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  • 7/30/2019 Hayek14historia Del Pensamiento Politico

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    Historia Econmica y Pensamiento Poltico

    por Friedrich A. Von Hayek

    Ha existido siempre una ntima relacin entre las convicciones polticas y el modo de

    enfocar los acontecimientos histricos. Las experiencias del pasado son la base sobre lacual se construyen esencialmente nuestras opiniones acerca del carcter deseable de una u

    otra poltica o institucin, mientras que, de otro lado, nuestras opiniones polticas actuales

    influyen y colorean inevitablemente nuestra interpretacin del pasado. Aunque seademasiado pesimista la creencia de que la humanidad no aprende en general nada de la

    Historia, puede ciertamente ponerse en duda que derive siempre de ella la verdad. A

    pesar de que los acontecimientos del pasado constituyen la fuente donde el gnerohumano obtiene sus experiencias, sus opiniones no son determinadas por los hechos

    objetivos, sino por las interpretaciones y fuentes escritas que le son accesibles. Apenas

    nadie discutir que nuestras ideas sobre lo bueno y lo malo de las diversas institucionesestn considerablemente determinadas por los efectos que les atribuimos en el pasado.

    Apenas existe un ideal o concepto poltico que no implique concepciones sobre toda una

    gama de acontecimientos histricos, y, a la inversa, son pocos los recuerdos histricos

    que no se usan como smbolo para alguna finalidad poltica. Sin embargo, las ideashistricas que nos guan en el presente no coinciden siempre con los hechos histricos;

    son incluso a veces no la causa, sino, mucho ms, el efecto de las convicciones polticas.

    En la formacin de la opinin, los mitos han jugado quizs un papel casi tan grande comolos hechos histricos. Sin embargo, apenas podemos esperar que aprovechemos las

    experiencias de nuestro pasado, si los hechos en los cuales basamos nuestras

    conclusiones no concuerdan con la realidad.

    Es por ello probable que los historiadores influyen sobre la opinin publica de manera

    ms inmediata y completa que los tericos de la poltica que lanzan nuevas Ideas. Pareceincluso que tales ideas nuevas no penetran generalmente en amplios crculos en su forma

    abstracta, sino ms bien a travs de su interpretacin de determinados hechos. En este

    sentido, el poder directo sobre la opinin pblica est, al menos en un paso, ms prximodel historiador que del terico. Y mucho antes de que el historiador profesional haga uso

    de la pluma, la discusin cotidiana sobre los acontecimientos del pasado inmediato ha

    forjado una imagen definida de estos acontecimientos, o quizs varias imgenes distintas,las cuales influyen en la controversia contempornea en la misma medida que cualquier

    diferencia de opinin sobre el valor o la falta de valor de las nuevas teoras.

    Esta influencia fundamental que ejercen las concepciones histricas corrientes en la

    formacin de la opinin poltica es hoy quiz menos comprendida que en otros tiempos.

    Una razn de ello debe probablemente verse en el hecho de que muchos historiadores

    modernos tienen la pretensin de adoptar una posicin cientfica pura y totalmente librede cualquier prejuicio poltico. No puede evidentemente existir duda alguna de que ello

    constituye un riguroso deber para el cientfico en la medida en que efecta un trabajo de

    investigacin histrica, esto es, en la medida que los hechos, en cuanto tales, son objeto

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    de indagacin. No hay realmente ninguna razn legtima para que los historiadores de

    distintas convicciones polticas no coincidan en lo que respecta a los hechos. Pera ya alprincipio de la investigacin, cuando hay que decidir las cuestiones que merecen ser

    planteadas, intervienen necesariamente juicios individuales de valor. Y es tambin ms

    que dudoso que pueda escribirse una historia coherente de un perodo o de una serie de

    acontecimientos sin interpretar los hechos de manera que no slo se apliquen teorassobre la conexin de los procesos sociales, sino que se contemple a stos a la luz de

    determinados valores. Es, al menos, ms que dudoso que una historia escrita as valga lapena de ser leda. Escribir historia no es solamente a diferencia de lo que ocurre con la

    investigacin histrica un arte, tanto, al menos, como una ciencia, sino que implica algo

    ms. Aquel que intenta escribir historia y olvida que esto le plantea la tarea de formularuna interpretacin a la luz de los ltimos valores, se engaa a s mismo y ser vctima

    inconsciente de sus propios prejuicios personales.

    Tal vez no existe un ejemplo mejor de la manera como el Ethos poltico de una nacin,

    durante ms de un siglo, y los de la mayora de las naciones del mundo occidental, por un

    tiempo ms corto, fueron configurados por los escritos de un grupo de historiadores, quela influencia ejercida por la interpretacin histrica whig inglesa. Puede probablementedecirse sin exageracin que por cada hombre que conoca, de primera mano, las obras delos filsofos polticos que haban fundado la tradicin liberal, haba cincuenta o un

    centenar que la haban recibido a travs de los escritos de autores como Hallan yMacaulay o Grote y Lord Acton. Es significativo que el historiador ingls moderno que

    ha procurado, ms que ningn otro, desacreditar esta tradicin liberal, lleg ms tarde a

    escribir que las personas que quiz con fanatismo juvenil extraviado quieren hacerdesaparecer aquella interpretacin whig... se esfuerzan solamente en barrer y dejar vacoun lugar que, segn el juicio humano, no puede estar vaco mucho tiempo. Abren las

    puertas a siete demonios que han de ser peores que su predecesor, justamente porque son

    recin llegados1

    Y si bien defiende todava la tesis de que la historia Whig ha sidouna falsa interpretacin histrica, afirma, sin embargo, que fue una de las partidas de

    nuestro activo y que ha influido saludablemente en la poltica inglesa1

    .

