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El mundo del Nuevo Testamento

Editado por

JAMES I. PACKER

Licenciado en Humanidades y Doctor en Filoso a, COLEGIO

UNIVERSITARIO REGENT

MERRILL C. TENNEY

Licenciado en Humanidades y Doctor en Filosofía

ESCUELA DE WHEATON PARA ESTUDIANTES GRADUADOS

WILLIAM WHITE, JR.

Licenciado en Teología y Doctor en Filosofía

ISBN 0-8297-1418-9

Categoría: Historia bíblica

Este libro fue publicado en inglés con el título

World of the New Testament por omas

Nelson, Inc., Publishers

© 1982 por omas Nelson, Inc., Publishers

Edición en idioma español

© 1985 por EDITORIAL VIDA Miami, FL

33166-4665

Reservados todos los derechos

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Indice

Introducción

1. Historia del Nuevo Testamento

2. Cronología del Nuevo Testamento

3. Los griegos y el helenismo

4. Los romanos

5. Los judíos en los tiempos del Nuevo Testamento

6. Jesucristo

7. Los apóstoles

8. La Iglesia primitiva

9. Pablo y sus viajes

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Introducción

circunstancias inmediatas de los tiempos del Nuevo Testamento y de la situación en

que fue escrito. El Nuevo Testamento no fue creado en un vacío. Más bien fue escrito

como continuación de la larga historia de la relación entre Dios e Israel. El

conocimiento de esa historia nos ayudará a entenderlo más claramente. Por ejemplo,

la enseñanza del Nuevo Testamento sobre la salvación no se puede entender, a

menos que uno esté familiarizado con los hechos de la creación y de la caída del

hombre. Las enseñanzas de Cristo se estudian mejor en la Ley de Moisés. La persona

del Mesías debe ser considerada en relación con David y con las promesas que se le

hicieron a él.

En El mundo del Nuevo Testamento se estudia la historia del Nuevo Testamento,

desde la perspeciva de la forma en que afectó a los sucesos del Nuevo Testamento.

Esta historia se remonta al período transcurrido entre los dos Testamentos bíblicos,

ya que sus acontecimientos influyeron en el mundo del Nuevo Testamento.

El estudio de la cronología, que consiste en asignar fecha y orden cronológico

adecuado a los sucesos, es fundamental para una interpretación adecuada de la

Palabra de Dios. En este volumen se estudia este tema con algún detalle. Los griegos

y su programa de helenización ayudaron a establecer la base para la cultura de la

época del Nuevo Testamento. Muchos de los conflictos y luchas que existieron en los

días de Jesús y de la Iglesia primitiva, fueron consecuencia del gobierno de Alejandro

y de sus sucesores. Los romanos influyeron en la situación inmediata. Cuando

controlaron el gobierno y las fibras económicas de la nación, también afectaron las

prácticas culturales y religiosas de ese tiempo.

El conocimiento de las costumbres y prácticas de los judíos nos ayuda a entender

los conflictos a que se enfrentó Jesús durante su ministerio. Por el hecho de que los

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conflictos de Jesús con los fariseos juegan un papel tan prominente en los Evangelios,

para algunos es sorprendente descubrir que muchas de las facciones y sectas del

judaísmo eran muy distintas de los fariseos legalistas, y tenían una comprensión

espiritual de la Ley.

Los capítulos que se dedican a Jesús, a los apóstoles, a Pablo y a la Iglesia primitiva

reúnen los hechos históricos que se registran en el Nuevo Testamento. Puesto que

es frecuente que estos hechos se hallen esparcidos por todo el Nuevo Testamento,

creemos que a muchos lectores de la Biblia les parecerá sumamente útil esta

presentación ordenada.

El mundo del Nuevo Testamento debe ser una obra de consulta útil. Se insta al

estudioso de la Biblia a que tenga este manual como un volumen de continua

consulta en el estudio del Nuevo Testamento.

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Historia del Nuevo Testamento

que Jesús naciera. De hecho, muchos de los incidentes que se registran en el Nuevo

Testamento sólo pueden entenderse mejor cuando se conoce esa larga historia.

Comienza con la creación del mundo, en la cual están incluidos Adán y Eva, el

primer hombre y la primera mujer. Cuando ellos pecaron y desobedecieron el

mandamiento de Dios, se echó a perder el ambiente perfecto en que habían sido

creados. Así comienza la historia de la redención de la humanidad por parte de

Dios, la cual culmina en la vida, la muerte y la resurrección de Jesús de Nazaret.

Esta historia continúa con el llamamiento de Dios a Abraham en algún momento

alrededor del año 2000 a.C. Abraham fue llamado para que dejara su hogar y viajara

a una nueva tierra, donde llegaría a ser “una nación grande” (Génesis 12:2, 3). Esa

nación sería Israel.

Sin embargo, al cabo de un tiempo relativamente corto, los descendientes de

Abraham se hallaban en Egipto. Pronto, el número de ellos se convirtió en una

amenaza para Faraón, el rey de Egipto, quien ordenó que se los convirtiera en

esclavos.

Durante este tiempo fue llamado Moisés—el personaje más decisivo en la historia

del Antiguo Testamento—para que sacara a Israel de la esclavitud de Egipto y lo

llevara hacia Canaán, la Tierra Prometida. Después de salir de Egipto (cerca del 1450

a.C.), Israel recibió la Ley; es decir, las leyes y las instituciones sociales que debían

observarse en la nueva nación, entre ellas los Diez Mandamientos. Cuando los

atemorizados israelitas se negaron a entrar en la Tierra Prometida como Dios les

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había mandado, el Señor los condenó a vagar por el desierto del sur de Canaán

durante otros cuarenta años.

Josué, el sucesor de Moisés, fue quien introdujo a Israel en la Tierra Prometida.

La conquista fue una época de violencia. El libro de Josué nos narra con detalles esta

historia.

Después de la muerte de Josué, “cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jueces

21:25), y fue necesario que Dios levantara jueces. Estos pintorescos personajes

llamaban al pueblo al arrepentimiento y derrotaban a los opresores de Israel. El libro

de los Jueces nos narra la historia de ellos.

Saúl fue el primer rey de Israel. David, su sucesor, escogió a Jerusalén como

capital, y la convirtió en el centro político y espiritual de la nación.

Salomón, el hijo de David, lo sucedió en el trono. Consolidó el reino de su padre y

construyó el gran templo de jerusalén. Aunque fue reconocido por su gran sabiduría,

también fue un líder necio. Su amor hacia el lujo, hacia las mujeres hermosas y hacia

las alianzas políticas produjo efectos desastrosos en la nación.

Al morir Salomón se produjo una sangrienta guerra civil, y la nación se dividió en

dos: Israel en el norte, y Judá en el sur. Tanto Israel como Judá cayeron en la idolatría

y en el pecado. Dios levantó profetas—hombres que declaraban la voluntad de Dios

a su pueblo—para que los llamaran al arrepentimiento. Ambas naciones pasaron por

alto las advertencias de los profetas, y finalmente las dos fueron destruidas por sus

enemigos: Israel por Asiria en el 723 a.C., y Judá por Babilonia en el 586 a.C. Los

líderes de ambas naciones fueron llevados al cautiverio y desterrados.

Posteriormente, muchos de los descendientes de los exiliados regresaron a

Palestina. Un grupo regresó en el 538 a.C., y reconstruyó el templo; otro regresó en

el 444 a.C. Este reconstruyó los muros de Jerusalén bajo la dirección de Esdras y

Nehemías. Volvió a aparecer la antigua tendencia de los judíos a deslizarse hacia las

prácticas pecaminosas y hacia la indiferencia. Al terminar el período del Antiguo

Testamento oímos la voz del profeta Malaquías que condena sus caminos

pecaminosos.

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Efeso. Pablo visitó el puerto marítimo de Efeso en su segundo y tercer viajes misioneros.

Una de las atracciones principales de la ciudad era su teatro, hecho por los romanos, con

capacidad para unas 25.000 personas. En este sitio, el platero llamado Demetrio levantó una

revuelta contra los predicadores cristianos (Hechos 19:24–29).

El período intertestamentario

Los cuatrocientos años que transcurrieron entre el tiempo en que escribió

Malaquías y la venida de Cristo, se conocen con el nombre de “Período

intertestamentario”. Las principales fuentes de información de este período son los

libros de los Macabeos, los cuales describen la revuelta de los macabeos y el caos de

Palestina; y los escritos de Josefo, un historiador del siglo primero d.C.

El libro de Daniel ofreció una visión anticipada de estos años. A través de la

perspectiva profética, Daniel pudo esbozar los principales sucesos políticos de este

período. Daniel vivió durante el ascenso de Babilonia al poder mundial. Vio que ese

reino pasaría de la escena y sería sustituido por el imperio medo-persa. En su visión

profética, Daniel vio el surgimiento de otros grandes poderes que dominarían el

período que transcurriría entre los dos Testamentos bíblicos: Alejandro, los

ptolomeos de Egipto, los Seléucidas de Siria, los macabeos y los romanos.

A. El período persa tardío (hasta 331 a.C.). Cuando termina el Antiguo

Testamento, el imperio persa se halla aún en el poder. Ciro había permitido que los

judíos regresaran a su tierra y reedificaran el templo (538 a.C.). Ester, una judía, había

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llegado a la prominencia en el palacio del rey persa (470 a.C.). Esdras (456 a.C.) y

Nehemías (443 a.C.) habían regresado a su tierra y habían instituido sus reformas.

En Palestina no sucedió nada de mucho interés político internacional durante el

resto del dominio persa. El sumo sacerdote judío gobernaba la región, y esta posición

llegó a ser altamente codiciada. Ocurrieron varias competencias desafortunadas para

lograr dicha posición. En una ocasión, un sumo sacerdote mató a su hermano, cuando

éste buscaba para sí tal posición. El gobernador persa se consternó tanto por este

acto, que impuso una fuerte multa a la población.

B. El período de Alejandro Magno (335–323 a.C.). Después del dominio persa

llegó al poder Alejandro sobre un inmenso imperio, en el cual estuvo incluida

Palestina. Su padre, Filipo de Macedonia, había extendido su dominio sobre toda

Grecia, y se preparaba para una gran guerra contra Persia, cuando fue asesinado. Lo

sucedió su hijo Alejandro, quien sólo tenía veinte años de edad, y éste en corto

tiempo hizo trizas el poder de Persia.

En 335 a.C. comenzó Alejandro su memorable reinado de doce años. Luego de

establecer el dominio en su propia patria, marchó hacia el Oriente, y conquistó a Siria,

Palestina, Egipto y finalmente a la misma Persia. Trató de conquistar tierras más hacia

el Oriente, pero sus tropas se negaron a seguir extendiéndose. Murió en Babilonia en

el 323 a.C. En sus 32 años de vida, dejó una marca indeleble en la historia.

C. La época de los ptolomeos (323–204 a.C.). No hubo quien sucediera a

Alejandro. Con el tiempo, cuatro de sus generales se dividieron el imperio. Dos de

ellos, Ptolomeo y Seleuco I, tendrían parte en el dominio sobre Palestina.

Después de algunas luchas entre estos generales, Egipto cayó en manos de

Ptolomeo Soter. Palestina también se añadió a la parte que le correspondió a él. Al

principio, Ptolomeo Soter fue duro para con los judíos. Más tarde, los utilizó en varias

partes de su reino, a menudo en altos cargos.

Su sucesor, Ptolomeo Filadelfo, fue uno de los ptolomeos más eminentes. Se

manifestó amigo de los judíos, promovió las artes y desarrolló su imperio en todos

los aspectos. Durante su reinado se tradujeron al griego las Escrituras hebreas, en la

ciudad egipcia de Alejandría. La Septuaginta, o versión de los Setenta, como es

llamada esta versión, podía entonces ser leída en todo el imperio.

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Con el tiempo, se desarrollaron rivalidades entre los reyes de Egipto (los

ptolomeos) y los de Siria (los Seléucidas). Esta rivalidad Uegó a su climax durante los

reinados de Ptolomeo Filopáter (222–204 a.C.) y Antíoco el Grande de Siria (223–187

a.C.). Filopáter logró vencer a Antíoco en una batalla cerca de Gaza. Al regresar de la

batalla, Filopáter visitó a Jerusalén y decidió entrar en el Lugar Santísimo del templo.

Aunque el sumo sacerdote trató de disuadirlo, él hizo el intento. Josefo informa que

cuando llegó al Lugar Santo, se apoderó de él un temor tan grande, que abandonó el

templo.

Por el hecho de que los judíos se le habían opuesto, Filopáter les retiró los

privilegios, les impuso multas y comenzó a perseguirlos con dureza. Habiendo de

reunir a todos los judíos que pudo hallar en Alejandría, los encerró en un hipódromo

que estaba lleno de elefantes borrachos. Esperaba que los animales cayeran sobre

los judíos y los despedazaran, pero en vez de esto, los elefantes escaparon airados, y

en la huida mataron a muchos de los espectadores. Filopáter tomó esto como una

señal de que Dios estaba a favor de los judíos y dejó de perseguirlos. Cuando murió

en el 204 a.C., fue sucedido por su hijo Ptolomeo Epífanes, quien sólo tenía cinco

años de edad. Fue entonces cuando Antíoco el Grande de Siria aprovechó la

oportunidad para arrebatarle a Egipto el control de Palestina.

D. El período sirio (204–166 a.C.). Los egipcios enviaron una embajada a Roma

para pedir que les ayudaran en la lucha contra Antíoco. Roma aceptó esta petición y

envió un ejército, aunque al principio éste no tuvo éxito. Con el tiempo, sin embargo,

este ejército obligó a Antíoco a evacuar todo el país que se extendía al oeste y al norte

de los montes Tauro. Mientras Antíoco realizaba una incursión para financiar su

guerra, fue muerto por los habitantes de la provincia de Elymais, mientras saqueaba

un templo de Júpiter.

En el reinado de su sucesor, Seleuco Filopáter no hubo sucesos notables, pero con

el surgimiento de Antíoco Epífanes (“la manifestación de Dios”), comenzó una de las

épocas más oscuras de la historia judía.

Cuando Epífanes comenzó su reinado, el sumo sacerdocio de Jerusalén estaba en

manos de Onías, un hombre digno. Por el hecho de que los griegos deseaban

helenizar a los judíos, Epífanes vendió el sumo sacerdocio al hermano de Onías por

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360 talentos. Onías huyó de la ciudad. El usurpador, que se llamaba Jesús, se cambió

el nombre por Jasón, y así colaboró con el esfuerzo de Antíoco por imponer a los

judíos la cultura y la religión griegas. Se trataban de echar a un lado las antiguas

costumbres y prácticas religiosas de los hebreos; se enviaba a los judíos a Tiro para

que participaran en los juegos en honor al dios pagano Hércules, y se hacían

sacrificios en su altar. Con el tiempo, Menelao, otro hermano, ofreció más que Jasón

por el sacerdocio, e intensificó el ataque contra el judaísmo.

Cuando Antíoco Epífanes fue a Egipto a reprimir un levantamiento, circuló el

rumor de que lo habían matado, y los judíos comenzaron a celebrar el

acontecimiento con gran gozo. Cuando él oyó esto, regresó a Jerusalén, sitió la ciudad

y la tomó, y mató a cuarenta mil judíos. Para demostrar su desprecio hacia la religión

judía, entró en el Lugar Santísimo, sacrificó una cerda en el altar y roció la sangre por

todo el edificio. Por mandato de él, el santuario se convirtió en templo de Zeus

Olímpico; se prohibieron la adoración y los sacrificios judíos, y se sustituyeron por

ritos paganos. Se prohibió la circuncisión, y el solo hecho de poseer un ejemplar de

la Ley era un delito capital.

Los judíos resistieron. Un hombre llamado Eleazar, anciano escriba de alta

posición, fue muerto porque no quiso comer carne de cerdo. A una madre y a sus

siete hijos varones, uno tras otro, les amputaron la lengua y los dedos de las manos

y de los pies, y luego los echaron en una vasija cuyo líquido hervía sobre el fuego. Un

grupo de la resistencia, que alcanzaba a unos mil judíos, fue atacado en día de reposo.

Como se negaron a quebrantar las prohibiciones relacionadas con el día de reposo,

los mataron sin que hubiera batalla.

Una familia de la clase sacerdotal, la de los Asmoneos, se opuso enérgicamente a

los edictos. Cuando los emisarios de Siria intentaron imponer los edictos de Epífanes,

Matatías, el padre de la familia de los Macabeos, se negó a adorar a los dioses

paganos. Cuando otro ciudadano se presentó en el altar para sacrificar a los dioses

paganos, Matatías lo mató. Luego huyó a la cabeza de un grupo hacia la zona

desértica donde David había eludido a Saúl durante muchos años.

De manera gradual fue creciendo el número de los que estaban con los Macabeos.

Los sirios lanzaron tres campañas contra estos fieles judíos, una de las cuales dirigió

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el mismo Antioco Epífanes, pero ninguna tuvo éxito. A su debido tiempo, Epífanes

murió y brotó la guerra civil. Judas Macabeo, quien había sucedido a su padre

Matatías, extendió su dominio a gran parte de Palestina, incluso sobre algunos

sectores de Jerusalén. Tres años después de la profanación del templo, éste fue

purificado, y los sirios hicieron la paz con los judíos.

Antíoco III. Este rey seléucida les arrebató Palestina a los egipcios en 198 a.C. pero los romanos

lo sometieron en el 190 a.C., y se apoderaron de gran parte del territorio que él había

conquistado.

E. La época de los macabeos (166–37 a.C.). A Judas Macabeo no se le concedió la

paz durante largo tiempo, y él apeló prontamente a los romanos para que lo

ayudaran en su lucha contra Siria. Judas murió en la batalla antes que llegara la

ayuda. Fue sucedido por su hermano, Jonatán. Debido a la debilidad de Siria, Jonatán

logró tomar control de Judea. Al morir éste, lo sucedió otro hermano, Simón, quien

también acudió a Roma en busca de ayuda. Los romanos nombraron a Simón

gobernador de Judea, y su trono se convirtió en hereditario.

Por este tiempo tuvieron rivalidades los partidos de los fariseos y los saduceos.

Juan Hircano, hijo de Simón, lo sucedió, y se unió primero a uno de los partidos, y

luego, al partido opuesto. Pronto hubo una guerra civil al morir Juan Hircano, y

entonces los dos nietos de Simón lucharon por obtener el trono que había quedado

vacante. Los romanos prefirieron a Hircano, y Pompeyo, el general romano, tomó a

Jerusalén, que estaba en manos de Aristóbulo.

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Los sitios, batallas, asesinatos y matanzas que siguieron, marcan un período de

agitación social en la historia judía. Aunque se les había presentado la oportunidad

de restaurar a Israel a una posición de gran poder e influencia, la desperdiciaron a

causa de las luchas internas.

F. El dominio romano (desde el 37 a.C., y a través de todo el período del Nuevo

Testamento). Pompeyo, Craso y Julio César constituyeron el primer triunvirato que

gobernó a Roma; pero pronto se convirtió Julio César en el único gobernante. Este

restauró en el trono de Jerusalén a Hircano y designó a Antipáter, un ciudadano de

Idumea, como procurador bajo la autoridad de Hircano. Los dos hijos de Antipáter,

Faselo y Herodes, se convirtieron en gobernadores de Judea y Galilea. Al año

siguiente fue envenenado Antipáter; tres años más tarde fue asesinado Julio César

en Roma.

Entonces gobernó a Roma un nuevo triunvirato: Octavio (sobrino de César),

Marco Antonio y Lépido. A Marco Antonio le correspondió el dominio sobre Siria y el

Oriente. El favoreció a Herodes, y esta amistad condujo a que esta familia idumea

ascendiera al poder. Herodes se casó con Mariamne, la nieta de Hircano, y así llegó a

constituir parte de la familia de los macabeos.

Por este tiempo surgió un nuevo conflicto en la tierra de Palestina. Antígono, hijo

de Aristóbulo, logró un éxito temporal al hacer que se le cortaran las orejas a Hircano,

el sacerdote reinante, de tal modo que no pudiera desempeñar el oficio de sacerdote.

En la lucha que siguió, Antígono presionó a Herodes, y éste tuvo que huir a la fortaleza

de Masada en busca de seguridad. Después de esto, Herodes se marchó a Roma, les

describió el desorden a los romanos y fue designado rey. Antígono fue condenado a

muerte. Con esto terminó para siempre el dominio de los macabeos o asmoneos.

Poco después, cuando Marco Antonio se suicidó en Egipto, Herodes extendió su

poder en Judea. El vivía con el temor de que se levantara algún descendiente de los

macabeos para apoderarse del trono. Cuando Aristóbulo, hermano de Mariamne, fue

designado sumo sacerdote, la popularidad de éste hizo que Herodes lo mandara a

ahogar. Cuando Mariamne se airó por esto, la hizo ejecutar. En los años que

siguieron, Herodes se volvió cada vez más vengativo, y sus sangrientas obras

provocaron la ira de los judíos.

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Para apaciguar la hostilidad de los judíos, inició un programa de obras públicas.

La empresa principal fue la reconstrucción del templo.

No obstante, los problemas de Herodes, y los de la nación, no se acabaron. Estaba

rodeado por un grupo de hombres que explotaban su paranoia. Dos de sus hijos, al

igual que Mariamne, la madre de ellos, cayeron víctimas de su ira y fueron

estrangulados. En una ocasión, un gran número de fariseos halló el mismo destino.

Otras obras igualmente sangrientas continuaron produciéndose a través de todo su

reinado. Hacia el fin de su vida, este gobernante lleno de temor, con motivo de que

había nacido Jesús, el Rey de los judíos, y por tanto un rival, mandó a matar a los

infantes de Belén.

Corinto, en la encrucijada

Corinto surgió de las cenizas y llegó a ocupar una posición de

prominencia en la encrucijada del comercio del antiguo mundo. La

ciudad original fue destruida en 146 a.C., en una revuelta griega contra

el imperio romano. Fue reconstruida en la época de Julio César

(alrededor del 46 a.C.), y pronto volvió a adquirir su antigua posición

como centro del comercio. Al cabo de 21 años, esta metrópoli que crecía

tan rápidamente llegó a ser la capital de la provincia de Acaya, en Grecia.

Corinto fue una de las ciudades más ricas e influyentes de su tiempo.

Situada en una estrecha faja de tierra, entre la Grecia continental y el

Peloponeso (la península del sur de Grecia), Corinto tenía dos puertos

principales que le daban acceso al mar Egeo y al mar Jónico. Esta

situación estratégica le permitió controlar el tráfico de los mares

orientales y occidentales, en la ruta principal de comercio del imperio

romano. Corinto fue, en cuanto a población, la cuarta ciudad del imperio

(después de Roma, Alejandría y Antioquía), y contaba con casi medio

millón de habitantes.

Estaba también situada en una encrucijada cultural. Los residentes de

todos los rincones del mundo mediterráneo emigraban hacia esta zona

que se desarrollaba rápidamente. Los egipcios, sirios, orientales y judíos

que se establecieron allí, llevaron una amplia variedad de influencias

culturales.

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Bien pudiera uno llamar a Corinto una ciudad pecaminosa. Mientras

el gran público romano mantenía unos valores romanos más bien bajos,

Corinto tenía la reputación de haber abrazado lo más bajo de lo bajo.

Aun antes de la época del apóstol Pablo, la declaración: “vivir como un

corintio”, era un modismo que denotaba una conducta desenfrenada e

inmoral.

Aunque parezca extraño, la religión contribuyó a esta atmósfera de

corrupción moral. En muchos de los cultos a la fertilidad que existían en

la ciudad se incluían actos de magia y de perversión sexual como parte

de la adoración. En un tiempo, el templo de Corinto, dedicado a Afrodita,

la diosa del amor, albergó mil sacerdotisas prostitutas dentro de sus

confines.

Esta fue la compleja ciudad a la que llegó Pablo. Más o menos llegó

allí por el año 52 d.C., y permaneció alrededor de año y medio, sirviendo

a una de las iglesias más grandes de Jesucristo. Esta ciudad, situada en

una encrucijada tanto sica como espiritual, oyó el Evangelio de Cristo por

medio del ministerio de Pablo.

Después de los terremotos de 1858 y 1928, Corinto fue reconstruida.

Las columnas dóricas de un antiguo templo dedicado a Apolo

constituyen uno de los pocos recuerdos de los primeros días de Corinto

que quedan sobre la tierra. Hoy, Corinto tiene una población de unos

20.000 habitantes. Aún es un pueblo marítimo importante que exporta

aceite de oliva, seda y pasas.

El período del Nuevo Testamento

Cuatro capítulos que aparecerán posteriormente en este libro volverán a narrar

los hechos bíblicos de la historia del Nuevo Testamento (Jesucristo, Los apóstoles, La

Iglesia primitiva, Pablo y sus viajes). En esta sección lanzaremos una mirada sobre la

historia política del período del Nuevo Testamento.

Los romanos permanecieron como gobernantes supremos de Palestina a través

de los tiempos del Nuevo Testamento. La familia de Herodes, junto con los

procuradores romanos designados, gobernaban bajo la autoridad de Roma.

El Nuevo Testamento comienza con el nacimiento de Jesús. El rey era Herodes el

Grande, pero su dominio se aproximaba a su fin. Los últimos años de su reinado

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habían estado llenos de conspiraciones de un lado y de otro, en la medida en que los

miembros de la familia rivalizaban por el poder. Poco después del nacimiento de

Cristo, él había ejecutado a los dos hijos que había tenido con Mariamne. Otro hijo,

Antipáter, conspiró contra él, y fue ejecutado sólo cinco días antes de la muerte de

Herodes, ocurrida en el año 4 a.C.. Para los romanos, Herodes había sido un rey

vasallo capaz y digno de confianza, pero para los judíos, había sido un tirano que sólo

buscaba lo suyo.

Lo sucedieron sus hijos. Arquelao (4 a.C.–6 d.C.) gobernó en Judea. Fue el menos

apreciado de los hijos de Herodes, cruel y despótico. Las quejas de los judíos contra

él provocaron finalmente su exilio. Herodes Antipas (4 a.C.–39

d.C.) fue designado tetrarca de Galilea y Perea. Este gobernante astuto y orgulloso

fue menos cruel que Arquelao (Lucas 13:32); pero fue quien asesinó a Juan el

Bautista, por haber denunciado éste su matrimonio con Herodías. Fue favorecido por

el emperador romano Tiberio (14–37 d.C.), y en el año 39 d.C. fue desterrado por

Calígula (37–41 d.C.).

Felipe (4 a.C.–34 d.C.), el tercer hijo de Herodes, fue tetrarca de las regiones de

Iturea y Traconite (Lucas 3:1). Parece que Felipe fue un gobernante relativamente

justo y benevolente. Su capital fue Cesarea de

Filipo (Mateo 16:13; Marcos 8:27), y sus monedas fueron las primeras monedas

judías que llevaron una imagen humana (la de Augusto o Tiberio). Felipe murió en el

34 d.C., y su territorio fue al fin anexado al de Herodes Agripa I.

Después que fuera desterrado Arquelao, su tetrarquía (Judea Samaría e Idumea)

fue gobernada por procuradores romanos (6–41 d.C.). Cirenio, el prefecto de Siria,

llegó a Judea en el año 6 d.C. para empadronar al pueblo, con el propósito de fijar los

impuestos. Este acto provocó a los patriotas de Judea, pero momentáneamente

fueron calmados por las autoridades judías. Sin embargo, Judas el galileo dirigió al

pueblo en una revuelta contra los romanos y contra Herodes. Pronto fue muerto

(Hechos 5:37). Es posible que sus seguidores llegaran a conformar el partido de los

zelotes (Lucas 6:15; Hechos 1:13).

Los procuradores de Judea eran responsables directamente ante Roma. Como

vivían en Cesarea, sólo acudían a Jerusalén en ocasiones especiales, como por

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ejemplo en las fiestas anuales. Augusto nombró a sus procuradores por períodos

cortos, pero Tiberio los dejó más tiempo en el oficio, a fin de que el pueblo no fuera

víctima con tanta frecuencia de nuevos explotadores. Pilato fue el quinto procurador,

y también fue el más conocido, porque crucificó a Jesús. Fue un gobernante inflexible

y duro, cruel con los judíos. El hecho de que mató injustificadamente a unos

samaritanos que estaban adorando, y otras ejecuciones, le acarrearon la caída en el

36 d.C.

Fue entonces cuando llegó a la prominencia Herodes Agripa I, del 37 al 44

d.C. Este despojó a los procuradores de sus poderes. Como era heredero de la familia

de los macabeos o asmoneos, y por cuanto observaba la Ley, se hizo muy popular

entre los fariseos. Esta popularidad se fortaleció a causa de la hostilidad de Agripa

contra los cristianos (Hechos 12). Murió repentinamente en el 44 d.C., y su reino

volvió al dominio de los procuradores. Bajo el gobierno de los procuradores, las

condiciones empeoraron, hasta que precipitaron la rebelión judía contra el dominio

romano ocurrida entre los años 66 y 70 d.C.

Fado (44–46 d.C.) cometió el error de reclamar la custodia de las vestiduras

del sumo sacerdote, lo cual dio como resultado una breve rebelión. Estas vestiduras

habían estado en manos de los romanos desde el 6 hasta el 36 d.C., pero habían

estado en manos judías desde el 36 d.C. hasta el tiempo de Fado. Alejandro (46–48

d.C.) crucificó a dos hijos de Judas el galileo, Jacobo y Simón, por rebelión. Cumano

(48–52 d.C.) gobernó durante una época mucho más tumultuosa. Cuando un soldado

romano hizo un gesto indecente durante la Pascua, brotaron disturbios y murieron

varias personas. En otra ocasión, cuando un soldado rompió un rollo de la Ley, una

multitud de judíos acudió a Cesarea para objetar esta acción, y Cumano se vio

obligado a ejecutarlo. Tales incidentes, con el correr del tiempo, hicieron que

Cumano fuera desterrado.

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Sinagoga de Capernaum. Este es uno de los ejemplos mejor preservados de la arquitectura de

una sinagoga en Palestina. El estilo de las columnas demuestra que los arquitectos judíos copiaron

los modelos griegos cuando reconstruyeron esta sinagoga, en el siglo segundo o en el tercero d.C.

Félix (52–60 d.C.) se opuso abiertamente a los judíos, y al fin sus acciones

condujeron a la guerra. Sus drásticas medidas para frenar a los zelotes, un grupo de

judíos patriotas que abogaban porque se hiciera la guerra contra los romanos, sólo

aumentaron la popularidad de ellos entre el pueblo. De en medio de estos zelotes

surgieron los sicarios, es decir, los asesinos. Estos judíos fanáticos asesinaron a

muchos, incluso a Jonatán, el sumo sacerdote. El gobierno de terror y asesinato de

Félix unió a los fanáticos con las masas, y finalmente esto condujo a que él fuera

llamado a Roma para ser destituido.

Festo (60–62 d.C.) heredó una situación que estaba fuera de control. Trató de

pacificar el medio rural, pero el fervor de los fanáticos religiosos y políticos creció.

Cuando murió Festo, estando en el desempeño de sus funciones, la anarquía reinaba

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por completo en Jerusalén. Fue durante este tiempo cuando se dio muerte a Jacobo,

el hermano de Jesús. Surgieron entonces sumos sacerdotes rivales que competían

para lograr la autoridad, y sus seguidores libraron batallas campales en las calles.

Cuando Albino (62–64 d.C.) llegó a Jerusalén, agravó intencionalmente la situación

para promover su propia posición, en vez de hacer el intento de restaurar el orden.

Arrestó a muchos, pero dejó en libertad a aquellos que pagaron un soborno

suficientemente grande.

Josefo informa que Floro (64–66 d.C.), el sucesor de Albino, fue tan malo y

violento, que hizo que la imagen de Albino luciera como la de un benefactor público.

Saqueó pueblos enteros. Permitió que los bandidos que le pagaban sobornos

duplicaran su negocio a voluntad. Fue así como la nación judía cayó en un estado

deplorable. Del año 68 al 70 d.C., Se libró una heroica guerra que terminó en la trágica

derrota del año 70 d.C., cuando la ciudad y el templo fueron invadidos y destruidos.

La vida de Jesucristo

El Nuevo Testamento nos lleva al clímax de la obra redentora de Dios, por cuanto

nos presenta al Mesías, Jesucristo, y el comienzo de su Iglesia. Los escritos de Mateo,

Marcos, Lucas y Juan nos hablan acerca del ministerio de Jesús. Estos escritores

fueron testigos oculares de la vida de Jesús, o escribieron lo que les dijeron testigos

oculares; pero no nos ofrecen una biogra a completa de Jesús. Todo lo que ellos

registraron sucedió realmente, pero ellos se centraron en el ministerio de Jesús, y

dejaron lagunas en los demás aspectos de la historia de su vida.

Imaginemos que alguien le escribe una carta a un amigo para presentarle a una

persona importante. ¿Podría el que envía la carta describir todo lo relacionado con

la vida de dicha persona? Claro que no. Sólo escribiría acerca de lo que sabe; y

probablemente tampoco diría todo eso. El que escribe se centraría en lo que piensa

que su amigo quiere y necesita saber.

Los hombres que escribieron los Evangelios hicieron lo mismo. Se propusieron

explicar la Persona y la obra de Jesús, al registrar lo que El hizo y dijo. Cada escritor

presenta un concepto levemente diferente de Jesús y de lo que El hizo. Los escritores

de los evangelios no trataron de relatar todos los acontecimientos de la niñez de

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Jesús, porque esa tampoco era la razón por la cual escribían. Tampoco trataron de

ofrecernos un diario de la vida de Jesús. Se apegaron a lo que tiene importancia en

relación con la salvación y el ser discípulo.

En esta sección nos dejaremos guiar por los escritores de los evangelios.

Simplemente esbozaremos los principales sucesos de la vida de Jesús, y resumiremos

la manera como El llevó a su clímax la historia de la redención. Si usted desea más

información acerca de la vida de Jesús, lea el capítulo 6 de esta obra, que se titula:

“Jesucristo”.

Muchas personas saben los datos relacionados con el nacimiento y la infancia de

Jesucristo. Todas las navidades oímos los bien conocidos villancicos que se refieren a

la virgen María (la madre de Jesús), al viaje de ella a Belén montada en un asno, y al

nacimiento del niño Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, quien vino a la tierra

a salvar al pueblo de Dios. Oímos la conocida historia de cómo Jesús nació en Belén,

del pesebre donde fue acostado, y de los ángeles que anunciaron su nacimiento a los

pastores.

Sabemos que los ángeles declararon que Jesús era el Rey davídico que estaba

prometido desde hacía mucho tiempo.

Los magos que le trajeron dones al niño Jesús son personajes misteriosos. No

sabemos de qué país (o países) vinieron; sólo sabemos que eran “del oriente” (Mateo

2:1). Bien hubieran podido venir de los grandes imperios orientales de Mesopotamia:

Babilonia o Persia. Estudiaron las estrellas y comprendieron que un nuevo rey había

nacido entre los judíos; así que acudieron a Jerusalén, la capital judía, a presentarle

sus respetos. ¡Cómo se sorprendieron cuando supieron que el rey Herodes no tenía

nuevos hijos! Después, siguieron la clara profecía de Miqueas 5:2, la cual los guió

hacia Belén, donde hallaron al niño Jesús.

La Biblia no dice que los magos que vinieron fueron tres, pero los artistas han

pintado por lo general tres, para representar los tres presentes que ellos ofrecieron:

oro, incienso y mirra (Mateo 2:11). Es obvio que los magos llegaron para ver a Jesús

varios meses después que nació. Algunos eruditos piensan que Jesús pudo haber

tenido hasta unos dos años de edad cuando ellos llegaron.

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Después que nació Jesús, sus padres lo dedicaron en el templo de Jerusalén (Lucas

2:22–28). Comenzaron a enseñarlo a vivir “en gracia para con Dios y los hombres”

(Lucas 2:52).

El rey Herodes quiso estar seguro de que el pueblo no se congregara en torno al

Rey infante para iniciar una rebelión; así que ordenó a sus soldados que mataran a

todos los niñitos de Belén (Mateo 2:16). La familia de Jesús huyó a Egipto para

escapar del perverso decreto. Después que Herodes murió, regresaron a Palestina y

se establecieron en el pueblo de Nazaret.

La Biblia no dice nada acerca de Jesús hasta que tuvo unos doce o trece años de

edad. Fue entonces cuando, para asumir el papel que le correspondía en la

congregación judía, El tuvo que hacer una visita especial a Jerusalén y ofrecer un

sacrificio en el templo. Mientras estaba allí, habló con los líderes religiosos acerca de

la fe judía. Demostró una comprensión extraordinaria del verdadero Dios, y sus

respuestas asombraron a los líderes.

Posteriormente, cuando sus padres iban de regreso al hogar, descubrieron que Jesús

no estaba con ellos. Lo hallaron en el templo, hablando aún con los eruditos judíos.

De nuevo, la Biblia guarda silencio hasta presentamos los sucesos con los cuales

comenzó el ministerio de Jesús, cuando El tenía unos treinta años de edad. En primer

lugar, vemos a Juan el Bautista, que sale del desierto y predica en las ciudades de la

orilla del río Jordán, e insta al pueblo a que se prepare para recibir a su Mesías (Lucas

3:3–9). Juan había nacido en una familia piadosa, y cuando creció llegó a amar y servir

a Dios con fidelidad. Dios hablaba por medio de Juan, y las multitudes del pueblo

clamaban por oír su predicación. El les decía que se volvieran a Dios y comenzaran a

obedecerle. Cuando vio a Jesús, proclamó que este Hombre era “el Cordero de Dios,

que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Juan bautizó a Jesús; y cuando Jesús

subía del agua, Dios envió su Espíritu Santo en forma corporal como paloma, que se

posó sobre El.

El Espíritu Santo llevó a Jesús al desierto, donde ayunó cuarenta días. Mientras se

hallaba en este débil estado, el diablo se le acercó y trató de tentarlo de varias

maneras. Jesús rechazó al diablo y le dijo que se apartara de El. Entonces llegaron los

ángeles a servirle y a confortarlo.

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Al principio, Jesús fue un hombre popular. En la región que rodea al mar de

Galilea, asistió a una fiesta de bodas y convirtió el agua en vino para servir a los

invitados. Este es el primero de sus milagros que la Biblia menciona. Demostró que

El era verdaderamente Dios, tal como también lo demostraron sus milagros

posteriores. De Galilea, El se dirigió a Jerusalén, y allí sacó del templo a un grupo de

mercaderes. Por primera vez afirmó públicamente su autoridad sobre la vida religiosa

de su pueblo. Esto hizo que muchos líderes religiosos se volvieran contra El.

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La puerta dorada. Esta estructura del siglo quinto d.C., situada en el muro oriental de la zona del

templo, según se cree, fue construida en el lugar por el cual hizo Cristo su entrada triunfal en

Jerusalén (vea Mateo 21:8–11). El gobernador turco de Jerusalén cerró definitivamente esta

puerta en 1530.

Uno de esos líderes, Nicodemo, comprendió que Jesús estaba enseñando la

verdad acerca de Dios. Acudió a El una noche, y le preguntó cómo podía entrar en el

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reino de Dios, que es el reino de la redención y de la salvación. Jesús le dijo a

Nicodemo que tendría que “nacer de nuevo” (Juan 3:3); en otras palabras, tenía que

llegar a ser una nueva persona. De esta conversación entre Jesús y Nicodemo,

aprendemos que un cristiano es una persona que ha nacido de nuevo.

Cuando Juan el Bautista comenzó a predicar y a atraer grandes multitudes en

Judea, Jesús regresó a Galilea. Allí realizó muchos milagros y fue rodeado por

inmensas multitudes. Infortunadamente, las multitudes estaban más interesadas en

los milagros que en las enseñanzas de Jesús.

Sin embargo, Jesús continuó enseñando. Entraba en hogares particulares, acudía

a las fiestas públicas y adoraba con los demás judíos en las sinagogas de ellos.

Denunció a los líderes religiosos de su tiempo, por cuanto la fe de ellos era fingida.

No rechazó la religión formal de ellos; al contrario, respetó el templo y la adoración

que allí se rendía (vea Mateo 5:17, 18). Los fariseos y otros líderes no comprendieron

que El era el Mesías. Ellos no se sentían satisfechos con lo que Dios les había revelado

en el Antiguo Testamento; se mantenían agregándole y revisándolo. Creían que su

laboriosa versión propia de las Escrituras les daría la única religión verdadera. Jesús

los llamó a volver a las palabras originales de Dios. El tuvo mucho cuidado al citar las

Escrituras, y estimuló a sus seguidores para que la entendieran mejor. Enseñó que

aun un conocimiento básico de las Escrituras debía bastar para que la persona

supiera que la voluntad de Dios era su salvación por medio de la fe en El.

Cerca de Galilea, Jesús realizó el más asombroso milagro que había realizado

hasta ese momento. ¡Tomó siete panes y dos peces, los bendijo y los partió en

suficientes pedazos para alimentar a cuatro mil personas! Sin embargo, este milagro

no atrajo más personas a la fe en Jesús; de hecho, más bien se apartaron de El por

cuanto no podían entender por qué ni cómo quería El que ellos comieran su cuerpo

y bebieran su sangre (Juan 6:52–66).

Los doce discípulos permanecieron fieles a Jesús, y El comenzó a centrar sus

esfuerzos en la preparación de ellos. De modo progresivo les fue enseñando lo

relativo a su propia muerte y resurrección, y les fue explicando que ellos también

podrían esperar sufrir la muerte, si continuaban siguiéndolo.

Esto nos lleva hasta el fin de la vida de Jesucristo en la tierra. Judas

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Iscariote, uno de los doce discípulos, lo entregó a los hostiles líderes de Jerusalén, y

ellos lo hicieron clavar en una cruz de madera para que muriera entre los criminales

comunes, pero El resucitó del sepulcro y se apareció a muchos de sus seguidores, tal

como lo había prometido, y a sus más íntimos discípulos les dio instrucciones finales.

Mientras ellos veían que ascendía al cielo, un ángel se apareció y les dijo que del

mismo modo, El volvería. En otras palabras, El regresaría visiblemente y con su

cuerpo sico.

El ministerio de los apóstoles

La historia bíblica termina en el libro de los Hechos, el cual describe el ministerio

de la Iglesia primitiva. En Hechos vemos cómo se extendió el mensaje concerniente

a Jesús, el mensaje de la redención, de Jerusalén a Roma, el centro del mundo

occidental. El libro de los Hechos nos muestra la expansión de la Iglesia de Cristo (a)

en Jerusalén; (b) desde Jerusalén hacia Judea, Samaria y la región circundante; y (c)

desde Antioquía hasta Roma. A. En Jerusalén. Las primeras experiencias de los

discípulos de Jesús en Jerusalén nos permiten entender mucho acerca de la Iglesia

primitiva. El libro de los Hechos nos muestra la intensa manera como estos cristianos

difundieron las noticias acerca de Jesús.

El libro comienza en la ladera de un monte cerca de Jerusalén, donde Jesús estaba

a punto de ascender al cielo. El les dijo a sus discípulos: “recibiréis poder, cuando

haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en

toda Judea, en Samaría, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). Este es el plan de

Jesús para evangelizar al mundo.

Unos pocos días después, los discípulos buscaron un sustituto para Judas, quien

se había suicidado después de traicionar a Jesús. Escogieron a Matías para completar

el grupo de doce.

Luego, el Cristo resucitado le dio a su Iglesia el Espíritu Santo, quien capacitó a los

cristianos para cumplir su tarea universal (Hechos 1:8).

Pedro habló a nombre de la Iglesia el día de Pentecostés; desarrolló el tema de la

importancia de Cristo como el Señor de la salvación (Hechos 2:14–40). El Espíritu

Santo le dio poder a la Iglesia para realizar señales y maravillas que confirman la

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veracidad de su mensaje (Hechos 2:43). Especialmente significativo fue el hecho de

que los apóstoles curaron a un limosnero que estaba en la puerta del templo (Hechos

3:1–10), lo cual los puso en conflicto con las autoridades judías.

La Iglesia mantenía una íntima comunión entre sus miembros. Compartían las

comidas en sus hogares; también adoraban juntos y compartían sus riquezas (Hechos

2:44–46; 5:32–34). Unos esposos llamados Ananías y Safira trataron de engañar a la

Iglesia. Vendieron su propiedad y afirmaron que daban todo el producto de la venta

al Señor; pero sólo estaban dando una parte. Dios los hirió de muerte por mentir

(Hechos 5:1–11).

A medida en que la Iglesia continuó creciendo, las autoridades gubernamentales

comenzaron a perseguir abiertamente a los cristianos. Cuando Pedro y algunos de

los apóstoles fueron encarcelados, un ángel los libró; pero volvieron a ser llamados

ante las autoridades, quienes les ordenaron que no predicaran más acerca de Jesús

(Hechos 5:17–29). No obstante, los cristianos se negaron a dejar de predicar, a pesar

de que los líderes religiosos judíos los azotaron y los pusieron en la cárcel varias

veces.

La Iglesia creció tan rápidamente, que los apóstoles necesitaron ayuda en algunos

asuntos prácticos de administración, especialmente en el ministerio a las viudas.

Ordenaron siete diáconos para esta tarea. Uno de los siete, llamado Esteban,

comenzó a predicar en las calles. Más tarde, las autoridades religiosas lo mataron a

pedradas (Hechos 7:54–60).

