico forense y examinavíctimas para descubrir qué les hasucedido. Ella me ha enseñado casitodo lo que sabe sobre examinarpruebas del delito.

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Mi madre me miró seria y dijo:—¿Quieres descubrir quién lo hizo?—Sí.Ella suspiró y agregó:—A veces, descubrir la verdad es

más doloroso que ignorarla.—¿ Puedes ayudarme?—¿Cómo?—¿Puedes decirme cuánto tiempo

tiene Humberto de... muerto?Mamá retiró a Humberto del agua y

luego de tocarlo dijo:—Está aún tibio. Tiene entre dos y

cuatro horas.Mamá y yo habíamos salido a las

nueve de la casa y nos demoramoscomo dos horas en volver. Papá ya sehabía ido a su fulbito. Lutzgarda,nuestra secretaria del hogar, comodice mi madre, estaba en el segundopiso, arreglando los cuartos. Mi prima

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Miluska jugaba en la sala, en el primerpiso, con su Barbie. Cualquiera deellos, mi papá, Lutzgarda, Miluska,podría haberlo hecho mientrasnosotros estábamos fuera.

Cualquiera de ellos, mi papá, Lutzgarda, Miluska,podría haberlo hecho…

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Sospechosa uno: mi prima

Durante cuatro días, Humbertohabía vivido tranquilo en su esquina,debajo de los helechos, en su cajita,que luego cambió a jaula. Salía apasear tres veces al día, vigilado pormí para que no dejara caca por todaspartes y, así, no molestara a mi papá.Pero esto duró hasta que vino miprima Miluska, el Demonio, como ledice mi padre y casi todos. Cuando yono la veía, ella subía a la azotea ysacaba a Humberto de su jaula, sin mipermiso. Le ponía un hilito en el

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cuello e imaginaba que era el perro desu Barbie y lo paseaba por la azotea.

Lo hizo varia» veces, aun cuando selo prohibí. Entonces, el quinto día, laamenacé con ahogarla en la piscina eldomingo que venía (nos íbamossiempre al club y allí había piscina), sino dejaba en paz a mi pollo.

Demonio, el sobrenombre de miprima, se lo puso mi padre. Mi papádice que la niña está loca por culpa desu papá que es un tarado, flojo ymedio delincuente.

Mi madre hace todo lo posible paraque mi prima pase más tiempo connosotros, para "evitar la influencianegativa de su padre", dice.

Pero mi papá acaba con los nerviosdestrozados cuando ella está en casa,porque mi prima grita lodo el tiempo,llora, y cuando rompe algo lo esconde(y rompe muchas cosas), y miente auncuando acabas de verla hacer algo.

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Demonio, el sobrenombre de mi prima, se lo puso mi padre

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21Una vez, mi padre nos llevó al parquey se tiró al pasto a leer su periódicomientras dos amigos míos, mi prima yyo, jugábamos por allí. De pronto,Miluska comenzó a arrancar unasflores y a tirárselas a mis amigos. Mipadre levantó la mirada del periódicoy la vio.

—¡Miluska! —gritó y se puso de pie.Se acercó a nctsotros y nos dijo—: Lasflores no les han hecho nada, así quecuídenlas, son el adorno del parque.

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22Luego mi papá se tiró sobre el pasto,

otra vez, y se puso a leer.Un segundo después, mi prima

volvió sobre las flores y comenzó aarrancarlas, como si nada le hubiesendicho. Yo me quedé turulato. Nopodía dejar de mirarla. Mi padrelevantó nuevamente la mirada delperiódico, para vigilarnos, y me son-rió, pero se dio cuenta de que algollamaba mi atención: siguió ladirección de mi mirada y vio a

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Miluska arrancando las flores.Entonces meneó la cabeza y suspiróderrotado.

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Sospechosa dos: Lutzgarda

Me di cuenta de que la ropaestaba recién tendida en los tendales.Todo olía a detergente de limón. Estoquería decir que Lutzgarda habíaestado en la azotea hacía poco tiempo,porque ella es la que lava la ropa de lacasa. Yo recordaba haber escuchado lalavadora desde que me habíalevantado, por la mañana y antes deirme con mamá al mercado.

