fragmento de cartonaje de padiuf · miento con el sol de la mañana, y el escarabajo que empujaba...

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Fragmento de cartonaje de Padiuf © Musée du Louvre, dist. RMN-GP / Georges Poncet

EL ESCARABAJO PELOTEROCuenta un mito egipcio que en un principio solo existía la oscuridad en un gran océano primordial llamado Nun. Era tan poderoso, que desde sus entrañas hizo brotar una especie de huevo “cósmico”, grande y brillante. Y, del interior de este, se creó y nombró a sí mismo el Sol, diciendo: “Al amanecer me llamo Khepri, al mediodía Re y al atardecer Atum”. Entonces el astro se elevó sobre el horizonte tomando la forma de Re (Sol en su zénit) y al atardecer descendió para volver a ocultarse (en la forma de Atum) y recorrer el Mundo Subterráneo. Durante ese ciclo, no dejó de crear: nombró a Shu (el aire), a Tefnut (el agua), a Geb (la Tierra) y a Nut (el firmamento). Finalmente creó a Hapi (el río Nilo) y a toda la humanidad.

A partir de este mito, los antiguos egipcios creían que el Sol, cada día, continuaba realizando ese viaje de este a oeste en una barca y duran-te 24 horas. Después de las 12 horas del día, se introducía en la boca de la diosa del cielo Nut, para atravesar su cuerpo durante 12 horas más de oscuridad; en el trayecto de noche, luchaba contra la terrible serpiente Apofis, venciéndola y renaciendo cada mañana como un nuevo Sol.

KHEPRI, el Sol al amanecer, fue representado bajo la forma de un escarabajo pelotero: los egipcios observaron que este insecto posaba sus huevos dentro de una bola de estiércol que empujaba paciente-mente; escondía después la bola bajo tierra y, pasado cierto tiempo, de ella emergían las larvas, que se habían alimentado de la substan-cia orgánica de la pelota. En el antiguo Egipto se relacionó este naci-miento con el Sol de la mañana, y el escarabajo que empujaba la bola se entendió como la entidad divina que hacía emerger y rodar por el cielo al disco solar, hasta su ocaso al atardecer.

Pieza de mueble en forma de cabeza de león © Musée du Louvre, dist. RMN-GP / Benjamin Soligny

Gato © Musée du Louvre, dist. RMN-GP / Hervé Lewandowski

LA LEONA Y LA GATACuenta otro mito que el dios Sol Re podía asumir la forma que quisie-ra. Cuando acabó de crear la Tierra y la humanidad, se convirtió en hombre y se coronó el primer faraón de Egipto, gobernando con justicia durante miles de años. Durante ese largo período de prosperi-dad y bienestar, los habitantes de Egipto, felices con sus abundantes cosechas, solo tenían palabras de agradecimiento hacia él y no deja-ban de ensalzar su nombre, adorándolo cada día.

Pero Re, que había tomado forma humana, envejecía día a día. Poco a poco los egipcios dejaron de respetarlo y empezaron a burlarse de su aspecto senil y a desobedecer sus leyes. Re se enojó de tal manera que decidió solucionar el problema: convocó en un lugar secreto a los dioses que había creado (Nun, Shu, Tefnut, Geb y Nut) y les pidió consejo. La idea fue de la diosa Nut y los demás dioses asintieron: debía destruir a la humanidad.

Entonces Re, con su ojo, que despedía una mirada aterradora, creó a la diosa SEKHMET (“la Poderosa”), que envió a la Tierra como casti-go a los seres humanos. En forma de leona, feroz y ávida de sangre, siguió las órdenes de Re: persiguió como si fueran presas a los hom-bres y mujeres que habían ridiculizado a su padre, deleitándose en la matanza. Sembró tal pánico y desesperación en Egipto, que asustó al mismo Re, el cual, apiadándose de la humanidad, decidió detener la imparable furia de la cruel diosa. Mandó a sus mensajeros en busca de grandes cantidades de ocre que ordenó mezclar con muchos litros de cerveza. A la luz de la luna, el líquido adquirió el color rojo de la sangre. Se llenaron 7.000 jarras de cerveza que se volcaron cerca del lugar donde descansaba Sekhmet. Al salir el Sol, cuando la diosa se preparaba para la cacería, lamió la tierra inundada. Bebió tanto

