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Equilibrio Económico, Año X, Vol. 5 No. 1, pp. 69-98
Primer Semestre de 2009
Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander
Arnoldo Hernández Torres*
Resumen
La aplicación de las políticas para el poblamiento y colonización
del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander en
el septentrión oriental novohispano, sustentadas en las misiones
y presidios, constituyeron la base de la política de dominación
que los volvió polo de atracción y proveedores de colonos para
el establecimiento de nuevos centros de población: nuevas
misiones, pueblos, haciendas y villas. Se concluye que el proceso
de su establecimiento fue distinto en cada territorio, desde el
Nuevo Reino de León salieron los colonos para la fundación de la
colonia del Nuevo Santander
Abstract
The implementation of policies for populating and colonizing
Nuevo Reino de León and Nuevo Santander colony in the
northeast of New Spain depended on the missions and presidios,
and became the base of the policy of domination which turned
them into centres of attraction and sources of colonists for
setting up new population centres: new missions, haciendas,
towns and villages. It is concluded that the establishment
process was different in each territory: the colonists who
founded Nuevo Santander came from Nuevo Reino de León.
PALABRAS CLAVE: Nueva España, septentrión oriental, presidios y misiones.
CLASIFICACIÓN JEL: N01, N36, N96
Fecha de recibido: 2 de diciembre de 2008. Aceptado y corregido 5 de marzo de 2009
*Profesor de tiempo
completo, Facultad de
Economía, Universidad
Autónoma de Coahuila
70 Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander
Introducción
El artículo presenta la aplicación de las políticas para el poblamiento y
colonización del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander en
el septentrión oriental novohispano, sustentadas en las misiones y presidios,
cuando el esfuerzo por ocupar el territorio las misiones y presidios se
constituyeron en la base de la política de dominación que los volvió polo de
atracción y proveedores de colonos para el establecimiento de nuevos
centros de población: nuevas misiones, pueblos, haciendas y villas. Además
se estudia el proceso, tan distinto, en el que se establecieron ambas
instituciones en cada territorio, ya que desde el Nuevo Reino de León
salieron los colonos base sobre la que se fundaron los nuevos centros de
población de la colonia del Nuevo Santander.
El texto se divide en dos grandes apartados, el primero se dedica a los
presidios, se describen sus orígenes y operación en Nueva España, y se
enumeran los establecidos en el Nuevo Reino de León y se señala por qué no
hubo en la Colonia del Nuevo Santander. El segundo apartado presenta las
misiones y la conquista espiritual del Septentrión, se destaca el papel de los
franciscanos y sus misiones en el septentrión oriental y, finalmente se
presentan las conclusiones.
I. Los presidios. Sus orígenes y operación en Nueva España
Los presidios y las misiones, tuvieron origen distinto, en tiempo y espacio, su
aplicación inicial en América también fue distinta en tiempo y espacio, por
ello los autores que se han ocupado de cada institución, de alguna manera,
observan su evolución en forma separada sin notar el carácter estrecho que
tomaron en las Provincias Internas como las dos partes de las pinzas de la
conquista y colonización, algunos autores sólo hacen referencia a que
formaban la misma partida en la cuentas de la Real Hacienda, como Sheridan
(2000) o que trabajaron en forma conjunta como lo señala Ramón (1990) y
Gracia (2003), a continuación se hace un recuento del origen de los presidios
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y después de las misiones y al final se propone su estudio como experiencias
distintas en cada territorio, en el Nuevo Reino de León y en la colonia del
Nuevo Santander.
I.1 Los Presidios
Los presidios eran una fortaleza construida según un patrón aprendido de los
moros. Los presidios diferían poco en su diseño y edificación. Se situaban por
lo general cerca de tierras propicias para la agricultura y se erigían en
lugares altos. Con materiales del lugar –generalmente ladrillos de adobe-, los
presidios eran levantados respetando la forma cuadrada o rectangular con
muros de por lo menos tres metros y medio de alto. En sus dos esquinas
diagonales se construían torreones que sobresalían de los muros y contaban
con aberturas para disparar. En el interior de los muros se construían los
edificios cuyas azoteas tenían dinteles suficientemente altos para servir de
parapetos desde los cuales era posible disparar desde los muros. Dentro del
presidio había instalaciones de almacenaje, una capilla y cuartos para los
oficiales y los soldados. La única salida al exterior era la puerta principal
(Faulk, 1976: 59).
Uno de los asentamientos septentrionales cívico-militares que tuvo el
propósito de afianzar la frontera lo fue el presidio. Desde el siglo XVI se
establecieron como una cadena de fortificaciones para proteger el
transporte de mercancías, la extracción de plata y las comunicaciones entre
el centro de la Nueva España y los minerales recién descubiertos. Más tarde
se fundaron otros presidios para acompañar a la línea del avance español
dentro del país chichimeca en la meseta central y en ambos lados de la
Sierra Madre Occidental.
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Finalmente se instalaron en las provincias septentrionales de Coahuila,
Nuevo México, Tejas y las Californias como instituciones de frontera donde
el emplazamiento de un presidio era acompañado por una misión, por una
villa española o un pueblo de indios sedentarios, principalmente de
tlaxcaltecas emigrados; el conjunto de presidio-misión conformaba un
sistema de enclave de colonización defensivo.
En las postrimerías del periodo colonial, en tierras septentrionales se
intensificaron las incursiones de los nómadas por la presión colonizadora de
los Estados Unidos del Norte, de manera que las compañías volantes de
caballería ligera tuvieran que patrullar la frontera de continuo y era caso
común que los presidios fueran trasladados de un punto a otro.
Después de 1780 los capitanes de los presidios mejoraron su capacidad
ofensiva desde el punto de vista militar, y desarrollaron otras estrategias
para el mantenimiento de la paz, tales como el comercio y los regalos a los
indios, medidas que contribuyeron al mantenimiento de la paz hasta el inicio
del movimiento insurgente (Sheridan, 2000).