Como había alguna ropa blanca enlos tendales y también otra de colores,supuse que habla lavado dos veces,porque la ropa blanca y la ropa de

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Lo del periquito fue un accidente.

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color (ella me había enseñado) no semezclan en la lavadora, fistosignificaba que por lo menos tresveces había estado Lutzgarda en laazotea y algo debía saber de la muertede Humberto.

Lutzgarda es muy graciosa, es unachica buena, dice mamá, pero esbastante torpe. Mi papá dice que es lainexperiencia andando. Tienediecinueve años y estudia para enfer-mera. Se paga los estudios trabajandoen las casas. Con nosotros está desdehace un año y en ese tiempo quemó elarroz dos veces, le hizo hueco a unacamisa de mi papá, rompió comocinco platos, dos vasos y trece mediasdesaparecieron (las encontraron en lastuberías del desagüe), pero además,mató al periquito de mi prima.

Lo del periquito fue un accidente.Ella estaba arreglando mi cuarto y nose dio cuenta de que Miluska habíapuesto a su perico a dormir entre las

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sábanas desordenadas de mi cama. Elperico (se llamaba, además, rerico)dormía como una persona, de costadoy, si lo tapabas hasta el cuello, sequedaba seco.

Parece que Lutzgarda se tiró sobrela cama para alcanzar unas almoha-das y cayó sobre el periquito.

Luego dio un tirón a mis sábanaspara sacudirlas y el animalito salióvolando. Lutzgarda creyó que Pericointentaba escapar y trató de agarrarlo,pero el animalito no estaba volando,sino que fue a darse contra una pared,rebotó sobre el televisor y fue a caersobre la mesa de noche, dentro de unvaso vacío y allí se quedó, con laspatas para arriba. Así fue comoLutzgarda mató a Perico.

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Sospechoso tres: mi padre

Mi padre tenía motivos paneliminar a Humberto. Odiaba suscaquitas y por culpa de mi prima, quehabía soltado al pollito varias vecessin mi permiso, mi padre habíaencontrado sus cacas por diferenteslugares.

Mi papá no es malo, además esmuy juguetón y le gusta hacerbromas. Una vez vino con una vendaen la cabeza, pintada de rojo y con unojo todo morado. Así entró a la casa ymi mamá dio un grito.

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—¿Qué te ha pasado? —dijo y fue aexaminarlo, preocupada, con elmaletín de primeros auxilios en lamano, pero rápidamente se dio cuen-ta de que el ojo morado era maquillajey la venda con sangre en realidad, eraaseptil rojo.

Mi madre se molestó muchísimo.Mi papá dice que esas bromas lo

relajan del aburrido trabajo de abo-gado que tiene y siempre se queja deque su empleo es recontra tedioso ytriste. Por eso hace bromas y juegapelota tanto, tres veces a la semana y,también, para mantenerse en forma.

Yo no creía que mi papá hubiesematado a Humberto. En realidad, noquería creerlo, pero bien podía habersido él

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Mi padre tenía motivos pan eliminar a Humberto

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La cena

A la hora del almuerzo, todos nossentamos a la mesa. Mi madreocupaba un extremo y mi padre elotro. El Demonio y yo estábamos a uncostado y, frente a nosotros,Lutzgarda.

De pronto dije:—Humberto, mi pollito, ha muerto.El ruido de los cubiertos se

suspendió. Los bocados se quedaron amedio camino. Examiné todas lasreacciones. Lutzgarda me miró.Miluska hundió los ojos en su plato

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de sopa. Mi padre miró a mi madre yella lo miró a él.

—Murió entre las nueve y las oncede la mañana —dije—. Alguien lometió en la batea y ese alguien estáaquí.

—Una acusación debe hacerse conpruebas —dijo mi padre—, ¿tienesalguna prueba de lo que dices?

