ernest renan, vida de jesus

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“Vida de Jesús” es un libro extraordinario, tanto por su contenido como por la misma naturaleza de su aparición. No fue, sin embargo, el primer libro “ateo” sobre Jesús escrito desde una perspectiva a la vez científica y religiosa (Friedrich Strauss, por lo menos, le precedió en algunos años), pero fue Ernest Renan quien construyó, al mismo tiempo, una obra erudita, una obra literaria y un compromiso de fe que se quería hacer compatible con la ciencia.

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  • AL ALMA DE MI HERMANA HENRIETTE. MUERTA EN BLBLOS EL 2 4 DE SEPTIEMBRE DE 1861.

    . D ECUERDAS, desde el seno de Dios donde ahora re-(** posas, aquellas largas jornadas de Ghazir, cuando a so-las contigo yo escriba estas pginas, inspiradas en los lugares que juntos habamos visitado? Silenciosa, a mi lado, releas cada hoja y la volvas a copiar una vez escrita, mientras el mar y las aldeas, los barrancos, las montaas, se extendan a nuestros pies. Cuando la luz abrumadora dejaba paso al innumerable ejrcito de estrellas, tus preguntas agudas y de-licadas, tus discretas dudas, me devolvan al sublime objeto de nuestros comunes pensamientos. Un da me dijiste que amaras este libro, en primer lugar, porque lo haba escrito junto a ti, y tambin porque coincida con tus sentimientos. Aunque a veces temas para l los estrechos juicios del hom-bre frivolo, siempre estuviste persuadida de que las almas verdaderamente religiosas terminaran por acogerlo. En medio de estas dulces meditaciones la muerte nos golpe a los dos con su ala; el sueo de la fiebre nos lleg a la misma hora; yo slo habra de despertar!... Ahora duermes en la tierra de Adonis, junto a la santa Biblos y las aguas sagradas donde las mujeres de los misterios antiguos venan a unir sus l-grimas. Revlame, \h buen ngel], a m, a quien amabas, es-tas verdades que dominan la muerte, impiden temerla y casi la hacen amar.

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    PROLOGO (1) A LA DECIMOTERCERA EDICIN

    T AS doce primeras ediciones de esta obra no difieren *-"" unas de otras ms que en pequeas variaciones. La pre-sente edicin, por el contrario, ha sido revisada y corregida con el mayor cuidado. Desde la aparicin del libro, hace cua-tro aos, he trabajado incesantemente para mejorarle. Las nu-merosas crticas a que ha dado lugar me han hecho la tarea fcil en ciertos aspectos. He ledo todas aquellas que conte-nan algo serio. Creo poder afirmar en conciencia que ni una sola vez el ultraje y la calumnia a ellas mezcladas me han impedido utilizar en mi provecho las buenas observaciones que tales crticas podan contener. Lo he sopesado y verifi-cado todo. Si en algunos casos ha podido sorprender que no haya hecho justicia a los reproches que me han sido di-rigidos con una seguridad extrema y como si se tratase de faltas comprobadas, no es porque haya ignorado tales re-proches, sino porque me ha sido imposible aceptarlos. Fre-cuentemente, en este caso, he aadido en forma de notas los textos o las consideraciones que me han impedido cambiar de opinin, o bien, por medio de algn ligero cambio de re-daccin, he procurado mostrar dnde estaba el equvoco de mis contradictores. Aunque muy concisas y no conteniendo apenas ms que la indicacin de las fuentes de primera mano, mis notas son siempre suficientes para mostrar al lector ins-truido los razonamientos que me han guiado para la com-posicin de este texto.

    Para disculparme detalladamente de todas las acusaciones de que he sido obieto me hubiera sido necesario triplicar o cuadruplicar este volumen; me hubiera sido preciso repetir cosas ya bien dichas, incluso en francs; hubiera tenido que entablar una polmica religiosa, lo que me prohibo absolu-

    (1) La Vida de Jess apareci en Par* el 24 de junio de 1863, editada por Michel Lvy. La 13. edicin es de 1864 (N. del Editor).

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  • ERNESTO RENN

    tamente; hubiera necesitado hablar de m, lo que no hago nunca. Escribo para proponer mis ideas a quienes buscan la verdad. En cuanto a las personas que tienen necesidad, en beneficio de su creencia, de que yo sea un ignorante, un espritu falso o un hombre de mala fe, no tengo la pre-tensin de modificar su parecer. Si esta opinin es necesa-ria para la tranquilidad de algunas personas piadosas, cons-tituye para m un verdadero problema desengaarlas.

    Por otra parte, si yo hubiera entablado la controversia, la habra llevado lo ms frecuentemente posible a aspectos ajenos a la crtica histrica. Las objeciones que se me han dirigido proceden de dos bandos opuestos. Unas me han sido dirigidas por los librepensadores que no creen en lo sobrenatural (2) ni, poj consiguiente, en la inspiracin de los libros sagrados, o por\os telogos de la escuela protestante liberal llegados a una nocin tan amplia del dogma, que el racionalista puede muy bien entenderse con ellos. Estos adversarios y yo pisa-mos el mismo terreno, partimos de los mismos principios, podemos discutir segn las reglas seguidas en todas las cues-tiones de historia, filologa o arqueologa. En cuanto a las refutaciones de mi libro (y son con mucho las ms numerosas) que han sido hechas por los telogos ortodoxos, va catlicos. va protestantes, creyentes en lo sobrenatural y en el carcter sagrado de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, implican todas un malentendido fundamental. Si el milagro tiene alguna realidad, mi libro no es ms que un entramado de errores. Si los Evangelios son libros inspirados y, por con-siguiente, verdaderos al pie de la letra y desde el principio al fin, hice muy mal en no contentarme con poner del principio al fin los fragmentos extrados de los cuatro textos, como hacen los armonistas, salvo para construir as el conjunto ms redundante y ms contradictorio. Mas si, por el contrario, el milagro es algo inadmisible, he tenido razn al mirar los libros que contienen relatos milagrosos como historias mez-cladas con ficciones, como leyendas llenas de inexactitudes, errores y prejuicios sistemticos. Si los Evangelios son libros como los dems, he tenido razn al tratarlos de la misma ma-nera que los helenistas, arabistas o hinduistas lo hacen con los legendarios documentos que estudian. La crtica no co-noce textos infalibles; su primer principio es admitir la posibilidad de error en todo texto estudiado. Lejos de ser acusado de escepticismo, debo ser situado entre los crticos

    (2) Entiendo siempre con esta palabra lo "sobrenatural particular", la intervencin de la Divinidad para conseguir un objeto especial, el milagro, y no lo "sobrenatural general", el alma oculta del universo, el ideal, origen y causa {nal de todos los movimientos del mundo.

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    VIDA DE JESS

    moderados, puesto que, en lugar de rechazar en bloque do-cumentos debilitados por tanto aadido, intento obtener algo histrico de ellos por medio de respetuosas aproximaciones.

    Y que no se diga que tal manera de plantear el problema implica una declaracin de principio que suponemos a priort lo que hay que demostrar por el detalle, a saber: me los. milagros referidos por los Evangelios no han tenido reali-dad, oue los Evangelios no son libros escritos con ja parti-cipacin de la Divinidad. Estas dos negaciones no son para nosotros el resultado de la exgesis; son anteriores a ella. Son fruto de una experiencia que nunca ha sido desmentida. Los milagros son de esas cosas que no ocurren nunca; slo las gentes crdulas creen verlos; no se puede citar uno slo que haya ocurrido ante testigos capaces de comprobarlo; nin-guna intervencin particular de la Divinidad ni en la con-feccin de un libro ni en ningn otro acontecimiento ha sido jams probada. Desde el momento en que se admite lo sobrenatural, se est fuera de la ciencia, se admite una explicacin que nada tiene de cientfica, una explicacin de las que prescinden el astrnomo y el fsico, el qumico, el gelogo, el fisilogo, de la que el historiador debe tambin prescindir. Rechazamos lo sobrenatural por la misma razn que nos hace rechazar la existencia de los centauros y los hipgrifos: esta razn es que nunca se ha visto ninguno. No es porque me haya sido previamente demostrado que los Evangelistas no merecen crdito por lo que rechazo los mi-lagros que cuentan. Es porque cuentan milagros por lo que digo: Los Evangelios son leyendas; pueden contener histo-ria, pero ciertamente no todo en ellos es histrico.

    Es. pues, imposible oue el ortodoxo v el racionalista m^ niega lo sobrenatural puedan prestarse un gran auxilio en las mismas cuestiones. A los ojos de los telogos, los Evan-gelios y los libros bblicos en general son libros como no hay otros, libros ms histricos que los mejores de historia, pues-to que no encierran ningn error. Por el contrario, para el racionalista los Evangelios son textos a los que se trata de aplicar las reglas comunes de la crtica: los miramos como miran los arabistas el Corn y los hadith, como miran los hinduistas los vedas y los libros bdicos. Acaso los arabistas consideran el Corn infalible? Acaso se les acusa de falsifi-car la historia cuando cuentan los orgenes del aislamiento de modo diferente a los telogos musulmanes? Acaso los hinduistas confunden el Lalitavistara (3) con una biografa?

    Cmo alumbrarse recprocamente partiendo de principios opuestos? Todas las reglas de la crtica suponen que los do-

    (3) Vida legendaria de Buda.

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  • ERNESTO RENN

    tamente; hubiera necesitado hablar de m, lo que no hago nunca. Escribo para proponer mis ideas a quienes buscan la verdad. En cuanto a las personas que tienen necesidad, en beneficio de su creencia, de que yo sea un ignorante, un espritu falso o un hombre de mala fe, no tengo la pre-tensin de modificar su parecer. Si esta opinin es necesa-ria para la tranquilidad de algunas personas piadosas, cons-tituye para m un verdadero problema desengaarlas.

    Por otra parte, si yo hubiera entablado la controversia, la habra llevado lo ms frecuentemente posible a aspectos ajenos a la crtica histrica. Las objeciones que se me han dirigido proceden de dos bandos opuestos. Unas me han sido dirigidas por los librepensadores que no creen en lo sobrenatural (2) ni, poj consiguiente, en la inspiracin de los libros sagrados, o por\os telogos de la escuela protestante liberal llegados a una nocin tan amplia del dogma, que el racionalista puede muy bien entenderse con ellos. Estos adversarios y yo pisa-mos el mismo terreno, partimos de los mismos principios, podemos discutir segn las reglas seguidas en todas las cues-tiones de historia, filologa o arqueologa. En cuanto a las refutaciones de mi libro (y son con mucho las ms numerosas) que han sido hechas por los telogos ortodoxos, va catlicos. va protestantes, creyentes en lo sobrenatural y en el carcter sagrado de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, implican todas un malentendido fundamental. Si el milagro tiene alguna realidad, mi libro no es ms que un entramado de errores. Si los Evangelios son libros inspirados y, por con-siguiente, verdaderos al pie de la letra y desde el principio al fin, hice muy mal en no contentarme con poner del principio al fin los fragmentos extrados de los cuatro textos, como hacen los armonistas, salvo para construir as el conjunto ms redundante y ms contradictorio. Mas si, por el contrario, el milagro es algo inadmisible, he tenido razn al mirar los libros que contienen relatos milagrosos como historias mez-cladas con ficciones, como leyendas llenas de inexactitudes, errores y prejuicios sistemticos. Si los Evangelios son libros como los dems, he tenido razn al tratarlos de la misma ma-nera que los helenistas, arabistas o hinduistas lo hacen con los legendarios documentos que estudian. La crtica no co-noce textos infalibles; su primer principio es admitir la posibilidad de error en todo texto estudiado. Lejos de ser acusado de escepticismo, debo ser situado entre los crticos

    (2) Entiendo siempre con esta palabra lo "sobrenatural particular", la intervencin de la Divinidad para conseguir un objeto especial, el milagro, y no lo "sobrenatural general", el alma oculta del universo, el ideal, origen y causa {nal de todos los movimientos del mundo.

