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Camille de Toledo En época de monstruos y catástrofes Tomo I de la tetralogía de los Estratos Traducción de Juan Asís ALPHA DECAY En época de monstruos y catástrofes_1aEd.indd 5 28/01/12 22:35

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camille de toledo

En época de monstruos y catástrofes

tomo I de la tetralogía de los Estratos

traducción de Juan asís

aLpHa dEca y

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c o n t E n I d o

Nota para la lectura 11Pero antes… ¡lectores! 13

E n é p o c a d E m o n s t ru o s y c a tá s t ro f E s

tomo i de la tetr alogía de los «estr atos»

1 . El mimo pionero 23 2 . Il stato buccal des Kapitalismus 27 3 . La concepción de Boudoir 31 4 . un pontón without sea 34 5 . History of the desfile 36 6 . renacimiento de las quimeras 40 7 . El libro del cortesano 47 8 . El temor de Istanbul 51 9 . un intelectual en el rancho 57 1 0 . aparición de Boudoir 63 1 1 . tasa de penetración 69 1 2 . una manía de sade 74 1 3 . regocijos 80 1 4 . El suplicio de Istanbul 83 1 5 . Esplendor y degeneración 88 1 6 . triunfo del asesor 94 1 7 . organización de la Gala y recuerdos 99 1 8 . aparición de dick 103

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1 9 . Victoria del cliché 108 2 0 . La muerte de Walt disney 113 2 1 . Lo positivo de la regresión 120 2 2 . La alta sociedad del juego 125 2 3 . dramaturgia de la banalidad 133 2 4 . Jornada ordinaria de resurrección 138 2 5 . Lógica de lo inverosímil 143 2 6 . En época de catástrofes 148 2 7 . técnica y estrategia del desastre 152 2 8 . rumores de decadencia 156 2 9 . La partida de Boudoir 158 3 0 . origen latino del dolor 164 3 1 . En los lugares del desastre 171 3 2 . El rostro de una mujer 174 3 3 . regreso a la embajada 181 3 4 . La atracción celeste 184 3 5 . En las calles de parí’s 190 3 6 . piotr Istanbul en la cárcel 194 3 7 . Intento de mediación 199 3 8 . corrupción del intelectual 207 3 9 . La porfía de Istanbul 213 4 0 . dignidad del silencio 217 4 1 . La caída de Lancaster reynolds 225 4 2 . La revancha de Istanbul 229 4 3 . La conquista del Este 231 4 4 . navidad with lwk 234 4 5 . La inflexión de Boudoir 238 4 6 . recuerdos de cheyenne 242 4 7 . continuación de la cena de navidad 247 4 8 . reproducción técnica del mesías 250 4 9 . Viena en el horizonte 255

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5 0 . the party of castidad 260 5 1 . Los mordiscos de la piel 264 5 2 . de cómo adia, de nuevo, apareció… 272 5 3 . represión, seguridad y paranoia 275 5 4 . coincidencia reivindicada de dos

muertes sonadas 278 5 5 . providencia o conspiración 283 5 6 . retrato del periodista como profeta 287 5 7 . La rebelión del periodista reynolds 293 5 8 . El paso al enemigo 298 5 9 . Las dos caras del monk 303 6 0 . nostalgias parisinas 313 6 1 . una carta del monje 320 6 2 . aritmética der Katastrophe 323 6 3 . Los vieneses, escandalizados 334 6 4 . perspectiva sobre el diluvio 341 6 5 . música y tragedia 353 6 6 . El sentido del diluvio 360

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no ta pa r a L a L E c t u r a

Estratos es una obra de ficción compuesta por cuatro libros. se trata de un intento de escritura novelesca de la realidad en el siglo xxi, una realidad de la hibrida-ción general donde lo real se ramifica en una serie de fases intermedias: ficciones-verdaderas, real-fictions, ficciones-documentales, realidades alteradas, virtua-les, degradadas y fabricadas; una realidad de la repro-ducción, del ersatz y de la duplicación donde los seres humanos entran a su vez en una era de la fábrica; don-de lo industrial & lo natural se mezclan. La unidad de los Estratos remite a la arqueología: es una excavación novelesca donde cada libro cava en la ficción prece-dente para hallar no la imagen primera y originaria, sino el vértigo de una historia que esconde otra histo-ria como las muñecas rusas; es una deconstrucción que produce una ficción y que reclama a su vez una destrucción. Este libro es la primera capa de una se-dimentación novelesca: un péplum o un blockbuster, que habrá que rajar de libro en libro. Incluso, hablan-do sin miedo, saquearlo.

