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FAMILIA Y JÓVENES EN UN MUNDO QUE CAMBIA: ¿CÓMO COMUNICAR EL EVANGELIO DE LA VOCACIÓN? Autor: Beppe Roggia. Director del Instituto de Metodología agregado a la Pontificia Universidad Salesiana. (Tradujo del original italiano Alonso Morata) Quisiera comenzar fijando la atención en cierta problemática de la exis- tencia, que, según mi opinión, viene a interferir de manera importante en lo que se refiere a nuestro tema. Lo hacemos sin animosidad ni pesimismo, con el ánimo despegado pero verdaderamente pensante. Entre el ocaso y la fragmentación de una época urge centrarse en otra visión: partir de la Anunciación Por doquier existen en la actualidad dos ciudades. La del camino habi- tual: amigos, familiares, parientes, vecindad,.. y la desconocida, que se ocul- ta tras las ventanillas del propio automóvil o la ventana de la propia casa, o sea todo lo que nos resulta extraño, porque está hecho por el que es distinto. Dos ciudades que, en el mismo espacio urbano o suburbano, viven la cultura del conflicto, que provoca ruptura del tejido social, que multiplica el temor, la soledad y el anonimato. Palidece la propia identidad y pertenencia, creando inseguridad y miedo. ¿Acaso la ciudad y los centros habitados no han nacido para hacer frente a los problemas comunes con valores compartidos, que 329 ESTUDIOS SEMINARIOS AÑO 2003 nº 169 Ante el fragmento, partir de la Anunciación. Huir de la dictadura de los medios que se aprovechan de la tendencia a la conformidad. Son necesarios nuevos modos de vivir la paternidad y la materni- dad. ¿Es la Iglesia casa de la res- puesta con sentido? Tres palabras: Kaire, alégrate; No temas; Nada te turbe.

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FAMILIA Y JÓVENES EN UN MUNDOQUE CAMBIA:

¿CÓMO COMUNICAR EL EVANGELIODE LA VOCACIÓN?

Autor: Beppe Roggia. Director delInstituto de Metodología agregado ala Pontificia Universidad Salesiana.

(Tradujo del original italiano Alonso Morata)

Quisiera comenzar fijando la atención en cierta problemática de la exis-tencia, que, según mi opinión, viene a interferir de manera importante en loque se refiere a nuestro tema. Lo hacemos sin animosidad ni pesimismo, conel ánimo despegado pero verdaderamente pensante.

Entre el ocaso y la fragmentación de una época urge centrarse en otra

visión: partir de la Anunciación

Por doquier existen en la actualidad dos ciudades. La del camino habi-tual: amigos, familiares, parientes, vecindad,.. y la desconocida, que se ocul-ta tras las ventanillas del propio automóvil o la ventana de la propia casa, osea todo lo que nos resulta extraño, porque está hecho por el que es distinto.Dos ciudades que, en el mismo espacio urbano o suburbano, viven la culturadel conflicto, que provoca ruptura del tejido social, que multiplica el temor, lasoledad y el anonimato. Palidece la propia identidad y pertenencia, creandoinseguridad y miedo. ¿Acaso la ciudad y los centros habitados no han nacidopara hacer frente a los problemas comunes con valores compartidos, que

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Ante el fragmento, partir de laAnunciación. Huir de la dictadurade los medios que se aprovechande la tendencia a la conformidad.Son necesarios nuevos modos devivir la paternidad y la materni-dad. ¿Es la Iglesia casa de la res-puesta con sentido? Tres palabras:Kaire, alégrate; No temas; Nadate turbe.

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desde siempre deben regular la cohabitación, necesario para ser solidarios? Siel vínculo social está enfermo es porque hemos llegado ahora a una especiede sorda lucha en la exclusión: los “incluidos”, o sea las personas socialmen-te integradas por una parte y los “excluidos” por la otra. Pero, más allá deestas impresiones inmediatas, ¿quiénes son en realidad los “incluidos” y los“excluidos”? Mirándolo bien, me parece, que los efectos de esta lucha, más omenos explícita, están recayendo sobre la misma primera ciudad, la segura delpropio camino conocido, creando, también en su interior, rupturas y violen-cia, en particular en esa realidad que está decididamente en nuestro corazón:los muchachos, los jóvenes, las familias, el conjunto de las personas, acercadel sentido de la vida y de la vocación. Creo que nos tiene a todos impresio-nados el 36° informe Censis, con la última fotografía de nuestra Italia, infor-me aparecido apenas hace un mes. Ciertamente es una bella postal: bonitasaldeas antiguas, suculentos manjares, vestidos elegantes, hasta el punto dedespertar la envidia y la admiración en el exterior. Pero el reverso de la car-tulina, en fuerte claroscuro, es ciertamente preocupante: una Italia con laspilas descargadas, que no sabe hacer proyectos de futuro y con peligro de per-der el rumbo. Un cuadro en manera alguna estimulante y un diagnóstico querevela renuncia y frustración. Una país de hedonistas y parlanchines mentiro-sos que sólo este año ha gastado más de 271 millones de euros en bienes deplacer y en cosas superfluas. Una Italia que parece inmóvil, replegada sobresí misma, en fase de flotación sobre el estanque de la inercia. Tenemos pocasesperanzas, y hay poco trabajo. Un país que ha enterrado demasiadas ilusio-nes y por eso se ha refugiado en el mito del buen vivir y del estar bien, comofin en sí mismo. Una sociedad, considerada en su más amplia dimensión, queexplota a los jóvenes y a las familias, como máquinas de la publicidad y con-sumidores de «ganchos» y de objetos y apenas presta atención a los deseosmás profundos, antes de eso crea continuamente deseos artificiales. Y por eso,para hacer negocios, banaliza los sentimientos, de la misma manera que tepropone que tomes un helado, en vez de una muchacha o un automóvil, comoobjeto de amor o satura los espectáculos y los reportajes televisivos de vio-lencia y de satisfacción de cualquier impulso egocéntrico, preguntándose des-pués atónita, cómo evitar comportamientos extremos, sobre todo después deimpactantes sucesos de sangre en el estrecho ámbito familiar. Una preguntaque manifiesta ingenuidad e ignorancia social en cuanto a las verdaderasnecesidades profundas de las personas. Hoy, más que las dictaduras políticas,dan miedo las dictaduras de los “mass media”, que, quizás o sin quizás, sonpeores porque nos dejan totalmente pasivos y no nos permiten pensar nadacon nuestro cerebro. En efecto hoy se da mucho más la conformidad que lacreatividad, porque todo para ser aceptado, debe ser reproducible. ¿Quién sepreocupa de enseñar a ser creativo?

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De esta manera en el seno de la misma familia, adolescentes y jóvenesse sienten como extraños. Ellos viven una maduración intelectual con notableanticipación y variedad, respecto a la afectiva, mientras la tensión educativaen su confrontación es sobre todo el estudio, el hecho escolar, la música y eldeporte como expresión y exposición narcisista de vitrina. Es interesante tam-bién aquí el informe Censis sobre la condición de los jóvenes. Ésta toma losdatos con ausencia de padres y maestros. Por lo tanto la jerarquía de los mode-los de referencia de los jóvenes, está inspirada en lo que ofrece la televisión,fuente de los principales espejismos y de casi todas sus ambiciones. Estáaumentando espasmódicamente en ellos la participación en concursos debelleza y talent show, selecciones a las cuales se están presentando los jóve-nes en masa: unos 22000 para Miss Italia; 6000 para ser Velina; 26000 y36000 para entrar en la llamada escuela de “Operación Triunfo” o “SeránFamosos”. Un número que supera en mucho lo de los concursos públicos. Encompensación el 70% no sabe indicar un modelo de vida a inmitar, mientrasque el 40% alimenta una gran confianza solo en la tecnología y en la televi-sión. En suma, una especie de “saliente al vacío” que les atenaza. El 98% delos jóvenes afirma no tener confianza en ninguna isntitución: ni civil, ni laica,ni religiosa, también afirma amar la familia como nido protector. Una condi-ción de marginación social y automarginación ecclesial, con la figura delpadre, que está ahora en crisis perenne, tipo más afectivo que ético, un cole-ga hiperprotector de los hijos o bien un padre que no está y las madres quetambién se han ido a trabajar, porque hay necesidad o porque rinde más en tér-minos de estima social y de ganancia. Por lo cual, al final, sólo quedan lasmotivaciones de espontaneidad afectiva y la familia afectiva de hecho resultauna especie de prisión para el hijo, con la casa, como apartamento refugio enun mundo frío y extraño a los jóvenes, a quienes está faltando una imagen dela vida adulta, con la que identificarse. Parece que nosotros adultos ni siquie-ra hemos hecho aún acto de presencia. Pero ¿acaso ha hecho acto de presen-cia la Iglesia? Por una parte los ahogamos con preocupaciones obsesivas, por-que los hemos idolatrado más que amado; por otra los abandonamos en lo quees más indispensable y que se encuentra en las fuertes exigencias escritas ensu corazón, porque, quizás, somos demasiado indiferentes y estamos a menu-do ausentes.

