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Enero 2011 Número 481 ISSN: 0185-3716 Eduardo Milán Margo Glantz Martín Luis Guzmán Jaime Ramírez Garrido Sergio Aguayo Quezada Rubén Gallo Carlos Amador Lester Bangs

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Enero 2011 Número 481

ISSN

: 018

5-37

16

■ Eduardo Milán

■ Margo Glantz

■ Martín Luis Guzmán

■ Jaime Ramírez Garrido

■ Sergio Aguayo Quezada

■ Rubén Gallo

■ Carlos Amador

■ Lester Bangs

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número 481, enero 2011 la Gaceta 1

SumarioDisenso 3

Eduardo MilánViajes en México, crónicas extranjeras 4

Margo GlantzMuertes históricas 7

Martín Luis GuzmánLos claroscuros de la Revolución 10

Jaime Ramírez Garrido¿A dónde va México?: 2006-2010 12

Sergio Aguayo QuezadaLos museos de la ciudad 17

Rubén GalloEl ambiente de nuestro siglo 24

Carlos AmadorNoche de Año Nuevo (fragmento) 29

Lester Bangs

Ilustraciones de las páginas 2, 5, 13, 14, 25, 26, 29 y 31, tomadas del libro Imagen y memoria. Un album familiar de Zacatecas, fce, Instituto Zacatecano de Cultura Ramón López Velarde, Fototeca de Zacatecas Pedro Valtierra, México, 2010.

Ilustraciones de las páginas 18, 20, 22 y 23, tomadas de Las artes de la ciudad. Ensayos sobre la cultura visual de la capital, de Rubén Gallo, fce, México, 2010.

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Director general del FCE

Joaquín Díez-Canedo

Director de la GacetaLuis Alberto Ayala Blanco

Jefa de redacciónMoramay Herrera Kuri

Consejo editorialMartí Soler, Ricardo Nudelman, Juan Carlos Rodríguez, Tomás Granados, Bárbara Santana, Omegar Martínez, Max Gonsen, Karla López, Heriberto Sánchez.

ImpresiónImpresora y EncuadernadoraProgreso, sa de cv

FormaciónErnesto Ramírez Morales

Versión para internetDepartamento de Integración Digital del fcewww.fondodeculturaeconomica.com/LaGaceta.asp

La Gaceta del Fondo de Cultura Econó-mica es una publicación mensual edi-tada por el Fondo de Cultura Econó-mica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor res-ponsable: Moramay Herrera. Certifi -cado de Licitud de Título 8635 y de Licitud de Contenido 6080, expedi-dos por la Comisión Califi cadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nom-bre registrado en el Instituto Nacio-nal del Derecho de Autor, con el nú-mero 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Pos-tal, Publicación Periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica.ISSN: 0185-3716

Correo electró[email protected]

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ruinaentre la ruina aireviene un aire de ruinassobre la ruinano pertenencia de pérdidapuesta de patitas en la callesobre el musgo ajeno siemprea la hondura del pasode piedra de tiempo a piedra de honduradel tiempo —difícil lazoentre parientes la economía verde-oscuro, cara—no pertenencia del musgomás que a la superfi cie de tiempofl otante descenso hasta rozar adherirse hasta clavarsus garras en el granuladoesponja que esponjealos años en las uñassobre la piedrabajo la ruina

va de ruinas el aire

¿dónde ocurre ese ir del carro? G

Disenso*Eduardo Milán

* Eduardo Milán, Disenso, fce, México, 2010.

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Los viajeros

Al contemplar, desde las imponentes alturas que la rodean, la gran extensión del Valle de México, alegrado por los cinco lagos de los que hoy sólo nos queda el recuerdo, la imagina-ción de los viajeros ejecuta, en un acto de magia, un rápido malabarismo, y casi sin excepción evocan a Cortés para iden-tifi carse con él y poblar el valle de viejas ciudades indígenas que relucen al sol y que sólo esperan la Conquista.

A esta imaginación romántica que perfi la a México de nuevo y lo retrata en imagen caleidoscópica y literaria, suelen añadir algunos aquella concepción práctica y mezquina que hacía ex-clamar a Robinson Crusoe cuando contemplaba la isla de su naufragio: “estoy lejos de la ruta de los humanos”, porque ser “humano” signifi caba ser “civilizado”, “práctico”, es decir, eu-ropeo, o, más tarde, estadunidense. Armados de esta doble vi-sión se acercan a México los que la visitaron en los albores de la Independencia.

Basil Hall, uno de los primeros viajeros en visitar al México recientemente independizado, es capitán de un navío inglés que ha ido costeando el Pacífi co desde 1820, tratando de crear nuevos mercados para Inglaterra:

Apenas desembarqué —nos informa—, me avisaron que los nego-ciantes de Guadalajara y Tepic deseaban verme para establecer un contacto directo con Inglaterra, y en la llegada del Conway habían visto el feliz presagio de un convenio que se ajustase a sus deseos. No perdí un solo instante: acompañado de un inglés, capitán de un barco que venía de las Indias Orientales, y de un joven español de Calcuta, me dirigí al día siguiente a visitar a los negociantes de Tepic.

Llega a México en tiempos de Iturbide, visita Acapulco, hace una descripción del puerto, de sus bellezas naturales y su escaso comercio, para seguir rumbo a San Blas, donde ya se han inicia-do actividades para establecer intercambios comerciales con Europa. Intercambios que operan a la manera clásica: México exportará lingotes de metales preciosos, en tanto que Inglaterra enviará manufacturas. Para lograr esta transacción se encamina a Tepic.

El cónsul estadunidense Poinsett es de sobra conocido. Re-cién independizado México, recorre los caminos tradicionales de la República: México-Veracruz y Mé xico-Guanajuato, pa-sando por Querétaro. Observa el país con cuidado y describe las

costumbres y las bellezas naturales, pero manifi esta a cada paso el interés característico de algunos viajeros paisanos suyos y se ocupa en los asuntos relacionados con los territorios que años más tarde habrían de anexionarse los Estados Unidos.

He pedido la libertad —declara— de treinta y nueve hombres que fueron encarcelados en México bajo la acusación de conspirar contra el gobernador de Texas. Más o menos la mitad de ellos son ciudadanos de los Estados Unidos. Nuestro gobierno no los ha reclamado, ni hubiera sido procedente que así lo hiciera, pero el Emperador cedió a mis ruegos con gran generosidad y se les va a enviar a Tampico inmediatamente.

Bullock, como buen súbdito británico, destaca un hecho ca-pital para él: que México se abra al comercio extranjero des-pués de la Independencia. La nueva República es un país idíli-co y lleno de riquezas; sólo requiere una explotación adecuada. Las minas, leyenda clásica en el extranjero, ocupan su particu-lar atención:

Los historiadores y los viajeros se han acostumbrado a copiarse entre sí para describir los horrores de la suerte de los mineros, más terrible si se les creyera que la de los condenados a galeras en Europa. Las poéticas descripciones de Raynal, de Paw y de Robertson han creado en este sentido una opinión tan general, que creemos que el lector nos lo agradecerá si lo tranquilizamos sobre la suerte de los mineros en México. Es una opinión muy corriente que la mayoría de la población india se ve obligada a trabajar en las minas; nos limitaremos a observar que según los informes de la Escuela de Minería del año 1807, el número de empleados en las minas era de 32 340 hombres. Si se piensa que la población total de la Nueva España es de seis a siete millones de hombres, se reconocerá el error en que han mantenido a Europa tantos escritores de justa fama.

Como los demás viajeros, Bullock conoce y cita a Humboldt, explicando que libros como los del autor alemán —y el suyo— son fundamentales en Europa para atraer hombres de empresa que ayuden a México. Confi esa ingenuamente que no es escri-tor y sólo las razones ya expuestas lo han movido a escribir su obra. No se conforma, con todo —y esto es lugar común en los demás viajeros—, con los viajes de negocios y suele hacer ex-cursiones fatigosas con tal de ver los sitios arqueológicos, aun-que declare que la escultura precolombina le parece horrible.

En cierta forma, y es de esperarse, Bullock continúa la línea de Hall, pues viene aquí en 1823. Inglaterra aún no ha recono-cido la independencia de México, pero ha enviado funcionarios

Viajes en México, crónicas extranjerasMargo Glantz

* Margo Glantz, Obras reunidas III, fce, México, 2010.

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cuyo objetivo es proteger los intereses de sus súbditos. Los dos autores recomiendan a su gobierno el rápido reconocimiento de la joven nación para que las transacciones sean expeditas y los intereses de sus nacionales se vean mejor protegidos.

R. H. W. Hardy, inglés también, es un viajero infatigable cuyo fi n al venir a Mé xico, como él mismo asegura, es bien pe-destre. Aunque su viaje sea puramente comercial —enviado di-recto de una empresa inglesa que pretende establecer una com-pañía coralera y perlera en el norte del país—, su libro es fundamental para la historia de los caminos en México por el prodigioso viaje que realiza por regiones alejadas de nuestro entonces inmenso territorio. Desgraciadamente para él y su em-presa, la expedición fracasa, pero en cambio nos ofrece descrip-ciones de sitios que no habían sido recorridos aún por viajeros estadunidenses ni europeos. Regiones desoladas e inhóspitas, ru-tas oscuras, encuentros singulares amenizan este libro que, ade-más, ofrece datos importantes para conocer el México de ese tiempo. Recuérdese que su viaje abarca el periodo comprendido entre 1825 y 1828 y que su libro fue publicado en 1829.

Un viajero liberal y pintoresco es J. C. Beltrami. Italiano y

jacobino, viene a México hacia la segunda mitad de los años veinte, impulsado por el deseo de conocer países extranjeros aún no pervertidos por la civilización. Se dice refugiado políti-co, enemigo del Papa, liberal empedernido y valiente hasta la fanfarronería. Se pica de sus conocimientos literarios y escribe fl orida y pomposamente en forma de cartas dirigidas a una ama-ble condesa. Asegura haber descubierto las fuentes del Mississi-ppi, y en México se entretiene trazando mapas y localizando las fuentes y los cauces de algunos ríos para ensartarse después en disquisiciones geográfi cas. A diferencia de otros viajeros consi-dera con simpatía a los mexicanos, descarta su supuesta indo-lencia y sólo tiene dos fobias: los españoles y los curas. La gen-te del pueblo le interesa y no es raro encontrar observaciones como ésta: “Reiréis, condesa, al verme así rodeado de mis arrieros. Es, sin lugar a dudas, la mejor gente de México”.

Mathieu de Fossey publica su libro en 1857. Sin embargo, nos ofrece un cuadro del país desde 1831, fecha en la que des-embarca en Veracruz para formar parte de la fallida utopía fran-cesa de Coatzacoalcos. Este viajero acaba estableciéndose defi -nitivamente en México y puede ofrecernos juicios más seguros

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y menos apresurados que los de quienes sólo pasan rápidamente por aquí. Su visión, aunque tradicional en lo referente a España y al coloniaje, al mexicano y sus costumbres, es justa y precisa en los aspectos concretos.

Stephens, norteamericano como Joel Poinsett e igualmente conocido, recorre la Península de Yucatán con fi nes científi cos principalmente a fi nales de la década de los treinta; su posición queda claramente defi nida en las palabras de Juan Ortega y Medina: “En la época de Stephens los investigadores estaduni-denses estaban divididos en dos grupos… el de la dependencia cultural de las civilizaciones indoamericanas respecto al Viejo Mundo… y el de la autoctonía o antibíblico que muy patriotera y americanamente rechazaba tal dependencia”.

Stephens pertenece al segundo grupo, por supuesto. Esta obra arroja luz no sobre problemas arqueológicos, que no he-mos de tratar aquí, sino sobre regiones que en cierto sentido contrastan con el resto de la República: el paisaje, los caminos; la gente que describe son distintos de los que conocen los via-jeros que recorren el centro o el norte del país.

El libro de Mayer Brantz ha sido comentado por el mismo Ortega y Medina y no es necesario insistir en que es una de las obras más importantes que se escribieron sobre México duran-te la primera mitad del siglo xix. Su testimonio claro e inteli-gente hace desmerecer aún más el libro que un cónsul del pre-sidente Tyler escribiera sobre México hacia 1844. En efecto, el libro de Albert Gillian, cónsul de los Estados Unidos en San Francisco, abunda en prejuicios, lugares comunes y mentiras. Entre sus múltiples afi rmaciones asegura que la cizaña, que por entonces ha crecido en los Estados Unidos, proviene de Méxi-co; agrega que la gente es arbitraria y falsa, producto de una raza mezclada y envilecida que necesita de los europeos para liberarse, aunque antes haya afi rmado que los malvados indios salieron de la impiedad en que vivían gracias a los españoles, que por lo demás nunca son considerados europeos. Las únicas cosas que le agradan en el país son naturalmente las mujeres y el paisaje. Para colmo, no sabe español y su visión es coja. Es útil porque describe con bastante exactitud caminos que otros viajeros no reseñan.

El clásico libro de la marquesa Calderón de la Barca da una versión distinta de lo que fue la carretera de Veracruz a México. Por ser la más transitada, sobre ella se marcan los cambios más importantes que se hacían al pasar los años: las posadas han aumentado, los transportes se modernizan —en lo que cabe—, el estupor que los extranjeros producen en los mexicanos se ha asentado por su cotidianidad.

Ernest Vigneaux ocupa un sitio aparte entre los viajeros re-

señados. Participa en la expedición del conde de Raousset-Boulbon que pretendía apoderarse de Sonora y declararla terri-torio independiente. Cuando fracasa, es tomado prisionero y conducido al interior de la República. Aunque venía asociado a una empresa belicosa, Vigneaux, liberal socializante, compren-de y aprecia los problemas de la nueva República. Advierte las cualidades del pueblo mexicano y trata de explicar la anarquía reinante sin acudir a los lugares comunes que la hacen surgir de la indolencia e inferioridad de los naturales. Analiza con simpa-tía y profundidad las causas económicas y sociales que motivan las revoluciones continuas, a la vez que se deleita admirando las costumbres pintorescas de las regiones que visita.

Jean-Jacques Ampère, del Colegio de Francia, es un simple turista que antes ha vi sitado, en viaje de recreo, Egipto. Su curiosidad lo conduce a México, los Estados Unidos y Cuba. Su testimonio nos permite ver la actitud de un viajero que atraviesa grandes distancias con un afán turístico, armado de los convencionalismos más fl oridos.

Morelet, científi co inteligente y buen romántico, nos ofrece un paralelismo con Stephens al mostrarnos los cambios acaeci-dos en una región tradicionalmente pacífi ca, la Península de Yucatán, y durante su visita asolada por la guerra de castas. Las costumbres, el carácter de la gente, y hasta los caminos mismos refl ejan la situación y delinean un panorama diferente.

Es fácil advertir por este breve bosquejo la idiosincrasia de los autores que nos ocupan. Apoyándose en Humboldt, repi-tiendo sus ideas —aunque suelan desvirtuarlas—, las aplican para hacer resaltar sus propios intereses. Por otra parte, conti-núan en general la triste tradición que insiste en hacer de Espa-ña una madrastra y de México un infante que necesita ser guia-do, para proclamarse, orgullosos, sus tutores. Las excepciones —perogrullada— confi rman esta regla, aunque en realidad ninguno de los viajeros estudiados se sale verdaderamente del camino trillado en su visión de América, que se matiza con la idea de un buen salvaje idílico y rusoniano, contaminado de leyenda negra.

No obstante, la disciplina y el método con que emprenden sus memorias son favorables para la historia; gracias a ello pode-mos representarnos imágenes que el mexicano ya no veía por lo cotidianas; y la pedante e inalterable manía de trazar compara-ciones con los países “civilizados” nos permite redondearlas. G

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Tránsito sereno de Porfi rio Díaz

Por abril o mayo de 1915 don Porfi rio y Carmelita volvieron a París. Mejor dicho, volvió entonces a París todo el pequeño núcleo de la familia: ellos dos, los Elízaga, los Teresa, y Porfi ri-to con su mujer y sus hijos. La explosión de la Guerra Mundial los había sorprendido mientras veraneaban en Biarritz y en San Juan de Luz, y a casi todos los había obligado a quedarse en las playas del sur de Francia el resto del año de 1914 y los cuatro primeros meses de 1915.