    El hecho de que la historia whig fuese realmente, en algn sentido relevante, falsa

    descripcin histrica, es una cuestin sobre la cual no se ha dicho todava probablementela ltima palabra, pero que no podemos discutir aqu. Su beneficioso efecto, que consisti

    en crear la atmsfera esencialmente liberal del siglo XIX, est fuera de duda y no puede

    ciertamente atribuirse a una falsa presentacin de hechos. Fue, principalmente, una

    descripcin poltica de la Historia y los fundamentos sobre los cuales construy eran sinduda alguna elevados. No puede medirse, en todos sus aspectos, con los patrones

    modernos de la investigacin histrica, pero dio, sin duda, a las generaciones que

    crecieron en su espritu un verdadero sentido del valor de la libertad poltica que susantepasados haban conquistado para ellos, y les sirvi, adems, de orientacin para

    conservar esta conquista.

    1[i] Herbert Butterfield, The Englishman and his History (Cambridge University Press, 1944), pg. 3

    2[ii] Loc. cit, pg. 7

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    La interpretacin whig de la historia ha pasado de moda con la decadencia delliberalismo. Pero es ms que dudoso que la moderna interpretacin histrica,precisamente por el hecho de que pretende ser ms cientfica, haya llegado a ser

    realmente una gua ms segura y fidedigna en los sectores en donde ha influido

    intensamente en la formacin de la opinin poltica. La descripcin poltica de la Historia

    ha perdido, en efecto, gran parte de la influencia y de la fuerza cautivadora que tuvo en elsiglo XIX; y dudo que alguna obra histrica de nuestros das pueda ser comparada en

    difusin o en eficacia inmediata con la History of England de Macaulay. No hadisminuido, sin embargo, la escala en la cual nuestras actuales concepciones polticas

    estn coloreadas por dogmas histricos. Como el inters se ha desplazado desde los

    problemas jurdico-constitucionales hacia el terreno social y econmico, los dogmashistricos que actan hoy como fuerzas impulsoras, aparecen principalmente en forma de

    concepciones referentes a la historia de la economa. Es probablemente justo decir que ha

    sido una interpretacin socialista de la historia la que ha dominado el pensamiento

    poltico durante las dos o tres ltimas generaciones, y que este pensamiento consistefundamentalmente en una peculiar visin de la historia econmica. Lo ms notable de

    esta interpretacin histrica es que la mayor parte de las afirmaciones a las que ha dado lacategora de hechos que todo el mundo conoce se ha demostrado hace tiempo que sonficciones, y, sin embargo, fuera del crculo de los historiadores profesionales de la

    economa, estos hechos siguen siendo aceptados casi universalmente como los

    fundamentos sobre los cuales se basa el juicio sobre el orden econmico existente.

    Si se explica a la gente que sus convicciones polticas estn condicionadas por opiniones

    especiales sobre la historia econmica, la mayor parte contestar que no se ha interesadonunca por tales cosas y no ha ledo nunca un libro que se ocupe de ellas. Esto no

    significa, sin embargo, que estas personas, al igual que el resto de los hombres, no

    acepten como hechos demostrados muchas de las leyendas que en algn momento fueron

    puestas en circulacin por autores de escritos sobre historia econmica. Aun cuando elhistoriador se sita en el camino indirecto y complicado, a travs del cual logran una

    amplia publicidad las nuevas ideas polticas, aun entonces slo influyen principalmente,

    en virtud de que sus ideas son reelaboradas intelectualmente en muchos estadiosulteriores. Solamente despus de atravesar varias fases, pasa al dominio pblico la

    imagen que ha dibujado. A travs de la novela y el diario, del cine y del discurso poltico

    y, finalmente, a travs de la escuela y la conversacin cotidiana, adquiere el hombremedio sus concepciones histricas. Pero incluso gentes que no leen nunca libros y

    probablemente no han odo nunca el nombre del historiador por cuyas opiniones estn

    influidos, acaban por ver el pasado a travs de sus lentes. De esta manera, se hanconvertido todos los dogmas posibles en partes integrantes del catecismo poltico de

    nuestro tiempo, por ejemplo, ciertas ideas sobre el desarrollo y los efectos de los

    sindicatos obreros, sobre el supuesto crecimiento progresivo del monopolismo, sobre la

    destruccin deliberada de existencia de mercancas como consecuencia de la competencia(en realidad, un acontecimiento que siempre que ha tenido lugar, ha sido obra de un

    monopolio, y, generalmente, de un monopolio organizado por el Estado), sobre la no

    utilizacin de invenciones beneficiosas, sobre las causas y los efectos delimperialismo, y, finalmente, sobre el papel de la industria de armamentos en particular,

    o de los capitalistas en general, en la instigacin de las guerras. La mayor parte de los

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    contemporneos se sorprendera mucho al saber que sus opiniones sobre estas cosas no se

    apoyan en su mayor parte en hechos probados, sino que son simples mitos, puestos encirculacin por motivos polticos, y difundidos, con buena intencin, por personas en

    cuyos esquemas mentales generales encajaban. Serian necesarios muchos libros para

    demostrar cmo la mayor parte de lo que sobre estos problemas creen, no slo radicales,

    sino tambin conservadores, en algo que no es historia, sino slo leyenda poltica.Debemos limitamos aqu a sealar al lector algunas obras sobre estos problemas en las

    cuales puede informarse sobre las ms importantes de las cuestiones mencionadas1

    Existe, sin embargo, un mito de primer orden que ha contribuido ms que ningn otro a

    desacreditar el sistema econmico al que debemos nuestra civilizacin actual. Se trata dela leyenda de que la situacin de las clases trabajadoras empeor a consecuencia del

    establecimiento del capitalismo (o del sistema manufacturero o industrial (Quin

    no ha odo hablar de los horrores del capitalismo inicial y no ha recibido la impresinde que la aparicin de este sistema trajo nueva e indecible miseria a extensas capas de

    poblacin que hasta entonces estaban relativamente satisfechas y vivan con desahogo?

    Deberamos, con razn, considerar funesto un sistema que tiene la mancha de haberempeorado, aunque fuera slo por cierto tiempo, la situacin de la capa de poblacin ms

    pobre y ms numerosa. La difundida repulsa emocional contra el capitalismo estestrechamente enlazada con la creencia de que el indiscutible aumento de riqueza,

    producido por el orden de la competencia, fue comprado con el precio de una reduccinen el nivel de vida de las capas sociales ms dbiles.