En tierras de nómadas, el presidio tuvo el propósito de proteger los
asentamientos misionales y civiles que se formaron alrededor de los
presidios, ante los ataques de jinetes indios y de pretensiones expansionistas
de otras naciones europeas.
Además de establecimientos militares, la política borbónica convirtió a los
presidios en factorías, centros de distribución de regalos, y lugar de
establecimiento de algunas bandas de indios belicosos para convertirse en
aliados de los españoles.
En general, se puede decir que el funcionamiento del sistema presidial para
todo el norte novohispano se ubica en el centro de un problema de
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jurisdicciones militares y de reorganización del gobierno de las provincias del
septentrión. La definición de una política uniforme para todas las provincias
se expresó en la creación de la Comandancia General de las Provincias
Internas, en 1776, con un inspector de presidios coordinador de los trabajos
de defensa y unidad de mando en toda la línea presidial considerada de
guerra viva.
Muchas de las disposiciones tuvieron que adaptarse a la realidad del
Septentrión novohispano ajustándose a los reglamentos presidiales de 1729 y
1772. Por ejemplo, para Coahuila se consideró pertinente aplicar una
política de contención de los indios enemigos que la hostilizan, apoyada en
una estrategia ofensiva.
Para la segunda mitad del siglo XVIII la figura del indio también cambió, de
una conquista espiritual que los consideraba como salvajes y bárbaros
chichimecas, sujetos de conversión y sedentarización, pasaron a
representarse como sangrientos guerreros y crueles apaches. Esto explica
una nueva manera de enfrentar y controlar al indio en el proceso de
ocupación, en el que ahora la evangelización ya no es de primera
importancia, es decir, se seculariza la ocupación del territorio, se trata de
exterminar al indio o de expulsarlo del espacio de vida de los
establecimientos españoles.
El sistema de presidios vino a menos después de 1821, por esta razón la
responsabilidad de la defensa de la frontera recayó sobre los hombros de los
colonos, quienes se organizaron en milicias cívicas locales, que incluían a
todos los hombres aptos para el servicio de las armas, excepto aquellos cuya
posición de poder o riqueza les permitía pagar una cantidad por no ir al
servicio.
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Después de la independencia se consideró la conservación del sistema de
presidios, para ello se definieron normas en 1826, pero el sistema existió
más bien en el papel, pues en la práctica no pudieron establecer el número
de presidios necesarios, ni el nivel de apoyo de las tropas a la altura de
dichas normas. Por ejemplo, Texas debía tener guarniciones de 107 soldados
más oficiales diversos, tanto en San Antonio como en Goliad, en 1825 estas
dos compañías sumaban solamente 59 hombres (Weber, 1988: 35).
David Weber señala que resulta una ironía que justamente cuando los
militares ocupaban una posición dominante en la política mexicana después
de la independencia, ocurría la desintegración de los presidios de la frontera
septentrional.
La organización militar de un presidio consistía en el comandante que era
ante todo un oficial militar a cargo de la tropa a sueldo, pero también era
justicia y magistrado de frontera, e igualmente podía ser recaudador y
vigilante del desempeño del guardián de las misiones. Por lo general, era
agente del gobernador, aunque en ocasiones recibía su nombramiento del
virrey (Gerhard, 1996: 29).
No era extraño que un capitán de presidio se convirtiera en gobernador y de
hecho todos los gobiernos tardíos de la frontera norte surgieron a partir de
los presidios. Ante la ausencia de alcaldías mayores, en los gobiernos de
California, Coahuila, Tejas y el Nuevo Santander, la unidad administrativa
regional era la jurisdicción presidial. En estos casos el cabildo español estaba
sujeto y dominado por el teniente de gobernador, el capitán o sargento del
presidio; este último atendía los negocios personales del gobernador, quien
con frecuencia monopolizaba el comercio en general y el abastecimiento de
los presidios en particular.
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Cuando ya no se requería del servicio de los militares, el capitán del presidio
era reemplazado por un alcalde mayor y los soldados eran transferidos a otra
plaza o bien se avecindaban en el lugar en calidad de mineros, agricultores,
ovejeros o artesanos.
En el reglamento de 1776, se especificaba el vestuario para la tropa su
uniforme y el armamento, el importe de estas “avituallas” era descontado
de su paga a favor de la Real Hacienda.
En el almacén de cada uno de los presidios se hallaba el repuesto de la
pólvora correspondiente a ocho piezas por plaza arreglada y al resguardo de
dos llaves, de las cuales una tenía el capitán y la otra el oficial habilitado.
En los primeros años de funcionamiento de los presidios, su almacén también
funcionaba como tienda pues allí se vendían los alimentos y todo tipo de
efectos necesarios para los presidiales y sus familias. Dicho almacén llevaba
un libro de cuentas pendientes de los soldados, pues el pago se realizaba
mensualmente con corte anual, ya que la moneda circulante resultaba
escasa (Gutiérrez, 1998).
La montura se reducía a una silla vaquera con las cubiertas
correspondientes, llamadas mochilas, coraza, armas, cojinillos y estribos de
palo.
La construcción y planta de presidios, Hugo de O‟conor en su Informe de
1771-76 sobre el Estado de las Provincias Internas del Norte señala que los
presidios debían construirse, a manera de fortaleza, de acuerdo al siguiente
plan: primero había que formar el cuadro de tapias comunes de adobes, dos
pequeños baluartes en sus ángulos, levantando después en el interior la
capilla, el cuerpo de guardia, la casa del capitán, el almacén y las
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habitaciones de los soldados e indios amigos y exploradores. Al centro debía
dejarse un patio para maniobras. Dicha disposición corresponderá, después,
al centro de los asentamientos poblacionales cuando el presidio es
trasladado a otro territorio.