El cambio de la adolescencia, que se da en la persona del/la adolescen-te, debería hacer cambiar a la familia y la sociedad. Hoy nos encontramos conuna transformación del camino de la adolescencia, que hace más problemati-cas las relaciones educativas y que exige nuevos modos de vivir la paternidady la maternidad. Para demasiados jóvenes el único modelo de referencia esahora cada vez más él mismo y la autonomia se ha convertido en la palabraclave del existir. Son indefinidos, hechos en serie, presentistas y con poca

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memoria. El muro de división, que se alza entre nosotros y ellos, lo ven todos,aun cuando ninguno puede tocarlo; se ha convertido en imponente, casi insu-perable. Separa a los adolescentes del resto del mundo.

Para percibir la consistencia, basta mirarle a los ojos: están perdidos enel vacío, como si estuviesen continuamente fijos en una pared de ladrillo. Deniños son tierra de conquista tanto económica como sentimental, tornándolosviciosos, descontentadizo y caprichosos. De muchachos se vuelven cerradose insolentes soportando sobre sus espaldas el terror de llegar a ser mayores.Cuando llegan a los 11/12 años, entran en el internacional juvenil: un mundode adolescentes y de jóvenes con sus propias costumbres, con un propio aco-plamiento, con sus valores propios, rituales, jefes carismaticos, héroes. Eladolescente se encuentra de forma imprevista obligado a enfrentarse conaquello que existe más allá de la barrera de coral del narcisismo familiar. Y,en los casos en los que el adolescente no logra mantener la función intros-pectiva, pierde el contacto con la realidad interior y no logra saber bien quées lo que quiere ni tampoco qué es lo que realmente teme. Se convierte ennómada: viaja alrededor de sí mismo, gracias a los distintos tipos de droga. Seconfía y se anula en el grupo, que se convierte en antidepresivo y anodino.Usando el look contra el miedo al caos. Jóvenes aparcados: una generaciónparada esperando: no ha renunciado a los sueños, a los proyectos, a las espe-ranzas. Simplemente no sabe dónde encontrarlos, dados como son los jóvenestendentes más a adaptarse a la realidad que a transformarla. Adolescentes yjóvenes como si estuvieran en un escenario con los focos dirigidos a sus espal-das, orgullosos de su papel, salvo después para hacer frente al examen de laprofundidad: compran, usan, gozan y dilapidan. Se sienten cargados con unpapel que tienen que recitar. ¿Son estúpidos? De forma expeditiva responda-mos así. No, éstos sólo son datos de crónica y de estadística. Lo que ocurre deverdad es que sólo se encuentran lejos, muy lejos. Millones de jóvenes se hansituado fuera de juego, porque no aceptan esta sociedad. No solo son diversossino del todo inéditos respecto al pasado. Frente a esto algunos llegan tambiéna pensar y a afirmar que posiblemente los jóvenes no existan, que son solo unainvención de los sociólogos, de los periodistas, de las oficinas de marketing.Niños hasta los 12 años; muchachos para siempre.

Nos preguntamos: ¿existe un núcleo central del que depende esta frag-mentación? ¿No será que en nuestro mundo hay demasiados paralelismospara cada realidad e institución?

Todos afirman que la familia es importante pero son pocos los que seinteresan de verdad y profundamente por ella. Quien más se interesa es lapublicidad, usando la pareja y la familia como maniquí del lanzamiento almercado de productos a vender. Pero si la pareja estalla, porque no está apo-yada ni integrada, ¿qué nos queda de la familia?

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Hoy la familia está expuesta a ataques masivos, que le minan la esencia.En su interior, por la diferencia generacional, que muy a menudo hace

casi imposible la relación entre hijos y padres, y por el mutuo desconocersede los esposos. En lo externo, por la subvaloración social, expresada en lainfidelidad como ideal, en la infertilidad como liberación, como si un hijorepresentase un obstáculo al bienestar individual y al desarrollo personal ysocial de los padres. La creciente dependencia del dinero y el poder dado aldinero mismo, difunde y multiplica también en la familia la avidez privada detoda piedad. En consecuencia se vive en la sociedad de los ghettos dorados yde la indiferencia. Tantos son los adultos, que creen que la vida es bella solocuando no hay conflictos ni problemas y que hacen todo por evitar lo que obs-taculiza el quieto vivir. Pero dar la espalda a la familia, haciendo chivo espia-torio de todo es fácil y cobarde: una coartada para los otros. ¿No actuamostambién nosotros así con bastante frecuencia?

La Iglesia se presenta e intenta ser considerada como la casa de la res-puesta al sentido de la vida, porque, como toda religión, apuesta por las dosdimensiones fundamentales que son el amor y la muerte y porque se apoya yanuncia el único fundamento sólido, principio y sostenedor de todo, que es latrayectoria de Jesús de Nazaret resucitado, pero hay que peguntarse seria-mente cuánto influye en la vida de nuestros contemporáneos, más allá del apa-rato institucional, con el que se presenta en nuestra sociedad y más allá de losindicadores de la fe sociológica.

Más del 90% de los italianos dice creer en Dios pero hay que pregun-tarse con sinceridad en qué Dios se sigue creyendo, un Dios indiferenciado,el mismo de todas las religiones, sí en el Dios bibelot de las grandes ocasio-nes; en el Dios que se cuenta a los niños, como una bella fábula y que despuésen la vida adulta no sirve para nada; en el Dios que, si está, no toca nuestravida; en el Dios mezcla psicodélica de la New Age y de las sectas, siempre enbúsqueda del bienestar físico y emotivo; ¿o quizás en el Dios de nuestro SeñorJeús, que tiene la pretensión de llegar a cualquier rincón y detalle de la exis-tencia? Tenemos por lo demás un cristianismo desencarnado, encerrado en elámbito privado. Un cristiano “descafeinado”, que conserva la apariencia, elsabor y que llega incluso a engañar. Pretende seguir siendo considerado cris-tiano, mientras, en el fondo, unas veces es pagano y otras escéptico. Someti-do al examen del dolor, de la opción de conciencia, de la prueba, resultará untruco de la química religiosa.

El Concilio ha sido una brújula importante para el camino de fe de todoslos creyentes, relanzando la potencialidad enorme del cristianismo, pero, des-pués de 40 años, debemos admitir que quedan muchas cosas difíciles de intro-ducirse y afirmarse en la vida de las comunidades cristianas, para las que lamodernidad y la actualidad del Evangelio no acaba de percibirse. Y nosotros

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sacerdotes y consagrados ¿donde estamos en todo esto? ¿También nosotrosestamos desencarnados o acorralados? ¿Qué responsabilidad, no sentido deculpa, advertimos frente a un cuadro así?