    La afirmacin de que las cosas ocurrieron as fue, en efecto, enseado extensamente en

    otro tiempo por los historiadores de la economa. Sin embargo, un examen ms cuidadoso

    de los hechos ha conducido a una revisin fundamental de esta doctrina. Pero despus

    que esta controversia ha sido decidida, la vieja idea sigue gozando, una generacin mstarde, del asentimiento general. Cmo pudo nacer esta doctrina y cmo pudo, largo

    tiempo despus de su refutacin, continuar influyendo sobre la opinin pblica, son dos

    cuestiones que merecen seria investigacin.

    Esta concepcin se encuentra con frecuencia no slo en la literatura poltica dirigida

    contra el capitalismo, sino tambin en obras que en conjunto contemplan favorablementela tradicin poltica del siglo XIX. Un buen ejemplo lo ofrece el siguiente prrafo de la

    Historia del liberalismo europeo, de Ruggiero, libro apreciado con razn:

    3[iii] Vase M. Dorothy George, The Combination Laws Reconsidered (Suplemento al Economic Journal),

    I (mayo 1927), pgs. 214 a 228. W. H. Hutt, The Theory of Collective Bargaining (Londres, P. S. King andSon, 1930) y The Economist and the Public (Londres, J. Cape, 19363; L. C. Robbins, The Economic Basis

    of Class Conflict (Londres, Macmillan and Co., 1939) y The Economic Causes of War (Londres, J. Cape,

    1939); Walter Sulzbach, Capitalistic Wormongers A Modern Superstition (Public Policy Pamphlets,

    nm. 35, Chicago, University of Chicago Press, 1942); G. J. Stigler, Competition in the United States, en

    Five Lectures on Economic Problems (Londres y Nueva York, Longmans, Green and Co., 1949); G.

    Warren Nutter, The Extent of Enterprise Monopoly in the United States, 1899, to 1939 (Chicago,

    University of Chicago Press, 1951); ver tambin, sobre la mayor parte de estos problemas, los escritos de

    Ludwig von Mises, especialmente su Gemeinwirtschaft (Jena, Gustav Fischer, 1922).

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    Fue precisamente en el periodo del progreso industrial ms intenso cuando empeoraron

    las condiciones de vida del trabajador. La duracin del trabajo se alargdesmesuradamente; la ocupacin de mujeres y nios en las fbricas rebaj los salarios: la

    aguda competencia entre los mismos trabajadores que ya no estaban ligados a sus

    parroquias, sino que se movan libremente y podan reunirse all donde la demanda de sus

    servicios era mayor, abarat todava ms el trabajo que ofrecan en el mercado: crisisindustriales numerosas y frecuentemente reiteradas inevitables en un perodo de

    crecimiento, cuando la poblacin y el consumo no se han estabilizado todavaincrementaban de tiempo en tiempo la multitud de parados, el ejrcito de reserva del

    hambre 1 .

    Para tal afirmacin no haba, aun hace veinticinco aos, cuando fue hecha, ninguna

    excusa. Un ao despus de ser publicada por primera vez, Sir John Clapham, uno de los

    ms destacados conocedores de la historia econmica moderna, se quejaba con razn conlas siguientes palabras:

    La leyenda de que la situacin del trabajador empeor hasta una fecha imprecisamentedeterminada entre la redaccin de la Peoples Charter y la Gran Exposicin no acaba de

    desaparecer. El hecho de que tras la brusca baja de precios de los aos 1820-21 el poder

    de compra de los salarios en general naturalmente, no del salario de cada individuo fuedecididamente ms alto que inmediatamente antes de las Guerras de la Revolucin y de

    las campaas contra Napolen, se ajusta tan poco a las ideas tradicionalmente aceptadas

    que es rara vez mencionado, con lo cual los historiadores sociales prescindenconstantemente de los trabajos de los estadsticos de salarios y precios 1

    La opinin pblica general apenas ha mejorado, en este sentido, a pesar de que lamayora de los autores responsables de la difusin de la opinin contraria se han visto

    obligados a reconocer los hechos. Pocos autores han contribuido ms que Mr. y Mrs. J. L.Hammond al nacimiento de la creencia de que en la primera parte del siglo XIX lasituacin de la clase trabajadora empeor considerablemente. Sus obras se citan con

    frecuencia como prueba de esos hechos. Pero hacia el fin de su vida reconocieron que:

    Los estadsticos nos informan que tras el estudio de los datos disponibles pueden

    afirmar que los ingresos subieron y que la mayora de los hombres y mujeres, en el

    tiempo en que este descontento se hizo ruidoso y activo, eran menos pobres que

    anteriormente, en el silencio otoal de los ltimos aos del siglo XVIII. El material de

    4[iv] Guido de Ruggiero, Storia del liberalismo europeo (Bari, 1925), traducido al ingls por R. G.

    Collingwood (Londres, Oxford University Press, 1927), pg. 47 y, especialmente, pg. 85. Es interesante

    que Ruggiero parece haber tomado principalmente los hechos que cita de otro historiador considerado

    liberal, Elie Halvy, si bien Halvy no los describe nunca en forma tan tosca.

    5[v] J. H. Clapham, And Economic History of Modern Britain (Cambridge, 1926, I. 7)

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    prueba es naturalmente escaso y su utilizacin no es fcil, pero en trminos generales esta

    afirmacin es probablemente exacta1

    Sin embargo, esto poda apenas modificar el efecto general que sus escritos habanejercido sobre la opinin pblica. En uno de los estudios autorizados ms recientes sobre

    la historia de la tradicin poltica de Occidente, podemos, por ejemplo, leer todava:

    .... pero como todos los grandes experimentos sociales, la invencin del mercado del

    trabajo tambin result costosa. Tuvo como consecuencia, en primer lugar, un rpido y

    fuerte descenso del nivel de vida material de las clases trabajadoras1

    Estaba escribiendo este artculo e iba a decir que esta opinin est hoy casi

    exclusivamente sostenida en la literatura popular, cuando me vino a las manos el ltimolibro de Bertrand Russell, en el cual este autor, como si quisiera confirmar mis tesis,

    afirma con ligereza.