En opinión de Odie B. Faulk (1976: 65), el presidio era un concepto de origen
europeo, inapropiado para las condiciones del septentrión novohispano,
también lo fueron las armas y uniformes utilizados por los soldados que eran
excelentes para un ejército que peleaba cuerpo a cuerpo, como ocurría
tradicionalmente en Europa, pero inútil contra la guerra de guerrillas de los
indígenas de dichos territorios, a quienes había que perseguir en rápidas
correrías el uniforme resultaba pesado, estorboso y caluroso. Lo mismo se
puede decir de las armas de fuego tanto por el entrenamiento inadecuado
que se impartía como por problemas de mantenimiento, ya que la pólvora
corría por cuenta de los soldados por lo que no se interesaban en la práctica
de tiro. Dichos inconvenientes impedían enfrentarse al indígena a campo
abierto por lo que las tropas preferían permanecer detrás de la seguridad
que ofrecían los muros del presidio.
Fue hasta que en 1786 el nuevo virrey, Bernardo de Gálvez, quien había
hecho el servicio en las fronteras norteñas y había gobernado la Louisiana,
puso en marcha un nuevo plan en las Provincias Internas. Decretó una guerra
sin cuartel a los indígenas que no estuvieran en paz con España. Una vez que
habían sido pacificados, les ordenaba establecerse en pueblos aledaños a los
presidios donde se le darían regalos, armas de fuego inferiores y bebidas
alcohólicas. Gálvez cuidó que los regalos resultaran significativos para que
los indios se decidieran por la paz y no la guerra; por otra parte las armas de
fuego que se les regalaban estaban destinadas a descomponerse en corto
tiempo y a ser reparadas únicamente por los mismos españoles. La política
de Gálvez resultó lo suficientemente eficaz como para mantener un periodo
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de relativa paz de 1787 hasta 1810, cuando el estallido del movimiento de
Independencia interrumpió la distribución anual de regalos.
I.2 Presidios del Nuevo Reino de León
A continuación se presenta el listado de presidios y compañías volantes que
resguardaron el territorio del Nuevo Reino de León:
1. Presido de Monterrey, fundado en 1596, residencia del gobernador
de la provincia, el alcalde mayor fungía como teniente de
gobernador en sus ausencias, el cabildo atendía los asuntos locales y
a veces se ocupaba de los provinciales.
2. Real de minas de San Gregorio de Cerralvo, fundado en 1628. El
alcalde mayor también era capitán de guerra de la compañía
volante que resguardaba toda la jurisdicción.
3. San Juan Bautista de Cadereyta, fundado junto a la villa del mismo
nombre en 1637. El alcalde mayor de la villa era también
comandante del presidio.
4. Villa de San Felipe de Linares fundada en 1712. El alcalde mayor
también era capitán de guerra de la compañía volante que
resguardaba toda la jurisdicción.
5. Villa de Punta de Lampazos, fundada en 1752, hacía jurisdicción
junto a la villa Santa María de los Dolores de Horcasitas. El alcalde
mayor de la villa era también comandante de la compañía volante
que resguardaba toda la jurisdicción.
La dimensión del territorio del Nuevo Reino de León permitió que no se
requirieran más de dos presidios, el de Monterrey y el de San Juan Bautista
de Cadereyta reforzados con las compañías volantes para el resguardo de
cada jurisdicción (mapa 1).
78 Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander
Mapa 1 Nuevo Reino de León hacia 1729
Fuente: Cavazos Garza, Israel (2003)
I.3 Los presidios de la Colonia del Nuevo Santander
La Colonia del Nuevo Santander, fundada en 1748, después de experimentar
la encomienda y las congregas, como parte del Nuevo Reino de León, con
gran impacto en la población nativa, de manera que, para el momento de la
fundación de la provincia las naciones de indígenas estaban asimiladas o
alejadas de los poblados, por ello no tuvo presidios, además su gobierno fue
militar desde su fundación.
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II. Las misiones y la conquista espiritual del Septentrión
La conquista espiritual estuvo a cargo de los misioneros de la orden de los
hermanos menores de San Francisco de Asís, responsable de la
evangelización de la mayor parte de este territorio. Los jesuitas también
participaron, particularmente hacia el noroeste de la Nueva España. Los
franciscanos iniciaron su labor evangelizadora desde Zacatecas, penetraron
en Saltillo antes de 1585 con una residencia que fue destruida por las tribus
bárbaras, pero en 1591 se reedificó, y por el río Aguanaval a Cuencamé en
1599, en 1603 fundaron un convento en Monterrey, en el Nuevo Reino de
León, precediendo el asentamiento de pobladores. Por su parte los agustinos
y dominicos participaron en la evangelización del centro y el sur de la Nueva
España.
La Corona española, a través del Real Patronato, se apoyará en las órdenes
religiosas llamadas mendicantes -franciscanos y dominicos- para cumplir con
el compromiso de la evangelización. Puesto que las misiones de propagación
de la fe católica se volvieron pontificias ya desde el siglo XIII, gracias a la
flexibilidad de la organización centralizada de los mendicantes, lo que
ofrece a la Santa Sede los medios más eficaces; son además internacionales,
en cuanto que los misioneros se reclutan indistintamente de todas las
naciones y provincias religiosas, y universales, tenían como campo de acción
todo el Viejo Mundo y, ahora, el Nuevo Mundo; finalmente, son
desinteresadas, porque, a diferencia de los centros de evangelización de la
época monástica, los conventos o residencias misionales de los mendicantes
no perciben provecho alguno temporal a título de ocupación en los países
convertidos (Iriarte, 1979:173).
En 1219, personalmente san Francisco encabezó la primera misión de
propagación de la fe entre los infieles, se dirigió a Egipto y llegó hasta la
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presencia del sultán para anunciarle la fe de Cristo. No logró convertir al
soberano o padecer el martirio, pero establece permanentemente una
misión franciscana en Levante. Desde entonces va a ser uno de los objetivos
de la orden la evangelización de los infieles y luchar por ella hasta el
martirio.
El Real Patronato español, concedido por el Papa Julio II en 1508, estaba
reforzado, en las atribuciones específicamente misionales, por el vicariato
regio, es decir, por una delegación total para el envío de misioneros y para
su evangelización. Su origen, según Iriarte, se remontaba a la bula Inter
Caetera de Alejandro VI (1493), que imponía a los Reyes Católicos la
obligación de proveer de misioneros las tierras descubiertas y por descubrir.