que se embriagó y, al fin, no pudo matar a ningún ser humano más. Sekhmet volvió ante la presencia de Re, el cual decidió otorgarle el aspecto pacífico de BASTET, tierna y amable diosa gata protectora de los egipcios y de sus casas, y símbolo de la alegría de vivir. Los antiguos textos explican que en la ciudad egipcia de Bubastis, consagrada a su culto, se celebraba la llamada Fiesta de la embria-guez, donde los egipcios consumían vino en abundancia mientras bai-laban al son de la música acompañada de sistros. La fiesta mantenía a la diosa contenta y halagada, evitando que volviera a convertirse en la terrible Sekhmet.

Cuenta otro mito que el dios Sol Re podía asumir la forma que quisie-ra. Cuando acabó de crear la Tierra y la humanidad, se convirtió en hombre y se coronó el primer faraón de Egipto, gobernando con justicia durante miles de años. Durante ese largo período de prosperi-dad y bienestar, los habitantes de Egipto, felices con sus abundantes cosechas, solo tenían palabras de agradecimiento hacia él y no deja-ban de ensalzar su nombre, adorándolo cada día.

Pero Re, que había tomado forma humana, envejecía día a día. Poco a poco los egipcios dejaron de respetarlo y empezaron a burlarse de su aspecto senil y a desobedecer sus leyes. Re se enojó de tal manera que decidió solucionar el problema: convocó en un lugar secreto a los dioses que había creado (Nun, Shu, Tefnut, Geb y Nut) y les pidió consejo. La idea fue de la diosa Nut y los demás dioses asintieron: debía destruir a la humanidad.

Entonces Re, con su ojo, que despedía una mirada aterradora, creó a la diosa SEKHMET (“la Poderosa”), que envió a la Tierra como casti-go a los seres humanos. En forma de leona, feroz y ávida de sangre, siguió las órdenes de Re: persiguió como si fueran presas a los hom-bres y mujeres que habían ridiculizado a su padre, deleitándose en la matanza. Sembró tal pánico y desesperación en Egipto, que asustó al mismo Re, el cual, apiadándose de la humanidad, decidió detener la imparable furia de la cruel diosa. Mandó a sus mensajeros en busca de grandes cantidades de ocre que ordenó mezclar con muchos litros de cerveza. A la luz de la luna, el líquido adquirió el color rojo de la sangre. Se llenaron 7.000 jarras de cerveza que se volcaron cerca del lugar donde descansaba Sekhmet. Al salir el Sol, cuando la diosa se preparaba para la cacería, lamió la tierra inundada. Bebió tanto

que se embriagó y, al fin, no pudo matar a ningún ser humano más. Sekhmet volvió ante la presencia de Re, el cual decidió otorgarle el aspecto pacífico de BASTET, tierna y amable diosa gata protectora de los egipcios y de sus casas, y símbolo de la alegría de vivir. Los antiguos textos explican que en la ciudad egipcia de Bubastis, consagrada a su culto, se celebraba la llamada Fiesta de la embria-guez, donde los egipcios consumían vino en abundancia mientras bai-laban al son de la música acompañada de sistros. La fiesta mantenía a la diosa contenta y halagada, evitando que volviera a convertirse en la terrible Sekhmet.

Figurita de Nut en forma de cerda amamantando a sus crías © Musée du Louvre, dist. RMN-GP / Christian Décamps

Estatua de halcón © Musée du Louvre, dist. RMN-GP / Benjamin Soligny

EL HALCÓN Y EL CERDO HORMIGUEROEn la mitología egipcia, HORUS era el dios halcón, hijo de Osiris e Isis. El hermano de su padre, el maléfico SET (en forma de cerdo hormiguero), dios de las tormentas y del clima, caótico y salvaje logró matar a Osiris, y entonces, Horus, defensor del orden cósmico, fue su sucesor legítimo al trono de Egipto.

