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  • 8/13/2019 Guigou, L. Nicols, 2004. Cartografas antropolgicas: sobre clasificaciones, escrituras y derechos humanos. Anuario de Antropologa Social, Montevideo, Ur

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    I. De lo universal a lo particular

    En la misma Europa, el continente ms civilizado, tienes Ru-sia y Turqua, donde no hace an mucho tiempo, el Emperador,seor de vidas y haciendas, gobernaba su antojo, sin constitu-cin. Esos gobiernos se llaman absolutos, y los pueblos que tie-nen semejante forma de gobierno, son muy desgraciados; porqueall los nobles gozan de todos los privilegios, y el pueblo vivesumido en la ignorancia, la miseria y la esclavitud.

    Por cierto que los rusos y los turcos no tendran tanto orgullo enllamarse as, como lo tenemos nosotros en llamarnos uruguayos.2

    Emma Catal de Princivalle

    Seamos por un momento dualistas: marcar un origen, un punto de partida, desde elcual podamos trabajar sobre un estilo de pensamiento ya instaurado. Dejar entoncesque en esa produccin de la inteligencia sensible se juegue la temporalidad, el acon-tecimiento, y esa sntesis que trata de superar todos los dualismos, para seguir porcierto gestndolos bajo otra modalidad de poder y de trabajo.

    Lo que estaba en juego era el arte de las imgenes curativas quesubyacen como piedra angular del poder y de la representacin, elespacio entre el arte y la vida involucrado al curar el infortunio.

    Michael Taussig

    Cartografasantropolgicas: sobreclasificaciones, escrituras

    y derechos humanos

    1

    L. Nicols Guigou

    1. Este artculo constituye uno de los captulos tericos del proyecto I+D (CSIC) Memorias y mitos. El proceso dela construccin de la identidad y sus narrativas en el caso de la Colonia San Javier (Dpto. de Ro Negro, Uruguay).

    2. Leccin XXIX: El Escudo Nacional. En: Ejercicios progresivos de lectura, ortologa y ortografa por el mtodoanaltico-sinttico de palabras normales.Obra adoptada por la Direccin General de I. Primaria para servir de texto enlas escuelas pblicas. Libro quinto, cuarto ao, 2da.edicin, Imp. El Siglo Ilustrado, Montevideo, 1913, p.268.

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    Alimentar una vez ms la mquina binaria, promover la clasificacin que evite elcaos, radicalizar los dualismos posibles hasta llevarlos a dicotomas varias con susrespectivas elecciones. Hemos estado tan a gusto con el pensamiento salvaje o consus eventuales variaciones, modernizaciones y crticas todo un captulo de la antro-

    pologa, que la mayora de las veces huye de nosotros (por nuevamente, instaurada)la naturaleza propia de la clasificacin.

    Pero tal vez al asignarle a la clasificacin una naturaleza as sea en tanto opera-dor totmico vaco como le gustara a Sahlins estamos habilitando que un espejo,que una superficie pulida, nos devuelva unos rasgos atravesados por cierto ver/decirhaciendo un rostro. (Despus de todo, si la clasificacin se encuentra fuera ms all oms ac de la historia cualquier atisbo de impugnacin se cancela a s mismo:lamquina binaria es impoluta. ) Es as que el totemismo contemporneo remite a ladinmica de un universalismo contrastivista basado en el significado social de con-trastes concretos entre los productos3( y ya no a la conjuncin de las diferencias deseries culturales y series naturales). En esta universalizacin de la clasificacin y eneste universal llamado clasificacin que como tal, puede admitir todas las transfor-

    maciones del caso la relacin libidinal con las mercancas queda anulada.La advertencia benjaminiana que haca referencia a la teora burguesa de la arbi-trariedad del signo, parece tomar lugar en esa renuncia de la mirada a los acoplamien-tos deseantes con los significados sociales (y a la instrumentalizacin del deseo inscriptaen dichos significados). Se invisibilizan de este modo aquellos demonios indagados

    por Taussig ... en el encuentro histrico, mundial, entre lo que Marcel Mauss llam eldon y lo que Karl Marx llam fetichismo de la mercanca.4

    Es que la naturalizacin de la mquina binaria bajo una supuesta nominacin neu-tral la asptica clasificacin no necesita recurrir a demostraciones, defensas o ga-rantas.Est all.En esa territorialidad ontolgica, las discusiones, cuestionamientos

    o dems modulaciones crticas ya no importan. Quedan atrapadas en la aceptacin, enese espacio-territorio tcito. Y la cuestin no se zanja por salirse del 1-2 e ir al 1-2-3, nitampoco por describir las unidades que albergan los dualismos varios:

    Los dualismos no se basan en unidades, se basan en elecciones sucesivas: er esblanco o negro, hombre o mujer, rico o pobre, etc.?5

    La clasificacin es cosa pblica y prctica. Digmoslo de nuevo: est all.De esta forma, se puede disear una geografa imaginaria sobre el Oriente tal como

    lo sealara Edward W. Said en su seminal ensayo intitulado Orientalismo, gestando asuna actitud orientalistanegadora del acontecimiento (tal como en la versin clsica

    3. En una versin anterior de este Anuario, escribamos lo siguiente: Tambin Salhins en Cultura y razn prcticamuestra que el operador totmico una de las dimensiones fundamentales del pensamiento en estado salvaje conti-na actuando en nuestras culturas, aparentes reinos del pensamiento domesticado. La diferencia entre aquellas cultu-ras donde el operador totmico articula diferencias entre las series culturales con diferencias en las especies natura-les radicara en que esta articulacin ya no sera preponderante en la nuestra. Frente a una racionalidad utilitariamostrada como principio explicativo de nuestra cultura Sahlins dir: El totemismo moderno no se contradice con unaracionalidad de mercado. Por el contrario, es promovido precisamente en la medida que los valores de cambio y deconsumo dependen de decisiones relativas a su utilidad. En efecto, esas decisiones giran en torno del significadosocial de contrastes concretos entre los productos. Tendramos, por consiguiente, en nuestras culturas contempor-neas clasificaciones totmicas trazadas con otras series. Ver: L. Nicols Guigou De la religin civil: identidad,representaciones y mito-praxis en el Uruguay. Algunos aspectos tericos. En: Sonnia Romero (comp.) Anuario deantropologa social en Ur uguay. Dpto. de Antropologa Social, FHCE, Nordan-Fontaina Minelli, Montevideo, 2000,

    p.33. Ver asimismo: Marshall Sahlins Cultura y razn prctica , Gedisa, Barcelona, 1997, pp.176-177.4. Michael Taussig Un gigante en convulsiones. Gedisa, Barcelona, 1995, p.16. Ver sobre Taussig: L. NicolsGuigou El ojo, la mirada: representacin e imagen en las trazas de la antropologa visual. En: Sonnia Romero(comp.)Anuario de antropologa social en Uruguay. Dpto. de Antropologa Social, FHCE, Nordan-Fontaina Minelli,Montevideo, 2001.

    5. Gilles Deleuze y Claire Parnet Dilogos. Pre-Textos, Valencia, 1980, p.25.

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    del pensamiento mtico). El barthesiano pasaje mtico de la historia a la naturalezadara lugar a un

    ... sistema cerrado que se contiene y r efuerza a s mismo y en el que los objetos sonlo que son porque son lo que son de una vez y para siempr e, por razones ontolgicasque ningn material emprico puede expulsar o alterar. 6

    La mquina binaria que constituye el Oriente (y por ende, el Occidente) puedetrazar polos en una suerte de geografa imaginaria. Establecer bloques dicotmicos yesencializarlos.

    La tranquilidad del pensamiento de estado7le asegura su pertinencia, porque es unorden que atraviesa la temporalidad histrica constituyndola: las imgenes podrnser susceptibles de lectura pero no miradas, dejndose entonces leer desde un centro,un foco, un punto de partida, uno o ms orgenes. Surgen entonces tipologas varias(duras) o bien moldes (blandos) que juegan con la versatilidad: continuidad, unilinea-lidad acumulativa, multilinealidad arborescente, discontinuidad, etc., y que atienden aeste otro orden que se reconoce y se deja reconocer. Orden de poder que agrega a su

    clsica tarea de totalizacin la de ahuecarse en micropolticas y poder del orden, queretiene un caos para diagnosticarlo, delinear sus contornos, homologarlo al terror, a lacartografa tantica del mundo.

    La expresin del pensamiento, en su relacin con el movimientopuede ser: rpida,lenta o moderada. Se habla o se lee: con rapidez, despacio o moderadamente.No hay dos alumnos de una clase que puedan leer con el mismo grado de movimiento,aunque todos los que la compongan atribuyan a la leccin el mismo sentimiento, ycoincidan en que debe leerse despacio, con rapidez o moderadamente. La difer enciaestar en la prctica, no en la teora. La lectura en comn har ms para corregir lasfaltas de cada alumno sobr e este particular, que todos los consejos imaginables.

