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Fundación Educacional Colegio Santa Eufrasia - Concepción Departamento de Historia, Geografía, Ciencias Sociales y Formación Ciudadana “Una persona vale más que un mundo” Guía práctica N°1 Pensar la ciudad, Tomás Moro y la Utopía 1. De acuerdo al texto entregado, completa la siguiente información: 2. Explica cuál era la relación entre Tomás Moro y Enrique VIII y por qué razón, este último, lo condenó a muerte. 3. ¿Por qué Tomás Moro es considerado un mártir de la iglesia católica? Unidad: La Ciudad en la Historia Asignatura: La Ciudad Contemporánea Profesor: Julio Escobar Aguayo Nombre: Curso: 2° Medio Fecha: Objetivos de aprendizaje 4. Entienden que las ciudades han sido un referente simbólico para representar un orden social ideal en la tradición cristiana y en el pensamiento utópico en el mundo occidental. Nombre del autor: Lugar de nacimiento: Fecha de nacimiento: Siglo al que corresponde: Época a la cual corresponde: Máximo título obtenido por el autor: Año de publicación de Utopía: Rey a quien sirve: Año de defunción:

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  • Fundación Educacional Colegio Santa Eufrasia - Concepción

    Departamento de Historia, Geografía, Ciencias Sociales y Formación Ciudadana “Una persona vale más que un mundo”

    Guía práctica N°1

    Pensar la ciudad, Tomás Moro y la Utopía

    1. De acuerdo al texto entregado, completa la siguiente información:

    2. Explica cuál era la relación entre Tomás Moro y Enrique VIII y por qué razón, este último, lo condenó a muerte.

    3. ¿Por qué Tomás Moro es considerado un mártir de la iglesia católica?

    Unidad: La Ciudad en la Historia

    Asignatura: La Ciudad Contemporánea

    Profesor: Julio Escobar Aguayo

    Nombre:

    Curso: 2° Medio

    Fecha:

    Objetivos de aprendizaje

    4. Entienden que las ciudades han sido un referente simbólico para representar un orden social ideal en la tradición cristiana y en el pensamiento utópico en el mundo occidental.

    Nombre del autor: Lugar de nacimiento: Fecha de nacimiento:

    Siglo al que corresponde: Época a la cual corresponde: Máximo título obtenido por el autor:

    Año de publicación de Utopía: Rey a quien sirve: Año de defunción:

  • 4. Respecto de la palabra “Utopía” esta presenta dos significados de acuerdo al texto. Explica el significado de cada uno:

    Literal: Implícito:

    5. De acuerdo al texto, ¿consideras que nuestra sociedad ya alcanzó el ideal de Utopía o aún nos queda mucho por hacer?, complementa tu respuesta:

    6. ¿Qué propondrías tú, para alcanzar una sociedad mejor?

  • •FO NTANA • Serie C

    Utopía (1516) de Tomás Moro (1478 -

    1535) describe un Estado ideal, al igual

    que Castiglione definió al perfecto Corte-

    sano y Maquiavelo hacía lo propio con el perfecto príncipe.

    A ese estado ideal denominó Utopía,

    palabra inventada por él y compuestas

    por las griegas u = no y topos = lugar, o sea

    no lugar, ninguna parte o "algún lugar no

    existente". El éxito de la obra sirvió para

    que la palabra perdurara, incorporándose

    al léxico diario.

    Edición íntegra

    Prólogo y presentación FRANCESC LL. CARDONA

    Doctor en historia y catedrático

    ,1~m11r@~~t~ BRONTES S.L.