—No. Solamente sé cómo murió. Loencontramos flotando en una batea,entre tus medias sucias. Alguien lopuso dentro y por eso se ahogó.

—Pues no fui yo —dijo mi padre.—¿Subiste a la azotea en la maña-

na? —pregunté.—No, no me acuerdo.—Sí subió, señor—dijo Lutzgarda,

de pronto—, recuerde que ustedestaba buscando sus medias. Mepreguntó si estaban limpias y le dijeque estaban en la ropa sucia.

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—Ah, sí, claro, subí a buscarlas.—Y las encontró. Porque me dijo

Alguien lo metió en la batea y ese alguien está aquí.

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que las iba a lavar —agregóLutzgarda— y que si las

escurría bien las podíameter al microondas

para secarlas,que tenía tiempo...—Es cierto —dijo

mi padre—, intentélavarlas, pero después

me acordé de que teníaque recoger a dos de

mis compañeros y queno iba alcanzar a

llegar a la canchitasi me ponía a hacer

todo eso—¿Llenaste la batea,

pusiste detergentey pusiste las mediasdentro? —pregunté.

—Sí, pero lo dejé amedio hacer

—respondió mi papá.

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—¿Pusiste la batea en el centro de laazotea ? —le pregunté.

—No, al centro no —respondió mipapá—, más bien a un costado, juntoa la lavadora. Y luego le dije aLutzgarda que no había lavado lasmedias y, como ella estaba lavando laropa, le pedí que les diera una

sobadita y que lascolgara.

—Esas medias nonecesitan sobaditas,

necesitansobadazas —dijomi mamá, ácidomuriático, un

lavadorsuperespecial.

¿Por qué no lasbotas?—No te metascon mismedias de la

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suerte, hoy no ganamos y todoporque Lutzgarda no lavó la ropaayer... —dijo mi papá y agregó—:Pero Lutzgarda, más bien, deberíadecimos qué pasó allá arriba, ellaestuvo lavando la ropa toda lamañana. Es la que ha estado todo eltiempo en la azotea. Y además, comotodos sabemos, en su historiapersonal cuenta con un cadáver. Lamuerte de Perico pesa sobre suconciencia.

Eso era absolutamente cierto.—No, yo no... —dijo Lutzgarda—,¿por qué querría matar a Humberto?Me caía bien.

—También te caía bien Perico y lomataste —dijo mi padre.

—Fue un accidente —dijoLutzgarda.

—Eso solamente te convierte enuna homicida culposa, pero homicidaal fin —sentenció mi padre.

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—Yo nomaté aHumberto.Cuando subí ala azotea,encontré la bateaal lado de lalavadora ycomo meestorbaba, lamoví y la puse en elcentro de la azotea.Nunca vi ni escuché aHumberto, ni siquierapensé en él. Saqué la ropa de lalavadora y la colgué, eso es todo loque hice. Nunca vi a Humberto.

Si no fuiste tú—dije—, y no fue mipapá, ¿quién queda en la casa?

El Demonio levantó la mirada, teníaa su Barbie sobre la mesa.

—Me parece que tu muñeca tiene elcabello mojado —le dije a mi prima.

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Mi padre estiró la mano y tocó lapeluca rubia de la muñeca.

—Está mojada, efectivamente —dijomi padre —. ¿Le lavaste el pelo a tumuñeca? —preguntó.

—Sí—dijo el Demonio—¿Dónde? pregunté.—En la batea —dijo mi prima.—¿Subiste a la azotea mientras

Lutzgarda arreglaba la casa? —pregunté.

—Sí—Dijo el Demonio.—¿Viste a Humberto? —volví

preguntar.—Sí —Dijo mi prima.—¿En la batea?—insistí.—No — Dijo ella.—¿Lo viste en su jaula? —dije.—Sí —respondió el Demonio.

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39 —Lo cogiste, aun cuando te dijeque no lo hicieras, y mientras lelavabas el pelo a tu muñeca, tambiénlo lavaste a él y lo ahogaste —acusé.