Isis alimentó y protegió a su hijo, dejándolo al cuidado de Tot (diosde la sabiduría y del tiempo), que lo instruyó hasta convertirlo en un excepcional guerrero. A menudo era visitado desde el Más Allá por su padre Osiris, quien también le enseñaba todo lo que debía conocer para derrotar a Set y vengar su muerte, hasta que llegó el día en el cual los dos dioses reunieron a los ejércitos y se pusieron al mando de las batallas. La lucha duró 80 añosaños, durante los cuales tuvie-ron que competir en muchas pruebas, como por ejemplo carreras de barcas y peleas, donde los dos dioses tomaban distintas formas (humana en el caso de Horus y de jabalí o hipopótamo en el caso de Set). En una de esas batallas, Horus arrancó los testículos a Set, con lo cual consiguió que este perdiera fuerza y virilidad. Desgracia-damente, Set arrancó un ojo a Horus, pero el dios Tot lo recuperó y volvió a colocarlo en su lugar. Este ojo será llamado Udjad y se con-vertirá, para los antiguos egipcios, en un amuleto protector de la salud y de la integridad física.

Finalmente, para determinar al ganador, Geb, el dios de la Tierra, presidió un juicio en Heliópolis, donde las divinidades consagraron la victoria a Horus, mientras que Set fue expulsado del valle fértil de Egipto y se convirtió desde ese momento en el “Señor del desierto y de los países extranjeros”.

Estatuilla de toro © Musée du Louvre, dist. RMN-GP / Hervé Lewandowski

una necrópolis subterránea donde recibían sepultura los toros sagra-dos, dentro de grandes sarcófagos de piedra y acompañados del ajuar funerario.

EL TOROEn el antiguo Egipto se adoraba al toro APIS como a un dios de la fer-tilidad y protector de la monarquía. Pero no todos los toros podían ser considerados dioses. Según cuentan los textos, de entre ellos se se-leccionaba al que tuviera unas marcas especiales: una gran mancha en forma de ave en el lomo, otra en forma de escarabajo bajo la lengua y otra en forma de triángulo en la frente, además de tener la cola bifurcada.

Cuando el toro llegaba a los 9 meses de edad, los sacerdotes del templo de Menfis eran los encargados de realizarle la ceremonia de coronación para considerarlo un dios. Durante una semana le colo-caban la indumentaria y los atributos necesarios (mantas, joyas, coro-nas, cetros…), le ofrecían los mejores alimentos y bebidas, y ameniza-ban la fiesta con música de sistros y flores de loto.

A lo largo de su vida, el toro vivía en un recinto agradable adosado al templo, donde era tratado a cuerpo de rey: podía pasear librementepor un patio, recibía visitas y obsequios de los visitantes, lo alimenta-ban con una dieta especial y le permitían aparejarse. Su tarea como dios consistía en proteger mágicamente al faraón y al país, emitir pre-sagios (a través de sus mugidos o su comportamiento) y participar en las festividades sagradas. Una de ellas era de carácter agrícola: para que los campos dieran sus frutos, el faraón y el toro se asocia-ban compitiendo en una carrera donde pisaban una parcela de tierra cultivable, para propiciar su fertilidad.

Al morir, la población iniciaba un largo duelo y se preparaban los fu-nerales con todos los honores. Su cuerpo era momificado durante 70 días y finalmente trasladado en procesión al Serapeo de Saqqara,

una necrópolis subterránea donde recibían sepultura los toros sagra-dos, dentro de grandes sarcófagos de piedra y acompañados del ajuar funerario.

