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El siglo XVII. Antonio Rus. Página 1 Europa a mediados del siglo XVII ÍNDICE 1. Demografía. 2. Economía. 3. Política. 4. La sociedad del Antiguo régimen. 5. Las potencias en conflicto. 6. La ciencia. 7. El arte. 8. La España del siglo XVII. 9. Textos, mapas y otros recursos. Gran parte de los contenidos están sacados del libro de Historia de 2º de la editorial Oxford

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El siglo XVII. Antonio Rus. Página 1

Europa a mediados del siglo XVII

ÍNDICE 1. Demografía. 2. Economía. 3. Política. 4. La sociedad del Antiguo régimen. 5. Las potencias en conflicto. 6. La ciencia. 7. El arte. 8. La España del siglo XVII. 9. Textos, mapas y otros recursos.

Gran parte de los contenidos están sacados del libro de Historia de 2º de la editorial Oxford

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1. Demografía

La favorable evolución de la población que experimentó Europa en el siglo XVI se vio frenada en el siglo siguiente debido a factores como el hambre, las epidemias o las guerras (Guerra de los Treinta años). Por ejemplo, España perdió 2 millones de habitantes, pasando de tener 8 millones a comienzos de siglo a contar con 6 millones al final del mismo.

Sabías qué…?

Un artefacto de alto riesgo llamado bañera

Los médicos creían que el agua, sobre todo caliente, debilitaba los órganos y dejaba el cuerpo expuesto a los aires malsanos, y que si penetraba a través de los poros podía transmitir todo tipo de males. Incluso empezó a difundirse la idea de que una capa de suciedad protegía contra las enfermedades y que, por lo tanto, el aseo personal debía realizarse “en seco”, sólo con una toalla limpia para frotar las partes visibles del organismo. Un texto difundido en Basilea en el siglo XVII decía: “Lavarse con agua es perjudicial a la vista, provoca males de dientes y catarros, empalidece el rostro y lo hace más sensible al frío en invierno y a la resecación en verano”. Según el francés Georges Vigarello, autor de Lo limpio y lo sucio, un interesante estudio sobre la higiene del cuerpo en Europa, el rechazo al agua llegaba a los más altos estratos sociales. En tiempos de Luis XIV, las damas más entusiastas del aseo se bañaban como mucho dos veces al año, y el propio rey sólo lo hacía por prescripción médica y con las debidas precauciones, como demuestra este relato de uno de sus médicos privados: “Hice preparar el baño, el rey entró en él a las 10 y durante el resto de la jornada se sintió pesado, con un dolor sordo de cabeza, lo que nunca le había ocurrido... No quise insistir en el baño…” Con el cuerpo prisionero de sus miserias, la higiene se trasladó a la ropa, cuanto más blanca mejor. Los ricos se “lavaban” cambiándose con frecuencia de camisa, que supuestamente absorbía la suciedad corporal. La ropa estaba perfectamente lavada y perfumada. Claro que la procesión iba por dentro, porque incluso quienes se cambiaban mucho de camisa sólo se mudaban de ropa interior —si es que la llevaban— una vez al mes.

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Adaptado de http://www.portalplanetasedna.com.ar/que_sucios00.htm 2. Economía.

La economía del siglo XVII siguió siendo esencialmente agrícola, estando muy limitada la producción industrial, que básicamente consistía en la industria domiciliaria1 y en las manufacturas2. Además, la escasa industria estaba sometida al control de los gremios.

La teoría económica de la época fue el mercantilismo, que defendía que la principal fuente de riqueza de un país era la acumulación de metales preciosos (oro y plata) y, por ello, defendía una política intervencionista que permitiera a los monarcas recaudar mayores recursos para el Estado. Sus postulados se resumen en:

1. Fomento de las exportaciones y limitación de las

importaciones mediante aranceles3 aduaneros (proteccionismo comercial).

2. Creación de manufacturas estatales.

1 Un empresario proporcionaba al trabajador los medios (materias primas, herramientas) para que elaborara en su casa un producto, que después el empresario comercializaba. 2 Obra realizada a mano con la ayuda de una máquina sencilla. 3 Tasa aduanera que recae sobre las mercancías cuando éstas cruzan la frontera.