    La Revolucin Industrial provoc en Inglaterra, como tambin en Amrica, una miseriaindescriptible. En mi opinin, nadie que se ocupe de historia econmica puede apenas

    dudar que el nivel medio de vida en Inglaterra en los primeros aos del siglo XIX era msbajo que el de cien aos antes; y esto ha de atribuirse casi exclusivamente a la tcnica

    cientfica1

    No es apenas posible censurar al profano inteligente que supone que una manifestacin

    tan categrica de un autor de esta significacin debe ser cierta. Si un Bertrand Russell

    cree esto, no podemos sorprendernos de que las versiones de historia econmica,difundidas hoy en centenares de miles de ediciones populares, sean principalmente de

    aqullas que siguen propagando todava estos viejos mitos. Es una rara excepcin

    encontrar una novela histrica sobre el periodo, que renuncie al efecto dramtico quebrinda la historia del sbito empobrecimiento de grandes grupos de trabajadores.

    El verdadero curso de los hechos es decir, el lento e irregular ascenso de las clasesobreras, que, segn nuestros conocimientos actuales, tuvo lugar entonces es,

    naturalmente, mucho menos sensacional e interesante para el profano. Pues esto no es

    otra cosa que la situacin normal que est acostumbrado a esperar, y apenas se le ocurrela idea de que este progreso no es, en modo alguno, forzoso, que ha sido precedido por

    siglos en los cuales la posicin de los ms pobres se mantuvo prcticamente invariable, y

    que solamente gracias a las experiencias de varias generaciones hemos llegado a contarcon un constante progreso hacia situaciones mejores; gracias a experiencias con ese

    6[vi] J. L. y Barbara Hammond, The Bleak Age (1936) (edicin revisada, Londres, Pelican Books, 1947),

    pg. 14.

    7[vii] Frederick Watkins, The Political Tradition of the West (Cambridge Mass.: Harvard University Press,

    1948). pg. 213.

    8[viii] Bertrand Russell, The Impact of Science on Society (Nueva York, Columbia University Press,

    1951), pgs. 19-20.

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    mismo sistema que el profano sigue considerando como la causa de la miseria de los

    pobres.

    Las discusiones sobre las consecuencias de la naciente industria moderna para las clasestrabajadoras versan casi siempre sobre las condiciones en Inglaterra en la primera mitad

    del siglo XIX. Sin embargo, la gran transformacin a la cual se refieren haba empezadoya mucho antes, posea en aquel tiempo considerable historia, y se extenda mucho msall de las fronteras de Inglaterra. La libertad de ocupacin econmica que en Inglaterra

    se haba revelado tan favorable para el rpido aumento del bienestar fue, probablemente

    en su origen un simple subproducto casi casual de las limitaciones que la Revolucin del

    siglo XVII haba impuesto a los poderes del Gobierno; y slo despus de que sus efectosbeneficiosos fueron generalmente reconocidos, se ocuparon los economistas de explicar

    esa conexin de los hechos y abogaron por la supresin de las ltimas barreras que

    restringan la libertad del comercio. Es, por consiguiente, en muchos sentidos, errneohablar del capitalismo como si se tratase de un sistema nuevo y completamente distinto

    que hubiera nacido sbitamente hacia el fin del siglo XVIII. Empleamos aqu esta

    expresin porque es la ms conocida, pero lo hacemos con renuencia porque esteconcepto, con sus implicaciones modernas, es, en buena parte, una creacin de esa

    interpretacin socialista de la historia econmica de la cual nos ocupamos aqu. Laexpresin induce especialmente a error, cuando se enlaza, como sucede frecuentemente,

    con la idea del crecimiento del proletariado desposedo, al cual, en virtud de un procesomalicioso, se le despoj de la propiedad legal de los medios de produccin.

    La verdadera historia de la conexin entre el capitalismo y el creciente proletariado es

    aproximadamente la contraria de la que sugieren estas teoras de la expropiacin de las

    masas. La verdad es que durante la mayor parte de la Historia, para la mayora de los

    hombres la propiedad de los medios de produccin fue condicin esencial para conservarla vida, o por lo menos, para poder fundar una familia. El nmero de aquellos que podan

    sobrevivir trabajando para otros, sin poseer los correspondientes instrumentos de trabajo,

    se reduca a una fraccin de la poblacin. La cantidad de tierra y de instrumentos detrabajo que se heredaba de generacin en generacin limitaba el nmero total de los que

    podan vivir. No poseerlos significaba, en la mayora de los casos, la muerte por hambre

    o, por lo menos, la imposibilidad de perpetuacin. Exista poco estmulo y apenasposibilidad para que una generacin acumulara los medios de produccin adicionales que

    hubiesen permitido conservar con vida, en la prxima generacin, a un mayor nmero de

    poblacin, mientras la ocupacin de trabajadores adicionales slo significase

    esencialmente una ventaja en los casos limitados en que una mayor divisin del trabajopoda hacer ms productiva la labor del propietario de los medios de produccin. Slo

    cuando el uso de mquinas produjo mayores beneficios y cre con ello medios y

    posibilidades para su inversin, surgi, en medida creciente, la posibilidad de que pudierasobrevivir el excedente de poblacin que haba aparecido una y otra vez en el pasado y

    haba sido siempre condenado a morir. Las cifras de poblacin que haban permanecido

    durante muchos siglos prcticamente constantes, empezaron entonces a elevarseextraordinariamente. El proletariado que el capitalismo cre por as decirlo, no era, por

    consiguiente, una parte de la poblacin que habra existido sin l y que fue reducido por

    l a un nivel de vida ms bajo; se trata ms bien de un incremento de la poblacin que

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    slo pudo tener lugar gracias a las nuevas posibilidades de ocupacin abiertas por el

    capitalismo. La afirmacin de que el aumento de capital hizo posible la aparicin delproletariado slo es verdad en el sentido de que el capital elev la productividad del

    trabajo y, en consecuencia, un nmero mucho mayor de hombres a los cuales sus padres

    no haban podido dar los necesarios medios de produccin, pudieron mantenerse gracias

    solamente a su trabajo; pero primero hubo que crear el capital, antes de que pudiesenconservar la vida aquellos que ms tarde reclamaron una participacin en la propiedad

    del capital. Aunque es cierto que ello no se hizo por razones de generosidad, sucedi porprimera vez en la Historia que un grupo de hombres tuvo inters en invertir gran parte de

    sus ingresos en nuevos medios de produccin que deban ser utilizados por personas

    cuyos alimentos no habran podido ser producidos sin aquellos medios de produccin.

