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    EN LA BUSQUEDA DE UNA IDENTIDAD

    Subjetividad Masculina en la Psicoterapia Psicoanalítica

    Lic. Darío Ibarra Casals/2009

    Como militante del movimiento masculino profeminista, me he implicado en los

    estudios de género y más concretamente en los estudios de la masculinidad. Estemovimiento deconstruye el modelo masculino hegemónico, intentando erigir

    masculinidades alternativas con características igualitarias, pacíficas y empáticas.

    El proceso de construcción de la subjetividad masculina tiene aspectos que

    cambiaron significativamente, pero otros se mantienen inmutables a través de los

    siglos. Éstos últimos son los más sólidos e inflexibles, pues no han sido suficientes las

    décadas ni la diversidad de culturas para lograrlo. Aunque el modo tradicional de

    encarnar el género masculino ha atravesado diversas crisis, entre otras razones,

    motivadas por los movimientos sociales del feminismo, en la posmodernidad los

    varones nos encontramos a la deriva en un mar de incertidumbres difíciles de tramitar

    a través de una lógica patriarcal. Es así por lo que en algunas oportunidades,

    terminamos aferrándonos a representaciones de género que espontáneamente repiten

    y legitiman relaciones de poder para ser reconocidos como “hombres de verdad”.

     Algunos autores hacen referencia a las masculinidades, enfatizando en los

    diferentes modelos que se construyen de manera colectiva e intersubjetiva. De una u

    otra manera todos los varones representan alguno de ellos. Describiré tres grandes

    grupos de prototipos masculinos, siendo el primero el hegemónico, en el cual se

    incluyen los varones con una identidad de género tradicional, reproduciendo la

    omnipotencia, el autoritarismo y diversos grados de violencia. Un segundo modelo, el

    alternativo ambivalente, es el que fluctúa entre la desigualdad y la equidad de género,

    con una impronta sexista, aunque esforzándose por abandonar el modelo I. Los

    cambios de roles femeninos y masculinos, los movimientos generacionales inter e

    intragénero, así como las exigencias coyunturales entre otras cosas, lograron el

    surgimiento de este segundo modelo. A partir de la nueva imagen colectiva que se

    valoriza en la actualidad, vemos un hombre mas comprometido en el ámbito privado.

    Esto crea una tensión entre exigencias externas y las posibilidades psíquicas internas

    de cada sujeto. Se observa claramente en la clínica la distancia subjetiva entre los

    movimientos genéricos espontáneos con respecto de los simulados. Estos últimos

    tienen el fin de crear la ilusión de pertenecer a la nueva era y ser un “hombre

    moderno” que “ayuda a su mujer” y “cambia pañales”, con las recompensas narcisistas

    que esto promueve. El tercer modelo, el alternativo progresista, incluye a los varones

    sensibles que respetan la diversidad de miradas de ambos géneros, los derechos

    igualitarios y la libre expresión de un rico mundo afectivo no violento; una minoría.

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     Ante esta multiplicidad de subjetividades construidas socio-históricamente, me

    pregunto: ¿cuáles varones y con que demanda consultan a terapeutas del mismo

    sexo?, tomando en cuenta únicamente los conflictos relacionados con la identidad de

    género. Los del primer modelo consultan por inconvenientes en comprender

    demandas afectivas, dificultades empáticas con las mujeres, falla en los mecanismos

    defensivos ante cambios en la conducta de sus parejas y el posterior surgimiento de

    diversos grados de angustia, así como conflictos narcisistas por no lograr cumplir con

    el rol de proveedores (económicos y sexuales). El fracaso en la realización de

    fantasías omnipotentes imposibles de lograr, vinculadas al dominio y control, también

    produce sufrimiento. Particularmente en este grupo, la felicidad es alcanzada

    idealmente por el éxito profesional y el triunfo material, generalmente a costa del

    distanciamiento del ámbito privado y su consiguiente ausencia de privilegios afectivos,

    como participar activamente del desarrollo de la prole. En este sentido, estos varones

    son víctimas del sistema patriarcal, lo que impulsa al reforzamiento del autocontrol y la

    racionalización, oponiéndose a la demanda terapéutica y llegando al consultorio por

    derivación de un psiquiatra o por amenazas de sus parejas.

    Los varones que se identifican con el segundo modelo lo ejemplifica un

    paciente que planteó en una primera entrevista: “a mí me parece que no puedo ser tan

    manteca”; el cual busca abandonar ciertos atributos tradicionalmente femeninos como

    la sensibilidad y la plasticidad. Las fantasías homosexuales muchas veces surgen en

    ellos, porque confunden algunos aspectos subjetivos con transformarse en mujeres.

    Sienten placer al desarrollar vínculos afectivos significativos, pero gradúan el

    compromiso y la entrega, por sentir amenazada su identidad. También pueden

    presentar ciertas dificultades para contactarse con sus propias necesidades y

    diferenciarlas con las del otro/a.

    Me he preguntando si realmente es posible reconstruir representaciones de

    género masculino, sin esperar a la distancia que los diversos acontecimientos socio-

    culturales continúen transformándolas lentamente, como ocurrió hasta el momento.Sin desconocer y valorando los alcances que tiene el activismo feminista de muchas

    mujeres y profeminista de algunos varones, mi intención es trabajar sobre un camino

    que básicamente genera procesos individuales: el psicoanálisis clínico realizado desde

    la perspectiva de los estudios de género.