Jean-Baptiste Colbert (Reims, 29 de agosto de 1619 – París, 6 de septiembre de 1683) fue ministro del rey de Francia Luis XIV. Excelente gestor, desarrolló el comercio y la industria con importantes intervenciones del Estado. Su nombre va unido a una determinada política: el llamado colbertismo, doctrina económica que defendía la acumulación del dinero (oro) y riqueza, el proteccionismo del mercado y del producto interno y los subsidios a las exportaciones ,

3. Política En la mayoría de los países europeos se produjo un fortalecimiento del poder monárquico. El monarca autoritario del siglo XVI dio paso al monarca absoluto del XVII, que basaba la legitimidad de su poder en la teoría de que había sido elegido por Dios para regir los destinos de su pueblo y, en consecuencia, a nadie más debía rendir cuentas. El más

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destacado monarca absoluto fue Luis XIV de Francia, conocido como el Rey Sol (“el Estado soy yo”).

Luis XIV y el palacio de Versalles

http://pr.kalipedia.com/kalipediamedia/historia/media/200707/17/hisuniversal/20070717klphisuni_92.Ees.SCO.png

“Dios estableció a los reyes como sus ministros y reina a través de ellos sobre los pueblos (...) Los príncipes actúan como los ministros de Dios y sus lugartenientes en la tierra. Por medio de ellos Dios ejercita su imperio. Por ello el trono real no es el trono de un hombre sino el de Dios mismo. Se desprende de todo ello que la persona del rey es sagrada y que atentar contra ella es un sacrilegio.”

Bossuet. La política según las Sagradas Escrituras. Libro III.

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4. La sociedad del Antiguo Régimen. La sociedad seguía dividida en estamentos de origen medieval. Había tres estamentos: nobleza, clero y tercer estado o estado llano. La nobleza (primer estado) y el clero (segundo estado) eran estamentos privilegiados porque disfrutaban de ventajas fiscales (no pagaban impuestos) y jurídicas (eran juzgados de manera distinta). El resto de la población: burgueses, artesanos, obreros, campesinos, etc., formaba el estamento de los no privilegiados (tercer estado), que constituía el grupo más numeroso y pagaba impuestos.

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5. Las potencias en conflicto. La guerra más importante fue la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), originada por las luchas entre católicos y protestantes dentro del Imperio alemán. Terminó convirtiéndose en una guerra europea con la implicación de Inglaterra, Dinamarca, Suecia y Francia en apoyo de los

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protestantes y en contra del emperador católico que, a su vez, fue apoyado por España y Portugal. Ganan los primeros en la Paz de Westfalia (1648).

6. La ciencia. La ciencia (Galileo, Newton) y la filosofía (Locke, Descartes) avanzan independizándose de las creencias religiosas, acentuándose el antropocentrismo renacentista.

Galileo ante el Santo Oficio por su defensa del modelo heliocéntrico.

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7. El arte En el arte destaca el Barroco.

ARQUITECTURA Renacimiento Barroco

Edificios equilibrados Desequilibrio Simétricos Asimetría

proporcionados Desproporción sobriedad decorativa Riqueza decorativa

El Baldaquino de San Pedro (Bernini) y San Carlo alle Quattro Fontane (Borromini) y el palacio de Versalles.

ESCULTURA Renacimiento Barroco Protagonista ser humano individualizado (parecido físico) Retrato espiritual Naturalismo idealizado Naturalismo pleno (realismo) Simetría Asimetría Estatismo (o movimiento en potencia) Movimiento pleno Plasticidad (no hay mucho claroscuro) Pictoricismo (claroscuro)

Éxtasis de Santa Teresa (Bernini) e Inmaculada (Alonso Cano).

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PINTURA

Renacimiento Barroco

Naturalismo Realismo

Simetría Asimetría Estatismo Movimiento Luz homogénea Claroscuro4 Volúmenes definidos (dibujo plástico: línea) Sfumato5

La vocación de San Mateo (Caravaggio) y Danza de aldeanos (Rubens) y Las tres gracias (Rubens)

El buey desollado (Rembrandt) Autorretrato (Rembrandt). A la derecha la lechera (Vermeer)

La mujer barbuda (José de Ribera), El joven mendigo (Murillo) y San Hugo en el refectorio de los Cartujos (Zurbarán).

