guiadeestudio infancia

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Representaciones Las representaciones visuales y literarias de la infancia en Colombia han oscilado entre la idealización y el realismo. En tiempos coloniales, la religión implantada difundió modelos infantiles a partir del Niño Jesús y la Virgen María, en un medio marcado por el abandono, el infanticidio y el comercio de esclavos, inclusive de poca edad. Desde principios del siglo XIX se empiezan a realizar retratos de niños y niñas de la élite, con los que la infancia gana una inédita visibilidad civil. En el XX, se desarrolla una nueva conciencia sobre la infancia, que pasa a entenderse como el futuro de la nación; que se vuelve objeto de atención por parte del Estado y de ciencias como la medicina, la sicología y la pedagogía. Vicisitudes Mientras la infancia fue idealizada en las representaciones coloniales, la vida de los niños del común estuvo marcada por la inestabilidad familiar, la pobreza y las pocas esperanzas de vida, originadas en la escasa salubridad pública, el abandono, el maltrato y algunas prácticas tradicionales de crianza. En las frecuentes guerras de alcance nacional y regional del siglo XIX, los niños del común se vieron involucrados como mensajeros, intérpretes de tambores y cornetas e incluso como combatientes. Los de familias más privilegiadas encontraron diversión en los juegos de guerra y lograron recibir una educación elemental. Era usual la aplicación de severos castigos físicos en el hogar y en las aulas. Aunque a partir de 1911 la legislación los prohíbe, la costumbre fue difícil de cambiar, pues muchos padres de familia y educadores eran partidarios de la severidad y los castigos para “domar” a los menores de edad. Los niños hicieron parte de la fuerza de trabajo que ayudó en labores del campo y en las nacientes industrias urbanas. La idea de una infancia inocente y feliz, dedicada al juego y al ocio no se corresponde con la realidad vivida por la mayoría de los colombianos. Modernización de la infancia Las dramáticas cifras de mortalidad infantil, sumadas a la nueva conciencia del valor de la infancia, a las preocupaciones higienistas y al debate sobre la supuesta degeneración de la raza llevaron a plantear cambios modernizantes en distintos ámbitos, de lenta y desigual aceptación. Desde finales del siglo XIX, la puericultura, la pediatría y la economía doméstica enseñaron nuevas prácticas para el cuidado del recién nacido y su crianza. Los médicos de mentalidad más avanzada promovieron la lactancia materna, en contra del hábito de contratar nodrizas; impartieron consejos para alimentar en forma balanceada a los pequeños y buscaron controlar las enfermedades contagiosas mediante las vacunas. Con la llegada del siglo XX, las comadronas comenzaron a ser reemplazadas en las áreas urbanas por obstetras. La lucha por la higiene se extendió a las aulas escolares. Se aspiró a que estuvieran mejor aireadas e iluminadas, con servicios sanitarios, enfermerías y patios de recreo, propósitos que muchas veces se quedaron en el papel. Dentro y fuera de la escuela circularon manuales y textos que divulgaron nuevos hábitos de aseo, difundieron la conveniencia del baño varias veces a la semana, la práctica de ejercicios físicos y, en general, del orden y la pulcritud. La limpieza física se asoció con la limpieza moral. A pesar de estos esfuerzos, muchos testimonios de la época revelan que el desaseo era la nota predominante en hogares y escuelas. La cruzada civilizadora se extendió a las normas de comportamiento social divulgadas en cartillas y manuales de urbanidad y buen tono. A la iniciativa privada para proteger a la niñez desamparada se sumó un creciente número de entidades de asistencia social, pensadas con criterios seculares y como una obligación del Estado. Estudiar, jugar, rezar y trabajar A medida que el país acogió las novedades pedagógicas, como el sistema lancasteriano, el método de Pestalozzi y los postulados de la Escuela Activa variaron las ideas sobre aulas y planteles y materiales educativos. De la caja de arena se pasó a la pizarra y de esta al cuaderno de papel. A pesar de los avances en cobertura escolar, al iniciarse el siglo XX Colombia tenía una tasa de analfabetismo del 66%, una de las más altas de América Latina. Al promediar el siglo había bajado al 38%, cifra todavía alta en términos comparativos. Demetrio Paredes Niñas Siglo XIX Fotografía Banco de la República, Bogotá Anónimo The foundling wheel [El torno de los expósitos] c 1852-57 Grabado 9,8 x 6 cm I. F. Holton, New Granada: Twenty months in the Andes, Nueva York, 1857 Biblioteca Luis Ángel Arango, Sala de Libros Raros y Manuscritos Ramón Torres Méndez. Tipos de muchachos del pueblo (Bogotá) c 1878 [impresa en 1910] Grabado. Litografía a color (tinta litográfica/papel de fabricación industrial) 23 x 29 cm. Colección de Arte del Banco de la República, Bogotá Portada Evangelista Quintana R., Alegría de leer, libro primero, Bogotá, [c 1938] Biblioteca Luis Ángel Arango Bogotá. Sala para niños en el hospicio, fundada por Alberto Urdaneta Grabado de Moros Urbina Papel Periódico Ilustrado, vol. 5, Bogotá, 1º de mayo de 1888 Biblioteca Luis Ángel Arango Los chicos se entretenían, y aún lo hacen, con rimas, rondas y versos tradicionales. Antes de la llegada de los juguetes industrializados tenían objetos fabricados artesanalmente con barro, madera, papel, tejidos, semillas, huesos y cuero. Solo en ocasiones disfrutaban de una función de teatro y, si acaso, de títeres o de algún circo itinerante. Participaban en fiestas de disfraces, salían de paseo a los alrededores y a sitios más alejados en temporada de vacaciones. Con la llegada del siglo XX conocieron la gimnasia y los deportes; los más pudientes se vincularon a los scouts. GUÍA DE ESTUDIO 128 Casa Republicana / Biblioteca Luis Ángel Arango / Octubre de 2012 a marzo de 2013 huellas de la infancia en Colombia Los niños que fuimos:

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Representaciones Las representaciones visuales y literarias de la infancia en

Colombia han oscilado entre la idealización y el realismo. En tiempos coloniales, la religión implantada difundió modelos infantiles a partir del Niño Jesús y la Virgen María, en un medio marcado por el abandono, el infanticidio y el comercio de esclavos, inclusive de poca edad. Desde principios del siglo XIX se empiezan a realizar retratos de niños y niñas de la élite, con los que la infancia gana una inédita visibilidad civil. En el XX, se desarrolla una nueva conciencia sobre la infancia, que pasa a entenderse como el futuro de la nación; que se vuelve objeto de atención por parte del Estado y de ciencias como la medicina, la sicología y la pedagogía.

Vicisitudes Mientras la infancia fue idealizada en las representaciones

coloniales, la vida de los niños del común estuvo marcada por la inestabilidad familiar, la pobreza y las pocas esperanzas de vida, originadas en la escasa salubridad pública, el abandono, el maltrato y algunas prácticas tradicionales de crianza.

En las frecuentes guerras de alcance nacional y regional del siglo XIX, los niños del común se vieron involucrados como mensajeros, intérpretes de tambores y cornetas e incluso como combatientes. Los de familias más privilegiadas encontraron diversión en los juegos de guerra y lograron recibir una educación elemental.

Era usual la aplicación de severos castigos físicos en el hogar y en las aulas. Aunque a partir de 1911 la legislación los prohíbe, la costumbre fue difícil de cambiar, pues muchos padres de familia y educadores eran partidarios de la severidad y los castigos para “domar” a los menores de edad. Los niños hicieron parte de la fuerza de trabajo que ayudó en labores del campo y en las nacientes industrias urbanas. La idea de una infancia inocente y feliz, dedicada al juego y al ocio no se corresponde con la realidad vivida por la mayoría de los colombianos.

Modernización de la infanciaLas dramáticas cifras de mortalidad infantil, sumadas a la

nueva conciencia del valor de la infancia, a las preocupaciones higienistas y al debate sobre la supuesta degeneración de la raza llevaron a plantear cambios modernizantes en distintos ámbitos, de lenta y desigual aceptación.

Desde finales del siglo XIX, la puericultura, la pediatría y la economía doméstica enseñaron nuevas prácticas para el cuidado del recién nacido y su crianza. Los médicos de mentalidad más avanzada promovieron la lactancia materna, en contra del hábito de contratar nodrizas; impartieron consejos para alimentar en forma balanceada a los pequeños y buscaron controlar las enfermedades contagiosas mediante las vacunas.