En París don Porfi rio reanudó su vida de las primaveras ante-riores. Fue a ocupar con Carmelita —y los Elízaga, como de costumbre— su departamento de la casa número 28 de la Ave-nida del Bosque.

Todas las mañanas, entre nueve y diez, salía a cumplir el rito de su ejercicio cotidiano, que era un paseo, largo y sin pausas, bajo los bellísimos árboles de la avenida. Generalmente lo acompañaba Porfi rito; cuando no, Lila; cuando no, otro de los nietos o el hijo de Sofía. Su fi gura, severa en el traje y en el ademán, había acabado por ser a esa hora una de las imágenes características del paseo. Cuantos lo miraban advertían, más que el porte de distinción, el aire de dominio de aquel anciano que llevaba el bastón no para apoyarse, sino para aparecer más erguido. Porque siempre usaba su bastón de alma de hierro y puño de oro, tan pesado que los amigos solían sorprenderse de que lo llevara. “Es mi arma defensiva”, contestaba sonriente y un poco irónico.

Cada semana o cada quince días, Porfi rito alquilaba caballos en la Pensión de la Faissanderie, próxima a la casa, y entonces, montados los dos, prolongaban el paseo hasta el interior del bosque. Aquellas caminatas, lo mismo que las otras, le senta-ban muy bien: le vigorizaban su salud, ya bastante en declive, de hombre de ochenta y cinco años; le entonaban el cuerpo; le alegraban el espíritu.

Por las tardes, salvo que hubiera que corresponder alguna visita, se quedaba en casa. Era la hora de escuchar las noticias de los periódicos, que le leía el Chato, y de escribir o dictar car-tas para los amigos que todavía no lo olvidaban. Porfi rito lle-gaba a poco, y entonces era éste el encargado de la lectura, o, juntos los dos, o los tres —y a veces también con algún ami-go—, estudiaban la marcha de la guerra y veían en unos mapas

plantados de banderitas blancas y azules las posiciones de los ejércitos.

De la colosal contienda europea, a don Porfi rio sólo le inte-resaba lo estricta mente militar, y esto en sus fases de carácter técnico. Sobre el posible resultado humano y político, ni una palabra. No tenía preferencias por unos ni por otros, o, si las tenía, las callaba, acaso por iguales sentimientos de gratitud ha-cia franceses, ingleses y alemanes, que lo habían recibido con análogos extremos de cordialidad. Francia lo acogió con los brazos abiertos; el Káiser le pidió que viniera a sentarse a su lado; en El Cairo, lord Kitchener lo recibió ofi cialmente en nombre del gobierno inglés.

Un día a la semana su distracción eran los nietos, a quienes profesaba cariño profundo, si bien un poco reservado y estoi-co. Porfi rito, que vivía en Neuilly llegaba con ellos desde por la mañana, para alargarles la estancia con el abuelo. Aunque Lila se mostraba siempre la más afectuosa, él prefería al pri-mogénito, que era el tercer Porfi rio.

Por las mañanas, o por las tardes —o a comer con él, con Carmelita y los Elízaga—, a menudo venía también María Lui-sa, la otra cuñada, a quien acompañaba a veces su hijo José. Lo visitaban con asiduidad Eustaquio Escandón, Sebastián Mier, Fernando González, la señora Gavito. De cuando en cuando se presentaba algún otro mexicano de los que vivían en París o que por allí pasaban.

Carmelita lo acompañaba siempre, salvo en la hora del ejer-cicio matinal. Se desayunaban a las ocho, comían a la una, ce-naban a las nueve, se acostaban a las diez. Como el departa-mento no era muy grande —se componía de un recibimiento, una sala, un comedor, dos baños, cuatro alcobas— aquella vida, sosegada y uniforme, transcurría en una atmósfera de cons-tante intimidad y de un sabor netamente mexicano. Porque a toda hora se entretejía allí con la vida diaria, en lo importante y en lo minúsculo, la imagen de México, y aun había presen-cias accesorias, y otras, mudas, que la evocaban. El cocinero, el criado, las recamareras eran los mismos que con don Porfi rio habían salido al destierro desde la calle de Cadena. Algunos de los muebles habían estado en Chapultepec.

También las conversaciones giraban alrededor de México, pero no de México como entidad actual, sino de un México convertido en sustancia del recuerdo. Era Oaxaca, era la No-ria, eran matices o anécdotas de la vida, ya lejana, y tan dife-rente, que se había quedado atrás. Sonriendo recordaba él al viejo Zivy asomado a la puerta de “La Esmeralda” y diciéndole a sus empleados: “Pongan el cronómetro a las ocho menos tres minutos: allí viene el coche de don Porfi rio”. A veces comenta-

Muertes históricas*Martín Luis Guzmán

* Martín Luis Guzmán, Obras completas III, fce, México, 2010.

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ba alguna frase de don Matías Romero, o de Justo Sierra, o lo que en tal ocasión había tenido que hacer Berriozábal, o Riva Palacio. De lo del día, de la lucha regeneradora o asoladora —unos se lo insinuaban de un modo, otros de otro—, no había para qué hablar. En esto su juicio era terminante: “Será buen mexicano —decía— quienquiera que logre la prosperidad y la paz de México. Pero el peligro está en el yanqui, que nos ace-cha”. De allí no había quien lo sacara ni quien se saliera. Sólo un suceso le merecía juicios en voz alta: el crimen de Victoriano Huerta. Lacónico, lo declaraba execrable; y concluía luego, para no dar tiempo a más amplias opiniones: “¡Pobre Félix!”

A mediados de junio empezó a sentirse mal. Le sobrevino la misma desazón de dos años antes en Biarritz, la misma fatiga, los mismos amagos de bronquitis y de resequedad en la gar-ganta. Pero ahora lo acometían más fuertes mareos al mover súbitamente la cabeza y se le nublaba más lo que estaban vien-do sus ojos. Le zumbaban los oídos al grado de ahuyentarle el sueño. Se le dormían los dedos de las manos y de los pies.

Por de pronto no hizo caso: su hábito le ordenaba no enfer-marse. Luego, consciente de que su malestar se acentuaba, mandó llamar al doctor Gascheau, un médico del barrio, que ya lo había atendido de alguna otra dolencia, ésa más leve, y que le inspiraba confi anza y simpatía.

A él Gascheau le dijo que aquello no era nada: el cansancio natural de los años; convenía evitar todo ejercicio, todo esfuer-zo; debía descansar más. Pero a Carmelita y Porfi rito el médi-co no les disimuló lo que ocurría: era la arteriosclerosis en for-

ma ya bastante aguda. Como dos años antes en Biarritz, quizá el enfermo se sobrepusiera y se aliviara; pero había más proba-bilidades de que eso no sucediese.

Don Porfi rio dejó de salir. Ahora se estaba sentado en una silla que le ponían junto a la ventana. Desde allí miraba los árboles de la avenida, que diariamente lo habían acompañado en sus paseos. Se entretenía en escribir, de su puño y letra, una que otra carta. Le contaba a Teodoro Dehesa los detalles de su mal. Cansado o absorto, volvía la vista hacia la ventana; contempla-ba las puestas del sol.

Cerca de él siempre, Carmelita le conversaba para distraer-lo. Procuraba que los temas, variando, lo interesaran. Esfuer-zos inútiles; a poco de abordar ella cualquier asunto, el pensa-miento de don Porfi rio y sus palabras ya estaban en Oaxaca o en la Noria. “¡Cómo le gustaría volver!” “Allá le gustaría des-cansar y morir”.

El cuidado por el enfermo aumentó las visitas; pero se pro-curaba abreviarlas para que no lo fatigasen. Él pedía que le tra-jeran a los nietos y que los tuvieran jugando allí: eso no lo can-saba. Llegaba Lila con sus halagos; venía el segundo Porfi rito a dejarse querer. Había un recién nacido; Luisa, la nuera, se acercaba a la silla, le ponía en las piernas al niño, y entonces él se quedaba mirándolo en ratos de profunda contemplación.

Para ocultar un poco la inquietud —porque todos estaban inquietos y temían revelarlo— Porfi rito y Lorenzo comenta-ban entre sí la guerra, o con Carmelita, o con Sofía, o con María Luisa, o con José. Don Porfi rio atendía unos instantes y

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luego tornaba a su obsesión: “¿Qué noticias había de Oaxaca?” “Otros años, por esa época, la caña de la Noria ya estaba así” —asegu raba levantando la mano—. Se detenía en el recuerdo de su madre y de su hermana Nicolasa, o evocaba conversacio-nes y escenas de tiempos ya muy remotos: “Borges, el segundo marido de Nicolasa, le había dicho una vez esto o aquello”.

El 28 de junio tuvo que guardar cama, pero no porque algo le doliera o le quebrantara particularmente, sino porque su desa-zón, su fatiga eran tan grandes que apenas si le dejaban ánimos de hablar. El hormigueo de los brazos, la sensación de tener como de corcho los dedos de las manos y de los pies, le ataca-ban ahora más a menudo. Procuraba no mover bruscamen te la cabeza para no desvanecerse.

Gascheau, que venía a mañana y tarde, le dijo que sólo eran trastornos de la circulación; que si se sentía mejor en la cama, le convenía no levantarse; acostado sentiría menos los desva-necimientos y no se le nublarían tanto los ojos. “Sí —comenta-ba él, con acento de quien todo lo sabe—: la circulación”, y paseaba la vista por sobre cada uno de los presentes, para quie-nes, en apariencia, todo seguía igual. Porque realmente sólo los accesos de tos, por la resequedad de la garganta, parecían ser algo mayores.

Cuando se iba el médico, don Porfi rio decía, dirigiéndose a Carmelita, la cual no lo dejaba ya ni un instante: “Es la fatiga de ¡tantos años de trabajo!”

El día 29, hablando a solas con Porfi rito, Gascheau advirtió que el fi nal podía producirse dentro de unos cuantos días o dentro de unas cuantas horas. El abatimiento físico, no el moral, em-pezaba a adueñarse de don Porfi rio, que ya casi no se movía en su cama. Ahora tenía mareos continuos, y la resequedad de su garganta se había convertido en molestia permanente.

Esa mañana pidió que viniera un sacerdote. Por la tarde le trajeron uno, español —de la iglesia de Saint Honoré l’Eylau—, al cual dijo que quería confesarse. Hizo confesión y en seguida se habilitaron altar y capilla para que comulgase. Además de aquel sacramento, recibió ese día la bendición apostólica, que le trajo el padre Carmelo Blay, un sacerdote mexicano del Colegio Pío Latino de Roma, a quien él conocía. Don Porfi rio manifestó extraordinaria beatitud al verlo y puso visible atención a las sagradas palabras. El padre Carmelo Blay también lo ungió con los santos óleos.

A media mañana del 2 de julio la palabra se le fue acabando y el pensamiento haciéndosele más y más incoherente. Parecía decir algo de la Noria, de Oaxaca. Hablaba de su madre: “Mi madre me espera”. El nombre de Nicolasa lo repetía una y otra vez. A las dos de la tarde ya no pudo hablar. Era una como parálisis de la lengua y de los músculos de la boca. A señas, con la intención de la mi rada, procuraba hacerse entender. Se dirigía casi exclu-sivamente a Carmelita. “¿Cómo?” “¿Qué decía?” “¡Ah, sí: la Noria!” “¿Oaxaca?” “Sí, sí: Oaxaca; que allá quería ir a morir y a descansar.”

Se complació oyendo hablar de México: hizo que le dijeran que pronto se arreglarían allá todas las cosas, que todo iría bien. Poco a poco, hundiéndose en sí mismo, se iba quedando inmó-vil. Todavía pudo, a señas, dar a entender que se le entumecía el cuerpo, que le dolía la cabeza. Estuvo un rato con los ojos entreabiertos e inexpresivos conforme la vida se le apagaba.

Perdió el conocimiento a las seis. Por la ventana entraba el sol, cuyos tonos crepusculares doraban afuera las copas de los castaños. Los rayos, oblicuos, encendían los brazos y el asiento de la silla y casi atravesaban la estancia. Era el sol cálido de ju-lio; pero él, vivo aún, tenía ya toda la frialdad de la muerte. Car-melita le acariciaba la cabeza y las manos; se le sentían heladas.

A las seis y media expiró, mientras a su lado el sol lo inunda-ba todo en luz. No había muerto en Oaxaca, pero sí entre los suyos. Rodeaban su cama Carmelita, Porfi rito, Lorenzo, Lui-sa, Sofía, María Luisa, Pepe, Fernando González y los nietos mayores.

Se llenó la casa con funcionarios de la República Francesa y con delegados de la ciudad de París. Vino el jefe del cuarto militar del presidente Poincaré; se presentó el general Niox, que había recibido a don Porfi rio a su llegada a Francia y le había puesto en las manos la espada de Napoleón; desfi laron comisiones de los ex combatientes. Acababa de morir algo más que una persona ilustre: el pueblo de Francia rendía homenaje al hombre que por treinta años había gobernado a otro pueblo; el ejército francés traía un saludo para el soldado que medio siglo antes había sabido combatirlo. Pero eso era el valor ofi -cial: el duelo íntimo quedaba reservado para el país remoto y presente. Porque lo más de la colonia mexicana de París acu-dió en el acto trayendo su reverencia, y otros hijos de México, al conocer la noticia, llegaron desde Londres, desde España, desde Italia.

Quiso Carmelita que se hicieran honras fúnebres. El servicio religioso, a la vez solemne y modesto, se celebró en Saint Ho-noré l’Eylau, y allí quedó depositado el cadáver en espera de su tumba defi nitiva. Año y medio después se sacaron los despojos para llevarlos al cementerio de Montparnasse. El sepulcro es una capilla pequeña, en cuyo interior, sobre una losa a modo de ara, se ve una urna de cristal que contiene un puño de tierra de Oaxaca. Por fuera, en lo alto, hay inscrita un águila mexica-na, y debajo del águila un nombre compuesto de dos palabras.

Rugía en México la lucha entre Venustiano Carranza y Francis-co Villa. El 2 de julio Carranza recibió en Veracruz un telegra-ma que lo apartó un momento de las preocupaciones de la con-tienda. El mensaje venía de Nueva York y, conciso, decía así:

“Señor Venustiano Carranza, Veracruz: Prensa anuncia es-tos momentos hoy siete de la mañana murió en Biarritz el ge-neral Porfi rio Díaz.—Salúdolo afectuosamente.— Juan T. Burns.”

México, septiembre de 1938 G

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La obra de Martín Luis Guzmán no sólo nos muestra un pano-rama amplio y profundo del México que le tocó vivir y sobrevi-vir; sino también nos invita a disfrutar gran literatura. No sólo por su estilo y su narrativa sino, sobre todo, por su capacidad para retratar a los personajes históricos y recrear circunstancias en las que la historia y la tragedia se funden en un género lite-rario particular.

Considerado como uno de los mejores, si no el mejor, de los narradores mexicanos, nos dejó una amplia obra narrativa y ensayística que el Fondo de Cultura Económica ha reeditado en ocasión del Centenario de la Revolución.

La obra y la vida de Martín Luis Guzmán, en efecto, tie-nen como centro gravitacional la gesta revolucionaria (aunque también destacan sus historias de piratas y sus ensayos biográ-fi cos). Sus primeros ensayos, reunidos en La querella de México, delinean puntos de referencia que habría de mantener en sus ensayos y artículos posteriores, sobre todo evidencias sobre la imposibilidad de una política civilizada en México, la errónea tendencia a creer en los caudillos o bien en los modelos ajenos; la alternativa, o bien el dilema, entre la improvisación o la bar-barie; constantes que ilustraría en sus novelas.

Las Obras completas nos brindan la oportunidad para leer justo estas conexiones entre narrativa y ensayo, entre la repre-sentación de la historia como tragedia y las refl exiones y las herramientas que respaldan sus novelas.

Así, en su ensayo “Diego Rivera y la fi losofía del cubismo” cuenta cómo al posar para un retrato del joven pintor, aprendió —y adoptó, ahora sabemos— un concepto del cubismo: “‘Ci-fra facial’ es el pequeño conjunto de rasgos indispensables para producir el parecido de una fi gura. Al hacer un retrato, Rivera construye primeramente un cuerpo, un busto, una cabeza, y, al fi n, superpone la ‘cifra facial’.”