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A los exiliados, a los desplazados,a las hijas y a los hijos de la hibridación y del artificio,

a los habitantes de este mundo sin ultratierra, paródico y cruel,a mis niños, para que sepan encontrar en él trampillas,

agujeros y brechas de esperanza y de inventos.

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p E ro a n t E s … ¡ L E c t o r E s !

Imagínense el decorado de un mundo a unos cuantos kilómetros de dallas, en el desierto de Gobi, en nue-vo méxico, en las grandes estepas chinas, en siberia o en el lugar de los antiguos gulags. y en ese mundo, no saben si son espectadores, figurantes o autores, es-pect-actores o act-autores, verdugos o víctimas, con-sentidores o consentidos, pero, en cualquier caso, es-tán emocionados, muy emocionados. y tienen miedo, porque temen que esta reproducción, como la Historia en su totalidad, los absorba y sorprenda a cada uno de ustedes, de repente, una mañana cualquiera.

¡Tuuurrrfff!¡La Historia!

¿Quiénes están metidos en esta reproducción de los Estratos? unos comediantes, tal vez. ¿serán gente como ustedes o como yo? más bien son marionetas que creen ser libres porque tiran de los hilos de sus propias piernas. ¿y qué más hay? Hay máquinas y en-granajes, chorreantes de aceite de lenguas y progra-mados para ficciones que fueron concebidas y elabo-radas en otro lugar, en torno a una mesa, entre dos máquinas de café, un pasillo, una garrafa de agua mi-neral y una sala de reuniones estándar, pero ¿quién programa? Es la cadena ininterrumpida de la dra-

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En época de monstruos y catástrofes

maturgia, los obreros especializados del Guión, the story-taylors: son sastres de historias pagados por ho-ras, por minutos o a destajo, para que el libro entre en la era maquinaria —¡oh, modern times!—, median-te racionalizaciones del suspense, de la intriga y de todas nuestras sensaciones. Es la story-taylorización, escrita así, en recuerdo de taylor, el bueno del señor taylor de las fábricas ford, ¿se acuerdan? Elijan el co-lor de su coche, ¡siempre y cuando sea negro! ¡Venga! ¡Elijan! ¡Y escriban también! ¡Escriban! ¡Más rápido!

pero, ¿a qué se dedican esas máquinas-personajes en Estratos? ¿funcionan por repetición? ¿por roda-miento? mírenlas, ahí mismo, ahora, están saludan-do, aunque nos cuesta saber su nombre. desde que hemos sido expulsados, nosotros, que somos dese-chos y esperanza, fetos y porvenir, lloricas y señores, expulsados del comienzo del cuello del útero de nues-tras madres naturales —todavía naturales, pero ¿por cuánto tiempo?—, conocemos estas máquinas trans-formadas. Los personajes ahora han cambiado de piel. y esta segunda piel, para nuestra mayor sorpresa, ha comenzado a sangrar hasta el punto de que nos he-mos olvidado de la primera. pero, vamos a ver, ¿a qué se parecen estas máquinas de los Estratos?

¡Máquinas-personajes! ¿Quiénes sois?

respondo por ellas, por ahora, porque no hablan. to-davía no hablan. tenemos pues a lwk: Leopold Wil-liam Kacew, el silencioso —van ustedes a conocerlo muy pronto—. y a su hermana adia, la misteriosa: a ella

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Pero antes… ¡lectores!

la descubrirán más tarde. «dino», como también lo lla-man, lwk, y su hermana adia. Los exiliados, los mi-grantes del péplum. forman la fraternidad de los Es-tratos, la mentira-verdad de los orígenes: dos caras de una misma moneda, conforme a la figura mítica de los gemelos, monstruo y ángel. pero ¿se reduce todo sin más a ese tópico de péplum? ¿El hermano hoy es aún el hermano, y la hermana, su hermana? ¿de dónde vienen, de qué país? La tierra que los ha visto nacer, ¿era un espejismo, una reconstitución? pronto lo sabrán.

sin embargo, y tal y como se delataban —¡traición, traición!— las intrigas de complots nihilistas en la Eu-ropa desaparecida, el despertar será duro. cuando fi-nalmente comprendan, ¡oh, lectores!, será demasia-do tarde: lo falso será tomado por verdadero.