    Un lector perezoso o atropellado comprender su defecto en cuanto empiece a leercon sus compaeros, y se ver obligado a r egular su tiempo por el de los dems. 8

    II. Entonces

    Se trata de un conjunto de experiencias descentradas (El desierto, la experimentacincon uno mismo, es nuestra nica identidad, la nica posibilidad para todas las combi-naciones que nos habitan).9

    Las dimensiones maqunicas de subjetivacin con sus estratos de subjetiva-ciones o bien el concepto viriliano de trayectividad, se adentran en una cartografa.10

    6. Edward W. Said Orientalismo. Debate, Barcelona, 2002, p.106.

    7. Si el Estado segn Deleuze y Guattari proporciona al pensamiento una interioridad (una forma) en la cual elsujeto slo podr pensar desde la centralidad pensamiento-Estado y usar esas imgenes inclusive para refrendarlo enla oposicin construccin sta que comparte un aire de familia con las indagaciones sobre el Estado de PierreBourdieu dicha interioridad deber enfrentarse a contra-pensamientos. Los contra-pensamientos no poseen imge-nes que compitan o supongan la sustitucin del pensamiento ya centrado. Se trata de un afuerade esa interiori-dad... Ver: L. Nicols Guigou El ojo, la mirada: representacin e imagen en las trazas de la antropologa visual. En:Sonnia Romero (comp.)Anuario de antropologa social en Ur uguay. Dpto. de Antropologa Social, FHCE, Nordan-Fontaina Minelli, Montevideo, 2001, p.130. Ver tambin sobre pensamiento de estado, imgenes y contra-pensamien-tos una versin ms simplificada de este artculo: L. Nicols Guigou Representacin e imagen: las miradas de laAntropologa Visual. En: Enciclopedia con H abril, Montevideo, 2003 on line URL http://www.henciclopedia.org.uy/

    autores/Guigou/AntropVisual.htm8. (A. Vsquez Acevedo Introduccin. Cuatro palabras a los Maestros. En: Libro cuarto de lectura. Consejo

    Nacional de Enseanza Primaria y Normal, Edicin Oficial. Barreiro y Ramos, Montevideo, 1929, pp. 10-11)

    9. Gilles Deleuze y Claire ParnetDilogos. Pre-Textos, Valencia, 1980, p.16.

    10. Ver sobre cartografas: Flix Guattari Cartographies schizoanalytiques. ditions Galile, Pars, 1989.

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    Las sealizaciones cartogrficas sus movimientos de subjetivacin y objetivacin,sus espacios de conexiones y desconexiones, muestran tanto las instancias de irrup-cin como los mejores logros del sentido comn consensualista.

    As, el pensamiento de estado (con su violencia simblica instaurada, sus mitologasinteriorizadas, sus habitus), es percudido por los contrapensamientos siempredenostados, ridiculizados, devueltos al terreno de la irrealidad y de la prctica ausente.

    Es desde este choque entre la circularidad mtica de las interrogantes, digamos el dis-positivo de preguntas-respuestas esperables que me puedo plantear (parte de una prc-tica simblica que resulta de la propia violencia simblica) y la radicalidad contingen-te de un punto de partida, que se traza una cartografa. Y una cartografa del lado dela escritura y la experimentacin confirma ante todo un ejercicio polifuncional creativo.

    Crispar la tranquilidad del pensamiento:

    Si el pensamiento se liberase del sentido comn y ya no quisiese pensar ms que enla punta extr ema de su singularidad? Si, en vez de admitir con complacencia suciudadana en la doxa, practicase con maldad el sesgo de la paradoja?Si, en vez debuscar lo comn bajo la difer encia, pensase diferencialmente la diferencia?11

    III. Cartografas

    En una cartografa hay trayectos, trayectividad. Ir de paseo o como seala Virilio unmovimiento de aqu y de all. Ahora bien, un trayecto no consiste en un conjuntoconcatenado de hechos, una unilinealidad vital habitada por un Yo autrquico. Por suer-te, algunas reflexiones ya se han hecho cargo de esa suerte de Yo inconmovible, de esainvariante esencial. En buena parte, Pierre Bourdieu ejemplifica este giro iconoclasta delYo al dinamitar la ms evidente de las instituciones que hacen a su totalizacin y a su

    unificacin: el nombre propio12. La magia social que eterniza esta modalidad de nomi-nacin vinculante, gesta una curiosa unidad esencial que en su naturalizacin pareceinclusive recortarse del propio mundo social para mantenerse sin variacin pese a todaslas modificaciones, pluralidades y desplazamientos del portador en cuestin.

    Dado los efectos de realidad de la nominacin incuestionable y evidente, paraempezar, entonces, el nombre:

    Como se fosse preciso ao mesmo tempo salvar o nome e tudo salvar, exceto o nome,salvo o nome, como se fosse pr eciso perder o nome para salvar aquilo que porta onome, ou aquilo na direo do qual se dirige por meio do nome. Mas per der o nomeno incrimin-lo, destru-lo ou feri-lo. Pelo contrrio, simplesmente r espeit-lo:

    como nome. Isso quer dizer pronunci-lo, o que equivale a atravess-lo na direo dooutro, que ele nomeia e que o porta. Pr onunci-lo sem pr onunci-lo. Esquec-lo,chamando-o, (se) lembrando-o, o que equivale a chamar o outro ou dele se lembrar...13

    11. Michel Foucault Theatrum Philosophicum. En: Michel Foucault y Gilles Deleuze Theatrum Philosophicumseguido de Repeticin y difer encia. Anagrama, Barcelona, 1999a, p.29.

    12. O nome prprio o atestado visvel da identidade do seu portador atravs dos tempos e dos espaos sociais, ofundamento da unidade de suas sucessivas manifestaes e da possibilidade socialmente reconhecida de totalizaressas manifestaes em registros oficiais, curriculum vitae, cursus honorum, ficha judicial, necrologia ou biografia,que constituem a vida na totalidade finita, pelo veredicto dado sobre um balano provisrio ou definitivo. Designador

    rgido, o nome prprio a forma por excelncia da imposio arbitrria que operam os ritos de instituio: a nominaoe a classificao introduzem divises ntidas, absolutas, indiferentes s particularidades circunstanciais e aos acidentesindividuais, no fluxo das realidades biolgicas e sociais. Ver: Pierre Bourdieu A iluso biogrfica. En: Marieta deMoraes Ferreira y Janana Amado Usos e abusos da histria oral. Fundao Getulio Vargas, Ro de Janeiro, 1996,p.187.

    13. Jacques Derrida Salvo o nome. Papirus, Campinas, SP, 1995a, p.41.

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    (Sobre citas de Derrida en portugus y en espaol: Ya saben que el imperativo dela lengua nacional, como medio de comunicacin filosfica y cientfica, no ha dejadode reiterarse, de re-iterarnos al orden, especialmente en Francia. Antes incluso de lacircular dirigida a todos los investigadores y universitarios franceses, antes incluso deanunciar que el Estado no concedera ninguna subvencin para los coloquios que,celebrndose en Francia, no aseguren su lugar a la lengua francesa, al menos mediante

    dispositivos de traduccin simultnea, el ministro de Industria e Investigacin precisa-ba, en una Nota de Orientacin para el gran Coloquio sobre la Investigacin y la Tec-nologa [1982], que la lengua francesa debe seguir siendo o volver a convertirse en unvector privilegiado del pensamiento y de la informacin cientfica y tcnica.)14

    La nomiNacin augura como ejercicio de totalizacin, inscribir el nombre, dejarlocomo gesto indeleble, regular la posicin de las alteridades posibles, centrando, con-centrando la produccin de identidad mediante polticas (tambin lingsticas: habla-rs y escribirs en francs). En la nomiNacin se encuentra la negacin del desierto:todas las mitologas, los rituales, las seales emblemticas de la identidad resuenaninscribiendo una y otra vez el nombre, su nombre, otorgndole sustancia, extensin,

    delimitacin.Con respecto a las capturas del discurso identitario, nuestras estrategias tratarn deresultar cartogrficas (se pueden dejar trampas inquietas para estas capturas).

    De esta manera, si se postula un efecto-centralidad y unidad, buscaremos todas lasirregularidades, las distorsiones, las excepcionalidades.

    A la nomiNacin cuanto ms segura se (de) muestre en su densidad de represen-taciones y prcticas emblemticas se la har chocar con las ausencias, los (sobre)nombres, la incompletud: inquietar la topologa y la toponimia de la identidad.

    Y sin embargo, no es necesario oponer lo centrado a lo excntrico, o volver aexacerbar la cadencia de las irregularidades en un panorama de totalizacin identitaria.

    Tomemos a modo de ejemplo el trabajo del antroplogo Roberto Da Matta intitu-lado Voc sabe com quem est falando?15o atendiendo al francesco Savez-vous qui vous parlez?.16

    En esta prctica emblemtica, en este ritual brasileo del Voc sabe com quemest falando? se establece, de manera evidente, un ajuste de las relaciones sociales.

    Este ajuste se produce en un sentido doble: en el sentido del evaluar y calibrarperformticamente las relaciones sociales en su dimensin asimtrica, y tambin enel sentido de ejecutar un cruento ajuste de cuentas basado en la relocalizacindiscursiva del quin es quin.

