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El Niño de la Burbuja
(Relato Infantojuveadulto)
Inspirado en la vida de David Vetter y
Antoine de Saint-Exupéry
Autor de “El Principito”
Oscar Lei
Ilustración: Joel Basá Fotografía y edición: El autor
EL NIÑO DE LA BURBUJA ______________________________ Oscar Lei
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El no sabía cómo había llegado a esa burbuja de color
verde-azuloso, de la cual no podía salir sin correr el riesgo
de morir, pero quizás le importaba muy poco, puesto que
ese era el único mundo conocido para él. Un mundo
invertido donde los recursos de la ciencia competían con los
de la religión.
“Tiene una deficiencia inmunológica” Refirió el médico,
cuando lo examinó poco después de nacer. Padecía una
extraña enfermedad, y debido a ella fue que le
construyeron esa burbuja donde, según especialistas, debía
pasar el resto de su vida.
La burbuja estaba construida de un material maleable, y un
compuesto químico fotosensible que extraía el aire de la
atmosfera y lo purificaba, permitiéndole a la vez flotar en el
aire, pero contrario a una pompa de jabón, que cuando la
pinchan revienta, quienes atendían al niño podían
introducir sus manos, previamente desinfectadas, y al
sacarlas se sellaba como si fuera un holograma. De esta
forma le suministraban proteínas, vitaminas y minerales, así
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como factores de transferencia, esenciales para mantenerlo
con vida.
La burbuja estaba en el centro de una habitación de blancas
paredes, y utilizaba una tecnología especial para refractar la
luz, ya que el niño tenía los ojos muy grandes y carecía de
pestañas. En el transcurso de varios años, en los cuales se
desarrolló muy poco físicamente, una de las especialistas
que lo cuidaba se la pasaba leyendo diversos libros, cosa
que hacía en voz alta. Y sucedió que una tarde de esas en la
que repetía la rutina, notó que el niño enfocaba su mirada
en las letras del libro, por lo que desde entonces se puso a
darle clase de lectura, a través de un sistema de audio
conectado a la burbuja. El niño no hablaba, y ella suponía
que no entendía, pero era tanto el interés mostrado, que lo
siguió empapando de cultura, leyéndole textos selectos de
Gabriel García Márquez, Pedro Henríquez Ureña y Eduardo
Galeano, así como poemas de Ernesto Cardenal, Domingo
Moreno Jiménez y los cuentos de Juan Bosch, entre otros
textos de meritorios escritores que esta dama de la
educación y la cultura devoraba visualmente.
Pasado el tiempo, un día sucedió que por curiosidad la
especialista abrió una ventana que nunca había sido
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abierta. La habitación se inundó de luz, y casi de inmediato
una misteriosa corriente de aire succionó la burbuja con el
niño, llevándolo al exterior. Cuando los rayos del sol
hirieron sus pupilas, de forma casi mágica, como para
protegerlo de la luz que permite ver las cosas, pero también
puede dejar ciego a quien la mira, la piel del área que le
cubría los ojos se plegó hacía atrás, tomando el niño las
facciones muy parecidas a las de un asiático. En tanto la
burbuja se desplazaba en el aire, él empezó a observar la
ciudad lleno de curiosidad, y en sus labios se dibujó su
primera sonrisa, quizás porque en su primer viaje como
astronauta de la lectura, había ingresado al recinto donde
en esos días celebraban la XVII Feria Internacional del Libro,
Santo Domingo 2014, que fue dedicada al poeta
dominicano Domingo Moreno Jimenes. y tuvo a Panamá
como país invitado de honor.
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Si la Fachada del Teatro Nacional lo impresionó, al ver
colgado de la pared frontal lo que parecía ser un banner
con una imagen suya, no hay palabras para describir su
alegría, cuando el globo se detuvo al frente del majestuoso
Pabellón del Ministerio de Educación, que se muestra en la
siguiente imagen.
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Pasada la impresión de poder observar tan esplendorosa
obra, la cual estaba condenada a una vida efímera, como si
condujera la burbuja con su mente, siguió al Tren de la
Cultura que pasaba en ese momento, y recorrió parte del
espacio dispuesto con motivo de la celebración de la Feria
que incentiva a la lectura. Para ese momento ya varias
personas habían descubierto la extraña burbuja que llevaba
un niño dentro, y mientras esta recorría a mediana altura
las calles de la feria, las cuales llevaban los nombres de
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prestigiosas celebridades, otras personas, quizás no tan
célebres, se iban sumando a la marcha.
En ese memorable recorrido la burbuja cruzó frente al
Pabellón de la Convivencia, el cual se encontraba vacío en
ese momento, a la espera de que entendieran el significado
“Convivir”, ya que convivir es una de las acciones más dificil
para los seres humanos, sobre todo cuando se trata de
compartir con los demás en armonía. Pero a veces sucede
que nos encerramos en una burbuja, no como a la que sin
querer estaba confinado el niño, sino a una burbuja mental
desde donde se nos hace muy dificil compartir con los
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demás, y donde predomina el egoísmo, esa parte del ego
que nos hace sentir superiores o inferiores a los demás,
extremos ambos perniciosos para la convivencia humana.
Sin querer pensar que el niño de la burbuja pudiera
reflexionar sobre esto, lo vi continuar su marcha, cruzando
entonces por el pabellón del Despacho de la primera Dama,
donde se presentaba “El Viaje Mágico por la Literatura
Dominicana”
Más adelante pasó sin detenerse por el pabellón del Poder
Judicial, un poder que muchas veces se queda sin poder
hacer justicia. Una justicia que se cree es equilibrada por
una balanza, y es representada con la figura de una dama
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con los ojos vendados, lo cual necesariamente no significa
que sea ciega, como muchos dicen y piensan.