En el antiguo Egipto se adoraba al toro APIS como a un dios de la fer-tilidad y protector de la monarquía. Pero no todos los toros podían ser considerados dioses. Según cuentan los textos, de entre ellos se se-leccionaba al que tuviera unas marcas especiales: una gran mancha en forma de ave en el lomo, otra en forma de escarabajo bajo la lengua y otra en forma de triángulo en la frente, además de tener la cola bifurcada.

Cuando el toro llegaba a los 9 meses de edad, los sacerdotes del templo de Menfis eran los encargados de realizarle la ceremonia de coronación para considerarlo un dios. Durante una semana le colo-caban la indumentaria y los atributos necesarios (mantas, joyas, coro-nas, cetros…), le ofrecían los mejores alimentos y bebidas, y ameniza-ban la fiesta con música de sistros y flores de loto.

A lo largo de su vida, el toro vivía en un recinto agradable adosado al templo, donde era tratado a cuerpo de rey: podía pasear librementepor un patio, recibía visitas y obsequios de los visitantes, lo alimenta-ban con una dieta especial y le permitían aparejarse. Su tarea como dios consistía en proteger mágicamente al faraón y al país, emitir pre-sagios (a través de sus mugidos o su comportamiento) y participar en las festividades sagradas. Una de ellas era de carácter agrícola: para que los campos dieran sus frutos, el faraón y el toro se asocia-ban compitiendo en una carrera donde pisaban una parcela de tierra cultivable, para propiciar su fertilidad.

Al morir, la población iniciaba un largo duelo y se preparaban los fu-nerales con todos los honores. Su cuerpo era momificado durante 70 días y finalmente trasladado en procesión al Serapeo de Saqqara,

Friso de naos © Musée du Louvre, dist. RMN-GP / Georges Poncet

pluma, significaba que era merecedor de la eternidad. Si, por el con-trario, pesaba más el corazón, no superaba la prueba y el difunto era devorado por la diosa híbrida Ammit, que significaba su aniquilación absoluta. Finalmente Tot, el dios de la sabiduría, la escritura y el tiempo, apuntaba el resultado para que así constara.

EL AVESTRUZPara los antiguos egipcios MAAT era la diosa del orden, la verdad y la justicia. Normalmente se la representaba como una mujer conuna pluma de avestruz en la cabeza, situada verticalmente y en per-fecto equilibrio. La pluma estaba relacionada con todo aquello que era bello, diáfano, sutil y ligero, mientras que el animal se asociaba al dios Re cuando, a la salida del Sol, parecía que danzara celebrando su aparición.

La principal tarea de cualquier faraón era garantizar la Maat y conser-var el orden en Egipto, que también afectaba al terreno político y social.

Los habitantes del antiguo Egipto creían que, al morir, viajaban a otro mundo muy parecido al de la tierra, llamado Campos de Iaru. Allí po-drían disfrutar eternamente de la compañía y protección de las divini-dades. Sin embargo, durante el camino, tenían que realizar un viaje lleno de peligros y pruebas. Es por eso que los difuntos llevaban con-sigo el Libro de los Muertos, que contenía las instrucciones para llegar sanos y salvos a su destino.

Una de las principales pruebas era la psicostasia, que se realizaba en la Sala de las Dos Verdades o Sala del Pesaje del Alma, presidida por el dios Osiris. Allí se encontraba un tribunal divino de 42 jueces, encabezados por la diosa Maat (considerada también su patrona). El difunto era guiado por el dios Anubis hasta el centro de la sala, donde había una gran balanza. Para determinar si había sido justo en vida, colocaba su corazón (sede del pensamiento y los sentimien-tos) en un platillo; como contrapeso, el otro platillo contenía una pluma de avestruz. Si la balanza se mantenía en equilibrio o pesaba más la

pluma, significaba que era merecedor de la eternidad. Si, por el con-trario, pesaba más el corazón, no superaba la prueba y el difunto era devorado por la diosa híbrida Ammit, que significaba su aniquilación absoluta. Finalmente Tot, el dios de la sabiduría, la escritura y el tiempo, apuntaba el resultado para que así constara.