    Con este fin, intentaré deconstruir algunos aspectos del funcionamiento

    intrapsíquico e intersubjetivo (Benjamin, 1996) de los varones de nuestra cultura y, en

    especial, de aquellos que llegaron a la consulta demandando un cambio. Varones en

    crisis, con los que intento (re) construir respuestas a complejas interrogantes, con aprioris estigmatizantes y estereotipados.  Esto no implica borrar la historia de la

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    subjetividad, sino potenciar las herramientas vigentes para responder saludablemente

    a la pregunta con la que llegan algunos a la consulta: ¿que tengo que sentir, pensar,

    decir y hacer para ser un hombre en la actualidad?

    No es casual que éstos consulten menos que las mujeres, vale decir, que no se

    pregunten tanto el porque de sus conflictos y la forma de resolverlos. Porque ¿cómo

    cuestionarse el modelo masculino hegemónico si sólo se tiene uno? Los que fuimos

    educados en la posmodernidad estamos desorientados, inseguros y perplejos,

    buscando la identidad perdida, un referente identificatorio fuerte, pero no basado en la

    inequidad y la violencia. En los tiempos que corren, la construcción de la subjetividad

    es compleja, porque nos tocó montar a caballo entre dos paradigmas, el viejo y el

    nuevo. Esta es la consecuencia del resquebrajamiento de la masculinidad tradicional,

    la producción de un nuevo desequilibrio en dichas subjetividades, mientras que las

    femeninas se ordenan y toman forma.

    Las representaciones de género se han modificado mas abruptamente de lo

    que el colectivo masculino fue capaz de asimilar, por tanto el modo en que éstas

    inciden a nivel individual genera malestar. Producimos múltiples formas de vivenciar

    un malestar subjetivo (Burin, 2000) que puede derivar en variados síntomas y/o tomar

    el camino de la egosintonía. El concepto de malestar rompe con la lógica dicotómica

    clásica que posiciona a las personas en la dualidad salud/enfermedad, introduciendo

    este tercer término. Al decir de Burin, el malestar implica entonces una noción

    transicional a medias subjetiva y objetiva, externa e interna a la vez, que trasciende el

    orden binario “sano-normal” por un lado y “enfermo, patológico, anormal” por otro. 

    Mujeres y varones han naturalizado algunos síntomas, atribuidos al estrés por

    exceso laboral, ausencia de empleo o dificultades económicas. Difícilmente un

    paciente traiga como motivo de consulta dolencias “normales” de la época, que

    generan malestar pero “no matan” a corto plazo, que pueden manifestarse en estados 

    soportables de ansiedad frente a exigencias internas y externas, alexitimia ante

    reclamos de la pareja, sensación de extenuación, desorientación respecto alreordenamiento de los roles intrafamiliares, disminución del deseo sexual frente a una

    mujer activa y algunos síntomas depresivos “llevaderos”. Así como otros, llegan

    derivados de un psiquiatra o enviados por su pareja: “me mandó el médico porque dice

    que somatizo todo” o “yo estoy bien pero me dijo que si no venía se divorciaba, así

    que acá estoy”. Un camino más escabroso nos espera en estos casos, también por el

    plus transferencial de la competencia que establecerán con nosotros, intentando

    demostrarnos que ellos tienen las cosas claras. Nuestro trabajo inicial consistirá en

    promover la egodistonía y para ilustrarlo presento a Joaquín, un paciente de 38 años,profesional exitoso y de clase media, quien planteaba que se “sentía eficaz” frente a su

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    esposa, extremadamente demandante de dinero, a la cual protegía y cuidaba,

    sacrificándose en extremo por ella. Lo hacía sentir enérgico e imprescindible para que

    ella pudiera desarrollarse profesionalmente; pero a su vez le creaba cierto malestar

    que no me reconocía a mí ni a sí mismo. Asocié este malestar a su autoexigencia de

    tener que “estar siempre bien” y “responder de forma efectiva” a su pareja, para no

    abandonar el lugar de proveedor y sostén, a partir de sus multi-empleos que le

    generaban un estrés mayor. Luego de trabajar un tiempo en psicoterapia, la

    autoexigencia y el intento de control resultaron egodistónicos, analizándola juntos

    como síntoma de su condición de género.

     A partir de esta introducción, me hago algunas preguntas que podrán

    responderse en este trabajo, solo en parte, ¿cuales son los cimientos que sustentan

    los estereotipos de género masculino?, ¿de que manera y cuando comienzan a

    reproducirse socialmente?, ¿de que manera los varones construyen su identidad de

    género en función de la dinámica intrafamiliar? y ¿cuáles son los alcances de la

    psicoterapia psicoanalítica?.

    (DE) CONSTRUYENDO LA IDENTIDAD

     A partir del vínculo primario que el niño establece con su madre, padre y otras

    personas, se constituye la identidad nuclear de género. Ese marco de referencia

    interno de pertenencia al sexo masculino y no al femenino, que es a la vez conciente e

    inconciente y se organiza antes de la etapa fálica (Dio Bleichmar, 1985). Condición

    necesaria para que el niño transite de manera saludable, un proceso edípico y sus

    consiguientes identificaciones, con un yo flexible pero fuerte como para soportar y

    elaborar decepciones, amenazas y contradicciones.