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    VIDA DE JESS

    moderados, puesto que, en lugar de rechazar en bloque do-cumentos debilitados por tanto aadido, intento obtener algo histrico de ellos por medio de respetuosas aproximaciones.

    Y que no se diga que tal manera de plantear el problema implica una declaracin de principio que suponemos a priort lo que hay que demostrar por el detalle, a saber: me los. milagros referidos por los Evangelios no han tenido reali-dad, oue los Evangelios no son libros escritos con ja parti-cipacin de la Divinidad. Estas dos negaciones no son para nosotros el resultado de la exgesis; son anteriores a ella. Son fruto de una experiencia que nunca ha sido desmentida. Los milagros son de esas cosas que no ocurren nunca; slo las gentes crdulas creen verlos; no se puede citar uno slo que haya ocurrido ante testigos capaces de comprobarlo; nin-guna intervencin particular de la Divinidad ni en la con-feccin de un libro ni en ningn otro acontecimiento ha sido jams probada. Desde el momento en que se admite lo sobrenatural, se est fuera de la ciencia, se admite una explicacin que nada tiene de cientfica, una explicacin de las que prescinden el astrnomo y el fsico, el qumico, el gelogo, el fisilogo, de la que el historiador debe tambin prescindir. Rechazamos lo sobrenatural por la misma razn que nos hace rechazar la existencia de los centauros y los hipgrifos: esta razn es que nunca se ha visto ninguno. No es porque me haya sido previamente demostrado que los Evangelistas no merecen crdito por lo que rechazo los mi-lagros que cuentan. Es porque cuentan milagros por lo que digo: Los Evangelios son leyendas; pueden contener histo-ria, pero ciertamente no todo en ellos es histrico.

    Es. pues, imposible oue el ortodoxo v el racionalista m^ niega lo sobrenatural puedan prestarse un gran auxilio en las mismas cuestiones. A los ojos de los telogos, los Evan-gelios y los libros bblicos en general son libros como no hay otros, libros ms histricos que los mejores de historia, pues-to que no encierran ningn error. Por el contrario, para el racionalista los Evangelios son textos a los que se trata de aplicar las reglas comunes de la crtica: los miramos como miran los arabistas el Corn y los hadith, como miran los hinduistas los vedas y los libros bdicos. Acaso los arabistas consideran el Corn infalible? Acaso se les acusa de falsifi-car la historia cuando cuentan los orgenes del aislamiento de modo diferente a los telogos musulmanes? Acaso los hinduistas confunden el Lalitavistara (3) con una biografa?

    Cmo alumbrarse recprocamente partiendo de principios opuestos? Todas las reglas de la crtica suponen que los do-

    (3) Vida legendaria de Buda.

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  • ERNESTO RENN

    cumentos sometidos a examen no tienen ms que un valor relativo, que tal documento puede equivocarse, que puede ser derogado por un documento mejor. Persuadido de que todos los libros que el pasado nos ha legado son obra de hombres, el sabio profano no vacila en desmentir a los tex-tos cuando los textos se contradicen, cuando enuncian cosas absurdas o formalmente refutadas por testimonios ms auto-rizados. El ortodoxo, por el contrario, convencido de ante-mano de que no existe un error ni una contradiccin en sus libros sagrados, se presta a los medios ms violentos, a los expedientes ms desesperados para sortear las dificul-tades. La exgesis ortodoxa es de tal forma un tejido de su-tilezas; una sutileza puede ser verdadera aisladamente; pero mil sutilezas no pueden ser verdaderas a la vez. Si se en-contrasen en Tcito o en Polibio errores tan caracterizados como los que Lucas comete a propsito de Quirinius y de Theudas, diramos que Tcito y Polibio estn equivocados. Los razonamientos vedados cuando de literatura griega o latina se trata, las hiptesis en las que un Boissonade o in-cluso un Rollin nunca pensaran, son plausibles cuando se trata de disculpar a un autor sagrado.

    Es. pues, el ortodoxo quien incurre en una declaracin de principio cuando reprocha al racionalista cambiar la histo-

    I ra al no seguir palabra por palabra los documentos que el I ortodoxo tiene por sagrados. Porque una cosa est escrita no se deduce nunca que sea verdadera. Los milagros de Mahoma estn escritos, del mismo modo que los milagros de Jess, y algunas biografas rabes de Mahoma, como, por ejemplo, la de Ibn-Hischam, tiene un carcter ms histrico que los Evangelios. Acaso admitimos por ello los milagros de Ma-homa? Seguimos a Ibn-Hischam con mayor o menor con-fianza mientras no tenemos razones para separarnos de l. Pero cuando nos cuenta cosas totalmente increbles, no te-nemos ninguna dificultad en abandonarle. Ciertamente, si tuvisemos cuatro vidas de Buda en parte fabulosas y tan inconciliables entre s como lo son los cuatro Evangelios, y un sabio tratase de limpiar de sus contradicciones los cuatro relatos bdicos, no se le reprochara mostrar la fal-sedad de los textos. Se encontrara bien que reuniese los fragmentos discordantes, que buscase un equilibrio, una es-pecie de relato intermedio que no contuviera nada impo-sible, donde los testimonios opuestos quedasen compensa-dos entre s y violentados lo menos posible. Si despus de todo esto los budistas clamaban contra la mentira y la fal-sificacin de la historia, sera justo responderles: No se trata de historia en este caso, y si nos hemos apartado a veces de vuestros textos, culpadles a ellos, porque gontie-

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    VIDA DE JESS

    nen cosas imposibles de creer, y por otra parte se contra-dicen.

    En la base de toda discusin sobre semejantes materias se encuentra siempre la cuestin de lo sobrenatural. Si el milagro y la inspiracin de ciertos libros son cosas reales, nuestro mtodo es detestable. Si el milagro y la inspiracin de los libros son creencias sin ninguna base real, nuestro mtodo es el bueno. Ahora bien, la cuestin de lo sobre-natural est resuelta para nosotros con entera incertidum-bre, por la nica razn de que no se puede creer en una cosa de la que el mundo no ofrece ningn indicio experi-mental. No creemos en los milagros, como no creemos en los aparecidos, en el diablo, en la brujera ni en la astrolo-ga. Es preciso refutar, paso a paso, los largos razonamien-tos del astrlogo para negar que los astros influyen en los acontecimientos humanos? No. Es suficiente la experiencia, enteramente negativa, pero tan demostrativa como la mejor prueba directa de que nunca se ha comprobado tal influencia.

    Dios no quiera que menospreciemos los servicios que los telogos han prestado a la ciencia ! L a bsqueda y constitu-cin de los textos que sirven comoTtecumentos a este libro han sido obra de telogos, frecuentemente^wtQdraos. El tra-bajo de critica ha sido obra de telogos libenflcs^. Existe, sin embargo, un panel me un telogo no sabra nunca desempear, quiero decir el panel de historiador. La historia es esencialmente desinteresada. El historiador no tiene ms que una preocupacin: el arte y la verdad (dos cosas in-separables, el arte que guarda el secreto de las leyes ms n-timas de lo verdadero). El telogo tiene un inters, que es su dogma. Reducid este dogma tanto como queris; sigue siendo para el artista y el crtico de un peso insoportable. El telogo ortodoxo puede ser comparado a un pjaro en la jaula; todo movimiento propio le est prohibido. El te-logo liberal es un pjaro al que se han cortado algunas plu-mas de las alas. Lo creis dueo de s mismo, y lo es, en efecto, hasta el momento en que trata de emprender el vuelo. Entonces veris que no es completamente hijo del aire. Proclammoslo atrevidamente: los estudios crticos re-lativos al origen del Cristianismo no dirn su ltima palabra hasta que sean abordados con un espritu puramente laico y profano, conforme al mtodo de los helenistas, arabistas o sanscritistas, gentes ajenas a toda teologa, que no se preocu-pan de edificar ni de escandalizar, de defender los dogmas ni de derribarlos.

    Da y noche, me atrevo a decirlo, he reflexionado acerca de estas cuestiones, que deben ser aireadas sin otros prejui-cios que los que constituyen la esencia misma de la razn.

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  • ERNESTO RENN

    cumentos sometidos a examen no tienen ms que un valor relativo, que tal documento puede equivocarse, que puede ser derogado por un documento mejor. Persuadido de que todos los libros que el pasado nos ha legado son obra de hombres, el sabio profano no vacila en desmentir a los tex-tos cuando los textos se contradicen, cuando enuncian cosas absurdas o formalmente refutadas por testimonios ms auto-rizados. El ortodoxo, por el contrario, convencido de ante-mano de que no existe un error ni una contradiccin en sus libros sagrados, se presta a los medios ms violentos, a los expedientes ms desesperados para sortear las dificul-tades. La exgesis ortodoxa es de tal forma un tejido de su-tilezas; una sutileza puede ser verdadera aisladamente; pero mil sutilezas no pueden ser verdaderas a la vez. Si se en-contrasen en Tcito o en Polibio errores tan caracterizados como los que Lucas comete a propsito de Quirinius y de Theudas, diramos que Tcito y Polibio estn equivocados. Los razonamientos vedados cuando de literatura griega o latina se trata, las hiptesis en las que un Boissonade o in-cluso un Rollin nunca pensaran, son plausibles cuando se trata de disculpar a un autor sagrado.

    Es. pues, el ortodoxo quien incurre en una declaracin de principio cuando reprocha al racionalista cambiar la histo-

    I ra al no seguir palabra por palabra los documentos que el I ortodoxo tiene por sagrados. Porque una cosa est escrita no se deduce nunca que sea verdadera. Los milagros de Mahoma estn escritos, del mismo modo que los milagros de Jess, y algunas biografas rabes de Mahoma, como, por ejemplo, la de Ibn-Hischam, tiene un carcter ms histrico que los Evangelios. Acaso admitimos por ello los milagros de Ma-homa? Seguimos a Ibn-Hischam con mayor o menor con-fianza mientras no tenemos razones para separarnos de l. Pero cuando nos cuenta cosas totalmente increbles, no te-nemos ninguna dificultad en abandonarle. Ciertamente, si tuvisemos cuatro vidas de Buda en parte fabulosas y tan inconciliables entre s como lo son los cuatro Evangelios, y un sabio tratase de limpiar de sus contradicciones los cuatro relatos bdicos, no se le reprochara mostrar la fal-sedad de los textos. Se encontrara bien que reuniese los fragmentos discordantes, que buscase un equilibrio, una es-pecie de relato intermedio que no contuviera nada impo-sible, donde los testimonios opuestos quedasen compensa-dos entre s y violentados lo menos posible. Si despus de todo esto los budistas clamaban contra la mentira y la fal-sificacin de la historia, sera justo responderles: No se trata de historia en este caso, y si nos hemos apartado a veces de vuestros textos, culpadles a ellos, porque gontie-

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    VIDA DE JESS

    nen cosas imposibles de creer, y por otra parte se contra-dicen.