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    ( LITERATURA UNIVERSAL)

    Tomás Moro

    Utopía

  • Utopía TOMÁS MORO

    Traducción, prólogo y presentación

    FRANCESLL.CARDONA

    Doctor en Historia y Catedrático

    ~~nRoNriis°s:L

  • Títu lo del origina l en latín: De optimo statu rei publicae deque nova ínsula Utopía

    © Ediciones Brontes S.L., 201 1

    Diseño de la cubierta y maquetación: Daniel Serrano Jurado

    Edita: Ediciones Brontes S.L. Polígono Industrial Ca ' n O ller c/ Menorca 4 08130 - Santa Perpetua de Mogoda Barcelona (España)

    www.edicionesbrontes.com [email protected]

    Impreso en España / Printed in Spain

    Queda rigurosamente prohibida. sin la autori zación escr ita de los titulares del ((Copyri ght». bajo las sanciones cstablc:c idas en las leyes, la reproducc ión parcial o total de csla obra por cualquier me-dio o procedimiento, comprendidos la rcprografia y el tratamiento informático, y la di stribución de ejemplares de ella mediante alqui l-er o préstamo pllblicos.

    ISBN 978-84-96975-70-5 Depósito Legal: 8-26.657-2011

    ESTUDIO PRELIMINAR

    Tomás Moro: el hombre y su mundo

    El que llegaría a ser Gran Canciller de Inglaterra, profun-do escritor, pensador y mártir de la Iglesia Católica, nació en Londres el 7 de febrero de 1478, en el seno de una familia de comerciantes y magistrados. Por aquel entonces reinaba en su patria Eduardo IV, de la casa de York; por el matrimonio de su hija Isabel con Enrique Tudor, conde de Richmond, éste, cuya madre era biznieta de Juan de Gante, duque de Lancaster, heredaría a la vez, los derechos de las casas de York y de Lan-caster, que en la Guerra de las Dos Rosas se habían peleado por el trono, y al ser proclamado rey de Inglaterra en 1845, con el nombre de Enrique VII, daría principio a la dinastía de los Tud~r.

    El padre de Tomás; Juan Moro, ilustre abogado, según su hijo gentil, cortés, generoso, justo e íntegro, aunque al parecer se guardó de manifestar defectos como libertino y sin escrúpu-los morales. La madre falleció pronto, no sin antes poner seis hijos en el mundo, de los que Tomás era el segundo. Pronto dio muestras de una excepcional inteligencia y capacidad para el estudio. Aprendió francés, latín, griego y música. En el colegio dirigido por el húmanista Nicol~s Holt de Saint Anthony, se ejercitó con gran esmero en la dialéctica o arte de razonar y disputar sobre cualquier cuestión.

    A los trece años entró como paje al servicio de John Mor-ton, arzobispo de Canterbury, entonces Canciller del reino y más tarde cardenal. 1 Su in8uencia en Tomás será decisiva. El prelado apreció lo que valía el muchacho y le subvencionó dos años de estudios en Oxford, en los que sobresalió en retórica, dialéctica, filosofía y griego. Tuvo entonces un primer amor, pero la fam ilia de ella no dejó proseguirlo.

    l Moro muestra su gran estima por e l cardenal en Utopía.

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  • Impulsado por una profunda piedad, pensó ingresar en la Or-den Franciscana y después en la de los Cartujos, pero, a pesar de que durante cuatro años estudió con estos últimos, no se decidió por ninguna. Sin embargo, hay pruebas evidentes de que vistió y ciñó cilicio durante su vida plena de piedad y con-vencido de que casado también podía ganar el cielo.

    Tras sus estudios de Derecho en Londres, se convirtió con celeridad es un abogado de gran fama, siempre en defensa de la justicia y buscando por encima de todo la reconciliación de los pleiteantes. Nombrado vicesheriff o juez de causas civiles, en 1504 fue elegido miembro del Parlamento. Como se opuso a la política despótica impuesta por Enrique VII, cuyos objeti-vos eran dominar de forma contundente a la díscola nobleza y enriquecer las arcas reales con gravosos impuestos, pronto sería procesado por primera vez, saliendo libre protegido por el ar-zobispo Warham.

    Muy beneficiosa le resultó la visita efectuada a las universi-dades de París y Lovaina, acompañado de otro de los grandes humanistas de la época y gran amigo suyo, Desiderio Erasmo. 2

    En 1505 casó con Joane Coite, hermosa, inteligente y abnega-da joven de quien tuvo cuatro hijos (tres mujeres y un varón) . Fallecida en 1511, Moro casó nuevamente, para no dejar des-amparada a su prole, con Alicie Middleton, viuda y madre de una niña.

