espectáculos de realidad - reinaldo ladagga

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1 Espectáculos de realidad. Ensayo sobre la narrativa latinoamericana de las últimas dos décadas Reinaldo Laddaga Introducción -Mención de la anécdota que dio origen al libro: viaje en avión entre Madrid y Philadelphia. El autor llevaba consigo dos libros, el primero de los cuales era la novela Las noches de Flores, de César Aira. De acuerdo con Ladagga: En el universo que Las noches de Flores describe los escritores han mutado en especies que el individuo familiarizado con las reglas que rigen (o regían) en el universo de la literatura moderna apenas podría reconocer bajo ese nombre: realizadores de guiones de espectáculos de realidad, inventores de artistas plásticos inexistentes, diseñadores de sistemas de identificación de textos… ¿Es así como Aira ve el presente? Y si éste es el caso, ¿cuál es su perspectiva? Sería fácil leer Las noches de Flores un poco como se deben leer, precisamente, las Crónicas de Bustos Domecq: como piezas satíricas y destinadas a mostrar lo patético o absurdo de de las proposiciones de la vanguardia. Pero quien haya seguido el trabajo de Aira, sabe bien que desde hace algunos años ha estado obsesionado por la posibilidad (por la necesidad, incluso) de un arte de vanguardia que fuera fiel a la particularidad de la Argentina del presente, un arte menos propenso a realizar obras que a diseñar experiencias (8-9). -Lo particular de los libros de Aira de estos últimos años es esa “atmósfera de perfecta e impalpable corrupción” (9). “La mejor descripción de la clase de historias que Aira ha estado contando en los últimos años puede tomarse del propio escritor, del comienzo de

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Ficha teórica sobre el libro "Espectáculos de realidad"

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Page 1: Espectáculos de Realidad - Reinaldo Ladagga

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Espectáculos de realidad. Ensayo sobre la narrativa latinoamericana de las últimas

dos décadasReinaldo Laddaga

Introducción

-Mención de la anécdota que dio origen al libro: viaje en avión entre Madrid y Philadelphia. El autor llevaba consigo dos libros, el primero de los cuales era la novela Las noches de Flores, de César Aira. De acuerdo con Ladagga:

En el universo que Las noches de Flores describe los escritores han mutado en especies que el individuo familiarizado con las reglas que rigen (o regían) en el universo de la literatura moderna apenas podría reconocer bajo ese nombre: realizadores de guiones de espectáculos de realidad, inventores de artistas plásticos inexistentes, diseñadores de sistemas de identificación de textos… ¿Es así como Aira ve el presente? Y si éste es el caso, ¿cuál es su perspectiva? Sería fácil leer Las noches de Flores un poco como se deben leer, precisamente, las Crónicas de Bustos Domecq: como piezas satíricas y destinadas a mostrar lo patético o absurdo de de las proposiciones de la vanguardia. Pero quien haya seguido el trabajo de Aira, sabe bien que desde hace algunos años ha estado obsesionado por la posibilidad (por la necesidad, incluso) de un arte de vanguardia que fuera fiel a la particularidad de la Argentina del presente, un arte menos propenso a realizar obras que a diseñar experiencias (8-9).

-Lo particular de los libros de Aira de estos últimos años es esa “atmósfera de perfecta e impalpable corrupción” (9). “La mejor descripción de la clase de historias que Aira ha estado contando en los últimos años puede tomarse del propio escritor, del comienzo de Un sueño realizado, un libro de 2002 cuya estructura es peculiar: estructura de álbum donde se exponen fragmentos conectados de maneras variables y vagas, reflexiones sobre la literatura, recuerdos de infancia, secuencias atemáticas, invenciones extraordinarias. El narrador (el emisor) sufre, al comienzo del libro, un dolor insoportable de cabeza. Se ha dado cuenta de que la cura es contarse historias. ¿Historias nuevas? No: «la verdad es que me causan más placer las historias que ya conozco, y hasta las que me he contado decenas de veces; suelo tener mis favoritas, aunque no me eternizo en ellas. No las he inventado yo: las saco de la televisión, de los diarios,

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de conversaciones que he tenido o he oído por ahí. Hay tantas circulando que nunca me faltarán. Mi acto creativo está en la elección, y secundariamente en el pulido que le voy dando en sucesivas ´emisiones»” (9).