    Freud (1924) describió el complejo de Edipo masculino de una manera más

    simple que el femenino. A partir del apego preedípico del niño con su madre, comienza

    a sentir deseos hostiles hacia su padre y lo vive como un rival respecto al amor de su

    madre, deseando reemplazarlo. Empieza a fantasear con eliminar a su padre y

    apoderarse de su pene, con el temor de que éste lo castigue por desear a su madre.

    Es aquí cuando tiene que elegir entre mantener su pene conservación de la identidad

    narcisista) y el amor a su madre. Comienza a reprimir el fuerte amor hacia la madre y

    lo transforma en sentimientos afectuosos. Tras la amenaza de castración el varón sale

    del complejo de Edipo, identificándose con el padre e instaurando el superyo, para que

    en un futuro lejano, pueda salir fuera del círculo familiar y elegir otra mujer que no sea

    su madre.

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    Esta es la lógica con la que hemos pensado hasta el momento el desarrollo

    psíquico del niño, vinculándose con madre y padre o sustitutos, pero otorgándole

    mayor trascendencia al binomio madre – hijo, lo que relativizaré prominentemente.

    Michael Kimmel (1992) plantea la existencia de dos posturas en torno al vínculo

    madre - hijo. Una de ellas va en la línea de lo que plantean Robert Bly, Sam Keen y

    Robert Moore y Douglas Gillette, los que argumentan que los hombres de los

    noventas, eran menos listos y menos vividos, porque no lograron separarse de sus

    madres de forma completa y adecuada. Paradójicamente, las psicoanalistas feministas

    como Nancy Chodorow y Dorothy Dinnerstein entre otras, plantean que el problema

    radica en que los hombres se han separado demasiado. Pero estas dos posiciones

    serían contradictorias si pensamos en un colectivo masculino homogéneo. En este

    sentido intento desanudar este conflicto, adhiriéndome al concepto de masculinidades,

    en el que queda implícita la subjetividad de cada varón, que también se construirá a

    partir de las cualidades vinculares con madre y padre, por tanto, algunos podrán

    separarse demasiado, otros separarse de forma incompleta y estarán los que podrán

    hacerlo adecuadamente.

    Se comienza a definir la identidad por lo que no se es y las madres tienden a

    empujar a sus hijos al complejo de Edipo antes que a sus hijas (Greenson, 1968) con

    la intención ilusoria de que no se feminicen y convertirnos en hombrecitos lo antes

    posible, disminuyendo así la angustia homofóbica de ambos padres. Se comienza a

    conseguir la individuación, des-identificándose de la madre, de lo femenino, del mundo

    de las mujeres. En este punto, creo importante explicitar que la des-identificación y la

    separación son procesos diferentes, el primero se produce a nivel intrapsíquico y el

    otro requiere el nivel intersubjetivo.

    Con el advenimiento de los nuevos padres que participarán activamente de los

    cuidados primarios de sus hijos, éstos últimos no tendrán que des-identificarse de

    ellos, en tanto que varones. Pero, como hasta el momento la mujer ha sido la

    encargada de estos cuidados y el esencial objetivo narcisista masculino seguirá siendoconvertirse en hombre, los varones tienen esta dificultad identitaria, a diferencia de la

    mujer, que no tiene el trabajo de des-identificarse de su madre, aunque sí el de

    independizarse de ella (Chodorow, 1984). Entonces, si para des-identificarse hay que

    tomar distancia, ¿quién o quienes promoverán este movimiento?, ¿el hijo?, ¿la

    madre?, ¿el padre?.

    En este separarse de la madre, el varón oscila entre dos fuerzas

    complementarias, traicionar a la madre amada - buena y liberarse de la mala madre

    frustrante y todopoderosa (Badinter, 1992). Philip Roth (citado por Badinter, 1992)plantea que no se puede ser hombre sin traicionar a la propia madre, cortando los

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    lazos de amor que establecimos en la infancia. Es así para lo que algunos pacientes

    llegan a la consulta, para ayudarlos a decirle que no a sus madres, a traicionar a sus

    madres, que algunas veces aprietan fuerte y no sueltan. Y me he preguntado: ¿todas

    las madres hacen lo mismo con sus hijos?, ¿todos los hijos y sus madres, necesitan

    de otro que los ayude a separarse?, ¿cual será el lugar del padre en este proceso?,

    ¿pueden los psicoanálisis generalizar, planteando una sola modalidad de maternar y

    paternizar?.

    Para profundizar en este análisis, planteo un caso clínico que entre otros

    aspectos, refuerza la premisa de pensar la construcción de la identidad masculina

    socio-históricamente y con una lógica intersubjetiva.