—No. No lo saqué de su jaula — sedefendió mi prima

—¡Mientes! —ataqué.—Cuando subí, ya Humberto

estaba muerto —dijo Miluska—, yo loiba a sacar de la jaula, pero estabamuerto, entonces lo dejé allí. Después

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40bañé a mi Barbie y bajé. Yo no lomaté.

En ese momento miró a mi mamá,como buscando ayuda, como uncómplice mira a otro cómplice.

—Yo no lo maté, ¿no, tía? —dijo miprima.

Mi mamá se tomó su tiempo, miró atodos y enseguida dijo:

—Sí, hijita, ni no fuiste...—¡Sara! —dijo mi papá—, ¿tú

mataste al pollo? ¿Necesitas a un

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—Sí, hijita, ni no fuiste...

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abogado? Conozco a uno baratonomás.

—Tú encontraste a Humberto en labatea, mamá —dije—. Cuando llega-mos, fui a lavarme las manos y luegoentré a mi cuarto y prendí el televisor.Estuve viendo los Power Rangers, yentonces me llamaste y yo subí y fuecuando me mostraste a Humberto.

—No, esperen, no ha sido así, yo nolo maté —se defendió mi madre.

—Vas a necesitar un abogado... —dijo mi padre con un cantito.

—Lo encontramos muerto —dijo elDemonio.

Mi madre miró a mi prima.—Cuando subí a la azotea encontré

al Demo... a Miluska, bañando a sumuñeca. La puerta de la jaula estabaabierta. Le pregunté por el pollo y medijo que estaba dentro de la jaula.Cuando iba a cerrar la jaula que

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estaba abierta, vi a Humberto, estabaya muerto. Discúlpame, Miluskita,pero creí que lo habías matado tú.

—Pero yo no fui, tía...—¿Por qué lo pusiste en la batea?

—preguntó mi padre,—Quise que pareciera un accidente

—dijo mamá—, quise que creyeranque se había escapado y metido en labatea.

—¿Por qué? —pregunté.Mi madre miró a Miluska y luego a

mi padre.—Ah, ya entiendo —dijo mi pa-

dre—, quisiste proteger a alguien.Pero ese alguien dice que no fue.

—Tú mataste a mi pollo —dijemirando a Miluska y ella, comosiempre, se puso a llorar.

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La abuela

En ese momento sonó la puerta.Era la abuela. Entró con su propiallave, con una bolsa en una mano yuna cartera en la otra. Fue rapiditohasta Miluska, porque estabachillando.

—¿Qué pasa, mi vida? —preguntó.—Yo no maté al pollo —dijo. —¿Quépollo?—preguntó la abuela.

—Tu nieto ha salido a ti —dijo mipadre—, ha criado a un pollo en laazotea y parece que Miluska lo hamatado.

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—Yo no lo maté —aulló Miluska.La abuela la abrazó.

—Mírame —le dijo la abuela—,mírame y dime si lo hiciste o no lohiciste tú.

—Ella lo hizo —dije—, siempremiente.

—Ya vez que nadie te cree porquesiempre mientes, hijita —dijo laabuela—, pero sí es verdad, lo sabré.Mírame a los ojos: ¿mataste tú alpollo?

—No. Estaba muerto cuando loencontré, buuuu, buuuuu...

—Muy bien, te creo —dijo laabuela.

—Susana metió al pollo en unabatea para que tu nieto creyera que seahogó de casualidad —dijo mi padre.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntóla abuela.

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—Porqué pensé que Miluskitahabía tenido que ver en el asunto.

— Y quisiste protegerla —dijo laabuela—. Hija mía, la verdad siempreflota.

—Como la caca —dijo mi papá y laabuela le mandó un manazo en lacabeza.

—Calla, malcriado —dijo la abue-la—, en la mesa no se dicen esascosas.

Mi papá se sobó la mitra y sonrió.—¿Dónde está el pollito? —

preguntó la abuela.—En la azotea —dije—. La escena

del crimen está tal cual.—Bueno, vamos a ver a la víctima.