-Esto mismo se puede aplicar a la novela Las noches de Flores, que puede entenderse como una emisión, como una entrega, en el sentido que se usa la palabra en el código de la televisión.

-“Hay algo en los textos recientes de Aira de particularmente emisivo. Abrir uno de estos libros es un poco como asistir a un espectáculo, donde un artista realiza sus números. Es como si aquello que aquí se presentara fuera un ejecutante que empieza una de sus sesiones (…), cuyo talento se encontrara sobre todo en el hallazgo y pulido de aquello que ya se ha contado hasta el hartazgo” (10).

-El segundo de los libros que Ladagga llevaba consigo durante el viaje relatado era Lecciones para una liebre muerta, de Mario Bellatin, escritor nacido en Perú en 1960, que vive en México y que “es el autor de una de las más sorprendentes obras de los últimos años, obra que –como la de Aira- consiste en una multitud de pequeñas entregas, episodios anuales, semianuales, como si Bellatin quisiera que el lector, más que leer los monumentos pausados que realiza, siguiera el despliegue continuo de una práctica” (10).

-Lecciones para una liebre muerta es una obra que, ya desde su mismo título, hace referencia a cierta performance del artista alemán Joseph Beuys, que tuvo lugar en 1965. Se trata de “un breve y nebuloso entrelazado de una serie de doscientos cuarenta y tres hebras, fibras, hilos, esbozos narrativos” (10). El texto, en sí, se presenta como una suerte de “archivo” (10) y manifiesta, al mismo tiempo, una obstinación en incorporar en su trama las informaciones del lugar y el tiempo en el que se han realizado las invenciones que reúne, y las informaciones concernientes al individuo concreto que ha compuesto el objeto con el cual el lector se ha confrontado, como si se quisiera que este objeto conservara las huellas de su construcción (…); como si se quisiera que en el momento en que los actores de la pieza ingresan a la escena, se vieran, a la vez, las bambalinas” (11-12).

-Lo dicho hasta aquí sirve para “indicar una confluencia: la de algunos de los escritores latinoamericanos centrales (la de escritores que han suscrito algunas

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de las obras más complejas, novedosas, inventivas del presente) que, en el curso de unos pocos años de comienzos del milenio, han publicado libros en los cuales se imaginan (…) figuras de artistas que son menos los artífices de construcciones densas de lenguaje o los creadores de historias extraordinarias, que productores de «espectáculos de realidad», empleados a montar escenas en las cuales se exhiben, en condiciones estilizadas, objetos y procesos de los cuales es difícil decir si son naturales o artificiales, simulados o reales. Estos escritores toman los modelos para las figuras que describen menos de la larga tradición de las letras que de otra más breve, la de las artes contemporáneas” (13-14).

-Lo que parece ser atractivo del arte contemporáneo para estos escritores es la “propensión entre artistas a emplear sus mejores energías no en producir representaciones de tal o cual aspecto del mundo ni en proponer diseños abstractos que resulten en objetos fijos, sino en construir dispositivos de exhibición de fragmentos del mundo (…); la tendencia común entre artistas a construir menos objetos concluidos que perspectivas, ópticas, marcos que permitan observar un proceso que se encuentre en curso. Claro que el libro no es el mejor medio para hacer esta clase de cosas. Por eso es que estos escritores escriben sus libros un poco contra esa forma material, ese vehículo, como si quisieran forzarlo, modificarlo, reducirlo a ser el medio a través del cual se transmite la conmoción de individuos (…) situados en el tiempo y el espacio, conmoción que se prolonga y se despliega en construcciones veloces de lenguaje que se publican sin reserva o correcciones. Se trata de libros del final del libro, libros de la época en que lo impreso es un medio entre otros de transporte de la palabra escrita, y que aquí se quisiera que transportara esbozos que tuvieran el porte de aquello que se ha realizado bajo presión, bloques imperfectos, irregulares, como si fueran hechos por alguien que fuera fiel a esta fórmula: toda literatura aspira a la condición de la improvisación. Pero una improvisación que se realice con aquellos elementos que el escritor encuentra en torno suyo y que arregla en el instante. Porque toda literatura aspira a la condición de la instantánea. Sólo que a la instantánea de la época de la reproducción digital, cuando la toma (el disparo) deja de tener el carácter de lo fatal, cuando la imagen es modificada a la vez que se captura, (…) de modo que su estatuto es inestable y cada una de sus conformaciones aparece como parte de un proceso, una transformación, una mutación. De manera que es posible que haya que agregar

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una cuarta formulación a las anteriores: toda literatura aspira a la condición de lo mutante.