    En la base de toda discusin sobre semejantes materias se encuentra siempre la cuestin de lo sobrenatural. Si el milagro y la inspiracin de ciertos libros son cosas reales, nuestro mtodo es detestable. Si el milagro y la inspiracin de los libros son creencias sin ninguna base real, nuestro mtodo es el bueno. Ahora bien, la cuestin de lo sobre-natural est resuelta para nosotros con entera incertidum-bre, por la nica razn de que no se puede creer en una cosa de la que el mundo no ofrece ningn indicio experi-mental. No creemos en los milagros, como no creemos en los aparecidos, en el diablo, en la brujera ni en la astrolo-ga. Es preciso refutar, paso a paso, los largos razonamien-tos del astrlogo para negar que los astros influyen en los acontecimientos humanos? No. Es suficiente la experiencia, enteramente negativa, pero tan demostrativa como la mejor prueba directa de que nunca se ha comprobado tal influencia.

    Dios no quiera que menospreciemos los servicios que los telogos han prestado a la ciencia ! L a bsqueda y constitu-cin de los textos que sirven comoTtecumentos a este libro han sido obra de telogos, frecuentemente^wtQdraos. El tra-bajo de critica ha sido obra de telogos libenflcs^. Existe, sin embargo, un panel me un telogo no sabra nunca desempear, quiero decir el panel de historiador. La historia es esencialmente desinteresada. El historiador no tiene ms que una preocupacin: el arte y la verdad (dos cosas in-separables, el arte que guarda el secreto de las leyes ms n-timas de lo verdadero). El telogo tiene un inters, que es su dogma. Reducid este dogma tanto como queris; sigue siendo para el artista y el crtico de un peso insoportable. El telogo ortodoxo puede ser comparado a un pjaro en la jaula; todo movimiento propio le est prohibido. El te-logo liberal es un pjaro al que se han cortado algunas plu-mas de las alas. Lo creis dueo de s mismo, y lo es, en efecto, hasta el momento en que trata de emprender el vuelo. Entonces veris que no es completamente hijo del aire. Proclammoslo atrevidamente: los estudios crticos re-lativos al origen del Cristianismo no dirn su ltima palabra hasta que sean abordados con un espritu puramente laico y profano, conforme al mtodo de los helenistas, arabistas o sanscritistas, gentes ajenas a toda teologa, que no se preocu-pan de edificar ni de escandalizar, de defender los dogmas ni de derribarlos.

    Da y noche, me atrevo a decirlo, he reflexionado acerca de estas cuestiones, que deben ser aireadas sin otros prejui-cios que los que constituyen la esencia misma de la razn.

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  • ERNESTO RENN La ms grave de todas, indiscutiblemente, es la del valor histrico del cuarto Evangelio. Aquellos que no han modi-ficado sus puntos de vista acerca de tales problemas hacen creer que no han comprendido toda la dificultad. Se pue-den clasificar en cuatro grupos las opiniones sobre este Evan-gelio. He aqu la que seria su expresin resumida:

    Primera opinin: El cuarto Evangelio ha sido escrito por el apstol Juan, hijo de Zebedeo. Los hechos contenidos en este Evangelio son todos verdaderos; las palabras que el autor pone en boca de Jess han sido realmente pronun-ciadas por Jess. Esta es la opinin ortodoxa. Desde el punto de vista de la crtica racional es completamente in-sostenible.

    Segunda opinin: El cuarto Evangelio es, en resumidas cuentas, del apstol Juan, aunque haya podido ser redacta-do y retocado por sus discpulos. Los hechos referidos en este Evangelio son tradiciones directas de Jess. Las alocu-ciones son frecuentemente composiciones libres que slo ex-presan la manera segn la cual el autor conceba el esp-ritu de Jess. Esta es la opinin de Ewald y, en ciertos as-pectos, la de Lucke, Weisse y Reuss. Esta es la opinin que yo haba adoptado en la primera edicin de mi obra.

    Tercera opinin: El cuarto Evangelio no es obra del apstol Juan. Le ha sido atribuido por algunos de sus disc-pulos hacia el ao 100. Las alocuciones de Jess son casi enteramente falsas; pero los fragmentos narrativos contienen preciosas contradicciones que se remontan, en parte, al aps-tol Juan. Esta es la opinin de Weizsoecker y de Michel Nicols. Esta es a la que yo me sumo ahora.

    Cuarta opinin: El cuarto Evangelio no es, en ningn sentido, del apstol Juan. Ni por los hechos ni por los dis-cursos que en l son relatados en un libro histrico. Es una obra de imaginacin y, en parte alegrica, aparecida hacia el ao 150, donde el autor se ha propuesto no contar efectiva-mente la vida de Jess, sino hacer prevalecer la idea que l se form de Jess. Tal es, con algunas variantes, la opinin de Baur, Schwegler, Strauss, Zeller, Volkmar, Hil-genfeld, Schenkel, Scholten y Rville.

    No puedo unirme enteramente a esta posicin radical. Con-tino creyendo que el cuarto Evangelio est realmente vincu-lado al apstol Juan y que fue escrito hacia finales del si-glo i. Reconozco, sin embargo, que en algunos pasajes de mi primera redaccin me inclin excesivamente hacia su autenticidad. La fuerza demostrativa de algunos de los argu-mentos sobre los que insist me parece menor. Ya no creo que San Justino haya puesto el cuarto Evangelio de la mis-ma manera que los sinpticos entre las Memorias de los

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    VIDA DE JESS

    apstoles. La existencia de Presbteros Joannes, como per-sonaje distinto al apstol Juan, me parece ahora demasiado problemtica. La opinin segn la cual Juan, hijo de Zebedeo, habra escrito la obra, hiptesis que nunca he admitido com-pletamente, pero hacia la cual, en algunos momentos, he mostrado cierta debilidad, queda aqu descartada como im-probable. Finalmente, reconozco que no tena razn al re-chazar la hiptesis de un falso escrito atribuido a un aps-tol poco despus de salir de la edad apostlica. La segunda epstola de Pedro, cuya autenticidad nadie puede sostener ra-zonablemente, es ejemplo de una obra a la que se supone en tales condiciones, aunque es cierto que es mucho menos im-portante que el cuarto Evangelio. Por lo dems, no reside en esto por el momento el problema capital. Lo esencial es sa-ber qu uso conviene hacer del cuarto Evangelio cuando se intenta escribir la vida de Jess. Contino pensando que este Evangelio posee un valor fundamental semejante al de los sinpticos y a veces incluso superior. El desarrollo de este aspecto tema tanta importancia que le he dedicado un apndice al final del libro. La parte de la introduccin relativa a la crtica del cuarto Evangelio ha sido retocada y completada.

    A lo largo del relato, algunos pasajes han sido tambin modificados, consecuentemente con lo que acabo de decir. Todos los prrafos donde se afirmaba ms o menos clara-mente que el cuarto Evangelio fue obra del apstol Juan o de un testigo ocular de los hechos evanglicos han sido su-primidos. Para dibujar la personalidad de Juan, hijo de Ze-bedeo, he recordado en el Evangelio de Marcos al rudo Boanerge (4), el terrible visionario del Apocalipsis, antes que al mstico lleno de ternura que ha escrito el Evangelio del amor. Insisto con menos confianza en algunos pequeos de-talles que nos ha proporcionado el cuarto Evangelio. El cr-dito tan limitado que haba concedido a las alocuciones de Jess de este Evangelio ha sido reducido an ms. Me haba dejado atraer demasiado por el pretendido apstol en lo que se refiere a la promesa del Paracleto (5). Igualmente, ya no estoy tan seguro de que el cuarto Evangelio tenga razn en su discordancia con los sinpticos en cuanto al da de la muerte de Jess. Respecto a la Cena, por el contrario, per-sisto en mi opinin. El relato sinptico que refiere la ins-titucin eucarstica en la ltima velada de Jess me parece encerrar una inverosimilitud casi equivalente al milagro. Es

    (4) En San Marcos, 111-17, al referir la eleccin de loa apstoles: "... > a Santiago, el de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a quienes llam Boanerges, o sea, hijos del trueno". (N. del T.)

    (5) Consolador. Nombre que se da al Espritu Santo. (N. del T.)

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  • ERNESTO RENN La ms grave de todas, indiscutiblemente, es la del valor histrico del cuarto Evangelio. Aquellos que no han modi-ficado sus puntos de vista acerca de tales problemas hacen creer que no han comprendido toda la dificultad. Se pue-den clasificar en cuatro grupos las opiniones sobre este Evan-gelio. He aqu la que seria su expresin resumida:

    Primera opinin: El cuarto Evangelio ha sido escrito por el apstol Juan, hijo de Zebedeo. Los hechos contenidos en este Evangelio son todos verdaderos; las palabras que el autor pone en boca de Jess han sido realmente pronun-ciadas por Jess. Esta es la opinin ortodoxa. Desde el punto de vista de la crtica racional es completamente in-sostenible.

    Segunda opinin: El cuarto Evangelio es, en resumidas cuentas, del apstol Juan, aunque haya podido ser redacta-do y retocado por sus discpulos. Los hechos referidos en este Evangelio son tradiciones directas de Jess. Las alocu-ciones son frecuentemente composiciones libres que slo ex-presan la manera segn la cual el autor conceba el esp-ritu de Jess. Esta es la opinin de Ewald y, en ciertos as-pectos, la de Lucke, Weisse y Reuss. Esta es la opinin que yo haba adoptado en la primera edicin de mi obra.

    Tercera opinin: El cuarto Evangelio no es obra del apstol Juan. Le ha sido atribuido por algunos de sus disc-pulos hacia el ao 100. Las alocuciones de Jess son casi enteramente falsas; pero los fragmentos narrativos contienen preciosas contradicciones que se remontan, en parte, al aps-tol Juan. Esta es la opinin de Weizsoecker y de Michel Nicols. Esta es a la que yo me sumo ahora.

    Cuarta opinin: El cuarto Evangelio no es, en ningn sentido, del apstol Juan. Ni por los hechos ni por los dis-cursos que en l son relatados en un libro histrico. Es una obra de imaginacin y, en parte alegrica, aparecida hacia el ao 150, donde el autor se ha propuesto no contar efectiva-mente la vida de Jess, sino hacer prevalecer la idea que l se form de Jess. Tal es, con algunas variantes, la opinin de Baur, Schwegler, Strauss, Zeller, Volkmar, Hil-genfeld, Schenkel, Scholten y Rville.