    En 1509 fallecía Enrique VII y le sucedía su hijo Enrique VIII, en un principio ferviente católico, aunque soberbio y va-nidoso. Ese mismo año matrimonió con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos.3

    Un poema de Moro, escrito con motivo de la coronación del nuevo monarca, llamó la atención de éste y así fue presentado a Enrique VIII por el cardenal Wolsey. Pronto el difícil carácter

    2. Desiderio Erasmo de Rotterdam ( 1469-1536). En casa de su amigo Moro redactó una de sus obras capitales: El Elogio de la locura (París, 1511), que influyó en Utopía. 3. Catalina había matrimoniado primero con Arturo, como heredero de Enrique , pero éste, débil y enfermizo, murió quizá sin consumar el matrimonio. Entonces Catalina casó con Enrique.

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    del soberano se dejó seducir por la recia personalidad del hu-manista y a partir de entonces las conversaciones con él fueron cada vez más frecuentes y prolongadas. A partir de 1515, el rey envió ya a su fiel amigo al frente de diversas misiones di-plomáticas a los Países Bajos y Francia. Tres años después era miembro del Consejo Secreto y en 1521 se le designó como sub tesorero.

    Después de haber sido presidente de la Cámara de los Comu-nes y canciller del ducado de Lancaster, llegó a Gran Canciller en 1522; en este cargo serviría lealmente durante diez años al monarca, hasta que un capricho real precipitaría su caída. Y éste fue el no aprobar el divorcio de Enrique VIII y Catalina, y facilitar así la legalidad de la unión del soberano inglés con la bella Ana Bolena. En el camino del Cisma que pronto se produciría, el arzobispo de Canterbury, Tomás Crammer, sí se plegó a las ,exigencias de su señor y preparó la reforma. Al no hallarse Moro de acuerdo, dimitió en 1532.

    Cinco años había forcejeado con el rey para volverlo al seno de la Iglesia, sabedor de que si dejaba su alto cargo ya poco favor podía hacer al catolicismo, pero fueron las constantes presiones de Enrique las que le obligaron al sacrificio, sabiendo el monarca de que si Moro respaldaba su conducta, el hecho se daría por zanjado, puesto que pocos podrían competir con To-más como teólogo, legista y hombre honrado. Enrique insistió una y otra vez, pero el único resultado ~btenido fue la entrega de los sellos distintivos del cargo.

    Tomás se retiró ·entonces a su casa de las afueras de la capital, viviendo de una pensión de cien libras anuales. Enrique, que había aceptado la devolución de los sellos, disimuló de mo-mento su ira y hasta agradeció al excanciller los servicios pres-tados. Pronto fraguó su venganza.

    Constituido Enrique VIII en jefe y cabeza de la Iglesia an-glicana y cqmo los nuevos tribunales eclesiásticos, adictos a la nueva Iglesia, reafirman en una supuesta legalidad sus decisio-nes, se sintió fortalecido y conminó entonces a Moro a afirmar que creía en la legalidad del divorcio. Sin embargo, si tozudo

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  • era el monarca en sus decisiones, más lo era Tomás en sus con-vicciones, basadas en un rechazo total y absoluto del Acta de Supremacía, que reconocía la jefatura espiritual del soberano.

    Tanta "insolencia" era inaudita para Enrique quien, por fin, se decidió a actuar y encerró a su antiguo y fiel colaborador en la desgraciadamente famosa torre de Londres, auténtica "Bastilla" inglesa. En prisión, las presiones continuaron ¡Qué gran triunfo hubiera sido para Enrique el doblegar a su contumaz vasallo! La firmeza de Moro continuó. Primero fue condenado a cadena perpetua y confiscación de bienes. Finalmente, en un absurdo y ridículo proceso, el 1 de julio de 1535 fue condenado a muerte: una vez al1orcado, cuando se hallara moribundo, se le arranca-rían las entrañas y sería descuartizado; su cabeza expuesta en público sería después arrojada al Támesis.