    Roque, un paciente de 22 años, presenta rasgos de carácter como la

    psicoplasticidad, sugestibilidad, mitomanía y una falsificación de la existencia (Ey,

    1985). Al momento de la primera entrevista hacía deporte y estudiaba Trabajo Social

    en la Universidad. En esos tiempos, un importante proyecto a mediano plazo,

    implicaba una operación estética del maxilar inferior, “para ser más lindo… para

    gustarle mas a las mujeres”. Su madre tenía 64 años y su padre 86 años, ambos

    viudos del primer matrimonio y con una historia anterior a su nacimiento que era

    desconocida para su único hijo; le producía miedo indagar demasiado porque cuando

    lo intentó, sintió que le mentían y no quería enterarse que su madre había salido con

    otros hombres en su juventud. Roque siempre fue un chico sobreprotegido e invadido

    por sus padres en todas las actividades. Por ejemplo, su madre le dio la mamadera

    hasta los 14 años, compartió el dormitorio con sus padres hasta los 15 años, su padre

    lo avergonzaba en el baby  –  fútbol durante y después de los partidos, hablando con

    los entrenadores para que valoraran lo bueno que era para él, y hasta un año después

    de iniciado el tratamiento dormía con la puerta abierta de su dormitorio, porque si la

    cer raba, su madre sentía que él se “asfixiaba”. Me consultó por ansiedad y miedo ante

    posibles encuentros sexuales con chicas de su edad, a diferencia de la desenvoltura

    sexual que manifestaba en sus relaciones con prostitutas. Tampoco lograba manteneruna “relación de pareja” por más de una semana y le aterraba la posibilidad de que su

    madre le descubriera una novia. En la primera fase del tratamiento cierto grado de

    insight lo llevó a poner en palabras algunos aspectos relacionales: “mamá me trata

    como si fuera un bebé…nunca puedo decirle que no… no quiero que sufra…, mi viejo

    no existe…”. Una madre insaciable, que se ubicaba en posición de víctima ante el

    potencial abandono de su hijo, logrando la renuncia a propuestas laborales y

    cercenándole los nuevos vínculos con mujeres que percibía como amenazadoras. Un

    padre excluido por esta díada, que intenta hacerse presente en la familia,trayéndomelo de esta manera: “mi viejo es un personaje, agranda todo, le da color a

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    todo, mas del que tiene, es un chanta… (se r íe) cada vez que cuenta sus historias de

    superhéroe y sus aventuras con mujeres en la juventud, nos reímos detrás de él con

    mis amigos”. Un padre con dificultades narcisistas, necesita engrandecerse porque se

    siente devaluado y tercero excluido, aunque también es objeto de identificaciones para

    su hijo. Un hijo con deseos de ocupar su lugar pero con culpa y vergüenza por sentir

    que ya lo está haciendo. Este padre inventa historias extraordinarias, como el

    personaje del padre en la película “Big Fish” de Tim Burton (2003), una forma curiosa

    de amar, a través de la fabulación toma contacto con el mundo e intenta comunicarse

    con su hijo. Roque niega el nombre de su padre, “no sabe” su nombre de pila, cree

    que se llama como él, pero no esta seguro. Cuando lo enfrento a la imposibilidad de

    conocer su nombre después de 22 años de convivencia, con ejemplos mediante, me

    asegura que no sabe. Negación histérica que sumado a otras negaciones similares y

    otros mecanismos, me hicieron pensar inicialmente en la psicosis histérica (Freud,

    1895).

    Después de un tiempo de trabajar la relación con la madre controladora e

    intrusiva, pudimos entender y elaborar de forma limitada la culpa y el sentimiento de

    traición que implicaba para él llevar una novia a su casa. Luego de recorrer un camino

    terapéutico sinuoso, con varias amenazas de abandonar el tratamiento, se enamoró

    de una chica de su edad, con la cual estableció y mantuvo en el tiempo por primera

    vez, una relación de pareja. A partir de ese momento abandona sus estudios y el

    deporte, dedicándose únicamente a su novia, a sus padres y asistir a terapia. Por

    iniciativa propia utilizó Sildenafil durante meses, por la ansiedad que le generaba cada

    encuentro sexual. Interpreté en diversas oportunidades la ansiedad de castración que

    le generaba penetrar esa vagina dentada que amenazaba con castrarlo si hacía gozar

    a otra mujer que no fuera su madre. Comienzan a lograr encuentros sexuales

    placenteros, pero la imperiosa necesidad de generarle placer lo lleva a obsesionarse

    con el tema, su único objetivo en su vida se convirtió en complacerla sexualmente. Me

    pedía reiteradamente información sobre la sexualidad femenina para “hacerla gozar lomáximo posible”, pero sentía que a ella no le alcanzaba, como le pasaba con su

    madre. Aparece en Roque la disociación mujer buena  – mujer mala, comenzando a

    enamorarse de esa “hermosa mujer, inteligente y compañera”, pero también sintiendo

    que era “una atorranta y una zorra”, porque “gozaba como una perra, siempre quería

    más y más… tenía miedo que me mintiera y se hiciera coger por otros locos”. Esta

    sensación de engaño la compensaba con furtivas salidas con otras mujeres que él

    consideraba “unas atorrantas”, aunque no llegaban al acto sexual por miedo a la

    disfunción eréctil. Meler (1998) plantea la tendencia a la disociación del objeto deamor, como “un relicto del complejo de Edipo masculino, cuya difícil resolución es

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    frecuente en los hogares donde el vínculo madre-hijo fue exclusivo, aislado e

    hiperintenso”. La re-instauración de la prohibición del incesto en este paciente a través

    de la psicoterapia, me parece de vital importancia, tanto en un sentido proscriptivo

    como en su dimensión habilitadora del crecimiento, lo que promoverá el intercambio,

    vale decir, superar la posición narcisista para tener la posibilidad de acceder al vínculo

    objetal (Meler, 2000).