Vamos todos, esto tiene que aclararse—dijo mi abuela.

—Mamá, estamos comiendo —protestó mi padre.

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— Hija mía, la verdad siempre flota.

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—Te eduqué para que seasabogado, una niña está acusada de undelito que dice que no cometió, ¿no teinteresa la justicia? —preguntó laabuela.

—Sí, pero hoy es sábado —dijo mipadre.

—Vamos —ordenó la abuela y entropa la seguimos.

Cuando estuvimos en la azotea laabuela examinó la jaula, luego elcuerpo de Humberto que mamá habíaenvuelto en un pañuelo y habíapuesto al lado de la batea.

—¿Cuándo lo compraron? —preguntó la abuela.

—El sábado pasado —respondí.—Siete días, hummmm... ¿Y le han

dado de comer ese maizazo? —laabuela cogió el platito donde yo leponía su comida.

—Sí —dije.

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—Estos pollitos son muy delicados,pues, hijito. Este maizazo es muygrande. I-a jaula está muy abierta, enla noche debe de haberse pelado defrío. ¿Cuándo limpiaste la jaula?

—Hace tres días —dije—, es que noensucia mucho.

—No como tus pollos —dijo mipapá— que cagaban toda la azotea yno me dejaban vivir tranquilo.

—Calla, tú. Qué rico te comías tu ajíde gallina, ¿no?

—Ah, sí, bueno, eso sí —dijo mipadre.

—Hummm —hizo la abuela pal-pando al pollo—. ¿Alguien lo oyó piarhoy?

Nadie contestó. Yo no lo había vistodesde la tarde anterior, cuando le disu última porción de maíz.

—Pues entonces está claro —dijo laabuela—, el pollo murió porque nadie

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me preguntó cómo se cría un pollo.Miren el buche de este animal, estáhinchado. No es que fuera muylimpio, es que estaba estreñido, elpobre. Debe haber tenido unainfección de los mil diablos. Yademás, esta jaulaza, toda abierta. Lospollitos tienen frío.

—Y hacen pío, pío, pío, cuandotienen hambre, cuando tienen frío —dijo mi papá.

—Cállate tú, oye, qué pesado... —dijo mi abuela.

—Entonces, mamá detective, dinoslo que ha pasado —dijo papá.

—El pollito murió de frío y deestreñimiento. Miluska no lo mató.

—¡Ya ven! Yo no fui —dijo miprima.

—Debe de haber muerto en lamadrugada o en la mañana. CuandoMiluska lo iba a sacar de la jaula, nolo hizo porque estaba muerto.

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51—Sí, lo encontré ahí tiradito —dijo

mi prima.—Tu mamá —me dijo— creyó que

Miluska lo había matado y por esofingió un accidente, para que no teenojaras con tu prima.

—Pues entonces el caso está cerra-do. Miluska es inocente —dijo mipadre.

—Ya les dije... —agregó el Demo-nio.

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52— Vamos, hijo, ya pasó —dijo mi

padre.Las palabras de mi abuela

retumbaron en mi cabeza: "Murióporque no me preguntaron cómo secría a un pollo". Y luego fue como sivolviera a escuchar a mi padre unasemana atrás cuando me dijo: "Todoprivilegio comporta unaresponsabilidad".

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—Y hacen pío, pío, pío, cuando tienen hambre, cuando tienen frío

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Mientras bajábamos las escaleras, ledije a mi papá:

—Humberto estaba a mi cargo. Nosupe cuidarlo y por eso murió.

—Es cieno, hijo, para hallar alculpable solamente tenías que mirarteal espejo. ¿Te pone triste?

—No sé. Era solo un pollito. Pero,no sé, me hace pensar.

—Pensar, pensar, pensar, hijo, unocomienza a pensar de niño y cuandoeres grande, cuando ya no quierespensar, te juegas un fulbito.

—¿Con medias viejas?—Claro, hijo, así tiene que ser.

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