    El 7 de julio de 1535 se cumplió la condena, "algo más sua-vizada". Fue decapitado y su cabeza expuesta en el puente de la Torre de Londres. Su hija Margarita, por medio de soborno, pudo salvarla, y en la actualidad se guarda como reliquia en la cripta de la iglesia de San Dunstan de Canterbury. Por haber sido mártir de la fe católica, fue beatificado por el papa León XIII el 9 de diciembre de 1866 y el 19 de mayo de de 1935, Pío XI le proclamaba santo.

    Carácter de Moro

    Tomás Moro fue un hombre de espíritu abierto y sumamente sociable, católico convencido y ferviente, y sincero practicante, era modesto en el vestir y parco en la comida y la bebida; vivió entregado por entero a su profesión, con la que alternó en sus ratos libres el estudio y cultivo de la literatura y las lenguas. De misa diaria, meditaba en su "libro de horas", acudía a romerías piadosas, leía salmos y letanías, componía jacularorias y glosaba antífonas. Poseía un gran ingenio, suma inteligencia, una gracia fácil y fluida, que comunicó a sus escritos, y muy buen humor, además de que era un gran conversador.

    Moro es una creación genuina de su tiempo: el mejor prosista

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    en inglés de la época y también en latín; el más noble patriota y el más sano universalista político. Figura cumbre del pensa-miento universal, pereció víctima de la dedicación a la causa de la reina Catalina y, por consiguiente, a la causa de la Iglesia

    romana.

    Su Obra

    Excepto Utopía, la obra que hoy presentamos en esta colec-ción, la producción literaria de Tomás Moro es muy poco co-nocida, aunque en su tiempo fuera muy divulgada. Su inicua muerte y la posterior prohibición de sus escritos, contribuye-ron en gran manera al olvido. Por suerte sus manuscritos fue-ron salvados por su yerno, esposo de Margarita, y algún otro familiar, y depositados en el extranjero. Algo pudo salir a la luz a raíz del reinado de María, la hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón y segunda esposa de Felipe II, pero su activa "Con-

    trarreforma" fue truncada a su muerte. Sus escritos primerizos datan de la época de estudiante en

    Oxford. Se trata de poesías en latín e inglés llenas de fina iro-nía. Entre 1498 y 1505 compuso breves obras en verso que reunió bajo el título de Cuatro piezas: Nueve rimas para Las tapicerías de La casa de sir juan Moro, Endechas a La muerte de La reina Isabel, Versos para el Libro de La Fortuna y el Sainete de c6mo un oficial de justicia tuvo que hacer de fraile.

    En colaboración con su gran amigo Erasmo, tradujo los Diá-logos de Luciano (1506). Escribió también una biografía del gran humanista Pico de la Mirándola, y tradujo al inglés sus Doce Reglas para dirigir al hombre en La batalla espiritual.

    En 1506 compuso el Poema sobre La coronaci6n de Enrique VIII, que le valdría la amistad del soberano. En 1515 terminó una de sus obras polémicas de defensa de Desiderio Erasmo, entonces controvertido, que tituló Apología pro Moria Eras-mi, en latín y dirigida en forma de larguísima epístola a un tal Dorp o Dorpius.

    En 1518 se publicó en Basilea, editada por Erasmo, la Uto-

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  • pía que analizaremos a continuación. Ese mismo año salieron a la luz igualmente sus Epígramas, muchos de ellos escritos en su juventud. La Historia de Richardi III regís Angliae, en latín, quedó incompleta y sirvió de base a Shakespeare para su gran