    En el Voc sabe com quem est falando? las asimetras sociales se topan con su

    propio decir, y en este desfasaje irrumpen las tensiones entre individuo y persona: delindividuo, sujeto-ciudadano, igual ante la ley, al campo de la maussiana persona, queDa Matta trae a escena para dar cuenta de las caractersticas nepticas, amigusticas,camandulersticas presentes en algunas versiones de la modernidad perifrica.17

    14. Jacques Derrida Si ha lugar a traducir. I- La filosofa en su lengua nacional (hacia una licteratura en francesco).En:El lenguaje y las instituciones filosficas. Paids- Instituto de Ciencias de la Educacin de la Universidad Aut-noma de Barcelona, Barcelona, 1995b, pp. 34-35.

    15. Roberto Da Matta Voc sabe com quem est falando?. Em: Carnavais, malandros e heris. Para uma sociologiado dilema brasileiro.Zahar, Ro de Janeiro, 1979.

    16. Roberto Da Matta Savez-vous qui vous parlez? Carnavals, bandits et hr os. Ambiguts de la socitbrsilienne.Le Seuil, Pars, 1983.

    17.[Sobre escritura citacional y citas del antr oplogo brasileo Rober to Da Matta que pueden ser ledas even-tualmente en francesco I. ]En su anlisis de la identidad brasilea, Da Matta dar cuenta de ese dilema individuo/persona: Si au cours de lanalyse nous avons prouv quelques difficults caractriser le Brsil comme une socitpleinement capitaliste, dfinie uniquement par ses rapports conomiques, il nous a t tout aussi difficile de lassimiler

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    El diseo prctico de una cartografa, se mueve entre conexiones/desconexiones yasume la sujecin de las identidades en tanto efecto de poder: inscripcin, marcaje,sea del nombre propio, sea (para nuestro caso) de la nomiNacin, con sus dejos ciuda-danos, sus apetitos abarcativos, sus fronteras porosas (mviles) del adentro y delafuera.

    Porque volvamos a insistir no hay inocencia en la clasificacin.

    IV. La prdida de la clasificacin inocente

    La prdida de la clasificacin inocente: qu espacio se abre despus de todas estasdiatribas antisustancialistas con Leviatn destruyendo identidades, nombres y gene-rando a cambio sujeciones irreconocibles? O bien la obligacin del reconocimiento deesas sujeciones bajo la figura de un otro-enemigo para el cual las leyes no valen; unfuera-de-la-ley y que por tanto podr ser tratado segn las razones de estado (delterrorismo de estado). El borrado y la imposicin del nombre.

    La inscripcin del terror que requiere de la sustancializacin mxima, atizando lasclasificaciones en la construccin permanente de un ... inasignable Saboteador mate-rial o Desertor humano con formas muy diversas.19Hipermasculinizacin del mundo,asoma, interviene, una figura mtica contrapuesta. A la temtica del Desertor, del Sa-

    boteador, del otro-enemigo, se le opone la del paranoico militar.20Nunca la mquina binaria actuar de manera ms certera: el paranoico militar se

    endiosa, purifica el cuerpo social de la materia espuria. El dolor en este proceso es lanecesaria operacin para que el cuerpo social se recomponga. Pero no hay una econo-ma del terror. Todo es exceso de reinscripcin tantica en el otro-enemigo. Negada suhumanidad, la furibunda sobreimpresin del orden quiere absorverlo todo: el otro-enemigo es la produccin de verdad por todas partes. El fetichismo de estado en ac-

    cin. Una sacralidad donde la razn y la violencia producen su pequeo do como legusta decir a Taussig.21

    Mientras Luca me contaba de la convivencia obligada con su ex-torturador enplena democracia (compartan el mismo mbito laboral), me preguntaba por el prin-cipio y el final del terror. Luca haba realizado denuncias en su sindicato, en el PoderJudicial, sin resultado: dnde empezaba, donde terminaba esa cultura del terror, de laimpunidad? Interrogante difcil de responder, en un pas en el cual se haba aplicado latortura de manera sistemtica y de la cual poco se hablaba. Hace tiempo y all lejos.

    Una convivencia por momentos delirante entre torturadores y torturados, entrecondenados y verdugos. Como continuacin, una trama de silencios cmplices segua

    opacando las torturas ya ms actuales, ese secreto-armazn de la repblica.

    V. La tortura

    Durante los 70, la revista LHomme (fundada entre otros por Claude Lvi-Strauss)inaugura un fuerte debate sobre la tortura. Las convulsiones de un tiempo signado porlas culturas del terror llega as a la antropologa de un modo particular: la tortura sevuelve un sujeto trasladable a ese terreno etnocntricamente delimitado en socieda-des primitivas.

    19. Gilles Deleuze y Flix Guattari Tratado de nomadologa: la mquina de guerra. En: Mil Mesetas. Pre-Textos,Valencia, 1988, p.421.

    20. Sandino Nez Paranoia. En: Daniel Gil y Sandino Nnez Por qu me has abandonado? El psicoanlisis yel fin de la sociedad patriar cal.Trilce, Montevideo, 2002.

    21. Michael Taussig Un gigante en convulsiones. Gedisa, Barcelona, 1995a, p.23.

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    Corresponde a Clastres el habilitar ese pasaje mediante su escrito De la tortura enlas sociedades primitivas.22Si el tema de la tortura no ha sido ajeno a la tradicinantropolgica bastara recordar los trabajos de Clatin sobre los indios mandan cita-dos por el propio Clastres; lo cierto es que en la discusin de LHomme la torturaaparece situada bajo los espectros del estado, en la trada ley-inscripcin-escritura.

    En la serie de ejemplos que se nos presentan (ritos de iniciacin y de pasaje de los

    mandan, guayaki, abipones, mbaya-guaycuru) se escucha la mquina de escribir laley de la kafkiana colonia penitenciaria. All los condenados reciben dolorosamentela sentencia en su propio cuerpo: una mquina infernal (tal vez un instrumento inven-tado por el Padre Ub) va lentamente inscribiendo sobre el prisionero la escritura de lacondena porque nos advierte el oficial de la colonia no es fcil descifrar la escritu-ra con los ojos. Frente a la violacin y el olvido de la ley, la pedagoga de la colonia

    penitenciaria estriba en insertar esa ley en el espacio nico del cuerpo aprisionado.El cuerpo que olvida es memorizadoy ya no hay mediacin ni diferencia entre la

    ley-escritura y el castigo.No se trata de una ley abstracta que descansa en cdigos y es expuesta en el teatro

    civilizatorio del proceso y del juicio. Pese a la intimidacin de la puesta escnicajudicial, nuestra costumbre de los espacios postula un encierro contiguo en el queopera la dureza del castigo. La punicin, la dureza de la ley, no es la ley misma, sino elcastigo, nos volvemos a afirmar. Tan persuadidos por el fetichismo de estado, separa-mos adecuadamente la razn y la violencia (de estado). Pero en la colonia el fetiche setermina. Sin mediacin, la dureza de la ley es inscripcin de la ley misma.

    La ley es dolor de la escritura en la memoria del cuerpo martirizado.O destruccin del cuerpo horadado por la inscripcin.

    VI. InscripcionesLas as llamadas sociedades simples tampoco poseen mediaciones: no hay escuelas,

    policas, o jueces. Digmoslo de otra manera: no hay estado. Que el fetichismo deestado nos piensa una y otra vez queda evidenciado en esta tentativa de definicin queno hace ms que emitir negativas. Pura negatividad, las sociedades sin estado sontambin sociedades contra el estado, indica Clastres. Y continuando con el fetiche, laestatizacin de la escritura (o el secreto de las escuelas) puede tambin develarse en elcuerpo torturado del iniciado. Porque todo ese proceso de doloroso marcaje en la ini-ciacin es la escrituracin de los cuerpos.

    La escritura se abre y es tambin inscripcin visible en el cuerpo (marcaje) del

    iniciado. Es ley.Una ley que instruye en las palabras de la tribu para parafrasear la rplica de

    Bernand y Fisher23a Clastres, tambin en las pginas de LHomme.La colonia penitenciara de Kafka, los campos de trabajo soviticos y la escuela

    son mquinas de traduccin en la escritura de Clastres. Mquinas de traduccin deesos otros con sus ritos tan desconocidos y alejados en los que el sufrimiento trazaren la memoria del cuerpo la impronta de la ley y el cierre del secreto. La iniciacin.

    Un secreto que remite a otro: el secreto de la escuela y el secreto de la escritura.Esa mezcla entre civilizacin y barbarie suena ms que seductora. No porque la

    barbarie y la civilizacin existan como tal, sino por el juego alucinatorio y especular

    22. Pierre Clastres De la tortura en las sociedades primitivas. En: El hombre. Manantial, Buenos Aires, 1986.[LHomme, XIII (3), Pars, abril-junio, 1973.]

    23. Carmen Bernand y Sofa Fisher Las palabras de la tribu. En: El hombre.Manantial, Buenos Aires, 1986[LHomme, XIV (2), Pars, abril-junio, 1974.]

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    que enfrenta y conjuga la violencia y la razn. Es entonces en el fetiche de la sepa-racin y en el terror sagrado que produce su mismidad, que habita la denuncia de Lvi-Strauss acerca de la escritura. Tambin la asimilacin disonante que ejecuta Clastresentre el sufrimiento que algunos ritos de iniciacin incluyen (no se trata, claro est, deun universal cultural) y la prctica de la tortura en nuestras sociedades, sigue sin esca-

    par del crculo cerrado del fetichismo de estado.