Adriano VI concretó el alcance de la delegación mediante la bula Omnímoda
(1522), por la que la designación y el envío de los misioneros franciscanos
quedaban plenamente en manos del rey, sin que los superiores de la orden
pudieran alegar en este asunto autoridad alguna. Carlos V recabó del
ministro general, Pablo de Soncino, una circular dirigida a toda la orden
aceptando la bula y declarando que los religiosos designados por su majestad
católica debían considerarse por ese mero hecho en posesión de la
obediencia exigida por la regla. Felipe II fue más allá, en 1572 logró la
creación del comisario general de Indias, que sería nombrado por el rey y
tendría su residencia en la corte. Cargo confirmado por la orden franciscana
en 1583 y ratificado por el Papa Sixto V en 1587. Bajo la autoridad suprema
de dicho comisario estuvieron todas las provincias de ultramar hasta el siglo
XIX; a él correspondía, además, la selección de los religiosos que pasaban a
Indias, tomándolos de cualquiera de las provincias de la metrópoli (1979:
340).
Como efecto de esta organización del patronato regio, se excluyó del
personal misionero a los no españoles o portugueses en los dominios ibéricos,
después de 1530 para los religiosos extranjeros se requería la autorización de
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los superiores de la orden de España. Para las provincias españolas implicaba
la obligación de aportar con tres o cuatro religiosos para Indias cada trienio,
se formaba una lista de idóneos que debían ser aprobados por el Consejo de
Indias y el viaje corría por cuenta de la Casta de Contratación de Sevilla.
Para compensar dicha exclusión, casi cien años después, en 1622, la santa
Sede creó la sagrada Congregación de Propaganda Fide con el propósito de
tomar la dirección de la empresa evangelizadora incluyendo a franciscanos
capuchinos, conventuales y reformados de otros reinos.
Para los franciscanos el descubrimiento del Nuevo Mundo significó una
renovación entusiasta para las vocaciones misioneras. El entusiasmo y fervor
misionero de los siglos XVI y XVII que no podían impedir la espontaneidad y
libertad para pasar a las Américas, por la epopeya de los descubrimientos y
el incentivo del martirio, cambió para el XVIII, cuando la monotonía de las
reducciones y doctrinas no decía nada al celo de la muchedumbre inactiva
de los frailes de España, ahora se pedía a los superiores de la orden que
precisaran a sus súbditos a pasar a Indias.
Para la selección y formación de los ministros del evangelio se hicieron
necesarios los Colegios de misioneros tanto para Europa como en ultramar
cuando las vocaciones misioneras, tan abundantes en el siglo XVI, fueron
disminuyendo. Además había que aprender las lenguas y prepararse
espiritual y pastoralmente ya que debían ser casas de la más ejemplar
observancia de la regla de la orden. Para la Nueva España se fundó, en 1683,
el Colegio de la Santa Cruz de Querétaro, sus estatutos fueron aprobados por
el Papa Inocencio XI en 1686. En el curso de los dos siglos siguientes se
fundaron otros colegios en los virreinatos de América. Se les denominó
Colegios de Propaganda FIDE por su finalidad primordial de extender la fe, es
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decir, por dedicarse a las misiones de penetración con religiosos que
deseaban consagrarse por lo menos durante diez años a la conversión de los
infieles y no al ministerio en zonas cristianizadas (Chauvet, 1989: 81).
La custodia del santo evangelio se formó con los doce primeros misioneros
guadalupenses de Extremadura que, en su mayoría, habían pertenecido a
una provincia que en España llevó el mismo nombre y pretendía, a través de
la estricta guarda de la regla franciscana, ser fieles en lo absoluto al santo
evangelio del señor (Chauvet, 1989: 41).
Para 1536, el número de indios cristianos llegaba a cinco millones y para
1540, a nueve millones. Este trabajo no era resultados sólo de los
franciscanos, ya que desde 1526 compartían la labor los dominicos, a partir
de 1533, los agustinos y también trabajaban desde el principio los
mercedarios; y en 1572 llegaron los jesuitas. Las expediciones de los
franciscanos se fueron intensificando hasta llegar a la mayor de todas que
fue de 150 religiosos, conducida en 1542 por Jacobo de Teresa (Iriarte,
1979:364).
La custodia independiente del santo evangelio de México fue elevada al
rango de provincia en 1535, de ella nacieron, dentro del virreinato de la
Nueva España y Centroamérica, hasta siete nuevas provincias: la de san José
de Yucatán (1565), la del Nombre de Jesús de Guatemala (1565), la de san
Jorge de Nicaragua (1575), la de san Francisco de Zacatecas (1603), la de
Santiago de Jalisco (1606), la de san Pedro y san Pablo de Michoacán (1606) y
la de santa Elena de la Florida (1612). Por su parte, en 1580 formaron una
custodia erigida en provincia de San Diego, en 1599, los franciscanos
descalzos.
En 1569 había en las cuatro provincias de Nueva España 96 residencias y 320
religiosos; en 1586, las residencias sumaban 219 y los religiosos más de 900.
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A finales del siglo XVII, cuando ya las comunidades constaban en su mayor
parte de criollos, los religiosos pasaban de 2,400. Fuera de los grandes
conventos centrales, la mayoría de las casas eran “vicarías” y “doctrinas”
asentadas en núcleos de población indígena ya cristiana; las residencias
estrictamente misionales recibían el nombre de “reducciones”,
“conversiones” o “entradas”, que en el siglo XVIII estaban sostenidas casi
exclusivamente por los colegios de misioneros. En 1682 fue erigido el colegio
de la Santa Cruz de Querétaro; más adelante aparecieron el de Guadalupe
de Zacatecas, el de san Fernando de México y el de los descalzos de Pachuca
(Iriarte, 1979:364).