En su obra narrativa es claro cómo Guzmán se esmera en des-cubrirnos la “cifra facial” de los personajes históricos. Si bien este arte se aprecia en su máxima expresión en su última obra narrativa publicada, Muertes históricas, han sido más leídas y co-mentadas El águila y la serpiente y La sombra del caudillo. Guzmán siempre insistió en que mientras la primera es fi cción la segunda es real. La declaración desconcierta, pues en El águila y la serpien-te se narran las peripecias de un joven estudiante enrolado en la Revolución e interactuando con los principales caudillos revolu-cionarios. Personajes históricos, circunstancias documentables y pasajes autobiográfi cos. Y sin embargo el autor juega a presentar su crónica como fi cción en contraste con su otra obra mayor.

La trama de La sombra del caudillo fusiona la rebelión enca-bezada por Adolfo de la Huerta contra la imposición de Calles con los movimientos políticos que, tres años más tarde, culmi-naron en el asesinato del general Francisco Serrano y de sus se-guidores, opositores a la reelección de Obregón. Sintetiza una cultura política recién parida por la guerra, que mantiene más de guerra que de política. Años antes, había diagnosticado el quid de la política mexicana, que se demostraba una vez más en el asesinato de Francisco Serrano en Huitzilac: los triunfadores no pueden permitir disidencias, pues político con aspiraciones frustradas es general rebelde; la imposición y el aniquilamien-to del contrario marcaban la génesis del poder revolucionario que instauraba su legitimidad en prácticas similares a las del régimen que combatieron. Lo que Vicente Blasco Ibáñez con-sidera como una enfermedad cifrada en el militarismo mexica-no, Guzmán encuentra un fenómeno más complejo, donde los motivos trágicos, la investigación histórica y la disección de la política se conjuntan y se expresan.

Rescató a las fi guras verdaderas —“todos” los personajes son reales, diría más tarde— para obtener arquetipos de los revolu-cionarios en el poder; con los personajes de carne y hueso reali-zó mezclas, agregados, soluciones; los presentó encarnando las ambiciones, las razones, los proyectos, las opiniones y las pa-siones que dominaban el ambiente de la clase política mexicana en su tránsito de los cuarteles hacia las ofi cinas de gobierno.

De esta genética histórico-literaria resultó una realidad po-derosa. Al grado que cuando, diez años después de los sucesos, los testigos presenciales testifi caron, sus versiones se parecían demasiado a la novela.1

Más allá del rigor histórico que pudiera resultar de la com-binación de los personajes y de las situaciones que se conjuga-ron en las rebeliones delahuertista y serranista, La sombra del caudillo cifra la constante histórica y los modos en los que se presenta: el caudillismo y las costumbres e ideas políticas que genera y en las cuales se forja. Los hechos y las interpretaciones históricas adquieren un rango de verdad en la forma literaria, una interpretación que recuerda los hechos y necesariamente infl uye en la interpretación posterior de ellos. Este era, además, el propósito explícito de Guzmán, quien consideraba la verdad histórica como necesitada de los recursos literarios.

“La sombra del caudillo —dijo Guzmán a Emmanuel Carba-llo— al mismo tiempo que es una novela, es una obra histó-rica en la misma medida en que pueden serlo las Memorias de Pancho Villa. Ningún valor, ningún hecho, adquiere todas sus

1 Luis Leal, “La sombra del caudillo, una roman à clef”

Los claroscuros de la RevoluciónJaime Ramírez Garrido

* Martín Luis Guzmán, Obras completas, fce, México, 2010.

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proporciones hasta que se las da, exaltándolo, la forma litera-ria. Es entonces cuando adquiere rango de verdad, y cuando lo mira con sus sentidos vulgares un historiador cualquiera, que ve pero que no sabe entender, expresar, lo que sus ojos han mirado. Las verdades mexicanas están allí por la fuerza literaria con que están vistas, recreadas”.

Las Memorias de Pancho Villa es el proyecto más ambicioso de Guzmán. Una obra monumental basada en documentos dicta-dos por el caudillo. Guzmán se preciaba de conocer y ser capaz de reproducir el habla de Villa y presentar su vida en primera persona. Guzmán consideraba esta obra como una compensa-ción a la falta de justicia con la que se había tratado a Villa:

“Las Memorias, para que las siga el lector, se deben leer como mucha gente lee El Quijote: abrirlas al azar y leer unas cuantas páginas. A Villa no se le había puesto en su lugar hasta que escri-bí las Memorias. El hombre que aquí aparece es el verdadero Vi-lla, no el deformado por las leyendas contradictorias difundidas por amigos o enemigos. Tengo el orgullo de decir que mientras no se levante, en la ciudad de México, el monumento que mere-ce, y lo merece por haber sido la expresión humana de la fuerza que hizo posible la Revolución, su monumento es mi libro”.2

La obra funciona como un monumento en más de un sen-tido. Si bien la reconstrucción sintáctica y semántica del habla de Villa —a pesar de evidentes guiños cultos, pequeñas traicio-nes del lenguaje a su domador y de un estilo donde brinca el

2 Entrevista con Emmanuel Carballo (1958) en Protagonistas de la literatura mexicana, p. 90.

pastiche antes que la voz del caudillo— puede tomarse como un gran ejercicio del dominio del lenguaje y de la memoria del autor, sin embargo carece de la efi cacia narrativa, de la fl uidez y de la habilidad para retratar personajes y situaciones que había mostrado en sus libros anteriores

El poder de su prosa vuelve, sin embargo, en Muertes his-tóricas. Si Alfonso Reyes emparentaba, con sus elogiosas des-cripciones de la prosa histórica del autor de Muertes históricas, a Guzmán con Plutarco, habría que sumar a la formación clási-ca del biógrafo la lectura de ingleses. William Hazlitt y, sobre todo, Lytton Strachey se vislumbran tras la prosa directa, apa-rentemente objetiva, sumarísima, que describe con un mínimo de trazos la personalidad y el entorno de los personajes en su última situación.

Infl uencias aparte, Guzmán declaró que para Muertes histó-ricas empleó un procedimiento técnico, compartido con Febrero de 1913 —que en realidad es una muerte histórica más—: “re-ducir la visión de lo histórico a lo esencial, y procurar que las esencias se refl ejen en las palabras”3. Como Strachey, el pro-pósito era más ilustrar que explicar; devolver a la historia de la Revolución Mexicana —tan reciente y tan documentada— la sencillez mediante el rescate de lo esencial.

Este rescate esencial de la historia de la Revolución Mexica-na, con esta reedición, es sin duda una de las mejores formas de conmemorarla. G

3 Entrevista con Emmanuel Carballo (1963), p. 96.

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2007-2010: Entre el desánimo y la esperanza

Han sido, son años difíciles. En cada elección competida se reedi-

tan los comicios del 2006, la guerra contra el narco decretada por

Felipe Calderón fue como una poda para la violencia que nos tie-

ne en la incertidumbre de la inseguridad, las mayorías padecen

el impacto de las crisis financiera y económica y crece la desapro-

bación hacia los políticos y los gobernantes.

Pese a todo, sobrevive la esperanza porque poco a poco se van

consolidando los contrapesos institucionales o sociales. La socie-

dad goza de márgenes razonables para organizarse y expresarse,

un relativo acceso a la infor mación y, de cuando en cuando, algo

de justicia por medio de una legalidad cara, lenta e impredecible.

Sería un despropósito pretender capturar en documentos los

centenares de historias que van tejiendo un nuevo capítulo de la

transformación del país. Preferí bosquejar algunos de los grandes

problemas nacionales y los esfuerzos que está haciendo aquella

parte de la sociedad empeñada en refundar la democracia.

Miguel Ángel Granados Chapa inició su carrera como periodis-

ta independiente en 1964. En octubre de 2008 el Senado de la

República le otorgó la Medalla Belisario Domínguez; rescato los

párrafos de su discurso en los que plantea el dilema que enfren-

tamos.

No es que la sociedad mexicana carezca de experiencia ante las crisis, la ha adquirido a fuerza de golpes, de caer y levantarse, de deplorar lo perdido y comenzar de nuevo, pero pocas veces en la historia habían convergido adversidades de tan distinta índole y semejante gravedad que hacen de las sombrías horas que corren, horas de defi nición, de las que emergerá la sociedad disminuida y en riesgo de descomposición y aun de enfrentamiento o engran-decida para superar la magnitud del desafío para que sea por una vez madre providente de sus hijos.

[…]Los poderes fácticos, los que gobiernan sin haber sido elegi-

dos, los que buscan y obtienen ganancia de negocios que atentan contra el interés general gobiernan en mayor medida que los go-biernos; la lucha de unos y otros poderes ilegítimos contra la so-ciedad, su éxito en el propósito de dominarla es favorecida por una situación económica, material cada vez más adversa, menos

propiciatoria que la prosperidad y la expansión de la potencialidad humana.

Muchos creemos percibir la difusión de una desesperanza, de un desánimo social, un desencanto con las formas democráticas, un cinismo social que como los depredadores en infortunios im-puestos por la naturaleza aprovechan la desgracia ajena para me-drar.

[…]No nos deslicemos a la desgracia, menos aún caigamos de súbi-

to en su abismo, cada quien desde su sitio, sin perder sus convic-ciones, pero sin convertirlas en dogma que impidan el diálogo, impidamos que la sociedad se disuelva.

Miguel Ángel Granados Chapa, “Discurso íntegro de Miguel Ángel Grana dos Chapa al recibir la Medalla Belisario Domín-guez”. Reforma, 7 de octubre de 2008.

¿Estado fallido?

La inseguridad, la debilidad del Estado y la impunidad han sus-

citado la inquietante posibilidad de un Estado fallido. René Del-

gado da una aguda opinión sobre el tema.

En el exterior se comienza a percibir a México como un Estado fallido, en el interior no.

Dentro del país, la élite política no advierte el peligro de la ines-tabilidad, el crecimiento de la violencia y el descontento social, en suma, de la ingober nabilidad. Por lo mismo, no está dispuesta a moverse un ápice de su conduc ta tradicional, siendo que la cir-cunstancia exige precisamente cambiar.

La gravedad de la situación nacional no conmueve a esa élite. Por el con trario, la reconfi rma en la idea de echar mano del soco-rrido recurso y discurso del “aquí no pasa nada”. Y, en esa lógica, norma su movimiento a par tir de muy viejos principios: uno, mientras en el país no se sepa la gravedad de lo que ocurre, la rea-lidad no existe; dos, mientras el problema se maneje como un asunto de imagen, muy poco importa lo que suceda; tres, mientras el crimen organizado aparezca como el origen de todos los males, nosotros (la élite política) podemos seguir cometiendo nuestras tropelías; cuatro, mientras se sostenga la noción de que la crisis es sólo económica, las otras crisis no tienen impacto; y, cinco, mien-tras se traslade el peso de la crisis a la sociedad, no hay por qué reducir nuestro propio ritmo de gasto ni por qué modifi car nues-tra conducta.

¿A dónde va México?: 2006-2010*Sergio Aguayo Quezada

* Sergio Aguayo Quezada, La transición en México, fce, Colmex, México, 2010.

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Así, irresponsablemente, el grupo en el poder avanza en la di-rección justamente que conduce a un Estado fallido. Un Estado frágil por la pérdida del dominio y el control del territorio, frágil porque ya no es suyo el monopolio de la fuerza ni el de tributo, y frágil también por la distancia que el gobierno y los partidos en-sanchan con la sociedad, poniendo en riesgo el concepto de na-ción.

René Delgado, “Rumbo al Estado fallido”, Reforma, 31 de enero de 2009.

Al poco tiempo de llegar a la presidencia, Felipe Calderón le de-

claró la guerra al narco. En un discurso ante la Fuerza Aérea

(febrero de 2008) bosqueja la amenaza y se muestra optimista

sobre el desenlace.

Gracias a mujeres y hombres como ustedes recuperaremos la se-guridad en Guerrero, en Michoacán, en Baja California, en Sinaloa, en Chihuahua, en Durango, en Tamaulipas, en Nuevo León, y en toda región del país que esté amenazada por el crimen organiza-do, ése es el enemigo.

El Estado mexicano es más fuerte que cualquier organización criminal, los institutos militares de la República son más fuertes que cualquier banda de delincuentes, y vamos a utilizar toda la fuerza del Estado para responder a quienes desafían a la autoridad y a la sociedad, para responder a quienes retan a las instituciones y ponen en peligro el futuro del país.

Ése ha sido, por desgracia, el caso de ciudades y regiones del país donde la delincuencia pretende establecer su dominio, y a no-sotros, quienes es tamos investidos de la responsabilidad de servir a

los ciudadanos con el po der y la fuerza que los propios ciudadanos nos han conferido, nos corresponde el evitarlo.

Pero se necesita, sí, la comprensión y el apoyo de los ciudada-nos, porque ésta será una batalla ardua y difícil, que tomará tiem-po, que costará recursos económicos y, por desgracia, vidas huma-nas.

Pero la alternativa es muy clara: o rescatamos a México o can-celamos un futuro de prosperidad que merecen los hijos de todos los mexicanos.

Palabras de Felipe Calderón durante el Desayuno Conmemorati-vo del Día de la Fuerza Aérea Mexicana, 10 de febrero de 2008.

Exactamente dos años después, Tere Almada, una dirigente social

de Ciu dad Juárez, circuló una carta por internet con un balance

sombrío sobre la guerra contra las drogas. Lo hizo después del

asesinato de 28 personas, la mayoría jóvenes estudiantes.

[…]Juárez se nos cae a pedazos. Algunos de los datos, según estu-

dios recientes del imip [Instituto Municipal de Investigación y Planeación] y colef [Colegio de la Frontera Norte] eran: 116 000 viviendas vacías (la cuarta parte de las de la ciudad), se calcula que (entre 2008 y 2009) alrededor de 100 000 juarenses se han ido a vivir a El Paso, Texas (principalmente los de mayores ingresos económicos), muchos otros han regresado a sus lugares de origen o se han ido a otras ciudades de México. […]

Llevamos dos años con miles de soldados y policías en la calle, soportando retenes y abusos y la pregunta que nos hacemos mu-chos es ¿a quién combaten?, porque hasta ahora no los hemos vis-

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to en ninguna acción contra narcotrafi cantes y como decía al-guien: se han vuelto especialistas en la escena del crimen, a la que procuran llegar un buen rato después, para asegurarse que los ase-sinos se han ido.

A ratos no sé qué nos duele más a los juarenses: si la muerte, que se ha vuelto una realidad cotidiana, la indiferencia hacia el dolor de las víc timas y sus familias (como el caso de la niña que fue atropellada por una camioneta del ejército, perdió una pier-na y ahora el hospital quiere quitarle la casa a la familia, porque debe cien mil pesos; el padre desespera do dice que en la sedena no le quieren pagar y ya los soldados ni lo dejan entrar); el dis-curso de las autoridades, que siempre afi rman que los ase sinados eran narcotrafi cantes, lo que lastima doblemente a las familias; los espectaculares por toda la ciudad: “Policía municipal lista”, “Subprocu raduría de Justicia: metas ¡rebasadas!”, “El Ejército y la Policía Federal vienen a salvar a Ciudad Juárez”; el cinismo y la trivialidad de los fun cionarios y la clase política de los tres ni-veles de gobierno, como si nada hubiera pasado o la manera como los funcionarios federales con los que hemos intentado generar interlocución distintos sectores de la so ciedad para bus-car una salida nos ven y nos tratan a los juarenses, con una acti-tud cargada de indiferencia y descalifi cación, sin asumirse como hombres de Estado, como si la responsabilidad del país no estu-viera en sus manos […]

En mayo pasado, cuando asesinaron a su padre, mi hijo me lan-zó la pregunta “¿Mamá y no nos vamos a ir a otra ciudad?” Yo le contesté que era importante quedarnos para luchar por que las co-sas cambiaran en nues tra ciudad. Hoy siento que el tiempo y las fuerzas se nos agotan y Ciudad Juárez se nos muere de tristeza.

Carta de Tere Almada, en que denuncia la situación crítica de Ciudad Juárez, febrero de 2010, disponible en http://www.caritas-mexico.org/images/ Juarez_se_nos_muere_de_tristeza.pdf.

La prensa libre es pilar de la democracia. En los siguientes párra-

fos, Dolia Estévez sintetiza la difícil situación de la prensa mexi-

cana.