    VII. De la memoria, la escritura y el estado

    La relacin que establece Clastres entre escritura y estado es evidente (y los ecoslevistraussianos en dicha relacin, tambin).

    Si Clastres abre el concepto de escritura, incorporando las inscripciones corpora-les al mismo la ley es ese martirio inscripto e inolvidable que forja cuerpos por otra

    parte, el cierre se encuentra en otorgar una teleologa a dicha inscripcin que devieneen negadora de esa otra ley-escritura-estado.

    Es de nuevo entonces que la escritura vuelve a transformarse en el registro de la

    escritura estatizada. La negacin se realiza por el siguiente procedimiento: si se tratade sociedades contra el estado, los ritos de iniciacin y de pasaje son a su vez disposi-tivos contra su emergencia. Toda una teleologa envuelve a esta ritualstica en la cualel martirio no es aminorado de ninguna forma; los jvenes iniciados debern recordarsiempre (en el sufrimiento, en las marcas) aquella ley que les dice: ... no vales menosque otro, no vales ms que otro.24Dado que todospasan por estos rituales, es latotalidad social que al inscribirse y gestar su corporeidad, destruye toda posibilidad de

    jerarquizacin, de monopolio.La separatividad de la ley, la escritura y el suplicio queda anulada: La marca

    sobre el cuerpo, igual sobre todos los cuerpos, enuncia: No tendrs deseo de poder,

    no tendrs deseo de sumisin.25Camino tortuoso el de Clastres, cuya lucidez se en-cuentra en establecer varios registros de escrituracin, al tiempo que se pierde en elingreso teleolgico de la inscripcin a la escritura estatal, de la complejidad de losritos de iniciacin y de pasaje a un tormento contra el estado.

    VIII. La escritura de los nambiquara

    En ese itinerario llamado Tristes Trpicos, Claude Lvi-Strauss nos lleva a su Lec-cin de escritura entre los nambiquara.26Sin la belicosidad de Clastres contra el esta-do, Lvi-Strauss anuda una vez ms la trama de la escritura con la dominacin estatal.

    Las disquisiciones del estructuralista acerca de los nambiquara y la escritura han sidouno de los recorridos principales de Derrida en De la gramatologa27.

    Algunos de estos pasajes tendrn que ver con la siguiente escena: instalndosecasi como hroe civilizador, Lvi-Strauss ingresala escritura entre los nambiquara.

    En este ingreso, se manifiesta el mal de la escritura. En principio nada terrible;por imitacin al civilizador, algunos nambiquara usan inocentemente los papeles y loslpices que el antroplogo les diera para dibujar. Hacen lneas onduladas(trazas).Pero el jefe de la banda (que tambin ejecuta lneas onduladas) establece una suerte deintercambio ntimo con el antroplogo basado en el fingimiento mutuo.

    24. Clastres, ob.cit p.30.25. Clastres, ob. cit. p.31.

    26. Claude Lvi-Strauss Leccin de escritura. En: Tristes trpicos. Paids, Barcelona, 1992.

    27. Jacques Derrida La violencia de la letra: de Lvi-Strauss a Rousseau. En: De la gramatologa. Siglo XXI,Mxico D. F., 1984.

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    El jefe observa su trazado (del cual, parece extraer algn sentido) y convida al civi-lizador a leer sus lneas. Por su parte, el responsable de ingresar la escritura fingeleer esas ondulaciones (que aparentemente, estn llenas de informacin pertinente).

    La exhibicin no queda sin embargo ajustada a ese pequea tertulia escritural.Cargado de regalos para los nativos y sumido en el mundo de los dones, el antroplogo

    debe tolerar no solamente que el jefe vea aumentar su prestigio personal en tanto media-

    dor de los obsequios del blanco para la banda y de los tambin mutuos intercambios.Adems, debe consentir en silencio que el jefe de manera ostentosa lea delante de lossuyos un papel en el que consta la lista de los presentes que el civilizador debe entregara cambio de los obsequios dados por los nambiquara. Esta dimensin del intercambio(de la cual Lvi-Strauss es un especialista) no resulta sorprendente. La amargura etnolgica

    proviene en todo caso de la utilizacin (por parte del jefe) de la escritura como fuente deprestigio, de la apropiacin de la magia escritural del civilizador:

    La escritura haba hecho aparicin entre los nambiquara; pero no al trmino de unlaborioso aprendizaje, como era de esperarse. Su smbolo haba sido aprehendido, entanto que su r ealidad segua siendo extraa. Y esto, con vistas a un fin sociolgicoms que intelectual. No se trataba de conocer , de r etener o de compr ender, sino deacrecentar el prestigio y la autoridad de un individuo o de una funcin a expensasde otro.28

    Fonologismo, logocentrismo, etnocentrismo, son algunas de los calificativos queprovendrn desde Derrida hacia esa Leccin de escritura, amplindose la crtica aun conjunto de trabajos de Lvi-Strauss, para destacar la impronta rousseauniana y denuevo, la vieja trampa de una de las versiones ms potentes de Occidente.

    Privilegiando una modalidad de escritura, por tanto retomando la desconfianzahacia la escritura (Derrida irrumpir tanto en esa desconfianza, como en todos los

    ejercicios que sealan la especificidad de esta escritura. Especificidad que tambinpuede establecerse como cada, o los augurios del mal).Porque la escritura (en esa Leccin sobre la misma cuya gua es Lvi-Strauss)

    deviene en una intrusin civilizatoria del mal. Sin desearlo, Lvi-Strauss disemina esemal de la escritura entre los nambiquara. Frente a la oralidad benfica de esa otredad

    bondadosa, la escritura no es ms que el mal del estado, cuyo gesto protoestatal ya estpresente en los manejos fingidos del privilegio escritural por parte del jefe nambiquara.Tal escritura y desde el lado del antroplogo, siempre nos estamos refiriendo a laescritura estatizada, es ante todo una tecnologa de la dominacin que habilita la mentiray el engao (despus de todo, ni el jefe ni la banda nambiquara saben leer: todo es

    postura y falsedad). Inclusive en ese primer plano de la escritura como dominacin, elesperable enlace antropolgico entre escritura y memoria cambia su lugar. Sin desco-nocer los procesos de acumulacin y difusin que nuestro modelo de escritura ha

    brindado a varias sociedades; Lvi-Strauss propone la funcin de la escritura comosupuesto de la explotacin del hombre por el hombre.Esta afirmacin tambin seextiende a la matriz escolar que conforma ese Occidente mtico y contemporneo:

    Miremos ms cerca de nosotros: la accin sistemtica de los Estados eur opeos enfavor de la instruccin obligatoria, que se desarr olla en el curso del SXIX, mar cha ala par con la extensin del servicio militar y la pr oletarizacin. La lucha contra elanalfabetismo se confunde as con el fortalecimiento del contr ol de los ciudadanos

    por el Poder . Pues es necesario que todos sepan leer para que se pueda decir: laignorancia de la Ley no excusa su cumplimiento. 29

    28. Lvi-Strauss, ob. cit. p. 322.

    29. Lvi-Strauss, ob. cit. p. 324.

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    Sin azar, tambin Clastres recurre a la escena primaria escolar:

    La dureza de la ley, nadie puede aducir su olvido. Dura lex sed lex. Diversos medios seinventaron, segn la poca y las sociedades, con el fin de que la memoria de esta durezase mantuviera siempre fresca. El ms simple y reciente, entre nosotros, fue la generali-zacin de la escuela, gratuita y obligatoria. Desde el momento en que la instruccin seimpona como universal, ya nadie poda sin mentira sin transgresin aducir su igno-rancia. Porque, dura, la ley es al mismo tiempo escritura. La escritura es para la ley, laley habita la escritura; y conocer una implica ya no poder desconocer la otra. 30

    En Clastres, la memoria es memoria de la dureza de la ley y la instruccin pblica(igual que para Lvi-Strauss) es una mquina (parte de toda una mnemotecnia) que di-suelve el argumento del olvido. La instruccin en la escritura (estatizada) impide antepo-ner el desconocimiento o el olvido a las obligaciones con la leyporque est escrito.