El Colegio Apostólico de Propaganda Fide de Nuestra Señora de Guadalupe de
Zacatecas fue entre estos colegios, tal vez el más importante del mundo
puesto que contó en total, en diversas épocas, con tres hospicios y más de
50 misiones y con el mayor número de frailes. Tuvo a su cargo la más
extensa área geográfica de trabajo, ya que abarcaba desde Zacatecas hasta
las costas de California y Texas en diferentes épocas, y del Golfo de México
al Océano Pacífico; en todo este territorio el colegio participó activamente
en el proceso integrador de la América novohispana, con el apoyo económico
de los ricos mineros y hacendados de Zacatecas y de anónimos trabajadores
de la región, gracias a ellos pudieron afianzar las tierras de septentrión en la
cultura occidental (Esparza, 1974: 10).
La importancia del colegio de Guadalupe no sólo era religiosa y espiritual,
sino también material. Desde un principio, el colegio llevó vida monástica,
es decir, vida en comunidad y riguroso silencio. El objetivo del colegio fue el
ministerio de confesar y predicar, así como las misiones entre fieles e
infieles.
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La vida académica se desarrollaba en cinco niveles de preparación y estudio:
1) el postulantado era el tiempo de preparación espiritual y de estudios
básicos (equivalente a un curso de primaria) que se consideraban de prueba
para seguir en la vida religiosa, si alguien no deseaba continuar con los
cursos, pero si en la vida religiosa lo podía hacer como hermano lego; 2) el
noviciado era para el ordenamiento de la vida, no para la ilustración,
durante esta etapa se estudiaba un año de mística o conocimiento de dios y
ascética o práctica de la virtud, así como las constituciones, la regla y la
historia de la orden, al terminar el noviciado, los estudiantes hacían votos
simples por tres años; 3) en el colegio seráfico se estudiaban las ciencias
naturales, matemáticas y latín durante tres años; 4) durante en el coristado
se cortaban el pelo en forma de corona y se dedicaban al oficio del coro,
combinado con los estudios de dos o tres años de filosofía y cuatro de
teología, al final se ordenaban presbíteros e inmediatamente salían a
predicar entre fieles e infieles por lo menos un año y luego regresaban al
colegio para seguir con la preparación del quinto nivel de cursillos especiales
de artes, ciencias o letras. Para todos estos niveles de preparación se
contaba con maestros teólogos, filósofos, historiadores, poetas, juristas,
matemáticos, astrónomos, geógrafos, arquitectos y otros especialistas. Otro
grupo de hermanos menores que no estaban obligados a la vida en común,
que regularmente se integraba por quienes tenían algún impedimento
familiar o judicial, los viudos o quienes deseaban retirarse del mundo; todos
ellos debían hacer votos de castidad y obediencia, no de pobreza, y podían
renunciar al oficio cuando lo desearan; a estos se les llamaba hermanos
donados, los cuales se ocupaban como limosneros, mandaderos y hortelanos,
entre otros cargos. Otro servicio que ofrecía el colegio fue la escuela de
primeras letras para los niños de las zonas vecinas al convento (Esparza,
1974: 85).
La estructura económica del colegio de Guadalupe se formaba de tres
partes: los legados piadosos para misas y sufragios de las almas de los
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difuntos que producían gran parte de las limosnas anuales, las cuales eran
cobradas por el síndico apostólico general; las limosnas y oblaciones
voluntarias de los fieles, de las cuales en muchos años las más importantes
eran las aportadas por los mineros y comerciantes de Zacatecas; los sínodos
de los misioneros de infieles, que se recibían muy irregularmente, llegando
al caso de una suspensión no oficial, después de la segunda secularización de
los conventos y misiones de fieles, de manera que para 1789 se suprimió el
oficio de procurador de misiones, por lo que a partir de esa fecha no se les
enviaba el avío a los misioneros de infieles, cada uno debía solicitarlo por sí
mismo, y la situación se agravó desde los años de la insurgencia hasta la
independencia (Esparza, 1974:90).
Después de que el movimiento de evangelización de los franciscanos se
extendió primero hacia las regiones más pobladas próximas a la ciudad de
México, luego hacia el sur y el norte en Zacatecas, donde se fundó una nueva
provincia misionera, cuya labor tuvo como objetivo los indios chichimecas
perdidos en los montes.
De los efectos que se allegaban para el colegio y las misiones algunos
provenían de Acapulco: el incienso, la mirra, las especias, los espejos, los
brocados, las esferas, el papel de china, los faroles de navidad, la seda y
algunos objetos de marfil y madera; los colorantes, la mercería, la
herramienta, las telas europeas, los tapetes, los paños, los dulces, la fruta
seca, el aceite de oliva y otros productos de Castilla se compraban en la
feria de Jalapa, además de la ferretería, la brea y los pegamentos; el arroz
venía de Sonora; el cacao y la almendra, de Veracruz y Tabasco; el dulce, el
azúcar y el coco, de Colima y la Costa del Sur; los dulces corrientes, de
Guadalajara; los vinos generosos de las Californias y de la región de Parras;
la sal de Salinas del Peñón Blanco; las harinas del Bajío; los objetos de cobre
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de Michoacán; la ropa de Querétaro, México y Aguascalientes; la loza de
talavera de puebla y, la de barro, de Aguascalientes; las pieles para
pergamino procedían de las misiones del Nuevo Reino de León y Tejas y, por
último, otras muchas chucherías llegaban de lugares tan remotos entonces
como el Nuevo México y Guatemala.
El ganado en pie, como los carneros se traían de las haciendas de San Juan
de Guadalupe, en Durango o de Cedros y Sierra Hermosa en Zacatecas; las
reses y vaquillas de El Jaral en Guanajuanto o de Trujillo en Zacatecas, y los
caballos, las mulas y otros animales de Teocaltiche, Saltillo, y de otros
rumbos, todo el ganado junto con el de engorda y las aves pastaban en el
perímetro del colegio o quedaban dentro del potrero; la cera, lana, sebo y
pieles, de las haciendas de El Carro, Agostadero y San Pedro Piedra Gorda.