A su paso por cada uno de los pabellones, como puede
percibirse en esta imagen, brotaba una energía de la
burbuja, como si estuviera realizando un escaneo en busca
de algo o absorbiendo informaciones.
En tanto transcurrían estos episodios, cada vez se
aglomeraban más personas, sin poder dar crédito a lo que
sus ojos estaban viendo. De pronto, alguien de la
muchedumbre gritó: “¡Nos invaden los extraterrestres!” por
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lo que de inmediato se inició un corre corre, del cual varias
personas (entre ellas, niños y niñas) resultaron atropelladas
y heridas. La respuesta de algunos envalentonados, en cuya
mente germina la violencia, fue lanzarle piedras a la
burbuja, o cualquier objeto que estuviera a su alcance.
Algunas de las piedras, al darle a la burbuja se convertían en
semillas, y al caer, como por arte de magia de inmediato
crecía un árbol, el cual se llenaba de verdes hojas y
relucientes flores de todos los colores imaginables. Cuando
los agresivos ignorantes dejaron de agredir a la burbuja,
tratando de lastimar al niño, esta descendió y empezó a
emitir una luz color purpura en dirección a cada uno de los
heridos, los cuales se iban sanando casi de inmediato, ante
el asombro de todos.
Mientras entre miradas cruzadas y llenas de asombros
algunos comentaban sobre lo sucedido, la burbuja dio un
suave giro, para desplazarse en dirección a un cubículo que
no era muy ostentoso, y ante la vista sorprendida de los
curiosos que se fueron acercando, descendió hasta una de
las puertas del stand de Editorial Santuario, el cual exhibía
una gran variedad de títulos de autores dominicanos y
extranjeros.
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En ese instante, los ojos del niño se enfocaron en un libro
con una portada que llamaba poderosamente su atención, y
por primera vez sus labios pronunciaron una frase. Pero fue
una frase que nadie escuchó, por encontrarse encerrado en
la burbuja. El señalaba con un dedo insistentemente,
mientras todos se preguntaban sobre las palabras
pronunciadas. Nadie sabía lo que decía, pero él niño de la
burbuja las repetía y las repetía, hasta que al lugar llegó una
niña que era sorda, y al ver los movimientos de sus labios,
con él repitió: “El Prin-ci-pi-to” Al pronunciar estas palabras,
tomó el libro que el niño señalaba y muy emocionada se lo
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ofreció. El niño, sonriendo por segunda vez, y abriendo
desmesuradamente los ojos, sacó una de sus manos de la
burbuja, tomó el libro y empezó a leer con avidez, pasando
muy rápidamente las páginas, cuyas letras parecían bailar
en el aire. Concluida la lectura, el niño pareció sentirse
satisfecho y la burbuja empezó a elevarse entre los árboles
del recinto llamado Plaza de la Cultura Juan Pablo Duarte,
lugar donde era celebrada cada año la Feria Internacional
del Libro de Santo Domingo, la cual estaba ahora en su
decimo séptima edición.
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En la medida que se elevaba en busca de esos mundos de
conocimientos que había descubierto en la lectura de El
Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, el mismo Principito
que todos llevamos dentro, al niño le pareció escuchar un
coro de voces que al unísono decían: “Leer es nacer” “leer
es nacer” Nadie pudo verlo, pues ya en las alturas se
confundía con el azul del cielo, pero el niño de la burbuja
miró hacia abajo, donde se había congregado la
muchedumbre, sonrió por tercera vez, mas esta vez lo hizo
con expresión de tristeza, y entonces lo envolvió la
oscuridad y el silencio, porque en ese mismo momento lo
habían desconectado de la maquina respiradora.
Final
del
principio.
Y si todo principio tiene un final,
el final debe ser el principio del fin.
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Nota del autor:
Este relato fue enviado al Concurso de minicuento
“Cuéntame la historia de Pheethow” de la XVII Feria
Internacional del Libro, y no debía pasar de una página.
Como me salieron 4, me dio mucho trabajo comprimirlo en
una sola, de tal forma que el esfuerzo fue como ponerle el
zapato de cristal a una de las primas de la cenicienta.
Tal como decían las bases, lo envié al correo electrónico
que indicaban, alrededor de 10 minutos antes de que se
venciera el plazo, pero no hubo acuse de recibo, y
posteriormente, a pesar de preguntarle a la encargada,
mediante E-mail, si lo habían recibido, tampoco obtuve
respuesta, por lo que no se si estuve entre los
participantes., quedándome la incertidumbre de no saber si
mi relato fue ponderado.
Al no saber si participé, solo me queda hacer conjeturas
sobre posibles razones para que fuera descartado, pero
como desconozco esto, pierdo la oportunidad de enmendar
errores, para poder seguir creciendo, aunque muchos,
como “El niño que no quiso crecer”, publicado por
NOTICIAS SIN, se nieguen tal posibilidad.
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¡En fin! No conozco los minicuentos ganadores, pero
felicito a sus autores, y espero impaciente para leerlos
cuando sean publicados.
En tanto ya publiqué el relato mío, sin resumir y ampliado,
por lo que deja de ser un minicuento, y lo lanzo a los cuatro
vientos, pues al fin y al cabo, yo también soy otro niño o
escritor, dentro de la burbuja del anonimato, que algún día
puede reventar.
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Oscar Mendoza Camino (Oscar Lei)