    Dejarse poseer por la escritura es dejarse poseer por la ley.La memoria es entonces una antesala de la culpabilidad. Establece que el eventual

    culpable no podr buscar apoyo a su favor mediante el desconocimiento (despus de

    todo, sabe leer a diferencia de los nambiquara). Tampoco a travs del olvido.La ignorancia de tal o cual ley no exime al que sabe de un conocimiento devasta-dor: en alguna parte existe una ley escrita que debe ser obedecida. Pero cul es esamemoria escriturada que une el temor al castigo con el conocimiento de la ley?Reduccionismo de la memoria (que habr que dejar por ahora de lado) para concen-trarnos en ese espacio mgico que contiene el temor a un castigo y el conocimiento deuna ley que en principio se desconoce (por lo menos en su singularidad). Es posibleque la escritura consiga todo eso? La inscripcin de la escritura, exige salirse de laescritura estatizada para volver a entrar en ella. Evoquemos aqu una vez ms a lanomiNacin mediante la produccin de mnadas identitarias. En el espacio-fetichedel estado-nacin, la escritura (inscripcin totalizadora) nos devuelve al terreno de la

    prdida de la clasificacin inocente. Pensamiento de estado, que se nutre de

    ... los principios de visin y divisin comunes, formas de pensamiento que son parael pensamiento cultivado lo que las formas primitivas de clasificacin descritas porDurkheim y Mauss son para el pensamiento salvaje, contribuyendo con ello a ela-borar lo que se designa comnmente como la identidad nacional... 31

    IX. Otras marcas

    Sobre la base para nosotros indiscutible de que la mejor forma de gobierno es la demo-

    cracia y de que es ella la forma que nos rige y que seguir rigindonos en lo sucesivo,como la expresin ms alta de las aspiraciones humanas, debemos tratar de estudiar cuales el medio mejor de asegurar su estabilidad y su perfeccionamiento.Siendo la democracia el gobierno de todos y para todos, debemos adoptar como criterioconcordante en lo que a la escuela primaria se refiere, que es sta necesariamente la cunade ese rgimen de gobierno, en la que se prepara nicamente su triunfo y slo en ella, pueses en sus aulas donde se desar rollan sus elementos eficientes.32

    Abel J. Prez

    De nuevo el fetiche: de esa constitucin del sujeto-ciudadano, desde esa mitologa yesa pica ciudadana hacia el terror. Rupturas. Nada ms alegre para garantizar una

    30. Clastres, ob. cit. p.26.31. Pierre Bourdieu Espritu de estado. Gnesis y estructura del campo burocrtico. En: Razones prcticas.

    Sobre la teora de la accin. Anagrama, Barcelona, 1997a, p.106.32.Lo que debe ser la escuela primaria para nosotr os. En: Julin O. Miranda Lecturas Escogidas. Libro

    adoptado por la Dir eccin General de Instr uccin Primaria. Librera A. Barreiro y Ramos, Montevideo, 1917, pp.220-221.

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    esencia (el Uruguay esencialmente democrtico). Volutas marmreas percudidas porla contingencia histrica. Nada peor que pensar en trminos de deterioro de unaesencia cvica: por qu en vez de postular una lnea progresiva de degradacin notratamos de adentrarnos en planos de ampliacin del terror, de movimientos capilares,de cambios de sujetos pasibles de ser reprimidos, de vivencias?

    En los momentos de ruptura radical la sabidura intranquiliza nuestras certezas.

    As el fascismo esa especie de estado alucinado de la historia haca reflexionar aBenjamin, pasando de largo del juego clasificatorio de las reglas y las excepciones:

    La tradicin de los oprimidos nos ensea que la regla es el estado de excepcin enel que vivimos. Hemos de llegar a un concepto de la historia que le cor responda.Tendremos entonces en mientes como cometido nuestro provocar el verdadero estadode excepcin; con lo cual mejorar nuestra posicin en la lucha contra el fascismo.No en ltimo trmino consiste la fortuna de ste en que sus enemigos salen a suencuentro, en nombre del progreso, como al de una norma histrica. No es en absolu-tofilosfico el asombro acerca de que las cosas que estamos viviendo sean todavaposibles en el siglo veinte. No est al comienzo de ningn conocimiento, a no ser de

    ste: que la representacin de historia de la que pr ocede no se mantiene. 33

    Esta representacin de la historia recorre tambin las matrices universales yuniversalizantes, tanto en su apuesta a un estado deseable de situacin al que se debearribar, como en el espectro de homogeneizacin que no deja cada tanto de aparecer.Es as que los derechos humanos caen bajo la constante problematizacin antropolgicaque resulta de cualquier tentativa universalista y que considera que toda postulacinde una naturaleza humana pltora de derechos esenciales, forma parte de ese amplioejercicio de deshistorizacin, cuando por cierto de lo que se trata es de volver a colo-car a los devenires histricos en su lugar, e indagar el conjunto de luchas simblicas yno simblicas que han permitido la gestacin y consolidacin relativa de ese dignoconjunto de arbitrarios culturales denominados justamente derechos humanos.

    Sin esencia, los derechos humanos devienen en una caja de herramientas.Operativa y mvil caja de herramientas cuya caracterstica ms que partir de princi-

    pios generales es movilizarlos, accionarlos, tratando de remover todas nuestrasmitologas del progreso, tan comunes a nuestro pensamiento por encontrarseinteriorizadas, por conformarnos en tanto (y tantos) sujetos-ciudadanos.

    Bajo ese accionar, se desvanece el progresismo de la racionalidad ascendente,de la temporalidad lineal, con sus dejos iluministas y su herencia evolucionistadecimonnica an presente en el sentido comn pese a las labores crticas de la antro-

    pologa, permitindonos entonces recuperar algunas reflexiones fundamentales.

    La citada Tesis 8 de Walter Benjamin (reiterada casi obsesivamente por MichaelTaussig) emerge con toda su fuerza para reenviarnos hacia dos afirmaciones potentes:la primera, que el estado de excepcin Estado de Sitio como una afamada pelculaque supo ficcionar sobre la situacin poltica del Uruguay de los 70, constituye porcierto la regla y que esa enseanza se encuentra presente en la tradicin de los oprimi-dos. Igual de contundente, esta Tesis revela su segundo acierto profundizando en elfracaso de las mitologas del progreso, del abismo de sus mitologas para dar cuenta yfrenar al entonces pujante fascismo.

    De manera que la afirmacin asombrada ... acerca de las cosas que estamos vi-viendo sean todava posibles en el siglo veinte resultaba para la poca una reflexin

    tan poco atinada como para la nuestra, surcada por sistemticas y continuas violacio-nes a los derechos humanos.

    33. Walter Benjamin Tesis de filosofa de la historia. En:Discursos interrumpidos. Planeta-Agostini, Barcelona,1994, p.182.

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    Y como sabiamente sealara Benjamin: este asombro y este todava No est alcomienzo de ningn conocimiento a no ser de ste: que la representacin de la historiade la que procede no se mantiene.

    Escapando entonces de esta representacin de la historia irrumpiendo en ella nonos preguntaremos acerca de cmo es posible que en pleno siglo XXI todava setorture en las dos terceras partes del mundo. O bien de la progresiva acumulacin de

    riqueza en unos pocos a cambio del hambre de la mayora. Tampoco nos preguntare-mos en clave de todavasobre las distintas formas de discriminacin y exclusin exis-tentes, o bien de la utilizacin de nias y nios en la guerra o de la continua matanza de

    poblacin civil en diferentes conflictos blicos. Los derechos humanos en tanto cajade herramientas son tiles, simples tiles.

    Son tiles, por ejemplo, para olvidar ese todava, esa promesa en un progresoineluctable guiado por la diosa Razn y su corte de deidades habilitantes de las yacitadas mitologas del progreso.

    Pero esta pretensin suena muy frvola en un mundo aterrador: el estado de ex-cepcin no es episdico y los seres humanos se encuentran en riesgo permanente.

    Inclusive aquellos territorios (estado-nacin o bloques de estados nacionales) queintentan mostrarse cada da con menos credibilidad como defensores de los dere-chos ms elementales, siguen en plena produccin de una otredad en el marco deestrategias discriminatorias, xenfobas, gestando ese Otro, ese inclasificable, que esinvisible y visible al mismo tiempo. La identidad se encuentra en peligro y ya nocabe anunciar que el otro est aqu (el exotismo por fin se termin y etctera). Ahorael otro se vuelve absolutamente Otro.

    Tal vez un terrorista vinculado con los hechos del 11 de setiembre al que habr quedescubrir mediante el establecimiento de controles para advertir la verdad de su iden-tidad (un viejo terror en cuanto a su economa).

    La sobreimpresin del nombre propio. Se sigue gestando un mundo un adentroy un afuera en el cual el estado de excepcin es la regla ahora trasladada almismo tiempo al centro y a la frontera.

    Sustancializacin de la identidad, nominacin aterrorizada (ojo de Dios) que jue-ga con la barrera frgil de esa otredad culpable a la que nadie quiere parecerse.

    X. Otro plano de tensiones: el terror consensual

    Uruguay, arcadia del Nuevo Mundo.-Pastoral y plcida, culta y pr ogresista, la Arcadiadel Nuevo Mundo, la Repblica Oriental del Uruguay es una de las naciones ms adelan-tadas de Amrica. Su desarr ollo material, cultural, poltico y social ha sido y continasiendo tan fundamental y caractersticamente armnico que constituye un ejemplo, casipudiera decirse nico, en la historia de las naciones jvenes de la era moderna. Su puebloviril, inteligente, hospitalario y jovial, que cuenta con el afecto, el respeto y la admiracindel mundo entero, ha sabido aprovecharse de los dones gener osos con que la naturalezaha dotado al suelo patrio para cr ear una gran nacin en la que la bienandanza materialno se ha superpuesto a las conquistas espirituales, tipificadas en sus admirables institu-ciones y slida cultura.34

    Elzear S. Giuffra y Cayetano Di Leoni

    Se trata pues de iniciar un relato sobre los derechos humanos en el Uruguay.