Otros productos como las maderas de construcción entraban de Jerez y
Monte Escobedo; el aguamiel y la miel de maguey de Tacoaleche; las tunas,
la melcocha, el queso, la panela y la miel de tuna de Trancoso y los quesos y
cuajadas de puntos adyacentes; el trigo, maíz, frijol, legumbres y frutas de
la estación se recolectaban en el potrero y tierras de usufructo del colegio
(Esparza, 1974: 89-90).
Además, en el colegio de Guadalupe, como en casi todas las casas
franciscanas, había un obraje donde regularmente se hacía tela o sayal para
los hábitos de invierno, y un pequeño grupo de hermanos donados y algunos
civiles estaban encargados de la conservación del edificio y de atender y
mantener todas las instalaciones del convento. Con esta economía había lo
suficiente y nada superfluo para el socorro de las necesidades particulares y
comunes. Cuando había suficiente numerario en poder del síndico apostólico
general se omitía pedir limosna.
A los cincuenta años de labor, la misión podía presentar 25 pueblos
civilizados, con sus iglesias y escuelas. En 1787, las estaciones centrales eran
Hernández Torres
87
28 y los pueblos 34, todo un estado de prosperidad que causaba admiración,
de ahí los nuevos intentos de secularización de las misiones franciscanas
(Iriarte, 1979: 366).
Después de la supresión de los jesuitas, los franciscanos del colegio de san
Fernando los sustituyeron en las misiones de Baja California, pero en 1773, a
su vez las dejaron a los dominicos para avanzar por la Alta California, siendo
los colonizadores y evangelizadores de toda la costa californiana, desde San
Diego hasta San Francisco, encabezados por fray Junípero Serra.
Hasta aquí se puede observar que la organización de los trabajos de
evangelización y civilización por parte de los franciscanos y de los religiosos
de todas las órdenes, prácticamente, siguieron un desarrollo similar de
traslape de jurisdicciones entre los nuevos reinos, las provincias, las villas y
pueblos en la organización político militar, así como en lo religioso, entre
provincias, custodias, doctrinas y misiones de los franciscanos y del clero
regular frente a los obispados y curatos del clero secular o diocesano, ya que
el clero regular estaba protegido por el real patronato y, por ello, la Corona
estaba interesada en pasar las doctrinas y misiones al diocesano para
excluirlos de su mantenimiento, puesto que, una vez secularizados, debían
ser autosuficientes a cargo de sus feligreses.
Las misiones destinadas al Septentrión novohispano no estaban diseñadas
sólo para ser seminarios cristianos, eran también avanzadas de la dominación
y escuelas de adiestramiento para la civilización de la frontera.
La Corona reconocía la importancia de los misioneros como sus agentes en la
frontera. En primer lugar, eran los más hábiles y prácticos exploradores y
agentes diplomáticos. El modesto misionero podía pasar sin ser molestado y
88 Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander
sin levantar sospechas y hostilidad en zonas donde el soldado no era
bienvenido.
En segundo lugar, por su educación y sus hábitos disciplinados de
pensamiento los misioneros eran la clase mejor dotada para registrar lo que
vieran e informar sobre lo que debía hacerse. Por estas razones eran
exploradores, emisarios de paz y cronistas en expediciones.
Las misiones fungían también como instrumentos de defensa de los dominios
del rey. Esto explica por qué el gobierno se mostraba más dispuesto a apoyar
misiones cuando las fronteras necesitaban defensa. Por esto es significativo
que la Real Hacienda cargara sus gastos por presidios y misiones a la misma
cuenta.
Los misioneros no sólo ayudaron a expandir, controlar y promover la frontera
sino también, y con mayor significado, ayudaron a civilizarla. En cuanto a
cómo realizar la tarea civilizatoria, Herbert E. Bolton, señala que España
tenía grandes ideales, pero enfrentaba peculiares obstáculos (1976: 40).
Alegaba derechos sobre la parte de León en las dos Américas, pero su
población era reducida y podía disponer de una parte muy pequeña de ella
para poblar el Nuevo Mundo. Por otro lado, su política colonial, sin paralelo
en ningún otro país en cuanto a principios humanitarios, velaba por la
preservación de los nativos y porque se elevaran, por lo menos a un cierto
grado de “civilidad”.
Si faltaban españoles para colonizar la frontera, España la colonizaría con los
aborígenes. Este ideal exigía no sólo el sometimiento y la dominación de los
indígenas, sino también su civilización. En la realización de este ideal el
misionero franciscano cumplió con un doble papel de defensor y a la vez de
explotador de los indios seminómadas que huían de la encomienda y la
Hernández Torres
89
congrega impuestas por los españoles en Saltillo y el Nuevo Reino de León
(Sheridan, 2000: 143).
Para alcanzar esta meta la Corona aprovechó el celo religioso y humanitario
de los misioneros, que además de predicadores fueron maestros y
disciplinadores, quiénes desde sus orígenes reconocieron de la autoridad de
la Iglesia, el propio san Francisco planteó la obediencia al Papa a través de
un cardenal protector, vigilante de que la orden no se alejara de la
obediencia a la santa Sede, cuando claudicase en la fe católica y cuando
decayese en la observancia de la propia regla (Iriarte, 1979:125). Por ello,
en el sistema español la esencia de la misión de las órdenes mendicantes fue
la disciplina religiosa, moral, social e industrial.
San Francisco definió a los miembros de su orden religiosa como movidos por
el instinto evangélico, situados en la realidad social y religiosa de su tiempo.
Salir al mundo no significaba para él encerrarse en un claustro, sino ofrecer
a aquella sociedad, volcada en la producción artesana y en la contratación,
el testimonio vivo e inmediato de la conversión cristiana: una presencia
penitencial. Por lo que los hermanos menores vivirían en medio del pueblo,
integrados en la realidad social mediante el trabajo retribuido en especie,
mediante la oración con la comunidad cristina, mediante la predicación en
lengua vulgar. Y frente al ansia de lucro de los nuevos árbitros de la vida
comunal, darían testimonio de desprendimiento total, en especial del dinero
(Iriarte, 1979:52).