    No puedo unirme enteramente a esta posicin radical. Con-tino creyendo que el cuarto Evangelio est realmente vincu-lado al apstol Juan y que fue escrito hacia finales del si-glo i. Reconozco, sin embargo, que en algunos pasajes de mi primera redaccin me inclin excesivamente hacia su autenticidad. La fuerza demostrativa de algunos de los argu-mentos sobre los que insist me parece menor. Ya no creo que San Justino haya puesto el cuarto Evangelio de la mis-ma manera que los sinpticos entre las Memorias de los

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    VIDA DE JESS

    apstoles. La existencia de Presbteros Joannes, como per-sonaje distinto al apstol Juan, me parece ahora demasiado problemtica. La opinin segn la cual Juan, hijo de Zebedeo, habra escrito la obra, hiptesis que nunca he admitido com-pletamente, pero hacia la cual, en algunos momentos, he mostrado cierta debilidad, queda aqu descartada como im-probable. Finalmente, reconozco que no tena razn al re-chazar la hiptesis de un falso escrito atribuido a un aps-tol poco despus de salir de la edad apostlica. La segunda epstola de Pedro, cuya autenticidad nadie puede sostener ra-zonablemente, es ejemplo de una obra a la que se supone en tales condiciones, aunque es cierto que es mucho menos im-portante que el cuarto Evangelio. Por lo dems, no reside en esto por el momento el problema capital. Lo esencial es sa-ber qu uso conviene hacer del cuarto Evangelio cuando se intenta escribir la vida de Jess. Contino pensando que este Evangelio posee un valor fundamental semejante al de los sinpticos y a veces incluso superior. El desarrollo de este aspecto tema tanta importancia que le he dedicado un apndice al final del libro. La parte de la introduccin relativa a la crtica del cuarto Evangelio ha sido retocada y completada.

    A lo largo del relato, algunos pasajes han sido tambin modificados, consecuentemente con lo que acabo de decir. Todos los prrafos donde se afirmaba ms o menos clara-mente que el cuarto Evangelio fue obra del apstol Juan o de un testigo ocular de los hechos evanglicos han sido su-primidos. Para dibujar la personalidad de Juan, hijo de Ze-bedeo, he recordado en el Evangelio de Marcos al rudo Boanerge (4), el terrible visionario del Apocalipsis, antes que al mstico lleno de ternura que ha escrito el Evangelio del amor. Insisto con menos confianza en algunos pequeos de-talles que nos ha proporcionado el cuarto Evangelio. El cr-dito tan limitado que haba concedido a las alocuciones de Jess de este Evangelio ha sido reducido an ms. Me haba dejado atraer demasiado por el pretendido apstol en lo que se refiere a la promesa del Paracleto (5). Igualmente, ya no estoy tan seguro de que el cuarto Evangelio tenga razn en su discordancia con los sinpticos en cuanto al da de la muerte de Jess. Respecto a la Cena, por el contrario, per-sisto en mi opinin. El relato sinptico que refiere la ins-titucin eucarstica en la ltima velada de Jess me parece encerrar una inverosimilitud casi equivalente al milagro. Es

    (4) En San Marcos, 111-17, al referir la eleccin de loa apstoles: "... > a Santiago, el de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a quienes llam Boanerges, o sea, hijos del trueno". (N. del T.)

    (5) Consolador. Nombre que se da al Espritu Santo. (N. del T.)

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  • ERNESTO RENN

    sta, a mi parecer, una versin concertada y que reposaba en cierto espejismo de recuerdos.

    El examen crtico de los sinpticos no ha sido modificado snstannialmfinte. Se ha completado y precisado en algunos aspectos, especialmente en lo que se refiere a Lucas. En cuanto a Lysanias, un estudio que he realizado de la ins-cripcin de Zenodoro en Baalbek para la Misin de Phnicie, me ha llevado a creer que el evangelista podra no estar tan gravemente equivocado como pretenden algunos hbiles cr-ticos. Y por lo que se refiere a Quirinius, por el contrario, el ltimo trabajo de Mommsen ha decidido la cuestin con-tra el tercer Evangelio. Marcos me parece cada vez ms la pauta primitiva de la narracin sinptica y el texto ms autorizado.

    El prrafo relativo a los Apcrifos ha sido desarrollado. Los importantes textos publicados por Ceriani han sido apro-vechados. He dudado mucho acerca del Libro de Henoch. Rechazo la opinin de Weisse, de Volkmar y de Groetz, que consideran que el libro entero es posterior a Jess. En cuanto a la parte ms importante del libro, la que se ex-tiende del captulo XXXVII al LXXI, no me atrevo a de-cidir entre los argumentos de Hilgenfeld y Colani, que con-sideran tambin esa parte posterior a Jess, y la opinin de Hoffmann, Dillmann, Koestlin, Ewald, Lucke y Weizsoe-ker, para quienes resulta anterior. Cunto sera de desear que se encontrase el texto griego de este capital escrito! No se por qu me obstino en creer que esta esperanza no es vana. En todo caso, he puesto en duda las enseanzas obte-nidas de los precitados captulos. He mostrado, por el con-trario, las singulares relaciones de los discursos de Jess con-tenidos en los ltimos captulos de los Evangelios sinpticos y los apocalipsis atribuidos a Henoch, relaciones que el des-cubrimiento del texto griego completo de la epstola atri-buida a San Bernab ha sacado a la luz y que Weizsoecker ha subrayado cumplidamente. Los indudables resultados con-seguidos por Volkmar con el cuarto Libro de Esdras, y que concuerdan, con pocas diferencias, con los de Ewald, tam-bin han sido tomados en consideracin. Algunas nuevas ci-tas talmdicas han sido introducidas. El lugar concedido al esenismo ha sido un poco ampliada.

    Mi decisin de separar la bibliografa ha sido frecuente-mente mal interpretada. Creo haber proclamado suficiente-mente lo que debo a los maestros de la ciencia alemana en general, y a cada uno de ellos en particular, para que tal silencio pueda ser tachado de ingratitud. La bibliografa no es til ms que cuando es completa. Ahora bien, el genio alemn ha desplegado tal actividad en el terreno de la cr-

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    VIDA DE JESS

    tica evanglica, que si hubiera tenido que citar todos los trabajos relativos a las cuestiones tratadas en este libro ha-bra triplicado la extensin de las notas y cambiado el ca-rcter de mi obra. No se puede hacer todo a la vez. Me he limitado, pues, a no admitir ms que citas de primera mano. El nmero de ellas ha sido multiplicado. Por otra parte, para comodidad de los lectores franceses que no estn al corrien-te de estos estudios he ampliado la lista sumaria de obras escritas en nuestra lengua, donde se pueden encontrar los detalles que he debido omitir. Algunas de estas obras se apartan de mis ideas; pero todas sirven para hacer reflexio-nar a un hombre instruido y para ponerle al corriente de nuestras discusiones.

    El hilo del relato ha sido POCO alterado. Ciertas expresio-nes demasiado fuertes sobre el espritu comunitario, y que constituy la esencia del Cristianismo naciente, han sido sua-vizadas. Entre las personas relacionadas con Jess, he admi-tido algunas cuyos nombres no figuran en los Evangelios, pero que nos son conocidas por testimonios dignos de crdito. Lo que se refiere al nombre de Pedro ha sido modificado; tambin he adoptado otra hiptesis sobre Levi, hijo de Alfeo, y sobre sus relaciones con el apstol Mateo. En cuanto a Lzaro, me incluyo ahora, sin vacilar, en la ingeniosa teora de Strauss, Bauer, Zeller y Scholten, segn los cuales el buen pobre de la parbola de Lucas y el resucitado de Juan son una misma persona. Se podr apreciar que he respetado, no obstante, cierta realidad al combinarle con Simn el Le-proso. Adopto tambin la hiptesis de Strauss acerca de diversas alocuciones atribuidas a Jess en sus ltimas horas y que parecen citas de escritos difundidos en el siglo i. La discusin de los textos sobre la duracin de la vida pblica de Jess ha sido llevada a cabo con mayor preci-sin. La topografa de Bethfag y Dalmanutha ha sido mo-dificada. La cuestin del Glgota ha sido replanteada des-pus de los trabajos de De Vog. Una persona muy ver-sada en historia botnica me ha enseado a distinguir, en los huertos de Galilea, entre los rboles que se encontraban all hace mil ochocientos aos y los que han sido trasplantados despus. Tambin se me han comunicado sobre el brebaje de los crucificados algunas observaciones a las que he hecho un sitio. En general, en el relato de las ltimas horas de Jess he atenuado los giros de frase que podran parecer demasiado histricos. Es all donde las teoras favoritas de Strauss encuentran el mejor punto donde aplicarse, porque las intenciones dogmticas y simblicas se dejan ver en ellas a cada paso.

    Lo he dicho y lo repito: si hubiera que ceirse, al es-

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  • ERNESTO RENN

    sta, a mi parecer, una versin concertada y que reposaba en cierto espejismo de recuerdos.

    El examen crtico de los sinpticos no ha sido modificado snstannialmfinte. Se ha completado y precisado en algunos aspectos, especialmente en lo que se refiere a Lucas. En cuanto a Lysanias, un estudio que he realizado de la ins-cripcin de Zenodoro en Baalbek para la Misin de Phnicie, me ha llevado a creer que el evangelista podra no estar tan gravemente equivocado como pretenden algunos hbiles cr-ticos. Y por lo que se refiere a Quirinius, por el contrario, el ltimo trabajo de Mommsen ha decidido la cuestin con-tra el tercer Evangelio. Marcos me parece cada vez ms la pauta primitiva de la narracin sinptica y el texto ms autorizado.

    El prrafo relativo a los Apcrifos ha sido desarrollado. Los importantes textos publicados por Ceriani han sido apro-vechados. He dudado mucho acerca del Libro de Henoch. Rechazo la opinin de Weisse, de Volkmar y de Groetz, que consideran que el libro entero es posterior a Jess. En cuanto a la parte ms importante del libro, la que se ex-tiende del captulo XXXVII al LXXI, no me atrevo a de-cidir entre los argumentos de Hilgenfeld y Colani, que con-sideran tambin esa parte posterior a Jess, y la opinin de Hoffmann, Dillmann, Koestlin, Ewald, Lucke y Weizsoe-ker, para quienes resulta anterior. Cunto sera de desear que se encontrase el texto griego de este capital escrito! No se por qu me obstino en creer que esta esperanza no es vana. En todo caso, he puesto en duda las enseanzas obte-nidas de los precitados captulos. He mostrado, por el con-trario, las singulares relaciones de los discursos de Jess con-tenidos en los ltimos captulos de los Evangelios sinpticos y los apocalipsis atribuidos a Henoch, relaciones que el des-cubrimiento del texto griego completo de la epstola atri-buida a San Bernab ha sacado a la luz y que Weizsoecker ha subrayado cumplidamente. Los indudables resultados con-seguidos por Volkmar con el cuarto Libro de Esdras, y que concuerdan, con pocas diferencias, con los de Ewald, tam-bin han sido tomados en consideracin. Algunas nuevas ci-tas talmdicas han sido introducidas. El lugar concedido al esenismo ha sido un poco ampliada.

    Mi decisin de separar la bibliografa ha sido frecuente-mente mal interpretada. Creo haber proclamado suficiente-mente lo que debo a los maestros de la ciencia alemana en general, y a cada uno de ellos en particular, para que tal silencio pueda ser tachado de ingratitud. La bibliografa no es til ms que cuando es completa. Ahora bien, el genio alemn ha desplegado tal actividad en el terreno de la cr-

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    VIDA DE JESS

    tica evanglica, que si hubiera tenido que citar todos los trabajos relativos a las cuestiones tratadas en este libro ha-bra triplicado la extensin de las notas y cambiado el ca-rcter de mi obra. No se puede hacer todo a la vez. Me he limitado, pues, a no admitir ms que citas de primera mano. El nmero de ellas ha sido multiplicado. Por otra parte, para comodidad de los lectores franceses que no estn al corrien-te de estos estudios he ampliado la lista sumaria de obras escritas en nuestra lengua, donde se pueden encontrar los detalles que he debido omitir. Algunas de estas obras se apartan de mis ideas; pero todas sirven para hacer reflexio-nar a un hombre instruido y para ponerle al corriente de nuestras discusiones.