    34.El mundo tal cual es. Programa 1941, Curso elemental superior para ingreso a la Enseanza Secundaria y sextoao de Instruccin Primaria, 14. edicin, Monteverde, Montevideo, 1956, p.87.

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    Y aqu quedaremos capturados por nuestras mitologas especficas, por los mitos yrepresentaciones emblemticas que hacen a la religin civil35del Uruguay, de esanacin laica. Una religin civil ni total ni totalizadora, pero con efectos relevantesde realidad y continuidades por veces desesperantes. El ejercicio sustancialista delUruguay eternamente democrtico sigue hurgando en una suerte de origen, de pasosfundacionales: sobreimpresin en los lmites de la nomiNacin mgica y desagregacin

    de la religin civil. Opacidad del sujeto-ciudadano, cuyo conjunto de derechos fuerpidamente asignados, inscriptos. Este sujeto ya est en proceso de mutacin y sevuelven visibles otras prcticas y discursos, movimientos sociales, religiosos, movi-mientos de mujeres y minoras sexuales. Las afirmaciones positivas parecen seguirsiendo un escndalo y las actualizaciones mticas (antigedades) reinan todava en unalicado panorama en que lo poltico sigue como en otras partes del mundo sindejar apertura ... no slo [a] todas las reivindicaciones insospechadas que los movi-mientos ecolgicos, antirracistas o feministas (entre otros) llevaron a la plaza pblica,sino tambin [a] todas las expectativas y esperanzas difusas que, por afectar a menudola idea que la gente se hace de su identidad y dignidad, parecen competer al orden de lo

    privado y, por lo tanto, estar legtimamente excluidas de los debates polticos.36Emergen reivindicaciones del pasado indgena, se consolidan movimientos de afro-descendiente y aparecen gauchos del nuevo siglo. Recordemos tambin los actualesdebates sobre el laicismo y los grupos de inmigrantes que llegan al Uruguay, mientrasuna masa ingente de nacionales huye diariamente. Ya no ms hiperintegracin nimesocracia. Pobreza infantil, desocupacin, modalidades claras de discriminacin,etc. La actual situacin de los derechos humanos el tiempo-ahora como le gustabadecir a Benjamin, nos lleva a ahondar ms en la discontinuidad que en la continuidad,en las modalidades de interpretacin que nos acercan a comprender a la nacin comouna realidad liminal.

    Sin excluir los efectos de realidad de los mitos y representaciones emblemticasproducidas desde el estado como hacedor de la nacin y que otorg y otorgamediante diversos niveles los esquemas simblicos para apropiarse de dichas mitologas

    los avatares histricos y culturales gestan nuevos pasados o, como establece HomiK. Bhahba, ... la nacin es el rea liminal: por ms que los polticos se establezcan enla capital el centro e icen la bandera: nosotros sabemos que hay dos puntos: uno, ellmite entre esta nacin y la otra, y el otro punto en el que la identidad de la nacin essiempre definida dentro de los antagonismos sociales internos.37

    Tal vez estos antagonismos sociales internos aparte de realizar un ajuste decuentas y establecer nuevos pasados puedan colaborar a la gestacin de nuevas

    prcticas culturales, y nuevas formas de comprender y practicar los derechos humanossi es que sigue siendo cierto que ... lo que el mundo social ha hecho, el mundo social,armado de este saber, puede deshacerlo.38

    35. Ver sobre religin civil: L. Nicols GuigouLa nacin laica:religin civil y mito-praxis en el Uruguay.(A naolaica: religio civil e mito-prxis no Uruguai ). Ediciones La Gotera, Montevideo, 2003. Edicin electrnica:www.antropologiasocial.org.uy

    36. Ver: Pierre Bourdieu Post-scriptum. En: La miseria del mundo. Fondo de Cultura Econmica de Argentina,Buenos Aires, 1999, p. 557.

    37. Ver: Alvaro Fernndez Bravo y Florencia Garramuo Entrevista con Homi K. Bhabha. En: Alvaro FernndezBravo (Comp.)La invencin de la nacin. Manantial, Buenos Aires, 2000, p.228. La obra de Bhabha sobre la tem-

    tica de la nacin es amplsima. Ver, entre otros trabajos: Narrating the Nation y DissemiNation: Time, Narrative,and the Margins of the Modern Nation. Ambos se encuentran en: Homi. K. Bhabha (Ed.) Nation and Nar ration.Routledge, London & New York:, 1990. Ver asimismo: The Location of Culture. Routledge, New York & London,1994.

    38. Ver: Pierre Bourdieu Post-scriptum. En: La miseria del mundo. Fondo de Cultura Econmica de Argentina,Buenos Aires, 1999, p. 559.

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    Los derechos humanos en la otrora nacin laica y democrtica, aquella Suiza deAmrica que, de acuerdo a Hobsbawm, integraba la pequea lista de estados slida-mente constitucionales en plena cada del liberalismo. Haciendo un repaso de la cadade las instituciones liberales en la entreguerra, el historiador britnico hace un repasode las democracias americanas:

    La lista de estados slidamente constitucionales del hemisferio occidental era pe-quea: Canad, Colombia, Costa Rica, Estados Unidos y la ahora olvidada Suiza deAmrica del Sur , y su nica democracia r eal, Uruguay.39

    Mitologas de la nacin, de continuidades y discontinuidades, preferimos acordar-nos de sta imagen de la nacin democrtica, laica, igualitaria y progresista. o bien deaquella otra descripcin realizada por Darcy Ribeiro, en ese clsico de la antropologalatinoamericana Las amricas y la civilizacin, en la cual, elogiando al Uruguaycomo primera democracia latinoamericana y a su hroe cultural Batlle y Ordez,seala en relacin a nuestra gesta democrtica, reformista, progresista:

    El conductor de este esfuerzo fue Batlle y Or dez (...) Sus r eformas iniciadas en1904, bajo la inspiracin de una filosofa positivista y democratizante en la constitu-cin de 1917, significaron un impulso renovador nico en el continente, que echaralas bases de la primera democracia latinoamericana. 40

    La pregunta (habr pregunta?) tal vez consista como siempre en la fuga: escaparde estas imgenes y estos mitos, ahora que ellos huyen de nosotros.

    Parte de esta fuga puede resultar de visitar nuevamente ese pasado desde diferen-tes lugares, abundando ms en las versiones menos conocidas.

    Por eso resultan interesantes los momentos en los que los esquemas simblicos deinterpretacin se transforman y otras versiones comienzan a circular sin ambiciones ni

    totalizadoras ni fundacionales.Haciendo entonces referencia a la construccin mtica del pasado, y barthesiana-mente, como dicha construccin mtica deshistoriza dicho pasado y lo vuelve homog-neo en su proceso mtico de naturalizacin, irrumpen otras miradas mostrando la posi-

    bilidad de nuevas sealizaciones.As, por ejemplo, la dictadura vivida en Uruguay en la dcada de los 30 (1933-

    1938) denominada dictablanda el esencialismo democrtico sigue trabajando re-quiere para su nominacin de un conjunto de olvidos (borrar torturas, persecucin yasesinatos polticos)41y, al mismo tiempo escuela pblica mediante, como siempreen Uruguay, el establecimiento de una imagen positiva (conversin de dictadura en

    dictablanda), incapaz de afectar la continuidad de la esencia democrtica uruguaya.Algunas investigaciones sealan el efecto de los textos escolares en estos ejerci-cios en pos de la dictablanda terrista, particularmente los usados en las escuelas yliceos uruguayos durante los 50, 60, 70 y mediados de los 80.42Otras investigacio-nes, centradas directamente en los textos escolares utilizados durante la dictadura de

    39. Ver: Eric Hobsbawm, La cada del liberalismo. En: Historia del Siglo XX. Crtica- Grijalbo, Buenos Aires,1998, p.118.

    40. Ver: Darcy RibeiroLas amricas y la civilizacin. CEDEAL, Buenos Aires, 1985, p. 479.

    41. Refirindose a la recreacin historiogrfica del Siglo XX, despus del primer batllismo, Demasi establecer:

    Es claro que la construccin descartaba muchos materiales que no eran precisamente de deshecho. Para referirnosslo al siglo XX, no todos los golpes de Estado haban sido tan incruentos, ni nuestra convivencia tan pacfica. Paratransformar la dictadura de Terra en dictablanda, fue necesario olvidar a los torturados por la polica terrista, elasesinato de Grauert y la secuela de muertos de la revolucin de 1935. Ver: Carlos Demasi La dictadura militar: untema pendiente. En: Alvaro Rico (Comp.) Uruguay: cuentas pendientes. Trilce, Montevideo, 1995, p.33.

    42. Ver: Rodolfo Porrini Derechos humanos y dictadura ter rista (1933-1938).Vintn Editor, Montevideo, 1994.

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    Terra43, hacen referencia a las antidemocrticas mitologas sustitutivas que intenta-ron establecerse en ese perodo. Pero las mitologas como bien sabemos se constru-yen de varias partes.