B. Desde Jerusalén hacia toda Judea. La segunda etapa del crecimiento de la

Iglesia comenzó con una violenta persecución contra la iglesia de Jerusalén. Casi

todos los creyentes huyeron de la ciudad (Hechos 8:1).

Dondequiera que iban los cristianos, daban testimonio; y el Espíritu Santo usaba el

testimonio de ellos para ganar a otras personas para Cristo (Hechos 8:3 y siguientes).

Por ejemplo, otro de los siete ayudantes de los apóstoles, llamado Felipe, le habló a

un funcionario etiope, quien se convirtió a Cristo y llevó las buenas nuevas a su patria

(Hechos 8:26–39).

En este punto, la Biblia describe la conversión de Saulo de Tarso. Antes de su

conversión, Saulo perseguía a la Iglesia. Obtuvo cartas de los líderes judíos de

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Jerusalén, que lo autorizaban para seguir a Damasco con el fin de asegurarse de que

los cristianos de allí fueran encarcelados y sentenciados a muerte. En el camino,

Cristo lo derribó y lo amonesto. Saulo se rindió y así comenzó una vida nueva en la

cual habría de usar su nombre romano, Pablo, en vez de su nombre judío, Saulo. Dios

lo condujo ciego a Damasco, y allí le envió a un cristiano llamado Ananías. Por medio

de Ananías, Pablo recuperó la vista y fue lleno del Espíritu Santo. Comenzó a predicar

a Jesús en la sinagoga de los judíos, y sus líderes lo obligaron a irse de Damasco. En

algún momento posterior, fue a Jerusalén (vea Gálatas 1:17–2:2), donde estableció

una relación de trabajo con los apóstoles.

La calle llamada Derecha. Un pequeño arco es lo único que queda de la antigua puerta de la

ciudad que había en Damasco en la época de Pablo. Por este arco se entra hacia “la calle llamada

Derecha”, donde estuvo Pablo inmediatamente después de su conversión.

También debemos poner atención al ministerio de Pedro, que se caracterizó

especialmente por los milagros. En Lida, sanó a un hombre llamado Eneas (Hechos

9:32–35). En Jope, Dios lo usó para resucitar a Tabita (Hechos 9:36–42). Finalmente,

Dios le dio una visión mediante la cual lo envió a Cesárea, donde les presentó el

Evangelio a los gentiles (Hechos 10:9–48).

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Pedro fue el principal líder de los apóstoles, y su ministerio reanimaba el

entusiasmo de la Iglesia primitiva. Un apóstol era una persona a quien Cristo había

escogido a fin de prepararla de manera especial para el ministerio (Gálatas 1:12). Los

apóstoles colocaron el fundamento de la Iglesia al predicar el Evangelio de Cristo (vea

Efesios 2:20; 1 Corintios 3:10, 11; Judas 3, 20. Vea también el capítulo 7 de esta obra,

que se titula “Los apóstoles”).

En este punto, el registro de la historia bíblica se vuelve brevemente hacia la

expansión del Evangelio entre los gentiles de Antioquía (Hechos 11:19–30). Luego

leemos acerca del martirio de Jacobo en Jerusalén, y de la manera como Pedro fue

milagrosamente librado de la cárcel (Hechos 12:1–19).

C. Desde Antioquía hasta Roma. El resto del libro de los Hechos describe la

expansión de la Iglesia por medio del ministerio del apóstol Pablo. Bernabé llevó a

Pablo a Antioquía (Hechos 11:19–26). Fue allí donde el Espíritu Santo llamó a Bernabé

y a Pablo para que fueran misioneros, y la iglesia los ordenó para esta tarea (Hechos

13:1–3).

El mapa titulado “El primer viaje misionero de Pablo” traza la ruta de la primera

campaña de los misioneros para fundar iglesias. (Vea también todo el capítulo 9, que

se titula: “Pablo y sus viajes”.) Por lo general, Pablo y Bernabé comenzaban

predicando en una sinagoga judía de la localidad. Así que la iglesia primitiva se

componía fundamentalmente de los judíos que se convertían, y de los “temerosos

de Dios”, los cuales eran gentiles que adoraban a Dios junto con los judíos. En el

primer viaje hubo una dramática confrontación con el mal, cuando Dios usó a Pablo

para derrotar al mago Elimas (Hechos 13:6–12). El joven Juan Marcos acompañó a

Pablo y Bernabé, pero en Perge decidió volverse. Esto tuvo que haber desilusionado

mucho a Pablo (vea Hechos 15:38).

Lea el sermón que Pablo pronunció en la sinagoga de Antioquía de Pisidia (Hechos

13:16–41). En él da un breve resumen de la historia de la redención, y destaca su

cumplimiento en Jesucristo. Declara que creer en Cristo es la única manera de

librarse del pecado y de la muerte (versículos 38, 39).

En Listara, los judíos hostiles alborotaron a las multitudes de tal modo que

apedrearon a Pablo y pensaron que estaba muerto (Hechos 14:8–19). El viaje terminó

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27

cuando Pablo y Bernabé regresaron a Antioquía, donde informaron acerca de todo

lo que Dios había hecho por medio de ellos, y cómo se había extendido la fe a los

gentiles (Hechos 14:26–28).

Más tarde surgió un serio desacuerdo en la Iglesia. Algunos cristianos sostenían

que los gentiles que se habían convertido debían seguir las leyes del Antiguo

Testamento, particularmente la que se refiere a la circuncisión. Finalmente, el asunto

fue presentado ante una asamblea de dirigentes de la iglesia de Antioquía y la de

Jerusalén. Dios dirigió a este concilio, que se reunió en Jerusalén, a fin de que

declarara que los gentiles no tenían que guardar la ley para ser salvos. Se indicó que

los nuevos convertidos se abstuvieran de comer cosas sacrificadas a los ídolos, sangre

y animales estrangulados (Hechos 15:1–29), a fin de no ofender a los judíos

convertidos. El concilio envió una carta a la iglesia de Antioquía, la cual la leyó y la

aceptó como voluntad de Dios.

Pronto decidió Pablo ir a visitar todas las iglesias que él y Bernabé habían fundado

en el primer viaje misionero. Fue así como comenzó el segundo viaje misionero

(Hechos 15:40, 41). Notemos especialmente la visión que Dios le dio a Pablo en Troas,

mediante la cual los llamó a él y a sus compañeros para que fueran a Macedonia

(Hechos 16:9, 10). En Macedonia, ellos guiaron hacia la fe en Cristo a los “temerosos

de Dios” (gentiles que habían creído en El) y a los judíos.

Un día, los misioneros encontraron a una esclava que estaba poseída por

el demonio. Los propietarios de ella obtenían gran ganancia por cuanto ella tenía la

capacidad de adivinar la suerte.

Pablo echó los demonios fuera de la muchacha, y ella perdió sus facultades de

adivinar; así que los propietarios de ella arrestaron a los misioneros (Hechos 16:19–

24). Mientras estaban en la cárcel, por medio del testimonio de Pablo y sus amigos,

se convirtió el carcelero. Fueron puestos en libertad por la mañana, y se marcharon

a Tesalónica, donde se convirtieron muchas personas por el ministerio de ellos. Luego

pasaron a Berea, donde también tuvieron un gran éxito (Hechos 17:10–12). En

Atenas, Pablo predicó un extraordinario sermón a los filósofos griegos, en el

Areópago.

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Corinto. Estas son las ruinas del templo dedicado a Apolo, las cuales constituyen un mudo

testimonio del culto pagano que había en Corinto. A la iglesia de este lugar dirigió Pablo dos de

sus primeras epístolas. Situada en el estrecho istmo de Acaya, Corinto tenía dos puertos: uno en

el mar Egeo y otro en el mar Adriático. Era una importante encrucijada del mundo antiguo.

La siguiente parada fue Corinto, donde Pablo y sus amigos permanecieron año y

medio. De allí volvieron a Antioquía, pero de regreso pasaron por Jerusalén (Hechos

18:18–22). Durante todo este tiempo, Pablo y sus compañeros continuaron

predicando en las sinagogas, y se enfrentaron a la oposición de algunos judíos que

rechazaban el Evangelio (Hechos 18:12–17).

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En el tercer viaje misionero, Pablo fue a muchas de las ciudades que había visitado

en el segundo. También hizo una rápida visita a las iglesias de Gatada y Frigia (Hechos

18:23).

En Efeso bautizó en agua a doce creyentes, y ellos redbieron el bautismo del

Espíritu Santo. Enseñó allí en la escuela de Tirano por casi dos años (Hechos 19:1–

10).

De Efeso, pasó a Macedonia y finalmente regresó a Filipos. Luego de una breve

estadía en Filipos, viajó a Troas. Allí un joven llamado Eutico se quedó dormido

mientras escuchaba uno de los sermones de Pablo; cayó al suelo desde la ventana de

un tercer piso y murió. Dios obró por medio de Pablo para resucitarlo (Hechos 20:7–

12). Desde allí, los misioneros pasaron por Mileto, hacia Cesarea, donde el profeta

Agabo predijo que a Pablo lo esperaba el peligro en Jerusalén.

En Jerusalén, Pablo se enfrentó a la aflicción y a la cárcel. En la Biblia se registra

un discurso que él pronundó allí en defensa de la fe cristiana (Hechos 22:1–21). Al

fin, fue enviado a Roma para ser juzgado. En el viaje a Roma, el barco que lo llevaba

naufragó en la isla de Malta (“Melita”). Allí una víbora mordió a Pablo, pero él no

redbió ningún daño (Hechos 28:3–6). Después sanó al padre de Publio, el líder

político de la isla (Hechos 28:7, 8). Después de pasar tres meses en Malta, Pablo y los

soldados que lo custodiaban se hicieron a la vela para dirigirse a Roma.

El libro de los Hechos termina con las actividades de Pablo en Roma, Leemos que

les predicó a los prindpales judíos allí (Hechos 28:17–20). Vivió dos años en una casa

alquilada, y les predicaba continuamente a las personas que lo visitaban (Hechos

28:30, 31). Si quiere una descripción más detallada de la vida de Pablo, vea el capítulo

9 de esta obra: “Pablo y sus viajes”.

Con esto termina la historia bíblica de la redención. El Evangelio había sido

plantado eficazmente en suelo gentil, y ya se habían escrito la mayor parte de las

Epístolas del Nuevo Testamento. La Iglesia se hallaba en el proceso de separarse de

la sinagoga judía y de convertirse en una organizadón con características propias.

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2

Cronología del Nuevo Testamento

del tiempo. Necesitamos saber las fechas de los acontecimientos bíblicos, a fin de

que nos ayuden a comprender la relación de estas revelaciones divinas con otros

sucesos históricos.

La palabra cronología viene del término griego clásico jrónos, que significa

tiempo, considerado como una corriente que fluye, que no puede detenerse, pero

que puede medirse. La cronología es sencillamente la fijación de fechas para los

sucesos históricos dentro de la “corriente” del tiempo. La Biblia dedica mucho

espacio a lo relacionado con la cronología.

Por ejemplo, los profetas pusieron fecha a sus escritos para indicar el marco

histórico de su mensaje. Los datos cronológicos que ellos nos ofrecen nos ayudan a

comprender por qué Dios dijo lo que dijo, y por qué hizo lo que hizo en cada ocasión

en particular.

El pueblo judío seguía su calendario con gran cuidado. El antiguo Israel tenía un

calendario lunar que fijaba las fiestas religiosas en ciertas estaciones del año. Los

israelitas recogían la cosecha de cebada en la primavera, durante el mes de Abib, el

primer mes del año religioso (Exodo 23:15). Después del exilio, le llamaron a este mes

Nisán. Celebraban la fiesta de las Semanas durante el mes de Siván, en el cual

comenzaba la cosecha del trigo correspondiente al verano (Exodo 34:22). La fiesta de

la Cosecha, o de los Tabernáculos, coincidía con la cosecha general que ocurría en el

otoño, en el mes de Etanim, que posteriormente se llamó Tisri (Exodo 34:22). Por lo

general, los meses de ellos tenían 30 días de duración. No obstante, puesto que cada

mes se contaba a partir del día de la luna nueva, algunas veces el calendario exigía

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un mes de 29 días. El calendario lunar tenía once días menos que el año solar, y sin

embargo, tenía que igualarse con las estaciones del año; así que los israelitas tenían

que agregarle al año algunas veces un decimotercer mes. Esto les concedía algunos

días extra, como en los años bisiestos. Esta norma de insertar días en años bisiestos

se repetía en ciclos de 19 años.

Cuando llegamos al Nuevo Testamento, hallamos que se incluye un número

importante de detalles cronológicos. Ahora bien, tal como ocurrió en el Antiguo

Testamento, el Nuevo no nos ofrece fechas que pudiéramos tomar en la misma

forma como tomamos las de nuestro calendario.

La vida de Jesús

Por el hecho de que el pueblo judío—al igual que todos los pueblos antiguos—no

se regía por el calendario que se usa hoy, tenemos que tener mucho cuidado al fijar

la fecha de los acontecimientos de la vida de Jesús.

Afortunadamente, se pueden usar el Nuevo Testamento y varias fuentes seculares

para hallar las fechas aproximadas de dichos sucesos.

A. Su nacimiento. Cuando nadó Jesús, Herodes el Grande era el rey de Judea

(Mateo 2:1). Josefo, en su obra Antigüedades, dice que hubo un eclipse de luna

precisamente antes de la muerte de Herodes (libro XVII, capítulo xiii, sección 2). Esto

pudiera referirse a cualquiera de los tres eclipses que ocurrieron entre el 5 y el 4 a.C.;

lo más probable es que se refiera al del 12 de marzo del año 4 a.C. Además, este

historiador judío afirma que el rey murió exactamente antes de la Pascua (libro XVII,

capítulo vi, secdón 4), y que la Pascua ocurrió el 11 de abril del año 4 a.C. Así que

tenemos que llegar a la conclusión de que Herodes murió a prindpios de abril de ese

año.

Los sabios del Oriente acudieron a adorar al Mesías de Dios, pero cuando ellos no

regresaron para informar a Herodes, éste ordenó a sus soldados que mataran a los

niños menores de dos años que hubiera en Belén (Mateo 2:16). Esto sugiere que

Jesús nació en el año 6 ó en el 5 a.C., y que tenía uno o dos años de edad cuando

Herodes murió. Probablemente, Jesús nadó en el 5 a.C., y fue llevado a Egipto en

algún momento del 4 a.C.

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32

No sabemos cuál fue el mes exacto ni el día preciso en que Jesús nació. No es muy

probable que haya nacido el 25 de diciembre. La iglesia de Roma escogió ese día para

celebrar su nacimiento, en el siglo segundo o tercero, con el objeto de opacar

completamente una festividad pagana que tradicionalmente se celebraba ese día.

Antes de esa fecha, la iglesia ortodoxa oriental había decidido celebrar el nacimiento

de Cristo el 6 de enero, día de la Epifanía. Pero, ¿por qué establecer una fecha en el

invierno? Lo menos probable habría sido que los pastores hubieran estado cuidando

sus rebaños en esa época del año, en las laderas de las montañas. Es más probable

que Jesús nadera en otoño o en primavera.

Muchos eruditos piensan que la estrella de Belén (Mateo 2:2) fue un suceso

astronómico. Dicen que tal vez aquel fuera el momento en que los planetas Saturno

y Júpiter cruzaron sus órbitas en el firmamento. Eso ocurrió en el año 7 ó en el 6 a.C.

Otros anotan el hecho de que en los registros chinos se habla de una estrella muy

brillante, o cometa, que apareció allá entre el 5 y el 4 a.C., pero la teoría de ellos

presenta grandes problemas. La Escritura dice que la estrella guió a los magos en su

camino y aun les indicó la casa, de tal modo que ellos no se equivocaran (Mateo 2:9,

10). Aunque la estrella en verdad despertó el interés de estos magos, no nos ayuda a

determinar cuándo nació Jesús.

B. El comienzo de su ministerio. El Nuevo Testamento nos dice mucho acerca del

ministerio público de Jesús; pero de nuevo tenemos que correlacionar estas

afirmaciones con fuentes externas para determinar las fechas.

La carrera de Juan el Bautista se cruzó con la de varios personajes históricos de

Judea y del imperio romano (Lucas 3:1). Para nuestros propósitos, la figura más

importante fue Tiberio César, quien según Lucas, tenía cuatro años en el desempeño

de sus funciones cuando comenzó el ministerio de Juan. Josefo indica que Tiberio

llegó a ser emperador a la muerte de Augusto, en el 14 d.C. (Antigüedades, libro XVIII,

capítulo ii, sección 2). Así que su año 15 hubiera sido el 28 ó 29, lo cual depende de

si Josefo basó su sistema de fechas en el día de la ascensión al trono o en un día

distinto. Juan y Jesús comenzaron su ministerio más o menos al mismo tiempo.

Supongamos que Jesús desarrolló un ministerio de tres años y medio, y que tenía

Page 35: El mundo del Nuevo Testamento - ibpetra.org

33

como treinta años de edad, tal como lo dice Lucas 3:23, cuando lo comenzó. De

inmediato surge un problema: la fecha que da Josefo para

Tiberio nos exige que coloquemos la muerte de Jesús entre el año 31 y el 32 d.C.; y

que cambiemos la fecha de su nacimiento al año 3 ó al 2 a.C., la cual, como ya vimos,

es una fecha muy tardía.

Sin embargo, este problema no es insuperable. Sabemos que Tiberio gobernó

junto con Augusto César durante unos dos o tres años antes de la muerte de éste.

Esto significa que él comenzó a ejercer sus obligaciones oficiales alrededor del año

11 ó 12 d.C.; y si calculamos de este modo, el año decimoquinto de su imperio llegaría

a ser el 26 ó el 27 d.C. Es probable que la mejor fecha que se pueda fijar para el

comienzo del ministerio de Juan el Bautista y de Jesús sea el año 26 a.C., por cuanto

así cuadra con la fecha del nacimiento alrededor del 5 ó 6 a.C.

La Biblia dice que Jesús tenía como treinta años de edad cuando comenzó su

ministerio inmediatamente después de ser bautizado (Lucas 3:1, 2, 21–23). Pero,

¿qué significan las palabras “como de treinta años”? Los sacerdotes comenzaban su

ministerio a los treinta años de edad, pero Jesús no era un sacerdote levítico, ni

estaba atado a esta norma. Por otra parte, era una edad respetable. Desde el punto

de vista judío, un hombre de treinta años de edad no era demasiado joven para

desempeñar una posición de autoridad espiritual, y sin embargo, no era demasiado

viejo para desarrollar un ministerio vigoroso. Debemos aceptar el hecho de que Jesús

comenzó su ministerio muy cerca de la edad de 30 años.

EL PERIODO INTERTESTAMENTARIO

PALESTINA/JUDEA Fecha

a.C.

PERSIA

Regreso de Esdras a Jerusalén 458

Regreso de Nehemías a Jerusalén 444

Comienzo del ministerio de Malaquías 430

GRECIA

332 Toma de Jerusalén por Alejandro

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34

323 Muerte de Alejandro

EGIPTO

323 Comienza gobierno de Ptolomeo Soter

Simón es nombrado sumo sacerdote 300

Eleazar es nombrado sumo sacerdote 291

285 Comienza gobierno de Ptolomeo

Filadelfo

Onías II es nombrado sumo sacerdote 250

247 Comienza gobierno de Ptolomeo

Evergetes

222 Comienza gobierno de Ptolomeo Filopáter

204 Comienza gobierno de Ptolomeo Epífanes

SIRIA

198 Anexión de Palestina a la jurisdicción de

Antioco el Grande

187 Comienza gobierno de Seleuco IV

Onías III es nombrado sumo sacerdote 180

175 Comienza gobierno de Antíoco Epífanes

Jasón compra el sumo sacerdocio 170

Se intensifica la opresión contra los judíos 168

Profanación del templo

Comienzo de la revuelta de los Macabeos

contra el dominio Sirio. Judas

Macabeo

167

asume liderazgo de la revuelta 166

Page 37: El mundo del Nuevo Testamento - ibpetra.org

35

164 Comienza gobierno de Antíoco V Eupátor

162 Comienza gobierno de Demetrio I Soter

Muerte de Judas Macabeo

Jonatán Macabeo sucede a Judas

161

Asesinato de Jonatán

Simón Macabeo sucede a Jonatán

144

143 Comienza gobierno de Antíoco VII Sideto

Asesinato de Simón 135

Juan Hircano sucede a Simón

130 Expulsión de los sirios

Aristóbulo I sucede a Juan Hircano 104

Alejandro Janeo sucede a Aristóbulo I 103

Muerte de Alejandro Janeo

Alejandra, esposa de Alejandro Janeo,

lo sucede.

78

Muerte de Alejandra

Hircano II sucede a Alejandra

69

Conflicto de Aristóbulo II con Hircano II

(68–40 a.C.)

68

ROMA

Caída de Judea en manos de Roma 63 Pompeyo establece el protectorado

romano

59 El primer triunvirato: Pompeyo, César y

Craso

54 Saqueo del templo por parte de Craso

48 Muerte de Pompeyo

Comienza gobierno de Julio César

Antípater designado gobernador de Galilea 47

44 Asesinato de Julio César

Page 38: El mundo del Nuevo Testamento - ibpetra.org

36

Muerte de Antípater

Herodes llega a rey de Judea

37

33 Estalla la guerra entre Octavio y Antonio

31 Suicidio de Antonio y Cleopatra

Herodes mata a Mariamne 29

27 Octavio se convierte en el César Augusto

Herodes comienza reconstrucción del

templo

19

Nacimiento de Juan el Bautista 6

Nacimiento de Jesucristo 5

Cuadro 1

El tiempo de la reconstrucción del templo por parte de Herodes confirma nuestra

fecha para el comienzo del ministerio de Jesús. La historia romana indica que Herodes

llegó a ser rey de Judea en el 37 a.C. Josefo dice que los judíos comenzaron a restaurar

el segundo templo en el año 18 del reinado de Herodes, o sea en el 19 a.C. (37 a.C.,

menos 18). Cuando Jesús acudió a la Pascua en Jerusalén, el pueblo le dijo que ya

tenían 46 años de estar en su reconstrucción (Juan 2:13, 20). Esto colocaría la primera

visita de Jesús a Jerusalén en el 27 d.C. Suponemos que Jesús ya había comenzado su

ministerio cuando visitó a Jerusalén; así que habría comenzado ese ministerio en

algún momento del otoño del 26 d.C.

C. La duración de su ministerio. Muchos sucesos ordinarios de la vida judía

aparecen en el ministerio de Jesús. El más prominente de éstos era la fiesta de la

Pascua. El Evangelio según Juan menciona tres pascuas durante el ministerio de Jesús

(Juan 2:13; 6:4; 12:1). A. T. Robertson, en su obra Harmony of the Gospels (Armonía

de los evangelios), señala que Juan 5:1 se refiere también a la fiesta de la Pascua.

Puesto que Jesús comenzó su ministerio antes de la primera de las cuatro pascuas, la

duración de su rninisterio fue de tres años y medio: comenzó en algún momento del

otoño del 26 d.C., y concluyó en la Pascua de la primavera del 30 d.C.

Page 39: El mundo del Nuevo Testamento - ibpetra.org

37

¿Podemos lograr mayor precisión con respecto a la fecha de la muerte de Jesús?

Tal vez sí. El calendario judío indica que la Pascua se celebró el 7 de abril del 30 d.C.

La tradición dice que Jesús fue crucificado en viernes; eso colocaría la celebración de

la Pascua el jueves al anochecer, el 14 de Nisán en el calendario judío. Algunos

eruditos, sin embargo, piensan que la crucifixión ocurrió el jueves, o aun el miércoles.

Y hay otro problema: ¿Comió Jesús realmente una cena de Pascua, o sólo cierta

clase de cena significativa? Es inconcebible que Jesús hubiera enviado a sus discípulos

a preparar la Pascua (Lucas 22:8, 13), sin esperar que ellos ofrecieran el sacrificio

apropiado en el templo y sirvieran una verdadera mesa de Pascua. Cualquier otra

fiesta hubiera sido inconcebible en esa época del año.

El ministerio de Jesús

Nota:Esta división de su ministerio

sigue las sugerencias de A. T.

Robertson en su obra

Harmony of the Gospels

© omas Nelson, Inc.

Page 40: El mundo del Nuevo Testamento - ibpetra.org

38

¿Y cómo calculaba el pueblo judío la luna nueva, que es la que establece la fecha

para comer la Pascua? (Ellos celebraban la fiesta de la Pascua catorce días después

de la luna nueva del primer mes, es decir Nisán.) Si establecieron el día de la luna

nueva mediante un cálculo astronómico, es posible que celebraron la Pascua el 7 de

abril del 30 d.C.) pero si utilizaron la observación visual de la luna nueva para

determinar la fecha de la Pascua, pueden haber cometido algún error. A. T.

Robertson defiende la fecha tradicional de la Pascua—7 de abril de 30 d.C.—por

cuanto esta nos permite armonizar las narraciones de los evangelios sinópticos

(Mateo, Marcos y Lucas) con el Evangelio según Juan. El cuadro 3 indica cómo se

entrelazan estas fechas con las diversas fases del ministerio de Jesús.

El ministerio de Pablo

La cronología de la vida de Pablo no puede determinarse con tanta precisión como

la de Jesús, pero podemos lograr una buena aproximación, Las alusiones a la vida de

él que se hallan en el libro de los Hechos y en sus epístolas, especialmente la epístola

a los Gálatas, nos dan mucha información útil. Pablo nació en Tarso, probablemente

durante los últimos días de Herodes, o en los primeros años de su hijo Arquelao. A

través de su padre, quien era un judío estricto de la tribu de Benjamín, recibió el gran

privilegio de la ciudadanía romana. Según la costumbre, se le enseñó un oficio, el de

hacer tiendas, y fue bien educado a los pies de Gamaliel.

Un cambio conmovedor se produjo en la vida de Saulo—posteriormente conocido

con el nombre de Pablo—en el 36 d.C., mientras viajaba hacia Damasco para

perseguir a los cristianos. Oyó la voz de Jesús, que le hablaba desde una luz cegadora

que descendía del cielo, y quedó ciego. En los sucesos que siguieron, volvió a recibir

la vista, fue “lleno del Espíritu Santo”, fue bautizado y confesó a Jesús como el Hijo

de Dios (Hechos 9:17–20). Los siguientes tres años los pasó en Arabia. De allí regresó

a Damasco. El primer viaje que hizo a Jerusalén, ya siendo cristiano, ocurrió en el 40

d.C. Los siguientes años de su vida los pasó en Siria y Cilicia, la mayor parte de ese

tiempo en Tarso, sitio donde se hallaba su hogar (Gálatas 1:21).

Bernabé, un líder de la iglesia primitiva, fue enviado por los creyentes de Jerusalén

para observar la situación en Antioquía. Allí un gran número de gentiles estaba

Page 41: El mundo del Nuevo Testamento - ibpetra.org

39

respondiendo al Evangelio. Bernabé, quien probablemente sabía muy bien que Pablo

había sido llamado para predicar a los gentiles, lo buscó y lo llevó de Tarso a Antioquía

en el 46 d.C. Cerca de un año después, la iglesia de Antioquía envió un donativo a la

de Jerusalén por mano de Pablo y de Bernabé. Este fue el segundo viaje de Pablo a

Jerusalén después de ser cristiano.

CRONOLOGIA DEL NUEVO TESTAMENTO

SUCESOS BIBLICOS Fecha SUCESOS POLÍTICOS a.C.

Nacimiento de Juan el Bautista 6

Nacimiento de Jesús 5

4 Muerte de Herodes

Reinado de Arquelao, Herodes

Antipas y Herodes Felipe d.C.

7 Anás es nombrado sumo sacerdote

Visita de Jesús al templo 8

14 Muerte de Augusto

14 Muerte de Augusto

Exaltación de Tiberio César

17 Caifás es nombrado sumo sacerdote

Juan el Bautista comienza ministerio 27 Encuentro de Herodes Antipas con

de predicación Herodías en Italia

Bautismo de Jesús Herodías en Italia

Comienzo del ministerio de Jesús

Encarcelamiento de Juan el Bautista 28 Matrimonio de Herodes Antipas con

Herodías

Decapitación de Juan el Bautista 29

Crucifixión de Jesús 30

Martirio de Esteban 36

Page 42: El mundo del Nuevo Testamento - ibpetra.org

40

Conversión de Pablo

Dispersión de los cristianos

37 Muerte de Tiberio

Exaltación de Caligula

Visita de Pedro a las iglesias 39

Saulo completa tres años de 40

permanencia en Arabia

Visita de Saulo a Jerusalén

Conversión de Comelio 41 Muerte de Calígula

Exaltación de Claudio

Extensión del Evangelio a Antioquía 42

43 Herodes Agripa I llega a rey

Martirio de Jacobo, hijo de Zebedeo 44 Muerte de Herodes Agripa I

Bernabé lleva a Saulo para Antioquía 46

Saulo y Bernabé llevan las 47

contribuciones de Antioquía a la

iglesia de Jerusalén

Primer viaje misionero de Pablo y 48–49

Bernabé

Concilio de Jerusalén 50

Se escribe el evangelio según Marcos

El segundo viaje misionero 51–53

Se escriben las dos epístolas a los

Tesalonicenses

52 Félix es nombrado procurador de

Judea

Cuarta visita de Pablo a Jerusalén 54 Muerte de Claudio

Exaltación de Nerón

Page 43: El mundo del Nuevo Testamento - ibpetra.org

41

Tercer viaje misionero de Pablo comienza

Llegada de Pablo a Efeso

Se escriben las dos epístolas a los Corintios 54–57

Llegada de Pablo a Corinto

Se escribe la epístola a los Romanos

Se escribe la epístola a los Gálatas

57

Arresto de Pablo 58

Se escribe el evangelio según Lucas 58–63

Pablo es enviado a Roma 60 Festo sucede a Félix

Llegada de Pablo a Roma 61

Se escriben las epístolas a Filemón,

Colosenses, Efesios y a los

Filipenses

62 Albino sucede a Festo

Liberación de Pablo en Roma

Se escriben los Hechos de los

Apóstoles

Visita de Pablo a Filipos (¿y Asia

Menor?)

Viaje de Pablo a España (¿?)

63

Se escribe la primera epístola de Pedro 64 Floro sucede a Albino

Regreso de Pablo a Asia Menor

Se escribe la segunda epístola de Pedro

66

Viaje de Pablo a Macedonia

Se escribe la primera epístola a

Timoteo

Visita de Pablo a Creta

Se escribe la epístola a Tito

67

Segundo encarcelamiento de Pablo 68 Muerte de Nerón

Se escribe la segunda epístola a

Timoteo

Page 44: El mundo del Nuevo Testamento - ibpetra.org

42

Martirio de Pablo

Se escribe la epístola a los Hebreos

70 Destrucción de Jerusalén y del templo

por los romanos

Dispersión de los judíos por todo el imperio

romano.

Se escribe el evangelio según Mateo 75

Se escribe la primera epístola de Juan 85–90

Se escribe el evangelio según Juan 90–100

Se escribe el Apocalipsis 96

Se escribe la segunda epístola de Juan

Se escribe la tercera epístola de Juan 97

Cuadro 2

Después de regresar a Antioquía, Pablo y Bernabé salieron en un viaje misionero

que los llevó a Chipre, Perge, Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe (Hechos 13,

14). Esto ocurrió por los años 48 y 49 d.C. Este primer viaje misionero fue el esfuerzo

misionero más fructífero que la Iglesia había hecho hasta ese momento.

El crecimiento de la Iglesia gentil en Antioquía y la respuesta de los gentiles en

otros lugares hicieron que surgiera la pregunta sobre la relación que debía haber

entre los gentiles y la Ley. Los visitantes que llegaban de Jerusalén causaban

perturbación en la iglesia de Antioquía, y Pablo y Bernabé fueron enviados a

Jerusalén para que se resolviera el problema. Este concilio ocurrió alrededor del 50

d.C.

La biblioteca de Alejandría

Alejandro Magno llegó a Egipto en noviembre del 332 a.C. El 20 de

enero del 331 a.C., el mismo Alejandro hizo en las arenas un croquis para

una nueva ciudad que habría de ser el centro de su armada y de la

cultura griega: la ciudad de Alejandría. Incorporaría dentro de sus muros

al antiguo pueblo egipcio de

Page 45: El mundo del Nuevo Testamento - ibpetra.org

43

Ratotis y a Neópolis (ciudad nueva). Se encargó a Dinócrates, el

arquitecto de Rodas, la construcción del proyecto.

Alejandría llegó a ser el sitio donde se hallaban tres maravillas del

mundo antiguo: el Faro, que era una gran torre de mármol blanco

colocada en la isla de Faros, la cual estaba conectada con el continente

por medio de una calzada; el Soma, que albergaba el ataúd de oro de

Alejandro; y la más famosa biblioteca del antiguo mundo, la Biblioteca

alejandrina.

La idea de una biblioteca en Alejandría parece haber sido original de

Ptolomeo I Soter (muerto en el 283 a.C.), quien comenzó a reunir

manuscritos para ella. El edificio mismo de la biblioteca probablemente

fue erigido por Ptolomeo II Filadelfo (285–246 a.C.). La mayor parte de

las evidencias arqueológicas de Alejandría que datan de este período se

han perdido, aunque los eruditos que acompañaron a Napoleón

Bonaparte escribieron en 1799 que las ruinas de la ciudad (que habían

servido durante siglos como cantera para nuevas edificaciones) aún

constituían un complejo considerablemente grande. La Alejandría

moderna fue construida en el mismo sitio, y arrasó la mayor parte de las

ruinas, incluso las de la biblioteca.

La librería fue parte del Museo (Mouseion, o Casa de las Musas, una

casa de artes y ciencias), que se hizo según el modelo del liceo de

Aristóteles en Atenas. El Museo era un complejo de edificios conectados

entre sí por medio de largas columnatas. En estos peristilos había cuartos

para estudio, salones para leer y oficinas administrativas donde los

eruditos podían enseñar e investigar. Entre los eruditos que usaron la

biblioteca estuvieron los matemáticos Euclides y Apolonio de Perge, el

geógrafo Eratóstenes (el primero que dijo que el mundo era redondo),

el astrónomo Aristarco de Samos y los investigadores médicos Ersístrato

y Eudemo.

El edificio de la biblioteca tenía dos partes: “la biblioteca dentro del

palacio” (Brucheion) y la “biblioteca fuera del palacio” (Serepheum), que

era más pequeña. En el año 250 a.C., el Brucheion tenía 400.000

“volúmenes mixtos” (rollos largos que contenían más de una obra) y

90.000 volúmenes que contenían una sola obra. En el Serepheum había

42.800 volúmenes. Este servía a los estudiantes y ciudadanos ordinarios.

Ptolomeo II también dio órden a sus soldados de que se apoderaran

de cualesquiera libros que hallaran en los barcos que descargaban en

Page 46: El mundo del Nuevo Testamento - ibpetra.org

44

Alejandría. Estos libros eran entonces copiados y se devolvía una copia a

los propietarios. Los libros que se recibían de esta manera estaban

marcados con las palabras “de los barcos”. El antiguo escritor Galeno

contó que Ptolomeo III Evergetes consiguió de modo fraudulento que los

atenienses le prestaran las copias de las tragedias—las que los actores

usaban para sus representaciones—, y luego, como castigo perdió el

depósito de garantía que era de quince talentos, al quedarse con la copia

original y también con la que había hecho.

Los libros se guardaban primero en depósitos hasta que pudieran ser

procesados. Los trabajadores de la biblioteca tenían gran cuidado en

marcar las copias, a fin de indicar la fuente de cada manuscrito. Los libros

se podían clasificar por su origen geográfico, por el nombre del corrector

o editor de la copia, o por el nombre del propietario. Se dice que

Calímaco, quien pudo haber sido uno de los principales bibliotecarios

compiló un documento que llamó Pinates, para los usuarios de la

biblioteca. El Pinakes tenía el siguiente subtítulo: “Listas de aquellos que

fueron notables en todo aspecto de la cultura, y de sus escritos.”

La decadencia del Museo y de la biblioteca parece haber comenzado

alrededor del 100 d.C., en medio de las guerras y de la intranquilidad

civil. Parece que el Brucheion fue quemado, de manera accidental, por

Julio César, en la guerra de Alejandría, que ocurrió en el 48 a.C. Aunque

se perdió mucho material cuando fue destruido el Brucheion, Marco

Antonio compensó la pérdida al dar a Cleopatra 200.000 manuscritos

procedentes de la biblioteca de Pérgamo. A partir de este tiempo, el

Serepheum tomó el lugar del Brucheion como la biblioteca real.

La biblioteca cayó en una decadencia aún mayor después del

comienzo de la era cristiana. La volvió a incendiar el emperador romano

Aurelio, en el 273 d.C., cuando reconquistó a Egipto. Lo que quedó de la

biblioteca fue destruido finalmente por Omar, el conquistador

musulmán, en el 645 d.C.

Cuando Pablo y Bernabé regresaron a Antioquía, planearon otro viaje. No

pudieron ponerse de acuerdo en cuanto a llevar o no a Juan Marcos con ellos; por

tanto, decidieron separarse. Pablo escogió a Silas como compañero y emprendió su

segundo viaje misionero. Este viaje por Galacia, Macedonia y Acaya abarcó los años

51 a 53 d.C. Pablo se detuvo unos dieciocho meses en Corinto, desde donde escribió

las dos epístolas a la iglesia de Tesalónica.

Page 47: El mundo del Nuevo Testamento - ibpetra.org

45

Cuando salió de Corinto, llevó consigo a Priscila y Aquila, a quienes dejó en Efeso.

De allí viajó a Jerusalén, para realizar allá su cuarta visita, en el 54 d.C. Luego de

cumplir unas apresuradas visitas a Jerusalén y Antioquía, inició su tercer viaje

misionero. Parece que pasó cerca de tres años en Efeso (54–57 d.C.). Aunque tuvo

un gran éxito, su experiencia en este lugar estuvo llena de oposición y peligro. El

problema que había en Corinto aumentaba sus preocupaciones. Las dos epístolas que

dirigió a los corintios las escribió desde este lugar.

El templo de Herodes. El doctor Conrad Shick construyó este modelo a escala del templo de

Jerusalén, tal como pudo haberse visto después del programa de restauración total de Herodes

(19 a.C.–63 d.C.). El modelo refleja información tomada de escritores judíos antiguos y

procedente de los hallazgos arqueológicos en la zona del templo.

Al salir de Efeso, viajó a Corinto para permanecer allí tres meses. Tal vez escribió

desde allí la epístola a los Gálatas, y con seguridad escribió en este tiempo su Epístola

a los Romanos. Poco después hizo su quinta visita a Jerusalén.

Page 48: El mundo del Nuevo Testamento - ibpetra.org

46

Pronto fue arrestado en Jerusalén, y enviado a Cesarea, donde fue encarcelado

durante dos años (58–60 d.C.). Como no vislumbraba ninguna solución a los cargos

que se le hacían, apeló a César y fue enviado a Roma. Mientras estaba custodiado—

parte del tiempo en su propia casa alquilada (Hechos 28:30)—escribió las epístolas a

los Efesios, Colosenses, Filipenses y a Filemón. Después de dos años de

encarcelamiento en Roma (61–63 d.C.), tal como se menciona en Hechos 28:30, no

tenemos ningún registro objetivo que nos diga a dónde fue ni qué hizo. La tradición

dice que predicó el Evangelio en “el extremo Oeste”, supuestamente en España. Se

cree que visitó Creta (Tito 1:5), Efeso (1 Timoteo 1:3) y Nicópolis (Tito 3:12), en

Macedonia, desde donde le escribió a Tito.

La primera epístola de Clemente, que fue escrita poco antes del año 200 d.C.,

afirma que Pablo fue tomado prisionero en Macedonia una vez más alrededor del 67

d.C., y fue enviado a Roma, donde padeció un segundo período de encarcelamiento.

Se cree que desde allí escribió su última epístola, la segunda a Timoteo, y que murió

mártir por mandato de Nerón en la primavera o el verano del 68 d.C.

Entre las claves para establecer las fechas del ministerio de Pablo se incluyen la

sucesión de Félix por Festo (Hechos 24:27; 25:1), la cual ocurrió aproximadamente

en el 60 d.C., y el fin de las funciones de Galión como procónsul de Acaya, alrededor

del 56 d.C. La mayor parte de su ministerio transcurrió durante la relativa paz del

reinado de Claudio (41–54 d.C.). Algunos colocan su muerte antes del año 68 d.C. Hay

eruditos que no creen que él saliera libre de su primer encarcelamiento en Roma;

creen que fue sentenciado a muerte en la época en que concluye el libro de los

Hechos, alrededor del 64 d.C.

3

Page 49: El mundo del Nuevo Testamento - ibpetra.org

47

se llamaban helenos. La más influyente de las ciudades-estado de los griegos fue

Atenas, la cual dio la mayor inspiración a las hazañas del imperio griego, que pronto

habría de extenderse a través de territorios casi tan amplios como los que hoy

constituyen los Estados Unidos de Norteamérica.

Cuando hablamos de la cultura helénica nos referimos a los logros culturales de

los griegos, los cuales llegaron a su punto culminante en Atenas, en el siglo quinto

a.C. La expresión “cultura helénica” se refiere a las artes, el comercio y el

pensamiento de la Grecia continental, tal como había sido influida por Atenas. La

“cultura helenística” es el subsiguiente desarrollo de la cultura griega entre otros

pueblos situados al este del Mediterráneo, en los cuales se reflejó la cultura que

comenzó en Atenas. Este sistema de vida griego fue llevado hasta la India por los

ejércitos de Alejandro Magno. Permaneció suficiente tiempo en Egipto, Palestina,

Asia Menor y Persia como para influir en su religión, su gobierno, su lengua y su arte.

Historia griega primitiva

La guerra y la intriga política rompieron la uniformidad en la historia primitiva de

Grecia. La capacidad de los griegos para vencer estos problemas indicó su fuerte

carácter y la visión llena de esperanza que tenían de lo futuro.

A. Raíces de la cultura griega. Las islas del mar Egeo y la Grecia continental fueron

habitadas por un pueblo llamado egeo, alrededor del 3000

a.C. Los minoicos habitaban en la isla de Creta. Los pueblos que llamamos griegos no

comenzaron a llegar hasta alrededor del 1900 a.C. Parece que llegaron de la región

de los Balcanes que ahora se llama Bulgaria.

Page 50: El mundo del Nuevo Testamento - ibpetra.org

48

Estos pueblos migratorios se trasladaron gradualmente hacia el norte, y llevaron

consigo la lengua; allí se transformó en la lengua germana. También se movieron

hacia el occidente, hacia Italia, donde su lengua se convirtió en la de los romanos. Se

movieron hacia el sur, donde su lengua se convirtió en el griego. Se movieron hacia

el oriente a través de los montes Himalaya hasta la India, donde su lengua se preservó

en el sánscrito. Estos nómadas, con su lengua indoeuropea proveyeron un origen

común para un gran número de civilizaciones. Las palabras que aún permanecen en

las lenguas de una serie de pueblos ampliamente separados dan a entender que tales

lenguas tuvieron un origen común.

Cerámica con figuras en negro. La lucha entre guerreros que aparece en un lado de esta ánfora

(tinaja de dos asas) data de alrededor del 540 a.C. Esta tinaja decorada en negro sobre un fondo

de color claro es un magnifico ejemplo de la cerámica con figuras en negro que se desarrolló en

Atenas, y que fue muy popular hasta que fue suplantada por la cerámica con figuras en rojo en

525 a.C. En este punto de la evolución del arte griego, los dos guerreros están aún en forma

estilizada, pero la cerámica con figuras en negro estaba comenzando a tomar alguna forma de

realismo, relacionada con el mejor arte griego.

El primer grupo de esta gran familia llegó a la península griega alrededor del 1900

a.C.; fueron los llamados aqueos. Algunos se establecieron en las llanuras de Tesalia.

Otros avanzaron hacia la parte que se encuentra más al sur de esa tierra, que se llama

el Peloponeso. Por el 1200 a.C. surgió el rey Agamenón de Micenas, poderosa ciudad-

estado situada en la parte nororiental del Peloponeso, como el líder más destacado

de estos pueblos. Agamenón dirigió una fuerza de ataque contra Troya, ciudad

Page 51: El mundo del Nuevo Testamento - ibpetra.org

49

situada en la costa asiática sobre el mar Egeo. El hecho de que él destruyó a Troya

abrió la puerta para que más aqueos emigraran hacia el Asia Menor, donde fundaron

ciudades con pueblos de habla griega.

La emigración de los aqueos con destino al Asia Menor fue probablemente

impulsada por invasiones de otras tribus procedentes de los Balcanes. Los dorios se

movieron hacia Grecia a lo largo de un período de tres siglos (15000–1200 a.C.). Estos

hablaban también una forma del griego, pero era hostiles a los pueblos que se habían

establecido en la península griega. Quemaron a Micenas y otras ciudades, incluso la

ciudad de Cnosos, en Creta (el centro de la civilización minoica). Así destruyeron la

cultura y el comercio que se habían desarrollado firmemente a través de unos 2.000

años.

Sin embargo, los jonios se movieron hacia el lado oriental del Egeo y preservaron

su herencia. Se esparcieron hacia el norte y hacia el sur por el borde de Asia Menor,

en una región que con el tiempo llegó a llamarse Jonia. Homero, el gran poeta griego,

produjo sus grandes obras maestras en esta región en algún momento entre el 900 y

el 700 a.C.