Y, por razones que se verán más adelante, una quinta (…): toda literatura aspira a la inducción de un trance. Sólo que el trance del que se trata no es la condición de aquel que asiste a una manifestación transmundana que suplementa la suma de las apariciones, sino la condición de aquel que, en un momento de extinción, depone la voluntad y el poder de constituir esa suma en mundo” (14-15).

-“Reúnanse las cinco frases que he subrayado, trácense las líneas que las unen, y se tendrá una idea de la forma que me parece tomar la constelación que los libros de Noll, Aira y Bellatin componen. Y se entenderá también por qué estos escritores tienen una influencia particularmente grande entre los escritores más jóvenes” (15-16).

-Diferentes modos de circulación de la literatura actual (las performances y los nuevos “diseños institucionales”).

-“Al nivel de los deseos que se despliegan en relación a las producciones de las letras, yo diría que nos encontramos en el centro de una vasta transformación, transformación de la cual las fantasías de Noll, de Aira, de Bellatin son otros índices, y que se realiza en la confluencia de dos dinámicas: la dinámica depresiva que causa la multiplicación innegable de los «signos de obsolescencia» (la expresión es de Barthes) de la cultura moderna de las letras y la dinámica euforizante que causa la percepción de otras posibilidades que emergen en un mundo que sufre cambios sísmicos en todos sus niveles” (19).

-“Estos son libros que se escriben en una época en que, por primera vez en mucho tiempo, no está claro que el vehículo principal de la ficción verbal sea lo impreso: en la época del Internet, de la televisión en cable, de la transmisión televisiva durante 24 horas, de la diversidad de lenguas en las pantallas (y en las calles también), de la extensión de las pantallas en todos los espacios, de la emergencia de un continuo audiovisual, una atmósfera de textos, visiones y sonidos que envuelve el menor acto de discurso. En estos universos contemporáneos, la letra escrita no está nunca enteramente aislada de la imagen (…) y del sonido, sino

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siempre ya inserta en cadenas que se extienden a lo largo de varios canales” (19-20).

-“Estos son, en efecto, los libros de escritores ambiciosos que saben que sus operaciones se realizan en una época de sobreabundancia informativa, de pleno de discursos, donde se vuelve crecientemente improbable que aquello que se escribe encuentre (…) a la clase de lector que suponían los textos de Rulfo, de Borges, de Onetti, de Lezama: el lector que es capaz de responder a presentaciones particularmente densas de lenguaje, (…) que desea sustraerse del entorno de acciones y comunicaciones ordinarias para confinarse en la confrontación solitaria con un artefacto de lenguaje, (…) lector que comparte con el autor la presunción del carácter central de la práctica de la literatura, que unos y otros conciben como ámbitos que permiten a los individuos hacer una experiencia del fondo de lo existente, de aquello que excede (pero que es la condición de) los marcos habituales de experiencia” (20).

-“Estos son libros que ensayan responder a la cuestión de qué literatura debiera hoy escribirse ensayando la imposible articulación del espacio de la narración y el espacio de la información, proponiendo su coexistencia en textos que pueden abordarse un poco como si fueran secuencias de mensajes, puntuales, lacónicos, de una brevedad que es el efecto del hecho de que sobre ellos gravita una presión de tiempo: es como si en ellos se sugiriera que no hay tiempo de acabar de escribir lo que se escribe, que es preciso que se proyecte de inmediato” (21).

-“El punto de partida de este ensayo es la hipótesis de que nos encontramos en el trance de formación de un imaginario de las artes verbales tan complejo como el que tenía lugar hace dos siglos, cuando cristalizaba la idea de una literatura moderna. Mi propósito es el de proponer algunos elementos para la construcción del mapa de este imaginario en formación, a partir de la fijación de algunos momentos de las últimas décadas, momentos en los cuales una serie de escritores proponían imágenes de qué cosa quiere decir escribir, qué escenas de escritura y de lectura (o, a veces, más genéricamente, de arte) se debiera querer construir, qué literatura (si alguna) es deseable. (…) Esta cadena de textos se aparta por grados de una posición normal en lo mejor de la literatura latinoamericana de mediados del siglo que se ha cerrado, que concebía a la práctica de las letras como orientada a producir cifras, imágenes, configuraciones fijadas que

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respondieran a un cierto «ideal de la escritura» (…), escritura dirigida a un lector solitario y separado, que, confrontado con ellas, haría experiencia, en la extrañeza respecto de su mundo habitual, de un fondo de sí o del mundo” (21-22).