    drama Ricardo III. Entre los tratados polémicos en los que trata asuntos de pie-

    dad o controversia con los protestantes, destacaremos el Tratado sobre los novísimos (1522) , perdido en gran parte. Contra Lute-ro, que había escrito un libelo contra el Libro de los Sacramen-tos, publicado por Enrique VIII (todavía dentro de la Iglesia), escribe una respuesta, con nombre supuesto, que aparece con el título de Responsio ad convitia M. Lutheri. Así mismo una epístola contra un tal Juan Pomerano, también latín. Siguen a él otros títulos contra alegatos de diversos protestantes, como un tal Tindaque o John Frith, que cuestionaba la Eucaristía según el dogma católico. Insiste en defensa del Sacramento en su Con-

    quista de j erusalén y de Bizancio. Los cinco libros titulados De Coena Dimini se dirigen tam-

    bién contra un protestante. Ya encarcelado, compone Consuelo en la adversidad, modelo en el género, así como un minucioso tratado sobre la Pasión de C risto, mitad en latín , mitad en in-glés, inacabado por orden del carcelero y que conocemos como Exposición histórica de la Pasión del Señor según los cuatro evan-

    gelistas. Docto en Patrología, Moro se nos manifiesta muy versado en

    la lectura de los "santos padres". Por último se conservan unas doscientas ca rtas, escritas en latín e inglés, unas dirigidas al rey en Wolsey, otras a Erasmo, así como a otros grandes hombres de la época, sin descuidar las de sus amigos y propia familia, en las que vierte toda la ternura de padre y amante esposo.

    Estudio especial de Utopía

    Utopía fue publicada por primera vez en Londres en 1516, en latín y con texto inexacto. Una vez corregida, Moro se la en-vió a Erasmo para una segunda edición, que saldría en París en

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    151 7; salió también con errores y Erasmo publicó una tercera en Basilea en 1518. Consta de dos partes o libros. Escribiría la segunda cuando, en el verano de 1515, Moro se hallaba en los Países Bajos en misión comercial. Durante las negociaciones, pudo tomar parte en reuniones de humanistas y eruditos; de éstos la influencia más notable es la de Erasmo. Sería después que le antepondría una primera parte.

    Moro pretendió describir en su obra un Estado ideal, al igual que más o menos paralelamente Castiglione definió al perfecto Cortesano y Maquiavelo hacía lo propio con el perfecto Prín-cipe.4 Ese estado ideal lo denominó Utopía, palabra inventada por él compues ta por las griegas u=no y topos=lugar, o sea no lugar, es decir, en ninguna parte o "en algún lugar no existen-te" . Se advierte pues que se trata de un lugar de ficción, pero al igual que sucedió con el "maquiavelismo", el éxito de la obra sirvió para que la palabra perdurara como algo o cosa imposible de realizar o lugar inexistente.

    "Utopías" anteriores ya habían sido escritas por Platón en La República, San Agustín en De civitate Dei; la obra de Moro dará a su vez pie para una larga serie, siendo las más cercanas La ciudad del Sol, del italiano Tomasso Can;panella, o New At-lantis, del inglés Francis Bacon de Verulamio. Aunque entre sí difieren notablemente, su centro de interés es el mismo y lleva-rá al correr del tiempo a las fantásticas ideas sobre el gobierno del abad de Saint Pierre (siglo XVIII) y ya en el siglo XIX a las doctrinas de Fourier, Saint Simon, Weitling y hasta Karl Marx y los maximalistas rusos. Muchos, como estos últimos, intentarían llevar a la práctica las ideas expuestas en Utop ía, y en especial los denominados por Engels "socialistas utópicos": Fourier, Caber, etc., así como otros que no lo fueron tanto, como el inglés Owen.

    Sin embargo, la crítica marxista al utopismo socialista y el desarrollo de las agrupaciones y partidos obreros terminó, ha-cia mediados del siglo XIX, prácticamente con las utopías, con algunas excepciones; pero a fines de la cen turia se produce un

    4. El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo.

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  • resurgimiento, como la del norteamericano Edward Bellamy con su Mirada retrospectiva: 2000 a 1887, publicada en 1888, y también Igualdad, obra menos conocida. El economista austríaco Theodor Hertzka publicó, en 1890, Freiland: ima-gen de una sociedad fatura. Gran fama alcanzó Noticias de ninguna parte, del socialista William Morris, publicada en 1891. El británico H. G. Wells sacó a la luz de 1905 Una utopía moderna y la mayor parte de sus novelas son también utopías. Incluso en los cuentos dirigidos en mayor o menor grado a los niños de Alicia en el país de las Maravillas, de L. Carroll, o en El País de los juguetes de Pinocho, del italiano C. Collodi, se rastrea el mundo de la utopía.