La misma disposición física de la misión estaba determinada en función de la
disciplina. Para auxiliar a los misioneros en su trabajo disciplinario e
instructivo, a cada misión se les asignaron dos o más soldados del presidio
más próximo. Y como con frecuencia los indígenas se daban a la fuga,
90 Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander
también se les proporcionaban destacamentos especiales para ayudarlos a
recuperar a los fugitivos.
II.1 Las misiones del Nuevo Reino de León
La custodia del Nuevo Reino de León con sede en Monterrey (1603),
dependía de la provincia de san Francisco de Zacatecas, al parecer nunca
fue erigida canónicamente, sino sólo de hecho, resultado de la indefinición
jurisdiccional. Según lo señala Israel Cavazos (2003: 31) antes de la
fundación de Monterrey en 1596, los frailes Andrés de Olmos, Pedro de
Espinareda, Juan de la Magdalena y Pedro Infante, hicieron entradas para
iniciar la conquista espiritual sin lograr un establecimiento permanente. La
custodia del Nuevo Reino de León contaba con las siguientes misiones:
Cerralvo, San Gregorio (1630), San José de Cadereyta, cuya primitiva
fundación asciende a 1616, pero se consolidó hasta 1660; Nuestra Señora de
los Ángeles de Río Blanco (1663), San Antonio de los Llanos (1639), San
Bernardino (1641) que no logró mantenerse, como tampoco Santa Teresa de
Alamillo ni la de San Buenaventura de Tamaulipa (1664); San Cristóbal de
Hualahuizes de 1646; San Pablo de Labradores (1639), San Nicolás
Ahualeguas (1646), San Felipe de Linares de 1715. En 1716 se fundaron
además las misiones de Guadalupe, Concepción y Purificación, y al año
siguiente la de Matehuala y San Nicolás del Pilón en 1718. La mayoría de las
misiones lograron mayor permanencia cuando se les asignaron varias familias
de indios tlaxcaltecas, por lo que éstos dejaron una huella muy importante
en la consolidación de la ocupación del territorio del Nuevo Reino de León,
aun cuando hayan sido posteriormente concentrados en el pueblo de
Guadalupe y en el pueblo de San Miguel de Aguayo.
La vida en las misiones y pueblos de indios se desarrollaba en comunidad.
Tierras, ganado y herramientas eran de todos y todos tenían obligación igual
de su cultivo y su cuidado. La cosecha de maíz, frijol y otros frutos se
guardaban en la torje o almacén del templo. El misionero repartía cada
Hernández Torres
91
semana conforme al número de integrantes de cada familia. En el caso de los
pueblos, además del misionero, los indios contaban con un ayuntamiento,
compuesto de un gobernador, un alcalde y dos o más regidores,
representantes de cada grupo o nación de indios, establecidos en barrios en
que se dividía el poblado. Además, contaban con un protector español para
que los representara ante el gobierno para buscar la solución de sus
problemas. El predio donde tenían su vivienda o en el que sembraban
tampoco era suyo. Después de la Independencia les fue hecho el reparto en
propiedad. También les fueron asignadas, en forma individual, las tierras de
labor que anteriormente eran de comunidad, así como el acceso al agua de
riego (Cavazos, 2003: 41-42).
Casi todas las misiones de Nuevo León continuaron prestando sus servicios
hasta mediados del siglo XIX. A partir de 1860 la secularización acabó con
todas las misiones las cuales pasaron, como curatos, al clero diocesano
(Chauvet, 1989: 76-77).
II.2 Las misiones del Nuevo Santander
El litoral del Seno mexicano fue recorrido simultáneamente a la llegada de
Hernán Cortés, no se pudo hacer ningún establecimiento al norte de
Veracruz, dicha acción la logró el propio Cortés, en 1523, desde México,
enterado del interés del gobernador de Jamaica Francisco de Garay, con
autorización real, para buscar el supuesto estrecho al Mar del Sur y colonizar
una provincia llamada Amichel. El conquistador derrotó a los huastecos y
pudo llegar a la barra del Pánuco, tomó posesión de la tierra, fundó la villa
de Santi Esteban del Puerto –hoy Pánuco, Veracruz- cabecera primigenia de
la Huasteca Colonial, incorporada desde entonces a la jurisdicción de la
Nueva España (Herrera, 1999: 31). Desde allí se apoyaron los intentos de
ocupación de este territorio, sin embargo siempre se realizó sobre la
92 Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander
Huasteca sin pasar al norte del río Pánuco, pues a partir de allí era zona de
indios chichimecas, quienes se constituyeron en una barrera difícil de
sobrepasar.
Otro frente para avanzar en la ocupación del territorio se hizo desde
Charcas, logrando el establecimiento de una misión de indios cohabitada por
españoles: San Antonio de Tula con permanencia sujeta a grandes altibajos
desde 1617 hasta 1744 cuando fue refundada por parte de José de Escandón,
así como Jaumave, consolidando la vía de entrada a la costa del Seno
mexicano.
José de Escandón, conde de Sierra Gorda, lugarteniente del virrey para la
colonización de la costa del Seno mexicano, primero organizó en 1747, de su
propio peculio, una amplia exploración de la costa como diagnóstico previo
de la futura provincia. Utilizando los poderes conferidos por la Junta de
Guerra y Hacienda y del virrey, Escandón ordenó a las escuadras militares de
la Huasteca, del Nuevo Reino de León, de los presidios de San Juan Bautista
(Coahuila) y de la Bahía del Espíritu Santo (Tejas) que se le unieran en su
recorrido. Esto le permitió trazar un mapa, elegir los lugares idóneos para
las poblaciones, estimar el número y la posible procedencia de los colonos y
el costo para la Real Hacienda. Escandón, de esa manera, respondió a la
política de colonización del Seno mexicano, pero también respondió a un
interés empresarial, al ofrecer nuevos espacios ganaderos a los grandes
propietarios del septentrión y la posible creación de nuevas redes
comerciales en esta parte de la Nueva España, a través de un puerto que se
establecería en la barra del río de Las Palmas, más tarde llamada de
Santander (Herrera, 1999: 64-65).