Con la llegada del siglo XX, las comadronas comenzaron a ser reemplazadas en las áreas urbanas por obstetras. La lucha por la higiene se extendió a las aulas escolares. Se aspiró a que estuvieran mejor aireadas e iluminadas, con servicios sanitarios, enfermerías y patios de recreo, propósitos que muchas veces se quedaron en el papel. Dentro y fuera de la escuela circularon manuales y textos que divulgaron nuevos hábitos de aseo, difundieron la conveniencia del baño varias veces a la semana, la práctica de ejercicios

físicos y, en general, del orden y la pulcritud. La limpieza física se asoció con la limpieza moral. A pesar de estos esfuerzos, muchos testimonios de la época revelan que el desaseo era la nota predominante en hogares y escuelas.

La cruzada civilizadora se extendió a las normas de comportamiento social divulgadas en cartillas y manuales de urbanidad y buen tono. A la iniciativa privada para proteger a la niñez desamparada se sumó un creciente número de entidades de asistencia social, pensadas con criterios seculares y como una obligación del Estado.

Estudiar, jugar, rezar y trabajar A medida que el país acogió las novedades

pedagógicas, como el sistema lancasteriano, el método de Pestalozzi y los postulados de la Escuela Activa variaron las ideas sobre aulas y planteles y materiales educativos. De la caja de arena se pasó a la pizarra y de esta al cuaderno de papel. A pesar de los avances en cobertura escolar, al iniciarse el siglo XX Colombia tenía una tasa de analfabetismo del 66%, una de las más altas de América Latina. Al promediar el siglo había bajado al 38%, cifra todavía alta en términos comparativos.

Demetrio ParedesNiñasSiglo XIXFotografíaBanco de la República, Bogotá

AnónimoThe foundling wheel [El torno de los expósitos]c 1852-57Grabado9,8 x 6 cmI. F. Holton, New Granada: Twenty months in the Andes, Nueva York, 1857Biblioteca Luis Ángel Arango, Sala de Libros Raros y Manuscritos

Ramón Torres Méndez. Tipos de muchachos del pueblo (Bogotá) c 1878 [impresa en 1910]Grabado. Litografía a color (tinta litográfica/papel de fabricación industrial) 23 x 29 cm. Colección de Arte del Banco de la República, Bogotá

PortadaEvangelista Quintana R., Alegría de leer, libro primero, Bogotá, [c 1938]Biblioteca Luis Ángel Arango

Bogotá. Sala para niños en el hospicio, fundada por Alberto UrdanetaGrabado de Moros UrbinaPapel Periódico Ilustrado, vol. 5, Bogotá, 1º de mayo de 1888Biblioteca Luis Ángel Arango

Los chicos se entretenían, y aún lo hacen, con rimas, rondas y versos tradicionales. Antes de la llegada de los juguetes industrializados tenían objetos fabricados artesanalmente con barro, madera, papel, tejidos, semillas, huesos y cuero. Solo en ocasiones disfrutaban de una función de teatro y, si acaso, de títeres o de algún circo itinerante. Participaban en fiestas de disfraces, salían de paseo a los alrededores y a sitios más alejados en temporada de vacaciones. Con la llegada del siglo XX conocieron la gimnasia y los deportes; los más pudientes se vincularon a los scouts.

G U Í A D E E S T U D I O

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La palabra infancia procede del latín infans, el que no habla. Hoy se entiende como la etapa de la vida humana desde que se nace hasta la pubertad.

De las huellas que ese período de la vida humana ha dejado en la historia de Colombia, partiendo de algunos antecedentes prehispánicos, pasando por la Colonia y el siglo XIX hasta llegar a mediados del siglo XX, se ocupa esta exposición. La selección de pinturas, esculturas, dibujos, grabados, fotografías, postales, cartillas, manuales, catecismos, periódicos y revistas ilustradas, juguetes y parafernalia escolar permite ver el cambio en la noción de la infancia, considerada un mundo de adultos en miniatura hasta fines del siglo XIX, cuando, lentamente, las ciencias y las instituciones sociales y gubernamentales la empezaron a ver como una etapa claramente definida en la vida de las personas, que dada su fragilidad y trascendencia amerita protección y estímulo.