pero antes —prima, prima!—, como arqueólogos, tendremos que cavar. nosotros, es decir, mis manos, la industria de mis dedos, fingers & sons… y mientras que otros seguirán recorriendo la tierra a pie, en la superficie, nosotros atravesaremos las costras sedi-mentadas del artificio: las profundidades de las imá-genes, de los sonidos, de los gestos y de las palabras que, entre tantos archivos y programas, han sustitui-do a nuestras primeras sensaciones. y mientras vaya-mos avanzando, con una lámpara colgada en la frente, tosiendo más y más, y echando pestes como espeleó-logos en esta galería medieval de pantallas que van a dar a otras pantallas, nos cruzaremos con una joven: Boudoir. será para nosotros, los ulises inmóviles, como la pelota de penélope: una boba, una enamora-

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En época de monstruos y catástrofes

da. Boudoir aparecerá y desaparecerá en Estrato I, Estrato II, Estrato III y Estrato IV. ¡cuatro libros! ¡ya me entienden! Es más que tres, esa cifra santa y mági-ca de la ficción americana a la que, por supuesto, he querido responder, ataque contra ataque, en tanto que europeo. Es decir: en tanto que perdedor. para decir a qué se parece el mundo desde nuestro punto de vista incierto y hechizado. y por tanto Boudoir primero será la musa, y luego la actriz trágica. cuanto más ca-vemos para conocer su historia, más nos sentiremos como cucarachas en tiempos del diluvio.

Es decir, poca cosa.pero créanme, lectores, al final de estas excava-

ciones, ¡serán más videntes! En estos Estratos, serán como el cernícalo que, por el ojo de buey del arca, sale volando, y como él, silbaremos: «no veo nada, ¡no hay tierra, no queda tierra!». Lo que descubri-rán no será diferente ni estará alejado de sus vidas y ciudades. no, no habrán viajado. se habrán quedado perfectamente estáticos, sentados en el interior mu-llido de su salón, o sea, asomados a los puentes que encabalgan los ríos de sus llantos. Estarán delante del gran sauce que domina las colinas de los campos veci-nos. y sin embargo, ustedes no habrán viajado. sim-plemente pasará esto: las cosas, los seres y el decora-do de sus vidas habrán cambiado tanto que se habrán convertido en extranjeros.

Todos nosotros: ¡extranjeros! E-inmigrantes iner-tes, obesos y anémicos.

y lo que verán entonces, lectores, serán esos paí-ses que pasan a la velocidad de los clips. ¡Bum, bum!

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Pero antes… ¡lectores!

El largo desfile en el que serán a veces el errante, a ve-ces el indígena, a veces el clandestino, y a veces el mue-ble de la abuela.

¿Conocen Dubái? ¿Y Parí’s? ¿Parí’s?

debemos ahora bucear en el decorado de las ciuda-des. ¿conocen dubái? ¿y la nueva Las Vegas? ¿co-nocen los parques naturales de la India donde los ti-gres se preguntan, antes de desaparecer, si su agonía no sirve, en el fondo, para crear un clímax, un desen-lace? ¿Han visto shangái y esas calles igualitas que las de Londres donde los autobuses son rojos, de dos pisos? para acoger esa psicodelia del mundo donde las ciudades enteras se importan, se exportan, don-de la mismísima tierra sale volando para cambiar de aires, tendríamos que escribir una invocación a Wal-ter Benjamin. ¡Que vuelva! Que aparezca como un mago de un halo de humos y que nos diga, como bru-jo que es: ¿cómo no caer en la melancolía? Soft-fee-lings globalizados, ¡puajjj! ¿cómo no echar de me-nos los tiempos maravillosos del aura, de lo sagrado y de lo auténtico? por eso, a él, a Benjamin, el único que esperó que una liberación naciese con el desdo-blamiento de nuestros seres, de nuestras vidas, le di-rigimos este rezo:

Copista Nuestro que estás en los cielos,Santificado sea tu reino,Hágase tu reproductibilidad Así en la tierra como en el cielo.

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En época de monstruos y catástrofes

El designio de cada día dánoslo hoyY perdona nuestra nostalgia Así como nosotros perdonamos…

porque, en verdad, buceamos. nos sumergimos. Lo falso ya no es un instante de lo verdadero, es su con-quista. ¿y dónde estamos entonces? Where are we? Dove? Wo sind wir? In welche lingua? Lectores, auto-res, exiliados, deportados, apátridas y revueltos, en-tre estratos, precisamente, estratos de historias y vi-das que creen que son la realidad, estratos de gestos y emociones que creemos que encarnamos: estratos de ficciones que, finalmente, van a dar al vacío.