    Las estadsticas suministran elocuente testimonio de que la aparicin de la industria

    moderna tuvo por efecto un aumento de la poblacin. No vamos a ocuparnos ahora deque este hecho refuta por s solo ampliamente la opinin general sobre las funestas

    consecuencias del nuevo sistema de fabricacin para las masas. Nos limitaremos tambin

    a mencionar solamente el hecho de que el nivel de vida de la capa ms pobre de lapoblacin no poda mejorar considerablemente por mucho que aumentase el nivel de vida

    promedio, mientras la mejora de los trabajadores que alcanzaban un cierto nivel deproductividad determinaba un aumento de poblacin que compensaba plenamente el

    aumento de produccin. Lo que es importante destacar aqu es que este aumento de lapoblacin, principalmente en los trabajadores de las fbricas, haba tenido lugar en

    Inglaterra al menos dos o tres generaciones antes del tiempo en el que se quiere suponer

    que la situacin de los obreros empeor seriamente.

    La poca a la cual se refiere esta afirmacin es a la vez el perodo en el cual la cuestin

    de la situacin de las clases trabajadoras agit por primera vez la atencin pblica. Y lasopiniones de algunos de los hombres que vivieron entonces son, en efecto, la fuente

    principal de las opiniones hoy dominantes. Por consiguiente, nuestra primera pregunta

    debe ser la siguiente: Cmo se explica que esa impresin, en contradiccin con loshechos, pudo estar tan extendida entre los hombres de aquella poca?

    Una razn fundamental consiste, evidentemente, en el hecho de que se fue teniendo unaconciencia creciente de situaciones que anteriormente haban pasado inadvertidas. La

    propia elevacin de la riqueza y del bienestar alter tambin los criterios y aument las

    exigencias. Lo que se haba considerado siempre como una situacin normal e inevitable,o incluso como un progreso frente al pasado, apareci ahora a los observadores como

    incompatible con las posibilidades que pareca brindar la nueva era. Se percibi con

    mayor claridad y pareci al mismo tiempo menos justificada la indigencia econmica, envista de que el bienestar general aumentaba ms rpidamente que nunca en el pasado.

    Pero esto, naturalmente, no demuestra que la gente cuyo destino empezaba a suscitar

    descontento e indignacin estuviera peor de lo que estuvieron sus padres y sus abuelos. Sibien se ha demostrado, sin lugar a dudas, que exista una gran miseria, no hay ninguna

    prueba de que esta miseria fuera mayor o siquiera igual que la de pocas pasadas. Las

    largas hileras de casas baratas de los obreros de las fbricas eran probablemente ms feas

    que las pintorescas chozas en que haba vivido una parte de los campesinos o de los

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    trabajadores a domicilio; y parecieron, sin duda, ms alarmantes al gran propietario rural

    o al aristcrata ciudadano que la miseria anterior, ampliamente esparcida por el campo.Mas, para aquellos que se haban trasladado del campo a la ciudad, la nueva situacin

    significaba una mejora; e incluso cuando el rpido crecimiento de los centros industriales

    trajo consigo problemas sanitarios cuya solucin debieron aprender los hombres lenta y

    trabajosamente, las estadsticas no dejan ninguna duda de que la propia situacin sanitariageneral, en su conjunto, fue influida en sentido ms bien favorable que desfavorable1

    Sin embargo, para explicar el trnsito de una visin optimista de los efectos de la

    industrializacin a una visin pesimista, es probablemente menos importante este

    despertar de la conciencia social que el hecho de que ese cambio de opinin no seprodujo en los distritos fabriles, donde se tena un conocimiento directo de los hechos,

    sino en la discusin poltica de la metrpoli inglesa, que estaba algo apartada del reciente

    desarrollo y tena escasa participacin en l. Es notorio que la creencia en la espantosasituacin que se supona existir en la poblacin fabril de los Midlands y del norte deInglaterra estaba muy extendida en las altas esferas de Londres y del Sur durante las

    dcadas 1830-40 y 1840-50. Suministraba uno de los principales argumentos con que laclase de los terratenientes irrumpa contra los propietarios de fbricas para combatir as

    su agitacin contra las leyes de cereales y a favor del libre cambio. Y de estosargumentos de la prensa conservadora derivaron los intelectuales radicales de aquellos

    das, sin saber gran cosa de primera mano sobre los distritos industriales, los puntos devista que haban de servir un da como armas de propaganda poltica de general

    utilizacin.

    Esta situacin, a la cual puede atribuirse buena parte de las ideas actuales acerca de los

    efectos de la industrializacin sobre la clase trabajadora, queda excelentemente ilustrada

    por una carta que escribi una dama de la sociedad londinense, Mrs. Cooke Taylor, haciael ao 1843, despus de su primera visita a algunos distritos industriales de Lancashire.

    Su relato de las circunstancias que encontr va precedido por algunas observaciones

    sobre el estado general de las opiniones en Londres:

    No necesito recordarle las afirmaciones formuladas en la prensa sobre la dura situacin

    de los obreros y la tirana de sus superiores, pues haban producido tal impresin sobremi, que emprend el viaje al Lancashire contra mi voluntad; estas visiones errneas estn,

    en efecto, extraordinariamente difundidas, y la gente les da crdito sin saber la razn y el

    porqu.

    Para citar un ejemplo: precisamente poco antes de mi viaje fui invitada a una gran

    comida en el Oeste de Londres, y estaba sentada al lado de un seor considerado muyinteligente y agudo. En el curso de la conversacin vine a hablar de mi proyectado viaje a

    Lancashire. Me mir sorprendido y me pregunt qu diablos iba a hacer all. No le habra

    parecido ms razonable la idea de ir a St. Giles. Segn l, se trataba de una reginespantosa, atestada de fbricas; donde los hombres han perdido casi la figura humana a

    9[ix] Vase M. C. Buer, Health, Wealth and Population in the early Days of the Industrial Revolution

    (Londres, G. Routledge and Sons, 1926).