Asesinar y amenazar a periodistas con impunidad tiene conse-cuencias negativas para la consolidación de un Estado democráti-co moderno y para el régimen de derecho. El derecho a la infor-mación de los ciudadanos es violado cada vez que un reportero o reportera es asesinado, secuestrado, atacado o forzado a recurrir a la autocensura para proteger su vida. No hay nota que valga una vida. En muchos lugares en México, el narcotráfi co, la delincuen-cia, la corrupción y el mal gobierno, temas que afectan la vida cotidiana del ciudadano promedio, no están siendo cubiertos. Se está privando a los ciudadanos de información esencial que les permita tomar decisiones in formadas sobre políticas públicas que les atañen directamente. Los ciudadanos están siendo privados del tipo de periodismo de investigación que ha hecho de la prensa en Estados Unidos y en muchas otras naciones democrá ticas, el “perro guardián” de la democracia.

La inhabilidad del Estado mexicano para garantizar el derecho a la libertad de expresión, a través de una prensa libre e indepen-diente, y la aparente falta de voluntad política del gobierno mexica-no para proteger a los re porteros, periodistas, fotógrafos y edito-res, ha convertido a México en uno de los lugares más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo. En la última década, no ha habido un solo asesinato o desaparición de periodistas que se haya

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resuelto satisfactoriamente. En la gran mayoría de casos se permi-te que la impunidad impere. Nunca antes tantos reporteros ha-bían sido asesinados y agredidos como desde fi nales de 2006 cuan-do el presidente Felipe Calderón lanzó la “guerra a las drogas”. En 2009, México desplazó a Colombia como el país más peligroso e inseguro de Latinoamérica para los reporteros y el ejercicio pe-riodístico.

En los últimos 12 años, todos los asesinatos de reporteros que fueron confi rmados tomaron lugar en los estados, fuera de la ciu-dad de México. Artículo 19 y el Centro Nacional de Comunica-ción Social (Cencos), dos organizaciones no gubernamentales que unieron fuerzas para darle seguimiento a las agresiones contra pe-riodistas, informan que en 2009, Oaxaca, Veracruz y Chihuahua fueron los estados más peligrosos, donde acaeció el mayor núme-ro de ataques, aunque la cantidad más alta de homicidios se regis-tró en Durango, Sinaloa, Guerrero, Michoacán y Quintana Roo. Con un total de 11 reporteros asesinados y desaparecidos, 2009 fue uno de los años más mortales para el periodismo mexicano. Los datos de Artículo 19 y de Cencos muestran que al menos 70% de los asesinatos de reporteros están ligados directamente al ejer-cicio de la libertad de expresión y a su desempeño periodístico. En 2009, se registraron 244 agresiones a la libertad de ex presión, de las cuales 4.5% fue asesinato; 0.82%, desaparición; 44.6%, agresión física material; 19.2%, amenaza; 19.2%, intimidación; 9.4% detención y 2%, difamación e injuria.

De acuerdo con el Comité de Protección de Periodistas (cpj, por sus siglas en inglés), organización sin fi nes de lucro fundada en 1981 para proteger la libertad de prensa en el mundo, tan sólo en los últimos 10 años, han sido asesinados 32 editores y reporteros en México, cuando menos 11 en represalia directa por su trabajo de información. Además, 9 periodistas más, que cubrían la fuente policíaca y temas de corrupción, se hallan desaparecidos desde 2005, una cifra casi sin precedente en el mundo donde la “desapa-rición” de reporteros no es parte del menú de violencia contra los medios. Otros grupos defensores de la libertad de prensa y de los derechos humanos estiman que la cifra de muertos es más alta. Reporteros Sin Frontera, organización internacional con sede en Francia que defi ende la libertad de prensa en cinco continentes, reporta que desde 2000, 61 periodistas han sido asesinados en México y 9 más han desaparecido desde 2003. En su índice califi -cador de la libertad de prensa correspondiente a 2009, de un total de 175 países, Reporteros sin Frontera ubica a México en el lugar 137.

Dolia Estévez, “Protecting Press Freedom in an Environment of Violence and Impunity”, Washington, Woodrow Wilson Center for Scholars-Mexico Institute, mayo 2010, pp. 3-5.

La violencia contra los medios los ha llevado a la autocensura.

Quienes persisten deben tomar medidas extraordinarias para se-

guir informando. El presidente y director general de Grupo Re-

forma, Alejandro Junco de la Vega, relató en una conferencia lo

que han hecho para enfrentar la violencia.

He dedicado mi vida entera a la publicación de periódicos que han emprendido cruzadas por esas causas, he sostenido que ellos harán de México un país mejor.

[…] nosotros, los periodistas mexicanos, nos encontramos, como lo declara el título de este evento: en estado de sitio.

[…]

Pero nos arriesgamos a pagar un precio aún más alto.Así que nos ajustamos, hacemos cambios, y nuestras vidas se

llevan la peor parte.Ya no se publica el nombre de nuestros reporteros.Variamos nuestras rutas para evitar a los secuestradores.Nuestras familias no pueden ser rutinarias en sus vidas diarias.Y este año, por segunda vez en cuatro décadas, he tenido que

mudar a mi familia completa para buscar resguardo seguro dentro de Estados Unidos.

[…]

Alejandro Junco, Scared Silent: Mexico’s Journalists under Siege” [Conferencia], 16 de octubre de 2008, Columbia University.

La inseguridad se agrava por la certidumbre de la indefen-

sión. La norma es que los criminales y los poderosos disfruten de

la impunidad. Dos de los casos más escandalosos son los de Lydia

Cacho y Atenco. Lle garon a la Suprema Corte, que respetó el tex-

to de la ley, pero violentó la justicia, como se observa en estos

breves resúmenes del caso. El caso de la Guardería ABC de Her-

mosillo, Sonora, tuvo la misma suerte en 2010.

Sobre la detención de la periodista Lydia María Cacho Ribeiro el 16 de diciembre de 2005, por agentes de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Puebla con auxilio de particulares y con la anuencia de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Quintana Roo. En una votación dividida se decidió que la investi-gación debía ceñirse a determinar si hubo concierto de autorida-des para la violación grave de garantías individuales de la periodis-ta Lydia Cacho y no abordar lo respectivo a redes de pederastia y pornografía de menores.

Por una mayoría de 6 votos se decidió que no se demostró la violación grave de garantías individuales en perjuicio de la perio-dista Lydia María Cacho Ribeiro.

[…]El Pleno decidió que en los hechos ocurridos en los Munici-

pios de Texcoco y San Salvador Atenco, los días 3 y 4 de mayo de 2006, habían existido violaciones graves de garantías individuales, entre las que se encontró el uso de violencia sexual como forma de tortura contra las detenidas.

También se decidió que se pueden fi ncar participaciones indi-viduales y concretas, en las violaciones graves a garantías. Final-mente, por ocho votos contra tres, se resolvió que no puede atri-buirse participación en las vio laciones graves de garantías a los funcionarios federales y locales que autori zaron el uso de la fuer-za pública en el operativo del 4 de mayo de dos mil seis.

Acuerdos del Pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación sobre los casos de Atenco y Lydia Cacho.

En contadas ocasiones se obtiene algo de justicia. La historia

del sacerdote Marcial Maciel lo ilustra. Los periodistas y medios

que informaron inicialmente sobre su pederastia fueron hostiga-

dos. Es el caso de Salvador Guerrero Chiprés de La Jornada, de

Ciro Gómez Leyva y de Canal 40. De acuerdo con una crónica de

Luis Miguel Carriedo, Carmen Ariste gui y Javier Solórzano

perdieron sus programa en Televisa por las mismas causas.

A fi nales de octubre [de 2002] concluyó el ciclo del programa Cir-culo Rojo, serie periodística conducida por Carmen Aristegui y Ja-

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vier Solórzano en una coproducción de las empresas Televisa e Imagen Telecomunicaciones. A pesar de encontrarse en un buen momento, el proyecto llegó a su fi n por razones ajenas a los prin-cipales protagonistas de la serie.

Detrás de las explicaciones públicas, sin embargo, otros persona-jes y otras razones habrían incidido para que Círculo Rojo conclu-yera. Uno de esos motivos pudo haber sido la transmisión de los dos programas sobre los abusos sexuales del sacerdote Marcial Maciel, líder espiritual de la infl uyen te congregación Legionarios de Cristo, transmitidos el 15 y 17 de abril.

[…]Al término de la última emisión de Círculo Rojo, el miércoles 30

de octubre, Carmen Aristegui comentó en entrevista para Zócalo la trascendencia e impacto del programa sobre Maciel: “Fue un asunto muy fuerte, no solamente para la Iglesia católica, que eso de por sí ya era grave, sino por tratarse de una orden tan poderosa (los Legionarios de Cristo), tan infl uyen te y cercana a grupos de poder en este país”.

Agregó: “Yo rescato la posibilidad que tuvimos de transmitir el programa en condiciones tan abiertas y libres. Nos dieron ‘luz verde’ después de una conversación con Emilio Azcárraga, Ber-nardo Gómez, Leopoldo Gómez y Alejandro Quintero, apenas dos horas antes de salir al aire”.

[…]En el citado programa Maciel fue acusado por abuso sexual,

mediante el sometimiento psicológico, de un número indetermi-nado de seminaristas durante los años 40, 50 y 60. Las denuncias al respecto fueron ampliamen te difundidas por medios de comu-nicación estadunidenses. Algunas víc timas tendrían apenas diez años de edad cuando sufrieron los abusos del sacerdote.

Luis Miguel Carriedo, “Boicotearon a Canal 40 en 1997. ¿La mano de Los Legionarios de Cristo en el fi n de Círculo Rojo?”, Zócalo, número 34, 2002.

Ocho años después, los Legionarios de Cristo reconocieron que

las acusaciones contra el padre Maciel tenían fundamento. Lo

reconocieron y pidieron perdón públicamente.

Habíamos pensado y esperado que las acusaciones presentadas contra nues tro fundador fuesen falsas e infundadas, pues no co-rrespondían a la experiencia que teníamos de su persona y de su obra. Sin embargo, el 19 de mayo de 2006 fue emitida una comu-nicación de la Sala de Prensa de la Santa Sede como conclusión de la investigación canónica que la Congregación para la Doctrina de la Fe (cdf) había iniciado en el año 2004. En ese entonces, la cdf llegó a una certeza moral sufi ciente para imponer sanciones canónicas graves, correspondientes a las acusaciones hechas en contra del P. Maciel, entre las cuales se incluían actos de abuso sexual a seminaristas menores. Por lo tanto, profundamente cons-ternados debemos decir que estos hechos sucedieron […]

Queremos pedir perdón a todas aquellas personas que lo acu-saron en el pasado y a quienes no se dio crédito o no se supo escu-char pues en su momento no podíamos imaginarnos estos com-portamientos. Si resultase que ha habido alguna colaboración culpable, actuaremos según los principios de la justicia y caridad cristianas responsabilizando de sus hechos a estas personas […]

Dios en sus misteriosos designios eligió al P. Maciel como ins-trumento para fundar la Legión de Cristo y el Movimiento Reg-num Christi, y agradecemos a Dios el bien que realizó. A la vez aceptamos con dolor que, ante la gravedad de sus faltas, no pode-mos mirar su persona como modelo de vida cristiana o sacerdotal.P. ÁLVARO CORCUERA, L.C., DIRECTOR GENERAL, Y OTROS.

Álvaro Corcuera et al., “Comunicado sobre las presentes circuns-tancias de la Legión de Cristo y del Movimiento Regnum Chris-ti”, 25 de marzo de 2010. G

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El impulso hacia la institucionalización

La política mexicana del siglo xx se ha caracterizado por las contradicciones y las paradojas: durante casi siete décadas tuvi-mos un gobierno “revolucionario”, del cual, pese a su nombre, salieron varios presidentes de derecha. Y de entre todas las contradicciones de nuestra historia, ninguna ha resultado tan desconcertante como el nombre mismo del pri, Partido Revo-lucionario Institucional, amalgama de términos que siempre hace sonreír al visitante extran jero. ¿Es posible ser revolucio-nario e institucional a la vez? La revolución es una explosión de energía; la institución, una burocracia petrifi cada. ¿Cómo llegaron entonces a unirse estos dos términos antitéticos en el nombre del partido?

Pero a pesar de su nombre, que parece sacado de Ubu rey o de otra obra del teatro del absurdo, el pri logró mantenerse en el poder durante tantos años gracias, en parte, a la habilidad con que supo canalizar las fuerzas anárquicas de la Revolución —el caudillismo y las luchas de poder— para transformarlas en una serie de instituciones burocráticas.

La institucionalización fue una de las estrategias más astutas del pri. El partido no sólo institucionalizó la Revolución; insti-tucionalizó también la oposición y todo lo que representara amenaza a su hegemonía. Si no puedes vencerlos, institucionalíza-los, podría haber rezado el lema del pri. Durante los 70 años que permaneció en el poder, el pri se dedicó a incorporar a sus enemigos a su enorme burocracia: cuando los sindicatos de tra-bajadores se erigieron en una fuerza política importante, el pri los transformó en “el sector obrero” e hizo de su líder, Fidel Velázquez, uno de los hombres más poderosos de la política mexicana. Lo mismo pasó con otros grupos que podían haber amenazado la supremacía del pri: los industriales, los campesi-nos, el ejército, todos fueron convertidos en sectores y, al igual que la Revolución, institucionalizados. Con el paso del tiempo, el partido fue creciendo, hinchándose de nuevos sectores, hasta convertirse, en las palabras de Octavio Paz, en un “ogro fi lan-trópico”.

Aún podemos ver trazas de la obsesión priista por institucio-nalizarlo todo en la enorme burocracia mexicana, conformada por incontables secretarías, departamentos, institutos, comi-siones, consejos y asociaciones especializados en los asuntos más inverosímiles. Tenemos, por ejemplo, un Instituto Nacio-

nal de Estadística, Geografía e Informática; un Instituto Mexi-cano de Cinematografía, un Instituto Nacional de las Personas Mayores, un Instituto Mexicano de la Juventud y, por supuesto, un Instituto Nacional Indigenista. Hay un Consejo Nacional de la Fauna, un Consejo Nacional Agropecuario y un Consejo Nacional para la Prevención y el Control del Sida. No podían faltar las comisiones federales: las hay de la electricidad (la cfe), de las telecomunicaciones (la Cofetel) e incluso… de la competencia (la cfc, encargada de asegurar la licitación de los contratos de gobierno), y no hemos mencionado las asociacio-nes nacionales: hay una de actores (la anda), de porristas (la anp), de matadores de toros y novillos (la anmtyn), para no hablar de la Asociación Nacional de Cunicultores de México (Ancum). ¡Ni siquiera los conejos se escapan de la institucio-nalización!

En momentos de crisis —durante los primeros días del le-vantamiento zapatista en Chiapas, por ejemplo— la reacción del gobierno siempre ha sido la misma: crear un instituto o una comisión… quizá con la esperanza de que el confl icto se traspapele en el laberinto burocrático.

El museo como institución

El pri también descubrió que los museos son un instrumento muy útil para la institucionalización: además de fundar institu-tos, comisiones y consejos, el partido construyó cientos de mu-seos dedicados a todo tipo de temas, desde el mundo preco-lombino hasta la Revolución. Si consultamos el directorio de museos de la República, nos damos cuenta de cómo el impulso institucionalizador penetró en esta rama de la cultura: hay un Museo Nacional de las Intervenciones (¿qué otro país dedicaría un museo a las in tervenciones militares que ha sufrido?), un Mu-seo del Niño, un Museo Nacional de la Cartografía, un Museo del Desierto (en el estado de Coahuila), un Museo de la Aves de México, un Museo de Anatomía, un Museo de la Charrería, un Museo de la Piel y el Calzado, un Museo de la Droga (ad-ministrado por la Secretaría de la Defensa Nacional [entre otros objetos, los visitantes pueden admirar una pistola incrus-tada de joyas y varios maniquíes vestidos de narco]).1 Tenemos incluso un museo cuyo nombre parece una caricatura de los museos mexicanos: el Museo de la Caricatura.