    El hilo del relato ha sido POCO alterado. Ciertas expresio-nes demasiado fuertes sobre el espritu comunitario, y que constituy la esencia del Cristianismo naciente, han sido sua-vizadas. Entre las personas relacionadas con Jess, he admi-tido algunas cuyos nombres no figuran en los Evangelios, pero que nos son conocidas por testimonios dignos de crdito. Lo que se refiere al nombre de Pedro ha sido modificado; tambin he adoptado otra hiptesis sobre Levi, hijo de Alfeo, y sobre sus relaciones con el apstol Mateo. En cuanto a Lzaro, me incluyo ahora, sin vacilar, en la ingeniosa teora de Strauss, Bauer, Zeller y Scholten, segn los cuales el buen pobre de la parbola de Lucas y el resucitado de Juan son una misma persona. Se podr apreciar que he respetado, no obstante, cierta realidad al combinarle con Simn el Le-proso. Adopto tambin la hiptesis de Strauss acerca de diversas alocuciones atribuidas a Jess en sus ltimas horas y que parecen citas de escritos difundidos en el siglo i. La discusin de los textos sobre la duracin de la vida pblica de Jess ha sido llevada a cabo con mayor preci-sin. La topografa de Bethfag y Dalmanutha ha sido mo-dificada. La cuestin del Glgota ha sido replanteada des-pus de los trabajos de De Vog. Una persona muy ver-sada en historia botnica me ha enseado a distinguir, en los huertos de Galilea, entre los rboles que se encontraban all hace mil ochocientos aos y los que han sido trasplantados despus. Tambin se me han comunicado sobre el brebaje de los crucificados algunas observaciones a las que he hecho un sitio. En general, en el relato de las ltimas horas de Jess he atenuado los giros de frase que podran parecer demasiado histricos. Es all donde las teoras favoritas de Strauss encuentran el mejor punto donde aplicarse, porque las intenciones dogmticas y simblicas se dejan ver en ellas a cada paso.

    Lo he dicho y lo repito: si hubiera que ceirse, al es-

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    cribir la vida de Jess, a insistir tan slo en las cosas pro-badas, sera preciso limitarse a algunas lneas. Ha existi-do. Era de Nazaret, en Galilea. Fue un predicador sugestivo y dej en la memoria de sus discpulos mximas que queda-ron grabadas profundamente. Sus dos principales discpulos fueron Cefas y Juan, hijos de Zebedeo. Excit el odio de los judos ortodoxos, que llegaron a hacerlo condenar a muerte por Poncio Pilato, entonces procurador de Judea. Fue cru-cificado en las afueras de la ciudad. Se crey poco despus que haba resucitado. Esto es lo que sabramos con certeza, incluso aunque no existieran los Evangelios y aunque min-tiesen, gracias a textos de una autenticidad y una fecha in-dudables, como las epstolas, evidentemente autnticas, de San Pablo, la Epstola a los hebreos, el Apocalipsis y otros textos admitidos por todos. Fuera de esto, la duda est per-mitida .Cul fue su familia? Cul fue en particular su relacin con este Santiago, hermano del Seor, que re-presenta, tras su muerte, un papel capital? Tuvo realmente relaciones con Juan Bautista? Pertenecieron ms clebres discpulos a la escuela del Bautista antes de pertenecer a la suya? Cules fueron sus ideas mesinicas? Se consider a s mismo como el Mesas? Cules fueron sus ideas apo-calpticas? Crey que aparecera en las nubes como el Hijo del hombre? Se imagin capaz de hacer milagros? Se los atribuyeron sus contemporneos? Comenz su leyenda al-rededor de l y tuvo l conocimiento de ella? Cul fue su carcter moral? Cules fueron sus ideas sobre la entrada de los gentiles en el reino de Dios? Fue un judo puro como Santiago o rompi con el judaismo, como lo hizo ms tarde la parte ms viva de su Iglesia? Cul fue el proceso de desarrollo de su pensamiento? Los que piden a la historia cosas indudables, deben pasar por alto todo esto. Los Evan-gelios, para tales cuestiones, son testigos poco seguros, por-que proporcionan frecuentemente argumentos a las dos tesis opuestas y porque la figura de Jess est modificada en ellos segn los puntos de vista dogmticos de los redactores. A mi modo de ver, creo que en tales ocasiones est permitido hacer conjeturas, a condicin de proponerlas como tales. Cuando los textos no son histricos, no proporcionan certi-dumbre; pero proporcionan algo. No hay que seguirlos con una confianza ciega; no hay que privarse de su testimonio con un injusto desdn. Hay que tratar de adivinar lo que ocultan, sin estar nunca absolutamente seguros de haberlo encontrado.

    Cosa curiosa! Sobre casi todos estos aspectos es la es-cuela de teologa liheral quien propone las soluciones ms escpticas. La apologa sensata del Cristianismo ha llegado a

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    VDA D JESS encontrar conveniente hacer el vaco alrededor de las cir-cunstancias histricas del nacimiento del Cristianismo. Los milagros, las profecas mesinicas, bases en otro tiempo de la apologa cristiana, se han convertido en obstculos; se trata de descartarlos. En opinin de los partidarios de esta teologa, entre los cuales podra citar tantos crticos emi-nentes y nobles pensadores, Jess no ha pretendido hacer ningn milagro; no se ha credo el Mesas; no ha pensado en los discursos apocalpticos que acerca de las catstrofes finales se le han atribuido. Que Papias, tan buen tradiciona-lista, tan preocupado por recoger las palabras de Jess, fuese milenario exaltado; que Marcos, el ms antiguo y el ms autorizado de los narradores evanglicos, se haya preocupado casi exclusivamente por los milagros, poco importa. De tal modo se reduce el papel de Jess, que costara mucho tra-bajo decir lo que ha sido. Segn cierta hiptesis, su condena a muerte se explica por el destino, que le ha hecho jefe de un movimiento mesinico y apocalptico. Acaso es por sus preceptos morales o por el Sermn de la Montaa por lo que Jess ha sido crucificado? No es probable. Tales mxi-mas eran, desde haca mucho tiempo, moneda corriente en las sinagogas. Nunca se haba ajusticiado a nadie por ha-berlas repetido. Si Jess fue condenado a muerte, es porque dira algo ms. Un hombre sabio que se ha visto mezclado en estas discusiones me escriba recientemente: Al igual que en otro tiempo, cuando era preciso probar a cualquier precio que Jess era Dios, la escuela teolgica protestante de nuestro das trata de probar no solamente que slo es hombre, sino incluso que se ha contemplado a s mismo como fue. Se tiende a presentarlo como el hombre de sentido co-mn, el hombre prctico por excelencia; se le transforma a imagen y semejanza de la teologa moderna. Yo creo con usted que esto no es hacer justicia a la verdad histrica; que esto es olvidar una parte esencial.

    Esta tendencia, lgicamente, se ha manifestado ya ms de una vez en el seno del Cristianismo. Qu quera Marcion? Qu queran los gnsticos del siglo H? Apartar las cir-cunstancias materiales de una biografa cuyos detalles hu-manos les molestaban. Baur y Strauss obedecan a necesi-dades filosficas anlogas. El en divino que se desarrollo en la humanidad nada tiene que ver con los incidentes anec-dticos, con la vida particular de un individuo. Scholten y Schenkel se inclinan ciertamente hacia un Jess histrico y real; pero su Jess histrico no es ni un Mesas, ni un profeta, ni un judo. No se sabe lo que quiso, no se com-prenden ni su vida ni su muerte. Su Jess es un en a su modo, un ser impalpable, intangible. La historia pura no co-

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  • ERNESTO RENN

    cribir la vida de Jess, a insistir tan slo en las cosas pro-badas, sera preciso limitarse a algunas lneas. Ha existi-do. Era de Nazaret, en Galilea. Fue un predicador sugestivo y dej en la memoria de sus discpulos mximas que queda-ron grabadas profundamente. Sus dos principales discpulos fueron Cefas y Juan, hijos de Zebedeo. Excit el odio de los judos ortodoxos, que llegaron a hacerlo condenar a muerte por Poncio Pilato, entonces procurador de Judea. Fue cru-cificado en las afueras de la ciudad. Se crey poco despus que haba resucitado. Esto es lo que sabramos con certeza, incluso aunque no existieran los Evangelios y aunque min-tiesen, gracias a textos de una autenticidad y una fecha in-dudables, como las epstolas, evidentemente autnticas, de San Pablo, la Epstola a los hebreos, el Apocalipsis y otros textos admitidos por todos. Fuera de esto, la duda est per-mitida .Cul fue su familia? Cul fue en particular su relacin con este Santiago, hermano del Seor, que re-presenta, tras su muerte, un papel capital? Tuvo realmente relaciones con Juan Bautista? Pertenecieron ms clebres discpulos a la escuela del Bautista antes de pertenecer a la suya? Cules fueron sus ideas mesinicas? Se consider a s mismo como el Mesas? Cules fueron sus ideas apo-calpticas? Crey que aparecera en las nubes como el Hijo del hombre? Se imagin capaz de hacer milagros? Se los atribuyeron sus contemporneos? Comenz su leyenda al-rededor de l y tuvo l conocimiento de ella? Cul fue su carcter moral? Cules fueron sus ideas sobre la entrada de los gentiles en el reino de Dios? Fue un judo puro como Santiago o rompi con el judaismo, como lo hizo ms tarde la parte ms viva de su Iglesia? Cul fue el proceso de desarrollo de su pensamiento? Los que piden a la historia cosas indudables, deben pasar por alto todo esto. Los Evan-gelios, para tales cuestiones, son testigos poco seguros, por-que proporcionan frecuentemente argumentos a las dos tesis opuestas y porque la figura de Jess est modificada en ellos segn los puntos de vista dogmticos de los redactores. A mi modo de ver, creo que en tales ocasiones est permitido hacer conjeturas, a condicin de proponerlas como tales. Cuando los textos no son histricos, no proporcionan certi-dumbre; pero proporcionan algo. No hay que seguirlos con una confianza ciega; no hay que privarse de su testimonio con un injusto desdn. Hay que tratar de adivinar lo que ocultan, sin estar nunca absolutamente seguros de haberlo encontrado.