¡Contemplad las ciudades psicodélicas! dije eso, pero podía haber dicho: Contemplad a esos jóvenes y a nuestros ancianos, sus metamorfosis. tienen los rostros del porvenir. y en el espejo no se ven sus mue-cas de niños, sino otra cosa, más monstruosa, que ya no les pertenece. otra cosa que se ha insinuado en los pliegues del cuerpo, para moldearlos: tal vez se-ries de televisión, clips e imágenes tan interioriza-das, que al final se fusionan con la existencia que re-medan. y cuando se miran los unos a los otros, ¿qué ven?

Un apunte final…

ahora el libro va a rajarse. Van ustedes a leer, o más bien, a entrar En época de monstruos y catástrofes, primer tomo del libro de los Estratos. Entren, se lo ruego, como en un mundo aumentado. contemplen

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Pero antes… ¡lectores!

las palabras y las cosas que lo pueblan como un ersatz barroco y patético de la fase en la que estamos, del porvenir en el que vivimos. y esas pequeñas mario-netas, las máquinas-personajes de los Estratos, ob-sérvenlas con compasión: son como ustedes o como yo, intentan encontrar a cualquier precio una segun-da piel. unos ojos, una boca y un rostro.

Entonces, por última vez, ¡venga! permítanme, lectores, que hable con ellas. Que les diga, sí, voso-tros, pequeños personajes míos: Mirad, en los perió-dicos y en la televisión, ¡con qué violencia se impone nuestra dramaturgia humana! Guerra, terror, mie-dos, cálculos y probabilidades. Mirad el balbuceo me-diático que contamina el espíritu y el cuerpo. Fijaos con qué encarnizamiento intentan convenceros de que la realidad está hecha así. Es una furia de palabras, de imágenes y de sonidos que nos pone de rodillas. Nos pegan, nos pegan cada día, y cada vez que inten-tamos levantar cabeza, recomienza la paliza. Tal vez se trate de un bombardeo donde el cerebro humano se parece al Dresde de posguerra o al gueto de Varsovia. Somos los judíos, los afganos de un siglo mental e hi-perbólico. ¡El xxI! Se nos apunta desde las alturas del cielo, sin discernimiento. Y no quedan de las ciudades en nuestras cabezas más que muñones de ciudades. ¡Para eso os he creado, miniaturas mías! Para que el relato de la Historia que transcurre, su Totalidad, su Desmesura y su Catástrofe nos pertenezcan de nue-vo. Para que nunca más nos supere su Complejidad hasta el punto de reducirnos a trozos de huesos y de carnes esparcidas. Tal vez gracias a vosotros, cientos,

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En época de monstruos y catástrofes

miles de hombres y mujeres lograrán comprender esta farsa macabra en la que nos ha tocado vivir. Para eso os he concebido. me gustaría simplemente no haber mentido.

C’To.

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E n é p o c a d E m o n st ru o s y c atá st ro f E s

tomo i de la tetralogía artificial de los estratos

«Señorita mi corazóndesnudada en el encajecon la boca perfumadadeja caer el pis por sus piernasEl olor maquillado de la rajaestá suelto al viento del cielouna nubeen la cabezase refleja al revés…»

georges bataille

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1 . E L m I m o p I o n E ro

Llegó pegándose al ferrocaril como los pioneros a principios del siglo xix cuando parí’s todavía era un villorrio de western equipado con un saloon y un bank que los intrépidos vaqueros asaltaban tras bajarle los humos a una pandilla de pieles rojas y al seguir la marcha alegre de los turistas hacia los palaces del centro de la ciudad, el rosario de hoteles neoviejos que desde hacía mucho tiempo había recubierto el saloon, el bank, los cowboys y los indios, lo deslum-braron primero las miles de farolas Bel’Epoch plan-tadas como postes telegráficos sobre las apagadas llanuras de texas. sólo un pintor excéntrico hubiera podido bosquejar ese grotesco exuberante, esa farsa majestuosa que aspiraba a reproducir el parís de Hauss-mann al noroeste de dallas.

se sintió enseguida familiarizado con la ciudad, él, que jamás se había instalado en ningún sitio, ya que encarnaba justamente ese ningún sitio, this fuck-in’ nowhere, una utopía absurda donde la réplica de la concorde y el ersatz del Hôtel du Louvre lindaban con una Eiffel Tour maciza, cubierta con un sombrero texano monumental, que rivalizaba con el skyline de un Arch of Defense en miniatura, mientras que, más lejos, las aguas artificiales de un canal saint-martin amputado de sus tres cuartas partes mecían los bar-cos-fly hasta el pont-neuf a escala uno a seis.