Durante el siglo xx varios críticos examinaron el papel del museo como institución (hay incluso una vertiente del arte con-

1 Véase “Santos, amuletos y pistolas ‘regalos’ para el Museo del Narco”, El Imparcial, 1° de junio de 2002.

Los museos de la ciudad*Rubén Gallo

* Rubén Gallo, Las artes de la ciudad. Ensayos sobre la cultura visual de la capital, fce, México, 2010.

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ceptual denominada “crítica institucional” que intenta criticar al museo desde dentro). André Malraux —que durante muchos años fungió de ministro de Cultura de Francia— opinó que gracias a los avances tecnológicos del siglo xx, en el futuro cualquier persona tendría la posibilidad de construir un museo personal, un “museo sin muros” hecho de reproducciones fo-tográfi cas de obras de arte.2 En contraste, el crítico alemán Theodor Adorno se mostró pesimista: los museos le parecían espacios muertos y aseveró que “la relación entre las palabras museo y mausoleo trasciende la asociación fonética”.3 El esta-

2 André Malraux, The Museum without Walls, trad. Stuart Gilbert y Francis Price, Doubleday, Garden City, Nueva York, 1967.

3 Theodor Adorno, “Valéry Proust Museum”, Prisms, mit Press, Cambridge, 1981, p. 182.

dunidense Douglas Crimp —uno de los expertos de la “crítica institucional”—opinó de manera polémica: a su parecer, “el conjunto de objetos expuestos en un museo se basa en la idea fi cticia de que constituyen un universo coherente de represen-taciones […] Sin esta fi cción, lo único que quedaría del museo sería un conjunto de chácharas, de bric-à-brac, una acumula-ción de fragmentos y objetos sin sentido ni valor”.4 Además de estos teóricos, otro crítico importante ha escrito una larga, elocuente y casi olvidada crítica del museo como institución: en Postdata, Octavio Paz analiza cómo la creación del Museo

4 Douglas Crimp, On the Museum’s Ruins, mit Press, Cambridge, 1993, p. 52.

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Nacional de Antropología e Historia le permitió al pri presen-tar una visión de la historia que legitimara su régimen.5

El Museo de Antropología presenta la historia de México como una evolución gradual que culmina con la Tenochtitlan azteca, lo que sugiere que este pueblo fue el más avanzado en la época precolombina. “Desde el punto de vista de la ciencia y la historia —escribe Paz—, la imagen que el Museo de Antro-pología presenta de nuestro pasado es falsa. Los aztecas no fueron de ninguna manera la culminación de las variadas cul-turas que les precedieron; de hecho, lo opuesto sería más acer-tado.”

Pero ¿qué interés pueden haber tenido los museógrafos al presentar una imagen del pasado mexicano tan errónea? A par-tir de los años veinte, el partido creó una curiosa interpreta-ción de la historia según la cual el México posrevolucionario sería el heredero del mundo azteca. Desde este punto de vista, la Colonia y el siglo xix fueron un largo paréntesis extranjeri-zante en la historia del México auténtico; solamente en el siglo xx, bajo el nuevo gobierno revo lucionario, el país recupera su verdadera identidad. La idealización del pasado azteca se con-virtió, para el pri, en una manera de legitimarse. “El régimen se ve —explica Paz— transfi gurado en el mundo azteca. Al contemplarse, se afi rma.”6 La imagen de la his toria que pre-senta a los aztecas como cúspide de la civilización precolombi-na sirvió también para enalte cer al partido como heredero de esa teleología. A fi n de cuentas, la función del Museo de An-tropología es la misma que la de los incontables monumentos, estatuas y murales construidos por el pri: enaltecer e inmorta-lizar al régimen.

El Museo Nacional de Antropología es ejemplo del anhelo priista por institucionalizarlo todo, incluso la cultura. Para Paz, esta conducta lleva a una forma de “petrifi cación”: en su lectura ese museo ofrece una imagen osifi cada de la historia de México. El antídoto a tal petrifi cación, concluye Paz, es el ejercicio de la crítica, “el ácido que disuelve las imágenes”.7 Hagamos uso, entonces, de la crítica para desmitifi car —como hizo Paz— el impulso institucionalizador de los museos mexi-canos.

Museos alternativos I: Vicente Razo

La táctica priista de apoyo a la cultura incluía actos de censura. Muchos artistas que exponían en galerías y museos del Estado evitaban tocar temas controvertidos en sus obras. Shifra Gold-man ha demostrado cómo esta censura tácita tuvo efectos te-rribles en la producción artística: se crearon obras inofensivas y desabridas, totalmente desconectadas de las circunstancias políticas en que fueron hechas.8

A mediados de los noventa, ciertos artistas decidieron rebe-larse contra el dominio ejercido por el Estado a través de sus museos. Vicente Razo inauguró el Museo Salinas en el baño de su departamento (fi gura 37) y publicó una Guía ofi cial del Museo Salinas, catálogo razonado de la colección permanente de su

5 Octavio Paz, “Crítica de la pirámide”, en El laberinto de la soledad, Fondo de Cultura Económica, México, 1993, p. 316.

6 Octavio Paz, “Crítica…”, p. 317.7 Ibid., p. 318.8 Shifra M. Goldman, Dimensions of the Americas: Art and Social

Change in Latin America and the United States, University of Chicago Press, Chicago, 1994.

institución, integrada por todos los juguetes, fi guritas y otras chácharas con la efi gie de Carlos Salinas de Gortari que apare-cieron en las calles de la ciudad de México días después de la devaluación de 1994. En la Guía, Razo explica por qué decidió abrir un museo para albergar estos objetos: “Considerando el estupor en que se hallan los museos mexicanos […] decidí que sería un acto saludable y necesario preservar estos testimonios originales de [la] historia mexicana en el espacio de un museo: quería activar estos objetos”.9

El acervo del Museo Salinas comprende una serie de muñe-cos y otras representaciones del ex presidente disfrazado de chupacabras (fi guras 39-40): objetos creados por artesanos anó-nimos durante uno de los momentos más intensos —y más ex-céntricos— de la política mexicana. Días después de que Sali-nas concluyera su sexenio en diciembre de 1994, la devaluación del peso provocó una de las peores crisis económicas en la his-toria del país. Millones de mexicanos perdieron sus ahorros, sus empleos y hasta sus casas, y la ira popular no tardó en seña-lar al culpable del desastre fi nanciero: Carlos Salinas.

La crisis económica coincidió con un suceso extraño: en el norte del país se hablaba de una bestia terrible —especie de murciélago gigantesco— que supuestamente atacaba al ganado y a otros animales para alimentarse de su sangre. La imagina-ción popular decidió que Salinas también era una especie de chupacabras —le había chupado la sangre a la economía del país— y no tardaron en aparecer por toda la ciudad de México muñecos, playeras, llaveros y otras chácharas con el ex presi-dente transformado en bestia alada.

Razo comenzó a coleccionar esos objetos que ahora forman el acervo del Museo Salinas: camisetas, calcomanías e incluso ta-tuajes (fi gura 41) con dibujos del ex presidente representado no sólo como chupacabras, sino como “chupadólares”, “chu-palanas”, “chupacasas” y, para resumir la amplitud de los males que su sexenio había ocasionado, como “chupatodo”.10

Otra sala del museo alberga una serie de objetos con la efi -gie del ex presidente: piñatas, judas, calaveras y diablos con la calva, el bigote y los colmillos de Carlos Salinas. Hay incluso una miniatura en que el aprendiz de brujo de Fantasía, la pelí-cula de Walt Disney, tiene la cabeza de Salinas (fi gura 42). Otra sala está dedicada a invenciones aún más insólitas: hay paletas Salinas y hasta una rata disecada —el objeto más su-rrealista de la colección— con la cabeza del ex presidente.

Como parodia de la obsesión del Estado mexicano por crear instituciones burocráticas, Razo redactó un compendio de “le-yes y estatutos” que defi nen la vocación y la misión de su mu-seo. Además, en homenaje al nepotismo que caracterizó la his-toria del pri, se autonombró director.

El Museo Salinas no es solamente un espacio para exponer una colección que jamás sería exhibida en los espacios estata-les; es además la antítesis del Museo Nacional de Antropología analizado por Paz. Si el Museo de Antropología pretende exal-tar al pri, el Museo Salinas se propone desacreditarlo; si el Museo de Antropología presenta una imagen idealizada del pasado, el Museo Salinas ofrece una crítica mordaz del presen-te; si el Museo de Antropología es un edifi cio monumental (Paz lo llama “templo” y lo compara con las pirámides), el Mu-

9 Vicente Razo, The Offi cial Museo Salinas Guide, Smart Art Press, Santa Mónica, 2002, p. 64.

10 Vicente Razo, The Offi cial…, pp. 35-38.

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seo Salinas está alojado en un sencillo departamento de la co-lonia Condesa. Si el Museo de Antropología crea mitos, el Museo Salinas los deshace. Y si el Museo de Antropología pone al pri sobre un pedestal, el Museo Salinas lo manda… al excusado.

Los artículos expuestos en el Museo Salinas expresan no la imagen ofi cial de la historia sino el sentimiento popular: estas chácharas nos dicen lo que sienten realmente los ciudadanos sobre el ex presidente: coraje, resentimiento, pero también risa… esa risa tan mexicana que también es un “ácido que di-suelve las imágenes”. Son una expresión honesta de la opinión de los mexicanos comunes y corrientes sobre la política del país, un tipo de apreciación popular que no tiene cabida en la historia ofi cial ni en sus monumentos o museos. A diferencia del Museo de Antropología, que presenta una versión de la historia concebida desde las más altas esferas del poder, el Mu-seo Salinas ofrece la versión de los de abajo.

Museos alternativos II: Gustavo Prado

También en los años noventa el pintor y fotógrafo Gustavo Prado se dio a conocer con una serie de performances, realizados

por sus dos alter-egos artísticos, uno masculino y el otro femeni-no. Su personaje masculino se llamaba Gustavo Prado y se de-dicaba a la pintura: creaba lienzos escandalosamente barrocos, adornados con telas y costuras, en que presentaba un desfi le de fi guras camp que iban de Frida a Morticia, pasando por otros personajes de caricatura como el Príncipe En-Khan-Tador. El femenino se llamaba Aurora Boreal y era fotógrafa, especialista en autorretratos. Aurora frecuentaba los estudios de fotografía del centro, adonde llegaba vestida de novia o de quinceañera para retratarse (fi gura 43).

Prado tomó el nombre de Aurora Boreal de una novela del escritor español Jardiel Poncela: “¿Conoces la Aurora Bo-real?”, pregunta un personaje. “Yo no conozco poetisas vene-zolanas”, responde otro.11 En una charla, Gustavo explicó que la obsesión de Aurora con la fotografía se remonta a su niñez:

A mí, cuando era chiquito, cada mes mi mamá y mi abuelita me disfrazaban de cosas que a ellas les parecían chistosas y me lleva-ban al mismo fotoestudio de las fotos de ahora, a ser retratado vestido de Batman, de Peter Pan, de rey, de conejo y de cuanta

11 Prado, entrevista con el autor, 1° de septiembre de 2003.

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cosa les pasaba por la cabeza. Así que cuando veinte años después llegué a tomarme fotos disfrazado, la cuestión no extrañó a la anciana dueña del fotoestudio.12

Veamos un ejemplo del trabajo de Aurora: el tríptico foto-gráfi co que lleva por título Yo ni existo (1994) y que presenta a tres mujeres vestidas de novia. La primera foto es un retrato de la abuela del artista tomada el día de su boda: “Se vistió de blanco”, dice el pie de foto. La segunda presenta a la madre del artista con un ramo de fl ores en las manos (“Ella no”, leemos al pie del marco). Por último, vemos una foto de Aurora con un vestido que no solamente es blanco sino que parece estar hecho de merengue: tul, raso y orlas (“¡Y yo ni existo!” procla-ma el pie de foto).

Aurora tuvo una carrera mucho más exitosa que Gustavo. Los curadores mexicanos y los críticos extranjeros quedaron embelesados por sus autorretratos camp y sus transgresiones a las normas del género. Gustavo casi no exponía sus pinturas pero a Aurora la invitaban a exhibir en galerías, museos y espa-cios independientes. ¿Pero por qué tanto interés en Aurora y tan poco en Gustavo? En una conferencia el artista ofreció la siguiente interpretación:

Aurora era un supositorio teledirigido a los curadores; tenía todos los ingredientes: 1. identidad de género; 2. fusil del extranjero (a partes iguales Yasumasa Morimura y Cindy Sherman); 3. apropia-ción de autoría ajena; 4. se veía bien trendy.13

El éxito de Aurora despertó celos intensos en Gustavo. La situación se volvió intolerable y un buen día Gustavo decidió matar a su alter ego femenino: un crimen artístico que presentó como performance en 1994. Para ello, Gustavo acudió a una fu-neraria del centro y le pidió al encargado que le mostrara un ataúd para una mujer de su peso y estatura. Para asegurarse de que el cadáver de Aurora cabría cómodamente en la caja, Gus-tavo probó varios modelos: se metió en uno, se recostó en otro, mientras el encargado le explicaba las diferencias entre ellos. Gustavo eligió un modelo austero —quizá en contraste con el estilo barroco de Aurora— pero el vendedor le advirtió que el Código Penal prohíbe la entrega de féretros a domicilio sin un acta de defunción. La ley en cuestión, sin embargo, no prohíbe la venta de ataúdes para llevar, así que Gustavo pagó su compra, montó el féretro en un diablito y lo empujó por las calles del centro —ante los ojos incrédulos de peatones y am-bulantes— hasta llegar a su casa.14 El ataúd de Aurora aún puede verse en un rincón del departamento (aunque el cuerpo, como en la obra de Teresa Margolles, está ausente).

Tras la muerte de Aurora —“Aurora murió de obesidad”, solía decir Gustavo a quienes preguntaban por ella—, el artista se vio rodeado de vestigios de la exitosa carrera de la fotógrafa: había retratos en todos los muros de su apartamento, y en una esquina un altero de ejemplares falsos de la revista Interview con Aurora en la portada y un título que anunciaba “The rise

12 Gustavo Prado, ponencia sin título presentada en el simposio “Políticas de identidad cultural: arte e identidad sexual”, X-Teresa, México, 1999.

13 Gustavo Prado, ponencia…14 Gustavo Prado, entrevista con el autor, 1° de septiembre de

2003.

and rise of Aurora Boreal”. ¿Qué hacer con tal colección de objetos camp? Como no existía el Museo del Difunto, en 1997 Gustavo Prado decidió abrir su propio espacio, que llevaría por nombre Museo del Prado.

Gustavo considera su museo “una megainstalacionzota… un pequeño museo personal, con un cuarto para los recuerdos y otro para los demonios”. Se trata de “una recreación culterana de las casas de esas señoras de la colonia Escuadrón 201, o chance, como me dijo un amigo, ‘es la casa de interés social que le regalaría el marqués de Sade a su mamá’ ”.15

Gustavo instaló el Museo del Prado en su depar tamento, en una calle del Centro Histórico —a unos pasos de la ofi cina de Minerva Cuevas, del taller de Francis Alÿs y del edifi cio donde vivió Santiago Sierra —que alguna vez llevó por nombre Calle-jón de las Ratas—. Colocó sobre la mesa de la sala los retratos de Aurora y sobre el ataúd colgó sus pinturas de Frida y Morticia (fi gura 45). El museo se fue atestando de cosas. Su director, vícti-ma de un incontrolable horror vacui, iba llenando cada centímetro con chácharas compradas en tianguis o puestos callejeros: pintu-ras del Ánima sola (a las que dedicó un muro entero de la sala, fi -gura 44), viacrucis, san Antonios, Barbies, Kens, calendarios de boy bands, retratos familiares y hasta una mesa de auscultación sa-cada de un consultorio ginecológico. Gustavo pintó de rojo todo el departamento y rotuló las paredes con los nombres de virtudes —“castidad”, “fi delidad”, “moralidad” y “decencia”— que desen-tonan con el carácter explícito de las obras expuestas: hay, por ejemplo, una serie de fotos de varios chicos —integrantes de boy bands mexicanos— en calzoncillos sobre los sofás o las alfombras del Museo del Prado. Esta serie lleva el nada casto título de Por-nografía infantil.