     Al tiempo, Roque se enfrenta a la madre, cambia su posición en el sistema

    familiar, le presenta a su novia y ella la acepta con dificultad al inicio, hasta que logran

    una buena relación entre ambas, aunque distante. La madre real hace un movimiento

    de cambio, pero su imago materna continúa angustiándolo, manteniéndolo alerta,

    inseguro y haciéndolo sentir “poco hombre”. Roque ejecuta mecanismos

    compensatorios de esta frágil estructuración yoica, como la fabulación imaginaria que

    presenta a su novia, haciéndole creer a ella que es administrador y entrenador de un

    gimnasio de musculación, que esta cursando la mitad de su carrera universitaria y que

    ayuda a sus padres en el negocio, según sus palabr as, “para ella soy un hombre

    exitoso”. Pero, por el contrario, vive en su casa, esperando todo el día las llamadas y

    los mensajes de su novia. Necesita sentirse controlado por ella y la reproducción del

    vínculo madre-hijo calma su ansiedad, aunque acumula tensión en tanto ella no se

    comunique con él, tranquilizándose cuando se contactan durante el día vía mensajes

    de texto, por pedido de él. Implica un gran monto libidinal el mantenimiento de dos

    mundos paralelos, uno infantilizado intrafamiliar desconocido para su novia, y el otro,

    el desempeño de un rol masculino tradicional para un hombre de su edad, secreto

    para padre y madre. Fue en el espacio de la terapia, en ese mundo clandestino, donde

    estas entidades se ponían en contacto, sintiendo Roque que era el único lugar donde

    podía ser él mismo. Podía ser un hombre con miedos, deseos y necesidades,

    permitiéndose después de un lago transitar, la tristeza, también generada por el duelo

    por los padres de la infancia y la identidad infantil (Aberastury, 1971), elaborando el

    miedo-deseo de dañarme, la confianza en nuestro vínculo y las fantasías deabandono.

    También me he interpelado sobre la demanda implícita de este paciente, ¿qué

    vino a pedirme Roque?. Desde la perspectiva que vengo desarrollando, la petición

    implicaba que lo ayudara a crecer, a dejar de ser “un bebé” para convertirse en un

    hombre adulto. Pero para eso había que traicionar a su propia madre y abandonar el

    deseo de ocupar el lugar del padre, recorriendo un camino de angustia y culpa. ¿Por

    qué este paciente buscó a otro hombre para recuperar la potencia que madre y padre

    le quitaron?. Para él, sólo un mentor podía iniciarlo en el camino de la virilidad. A mientender, la ruptura de este tipo de vínculo con la madre y el padre, en estas etapas

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    evolutivas, no es posible si no es con ayuda terapéutica. Si Roque hubiese sido un

    Sambia de Nueva Guinea (Herdt y Stoller, 1982), su tratamiento lo hubiesen llevado a

    cabo los hombres de la aldea, en su pubertad lo habrían arrancado de los brazos de la

    madre, del universo femenino y se habría iniciado con sus congéneres masculinos.

    Una forma violenta, pero más eficaz que el resultado del vínculo con una madre que

    no pudo separarse/lo, a la espera de un padre que no pudo establecer un vínculo más

    cercano con su hijo. Un padre vulnerable, “un hombre de mentira”, con el cual se

    identifica y a partir del modelo que utiliza para adulterar su propia realidad,

    presentándosela a su novia para sentirse querido y deseado por ella. Sintiendo que

    derrotaba al padre día a día y ocupaba su lugar, cuando le interpreto que nunca

    lograra reemplazarlo y le señalo los costos que tiene para él la ilusión de mantenerse

    en esa posición, se molesta y me dice: “yo soy el rey… al menos me tratan como tal”.

    Después de un largo período, tras la quiebra del negocio familiar, el padre comenzó a

    escuchar las ideas y propuestas que por primera vez planteaba Roque, que apuntaban

    a un nuevo emprendimiento empresarial, para solventar económicamente a la familia.

    Una empresa construida entre padre e hijo, en la que éste último comienza a asumir

    un rol co - protagónico, pero desde una posición adulta, menos rivalizada y mas

    saludable.

    LA PARENTALIDAD COMO CONSTRUCCION SOCIO-CULTURAL

    Si pensamos a la maternidad como una construcción socio-cultural, diversas

    autoras sitúan su ejercicio en una modalidad histórica. Badinter (1981) describe a la

    madre abandonante del siglo XVII y XVIII, que entregaba a sus hijos a nodrizas para el

    amamantamiento y otros cuidados primarios. A fines del siglo XVIII y el XIX, plantea

    que se construye el concepto: “amor maternal”, como un valor natural y social a la vez.

     Ambos términos “amor” y “maternal”, promocionaron ese sentimiento pero también la

    representación de mujer = madre. Por casi dos siglos, las mujeres fueron seducidas

    por la promesa de la felicidad y la igualdad: “sed buenas madres y seréis felices yrespetadas. Volveos indispensables en la familia y conseguiréis derecho de

    ciudadanía”. Llega así la madre del siglo XX y con los planteos iniciales del

    psicoanálisis, ésta se convirtió en la “gran responsable” del “inconciente y los deseos

    de sus hijos”. Freud reafirmó lo que había elaborado Rousseau ciento cincuenta años

    antes, o sea, el sentido de abnegación y sacrificio que caracterizaba a la mujer normal.