¿Es necesario volver a partir de los fundamentos, pero cómo? Todo esto¿qué influencia tiene en estas tres realidades, que nos interesan particular-mente: las familias, los jóvenes, las vocaciones?

Por una parte, a mi modo de ver, hay una fuerte alza –al menos comopreocupación y tentativas– de la Pastoral Juvenil, pero después, de hecho, éstase reduce a las ocasiones, ved las grandes convocatorias a nivel mundial odiocesano, y sigue privilegiando casi exclusivamente el mundo de los jóve-nes, dejando a un lado a niños, preadolescentes y adolescentes. Y, por no des-agradar a ninguno y por no perder estos pocos, se baja el nivel de compromi-so y se moderan las exigencias, tolerando que vengan mezcladas con modasy comportamientos, que, propriamente, nada tienen de evangélicos. Ademásla Pastoral Juvenil demasiadas veces propone sólo nichos protectores delperiodo de la adolescencia, como si se hubiese resignado a la incapacidad paraintroducir en la responsabilidad de la vida adulta.

Acerca de la familia, creo que se da todavía por descontado y presu-puesto que esta continúa siendo una institución robusta, en la cual se puedetener confianza, como en el pasado. Como consecuencia la preocupación quesurge es más en la línea de la moral familiar de custodiar, que sobre la ver-tiente de la familia para proteger, educar y salvar. De esta manera tenemoscomo una apertura de tijeras mucho más acentuada entre lo que la Iglesiaespera y exige con respecto a la familia y aquello que, en realidad, vive lafamilia. Una familia que no se siente comprendida en su fragilidad (está eldato de que 8 de cada 10 matrimonios se rompen dentro de los 10 años de vidade la pareja) y con frecuencia una familia poco ayudada en el derrumbamien-to de su institución. Es preciso decir, en este contexto, que las comunidadescristianas son poco fraternas, porque es comunidad de cada uno y no de fami-lias, con una pastoral a lo más centrada sobre cada uno como individuo sin elpropio contexto vital de la familia. Advertimos en el conjunto lo que decíadon Mazzolari: La corriente del desarrollo moderno no pasa dentro de Igle-

sia: cada cosa se desarrolla, como si el cristianismo fuese el camino hacia un

‘país imaginario’1.Todas estas flechas problemáticas del existente ¿cómo van a clavarse en

el cerco de la diana del tiro al blanco de la Pastoral Vocacional local de laparroquia y del territorio? Existe, en efecto, por una parte, frente a esta reali-dad, el fuerte riesgo de cerrarse a las problemáticas inmediatas, considerando

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1 MAZOLARI, P., La Parroquia, Vicenza, la Locusta, 1965, p. 16.

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por eso la Pastoral Vocacional como un refinamiento, que, por el momento,puede no interesarnos y, por eso, no se puede activar, presos como estamos enel resto. De hecho, esta es la razón por la que se continúa con la práctica de ladelegación a los encargados diocesanos del Centro Diocesano de Vocaciones,o bien se nos compromete en una Pastoral Vocacional, que no tiene en cuentael contexto; por lo que se expone a diezmar los recursos y fatigas apostólicas.Ciertamente permanece un dato incontestable: en todos estos años hemos echa-do muchas semillas pero han nacido pocos retoños. La cultura general minus-valora de hecho estos tipos de elección de vida. La socialización permisiva enfamilia no pone en el horizonte existencial esta posibilidad. La sociedad delhijo único y una pedagogía cristiana débil hacia los adolescentes y los adultos;la crisis de la imagen del sacerdote y de los consagrados, que se respira ade-más como un halo nauseabundo alrededor, crisis hinchada por la publicidad delos escándalos; el hundimiento de su status como personas sagradas dignas derespeto por su consagración; el concentrarse más en el servicio, que ellos estánllamados a desempeñar, que sobre lo que deben ser como personas por voca-ción; todo esto hace que ahora esté estancado un verdadero discurso y com-promiso vocacional. La tanto suspirada cultura vocacional no se puede decirtodavía que haya brotado en el terreno de nuestro tiempo.

Frente a esta situación no hay más que dos soluciones: o todos nos per-mitimos andar a la deriva, encerrándonos aún más en nuestro propio capara-zón, dejándonos inconsciente o furiosamente andar cada vez más hacia undesfondamiento, que es la desintegración, el desfloramiento, la disolución detodas las relaciones humanas, tanto a nivel personal como civil, político ytambién eclesial; un fondo como consumación de un universo de relacionessignificativas, con una sufrida incomunicabilidad entre todos, jamás experi-mentada antes de ahora. Esta desintegración es propiamente el fin de unmundo, en el que el hombre civilizado de las grandes metrópolis recae en elestado salvaje, o sea en un estado de aislamiento.

Quizás es justo el tiempo de reinterpretar el Occidente como lugar yépoca del ocaso de todas las culturas históricas, las cuales, incluso en elocaso, están llamadas a transfigurarse por un proceso de unificación de lahumanidad entera. Todo se mezcla en el Gran Ocaso: en parte se anula y enparte se transforma. El Occidente es el lugar y el tiempo en el que todas lashistorias, encontrándose y separándose, son costreñidas a recomenzar. Es unhombre inédito que quiere emerger del ocaso de todas nuestras figuras his-tóricas precedentes. Es un Nascente, un Hombre Nuevo, que gime en los tra-bajos “técnicos” occidentales. A la Gran Noche debe suceder la NuevaMañana.

Y en tal caso, aquí, tenemos segunda posibilidad: un chillido de sirena,mejor, un gran grito en la noche, que pide, preponderante, la levantada. Pero,

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para aceptar el aviso del despertador, es preciso que sea algo que nos aseguraque nos merece la pena. No sirve más sólo encajar bofetadas de regañinas yde sentido de culpa. No sirve ni siquiera, por darnos un impulso, dejarnos pro-yectar sobre visiones optimistas. De voces melosas con multitud de belloscolores, que quisieran persuadirnos a cerrar los ojo a la dura realidad, que esla nuestra y que nos toca vivir. Todo esto lo hemos experimentado ya comoquiebra. ¿Cuáles veis en este caso que se trasmitan hoy? ¿Qué maestros que-remos para estos tiempos? ¿Quién tiene ganas de salir?

Es necesario a veces que partamos de algo antiguo, pero que sigue sien-do siempre la puerta de lo nuevo. Partir de la Anunciación (cf Lc 1,26-38). Yes precisamente esta página del Evangelio, desmenuzada una y otra vez, qui-zás demasiado y que por eso se presenta a primera vista estéril y consumada,es propiamente esta página, la que puede convertirse en la carta de navega-ción y la gramática de nuestro vivir y de nuestro anunciar hoy y para el futu-ro. Porque esta página contiene uno de los más grandes impulsos de Dios paratoda la humanidad. Dios, que de ninguna manera ha abandonado a la huma-nidad a su suerte, nos asegura cómo es posible recomenzar y volver a partirpara crear un mundo nuevo, una sociedad nueva, una variedad de comunidadeclesial nueva, una pastoral y animación juvenil, familiar, vocacional nuevo.Esto de la Anunciación resulta ahora el nuevo gozne en el que apoyarse y delque partir. Ver y juzgar la existencia es un buen punto de partida pero puederefugiarse simplemente en el pesimismo o abrir una vía de fuga en la ilusióningenua de simular la nada, para continuar en nuestra modalidad estandardi-zada. Es preciso volver a centrarse en otro gozne y este consiste en el volvera partir de la Anunciación, en respuesta a aquel ‘cómo’, que tanto nos preo-cupa. Es, en efecto, la Anunciación el éxtasis de una historia, que puede salirfinalmente de la niebla del estereotipo y del mito del eterno retorno y del nadanuevo bajo el sol; libraos de la desesperanza y del conjunto de dominado-res/disfrutadores y de los opresos/frustrados de turno; se ilumina con un otrosol, un otro vivir, que la humanidad sola no se puede dar.