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    causa del hambre, la opresin y el exceso de trabajo, y los propietarios de las fbricas son

    una raza engreda y privilegiada, que se nutre de la sangre del pueblo. Contest que talescircunstancias eran espantosas y pregunt a mi interlocutor en qu comarca haba visto tal

    miseria. Contest que no la haba visto nunca, pero le haban dicho que las cosas eran as;

    l, por su parte, no haba estado nunca en los distritos industriales, y no pensaba tampoco

    viajar por ellos. Este seor perteneca a los numerosos grupos de personas que difundennoticias, sin tomarse la molestia de comprobar si son verdaderas o falsas1

    La detallada descripcin que hace Mrs. Cooke Taylor de la satisfactoria situacin que,

    con sorpresa encontr, concluye con la observacin:

    Ahora, despus que he visto la poblacin de las fbricas en su trabajo, en sus casas y en

    sus escuelas, no s en absoluto cmo explicar la tempestad de indignacin desencadenada

    en torno a ella. Esta gente est mejor vestida, mejor alimentada y tambin mejor guiadaque muchos otros grupos de trabajadores

    Pero aun cuando un partido de aquel tiempo formul una ruidosa opinin que ms tardefue aceptada por los historiadores, queda por explicar por qu precisamente el punto de

    vista de uno de los partidos de la poca y, concretamente, no el de los radicales o losliberales, sino el de lo tories, pudo convertirse en la opinin casi indiscutible de loshistoriadores de la economa de la segunda mitad del siglo. La solucin del enigma

    parece consistir en que el inters que se despert por la historia de la economa estaba

    estrechamente enlazado con el inters por el socialismo, y en que una gran parte de loshombres que se consagraron al estudio de la historia econmica se inclinaban hacia el

    socialismo. No solamente fue el gran impulso procedente de la concepcin materialista

    de la Historia de Karl Marx lo que constituy un estmulo indudable para el estudio dela historia de la economa; sino que todas las escuelas socialistas defendan prcticamente

    una filosofa de la Historia que intentaba mostrar el carcter relativo de las distintasinstituciones econmicas y la forzosa sucesin temporal de los diversos sistemas. Todastrataban de probar que el sistema de la propiedad privada de los medios de produccin,

    combatido por ellos, era una forma degenerada de un sistema de propiedad colectiva,

    anterior y ms natural; los prejuicios tericos por los que se dejaban conducir exigan que

    el avance del capitalismo se hubiera producido en dao de las clases trabajadoras, y, noes, por tanto, sorprendente que encontrasen lo que estaban interesados en buscar.

    Prescindiendo por completo de aquellos que han hecho del estudio de la historiaeconmica un instrumento de agitacin poltica lo cual ha ocurrido en muchos casos,

    desde Marx y Engels hasta Werner Sombart y Sydney y Beatrice Webb, muchos

    cientficos que crean honestamente internarse en los hechos sin prejuicios, produjerontambin resultados que eran apenas menos unilaterales. Esto debe atribuirse en parte a

    que utilizaron el mtodo de la escuela histrica, el cual se proclamaba como una

    10[x] Esta carta est citada por Reuben, A Brief History of the Rise and Progress of the Anti-Corn-Law

    League (Londres 1845). Mrs. Cooke Taylor, que era, al parecer la esposa del radical doctor Cooke Taylor,

    haba visitado la fbrica de Henry Asworth, en Turton, cerca de Bolton, situada en un distrito todava rural

    que, por lo tanto, era probablemente ms atractivo que algunos de los distritos industriales urbanos.

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    rebelin contra el anlisis terico de la Economa clsica porque ste haba formulado

    con frecuencia molestas condenas de los proyectos populares destinados a remediar losmales de todos los das 1 No es ninguna casualidad que el grupo mayor y ms influyente

    de historiadores de la economa, de los sesenta aos anteriores a la primera guerra

    mundial, la escuela histrica alemana, tambin se llamasen con orgullo a s mismos

    socialistas de ctedra, o que sus herederos espirituales, los institucionalistasamericanos, fueran predominantemente socialistas en sus tendencias. La atmsfera

    general de estas escuelas era tal que un joven cientfico habra necesitado unaindependencia intelectual extraordinaria pura no sucumbir a la presin de las enseanzas

    acadmicas. Ningn reproche era ms temido ni ms aniquilador para una carrera

    universitaria que el de apologista del sistema capitalista; e incluso cuando un cientficose atreva a contradecir la doctrina dominante en un punto determinado, deba protegerse

    prudentemente contra tal reproche, uniendo su voz al coro general de condena del sistema

    capitalista1

    . Se consideraba como prueba del autntico espritu cientfico tratar el orden

    econmico existente slo como una fase histrica y predecir, gracias a las leyes deldesarrollo histrico, el surgimiento de un sistema futuro mejor.

    Algunas tergiversaciones de los hechos que hicieron los primeros historiadores de la

    economa han de atribuirse en realidad a un intento de contemplar estos hechos sinninguna concepcin terica previa. Quien Imagina que es posible encontrar las

    conexiones causales de cualesquiera acontecimiento sin hacer uso de una teora, y quienespera que esa teora surgir automticamente de la acumulacin de un nmero suficiente

    de hechos, se hace a s mismo vctima de una pura ilusin. Los procesos sociales son tan

    complejos que, sin los instrumentos analticos que suministra una teora sistemtica, seinterpretan casi con seguridad errneamente; y quien evita el uso consciente de un

    argumento lgico rigurosamente elaborado y examinado viene a ser generalmente vctima

    de las opiniones populares de su poca. El sano sentido comn es una gua insegura en

    este terreno, y explicaciones aparentemente iluminadoras no son, a menudo, otra cosaque productos de una supersticin generalmente aceptada. Puede parecer, sin ms,

    comprensible que la introduccin de mquinas deba producir una contraccin general de

    la demanda de trabajo. Pero si uno se esfuerza seriamente en estudiar el problema, llegaal resultado de que esta creencia descansa en un error de lgica; otorgar una excesiva

    importancia a una consecuencia de la modificacin de los datos supuestos y no tener en

    cuenta otros efectos. Por lo dems, los hechos no confirman, en absoluto, esta creencia.Y, sin embargo, todos los que se inclinan a ella encontrarn muy probablemente algo que

    les parecer una prueba convincente. Es sobradamente fcil hallar ejemplos de extrema