El siguiente pueblo que invadió a Grecia y se estableció allí fue el de los eolios,

quienes ocuparon el oeste de la Grecia central, el norte del Peloponeso y las islas de

mar adentro. No hay seguridad en cuanto al momento exacto en que aparecieron

estos invasores en Grecia.

Mientras Grecia era invadida por pueblos procedentes de los Balcanes a lo largo

de un período de ocho siglos (1900–1100 a.C.), los israelitas se estaban convirtiendo

en una nación. Este período abarca el tiempo de los patriarcas Isaac y Jacob, la estadía

de Israel en Egipto y su salida de Egipto (1446 a.C.), la conquista de Canaán (1339

a.C.) y una gran parte del período de los jueces, el cual terminó en el 1043 a.C.,

cuando Saúl fue ungido rey.

B. Epoca de los reyes. La siguiente etapa en la historia griega primitiva puede

llamarse “época de los reyes” (más o menos entre el 1000 y el 750 a.C.). Las oleadas

de nuevos pueblos que llegaban a Grecia se establecieron a menudo en pueblos y

aldeas junto con sus habitantes originales. Centenares de valles y zonas planas

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50

ofrecieron lugares convenientes para establecer centros. Estas ciudades-estado eran

gobernadas por reyes.

La región que se llamaba Atica incluía a Atenas, ciudad que con el tiempo absorbió

las muchas unidades territoriales que estaban alrededor de ella y tenían gobierno

propio. Dice la leyenda que el rey Teseo unificó el Atica bajo el gobierno ateniense, y

obligó a todos a que pagaran impuestos y se inscribieran como ciudadanos de Atenas.

Atenas llegó a ser una ciudad-estado prominente alrededor de 700 a.C. También

otras se desarrollaron, como Megara, Corinto, Argos y Esparta hacia el este y hacia el

sur, y Tebas en el norte. La palabra griega polis que se traduce ciudad, se refería a

todo el estado político que era regido por una ciudad.

Las ciudades-estado luchaban constantemente entre sí, algunas veces una con

otra, y otras veces en grupos que se llamaban ligas. Además de guerrear,

desarrollaban un amplio comercio y hacían exploraciones en todo el Mediterráneo y

aun en lugares tan distantes como las islas Británicas.

Tácticas de guerra de los griegos

El dominio de Grecia sobre el mundo antiguo, y la difusión de la

lengua griega por toda la región del Mediterráneo son dos de los hechos

más asombrosos de la historia. La Grecia moderna sólo es un poco más

grande que el estado de Nueva York. Está llena de montañas y su suelo

es más bien improductivo. Fue muy poca la unidad política que hubo en

la antigua Grecia. Entonces, ¿cuál fue el secreto del gran éxito militar de

los griegos? A continuación se ofrecen unas pocas de las respuestas

posibles:

Los griegos antiguos eran criados para que fueran soldados. En

Esparta, los hijos pertenecían al estado. Los varones defectuosos eran

abandonados en las laderas de las montañas para que murieran. Los

fuertes eran educados por el estado, y la mayor parte de la educación

era sica. A los muchachos se los enseñaba a correr, a luchar, a soportar

dolor sin acobardarse, a vivir con raciones reducidas, a obedecer

órdenes; y también se les enseñaba a gobernar. Se les enseñaban,

además, matemáticas, filoso a, música y amor a la lectura.

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51

Estas cualidades pueden verse en algunas famosas batallas griegas.

Cuando Darío I de Persia pensó que era tiempo de conquistar a Grecia,

reunió un numeroso ejército y 600 embarcaciones. Embriagado por el

éxito (acababa de destruir a Mileto), Darío tenía la confianza de que

podía someter a Grecia en el término de unos días.

Los persas desembarcaron en el lado oriental del Atica, en un sitio

cercano a Maratón. Las noticias sobre la batalla que se aproximaba

alarmaron a Grecia. Los esclavos y los libertos fueron reclutados en

Atenas, y se los obligó a marchar a través de las montañas hacia

Maratón. Cuando se reunieron los griegos, sólo eran 20.000. (Los

ejércitos de Esparta se habían demorado, y no llegaron a tiempo.) Los

persas, por su parte, tenían 100.000 fuertes veteranos. Los persaB

llenaron el aire de flechas, pero éstas tuvieron poco efecto, pues los

griegos estaban bien protegidos. Bajo la dirección de Mildades, los

griegos atacaron en grupos. El combate en grupos era algo que los persas

no entendían; ellos peleaban individualmente.

La batalla fue un desastre para Darío. Según los registros griegos,

6.400 persas perdieron la vida, y sólo cayeron 192 griegos.

Al fin de la batalla, llegaron los retardados espartanos y alabaron a los

vencedores. Darío no logró conquistar a Grecia, pero su hijo Jerjes tuvo

el mismo sueño. Este reclutó tropas y reunió materiales de guerra. En el

481 a.C., ya estaba listo. Según Herodoto, este ejército tenía 2.641.000

soldados, además de los esclavos, ingenieros y otros.

Cuando el numeroso ejército marchó hacia el occidente, es decir,

hacia Grecia, pasó por Tracia y por Filipos y Macedonia. En el camino,

tmuchos griegos se rindieron, por temor o ante los sobornos. Estos

griegos permitieron que sus ejércitos llegaran a formar parte del ejército

persa.

En aquella ocasión, se levantó Temístocles, comandante del

contingente ateniense, y pidió a sus marinos que pintaran en las rocas

inmensos avisos que pudieran ser vistos por la flota persa al pasar. Estos

avisos imploraban a los griegos que estaban en la flota enemiga que

desertaran o se negaran a pelear contra su tierra natal. Temístocles sabía

que aunque los marinos griegos no desertaran, Jerjes tendría temor de

emplearlos.

Finalmente, las flotas rivales chocaron y pelearon hasta que las

tinieblas los detuvieron. Muchos griegos se volvieran traidores y les

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señalaron a los persas los pasos secretos a través de las montañas. El

impávido rey Leónidas de Esparta reunió trescientos espartanos para

custodiar el paso en las Termópilas. Como él sabía que esta acción era

extremadamente peligrosa, sólo escogió hombres que tuvieran hijos

varones, de tal modo que los nombres de sus familias no se extinguieran.

Contando otras guarniciones, su ejército sólo constaba de 6.000

hombres.

Cuando arreció la batalla, la mayoría de los griegos escaparon, pero

Leónidas y todos sus espartanos, con excepción de dos, murieron

luchando. Los persas perdieron 20.000 hombres; ios griegos, 300. (Uno

de los dos espartanos que sobrevivieron cayó posteriormente en una

batalla en Platea; el otro sobreviviente se ahorcó, para evitar la

vergüenza.)

Al año siguiente, un ejército de 110.000 griegos atacó a los persas.

Aunque el enemigo los superaba en número, mataron 260.000 persas.

Transcurridos 123 años después de la muerte de Jerjes, el rey Filipo

de Macedonia tuvo un hijo llamado Alejandro. Este llegó a ser el general

griego más grande de todos los tiempos. Inspirado por la Ilíada de

Homero, pronto decidió conquistar el mundo. La preparación que se

daba a los macedonios y la falange de Alejandro fueron factores

esenciales en las victorias griegas.

En una falange había 9.000 hombres divididos en escuadras. Había

dieciséis hombres en cada lado de la escuadra. Cada hombre estaba

protegido con armadura y tenía una lanza de cuatro metros de longitud.

Se colocaban a una distancia aproximada de un metro, colocaban sus

escudos en posición, y así formaban un tanque humano.

Además de la falange y de la caballería, Alejandro tenía máquinas de

guerra diseñadas por Díades, un ingeniero griego. Estas máquinas que

tenían forma de arco podían disparar inmensas flechas, o lanzar 22

kilogramos (50 lb.) de piedras a una distancia de más de 180 metros (200

yardas). El ejército de Alejandro también llevaba grandes torres con las

cuales podían escalar los muros enemigos.

Alejandro fue un maestro de la propaganda. Le encantaba aterrar a

los enemigos esparciendo enormes bocados de frenos de caballerías

donde pudieran verse fácilmente. ¡Esto daba la impresión de que él

poseía caballos de tamaño extraordinario!

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Así que los griegos usaban la sicología de la astucia y también el genio

mecánico para derrotar a sus enemigos. Así vencieron enormes

obstáculos para consolidarse como señores del mundo mediterráneo.

Durante la época de los reyes, los griegos desarrollaron distintos patrones de arte

y comercio. Las habilidades comerciales las aprendieron de los fenicios, quienes

dominaban el comercio mediterráneo en ese tiempo. También tomaron el alfabeto

de los fenicios y le agregaron algunas vocales. La literatura griega de este período se

conserva mejor en los poemas épicos titulados la Ilíada y la Odisea, que por lo general

se le atribuyen a Homero.

Este período de la historia griega, en sentido general, es paralelo con la monarquía

de Israel, la cual comenzó cuando Saúl se convirtió en el primer rey de Israel en el

1043 a.C., y terminó cuando los asirios derrotaron a Israel en el 722 a.C.

C. Surgimiento de la democracia. El dominio de los reyes griegos fue usurpado

lentamente por los nobles, quienes disfrutaban de gran riqueza y poder a expensas

de los labriegos. Este período de injusticia estableció el tono de la religión posterior

griega, y pavimentó el camino para que el Evangelio fuera recibido en el mundo

gentil.

Los nobles desaparecieron de la escena por el año 600 a.C, y los mercaderes se

convirtieron en los líderes más importantes de las ciudadesestado de los griegos. A

comienzos del siglo seis se había adoptado un sistema de acuñación de moneda, de

tal modo que entonces la riqueza se acumulaba en tierras, esclavos y dinero. Todas

estas ganancias no servían de ayuda para los labriegos, azotados por la pobreza; así

que las ciudades-estados aprobaban leyes para limitar el poder de los ricos tiranos.

Por el año 500 a.C., la democracia tenía una firme posición en Grecia.

La democracia griega concedía a los ciudadanos voz en sus propios asuntos. Esta

era una innovación respecto del antiguo gobierno. Entre los egipcios y los

mesopotámicos no se tenía la idea de ciudadanía; ni siquiera entre los judíos del

Antiguo Testamento. Cuando algún profeta hebreo denunciaba los males sociales,

apelaba a la justicia de Jehová, y no a la justicia del hombre. Los griegos fueron los

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primeros que desarrollaron un sistema de gobierno que garantizaba las libertades

civiles y se centraba en las obligaciones cívicas.

Alejandro Magno. Este joven rey de Macedonia (alrededor de 356–323 a.C.) cambió el mundo

desde el punto de vista militar y cultural. Destruyó el imperio persa y arrasó con Siria, Palestina y

Egipto. Marchó hasta el río Ganges en la India, antes que sus tropas se le amotinaran y lo hicieran

regresar. Alejandro difundió la cultura helenística y estableció el griego como lengua dominante

en todo el mundo conocido.

Durante este período, la cultura griega produjo la poesía lírica, la arquitectura, la

escultura y el pensamiento religioso que continuarían afectando al mundo durante

los siglos que vendrían. Píndaro, Tirteo y Safo fueron poetas bien conocidos de este

período. Los arquitectos griegos abandonaron el estilo plano de construir que tenían

los egipcios y diseñaron edificios con altas columnas, techos inclinados y frisos

esculpidos. Los escultores griegos esculpieron sus obras en mármol, el cual duraría a

través de los siglos.

Ya no se pensaba que los dioses griegos actuaban de manera injusta o caprichosa.

Los filósofos griegos proclamaron la justicia social. Comenzaron a enseñar que las

obras de los hombres serían juzgadas después de la muerte en el tribunal de Minos

y de Radamanto.

Mientras Grecia lograba estos grandes avances culturales, los judíos se

enfrentaban a un futuro sombrío. El pueblo de Judá había sido llevado al exilio por

sus enemigos babilonios en 586 a.C. Persia conquistó a Babilonia en 539 a.C., y

aunque Ciro el Grande permitió que los judíos regresaran a su patria, el nacionalismo

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judío no pudo resurgir realmente hasta el tiempo de los Seléucidas, los cuales

heredaron parte del dominio de Alejandro Magno.

D. La breve unificación de Grecia. Las ciudades estados eran tan celosas unas con

otras, y tan ferozmente independientes, que no podían unirse sino por breve tiempo

para pelear contra algún enemigo común. Al fin, esto condujo a su caída.

Ciro el Grande conquistó el Asia Menor y convirtió a Persia en la potencia militar

más fuerte del mundo. Un ejército persa intentó invadir a Grecia en el 490 a.C., pero

los atenienses lo derrotaron en Maratón. Una segunda invasión persa por tierra y

mar penetró hasta Atenas en el 480 a.C. La ciudad quedó parcialmente destruida.

Precisamente en esta invasión fue cuando Leónidas, el rey espartano, hizo su heroica

resistencia en el paso de las Termopilas. Los atenienses formaron una liga de

ciudades-estado y echaron a los persas en el 479 a.C., después de haber infligido una

aplastante derrota a la armada persa en Salamina.

E. Las guerras del Peloponeso. Por el hecho de que Atenas había dirigido esta

victoria militar, se convirtió en la potencia dominante del mundo griego. Esparta se

resintió de este poder, y acicateó a Corinto y Megara para que formaran una liga y

aplastaran a Atenas. La serie de batallas entre Atenas y Esparta se produjo en dos

períodos (459–446 y 431–404 a.C.). Se las llamó las “guerras del Peloponeso”.

A este período también se lo ha llamada “La Edad de Oro de Atenas”. Bajo el

gobierno de Pericles, Atenas superó su gloria anterior. Los edificios de la Acrópolis,

incluso el famoso Partenón, pertenecen a este período. Los más grandes escritores

griegos vivieron en la era de Pericles: Esquilo, Sófocles, Eurípides y Aristófanes. Los

debates de Sócrates iniciaron la tradición filosófica griega a la que Platón y Aristóteles

habrían de hacer honor en el siglo siguiente. La flota ateniense dominaba el mar

Egeo, y con esa superioridad llegaron la riqueza y el poder.

Sin embargo, Esparta derrotó a Atenas en el 404 a.C., y los victoriosos espartanos

usaron métodos crueles para dominar el territorio continental helénico. Corinto,

Atenas, Argos y Beocia formaron una liga para resistir a Esparta, pero la guerra de

Corinto, como se la llamó, terminó cuando Esparta hizo una alianza con Persia. Con

este apoyo extraordinario, Esparta obligó a Atenas y a sus aliados a reconocer la

autoridad espartana sobre el territorio continental helénico. Al fin convinieron y

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firmaron un acuerdo llamado la Paz de Antálcidas o Paz del Rey, en el 386 a.C. Por

medio de este tratado se entregaron las ciudades helénicas del Asia Menor al

gobierno persa, se permitió que las islas del Egeo permanecieran independientes, y

se colocó en manos de Esparta el absoluto dominio militar del territorio continental.

El poder espartano no duró mucho. En el 378 a.C., el pueblo de Tebas, una ciudad-

estado situada unos 48 kilómetros al norte de Atenas, volvió a capturar su ciudadela.

Fueron dirigidos en esta batalla por Epaminondas, quien desarrolló una nueva táctica

militar que revolucionó la guerra helénica. Hasta ese momento, las batallas se habían

peleado en líneas paralelas: los ejércitos enemigos se encontraban de frente, y los

soldados acudían hacia el frente, oleada tras oleada. Epaminondas creó el orden de

batalla oblicuo. Dividió su ejército en dos unidades: una para la defensiva, y otra para

la ofensiva. El ala ofensiva estaba fortalecida con mayor número de hombres.

Mientras el ala defensiva avanzaba lentamente hacia el enemigo, el ala ofensiva

avanzaba por la izquierda para penetrar en determinado punto. Con esta táctica, los

tebanos sorprendieron a los ejércitos espartanos, y aplastaron sus unidades en

Leuctras, alrededor del 371 a.C. Esta victoria le dio a Tebas el dominio sobre Grecia.

Mientras Tebas peleaba contra Esparta, unas unidades se movilizaban a 160

kilómetros al norte de Atenas y de Tebas, en una región llamada Tesalia. El líder de

esta creciente amenaza era Jasón de Feres, quien convirtió a Tesalia en un poderoso

campamento armado, pero fue asesinado antes que pudiera moverse contra Tebas.

En el 362 a.C., Epaminondas de Tebas ganó otra victoria sobre los espartanos. Sin

embargo, Epaminondas murió en la batalla. Tebas no pudo dominar a Grecia sin él.

Atenas tampoco era capaz de asumir el liderazgo, pues había sido debilitada por las

guerras del Peloponeso, y Tesalia había perdido a Jasón de Feres. En pocas palabras,

ninguna de las ciudades-estado era suficientemente fuerte para unificar a Grecia; así

el escenario estaba listo para el surgimiento de Alejandro Magno de Macedonia. Este

hecho se produjo en el período transcurrido entre los dos Testamentos bíblicos,

cuando los judíos, bajo la dirección de Nehemías, reconstruían los muros de

Jerusalén, con permiso de Persia.

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El surgimiento de los macedonios

En el 359 a.C., un joven llamado Filipo II se convirtió en el nuevo rey de

Macedonia. Antes de ascender al trono, Filipo había sido capturado en una batalla

contra Tebas. Mientras se hallaba prisionero, aprendió las tácticas de guerra de

Epaminondas y planificó su propia variedad del orden oblicuo de batalla. Tal variedad

es la que ahora se conoce con el nombre de falange.

Filipo creó un nuevo y poderoso ejército macedonio. Su caballería consistía en

unos dos mil jinetes divididos en ocho escuadrones. Estableció la escolta real, tanto

de jinetes como de soldados de infantería, y seis batallones de infantería de 1.536

hombres cada uno. Filipo también inventó una formación impresionante para sus

máquinas de sitio, a fin de tomar los muros de las ciudades por asalto. Sus soldados

estaban fuertemente armados. Además de pequeños escudos, yelmos y corazas, la

línea de enfrente de la infantería, la cual guiaba a la falange, que tenía forma de cuña,

llevaba lanzas de cuatro metros de longitud. La caballería y otros soldados de

infantería portaban escudos más grandes, y además, espadas y lanzas cortas para

arremeter directamente.

A fin de quedar libre para la conquista, Filipo hizo un tratado de paz con Atenas

en el 358 a.C. Luego, conquistó rápidamente a An polis y a Pidna, ciudades-estado de

Macedonia. Por el 352 a.C., penetró en la península griega hacia el sur, y tomó las

Termópilas, que sólo se hallaban a 112 kilómetros de Atenas. En el 348 a.C., hizo una

nueva alianza con Atenas, y puso fin a lo que se ha llamado las “Guerras Sagradas”.

Durante los siguientes diez años, Macedonia estableció su dominio sobre gran parte

de la península helénica. Macedonia—una nación que los helenos habían

considerado como bárbara—habría de esparcir pronto la cultura griega a muchas

tierras.

La edad de oro de la cultura griega había terminado cuando Macedonia asumió el

poder. Uno de los últimos grandes personajes políticos en Atenas fue Isócrates (436–

338 a.C.). Este fue un gran orador, y sus discursos públicos dominaban el

pensamiento político de Atenas. Su pasión era derrotar a Persia. Isócrates veía que

el poder oriental era una amenaza para la sociedad helénica. Pensaba que los persas

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eran viles y repugnantes, y pasó la vida incitando al odio y la hostilidad hacia ellos. Su

más notable seguidor fue el propio Filipo II de Macedonia.

A. El avance del imperio helenístico. No fue necesario que transcurriera mucho

tiempo para que las ciudades-estado griegas se movilizaran contra los macedonios.

Los atenienses y los tebanos se unieron para hacerles frente, y en el 338 a.C., las dos

fuerzas trabaron combate. Los macedonios derrotaron con firmeza a las unidades

helénicas en Queronea, y asumieron el dominio de Grecia. En esta lucha, apareció

por primera vez en el campo de batalla un joven oficial de la caballería macedonia.

Era Alejandro, el hijo de Filipo.

Filipo convocó en Corinto una asamblea de representantes de las ciudades-estado

de los griegos, con excepción de Esparta. Los delegados que llegaron a Corinto para

formar esta liga, se reunieron en un concilio llamado Synhedrion (compare esta

palabra griega con la que designa al concilio o Sanhedrin, judío, cuya transliteración

al castellano es sanedrín). La representación estaba basada en la población de los

distritos de las ciudadesestado. Filipo fue elegido como el hegemón (gobernante) de

la Liga Helénica. Por vez primera desde las guerras persas, las ciudades helénicas se

unificaron bajo la dirección de un poderoso gobernante.

Es interesante, sin embargo, que los griegos conquistados aún consideraban que

los macedonios eran extranjeros, principalmente por cuanto no hablaban uno de los

dialectos helénicos. Sin embargo, los macedonios absorbieron pronto la cultura y los

dialectos helénicos. El griego ático—la lengua que se hablaba en Atenas—fue

adoptado como lengua oficial del estado gobernado por Filipo. Así, por primera vez,

todo el pueblo comenzó a hablar una lengua común en la península helénica. A esta

lengua se la denominaba koiné, que significa común; es decir, griego común. Cuando

Alejandro marchó, llevó consigo esta lengua koiné, la cual influyó en las comunidades

circundantes que él conquistó.

B. Alejandro Magno. Alejandro nació alrededor del 356 a.C. La madre era de linaje

real, y también el padre, Filipo II. Cuando Alejandro tenía catorce años de edad,

estudió bajo la dirección de Aristóteles, el filósofo ateniense. Tal vez ninguna cultura

haya producido jamás una mente más grande que la de Aristóteles. Su obra fue tan

penetrante y profunda, que en los siglos doce y trece d.C., gran parte de la Iglesia

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cristiana consideraba que sus enseñanzas habían sido inspiradas por Dios. Su

contemplación no dejó ningún tema sin tocar. La filoso a, la botánica, la geogra a, la

zoología, la astronomía y el arte fueron todos temas de profundo interés para él.

Aristóteles fue alumno de Platón y maestro de Alejandro Magno. Cualquiera de estos

dos papeles le hubiera dado un puesto importante en la historia.

Muy probablemente Aristóteles instruyó a Alejandro mediante la lectura y

comentario de las obras de Homero y de las tragedias griegas. También lo preparó

en política. A través de Aristóteles, Alejandro adquirió su profundo amor hacia la

cultura helenística. Esto lo llevó hasta el Lejano Oriente con el objeto de difundir el

“espíritu” helenística. La tradición dice que incluso llevaba consigo una copia de la

llíada en sus campañas a través de Persia y el Oriente.

Una de las más acariciadas posesiones de Alejandro fue el caballo que adiestró

cuando él era joven. Se llamaba Bucéfalo. En él montó en todas sus principales

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batallas y conquistas. El caballo murió en la India, y Alejandro construyó la ciudad de

Bucéfala en el río Hidaspes, en memoria de su caballo.

En el 336 a.C., cuando Alejandro tenía veinte años de edad, su padre Filipo fue

asesinado en misteriosas circunstancias; y Alejandro fue nombrado nuevo rey de

Macedonia. Sus rivales difundieron rumores de que el mismo Alejandro había

muerto, y él pasó mucho tiempo del año siguiente sofocando las revueltas que

provocaron estos rumores. En este proceso, Alejandro destruyó a Tebas. Con esto

logró el dominio indiscutible de la península helénica.

1. La marcha hacia Persia. En la primavera del 334 a.C., Alejandro condujo su

ejército de 40.000 hombres a través de los Dardanelos con destino al Asia Menor. Se

enfrentó por primera vez a los persas en el río Gránico. La guardia persa de avance,

que estaba levemente armada y no estaba acostumbrada a las tácticas macedonias,

fue aplastada. Alejandro sólo había planeado librar las ciudades griegas que en ese

tiempo estaban bajo el dominio persa; pero la resonante victoria que obtuvo lo

estimuló a dar un golpe directo en el corazón del mismo imperio.

Esta no fue una aventura alocada. Darío III, el rey persa, era un líder incapaz, y no

podía confiar en los oficiales de sus provincias. El inmenso imperio, tan di cil de

manejar, estaba a punto de volverse trizas. La victoria lograda en el río Gránico abrió

rápidamente los pueblos de Sardis, Efeso y Mileto para que Alejandro los

conquistara. Mileto había sido el lugar tradicional de origen de la filoso a helénica;

Sardis y Efeso desempeñarían papeles significativos en la Iglesia del Nuevo

Testamento (vea Apocalipsis

1:11; 3:1, 4).

En el 333 a.C., Alejandro marchó contra Gordium, la capital de Frigia. La meta de

esta ofensiva era llegar a las Puertas Cilícicas, un estrecho paso montañoso que

conducía a Siria y Palestina. Alejandro avanzó por este paso hacia una llanura cerca

de la aldea de Sollioi. El líder de los mercenarios griegos de Darío le aconsejó al rey

persa que mantuviera sus fuerzas en el llano abierto, pero Darío estableció una

posición defensiva en el río Pniauro. Allí se produciría el primer encuentro entre las

unidades reales macedonias y persas. Las falanges de los macedonios volvieron a

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demostrar que eran demasiado poderosas ante el ejército persa. Darío se retiró

rápidamente, y cedió el Asia Menor al conquistador macedonio.

Durante el año 332 a.C., Alejandro se apoderó rápidamente de Siria, Palestina y

Egipto. Capturó la base naval fenicia de Tiro, de la cual se había pensado alguna vez

que era invulnerable a un ataque por tierra. (La ciudad estaba en una isla, pero

Alejandro construyó una calzada hasta ella. Algunos consideran que esta fue su

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mayor victoria.) Egipto lo recibió como el libertador que lo había librado de sus

señores persas.

Mientras pasaba el invierno en el valle del Nilo, escogió el sitio para un nuevo

centro comercial que tomara el lugar de Tiro. Alejandría, como se llamó la nueva

ciudad, ocupó una posición sumamente favorable para eslabonar el comercio del

Mediterráneo con la India y el Lejano Oriente.

Como resultado de las conquistas de Alejandro, cambió en el sentido cultural y

económico, el centro de la civilización occidental. Alejandría reemplazó a las ciudades

de Grecia como centro de la vida cultural y artística de los griegos.

En el 331 a.C., Alejandro reanudó su marcha hacia el este, y éste fue tal vez el

período más significativo de su carrera. Cruzó el desierto de Siria para enfrentarse a

los persas en una épica batalla final. A esta batalla se le han dado dos nombres:

batalla de Arbela, o batalla de Gaugamela. En los llanos abiertos, Darío III se enfrentó

a Alejandro con lo que le quedaba de sus ejércitos y una línea de elefantes de batalla.

Las tropas de Alejandro se asombraron al principio cuando aparecieron las bestias;

pero no se asombraron lo suficiente como para que esto le sirviera de ayuda a Darío

III. Al rey persa lo mataron sus propias tropas, cuando intentaba huir de la batalla.

Las tácticas de la falange y de la caballería volvieron a hacerse cargo del día, y los

macedonios lograron la victoria. Después de la batalla, Alejandro fue coronado rey

de Asia. Así se consumó la campaña de venganza helénica. El imperio persa fue

firmemente derrotado.1

2. Alejandro y el Oriente. Después que Alejandro derrotó a Darío III en la batalla

de Arbela, capturó inmediatamente los antiguos asientos del poder persa que

1 En años posteriores sin embargo, los restos de los reinos persas atormentarían al imperio

romano occidental. Los partos se liberaron a sí mismos del dominio griego alrededor del

235 a.C., y arrebataron a Persia del domino de los Seléucidas alrededor del 155 a.C.

Alrededor del 225 a.C., un persa llamado Artajerjes o Artaxir derrocó a los partos y

estableció la dinastía sasánida. Los reinos sasánidas se convirtieron en el contexto cultural

para el surgimiento de la religión islámica.

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estaban en Susa, Babilonia y Ecbatana. Cuando capturó a Susa, tomó suficiente botín

para financiar todas sus expediciones posteriores.

De este modo, el primer capítulo de la gran conquista helenística abrió un

segundo capítulo.

Mientras Alejandro se hallaba en Ecbatana, decidió explorar el Oriente. Durante

largo tiempo, los persas habían sostenido que los territorios del oeste de la India eran

parte de su imperio. En realidad, habían traído sus elefantes de guerra de la región

de la India. Sin embargo, el nuevo plan de Alejandro para conquistar y explorar fue

el primer caso conocido de aventuras de un europeo en el misterioso Oriente.

En el 330 a.C., Alejandro comenzó, desde las capitales cercanas al golfo Pérsico,

la marcha hacia el norte y hacia el este. En el 329 a.C., sus fuerzas habían cruzado el

macizo Hindu-Kuch, se abrían camino a través de Afganistán e invadían las provincias

de Bactriana y Sogdiana. Necesitaron dos años para pacificar la región. Mientras

Alejandro estaba allí, se casó con Roxana, una princesa de notable hermosura.

En este movimiento hacia el este, Alejandro pasó por algunos cambios personales

más bien profundos. Comenzó a adoptar las costumbres persas y orientales de vestir.

También introdujo la costumbre oriental de la proskynesis, es decir, adoración. En

otras palabras, exigió que sus tropas hicieran una manifestación de adoración,

tirándose a tierra delante de él, según la usanza oriental. Esto causó resentimiento

en las unidades macedonias. Aunque respetaban a su rey, sin embargo, lo

consideraban como un ser mortal, no como un dios. Por oponerse a esta política, fue

arrestado, juzgado y ejecutado Calístenes, por órdenes de Alejandro. Calístenes era

el historiador de las campañas de Alejandro y sobrino de Aristóteles. Tal vez esto

marque el período de mayor decadencia en la carrera de Alejandro.

En la última parte del 327 a.C., Alejandro comenzó a mover sus unidades hacia el

sur. Volvió a cruzar las montañas del Hindu-Kuch. Cuando él se acercaba al río Indo,

el pueblo de la aldea de Taxila se enfrentó a su ejército con un impresionante asalto

de elefantes de guerra. Los macedonios ganaron la batalla, pero quedaron agotados

y aterrados ante la perspectiva de pelear con otros ejércitos de elefantes en el otro

lado del Indo. Durante este conflicto murió Bucéfalo, el apreciado caballo de

Alejandro. El ejército se amotinó y se negó a proseguir hacia el este. Alejandro no

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tuvo otra alternativa que conducirlos de regreso a través del terrible desierto de

Gedrosia, en el cual se encuentran hoy Paquistán e Irán.

Alejandro regresó a Ecbatana, y luego a Babilonia, su capital, donde comenzó a

prepararse para la conquista de Arabia y la organización del imperio. Como se hallaba

debilitado por el exceso de bebidas alcohólicas, no pudo sobrevivir a un ataque de

malaria. Murió en el 323 a.C., a la edad de 32 años. Su cuerpo fue colocado en un

bello sepulcro en Alejandría.

Ptolomeo I. Como general de Alejandro Magno, Ptolomeo recibió Egipto al ser dividido el imperio

griego, luego de la muerte de Alejandro. Sus descendientes gobernaron a Egipto desde el 323

hasta el 30 a.C., infundieron la cultura helenística en la tierra de los faraones y manejaron el

estado basados en los negocios, cuyos beneficios se pagaban a la corona. Los Ptolomeos también

dominaron Palestina hasta que los Seléucidas de Siria pelearon con ellos y se la arrebataron.

Máscara de oro. Heinrich Schliemann descubrió esta máscara de oro que representa la muerte

en un sepulcro griego de Micenas, Grecia, en 1876. Pensó que era una máscara de la cara de

Agamenón, un héroe de la guerra troyana, pero este artefacto cuidadosamente trabajado en oro

data realmente de algún momento entre los siglos dieciséis y diecinueve

a.C., mucho tiempo antes de la guerra troyana.

3. Los judíos bajo el dominio de Alejandro. Según la tradición, Alejandro trató de

modo favorable a los judíos, y ellos llegaron a formar parte del ejército de él y pelear

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a su favor. Tanto el historiador Josefo como el Talmud judío mencionan este hecho,

cuando describen el ataque de Alejandro contra Tiro. Alejandro ordenó a los judíos

que le ayudaran con tropas y provisiones, pero el sumo sacerdote, Simón el Justo, se

negó a esto, por cuanto tenía que ser leal a Persia. Sin embargo, después que Tiro y

Gaya cayeron en poder de Alejandro, Simón tuvo un sueño en el cual se le dijo que

saliera con el pueblo a recibir al vencedor. Cuando el sumo sacerdote hizo esto,

Alejandro se inclinó ante el nombre divino que estaba en la tiara del sacerdote, por

cuanto él también había tenido un sueño en que había visto la tiara. Luego Alejandro

adoró en el templo y les concedió a los judíos cierta autonomía para gobernar su

territorio.

Palestina quedó incluida en la provincia de Coele-Siria, cuyo gobernador,

Andrómaco, vivía en Samaria. Los samaritanos tuvieron celos por los privilegios que

Alejandro les concedió a los judíos, y quemaron al gobernador en su propia casa. En

represalia, Alejandro expulsó a la población de Samaria y estableció macedonios en

la ciudad. Ellos reconstruyeron la antigua ciudad semita y la convirtieron en un

puesto de avanzada de la civilización griega, con un teatro y enormes edificios

públicos.

Las referencias de los libros deuterocanónicos a Alejandro se hallan en 1

Macabeos 1:1–8; 6:2. Daniel 7:6 y 11:3, 4 también se refieren a Alejandro Magno.

Algunos eruditos piensan que Zacarías 9:1–8 se refiere a la conquista de Palestina por

parte de Alejandro.

4. El legado de Alejandro. Las campañas de Alejandro influyeron profundamente

en la historia posterior. Sus hazañas personales fueron mayormente militares, pero

él estableció los fundamentos para el desarrollo cultural de la civilización occidental.

El matrimonio que realizó Alejandro entre la cultura del Oriente y la cultura helénica

del Occidente se puede ver en la estatuaria de Gautama Buda de los siglos cuarto y

tercero a.C., la cual tiene sorprendentes características helénicas, especialmente en

los rostros.

Por medio de sus conquistas, Alejandro se las arregló para difundir la lengua koiné

griega entre los pueblos de muchas tierras y culturas. El koiné griego llegaría a

dominar esta parte del Mediterráneo y las regiones orientales hasta el período del

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imperio bizantino (395 d.C.). Esta lengua común facilitó el esparcimiento del

Evangelio de Cristo durante el tiempo de Pablo. De hecho, los primeros manuscritos

del Nuevo Testamento se escribieron en este dialecto koiné.

Alejandro construyó varias ciudades a lo largo de la ruta de su conquista. Estas

ciudades irradiaban la lengua, las artes y el gobierno griegos, y produjeron un

profundo impacto en las regiones que las circundaban.

5. Consecuencias de la muerte de Alejandro. Sin embargo, no todo anduvo bien

en el imperio helenístico. Cuando murió Alejandro, no dejó sucesor. El hijo que tuvo

con Roxana no nació hasta después de su muerte. Así que sus mariscales de campo

riñeron para reclamar las tierras que habían conquistado. Estos generales y sus

sucesores, especialmente los Ptolomeos de Egipto y los Seléucidas de Siria,

guerrearon entre sí hasta que comenzaron las conquistas romanas en el 197 a.C.

Estas luchas produjeron un profundo efecto en los judíos.

Antíoco III, del imperio seléucida, murió alrededor del 187 a.C. Fue sucedido por

Antíoco IV Epífanes en el 175 a.C. Bajo su liderazgo, el imperio seléucida llevó a cabo

una completa reconstrucción helenística de las tierras que dominaban. Los judíos

fueron particularmente afectados por esta nueva campaña.

El helenismo en Palestina

Cuando Antíoco IV heredó la parte seléucida del imperio griego en el 175 a.C.,

tenía la ardiente pasión de unificar todo su territorio mediante la difusión del

helenismo en todas partes. Este rey es conocido como uno de los tiranos más crueles

de todos los tiempos. Usó métodos crueles, que despertaron oposición,

especialmente en Jerusalén. Los moradores de la ciudad estaban atrapados entre

sacerdotes rivales e infieles que contendían por el liderazgo de la ciudad. Antíoco

aplastó la lucha civil, asesinó a millares de personas y despojó el templo de sus

tesoros. El gobernador a cuyo cargo dejó la ciudad de Jerusalén, también fue cruel.

El pueblo se sentía exacerbado bajo su dominio.

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Influencia sobre la historia bíblica

No es mucha la historia bíblica que nos viene del período que siguió al siglo VI a.C.

Mucha de la literatura judía que afirma ser un informe de este período ha sido

clasificada como apócrifa (encubierta, fingida) y seudoepigráfica (que tiene nombre

falso). Sin embargo, algunos de estos escritos encajan en la historia de este período

tal como la veían los helenistas. Estos escritos tienen evidencias de ser más

helenísticos que judíos.

Los judíos no se sometieron fácilmente a los modos de ser de sus conquistadores,

como lo hicieron los persas y los griegos. Aunque algunas naciones adoptaron las

costumbres de sus vencedores, los judíos trataron de resistir esa tentación.

No todos los judíos regresaron a Judea. Muchos se esparcieron por todo el

imperio persa, en busca de posiciones oficiales, y establecieron nuevas comunidades.

Se ha aludido a este esparcimiento de la raza judía y de su cultura mediante el

término griego diáspora, que significa dispersión.

Una comunidad judía más bien grande se estableció en Alejandría, Egipto, en la

época de los ptolomeos. Los ptolomeos se aseguraron de que Alejandría se

convirtiera en un centro de cultura helenística igual a Atenas. Las obras de arte y

literatura abundaban en la ciudad metropolitana. La arquitectura de Alejandría fue

famosa: desde el faro colocado en la isla de Faros, en la entrada de la bahía oriental,

hasta el museo de la ciudad y la gran biblioteca. Los ptolomeos recogieron gran

cantidad de la literatura existente. El aire seco del desierto de Egipto ayudó a

preservar este gran cuerpo de literatura antigua.

Una notable hazaña literaria que ocurrió en el tiempo de los ptolomeos fue la

traducción de las Escrituras hebreas al dialecto koiné griego. A esta traducción se le

dio el nombre de Septuaginta o versión de los Setenta. Se dice que el proyecto de

traducción fue patrocinado por Ptolomeo II Filadelfo alrededor del siglo tercero a.C.

Según la tradición, fueron llamados 72 eruditos judíos (seis de cada tribu) para

trabajar en este proyecto, y la obra se terminó en 72 días; luego fueron despachados

los eruditos judíos con muchos presentes. Puede que este relato no sea más que una

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leyenda; pero la traducción se produjo en realidad como resultado de la decisión

alejandrina de preservar los grandes escritos de ese tiempo en griego.

La Septuaginta ofreció un puente entre los pensamientos y el vocabulario del

Antiguo Testamento y los del Nuevo Testamento.

Los judíos alejandrinos adoptaron el griego koiné como lengua propia. En su

intento de persuadir a sus vecinos gentiles de que el Dios de los judíos era el

verdadero Dios, usaron palabras del koiné, formas literarias helenísticas y estilos de

pensamiento gentiles. Todos estos elementos se reflejan en la Septuaginta y en

muchos otros escritos judíos, como los de Filón: Contra Flaco y Embajada a Calígula.

El helenismo también influyó en la escritura de las obras llamadas libro Segundo de

los Macabeos, libro Tercero de los Macabeos, y en el Nuevo Testamento. El escritor

Filón el Judío fue el principal pensador filosófico de ese tiempo. El fue quien dijo que

el Dios de los hebreos era el Dios de los filósofos, y equiparó las enseñanzas de las

Escrituras hebreas con las ideologías y éticas de la filoso a griega, y con el platonismo

en particular.

Alejandría también jugó un papel importante en el cristianismo primitivo. Allí

hubo una escuela cristiana que fue dirigida por Padres de la iglesia tan famosos como

Clemente y Orígenes. Floreció desde el siglo segundo hasta el cuarto d.C. Esta escuela

enseñaba que la Escritura tenía tres significados: el literal, el moral y el espiritual. El

más fundamental de éstos era el significado espiritual, y el uso que hizo esta escuela

de la alegoría para la interpretación bíblica sobrepasó en complejidad a los métodos

similares utilizados por los judíos helenistas anteriores.

Antíoco IV regresó a Jerusalén en el 168 a.C., y destruyó la ciudad, mató la mayor

parte de los hombres y vendió como esclavos a las mujeres y los niños. Sólo unos

pocos hombres escaparon hacia las montañas bajo la dirección de Judas Macabeo.

Este organizó una revuelta que logró un breve período de independencia para

Judea. Los libros Primero de Macabeos y Segundo de Macabeos nos ofrecen una

detallada descripción de esta lucha, en la cual los habitantes de Judea formaron una

alianza con Roma. Este retroceso en Judea produjo con el tiempo el colapso de los

demás reinos helenistas ante el creciente poder de Roma.

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Alrededor del 165 a.C., los gobernantes griegos ya habían sido expulsados de

Palestina. La Judea propiamente dicha era gobernada por el sumo sacerdote, la figura

más destacada de la religión y la sociedad judías. El nuevo estado de Judea estaba

dominado por los funcionarios del culto religioso.

Alrededor del 143 a.C., Simón, descendiente de los Macabeos, fue nombrado

como sumo sacerdote y etnarca. (Etnarca, “jefe del pueblo”, era una posición muy

parecida a la del rey vasallo medieval. El etnarca era el gobernador real de

determinado distrito; sin embargo, su gobierno era autorizado por alguien que

gobernaba una región más grande, de la cual era parte el distrito del etnarca.) Simón

y los Macabeos se resistieron a los intentos de convertir a Judea en un estado

helenístico, pero los esfuerzos de ellos sólo tuvieron éxito en parte. Pronto se halló

Judea bajo el gobierno de la rica secta de los saduceos, un grupo organizado por

sumos sacerdotes que tendían hacia las influencias helenizantes. (Vea un estudio

sobre los fariseos y los saduceos en el capítulo 5 de este libro: “Los judíos en los

tiempos del Nuevo Testamento.”)

El Partenón de Atenas es uno de los ejemplos más excelentes de la

arquitectura clásica griega. Representa sicamente el antiguo enfoque

racional y armonioso de la vida que tenían los griegos. Además, es una

maravilla de diseño arquitectónico.

Los griegos habían erigido antes por lo menos una estructura en el

sitio del Partenón, en el 488 a.C., cuando construyeron una estructura

masiva como ofrenda de gratitud por la victoria que lograron sobre los

persas en Maratón. El fundamento de piedra para este edificio llegó a

una profundidad de seis metros en la roca de la Acrópolis. Sin embargo,

la mayor parte de la obra que estaba sobre tales bases en este sitio fue

destruida cuando los persas saquearon la Acrópolis en el 480 a.C.

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Se comenzó a construir el Partenón en el 447 a.C., y se terminó en el

438 a.C., cuando fue dedicado a Atenea Partenos, diosa patrona de

Atenas. Los fondos para la construcción de este edificio fueron provistos

por el gobierno de Pericles.

El edificio se diseño con el objeto de crear una ilusión óptica. La parte

superior de las columnas dóricas del Partenón se va inclinando hacia el

centro de cada columnata, las gradas forman una curva hacia arriba en

el centro, y las columnas están más ampliamente espaciadas en el centro

de cada fila, que en los lados. Esto hace que parezca que las columnas

están equidistantes. (Si verdaderamente hubieran quedado

equidistantes, el ángulo de perspectiva hubiera hecho que no se viera un

espacio igual entre ellas.)

Hay ocho columnas por el frente y ocho por la parte de atrás del

Partenón, y diecisiete por cada lado. El Partenón tiene una parte central,

o cella, que a su vez se divide en cámaras. Una columnata interna

sostenía originalmente la gran estatua de Atenea, que fue obra maestra

del escultor Fidias. Esta estatua no sobrevivió, pero tenemos

conocimiento sobre su apariencia general por medio de copias más

pequeñas y por sus representaciones en monedas antiguas. El viajero

griego Pausanias, en el siglo segundo d.C., la vio y la describió.

Todo el Partenón fue hecho de mármol, incluso las baldosas del

techo. Los griegos no usaron argamasa ni cemento en la estructura;

hicieron cuadrar los bloques de mármol con la mayor exactitud y los

aseguraron con grapas de metal y clavijas.

Una banda ornamental de esculturas en bajorrelieve (friso) decora el

Partenón. Estas decoraciones representan combates entre dioses como

Zeus, Atenea y Poseidón. También representan jinetes, grupos de

carrozas y ciudadanos de Atenas.

Los griegos usaron el color para destacar la belleza del Partenón. El

techo raso del peristilo lo pintaron de rojo, azul y oro o amarillo. Una

banda que corre junto al friso la pintaron de rojo, y el color acentuaba la

escultura y los accesorios de bronce dentro del Partenón.

El Partenón tuvo una historia variada. Ya en el año 298 a.C., Lachares

despojó a la estatua de Atenea de las placas de oro. En el 426 a.C., el

Partenón se convirtió en una iglesia cristiana, y los turcos la convirtieron

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en una mezquita en el 1460. En 1687, los venecianos, mientras estaban

combatiendo a los griegos, usaron el Partenón como depósito de

explosivos. En esta época se produjo accidentalmente una explosión que

destruyó la parte central del edificio. No se hicieron reparaciones

fundamentales hasta el 1950, cuando los ingenieros volvieron a colocar

las columnas caídas en su puesto y repararon la columnata del norte.

La sutil influencia helenizante penetró en muchos aspectos de la vida palestina.