Tres palabras para comunicar hoy el Evangelio de la vocación

Comunicar: ¿cómo? Es el verdadero quebradero de cabeza de nuestroscreyentes sobre todo en estos años. ¿Qué palabras usar, visto que el vocabu-lario “clerical” se está convirtiendo en una lengua cada vez más incomprensi-ble, reservada a los adeptos a las tareas y, aun todavía muy usada, parece des-tinada a convertirse en una lengua muerta? ¿Qué estratagemas utilizar, paracaptar al menos un diez por ciento de atención de nuestros contemporáneos,hipnotizados por la sofisticada maestría comunicativa de la publicidad y delos “mass media”? Problemas serios y preocupantes éstos, ciertamente. Pero

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lo más seguro, lo que permanece más allá de todo, es que nuestra misión con-siste en transmitir un don, que hemos recibido, y sin mercantilizarlo, o sea, sinmedirlo por el éxito que obtiene. En efecto el Evangelio no debe recorrer latrayectoria de los productos comprados y vendidos, ni ser pesado cuantitati-vamente por la audiencia, que llegue a suscitar. No se puede aceptar y muchomenos pensar un estilo de evangelización dominado por la lógica de la apa-riencia, de la eficacia, del consenso y de la voluntad de crear situaciones enlas cuales la Iglesia cuente y condicione a la sociedad. Esto contradice alEvangelio y, tras los primeros éxitos, se resuelve en el rechazo de los hom-bres y no puede hacer otra cosa que acrecentar el síndrome y el sentido denuestra incapacidad. Siempre se ha guardado en vasos de arcilla el preciosodon del Evangelio y deberá continuar siendo guardado así. Y precisamente esla página de la Anunciación la que lo pone prácticamente en evidencia. Noso-tros, con toda “justicia” y nuestro darnos importancia, somos reducidos bas-tante a menudo a la esterilidad de Isabel y a la sordera de Zacarías. Tres pala-bras se nos comunican en la Anunciación, pero éstas vienen de lo alto, no delos sesos de los cerebros humanos y de la técnica. Por esto ellas nos parecen,inmediatamente, fuera de lugar y de contexto, respecto a nuestros problemas.Sin embargo, me parece, son las tres palabras fundamentales, para podercomunicar también hoy el Evangelio de la vocación. Son, en efecto, las trespalabras de la comunicación de la vocación de María, que queda como lavocación paradigmática para cualquier otra vocación en la tierra. Esto signi-fica que las tres palabras en cuestión mantienen todo su valor también paranostros, hombres de esta época. Tres veces habla el Ángel: una palabra de ale-gría, “Kaire”; una contra el temor, “No temas”; una última palabra, para quehaya vida nueva, “el Espíritu Santo vendrá y serás madre”. Detengámonosbrevemente en éstas.

“Kaire” en nuestros silencios

La primera palabra es “Sé feliz, María, porque estás llena de gracia”, osea, porque Dios ha puesto en ti su corazón. El Ángel no dice: “Haz esto, oaquello, ruega, ve a…, …” sino simplemente: “¡Alégrate, María!”. Reconoz-camos que la tenaza de los problemas de nuestro tiempo nos ha quitado, porlo general, la alegría y, las más de las veces, hemos caído en un estado de des-moralización y de depresión, que nos ha pelado y nos ha reducido a un silen-cio de tristeza y embarazo. Tanto pavor y tanta turbación: estamos todosenfermos de tristeza y atrapados en la incertidumbre y la desilusión. Pero noes posible anunciar el Evangelio, la alegre noticia por excelencia, en estadode depresión. ¡Sería un contrasentido! Ya don Mazzolari se preguntaba:“¿Qué sucede para que en el querer el bien nos hagamos tanto mal? Debe

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haber un fermento que lo consume y nos consume” 2. Esta mala levadura esla tristeza y el desánimo. Somos mensajeros creíbles, solo si estamos llenosde alegría. No de euforia alborotada o insulsa sino de alegría profunda. LaIglesia debería ser la comunidad, en la cual la gente puede descubrir la alegríade Dios en su mirada. Una alegría que nos hace, en consecuencia, personasapasionadas por todo lo que vivimos, ya en momentos considerados felices, oen momentos comprometidos, o en circunstancias de sufrimiento. Debíamosdescubrir las semillas de la alegría, que Dios ha plantado en nosotros y que,demasiadas veces, queda como un hilo de hierba amarillento bajo el bloquede todo lo que notamos como un enorme peso. Y debemos descubrir y seña-lar las muchas raíces de alegría sencilla, que permanecen, a pesar de todo, enel corazón de la gente. Si la alegría está verdaderamente en el corazón, enton-ces la felicidad de unos para los otros. La felicidad de los consagrados y delos presbíteros debería constituir la primera preocupación de los Obispos y delos Superiores, como de los hermanos y hermanas. Nuestra alegría no es sóloun problema estrictamente individual y privado, porque es parte intríseca denuestro anuncio evangélico y vocacional.

Los jóvenes y las familias, para crecer en el amor y madurar su voca-ción y hacerla más profunda, tienen necesidad del testimonio fuerte de nues-tra alegría. En el Far West de la felicidad actual, creada por la técnica, el con-sumismo y la burocracia de estos tiempos, se ha logrado producir solamenteuna humanidad de hielo, con el mensaje ensordecerdor del único modelo enboga, hecho de preocupación por la belleza y la posesión egocéntrica. Parallegar a la felicidad, hoy en efecto, está muy difundido el complejo de PeterPan, o sea el intento espasmódico de querer permanecer siempre jóvenes yadolescentes, mediante un amplio uso de cosmeticos y los cuidados de belle-za, considerada el nuevo opio de los pueblos, un traje a poner, para no pensaren la tragedia del mundo y querer tener aquello que no se tiene, a través deuna continua metamorfosis del propio aspecto y look. Y, además, con un con-sumo privado, que nos limita a ser felices por algo, que otros no tienen, cadauno encerrado en su recinto acotado. En esta situación estamos llamados, enprimer lugar, a estar sinceramente alegres de la vida, de las elecciones hechas,de nuestro tiempo, y no por algún esfuerzo perfeccionista, sino porque Diosexiste, no está lejano, está en nosotros, en lo profundo de nuestro corazón yporque nos pide, por encima de todo, que seamos felices, antes que cualquierotra respuesta y de cualquiera de los otros compromisos y programas. Y laIglesia que tiene el depósito y el carisma de la alegría, debe anunciar una exis-tencia alternativa; frente al hecho de que la gente no está contenta, no basta

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2 MAZZOLARI, P., Il segno dei chiodi, Milano, Istituto di Propaganda Libaria,1954, p. 9.

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con desentrañar los problemas, es preciso resolver el problema más impor-tante que es el de transmitir alegría. El cristianismo en su ser profundo es ale-gría, alegría de recibir y de dar: me he dado a mí mismo y mi existencia es unregalo de alegría para los demás. Aun en contacto con el indefectible sufri-miento y dolor, Cristo nos abre la puerta de la alegría y se hace solidario connuestro dolor. Delante veamos las situaciones más aberrantes, es la angustiay la muerte, que parecen romper todo optimismo pero la certeza está en que,a nuestras espaldas y dentro de nosotro, está la alegría, el amor omnipotentedel Padre, que hace ir más allá.

¡Pero hay tantos problemas y tan grandes! Ni uno solo de ellos es másgrande que el don de Dios y ninguno de ellos tiene derecho a llevarse nuestraalegría. Pues, la escasez de alegría y la falta de alegría son la primera contra-dicción al cómo anunciar. Todas nuestras eficiencias e iniciativas por losjóvenes, las familias y las vocaciones, sin la alegría, son minas antipersona,que estallan en lo más hermoso de nuestras fatigas, destruyen y hacen inútilnuestro esfuerzo y se reducen, como tanta pastoral, a abstracción y moralis-mo. Y, hoy, es preciso decirlo con fuerza, tenemos muchos compromisos, qui-zás demasiados, pero poquísima alegría y, en consecuencia una creatividad yfecundidad reducidísimas.