    Poco tiempo transcurrió para que la responsabilidad se transmutara en culpa, no sólo

    en relación a los conflictos de los hijos, sino también de los familiares.

    En el capítulo sobre Parentalidad (Meler, 1998), del libro “Género y Familia”,Meler hace un recorrido histórico de los estilos parentales. En esta línea ubicamos a

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    Roque, en una familia conservadora, posindustrial y funcionando con una lógica

    patriarcal, caracterizada por la división sexual del trabajo, donde el hijo tuvo un

    excesivo contacto con su madre y una carencia de contacto emocional y físico con su

    padre, el que vivió siempre enajenado en el mundo del trabajo. Tradicionalmente en

    los años sesentas y setentas era un emblema de respetabilidad ser “una mujer de la

    casa”, mientras otras pocas gozaban de trabajos remunerados y ejercicios

    profesionales exitosos, aunque bajo la condición de la doble jornada laboral. En cuanto

    a la paternidad, en la época premoderna ser padre estaba instituido por la sangre o el

    linaje, en la modernidad por el amor o el deseo hacia la madre, pero en la

    posmodernidad, surge la capacidad de construir una buena calidad vincular con los

    hijos y de optar por ser padre (Meler, 2000).

    Hoy en día, las familias “modernas” insertas en la posmodernidad, generan un

    defasaje entre su propio sistema genérico y las exigencias coyunturales, entre las que

    se incluyen prestigio y valor a madres realizadas también en el ámbito público y

    padres ejerciendo cuidados y teniendo mayor contacto con sus hijos. En este período

    de transición que vivenciamos, se redistribuye el poder entre los géneros y se

    entrecruzan dimensiones subjetivas, intersubjetivas, institucionales, así como las

    nuevas representaciones genéricas sociales de mujer y de varón, y por tanto, de la

    maternidad y la paternidad. Se producen entonces grandes beneficios y un incremento

    en la calidad de vida, que implican necesariamente diferentes modalidades de

    elaboración de las contradicciones y los dobles discursos entre el adentro y el afuera

    familiar y generacional, pero no podemos dejar de reconocer la diversidad de sistemas

    familiares disfuncionales y el malestar que estas crisis generan.

     A diferencia de Roque, muchos varones viven con sus madres instaladas en su

    mundo interno, permitiéndoles funcionar productivamente pero generándoles un

    elevado costo libidinal, ocupándose de ellas hasta el final de la vida. Otros, logran

    establecer una relación saludable con ellas, y es a partir de esta diversidad vincular

    madre-hijo que retomo la interrogante, ¿invariablemente se torna necesario que unotro  –  hombre, oficie de corte entre madre e hijo?. La primera respuesta brota sin

    esfuerzo cuando pensamos en algunas madres solteras, separadas y viudas en

    etapas tempranas del desarrollo del niño, siendo que no todos estos pequeños tendrán

    problemas para masculinizarse. Aunque no faltarán psicoanalistas que refuten esta

    respuesta, planteando que si el padre esta ausente físicamente, de todas maneras se

    hace presente en el discurso de la madre.

    En este sentido Lacan y Freud plantean dos padres que operan en niveles

    diferentes (Schneider, 2003), el que representa la “interdicción” y el que resalta ladimensión de “efectuación”, respectivamente. La propuesta freudiana, establece que el

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    padre prohíbe el incesto al hijo, a partir del cual surgirán reacciones de odio a su

    respecto, lo que implicara la emergencia de una relación de rivalidad y por lo que la

    autoridad del padre ejercerá un efecto castrador sobre el hijo. La interdicción de Lacan

    propone dos formulaciones, una para el hijo que implicará la prohibición del incesto

    (“no te acostarás con tu madre”) y otra para la madre que implicará la prohibición de la

    antropofagia materna (“no reintegrarás tu producto”), ubicando a la madre del lado de

    la naturaleza y el padre del lado de la cultura. Un modelo de pareja que descansa

    sobre una versión maniquea, una mujer-madre que tiende naturalmente a devorar y

    engullir, y un padre que libera a sus hijos de esta tendencia “instintiva materna”

    (Schneider, 2003). La misma autora plantea que “si el padre asume todo aquello que

    en la palabra se funda sobre la ley, se consolida entonces una esperanza

    fantasmática; la madre, sin dejar de indicar un orden situado mas allá de ella, quedaría

    profundamente anclada en un universo puesto al abrigo de la regulación cultural y su

    censura obligada”. Schneider también pone en relieve el análisis que hace Lévi -

    Strauss a partir de sus estudios antropológicos, planteando que es el hombre al que se

    le dirige la prohibición del incesto y que el conjunto de sistemas de intercambios no

    descansa tanto en la prohibición, sino en la “alianza”.

    Entonces, ¿la madre por sí sola, con su propia feminidad podría separarse de

    su hijo y dejarlo crecer, convirtiéndolo en un ser independiente y masculino? Hoy en

    día hay más y más mujeres empoderadas en todas sus condiciones, por tanto y

    también dependiendo de la salud mental individual y familiar, podrán en la

    intersubjetividad afirmar y reconocer a sus hijos, para luego diferenciarse/los,

    ayudándolos a crear una representación psíquica del si-mismo autónomo en su deseo.