Uno de los aspectos en que penetró fue en la arquitectura. El templo de Jerusalén

construido por Herodes el Grande fue uno de los mejores ejemplos de helenismo en

la arquitectura local. Fue construido como otros templos helenistas orientales: se

levantaba dentro de una red de atrios rodeados por pórticos que se sostenían sobre

columnatas corintias.

La ciudad de Cesarea, que llegó a ser la capital oficial de Palestina en tiempos de

los procuradores, tenía los edificios característicos de una ciudad helenística: un

teatro, un anfiteatro, una calle con columnatas, un hipódromo (un circo para luchas)

y un templo.

Es di cil identificar el arte original de los judíos, por el hecho de que fue muy

vigorosamente influido por el helenismo. También tenemos que recordar que la Ley

de Moisés prohibía hacer imágenes (Exodo 20:4). Esto inhibió a los judíos de tal

modo, que no pudieron desarrollar obras notables de arte pictórico.

Influencia en el Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento se refiere a algunos cristianos “griegos” (Hechos 6:1; 9:29;

en el texto original se les llama “helenistas”). No sabemos exactamente qué se quiso

dar a entender con esta palabra. (Algunos eruditos piensan que estas personas eran

judíos de la diáspora que habían adoptado el estilo de vida helenista.) En todo caso,

los otros cristianos desatendían a estos helenistas en la ayuda que se distribuía a las

viudas (Hechos 6:1 y siguientes). La tensión entre los helenistas y los demás cristianos

amenazó con dividir la Iglesia primitiva. Los apóstoles resolvieron este problema al

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escoger siete diácono, entre ellos a Esteban, líder helenista, para que supervisaran la

distribución de los bienes.

Algunos comentaristas creen que los cristianos helenistas hicieron gran parte de

la primitiva obra misionera en las tierras gentiles (vea Hechos 8:1–3; 11:19–30). Esto

hubiera sido un desarrollo lógico, pero la Escritura no nos da pruebas concretas de

que así sucediera.

Hallamos un gran número de influencias helenistas en las epístolas de

Pablo. Parece que Pablo absorbió una considerable cantidad de la sabiduría griega

mientras estuvo en Tarso, pues fue capaz de expresar el Evangelio en términos tales,

que la mente griega los podía entender de inmediato.

En todas sus epístolas, Pablo trata de articular “lo profundo de Dios” (1 Corintios

2:10). Usó frecuentemente los conceptos filosóficos griegos para hacer esto. Por

ejemplo, describió cómo Cristo había unido a gentiles y judíos en “un solo y nuevo

hombre” que podía tener comunión con Dios (Efesios 2:15). Habló de que Cristo,

“siendo en forma de Dios”, sin embargo, “tomó forma de siervo” (Filipenses 2:6, 7).

También dijo que El era “la imagen” es decir, la expresión visible, del “Dios invisible”

(Colosenses 1:15). Estas afirmaciones prendían la chispa en la mente de los lectores

griegos que estaban familiarizados con las enseñanzas de Platón acerca de las formas

visibles y las ideas invisibles.

Algunas veces, Pablo interpretó los sucesos del Antiguo Testamento de un modo

alegórico, como lo hacían comúnmente los escritos judíos helenistas. El mejor

ejemplo es su interpretación de la historia de Sara y Agar. Explica que la experiencia

de ellas era una alegoría de que había quienes aún vivían bajo el antiguo Pacto,

mientras otros vivían bajo el Nuevo Pacto de Cristo (Gálatas 4:21–31). Como ya

vimos, los pensadores helenistas de Alejandría desarrollaron hasta su apogeo este

método de interpretación.

Sin embargo, la filoso a griega no proveyó la sustancia de las enseñanzas de Pablo.

Este difirió profundamente de los pensadores griegos; de hecho, algunas veces fue

hostil hacia ellos. El fue quien les dijo a los colosenses: “Mirad que nadie os engañe

por medio de filoso as y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres,

conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo” (Colosenses 2:8).

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El erudito clásico William M. Ramsay notó que “la influencia del pensamiento

griego en Pablo, aunque real, es puramente externa. El helenismo nunca toca la vida

ni la esencia del sistema de Pablo … pero sí afecta vigorosamente a la expresión de

su enseñanza …”

Un mundo romano; una cultura griega

Después que Judea cayó en poder de los romanos en el 63 a.C., Egipto fue lo único

que quedó de los reinos helenistas. Permaneció como estado soberano hasta el 31

a.C., cuando los generales romanos Octavio (Augusto) y Marco Antonio pelearon la

batalla de Accio. Marco Antonio se había casado con Cleopatra, la reina ptolomea,

así que su derrota colocó a Egipto bajo el dominio efectivo de Roma.

La fuerzas romanas introdujeron unidad militar y gubernamental en el fracturado

imperio helenístico. Roma se convirtió en el centro del gobierno. El nombramiento

formal de Augusto como emperador romano en el 27 a.C. señaló el fin del período

helenístico y el comienzo del período imperial romano.

Grecia ya no era una potencia política; pero su cultura y su espíritu constituían los

fundamentos de la cultura imperial romana. Sucedió lo que observó Horacio, el

escritor romano: “La Grecia cautiva cautivó a su fiero conquistador.” El arte, la

literatura y el gobierno helenísticos prosperaron a lo largo de gran parte del período

romano. Incluso el griego koiné siguió siendo la lengua oficial en los negocios en el

Cercano Oriente, y la literatura del Nuevo Testamento fue escrita en este dialecto.

Las escuelas griegas de filoso a florecieron durante el período romano. Cada una

ofrecía un sendero hacia la felicidad personal, pero tales senderos iban en

direcciones opuestas. Los estoicos pensaban que el cuerpo debía ser controlado,

negado y aun pasado por alto a fin de liberar la mente. Los epicúreos enseñaban que,

para que la mente experimentara la felicidad, había que satisfacer al cuerpo. De ese

modo, los filósofos de Alejandría perpetuaron el espíritu y la cultura de la Atenas del

siglo V a.C., al hacer esto, perpetuaron el espíritu de la antigua Grecia.

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4

Los romanos

mundo antiguo. Estableció su cultura en la tierra que ahora conocemos con el

nombre de Italia, pero se expandió hasta cubrir la mayor parte del mundo conocido.

Esta cultura habría de producir una significativa influencia sobre Palestina, en el

período intertestamentario y en la época del Nuevo Testamento.

Historia primitiva (3000–1000 a.C.)

Alrededor del 3000 a.C., tribus de diferentes partes de Europa y Asia formaron

pequeños pueblos y comunidades agrícolas en las zonas montañosas de la península

italiana. La forma quebrada de los montes Apeninos permitió que muchas de estas

pequeñas tribus existieran separadamente. Algunas de ellas habían emigrado de las

regiones norteñas del mar del Norte y del mar Caspio hacia Italia. Los historiadores

llaman a estos pueblos indoeuropeos, es decir, que venían de Europa, del suroeste

de Asia y de la India. Muchos de estos indoeuropeos fueron influidos por la cultura

griega de su tiempo.

Entre esos pueblos estaban los etruscos, los cuales procedían de la región del Asia

Menor que hoy ocupa la Turquía moderna. Por el 800 a.C. (cuando Joacaz ocupaba

el trono de Israel y Joás el trono de Judá), los etruscos habían formado la primera

ciudad-estado de Italia. Sabemos muy poco acerca de los etruscos; sólo que hacían

herramientas y armas con cobre, bronce y hierro. Lograron el dominio sobre la ciudad

que ahora se llama Roma alrededor del siglo sexto a.C., cuando los judíos estaban en

el exilio.

Mientras se desarrollaba la cultura etrusca al oeste de los Apeninos, los fenicios

habían comenzado a moverse a través del mar Mediterráneo. La patria de éstos se

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hallaba en la costa marítima situada al norte de Siria. Los fenicios construyeron una

gran ciudad-estado llamada Cartago, en la costa norte de Africa, al otro lado de

Sicilia. Los historiadores llaman púnica a esta civilización. Esta palabra viene del

latín púnicus, que significa de Cartago.

Por la misma época, Grecia dominaba las colonias de Sicilia, Cerdeña y el sur de

Italia. El territorio griego de Italia se llamaba la Magna Grecia.

El surgimiento de la república romana (750–133 a.C.)

Mientras los griegos y los fenicios trataban de resistir a los persas, perdieron su

dominio sobre las tierras del Mediterráneo. En este ambiente político surgió la ciudad

de Roma.

El nacimiento de Roma está nublado por la leyenda. Una leyenda decía que Eneas,

el guerrero troyano, fundó Roma después de la caída de Troya en el 1100 a.C. Otra

leyenda sostenía que dos de sus descendientes, Rómulo y Remo, fundaron Roma en

el 753 a.C. Esto habría acontecido mientras Azarías (Uzías) reinaba en Judá y Zacarías

y Salum reinaban en Israel.

Los arqueólogos nos dicen que Roma se pareció mucho a otros centros tribales

de su tiempo, aunque tenía más tiempo de fundada. Según la tradición, los reyes

etruscos gobernaron Roma hasta que las tribus latinas unificadas derribaron a

Tarquino el Soberbio, el último rey, en el 510 a.C. (Esto habría ocurrido seis años

después de haberse terminado la construcción del segundo templo de Jerusalén.)

Con esta rebelión se estableció la república romana. En esta república hubo dos

clases de ciudadanos: patricios y plebeyos. Los patricios eran personas nobles del más

elevado rango social; los plebeyos eran personas de clase baja. La república asignó

dos jueces para decidir los casos civiles de los patricios, mientras los plebeyos elegían

tribunos que les sirvieran de funcionarios. Roma sufrió una intensa lucha de clases

entre los patricios y los plebeyos.

Roma absorbió los pequeños reinos latinos que la rodeaban, pero continuó

luchando contra los etruscos en el norte, y contra las ciudades griegas en el sur.

Con el tiempo, formuló una política que habría de llevarse a cabo a través de la

estructuración de su imperio. Al absorber a otros pueblos, bien de manera pacífica

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o por guerra, les concedía la ciudadanía y los trataba como aliados. De este modo,

Roma absorbió incluso algunas de las grandes colonias griegas, como Nápoles. Por

el año 400 a.C., Roma dominaba toda la Italia central y comenzó a utilizar sus

ciudadanos-soldados para pelear contra los griegos del sur. (Esto ocurrió alrededor

de la época en que Esdras llevó la Ley a Jerusalén.) Los romanos aprendieron de los

griegos a leer y escribir, y a apreciar los puntos más elevados de la cultura y la

sociedad.

A. La primera contienda armada. Mientras los griegos y los fenicios peleaban

contra el imperio persa, retiraron sus tropas del Mediterráneo occidental. Con la

ausencia de la potencia extranjera, Roma se hizo más fuerte, y basaba su fuerza en

el ciudadano-soldado. El ejército romano preparaba a sus hombres para que

actuaran según reglas normales. Todo comandante, arquero y soldado de infantería

sabía exactamente lo que se esperaba de él. La guerra romana exigía muchos

embalses, muros de defensa y armas; con frecuencia, estos preparativos tomaban

más tiempo y esfuerzo que la misma batalla. Un reclutamiento universal proveía

constantemente nuevas tropas a los romanos. Este ejército bien adiestrado también

era utilizado para construir excelentes caminos y acueductos. Estos eran muros que

llenaban los espacios entre las montañas y se usaban para transportar por encima de

ellos agua desde las montañas hasta las ciudades romanas. Estas obras les

permitieron a los romanos moverse de una parte a otra de manera más rápida que

nunca antes.

Durante este primer período del crecimiento del poder romano, los romanos

estuvieron en guerra constante. Los galos invadieron Italia en el 390 a.C. y ocuparon

Roma durante siete meses. Sólo se retiraron después de recibir un gran rescate de

parte de los romanos. Luego, en el 340 a.C. (cuando los judíos se hallaban en el

período intertestamentario), los romanos lucharon hasta repeler una invasión de los

miembros de la Liga Latina, quienes habían sido sus aliados, pero estaban celosos del

poder de Roma. Tuvo también que conquistar a los samnitas, una tribu que se hallaba

en los Apeninos centrales, en el 290 a.C.

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Rómulo y Remo. Según la leyenda, Roma fue fundada por Rómulo, hijo del dios Marte y de una

mujer llamada Rea Silvia. Rea había hecho voto de virginidad. Como castigo por haberlo violado,

sus infantes gemelos, Rómulo y Remo, fueron abandonados en las riberas del desbordado río

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Tíber. Allí una loba los halló y los amamantó. Al llegar a la vida adulta, en el 753 a.C., Rómulo trazó

el croquis de Roma con un arado, y se convirtió en su primer rey.

Fue entonces cuando Roma estuvo lista para desafiar a las ricas ciudades de la

Magna Grecia. Mientras los sucesores de Alejandro Magno peleaban para dividirse

entre sí los inmensos territorios conquistados por él, los romanos vencían a los

griegos en el sur de Italia. En el año 270 a.C., ya los romanos dominaban toda Italia.

B. Guerras en el extranjero. El pueblo de Cartago había contendido con los

griegos por el dominio de Sicilia durante más de un siglo. Entonces, el gobernador

griego de Siracusa invitó a Roma a fin de que se uniera a él en la lucha para lograr el

dominio. Durante los 64 años siguientes (264–201 a.C.), Roma peleó una serie de

largas guerras contra Cartago, las cuales se conocen con el nombre de Guerras

Púnicas. Finalmente, los romanos derrotaron a Aníbal, el famoso general cartaginés,

en el 201 a.C. Después de anexarse a España como territorio conquistado, Roma se

volvió hacia el este.

Los reyes griegos de Siria (los seléucidas) y de Egipto (los ptolomeos) lucharon

constantemente por mantener el dominio del pequeño estado de Judea. Entraron en

guerra los unos contra los otros en el 169 a.C. Al mismo tiempo, Roma trataba de

conquistar Grecia. Quería evitar que hubiera un gobierno de los seléucidas, tanto en

la región de Siria y Palestina, como en Egipto; así que envió embajadores para que

hicieran un pacto con el rey seléucida, Antíoco IV.

Mientras Antíoco IV luchaba contra Egipto, tuvo noticias de una revuelta de los

judíos en Jerusalén. Se vió obligado a regresar a Jerusalén, donde colocó una imagen

griega en el templo judío y asesinó a millares de judíos (1 Macabeos 1:44–64). Un

sacerdote judío llamado Matatías, de la casa de

Asmón, se marchó a las montañas con sus cinco hijos e inició una revuelta. El tercer

hijo de Matatías fue Judas Macabeo, quien dirigió una serie de incursiones contra

Antíoco (1 Macabeos 3:1–9, 42–60; 4:1–61). En el 160 a.C., los líderes de la casa de

Asmón, llamados los asmoneos, fueron aceptados como gobernantes de Judea.

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Los romanos entran en Judea (166–67 a.C.)

Gran parte de lo que conocemos de la conquista de Judea por parte de los

romanos nos viene de la obra Historia de las guerras judías, escrita por Flavio Josefo,

soldado judío y hombre de estado. Esta historia comienza con la conquista de

Jerusalén por parte de Antíoco IV (Epífanes) en el 170 a.C., y termina con la victoria

final de los romanos en el 70 d.C.

Aunque los líderes de la familia de los asmoneos habían logrado una buena

medida de gobierno propio, se mantenían en funciones con permiso de los

seléucidas. El libro de los Macabeos nos habla del regocijo de los judíos por las

victorias asmoneas; pero estas victorias fueron pequeñas y sin importancia. Los

judíos no constituían una amenaza real para los seléucidas. Los gobernantes griegos

les tenían más temor a los partos, pueblo que ocupaba la región que ahora se llama

Irán. Los partos heredaron gran parte de Persia, después que este imperio cayó en

manos de Alejandro Magno. Incursionaban y amenazaban a los seléucidas por el

norte y el este, y posteriormente pelearon muchas guerras con los romanos.

A. El gobierno asmoneo. Durante el gobierno de la familia de los asmoneos, los

judíos devotos tuvieron fuertes desavenencias con aquellos que aceptaban las

maneras de los griegos. Los asmoneos combinaron las funciones de rey y de

sacerdote en una sola familia. Para mantener este doble papel, tenían que mantener

un cuidadoso equilibrio entre las diversas sectas del judaísmo. Apelaron al Senado

romano en el 161 a.C., para que los defendieran de los seléucidas y de los ptolomeos

(1 Macabeos 8). Roma prometió ayudar a la familia de Asmón y a su pueblo en caso

de que fueran atacados.

El verdadero linaje de reyes asmoneos comenzó con Juan Hircano, quien llegó a

ser jefe del estado después que fueran asesinados su padre Simón y sus hermanos

Matatías y Judas (1 Macabeos 16:16) en el 135 a.C. Hircano capturó la región de

Galilea y la región del sur conocida, con el nombre de Edom, o Idumea. Nombró a

Antípater gobernador de Galilea y obligó a todos los pueblos de alrededor a hacerse

judíos.

Los sucesores de Hircano no tuvieron capacidad para gobernar la Judea ampliada.

Más influidos por Grecia que por su tradición hebrea, adoptaron las maneras y las

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ideas de la cultura griega. Aristóbulo, el hijo mayor de Hircano, sucedió a su padre en

el 104 a.C. Murió en el término de un año; pero antes de morir, empujó los límites de

Judea hasta Galilea, la que había sido conocida como “Galilea de los gentiles”. La

viuda de Aristóbulo, Salomé Alejandra, se casó con el hermano menor de Aristóbulo,

Alejandro Janneo. Este llegó así a ser rey y sumo sacerdote. Janneo amplió aún más

los límites de Judea y persiguió severamente a los fariseos, con lo cual causó una

guerra civil que duró seis años. Cuando murió, su viuda Salomé reinó en su lugar

durante los siete años siguientes. Salomé apoyó a los fariseos y separó las funciones

de rey y sumo sacerdote. Murió en el 69 a.C.

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El Senado. Este edificio construido en el foro romano en el tiempo de Diocleciano (alrededor del

300 d.C.), albergaba el senado romano. Durante el período imperial, el senado cayó bajo el

dominio de los emperadores y perdió la mayor parte de sus poderes.

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Julio César (100–44 a.C.). César fue un brillante soldado y hombre de estado que extendió las

fronteras de Roma por el norte hasta el río Rin, y por el oeste hasta Bretaña. Entre 49 y 45 a.C.,

eliminó a todos su rivales políticos y se convirtió en el único gobernante de Roma. Su ansia de

poder lo llevó a ser asesinado en el 44 a.C.

B. Julio César. Hasta este tiempo, los romanos habían estado interesados

esencialmente en los dos reinos influidos por la cultura griega: el de los seléucidas y

el de los ptolomeos. Los historiadores nos dicen que fue entonces cuando ocurrieron

los grandes cambios. Al derrotar a Cartago, Roma llegó a ser la señora de todas las

antiguas colonias semitas: las regiones que antes se conocían con los nombres de

Acad, Babilonia, Asiria, Fenicia y Canaán. También adoptó dos de las principales

tradiciones púnicas: el establecimiento de enormes plantaciones operadas por

esclavos, y el uso de medidas crueles, tales como la crucifixión, para dominar a los

esclavos. La propagación de estas plantaciones obligó a muchos campesinos romanos

a irse de sus tierras para vivir en la ciudad de Roma. El antiguo gobierno republicano

no podía dominar las amplias colonias que Roma estaba adoptando; se necesitaba

un gobierno ejecutivo más fuerte. La primera persona que asumió este poder

absoluto fue un general llamado Julio César. Este demostró las ventajas de

manifestarse amigo de los pueblos tribales que estaban en las fronteras de Roma, y

de llamamientos para apaciguar a las turbas en Roma. Julio César fue el modelo del

político popular de hoy. Fue un líder brillante y capaz, que demostró su fuerza al

extender las fronteras de Roma por el norte hasta el Rin y por el oeste hasta Bretaña.

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El principal gobernante de Roma en el Oriente era un general llamado Pompeyo.

Este limpió el Mediterráneo de piratas y derrotó a Mitrídates IV, rey del Ponto, en

Asia Menor. Capturó la costa de Siria-Palestina, y en el 63 a.C., tomó por asalto a

Jerusalén. capturó al rey de Jerusalén, Aristóbulo II, y puso fin al gobierno

independiente de la familia de los asmoneos. Aristóbulo II fue llevado por las calles

de Roma detrás de la carroza de Pompeyo. Este general libró a muchos territorios

asmoneos del dominio judío y dividió los reinos de Judea en cinco distritos: Jerusalén,

Gadara, Amatos, Jericó y Séforis.

El primer triunvirato

En el 59 a.C., César, Pompeyo y Craso (un rico especulador en bienes raíces)

unieron sus fuerzas para formar un triple liderazgo que se llamó el Primer Triunvirato.

Los gobernadores de los estados y colonias de Roma sospechaban que pronto

emergería un solo hombre como líder absoluto. Antípater, rey de Idumea, mientras

buscaba el favor de estos gobernantes, los puso el uno contra el otro. En el 54 a.C.,

Craso invadió Jerusalén y robó el tesoro del templo, mientras estallaba la guerra

entre Pompeyo y César. Antipáter se colocó del lado de Pompeyo hasta que éste fue

derrotado; entonces cambió su lealtad y se la dio a César. César eliminó los cinco

distritos y nombró a Antípater procurador de toda Judea en el 47 a.C. Este fue muerto

en el 43 a.C., poco después de la muerte del mismo César.

Antonio, el amigo de César, derrotó a los enemigos de éste en el norte de Grecia.

Luego nombró a los hijos de Antípater, Herodes y Fasael, como tetrarcas

(gobernadores de cuartas partes) de Galilea (ver Mateo 14:1; Lucas 3:1, 19). Cuando

los partos invadieron Siria-Palestina en el 40 a.C., para ayudar a los asmoneos en su

intento de volver a ganar el poder, Herodes huyó a su fortaleza de Masada, situada

en la costa occidental del mar Muerto. Su hermano mayor, Fasael, fue capturado y

se suicidó.

Herodes viajó a Roma, donde el senado romano lo nombró rey de Judea. Antonio

y sus tropas dominaron finalmente a los partos y a sus aliados, los seléucidas, y

Antonio se estableció en Jerusalén en el 37 a.C.

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El esfuerzo de expansión imperial fue tan grande, que Roma no tomó nuevos

territorios por lo menos durante cincuenta años después del nacimiento de Julio

César. Dominaba la mayor parte de Grecia, Siria, Judea y el norte de Africa. Sólo

permanecía intacta una gran nación influida por los griegos. Esta nación era Egipto,

que estaba gobernada por la reina Cleopatra.

Escuelas griegas y romanas

Los antiguos romanos y griegos tenían complicados sistemas de

escuelas. No era obligatorio acudir a ellas, ni eran manejadas por el

gobierno. Aun así, la instrucción era popular.

En el sistema griego, se enviaba a los varones a la escuela a los seis

años de edad. El maestro era propietario y administrador de la escuela.

Aparentemente, los griegos no tuvieron internados.

Los griegos no enseñaron lenguas extranjeras. (¡Consideraban que la

lengua de ellos era la suprema!) Su educación se extendía a tres aspectos

principales: música, gimnasia y escritura. A todos los niños griegos se les

enseñaba a tocar la lira. Las madres griegas enseñaban a sus hijas a leer

y escribir, y también les enseñaban a tejer, danzar y tocar un

instrumento musical. Aunque parezca extraño, las pocas mujeres griegas

bien educadas eran por lo general prostitutas que buscaban riquezas.

Los conferenciantes griegos se ganaban la vida enseñando en las salas

de las escuelas o aun en las calles. Algunos de estos maestros errantes—

Sócrates, por ejemplo—se volvieron famosos. Los muchachos griegos

podían asistir a la escuela hasta los 16 años de edad. Después, lo normal

era que se entrenaran en deportes.

A diferencia de los griegos, los romanos utilizaron personas de otras

nacionalidades para enseñar a sus hijos. Con frecuencia era una nodriza

griega quien comenzaba a darle la instrucción al hijo. Los muchachos y

muchachas entraban formalmente a la escuela a la edad de siete años.

Si habían marchado bien, a los 13 años de edad entraban en la educación

secundaria. En el año 30 d.C., había más de veinte escuelas secundarias

en Roma. Aun la educación secundaria romana se ofrecía en griego, y los

maestros eran por lo general esclavos o libertos griegos. Tal como lo

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hicieron los griegos, los romanos tenían maestros más avanzados que

viajaban de escuela en escuela.

El segundo triunvirato

Después de la muerte de Pompeyo, Cleopatra se hizo amiga de Julio César.

Cuando César fue asesinado, Cleopatra trató de escoger al que saldría ganador en la

lucha por el poder que tendría lugar. Los principales contendientes eran Antonio,

Lépido (quien había servido a las órdenes de Julio César), y Octavio, sobrino e hijo

adoptivo de César. Estos tres mantuvieron una paz temporal al formar otra triple

dictadura, el segundo triunvirato.

Antonio conoció a Cleopatra en el 41 a.C. en Cilicia, una región del sur del Asia

Menor. Cleopatra no era una belleza cautivadora (como algunos relatos modernos

quieren que creamos), ni tampoco era egipcia. Era macedonia y sagaz política, por lo

que trató de preservar su reino a toda costa. Se casó con Antonio y conspiró junto

con él para dominar el imperio romano.

Cuando estalló la guerra civil entre Antonio y Octavio, Cleopatra convenció a

Antonio de que enviara a Herodes a pelear contra los árabes (nabateos), en vez de

apoyarlo a él. Ella tenía la esperanza de que cada nación debilitaría a la otra. Luego,

Egipto podría absorberlas a ambas. Este movimiento salvó el reino de Herodes, pues

Octavio chocó con las fuerzas de Antonio y Cleopatra en la batalla de Accio en el 31

a.C., y los sentenció a muerte.

Los judíos bajo la dominación romana

A principios del año 30 a.C., Herodes se encontró con Octavio y regateó con él

para que le concediera la vida y el trono. A través de los años, Herodes se había

librado de cualesquiera posibles aspirantes al trono. Como quien “juega”, había

ahogado a su joven cuñado Aristóbulo, había ejecutado a su tío José por adúltero, y

había hecho condenar fraudulentamente a Hircano II por conspirar junto con los

nabateos. Cuando Herodes ordenaba el asesinato de amigos y familiares, era porque

estaba pasando por períodos de profunda depresión. Por ejemplo, ordenó la

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ejecución de su esposa favorita, Mariamne, y luego se quedó cavilando con tristeza

sobre la muerte de ella.

Herodes quebrantó muchas de las leyes judías. Introdujo en su reino juegos y

competencias al estilo griego y ordenó la construcción de muchos edificios grandes.

Entre estos hubo los templos griegos, fortalezas y un palacio. Su mayor proyecto fue

un nuevo templo en Jerusalén, que comenzó en el 20 a.C. (Mateo 4:5; 24:1; Marcos

11:27; 13:1; Lucas 19:45; 20:1; Juan 2:14).

En el 27 a.C., Octavio tomó el título de Augusto y gobernó todo el imperio romano.

César Augusto trajo la paz al imperio romano por medio del control estricto de su

ejército y tierra; fue él quien creó la imagen de la edad de oro de Roma. (Jesús nació

durante el gobierno de Augusto, quien murió en el 14 d.C.)

En el 22 a.C., Herodes envió sus hijos a Roma para que fueran educados allí y

presentaran sus respetos a Augusto. Augusto visitó Siria en el 20 a.C., y dio aún más

tierras a Herodes. Por temor a que se produjera una revuelta, Herodes prohibió las

grandes reuniones en público durante esta visita.

Herodes tuvo que hacer frente al poder de funcionarios influidos por los griegos

en Asia, y también al poder de Augusto en Roma. Otro problema que tenía Herodes

era el descontento de las sectas y los partidos judíos. Recordaba que los Macabeos

habían echado a los simpatizantes griegos del templo de ellos en Jerusalén, en el 165

a.C. Estaba decidido a impedir esta clase de revolución.

El judaísmo fue la única religión que sobrevivió a las fuertes influencias del estilo

de vida de los griegos. Por medio de la traducción del Antiguo Testamento al griego,

el judaísmo en realidad aumentó su influencia durante el período helenístico, pero la

popularidad del judaísmo despertó la envidia de Herodes. Aunque él no era judío por

nacimiento, gastó grandes sumas de dinero en el nuevo templo, con la esperanza de

ganarse la lealtad de los judíos.

Las conspiraciones y el contraterrorismo caracterizaron los últimos años del

reinado de Herodes. En total, Herodes se casó con diez esposas, y sus numerosos

hijos pelearon para obtener su trono. Una y otra vez, Herodes promovía a uno de sus

hijos, descubría un complot, y luego mataba al hijo. Cuando se acercaba a los setenta

años, Herodes se obsesionó con el plan de destruir a todos los herederos, menos al

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que él había escogido. Poco antes de su muerte, oyó las perturbadoras noticias de

que un Rey de Israel que había sido esperado durante largo tiempo, había nacido en

Belén. Ordenó a sus soldados que mataran a todos los infantes recién nacidos de

aquel lugar, en forma muy parecida a como había asesinado a los rivales de su propia

familia (vea Mateo 2).

La paz romana

Los historiadores han dado el título de Pax Romana al período que

transcurrió desde el 30 a.C. hasta alrededor del 180 d.C., cuando floreció

Roma en un tiempo de grandeza imperial. Durante este período, el

imperio romano trajo paz, prosperidad y buen gobierno a una región que

se extendió desde Bretaña hasta el Eufrates, y desde el mar del Norte

hasta el Sáhara. La paz romana comenzó con el gobierno de Octavio,

quien se convirtió en emperador de Roma después de derrotar al último

de sus oponentes que buscaba ese título en la batalla de Accio, en el 31

a.C. Después de un siglo de lucha civil, Roma quedó al fin unificada bajo

la dirección de un solo gobernante. Octavio, a quien el senado romano

dio el título de Augusto, se centró en los problemas internos de su

imperio y estableció el fundamento para dos siglos de gobierno fuerte y

pacífico.

La paz romana trajo un gran incremento en el comercio y la

prosperidad de Roma. La armada imperial limpió de piratas el

Mediterráneo. Estos ponían en peligro la navegación entre Roma, las

provincias de Asia Menor y la costa de África. Los grandes caminos

romanos fueron construidos primordialmente como rutas militares hacia

las provincias, pero también permitieron la llegada de granos a la ciudad

de Roma, y la salida de vino y aceite de oliva hacia las provincias más

lejanas. Al comercio se le eliminaron los impuestos y muchas otras

barreras artificiales. Un sistema monetario estable y métodos mejorados

de bancos y créditos estimularon la expansión económica. Brotaron las

manufacturas en las provincias romanas y pronto podían hallarse en

Roma cerámicas de las Gallas, textiles de Flandes y cristal de Alemania.

Una clave para el mantenimiento de la paz fue la disposición de

Augusto de permitir que las provincias tuvieran su propio gobierno local,

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junto con el rápido uso que él hacía de la fuerza militar para sofocar la

rebelión o el terrorismo. Augusto permitió que las naciones

conquistadas mantuvieran su lengua, sus costumbres y su religión,

mientras el pueblo permaneciera en relaciones pacíficas con Roma.

Durante la época de la paz romana, la agricultura permaneció como

la actividad económica básica del imperio; pero en este período también

se vio el rápido crecimiento de las ciudades y la creación de un estado

mundial cosmopolita, en el cual se mezclaban las razas y las costumbres.

Cuando estuvo en su apogeo, el imperio romano tuvo más de cien

millones de habitantes, entre los cuales se incluían italianos, griegos,

egipcios, germanos, celtas y otros pueblos. En la época de Adriano (117–

138 d.C.), el imperio abarcaba una extensión de más de tres millones y

cuarto de kilómetros cuadrados.

Augusto encauzó la riqueza de las provincias hacia Roma por medio

de los impuestos. Reconstruyó a Roma hasta transformarla, desde una

ciudad de ladrillos, en una ciudad de mármol. El estado también sostenía

a muchos artesanos, quienes pertenecían a collegia, es decir, gremios.

Los espectáculos y los deportes llegaron a jugar un gran papel, cuya

importancia fue creciendo en la vida pública de los ciudadanos romanos.

La paz romana había llegado a su fin cuando Roma tuvo una

verdadera crisis monetaria en el siglo tercero d.C., momento en que la

anarquía política y la inflación monetaria causaron el colapso de la

economía del imperio.

Herodes vivía en Jericó, y ordenó que cuando él muriera se diera muerte a unos

cuantos líderes judíos, para asegurar que hubiera un tiempo de luto nacional. Hizo

matar a su hijo Antípater a comienzos del año 4 a.C. Cinco días después, murió el

mismo Herodes. Otro de sus hijos, Arquelao, quedó para heredar el trono. Arquelao

trató de ganarse al pueblo con bondad y paciencia, pero la rebelión se levantó, no

tanto contra Arquelao, sino contra el Herodes que había muerto. En la Pascua,

mientras Arquelao viajaba a Roma para ser confirmado en su puesto, estalló una

nueva revuelta. Los soldados romanos saquearon el templo de Herodes, y cuando

Arquelao regresó, muchos judíos y samaritanos fueron muertos. Roma expulsó a

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Arquelao de la tetrarquía de Judea y lo sustituyó por un procurador llamado Coponio

en el año 6 d.C.

El hermano menor de Arquelao, Antipas, fue tetrarca de Galilea y Perea desde 4

a.C. hasta 39 d.C. El fue el que hizo decapitar a Juan el Bautista y el que es

mencionado con frecuencia en los Evangelios.

El Coliseo. Entre los años 72 y 80 d.C., los emperadores Vespasiano y Tito edificaron el Coliseo,

una estructura monumental en la cual había filas de asientos que se iban elevando alrededor de

un espacio abierto. Las batallas de gladiadores—batallas entre animales o entre hombres y

animales—constituían el deporte favorito de los espectadores romanos. Una vasta red de túneles

subterráneos proveía espacios para los animales enjaulados y para los humanos que participaban,

los cuales peleaban a muerte en el circo. Los ingenieros romanos diseñaron incluso un método

para llenar de agua el circo a fin de simular batallas marinas.

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César Augusto (63 a.C.–14 d.C.). Octavio, quien fuera sobrino e hijo adoptivo de Julio César, tomó

el título honorario de Augusto (es decir, el exaltado) cuando llegó a ser único emperador de Roma,

después de haber derrotado a Marco Antonio en Accio. (Augusto llegó a ser el título oficial de los

emperadores romanos posteriores) El reinado de Octavio César Augusto fue un período de paz y

prosperidad para el imperio.

Antipas tuvo el temor de que Jesús fuera Juan el Bautista que había resucitado

(Mateo 14:1, 2; Marcos 6:14–16; Lucas 9:7–9). Los fariseos le aconsejaron a Jesús que

huyera de esa región, porque Antipas estaba haciendo planes contra El (Lucas 13:31–

33). Durante la semana de pasión, Antipas trató a Jesús con menosprecio, y luego

entregó todo el asunto en manos de Pondo Pilato (Lucas 23:6–12).

Augusto organiza el imperio

Mientras la familia de Herodes gobernaba en Judea, Augusto organizaba el

imperio. La Roma que él heredó de Julio César era un semillero político de clases

rivales y de contendientes que luchaban por el poder. Augusto había visto el ascenso

de César al poder y la horrible manera en que había terminado su gobierno, así que

transformó gradualmente la estructura del gobierno romano para asegurar su

dominio.

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En primer lugar, introdujo un sistema llamado principado, el cual aparentemente

siguió el antiguo orden republicano y el poder del senado. En realidad, sometió la

república al dominio personal de Augusto. El principado sólo duró dos años (29–27

a.C.), antes de dar paso al imperio.

La ciudadanía romana

Durante la época en que se escribió el Nuevo Testamento, Roma

dominaba el mundo mediterráneo. Su dominio se extendía por el norte

hasta las fronteras de la Galia (Francia) y la Germanía bárbaras y rodeaba

el mar Mediterráneo. Egipto estaba bajo su dominio, y también las

ciudades del norte de África.

Sin embargo, dondequiera que iban los romanos, llevaban buenos

caminos y obras públicas, funcionarios de gobierno, soldados y algunas

veces colonias enteras de ciudadanos romanos.

A pesar de que se habla de la crueldad romana, los romanos no fueron

conquistadores vengativos. Su objetivo consistía en convertir a los

nuevos súbditos en buenos romanos. Esto era en verdad un desa o, por

cuanto el pueblo conquistado ardía de odio hacia Roma.

El senado romano decidió permitir a cada región un gobierno propio

como la prudencia lo permitiera. En Judea, esto significó que al rey nativo

(Herodes el Grande) se le permitiera gobernar a los judíos. Cuando él

murió, su reino se dividió entre los tres hijos que le quedaban: Felipe,

Arquelao y Herodes Antipas. Los judíos nacionalistas no aceptaron esto,

y finalmente acudieron a César Augusto para abolir la monarquía en

Judea. Esto lo hizo Augusto en el 6 d.C. Aunque Palestina estaba aún

llena de soldados romanos y de cobradores de impuestos, a los judíos se

les permitió manejar sus propias disputas internas.

Roma también consolidó el imperio al conceder la ciudadanía romana

a ciertos individuos que no eran romanos. “Nunca antes ni después—

dice el historiador Will Durant—, se ha custodiado tan celosamente, o se

ha apreciado tan altamente la ciudadanía.” Un hombre que tuviera la

ciudadanía romana tenía vínculos con el grupo selecto gobernante,

aunque por otra parte pudiera no ser una persona importante. Bajo las

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tolerantes leyes de Roma, la persona podía tener doble ciudadanía. Fue

así como el apóstol Pablo pudo disfrutar de los derechos civiles tanto de

Tarso como de Roma.

Los beneficios de la ciudadanía romana eran claros. No se valoraba

sólo por el derecho al voto, Sino también por la protección que ofrecía.

Un ciudadano romano no podía ser atado ni encarcelado sin haber sido

sometido a juicio No podía ser azotado (el método común de obtener la

confesión de un prisionero). Si él pensaba que el gobierno local no le

estaba administrando justicia, podía apelar a Roma.

¡No es extraño que las autoridades romanas de Filipos se

estremecieran cuando supieron que Pablo y Silas no eran sólo un par de

agitadores judios! Estos hombres insistieron en que ellos eran

ciudadanos romanos, lo cual podía ser comprobado mediante una

simple revisión de las listas del censo. El emperador Claudio ejecutó

hombres que afirmaban falsamente tener la ciudadanía romana. Así que

esa no era una afirmación que se podía hacer con liviandad. No, los

filipenses inadvertidamente habían atado, azotado y encarcelado a

ciudadanos romanos, pero Pablo y Silas estuvieron dispuestos a arreglar

el asunto si estaban dispuestos a pedir disculpas. Pablo sugirió que,

puesto que los magistrados los habían echado en la cárcel, ahora ellos

mismos podían sacarlos públicamente. Con mucho gusto, los

magistrados cumplieron con esto, y les rogaron a los injuriados

misioneros que salieran de la ciudad (Hechos 16:12–40).

Más tarde, estando Pablo en Jerusalén, volvió a usar sus conexiones

con Roma. Cuando los gritos de sus enemigos judíos atrajeron a la milicia

romana, ésta lo tomó bajo su protección.

Cuando Pablo supuso que estaba a punto de ser azotado—

probablemente por haber perturbado la paz—, mencionó su ciudadanía

romana. Esto no sólo lo salvó de ser azotado, sino que le garantizó una

salida segura de Jerusalén.

El libro de los Hechos concluye con la afirmación de que Pablo vivió

dos años en Roma bajo arresto domiciliario. Se le permitía predicar y

ganar convertidos. Se dice que el emperador Nerón crucificó a Pedro,

como eran ejecutados siempre los criminales; pero Pablo fue decapitado

Esta muerte se consideraba como más honorable y misericordiosa. Esa

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fue la prerrogativa final de Pablo, por haber nacido como ciudadano

romano.

En la época del imperio, Augusto sólo gobernó directamente unas pocas

provincias. Una de estas fue Judea. Los romanos veían a Siria-Palestina como una

parte pequeña, pero enfadosa de su imperio.

Guardia pretoriana. Este relieve representa a los pretorianos, quienes servían al emperador

como guardia personal. La unidad fue instituida por Augusto, quien convirtió a sus hombres en

tropas de represión destacadas en Roma. La guardia pretoriana constituía parte del gran ejército

que primero expandió el imperio romano y luego vigiló sus fronteras.

Augusto llevó la Pax Romana a todas las provincias que estaban dentro de las

fronteras del imperio. En la época de Jesús, no hubo guerras grandes dentro del

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imperio romano; sólo pequeñas escaramuzas en las fronteras, pero el emperador aún

dependía de su ejército para mantener la paz.

Por las inscripciones y otros escritos sabemos que los soldados eran reclutados

por todo el imperio y se les exigía que se hicieran ciudadanos romanos. En las legiones

había bretones, españoles, eslavos, germanos, griegos, italianos y aun judíos. Los

soldados menos afortunados eran asignados a puestos solitarios de avanzada en las

distantes fronteras. Hallamos un ejemplo de esto en Hechos 10:1, donde se nos habla

de “la compañía llamada la Italiana”, que estaba en Palestina. Cuando Augusto llegó

a asumir el poder pleno, la intranquilidad y la guerra civil habían agrandado el ejército

hasta llegar a casi veinticuatro legiones, es decir, medio millón de hombres. Puesto

que la misma Roma estaba segura de no ser atacada durante la primera parte del

período del imperio, los italianos nativos evadían por lo general el servicio militar.

El pueblo de las colonias conquistadas comprendió que el servicio voluntario era

un camino para lograr la ciudadanía romana y otros beneficios. El gobierno

garantizaba la ciudadanía inmediata a los que se ofrecían voluntariamente al ejército,

y les pagaba una pensión de retiro. Los grupos militares que se componían de

soldados que no eran romanos se llamaban auxiliares; el número de ellos era más o

menos igual al número de soldados del ejército regular.

Cómo se construía una vía romana

Los romanos fueron prodigiosos constructores de caminos. Pasaron

cinco siglos contruyendo un sistema de vías que se extendía a todo

rincón de su imperio y cuando lo hubieron terminado, cubría una

distancia que era igual a diez veces la circunferencia de la Tierra en el

Ecuador. La red de vías incluía más de 80.000 kilómetros de caminos de

primera clase y unos 320.000 kilómetros de caminos menores.

Antes de construir un camino, los romanos hacían un estudio de los

terrenos. Podían calcular distancias hasta puntos inaccesibles, establecer

niveles con precisión, medir ángulos, proyectar túneles y perforarlos

desde ambos lados con su pozo de ventilación vertical. Los agrimensores

de los caminos tenían en cuenta el declive de la tierra y las cuestiones

relacionadas con la defensa. Donde fuera necesario (como en las

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regiones de Cumas y Ñapóles), hacían túneles a través de las montañas

con una habilidad que despertó admiración durante siglos. Por el hecho

de que trataban de hacer caminos rectos—con frecuencia por encima de

los cerros y no alrededor de ellos—, las inclina-ciones eran muchas veces

muy pendientes; era común que tuvieran un grado del diez por cientó.

Cuando los ingenieros romanos construían un camino importante,

perforaban una zanja que abarcaba todo el ancho de la vía y la

ahondaban entre 1,2 y 1,5 metros de profundidad. Este lecho de la vía

era rellenado con sucesivos estratos de piedras grandes y pequeñas y

grava apisonada. Algunas veces colocaban una capa de concreto.

Normalmente, los caminos estaban cubiertos con grava, la cual podía

colocarse sobre una capa de argamasa. Cerca de las ciudades, en

aquellos lugares donde el tráfico era abundante, o cuando construían un

camino importante, los ingenieros pavimentaban la superficie con

piedras grandes que ajustaban con cuidado, las cuales tenían unos

treinta centímetros de espesor y unos 45 de anchura.

El tipo de constnicdón variaba según el movimiento que se esperaba,

el terreno y los materiales disponibles. Los caminos montañosos sólo

podían tener entre 1,5 y 1,8 metros de anchura; pero tenían algunos

lugares más amplios para dar paso. Los caminos principales medían de

4,5 a 6 metros de anchura. La Vía Apia tenía alrededor de 5,5 metros de

anchura—sufidente para que dos carrozas pasaran por ella la una junto

a la otra—, y estaba pavimentada con lava basáltica.

Por lo general, cuando los caminos atravesaban ríos, se construían

puentes de piedra. Tal construcción era posible porque los romanos ya

tenían una clase de concreto muy parecido al que se usa hoy. Para hacer

que la argamasa hecha con cal fraguara bajo el agua y resistiera su

acción, los ingenieros de caminos tenían que agregarle sílice a la mezcla.

Los romanos tenían grandes cantidades de arena volcánica (pozzolana),

en la cual había una mezcla de sílice en proporciones adecuadas.

Infortunadamente, los registros no nos dicen cuánto tiempo se

empleaba en la construcción de las vías romanas, ni cuántos individuos

había en las cuadrillas que las construían. La Vía Apia—“Reina de las vías”

y precursora de muchas otras vías romanas en tres continentes—fue

comenzada en el 312 a.C., como un camino que había de ser usado en

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las guerras samnitas. Los 211 kilómetros que tiene este camino hasta

Capua tuvieron que ser construidos en el término de una década.

Finalmente, la Vía Apia se extendió hacia el sur 576 kilómetros, desde

Roma hasta Brundisium, localidad situada en el mar Adriático. El sistema

de vías se fue extendiendo gradualmente por medio de los esfuerzos de

numerosos emperadores romanos. Entre los que desarrollaron grandes

proyectos de vías se pueden contar los siguientes: Augusto, Tiberio,

Claudio y Vespasiano.