Para los antiguos egipcios MAAT era la diosa del orden, la verdad y la justicia. Normalmente se la representaba como una mujer conuna pluma de avestruz en la cabeza, situada verticalmente y en per-fecto equilibrio. La pluma estaba relacionada con todo aquello que era bello, diáfano, sutil y ligero, mientras que el animal se asociaba al dios Re cuando, a la salida del Sol, parecía que danzara celebrando su aparición.

La principal tarea de cualquier faraón era garantizar la Maat y conser-var el orden en Egipto, que también afectaba al terreno político y social.

Los habitantes del antiguo Egipto creían que, al morir, viajaban a otro mundo muy parecido al de la tierra, llamado Campos de Iaru. Allí po-drían disfrutar eternamente de la compañía y protección de las divini-dades. Sin embargo, durante el camino, tenían que realizar un viaje lleno de peligros y pruebas. Es por eso que los difuntos llevaban con-sigo el Libro de los Muertos, que contenía las instrucciones para llegar sanos y salvos a su destino.

Una de las principales pruebas era la psicostasia, que se realizaba en la Sala de las Dos Verdades o Sala del Pesaje del Alma, presidida por el dios Osiris. Allí se encontraba un tribunal divino de 42 jueces, encabezados por la diosa Maat (considerada también su patrona). El difunto era guiado por el dios Anubis hasta el centro de la sala, donde había una gran balanza. Para determinar si había sido justo en vida, colocaba su corazón (sede del pensamiento y los sentimien-tos) en un platillo; como contrapeso, el otro platillo contenía una pluma de avestruz. Si la balanza se mantenía en equilibrio o pesaba más la

Estatua de ibis sentado © Musée du Louvre, dist. RMN-GP / Benjamin Soligny

EL IBISEl calendario solar egipcio tenía 365 días divididos en tres estaciones de 120 días: “Ajet”, o inundación; “Peret”, o siembra, y “Shemu”, o re-colección. Pero, si sumamos el total de días, ¡el resultado es de 360! Entonces, los antiguos egipcios, para hacer cuadrar el calendario, se inventaron 5 días más. A estos días los llamaron Heru-Renpet (“los que están por encima del año”) o Mesut-Necheru (“del nacimiento de los dioses”). He aquí el mito y sus protagonistas.

Re, en su ciclo de la creación, había hecho aparecer el aire (el dios Shu), el agua (la diosa Tefnut), la tierra (el dios Geb) y el cielo (la diosa Nut). Pero Geb y Nut se enamoraron y se pasaban el día unidos, motivo por el cual Re no podía continuar con su tarea creativa. Por ello, les prohibió que se casaran y mandó al dios del aire Shu que los separara como fuese, para tener el espacio necesario donde hacer aparecer al resto de los seres vivos.

Pero Geb y Nut se sentían muy tristes y pidieron ayuda a TOT (dios de la sabiduría y del tiempo). Para solucionarlo, Tot retó a Jonsu, el dios de la Luna, a una partida del juego egipcio del Sennet, donde el ganador conseguiría sumar a su calendario 5 días más. Evidente-mente ganó Tot, el más sabio de los dioses, mientras que Jonsu perdió ese tiempo y parte de su luz (por eso la luna no brilla tanto como el Sol y en sus fases lunares se regenera). Esos días añadidos fueron bien aprovechados por Geb y Nut, que engendraron a cinco hijos: Osiris, Set, Isis, Neftis y Horus. Después, los dos dioses que se amaban fueron castigados y condenados a vivir eternamente sepa-rados, aunque todavía hoy intentan unirse. Y es así como, en ese in-tento, los antiguos egipcios justificaban la explicación de los terremo-tos y la aparición geográfica de las montañas.

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Exposición organizada por el Musée du Louvre-Lens y la Obra Social ”la Caixa”, con la participación excepcional del Musée du Louvre

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