“No temer” en nuestras peticiones

La segunda palabra es “¡No temas, María!”. Una expresión ésta, que enla Biblia se repite unas 365 veces, casi una invitación para cada día del año,como si se tratase del pan cuotidiano. Sentimos que es la palabra, de la quetenemos necesidad en sumo grado. Con espanto nos preguntamos qué estásucediendo en el cerebro de tanta gente: tenemos un óptimo nivel de vida, alque no falta nada y juntos tenemos tanto odio y desamor por la vida. La per-sona de nuestro tiempo se encuentra frente a muchas propuestas de vida ytiende a consumarlo todo, sin vivir ninguna, dispersándose en una confusión,de la que es difícil encontrar la trama y el sentido.

Son tantas las preguntas, que se sigue haciendo la gente. Y tantas son laspreguntas, que nos lanzamos también nosotros. ¿Por qué nuestras palabras notocan el corazón del hombre? ¿Por qué la Iglesia resulta más convincentecomo instrumento de solidaridad, que como instrumento de salvación? ¿Porqué nuestro testimonio no es más luz para nuestros mismos pueblos? ¿Quéarrogancias nos cercan? ¿Qué egoísmos, bloqueos mentales y voluntad dedominio nos perturban? ¿Qué apego en los papeles y qué disfraces impiden eltrascurrir de la vida verdadera y profunda en el cuerpo de las iglesias cristia-nas? Con el efecto perverso de los maestros de la sospecha (Marx, Nietzsche,Freud) también la conciencia personal se ha convertido en una ilusión y un

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milagro, dependiente de fuerzas anónimas. Necesitamos una especie de gra-mática para el hombre contemporáneo, perdido en la selva de sus mismasdemandas. Un hombre lleno de miedo y, por eso, juguete de todo engaño yviolencia. Pero, para responder a las demandas de sentido, que vienen a lascociencias, es, en primer lugar, necesario encontrarse a sí mismos, o mejor,recuperar el centro, una estable plataforma interior, en la cual mirarse entor-no, reflexionar, dialogar; encontrar la centralidad de la persona, respecto a losobjetos, porque en lo íntimo de cada ser humano existe una fuente de rique-za, vitalidad, valores, que espera solo ser liberada y brotar al exterior.

La visión del centro fue turbada con la ruptura de una visión armónicadel hombre. No hay mediaciones entre el hombre y Dios, si no hay un punto,centro de cada hombre, desde el cual medir todas las distancias y por consi-guiente acortarlas. Y de aquí recorrer el laberinto de la crisis actual guiadospor un hilo de Ariadna, que no puede ser otro que este “¡No temer!”. Si lasociedad está organizada poniendo su base en las tendencias, que más arras-tran y no en la realidad, el “No temer”se sitúa en la encrucijada entre elegir elabsurdo o elegir el misterio. Un “No temer”, que no es un comprimido deansiolítico, para calmar el ansia, al menos por unas horas, sino la fuerte exi-gencia de rehacer el rumbo, para no estar ansioso, porque la claridad no estánunca fuera de nosotros, sino dentro de nosotros. Un “No temer”, que seanuncia desarmado. No temer si Dios no toma el camino de la evidencia, dela eficiencia, del poder y de la grandeza, porque desde siempre él prefiere lascorrientes subterráneas, de un Reino que avanza inexorable, pero sin impo-nerse jamás; ama la fuerza y la fecundidad escondida y silenciosa de la leva-dura, más que puestas en escena y revoluciones violentas. No temer los nue-vos caminos de Dios, tan lejanos e imprevisibles respecto a todas nuestra pro-yecciones y programaciones y organizaciones. No temer si el Altísimo seesconde en un pequeño embrión humano y en la fragilidad e imperfección denuestras vidas sin poder ni celebridad. ¡No temer! Fiados por estar en el juegode Dios. De pronto, todo esto te parecerá pérdida desde el punto de partida,pero eso es solo la primera impresión. Espera tres días y verás. Quizás todoesto también nos turba, porque nos hace estar ahora peor. Nosotros queremosactuar enseguida, porque estamos habituados a responder a la evidencia conacción. A veces, es necesario que aprendamos primero a apaciguarnos en este“No temer”, aceptando nuestra fragilidad e inadecuación contemporánea.Todo comienzo nuevo y renovación –lo creo firmemente– nace de este esta-do de pobreza y abandono y en este caso el “No temer”, del que nos fiamos,nos guía y lleva fuera de nosotros, nos desmonta los distintos mitos de omni-potencia, que, también como Iglesia, hemos construido y nos hace entrar ensu onda, la del “No temer”, único camino de salida que tenemos a nuestra dis-posición.

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“Llega la vida” en nuestro cansancio

Y estamos en la tercera palabra: “Llega la vida”. Un parto es siempredifícil y peligroso. El nasciturus atraviesa la crisis peor de su vida; está apreta-do por todos los lados, hasta que salga del útero. Ésta es no obstante la condi-ción del nuevo. La humanidad se encuentra en un momento difícil, como sabe-mos y experimentamos en nuestra propia carne viva. Esta pascua contemporá-nea no viene sin perplejidad y contradicción entre el viejo, que se obstina enquedar, y el nuevo, que se esfuerza en nacer con muchos sufrimientos. Pero,como las parturientas, en medio de los dolores, se nos invita a alegrarnos, por-que está a punto de nacer un nuevo hijo. Pero nuevo no es simplemente lo queviene detrás, sino sólo lo que está bien arraigado en un principio vital, que lorenueva. Es el principio de la vida, que renueva de verdad el hoy, haciendo unnuevo día y no sólo un día más. He aquí, que vendrá una nueva vida.

Decía también don Mazzolari que, desgraciadamente, estamos tan habi-tuados a casas sin niños y a iglesias sin pobres, que tenemos la impresión de‘estar bien’3. Por lo tanto, en la desertificación demográfica de nuestro paíshay, me parece, un fuerte sentimiento de inadaptación frente a la capacidad degenerar vida, simplemente porque lo percibimos muy comprometido; la bajade natalidad y la pérdida del sentido de la vida van al compás. Una sociedadmercantil individualista no puede hacer más que dar estos resultados. Entreconsumar vida y generar vida hay la misma distancia que entre la agonia y losdolores de parto. Ambos son situaciones de extremo dolor pero la perspecti-va es totalmente opuesta. Ambas son un anticipo, pero la primera de la muer-te inminente y la segunda del próximo nacimiento. El problema no es sufrir,presente en cada caso. El verdadero problema es sobre todo la perspectiva. YDios anuncia: “Vendrá una nueva vida!”. Así, en el crisol de este tiempo, enel corazón confuso de los jóvenes, en el ánimo estresado de las familias, en laesterilidad vocacional de la vida consagrada, en nuestras comunidades ecle-siales un poco apagadas, vendrá una nueva vida. Su venida es segura como laaurora, ¿nos obstante hacia dónde tenemos la intención de mirar y de seguiresperando? ¿En los espacios asfixiantes de la agonía o en las anticámaras dela maternidad parturienta? Hemos de decidirlo, personalmente, o como fami-lias que son comunidad. Ciertamente una de las cosas más crueles, que pue-den sucederle a una persona, es la de terminar su existencia sin hijos. Y el des-hojamiento contemporáneo, sea como sociedad sea como Iglesia, nos ha redu-cido hasta tal punto, que no nos sentimos engendrados por nadie ni pensamosgenerar a nadie. Somos islas perdidas en el océano de la insignificancia. Pro-

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3 MAZZOLARI P., La parrocchia, op.cit., p. 7.

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ductores de esterilidad y no generadores de vida. Pero aquel que ha venido,para que haya vida y ésta en abundancia, anuncia: “¡Vendrá una nueva vida!”.¿Cómo es esto posible? ¡No vemos las condiciones necesarias! Todo a nues-tro alrededor habla de ocaso. Más bien hemos preparado todos los cuidados yequipos necesarios, para vivir una dulce muerte o, al menos, una muerte lomenos dolorosa posible.