La religiosidad impregnó la vida cotidiana de los colombianos, independiente del origen social o edad. La iniciación religiosa ocurría en el hogar. Los menores aprendían a rezar desde pequeños y compartían las oraciones diarias con los mayores, los criados y trabajadores. Las madres enseñaban la doctrina cristiana a la chiquillada, que rezaba al levantarse, al empezar la jornada escolar y antes de acostarse. Muchos recibieron el Bautismo, la Primera Comunión y la Confirmación; aprendían de memoria el catecismo, portaban un escapulario y en Nochebuena rezaban la novena alrededor del pesebre. La enseñanza de la doctrina cristiana le llegó a cientos de niños y niñas de las minorías étnicas en las regiones periféricas del país. Ellos acudieron, a veces contra su voluntad, a escuelas abiertas por los misioneros, una parte de las cuales operaron como internados u orfelinatos, lejos de sus familias y su cultura.

El trabajo infantil fue común desde los tiempos coloniales. Los niños y niñas ayudaban a los mayores en oficios domésticos, labores artesanales y en diversas actividades relacionadas con

InvestIgacIón y curaduría

Patricia Londoño VegaSantiago Londoño Vélez

La infancia como mercadoEl desarrollo comercial e industrial de las primeras décadas

del siglo XX descubrió en la infancia un mercado atractivo. Alimentos y bebidas tradicionales y remedios caseros entraron en competencia con productos industrializados especiales para criar niños sanos y bien alimentados. Otra señal de modernización de la infancia se dio desde fines del XIX, cuando los chicos empezaron a vestir de manera distinta a los adultos y contaron con prendas diferenciadas por sexo. Revistas extranjeras divulgan figurines y modelos de ropa y la prensa local anuncia confecciones y calzado para los menores. Con la bonanza de la década de 1920 comienzan a llegar juguetes industriales importados de Europa, Japón y Estados Unidos que hicieron la delicia de unos pocos y la envidia de muchos.

la agricultura, la ganadería y la minería. Ya en el siglo XX trabajaron en las nacientes industrias, además de laborar en las calles donde buscaban el sustento como voceadores de prensa, emboladores y vendedores de distintos productos. Voces aisladas se pronunciaron sobre la inconveniencia del trabajo infantil y abogaron, con limitado y tardío éxito, a favor de medidas para protegerlos. La legislación hizo tímidos intentos por limitarlo. Apenas en 1931, bajo disposiciones de la Organización Internacional del Trabajo, se prohibió el trabajo a los menores de catorce años.

Creaciones para la niñezAntes de acceder al mundo de los libros, los niños colombianos

alimentaban su imaginación con mitos, leyendas, cuentos, anécdotas, juegos, trabalenguas, retahílas y romances de la tradición oral popular, que pasaron a integrar el patrimonio cultural de la infancia. Parte de este repertorio provenía de reelaboraciones de narraciones europeas, mezcladas en Hispanoamérica con herencias indígenas y africanas. Desde el cuarto final del siglo XIX un puñado de escritores colombianos, entre ellos el inolvidable Rafael Pombo (1833-1912), crearon cuentos, relatos, poemas y obras de teatro dirigidos a la infancia.

Finalmente convertida en parte de la memoria colectiva, revelada u oculta, la infancia se legitimó como integrante de la condición humana que los adultos no abandonan, sino que los acompaña, de manera consciente o inconsciente, a lo largo de la vida.

asIstente de InvestIgacIón Karim León Vargas

Fotografía Rodríguez

Indias el día de la Primera Comunión

con misioneras carmelitas

1936Copia de negativo

en poliésterBiblioteca Pública

Piloto de Medellín, Archivo Fotográfico

Portada y contraportadaRafael Pombo,

Cuentos pintados para niños: La pobre viejecita,

Nueva York, D. Appleton & Co., 1898

Edición para la Secretaría de Educación, México

Colección particular, Bogotá

Fabricante norteamericanoAutomóvil de bateríasc 1950Hojalata12 x 30 x 13 cmRafael Castaño, colección particularFotografía Carlos Tobón

Fotógrafo anónimoNiño vendedor ambulante de café1923Cromos, Bogotá, junio de 1923Biblioteca Luis Ángel Arango, Hemeroteca

José Miguel FigueroaRetrato del niño Cuervo

Siglo XIX88 x 55,1 cm

Óleo sobre telaColección de Arte

del Banco de la República, Bogotá

Los niños que fuimos:huellas de la infancia en Colombia

www.banrepcultural.org/huellas-de-la-infancia-en-colombia