Con la fundación de la villa de Llera, en diciembre de 1748, dio principio el
establecimiento de la colonia del Nuevo Santander, llamada así en honor de
la provincia natal de José de Escandón, dedicada a la virgen de Guadalupe
Hernández Torres
93
como patrona. A partir de ese punto siguió una ruta hacia el norte hasta el
río Bravo, de allí, dio vuelta hacia el sur hasta el Pánuco para después
enfilarse al oeste rumbo a la Sierra Madre Oriental, sembrando en su camino
una primera cadena de poblaciones. Más tarde fundó otros asentamientos en
lugares estratégicos, como la villa de Aguayo, base para habilitar el camino
que atravesara la Sierra Madre y comunicarse con el Nuevo Reino de León.
En total, durante los 20 años que duró su mandato en el Nuevo Santander,
Escandón estableció 21 poblaciones, las cuales constituyen la base del
Tamaulipas actual (Herrera, 1999:66). Como ya se dijo, el origen de la
población de estos nuevos asentamientos inmigró, principalmente, del Nuevo
Reino de León y, en menor cantidad, de Coahuila y la Huasteca, así como del
gran grupo de sus acompañantes originarios de Querétaro. El arribo de los
colonos que permitió la ocupación simultánea de este territorio lo logró
Escandón con el atractivo de entrega de granos, exención de impuestos, la
dotación de solares y la promesa de un futuro reparto de tierras, pudo en un
solo acto fundar una nueva provincia novohispana y así, asegurar el avance
en la parte oriental del septentrión.
Las misiones se promovieron como recurso para la evangelización y
sedentarización de los indios del territorio pero, Escandón se negó a su
fundación con dotación de las tierras cercanas a las villas españolas, pues
estaban prometidas a los colonos y, aun cuando las quejas llegaron hasta el
visitador José de Gálvez, sirvieron para apoyar la destitución de Escandón,
de cualquier manera las misiones no tuvieron el mismo desarrollo como en la
provincia de Coahuila, al contrario, los colonos se aprovecharon de las
misiones para proveerse de trabajadores vía congregas generando un rechazo
casi generalizado de los grupos indígenas, por ello fue que las misiones del
Colegio de Guadalupe las abandonó y pasaron a los frailes de las provincias
94 Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander
franciscanas de Zacatecas, del Santo Evangelio de México y de Michoacán, en
1766 (mapa 2).
Mapa 2 Colonia del Nuevo Santander hacia 1748
Fuente: Herrera, 1999
A partir de 1767, las nuevas misiones fundadas eran: Santander, Soto la
Marina, Aguayo, Burgos, San Fernando, Reynosa, Camargo y Padilla, Revilla y
Apuero. Además la provincia fundó la de Santillán, dependiente de
Santander, Nuestra Señora de África, dependiente de la de San Carlos;
Cruillas, bajo la dirección de Burgos; Concepción y Coriz de San Nicolás, que
reconocían como matrices respectivamente a Mier y Real de Minas. Estas
Hernández Torres
95
misiones tuvieron el mismo fin que las del Nuevo León y por las mismas
causas (Chauvet, 1989: 77-78).
En conjunto, las provincias y custodias franciscanas, en Nueva España,
pueden contar con unos cuarenta y cinco miembros que dieron testimonio
con su sangre de la fe de Cristo, en esta suma no se incluyen a los mártires
de los Colegios Apostólicos, de los cuales, cinco corresponden a las
provincias de Coahuila y Tejas: un religioso anónimo, por haber sido
encontrado tiempo después de muerto, en Punta Santa Elena, cerca del
Saltillo, en 1578; ese mismo año, fray Giraldo de Terreros y fray Joseph de
Santiesteban fueron sacrificados en la misión próxima al presidio de San
Sabá, conocida también de San Luis de las Amarillas en Tejas; fray Martín de
Altamira que murió en 1607 al intentar evangelizar a un grupo de indios
quamoquanes cerca del río Nadadores; por último, fray Francisco de
Ganzabal, muerto en la misión de la Candelaria en 1752 (Sánchez Jiménez,
1984: 109-113).
III. Conclusiones
Con todo lo señalado hasta aquí se puede concluir que las misiones
representaron un factor determinante en la “pacificación” de los territorios
septentrionales de la Nueva España, pero para que se constituyeran en
fuente de población era necesaria suprimir la encomienda y la congrega ya
que resultaban un medio muy atractivo para los colonos para disponer de
mano de obra para sus tierras, pero también fue una institución que resultó
muy temida por los indios.
Por tanto, las misiones del Nuevo Reino de León fundadas poco más de 100
años antes que las de la Colonia del Nuevo Santander tuvieron el mismo
objetivo de pacificación y evangelización pero con establecimientos
96 Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander
diferentes, en el Nuevo Reino sirvieron de apoyo a las villas y compartieron
las mejores tierras, mientras que en Nuevo Santander se fundaron distantes
para no interferir tanto en los cultivos y el pastoreo como en las redes de
comercio de las villas de españoles y colonos.
Por su parte, se puede decir que el presidio sirvió de diferente manera para
cada una de las tres grandes zonas del territorio novohispano: la parte
mesoamericana, la parte chichimeca y la parte de la apachería. Para la
primera la versión tradicional europea se pudo aplicar con éxito (Fábregas,
1986); para la región chichimeca tuvo que ser ajustada contra bandas de
indígenas que desconocían totalmente a los españoles como soldados y en la
zona apache se enfrentaron con otros grupos de indígenas que eran
empujados por el avance de los angloamericanos, que ya conocían las armas
y que usaban el caballo con gran destreza. Por ello, no se puede sacar una
conclusión válida para el presidio como institución monolítica sin
contextualizarla.
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