Tenemos las raíces segadas y la memoria reducida, para no recordarnuestra historia; estamos ahítos de rumores y de bienes, para no pensar; nosencontramos encerrados en espacios hiperprotegidos, para vivir únicamentereplegados sobre nosotros mismos. Pero no, no es éste nuestro destino; no esla nuestra la avenida del ocaso, sino emprender el vuelo de la aurora. Habrápara nosotros una nueva vida. La vida es iniciativa y obra del Espíritu, no esobra nuestra. A nosotros se nos permite sólo estar dispuestos a generarla, aacogerla y a hacerla crecer. A esto estamos destinados.

Estás son las tres palabras necesarias, para anunciar y comunicar hoy elEvangelio de la vocación. Son palabras que nos abren otros horizontes y nospiden que nos posicionemos en otros observatorios, diferentes a aquellosdemasiado estrechos, que solitariamente ocupamos. Quizás todo esto nos des-coloca, porque esperamos una fórmula más práctica y menos contemplativa.

Pero, queridos amigos, el problema no son las iniciativas, que sonmuchas en estos años e incluso demasiado numerosas. El problema es, meparece, revisar el corazón, para dar una impronta nueva a lo que hacemos. Elcómo que nos interpela, no es, especialmente y antes que nada producir cosas,sino el ánimo que tenemos en nuestro comprometernos y en nuestro actuar.

¡Amado desde siempre! Entonces: ¡Heme aquí!

¡Amado desde siempre!

El nombre de María significa etimológicamente: amada desde siempre4.Sin embargo Dios le da un hombre nuevo. Es llamada: “Llena de gracia”: unresaltar este amor con particular subrayado. Es una Anunciación también enesto peculiar. La función de María es la de recordar, con toda su existencia,sus poquísimas intervenciones oficiales, pero más que nada con su mismonombre, que nos precede, nos acompaña y nos salva.

También nosotros, hijos de esta Madre, que se nos ha regalado en elcompartir la maternidad y la filiación con el Hijo de Dios en persona, pode-

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4 Se trata de una de las interpretaciones etimológicas más acreditadas. Cf. VOGT, E.,María, il nome de.. en AA.VV., Enciclopedia Della Bibbia, T. 4 Leumann (TO), LCD, coll.955-957.

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mos, con todo derecho, considerar que nuestro nombre personal, más allá yantes de cualquier otro significado, podemos y debemos considerar que susignificado es amado desde siempre. En efecto, también nosotros hemos sido“colmados de toda bendición espiritual en el cielo, elegidos antes de la cre-ción del mundo, para que estuviéramos consagrados y sin defecto a sus ojospor el amor, destinándonos a ser ya entonces hijos suyos adoptivos” (cf Ef

1,3s). Por esto, María, simultáneamente a ser madre, nos ha sido confiadacomo la Maestra espiritual, propiamente para recordarnos y hacernos recono-cer cada día, que en serio somos amados para siempre, solamente por el sim-ple hecho de existir. Y, precisamente porque somos amados para siempre, hayun proyecto extraordinario para cada uno de nosotros, no hemos sido arroja-dos por casualidad sobre nuestro planeta.

Las tres palabras de la Anunciación, que hemos visto más arriba, tienenaquí todo su contexto y justificación. A fin de cuentas somos lentos de cora-zón en la falta de alegría, por las preguntas llenas de temor y no engendramosvida, porque nos sentimos poco amados y nos dejamos amar poco. Nuestratragedia está aquí y se irradia dolorosamente en los jóvenes, en las familias yen las comunidad a todos los niveles, bloqueando el Evangelio de la vocación.

Entonces: ¡heme aquí!

María, “amada desde siempre”, responde: “¡Heme aquí! ¡Deseo quevenga tu anunciación!”. Un sí deseado y no resignado. Me fío y me dejo con-ducir, todo lo pongo a su disposición, aun no teniendo garantía de presente, sinosólo promesas de futuro. Pero se siente amada desde siempre y esto Le basta,para ser la esclava, que el Señor quiere. De esta manera, María se convierte enel espacio para el misterio de la Encarnación. Por esa razón, este ‘aquí estoy’ nopuede sino interpelarnos también a nosotros, para prolongar la Encarnación enel espacio, en el tiempo y en la comunión. Nosotros también amados desdesiempre: entonces, aquí estamos disponibles en nuestra época, pero con lamisma garantía de María, o sea promesas de futuro. Para el hoy, sólo algúnsigno en medio de un mar de incertidumbres. Pero este es el modo de actuar deDios, hace 2000 años igual que hoy. Como siempre no se desdice, pero pone aprueba nuestra fe/confianza. Todo lo demás es consecuencia de ello.

El hilo de Ariadna del Cómo

Hemos hecho poco hincapié en el “hilo de Ariadna”, que nos ha sidoconcedido, para que nos guíe hacia la salida del laberinto de la crisis actual.Es este nuevo hilo de Ariadna, que debe resumir cuanto hemos ido reflexio-nando y concretar el ‘entonces ¡heme aquí!’, dando curso al Cómo de nuestra

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reflexión. Es el hilo de Ariadna, que nos sirve, hay una trama de cuatro hilos:uno de oro, otro verde; otro blanco; y el último rojo. Detengámonos unmomento para examinarlos.

• Hilo de oro: es el desafío de la fe/confianza, el “caso serio de la fe”,como toma de conciencia y como decisión personal. La vida cristiana es vivirsegún aquel en quien se cree, no sólo fiarse de Uno con mayúscula, porqueintelectualmente persuade de una verdad. Por eso, la fe es tal si modela la vida,y ésta, a su vez, termina en realización y prueba de la verdad. Antes de anun-ciar a los otros el Evangelio de la vocación, hagámonos el test de la fe vital enlas tres palabras de la Anunciación, en el amados desde siempre, del que debesurgir con rapidez el Heme aquí. Si partimos de otra forma en nuestro com-promiso de animación vocacional, continuaremos marcando el paso, con unasituación contemporánea, que seguirá permaneciendo estancada. Recordemosque una de las principales tentaciones de fe es detener el camino, personal oeclesial, en el punto en el que nos encontramos, porque sentimos que hemosllegado o porque estamos bloqueados por la desilusión y el desánimo. Si el testde la fe vital ha sido positivo, al menos suficiente (si no me permito sugerir queeste sea el compromiso prioritario para este año), notando detrás el amor deDios, entonces es posible la segunda parte, o sea la relectura de la vida de losjóvenes y de las familias con sus preguntas, sus recursos y sus problemas, unarelectura hecha con el ojo clinico de la fe vivida, para ser portadores de amory testimoniar el amor. Este hilo de oro es de verdad un desafío en sí mismo, enlos otros, comenzando por nuestros hermanos y hermanas, y después, amplian-do a los jóvenes y a las familias, a la sociedad, para hacer crecer aquellos arbo-lillos de la cultura vocacional, que el Papa tiene plantados hace ya diez años yque están retardando tremendamente su crecimiento.

