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Fuentes de luz 1 Fuentes de luz Gelena Knizel

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novela de Guelena Knizel

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Fuentes de luz 1

Fuentes de luzGelena Knizel

Fuentes de luzGelena Knizel

© Gelena KnizelTraducción Alexandra Tishchenko.Dibujo de la portada Gelena Knizel.Dibujo de contraportada Alexei Batoussov.

I.S.B.N.: 978-

Edita:

Impreso en España

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito del autor.

Índice

Qué se necesita para ser capitán .................... 5

La ciudad de La eterna juventud ................... 13

Los zapatos Que LLevaba .................................. 21

Fuentes de Luz ................................................. 23

Mi cuba ........................................................... 27

aLex ................................................................. 35

jiMena ............................................................... 39

La Línea de horizonte. 12.09.11 ..................... 43

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Qué se necesita para ser capitán

Las mujeres se están arreglando. Los hombres se es-tán contoneando. Niños vecinos están aullando junto a su perro. Las palomas están caminando por los tejados arrullando para sí, como aprendiéndose su papel antes de la función. Entre manchas de sol unos gatos se vo-luptuan acurrucándose en vellones blandos. A la som-bra de los árboles, en un banco bajo, unas ancianitas se están escondiendo del sol, quejándose mutuamente de la salud, y jactándose de sus hijos y nietos. En terrenos baldíos los árboles frutales se están llenando de flores, blancas y pétalos ligeramente rosas, los que dan sentido a la existencia de abejas y abejorros.

Los abrigos y chaquetas calientes se han quedado colgados en el pasillo. No se van a necesitar más. Las ventanas están abiertas de par en par y se perciben so-nidos musicales. El salado olor a mar impregna el aire y llama a los marineros, obligándoles rápidamente a abandonar la tierra en busca de nuevas aventuras y del

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engañoso sentimiento de libertad ilimitada. La época del triste invierno ha pasado.

Los pensamientos se llenan de nuevas ilusiones y esperanzas. A cada uno le es dada la oportunidad de hacerlas realidad. Nuestro reflejo en el espejo se vuelve un poco más moreno, un rosado sano fluye por nues-tras mejillas, y los labios se extienden en una sonrisa. Se acerca la hora de encontrarse a si mismo, para la próxi-ma pérdida del que fue encontrado anteriormente.

En este momento un recién hecho capitán llamado Rey Lucas, o simplemente Rey, empezó a prepararse para partir. Es una de esas personas que ha pasado toda su vida en tierra, soñando en algún día viajar a tierras lejanas. Rey, toda su vida trabajó en Correos. Trabajó en el apartado de entregas, luego en la oficina en el puesto de recepcionista de envíos, y después de convertirse en jefe sobre el apartado de Correos de la comarca, feliz-mente se jubiló. Durante todos esos años Rey ahorró bastante dinero, con lo que se ganó el respeto de com-pañeros y vecinos. Nadie se esperaba, que se le fuera la olla en su vejez y se gastara todos los ahorros para comprar un yate de doble mástil.

Él, por supuesto, ni de lejos se parecía a aquel ca-pitán que toda su vida surcaba océanos, y al jubilarse montó un teatro de marionetas, para presentar espectá-culos para sus amigos.

Pero Rey era un capitán auténtico. Aprendió a ma-nejar el yate y recibió un certificado, tenía un barco y pensaba adentrarse a los mares. Si decís, que para ser

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capitán se necesita algo más, yo os diré, que solamente una tripulación. Justamente de eso pensaba Rey Lucas. Escribió un anuncio en el periódico local diciendo, que está reuniendo un equipo para navegar lejos, pero na-die respondió a eso. Preguntó en el club náutico, allí estaban de acuerdo con ayudarle, pero no prometían nada.

En un par de días, al muelle donde se encontraba su yate, se acercaron dos. Un anciano chino achaparra-do y una mujer alta de pelo claro con rostro moreno y curtido, que recuerda a un escandinava. Rey los invitó subir a bordo. Les ofreció ver el equipo del yate, con impaciencia esparando la valoración. El chino sonreía. La desconocida tenía una mirada seria.

–Todo está correctamente, el yate está en perfecto es-tado. En el club nos han dicho que buscáis gente. Yo me llamo Yona, y él Li –dijo ella, señalando al chino–. Él es chef, cocina perfectamente y puede hacer turnos en el timón. Yo soy marinera. Encontraré un par de personas más, puede estar seguro.

Rey inclinó la cabeza en signo de aprobación. Yona estiró la mano para un apretón de manos, él sonrió des-mesuradamente y la apretó. Después Rey se la apretó a Li y se despidieron.