-En última instancia, este libro es un intento por responder “a preguntas que conciernen a aquello que, hace años, Foucault llamaba «ontología del presente»: la descripción, necesariamente incierta, de las líneas de fuga y de tensión que atraviesan el territorio en que desplegamos nuestras prácticas, configuramos nuestras acciones, extendemos nuestras relaciones, realizamos nuestras experiencias” (23).

Capítulo 7 – “Teatros y escuelas”

-El capítulo se focaliza en la figura de Mario Bellatin y en su novela Lecciones para una liebre muerta.

-Mención de la fundación de la “Escuela Dinámica de Escritores”, en el año 2000, “que constituye una forma novedosa de aproximarse al hecho creativo” (129). De acuerdo con Bellatin, “el concepto es el de una escuela vacía donde los estudiantes durante dos años tengan la mayor cantidad posible de experiencias. No se puede enseñar a escribir, no se puede enseñar a ser escritor, por eso hay una escuela de escritores. Y sólo hay una prohibición: escribir” (129).

-Esta escuela, concebida como una plataforma o una escena, en el sentido en que hablamos de una plataforma de circo o de una escena teatral, se orienta a que cada “alumno” vaya construyendo, a partir de las diferentes experiencias, un espacio paralelo. En esta escuela, “no importan los temas, no importa el conocimiento, no hay avance real, sino sencillamente es entrar en una dinámica creativa” (130).

-De ahí que la Escuela Dinámica de Escritores sea un «espectáculo de realidad» o una vasta performance; se trata de una escuela en la cual cada escritor despliega (aunque siempre en público) su práctica, y en la cual dicho despliegue es indiscernible de sus espectadores.

-Tanto Lecciones para una liebre muerta como el mundo imaginario de los restantes textos de Bellatin está habitado por una humanidad de seres extremos,

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de freaks. Estos libros, por lo demás, compuestos de varios “hilos”, se resisten obstinadamente al resumen o a la paráfrasis.

-Dichos “hilos” gradualmente se entremezclan; ecos o resonancias atraviesan las zonas de neutralidad por las cuales comunican, como si los blancos que separan los fragmentos, más que mantener a los componentes separados, fueran el espacio en el cual se despliega una dinámica de comprensión, de fusión gradual, que se profundiza al mismo tiempo que el mundo ficcional se agrieta y deja aparecer fragmentos graduales del mundo real en el que Mario Bellatin, escritor, propone un conjunto de (…) confesiones.

-En Lecciones para una liebre muerta, el tono de autorretrato o confesión se profundiza hacia el final, donde se encuentra una meditación sobre el comienzo de la propia obra de Bellatin (la novela Salón de belleza, publicada en 1994), meditación en la cual se dice que, a partir de cierto momento, el escritor ha comprendido que sus libros sucesivos son un poco el mismo libro, del cual se muestra, en cada entrega, un aspecto.

-Los libros de Bellatin, en efecto, se presentan como piezas que se componen de una multitud de cuadros independientes. “Hay relaciones vagas entre las historias, cuyo flujo a veces es interrumpido por citas o por reflexiones, pero el efecto es un poco el de una procesión de incompletas imágenes cuyo orden podría ser otro” (138).

-Sus textos se componen como un mosaico, una suma de grandes números de piezas diminutas. Un mosaico y no un puzzle: ninguna indicación de que sea posible dar con la pieza que determine el orden de este despliegue sigiloso, que parece componerse de diversas descripciones de un mundo que fuera visto, en momentos diferentes, por diferentes visitantes, que variaran sus detalles (…). La referencia al mosaico (…) es particularmente relevante. Porque es un poco como si la lógica de estos libros fuera la de una exposición, exposición donde se encuentra una serie de fragmentos raros que se exhiben en el libro a la manera como se exhiben piezas de arte en un museo o una galería” (139).