• Hilo verde: es el hilo del compromiso. Si observamos bien, este hiloya lo tenemos en nuestras manos y en nuestro poder, porque hemos puestotanto empeño en estos años. ¡Qué iniciativa no hemos inventado y no se hanintentado, sobre todo en el campo de la Animación Vocacional y en el temade la Pastoral Juvenil! Es todavía un cordoncito muy deshilachado y consu-mido el que tenemos entre las manos y con bastantes nudos. Es un empeñollevado adelante incluso con amargura por tantas desilusiones como acarrea.Es un empeño consumido por la desmotivación y la routine, sin la valentía dedejarse interpelar por las exigencias de los signos de los tiempos. Más que conla fe, hemos condimentado nuestro compromiso con tantas lamentaciones yalardes de resentimiento, cuando deberíamos haber sido portadores de alegría.Y además están los nudos. Son la señal de nuestro compromiso a empujones,sólo en alguna ocasión importante, no en el trascurrir de la vida ordinaria. O

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bien los nudos de haber privilegiado alguna actividad, apartando quizás otrasigualmente urgentes pero más comprometidas, como dar el primer paso parair al encuentro de jóvenes y de familias, crear espacios y tiempos ricos en aco-gida o dedicar tiempo y energías a la escucha y el acompañamiento personal.Tenemos necesidad de un compromiso renovado desde todos los puntos devista, un compromiso bien enraizado en sus motivaciones y luego bien orien-tado en la constancia y en el asumir la prioridad de la intervención, para nodisperdigar tantas energías preciosas, con la humildad de saber caminar entreproblemas nuevos, más aún, encontrando el gusto de penetrar en lo vivo delos mismos problemas con una creatividad nueva.

• Hilo blanco: y estamos en el turno del hilo blanco. Es el hilo de la for-

mación de la conciencia vocacional. No es solo la conciencia vocacional,como la entendemos normalmente, o sea tomar nota de que soy llamado a unadeterminada y específica vocación. Es, a veces, algo previo, que está en la raízde la persona, para llegar después a la toma de conciencia vocacional especí-fica, de cara a una decisión, una formación de la conciencia que debe contarcon valores como libertad, responsabilidad, verdad. Lo primero y más urgen-te que hacer hoy es ayudar a los jóvenes y a las familias a dar a la idea de con-ciencia un valor positivo y activo, en contraste con la cultura de los maestrosde la sospecha, de los que decíamos, que han formado a veces la idea de con-ciencia como ilusión y espejismo, en total dependencia de oscuras fuerzasdesconocidas. Es necesario apostar decididamente por educar la conciencia enla realidad, animándose a tener metas y a perseguirlas. Esto significa acos-tumbrarse a dominar el presente conjugándolo con el futuro, saber qué esesencial y qué no. Sin caer naturalmente en las trampas de una conciencia nar-cisista, que pretende realizarse según una imagen idolatrada de sí o segúnambiciones de superhombre o de esquemas de interés egocéntrico presenta-dos en los ‘medios’, y acogidos acríticamente. Un formar la conciencia per-sonal, que sabe calibrar la propia persona en relación con el grupo. El singu-lar, cuando participa en un grupo, se modifica. Sufrimos una verdadera meta-morfosis del comportamiento, porque el rebaño es multicéfalo. Hay muchascabezas colocadas sobre el mismo cuello, con una cabeza dominante, cuandolas otras están vacías. Entonces es urgente formar y educar la conciencia decada uno en el interior del grupo, porque el grupo puede potenciar los com-portamientos negativos y malos, pero puedo promover y hacer eficaz la madu-rez de cada uno, siempre que el grupo tenga un fin constructivo. Un formar laconciencia, que viene también fijando límites. Desde pequeños, fijar límitessignifica permitir llegar a ser libres, en contra de la educación contemporánea,que deja suponer que no hay límites. Pero límites no presentados en sí mis-mos, como simples prohibiciones categóricas, sino límites mediatos a través

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de la propuesta de valores. Y esto significa emprender un camino dueño de lavida. Para formar la conciencia es central la relación entre verdad y libertad,que termina después en el juego de la responsabilidad. El resultado de estaformación debería ser el ingreso en la lógica de las tres palabras de la Anun-ciación, que hemos visto. Lógica de alegría; lógica del no temer; lógica delgenerar vida. Pero, para esto, es necesario que se tengan modelos delante.Nosotros aprendemos de quienes admiramos y estimamos y que queremos imi-tar. No prestamos atención a aquellos que no estimamos, que juzgamos inca-paces o incompetentes. Nuestros jóvenes no aprenden, porque no se arriesgana tomar como modelo a sus padres y educadores. En efecto, hoy tenemos ungran déficit de transmisión generacional. De este modo los jóvenes buscan losvalores por su cuenta, en estado puro, por estar desvinculados de los esquemasde nosotros adultos, corren tras las emociones sin implicar la dimensión afec-tiva en la proyectual, creando así una vida aparte y consumando todo en expe-riencias por lo demás frustrantes. Entonces el partir en el formar la concien-cia, la nuestra ante todo y continuamente, a pesar de los años y el papel quedesempeñemos, la de nuestros jóvenes y también de los adultos se hace estra-tégico, para salir del anonimato imperante, que produce sólo rebaños y estilosde vida masificados, sin hacer madurar a las personas en la toma de concien-cia de la propia responsabilidad, con el fin de jugar de modo significativo lapreciosidad única de la vida.

• Hilo rojo: y por fin el hilo rojo, o sea la nueva estrategia del actuar

juntos. Todos lo percibimos, la Iglesia está viviendo en este inicio del tercermilenio, uno de los momentos más decisivos de su misión, no sólo porque lahistoria está otra vez de vuelta, sino porque, se puede decir que todos, tam-bién los alejados, incluso los indiferentes y enemigos, la está provocando einterpelando, en busca de esperanza y de compañía, a causa de las espesasnubes de niebla de la soledad, de la incertidumbre, de la oscuridad y del fata-lismo, que envuelven la condicón humana de nuestro tiempo. El Concilio hainaugurado una nueva estación de retorno de la Eclesiología de comunión yde la Iglesia local y particular, en el interior del país y el Jubileo, hace pocoacabado, nos ha señalado los caminos, a través de los cuales la Iglesia, tantoa nivel universal cuanto local, puede ser signo de esperanza. Una Iglesia quese reconoce humana entre los hombres; y si debe anunciar la novedad de Diosa los hombres, deberá hacerlo, mucho más que en el pasado, en la participa-ción de todos en la vida. Si hay una urgencia, ésta es encarnarse a fondo en ellugar concreto, dando vida a un activo laboratorio de fe y de comunión, paraelevar las velas y ponerlas al pairo del viento del Espíritu. Una laboratoriofecundo de fe y de comunión, generado en la pedagogía del compartir loscarismas y de las vocaciones.

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Y ¿desde dónde comenzar? Desde la parroquia. Ya don Mazzolari, en losaños 50, con su intuición profética, decía que la parroquia sigue siendo lacomunidad base de la Iglesia, a condición de que se haga más acogedora y másadaptada5. Pero la parroquia, afirma también él, tiene necesidad de nueva inter-pretación de sus valores, de sus funciones y de su estructuración. La parroquia,sobre todo, debe volver a ser una casa común. El instrumento eficaz de unacaridad sin límites6. Una parroquia que debe adquirir el rostro eclesial de lafamilia, una gran familia de familias, un lugar natural de relaciones interper-sonales, un verdadero laboratorio de comunión precisamente, una red de rela-ciones profundas, alimentada por los sacramentos, pensada y profundizadamediante la catequesis, madurada en el multiforme camino de la caridad. Yesto, aunque se puede decir que nos falta todavía la gramática que nos enseñea hablar de comunión: en efecto, somos un poco analfabetos, reconozcámoslocon sinceridad, en esta escuela y en esta educación. Pero, no obstante, hemosde comenzar. Una parroquia con una coordinación cada vez más organizadaentre la pastoral juvenil, familiar y vocacional, no una ensalada rusa de todo unpoco, sino una coordinación inteligente y de largo alcance para todas las ini-ciativas pensadas y puestas en cartera. Que la parroquia sea la levadura, des-cubriendo los dones de Dios, que se resumen todos en los dones de las voca-ciones, de todas las vocaciones; que sea simiente de la novedad de Dios, de lanovedad de la comunión; que sea casa donde se acogen y se organizan las dis-tintas fuerzas y grupos; que sea regazo que vele por el crecimiento de cada unoy de la comunidad entera. En suma, una parroquia con nueva ceatividad, con-virtiéndose en lugares comunes de una pastoral en paralelo y de una vida ecle-sial con caminos vocacionales ante todo centrados y situados en una misióngenerada por sí misma. Sintiéndose todos pobres. Porque el pobre dice:“Tengo necesidad de ti” y así estimula y crea solidaridad, mientras que el ricoexclama: “No tengo necesidad de nadie”, y de este modo genera una compe-titvidad desesperada. Una parroquia, que se transforma en iglesia de la caridad,no sólo como atención al hombre como criatura en necesidad, sino hoy, demodo particular como ayuda a la persona, porque se da cuenta de que estáhecha para las relaciones. Hoy están insertadas en nosotros las relaciones atodos los niveles. Además nos encontramos ante una urgencia de reciprocidad.Por esta razón queremos una parroquia, que haga una decisiva elección decampo: poner en el centro la familia y no considerarla simplemente como unsector más de los diversos de la pastoral, estructurando y abriendo caminos atantas asociaciones familiares y escuelas de familia, consideradas no sólo

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5 Cf. MAZZOLARI, P., La parroquia, op.cit., p. 69.6 Cf. Ibidem, p. 9.