    Cosa curiosa! Sobre casi todos estos aspectos es la es-cuela de teologa liheral quien propone las soluciones ms escpticas. La apologa sensata del Cristianismo ha llegado a

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    VDA D JESS encontrar conveniente hacer el vaco alrededor de las cir-cunstancias histricas del nacimiento del Cristianismo. Los milagros, las profecas mesinicas, bases en otro tiempo de la apologa cristiana, se han convertido en obstculos; se trata de descartarlos. En opinin de los partidarios de esta teologa, entre los cuales podra citar tantos crticos emi-nentes y nobles pensadores, Jess no ha pretendido hacer ningn milagro; no se ha credo el Mesas; no ha pensado en los discursos apocalpticos que acerca de las catstrofes finales se le han atribuido. Que Papias, tan buen tradiciona-lista, tan preocupado por recoger las palabras de Jess, fuese milenario exaltado; que Marcos, el ms antiguo y el ms autorizado de los narradores evanglicos, se haya preocupado casi exclusivamente por los milagros, poco importa. De tal modo se reduce el papel de Jess, que costara mucho tra-bajo decir lo que ha sido. Segn cierta hiptesis, su condena a muerte se explica por el destino, que le ha hecho jefe de un movimiento mesinico y apocalptico. Acaso es por sus preceptos morales o por el Sermn de la Montaa por lo que Jess ha sido crucificado? No es probable. Tales mxi-mas eran, desde haca mucho tiempo, moneda corriente en las sinagogas. Nunca se haba ajusticiado a nadie por ha-berlas repetido. Si Jess fue condenado a muerte, es porque dira algo ms. Un hombre sabio que se ha visto mezclado en estas discusiones me escriba recientemente: Al igual que en otro tiempo, cuando era preciso probar a cualquier precio que Jess era Dios, la escuela teolgica protestante de nuestro das trata de probar no solamente que slo es hombre, sino incluso que se ha contemplado a s mismo como fue. Se tiende a presentarlo como el hombre de sentido co-mn, el hombre prctico por excelencia; se le transforma a imagen y semejanza de la teologa moderna. Yo creo con usted que esto no es hacer justicia a la verdad histrica; que esto es olvidar una parte esencial.

    Esta tendencia, lgicamente, se ha manifestado ya ms de una vez en el seno del Cristianismo. Qu quera Marcion? Qu queran los gnsticos del siglo H? Apartar las cir-cunstancias materiales de una biografa cuyos detalles hu-manos les molestaban. Baur y Strauss obedecan a necesi-dades filosficas anlogas. El en divino que se desarrollo en la humanidad nada tiene que ver con los incidentes anec-dticos, con la vida particular de un individuo. Scholten y Schenkel se inclinan ciertamente hacia un Jess histrico y real; pero su Jess histrico no es ni un Mesas, ni un profeta, ni un judo. No se sabe lo que quiso, no se com-prenden ni su vida ni su muerte. Su Jess es un en a su modo, un ser impalpable, intangible. La historia pura no co-

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    noce tales seres. La historia pura debe construir su edificio con dos especies de datos y, si me atrevo a decirlo, con dos factores: en primer lugar, el estado general del alma hu-mana en un siglo y un pas dados; en segundo lugar, los incedentes particulares que, al combinarse con las causas generales, han determinado el curso de los acontecimientos. Explicar la historia por los incidentes es tan falso como ex-plicarla por los principios puramente filosficos. Las dos ex-plicaciones deben apoyarse y completarse recprocamente. La historia de Jess y de los apstoles debe ser, ante todo, la historia de una vasta mezcla de ideas y de sentimientos; esto, sin embargo, no sera suficiente. Mil casualidades, mil singularidades, mil nimiedades se mezclaron con las ideas y los sentimientos. Trazar hoy el relato exacto de estas ca-sualidades, de estas singularidades, de estas nimiedades es imposible; lo que la leyenda nos ensea a este respecto puede ser verdadero, pero tambin puede no serlo. Lo mejor, a mi parecer, es mantenerse tan cerca como sea posible de los relatos originales, apartando de ellos las imposibilidades, arrojando por todas partes sombras de duda y presentando como conjeturas las diversas formas de que las cosas han podido ocurrir. No estoy muy seguro de que la conversin de San Pablo haya ocurrido como lo cuenta los Hechos; pero ha ocurrido de un modo no muy diferente, puesto que el mismo San Pablo nos hace conocer que tuvo una apari-cin de Jess resucitado que dio una direccin completa-mente nueva a su vida. No estoy seguro de que el relato de los Hechos acerca del descendimiento del Espritu San-to el da de Pentecosts sea muy verdico; pero las ideas que se propagaron sobre el bautismo de fuego me llevan a creer que hubo en el crculo apostlico una escena de ilu-sin en la que el rayo represent un papel, como en el Si-na. Las apariciones de Jess resucitado tuvieron igualmente por causa ocasional circunstancias fortuitas, interpretadas por imaginaciones exaltadas y ya preocupadas.

    Si los telogos liberales rechazan las explicaciones de este gnero es porque no quieren someter el Cristianismo a las leyes comunes a los dems movimientos religiosos; quizs tambin porque no conocen lo suficiente la teora de la vida espiritual. No hay movimiento religioso donde tales decepciones no desempeen un gran papel. Puede incluso decirse que son de naturaleza permanente en ciertas comu-nidades, tales como la de los pietistas protestantes, la de los mormones, los monasterios catlicos. En estos pequeos mundos exaltados no es extrao que las conversiones ocu-rran a continuacin de algn incidente, donde el alma des-concertada ve el dedo de Dios. Tales incidentes tienen siem-

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    VIDA DE JESS

    pre algo de pueril, por eso los creyentes los ocultan; es un secreto entre el cielo y ellos. Una casualidad no es nada para un espritu fro o poco atento; es una seal divina para un espritu atormentado. Decir que es un incidente ma-terial lo que ha cambiado enteramente a San Pablo, a San Ig-nacio de Loyola, es ciertamente inexacto. El movimiento in-terior de estas naturalezas fuertes es quien ha preparado el trueno, aunque el trueno haya sido determinado por una causa exterior. Todos estos fenmenos se refieren, por lo dems, a un estado moral que no es el nuestro. En una gran parte de sus actos, los antiguos se regan por los sue-os que haban tenido la noche precedente, por inducciones sacadas del primer objeto fortuito que les saltaba a la vista, por los sonidos que crean escuchar. Ha habido vuelos de pjaro, corrientes de aire y jaquecas que han decidido la suerte del mundo. Para ser sincero y completo es preciso de-cir todo esto, y cuando documentos medianamente verda-deros nos refieren incidentes de este tipo, es preciso evitar que queden sin comentario. No hay apenas detalles seguros en historia; los detalles, sin embargo, tienen siempre algn significado. El talento del historiador reside en construir un conjunto verdadero con rasgos que slo son verdaderos a medias.

    As, pues, se puede dar un lugar en la historia a los inci-dentes particulares, sin ser por ello un racionalista de la vieja escuela, un discpulo de Paulus. Paulus era un telogo que hua todo lo posible de los milagros, y al no atreverse a tachar de leyendas a los relatos bblicos, los violentaba para explicarlos de un modo natural. Paulus pretenda con esto conservar a la Biblia toda su autoridad y penetrar en el verdadero pensamiento de los autores sagrados (6). Yo soy un crtico profano: creo que ningn relato sobrenatural es verdadero al pie de la letra; pienso que de cien relatos sobre-naturales, ochenta proceden enteramente de la imaginacin popular; admito, sin embargo, que, en ciertos casos poco fre-cuentes, la leyenda procede de un hecho real transformado por la imaginacin. Del conjunto de hechos sobrenaturales referidos por los Evangelios y por los Hechos, intento mostrar cmo ha podido desarrollarse la ilusin con cinco o seis. El telogo, siempre sistemtico, quiere que se aplique una

    (6) En esto resida el ridculo de Paulus. Si se hubiera contentado con decir que muchos relatos milagrosos tienen jlor base hechos naturales mal comprendidos, hubiera tenido razn. Pero cay en la puerilidad al sostener que el narrador sagrado slo haba querido contar cosas enteramente senci-llas y que se prestaba un servicio al texto bblico despojndolo de sus mila-gros. El crtico profano puede y debe sostener esta especie de hiptesis, llamadas "racionalistas"; el telogo no tiene derecho a ello; porque 1* condicin previa de tales hiptesis es suponer que el texto no es revelado.

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    noce tales seres. La historia pura debe construir su edificio con dos especies de datos y, si me atrevo a decirlo, con dos factores: en primer lugar, el estado general del alma hu-mana en un siglo y un pas dados; en segundo lugar, los incedentes particulares que, al combinarse con las causas generales, han determinado el curso de los acontecimientos. Explicar la historia por los incidentes es tan falso como ex-plicarla por los principios puramente filosficos. Las dos ex-plicaciones deben apoyarse y completarse recprocamente. La historia de Jess y de los apstoles debe ser, ante todo, la historia de una vasta mezcla de ideas y de sentimientos; esto, sin embargo, no sera suficiente. Mil casualidades, mil singularidades, mil nimiedades se mezclaron con las ideas y los sentimientos. Trazar hoy el relato exacto de estas ca-sualidades, de estas singularidades, de estas nimiedades es imposible; lo que la leyenda nos ensea a este respecto puede ser verdadero, pero tambin puede no serlo. Lo mejor, a mi parecer, es mantenerse tan cerca como sea posible de los relatos originales, apartando de ellos las imposibilidades, arrojando por todas partes sombras de duda y presentando como conjeturas las diversas formas de que las cosas han podido ocurrir. No estoy muy seguro de que la conversin de San Pablo haya ocurrido como lo cuenta los Hechos; pero ha ocurrido de un modo no muy diferente, puesto que el mismo San Pablo nos hace conocer que tuvo una apari-cin de Jess resucitado que dio una direccin completa-mente nueva a su vida. No estoy seguro de que el relato de los Hechos acerca del descendimiento del Espritu San-to el da de Pentecosts sea muy verdico; pero las ideas que se propagaron sobre el bautismo de fuego me llevan a creer que hubo en el crculo apostlico una escena de ilu-sin en la que el rayo represent un papel, como en el Si-na. Las apariciones de Jess resucitado tuvieron igualmente por causa ocasional circunstancias fortuitas, interpretadas por imaginaciones exaltadas y ya preocupadas.

    Si los telogos liberales rechazan las explicaciones de este gnero es porque no quieren someter el Cristianismo a las leyes comunes a los dems movimientos religiosos; quizs tambin porque no conocen lo suficiente la teora de la vida espiritual. No hay movimiento religioso donde tales decepciones no desempeen un gran papel. Puede incluso decirse que son de naturaleza permanente en ciertas comu-nidades, tales como la de los pietistas protestantes, la de los mormones, los monasterios catlicos. En estos pequeos mundos exaltados no es extrao que las conversiones ocu-rran a continuacin de algn incidente, donde el alma des-concertada ve el dedo de Dios. Tales incidentes tienen siem-

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    pre algo de pueril, por eso los creyentes los ocultan; es un secreto entre el cielo y ellos. Una casualidad no es nada para un espritu fro o poco atento; es una seal divina para un espritu atormentado. Decir que es un incidente ma-terial lo que ha cambiado enteramente a San Pablo, a San Ig-nacio de Loyola, es ciertamente inexacto. El movimiento in-terior de estas naturalezas fuertes es quien ha preparado el trueno, aunque el trueno haya sido determinado por una causa exterior. Todos estos fenmenos se refieren, por lo dems, a un estado moral que no es el nuestro. En una gran parte de sus actos, los antiguos se regan por los sue-os que haban tenido la noche precedente, por inducciones sacadas del primer objeto fortuito que les saltaba a la vista, por los sonidos que crean escuchar. Ha habido vuelos de pjaro, corrientes de aire y jaquecas que han decidido la suerte del mundo. Para ser sincero y completo es preciso de-cir todo esto, y cuando documentos medianamente verda-deros nos refieren incidentes de este tipo, es preciso evitar que queden sin comentario. No hay apenas detalles seguros en historia; los detalles, sin embargo, tienen siempre algn significado. El talento del historiador reside en construir un conjunto verdadero con rasgos que slo son verdaderos a medias.