-Es más, “en los momentos en que habla de su obra, Bellatin la describe un poco en términos de una escena en la que sería preciso ingresar, como se ingresa en una habitación desconocida” (141). Para Bellatin, “el reto es buscar que (cada)

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texto se convierta en una experiencia que transcurra a lo largo del tiempo” (…) “No me interesa el juicio de si es bueno o malo el libro sino si lo acabaste o no. La idea es pasar por una realidad paralela, por un trance, que es lo que busco cuando voy al cine o una exposición, mientras que en muchos libros no existe la necesidad de pasar por la lectura, porque ya sabes lo que te van a decir” (141-142).

-Lo que hace Bellatin es imaginar una relación particular entre los textos y sus lectores, una relación que podría describirse como una retórica de la visita, como si Bellatin quisiera que sus libros fueran portales de un sitio al que se puede acudir, como se acude, precisamente, a una galería.

-Se trata de textos que aluden, a la vez que a la figura del teatro, a esas “formas empíricas” de la época de la diseminación electrónica de textos y de imágenes, los juegos de video o los websites.

-“En entornos imantados por la televisión nocturna o la diurna, quien sea que escriba se encontrará inmerso en un espacio atravesado por confesiones de un tipo particular, personales e impersonales de una manera que una cultura de lo impreso no haría posible, y que se extiende a pérdida de vista en el Internet en la época de los weblogs, de los sitios personales donde un individuo reenvía a sus lectores a otros sitios en la red junto con sus comentarios, de modo que aquellos objetos con los que éstos se encuentran no tienen la forma de cajas cerradas, sino las de algo así como cajones llenos con archivos que se extienden indefinidamente en la profundidad de un armario oscuro, cosas que continuamente explotan o mutan en algo diferente, y que se definen tanto por lo que son (…) que por lo que no son” (145).

-De ahí que si bien los antecedentes principales de textos como el de Bellatin en la tradición latinoamericana moderna sean los de ciertos escritores para los cuales el modelo del juego era central (Julio Cortázar o Salvador Elizondo, digamos), hay diferencias considerables entre unos y otros. Diferencias, al menos, tan grandes como la que hay entre los juegos de tipo clásico (juegos de azar o de estrategia) y los juegos de tipo nuevo (146).

-Y es que la obra de Bellatin se inscribe en la época de la proliferación de las interfaces digitales, que median entre los cuerpos vivientes y sus mundos; en el

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momento en que se produce una integración profunda entre humanos y máquinas, y lo que sea que queramos llamar “yo” se encuentra desde el comienzo localizado en una matriz biotecnológica crecientemente densa. Este individuo se vuelve sobre sí, es eminentemente reflexivo, pero no se vuelve sobre sí –como lo hacen, hay que decir, la abrumadora mayoría de los personajes de la narrativa moderna- para descubrir la propia verdad o la propia identidad, para hacer la experiencia (incluso dolorosa) del descubrimiento en sí de aquello que se escapa al orden de los nombres, sino para alcanzar, a través de formas de control indirecto, el equilibrio, el balance, que es al mismo tiempo aquello que le permite persistir en aquella situación en la que se encuentra desde el comienzo: en viaje. Porque los personajes de los libros de Aira, de Bellatin, de Noll, de Vallejo son sujetos-en-viaje. Estos personajes menos se interpretan que se monitorean, descifran lo que asciende a su superficie un poco como se presenta un dato en una pantalla, que deben consultar porque se encuentran siempre ya entre dos puntos y su problema es cómo prolongar su movimiento.

-Estos viajes tienen lugar en entornos que son, ellos mismos, mutantes. En un mundo de incertidumbre radical, de efectos impensados, cuyos elementos coevolucionan y se adaptan a dinámicas que conocen sólo en parte. Éstas son las formaciones entre las cuales, en los mundos nunca enteramente imaginarios de estos libros, los personajes transcurren. Y en la que transcurren ocupándose de una meditación urgente: en este universo emergente, universo del individuo articulado a sus prótesis, miembro de una multitud de asociaciones nebulosas, rodeado de circuitos o cadenas de mensajes, membrana en la cual se filtran y se inscriben, ¿qué manera de vida social satisfactoria sería posible y lícito inventar?

-Es por ello que estos son libros a pesar de sí, contra sí, en el umbral del desvanecimiento, de dejar de ser lo que han sido, de pasar al espacio de la imagen o el sonido, de asemejarse a otra clase de cosa, o a ninguna.

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