    Junto a "las utopías" surgieron auténticas "antiutopías", que reflejaban el estado negativo al que había llegado el hom-bre con sus ensayos de mejora, adelantos o imposiciones so-cioeconómicas en uno u otro sentido. Entre ellas podemos señalar La raza fatura (1860), de Lord Lytton; El Napoleón de Notting Hill (1904) de G. K. Chesterton; La máquina se detiene (1928) de E. M. Forster. Pero las más famosas son Un mundo feliz, del novelista británico Aldous Huxley (1894-1964), y George Orwell, con su terrorífica 1984 y Rebelión en la Granja.

    ¿Cómo fraguó Moro Utopía? Recordemos sus conversacio-nes, sostenidas en los Países Bajos; uno de los temas de más palpitante actualidad era el de la navegación, los viajes reali-zados por Américo Vespucio, de ahí que uno de los asuntos tratados con mayor insistencia fuera aquél : se comentaban sobre los países descubiertos y de cuáles serían sus formas de gobierno y entre ellos se hacían conjeturas sobre cuál podría ser el mejor. Amberes era uno de los centros más adecuados para recoger noticias e informaciones de los navegantes a su regreso del Nuevo Mundo y tal vez alguno de ellos barruntó la existencia del Imperio Inca, en el que ni había propiedad privada ni dinero.

    Tomás Moro, sin duda estimulado por estas circunstancias, concibió la idea de describir como sería un Estado ideal, pero

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    un Estado al que no hubieran llegado los principios cristianos y que estuviera dominado por la razón natural. Ese Estado sería Utopía.

    La obra está escrita a la manera de la República de Platón y de la Ciropedia de Jenofonte. Moro simula que, una vez despa-chado el negocio que le trajo a Brujas, se traslada a Amberes, a casa de su amigo Gilles o Pedro Egido, quien le presenta a un curioso personaje, marino portugués llamado Rafael Hydodeo (Rafael = ángel, espíritu; Hydodeo = narrador de fabulas, "es-píritu visionario"). Es un hombre de edad avanzada, prudente y experto en la navegación, versado en latín y griego, con una considerable dosis de sabiduría, compañero de Américo Vespu-cio en sus viajes al continente recién descubierto. Había obte-nido permiso de su capitán para ser uno de los veinticuatro que quedó como destacamento en un fuerte. Se dedicó entonces a explorar por su cuenta y descubrió muchos países, uno de ellos era una isla muy singular denominada Utopía. El relato de sus formas de vida y de gobierno constituye la segunda parte de la obra.

    Utopía es una supuesta isla pequeña situada en el lugar atri-buido a la Atlántida, aunque el autor no puede decir con cer-teza donde se halla por haber olvidado preguntarlo al narrador; su capital es Amaurota ("entre brumas", "esfumada a la vista", "lugar oscuro", sin duda alusión a Londres); la atraviesa el río Anhidro ("sin agua") y su gobernante se llama Ademus ("sin pueblo"), todas ellas son palabras compuestas del griego por el propio autor.

    Utopía es una nación sumamente limpia y aseada; sus casas y sus calles aparecen muy cuidadas y la urbanización es perfecta; no hay lujosos edificios, pero tampoco pobres viviendas. Es cas i seguro que Brujas y Amberes, florecientes ciudades, le inspira-ron la descripción de Amaurota, a la vez que presentaba de esta forma un profundo contraste con la capital británica.

    En Utopía no existen la propiedad privada; todo es de todos, la clases son colectivas, esto es, no hay diferencia de clases, y el rey tan sólo lleva por señal distintiva un puñado de espigas.