Algunas vías romanas se siguieron usando en toda la Edad Media y en la era

moderna. La Vía Apia, por la cual viajó Pablo hada Roma (vea Hechos 28:13–15), es

aún una arteria importante en el ocddente de Italia. Es un mudo recuerdo de la

gloria de aquellos tiempos en que todos los caminos conducian a Roma.

Acueducto. Esta vista aérea de una estructura arquitectónica construida por los romanos en Pont

du Gard, Provenza, Francia, muestra el acueducto, o canal de agua, en el nivel superior, y un

camino en el nivel inferior. Los romanos construían acueductos para llevar agua corriente de las

montañas a sus ciudades. Esta obra da testimonio de las monumentales hazañas de ingeniería de

Roma.

El ejército estaba organizado de la manera siguiente: el grupo activo de rango más

bajo era el contubernium, que se componía de ocho soldados. Estos compartían una

tienda de cuero que abarcaba unos nueve metros cuadrados en el campo. A cada

medio contubernium (cuatro hombres) se le asignaban pequeños detalles de trabajo

y servicio de patrulla. Diez contubernio (plural de contubernium) componían una

centuria. Aunque en sentido estricto, centuria significa cien, en Roma por lo general

sólo constaba de setenta u ochenta hombres. Seis centurias componían una cohorte,

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97

y diez cohortes formaban una legión. La legión romana promedio tenía alrededor de

seis mil hombres, con sus animales de carga, caballos para los jinetes, y siervos.

En dos ciudades romanas de Palestina fueron acantonadas legiones: en

Sebaste, Samaría; y en Cesárea, principal puerto marítimo de Herodes (Hechos 10:1).

Esto colocaba a las legiones en un contacto mucho más estrecho con Roma. Sabemos

que un gran número de soldados romanos subían a Jerusalén para asistir a las fiestas

y mantener el orden entre las sectas judías y los peregrinos. Las sectas judías tenían

bajo su mando pocos hombres, posiblemente no más de quinientos. También tenían

una guardia del templo que era semi-militar (a la cual se refieren probablemente

Mateo 26:47 y Juan 18:31).

Las fuerzas romanas que se hallaban acantonadas en Palestina estaban aún

directamente bajo la dirección de Roma. Un tribuno militar romano actuaba como

jefe de policía y sus hombres tenían la responsabilidad de mantener el orden público.

Estos hombres estaban destacados en la fortaleza Antonia (que servía para custodiar

el templo) y en el palacio de Herodes (el cual ocupaba un sitio prominente, un poco

al sur de la moderna puerta de Jaffa en Jerusalén).

Julio César y Augusto dieron a los judíos mucha libertad religiosa, de lo cual dan

testimonio los mismos acontecimientos de la Semana Santa. (Tales acontecimientos

ocurrieron durante la observación judía de la Pascua.) No obstante, las relaciones

entre los romanos y los judíos de Judea continuaron desmoronándose a lo largo del

siglo primero. Los romanos aún escogían al jefe del sanedrín, que era la principal

asamblea política de los judíos, y aún escogían el sumo sacerdote. El sanedrín era el

tribunal religioso del judaismo, y el sumo sacerdote era el jefe de la estructura

religiosa de los judíos (Mateo 26:57, 58; Lucas 22:66–71; Hechos 22:30). Para la

mayoría de los funcionarios romanos, la religión judía era tan compleja que no valía

la pena molestarse con ella.

Los romanos eran muy prácticos, e introdujeron muchas innovaciones griegas en

el mercado. Superaron a las culturas anteriores en su éxito económico y político.

Desarrollaron un código completo de leyes y elaboraron toda una estructura de

funcionarios para hacerlas cumplir. Roma exigía fundamentalmente dos cosas a su

pueblo; que pagaran los impuestos y que aceptaran el dominio de Roma (Juan 18:19;

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98

Romanos 13:1–7). A cualquier rebelión o revuelta se le hacía frente con terrible

violencia. De esto vemos pruebas en los escritos de Josefo, y también en el Nuevo

Testamento (Lucas

13:1). Sin embargo Judea, con sus inmensas regiones desérticas, no tenía límites

naturales por tres de sus lados; así que para los romanos era di cil mantener el orden

en esta zona.

Mauda. Esta vista aérea muestra los restos de Masada que han sido excavados. Esta fortaleza

está situada en la costa occidental del mar Muerto. Los rebeldes judios que acamparon allí,

mataron a sus mujeres y a sus hijos y luego se mataron unos a otros, antes que dejarse capturar

por las trapas romanas en el año 73 d.C.

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99

La adoración al emperador

Los romanos hallaron numerosas y diferentes lenguas, religiones y

culturas entre los pueblos que conquistaron. El imperio romano fue

absorbiendo gradualmente estos credos extranjeros, incluso la

adoración que se rendía a los líderes políticos.

Las provincias del Oriente tenían la costumbre de adorar a sus

gobernantes. Los egipcios creían que los faraones eran descendientes

del dios Sol, mientras que los griegos adoraban a sus grandes guerreros

que habían muerto. Alejandro Magno estableció un culto para sí, y tenía

sus adoradores en Alejandría. Los Seléucidas de Siria y los ptolomeos de

Egipto siguieron esta tradición, y decían de sí mismos que ellos eran

dioses que vivían en la tierra. Cuando el poder de Roma comenzó a

reemplazar a estos monarcas, la adoración a Roma (una deificación del

estado romano) comenzó a suplantar estos cultos. Los pueblos

conquistados comenzaron a adorar a los grandes personajes romanos:

Sila, Marco Antonio y Julio César.

Al principio, los romanos desdeñaron esta adoración al emperador.

Sin embargo, ellos reverenciaban a los espíritus de sus antepasados (los

lares) y el espíritu divino del que había sido cabeza de la familia (el

paterfamilias).

Augusto César combinó las ideas de adoración al gobernante y

adoración al antepasado en el culto imperial. En las provincias, sus

subditos adoraban a Roma y a Augusto conjuntamente como señal de

lealtad al emperador.

En todo el imperio, los súbditos romanos incorporaron la adoración

del emperador a la religión local. En las provincias, los ciudadanos

prominentes se convirtieron en sacerdotes del culto imperial a fin de

cimentar sus vínculos con Roma. Sin embargo, Augusto exceptuó a los

judíos del culto imperial.

El emperador romano Calígula (37–41 d.C.) se proclamó dios; edificó

dos templos para sí: uno a expensas del tesoro público, y otro por su

propia cuenta. Se vestía como Júpiter y pronunciaba oráculos. Habiendo

convertido el templo de Cástor y Pólux en vestíbulo de su propio palacio,

aparecía entre las estatuas de los dioses para recibir adoración. A él se

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100

lo acusó de seguir la costumbre de los ptolomeos de casarse con su

hermana. En el 40

d.C., posiblemente provocado por el hecho de que los judíos habían

destruido un altar que había sido erigido en su honor, Calígula ordenó

que se colocara en el templo de Jerusalén una estatua de Júpiter con los

propios rasgos del emperador. Los judíos respondieron diciendo que “si

él colocaba la imagen entre ellos, primero tendría que sacrificar a toda

la nación judía” (Flavio Josefo, Guerras, vol. 2, libro 10, sección 4).

Petronio, el gobernador de Siria, tuvo el éxito de hacer que se rescindiera

la orden.

Claudio, el sucesor de Calígula, restauró la exención religiosa de los

judíos y rehuyó los intentos de adorarlo. “Porque no deseo parecer

vulgar a mis contemporáneos—dijo—, y yo sostengo que los templos y

sus similares, durante siglos sólo se han atribuido a los dioses.”

El más famoso relato sobre la política de los romanos hacia los

cristianos se halla en la correspondencia que se produjo entre Plinio el

Joven (62–113 d.C.) y el emperador Trajano, quien gobernó entre el 98 y

el 117a.C. Plinio fue enviado a Bitirua (la moderna Turquía) para que

investigara acusaciones de mal gobierno. Los bitinios denunciaron a sus

vecinos cristianos, pero Plinio no estaba seguro sobre la manera como

debía tratarlos, así que le escribió al emperador:

“El método que he observado hacia aquellos que han sido

denunciados como cristianos es éste: les pregunté si eran cristianos; si

confesaban, les volvía a repetir la pregunta dos veces, y agregaba la

amenaza de castigo capital; si ellos perseveraban, ordenaba que fueran

ejecutados … Aquellos que negaron ser o haber sido cristianos, que

repetían conmigo una invoca-dón a los dioses, y ofrecían adoración con

vino e indenso a tu imagen … y que finalmente maldecían a Cristo—

ninguno de los cuales actos, según se dice, se les pueden imponer por la

fuerza a los que son verdaderamente cristianos—, a estos pensé que era

correcto dejarlos en libertad … En cuanto a este asunto, me paredó que

bien merecia referírtelo, especialmente al tener en cuenta que son

muchos los que están en peligro. Personas de todas las clases y edades

y de ambos sexos son y serán objeto de esta persecudón, porque esta

contagiosa superstición no se confina sólo a las ciudades, sino que se ha

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extendido por las aldeas y los distritos rurales; parece posible, sin

embargo, detenerla y curarla” (Epístola X, 96).

La respuesta de Trajano resume esta política: “El método que has

proseguido, mi querido Plinio, para selecdonar los casos de aquellos que

te han sido denunciados como cristianos, es sumamente apropiado … No

se debe buscar a este tipo de personas; cuando sean denunciadas y se

las halla culpables, tendrán que ser castigadas; sin embargo, si niegan ser

cristianas, y dan pruebas de no serlo (es decir, adoran a nuestros dioses),

se les debe conceder el perdón basado en el arrepentimiento” (Epístola

X, 97).

La adoración al emperador continuó como religión oficial pagana del

imperio hasta que el cristianismo fue reconocido por el emperador

Constantino, quien reinó entre el 305 y el 337 d.C.

El gobierno romano ejerció el poder de imponer la pena capital en sus colonias, y

muchos judíos fueron muertos como alborotadores (ver Lucas 23:18, 19). El conflicto

principal entre judíos y romanos surgió en torno a los impuestos romanos. Los judíos

habían pagado impuestos a Roma desde el año 63 a.C., pero cuando Judea fue

anexada a una provincia romana, se esperaba que los judíos también pagaran

impuestos provinciales. Los romanos pensaron que era prudente escoger para los

cargos más bajos del sistema de recolección de impuestos a personas nativas del país.

El odio de los que pagaban impuestos se volvería contra estos “traidores”, y no contra

los mismos romanos. (Vea en el capítulo 7 de este mismo libro, “Los apóstoles”, la

sección que trata sobre Mateo.)

El pueblo de Judea tenía que pagar tres impuestos principales. El primero era el

impuesto sobre la tierra, llamado tributum soli. El segundo era el impuesto general

del imperio, o vectigalia, que incluía el impuesto por los bienes importados que

llegaban a los puertos. Es probable que Mateo les cobrara esta clase de impuesto a

los pescadores de Capernaum, pueblo situado en la costa noroccidental del mar de

Galilea. El último era el impuesto personal, o tributum capitis, el “tributo” a que se

refieren los Evangelios. Augusto comenzó a cobrar este impuesto, y Cirenio,

gobernador de Siria, intentó hacer que se cumpliera. Les ordenó a todos los nativos

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de Judea que volvieran al pueblo de su familia a fin de ser censados para un nuevo

impuesto. Fue así como María y José viajaron a Belén (Lucas 2:1–3) cuando nació

Jesús.

El asunto de los impuestos continuó siendo un punto sensible para los judíos, y

muchos grupos pequeños intentaron rebelarse. Durante el ministerio de Jesús, los

impuestos eran aún un asunto serio (Mateo 17:24–27; Marcos 12:13–17; Lucas

20:21–26).

El último acto de Cirenio como gobernador fue el de instalar un nuevo sumo

sacerdote, Anas (Lucas 3:2; Juan 18:13, 14). Este tomó posesión de su oficio en el año

7 d.C., y fue obligado a renunciar después de la muerte de Augusto en el 14 d.C.

Después de la muerte de Augusto, se convirtió en emperador su yerno Tiberio

(14–37 d.C.). Este escogió a Grato como nuevo gobernador de Judea. Grato

seleccionó varios sumos sacerdotes antes de seleccionar a Caifás alrededor del 18

d.C. Caifás desempeñó este oficio hasta el 36 d.C. Durante este tiempo fue cuando

halló a Jesús culpable de blasfemia y lo envió a Pilato para que lo sentenciara (Mateo

26:3, 57; Lucas 18:13, 14, 24, 28).

Poncio Pilato había sustituido a Valerio Grato como gobernador en el año 26 d.C.

Pilato había tenido un mal comienzo, por haber ordenado a la legión de soldados de

la fortaleza Antonia que desfilaran con un busto del emperador Tiberio como

emblema. Los judíos consideraron que este emblema era un ídolo; cuando los

soldados desfilaron por las calles el día de la Expiación, ellos se rebelaron.

El juicio a que fue sometido Jesús en el 32 d.C. fue otra escaramuza más dentro

de una larga serie de encuentros entre Pilato y los judíos. Este temió que si tenía

clemencia con Jesús, los judíos montarían otra revuelta; así que lo hizo crucificar

(Mateo 27:11–26; Marcos 15:1–15; Lucas 23:1–25; Juan 18:28–19:16). Pilato fue

quitado de su cargo en el año 36 d.C., cuando reaccionó con demasiado vigor contra

una reunión de samaritanos en el monte Gerizim. El viaje de Pilato a Roma para

recibir el castigo fue suspendido al morir Tiberio, en el año 37 d.C.

Tiberio y sus sucesores—Calígula, Claudio y Nerón—son conoddos como la

dinastía julioclaudiana. Calígula (37–41 d.C.) era demente. Una vez nombró a un

caballo como funcionario de su gobierno. Como estaba convencido de que él era

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103

divino, mandó a hacer una estatua suya para que fuera colocada en el templo de

Jerusalén. Fue asesinado antes que se ejecutara su orden.

Claudio (41–54 d.C.) al comienzo de su reinado (vea Hechos 11:28; 18:2) trató de

suprimir las actividades que Calígula había iniciado contra los judíos, pero más tarde

se volvió contra ellos. Suetonio dice que Claudio “expulsó de Roma a los judíos,

quienes constantemente se amotinaban bajo la dirección de Chrestus”.

La conducta inmoral de Nerón (54–68 d.C.) es bien conocida. Este ordenó matar

a su esposa y su propia madre, y persiguió a los cristianos durante su gobierno. El

rumor que hubo de que Nerón había resucitado, tal vez sea mencionado

simbólicamente en Apocalipsis 13:3.

Vespasiano tomó el trono imperial en el 69 d.C. Había sido comandante del

ejército que estaba en la frontera siria, cuando se presentó la lucha final entre

romanos y judíos en el 66 d.C. En el verano de ese año, los terroristas judíos

asesinaron a los soldados romanos que estaban destacados en Masada, y se

prepararon para una fuerte defensa. El líder del templo de Jerusalén suspendió las

ofrendas que se hacían a diario por el bien del emperador. A Vespasiano se le

encomendó la tarea de someter la revuelta judía. En el verano del año 68 d.C.,

Jerusalén estaba cerca de la derrota, y Vespasiano fue nombrado emperador. El

permitió que su hijo Tito hiciera el asalto final. En el año 70 d.C., fue destruida

Jerusalén. El templo de Herodes fue incendiado y su sagrado mobiliario fue llevado a

Roma. Los guerrilleros judíos que quedaron fueron derrotados en los dos años

siguientes. Por el año 73 d.C., se habían borrado todas las huellas de autogobierno

de la nación judía.

Las contribuciones de Roma a la cultura

Los romanos no fueron muy originales en su pensamiento abstracto, pero fueron

rápidos para adaptar las buenas ideas de los pueblos que conquistaban. Por ejemplo,

tomaron las sencillas columnas dóricas de la arquitectura griega y las convirtieron en

el estilo corintio, que es más ornamental. Lo que queda de las vías, muros, puentes,

anfiteatros y basílicas aún impresiona a los turistas de hoy.

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El arco de Tito. El emperador Tito de Roma (que gobernó del 79 al 81 d.C.) construyó este

imponente monumento para conmemorar sus victorias. Entre las escenas que aparecen

representadas en el arco está el saqueo del templo de Jerusalén por parte de los romanos (70

d.C.). Tito era el comandante del ejército romano en ese momento.

Los romanos mantuvieron la ley y el orden por encima de todas las cosas. Trataron

a los pueblos conquistados con justicia y tacto. Instituyeron las tres ramas del

gobierno—legislativa, ejecutiva y judicial—que llegaron a ser la base de la

democracia. Muchos aspectos de la ley romana sobreviven en los gobiernos

modernos de todo el mundo.

La lengua latina floreció en el siglo primero a.C., y nos dio poesía y prosa clásica.

Plinio el Viejo y otros escritores latinos redactaron excelentes historias del imperio.

Durante siglos, el latín influyó en las lenguas y en la literatura de Europa, aun en

aquellas que no son hijas directas de él; mucho más en los idiomas “romances”, como

el castellano y otros, que son en realidad sus formas modernas.

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Los romanos tenían poco interés en una religiosidad complicada: sólo invocaban

a los dioses para que ayudaran a su familia o al estado. Sus principales dioses fueron:

Júpiter, quien dominaba el universo; Marte, dios de la guerra; Juno, diosa patrona de

las mujeres; y Minerva, diosa de la guerra, la sabiduría y la habilidad.

Fueron ellos quienes hallaron la manera de construir cúpulas de concreto, lo cual

les permitió encerrar grandes espacios. Probablemente fueran los que crearon los

primeros hospitales y las primeras escuelas de medicina. Muchas de las

contribuciones de Roma a la cultura aún afectan la vida occidental. El orden romano

del mundo fue la influencia mayor que ejercieron sobre la vida de los judíos en la

época del Nuevo Testamento.

5

Los judíos en los tiempos del Nuevo Testamento

n la época de Jesús, el judaísmo había llegado a ser una religión

dividida en sectas. Los judíos de diversas creencias pasaban muchas horas

discutiendo asuntos di ciles de la Ley, de la historia y de la política. Debatían

cuestiones como las siguientes: “¿Quién es el verdadero judío?” “¿Qué demanda Dios

de su pueblo?” “¿Cuál es el destino de Israel?” Sus conflictivas respuestas ponían de

manifiesto las agudas diferencias que había entre las diversas sectas judías de los

tiempos del Nuevo Testamento.

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El marco histórico del Antiguo Testamento

Al revivir la historia del Antiguo Testamento, hallamos muchos factores que

contribuyeron a la hostilidad entre los partidos judíos de la época de Jesús.

A. Diferencias entre las doce tribus. Los muchos siglos transcurridos habían

desdibujado las características individuales de los doce hijos de Jacob (vea Génesis

49). Sin embargo, la nación que surgió de los doce hermanos, conservó

inevitablemente algunas de las características de ellos. Las divisiones sectarias

siguieron a menudo el linaje familiar, pues los descendientes de los doce hermanos

continuaron su amarga rivalidad.

En la época de Jesús, las personas estaban interesadas en aclarar su genealogía,

a lo menos por cuatro razones; para establecer sus derechos en el pacto a reclamar

una posición o propiedad; para identificarse con el Mesías prometido; para

identificarse con sacerdotes famosos; o simplemente, para aclarar sus “raíces”

familiares.

El hecho de que alguien conociera cuál había sido el origen de su familia, le ofrecía

cierta tranquilidad y estabilidad en los convulsionados tiempos del siglo primero. Sin

duda alguna, ésta fue la razón por la cual muchos judíos tuvieron el cuidado de

conservar un registro de su árbol familiar. Se sentían orgullosos de identificarse con

una tribu hebrea que tuviera una larga y noble tradición. Aun Pablo se jactó de los

antepasados de su familia (2 Corintios 11:22; Filipenses 3:5, 6). Nación, tribu, crianza

y lugar de nacimiento: estas eran las normas que usaban los judíos del siglo primero

para evaluarse.

B. El exilio: Dios les da la espalda. Para poder apreciar plenamente el carácter de

cada secta judía, tenemos que repasar los sucesos que ocurrieron en Israel después

del exilio. En el 734 a.C., el rey asirio Tiglat-pileser III despachó al exilio a los primeros

israelitas. Esta fue la primera de una serie de deportaciones que continuaron hasta

el 70 d.C. Cuando llegaron a ser conocidos como la diáspora, estaban esparcidos por

todo el mundo.

En el 723 a.C., los asirios deportaron a otro grupo de israelitas de la Tierra

Prometida, y en su lugar colocaron colonos asirios. Los babilonios conquistaron el

reino del sur, Judea, en el 597 a.C. Cuando los líderes judíos de Palestina se rebelaron

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107

contra sus señores babilonios, éstos volvieron a atacar el reino del sur en el 586 y en

el 581 a.C. Después de este último ataque, los babilonios enviaron al exilio a más de

setenta mil judíos.

El exilio produjo efectos profundos y duraderos en Israel. Los judíos de la diáspora

se vieron tentados a comer alimentos no autorizados por la religión (Daniel 1:5, 8), y

a quebrantar otras leyes ceremoniales. Sus captores les exigían algunas veces que

adoraran ídolos (Daniel 3:4–7). A medida que la cautividad continuaba, más judíos

abandonaban la fe de sus antepasados. Esto creó tensiones entre los judíos que

adoptaron estilos de vida paganos y aquellos que no lo hicieron; y eso hizo que,

después del exilio, los judíos se dividieran en varias facciones. Algunos líderes judíos

pensaban que los que regresaban debían renunciar a sus prácticas paganas (vea

Esdras 9, 10), mientras otros pensaban que debían suavizar algunas exigencias de la

Ley.

Durante el exilio, muchos judíos se sintieron confundidos y se volvieron

escépticos. La lengua hebrea estaba agonizando, y con ella, aquellos que le tenían

cariño a la Tora. El templo había sido destruido y se habían detenido los sacrificios de

animales. Ya no estaba claro qué era lo que Dios demandaba de su pueblo.

C. El misticismo judío. Los elementos de la religión pagana comenzaron a llenar

los vacíos creados por el escepticismo y la duda. Algunos judíos entorpecieron su fe

al chapotear en la astrología y en el ocultismo. Se movieron hacia tales actividades

de modo lento, y los líderes judíos, al principio, no se dieron cuenta de lo que estaba

ocurriendo, pero los místicos judíos comenzaron a interpretar las enseñanzas judías

tradicionales a la luz de las creencias paganas que habían aceptado.

Por ejemplo, los judíos de la diáspora llegaron a fascinarse con el tema de los

demonios y de los ángeles. Restringieron la fe bíblica en un Creador que tiene

dominio soberano sobre su creación, al adoptar el punto de vista persa de un

universo en el cual hay un complejo mundo espiritual y una guerra en marcha entre

las fuerzas de la luz y las de las tinieblas.

Los místicos judíos compilaron estas creencias en un grupo de escritos religiosos

que se conocen con los nombres de deuterocanónicos y pseudoepígrafes. Algunos de

los libros deuterocanónicos, como el libro de Tobías, promovían la astrología y las

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enseñanzas del zoroastrismo, que venían de Persia. La historia de Tobías afirma la

victoria de Dios sobre los demonios paganos; pero en el proceso, reconoce el poder

de los demonios paganos. Además, describe a Dios como una gran fuerza que está

detrás de los sucesos de la vida, y no como una Presencia personal que está en medio

de su pueblo. Esta erosión de la fe judía hizo que fuera más di cil para los judíos creer

que Jesús era “Emanuel, … Dios con nosotros” (Mateo 1:23). Muchos judíos aún se

aferraban a la creencia pagana de que Dios se había alejado de la vida diaria del

hombre.

D. La respuesta ortodoxa. No todos los judíos sucumbieron ante las creencias

paganas durante el exilio. Muchos líderes judíos comprendieron que estas ideas

amenazaban la supervivencia de la Tora. Sin la Ley, los judíos no tendrían esperanza.

Las componendas religiosas los apartarían cada vez más de la Palabra de Dios, hasta

perderse entre las culturas circundantes.

Los líderes judíos respondieron a esta amenaza estableciendo sinagogas,

instituyendo la función de los rabinos y haciendo hincapié en la necesidad de que

hubiera un remanente fiel. Estos cambios garantizaron la supervivencia del

judaísmo, pero también ayudaron a crear nuevas facciones entre los judíos.

1. La sinagoga. La palabra griega cuya transliteración al castellano es sinagoga

significa asamblea. Denota la reunión de los judíos de la diáspora para adorar y

estudiar fuera del templo. El Antiguo Testamento no menciona la adoración en la

sinagoga; pero Filón, Josefo y el Midrash afirman que Moisés comenzó esta

institución en el desierto. Es más probable que los exiliados judíos la crearan cuando

se reunían para orar, cantar y estudiar la Tora mientras vivían en tierras extrañas.

Después que regresaron del exilio, hicieron de la sinagoga una institución formal.

Cuando los babilonios destruyeron el templo de Jerusalén, y pusieron fin al

sistema judío de sacrificios de animales, los judíos llegaron a entender que la oración

era el “sacrificio del corazón”. Así hicieron de la oración el acto central del culto de la

sinagoga.

Tal vez fuera Esdras quien inauguró el culto de las sinagogas en Israel cuando

convocó la gran asamblea en Jerusalén (Nehemías 8). Las actividades de la asamblea

se parecieron mucho a las de las sinagogas, incluso la reunión de “los cabezas de las

familias de todo el pueblo” para estudiar la Tora (Nehemías 8:13).

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Se duda que los judíos intentaran alguna vez sustituir el templo por la sinagoga,

pero su experiencia en el exilio los hizo comprender que podían ser fieles a Dios sin

adorar en el templo. Era fácil formar una sinagoga; sólo se necesitaban diez hombres

judíos, y la sinagoga era un ambiente natural para la instrucción teológica.

Mientras el templo restaurado permaneció en Jerusalén, el culto de la sinagoga

jugó un papel secundario en la vida de los judíos. Aun así, los arqueólogos han hallado

los restos de cincuenta sinagogas por lo menos, fuera de Palestina: once de ellas en

Roma. El libro de los Hechos identifica sinagogas en ocho ciudades de Asia Menor

(Hechos 9:2, 20; 3:5, 15; 14:1; 17:1, 10; 18:4, 26; 19:8).

Las sinagogas promovieron el crecimiento de las sectas judías. Los grupos que

tenían intereses especiales podían usar la sinagoga como plataforma para proclamar

sus opiniones cuando estuvieran en desacuerdo con los líderes del templo de la

nación.

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110

La estrella de David. Esta estrella de seis puntas se usa ampliamente como símbolo del judaísmo.

Se desconoce la historia de su origen, pero ya decoraba la arquitectura judía del siglo III d.C.

Posteriormente se la llamó “sello de Salomón”. Aparentemente, este símbolo es mencionado por

vez primera en la literatura judía del siglo XIV d.C. Parece que no se usó en los tiempos bíblicos.

2. La institución rabínica. Cada sinagoga tenía unos pocos miembros que eran

excepcionalmente bien versados en la Tora. Por esta causa, se les permitía exponer

sus puntos de vista a la comunidad de la sinagoga. A este tipo de lider lo llamaron

los judíos rabino, nombre que en hebreo significa maestro.

Cada sinagoga tenía sus propias normas para seleccionar rabinos, de tal modo

que no se podía predecir la calidad de la enseñanza rabínica. Después que los judíos

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111

quedaron bajo la influencia del pensamiento helenístico, comenzaron a organizar y

a poner por escrito las enseñanzas de varios rabinos.

A una de estas colecciones se le dio el nombre de Mishna, palabra hebrea que

significa repetición. Contenía las opiniones legales de respetados rabinos, que habían

pasado oralmente a través de muchas generaciones. La Mishna citaba algunas veces

la Tora para apoyar la posición de algún rabino, pero no intentaba analizar las

Escrituras en sí. Los eruditos judíos creen que la primera Mishna fue compilada

alrededor del año 5 a.C.

Una colección más antigua de tradiciones rabínicas es el Midrash, término hebreo

que significa comentario. El Midrash contenía interpretaciones rabínicas de las

Escrituras. Los soferim (escribas) compilaron el primer Midrash en el siglo IX a.C. Por

el hecho de que el Midrash era más antiguo que la Mishna, y estaba directamente

vinculado con la Escritura, los judíos del siglo primero confiaban más en él que en la

Mishna. Sin embargo, las sectas judías preferían usar la Mishna de sus propios

rabinos, pues eso elevaba las ideas de su grupo a la condición de escrito sagrado.

Después del exilio, los persas utilizaron a los escribas judíos para hacer cumplir

las leyes civiles en Palestina. Esto creó conflictos de lealtades entre los líderes judíos,

quienes descubrieron que tenían que alinearse con los intermediarios del poder

político a fin de sobrevivir. Este procedimiento continuó en la época de los romanos.

Jesús y Pablo entendieron los conflictos que producía el sistema rabínico. Jesús

les dijo a sus discípulos: “No queráis que os llamen Rabí” (Mateo 23:8). y

Pablo amonestó a su vez a los corintios para que dejaran de alinearse en pos de sus

maestros predilectos (1 Corintios 3:3–9).

3. La teología del remanente. Los judíos de la línea más conservadora también

combatían la desviación hacia el paganismo con la teología del remanente. En otras

palabras, declaraban que Dios conservaría un remanente fiel de su pueblo, que sería

la semilla del nuevo Israel. Por primera vez albergaron la idea de que no todos los

judíos eran escogidos por Dios. Para que alguien fuera un verdadero israelita, tenía

que obedecer la Ley de Moisés.

Desde el mismo comienzo, Dios había revelado que su pueblo tenía que

obedecerle. La historia demostraba que cualquiera de los descendientes de Abraham

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112

que se rebelaba contra Dios, dejaba de recibir la bendición de El (por ejemplo, Esaú

e Ismael). Dios siempre había exigido obediencia, pero el exilio les hizo acabar de

comprenderlo.

Más de un grupo se consideró como el fiel remanente del pueblo de Dios. La

teología del remanente generó varios cultos secretos, que tenían misteriosos ritos

de adoración, diseñados para que los separaran de la mayoría corrupta de los judíos.

Cuando Ciro el Grande permitió que los judíos regresaran a Palestina, les dio a

elegir: ¿Querían regresar a la Tierra Prometida, o se conformarían con vivir en las

tierras donde estaban exiliados? Los judíos que decidieron regresar, creían que los

que se habían quedado eran menos fieles. Se consideraban como el remanente fiel

que Dios usaría para fundar su reino en la tierra.

El helenismo y los judíos

Los ejércitos de Alejandro Magno introdujeron otro factor que dividió a los judíos:

la influencia cultural del helenismo.

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Escuela de una sinagoga. Durante el exilio babilónico, los judíos no podían hacer sacrificios, por

cuanto vivían en una tierra inmunda y lejos del templo. La necesidad que tenían de una

comunidad para adorar los condujo al establecimiento de la sinagoga, un lugar para leer y estudiar

el Antiguo Testamento. Los muchachos judíos aprendían la ley con su rabino, o maestro, en la

escuela de la sinagoga.

Alejandro promovió la cultura griega en toda tierra que conquistaba. Cuando sus

ejércitos tomaron Palestina de manos de los persas en el 332 a.C., exigieron que los

judíos adoptaran la lengua y las costumbres de Grecia. (Vea el capítulo 3 de este libro,

titulado “Los griegos y el helenismo”.) Los eruditos judíos comenzaron a leer la filoso

a griega en las bibliotecas de Alejandría y de otras ciudades que Alejandro construyó

por donde iba avanzando.

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114

Quedaron intrigados con las ideas de Aristóteles y de otros pensadores griegos,

especialmente cuando vieron el éxito de la civilización de Alejandro, basada en lo

griego.

Los filósofos griegos querían respuestas lógicas para los interrogantes de la vida.

Se atrevían a pensar en conceptos abstractos, en vez de referirse sólo a objetos sicos.

Los eruditos judíos abrazaron estos métodos, y cayeron en la persuasión de que la

lógica griega les ayudaría a desenredar las complejas tradiciones de los rabinos.

Después de la muerte de Alejandro en el 323 a.C., sus generales se dividieron

entre sí el imperio que él había conquistado. Ptolomeo I estableció una dinastía en

Alejandría. Capturó Jerusalén y llevó judíos cautivos para que colonizaran la zona que

estaba alrededor de su capital, en Egipto. Les dio plena ciudadanía en su nuevo

imperio, e invitó a los eruditos judíos a usar la famosa biblioteca de Alejandría. Su

sucesor, Ptolomeo II, encargó que se hiciera la traducción del Antiguo Testamento al

griego para la biblioteca. Esta traducción se conoció con el nombre de Septuaginta.

Los judíos de los tiempos del Nuevo Testamento usaban la Septuaginta en lugar de

los manuscritos hebreos, ya que el griego había llegado a ser su lengua común.

Alejandría produjo varios eruditos judíos que introdujeron en sus escritos las

ideas helenísticas. El más famoso de estos fue Filón (alrededor del 20 a.C. al 50 d.C).

Filón creyó que las Escrituras contenían la verdad más alta que estaba disponible para

la humanidad; pero también creyó que las filoso as griegas presentaban facetas de la

verdad que complementaban las Escrituras.

Otro de los generales de Alejandro, Seleuco I, estableció una dinastía en Siria. Con

el tiempo, sacó a los ptolomeos de Palestina. Sin embargo, los seléucidas fueron

perdiendo gradualmente el dominio de la frontera palestina, hasta que el rey

seléucida Antíoco III fue derrotado por los romanos en la batalla de Magnesia, en el

190 a.C. Los romanos convirtieron al imperio de los seléucidas en satélite de su propio

imperio, que iba creciendo. Por causa de su tradición griega, los seléucidas

continuaron imponiendo el estilo de vida griego sobre sus súbditos judíos.

Antíoco IV tuvo que pagar un fuerte tributo al gobierno romano. Para recaudar

este dinero, decidió vender el oficio de sumo sacerdote de los judíos. En primer lugar,

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se lo entregó a Jasón, un hermano del sumo sacerdote Onías III (2 Macabeos 4:7–17).

Dos años más tarde, Menelao, amigo de Jasón, ofreció pagar trescientos talentos más

por el cargo. Antíoco depuso a Jasón y colocó a Menelao en su lugar (2 Macabeos

4:23). Menelao pasó por alto las leyes judías, al hacer en Jerusalén un gimnasio donde

se reunían los atletas desnudos para realizar competencias deportivas griegas. De

hecho, Menelao y sus amigos “rehicieron sus prepucios” (1 Macabeos 1:14, 15),

probablemente mediante métodos quirúrgicos, de tal modo que tuvieran apariencia

de griegos al entrar en los baños públicos. Al parecer, muchos judíos helenistas se

sentían avergonzados por su circuncisión, pues posteriormente esto se convirtió en

tema de discusión en la iglesia de Corinto (1 Corintios 7:18).

Después que Antíoco instaló a Menelao como sumo sacerdote, se comportó con

violencia. Confiscó las propiedades de los ciudadanos de Jerusalén y saqueó el templo

para llenar su propio tesoro. Luego levantó en el templo un altar pagano, donde

sacrificó una cerda, lo cual era una abierta violación de la Ley mosaica. Ordenó a sus

subditos que hicieran altares griegos en todas las aldeas de Palestina. Proscribió los

ritos mosaicos, y castigó a los que intentaban observarlos (1 Macabeos 1:29–62).

A. Los macabeos. Los atropellos de Antíoco IV enfurecieron a los judíos de

Palestina. En el 166 a.C., un grupo de judíos rebeldes se reunió en torno a Matatías y

sus cinco hijos en la aldea de Modein, situada a unos pocos kilómetros al noroeste

de Jerusalén. Comenzaron una serie de ataques contra Antíoco y sus sucesores. Los

historiadores llaman a este conflicto “Guerras de los Macabeos”, aplicándoles el

nombre del hijo de Matatías llamado Judas Macabeo. Las guerrillas judías pelearon

contra sus gobernantes helenistas desde el 166 hasta el 143 a.C. Matatías hizo un

llamamiento: “Todo aquel que sienta celo por la Ley y mantenga la alianza, que me

siga” (1 Macabeos 2:27). No sabemos con seguridad cuántos judíos compartieron su

suerte con los macabeos; pero parece que los rebeldes tuvieron un amplio apoyo

popular. Se nos dice que el ejército de Antíoco mató a 1.000 guerreros judíos porque

se negaron a pelear en el día de reposo (1 Macabeos 2:29–38). Este desastre hizo

que los Macabeos suavizaran su observancia del día de reposo, por lo menos durante

la guerra.

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Josefo y otros historiadores de este tiempo anotan que un grupo llamado hasidim

unió sus fuerzas con los Macabeos. Los hasidim, llamados, asideos, eran “israelitas

valientes y entregados de corazón a la ley” (1 Macabeos 2:42). Evidentemente, los

hasidim (palabra hebrea que significa santos) se dedicaban piadosamente a observar

la Ley de Moisés. Querían tener el derecho de volver a obedecer esta Ley en su propia

tierra natal, pero no estaban interesados en restablecer el estado político para lograr

esto. En el 163 a.C., Judas Macabeo persuadió al rey Demetrio de que les volviera a

dar libertad religiosa a los judíos. Pronto dejaron de pelear los asideos, pero el nuevo

sumo sacerdote, llamado Alcimo, ordenó que sesenta asideos fueran ejecutados en

venganza por el éxito de los macabeos. Esto hizo que los asideos volvieran a tomar

las armas (1 Macabeos 7:13–20).

Mientras rugían las guerras de los Macabeos, los rebeldes judíos fueron

apoderándose de una porción cada vez mayor de Palestina. El sucesor de Judas,

Jonatán, hizo un nuevo tratado con Roma para asegurar que los romanos

intervinieran si los sirios lanzaban una guerra total contra los judíos. Al fin, los

Macabeos dominaron la mayor parte de la Tierra Prometida, y nombraron a su líder,

Simón, “hegumeno (gobernador) y sumo sacerdote para siempre hasta que

apareciera un profeta digno de fe” (1 Macabeos 14:25–49). Al hacer esto,

establecieron a la familia de Simón como nuevo linaje de sacerdotes.

B. Los asmoneos. Los descendientes de Simón fueron conocidos con el nombre

de “casa de Asmón” o asmoneos. El tercer hijo de Simón, Juan Hircano, se nombró a

sí mismo rey y sumo sacerdote en el 135 a.C. Así comenzó la nueva dinastía judía,

que duraría hasta que los romanos invadieran a Palestina.

Antíoco IV murió en una campaña contra los romanos en el 128 a.C. Esto les

permitió a los judíos gobernarse por sí mismos en Palestina. Volvieron a instaurar el

sistema de sacrificios establecido por la Ley de Moisés, con la esperanza de producir

una nueva era dorada para Israel, pero la Tora (la Ley escrita) no fue la forma directa

del nuevo estado judío. En vez de eso, el pueblo siguió la tradición oral, recibida de

los rabinos que la habían enseñado a sus antepasados durante el exilio. A lo largo de

seiscientos años, los judíos de la diáspora habían desarrollado muchas

interpretaciones diferentes de la Ley, adaptadas a las situaciones en que vivían.

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Ahora, estas ideas conflictivas chocaron de frente en Palestina. Esto preparó el

escenario para el judaísmo del Nuevo Testamento.

El general romano Pompeyo, invadió Palestina en el 63 a.C. (Vea el capítulo 4 de

este libro, que trata sobre “Los romanos”.) Capturó la ciudad de Jerusalén y obligó a

los asmoneos a convertirse en gobernantes títeres de Roma. Los asmoneos

continuaron en esta condición hasta el 47 a.C., cuando los romanos permitieron que

Antípater asumiera el control del gobierno de Judea. Antípater separó las funciones

del sumo sacerdote de las del rey. El mismo se constituyó en el primer gobernante

de un linaje de reyes, el de los herodianos.

Las sectas judías en los tiempos del Nuevo Testamento

Cuando nació Jesús, los judíos de Palestina estaban divididos en tres facciones

principales: fariseos, saduceos y esenios. Dentro de cada uno de estos partidos, había

pequeños grupos de judíos que se agrupaban en torno a las enseñanzas de algún

rabino en particular o de su escuela rabínica. Así que, cuando estudiamos a los tres

partidos principales del judaísmo en el Nuevo Testamento, debemos recordar que

los judíos de cada grupo tenían una amplia gama de conceptos.

A. Los fariseos: expertos en la ley. Durante la época de Juan Hircano, emergieron

los fariseos del antiguo partido de los asideos. Los fariseos eran los maestros

intérpretes de las tradiciones orales de los rabinos. La mayoría de ellos provenían de

familias de artesanos y comerciantes de la clase media (por ejemplo, el apóstol Pablo

era fabricante de tiendas). Ejercían una poderosa influencia sobre las masas

campesinas. Josefo observó que, cuando el pueblo judío se enfrentaba a una decisión

importante, confiaba en la opinión de los fariseos, y no en la del rey ni en la del sumo

sacerdote (Antigüedades, libro XII, capítulo X, sección 5). Por el hecho de que el

pueblo confiaba en ellos, los fariseos eran escogidos para las altas posiciones de

gobierno, entre las cuales se incluía el sanedrín. Josefo estima que, en el tiempo de

Jesús, sólo unos 6.000 fariseos vivían en Palestina, de modo que necesitaban el apoyo

popular. Tal vez esta fue la razón por la cual ellos le temían a la atracción que ejercía

Jesús sobre las multitudes.

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Los fariseos enseñaban que las personas justas volverían a vivir después de la

muerte (Hechos 23:8), mientras las perversas serían castigadas por la eternidad.

Entre los demás grupos de judíos no había muchos que aceptaban este concepto.

Más bien abrazaban la idea de griegos y persas de que la muerte separaba

permanentemente el alma del cuerpo.

Esto también puede ayudarnos a explicar por qué las multitudes seguían a Jesús.

El era un pobre carpintero; sin embargo, era un maestro consumado de la Ley (Mateo

7:28, 29). Además, enseñaba que los muertos resucitarían (Lucas 14:14; Juan 11:25).

Las enseñanzas de Jesús acerca de los alimentos de la persona (Marcos 7:1–9), del

respeto hacia los ancianos (Marcos 7:10–13), de la observancia del día de reposo

(Mateo 12:24–32), estaban de acuerdo con las de los fariseos. Además, El hablaba

con frecuencia acerca de ángeles, demonios y otros espíritus como los que habían

descrito los místicos judíos. Esto atraía el interés del pueblo común.

B. Los saduceos: guardianes de la Tora. Después que los Macabeos sacaron a los

sirios de Palestina, los judíos helenistas se escondieron. El judío erudito ya no tenía

seguridad cuando respaldaba las ideas griegas. Sin embargo estos judíos

intelectuales continuaron aplicando la lógica de los griegos a los problemas del día,

y formaron una nueva secta judía que se conoció con el nombre de saduceos.

No estamos seguros en cuanto a lo que significó originalmente el término

saduceo. La mayoría de los eruditos creen que se derivó de la palabra hebrea saddig

(justo), o bien, que viene del nombre del sacerdote Sadoc, ya que los saduceos

estaban relacionados con el sacerdocio del templo.

Los saduceos rechazaban la tradición oral de los rabinos. Sólo aceptaban la Ley

escrita de Moisés, y condenaban cualquier enseñanza que no estuviera basada en la

Palabra escrita (Josefo, Antigüedades, libro XIII, capítulo X, sección 6). Veían muchas

influencias persas y asirias en las enseñanzas de los fariseos, y pensaban que los

fariseos eran traidores a la tradición judía. Rechazaban la fe de éstos en los ángeles,

en los demonios y en la resurrección después de la muerte (Mateo 22:23–32; Hechos

23:8), así que se oponían a Jesús cuando El estaba de acuerdo con los fariseos (Mateo

22:31, 32).

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El sanedrín. Durante la mayor parte del período romano, el gobierno interno de Judea estuvo

dominado por el sanedrín, el tribunal supremo de los judíos. El sanedrín era un grupo de ancianos,

presidido por el sumo sacerdote, y pudo condenar a la pena capital hasta unos cuarenta años

antes de la destrucción de Jerusalén. Después de ese tiempo, ya no pudo condenar a muerte sin

que esta condena fuera confirmada por el procurador romano. Esta fue la razón por la cual Jesús

tuvo que ser juzgado ante Pilato (Juan 18:31, 32).

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Los saduceos adoptaron las creencias del filósofo griego Epicuro, quien dijo que el

alma muere con el cuerpo (Josefo, Antigüedades, libro XVIII, capítulo II, sección 4).

Enseñaban que cada persona es dueña de su propio destino.

Les encantaba discutir cuestiones de teología y filoso a. Esta era otra clave que

indicaba sus intereses de tipo griego. Sus complicadas ideas no atraían a las masas,

de modo que en política, tenían que unirse a los fariseos. De hecho, los saduceos

hubieran podido desaparecer de la escena antes de los tiempos del Nuevo

Testamento, si no hubiera sido por un extraño giro en los acontecimientos de la

política judía:

Los fariseos se opusieron a la decisión de Juan Hircano de convertirse en sumo

sacerdote, por cuanto ellos habían oído que la madre de Hircano había sido violada

durante el reinado de terror de Antíoco IV. Hircano probó que aquello era una

mentira, pero el tribunal fariseo castigó al mentiroso con sólo unos pocos azotes. Esto

provocó la ira de Hircano, quien desvió su apoyo hacia los saduceos.