    Antes del inevitable tiempo de la ltima dictadura y del inmediatamente anteriorconocido como pachecato. la democracia ejemplar, de capas medias ... debaobliterar las denuncias de la situacin de personas que vivan por debajo del nivel de

    pobreza, particularmente notoria en el medio rural; el tratamiento que reciban losdetenidos en las comisaras nunca fue el centro de la preocupacin social.44

    Pensamiento de estado, fetichismo de estado. Las capturas trabajan a varios nive-les: desde los lugares ciudadanos varios, sigue siendo difcil escapar de la visin sobrelos derechos humanos que no se refiere a los mismos en su ausencia, prdida o viola-cin durante la temporalidad interminable de la dictadura. Enunciar que los derechoshumanos son tambin los derechos a acceder a condiciones materiales adecuadas o

    bien que la diversidad pueda establecerse fuera del estigma o la violencia no simbli-ca, resulta extremadamente difcil en el Uruguay. En parte se debe a la matriz homoge-neizadora que se arrastra hasta nuestros das y que abreva en la reiteracin de Lo

    Mismo y la abjuracin de Lo Otro bajo diferentes modalidades de discriminacin.Pero sin duda que cuando hacemos referencia a los Derechos Humanos en el Uru-guay, quedamos una y otra vez atrapados en el terror y especficamente en el terrorconsensualista cuyo nombre es la impunidad. La impunidad es un dispositivo: cuan-do uno se la quiere sacar de encima, ella est. Es una mquina de cercenar los posiblesdel mundo social, con una vieja garanta: el terror. Mutilacin (y reificacin) de losderechos humanos, no deja de resultar un freno para la invencin de prcticas novedosas,que podran leerse como nuevas prcticas de los derechos humanos.

    La impunidad es el miedo, el terror interiorizado.La impunidad en el Uruguay (o el terror consensualista) se construye en una cultu-

    ra atrapada por el consenso (es decir por estrategias de asimilacin y exclusin) queatrapa, gesta y reinventa dicho consenso, a partir de un corte ejecutado por los diver-sos niveles constitutivos de esa propia cultura de la impunidad. Del Uno del consenso,al Uno de la Ley. Monologa estatal, la Ley emerge en tanto resultado de un consensoen el cual la racionalidad jurdica (otro fetiche) se invoca a s misma para disolverse yexhibir la legitimidad y legalidad de dicho consenso para producir y producirse. El

    problema aqu no resulta de la suma de contradicciones, sino de el conjunto de co-nexiones que la racionalidad jurdica establece con el mundo espectral de otrasracionalidades.

    Esto est claramente explicitado en la Ley 15 848 conocida como Ley de Impu-

    nidad o Ley de caducidad de la pretensin punitiva del Estado, que en su Artculo1 establece los siguiente:

    Reconcese que, como consecuencia de la lgica de los hechos originados por elacuerdo celebrado entre partidos polticos y las Fuerzas Armadas en agosto de 1984y a efecto de concluir la transicin hacia la plena vigencia del or den constitucional,ha caducado el ejer cicio de la pr etensin punitiva del Estado r especto a los delitoscometidos hasta el 1 de marzo de 1985 por funcionarios militar es y policiales, equi-parados y asimilados por mviles polticos o en ocasin del cumplimiento de susfunciones y en ocasin de acciones or denadas por los mandos que actuar on duranteel perodo de facto.

    43. Ver: Esther RuizEscuela y dictadura 1933-1938. FHCE, UDELAR, Montevideo, 1997.

    44. Ver: Carlos Demasi, ob.cit.,p.30.

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    Esta ley prohbe entonces aplicar la ley: aquellas personas que torturaron, asesina-ron o desparecieron a otras, se vuelven unos fuera de la ley por los efectos legtimosy legitimadores de la ley misma.El orden constitucional remite a un caos: o bien eseorden jurdico, constitucional, emergente de una democracia naciente genera ciuda-danos por encima y por debajo: ciudadanos que son impunes, y ciudadanos que tienenestrictamente prohibido solicitar justicia para s o para sus familiares. Pero si el con-

    senso inicial de la emergente democracia parece sostenerse (como dice la ley) sobre unacuerdo entre los partidos polticos y las Fuerzas Armadas uruguayas, se podr deciren todo caso que el terror consensualista, que la impunidad, es un pacto en el cual laciudadana no intervino y es ms, su voluntad no fue ni respetada ni consultada. Lacultura de la impunidad, se decretara as de arriba para bajo. Pero, cmo imaginar-se aqu fuera del consenso?

    Consensualismo asegurado por una consulta directa, que atrae todas las figuras dela configuracin individualista uruguaya, y el manido tema de las relaciones entreciudadana y estado. La ciudadana estatizada supone aligerar la individualizacin delos derechos a cambio de dejarlos en manos de colectivos cuya homogeneidad ya est

    diseada. En la ambigedad del terror, ese efecto de la modernidad llamado individuoburgus muestra otras aristas del pensamiento de estado: intentar elevarse como unacentralidad ms autntica que el propio estado. Elevar la esencia estatista a una confi-guracin en la cual la misma no se erosiona sino que se defiende para mejor.

    La ciudadana estatizada asume la representacin de la totalidad, y como totalidadrecrear la tensionante relacin entre algunas figuras del pensamiento de estado: delindividuo poseedor de derechos como una singularidad al consensualismo extremo enel cual esos mismos derechos pueden resultar eliminados:

    El 16 de abril, el electorado vot en r eferndum la no der ogacin de la Ley deCaducidad de 1986, que haba puesto fin a los poder es del Estado para pr ocesar ocastigar al personal militar o policial por violaciones de der echos humanos cometi-das durante el perodo de gobierno militar desde 1973 hasta 1985; sin embar go, unaimportante minora (el 42 por ciento) apoy la der ogacin. El referndum puso fin auna campaa de dos aos contra la ley llevada a cabo por grupos de derechos huma-nos, familiares de las vctimas y polticos de la oposicin. 45

    Los que apoyaron la permanencia de la Ley tenan que depositar un voto de coloramarillo. Aquellos que queran derogar a la misma en realidad, parte de sus artcu-los deban depositar un voto de color verde. En esta cromtica de la impunidad, conresultados positivos para la misma, la reconstitucin de la nacin democrtica urugua-

    ya solamente pudo mostrar y demostrar el consenso para gestar a los fuera de la leysupeditando la paz como discurso del terror, y el terror ya como garanta de laimpunidad a la justicia y a la verdad. Este novedoso nosotros debi de conformarseahogando las pretensiones de una minora sobre una mayora46.

    Adis a la re-presentacin.Claro que la Ley no deba de ser tan mala, as. Ya que no habra de existir justicia,

    por lo menos debera haber una verdad compensatoria. El Estado que fue el produc-

    45. Ver: Amnista Internacional Uruguay.Informe 1990. EDAI, Madrid, 1990, p.325.

    46. Recojemos dos afirmaciones de uno de los promotores del voto verde: De ah que tiremos sobre la mesa unaafirmacin que seguramentes es polmica. Cometimos un error al haber llevado a plebiscitar la llamada Ley de Cadu-

    cidad. Error que no nace de la derrota que sufrimos. Sera un error an en la hiptesis de haber logrado la anulacin deaquella Ley, pero seguramente no nos habramos dado cuenta de ello... Y en segundo lugar, el creer que el triunfo delvoto amarillo, adems de ratificar una ley, ratific y transform en cosas irrefutables los argumentos que la defendie-ron. Intervencin de Ral Olivera. Secretara de Derechos Humanos/PIT-CNT. En: L. Nicols Guigou y MarisaRuiz (Comps.) Seminario Corte Penal Internacional: desafos y pr oyecciones para Uruguay y el mundo. Ed.Amnista Internacional-CCPI, Junta Dptal. de Montevideo, 2001, p.87.

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    tor, la escena, el gran hacedor (hasta negarse a s mismo mediante centros clandestinosde detencin y paramilitares) deba de realizar una confesin. Su confesin.

    As que la misma Ley (postulando ciudadanos responsables, sabedores de la mis-ma) que escenifica en su escritura un pacto partidos-polticos/Fuerzas Armadas y lanecesidad de negar a la justicia en pos del orden (constitucional) deba de dar a luz, almenos a una confesin, a una verdad: quines haban torturado, matado, encarcelado,

    desaparecido y perseguido a sus pares ciudadanos? A quines se haba desaparecido,torturado, matado, encarcelado y perseguido?

    En ese sentido, el Artculo 4 de esta ley indica lo siguiente:

    Sin perjuicio de lo dispuesto en los artculos precedentes el Juez de la causa remitiral Poder Ejecutivo testimonios de las denuncias pr esentadas hasta la fecha depromulgacin de la presente ley referentes a actuaciones relativas a personas presun-tamente detenidas en operaciones militares o policiales y desaparecidas as como demenores presuntamente secuestrados en similar es condiciones.El Poder Ejecutivo dispondr de inmediato las investigaciones destinadas al esclare-

    cimiento de estos hechos.El Poder Ejecutivo dentro del plazo de ciento veinte das a contar de la comunicacinjudicial de la denuncia dar cuenta a los denunciantes del r esultado de estas investi-gaciones y pondr en su conocimiento la informacin r ecabada.