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  • H ay también de es ta fo rma un monarca, cítulo honorífico por cuanto su misión consiste en servir al pueblo; su tarea se re-sume en "fomentar la paz, las artes y las ciencias ; tiene que extender por codas partes el bienestar y la abundancia, por medio de medidas prudentes; ha de amar al pueblo y hacerse

    amar de sus subordinados". Su sistema político es una perfecta democracia, y codos los

    cargos son concedidos por votación; hay en Utopía un filarco para cada treinta fa milias y un protofilarco para cada diez fi-larcos; estos jefes son doscien tos y constituyen el Consejo del monarca, el cual es elegido po r ellos entre dos candidatos pre-sentados por el pueblo. D ado que en la isla no existe propie-dad privada, los bienes y cuanto existe es propiedad común de los habitan tes, y cada cual ve sa tisfechas sus neces idades; si alguien necesita cosas muebles, las pide al magistrado, y las comidas son también en común, en una buena mesa, en la que no falcan , para estimular los sentidos, perfum es y amenas

    vistas. El oro no tiene para los ucopienses ningún valor y sólo lo

    utilizan para fabricar cadenas de presidiarios y pendientes para malhechores; con las perlas y piedras preciosas los niños juegan a las canicas y cuando son mayores se avergüenzan de conservarlas y las ti ran. Los extranjeros, a quienes se oto rga hospitalidad, la retribuyen mediante su propio trabajo.

    Todos los utopienses deben dedicarse a la agricultura y las ciudades mandan al campo veinte mil hombres cada una. Así mismo han de saber codos un arte, excepto los que presentan aptitudes para las ciencias. N adie permanece ocioso y sólo a los ancianos y enfermos se les permite no trabajar, siendo ayudados por la comunidad. Para los utopienses el trabajo es un deber y una noble aspi ración, y se cumple una obligación moral. Los magistrados, embajadores, sacerdotes e incluso el

    monarca se escogen entre los más aptos. Se trabaja seis horas al d ía y el resto se dedica a cultivar el

    espíritu y a actividades lúdicas, así como a la colaboración en

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    trabajos públicos; en el verano cuidan los jardines y en invier-no emplean el tiempo en juegos morales, como en un original ajedrez en el que combaten virtudes contra vicios. Los via-jes son gratui tos y los placeres permitidos ti enen un límite: el impuesto por la naturaleza, de modo que nunca se llega al exceso.

    En Utopía se aceptan prácticas todavía en la actualidad con-trovertidas, como la eutanasia. C uando alguien se encuentra muy enfermo, sin posibilidad de curación, o herido de fo r-ma irreversible, el filarco le recomienda beber una poción que abreviará sus sufrimientos. El divorcio está permitido en caso de adulterio y cuando existe entre los cónyuges incompatibi-lidad de caracteres. El adulterio es severamente castigado con la esclavitud, si es la primera vez, o con la muerte en caso de reincidencia, único caso en que se aplica esta pena.

    Todos los utopienses conocen el uso de las armas, pero no las utilizan porque no tienen ejército; odian la guerra y sólo usan de ella en su propia defensa o bien para librarse del yugo del tirano o de la esclavitud.

    Existen tolerancia religiosa, pero son castigados con dure-za los alborotadores, Adelantándose a su tiempo, en Utopía hay sacerdotes casados, los cuales son elegidos por el pueblo; igual ocurre con la mujer, equiparada en deberes y derechos al hombre, y que posee también el derecho al sacerdocio. Los utopienses no son cristianos, pero creen en un único Dios to-dopoderoso, creador del universo y de las criaturas, además de omnipresente. No son supersti ciosos. Creen en es ta existencia como pasajera y que en otra vida se premiarán las virtudes y se castigarán los vicios. La muerte ha de ser recibida con júbilo, como tránsito a la vida dichosa de la otra vida.