El hijo de Hircano, Alejandro Janneo (104–78 a.C.), había estudiado bajo la

dirección de tutores griegos en Roma. Simpatizaba con las ideas griegas y

secretamente favorecía a los intelectuales saduceos. Josefo informa que Janneo se

embriagó una vez en la fiesta de los Tabernáculos, y derramó una ofrenda de agua a

sus propios pies, en vez de derramarla sobre el altar. (Tal vez esta fue la manera como

Janneo demostró su desprecio hacia los fariseos, quienes derramaban agua sobre el

altar para simbolizar la necesidad de lluvia.) Se produjo un alboroto. Los soldados de

Janneo restauraron el orden, pero sólo después que seis mil personas habían muerto

(Josefo, Antigüedades, libro XIII, capítulo V, sección 13). Los fariseos libraron una

amarga guerra civil contra Janneo (94–88 a.C.), a la cual puso término el rey asmoneo

mediante la crucifixión de los líderes fariseos y de ochocientos de sus seguidores.

La esposa de Hircano, Salomé, tuvo una actitud más tolerante hacia los fariseos

durante su reinado (78–69 a.C.), pero los fariseos y los saduceos nunca se perdonaron

este episodio sangriento.

C. Los esenios: los justos radicales. Los esenios también emergieron del

movimiento piadoso de los asideos. Josefo nos dice que había dos grupos de esenios

(Guerras, libro II, capítulo VIII; sección 2), mientras Hipólito, obispo del siglo tercero,

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dice que había cuatro grupos de esenios (vea su obra Refutación de todas las

herejías). Pudo haber habido aún más.

La palabra esenio viene de un término hebreo que significa piadoso o santo.

Aunque los demás judíos los distinguían con este nombre, probablemente los esenios

mismos rechazaran tal título. No pensaban que eran especialmente santos ni

piadosos; pero se consideraban como los guardianes de las misteriosas verdades que

gobernarían la vida de Israel cuando apareciera el Mesías.

La mayoría de los eruditos creen que unos documentos que se hallaron en una

sinagoga de El Cairo alrededor de 1896, llamados Documentos de Sadoc, fueron

escritos por un grupo de esenios. Estos documentos describen la lucha final entre el

bien y el mal que prepararía el camino para el Mesías.

Los esenios planificaron mantener este tipo de información en secreto hasta el

tiempo apropiado. Probablemente se identificaran a sí mismos con los maskilim,

término hebreo que se podría traducir los entendidos, de quienes el profeta Daniel

había dicho que guiarían a los judíos en su tiempo de perturbación (Daniel 11:33;

12:9, 10).

La mayoría de los esenios vivían en comunidades situadas en zonas remotas del

desierto. Otros vivían en un barrio de Jerusalén; e incluso había hasta una “Puerta de

los esenios”. Practicaban complicados ritos para purificarse, sica y espiritualmente.

Su escritos (es decir, los rollos del mar Muerto, que la mayoría de los eruditos

consideran que son esenios) demuestran que ellos tenían mucho cuidado de no

dejarse corromper por la sociedad que los rodeaba, con la esperanza de que Dios

honraría su fidelidad. Llamaban a su líder “el Maestro de justicia”.

Los rollos del mar Muerto no identifican a las personas que vivieron en la

comunidad de Qumran, donde se escribieron dichos rollos; pero Plinio, el historiador

romano, dice que esta región fue la sede de la secta de los esenios.

En 1947, un joven pastor beduino lanzó una piedra hacia una cueva en Khirbet

Qumrán (lugar situado en la costa noroeste del mar Muerto), y oyó que se quebraba

una jarra de arcilla. El muchacho entró en la cueva y halló varias jarras que contenían

antiguos manuscritos. Los eruditos los identificaron como el libro de Isaías, un

comentario sobre Habacuc, y varios documentos que contenían las enseñanzas de la

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secta de Qumrán. Con el correr del tiempo, hallaron once cuevas que contenían rollos

y fragmentos antiguos. En estas cuevas había fragmentos o copias de todos los libros

del Antiguo Testamento, excepto Ester. La mayor parte de los manuscritos datan de

la época de los macabeos. Este descubrimiento despertó el interés de los

arqueólogos en las ruinas de Khirbet Qumrán en sí, donde hallaron una gran sala

dedicada a la copia de manuscritos.

Los eruditos aún debaten si los habitantes de Qumrán eran realmente esenios,

puesto que sus escritos no están de acuerdo en varios puntos con conocidas

enseñanzas esenias. Algunos creen que los fariseos que huyeron de la ira de Janneo

(88 a.C.) se establecieron en Qumrán. (Un comentario sobre el libro de Nahum, que

se halló en Qumrán, parece referirse al estilo de vida de los fariseos.) Ahora bien, si

los habitantes de Qumrán eran sencillamente otro grupo de esenios que se dividió,

eso explicaría su ocasional apartamiento de la corriente principal de las enseñanzas

esenias.

La colonia judía de Elefantina

“En aquel tiempo habrá altar para Jehová en medio de la tierra de

Egipto, y monumento a Jehová junto a su frontera” (Isaías 19:19). Esta

profecía se cumplid, por lo menos en parte, cuando los soldados que

marchaban bajo el estandarte del rey Asurbanipal de Asiria tomaron por

asalto a Egipto en el 663 a.C. Entre las tropas asirias había centenares de

judíos mercenarios; soldados que eran conocidos por su valentía y por

su lealtad al Dios vivo.

Estos hombres disfrutaban de la mayoría de las libertades de la vida

civil. Se casaban, tenían familia y participaban de la política local y los

negocios. Con el tiempo, algunos de ellos llegaron a ser prominentes

comerciantes, que participaban en el negocio del marfil, el que dio su

nombre a Elefantina.

Su número aumentó grandemente en el 587 a.C., cuando

Nabucodonosor asoló a Jerusalén después de una revuelta que se

produjo allí, y llevó a sus habitantes hacia el exilio. Durante este

lamentable período, muchos judíos huyeron a Egipto, y unos cuantos de

ellos se sintieron felices al hallar que una próspera comunidad judía los

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aguardaba en Elefantina. En aquellos momentos había incluso un

magnífico templo en la ciudad de la isla.

El templo había sido construido alrededor del año 600, y había

costado mucho. Era un edifido impresionante, que tenía inmensas

columnas de piedra y cinco puertas con goznes de bronce. Adentro

estaban guardados unos tazones de oro y plata. Estos eran sólo para ser

usadas en la adoración a Jehová.

Aunque Jehová continuaba siendo supremo en la adoradón de los

judíos egipdos, sin embargo llegó a ser considerado como uno de los

muchos dioses. En realidad, creían que las diosas Eshembethel y Anath-

bethel compartían el templo con El. Se supone que las consideraban

como esposas de El; es probable que la introducción de éstas en la

adoración surgiera de las propias mezclas matrimoniales de los judíos

con la población local.

El templo de Elefantina fue destruido en el 410 a.C. por los sacerdotes

del dios Khnum. Los judíos apelaron a Jerusalén para que les ayudaran a

reconstruirlo, pero se sorprendieron por la reprensión que recibieron.

Los sacerdotes de Jerusalén consideraban la existencia de un segundo

templo como algo rayano en la blasfemia. A pesar de la ausencia del

templo, la comunidad judía de Elefantina prosperó hasta poco después

de los tiempos de Cristo. Con la difusión del cristianismo, Elefantina

simplemente se desvaneció del mapa. La actual ciudad de Asuán fue

construida en su mayor parte con materiales tomados del sitio donde

estaba Elefantina.

Es interesante notar que las mujeres de Elefantina disfrutaban de una

condición mejor que en cualquier otra parte del mundo hebreo. Podían

divorciarse du sus maridos, por ejemplo, y podían negarse a casarse con

alguno. Estas prácticas eran inauditas en la mayor parte de la sociedad

judía de ese tiempo.

Los arqueólogos han descubierto docenas de papiros manuscritos en

Elefantina, los cuales constituyen valiosos indicadores de los cambios en

la escritura hebrea durante el período intertestamentario. Estos

manuscritos demuestran que los escritores judíos fueron fuertemente

influidos por las técnicas de los escribas arameos y (posteriormente) por

las de los griegos.

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D. Los zelotes. La invasión de Palestina por parte de Pompeyo en el 63 a.C.

destruyó las esperanzas judías de restaurar su propio gobierno, pero algunos grupos

insistieron obstinadamente en que los judíos tenían que repeler a los invasores

romanos. Estos “zelotes” trataron de promover la rebelión entre los judíos.

Los Herodes

La familia de los Herodes fue agente de Roma en el dominio de

Palestina durante los tiempos de Cristo y la fundación de la Iglesia

cristiana. Esta familia reinó con tiranía—ya menudo con violencia—

durante unos cien años.

La familia que sería conocida como herodiana, era idumea por

nacimiento. Idumea era una región situada al sur de Belén y de Jerusalén,

poblada por los edomitaa, antiguos judíos que se habían negado a

habitar en la tierra de Canaán. Juan Hircano I, el líder Macabeo, había

conquistado a los idumeos alrededor del 126 a.C., y los había obligado a

aceptar el judaismo ortodoxo. La familia de los Herodes gobernaba en

Idumea cuando la dinastía de los Macabeos comenzó a perder el

dominio sobre Palestina.

La familia de los macabeos había dirigido a los judíos en una lucha

heroica para librarse del dominio extranjero. Sin embargo, las intrigas

políticas y las envidias que había en la familia de los macabeos dejó el

estado judío muy debilitado, y lo convirtió en presa de Roma. El último

gobernante fuerte del linaje de los macabeos (que posteriormente se

llamaron asmoneos) fue

Alejandro Janneo. Cuando él murió (alrededor del 78 a.C.), le dejó el

reino a su viuda, Alejandra Salomé. Esta nombró sumo sacerdote a su

hijo mayor, Juan Hircano II, y tenía la esperanza de prepararlo para el

trono, pero ella se enfermó de repente y murió, y Aristóbulo, su hijo

menor, se proclamó rey. Los Herodes aprovecharon esta situación

confusa.

Antípater I de Idumea, padre de Herodes el Grande, era sagaz, rico y

ambicioso. Se alió con Juan Hircano II en un esfuerzo por derrocar a

Aristóbulo. Atrajeron a los romanos a la lucha, y ganaron. Antipáter

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volvió a instalar a Hircano II como sumo sacerdote, y Julio César nombró

posteriormente a Antipáter como gobernador de Judea.

Antipáter dio a dos de sus hijos posiciones en el gobierno: Fasael fue

nombrado prefecto de Jerusalén y Herodes fue gobernador de Galilea.

Herodes (“el Grande”) en inteligente, de personalidad muy arráyente y

muy capaz en la política. Como su padre, era muy ambicioso. Sin

embargo, el sanedrín (el concilio legal de los judíos) se volvió contra el

joven gobernante cuando éste ejecutó a algunos judíos sin

consentimiento oficial; de hecho, pidió la pena de muerte para él.

Herodes apeló al gobernador romano de Siria, quien declaró sin lugar las

acusaciones de los judíos y extendió la gobernacion de Herodes a Coele-

Siria y a Samaría.

Cuando Casio, uno de los asesinos de Julio César, se convirtió en

gobernante del sector oriental del imperio romano, Herodes y su padre

Antípater colaboraron con él totalmente. Muchos grupos judíos se

opusieron al gobierno de ellos, y Antípater murió envenenado en el 43

a.C., precisamente después de pagar un gran impuesto a Casio.

Luego asumió el control de las provincias orientales Marco Antonio,

y los líderes judíos clamaron para denunciar a Herodes como un tirano.

No obstante, Antonio confirmó a Herodes y a Fasael como tetrarcas (es

decir, cada uno gobernador de una cuartal parte de la región) de Judea.

En el 40 a.C., Antígono, un líder asmoneo (nieto de Juan Hircano I),

expulsó a Herodes del poder, y fue proclamado rey de Judea. Ordenó a

sus hombres que le cortaran las orejas a Hircano II, a fin de que no

pudiera seguir siendo sumo sacerdote. (Era ilegal que una persona

mutilada sirviera como sacerdote.) Herodes acudió a Antonio en busca

de ayuda. Octavio y Antonio aconsejaron al senado romano que

escogiera a Herodes como rey de los judíos; pero Herodes necesitó tres

años de dura lucha para volver a ganar el reino. Desde entonces hasta su

muerte, que ocurrió 33 años más tarde, Herodes gobernó como aliado

real de Roma.

Cuando Octavio derrotó a Antonio y a Cleopatra en Accio en el 31

a.C., Herodes sometió con sabiduría el reino a su nuevo señor. Octavio

confirmó a Herodes como rey de Judea y agregó aún más territorio a su

dominio.

Herodes el Grande se casó con diez mujeres en total: Doris,

Mariamne I, Mariamne II, Malhace, Cleopatra, Pallas, Fedra, Elpis, y otras

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dos cuyos nombres son desconoddos (en ese orden). Entre todas ellas le

dieron por lo menos quince hijos.

Se divorció de Doris a fin de casarse con Mariamne (conocida

históricamente como Mariamne I). Ella era de la familia de los asmoneos,

y Herodes tenia la esperanza de lograr derto nivel político por medio de

este matrimonio. Con el tiempo, les ordenó a sus hombres que

ejecutaran a Mariamne I y al abuelo de ella, Juan Hircano II. Al hacer esto,

exterminó la familia de los asmoneos.

Herodes el Grande trató de ganarse el favor de los judíos,

reconstruyendo el templo de ellos con gran esplendidez. Sin embargo,

también hizo templos dedicados a los dioses paganos. El pueblo judío

estaba resentido por los antepasados idumeos de Herodes y por su

matrimonio con Maltace, que era samaritana.

Los últimos años de la vida de Herodes fueron desconsoladores y

llenos de dolor; se fue deteriorando mental y sicamente. Su loca envidia

hizo que ordenara ejecutar a muchos. Tres de sus hijos: Antípater II,

Alejandro y Aristóbulo I, cayeron entre las víctimas.

La muerte de Herodes en el 4 a.C. trajo una nueva era para Judea. Precisamente

antes de su muerte, Herodes le dio formalmente poder al emperador romano para

que supervisara su reino. (Roma había sido la que realmente dominaba a Palestina

desde el momento en que fue depuesto Aristóbulo, en el 63 a.C.; pero ahora podía

ejercer más directamente su dominio.) En su testamento, Herodes el Grande

dividió su reino entre tres de sus hijos. Arquelao recibió Judea, Samaría e Idumea;

Antipas II recibió Galilea y Perea; y Herodes Felipe II recibió los territorios

nororientales.

Herodes Arquelao reinó “en lugar de Herodes su padre” (Mateo

2:22), aunque sin el título de rey. Era el hijo mayor de Herodes y Maltace,

y tenía la peor reputación entre todos los hijos de Herodes. Hizo airar a

los judíos al casarse con Glafira, la viuda de su medio-hermano

Alejandro. Los rivales judíos y samaritanos enviaron una delegación

unida a Roma, y amenazaron con promover una revuelta si Arquelao no

era destituido. En consecuencia, fue depuesto y desterrado en el 6 d.C.

Entonces Judea se convirtió en provincia romana, y era administrada por

gobernadores designados por el emperador.

Herodes Antipas II fue el hijo menor de Herodes y Maltace. Los

evangelios lo describen como un hombre completamente inmoral. Se

divorció de su esposa para casarse con Herodias, la mujer de su medio-

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127

hermano Herodes Felipe I. Como Herodías era también sobrina de él, la

unión de ellos era indudablemente pecaminosa. Encarceló a Juan el

Bautista por denunciar este matrimonio (Marcos 6:17, 18). Herodias

aprovechó por completo la promesa que su marido le había hecho a su

hija (posiblemente Salomé II), de darle cualquier cosa que ella quisiera

(Marcos 6:19–28). La joven pidió la cabeza de Juan el Bautista en una

bandeja, así que Antipas lo hizo ejecutar. Sin embargo, Herodes Antipas

II fue el más capaz de los hijos de Herodes; en el 22 d.C. construyó la

ciudad de Tiberias, a orillas del mar de Galilea. El emperador Caligula lo

desterró en el 39 d.C., después que Herodes Agripa I lo acusó de rebelión

contra Roma.

Herodes Felipe II fue distinto al resto del clan herodiano, pues era

pausado, moderado y justo. Reinó durante 37 años como “tetrarca de

Iturea y de la provincia de Traconite” (Lucas 3:1). Se casó con Salomé II,

hija de Herodes Felipe I, su medio hermano.

Herodes Agripa I fue hijo de Aristóbulo I y nieto de Herodes el Grande.

El emperador Calígula le dio el título de rey en el 37 d.C. Sus territorios

se hallaban al nordeste de Palestina. Cuando fue desterrado Antipas II

en el 39 d.C., se anexaron al reino de Agripa I los territorios de Galilea y

Perea. Posteriormente, el emperador Claudio extendió el territorio de

Agripa, al concederle Judea y Samaria en el 41 d.C. Agripa I mató al

apóstol Jacobo y persiguió a la Iglesia primitiva. Por causa de su

arrogancia, Dios le quitó la vida (Hechos 12). Entre sus hijos se nombran

los siguientes: Berenice II, Herodes Agripa II y Drusila (quien se casó con

Félix, el gobernador romano de Judea; vea Hechos 24:24).

El emperador Claudio le dio a Herodes Agripa II el titulo de rey. Sus

territorios estaban al norte y al nordeste de Palestina; estos territorios

le fueron aumentados por el emperador Nerón en el 56 d.C. Su relación

incestuosa con su hermana Berenice II fue un escándalo entre los judíos.

El Nuevo Testamento menciona el hecho de que él y Berenice oyeron a

Pablo (Hechos 25:13–26:32). Instó a sus compatriotas a permanecer

leales a Roma durante las revueltas judías. Cuando cayó la nación, él se

marchó a Roma, donde murió alrededor del año 100 d.C.

Herodes Felipe I fue el hijo de Herodes el Grande y de Mariamne II.

Durante algún tiempo estuvo incluido en el testamento de Herodes; pero

el rey revocó posteriormente esta concesión. Felipe quedó como un

ciudadano particular, y la historia de su vida no está clara. Su esposa

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128

Herodias lo abandonó para ir a vivir con su medio-hermano Antipas II

(vea Marcos 6:17,

18).

Cristo, los apóstoles y los primeros cristianos vivieron durante los

turbulentos días de los Herodes. Aunque éstos construyeron muchos

edificios espléndidos y fortalecieron a Judea en el sentido militar, el

veredicto de sus súbditos fue que ellos eran culpables en máximo grado

de opresión, de tiranía y de imponerles cargas.

El zelote mejor conocido fue Judas el Galileo (Hechos 5:37). Cuando Augusto

decretó que “todo el mundo fuese empadronado” (Lucas 2:1), Judas dirigió contra

los romanos una revuelta que tuvo mal fin. Josefo observó que éste fue el comienzo

de los conflictos de los judíos con el imperio romano, los cuales terminaron con la

destrucción del templo en el 70 d.C. (Antigüedades, libro VIII, capítulo VIII).

A Judas y sus seguidores les molestaba todo control extranjero de su gobierno. Es

posible que su forma de pensar inspirara la pregunta que uno de los fariseos le hizo

a Jesús: “¿Es lícito dar tributo a César, o no?” (Marcos 12:14).

Durante el tiempo en que Félix gobernó como procurador de Judea (52–60 d.C.),

los zelotes formaron un grupo radical que se conoció con el nombre de sicarii (los

que usan daga). Los sicarii circulaban entre las multitudes durante las fiestas y

mataban a los simpatizantes de Roma con dagas que escondían en la ropa.

Durante la guerra contra Roma (66–70 d.C.), los sicarü escaparon a la antigua

fortaleza judía de Masada y la convirtieron en su centro de operaciones. Dos años

después de la caída de Jerusalén, una legión romana puso sitio a Masada. En vez de

morir en las manos de los gentiles, los sicarii se suicidaron y mataron a sus familias:

un total de novecientas sesenta personas.

E. Los herodianos. Durante la era romana emergió otra facción judía, la de los

herodianos. Eran un grupo político que incluía a judíos de varías sectas religiosas.

Respaldaban a la dinastía de Herodes el Grande; de hecho, parece que preferían el

gobierno opresor de Herodes, que era local, a la supervisión extranjera de los

romanos. Los herodianos son mencionados tres veces en el Nuevo Testamento

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129

(Mateo 22:16; Marcos 3:6; 12:13); pero ninguno de estos pasajes nos ofrece una clara

imagen de lo que creían los herodianos

Algunos eruditos creen que pensaban que Herodes era el Mesías, pero no hay

fuertes evidencias que apoyen esta teoría.

F. Los samaritanos. Los samaritanos eran descendientes de los judíos que

permanecieron en Palestina después que los asirios derrotaron a Israel.

Procedían de matrimonios mixtos entre judíos y colonos asirios que se establecieron

en la Tierra Prometida, de modo que su misma existencia era una violación de la Ley

de Dios.

Adoraban a Dios en el monte Gerizim, donde construyeron su propio templo y

sacrificaban animales. Los samaritanos eran despreciados por los judíos que

regresaron del exilio. Los llamaban “el pueblo nedo que mora en Siquem”

(Eclesiástico 50:25, 26). En el 128 a.C., Juan Hircano destruyó el templo del monte

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130

Gerizim. Desde aquel momento, judíos y samaritanos no se reladonaban entre sí (vea

Juan 4:9).

En algunos sentidos, Jesús también estaba apartado de los samaritanos. El les dijo

a sus discipulos que se mantuvieran retirados de los gentiles y de las ciudades de

Samaria (Mateo 10:5–7). Declaró indebida la práctica samaritana de adorar sólo en

el monte Gerizim (Juan 4:19–24). Sin embargo, estuvo dispuesto a visitar una aldea

samaritana (Lucas 9:52), y hablar con una mujer samaritana (Juan 4:7–42). Su

parábola sobre el buen samaritano sugiere que en su criterio, los samaritanos podían

ser más fieles a la Ley que los mismos judíos (Lucas 10:25–37). Cuando sanó a los diez

leprosos, un leproso samaritano fue el único que regresó para darle las gracias (Lucas

17:11–19), y cuando Jesús comisionó a sus discípulos para predicar el Evangelio, los

envió específicamente a la tierra de Samaria (Hechos 1:8).

G. Los seguidores de Juan el Bautista. Juan el Bautista nació de una anciana

pareja, de la familia sacerdotal de Aarón. Algunos eruditos creen que se fue al

desierto a vivir con los esenios cuando sus padres murieron (vea Lucas 1:80).

También es probable que sus padres lo hubieran llevado al desierto para que

escapara de la matanza de los niños pequeños ordenada por Herodes (Mateo 2:16).

De cualquier modo, los esenios pueden haber influido en la familia de Juan.

El Bautista proclamó que el Mesías estaba a punto de aparecer en Israel, y exhortó

al pueblo a prepararse para recibir al Redentor que venía. Esto atrajo la atención del

pueblo común; y acudían a Juan para ser bautizados, pero Herodes tenía temor de

que Juan estuviera tratando de inspirar una rebelión (Josefo, Antigüedades, libro

XVIII, capítulo V, sección 2).

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Tetradracma de Barcoqueba. Después de la caída de Jerusalén en el 70 d.C., muchos grupos de

judíos continuaron luchando contra los romanos, ayudándose entre sí para volver a lograr la

independencia. Simón Barcoqueba se proclamó a sí mismo como el Mesías y declaró la

independencia de Judea. Esta moneda macabea muestra la fachada del templo y tiene una

leyenda que dice Simeón; es decir, Simón (Barcoqueba). Este se apoderó de Jerusalén en el 132

d.C., pero los romanos volvieron a tomar la ciudad y aplastaron la rebelión en el 135 d.C. La tierra

fue profanada y saqueada; los judíos fueron torturados, asesinados o vendidos como esclavos en

el mercado libre, y el sitio donde estaba el templo fue arado. Desde entonces, Jerusalén sería una

ciudad cada vez más gentil.

Las enseñanzas de Juan parecían en verdad revolucionarias. Amonestaba a sus

seguidores para que compartieran su comida y su ropa (Lucas 3:11). Condenó el

matrimonio de Herodes con su cuñada, puesto que el hermano de él aún estava vivo.

No tuvo miedo de desafiar el statu quo político. Finalmente, fue ejecutado por

órdenes de Herodes Antipas.

Muchos de los seguidores de Juan creyeron que él mismo era el Mesías. Aunque

no formaron una secta en el sentido más estricto de la palabra, constituyeron un

importante movimiento religioso de la época de Jesús. En el Cercano Oriente

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132

moderno hay una pequeña secta, los mandeos, los cuales afirman ser descendientes

de estos seguidores de Juan el Bautista.

La respuesta de Cristo a las sectas

En el siglo primero, las sectas de Israel habían cambiado la personalidad de la fe

judía. La senda recta y estrecha que Dios había colocado delante de Israel, se había

convertido en un camino ancho hacia el misticismo oriental, hacia el humanismo

griego y hacia las tradiciones rituales. Jesús trató de poner en orden la confusión de

las sectas judías. Pasó mucho tiempo respondiendo a las extraviadas ideas de estos

grupos. Se enfrentó a estas fuentes tradicionales de autoridad con un conocimiento

más verdadero de la Ley. Le presentó a Israel la salvación y el amor de Dios, junto con

su autoridad. Se enfrentó a la justicia que proclamaba de sí mismo cada uno de estos

grupos, declarando que todos los miembros de las sectas eran pecadores.

Jesús dijo que la justicia de una persona debía superar a la de los fariseos (Mateo

5:20). Les advirtió a sus discípulos: “Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y

de los saduceos” (Mateo 16:6). Denunció a los escribas y a los fariseos por su

hipocresía y su autojustificación (Mateo 23:1–36). Especialmente reprendió a los

fariseos por sus métodos superficiales de observar el día de reposo (Marcos 2:23–

3:6).

Una y otra vez, desafió a las autoridades religiosas de sus días. Dijo que no había

venido a abrogar la Ley, sino a cumplirla; con lo cual sugirió que los fariseos y los

saduceos ya habían intentado abolir la Ley mediante sus interpretaciones.

El Nuevo Testamento nunca nos presenta a Jesús en el momento de hablar

directamente con esenios, pero es probable que el propio sistema de autoridad de

ellos hubiera desplazado la autoridad de Dios y del Mesías venidero, tal como había

ocurrido con las demás sectas judías. Los esenios necesitaban oír el mensaje de

verdad de Jesús; no lo necesitaban menos que los demás judíos.

6

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133

información procedente del siglo primero, sobre la vida de Jesús. Casi no se hace

mención de El en la literatura judía y romana de aquel tiempo.

Flavio Josefo, historiador judío del primer siglo, escribió un libro sobre la historia

del judaísmo, en el cual intentó demostrar a los romanos que el judaísmo en realidad

no estaba muy distante del sistema de vida griego y romano. En él escribió:

“Ahora bien, por esa época vivió Jesús, un hombre sabio, si es legítimo llamarlo

hombre, pues fue un hacedor de maravillas, un maestro de aquellos hombres que

reciben la verdad con placer. Atrajo a muchos, tanto judíos como gentiles. El era (el)

Cristo. Cuando Pilato, por sugerencia de los principales de entre nosotros, lo condenó

a la cruz, los que lo amaron al principio no lo abandonaron; pues él se les volvió a

aparecer vivo al tercer día, en conformidad con las cosas divinas relacionadas con él,

y la tribu de los cristianos, así llamados en nombre de él, no se ha extinguido hasta

hoy.”1

El biógrafo romano Suetonio escribió durante el gobierno de Nerón lo siguiente:

“(Nerón) castigó a los cristianos, una clase de hombres entregados a una nueva y

dañina superstición.”2

1 Flavio Josefo, Antigüedades de los judíos, libro XVII, capítulo III, sección 3. Algunos

eruditos piensan que los cristianos manipularon el relato de Josefo para presentar a Jesús

con una luz favorable. 2 Suetonio, Nero (Nerón). Nueva York: G. P. Putnam’s Son, 1935, pág. 111.

Un distinguido historiador del siglo segundo, Tácito, observó que Nerón intentó

echar la culpa del incendio de Roma a los cristianos. “Pero la perniciosa superstición,

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134

que fue reprimida por algún tiempo, volvió a irrumpir, no sólo en Judea, donde se

originó este mal, sino también en la ciudad de Roma …”2

El escritor romano Luciano despreciaba a los cristianos y describió a Cristo como

“el hombre que fue crucificado en Palestina por haber introducido este nuevo culto

en el mundo”.4

Tengamos en mente que estas observaciones respecto de Cristo y del cristianismo

procedían de hombres que se oponían al cristianismo y que no estaban bien

informados con respecto a él. Sin embargo nos indican que el cristianismo estaba

ampliamente difundido al principio del siglo segundo d.C., y que la existencia

histórica de Cristo era aceptada como un hecho, aun por los enemigos. Es obvio que

lo consideraban como un fanático religioso que había ganado más seguidores de los

que realmente merecía.

Belén. Esta pequeña ciudad, situada diez kilómetros al sur de Jerusalén, fue el lugar de nacimiento

de David y de Jesús. En el Antiguo Testamento, el profeta Miqueas habla predicho que el Mesías

nacería en ella (Miqueas 5:2).

2 Tácito, Annals (Anales). Nueva York: Harper and Brothers, 1858, pág. 423. 4

Luciano, e Passing of Peregrinus (El paso de los peregrinos). Londres: William

Hernemann, Ltd., 1936, págs. 13, 15.

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135

Los cuatro evangelios sólo son fuentes primarias de información acerca de

Jesucristo. No presentan una biogra a que abarque su vida, sino un cuadro de su

Persona y de su obra. Desde su nacimiento hasta sus treinta años de edad, casi no se

dice nada de El.

Incluso el relato sobre su ministerio no es exhaustivo. Gran parte de lo que Juan

sabía y vio, por ejemplo, quedó sin escribir (Juan 21:25). Lo que está escrito, algunas

veces se halla comprimido en unos pocos versículos. Todos los Evangelios dan un

relato considerablemente más amplio de los sucesos de la última semana de la vida

de Cristo, que de cualquier otra cosa.

Por el hecho de que cada escritor deseaba destacar un aspecto algo diferente de

la Persona y de la obra de Cristo, los relatos varían en detalles. Es evidente que los

autores originales seleccionaron los hechos que servían mejor a sus propósitos, y que

no siempre observaron un estricto orden cronológico. (Por lo general se supone que

Lucas se acerca más al orden real de los acontecimientos.) Los evangelios son más

interpretaciones que crónicas; pero no hay razón para dudar de que todo lo que dicen

es completamente cierto.

El relato sobre la vida de Jesús

Aunque cada Evangelio fue escrito para que se sostuviera por sus propios méritos,

los cuatro evangelios se pueden armonizar, para formar un solo relato sobre la vida

de Cristo. Jesús vivió en una sociedad judía, que se guiaba por el Antiguo Testamento

y que básicamente se hallaba bajo la influencia de la interpretación farisaica de la

Ley. (Vea el capítulo 5 de este libro: “Los judíos en los tiempos del Nuevo

Testamento.”)

Los judíos de la época de Jesús vivían en la expectación de grandes

acontecimientos. Estaban oprimidos por los romanos, pero también estaban

vigorosamente convencidos de que el Mesías vendría pronto. Los diversos grupos

pintaban al Mesías de manera diferente, pero casi ningún judío de ese tiempo vivía

sin esperanza de alguna clase. Algunos dentro de la nación tenían verdadera fe y

esperaban la venida de un Mesías que sería su Salvador espiritual; por ejemplo,

Zacarías y Elisabet, Simeón, Ana, José y María (Lucas 1:2; Mateo 1:18 y siguientes). A

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136

tales corazones eles vinieron los primeros impulsos del Espíritu, que los prepararon

para el nacimiento del verdadero Mesías de Dios, Jesucristo (Lucas 2:27, 36).

Alrededor del año 6 a.C., hacia el final del reinado de Herodes en Israel, el

sacerdote Zacarías estaba oficiando en el templo de Jerusalén. Se hallaba quemando

incienso en el altar durante la oración de la tarde cuando se le apareció un ángel,

quien le anunció el próximo nacimiento de su primer hijo, un varón. Este niño

prepararía el camino para el Mesías; el espíritu y el poder de Elías reposarían sobre

él (vea Lucas 3:3–6). Sus padres habrían de llamarlo Juan. Zacarías era un hombre

verdaderamente piadoso, pero para él fue di cil creer lo que oía, y en consecuencia

quedó mudo hasta que Elisabet (su esposa) dio a luz. El niño nació, fue circuncidado

y se le dio el nombre en conformidad con las instrucciones de Dios. Luego Zacarías

volvió a recibir su voz y alabó al Señor; este cántico de alabanza es llamado el

Benedictus (Lucas 1:5–25, 28–80).

Tres meses antes del nacimiento de Juan, el mismo ángel (Gabriel) se apareció a

María. Esta joven estaba comprometida con José, un carpintero descendiente del rey

David (vea Isaías 11:1). El ángel le dijo a María que ella concibiría un Hijo del Espíritu

Santo, y que su nombre sería Jesús. Para asombro suyo, María supo que, aunque ella

era virgen, tendría un hijo que sería el mismo Hijo de Dios y el Salvador de su pueblo

(Lucas 1:32–35; comparar con Mateo 1:21). Sin embargo, ella aceptó este mensaje

con gran mansedumbre, y se alegró por estar viviendo en conformidad con la

voluntad de Dios (Lucas 1:38).

Gabriel también le dijo que su prima Elisabet estaba encinta; y María se apresuró a

compartir este gozo común. Cuando se encontraron estas dos mujeres piadosas,

Elisabet saludó a María como la madre del Señor (Lucas 1:39–45). María también

prorrumpió en un cántico de alabanza (el Magníficat, Lucas 1:46–56). Después se

quedó tres meses con Elisabet antes de regresar a su hogar.

José, quien estaba desposado con María, se sintió totalmente sacudido por lo que

parecía ser el fruto de un pecado terrible por parte de María (Mateo 1:19). Decidió

dejarla secretamente. Luego, en un sueño, un ángel le explicó la situación, y le indicó

que se casara con su prometida, tal como lo tenían planeado.

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137

Jesús nació en Belén, pueblo al cual los recién casados habían sido llamados por

edicto del emperador Augusto César (Lucas 2:1). Fue así como se cumplió la profecía

de Miqueas 5:2.

De todas partes del imperio, los judíos tuvieron que regresar a las ciudades de sus

antepasados para ser inscritos a fin de imponerles contribuciones. Este censo se hizo

cuando Cirenio (Quirinius) fue gobernador de Siria por primera vez. Cuando María y

José llegaron a Belén, no pudieron hallar hospedaje sino en un establo (tal vez una

cueva que se usaba para albergar ganado). Allí nació el eterno Hijo de Dios. La madre

lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre. Poco después de su nacimiento,

unos pastores acudieron para ver al niño; mientras ellos atendían sus rebaños, los

ángeles les habían anunciado el nacimiento de Jesús. De otro modo, la humanidad

no se habría dado cuenta de este acontecimiento.

A. Los primeros años. Sabemos algo acerca de cinco sucesos que ocurrieron en la

niñez de Jesús. En primer lugar, en conformidad con la Ley judía, fue circuncidado y

se le puso nombre cuando cumplió ocho días de nacido (Lucas 2:21). Es significativo

el hecho de que el inmaculado Hijo de Dios se sometiera a este rito que lo obligaba a

obedecer el pacto divino y que lo identificaba con Israel, el pueblo de Dios.

En segundo lugar, Jesús fue presentado en el templo para sellar la circuncisión.

También fue “redimido” mediante el pago de una ofrenda de cinco siclos. María

ofreció, para su purificación, la ofrenda de los pobres (Levítico 12:8; comparar con

Lucas 2:24). En aquella circunstancia, dieron testimonio de la misión de Jesús dos

piadosos personajes: Simeón y Ana (Lucas 2:25–38).

En tercer lugar, en algún momento posterior, apareció en Jerusalén un grupo de

magos (tal vez sacerdotes y astrólogos babilonios), los cuales preguntaban: “Dónde

está el rey de los judíos, que ha nacido?” Ellos habían visto su estrella en el cielo

(Mateo 2:2). El cruel Herodes se alarmó de inmediato. Cuando los escribas le

informaron dónde decía la profecía que había de nacer el Mesías, él envió a los magos

a Belén, y les pidió que si hallaban al Mesías allí, regresaran. Afirmó que él también

quería adorarlo. Realmente, lo que quería era localizar al Cristo niño, a fin de poder

eliminar a otro rival más. Sin embargo, un ángel les dijo a los magos que no

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138

regresaran a Herodes. Antes que ellos llegaran a Belén, la estrella volvió a aparecer y

se posó sobre el lugar donde vivían Jesús y sus padres (Mateo 2:9).

En cuarto lugar, después que los magos se fueron, Dios le ordenó a José que

huyera a Egipto con su familia. Herodes había ordenado la ejecución de todos los

niños menores de dos años que hubiera en Belén y en sus alrededores. Pronto murió

Herodes, y Dios le indicó a José que regresara a Nazaret.

El quinto suceso fue el viaje de Jesús con sus padres al templo cuando tenía doce

años de edad (Lucas 2:41–52). Allí, en la Pascua, Probablemente se le hiciera entrar

en el atrio de los hombres por vez primera, presentándolo a los líderes religiosos. A

diferencia de sus compañeros, Jesús regresó al templo y continuó discutiendo con los

maestros religiosos (rabinos). Estaba tan absorto, que no supo que su familia se había

ido a casa. En medio de la confusión de un gran grupo de personas con las cuales

ellos habían viajado, los padres no se dieron cuenta de inmediato de que El estaba

ausente. Cuando descubrieron que no estaba con ellos, regresaron a Jerusalén y lo

hallaron en el templo. Cuando le preguntaron por qué se había quedado, El les dijo

que estaba en la casa y en los negocios de su Padre.

Sitio tradicional de las tentaciones de Jesús. Un antiguo monasterio ortodoxo griego parece

colgar del precipicio en Jebel Qarantal, el monte en que, según la tradición, fue tentado Jesús;

está situado al oeste de Jericó. Qarantal es una corrupción árabe de la palabra latina

quarantana—cuarentena, cuarenta días—; y se le dio tal nombre a este sitio para conmemorar

el ayuno de cuarenta días que observó Cristo allí cuando fue tentado (Mateo 4:1–11).

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139

La fecha de la Navidad

Hace casi dos mil años, en un campo cercano a Belén, los pastores

despertaron asombrados ante nubes tormentosas se dividieron y un

coro celestial prorrumpió en majestuoso canto. Un ángel proclamó:

“Estamos aquí para anunciar la primera Navidad, que de aquí en

adelante se celebrará en todo el mundo el 25 de diciembre.”

¿Es esto lo que sucedió? ¡Claro que no!

Lucas escribe que los ángeles sí anunciaron el nacimiento de “un

Salvador, que es Cristo el Señor”. Y es cierto que los pastores recibieron

estas noticias. ¿Pero se hizo alguna declaración relacionada con el 25 de

diciembre?

El hecho es que la Navidad, tal como la conocemos, es más bien una

innovación moderna. EL nacimiento de Cristo no se celebró hasta

después de haber transcurrido más de trescientos años. En esos años se

habían perdido los registros exactos del nacimiento (en caso de que haya

habido alguno). La Iglesia primitiva recordaba y celebraba la resurrección

de Cristo, que era más importante, pero actuó con lentitud en cuanto a

añadir la Navidad a su lista de fechas dignas de reconocimiento.

Lucas indica la época en que Cristo nació, al decir que Augusto era el

emperador de Roma. La historia romana indica que Augusto nació 691

años después de la fundación de la ciudad de Roma. En Lucas 2 se nos

dice, además, que Cirenio era el gobernador de Siria. Otra vez, gracias al

exhaustivo registro romano de nombres y sucesos, los historiadores han

determinado cuál fue el censo que menciona Lucas. Estos datos tienen

pequeñas discrepancias; sin embargo, la historia secular nos ofrece el

año casi exacto del nacimiento de Cristo.

Ahora bien, ¿cuál fue el mes? ¿Cuál fue el día? El invierno es húmedo

y frió en Judea. No es probable que los pastores hubieran pasado una

noche de diciembre en el campo abierto, sometidos a la lluvia y al viento.

Es más probable que Cristo naciera en la estación de primavera, en que

paren las ovejas, cuando las noches son tibias, y los pastores habrían

necesitado estar despiertos para atender a las ovejas.

Entonces, ¿por qué hemos celebrado el nacimiento de Cristo el

25 de diciembre? Había una ruidosa fiesta pagana llamada Natalis Invicti,

que celebraban los romanos el 25 de diciembre, cuando el sol se hallaba

en su solsticio de invierno. Los adoradores del dios romano del sol,

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140

inducían entusiastas a sus amigos cristianos a festejar con ellos. En el 386

d.C., los líderes de la Iglesia establecieron La celebración de la Venida de

Cristo; para que los cristianos pudieran unirse a las actividades de la

fiesta, sin inclinarse al paganismo.

Después que se disolvió el imperio romano, los cristianos continuaron

la costumbre de celebrar el 25 de diciembre su nacimiento. En aquellos

tiempos, el 25 de diciembre parecía más adecuado que cualquier otra

fecha.

Las Escrituras dicen que durante su juventud, “Jesús crecía en sabiduría y en

estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52).

Juan el Bautista, el hijo de Elisabet y primo hermano de Jesús, habría de preparar

el camino para el ministerio de Jesús. Era conocido como “el Bautista” porque les

predicaba a sus compatriotas judíos que debían arrepentirse y ser bautizados. Juan

era nazareo (alguien que prometía negarse a sí mismo y a los lujos de la sociedad y a

las comodidades humanas para demostrar su amor hacia Dios). Cuando Jesús tenía

unos treinta años, fue a encontrarse con Juan para ser bautizado. Sin embargo, El no

se arrepintió de ningún pecado, pues no tenía ninguno; se identificó con los

pecadores a fin de llevar el pecado de ellos. Cuando Jesús salía del agua, el Espíritu

Santo descendió visiblemente sobre El en forma de una paloma. Por lo menos Jesús

y Juan (y tal vez también los que los observaban) oyeron la voz de Dios, cuando le

manifestaba su aprobación a Jesús (Mateo 3:13–17; Marcos 1:9–11; Lucas 3:21, 22;

Juan 1:32, 33).

El Espíritu Santo llevó a Jesús de inmediato al desierto para que se enfrentara a

las tentaciones del diablo (Mateo 4:1–11; Marcos 1:12, 13; Lucas 4:1–13). Jesús

estuvo solo con su Padre y con el Espíritu Santo mientras ayunó, pero el diablo

también estaba allí, y lo tentó a (1) satisfacer su propia hambre, con lo que

demostraría desconfianza en el Padre; (2) tomar el dominio del mundo antes que el

Padre se lo diera; y (3) probar a Dios para ver si El lo salvaba de un peligro en el cual

se hubiera metido él mismo para satisfacer su propio capricho.

B. Comienzo de su ministerio en Judea. Sólo el Evangelio según Juan describe

este período de la vida de Jesús. Juan relata primero la relación entre Cristo y Juan el

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Bautista. Juan el Bautista les dijo a los delegados que le enviaron las más altas

autoridades religiosas que él no era el Mesías, aunque les indicó que el Mesías estaba

presente (Juan 1:19–27). El siguiente día, al ver que Jesús se aproximaba, lo distinguió

como el Mesías (Juan 1:30–34). Dijo: “He aquí el Cordero de Dios …” con lo cual

indicaba que sus propios discípulos debían seguir a Jesús (Juan 1:35–37).

Este comenzó a reunir sus propios discípulos (Juan 1:38–51). Como resultado del

testimonio de Juan el Bautista, Juan y Andrés lo siguieron. Pedro se convirtió en

seguidor de Cristo como resultado del testimonio de su hermano. El cuarto

seguidor, Felipe, cuando Jesús lo llamó, obedeció inmediatamente. Felipe trajo a

Natanael (Bartolomé) ante Cristo, y cuando éste le demostró que El conocía sus

pensamientos más profundos, Natanael también se unió al grupo.

Pronto viajó Jesús a Galilea. En una fiesta de bodas que se realizó en Caná,

convirtió el agua en vino (el primer milagro suyo que se registra). Este acto les reveló

a sus discípulos la autoridad que tenía sobre la naturaleza. Después de un breve

ministerio en Capernaum, Jesús y sus seguidores fueron a Jerusalén para celebrar la

Pascua. Allí declaró públicamente su autoridad sobre la adoración de los hombres al

purificar el templo.3 En esta circunstancia, Jesús se refirió a su propia muerte y a su

resurrección: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Juan 2:19).

Uno de los líderes judíos, un fariseo llamado Nicodemo, acudió a Jesús de noche

para preguntarle acerca de las cosas espirituales. La bien conocida conversación

entre ellos se centró en la necesidad de nacer de nuevo (Juan 3).

En los seis meses siguientes hallamos a Jesús realizando su ministerio fuera de

Jerusalén, pero aún en Judea, donde también estaba trabajando Juan el Bautista.

Poco a poco, la gente fue abandonando a Juan para seguir a Jesús. Esto molestó a los

discípulos de Juan, pero no molestó al mismo Juan; sin duda alguna, él se regocijó al

ver que el Mesías ganaba la atención (Juan 3:27–30).