El día siguiente Yona trajo al muelle dos hombres. Los presentó como hermanos Fernandez. El mayor era Samu, poco hablador y parecía más joven que su her-mano menor Edu. El hermano menor, a diferencia de Samu, hablaba por los codos.

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Al equilibrado y serio Samu lo nombraron contra-maestre, y al gracioso e irreprimible Edu ayudante del capitán.

–Ei, capitán –dijo Edu con simplicidad–. Aún nos fal-ta una persona, para hacer dos guardias. Así descansa-remos bien y aún nos quedará un poco de tiempo libre.

–He estado pensando en eso, tengo un viejo amigo, aunque ahora está pasando por unos problemas, pero probablemente acepte hacernos compañía. Hoy lo visi-taré –achinando los ojos del sol respondió Rey.

Cerca de dos horas después Rey estaba en casa de su amigo, tratando de convencerle de lo imprescindible que era dejarlo todo tirado e ir a viajar con él por el mar.

–Venga, doc, no pierdes nada. Tus problemas en el trabajo desaparecerán durante nuestra ausencia. Tu te recuperarás, y sin darte cuenta, te volverán a permitir practicar tu oficio, pero de mientras te contrato de ma-rinero. Que me dices?

–Sí, pero es que no entiendo nada del mar, Rey –res-pondió Michael avergonzado.

–En el equipo tengo una marinera de primera, se llama Yona, ella te enseñará todo. A parte de eso con nosotros está un chef chino, cocina de maravilla. Venga Michael, acepta, será divertido.

Por la tarde Li trajo compradas las provisiones para el viaje. Samu y Edu le ayudaban a cargarlas al barco. Ya de lejos advirtieron acercándose a Rey. Él iba en

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compañía de un hombre negro. Cuando se acercaron, Rey presentó su amigo:

–Conózcanse con nuestro nuevo marinero Michael. Es un médico, temporalmente no se practica. Pero si al-guien se hace una pupa, creo que os lo podrá curar.

Después Rey presentó la tripulación y explicó por encima qué hará quién.

La mañana siguiente toda la tripulación estaba reu-nida. Michael fue presentado a Yona. Se tenía que fami-liarizar con la base de las obligaciones de un marinero.

Samu, Edu y el capitán elaboraban el rumbo del fu-turo viaje.

Li ordenaba la cocina.

La partida la planearon para principios de Mayo, para ello quedaban dos semanas. El tiempo suficiente, según el capitán, para esmerilar la tripulación y prepa-rar todo lo imprescindible. Toda la semana siguiente tocó lluviosa. La consecuente humedad afectó bien a las plantas. Las ramas de árboles y arbustos enverdecieron. Los pajaritos iban de un lado a otro buscando un lugar reconfortante donde construir su nido.

Michael aprendía a hacer nudos marineros. Yona ob-servaba de mientras cuán flexibles son sus dedos y ágil es con los nudos.

–Te sale muy bien, doc. Como si llevaras toda la vida haciéndolo –dijo Yona asombrada.

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–Soy cirujano de profesión. Por eso se me dan bien esta clase de cosas –respondió y sonrió tímidamente Michael.

–¿Y dónde naciste, doc, y hace mucho que estas aquí? –preguntó Yona.

–Nací en Cuba, estudié para médico. Luego me fui a Africa. Allí se necesitaban voluntarios para la participa-ción en la campaña del sida. Y luego viene a España. Ya son quince años que vivo aquí.

–Yo soy de Dinamarca. La isla Mönsklint, tal vez has oído hablar de ella. Rodeada de mar, con las costas de yeso. Cuando se desmorona, tiñe el agua de blanco y recuerda la leche –dijo Yona y dirigió su mirada hacia el sol poniente. Sus cabellos blancos revoloteaban con el viento y la mirada de sus ojos azules se hizo triste.

–Así que los dos venimos de islas –notó Michael, in-tentando distraerla de sus pensamientos tristes–, solo que nuestras islas son de diferentes partes del mundo.

Yona lo miró atentamente, y se detuvo ligeramente, como decidiendo como actuar, de repente se ensanchó en una gran sonrisa. Entre ellos desde el principio se creó una simpatía mutua. Y Samu lo notó de inmediato. A él Yona le gustaba mucho, pero su naturaleza era tí-mida y se guardaba cuidadosamente sus sentimientos. Pero ahora que a bordo apareció el atractivo cubano Mi-chael, sus posibilidades han quedado reducidas a cero.

–Que, hermanito, hoy te encuentro un poco apaga-do –le preguntó Edu a su hermano. Pero no recibió otra