4 Violentos contrastes entre luz y sombra. 5 Sfumato o difuminado leonardesco (se borra la línea, pincelada suelta).

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Finis gloriae mundi (Valdés Leal)

Las Meninas (Velásquez) y El aguador (Velázquez)

Las Hilanderas (Velázquez)

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8. La España del siglo XVII.

Si el siglo XVI fue el “siglo español”, el de la máxima expansión territorial; el siglo XVII es el siglo de la decadencia (“Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados” Quevedo) y el de la pérdida de territorios. No obstante, la producción cultural de la época (arte, literatura...) fue tan brillante como la del siglo anterior: son los “siglos dorados” o “siglo de oro” español.

Se trata de una época de gran inestabilidad económica, en la

que los denominados “Austrias menores” (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) cedieron con frecuencia su poder a los validos6.

Felipe III (1598-1621)

Lo más importante de su reinado fue la expulsión de los moriscos de la península ibérica entre 1609 y 1614, que supuso la unidad religiosa de España, pero produjo graves consecuencias demográficas (se pierden más de 300.000 personas) y económicas (daños a la agricultura, ya que la mayoría de los moriscos eran campesinos).

Embarque de moriscos en el Grao de Valencia.

6 persona que gobierna en nombre del rey.

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Felipe IV (1621-1665)

Retrato de Felipe IV, por Diego Velázquez. Museo del Prado

Es difícil hablar de un reinado propiamente dicho, pues Felipe IV estuvo prácticamente al margen de la política, ocupándose de ello validos como el Conde-Duque de Olivares.

De su política interior destacan los intentos centralizadores para el ejercicio del poder absoluto, que provocaron (en 1640) la rebelión de Cataluña y la rebelión de Portugal. Ésta última consiguió su independencia a cambio de ceder a España Ceuta.

De su política exterior, destacan las guerras de los tercios españoles en Holanda o Provincias Unidas (tras éxitos como la rendición de Breda, inmortalizada por uno de los más célebres cuadros de Velázquez, al final los holandeses consiguen la independencia, como se ve en la película “Alatriste”) y la participación española en la Guerra de los Treinta Años. Tras ésta última guerra, los españoles y los franceses siguen luchando hasta la Paz de los Pirineos (1659) en la que Francia desplaza a España como la mayor potencia del continente europeo y obtiene territorios españoles (ej. El Rosellón).

La rendición de Breda o Las lanzas (Velásquez, 1634)

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Carlos II (1665-1700)

Retrato de Carlos II, hacia 1685

Subió al trono a la edad de 4 años. Fue un hombre triste y enfermizo rodeado siempre de médicos y exorcistas (su apodo histórico es «el Hechizado»). A pesar de haberse casado dos veces, no tuvo descendencia. Durante su reinado, España pierde el Franco Condado, que pasa a Francia.

Antes de morir, Carlos II, dándose cuenta de que sólo con la

protección del rey Luis XIV se podría garantizar la integridad del Imperio español, nombra a Felipe de Anjou, nieto de su hermana María Teresa y Luis XIV de Francia, como su heredero.

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El día 1 de noviembre de 1.700, a los 38 años de edad, Carlos II moría después de semanas de agonía. Dos días después se le practicaba la autopsia, de la que el Marqués Ariberti filtró que “no tenía el cadáver ni una gota de sangre; el corazón apareció del tamaño de un grano de pimienta; los pulmones, corroídos; los intestinos, putrefactos y gangrenados; un solo testículo, negro como el carbón, y la cabeza llena de agua”.

Modernas investigaciones han concluido que Carlos II padecía el síndrome de Klinefelter, anomalía cromosómica que en este caso se debía a los sucesivos matrimonios endogámicos de sus antepasados y a la falta de sangre nueva.