3 En este punto, el relato de Juan parece no concordar con los evangelios sinópticos, los

cuales dicen que Jesús purificó el templo al final de su ministerio. Algunos eruditos creen

que lo hizo en ambas ocasiones. Otros piensan que Juan relata el suceso en un orden

diferente para destacar la autoridad de Jesús.

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142

Hacia el final de estos seis meses, el Bautista fue encarcelado, por haber

denunciado a Herodes Antipas por haber tomado éste la mujer de Felipe su hermano

(Mateo 14:3–5).

Tal vez el encarcelamiento de Juan impulsó a Jesús para que fuera a Galilea a

desarrollar su ministerio. Comoquiera que fuese, se marchó hacia allí. En el camino,

habló con una mujer samaritana que encontró en un pozo. Esta mujer y algunos de

los hombres del pueblo de ella aceptaron a Jesús como el verdadero Mesías y

Salvador. Esto fue algo sumamente notable (Juan 4:1–42). (Vea el tema sobre el odio

entre los samaritanos y los judíos en el capítulo 5 de este libro: “Los judíos en los

tiempos del Nuevo Testamento”.)

C. El ministerio en Galilea. La primera parada de Jesús en su regreso a

Galilea fue Caná. Allí sanó al hijo de un noble. El fervor del noble persuadió a Jesús

de que le concediera esta petición (Juan 4:45–54). En Nazaret, fue al culto de la

sinagoga en el día de reposo. Allí se le pidió que leyera (en hebreo) y explicara (tal

vez en arameo) una porción de las Escrituras. Al principio, sus parientes y vecinos se

sintieron complacidos, pero cuando comprendieron que El se estaba proclamando

como Mesías, se airaron. Lo llevaron fuera de la ciudad para lanzarlo por un precipio,

pero Jesús “pasó por en medio de ellos, y se fue” (Lucas 4:30).

Luego fue a Capernaum. Parece que este pueblo fue su centro de operaciones

(vea Mateo 9:11). Allí llamó oficialmente para que viajaran con El a los discípulos

Pedro, Andrés, Jacobo y Juan. Parece que éstos habían regresado a sus hogares y

ocupaciones. Jesús enseñaba en la sinagoga cada sábado, y allí sanó a un

endemoniado. También sanó a la suegra de Pedro (Mateo 8:14, 15; Marcos 1:29–31;

Lucas 4:38; comparar con 1 Corintios 9:5). En seguida se reunió una multitud de

enfermos, “y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba” (Lucas

4:40).

En la siguiente etapa del ministerio de Jesús, vemos que adquirió gran

popularidad entre el pueblo. Ahora, la misión principal de Jesús era la de enseñar, así

que dio la espalda a los que querían mantenerlo encadenado a un solo aspecto de su

ministerio: el de sanar (Lucas 4:42–44; comparar con Marcos 1:35, 37). El pueblo

aclamó sus milagros y su enseñanza. Un milagro típico de su obra en esta región fue

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143

la sanidad de un leproso (Lucas 5:12–15; comparar con Marcos 1:40–45). Este

incidente puso de manifiesto la sumisión de Jesús a la Ley, su compasión hacia los

hombres y el interés que tenía en llevarlos a la salvación. (Le mandó al leproso que

hiciera el largo viaje hasta Jerusalén y se presentara en el templo para que cumpliera

con la purificación prescrita, y de ese modo se sometiera a Dios.)

Al regresar a Capernaum, Jesús demostró su autoridad para perdonar pecados al

curar a un paralítico y llamar a Mateo, un cobrador de impuestos muy odiado, para

que fuera su discípulo (Lucas 5:16–29). Mateo respondió inmediatamente. Durante

la fiesta que hubo en la casa de Mateo, los escribas y los fariseos criticaron a Jesús y

a sus discípulos porque estaban banqueteando. Jesús respondió que ellos se

regocijaban por la presencia del Mesías, y que no estaban simplemente gozando de

la comida y la bebida. Aludió a su muerte y a la lamentación que la acompañaría, pero

prometió que la lamentación sería breve, pues el espíritu del Evangelio no podría

confinarse a los “odres viejos” del legalismo judío (Lucas 5:30–39).

Durante este período, Jesús comenzó a enfrentarse a una creciente hostilidad de

parte de los altos funcionarios judíos. Mientras estaba en Jerusalén para asistir a una

de las fiestas anuales, fue atacado por haber sanado a un paralítico en día de reposo

(Juan 5:1–16). De este modo, afirmó su autoridad sobre el día de reposo, y los judíos

entendieron de inmediato que ésta era una afirmación de autoridad divina. Jesús dijo

que El conocía la mente de Dios, que juzgaría el pecado y que resucitaba a los

muertos. Sus críticos señalaron que sólo Dios puede hacer tales cosas.

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144

Inscripción de Pilato. Esta inscripción, descubierta en 1961 en las ruinas del teatro romano de

Cesarea, menciona los nombres del emperador Tiberio y de Pondo Pilato, quien fue gobernador

de Judea del 26 al 36 d.C. La inscripdón más reciente de esta piedra es la siguiente: “En honor a

Julio Tiberio/Marcos Poncio Pilato/prefecto de Judea.”

Al regresar a Galilea, continuó la controversia sobre el día de reposo, pues

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145

Jesús defendió a sus discípulos por el hecho de recoger espigas en día de reposo.

Finalmente, afirmó ser el Señor de ese día. Las autoridades religiosas de los judíos

comenzaron a conspirar para destruirlo (Mateo 12:1–14; Marcos 2:23–3:6; Lucas

6:1–11).

Ahora Jesús escogió a doce de sus discípulos, quienes habrían de llevar adelante

de manera oficial su ministerio. La selección de los doce inauguró un nuevo período

en el ministerio de Cristo, que comenzó con nuestra versión del gran Sermón del

Monte. Jesús predicó este mensaje—llamado también el Sermón del Llano—cuando

descendió del monte con sus discípulos recién elegidos (Lucas 6:20–49; comparar con

Mateo 5:1–6:29).

Ahora leemos varios incidentes entrelazados. Tal vez el mismo día en que predicó

el Sermón del Monte, Jesús sanó al siervo del centurión. Este centurión, un soldado

romano, simpatizaba con la religión judía (Lucas 7:5) y aceptó abiertamente a Jesús

como el verdadero Mesías. El siervo fue curado “en aquella misma hora” en que el

centurión hizo su petición (Mateo 8:5–13; comparar con Lucas 7:1–10).

En Capernaum, pueblo situado tal vez como a unos 11 kilómetros del lugar donde

Jesús predicó el Sermón del Monte, la multitud continuó presionándolo. Para escapar

de esta presión, salió para Naín (y muchos lo acompañaron). Al entrar a la ciudad,

resucitó al hijo de una viuda. Este suceso despertó la emoción de las multitudes

(Lucas 7:11–15).

Por aquel tiempo, unos mensajeros de Juan el Bautista llegaron a preguntarle a

Jesús si El era realmente el Mesías. Juan estaba aún en la cárcel y le aumentaba la

perplejidad con respecto al curso del ministerio de Jesús; era pacífico y

misericordioso, en vez de ser drástico, dominante y criticón. Jesús habló a favor de

Juan y denunció a las autoridades judías que se le había opuesto; en realidad, indicó

que las ciudades de Galilea que habían oído a Juan no se habían arrepentido. No

habían acudido realmente a El (Mateo 11:20–24; Lucas 7:18–35; comparar con

10:12–21).

En una de las ciudades que Jesús visitó (tal vez Naín), fue ungido por una mujer

pecadora. Le perdonó sus pecados en presencia de su anfitrión, Simón el fariseo. Este

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146

se escandalizó, pero Jesús recibió con agrado su amor y gratitud (Mateo 26:6–13;

Marcos 14:3–9; Lucas 7:36–50).

Esto nos lleva al segundo viaje de Jesús por las ciudades de Galilea (Lucas 8:1–4).

Lo acompañaron los doce apóstoles y ciertas mujeres devotas (María Magdalena;

Juana, la mujer del intendente de Herodes; Susana y “muchas otras”). En este viaje,

sanó al endemoniado, y los fariseos lo acusaron de estar aliado con el diablo. Por

esto, Jesús los reprendió fuertemente (Mateo 8:28–34; Marcos 5:1–20; Lucas 8:26–

39). Insistió en la bendición que reciben aquellos que “oyen la palabra de Dios, y la

hacen” (Lucas 8:21). Ese mismo día, relató muchas parábolas desde la barca. La

parábola llegó a ser el principal instrumento de enseñanza de Jesús, ya que a la vez

revelaba y escondía las verdades que El quería comunicar (Marcos 4:10–12; Lucas

8:9, 10). Sin duda, repitió éste y otros dichos parabólicos en diferentes contextos, en

forma muy parecida a la manera como los predicadores de hoy repiten sus sermones

e ilustraciones.

Después de predicar desde la barca, Jesús cruzó el mar de Galilea rumbo a la costa

occidental. Antes de marcharse, se le acercaron dos hombres que le rogaron que les

permitiera ser discípulos de El (Mateo 8:18–22), pero cada uno de ellos hizo su

petición de un modo irrealista e indigno, y Jesús los censuró.

Mientras cruzaban el mar, la vida de Jesús fue amenazaba por una terrible

tormenta. El estaba en la popa durmiendo sobre un cabezal, y sus discípulos lo

despertaron. De inmediato, calmó la tempestad y sus discípulos exclamaron: “¿Quién

es éste, que aun a los vientos y a las aguas manda, y le obedecen?” (Lucas 8:25;

comparar con Marcos 4:35–41).

En el otro lado de Galilea, Jesús se encontró con un endemoniado del cual sacó

los demonios, que envió a una piara de cerdos. Los cerdos se lanzaron al mar y allí se

ahogaron. Cuando la gente del pueblo salió a ver a Cristo, hallaron al que había

estado endemoniado completamente vestido y en su juicio cabal. Es sorprendente el

hecho de que ellos le rogaron a Jesús que se fuera. Así lo hizo El, después de haber

enviado al hombre a decir a sus amigos lo que el Mesías había hecho con él (Mateo

8:28; Marcos 5:1–20).

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147

Se nos habla de dos milagros que Jesús realizó cuando regresó a Capernaum:

resucitó a la hija de Jairo y curó a una mujer que tenía flujo de sangre, cuando ésta

tocó el borde de sus vestiduras (Mateo 9:18–26; Marcos 5:21–43; Lucas 8:40–56).

Jesús hizo un tercer viaje por Galilea, en el cual realizó varios milagros y fue

rechazado por segunda vez en Nazaret. Anhelaba que hubiera más obreros para

recoger la cosecha espiritual. Envió a sus discípulos de dos en dos, a que llamaran a

las ciudades de Israel al arrepentimiento, y les dio poder para sanar y echar fuera

demonios. De este modo, el ministerio de ellos extendió el propio ministerio de El

(Mateo 10:5–15; Marcos 6:7–13); Lucas 9:1–6).

En este punto leemos el informe sobre la muerte de Juan el Bautista. Herodes

Antipas había vacilado mucho tiempo antes de matar a Juan, pues le tenía temor al

pueblo; pero su mujer Herodías planificó la muerte de Juan. Usó a su hija Salomé a

fin de que lograra su propósito. La atribulada conciencia de Herodes lo llevó a

preguntarse si Jesús era Juan que había resucitado.

Afligido por la muerte de Juan, acosado por las multitudes y extenuado del

trabajo, Jesús reunió a sus doce apóstoles y cruzó el mar de Galilea. Sin embargo, las

multitudes llegaron al lugar antes que ellos, y les enseñó todo el día. La reunión llegó

a su clímax cuando Jesús alimentó a toda la multitud (5.000 hombres). Para esto,

partió y multiplicó cinco panes y dos peces. Al recoger los pedazos que sobraron, con

éstos se llenaron doce cestas (Mateo 14:13–21).

Inmediatamente después de este milagro, Jesús colocó a los doce apóstoles en la

barca y los envió a cruzar el mar de Galilea, aunque amenazaba tormenta. El se retiro

a las montañas para escapar del entusiasmo desbordante de la multitud, que quería

hacerlo rey por la fuerza. Tres horas después de la medianoche, los discípulos estaban

atrapados en una violenta tempestad en medio del lago. Estaban aterrados, pero

cuando el desastre parecía seguro, Jesús se acercó a ellos andando sobre el agua

(Mateo 14:22–36; Marcos 6:45–56). Después que calmó los temores de ellos, Pedro

le preguntó si le permitía salir sobre el agua a encontrarse con El. En el camino, Pedro

perdió el ánimo y comenzó a hundirse. Jesús lo tomó por la mano y lo llevó de nuevo

a la embarcación. El agua se calmó inmediatamente.

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148

En Capernaum, Jesús comenzó a sanar a los enfermos que acudían a El de todas

partes. Pronto llegó la multitud que El había alimentado. Al hallar a Jesús en una

sinagoga, lo oyeron explicar que El era el verdadero pan del cielo.

Ahora se enfrentaban al problema de aceptar la autoridad de esta enseñanza,

expresada en función de la necesidad de comer la carne de Jesús y beber su sangre.

Esto ofendió a muchos de ellos y lo abandonaron (Juan 6:22–26). Jesús les preguntó

a los doce apóstoles si ellos también iban a dejarlo. Esto produjo la bien conocida

confesión de Pedro: “Señor, ¿a quién iremos?… Nosotros hemos creído y conocemos

que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Juan 6:69).

Después de su discurso sobre el pan de vida, Jesús se apartó de la enseñanza

pública y se dedicó a instruir a sus discípulos (Mateo 15:1–20; Marcos 7:1–23). Las

autoridades judías se resintieron por el hecho de que Jesús rechazaba sus ceremonias

religiosas y censuraba el derecho que ellos afirmaban tener para ejercer autoridad.

Jesús se movía de un lugar a otro, tratando de evadir el exponerse en público; pero

no siempre lo pudo lograr. En la región de Tiro y Sidón, sanó a la hija de una gentil

(Mateo 15:21–28), y en Decápolis sanó a muchos que le fueron llevados por las

multitudes (Mateo 15:29–31). Alimentó a cuatro mil personas mediante la

multiplicación de unos panes y unos pocos peces (Mateo 15:32–39; Marcos 8:1–10).

Volvió a la región de Capernaum. Otra vez lo trataron de asediar los funcionarios

religiosos de los judíos. Para escapar, se subió a una barca y cruzó otra vez el mar de

Galilea. Mientras hacía la travesía les hizo advertencias a los doce apóstoles con

respecto a los fariseos, los saduceos y Herodes (Mateo 16:1–12; Marcos 8:11–21). En

Betsaida, sanó a un ciego (Marcos

8:22–26). Luego, El y sus discípulos viajaron hacia el norte, a la región de Cesárea de

Filipo, donde Pedro confesó que El era el Mesías, “el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.

Jesús replicó que la fe de Pedro lo convertía en roca, y que El edificaría su Iglesia

sobre esta roca, es decir, sobre una fe como la que Pedro tenía (Mateo 16:13–20;

comparar con Marcos 8:27–9:1). En este punto, Jesús habló acerca del sufrimiento

que se le aproximaba, de su muerte y de su resurrección.

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149

Como una semana más tarde, tomó a Pedro, Jacobo y Juan, los llevó a un monte

y allí les manifestó su gloria celestial (la Transfiguración). Ante los ojos de ellos,

conversó con Moisés y Elias (Mateo 17:1–13; Marcos 9:2–13; comparar con Lucas

9:28–36). Al pie del monte, Jesús sanó a un muchacho que estaba poseído por el

demonio, y a quien los discípulos no habían podido ayudar (Mateo 17:14–23; Marcos

9:14–32; Lucas 9:37–44).

Jesús regresó otra vez a Galilea, pero esta vez en secreto. Volvió a hablar a los

doce apóstoles sobre su muerte y resurrección, y de nuevo ellos no pudieron

entender lo que les decía.

Pagó el impuesto del templo con dinero que proveyó de manera milagrosa. En el

camino hada Capernaum, les enseñó a sus discípulos la verdadera naturaleza de la

grandeza y del perdón (Mateo 17:22–18:35).

Después de muchos meses, Jesús fue a Jerusalén a celebrar la fiesta de los

Tabernáculos. Se había negado a ir con su familia, pero posteriormente hizo el viaje

en privado. En Jerusalén, las opiniones del pueblo acerca de El estaban divididas.

Afirmó públicamente que El había sido enviado por el Padre; que era el Mesías, el

Salvador del mundo. Las más altas autoridades religiosas enviaron guardas para que

lo arrestaran, pero ellos quedaron tan impresionados por El, que no pudieron cumplir

su misión. Luego las autoridades religiosas intentaron desacreditarlo, haciendo que

violara la Ley, pero no tuvieron éxito. Le presentaron a una mujer que había sido

sorprendida en adulterio, y El cambió totalmente el incidente contra ellos (Juan 8:1–

11).

Durante este período, Nicodemo trató de calmar el odio del sanedrín (el concilio

supremo de las autoridades religiosas judías), pero mientras Jesús estaba en

Jerusalén, sanó a un ciego en día de reposo. Esto provocó una gran controversia y el

hombre fue echado de la sinagoga (un terrible descrédito). Jesús halló al hombre, y

éste lo reconoció como el Mesías (Juan 9). Fue allí donde Jesús pronunció su famoso

discurso sobre el Buen pastor (Juan 10:1–21).

D. El ministerio en Perea. Mientras Jesús regresaba a Galilea transcurrieron unos

dos meses. Tal vez fue este el tiempo en que envió setenta discípulos a las ciudades

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de Israel para que declararan que el reino se había acercado y que El era el Mesías

(Lucas 10). Jesús intentó pasar por Samaria cuando iba para Jerusalén, pero el pueblo

lo rechazó, así que cruzó el Jordán y viajó por Perea. En cierto punto, un intérprete

de la Ley le preguntó qué necesitaba él para heredar la vida eterna. Jesús le dijo que

amara a Dios y a su prójimo, a lo cual el intérprete respondió: “¿Y quién es mi

prójimo?” (Lucas 10:28). Fue entonces cuando Jesús pronunció su famosa parábola

del buen samaritano. Durante este viaje, Jesús realizó muchos milagros, como sanar

a una mujer con espíritu de enfermedad y a un hombre hidrópico en día de reposo

(Lucas 13:11–17; 14:1–6). Los milagros que El hacía en día de reposo despertaban

aun más la hostilidad entre los fariseos.

Luego, el escenario cambió para Judea. Tal vez éste fue el tiempo en que Jesús

visitó Betania y el hogar de María y Marta. María se sentó a los pies de Jesús mientras

Marta preparaba la comida. Esta se quejó de la ociosidad de su hermana, pero Jesús

contestó que María había escogido “la buena parte”, es decir, la de oír las enseñanzas

de El mientras estaba aún sobre la tierra (Lucas 10:42). En Jerusalén, en la fiesta anual

de la Dedicación, Jesús declaró abiertamente que El era el Mesías. Los judíos

consideraron que esto era una blasfemia, y volvieron a tratar de prenderlo. Entonces

Jesús se retiró a Betábara, al otro lado del Jordán, pero la oposición de las

autoridades religiosas continuaba creciendo.

Hueso del tobillo atravesado por un clavo. Un clavo de hierro atraviesa el hueso del tobillo de un

hombre de 32 años de edad, como resultado de una crucifixión realizada en el siglo primero. Esta

práctica la adoptaron los griegos y los romanos de los fenicios. Los ciudadanos romanos estaban

exentos de este cruel castigo, el cual se reservaba para esclavos y rebeldes. La muerte venía de

manera muy dolorosa y lenta; en ocasiones tardaba hasta nueve días.

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Los proscritos de la sociedad se reunían para oír sus enseñanzas. De nuevo, volvió

a enseñar principalmente en parábolas. En privado, Jesús les explicaba el verdadero

significado de sus parábolas a los doce apóstoles, a quienes continuaba dando una

preparación especial. Un día le llegó un mensaje urgente de la casa de María y Marta:

Lázaro, el hermano de éstas, estaba mortalmente enfermo. Cuando Jesús llegó a

Betania, ya hacía cuatro días que Lázaro había muerto y había sido enterrado, pero

Jesús lo resucitó del sepulcro. Este milagro aumentó en las autoridades religiosas el

firme interés por deshacerse de El (Juan 11:1–46).

Jesús volvió a retirarse de las multitudes por algún tiempo. Luego, afirmó su rostro

para ir a Jerusalén y a la muerte (Juan 11:54–57). El viaje a Jerusalén se caracterizó

por las obras milagrosas, la enseñanza y la confrontación con los fariseos. Mientras

avanzaba en su viaje, varias personas le presentaron a sus hijos para que Jesús los

bendijera (Lucas 18:15–17); instó a “un hombre prinripal” a que abandonara sus

riquezas y lo siguiera a El (Lucas 18:18–30), y volvió a hablarles a sus discípulos acerca

de su muerte que se aproximaba (Lucas 18:31–34). Ante la cercanía de estos

acontecimientos, les describió a sus disdpulos las recompensas del reino y les ordenó

que fueran siervos de los suyos (Mateo 20:1–16). Cerca de Jericó, Jesús sanó a

algunos hombres ciegos, entre los cuales estaba Bartimeo, quien reconoció que El

era el Mesías (Marcos 10:46–52). Comió en la casa de Zaqueo el publicano, quien

también recibió la salvación por medio de la fe en El (Lucas 19:1–10). De Jericó, Jesús

se fue al hogar de Lázaro, María y Marta, en Betania.

E. La última semana. La última semana antes de la crucifixión de Jesús ocupa una

gran parte de los Evangelios. Jesús asistió a una fiesta en Jericó, en el hogar de Simón

el leproso, donde María lo ungió con costosos perfumes y le limpió los pies con sus

cabellos. Judas protestó este acto porque él pensaba que eso era un derroche de

dinero, pero Jesús alabó a la mujer. Indicó que lo estaba ungiendo para la sepultura

que se le aproximaba (Mateo 26:13; Marcos 14:3–9).

Al siguiente día (domingo), montó en un pollino sobre el cual sus seguidores

habían colocado sus mantos, y entró en Jerusalén (Juan 12). Los peregrinos que

habían llegado para celebrar la Pascua se alinearon en el camino, agitando hojas de

palma, y aclamaron a Jesús como el Mesías. Cuando los fariseos le dijeron que

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reprendiera a sus seguidores, El respondió que si sus seguidores callaban, las piedras

clamarían. Esa noche, Jesús y los doce apóstoles regresaron a Betania (Mateo 21:1–

9; Marcos 11:1–10; Lucas 19:28–38).

Al día siguiente fueron una vez más a Jerusalén. En el camino, El maldijo a una

higuera por no tener fruto cuando El fue a buscarlo (Mateo 21:18, 19; Marcos 11:12–

14). A la mañana siguiente, la higuera se había secado.

El martes, los líderes judíos le exigieron a Jesús que explicara la autoridad que le

permitía actuar así. Jesús respondió con varias parábolas. Logró desbaratar las

trampas de los fariseos para hacer que El contradijera a Moisés y se desacreditara

ante las multitudes. En una ocasión, denunció directamente a los escribas y los

fariseos (Mateo 23:1–36). Después de esto, expresó su interés y anhelo de que lo

amaran a El (Mateo 23:37–39). También hizo un elogioso comentario sobre el gran

sacrificio de la viuda que había ofrendado un cuadrante (Marcos 12:41–44), y habló

con algunos griegos que solicitaron una entrevista (Juan 12:20). Pronunció un

discurso sobre las cosas finales (Mateo 24:4–25:15; Marcos 13:5–37). Tal vez fuera

en la noche del martes, cuando Judas se presentó ante el concilio del sanedrín, e hizo

el contrato de vender a Jesús por treinta piezas de plata. Esta gratificación equivalía

a menos de lo que en el día de hoy son veinte dólares. Era el precio de un esclavo en

los tiempos de Jesús.

Este pasó el miércoles descansando en Betania. Cuando llegó la noche del jueves,

comió la Pascua con sus discípulos (Mateo 26:17–30; Marcos 14:12–25). Envió a

Pedro y a Juan a buscar el lugar donde habrían de comer la Pascua. Esta fiesta

consistía en sacrificar un cordero en el templo y comerlo sentado a la mesa junto con

la familia. Les dijo a dos de sus discípulos que fueran a encontrarse con un hombre

que llevaba un cántaro; que lo siguieran y que él los llevaría a la casa donde debía

prepararse la fiesta. Ellos siguieron las instrucciones de Jesús, y el hombre los condujo

a una casa cuyo propietario ya tenía preparado un salón para este propósito.

Durante la comida de esa noche, los discípulos comenzaron a discutir en cuanto

a cuál de ellos sería el más importante. Jesús se levantó, les lavó los pies y trató de

enseñarles que debían servirse mutuamente (Juan 13:1–17). Después de comer,

Jesús instituyó la cena del Señor, una ordenanza que debe observarse hasta cuando

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153

El vuelva. Esta comida simbólica consistía en comer pan (que representa su cuerpo)

y beber vino (que representa su sangre).

Judas salió de la cena para finalizar sus arreglos a fin de vender a Jesús. Este les

advirtió a los demás discípulos que esa noche ellos perderían su fe en El, pero Pedro

le aseguró que sería leal. Jesús le respondió que lo negaría tres veces antes que el

gallo cantara al amanecer.

Jesús y el resto de sus discípulos salieron del Aposento Alto, y se dirigieron al

huerto de Getsemaní. Mientras Jesús oraba en agonía, los disdpulos se quedaron

dormidos. Tres veces regresó, y los halló durmiendo. Finalmente, aquietó su alma y

estuvo listo para enfrentarse a la muerte y a todo lo que significaría (Mateo 26:36–

46; Marcos 14:32–42). En ese momento, llegó Judas con una compañía de hombres

armados, e identificó a Jesús ante los soldados con un beso (Mateo 26:47–56; Marcos

14:43–52; Lucas 22:47–53; Juan 18:1–14).

Jesús fue sometido a juicio, tanto ante las autoridades religiosas como ante las

civiles. El enjuiciamiento religioso se realizó ilegalmente durante la noche; pero la

decisión fue confirmada después de rayar el día. Aun así, todo el asunto fue una farsa

de justicia (Mateo 26:59–68; Marcos 14:55–65; Lucas 22:65–71).

El juicio civil ocurrió el viernes por la mañana ante Pilato, quien no halló amenaza

ni crimen en Jesús. Lo envió ante Herodes, quien se burló de El y lo devolvió a Pilato

(Lucas 23:6–16). El funcionario romano tenia la esperanza de libertar a Jesús por

petición popular; pero la multitud gritó que pusiera en libertad a Barrabás (ladrón y

homicida). Insistieron en que crucificara a Cristo. Pilato propuso, para apaciguar a la

multitud, azotarlo y dejarlo en libertad, y le infligió otras burlas y castigos. Sin

embargo, la multitud volvió a gritar: “¡Crud cale, cruci cale!” Finalmente, Pilato se dio

por vencido y envió a Jesús a la muerte. En medio de todo este tumulto, Jesús

permaneció con calma y compostura (Mateo 27:11–31; Marcos 15:2–20; Lucas 23:2–

25; Juan 18:28–19:15).

Treinta piezas de plata

Una de las más infames historias que aparecen en la Biblia es la de

Judas Iscariote, el discípulo que vendió a Cristo por treinta piezas de

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154

plata. Aunque es di cil determinar exactamente el valor de treinta piezas

de plata, sabemos que no constituían una fortuna.

El denario romano era la moneda más común que se usaba en

tiempos de Jesús. Esta moneda se hacía de plata, y tenía impresa la

cabeza del emperador. Por esta razón, al pueblo judío no se le permitía

usar monedas como ofrendas en los servicios religiosos. Ellos cambiaban

sus monedas por piezas de plata. Los cambistas cambiaban el denario o

siclo por plata, operación por la cual cobraban unos honorarios del doce

por ciento.

Según el peso de la plata que tenía un denario, en el comercio

de hoy valdría alrededor de unos veinte centavos de dólar, pero en aquel

tiempo, un denario equivalía al salario de un trabajador en un día, así

que tenía un significativo poder adquisitivo. Aun así, según este cálculo,

hallamos que Judas vendió a Cristo por el salario de un mes, y eso di

cilmente podría ser considerado una fortuna.

En el libro de Zacarías estaba profetizado que tal cantidad seria

pagada por el Mesías (Zacarías 11:12). Cuando Judas aceptó las treinta

piezas de plata por la vida de Cristo, cumplió la profecía (Mateo 26:15).

Esa cantidad era también el precio típico de un esclavo o siervo en aquel

tiempo.

Del tribunal de Pilato, Jesús fue sacado más allá fuera de los muros de Jerusalén,

a la colina llamada Gólgota, donde fue crucificado a las nueve de la mañana del

viernes. Los relatos sobre la ejecución de Jesús se hallan en Mateo 27:32–56 y en los

relatos paralelos.

Nicodemo y José de Arimatea tomaron el cuerpo de Jesús y lo colocaron en la

tumba de José. Pilato selló el sepulcro y puso una guardia para asegurar que el cuerpo

no fuera robado por sus discípulos.

Jesús fue sepultado antes de oscurecer el viernes (ese fue el “primer día” que

estuvo sepultado, pues los judíos calculaban los días desde la hora en que caía el sol

hasta la misma hora del día siguiente). Su cuerpo permaneció en el sepulcro desde el

atardecer del viernes hasta el del sábado (ese fue el “segundo día”), y desde el

atardecer del sábado hasta el alba del domingo (“tercer día”). En la mañana del tercer

día, los asombrados soldados sintieron un terremoto, vieron cuando un ángel quitaba

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la piedra que sellaba el sepulcro y huyeron del escenario. Pronto llegó un grupo de

mujeres para ungir el cuerpo de Jesús con especias aromáticas, pero hallaron el

sepulcro vacío y regresaron corriendo a la ciudad para darles la noticia a los discípulos

de Jesús. Pedro y Juan fueron al sepulcro y lo hallaron tal como ellas habían dicho

(Mateo 27:57–28:10 y pasajes paralelos). Jesús había resucitado de entre los

muertos.

Después de su resurrección, Jesús se apareció a sus seguidores en diez ocasiones

que han quedado escritas. En una de estas apariciones, comisionó a los once

apóstoles que le quedaban a ir por todo el mundo y hacer discípulos, bautizándolos.

Este acto se conoce con el nombre de “Gran Comisión” (Mateo 28:19, 20). La última

vez que Cristo se apareció a sus apóstoles, ascendió al cielo (Lucas 24:49–53; Hechos

1:6–11). Prometió regresar de la misma manera como ascendió: en forma visible y

sica. (Después de la resurrección, Jesús tenía un cuerpo real, aunque no estaba

limitado por el tiempo ni por el espacio.) Volvió a prometer también la venida del

Espíritu Santo. Aunque el Espíritu Santo vino, la Iglesia espera aún la segunda venida

de Cristo.

La doctrina acerca de Cristo

La Cristología trata acerca de la Persona y la obra de Cristo, es decir, la doctrina

acerca de Cristo.

A. Su persona. Entender la persona de Cristo no es tarea fácil; pero hay acuerdo

general en la mayoría de los aspectos de su naturaleza y de su personalidad.

Cinco títulos de Jesús reflejan algo significativo sobre su persona y su obra. El

nombre Jesús (que es una variación del nombre Josué, y significa Dios es Salvador)

destaca su papel como el Salvador de su pueblo (Mateo 1:21). El título Cristo del

Nuevo Testamento equivale a Mesías, palabra hebrea que significa “el Ungido” (vea

Hechos 4:27; 10:38). Este título destaca el hecho de que Jesús fue escogido por Dios

para su misión; que El tenía una relación oficial con Dios Padre. Es decir, que tenía un

trabajo que hacer y un papel que cumplir por disposición del Padre.

El título Hijo del Hombre fue el que usó de manera más exclusiva el mismo Jesús

(Mateo 9:6; 10:23; 11:19). Algunos piensan que El lo usó porque era el que distinguía

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156

de manera más clara su condición de Mesías, respecto de las ideas erróneas de sus

tiempos.

El nombre Hijo de Dios también se le aplicó a Jesús en un sentido oficial o mesiánico

(vea Mateo 4:3, 6; 16:16; Lucas 22:70; Juan 1:49). Hace notar que El es una Persona

del trino Dios, que nació como ser humano de manera sobrenatural.

Sepulcro labrado en la roca. Este sepulcro es similar a aquel en que fue colocado el cuerpo de

Jesús. Está excavado en roca suave. El sepulcro probablemente tuviera una primera cámara en la

cual había un saliente todo alrededor, que servía para sentarse, y una segunda cámara, en la cual

había un nicho labrado en la pared para colocar el cuerpo. Cuando se necesitaba el nicho para

otros cuerpos, los restos del primero eran colocados en un hueco que estaba en el piso. Los

evangelios declaran que el sepulcro de Cristo era nuevo (Mateo 27:60; Juan 19:41); no era sólo

una vieja tumba que había quedado vacia.

El nombre Señor se le aplicó a Jesús, tanto como un sencillo título (algo así como

el tratamiento de cortesía que se usa cuando se dice: señor Fulano) como también

en forma de título de autoridad o posesión, o (algunas veces) como indicación de la

igualdad entre El y Dios (por ejemplo, Marcos 12:36, 37; Lucas 2:11; Mateo 7:22).

Hoy los cristianos creemos que Jesús es Dios y Hombre: es decir, que El tiene dos

naturalezas distintas unidas “de manera inconfundible, incambiable, indivisible e

inseparable” en su persona (Credo de Calcedonia, 451 d.C).

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157

Esta doctrina no se basa en la razón humana, sino en la revelación bíblica. En la

Biblia hay muchas pruebas de que Jesús es Dios. Las Escrituras afirman que sólo hay

un Dios, y que no hay dioses menores (vea Exodo 20:3–5; Isaías 42:8; 44:6); sin

embargo, afirma claramente que Jesús es Dios (por ejemplo, en Juan 1:1; Romanos

9:5; Hebreos 1:8). La Biblia informa que Jesús fue adorado por mandato de Dios

(Hebreos 1:6), mientras que los seres espirituales inferiores se niegan a ser adorados

(Apocalipsis 22:8, 9), por cuanto la adoración debe rendirse sólo a Dios. Sólo el

Creador divino puede ser adorado por sus criaturas. Jesucristo, el Hijo de Dios, es

Creador juntamente con su Padre (Juan 1:3; Colosenses 1:16; Hebreos 1:2); por

tanto, los dos tienen que ser adorados. Por otra parte, las Escrituras declaran que

Jesús fue el Salvador de su pueblo (Mateo 1:21), aunque Jehová era el único Salvador

de su pueblo (Isaías 43:11; Oseas 13:4). La Biblia declara que el mismo Padre llamó

Dios de manera clara a Jesús. (Hebreos 1:8).

Las Escrituras también enseñan la verdadera humanidad de Jesús. El Cristo del

Nuevo Testamento no es una ilusión ni un fantasma; es humano en todo sentido. El

se llamó a sí mismo Hombre, y los demás también lo llamaron hombre (por ejemplo,

Juan 8:40; Hechos 2:22). Vivió en la carne (Juan 1:14; 1 Timoteo 3:16; 1 Juan 4:2);

poseyó una mente y un cuerpo humanos (Lucas 23:39; Juan 11:33; Hebreos 2:14);

experimentó las necesidades y los sufrimientos humanos (Lucas 2:40, 52; Hebreos

2:10, 18; 5:8). Sin embargo, la Biblia hace hincapié en que Jesús no participó en el

pecado que caracteriza a todos los seres humanos (vea Lucas 1:35; Juan 8:46;

Hebreos 4:15).

B. Su personalidad. Cristo tiene dos naturalezas distintas, pero es una misma

persona; no hay en El dos personas bajo la misma piel. El es el Logos eterno (el Verbo

divino), la segunda Persona de la Trinidad; sin embargo, asumió la naturaleza

humana de tal modo, que no hubo cambio esencial en la naturaleza divina. Podemos

dirigirnos a Cristo en oración a través de los títulos que reflejan sus dos naturalezas,

aunque su naturaleza divina es la base final de nuestra adoración. La encarnación

manifestó al Dios trino (tres en Uno), al indicarnos la relación entre el Padre, el Hijo

y el Espíritu Santo (vea Mateo 3:16, 17; Juan 14:15–26; Romanos 1:3, 4; Gálatas 4:4,

5; 1 Pedro 1:1–12). Por el hecho de que Jesús es una persona, y por cuanto la unidad

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158

de su vida personal abarca todo su carácter y todos sus poderes, las Escrituras hablan

de El como un ser que tiene tanto la naturaleza divina como la humana. Estas

atribuyen actos y cualidades divinas a Cristo, el eterno Hijo de Dios (Hechos 20:28).

C. Su posición. Cuando tratamos de entender a Cristo, debemos examinar su

posición ante la Ley. El mismo se humilló ante ella; como resultado, Dios lo exaltó por

encima de ella. Esta es una ironía interesante.

El Hijo dejó a un lado su divina majestad y asumió la naturaleza humana. Se

sometió a todos los sufrimientos de su vida terrenal, incluso a la misma muerte. Hizo

esto para cumplir el plan de Dios de redimir a la humanidad del pecado.

Cuando el Logos divino se hizo carne, no dejó de ser lo que era antes. Por la misma

razón, la encarnación como tal—es decir, la existencia corporal del Verbo—continúa

mientras El está sentado a la diestra de Dios.

Cristo estuvo rodeado por el pecado. El diablo lo atacó repetidamente. Su propio

pueblo lo odió y se negó a creer que El era el Salvador. Sus enemigos lo persiguieron.

Finalmente, al término de su vida terrenal, soportó la ira de Dios contra el pecado.

Ninguna otra persona ha sufrido tan intensamente como Jesús.

Dios Padre exaltó a Cristo al resucitarlo de entre los muertos, llevarlo al cielo, y

sentarlo a su derecha. Desde ese lugar de honor, Cristo regresará para juzgar a los

vivos y a los muertos.

D. Su oficio profético. El Antiguo Testamento describe al profeta como una

persona que recibe la Palabra de Dios (revelación) y la pasa a su pueblo. Para poder

funcionar como profeta, la persona tenía que recibir un claro mensaje de Dios. Se

levantaba en representación de Dios delante del pueblo, y Dios usaba su boca para

comunicar lo que El deseaba decir.

El Antiguo Testamento prometió un gran profeta, que comunicaría a su pueblo la

Palabra de Dios de manera final y decisiva (Deuteronomio 18:15).

Jesús fue ese profeta (Hechos 3:22–24). El actuó proféticamente aun antes de venir

a la tierra como Hombre, ya que habló a través de los escritores del Antiguo

Testamento (1 Pedro 1:11). Durante su ministerio terrenal, les enseñó a sus

seguidores las cosas de Dios por medio de palabras y de obras. Ahora, continúa su

obra profética desde el cielo al operar por medio del Espíritu Santo.

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E. Su oficio sacerdotal. Mientras el profeta del Antiguo Testamento representaba

a Dios delante del pueblo, el sacerdote representaba al pueblo delante de Dios. De

igual manera, Cristo representa a su pueblo ante el Padre (Hebreos 3:1; 4:14).

La Biblia nos dice que el sacerdote tiene que ser escogido por Dios. Tiene que

actuar a favor de los hombres en las cosas que pertenecen a Dios. Por ejemplo, tiene

que hacer sacrificios y ofrendas por los pecados, interceder por el pueblo que

representa y bendecirlo (Hebreos 5:1; 7:25; comparar con Levítico 9:22).

El Calvario de Gordon. El nombre Calvario (Lucas 23:33) es una traducción latina de una palabra

aramea, Gólgota, que aparece en Mateo 27:33, y significa calavera. La Biblia dice sencillamente

que el Calvario estaba localizado fuera de Jerusalén, que sobresalía claramente, y que cerca había

un huerto donde estaba la tumba. Hay dos lugares que son presentados como posibles sitios de

la crucifixión: la iglesia del Santo Sepulcro y el calvario de Cordón La iglesia señala el sitio más

antiguo, que según la tradición se remonta por lo menos al siglo cuarto. El calvario de Gordon,

cuya fotogra a aparece aquí, tiene una formación rocosa que se parece a una calavera. El sitio

concuerda con otros datos bíblicos, pero no hay ninguna tradición que lo apoye.

Jesús se presentó a sí mismo como un sacrificio sacerdotal. Los sacrificios del

Antiguo Testamento eran expiatorios (por cuanto “quitaban” el pecado, y así le

restauraban al adorador las bendiciones y los privilegios que Dios tenía para él) y

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vicarios (porque se ofrecía otra vida por el pecado en vez de la vida del adorador). El

sacrificio de Cristo, hecho de una vez por todas, fue a la vez expiatorio y vicario, y

logró la eterna salvación para los suyos.

Cristo reconcilia al pecador con Dios. El Padre expresó su amor hacia la

humanidad al enviar a Cristo para que nos redimiera de nuestros pecados (Juan 3:16).

En todas las circunstancias, Dios ha intentado atraer a sus criaturas para que regresen

a El, de modo que cuando Cristo vino al mundo, no hubo cambio en el mismo Dios;

sólo hubo un cambio en su relación con los pecadores. El sacrificio de Cristo cubrió la

culpa que se interponía entre los pecadores y Dios.

Cristo también intercede por su pueblo (Hebreos 7:25). El entró en el lugar

Santísimo del cielo por medio del sacrificio perfecto y completamente suficiente que

ofreció al Padre. Al hacer esto, representó a aquellos que ponen su fe en El y los

rehabilitó delante del Padre (Hebreos 9:24).

En la presencia de Dios, Cristo responde ahora a las constantes acusaciones del

diablo contra los creyentes (Romanos 8:33, 34). Nuestras oraciones y nuestros

servicios están contaminados con el pecado y la imperfección; Cristo los perfecciona

ante los ojos del Padre, pues constantemente le habla a favor de nosotros.

Finalmente, ora por los creyentes. Ruega por las necesidades que no mencionamos

en nuestras oraciones: por las cosas que ignoramos, que subestimamos o que no

comprendemos. El hace esto para protegernos del peligro y para sostenernos en la

fe hasta que logremos la victoria final. También ora por aquellos que aún no han

creído. Constantemente hace esta obra intercesora.

F. Su oficio de rey. Como segunda persona de la Trinidad, como Creador junto

con el Padre, Cristo es el rey eterno de todas las cosas. Como Salvador, El es el rey de

un reino espiritual; es decir, El reina en el corazón y la vida de los suyos. En razón de

su reinado espiritual, es llamado la “cabeza” de la Iglesia (Efesios 1:22).

Cristo reina y gobierna sobre todas las cosas a favor de su Iglesia. El no permitirá

que al final se frustren sus planes. Recibió este reinado universal cuando Dios lo

exaltó a un puesto de honor en el cielo. Cuando obtenga la victoria final sobre el mal,

le entregará este reino al Padre (1 Corintios 15:24–28). Es decir, cuando El destruya

el orden de este mundo de una vez por todas y lo haga nuevo, dejará de existir el

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161

universo tal como lo conocemos. Ningún rey humano ni potencia diabólica podrá

reinar. Sólo Cristo y su reino quedarán en pie.

7

para que viajaran con El. Estos hombres tendrían una responsabilidad importante.

“En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Y cuando era

de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó

apóstoles” (Lucas 6:12, 13).

La mayoría de los apóstoles eran de la región de Capernaum, que era despreciada

por la culta sociedad judía por cuanto era el centro de una parte del estado judío (que

sólo recientemente se había agregado a él), y era conocida, de hecho, con el nombre

de “Galilea de los gentiles”. El mismo Jesús dijo: “Y tú, Capernaum, que eres

levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida” (Mateo 11:23). Sin embargo,

Jesús moldeó a estos doce hombres hasta convertirlos en fuertes líderes y voceros

capacitados de la fe cristiana. El éxito de ellos da testimonio del poder transformador

del señorío de Jesús.

Ninguno de los escritores del Evangelio dejó ninguna descripción sica de los doce.

Sin embargo, nos dan pequeñas claves que nos ayudan a hacer “conjeturas

razonables” sobre la apariencia de los apóstoles y su manera de actuar. Un hecho

muy importante que tradicionalmente se ha pasado por alto en incontables

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representaciones artísticas de los apóstoles, es su juventud. Si comprendemos que la

mayoría de ellos entraron con vida en la tercera y en la cuarta parte del siglo primero,

y que Juan entró en el siglo segundo, entonces deben haber sido sólo adolescentes

cuando aceptaron el llamamiento de Cristo por primera vez.

Los diferentes relatos bíblicos enumeran a los doce apóstoles por pares. No

estamos seguros si esto indica relaciones de familia, funciones de equipo, o alguna

otra clase de asociación entre ellos.

Andrés

El día después que Juan el Bautista vio que el Espíritu Santo descendía sobre Jesús,

lo identificó ante dos de sus discípulos cuando dijo: “He aquí el Cordero de Dios”

(Juan 1:36). Intrigados por este anuncio, los dos hombres abandonaron a Juan y

comenzaron a seguir a Jesús. Este se dio cuenta de que ellos lo seguían y les preguntó

qué buscaban. Inmediatamente respondieron: “Rabí, ¿dónde moras?” Jesús los llevó

a la casa donde estaba hospedado, y ellos pasaron la noche allí. Uno de estos

hombres se llamaba Andrés (Juan 1:38–40).

Pronto Andrés fue a buscar a su hermano, Simón Pedro. Le dijo: “Hemos hallado

al Mesías …” (Juan 1:41). Por medio de su testimonio, ganó a Pedro para el Señor.