    Igualmente continuará existiendo y esperemos que con menos frecuencia, la variante

    materna de la perversión y su consiguiente usufructo de los hijos como fetiches

    (Kaplan, 1994); quedando en manos de los chicos la capacidad de separarse de ellas.

    Estas son las madres que refiere Stoller cuando plantea en su concepto de

    “protofeminidad” (Stoller, 1982), la necesidad de un padre para interrumpir la condiciónque produce la placentera simbiosis madre-hijo.

     A pesar de la joven edad de Roque, éste proviene de una familia “moderna”,

    cuya madre poseería la “tendencia espontánea” de retener a su hijo, con un padre que

    falla en el vínculo con él y su pareja. Claramente este fue un padre que encarnó una

    masculinidad hegemónica, con grandes dificultades para establecer un vínculo

    cercano y tierno con su hijo; y una madre con escaso desarrollo en el área social,

    dedicando gran energía a su doble maternidad, la del hijo y cónyuge. A modo de

    hipótesis, si viviéramos en un sociedad matriarcal y los varones tuvieran a cargo loscuidados iniciales y la primera infancia de los hijos e hijas, siendo la paternidad la

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    única fuente de realización personal, y las madres permaneciesen ausentes del hogar

    y alejadas afectivamente de sus hijas, hijos y pareja, algunos padres también tendrían

    la “tendencia espontánea” a que les  sucediera algo semejante con sus hijas, vale

    decir, cierta dificultad para separarse/las, para dejarlas crecer y para habilitar el

    desarrollo de una feminidad adulta, fenómeno que en ocasiones igualmente sucede.

    Los hechos están mostrando que los padres hoy en día tienen otras funciones

    que “oficiar de corte” y “salvar” a sus hijos de “los deseos” de las madres y viceversa.

    Pero el psicoanálisis ha tenido un considerable poder, fueron cien años de producción

    de subjetividad a nivel colectivo, lo que implicará tomarnos algunas décadas para la

    elaboración de esta crisis genérica, que implicará la revisión de premisas que se han

    instaurado fuertemente en el engranaje social.

     Algunos psicoanalistas como Lacan, más allá de su clara tendencia a

    reproducir la dominación masculina, tuvieron quizá la intención de hallarles un rol

    productivo a los padres y generalizarlo, inutilizando una vez mas a la mujer y

    anulándole atributos yoicos que remiten a la fortaleza, así como al criterio y la

    autonomía; inutilizando también al padre en su capacidad para establecer un vínculo

    saludable con su hijo y poder ser un referente identificatorio fuerte para el mismo.

     Aunque sí acuerdo con que la función de corte muchas veces la tiene que oficiar el

    padre u otra persona, pero no advierto que haya que generalizarla como “natural”

    incapacidad femenina. Las mujeres con dificultad para diferenciarse de otro  –  hijo,

    tenderán a buscar y conseguir parejas que no impliquen amenaza alguna y

    necesariamente van a quedar por fuera de la díada, ocupando el lugar de tercero

    excluido, siendo que no se comprometerán en el vínculo con su hijo. Pero las mujeres

    que eligen ser madres “no pertenecen a un colectivo homogéneo”, la modalidad

    depende de la subjetividad individual y del ámbito sociocultural en el cual se ejerza la

    maternidad (Meler, 2000).

    Concuerdo con la debatible premisa de Jessica Benjamin (1996) que plantea

    que padres y madres podrían ser figuras tanto de apego como de separación para sushijos e hijas, utilizando las identificaciones con ambos, sin confundirse acerca de su

    identidad de género, sobre todo en la fase preedípica, donde hay una mayor

    plasticidad y fluidez.

    Irene Fast (Fast, 1984) plantea que los varones, así como las niñas, transitan

    por una fase en la cual agotan su identificación con el progenitor del otro sexo,

    pudiendo renunciar luego a ella y reconocerla como prerrogativa del otro. Pero si la

    renuncia se produce antes de tiempo, sin el logro de una completa identificación, se

    verá comprometida por el desprecio o la idealización (Benjamin, 1996). Ésta podrá serla plataforma donde se asiente la futura idealización de las mujeres (madre incluida) o

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    adecuado desarrollo de la masculinidad de los hijos. Es el momento de plantear una

    pregunta para la cual no tengo la respuesta: ¿será posible en un futuro lejano lograr

    que madre y padre sean fuertes y sensibles a la vez, logrando una equilibrio en el

    manejo del poder intra y extra-familiar?

    No es poca cosa, que estemos transitando un momento de la historia en el que

    podemos trascender la lógica patriarcal, en la teoría tanto como en la clínica

    psicoanalítica. Ahora sí, poder pensar al padre y a la madre, como equivalentemente

    promotores de la salud mental de sus hijos e hijas.

    EL VINCULO TERAPEUTICO COMO MODELO INTERSUBJETIVO

    Cansados de un padre que intentó masculinizar a través de “golpes”, dureza y

    distancia afectiva, llegan algunos pacientes a la consulta y muchos analistas continúan

    reproduciendo esta forma relacional.

    En general, los varones tuvieron que identificarse con una figura paterna

    distante, con dificultades para tomar contacto afectivo, expresar emociones y

    necesidades, así como con resistencias para que los cuerpos masculinos se

    relacionaran tiernamente.