10. Textos, mapas y otros recursos

"En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata; las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitoiros, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales. Las chimeneas apestaban a azufre; las curtidurías, a lejías cáusticas; los mataderos, a sangre coagulada. Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos. Apestaban los ríos, apestaban las plazas, apestaban las iglesias y el hedor se respiraba por igual bajo los puentes y en los palacios. El campesino apestaba como el clérigo; el oficial de artesano, como la esposa del maestro; apestaba la nobleza entera y, sí, incluso el rey apestaba como un animal carnicero y la reina como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno, porque en el siglo XVIII aún no se había atajado la actividad corrosiva de las bacterias y por consiguiente no había ninguna acción humana, ni creadora ni destructora, ninguna manifestación de la vida incipiente o en decadencia que no fuera acompañada de algún hedor.

Patrick Süskind. El Perfume.

"Es sólo en mi persona donde reside el poder soberano, cuyo carácter propio es el espíritu de consejo, de justicia y de razón; es a mí a quien deben mis cortesanos su existencia y su autoridad; la plenitud de su autoridad que ellos no ejercen más que en mi nombre reside siempre en mí y no puede volverse nunca contra mí; sólo a mí pertenece el poder legislativo sin dependencia y sin división; es por mi autoridad que los oficiales de mi Corte proceden no a la formación, sino al registro, a la publicación y a la ejecución de la ley; el orden público emana de mí, y los derechos y los intereses de la Nación, de los que se suele hacer un cuerpo separado del Monarca, están unidos necesariamente al mío y no descansan más que en mis manos."

Discurso de Luis XV al Parlamento de París el 3 de marzo de 1766.

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“Nuestra familia no cesaba de aumentar y la cuna estaba constantemente ocupada, aunque, ¡ay¡, la mano estranguladora de la muerte nos había arrancado de ella a alguno de sus pequeños ocupantes. Hubo tiempos, tengo que confesarlo, en que me parecía cruel llevar hijos en el vientre para perderlos luego y tener que enterrar amor y esperanzas en sus pequeñas tumbas (...). La mayor de mis hijas, Cristina Sofía, no vivió mas que hasta la edad de tres años, y también mi segundo hijo, Christian Gottlieb, murió a la más tierna edad. Ernesto Andrés no vivió más que unos pocos días más, y la niña que le siguió, Regina Juana, tampoco había llegado a su quinto cumpleaños cuando dejó este mundo. Cristina Benedicta, que vio la luz un día después que el del Niño de Belén, no pudo resistir el crudo invierno y nos dejó antes de que el nuevo año llegase a su cuarto día (...) Cristina Dorotea no vivió más que un año y un verano, y Juan Augusto no vio la luz más que durante tres días. Así perdimos siete de nuestros trece hijos, (...) bondadosas mujeres de la vecindad trataban de consolarme diciéndome que el destino de todas las madres es traer hijos a este mundo para perderlos luego, y que podía considerarme feliz si llegaba a criar la mitad de los que hubiese dado a luz.”

La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach

Muchos textos en: http://www.claseshistoria.com/antiguoregimen/textos.htm

René Descartes (La Haye en Touraine, actual Descartes, 31 de marzo de 1596 – Estocolmo,

11 de febrero de 1650) fue un filósofo, matemático y científico francés, considerado como el padre de la Filosofía Moderna.

Descartes rechazó los antiguos sistemas de pensamiento y solo consideró verdaderamente seguro aquello que puede descubrirse mediante la razón (racionalismo). En principio, debe dudarse de todo (la duda metódica) y buscar la razón por medio de la razón individual (individualismo). Para Descartes, la primera verdad evidente es: “Pienso, luego existo”.

Descartes considera que, aunque la lógica tenía muchas reglas válidas, en general éstas son inútiles, puesto que, como afirma en las Reglas para la dirección del espíritu, la capacidad de razonar es básica y primitiva, y nadie puede enseñárnosla. Son las reglas del método. La primera es:

1.El llamado precepto de la evidencia (o también, critica de verdad o de la duda metódica): No admitir nunca algo como verdadero, si no consta con evidencia que lo es, es decir, no asentir más que a aquello que no haya ocasión de dudar, evitando la precipitación y la prevención.