    11[xi] Solamente para mostrar la posicin general de esta escuela citaremos una caracterstica

    manifestacin de uno de sus ms conocidos representantes, Adolf Held. Segn su descripcin, Ricardo fueun autor bajo cuya mano la Economa ortodoxa se convirti en una dcil sirvienta de los intereses del

    capital mobiliario, y su teora de la renta estaba dictada simplemente por el odio de los capitalistas del

    dinero a la clase de los propietarios rurales (Zwei Bcher zur sozialen Geschichte Englonds, Leipzig,

    Duncker und Humblot, 1881, pg 176).

    12[xii] Una buena descripcin de la atmsfera poltica general que prevaleca bajo los economistas de la

    escuela histrica alemana, se encuentra en el libro de Ludwig Phole, Die gegenwrtige Krise in der

    deutschen Volkwirtschaftslehre (Leipzig, 1911).

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    pobreza en los primeros aos del siglo XIX y derivar la conclusin de que han de

    atribuirse a la introduccin de las mquinas, sin preguntarse siquiera si las circunstanciashaban sido mejores anteriormente, o si tal vez haban sido incluso peores. Se puede

    tambin tener la opinin de que en caso de aumento de produccin, una parte del

    producto ha de quedar ms pronto o ms tarde sin vender, y puede entonces considerar

    una crisis de ventas como una confirmacin de sus expectativas, aunque exista una largaserie de explicaciones de esa realidad, que son ms plausibles que la sobreproduccin o

    el subconsumo general.

    Muchas de estas interpretaciones errneas son, sin duda, sostenidas de buena fe; y no hay

    motivo alguno para no respetar las razones que movieron a muchas de estas personas, quepintaron la miseria de los pobres con los colores ms negros, a fin de conmover la

    conciencia de la colectividad. Debemos a esta clase de agitacin, que forz a

    recalcitrantes a enfrentarse con hechos desagradables, algunas de las ms hermosas ygenerosas medidas de la poltica social, las cuales van desde la abolicin de la esclavitud

    hasta la eliminacin de los impuestos sobre la importacin de alimentos y la supresin de

    muchos monopolios y abusos arraigados. Y existen todas las razones para recordar elestado de miseria en que se encontraba todava la mayora de la poblacin hace menos de

    cien o de ciento cincuenta aos. Pero no debemos admitir que largo tiempo despusaunque sea slo por celo humanitario los hechos sean desfigurados y se enturbie de esta

    manera nuestro juicio sobre los mritos de un sistema, que, por primera vez en la historiade los hombres, hizo surgir el sentimiento de que tal miseria poda ser evitada. No hay

    duda de que, gracias a la libertad de empresa, muchas personas han perdido sus

    posiciones privilegiadas, y se les ha privado del poder de asegurarse un ingreso cmodocon la supresin de la competencia. Tambin pueden muchas personas deplorar, por otras

    razones, el desarrollo del moderno industrialismo, pues ste ha puesto en peligro, sin

    duda, determinados valores estticos y morales a los cuales las clases superiores

    privilegiadas concedan gran importancia. Algunos pueden incluso considerar dudoso siel extraordinario incremento de la poblacin o, mejor dicho, la disminucin de la

    mortalidad infantil, fue, en conjunto, una cosa buena. Pero en la medida en que se

    adopten como criterio los efectos sobre el nivel de vida de las masas trabajadoras, apenaspuede ponerse en duda que la industrializacin tuvo como consecuencia un movimiento

    ascendente general.

    Este hecho tuvo que esperar su reconocimiento cientfico hasta el momento en que

    apareci una generacin de historiadores de la economa, que ya no se consideraban

    contrarios a la ciencia econmica y que no estaban interesados en mostrar los errores delos tericos, sino que eran ellos mismos competentes economistas consagrados al estudio

    del desarrollo econmico. Sin embargo, los resultados que esta moderna investigacin

    histrico-econmica ha elaborado, en su mayor parte ya desde hace una generacin, hanencontrado poco eco fuera e los crculos profesionales. El proceso a travs del cual los

    resultados de la investigacin se convierten finalmente en patrimonio intelectual comn,

    se ha mostrado, en este caso, ms lento que de costumbre1

    . Los nuevos resultados no

    13[xiii] Vase, en relacin con esto, mi artculo The Intellectuals and Socialism, en la University of

    Chicago Law Review, vol XVI (1949).

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    eran en este caso de una ndole tal que les hiciera ser acogidos ansiosamente por los

    intelectuales porque se adaptasen bien a sus prejuicios generales, sino que, por elcontrario, contradecan el mundo ideolgico de los intelectuales. Sin embargo, si hemos

    valorado correctamente la importancia de las ideas errneas en la formacin de la opinin

    poltica, ha llegado sobradamente la hora de que la verdad desplace finalmente a la

    leyenda, por la cual ha estado dominada tanto tiempo la opinin pblica.