    Tras algunas reglas que utilizamos en psicoanálisis como la neutralidad y la

    abstinencia (Freud, 1912), me pregunto: ¿cual será la manera en que los

    psicoterapeutas oficiamos de modelo identificatorio genérico a nuestros pacientes

    varones? Coincido con los analistas lacanianos cuando plantean la importancia de no

    responder a la demanda del paciente, en cuanto al encuentro de un vínculo que lleve a

    cabo satisfacciones sustitutivas mediante la repetición. No de forma contradictoria,

    creo que el terapeuta puede comprometerse como otro masculino, que se acerque lo

    suficiente como para reconocerlos como otro varón, manteniendo la asimetría

    terapéutica suficiente para salvaguardar la transferencia.

    Philippe, paciente de David (1964), mejoró significativamente tras el

    tratamiento, y una hipótesis posible que propone Meler plantea que a partir delanálisis, logró reformular su modelo de padre, su modelo masculino, ya que su padre

    fue un hombre débil, con un gran déficit en detrimento de su madre, mujer fuerte,

    exitosa y aristócrata. Es interesante observar como Philippe se fue masculinizando con

    respecto a su pareja, atrayéndole como mujer con deseo y no como objeto que

    satisfacía sus fantasías perversas. Re-construir al padre como una de las funciones

    del psicoterapeuta implicaría tomarnos “el trabajo teórico de bajar al padre del caballo

    de lo simbólico para hacerlo aparecer en lo real” (Meler, 1991, citada por Volnovich ,

    1996).

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    Robert Bly (1990) plantea que la solución para los hombres ante la inadecuada

    separación de sus madres, y yo agregaría, el insuficiente acercamiento de sus padres,

    es el refugio en una homosocialización, lo que implicaría validarse unos con otros,

    aumentando el propio sentimiento de masculinidad. Sin llevar a cabo alianzas sexistas,

    este también sería un resultado del vínculo terapéutico que vengo planteando; y no

    sólo con nosotros, sino con sus imagos paternas y hasta con sus propios padres.

    La búsqueda de una figura paterna que los reconozca y que los habilite a

    convertirse en hombres como rito de iniciación y les brinde el holding masculino que

    poco tuvieron, son las propiedades que transferencialmente colocan en nosotros.

    Intentaremos no “paternizar ”  al estilo interdictor, así como no competir con ellos

    perpetuando un vínculo de dominación y poder, otra forma de repetir mecanismos

    patriarcales.

    En este sentido también acuerdo con Meler (2000) en cuanto a la “necesidad

    de discriminar entre las funciones iniciáticas del padre mentor, las que permiten el

    acceso a los emblemas de la comunidad masculina, y la transmisión de los códigos de

    dominio que permiten ser reconocido por el grupo de pares, regulador definitivo

    respecto de si el sujeto es todo un hombre, o sea diferente y superior a las mujeres y

    los niños”. Fomentar que el paciente reconozca la diversidad y la pluralidad de

    sentidos, sin sentir amenazada su identidad.

    Hugo Bleichmar (1999) en su artículo “Del apego al deseo de intimidad: las

    angustias del desencuentro”, plantea que el sentimiento de intimidad es una

    construcción subjetiva que surge en relación a un otro al que se reconoce como

    separado del sujeto, en tanto manteniendo el sentimiento de diferencia, surge

    simultáneamente la vivencia de estar compartiendo algo importante de la mente del

    otro, sean estos ideas, emociones e intereses y se le hacen vivir los propios. Este

    sentimiento de intimidad está regulado por los deseos, las angustias, las defensas de

    cada participante, y al mismo tiempo, creadas entre ambos.

    Los objetivos terapéuticos implicarán que el paciente logre el insight sobre suconflictiva, consiga cambios reales que apunten a una mejor calidad de vida, pero

    también planteo la necesidad del encuentro intersubjetivo, así como favorecer el

    desarrollo del deseo de “estar con” el otro (Bleichmar, 1999), logrando un sentimiento

    de intimidad. El deseo del psicoterapeuta también deberá ser “estar con”, y aquí es

    donde se continúa poniendo en juego la subjetividad de ambos participantes. Esto

    implicaría, no escondernos detrás del velo interpretativo, y si ofrecer los aspectos de

    nuestra subjetividad que cada paciente necesita. De cuatro dimensiones que plantea

    Bleichmar, la afectiva, la cognitiva, la instrumental y la corporal, sólo podemos utilizarlas tres primeras.

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    Que otro varón (terapeuta) deconstruya la normalidad masculina es altamente

    aliviador para muchos pacientes y a su vez terapéutico. Éste siente que hay un otro  – 

    adulto  –  hombre  –  reconocido por él mismo, que lo habilita a sentir diferente, que

    entiende empáticamente lo que siente y critica, que puede hablar de sus emociones

    sin sentirse “mujercita".

    Habilitar a la contra-hegemonía, requiere necesariamente implicar nuestra

    propia subjetividad, y el trabajo psicoterapéutico también contendrá una alianza

    intragénero, no sexista, que fomente en el paciente la reciprocidad de sí mismo y el

    reconocimiento del otro como alguien diferente, apartándolos de una forma vincular

    donde el otro se convierte en otro especular, a partir del cual se es, vale decir: se es a

    través de otro-objeto.

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