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como una necesidad urgente sino, sobre todo, como un gran recurso de cons-trucción del futuro. Hay ya muchas iniciativas respecto a este propósito. Seríainteresante pasarles revista. Cito aquí sólo una: la banca del tiempo y de lasrelaciones, donde se deposita no dinero, sino talones de disponibilidad deltiempo: tiempo libre, tiempo de compañía, tiempo de servicio y de solidaridad,para una ayuda mutua, poniendo en contacto las diversas exigencias de la fami-lia, dentro de la misma tarea de construir juntos un camino, de encontralo yrecorrerlo juntos, estrechándose la mano, para caminar en la misma dirección.

Y, de aquí, hacer de cada familia la casa y escuela de la comunión.Derribar por fin el muro del silencio y de la mutua indiferencia, de los hijos,de la pareja, de la familia más amplia, implicando a los interlocutores y ani-dando en la soledad y en la falta de relaciones humanas significativas. Másbien, rompiendo el cerco virtual, que está progresivamente paralizando a cadauno en la cáscara de sí mismo. En verdad la familia debe convertirse en ele-mento base de humanización y construcción de la misma comunidad. Pero losproblemas son tan grandes, que no hay ninguna familia o asociación que, porsí sola, los pueda resolver. La solución está en manos de todos y de cada uno.Y esta comunión local parroquial, como lugar significativo de alegría, de con-fianza, de generación de vida, que coordina cada familia y las mantiene uni-das, que puede ofrecer el medio no sólo de solución de muchos problemas,sino sobre todo hacer descubrir este inmenso recurso de futuro. Más casas ymenos apartamentos, para aislarse y consumar ‘un particular sin rostro’,manipulado hábilmente por potentes persuasores ocultos en nuestra sociedad.Ayudar a veces a redescubrir el fuego doméstico, para descubrirse a sí mismoy encontrase entre generaciones. Éste es el único modo de entrar en el núcleode los problemas y de actuar en la médula de la sociedad. Sólo así la familiallega a ser escuela de confianza y de transmisión del gozo de existir y de hacerlas cosas, pasando de la celebración del bienestar, tan en voga, a la celebra-ción del don. De aquí deriva el deseo de crecer juntos, el compromiso dereforzar la propia misión de pareja, en el deseo de comprender profundamen-te el significado de la propia vocación matrimonial.

De aquí cada familia y parroquia, como familia de familias, se marchaunidos a la conquista de los jóvenes. Porque los jóvenes son el nuevo conti-nente, que la Iglesia está llamada a evangelizar, la tierra desconocida, a la quemandar vanguardias misioneras. Solamente si se camina unidos, se podráhacer con ellos, o sea con los mismos jóvenes, algo significativo y duradero,precisamente porque ellos no son la vitrina de la amenaza del humanismo,sino el lugar en la que incidir, para dar a la cultura actual muchas veces asfi-xiada, un decisivo cambio de rumbo. Sin un vínculo profundo con una fami-lia sólida, estamos seguros, los jóvenes se encuentran expuestos a todo géne-ro de riesgo (en la droga, el crimen organizado, la violencia, la lógica del todo

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SEMINARIOS AÑO 2003 nº 169

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y rápido, total inclinación a la adoración de los falsos ídolos como el dinero,‘el look’, el sexo, el mito de la fama...). la única previsión, que podemos ofre-cer unidos a los jóvenes, es entregarles su futuro, ayudándoles a transformarla conflictuidad, que alberga casi totalmente en su corazón, transformarla enproyecto. Pero para que pueda llegar esto, es necesario que nosotros todos losadultos: padres, educadores, sacerdotes, consagrados, nosotros adultos nosreconciliemos con los jóvenes. Ellos tomarán en sus manos la propia vida y eldestino de la humanidad, si el mundo de los adultos se reconciliara con ellos.Sin esta reconciliación sobrevendrá la desesperación y la ira. Es necesario quesituamos a los jóvenes en el escenario de la historia y de la vida cotidiana,apartándolos del mundo virtual que les está impresionando, ayudándoles aamar la vida ordinaria frente al espejismo del superhombre y del serpentean-te nihilismo. Los jóvenes esperan de nosotros mucha autoridad y piden cuen-tas de nuestra y de su misma vida. No continuemos seduciéndolos a todacosta, para empujarlos a comprar nuestros productos o para encargarles unpapel que declamar.

En lugar de esto démosles ocasión de salir al descubierto, anclándose enla realidad, tomando juntos conciencia de la presencia de Dios en la historiade la humanidad. Los jóvenes, si permanecen encerrados en el narcisismofamiliar, sienten que no tienen misión alguna que cumplir en su vida. Juntos,a veces, nos preguntamos continuamente sobre cuáles son las solucionesoportunas y aceptables en los jóvenes, para salir del ambiente deprimente enel que están encerrados. Escuchémosles y animémosles, de tal modo quesepamos transformar sus pasiones solitarias y privadas en un camino de aper-tura y de responsabilidad hacia los otros, lo que vendría a proporcionar unaorientación a su existencia y a descubrir su vocación.

Jesús ha crecido y ha vivido en una familia. Es ahora aquí y en estepunto donde puede hacerse concreto y explícito el discurso vocacional conproyectos y anuncios bien mirados. La vocación jamás es un fenómeno demasas y no depende de la comunicación de masas, sino de encuentros estric-tamente personales. Y la crisis vocacional y de las vocaciones no es nunca unhecho en sí mismo, sino una crisis de la comunidad y de la familia. La voca-ción y en especial la vocación consagrada y sacerdotal, debe dejar de ser con-siderada, también en el ambiente eclesial, como una elección reaccionaria yconservadora, como si se huyera de la humanidad o se sintiera superior a lahumanidad de hoy, para vivir el hoy en plenitud y en plena navegación en elmar del mundo. Proponer la vocación como gran elección de libertad y de altahumanización, sin confundir todavía los sueños con la realidad. Los verdade-ros sueños de la felicidad se encuentran todos en el corazón. Recordemos alfin, que el milagro de la llamada puede suceder hoy en cualquier ambiente.Basta pedirlo unidos con el método: provocación /apuesta.

Familia y jóvenes en un mundo que cambia:

¿Cómo comunicar el Evangelio de la vocación?

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Conclusión

Quiero terminar citando otro pensamiento de don Mazzolari: “así comoen el estilo del Hijo de Dios la pequeñez se convierte en presencia, queremosconvencernos de que el amor llena todos los vacíos del hombre; donde hay unvacío mayor, sobreviene abundancia de amor, una predilección7. Entonces nonos asustemos de tantos vacíos nacidos de las escasas migajas de esperanza,que nos quedan. Si el Hijo de Dios continúa asegurando su presencia, con-tentándose con las migajas, quiere decir que es posible llenar los vacíos consobreabundancia de amor. Coraje, pues, ¡Vayamos también nosotros!

Beppe Roggia

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7 MAZZOLARI, P., La Parroquia, op.cit., p. 23; 11.