    El reconocimiento de que la clase trabajadora obtuvo en su conjunto una ventaja del

    surgimiento de la industria moderna es, naturalmente, del todo compatible con el hecho

    de que algunos individuos o grupos, de esta o de otras clases, tuvieran que sufrir por un

    cierto tiempo las consecuencias de esta industrializacin. El nuevo orden ocasion uncambio ms rpido de las circunstancias, y el bienestar velozmente creciente era, en su

    mayor parte, consecuencia de la mayor rapidez de adaptacin a las modificaciones de los

    datos que fue posible gracias al nuevo oren econmico. En los sectores donde lamovilidad de un mercado organizado con un alto grado de competencia fue efectiva, el

    ampliado campo de accin de las posibilidades compens sobradamente la menor

    seguridad de ciertas actividades econmicas. La expansin del nuevo orden tuvo lugar,sin embargo, lenta y desigualmente. Quedaron y han quedado ciertamente hasta hoy

    reductos econmicos, cuya produccin estaba expuesta a los azares del mercado, peroque, por otro lado, estaban demasiado aislados de las corrientes econmicas principales

    para poder tener noticia de las posibilidades que el mercado abra en otros lugares. Son detodos conocidos los diversos ejemplos relativos a la declinacin de antiguas ramas

    artesanas que fueron desplazadas por un proceso de trabajo mecnico (el ejemplo clsico

    universalmente citado es el destino de los tejedores a mano). Pero an aqu es ms quedudoso si la suma de los sufrimientos ocasionados por estas causas puede compararse con

    la miseria que una serie de malas cosechas podan producir en cualquier regin, antes de

    que el capitalismo hubiese elevado considerablemente la movilidad de los bienes y del

    capital. La desgracia que afecta a un pequeo grupo, en medio de una sociedadfloreciente, se siente probablemente ms intensamente como una injusticia y un reproche,

    que la penuria general de tiempos anteriores, que se consideraba obra de un destino

    inmodificable.

    Para comprender las verdaderas causas de las dificultades y para encontrar el camino porel cual pueden ser en lo posible solucionadas se necesita, ante todo, una mejor

    comprensin de la funcin del sistema de economa de mercado que la que tenan la

    mayor parte de los historiadores anteriores. Muchas de las cosas que se han reprochado al

    sistema capitalista han de ser atribuidas, en realidad, a restos o reapariciones de formasprecapitalistas: a elementos monopolsticos, que o bien eran el resultado inmediato de

    equivocadas intervenciones estatales, o bien se hacan posibles por una defectuosa

    comprensin del hecho de que un orden de competencia no puede funcionar sinfricciones, sin un marco jurdico adecuado. Nos hemos ocupado de algunos fenmenos y

    tendencias que se reprochan generalmente al capitalismo, y que deben, en realidad,

    atribuirse al hecho de que no se permite que acten debidamente sus mecanismosfundamentales. La cuestin especial de por qu y hasta qu grado su beneficiosa funcin

    se ve perturbada por el monopolismo plantea un problema demasiado vasto para que

    pueda decirse aqu ms acerca de l.

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    PLANIFICACION Y COMPETENCIA

    La idea de centralizar totalmente la direccin de las actividades econmicas aterra

    todava a la mayor parte de la gente, no slo a causa de la formidable dificultad de la

    tarea, sino an ms por el horror que inspira la idea de que todo sea dirigido desde un

    nico centro. El hecho de que, a pesar de ello, nos movamos rpidamente hacia esasituacin, se debe principalmente a que la mayor parte de la gente cree todava que es

    posible encontrar algn trmino medio entre la competencia atomstica y la

    planificacin central. Nada, en efecto, parece a primera vista ms plausible ni nada tiene

    ms probabilidades de atraer a las personas razonables que la idea de que nuestro

    objetivo no debe ser ni la descentralizacin extrema de la libre competencia ni la

    centralizacin total de un plan nico, sino una prudente combinacin de ambos mtodos.

    Sin embargo, el simple sentido comn resulta un gua traicionero en este campo. Aunque

    la competencia puede tolerar alguna mezcla de regulacin, no puede ser combinada en

    la medida que nos guste con la planificacin sin que cese de operar como un gua

    efectivo para la produccin. A su vez, la planificacin no es una medicina que, tomada

    en pequeas dosis, produzca los efectos que pueden esperarse de su aplicacin integral.Tanto la competencia como la planificacin central se convierten en instrumentos pobres

    e ineficientes si se usan en forma incompleta. Son principios alternativos empleados para

    resolver el mismo problema, y una mezcla de los dos significa que ninguno ha de operar

    realmente y que el resultado ser peor que si se hubiere aceptado consistentemente uno

    de los dos. En otras palabras, planificacin y competencia slo pueden combinarse

    planificando en favor de la competencia pero no planificando en contra de ella

    FRIEDRICH A. HAYEK; The Road to Serfdom

    El profesor Hayek es una de las figuras ms brillantes de la ciencia econmica

    contempornea. Naci en Viena en 1899. Fue en esa ciudad Profesor de la Universidad yDirector del Instituto de Investigaciones Econmicas. Emigrado a Inglaterra, desempedurante muchos aos la ctedra de Economa y Estadstica de la Universidad de Londres

    y fue all elegido, en 1944, miembro de la Academia Britnica. Desde 1950 vive en los

    Estados Unidos y es uno de los ms influyentes Profesores de la Universidad de Chicago.

    Ha publicado numerosos libros entre ellos: Geldtheorie and Konjunkturtheorie (1929),Prices and Production (1931), The Pure Theory of Capital (1941); Collectivist Economic

    Planning. En 1944, cuando se acerca a su fin la segunda guerra mundial y el mundo,

    influido por las corrientes emocionales y polticas de la poca, se adhiere frvolamente a

    las ideologas colectivistas, publica su breve e impresionante obra The Road to

    Serfdom. Esta obra, traducida al espaol con el ttulo El camino de la servidumbre, quedirige al gran pblico y que dedica expresivamente a los socialistas de todos lospartidos, constituye un dramtico llamamiento a la reflexin y a la responsabilidad delhombre contemporneo. En ella expone Hayek que las ilusiones y tendencias que

    propician la planificacin colectivista conducen, por una parte, a la irracional

    organizacin de los recursos productivos y a la consiguiente pobreza de los pueblos, y

    abren, por otra parte, el camino de la servidumbre poltica y espiritual.

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    Recientemente, en 1960, ha publicado HayekThe Constitution of Liberty, traducida alespaol con el titulo Los fundamentos de la libertad. En esta obra monumental, que hasido comparada en concepcin y penetracin intelectual a lo que fue, hace casi dos siglos,

    La riqueza de las naciones, de Adam Smith, analiza, a la luz de las realidades de nuestrapoca, la naturaleza de la libertad, las estructuras jurdicas e institucionales que la

    condicionan y los grandes lineamientos que orientan la poltica econmica y social de lospueblos.