Gustavo explica que la serie Pornografía infantil está inspira-da en las fotografías de Ricas y famosas de Daniela Rossell. Pero esta serie —al igual que la creación del Museo del Prado— emplea una forma de representación opuesta a la de Rossell. Si Rossell salió en busca de mansiones kitsch para su obra, Gusta-vo transformó en palacio camp su propio departamento; si Ros-sell acudió a las casas de sus modelos, Gustavo invitó a los chi-cos a posar en la sala de su casa; si el proyecto de Rossell es puramente voyeurista, el de Gustavo es exhibicionista y abre al público el ámbito privado de su casa.

El museo abrió sus puertas en 1997 y llegó a recibir a más de 100 visitantes por mes. Fue tan grande su éxito que en 1998 el Centro de la Imagen decidió exhibir una parte de la colección del Museo del Prado, con lo cual creó un pleonasmo institu-cional: un museo que expone a otro (¿será acaso el primer paso hacia la creación de un Museo de Museos?).

El Museo del Prado expone lo que los museos estatales siempre ocultan: la personalidad del individuo que adquiere, organiza y presenta la colección permanente. El Museo de An-tropología, por ejemplo, presenta su concepto de las civiliza-ciones precolombinas como si fuera un hecho histórico y oculta no sólo la posibilidad de otras interpretaciones, quizá más acertadas, de la historia nacional, sino también el hecho de que este concepto tiene autor. ¿Quién es el autor de esa interpreta-ción del pasado precolombino de México presentada en el Museo Nacional de Antropología? El visitante nunca lo sabrá, pues el individuo que la impuso jamás es nombrado en las co-

15 Gustavo Prado, “El Museo del Prado”, texto inédito, México, 2002.

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lecciones del museo. Su identidad quedó sepultada bajo las coatlicues y piedras del sol que forman el acervo.

En el Museo del Prado, en cambio, cada objeto y cada rin-cón del recinto —desde el color de las paredes hasta los títulos de las piezas— expresa la visión y la personalidad camp de su director. Si el Museo de Antropología pretende dar una versión objetiva de la historia de México, el Museo del Prado ofrece una historia que además de ser subjetiva es personal: la vida emocional del director, desde su infancia hasta su madurez, aparece refl ejada en la ecléctica colección de objetos, que inclu-ye fotos de Gustavo bebé y pósteres de galanes en calzones. El “yo” que el Museo de Antropología había reprimido irrumpe con gran fuerza exhibicionista en el Museo del Prado. Al in-gresar por primera vez, el visitante no se siente como si hubie-ra entrado a una institución: experimenta la extraña sensación de haber penetrado en la mente de Gustavo Prado: todos los objetos de la colección son una expresión de la vida emocional del artista y nos revelan todos sus deseos, temores, ansiedades, fobias e inclinaciones.

Para crear su espacio, Gustavo hizo lo mismo que Razo: ad-quirió juguetes, fi guras, playeras y todo tipo de chácharas calle-jeras. Al igual que el Museo Salinas, el Museo del Prado ofrece una visión subjetiva de la historia y la experiencia; pero si el primero expresa el resentimiento popular contra el ex presi-

dente, el segundo es una institución al servicio de la vida emo-cional de su director. De la misma manera en que los sueños y lapsus permiten al psicoanalista atisbar el inconsciente del pa-ciente, la colección del Museo del Prado permite al visitante vislumbrar el mundo interno de su director.

En la geografía de museos mexicanos, el Museo del Prado es el reverso del Museo de Antropología: si el Museo de An-tropología está dedicado a la historia, el Museo del Prado se enfoca en experiencias que trascienden la temporalidad (el in-consciente, como demostró Freud, es un ámbito atemporal, y lo mismo ocurre con todos sus productos). Si el Museo de An-tropología pertenece a la vida pública, el Museo del Prado está consagrado a la vida privada de su director. El Museo de Antropología presenta sus colecciones —y su interpretación de la historia— en blanco y negro; el Museo del Prado es un espacio colorido donde todo —hasta la historia de su funda-dor— tiene un sinfín de matices. En el Museo de Antropolo-gía los objetos son de piedra, una materia que se presta a la construcción de monumentos y mausoleos (el pri, como de-mostró Paz, escribió su historia sobre la piedra de monumen-tos y estatuas hasta que terminó por petrifi carse); en el Museo del Prado no hay objetos de piedra, pero sí cortinas de tercio-pelo, alfombras de peluche, pelucas sintéticas y cojines acol-chonaditos: una sensualidad juguetona que no podía estar más

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alejada de la petrifi cación burocrática. (El terciopelo: otro áci-do que disuelve las imágenes.)

Quizá el aspecto más subversivo del proyecto de Gustavo Prado sea su escenifi cación de una vida sexual lúdica e irreve-rente. Los museos estatales, con sus estatuas, monumentos y columnas fálicas, confunden el nacionalismo con el machismo: su exaltación de los héroes de la patria celebra un ideal mascu-lino caracterizado por la ambición y la violencia. Y si los mu-seos ofi ciales tienen como modelo una masculinidad normati-va, el Museo del Prado presenta un abanico de masculinidades

creativas que incluye una serie de experimentos insólitos con el género: los jóvenes cantantes de la serie Pornografía infantil y su idealización del cuerpo adolescente; la experiencia del tra-vestismo; la performatividad carnavalesca; la vida gay de la ca-pital. El Museo del Prado es un museo de variaciones sobre la masculinidad. Si la colección del Museo Salinas nunca entrará en los espacios ofi ciales por su contenido político, las chácha-ras del Prado sufrirían la misma exclusión por su expresión subversiva del género y la sexualidad. G

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No nos cansamos de expresar nuestra admiración ante los porten-tosos acontecimientos de la modernidad. Es que, mire usted, de verdad que son impresionantes. Ima ginemos la investigación en la que pretendemos ave riguar cuántos homínidos —primates supe-riores más o menos identifi cables con el homo sapiens— han vivido en toda la historia. Luego, para cada época, habría que hacer la es-timación de su esperanza de vida media, con el objetivo de calcular cuántos años humanos se han vivido en absoluto. El cálculo, hecho por al gu nos valientes demógrafos, apunta a que han nacido unos 80 000 millones de homínidos. Y que entre todos hemos vivido unos 2.16 millones de millones de años. Lo portentoso de la mo-dernidad es que de ese montón de años humanos, el 28% se han vivido después de 1750 —poco más de un cuarto del total en los últimos dos siglos y medio—, que 20% desde 1900 —un quinto del total en el último siglo— y 13% después de 1950 —un octavo en menos de 60 años—, sin contar los años que vivieron antes de 1950 personas que aún están vivas. ¿Cuál es el precio ambiental de este portentoso cre ci miento de la población humana? ¿Cómo he-mos mo difi cado el ambiente en el proceso de convertirnos en esta multitud? John R. McNeill, autor de Algo nuevo bajo el sol: Una his-toria ambiental del mundo vigesí mico1y profesor de historia en una universidad de Washington, no se plantea contestar estas pregun-tas en toda su posible amplitud, sino sólo en el sentido de los cam-bios que este portento ha producido desde el punto de vista del propio ser humano. Es decir, plantea la pregunta limitada de ¿cuá-les han sido los efectos de la multiplicación de los humanos en el ambiente que sirve las necesidades de los mismos seres humanos? Además limita su estudio al siglo pasado. Límite que resulta ahora sí que académico, porque, como veremos, casi todo lo que le he-mos hecho al ambiente se lo hemos hecho durante el siglo pasado.

Desde luego que el libro presenta ordenadamente las respues-tas a su pregunta clasifi cando los efectos de la humanidad en el ambiente de la Tierra por capas, es decir, la litosfera, la hidrosfera, la atmósfera y la biosfera. Pero uno no sabe por dónde empezar. ¿Platicamos primero de los camiones de 60 toneladas que se usan en la actualidad en los procesos de minería a cielo abierto y que tienen el efecto de mover montañas? ¿Platicamos de los efectos de la contaminación atmosférica producida por actividades de la in-dustria química que en su momento se vieron como imprescindi-bles para la viabilidad de una nación? ¿Platicamos de Thom as

1 J. R. McNeill, Something New Under the Sun: An Environmen tal History of the Twentieth-Century World, W. W. Norton & Company, Nueva York, 2000.

Midgley, el ingeniero químico a quien se le ocurrió la idea de echarle tetraetilo de plomo a las gasolinas y además inventó el freón, lo que lo hace el personaje de carne y hueso más cercano a un Lex Luthor —o C. M. Burns—? Ése es casi mi favorito, pero mejor veamos el tratamiento que le hemos aplicado a las aguas en las obras de “plomería geológica”, las obras humanas más grandes de la historia y con las causas inmediatas más importantes: las presas y los canales para domar el agua.

Para abrir boca considérese esta historia. El régimen de Musso-lini en Italia fue el primero que quiso encontrar petróleo en Libia —pensando que le tenía que tocar petróleo libio a Italia, como le había tocado petróleo iraquí a Inglaterra—. En lugar de petróleo, encontró agua. Los primeros prospectores estadunidenses encon-traron también agua. Y es que le habían atinado al Acuífero de Nu-bia, el más grande del mundo, con una extensión de más de dos millones de kilómetros cuadrados —área un poco mayor que la de to do México. Luego se encontró mucho petróleo en Libia, no tan-to como agua, pero sí tanto que el dinero alcanzó para hacer el Gran Río: un sistema de pozos, bombas y tubos, construido en la década pasada, que transporta algo así como seis millones de me-tros cúbicos de agua al día —poco más del doble de lo que consu-me la ciudad de México— a lo largo de 1 000 kilómetros para lle-varla a las ciudades libias del Mediterráneo. El acuífero está debajo del Sahara, así que no se recarga. Esta es una acción que promueve el crecimiento, toda vez que una de las consecuencias previsibles del suministro de agua a las ciudades libias del Mediterráneo será el aumento de su población. La situación no es sustentable: si un acuífero no se recarga, el agua se agotará tarde o temprano. Un sustentabilista encuentra en esto sufi ciente problema como para cuestionar semejante estrategia. Un economista más bien se queja de que el costo de esa agua —por lo que costó la obra y lo que cuesta mantenerla funcionando— es entre cuatro y 10 veces mayor que el precio de los cultivos que permite. Pero por el momento los libios gozan de un nivel de desarrollo superior al del resto de Áfri-ca y Muammar al-Gaddafi sonríe.

Porque el manejo del agua ha estado muy revuelto, en el siglo que nos interesa, con la política —fatalmente siempre de relum-brón—. Capitalistas, comunistas y nacionalistas por igual han pla-neado, construido y has ta terminado monumentales obras de ma-nejo de aguas. Como la historia de éxito que domó al Indus en el nor oeste de India y actual Pakistán. Y creó la red de ca nales que convirtió al Punjab en la zona irrigada más grande del mundo —16 millones de hectáreas, poco más que todo el estado de Coahuila, poco menos que todo el estado de Sonora—. O el de-sastre tanto económico como ecológico de la Unión Soviética es-talinista que acabó con el Mar Aral:

El ambiente de nuestro siglo*Carlos Amador

* Carlos Amador, El mundo fi nito. Desarrollo sustentable en el siglo de oro de la humanidad, fce, unam, México, 2010.

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La inversión en el algodón asfi xió al Mar Aral. Antes de 1960 su fl ujo de entrada promediaba 55 kilómetros cúbicos al año, fl ujo comparable con los de los ríos Po (Italia), Níger (África occiden-tal) o Snake (Estados Unidos); disminuyó pronunciadamente en 1960-1961 y continuó disminuyendo año con año. Para 1980 el Aral tenía tan sólo una quinta parte de su fl ujo de entrada anterior, y para los noventa cuando mucho un décimo y a veces nada de nada. El nivel del Mar Aral empezó a bajar lentamente en los sesenta pero más y más rápido a partir de 1973. Para mediados de los noventa el nivel del Mar Aral era 15 metros menor que su nivel antes de los sesenta, y cubría menos de la mitad del área original. En 1990 se convirtió en dos ma res, cuando apareció un puente natural en su extremo norte. Su volumen total era de un tercio del de 1960. La salinidad del Aral se triplicó entre 1960 y 1993.

[…] La actividad pesquera del Mar Aral produjo unas 40 000 tone-

ladas anuales en los años cincuenta. Desapareció por completo para 1990. La Enlatadora Muy nak se mantuvo hasta principios de los noventa con el envío aéreo de pescados congelados desde el Báltico y su embarque en el ferrocarril transiberiano desde el

Pacífi co, en la que ha sido sin duda una de las actividades más antieconómicas de los tiempos modernos [pp. 164-165].

O la historia de la domesticación del Nilo, de resultados con-tradictorios, difíciles de evaluar. Porque resulta que todos los ríos, pero especialmente el Nilo, cumplen dos funciones antropocén-tricas: transportan agua que usamos para irrigar cultivos y trans-portan cie no que renueva los nutrientes del suelo. Un pro ble ma con la segunda función, sin embargo, es que se realiza traumática-mente —de nuevo, desde la visión antropocéntrica— con el des-borde del río y la inundación de las tierras aledañas. Venga la do-mesticación, porque ha cia el siglo xix la inundación de fi nales del verano podía arruinar la segunda cosecha anual, que se levanta en esas fechas. Las obras de fi nales del xix y prin cipios del xx fueron meros ajustes menores frente a la que acometió el régimen nacio-nalista de Nasser: la Al ta Presa de Asuán.

Las consecuencias ambientales de Asuán tuvieron alcances regio-nales, desde Sudán hasta el Mediterráneo central. La Alta Presa de Asuán puede almacenar unos 150 kilómetros cúbicos de agua en el

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Lago Nasser, el equivalente a dos o tres años de fl ujo del Nilo, y cerca de 30 veces más que lo que la presa de 1934 contenía. Detu-vo el 98% del cieno que anteriormente cubría la parte habitada de Egipto. Revolucionó la agricultura egipcia, al permitir el uso más sistemático del agua y dos o tres cosechas al año. Permitió el control total de las inundaciones, protegiendo la cosecha de al godón aun de las peores inundaciones. La producción de arroz, maíz y algodón —cosechas de verano todas ellas— fl oreció. El Nilo después de Asuán se convirtió en un canal de irrigación gigante, completamente dócil. Las turbinas de la presa alta gene-raron cerca de un tercio de la electricidad de Egipto entre 1977 y 1990. En estas medidas, la Alta Presa de Asuán cumplió las expec-tativas de Nasser, aunque no hizo de Egipto un país próspero e independiente. La presa aumentó, sin duda, la importancia de uno de los dos dones del Nilo.

Pero echó a perder el otro don. El subsidio etíope al suelo dejó de llegar después de 1963. Sin la capa de cieno fértil, la agricultu-ra egipcia tuvo que depender fuertemente de los fertilizantes quí-micos, de cuyo con sumo Egipto se volvió uno de los principales países en el mundo. La mayor parte de la electricidad generada en

Asuán se emplea en la fabricación de fertilizante. La amenaza de la salinización se volvió también importante. Sin el lavado de la inundación anual, los suel os conservan más sales [p. 170].

El cieno con el que el Nilo insultaba —diría Borges— al Medi-terráneo construyó el Delta. Éste ha perdido hasta 90 metros ante el mar cada año. Los nutrientes que llevaba el cieno dejaron de llegar al Mediterráneo y las sardinas y los camarones que vivían de ellos desaparecieron. Etcétera, etcétera. Pero de nuevo, gracias en parte a Asuán la población humana que sostiene Egipto se duplicó desde su construcción.