    Obviamente, que las investigaciones del Poder Ejecutivo fueron acotadsimas ydiscretas, y tal vez, esto nos debera llevar a pensar todas las discusiones sobreinterpretacin y sobreinterpretacin de un texto, y comprender que la bsqueda de laverdad o la deformacin de la misma en la escritura no pasa de una acto mgico, en lamedida que si no hay un afuera del texto es porque el mismo ya est inscripto en unasobreinterpretacin controlada (controlada dentro de los marcos de aquello en lo que

    puedo pensar y que es gestado por el mismo consenso).Llegamos entonces a la consolidacin de una cultura de la impunidad y de vuelta a

    la ley. Efecto jurdico-mgico de una ley con un excedente de interpretacin siempreborroso, incompleto. Algo que se exhibe para ocultarse.

    La tortura: criticando a Clastres, Bernand y Fisher47 indican que sufrimiento ytortura no son homologables: los sufrientes ritos de iniciacin ya citados, son paralas sociedades simples; la tortura para las sociedades complejas, con estado. Extenderel trmino tortura a las sociedades simples, propondra un mero giro etnocntrico.

    Por otra parte, Margarido y Panoff, recuerdan que a diferencia de las sociedadestribales el fin de la tortura en la cultura occidental consiste siempre en

    ... degradar, sojuzgar, descomponer o matar al individuo que la sufr e, as como asu grupo. Aparte de ello, su fin o su justificacin tcnica, es a menudo, aunque nosiempre, transformar al hombr e tor turado en traidor a sus pr opias convicciones oal grupo al que per tenece: otra ocasin de degradacin. Todo esto es tan evidente,a los ojos mismos del verdugo, que la tortura nunca es admitida por la ley, siemprees una prctica de trasgr esin, y como tal, inconfesable. La prueba est en queningn gobierno, ninguna polica y , en ltima instancia, ningn ver dugo reconocesu existencia. 48

    47. Ver: Carmen Bernand y Sofa Fisher Las palabras de la tribu. En: El hombre.Manantial, Buenos Aires, 1986[LHomme, XIV (2), Pars, abril-junio, 1974.]

    48. Ver: Alfredo Margarido y Michel Panoff De la etnologa como tortura de los hechos?. En: El hombre.Manantial, Buenos Aires, 1986,p.37. [ LHomme, XIV (2), Pars, abril-junio, 1974.]

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    XI. Ms inscripciones

    Es necesario oponerse a la divisin de tareas que con mucha frecuencia nos proponen: alos individuos les corr esponde indignarse y hablar; a los gobiernos r eflexionar y actuar(...) Es preciso darse cuenta de que con mucha frecuencia son justamente los gobernanteslos que hablan, quienes nicamente pueden y quieren hablar. La experiencia muestra que

    se puede, y que se debe, rechazar el papel teatral de la pura y simple indignacin que nosproponen. Amnista Internacional, Tierra de los Hombres, Mdicos del Mundo, son algu-nas de las iniciativas que han creado este nuevo derecho: el derecho de los sujetos priva-dos a intervenir efectivamente en el orden de las polticas y de las estrategias internacio-nales. La voluntad de los individuos debe incardinarse en una realidad que los gobiernoshan pretendido monopolizar. Ese monopolio es el que hay que socavar poco a poco y daa da.

    Michel Foucault

    En agosto de 2000, el presidente Jorge Batlle inaugura la Comisin para la Paz, paradar cuenta de la deuda acerca de una confesin nunca realizada y que la Ley de Cadu-cidad haba esbozado, pero jams cumplido. Por cierto el decir tanto como el ver ibaa ser necesariamente acotado. La escritura aqu aborta la escrituracin de los cuerpos

    por el terror. Vuelve la trada ley-escritura-estado de Clastres, pero ahora para eludir,arrinconar. Escritura que borra la escrituracin corporal del terror, el terror como ins-cripcin. Una versin oficial que establece una memoria oficial bajo el sello de lasiguiente resolucin Presidencial a confirmarse en las derivas de los informes finales:

    EL PRESIDENTE DE LA REPBLICARESUELVE:

    1) Crase la COMISION P ARA LA PAZ cuyo cometido ser r ecibir, analizar,

    clasificar y r ecopilar informacin sobr e las desapariciones forzadas ocurridas du-rante el rgimen de facto.

    2) La Comisin funcionar en la rbita de la Pr esidencia de la Repblica yestar integrada por: Monseor Nicols Domingo Cotugno Fanizzi que la pr esidi-r, Jos Artigas DEIa Correa, Luis Prez Aguirre S.J., Dr. Jos Claudio WillimanRamrez, Dr. Gonzalo Fernndez y Dr. Carlos Ramela.

    3) La Comisin tendr las ms amplias facultades para r ecibir documentos ytestimonios, debiendo mantener estricta r eserva sobre sus actuaciones y la absolutaconfidencialidad de las fuentes de donde r esulte la informacin obtenida.

    4) La Comisin elevar la informacin r ecibida a la Presidencia de la Repblica,en la medida que entienda que son necesarias actuaciones tendientes a verificar y/o preci-sar su contenido, para que sta disponga las averiguaciones que considere pertinentes.

    5) La Comisin elaborar un informe final con sus conclusiones, que incluirsus sugerencias sobre las medidas legislativas que pudieren corresponder en materiareparatoria y de estado civil, as como un r esumen individual sobr e cada caso dedetenido-desaparecido que sea puesto a su consideracin.

    6) La Comisin elevar al finalizar su actuacin el informe referido en el artcu-lo anterior a la Presidencia de la Repblica, para que sta disponga, en el mbito desu competencia, las actuaciones que pudier en corresponder e informe oficialmente alos interesados.

    7) La Comisin funcionar por un plazo de 120 das, el que podr ser pr orroga-

    do a solicitud fundada de la misma.8) Comunquese, publquese, etc. 49

    49. Ver: Presidencia de la Repblica, http://www.presidencia.gub.uy/sic/noticias/archivo/2000/agosto/2000080912.htm

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    Acotacin del ver y del decir, las estrategias del terror vuelven a mostrarse en sucapilaridad y en su expansin silenciosa. La subsuncin de la violencia estatal a ladetencin-desaparicin. No hay ms asesinatos (con cuerpos aparecidos), ni torturas,ni prisin prolongada, ni secuestro (desapariciones) con personas que volvieron de eseotro lado para contar lo que sucedi.

    Todo esto no es parte de la verdad estatal, por lo tanto, desde el ojo de Leviatn, no

    existe. La Paz en un pas que no est en guerra consiste en asumir la diminuta cuotade informacin que da el oficiante del Estado. Ni siquiera la individualizacin de res-

    ponsabilidades. Los portavoces autorizados y sus mscaras estatales borran ahora losrostros de aquellos que secuestraron, desaparecieron, torturaron y asesinaron.

    Y sin embargo, a lado de la voz estentrea del estado, emergen otras voces quecuestionan este discurso estatal, o bien se mantienen en paralelo. Emergen tambinlas memorias de lo no-dicho, de lo que no se poda decir.

    Pero tambin, en las arenas internacionales, se comienza a interpelar a la nacindemocrtica uruguaya. Como no existen derechos humanos uruguayos su propia con-cepcin los hace universales las interpelaciones surgen no nicamente de actores

    nacionales sino tambin de organismos internacionales y del enclave de una y otrapostura. Segn el Informe de Amnista Internacional de 1998, tanto la ComisinInteramericana de Derechos Humanos como el Comit de Derechos Humanos de las

    Naciones Unidas, haban expresado en 1992 y 1993 respectivamente que la Ley deCaducidad contravena la Convencin Americana sobre Derechos Humanos y el PactoInternacional de Derechos Civiles y Polticos. Por otra parte, en tono evaluatorio, elinforme advierte que Las autoridades no haban puesto en prctica la recomendacinformulada por el Comit de Derechos Humanos de las Naciones Unidas de adoptaruna legislacin que corrigiera los efectos de la Ley de Caducidad.50

    Es as que la impunidad queda guardada dentro de una concepcin consensualista

    y homognea de la nacin (mayora y minora). La escritura de la nacin (msnomiNacin que nunca) defiende la territorialidad de su quehacer, de forma tal deidentificar a la impunidad como un asunto del nosotros, del terruo, fuera deinterferencias extraas. A los cuestionamientos internos y externos, la nomiNacinresponde con la nomiNacin.

    Uruguay, pas consensual. Pero qu es el consenso sino la violencia simblica enmarcha que inhabilita los posibles de la irrupcin?

    Hablar entonces del terror: siguiendo a Taussig51, el espacio de la muerte es inefa-ble; el terror es entonces terror-como-otro. Hablar o escribir sobre el terror sea en... sociedades onde a tortura endmica e onde a cultura do terror floresce 52 es

    ingresar a un terreno de experimentacin de la imagen y la escritura para dejar trazasde lo irrepresentable. En un pas consensualista el terror puede llegar a ser el propioconsenso. Y ese inefable se vuelve paradojas del terror como una manifestacin dela ciudadana extravagante cuya objetizacin del terror es la negacin doble mismo/otro.

    50. Amnista Internacional Uruguay. En: Informe 1998.EDAI, Madrid, 1998, p.398.

    51.Xamanismo, colonialismo e homem selvagem. Paz e Terra, So Paulo, 1993, p.25.

    52.Xamanismo, colonialismo e homem selvagem. Paz e Terra, So Paulo, 1993, p.26.