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En época de monstruos y catástrofes

sin nada más que una silueta esbelta, una ambi-ción discreta, unos pómulos saltones y unos grandes ojos negros, se instaló en las afueras de la ciudad, en un hotel tapizado suciamente con flores de plástico y columnas de pvc. tres sofás anticuados con sus co-jines forrados de vinilo remataban el decorado, el de un burdel cutre donde los turistas vaciaban sus bol-sillos follándose putas ante una alcahueta que ponía poses al ver a los clientes, lo cual hizo al verlo entrar.

—Your name, please? —Leopold William Ka…—Is that Italian? You look Italian…—I’m a new man. He ganado mi identidad en la

lotería. no insista, a partir de ahora, I’m an Ame-rican.

—Bastard, American bastard. What is it exactly? Entonces la dueña le tendió la llave.—There you go, boy. Room eighteen. al marcharse, lwk hizo cuentas, dieciocho, dos

por nueve, seis por tres, y desapareció por la escalera. allí, a la sombra del Gai montmartre, en ese tea-

tro parisino postizo donde se rozaban sin jamás to-carse el lujo, la miseria y el tedio, Leopold William Kacew conoció sus primeros éxitos. todos los clien-tes de entonces hablaban de un hombre educado y re-servado. Es cierto que la dueña trató de empañar su imagen contando a un diario local que él no paraba de «traer chicas», inútilmente. Las azafatas de una ca-fetería vecina enseguida lo desmintieron: «Leopold, you see, he was mister nice guy. Era un tipo tranquilo, elegante, también un poco tímido, a real gentleman.

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El mimo pionero

A little shy too. Era difícil acercarse a él. y además, he was always busy selling his Sweet Desires».

Los Sweet Desires eran pequeños sextoys compa-tibles con cualquier mucosa, boca, labio, vagina, len-gua, etc. cambiaban de color según la acidez de las aguas o de las sales del cuerpo. Venían envueltos como bombones inofensivos —la prensa americana rápida-mente los rebautizó como Pleasure Sweets—, y colo-cados en un estuche purpúreo cerrado con un cordón dorado, estampado con las iniciales LWK. así los com-pradores tenían la sensación de llevar encima una mi-nicámara de las delicias, un lupanar de bolsillo indis-pensable para cualquiera que deseara demostrar su savoir-jouir. dentro del estuche, Leopold incluyó unas instrucciones que enseñaban, por una cara, a user’s guide de posturas, y por la otra, los códigos de color y la acidez correspondientes. Era la fórmula milagrosa de los Sweet Desires, como lo escribió felizmente Lan-caster reynolds, un joven columnista recientemente reclutado por el Washington Post:

La síntesis perfecta de nuestra pasión por lo infantil y lo lindo, y de nuestra autolatría.

a los pocos meses, los turistas estaban enganchados. cada cual alardeaba de su acidez. ahora, uno ya no era rabioso, desocupado, inquieto, deprimido, sino green, yellow, blue, red, purple, o también green olive y blue-Klein. La gente chupaba a cualquier hora del día o de la noche. se acariciaba sin descanso. se ex-citaba, se cepillaba, se cosquilleaba, se enroscaba, se

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En época de monstruos y catástrofes

pinchaba, se manoseaba, se rozaba, se emperifollaba, se engataba, se tocaba, se frotaba, tanto que ya nadie quería dormir, sólo gozar y jugar…

¡Dios mío! ¿Hasta dónde vamos a llegar en esta regre-sión? ¿No habrá un día o una hora en la que el últi-mo de los hombres, una puta o un macaco se levante para decir: «¡Basta! ¡Basta! ¡Mirad a vuestro alerede-dor! ¡Se están muriendo los pájaros y los tigres ago-nizan! ¿No habrá nadie hasta el final que se arrodi-lle a rezar?».

pues nadie, no. Los casinos y los palaces de parí’s duplicaron el volumen de sus negocios. se vendían Sweet Desires al lado de cada máquina tragaperras. Los crupieres tenían sacos llenos a disposición de los jugadores; y es que ése era otro detalle especial de lwk, los deseos dulces se fundían soltando molécu-las antibiotic, energetic, exotic, melancholic…

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