La historia ambiental del mundo en el siglo xx admite una división entre lo que ha pasado en los países industrializados y lo que está pasando en los países pobres. En muchas instancias —explotacio-nes mineras y madereras, usos de agua, industriales y pesqueros, prác ticas de cultivo y de cría, contaminación de la atmósfera— la historia es semejante. Al inicio de ese siglo encontrábamos creci-miento exponencial de la actividad del caso en los países del pri-mer mundo. Actividad que generó todo tipo de problemas am-

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bientales: desde las crisis del humo de carbón en Londres, las crisis de contaminación del suelo con cobre y con cadmio en Ja-pón, la eutrofi cación —exceso de nutrientes que tiene como efec-to fi nal la disminución del oxígeno en el agua y la muerte de casi todo ser vivo— de los cuerpos de agua en Japón (la Bahía de Mi-namata) y en el Mediterráneo, la contaminación por smog en Los Ángeles y Atenas, las lluvias ácidas en la cuenca del Ruhr, en el “triángulo sulfúrico” de Dresden, Praga y Cracovia, y en la región de los Grandes Lagos y Ohio —donde se incendió el río y “la llu-via ocasionalmente era más ácida que la Coca de dieta”—, hasta el agujero en la capa de ozono. Esta serie de crisis provocó modifi ca-ciones en las prácticas económicas que redujeron sustancialmente sus causas. Los éxitos —siempre parciales— en el control de da-ños dan sustento a la idea de que la ciencia y la tecnología vienen a nuestro rescate, con soluciones efi caces, cada vez que la actividad económica nos mete en líos y ella misma pide auxilio. En la histo-ria detallada de estos eventos podemos ver cómo los distintos go-biernos de estos países del primer mundo se hicieron de la vista gorda ante el desastre, en aras de adquirir una posición adelantada en el des arrollo de la industria en cuestión, lo que les permitió es-tablecer y consolidar el dominio del mercado que habrían de ex-plotar entonces y hasta ahora. Como si calcularan que cualquiera de estos problemas serían sacrifi cios aceptables en el camino del desarrollo. Alcanzada una posición de liderazgo se pudieron en-frentar algunos de aquellos problemas. Y en casi todas las instan-cias la situación actual ha mejorado.

En contraposición, los países del Tercer Mundo no padecieron mayores problemas ecológicos en la primera mitad del siglo xx, pero mientras que los problemas del primer mundo se resolvían, los del tercero se agravaban. La lista es semejante, con el mismo tipo de problemas, pero en sociedades menos organizadas y me-nos abiertas y acerca de las cuales no hay tanta información. Las soluciones mágicas que ofreció la tecnología no se aplican en estos casos con la misma efi ciencia. Y el tamaño del problema, confor-me pasa el tiempo y la escala de la actividad económica aumenta de acuerdo con la doctrina del crecimiento ininterrumpido, es cada vez más grande.

Una corriente de pensamiento económico merece mención. Hospedada en el Tercer Mundo, sugiere que las noticias de nuestra aproximación a los límites de lo que la Tierra puede ofrecernos —energía, agua, suelo para cultivo y cría, cambio climático— es sólo el nuevo artifi cio del primer mundo para mantener su ventaja. Como todas las buenas teorías del complot, suena posible.

La mano invisible del mercado goza de mucho prestigio. Y es que, cuando funciona, se lo merece. En la historia de los usos energéticos de la humanidad durante el siglo xx tenemos una si-tuación interesante. Como se sabe, el petróleo remplazó al carbón como el principal combustible fósil de la vida moderna entre 1910 y 1950 —el periodo inicia con la famosa iniciativa de Churchill de convertir toda la fl ota inglesa, la fl ota imperial de la época, de car-bón a petróleo— a pesar de que la producción de carbón gozaba de cabal salud, particularmente en Inglaterra. La explicación favo-rita en la ac tualidad es que, en ese momento, el petróleo presenta-ba ventajas económicas —además de sus ventajas tec nológicas—. Ante los altos precios del petróleo que, según los que comparten mi opinión, son cau sa dos por su actual escasez, ¿cabe esperar un resurgimiento del uso del carbón? ¿Lo podemos predecir viendo los precios de los combustibles fósiles? Resulta que el cálcu lo de los precios relativos de los combustibles es muy complicado. En

principio, uno puede emplear los valores de contenido energético de los distintos combus tibles: 30 GJ/ton para el carbón, 45 GJ/ton para el petróleo y 50 GJ/ton para el gas. Con la incertidumbre de las conversiones necesarias —la densidad del petróleo y del gas varían mucho dependiendo de su procedencia, por ejemplo, y el contenido energético nominal se puede extraer con rendimientos distintos en la producción de electricidad que en la producción de movimien to—, mis cálculos2 dicen que el carbón cuesta menos de 2 USD/GJ, mientras que el gas cuesta por ahí de 7 USD/GJ y el petróleo 14 USD/GJ. Las diferencias son no tables. ¿Cuánto hace falta para que veamos una migración hacia el carbón? ¿La migra-ción hacia el gas que hemos visto en los últimos años es motivada por los altos precios del petróleo? ¿Cuánto se tarda la ma no invisi-ble en hacer su truco?3 ¿El calentamiento glo bal servirá como la invisible mano izquierda que detendrá lo que hace la otra mano?

La tentación de la racionalidad es encontrar causas, de preferencia sencillas, a los fenómenos que estudiamos. El recuento de Mc-Neill no deja duda del aceleradísimo cambio ambiental al que las actividades humanas están sometiendo la Tierra. Y no deja duda de la fatal tem poralidad de estas prácticas: es imposible que el creci-miento ininterrumpido continúe indefi nidamente. De todas ma-neras la racionalidad quiere causas. McNeill hace el recuento de las tres que se han ofrecido solas y en combinación: el aumento poblacional, el aumento en el consumo y la integración o globali-zación de la economía. Ninguna de ellas explica por sí sola nuestra situación. Las cuentas son del estilo de la siguiente: entre 1900 y 1990 la población aumentó cuatro veces, mientras que el consumo de agua aumentó nueve veces, así que el aumento poblacional es responsable de sólo 44% del aumento. El caso del consumo es ilus tra do por los coches, de nuevo en el periodo en el que la hu-manidad aumentó su volumen en un factor de cuatro, el número de coches aumentó en un factor de 10 000. Finalmente la integra-ción permite que cuando se pone de moda el polvo de cuerno de rinoceronte en el Oriente, basten 20 años para diezmar 20 veces —dejar uno de cada 10— los rinocerontes en África. Pero juntas, las tres causas hacen un coctel explosivo. Ahí la racionalidad nos indica claramente qué hacer: disminuir el número de personas, disminuir el consumo, fomentar la desespecialización.

No hay iglesia sin herejes. Y si defi nimos vagamente al pensa-miento de izquierda como el que fatalmente se opone al statu quo, no hay izquierda sin divisionismo. Así, la gente que está preocupa-da por las consecuencias del crecimiento sostenido pertenece a sectas dis tin tas que con frecuencia agarran una buena bronca en-tre ellas. Los miembros de la iglesia del cambio cli mático están de plácemes porque parece que sus consecuencias empiezan a con-vencer al mainstream —¿em piezan a transversalizarse?— y el “de-bate” está ganado, Gore es famoso4 y Di Caprio está de nuestro lado. Por otro lado, los peakoilers —ahora también llamados peak-niks— ganan terreno día a día conforme el barril de pe tróleo se

2 El petróleo cuesta 90 dólares por barril de 160 litros de0.9 kg/l de densidad de 45 GJ por tonelada. El gas cuesta siete dó-lares por millón de btu. Y el carbón 45 dólares por tonelada corta con 12500 btu por libra.

3 ¿Cuántos economistas se necesitan para cambiar un foco? Nin-guno. Esperan a que lo cambie la mano invisible.

4 Tiene Oscar, Nobel y Príncipe de Asturias. No acabo de creer el rumor de que está nominado para el Cy Young, pero eso es sólo por-que no quiero que se lo gane a ningún Indio de Cleveland.

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dispara por encima de la marca, psico ló gi camente im portantísima, de los 100 dólares. Sin embar go, ocurre con frecuencia que un ca-lientólogo deseche la opinión de un peakoiler con los mismos argu-mentos —o falta de ellos— que usa el petrolero de la trasnacional más interesada. Y no me sorprendería encontrarme entre los peakoilers algunos que no crean en el cambio climático. Interesan-temente, la mesurada y cuidado sísi ma presentación de hechos, da-tos y teorías de McNeill en su libro —y que le valió el comentario en la solapa de refrescantemente poco polémico— toma posición fren te al problema de la escasez de energía. McNeill parece pertenecer a la iglesia del “ya se les ocurrirá algo a los científi cos para rescatar-nos” cuando dice: “Mi interpretación de la historia moderna su-giere que lo más sensato que podemos hacer es acelerar la lle gada de un nuevo régimen de energía más limpia”.

¿De dónde vamos a sacar el equivalente a los 200 millones de barriles de petróleo diarios que consumimos en la actualidad? Como a todo izquierdista me desespera la difi cultad de hacer ver a la gente la obviedad de mi persuasión. McNeill nos recuerda, con una buena dosis de ironía, el origen de la desmesurada idea del crecimiento ininterrumpido que, increíblemente, ha sido la orto-doxia de los últimos 100 años —Robert Solow, premio Nobel de economía, llegó a decir que “el mundo puede, en efecto, funcionar sin recursos ma teriales”. ¿Cómo se puede sostener que en un mundo de recursos fi nitos el crecimiento ininterrumpido es posi-ble? En rumbos de la lógica, demostrar que una aseveración es cierta es muy difícil, ya que rara vez hay certeza de cubrir todos los casos posibles; en cambio, demostrar que una aseveración es falsa sólo requiere encontrar un ejemplo que la desmienta. No hay duda de que nuestras actividades están infl uyendo en los pará-metros que determinan el clima de la Tierra, no hay duda de que nuestras actividades están consumiendo los combustibles fósiles que tardaron millones de años en producirse, no hay duda de que nuestras actividades están acabando con el agua de los acuíferos, con los peces en el mar, con los rendimientos de la tierra, etcétera.

¿Por qué no estamos modifi cando ya, a toda velocidad, nuestros hábitos, para atenuar todas esas tendencias? ¿De dónde sale esa tendencia a creer que el mundo es infi nito?

¡Ah! Y Midgley. En efecto, él hizo posibles los motores de alta compresión para autos y aviones al emplear el tetraetilo de plomo —quizás el peor contaminante de la atmósfera y del suelo, por la escala en que se usó— en las gasolinas. Y luego inventó el freón —triclorofl uo rometano y diclorodifl uorometano— que se empleó como fl uido de trabajo en los refrigeradores y que fue el primero de los cfc que estaban acabando con la capa de ozono. Su tercer invento notable lo motivó su salud personal. Habiendo enfermado de polio en 1940, inven tó un sistema de poleas y cuerdas que lo ayudaban a acostarse y levantarse. Un día de 1944 fue hallado, en suspensión sobre la cama, estrangulado por su invento.

Cuesta trabajo resistir la tentación de encontrar en el fi n de Midgley una moraleja. Pero después de todo, Midgley sólo fue un hombre de su tiempo; como todos nosotros, jugó con las cartas que le dio su individual e irrepetible circunstancia. No fue el due-ño del capital, sino sólo un ingeniero muy exitoso. No fue como Onassis, responsable directo, por puro afán de lucro, de la merma en los números de ballenas en la década de los cincuenta,5 o como el golpista general Suharto en Indonesia quien, ante la sospecha de que otro golpista lo esperaba en el futuro, se apresuró a “reali-zar” el botín de los bosques indonesios logrando reducirlos a la mitad para cuando fueron alcanzados por los incendios de 1998. Los responsables están ahí, “fatigando la in famia”. Y todavía peor, como dice Éric Assadourian que dijo Utah Phillips: “La Tierra no está muriendo. La están matando, y quienes la están matando tie-nen nombres y direcciones”. Los Midgleys, los Onassis, los Su-hartos, pero también los miles de millones de personas comunes y corrientes que hacemos lo que en nuestra individual e irrepetible circunstancia nos parece lo nor mal. G

5 ¿Cómo se pudo casar Jackie con él?

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Últimamente a donde quiera que voltees alguien está diciendo: “¡ya vienen los ochenta!”. Como si al llegar la media noche y con ella el Año Nuevo ¡todo cambiara! Y cuando les dices, “por favor, ya sabes que todo va a seguir hundiéndose poco a poco”, ¡se ponen como locos! ¡Aguafi estas! ¡Qué falta de sentido del deber social! ¡Es verdad, soy antisocial! Pero también todas las personas con las que me junto. Cuando nuestro bar favorito el Bells Hell cerró apenas unos meses atrás todos nos quedamos en nuestros departamentos en lugar de ponernos a buscar un

nuevo hoyo donde chupar. (Lo cual probablemente sugiere que, como los búfalos, pronto desapareceremos.) Se lo conté a mi loquero y me dijo: “todos son patéticos”.

En otra ocasión que me quejaba por sentirme extraño en compañía de otras personas a las que nunca veía porque a lo único que me dedicaba era a quedarme en cama con las cobijas cubriéndome la cabeza porque de verdad creía que como dije-ron los poderosos Ramones “no había nada qué hacer ni lugar adonde ir” y sólo me apetecía estar sedado, mi loquero aconsejó que llamara a cada uno de mis amigos para que salieran de sus estrechas mazmorras a ver si juntos se nos ocurría una forma de disfrutar la repatriación a la raza humana. Así que llevé a cabo el

Noche de Año Nuevo (fragmento)*Lester Bangs

* Lester Bangs, Psychotic Reactions and Carburetor Dung, Anchor Books, Nueva York, 2003.

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plebiscito y cuando regresé me dijo: “¿cuál fue el consenso?”. Yo le dije, “el consenso es ‘¿para qué quieres estar cerca de la gente? ¡La mayoría de cualquier forma es una porquería!’”.

Supongo que piensan que estoy siendo negativo. Está bien, si soy negativo, ¡vayan y díganle a Madre que algo anda mal con el útero! ¡Ja, los apañé! Además que conforme se aproximan los ochenta sospecho que mi minoría antisocial ¡pronto será mayo-ría y tendremos una antisociedad! ¡Imagínenlo! ¡Will Rogers el último forajido! ¡Y qué mejor momento para inaugurar este pueblo fantasma que la noche de Año Nuevo! ¡Afuera lo viejo, adentro lo viejo! Y lo más viejo y lo más viejo. Les pregunto, ¿alguna vez han disfrutado de un Año Nuevo? ¡Claro que no! ¿Por qué? ¡Porque insisten en esa ilusión demencial de que por algún motivo las cosas van mejorar, o que la naturaleza cíclica del ying y el yang implica que la Tierra se recarga o alguna mierda parecida! Ni siquiera la mierda se recarga. ¿Acaso estas banquetas se recargan? ¿Esta pintura descascarada, el yeso

cuarteado, las tuberías reforzadas? ¿Hay un casero recargable? ¡Chingado no!

Existen dos posibilidades: (a) el éxtasis o (b) la decadencia. Y la noche de Año Nuevo es el timo más grande, porque todos salimos con estas expectativas y sólo nos ponemos bien borra-chos para poder soportar eso de estar juntos porque el fi nal del otoño y el primer albor del invierno los pasamos ahogándonos cada vez más en el Teleguía y ahora esperan que encontremos deleite en proximidad de estas plastas de espantosa humanidad. Así POR SUPUESTO que se producen escenas horribles.

El primer Año Nuevo que recuerdo con claridad probable-mente sea el primero en que tuve edad para beber: en lugar de eso me drogué con nueces moscadas. Aunque el resto de mis amigos sí se embriagaron y saliendo de un club lleno de lumpen adolescentes con granos reducidos a tibias cicatrices conduci-mos sin rumbo alrededor de El Cajón y fue inevitable acabar en la fi la de unas hamburguesas Jack in the Box, ahí, con gente

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vomitando las vestiduras de mi coche, debimos saber que todo eso de los jipis jamás funcionaría.

1968: Fui a una fi esta donde todos habían bebido mucho vodka muy rápido y se daban o trataban darse de patadas mien-tras Donovan cantaba acerca de ángeles gordos. Nada más vi a una persona vomitar: a mi novia, encima de sus nuevos panta-lones blancos entallados. (Antes en la velada le había hecho un comentario sobre esa clase de pantalones femeninos. “Pareces prostituta de Tijuana”. Qué galán tan descarado y cursi era.) Me había metido Marazine y no dejaba de ver hombrecitos con hachas y martillos machacando hasta la muerte a demonios pigmeos desnudos que andaban farfullando en las solapas del resto de la gente. Cuando llegué a casa aluciné que todo tipo de personas entraban a mi cuarto y al estirarme para tratar de to-carlas gritaba “¡no se disuelvan! ¡no se disuelvan!”. Pero claro que lo hicieron. Entonces creí ver la silueta de un amigo al otro lado de la persiana que susurraba en el jardín: “¡Lester! ¡Les-ter!”. De un salto salí de la cama y me abalancé en dirección a la sombra, con patético agradecimiento por contar con algo de compañía humana. No había nada excepto por la calle vacía con hojas arrastradas por el viento.