    Utopía tiene mucho de autobiografía, ya que refleja en gran parte los ideales, los sueños de su autor y sus doctrinas, que prefirió exponerlas así y no de fo rma directa, como había he-cho Platón en La República.

    Después de que Moro hubo escri to el segundo libro, co n-

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  • teniendo la parte descriptiva de la obra, intentó redondear sus pensamientos y escribió para ello un extenso diálogo que cons-tituiría el libro primero, que haría de extensa introducción al se-gundo. En él, el autor presenta un vasto cuadro social de Ingla-terra, extensible a la sociedad de toda la Cristiandad. Así pues, aunque Hydodeo puede ser un narrador de fábulas o signifique "hablador a tontas y a locas", no pronuncia ninguna tontería, sino juicios acuciantes y verdades como puños.

    Hay quien opina que hacer de Utopía una isla, es porque en el fondo de Moro subyace que desearía que Inglaterra fuera de aquel modo. Tal como escribió Quevedo: "Quien dice que se ha de hacer lo que nadie hace, a todos los reprende": esto hizo por satisfacer su celo nuestro autor.

    A través de las páginas de Utopía, Moro trata numerosos pro-blemas vivos y contemporáneos, como el despotismo de los monarcas, los abusos y atrocidades de los nobles, la ambición de poder y de dinero, la hipocresía, las intrigas internacionales, la codicia, la carencia de auténtica y sincera visión cristiana en la cosas de la vida, la desocupación y el paro, las guerras, las injus-ticias, los favoritismos, los abusos de la comodidad y el placer, el lujo en que viven las altas jerarquías de la Iglesia, muy poco acorde con su doctrina, la pobreza de agricultores y ganaderos, la afición de los reyes por las guerras y, por encima de todo, en-juicia todo lo malo que albergaba la Inglaterra de su tiempo.

    Por aquel tiempo, Moro era presionado para que aceptara a entrar en la política al servicio del rey. Sus perjuicios e indeci-siones se reflejan en el primer libro de Utopía por boca de Hyt-lodeo. Cuando el supuesto portugués expone las razones que le impulsan a rehusar el cargo de consejero del un príncipe, es fáci l

    oír la voz del propio Moro.

    Conclusión

    Utopía es pues una quimera, un sueño irrealizable, a pesar de que no ha faltado quien pretendiera ponerlo en práctica y de que en algún aspecto, en cierto modo haya triunfado. La

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    obra: Utopía de Las utopías o La utopía por excelencia, ya hemos visto que tuvo una gran trascendencia e influencia posterior. La tesis de Moro es comunista y socialista y sus reivindicaciones, las más audaces, fueron posteriormente formuladas. Marxistas y socialistas reivindican a Moro como su antecesor. También los misioneros españoles, desde Cal ifornia a T ierra de Fuego, intentaron poner en práctica sus teorías. Algunos ilustrados, como Voltaire o Rousseau y la "teoría del buen salvaje", se sin-tieron dignos discípulos suyos.

    Sus fuentes son el Libro de Américo Vespucio, para su marco geográficohistórico; San Agustín y su Ciudad de Dios, como elemento cristianizador y enaltecedor de la familia, la necesi-dad de mutuo auxilio y la noción de jerarquía; y La República de Platón, para dibujar en un plano intelectual la imagen del Estado perfecto; de Erasmo procede la crítica de los males, tan-to los contemporáneos como los eternos. Desgraciadamente el Estado perfecto sólo puede existir en "n inguna parte" , Moro lo explica como consecuencia de la imperfección de la naturaleza humana, pero si no podemos llegar a él mediante el humanis-mo cristiano, sí podemos aproximarnos.

    El francés Franc,:ois Rabelais (1490?-1553), uno de los máxi-mos escritores de todos los tiempos, atraído por la obra de Moro, hizo que Pantagruel, su célebre personaje, fuera nieto del rey de los amaurotas de Utopía y que trasladara al país de Dipsodia una colonia de utopianos para que lo poblaran. Para muchos Moro es uno de los grandes profetas de todos los tiem-pos.

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    Utopía

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