    As, pues, se puede dar un lugar en la historia a los inci-dentes particulares, sin ser por ello un racionalista de la vieja escuela, un discpulo de Paulus. Paulus era un telogo que hua todo lo posible de los milagros, y al no atreverse a tachar de leyendas a los relatos bblicos, los violentaba para explicarlos de un modo natural. Paulus pretenda con esto conservar a la Biblia toda su autoridad y penetrar en el verdadero pensamiento de los autores sagrados (6). Yo soy un crtico profano: creo que ningn relato sobrenatural es verdadero al pie de la letra; pienso que de cien relatos sobre-naturales, ochenta proceden enteramente de la imaginacin popular; admito, sin embargo, que, en ciertos casos poco fre-cuentes, la leyenda procede de un hecho real transformado por la imaginacin. Del conjunto de hechos sobrenaturales referidos por los Evangelios y por los Hechos, intento mostrar cmo ha podido desarrollarse la ilusin con cinco o seis. El telogo, siempre sistemtico, quiere que se aplique una

    (6) En esto resida el ridculo de Paulus. Si se hubiera contentado con decir que muchos relatos milagrosos tienen jlor base hechos naturales mal comprendidos, hubiera tenido razn. Pero cay en la puerilidad al sostener que el narrador sagrado slo haba querido contar cosas enteramente senci-llas y que se prestaba un servicio al texto bblico despojndolo de sus mila-gros. El crtico profano puede y debe sostener esta especie de hiptesis, llamadas "racionalistas"; el telogo no tiene derecho a ello; porque 1* condicin previa de tales hiptesis es suponer que el texto no es revelado.

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    sola explicacin del principio a fin de la Biblia; el crtico cree que deben ser intentadas todas las explicaciones o, ms bien, que se debe mostrar sucesivamente la posibilidad de cada una de ellas. A nuestro modo de ver, lo que una ex-plicacin tiene de repugnante no es razn, en ningn caso, para rechazarla. El mundo es una comedia a la vez infernal y divina, una extraa ronda conducida por un corifeo genial, donde el bien y el mal, el feo y el guapo desfilan con el rango que se les ha asignado, con vistas al cumplimiento de un fin misterioso. La historia no es la historia si al leerla no nos sentimos alternativamente encantados y sublevados, apesadumbrados y consolados.

    La primera tarea del historiador consiste en dibujar bien el medio donde ocurre el hecho que cuenta. Ahora bien, la historia de los orgenes religiosos nos transporta a un mundo de mujeres y nios de mentes fervientes o alucinadas. Co-locad estos hechos en un medio de espritus positivos: sern absurdos, ininteligibles; y he aqu por qu los pases pesada-mente racionales como Inglaterra estn incapacitados para comprender nada de ello. Lo que falla en las argumentacio-nes, en otro tiempo clebres, de Sherlock o de Gilbert Wets sobre la Resurreccin, o de Littelton sobre la conversin de San Pablo, no es el razonamiento de una magnfica solidez, sino una justa valoracin de la diversidad de los medios. To-dos los ensayos religiosos que conocemos presentan claramente una mezcla singular de sublimidad y extravagancia. Leed las actas del sansimonismo primitivo, publicadas con un admira-ble candor por los adeptos supervivientes (7). Junto a pape-les repelentes, a ampulosidades insulsas, qu encanto, qu sinceridad a partir del momento en que el hombre o la mujer del pueblo entran en escena, aportan la sencilla con-fesin de un alma que se abre bajo el primer suave rayo que la ha alcanzado! Existe ms de un ejemplo de cosas hermosas perdurables que se han basado en singulares pue-rilidades. No hace falta buscar ninguna proporcin entre el fuego y la causa que lo ha originado. La devocin de La Sa-lette es uno de los grandes acontecimientos religiosos de nuestro siglo (8). Las tan respetables baslicas de Chartres y de Laon se levantaron gracias a ilusiones del mismo gnero. El da del Corpus tuvo por origen las visiones de una re-ligiosa de Lieja que en sus oraciones crea siempre ver la luna llena con una pequea llaga. Citara movimientos llenos de sinceridad producidos alrededor de otros falsos. El des-cubrimiento de la santa lanza, en Antioqua, donde el engao fue tan evidente, decidi el destino de las cruzadas. El mor-

    (7) CEuvres de Saint-Simn et d'Enfann. Pars, Dentu, 1865-1866. (8) La devocin de Lourdes parece tomar las mismas proporciones.

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    VIDA DE JESS

    monismo, cuyos orgenes son tan vergonzosos, ha producido valor y abnegacin. La religin de los rusos reposa en un te-jido de absurdos que confunde la imaginacin, y ella a sus devotos. El islamismo, segundo acontecimiento de la historia del mundo, no existira si el hijo de Amina no hubiera sido epilptico. El dulce e inmaculado Francisco de Ass hubiese permanecido ignorado sin el hermano Elias. La humanidad es tan dbil de espritu que la cosa ms pura necesita la coopera-cin de algn agente impuro.

    Guardmonos de aplicar nuestras escrupulosas distincio-nes, nuestros razonamientos de mentes fras v claras a la apreciacin de estos acontecimientos extraordinarios que es-tn, a la vez, tan por encima y tan por debajo de nosotros. Tal querra hacer de Jess un sabio; tal, un filsofo; tal, un patriota; tal, un hombre de bien; tal, un moralista; tal, un santo. No fue nada de todo ello. Fue un encantador. No reconstruyamos el pasado a nuestra imagen. No creamos que Asia es Europa. Entre nosotros, por ejemplo, el loco es un ser fuera de la normalidad, se le atormenta para hacerle re-gresar a ella; los horribles procedimientos de las antiguas casas de locos eran consecuentes con la lgica escolstica y cartesiana. En Oriente, el loco es un ser privilegiado; entra en los ms altos consejos sin que nadie ose detenerle; se le escucha, se le consulta. Es un ser al que se cree ms cerca de Dios porque se ha extinguido su razn individual y se supone que participa de la razn divina. El espritu que pone en evidencia cualquier defecto de razonamiento por medio de una fina irona no existe en Asia. Una alta personalidad del islamismo se contaba que, hace algunos afios, habiendo llegado a ser urgente una reparacin en la tumba de Mahoma en Medina, se hizo un llamamiento a los albailes, en el que se anunciaba que a quien descendiese al temible lugar se le cortara la cabeza al subir. Uno, que se present, des-cendi, hizo la reparacin y despus se dej decapitar. Era preciso, me dijo mi interlocutor; uno se imagina estos lu-gares de cierta forma; no hace falta que haya alguien capaz de decir que son de otra.

    Las conciencias confusas seran incapaces de poseer la claridad, patrimonio de la cordura. Ahora bien, slo las con-ciencias confusas crean valientemente. He querido hacer un puadro donde los colores estuviesen mezclados como ]o ge. tn en la naturaleza, que fuese semejante a la humanidad, es decir, a la vez grande y pueril, donde se viese al instinto' divino abrirse paso con seguridad a travs de mil singulari-dades. Si el cuadro hubiera carecido de sombras hubiera pro-

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    sola explicacin del principio a fin de la Biblia; el crtico cree que deben ser intentadas todas las explicaciones o, ms bien, que se debe mostrar sucesivamente la posibilidad de cada una de ellas. A nuestro modo de ver, lo que una ex-plicacin tiene de repugnante no es razn, en ningn caso, para rechazarla. El mundo es una comedia a la vez infernal y divina, una extraa ronda conducida por un corifeo genial, donde el bien y el mal, el feo y el guapo desfilan con el rango que se les ha asignado, con vistas al cumplimiento de un fin misterioso. La historia no es la historia si al leerla no nos sentimos alternativamente encantados y sublevados, apesadumbrados y consolados.

    La primera tarea del historiador consiste en dibujar bien el medio donde ocurre el hecho que cuenta. Ahora bien, la historia de los orgenes religiosos nos transporta a un mundo de mujeres y nios de mentes fervientes o alucinadas. Co-locad estos hechos en un medio de espritus positivos: sern absurdos, ininteligibles; y he aqu por qu los pases pesada-mente racionales como Inglaterra estn incapacitados para comprender nada de ello. Lo que falla en las argumentacio-nes, en otro tiempo clebres, de Sherlock o de Gilbert Wets sobre la Resurreccin, o de Littelton sobre la conversin de San Pablo, no es el razonamiento de una magnfica solidez, sino una justa valoracin de la diversidad de los medios. To-dos los ensayos religiosos que conocemos presentan claramente una mezcla singular de sublimidad y extravagancia. Leed las actas del sansimonismo primitivo, publicadas con un admira-ble candor por los adeptos supervivientes (7). Junto a pape-les repelentes, a ampulosidades insulsas, qu encanto, qu sinceridad a partir del momento en que el hombre o la mujer del pueblo entran en escena, aportan la sencilla con-fesin de un alma que se abre bajo el primer suave rayo que la ha alcanzado! Existe ms de un ejemplo de cosas hermosas perdurables que se han basado en singulares pue-rilidades. No hace falta buscar ninguna proporcin entre el fuego y la causa que lo ha originado. La devocin de La Sa-lette es uno de los grandes acontecimientos religiosos de nuestro siglo (8). Las tan respetables baslicas de Chartres y de Laon se levantaron gracias a ilusiones del mismo gnero. El da del Corpus tuvo por origen las visiones de una re-ligiosa de Lieja que en sus oraciones crea siempre ver la luna llena con una pequea llaga. Citara movimientos llenos de sinceridad producidos alrededor de otros falsos. El des-cubrimiento de la santa lanza, en Antioqua, donde el engao fue tan evidente, decidi el destino de las cruzadas. El mor-

    (7) CEuvres de Saint-Simn et d'Enfann. Pars, Dentu, 1865-1866. (8) La devocin de Lourdes parece tomar las mismas proporciones.

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    VIDA DE JESS

    monismo, cuyos orgenes son tan vergonzosos, ha producido valor y abnegacin. La religin de los rusos reposa en un te-jido de absurdos que confunde la imaginacin, y ella a sus devotos. El islamismo, segundo acontecimiento de la historia del mundo, no existira si el hijo de Amina no hubiera sido epilptico. El dulce e inmaculado Francisco de Ass hubiese permanecido ignorado sin el hermano Elias. La humanidad es tan dbil de espritu que la cosa ms pura necesita la coopera-cin de algn agente impuro.

    Guardmonos de aplicar nuestras escrupulosas distincio-nes, nuestros razonamientos de mentes fras v claras a la apreciacin de estos acontecimientos extraordinarios que es-tn, a la vez, tan por encima y tan por debajo de nosotros. Tal querra hacer de Jess un sabio; tal, un filsofo; tal, un patriota; tal, un hombre de bien; tal, un moralista; tal, un santo. No fue nada de todo ello. Fue un encantador. No reconstruyamos el pasado a nuestra imagen. No creamos que Asia es Europa. Entre nosotros, por ejemplo, el loco es un ser fuera de la normalidad, se le atormenta para hacerle re-gresar a ella; los horribles procedimientos de las antiguas casas de locos eran consecuentes con la lgica escolstica y cartesiana. En Oriente, el loco es un ser privilegiado; entra en los ms altos consejos sin que nadie ose detenerle; se le escucha, se le consulta. Es un ser al que se cree ms cerca de Dios porque se ha extinguido su razn individual y se supone que participa de la razn divina. El espritu que pone en evidencia cualquier defecto de razonamiento por medio de una fina irona no existe en Asia. Una alta personalidad del islamismo se contaba que, hace algunos afios, habiendo llegado a ser urgente una reparacin en la tumba de Mahoma en Medina, se hizo un llamamiento a los albailes, en el que se anunciaba que a quien descendiese al temible lugar se le cortara la cabeza al subir. Uno, que se present, des-cendi, hizo la reparacin y despus se dej decapitar. Era preciso, me dijo mi interlocutor; uno se imagina estos lu-gares de cierta forma; no hace falta que haya alguien capaz de decir que son de otra.