Entré al baño para echar una meada y aluciné que mi madre se me quedaba viendo la verga con un ojo descomunal a través de un orifi cio en la puerta. Luego volví a la cama y soñé que había ofi ciales antinarcóticos de traje gris metálico apostados en puntos estratégicos de mi escuela vigilándome con gafas os-curas Silva-Thin de espejuelos móviles. Durante los primeros dos meses de 1968 no fui capaz de ver directo a los ojos a nadie.

1969: Salimos por ahí con un montón de cuates en la carca-cha de uno. Bebimos cerveza pero fue en vano. Un compa que luego entraría a la marina especializándose en demolición subacuática (y me exhortó a enlistarme como él: “¡es muy di-vertido hacer volar cosas!”) dijo, “vamos a conseguir unas puz-zas”. Nadie dijo nada más. A la larga todos nos fuimos a casa demasiado deprimidos como para por lo menos sentirnos ebrios y quedarnos dormidos. Toda la velada debió escribirla (o padecerla) Robbe-Grillet.

1970: Pasé la Noche de Año Nuevo embriagándome con cerveza y viendo la tele en casa de los padres de mi novia, esca-pando periódicamente para conducir hasta los bungalows de un motel donde estaban quedándose unos amigos amantes de las jeringuillas porque quería comprarles algo de heroína, nunca la había probado. Por fi n los encontré y me vendieron un poco. Cuando volví a casa de mi novia corrí al baño a tratar de inha-larla. Como no estaba acostumbrado a enrollar billetes, tiré el material de un espejo que sostenía encima del lavabo en preca-rio ángulo, se balanceó a una pulgada de mi nariz y aspiré con fuerza. Nada sucede excepto que más tarde bebo algo de licor de malta Country Club, me voy a casa y escribo una reseña para Rolling Stone (que nunca es publicada) acerca de una grabación pirata de un concierto de Bob Dylan. Al día siguiente les presu-mo a mis amigos “¡anoche escribí una reseña con heroína!”. Ha-ber sido lo bastante torpe para no saber cómo meterme esa mierda ha sido mi único momento de buena fortuna en una noche de Año Nuevo.

1971: Me quedé en casa a leer la Biblia. Bueno, eso es men-tira. Lo que hice fue irme al autocinema con mi novia bien ar-mados (es decir, bien armado yo) con vodka y pastillas para la tiroides que usaba su madre, absolutamente incapaz de concen-trarme en la doble función de I Drink Your Blood (estelarizada

por Ronda Fultz, Jadine Wong y alguien que simplemente acreditaban como “Bhaskar”) y I Eat Your Skin (William Joyce, Heather Hewitt) algo que como sea habría resultado imposible bajo cualquier circunstancia, toda la noche pensaba cómo a la mañana siguiente haría igual que Kerouac y sin más saltaría dentro de mi coche tragando anfetas con una mano y con la otra encendiendo la marcha para conducir conducir conducir hasta topar con grandes olas de luz blakeana en las doradas proas de las Rocallosas. Claro que no fue eso lo que hice, en cambio me levanté con una resaca tremenda, lo que quizá haya sido igual de bueno: pude acabar siendo John Denver.

1972: Pasé el Año Nuevo borracho como cuba y deprimido hasta la médula en casa de mi madre en California. Llamé a mi amigo Nick en Nueva York y le lloriqueé miserablemente a través de varios vasos de güisqui, “creo que me estoy volviendo alcohólico”. No era algo que él quisiera escuchar pues estaba a punto de pasar el Año Nuevo haciendo un recorrido por Broad-way saliendo de la calle 99 y parando a echar un trago en todos los bares del camino hasta Broadway y la Tercera, en el último, el St. Adrian Co., también conocido como el Bar Central de Broadway porque está pegado al Hotel Central de Broadway, un albergue para indigentes. Al día siguiente me devolvió la llamada: “disculpa, Les, estoy muy deprimido para hablar”.

1973: Fui a una fi esta con mi ex novia ojos-de-perrito (que pintó de verde sus pantalones entallados), su hermana y su cu-ñado. La mayoría de las otras personas eran solteros fl amantes o intentaban serlo. Bailé con la hostess muy cachondo. Algo como salido de Doctors’ Wives. Mi ex se chifl ó, me reprendió por restregarme con una mujerzuela e hizo una pequeña rabie-ta. Apuesto a que Gore Vidal nunca salió con algo tan ingenio-so como “¿a ti qué te importa? ¡A mí no me vas a joder!”. Eso fue lo que berreó. Más tarde en el coche presa de una horrible y alcoholizada frustración sexual le hundí una uña en la muñeca hasta sacarle sangre. Me dijo que era un marica. Lo era.

1974: De nuevo en California, me quedo en el departamento desierto pero amueblado de una antigua novia que a espaldas de su mamá ahora vive con un empresario de unos cuarenta-y-cinco años que cuando se pone junto a ti para beber en el bar siempre lleva un fajote de dólares bien apretado para poder ir-los disparando conforme vaya poniéndose alegre. Esa clase de tipo. Así que aquí estoy disfrutando de su departamento vacío, echado por ahí todo el tiempo escuchando Raw Power y Berlin cuando tengo una brillante idea: voy a tomar todos estos LPs de rock inmoral y voy a llevarlos a esa fi esta de solteros/casa-dos/lo-que-crean-que-son y voy a volarles la cabeza. ¡TÓ-MENLA, CABRONES! Así que amontono los discos y allá voy y toda la noche me la paso deslizándolos en la tornamesa bajándole los ánimos a todo mundo aunque también están fas-cinados, como que la habitación por momentos se queda calla-da, casi pulida, igual se entiende porque estos son los suburbios de California donde todos vestidos muy popof con todo tipo de cadenas y lo que se pueda, coronándolo todo con un frappé de la Yardley al lado, arracadas enormes, todos los tipos con las pati-llas tan bien recortadas que sacan chispas, y fuman cuando Lou suelta: “Caroline says… while she gets up from the fl oor… Why is it that you hit me?... It’s no fun at all…”

Mientras todos estos jóvenes se relajan colocando la dolce vita bajo la lupa. Momentos congelados, todos malos. Labios helados y gafas de sol frígidas.

“¡La frígida no soy yo, son mis Foster Grant!”

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32 la Gaceta número 481, enero 2011

“¡El impotente no soy yo, es mi cuero inglés!”“¡Bueno, hagamos intercambio!”“¡Guau! ¡Qué bien!”“¡Oye, qué divertida es esta decadencia por el culo!”Desgraciadamente, esto nunca sucedió. No puedo recordar

este Año Nuevo y tuve que inventarme algo. Pero las historias que te inventas al día siguiente siempre son mejores que lo que pasó en realidad.

1975: Por una vez sensible. Mezclé anfetas con Valium y me fui a la ofi cina, que estaba desierta, y me pasé la noche escri-biendo un texto para la edición de febrero de Creem. ¿Dedica-ción al deber? No. Retirada del holocausto.

1976: Había estado saliendo con una chica un par de sema-nas medio que luciéndonos por la escena de Detroit con el pre-texto de que era fotógrafa. Ella decidió que yo era maricón porque una noche entre octubre y noviembre en un concierto de Barry White estábamos sentados a espaldas de los Ohio Pla-yers, los peores teloneros del mundo, ella se fi jó en el bajista, “tiene buenas nalgas”, yo me incliné un poco para ver y ella me dedicó una mirada de extrañeza, con eso bastó. Pues como sea, esta chica y yo seguimos saliendo, pero nada de sexo. Yo era torpe y tímido y ella, bueno, supongo que sus cámaras le estor-baban. Como sea aquí viene la noche de Año Nuevo, el evento, y por dios que los cabrones de la revista Creem rentan toda una suite en un hotel lujoso del centro nada más para, ah, entretener a cualquier tipo importante que pueda aparecer como, diga-mos, los disc jockeys locales o Martin Mull que hizo su rutina cómica en el piso de abajo y en el de arriba también. Por alguna estúpida razón esta chica como que me gustaba. No sé por qué, bueno en realidad sí: de frente se parecía a una persona a la que había amado llamada Judy, y por detrás se parecía a una persona que amaba pero que no quería verme en ese momento llamada Nancy. Así que MEA CULPA CABR’, etc. Como sea, me di cuenta que la única razón por la que había ido a esta bazofi a conmigo era nada más porque daba la casualidad que yo traba-jaba en la misma publicación que este sujeto de nombre Charlie Auringer que le gustaba a TODAS las chavas que andaban ahí por el sentadito displicente que tiene todo el tiempo, la mirada perdida, ese tipo de cosa. Cuando noté que descaradamente me estaba UTILIZANDO para acercarse a Charlie me emputé. E hice lo que cualquier rasta respetable habría hecho: escabullir-me al piso de abajo y beber hasta la nulidad. Pero no estaba solo en la faena y mucho antes de la media noche ella y yo milagro-samente acabamos juntos, ahí en una mesa de pista en el salón

de abajo, con sufi cientes globos para mandar a Steve Martin por los aires, pedacitos de papel por todas partes, Flo y Eddie por ahí metiendo mano a cuanto trasero podían EXACTA-MENTE como en esa canción de los Fugs “Dirty Old Man”, el confeti caía, y yo y Lee Ann (así se llamaba ella) con gorritos de fantasía, todolindo, ya casi es medianoche, quémaravilla, fuera luces.

Yo le paso mi brazo de ebrio por los hombros y la beso. Ella voltea la cara y aprieta los labios.

“¡Oye! ¡Te llevo a lugares todo el tiempo! ¡Me gustas! ¡Ha-cemos cosas juntos! ¡Chico y chica! ¡¡¡¡¿¿¿¿¡¡¡¡Y ni siquiera vas a darme un beso en la noche de Año Nuevo!!!!????!!!! ¿De qué trata esta mierda?”

“Tienes mal aliento”, dijo.La cosa sólo podía mejorar. Cuando conquisté el corazón de

la antes mencionada Nancy, nos mudamos a Nueva York donde estuvimos muriéndonos de hambre Descalzos en el Parque y nos acurrucábamos en la ciudad para ver a Donnie y Marie to-dos los viernes por la noche. La noche de Año Nuevo en cam-bio vimos a Jimmy y Rosalynn. Su baile de preinauguración. A los dos se nos salieron las lágrimas cuando Loretta Lynn cantó “One’s on the Way”. Nos dio esperanzas en la sociedad. Éra-mos jóvenes e idealistas y enamorados. Tan fascinados caminá-bamos sobre montañas de azúcar que nunca se nos ocurrió cui-darnos de la diabetes por todo el edulcorante con el que nos estábamos retacando los conductos linfáticos. Seis meses des-pués ella me había abandonado para irse a escuchar a los Sex Pistols en paz.

Después tuve un par de romances menores mientras la pasa-ba principalmente borracho y prácticamente era residente del CBGB’s donde interpreté mi papel de bohemio/artista bukows-kiano formando parte de esa gran comedia. Con eso conseguí algunas mujeres de verdad: de esas que se sientan en tu depar-tamento con las piernas cruzadas luego que ambos pasaron toda la noche despiertos metiéndose drogas malas y no van a follar contigo pero son muy amenas describiendo en detalle al linóleo sus múltiples intentos de suicidio y su compleja Weltens-chauung postexistencial derivada de Richard Hell e innumera-bles audiciones del querido Sydney gorgoreando “My Way”, una declaración fi losófi ca que se reduce a la Vida no vale la pena vivirse y todo apesta pero suicidarte requiere demasiado esfuerzo así que ¿qué otra puta cosa tienes de beber? G

Versión de Arturo G. Aldama

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Rosario CastellanosCentro Cultural Bella ÉpocaCiudad de México. Tamaulipas 202,

esquina Benjamín Hill, colonia Hipódromo de la Condesa,

delegación Cuauhtémoc, C. P. 06170.

Teléfonos: (01-55) 5276-7110, 5276-7139

y 5276-2547.

Alí Chumacero

Ciudad de México. Aeropuerto Internacional de la ciudad de México.Av. Capitán Carlos León González s/n , Terminal 2, Ambulatorio de Llegadas,Locales 38 y 39, colonia Peñón de los Baños, delegación Venustiano Carranza, C.P. 15620. Teléfono: (01-55) 2598- [email protected]

Alfonso Reyes

Ciudad de México. Carretera Picacho-Ajusco 227, colonia Bosques del Pedregal, delegación Tlalpan, C. P. 14738. Teléfonos: (01-55) 5227-4681 y 5227-4682. Fax: (01-55) 5227-4682. [email protected]

Daniel Cosío Villegas

Ciudad de México. Avenida Universidad 985, colonia Del Valle, delegación Benito Juárez, C. P. 03100. Teléfonos: (01-55) 5524-8933 y 5524-1261. [email protected]

Elsa Cecilia Frost

Ciudad de México. Allende 418, entre Juárez y Madero, colonia Tlalpan Centro, delegación Tlalpan, C. P. 14000.Teléfonos: (01-55) 5485-8432 y [email protected]

IPN

Ciudad de México. Avenida Instituto Politécnico Nacional s/n ,esquina Wilfrido Massieu, Zacatenco, colonia Lindavista, delegación Gustavo A. Madero, C. P. 07738.Teléfonos: (01-55) 5119-2829 y 5119-1192. [email protected]

Juan José Arreola Ciudad de México. Eje Central Lázaro Cárdenas 24, esquina Venustiano Carranza, colonia Centro, delegación Cuauhtémoc, C. P. 06300.Teléfonos: (01-55) 5518-3231, 5518-3225 y 5518-3242. Fax [email protected]

Octavio Paz

Ciudad de México. Avenida Miguel Ángel de Quevedo 115, colonia Chimalistac, delegación Álvaro Obregón, C. P. 01070. Teléfonos: (01-55) 5480-1801, 5480-1803, 5480-1805 y 5480-1806. Fax: [email protected]

Salvador Elizondo

Ciudad de México. Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Av. Capitán Carlos León González s/n , Terminal 1, sala D, local A-95, colonia Peñón de los Baños, delegación Venustiano Carranza, C. P. 15620.Teléfonos: (01-55) 2599-0911 y [email protected]

Trinidad Martínez Tarragó

Ciudad de México. CIDE. Carretera México-Toluca km 3655,colonia Lomas de Santa Fe, delegación Álvaro Obregón, C. P. 01210.Teléfono: (01-55) 5727-9800, extensiones 2906 y 2910. Fax: [email protected]

Un Paseo por los Libros

Ciudad de México. Pasaje metro Zócalo-Pino Suárez, local 4, colonia Centro Histórico, delegación Cuauhtémoc, C. P. 06060. Teléfonos: (01-55) 5522-3078 y 5522-3016. [email protected]

Víctor L. Urquidi

Ciudad de México. El Colegio de México. Camino al Ajusco 20, colonia Pedregal de Santa Teresa, delegación Tlalpan, C. P. 10740. Teléfono: (01-55) 5449-3000, extensión 1001.

Antonio Estrada

Durango, Durango. Aquiles Serdán 702, colonia Centro Histórico, C. P. 34000. Teléfonos: (01-618) 825-1787 y 825-3156. Fax: (01-618) 128-6030.

Efraín Huerta

León, Guanajuato. Farallón 416, esquina Boulevard Campestre, fraccionamiento Jardines del Moral,C. P. 37160. Teléfono: (01-477) 779-2439. [email protected]

Elena Poniatowska Amor

Estado de México. Avenida Chimalhuacán s/n , esquina Clavelero, colonia Benito Juárez, municipio de Nezahualcóyotl, C. P. 57000. Teléfono: 5716-9070, extensión 1724. [email protected]

Fray Servando Teresa de Mier

Monterrey, Nuevo León. Av. San Pedro 222 Norte, colonia Miravalle, C. P. 64660. Teléfonos: (01-81) 8335-0319 y 8335-0371. Fax: (01-81) 8335-0869. [email protected]

Isauro Martínez

Torreón, Coahuila. Matamoros 240 Poniente, colonia Centro, C. P. 27000.Teléfonos: (01-871) 192-0839 y 192-0840 extensión 112. Fax: (01-871) [email protected]

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Guadalajara, Jalisco. Av. Chapultepec Sur 198, colonia Americana, C. P. 44310. Teléfono: (01-33) [email protected]

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