    Las conciencias confusas seran incapaces de poseer la claridad, patrimonio de la cordura. Ahora bien, slo las con-ciencias confusas crean valientemente. He querido hacer un puadro donde los colores estuviesen mezclados como ]o ge. tn en la naturaleza, que fuese semejante a la humanidad, es decir, a la vez grande y pueril, donde se viese al instinto' divino abrirse paso con seguridad a travs de mil singulari-dades. Si el cuadro hubiera carecido de sombras hubiera pro-

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    bado su falsedad. El estado de los documentos impide decir en qu caso la ilusin ha sido consciente de s misma. Todo lo que se puede decir es que lo ha sido a veces. No se puede llevar durante aos la vida de taumaturgo sin ser diez veces acosado, sin ser violentado por el pblico. Al hombre que en vida tiene una leyenda, su leyenda lo conduce tir-nicamente. Se comienza por la sencillez, la credulidad ab-soluta; se termina con dificultades de todo tipo, y para apoyar el poder divino que falta, se sale de tales dificultades por expedientes desesperados. Si se me apura: hay que dejar morir la obra de Dios por que Dios tarde en mani-festarse? No ha hecho Juana de Arco ms de una vez ha-blar a sus voces segn la necesidad del momento? Si la re-velacin secreta, cuyo relato hizo al rey Carlos VII, tiene alguna realidad, lo que es difcil negar, es preciso que la inocente muchacha haya presentado lo que haba conocido confidencialmente como el resultado de una intuicin so-brenatural. Toda exposicin de historia religiosa ser tachada de incompleta mientras no incluya suposiciones de este g-nero.

    As, pues, toda circunstancia verdadera, probable o posi-ble, deba tener un lugar en mi narracin, con su matiz de probabilidad. En tal historia era preciso decir no solamente lo que ha ocurrido, sino incluso lo que, verosmilmente, ha podido ocurrir. La imparcialidad con que yo trataba mi tema me prohiba descartar una conjetura, incluso chocante; por-que, sin duda, ha habido mucho de chocante en la manera de que han ocurrido los hechos. He aplicado de principio a fin, inflexiblemente, el mismo procedimiento. He manifes-tado las buenas impresiones que los textos me sugeran; no deba callar las malas. He querido que mi libro conservase su valor, incluso el da en que se llegase a considerar cierto grado de fraude como un elemento inseparable de la historia religiosa. Era preciso hacer a mi hroe grande y atractivo (porque sin duda lo fue); y esto a pesar de hechos que en nuestros das seran calificados desfavorablemente. Se ha aplaudido el intento de construir un relato viviente, huma-no, posible. Hubiera merecido mi relato tales elogios de presentar los orgenes del cristianismo como absolutamente inmaculados? Hubiese significado admitir el ms grande de los milagros. El resultado hubiese sido un cuadro de la peor frialdad. No digo que, a falta de manchas, hubiera debido inventarlas. Al menos, deba dejar a cada texto producir su nota suave o discordante. Si Goethe viviese aprobara este escrpulo. Aquel gran hombre no me hubiera perdonado un retrato totalmente celestial; hubiera exigido rasgos repulsi-

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    VIDA DE JESS

    vos; porque, seguramente, en la realidad suceden cosas que nos molestaran si nos fuese dado verlas (9).

    La misma dificultad se presenta, por lo dems, con la historia -de los apstoles. Esta historia es admirable a su manera. Pero hay algo ms sorprendente que la glosolalia, atestiguada por textos irrecusables de San Pablo? Los te-logos liberales admiten que la desaparicin del cuerpo de Je-ss fue una de las bases de la creencia en la Resurreccin. Qu significa esto sino que la conciencia cristiana estuvo dividida en aquel momento, que una mitad de esta con-ciencia cre la ilusin de la otra mitad? Si los mismos dis-cpulos hubieran arrebatado el cuerpo y se hubiesen repartido por la ciudad gritando: Ha resucitado!, la impostura hu-biese sido evidente. Pero, sin duda, no fueron los mismos los que hicieron las dos cosas. Para que la creencia en un mi-lagro se acredite es preciso que alguien sea responsable del primer rumor extendido; pero corrientemente ste no es el actor principal. Su papel se limita a no protestar contra la reputacin que se le crea. Adems, aunque reclamase, sera en vano; la opinin popular tendra ms fuerza que l (10). En el milagro de La Salette se tuvo idea clara del artificio; pero el convencimiento de que significaba un beneficio para la religin lo hizo seguir adelante pese a todo (11). Al divi-dirse el fraude entre varios se hace inconsciente, o ms bien deja de ser fraude para convertirse en malentendido. En este caso nadie miente deliberadamente; todo el mundo miente inocentemente. En otro tiempo se supona que cada leyenda implicaba la existencia de embaucados y embaucadores; a nuestro parecer, todos los colaboradores de una leyenda son a la vez embaucados y embaucadores. En otros trminos, un milagro supone tres condiciones: 1., la credulidad de to-dos; 2, un poco de complacencia por parte de algunos, y 3., el tcito consentimiento por parte del autor princi-pal. En contra de las groseras explicaciones del siglo xvm, no caigamos en las hiptesis que implicaran efectos sin causa. La leyenda no nace sola* se la ayuda a nacer. Los puntos

    (9) Sin embargo, como en tales temas la edificacin se derrumba por to-das partes, me he credo en el deber de extractar la Vida de Jess formando un pequeo volumen, donde nada pueda detener a las almas piadosas des-preocupadas por la crtica. Lo he titulado Jess, para distinguirlo de la presente obra, la cual slo es una parte de la serie titulada: Historia de los orgenes del cristianismo. Ninguna de las modificaciones introducidas en la edicin que hoy ofrezco al pblico ataen al pequeo volumen; nunca har cambios en l.

    (10) As ocurre que el fundador del babismo no intent hacer un solo milagro y, sin embargo, fue considerado en su tiempo como un taumaturgo de primer orden.

    (11) Affaire de la Salette, fragmentos del proceso, recopilados por J. Sab-batier, pgs. 214, 252, 254, Grenoble, Vellot, 1856.

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    bado su falsedad. El estado de los documentos impide decir en qu caso la ilusin ha sido consciente de s misma. Todo lo que se puede decir es que lo ha sido a veces. No se puede llevar durante aos la vida de taumaturgo sin ser diez veces acosado, sin ser violentado por el pblico. Al hombre que en vida tiene una leyenda, su leyenda lo conduce tir-nicamente. Se comienza por la sencillez, la credulidad ab-soluta; se termina con dificultades de todo tipo, y para apoyar el poder divino que falta, se sale de tales dificultades por expedientes desesperados. Si se me apura: hay que dejar morir la obra de Dios por que Dios tarde en mani-festarse? No ha hecho Juana de Arco ms de una vez ha-blar a sus voces segn la necesidad del momento? Si la re-velacin secreta, cuyo relato hizo al rey Carlos VII, tiene alguna realidad, lo que es difcil negar, es preciso que la inocente muchacha haya presentado lo que haba conocido confidencialmente como el resultado de una intuicin so-brenatural. Toda exposicin de historia religiosa ser tachada de incompleta mientras no incluya suposiciones de este g-nero.

    As, pues, toda circunstancia verdadera, probable o posi-ble, deba tener un lugar en mi narracin, con su matiz de probabilidad. En tal historia era preciso decir no solamente lo que ha ocurrido, sino incluso lo que, verosmilmente, ha podido ocurrir. La imparcialidad con que yo trataba mi tema me prohiba descartar una conjetura, incluso chocante; por-que, sin duda, ha habido mucho de chocante en la manera de que han ocurrido los hechos. He aplicado de principio a fin, inflexiblemente, el mismo procedimiento. He manifes-tado las buenas impresiones que los textos me sugeran; no deba callar las malas. He querido que mi libro conservase su valor, incluso el da en que se llegase a considerar cierto grado de fraude como un elemento inseparable de la historia religiosa. Era preciso hacer a mi hroe grande y atractivo (porque sin duda lo fue); y esto a pesar de hechos que en nuestros das seran calificados desfavorablemente. Se ha aplaudido el intento de construir un relato viviente, huma-no, posible. Hubiera merecido mi relato tales elogios de presentar los orgenes del cristianismo como absolutamente inmaculados? Hubiese significado admitir el ms grande de los milagros. El resultado hubiese sido un cuadro de la peor frialdad. No digo que, a falta de manchas, hubiera debido inventarlas. Al menos, deba dejar a cada texto producir su nota suave o discordante. Si Goethe viviese aprobara este escrpulo. Aquel gran hombre no me hubiera perdonado un retrato totalmente celestial; hubiera exigido rasgos repulsi-

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    vos; porque, seguramente, en la realidad suceden cosas que nos molestaran si nos fuese dado verlas (9).

    La misma dificultad se presenta, por lo dems, con la historia -de los apstoles. Esta historia es admirable a su manera. Pero hay algo ms sorprendente que la glosolalia, atestiguada por textos irrecusables de San Pablo? Los te-logos liberales admiten que la desaparicin del cuerpo de Je-ss fue una de las bases de la creencia en la Resurreccin. Qu significa esto sino que la conciencia cristiana estuvo dividida en aquel momento, que una mitad de esta con-ciencia cre la ilusin de la otra mitad? Si los mismos dis-cpulos hubieran arrebatado el cuerpo y se hubiesen repartido por la ciudad gritando: Ha resucitado!, la impostura hu-biese sido evidente. Pero, sin duda, no fueron los mismos los que hicieron las dos cosas. Para que la creencia en un mi-lagro se acredite es preciso que alguien sea responsable del primer rumor extendido; pero corrientemente ste no es el actor principal. Su papel se limita a no protestar contra la reputacin que se le crea. Adems, aunque reclamase, sera en vano; la opinin popular tendra ms fuerza que l (10). En el milagro de La Salette se tuvo idea clara del artificio; pero el convencimiento de que significaba un beneficio para la religin lo hizo seguir adelante pese a todo (11). Al divi-dirse el fraude entre varios se hace inconsciente, o ms bien deja de ser fraude para convertirse en malentendido. En este caso nadie miente deliberadamente; todo el mundo miente inocentemente. En otro tiempo se supona que cada leyenda implicaba la existencia de embaucados y embaucadores; a nuestro parecer, todos los colaboradores de una leyenda son a la vez embaucados y embaucadores. En otros trminos, un milagro supone tres condiciones: 1., la credulidad de to-dos; 2, un poco de complacencia por parte de algunos, y 3., el tcito consentimiento por parte del autor princi-pal. En contra de las groseras explicaciones del siglo xvm, no caigamos en las hiptesis que implicaran efectos sin causa. La ley