El nombre Andrés es una transliteración del nombre griego Andreas, que significa

varonil. Hay otros indicios en los evangelios que nos indican que Andrés era

sicamente fuerte y un hombre fiel y devoto. Entre El y Pedro poseían una casa

(Marcos 1:29). Eran hijos de un hombre llamado Jonás o Juan, quien era un próspero

pescador. Los dos jóvenes habían seguido a su padre en el trabajo de la pesca.

Andrés nació en Betsaida, población situada en las costas del norte del mar de

Galilea. Aunque el evangelio según Juan describe el primer encuentro de Andrés con

Jesús, no lo menciona como uno de los discípulos hasta mucho más tarde (Juan 6:8).

El evangelio según Mateo dice que cuando Jesús andaba por el mar de Galilea, saludó

a Andrés y a Pedro y los invitó para que fueran sus discípulos (Mateo 4:18, 19). Esto

no contradice el relato de Juan; simplemente agrega un nuevo rasgo. Si leemos

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detenidamente Juan 1:35–40, este pasaje nos mostrará que Jesús no llamó a Andrés

y a Pedro para que lo siguieran cuando se conocieron.

Andrés y otro discipulo llamado Felipe le presentaron a Jesús un grupo de griegos

(Juan 12:20–22). Por esta razón podemos decir que Andrés y Felipe fueron los

primeros misioneros de la fe cristiana entre extranjeros.

La tradición dice que Andrés pasó sus últimos años en la Esdtia, región situada al

norte del mar Negro. En cambio, un pequeño libro titulado los Hechos de Andrés

(probablemente escrito alrededor del 260 d.C.) dice que él predicó prindpalmente en

Macedonia y murió mártir en Patras.

La tradición católica romana dice que Andrés fue crucificado en una cruz que tenía

forma de X, razón por la cual ese símbolo religioso se conoce con el nombre de “cruz

de san Andrés”. Se cree que fue crucificado el 30 de noviembre, de manera que la

Iglesia Católica Romana y la Iglesia Ortodoxa Griega observan su fiesta en ese día. Se

le considera el santo patrón de Escocia. La Orden de San Andrés es una asociación de

ujieres de iglesias que hacen un esfuerzo espedal por ser corteses con los extraños.

Bartolomé (Natanael)

Carecemos de información acerca de la identidad del apóstol llamado Bartolomé.

Sólo es mencionado en las listas de los apóstoles. Además, mientras los evangelios

sinópticos están de acuerdo en que su nombre era Bartolomé, Juan lo llama Natanael

(Juan 1:45). Algunos eruditos creen que Bartolomé era el sobrenombre de Natanael.

La palabra aramea bar significa hijo; así que el nombre Bartolomé significa

literalmente hijo de Talmai. La Biblia no nos da la identificación de Talmai, pero su

nombre pudo ser inspirado por el rey Talmai de Gesur (2 Samuel 3:3). Algunos

eruditos creen que Bartolomé tenía relación con los ptolomeos, la familia reinante

de Egipto. Esta teoría se basa en una afirmación de Jerónimo, según la cual Bartolomé

era el único apóstol de noble cuna.

Si suponemos que Bartolomé es el mismo Natanael, aprendemos un poco más de

su personalidad en el evangelio según Juan. Jesús dijo que Natanael era “un

verdadero israelita, en quien no hay engaño” (Juan 1:47).

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La tradición dice que Natanael trabajó como misionero en la India. Beda el

Venerable (inglés) dijo que Natanael fue decapitado por el rey Astriages. Otras

tradiciones dicen que fue crucificado con la cabeza hacia abajo.

Jacobo, hijo de Alfeo

Los evangelios sólo mencionan de manera pasajera a Jacobo, el hijo de Alfeo

(Mateo 10:3; Marcos 3:18; Lucas 6:15). Muchos eruditos creen que Jacobo era

hermano de Mateo, puesto que la la Escritura dice que el padre de Mateo también

se llamaba Alfeo (Marcos 2:14). Otros creen que era el mismo “Santiago el menor”;

pero no hay pruebas de que estos dos nombres se refieren al mismo hombre (ver

Marcos 15:40). (N. del E. en castellano: En nuestro idioma existen varias palabras

derivadas de la forma latina “Iacobus”: Jacobo, Jaime, Diego, Yago y Santiago. Esta

última es una transformada de la forma medieval “Sanctus Iacobus”, y es la más

usada en el habla popular.)

Si el hijo de Alfeo fue el mismo Santiago el menor, pudo haber sido primo

hermano de Jesús (vea Mateo 27:56; Juan 19:25). Algunos comentaristas bíblicos

tienen la teoría de que este discípulo se parecía mucho a Jesús sicamente, lo cual

explica por qué Judas Iscariote tuvo que identificar a Jesús la noche que lo traicionó

(Marcos 14:43–45; Lucas 22:47, 48).

Las leyendas dicen que este Jacobo predicó en Persia y allí fue crucificado, pero

no tenemos información concreta acerca de su ministerio posterior ni de su muerte.

Jacobo, hijo de Zebedeo

Después que Jesús llamó a Simón Pedro y a su hermano Andrés, siguió un poco

más adelante por la costa del mar de Galilea y llamó a “Jacobo hijo de Zebedeo, y a

Juan su hermano, también ellos en la barca, que remendaban las redes” (Marcos

1:19). Como lo hicieron Pedro y Andrés, así Jacobo y su hermano respondieron

inmediatamente la invitación de Cristo.

Jacobo fue el primero de los doce apóstoles que sufrió el martirio. El rey Herodes

Agripa I ordenó que fuera ejecutado a espada (Hechos 12:2). La tradición dice que

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esto ocurrió en el 44 d.C. En esos momentos, Jacobo habría sido muy joven. (Aunque

el Nuevo Testamento no describe el martirio de ningún otro de los apóstoles, la

tradición dice que todos, con excepción de Juan, murieron como mártires por su fe).

Los Evangelios nunca mencionan a Jacobo solo; siempre hablan de “Jacobo y

Juan”. Aun cuando se registra su muerte, el libro de Hechos se refiere a él como

“Jacobo, hermano de Juan” (Hechos 12:2). Jacobo y Juan comenzaron a seguir a Jesús

el mismo día, y los dos estuvieron presentes en su transfiguración (Marcos 9:2–13).

Jesús los llamó “hijos del trueno” (Marcos

3:17).

La persecución que le quitó la vida a Jacobo inspiró un nuevo fervor entre los

cristianos (vea Hechos 12:5–25). Sin duda alguna, Herodes Agripa tenía la esperanza

de aplastar el movimiento cristiano al ejecutar a líderes como Jacobo, “pero la

palabra del Señor crecía y se multiplicaba” (Hechos 12:24).

Es raro que el evangelio según Juan no mencione a Jacobo. Juan era reacio a

mencionar su propio nombre, y pudo haber tenido la misma clase de modestia en

cuanto a informar sobre las actividades de su hermano. Una vez se refiere a sí mismo

y a su hermano con las palabras “los hijos de Zebedeo” (Juan 21:2). El resto del

tiempo, guarda silencio acerca de la obra de Jacobo.

Las leyendas dicen que Jacobo (Santiago) fue el primer misionero cristiano que

estuvo en España. Las autoridades católicas romanas creen que sus restos están

sepultados en la ciudad de Santiago de Compostela, en el noroeste de España.

Juan

Afortunadamente, tenemos una considerable cantidad de información acerca del

discípulo llamado Juan. Marcos nos dice que fue hermano de Jacobo, e hijo de

Zebedeo (Marcos 1:19). El mismo Marcos nos informa que Jacobo y Juan trabajaban

como “jornaleros” de su padre (Marcos 1:20).

Algunos eruditos especulan que la madre de Juan fue Salomé, quien observó

directamente la crucifixión de Jesús (Marcos 15:40). Si Salomé fue hermana de la

madre de Jesús, como lo sugiere el evangelio según Juan (19:25), Juan pudo haber

sido primo hermano de Jesús.

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Jesús halló a Juan y a su hermano Jacobo cuando remendaban sus redes junto al

mar de Galilea. Les ordenó que echaran sus redes al lago para pescar. Consiguieron

así una gran cantidad de peces. Este milagro los convenció del poder de Jesús. “Y

cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron” (Lucas 5:11). Simón

Pedro fue con ellos.

Parece que Juan era un joven impulsivo. Tan pronto como él y Jacobo entraron en

el círculo intimo de los discípulos de Jesús, el Maestro los apellidó “hijos del trueno”

(Marcos 3:17). Parece que los discípulos relegaban a Juan a un puesto secundario en

su grupo. Todos los evangelios lo mencionan después de su hermano Jacobo; en la

mayoría de las ocasiones, según parece, Jacobo era el que hablaba por los dos

hermanos. Cuando Pablo menciona el hecho de que Juan estaba entre los apóstoles

en Jerusalén, lo sitúa al final de la lista (Gálatas 2:9).

Las emociones de Juan brotaban con frecuencia en sus conversaciones con Jesús.

En una ocasión, se disgustó porque alguien estaba echando demonios en el nombre

de Jesús, y le dijo: “Se lo prohibimos, porque no nos seguía” (Marcos 9:38). Jesús le

respondió: “No se lo prohibáis … Porque el que no es contra nosotros, por nosotros

es” (Marcos 9:39, 40). En otra ocasión, Jacobo y Juan sugirieron con ambición que se

les concediera sentarse a la derecha y a la izquierda de Jesús en el cielo. Los demás

discípulos se opusieron a esta idea (Marcos 10:35–41).

Sin embargo, la osadía de Juan le fue útil en los momentos de la muerte y

resurrección de Jesús. En Juan 18:15 se nos dice que Juan “era conocido del sumo

sacerdote”. Una leyenda franciscana dice que la familia de Juan proveía el pescado

para la casa del sumo sacerdote. Esto lo hubiera hecho especialmente vulnerable al

arresto cuando los guardas del sumo sacerdote prendieron a Jesús. Sin embargo,

Juan fue el único apóstol que se atrevió a estar de pie ante la cruz, y Jesús le

encomendó el cuidado de su madre (Juan 19:26, 27). Cuando los discípulos oyeron

que ya el cuerpo de Jesús no estaba en el sepulcro, Juan corrió delante de los demás

y llegó primero al sepulcro. Sin embargo, permitió que Pedro entrara adelante de él

en la cámara mortuoria (Juan 20:1–4, 8).

Si en verdad Juan escribió el cuarto evangelio, las epístolas de Juan y el

Apocalipsis, eso significa que él escribió más en el Nuevo Testamento que cualquiera

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de los otros apóstoles. No tenemos ninguna razón sólida para dudar que Juan fuera

el autor de estas obras.

La tradición dice que Juan cuidó a la madre de Jesús mientras pastoreaba la

congregación de Efeso, y que ella murió allí. Tertuliano dice que fue llevado a Roma

y “sumergido en aceite hirviente, pero no le pasó nada, y entonces fue desterrado a

una isla”. Esta fue probablemente la isla de Patmos, donde se escribió el Apocalipsis.

Se cree que Juan vivió hasta avanzada edad y que su cuerpo fue devuelto a Efeso para

ser sepultado.

Judas (no el Iscariote)

Juan llama a uno de los discípulos “Judas (no el Iscariote)” (Juan 14:22). No es fácil

determinar la identidad de este hombre. Jerónimo le dio el sobrenombre de Trionius,

es decir, el hombre de tres nombres.

El Nuevo Testamento se refiere a varios hombres que se llamaban Judas: Judas

Iscariote (vea la sección que sigue), Judas el hermano de Jesús (Mateo 13:55; Marcos

6:3), Judas de Galilea (Hechos 5:37), y Judas (no el Iscariote). Es claro que Juan quería

evitar una confusión al referirse a este hombre, especialmente por el hecho de que

el otro discípulo que se llamaba Judas tenía una horrible reputación.

Mateo se refiere a este hombre con el nombre de Lebeo, “por sobrenombre

Tadeo” (Mateo 10:3). Marcos se refiere a él simplemente con el nombre de

Tadeo (Marcos 3:18). Lucas lo menciona con las palabras “Judas, el hijo de

Jacobo” (Lucas 6:16; Hechos 1:13). La versión Reina-Valera y la del rey Jaime (en

inglés) traducen incorrectamente esta porción de Lucas con las palabras “hermano

de Jacobo”.

No tenemos seguridad sobre quién fue el padre de Tadeo. Algunos piensan que

fue Jacobo, el hermano de Jesús. Si así fue el caso, entonces Judas fue sobrino de

Jesús. Esto no es probable, pues los historiadores de la Iglesia primitiva informan que

este Jacobo nunca se casó. Otros piensan que su padre fue el apóstol Jacobo, hijo de

Zebedeo. No podemos tener seguridad.

William Steuart McBirnie sugiere que el nombre de Tadeo era un diminutivo de

Teudas, el cual viene del nombre arameo tad, que significa pecho. Así pues, Tadeo

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pudo haber sido un apodo que significaría literalmente uno que está cerca del

pecho. McBirnie cree que el nombre Lebeo pudo haberse derivado del nombre

hebreo leb, que significa corazón.

El historiador Eusebio dice que Jesús envió una vez a este discípulo para que fuera

al rey Abgar de Mesopotamia y orara para que fuera sanado. Según su relato, Judas

fue a visitar a Abgar después de la ascensión de Jesús al cielo, y permaneció allí para

predicar en varias ciudades de Mesopotamia.4 Otra tradición dice que este discípulo

fue asesinado por unos magos en la ciudad de Suanir, Persia. Se dice que lo mataron

con garrotes y piedras.

Judas Iscariote

Todos los evangelios colocan al final de la lista de los discípulos de Jesús a Judas

Iscariote. Sin duda alguna, esto refleja la mala reputacíón de Judas como traidor de

Jesús.

La palabra aramea Iscariote significa en sentido literal hombre de Queriot. Este

era un pueblo que estaba cerca de Hebrón (Josué 15:25). Juan nos dice que Judas era

hijo de Simón (Juan 6:71).

Si Judas era en verdad de Queriot, eso quiere decir que él fue el único de los

discípulos de Jesús que era de Judea. Los nativos de Judea despreciaban a los de

Galilea, porque los consideraban como rudos colonos de frontera. Esta actitud pudo

haberlo alejado de los demás discípulos.

4 Eusebio, e History of the Church (Historia de la Iglesia). Oxford: Penguin Classics,

1965, pág. 65.

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Fresco de las catacumbas. Este fresco que data del 200–220 d.C., es una de las pinturas más

antiguas que hasta ahora se hayan descubierto en las catacumbas. Representa los sucesos de

Juan 21, cuando siete discípulos (es decir, Pedro, Tomás, Natanael, los hijos de Zebedeo y otros

dos discípulos) comieron pan y pescado.

Los evangelios no nos dicen exactamente cuándo llamó Jesús a Judas Iscariote

para que se uniera al grupo de sus seguidores. Tal vez eso ocurrió en los primeros

días, cuando llamó a muchos otros (vea Mateo 4:18–22).

Judas actuó como tesorero de los discipulos, y por lo menos en una ocasión

manifestó una actitud de tacañería hacia la obra de ellos. Cuando una mujer llamada

María se presentó para derramar un rico ungüento sobre los pies de Jesús, Judas se

quejó: “¿Por qué no fue este perfume vendido por tresdentos denarios, y dado a los

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pobres?” (Juan 12:5). Juan comenta que Judas dijo esto, “no porque se cuidara de los

pobres, sino porque era ladrón” (Juan 12:6).

Cuando los discípulos compartían su última comida con Jesús, el Señor les reveló

que El sabía que estaba a punto de ser traicionado, y señaló a Judas como el culpable.

Le dijo a Judas: “Lo que vas a hacer, hazlo pronto” (Juan 13:27). Sin embargo, los

otros discípulos no sospecharon lo que Judas estaba a punto de hacer. Juan informa

que “algunos pensaban, puesto que Judas tenía la bolsa, que Jesús le dería: Compra

lo que necesitamos para la fiesta …” (Juan 13:28, 29).

Los eruditos han ofrecido varias teorías acerca de la razón por la cual Judas

traicionó a Jesús. Algunos piensan que fue una reacción ante El por la reprensión que

le dio cuando criticó a la mujer que lo ungió. Otros dicen que Judas actuó por avaricia,

es decir, por amor al dinero que los enemigos de Jesús le ofrecieron. Lucas y Juan

dicen sencillamente que Satanás inspiró las acciones de Judas (Lucas 22:3; Juan

13:27).

Mateo dice que Judas, por remordimiento, intentó devolver el dinero a los

captores de Jesús. “Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se

ahorcó” (Mateo 27:5). En las obras más modernas se describe a Judas como un zelote

o patriota extremista que se desilusionó por el hecho de que Jesús no condujo un

movimiento de masas o rebelión contra Roma. Sin embargo, hay muy pocas

evidencias a favor de este punto de vista.

Mateo

En la época de Jesús, el gobernador romano cobraba varios impuestos al pueblo

de Palestina. Los derechos del transporte de bienes por tierra y por agua eran

recibidos por cobradores privados de impuestos, quienes pagaban un derecho al

gobierno romano por la autorización que les daba para imponer estas recaudaciones.

Los cobradores de impuestos lograban ganancias excesivas al cobrar un impuesto

mayor del que la ley exigía. Los cobradores autorizados contrataban con frecuencia

funcionarios de menor rango, llamados publicanos, pata que fueran ellos quienes

realmente recaudaran los impuestos. Los publicanos extraían sus propias pagas al

cobrar una fracción más de lo que exigía el que lo había contratado. El discípulo

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Mateo era un publicano que cobraba impuestos en el camino que iba de Damasco a

Acco [N. del E. en castellano: generalmente identificada con Tolemaida, Hechos 21:7

y con la Acre de los cruzados]; su cabana estaba ubicada al salir de la ciudad de

Capernaum, y también es posible que cobrara impuestos a los pescadores por su

pescado.

Normalmente, el publicano cobraba el cinco por ciento del precio de venta en los

artículos de comercio normal, y hasta el doce y medio por ciento en los artículos de

lujo. Mateo también les cobraba impuestos a los pescadores que trabajaban en el

mar de Galilea y a los hombres que transportaban en barcas sus productos desde las

ciudades que estaban en el otro lado del lago.

Los judíos consideraban que el dinero de un cobrador de impuestos era inmundo,

así que nunca pedían que les dieran el vuelto. Si un judío no tenía la cantidad exacta

que le exigía el cobrador de impuestos, le pedía prestado a un amigo. El pueblo judío

despreciaba a los publicanos como agentes del odioso imperio romano y del rey

títere judío. A los publicanos no se les permitía dar testimonio ante un tribunal, ni

podían dar los diezmos de su dinero al templo. Un buen judío ni siquiera se asociaba

con un publicano en la vida privada (ver Mateo 9:10–13).

Sin embargo, los judíos dividían a los cobradores de impuestos en dos clases. En

primer lugar estaban los gabbai, quienes cobraban al pueblo los impuestos generales

de la agricultura y el censo. El segundo grupo eran los mokhsa, quienes eran los

funcionarios que les cobraban dinero a los viajeros. La mayoría de los mokhsa eran

judíos, así que estos eran despreciados, pues los consideraban traidores a su pueblo.

Mateo perteneció a esta clase de cobradores de impuestos.

El evangelio según Mateo nos dice que Jesús se acercó un día a éste, que no

parecía tener probabilidades de convertirse en discípulo, mientras estaba sentado al

banco de los tributos públicos. Le ordenó sencillamente: “Sígueme”, y Mateo dejó el

trabajo para seguir al Señor (Mateo 9:9).

Según parece, Mateo tenía bastante prosperidad material, pues ofreció un

banquete en su propia casa. “Y había mucha compañía de publicanos y de otros que

estaban a la mesa con ellos” (Lucas 5:29). El sencillo hecho de que Mateo poseyera

su propia casa indica que era más rico que el publicano típico.

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A causa de la naturaleza de su obra, nos sentimos muy seguros de que Mateo

sabía leer y escribir. Los papiros en que se hallan documentos de impuestos que

datan de alrededor del año 100 d.C., indican que los publicanos eran bastante

eficientes en el manejo de las operaciones aritméticas. (En vez de usar los

desatinados números romanos, preferían los símbolos griegos, que eran más

sencillos.)

Mateo pudo haber tenido algún parentesco con el discípulo Jacobo, puesto que

de cada uno de ellos se dice que fue “hijo de Alfeo” (Mateo 10:3; Marcos 2:14). Lucas

usa algunas veces el nombre de “Leví” para referirse a Mateo (vea

Lucas 5:27–29). Por esto, algunos eruditos creen que el nombre de Mateo fue Leví

antes que decidiera seguir a Jesús, y que Jesús le dio el nuevo nombre, que significa

“don de Dios”. Otros sugieren que Mateo era miembro de la tribu sacerdotal de Leví.

Aunque uno que había sido publicano se había unido a sus filas, Jesús no suavizó

su condena contra los cobradores de impuestos. Los colocó en la misma categoría

que las prostitutas (Mateo 21:31); y más tarde el mismo Mateo clasifica a los

publicanos como pecadores (Mateo 9:10). De todos los evangelios, el de Mateo ha

sido probablemente el más influyente. La literatura cristiana del siglo segundo cita

más el evangelio según Mateo, que cualquier otro. Los Padres de la Iglesia colocaron

el Evangelio según Mateo al comienzo del canon del Nuevo Testamento,

probablemente a causa de la importancia que le atribuían. El relato de Mateo destaca

el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento en Jesús. Hace hincapié en

que Jesús era el Mesías prometido, quien había venido para redimir a la humanidad.

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Un cobrador de impuestos. Aunque los romanos dominaban Palestina, contrataban comerciantes

locales para que cobraran los impuestos. Estos comerciantes escogían escribas, conocidos con el

nombre de publicanos, para que hicieran el trabajo de cobrarlos directamente. Los publicanos

cobraban más de la cantidad que exigía la ley, y el exceso lo guardaban para ellos y sus empleados.

La ley romana no limitaba la cantidad que ellos podían cobrar; así que la mayoría de los publicanos

le cobraban al pueblo un impuesto tan exagerado, que llegaba a ser un fuerte gravamen. Por esta

razón, los judíos que observaron cuando Jesús llamó a un publicano llamado Mateo para que fuera

uno de sus discipulos, se escandalizaron (Lucas 5:27–31).

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Cáliz de Antioquía. Esta gran copa de plata (19 cm de altura) fue descubierta en Antioquía en

1916. Al principio, muchos eruditos pensaron que era la verdadera copa que se usó en la última

cena del Señor, Sin embargo, el estudio subsiguiente de la obra de arte que hay en la copa condujo

a las autoridades a creer que data de un tiempo que no se remonta más allá del siglo cuarto o

quinto de nuestra era. El revestimiento interno de metal pudiera ser sustituto de un vaso original

de vidrio. En 1954, la compañía Warner Brothers Studios produjo una película de largo metraje

acerca de la historia de esta copa, titulada “El cáliz de plata”, en la cual figuraron como estrellas

Paul Newman y Jack Palance.

No sabemos lo que le ocurrió a Mateo después del día de Pentecostés. John Foxe,

en su obra Book of Martyrs (Libro de los mártires), afirma que Mateo pasó sus últimos

años predicando en Partía y Etiopía. Foxe dice que Mateo murió mártir en la ciudad

de Nadabah en el 60 d.C. Sin embargo, no sabemos de qué fuente sacó esta

información (aparte de las fuentes griegas medievales), ni podemos juzgar si tal

afirmación es digna de crédito.

Felipe

El evangelio según Juan es el único que nos ofrece alguna información detallada

acerca del discípulo llamado Felipe. (No debe confundirse este

Felipe con Felipe el evangelista; vea Hechos 21:8.)

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Jesús se encontró con Felipe por primera vez en Betábara, al otro lado del río

Jordán (Juan 1:28). Es interesante el hecho de que lo llamara individualmente,

mientras que llamó a la mayoría de los otros discípulos por pares. Felipe fue quien le

presentó a Natanael (Juan 1:45–51), y Jesús también llamó a Natanael (o Natanael

Bartolomé) para que fuera su discípulo.

Cuando se reunieron 5.000 personas para oír a Jesús, Felipe le preguntó a su

Señor como podrían ellos alimentar a la multitud. “Doscientos denarios de pan no

bastarían para que cada uno de ellos tomase un poco”, dijo (Juan 6:7).

En otra ocasión, un grupo de griegos acudieron a Felipe y le pidieron que los

presentara a Jesús. Felipe consiguió la ayuda de Andrés y juntos llevaron a los griegos

para que vieran a Jesús (Juan 12:20–22).

Mientras los discípulos comían la última cena con Jesús, Felipe dijo: “Señor,

muéstranos al Padre, y nos basta” (Juan 14:8). Jesús le respondió que ellos ya habían

visto al Padre en El.

Estos tres breves relatos constituyen todo lo que vemos de Felipe en los

evangelios. La Iglesia ha conservado muchas tradiciones acerca de su ministerio

posterior y de su muerte. Algunos dicen que predicó en Francia; otros, que predicó

en el sur de Rusia, Asia Menor y aun en la India. En el 194 d.C., el obispo Polícrates

de Antioquía escribió: “Felipe, uno de los doce apóstoles, duerme en Hierápolis.” Sin

embargo, no contamos con evidendas firmes que apoyen estas informaciones.

Simón Pedro

El discípulo llamado Simón Pedro fue un hombre de contrastes. En Cesarea de

Filipo, Jesús preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón

Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:15, 16). En cambio,

siete versículos después, leemos: “Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a

reconvenirle …” Pedro tenía la característica de que iba de un extremo al otro.

Cuando Jesús intentó lavarle los pies en el aposento alto, el impulsivo discípulo

exclamó: “No me lavarás los pies jamás.” Sin embargo, cuando Jesús insistió, le dijo:

“Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza” (Juan 13:8, 9).

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La última noche que estuvieron juntos Pedro y Jesús, Pedro le dijo: “Aunque todos

se escandalicen, yo no” (Marcos 14:29). No obstante, a las pocas horas, Pedro no sólo

negó a Jesús, sino que maldijo (Marcos 14:71).

¿Dónde está enterrado Pedro?

La tradición católica romana sostiene que Pedro está sepultado

debajo de una magnífica estructura de Roma que lleva su nombre: la

basílica de San Pedro. Aunque el Nuevo Testamento no nos informa

acerca de ninguna visita de Pedro a Roma, hay evidencias históricas de

que él pasó por lo menos un período de la última parte de su vida allí.

También hay referencias en otros libros no bíblicos (como en los Hechos

de Pedro), y numerosas alusiones en los escritos de los eruditos de la

Iglesia de los siglos segundo y tercero, las cuales confirman que Pedro

murió en Roma. Eusebio da el 68 d.C. como el ano aproximado de la

muerte de Pedro.

Tertuliano y Orígenes, apologetas de la Iglesia primitiva, afirman que

Pedro fue ejecutado por crucifixión con la cabeza hacia abajo en Roma.

Dicen que él fue uno de los millares de cristianos que murieron en la

persecución del emperador Nerón. Con toda probabilidad, Pedro fue

ejecutado en los Jardines Neronianos, donde ahora se halla ubicada la

Ciudad del Vaticano. Según Tertuliano y Orígenes, fue sepultado cerca

de esta, al pie de la colina del Vaticano. Gayo de Roma (siglo III d.C.)

menciona este sepulcro.

Se dice que los restos de Pedro fueron llevados a una bóveda ubicada

en la Vía Apia, cuando el emperador Valerio comenzó su persecución

contra los cristianos (258 d.C.) Allí reposaron junto con los de Pablo,

resguardados de la amenaza de profanación de los cementerios

cristianos por parte del emperador. Posteriormente, los restos de Pedro

fueron devueltos a su tumba original, y alrededor del 325 d.C.,

Constantino erigió una magnífica basílica sobre el lugar situado al pie de

la colina del Vaticano. En el siglo dieciséis, esta basílica fue reemplazada

por la actual basílica de San Pedro.

Durante muchos siglos, la basílica de San Pedro ha sido el santuario

más reverenciado en el mundo católico occidental. Millares de fieles

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viajan a Roma cada año para orar en el sitio donde se dice que Pedro fue

sepultado. Sin embargo, en años recientes los eruditos han puesto en

duda la afirmación de que Pedro está sepultado bajo la basílica. Los

arqueólogos del Vaticano hicieron varias excavaciones al comienzo de

los años sesenta, para investigar esta afirmación sostenida a través de

los siglos. Hallaron un cementerio romano del siglo primero en el cual

había un sepulcro excavado apresuradamente, que pudo haber sido el

de Pedro. Los investigadores del Vaticano pensaron que era una

conclusión razonable.

Gayo escribió que los sepulcros de los apóstoles estaban cerca del

Vaticano, en el camino hacia Ostia; esto Bugiere otro sitio posible.

Este temperamento volátil e impredeáble, metió con frecuencia a Simón Pedro

en problemas. Sin embargo, el Espíritu Santo moldearía a Pedro hasta hacerlo un líder

estable y dinámico de la Iglesia primitiva, un hombre de roca (Pedro significa roca) en

todos los sentidos.

Los escritores del Nuevo Testamento usaron cuatro nombres diferentes para

referirse a Pedro. Uno de ellos fue el nombre hebreo Simeón (Hechos 15:14 texto

griego), que pudiera significar el que escucha. Un segundo nombre es Simón, que es

la forma griega de Simeón. El tercer nombre es Cefas, arameo, que significa también

roca. El cuarto nombre fue Pedro, griego, que significa roca. Los escritores del Nuevo

Testamento le aplican más este nombre que cualquiera de los otros tres.

Cuando Jesús halló a este hombre por primera vez, le dijo: “Tú eres Simón, hijo de

Jonás; tú serás llamado Cefas” (Juan 1:42). Jonás era el nombre hebreo de la

paloma (vea Mateo 16:17; Juan 21:15–17). Algunas versiones modernas traducen

este nombre como Juan.

Pedro y su hermano Andrés eran pescadores en el mar de Galilea (Mateo 4:18;

Marcos 1:16). Hablaba con el acento galileo, y sus modales lo identificaban como un

rústico habitante de la frontera de Galilea (vea Marcos 14:70). Su hermano Andrés lo

condujo a Jesús (Juan 1:40–42).

Mientras Jesús colgaba de la cruz, Pedro estaba probablemente entre el grupo de

Galilea que “estaban lejos mirando estas cosas” (Lucas 23:49). En 1 Pedro 5:1,

escribió: “Yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo …”

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Simón Pedro encabeza la lista de los apóstoles en cada evangelio, lo cual sugiere

que los escritores del Nuevo Testamento lo consideraron como el más importante de

los doce. No escribió tanto como Juan o Mateo, pero al principio fue el líder más

influyente de la Iglesia primitiva. Aunque 120 seguidores de Jesús recibieron el

Espíritu Santo el día de Pentecostés, las Escrituras sólo registran las palabras de Pedro

(Hechos 2:14–40). Fue él quien sugirió que los apóstoles buscaran un sustituto para

Judas Iscariote (Hechos 1:22). El y Juan fueron los primeros discípulos que realizaron

un milagro despúes del Pentecostés: sanaron a un cojo en la puerta la Hermosa del

templo de Jerusalén (Hechos 3:1–11).

El libro de los Hechos destaca los viajes de Pablo; sin embargo, Pedro también

viajó ampliamente. Visitó a Antioquía (Gálatas 2:21), Corinto (1 Corintios 1:11), y tal

vez Roma. Eusebio declara que Pedro fue crucificado en Roma, probablemente

durante el gobierno de Nerón.

Pedro se sintió libre para cumplir su ministerio entre los gentiles (vea Hechos 10),

pero es mejor conocido como el apóstol de los judíos (vea Gálatas 2:8). Cuando Pablo

tomó un papel más activo en la obra de la Iglesia, y cuando los judíos se volvieron

hostiles hacia el cristianismo, Pedro se fue desdibujando y pasó a un segundo plano

en el relato del Nuevo Testamento.

La Iglesia Católica Romana basa la autoridad del papa en Pedro, pues sostiene que

Pedro era obispo de la iglesia de Roma cuando murió. Su tradición dice que la

basílica de San Pedro en Roma está edificada sobre el sitio donde Pedro fue

sepultado. Las excavadones modernas que se han hecho debajo de la antigua

iglesia muestran un cementerio romano muy antiguo y algunos sepulcros hechos

apresuradamente para enterrar cristianos. Una lectura detenida de los evangelios y

de la primera parte de Hechos, tendería a apoyar la tradición de que Pedro fue al

principio el personaje líder de la Iglesia primitiva. La tradición de que Pedro fue

inicialmente el líder de la Iglesia apostólica cuenta con un fuerte apoyo.

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La basílica de San Pedro. Según la tradición católica, Pedro fue ejecutado en el circo de

Nerón, donde millares de cristianos sufrieron el martirio. En el 319 d.C., el emperador Constantino

destruyó el circo y construyó sobre la parte norte de sus cimientos la primera basílica de San

Pedro. La estructura actual se comenzó a construir en 1450 y se necesitaron 178 años para

terminarla. Miguel Angel diseñó su magnifica cúpula. El tamaño de la basílica de San Pedro la hace

la iglesia más grande del mundo.

Simón Zelote

Mateo y Marcos se refieren a un discípulo llamado “Simón el cananista”, a quien

Lucas y el libro de los Hechos se refieren con el nombre de “Simón Zelote”. Estos

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nombres se refieren al mismo hombre. El término Zelote es transliteración de una

palabra griega que significa el celoso; de modo que parece que este discípulo

pertenecía a la secta judía conocida con el nombre de los zelotes. (Vea el capítulo 5

de esta obra: “Los judíos en los tiempos del Nuevo Testamento.”)

Las Escrituras no indican cuándo fue invitado Simón Zelote para unirse a los

apóstoles. La tradición dice que Jesús lo llamó en los mismos días que llamó a Andrés

y a Pedro, a Jacobo y a Juan, a Judas Iscariote y a Tadeo (vea Mateo 4:18–22).

Tenemos varias historias conflictivas con respecto al ministerio posterior de este

hombre. La iglesia copta de Egipto dice que él predicó en Egipto, Africa, Gran Bretaña

y Persia; otras fuentes primitivas están de acuerdo en que realizó su ministerio en las

Islas Británicas, pero esto es dudoso. Nicéforo de Constantinopla escribió: “Simón,

nacido en Caná de Galilea, quien … fue apodado Zelote, después de haber recibido el

Espíritu Santo, viajó por Egipto y Africa, luego por Mauritania y Libia, predicando el

Evangelio. La misma doctrina enseñó en el mar Occidental y las islas llamadas

Británicas.”

La Ultima Cena. Leonardo de Vínci (1452–1519) comenzó a trabajar en 1496 en la que muchos

críticos de arte consideran que es su obra maestra más grande. Muestra a Cristo en el centro de

la mesa. Acaba de manifestar que uno de ellos lo entregaría. Los discípulos murmuran entre sí,

preguntando cuál de ellos haría esto (Lucas 22:21–23). Judas, el segundo personaje que aparece

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del centro hacia la izquierda, permanece en silencio, asiendo fuertemente la bolsa en que tiene

el dinero de los discípulos (vea Juan 12:4–6).

Tomás

El evangelio según Juan nos ofrece del discípulo llamado Tomás un cuadro más

completo que el que obtenemos en los evangelios sinópticos o en el libro de los

Hechos. Juan nos dice que también se llamaba Dídimo (Juan 20:24). Este nombre es

la palabra griega que traduce gemelo, así como la palabra hebrea t’hom significa lo

mismo. La Vulgata Latina usó el término Dídimo como nombre propio, y esa práctica

la han seguido la mayoría de las versiones bíblicas hasta el siglo veinte. Varias

traducciones recientes usan las palabras “Tomás, llamado el Gemelo.”

No sabemos quién pudo haber sido Tomás, ni sabemos nada acerca de sus

familiares, ni cómo fue invitado a entrar en el grupo de los apóstoles. Sin embargo,

sabemos que se reunió con otros seis discípulos que volvieron a los botes pesqueros

después que Jesús fue crucificado (Juan 21:2, 3). Esto sugiere que pudo haber

aprendido el oficio de la pesca cuando era joven.

En una ocasión, Jesús les dijo a sus discípulos que tenía la intención de volver a

Judea. Estos le advirtieron que no fuera, a causa de la oposición que había allí contra

El. En cambio, Tomás dijo: “Vamos también nosotros, para que muramos con él”

(Juan 11:16).

Sin embargo, los lectores modernos olvidan a menudo la valentía de Tomás; con

más frecuencia se le recuerda por su debilidad y su duda. En el aposento alto, Jesús

dijo a sus discípulos. “Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino.” Entonces Tomás le

replicó: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?”

(Juan 14:4, 5). Después que Jesús resudtó, Tomás les dijo a sus amigos: “Si no viere

en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y

metiere mi mano en su costado, no creeré” (Juan 20:25). Unos pocos días después,

Jesús se aparedció a Tomás y a los demás discípulos para darles pruebas sicas de que

El estaba vivo. Fue entonces cuando Tomás exclamó: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan

20:28).

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Los Padres de la Iglesia primitiva respetaron el ejemplo de Tomás. Agustín

comentó: “El dudó para que nosotros no dudemos.”

La tradición dice que Tomás fue misionero finalmente en la India. Se dice que allí

murió mártir y que fue enterrado en Milapur, sitio que ahora es un suburbio de

Madrás. Su nombre se conserva en el nombre mismo de la Martoma, o iglesia “del

Maestro Tomás”.

El sustituto de Judas

Después de la muerte de Judas Iscariote, Simón Pedro sugirió que los discípulos

escogieran a alguien que sustituyera al traidor. Las palabras de Pedro esbozaron

ciertas características que debía tener el nuevo apóstol (vea Hechos 1:15–22). El

apóstol que se iba a nombrar, tendría que haber conocido a Jesús “desde el bautismo

de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba”. También tendría

que ser “un testigo con nosotros, de su resurrección” (Hechos 1:22).

Los apóstoles hallaron dos hombres que satisfacían estos requisitos: José, quien

tenía por sobrenombre Justo, y Matías (Hechos 1:23). Echaron suertes para decidir

el asunto, y la suerte recayó en Matías.

El nombre de Matías es una variante del nombre hebreo Matatías, que significa

don de Dios. Infortunadamente, las Escrituras no nos dicen nada acerca del ministerio

de Matías. Eusebio especuló que Matías pudo haber sido uno de los setenta

discípulos que Jesús envió a predicar el Evangelio (vea Lucas 10:1–16). Algunos lo han

identificado como Zaqueo (vea Lucas 19:2–8). Una tradición dice que predicó en

Mesopotamia; otra dice que los judíos lo mataron por lapidación. Sin embargo, no

hay evidencias que apoyen ninguna de estas tradiciones.

Algunos eruditos han sugerido que Matías fue descalificado, y que los apóstoles

eligieron a Jacobo, el hermano de Jesús, para que tomara su lugar (vea Gálatas 1:19;

2:9). Sin embargo, parece haber habido más de doce hombres a los cuales la Iglesia

primitiva consideraba como apóstoles; y las Escrituras no nos da indicación de que

Matías se hubiera separado del grupo.

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8

ekklesía transliteración del término griego ekklesía que se deriva del verbo griego

ekkaleo, el cual se traduciría yo que se deriva del verbo griego ekkaleo, el cual se

traduciría yo llamo, o yo convoco. En la literatura secular, la palabra ekklesía se refería

a cualquier asamblea, pero en el Nuevo Testamento tiene un significado más

específico. La literatura secular podía usar la palabra ekklesía para hablar de una

revuelta, una concentración política, una orgía o una reunión para cualquier otro

propósito. En cambio, el Nuevo Testamento usa el término ekklesía para referirse a

la reunión de los creyentes cristianos con el objeto de adorar a Cristo. Esta es la razón

por la cual los traductores de la Biblia traducen dicha palabra mediante nuestro

término iglesia, en vez de usar un término más general, como asamblea o reunión.

¿Qué es la Iglesia? ¿Qué personas componen esta reunión? ¿Qué quiere dar a

entender Pablo cuando llama a la Iglesia “el cuerpo de Cristo”?

Para responder estas preguntas de manera completa, necesitamos entender el

contexto social e histórico de la Iglesia del Nuevo Testamento. La Iglesia primitiva

brotó en la encrucijada de las culturas hebrea y helenística. Ya hemos echado un

vistazo a estas culturas en dos capítulos anteriores: “Los judíos en los tiempos del

Nuevo Testamento” y “Los griegos”.

En este capítulo dedicamos nuestra atención a la historia de la Iglesia primitiva en

sí. Veremos lo que los primeros cristianos entendieron que era su misión, y qué

concepto tuvieron de ellos los incrédulos.

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La fundación de la Iglesia

Cuarenta días después de su resurrección, Jesús les dio las instrucciones finales a

sus discípulos y ascendió al cielo (Hechos 1:1–11). Los discípulos regresaron a

Jerusalén y se recluyeron durante varios días para ayunar, orar y esperar al Espíritu

Santo, de quien Jesús les dijo que vendría. Unos 120 de los discípulos de Jesús

constituían el grupo que esperaba.

Cincuenta días después de la Pascua, el día de Pentecostés, un estruendo como

de un viento recio llenó la casa donde el grupo estaba congregado. Lenguas de fuego

se asentaron sobre cada uno de ellos, y comenzaron a hablar en otras lenguas

distintas a la de ellos, según el Espíritu Santo les daba que hablasen. Los visitantes

extranjeros se sorprendieron al oír que los discípulos hablaban las lenguas de ellos.

Algunos se burlaron del grupo y dijeron que estaban borrachos (Hechos 2:13).

En cambio, Pedro silenció a la multitud y les explicó que eran testigos del

derramamiento del Espíritu Santo que los profetas del Antiguo Testamento habían

predicho (Hechos 2:16–21; compare con Joel 2:28–32). Algunos de los observadores

extranjeros preguntaron qué debían hacer para recibir el Espíritu Santo. Pedro dijo:

“Arrepentios, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para

perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). Unas tres

mil personas aceptaron a Cristo como su Salvador ese día (Hechos 2:41).

Durante varios años, Jerusalén fue el centro de la Iglesia. Muchos judíos creyeron

que los seguidores de Jesús eran sólo otra secta más dentro del judaismo.

Sospecharon que los cristianos estaban tratando de iniciar una nueva religión

mistérica en torno a Jesús de Nazaret.

Es cierto que muchos de los primeros cristianos continuaron adorando en el

templo (Hechos 3:1), y que algunos insistieron en que los gentiles convertidos debían

circuncidarse (vea Hechos 15). Sin embargo, pronto comprendieron los líderes judíos

que los cristianos eran más que una secta. Jesús les había dicho a los judíos que Dios

haría un Nuevo Pacto con las personas que fueran fieles a El (Mateo 16:18); había

sellado este Pacto con su propia sangre (Lucas 22:20). Así que los primeros cristianos

proclamaban osadamente que ellos habían heredado los privilegios que una vez tuvo

Israel. Ellos no eran simplemente una parte de Israel, sino que eran el nuevo Israel

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(Apocalipsis 3:12; 21:2; compare con Mateo 26:28; Hebreos 8:8; 9:15). “Los líderes

judíos tenían un temor estremecedor, porque esta extraña enseñanza nueva no era

judaismo estricto, sino que fusionaba los privilegios de Israel con la alta revelación

de un Padre de todos los hombres.”

A. La comunidad de Jerusalén. Después de Pentecostés, los primeros cristianos

formaron una comunidad cerrada en Jerusalén. Esperaban que Cristo regresara

pronto.

Los cristianos de Jerusalén compartían entre sí todos sus bienes materiales

(Hechos 2:44, 45). Muchos vendieron sus propiedades y dieron todos sus ingresos a

la Iglesia, la cual distribuía estos recursos entre el grupo (Hechos 4:34, 35).

Aún acudían al templo para orar (Hechos 2:46), pero comenzaron a compartir la

Cena del Señor en sus propios hogares (Hechos 2:42–46). Esta comida simbólica les

recordaba el Nuevo Pacto con Dios, que Jesucristo había hecho al ofrecer en sacrificio

su propio cuerpo y su propia sangre.

Dios hacía milagros de sanidad por medio de ellos. Los enfermos se reunían en el

templo para que los apóstoles los tocaran cuando pasaran de camino a la oración

(Hechos 5:12–16). Estos milagros convencieron a muchas personas de que los

cristianos estaban sirviendo verdaderamente a Dios. Los funcionarios del templo

arrestaron a los apóstoles, en un esfuerzo por suprimir el interés del pueblo en la

nueva religión, pero Dios envió un ángel a librarlos de la cárcel (Hechos 5:17–20), lo

cual despertó mayor entusiasmo.

La Iglesia crecía tan rápidamente, que los apóstoles tuvieron que nombrar a siete

hombres para que distribuyeran los bienes entre las viudas necesitadas. El más

destacado de estos hombres fue Esteban, “varón lleno de fe y del Espíritu Santo”

(Hechos 6:5). Aquí vemos el comienzo del gobierno de la Iglesia. Los apóstoles

tuvieron que delegar algunos de sus deberes en otros líderes. Con el paso del tiempo,

los oficios en la Iglesia se arreglaron en una estructura más bien compleja.

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Anfiteatro de Efeso. Colonizada por los griegos cerca del año 1000 a.C., Efeso disfrutaba de una

larga historia como ciudad importante del Asia Menor. Ocupaba una amplia zona y contaba con

una población de más de 330.000 habitantes. El teatro de la ciudad tenía lugar para que se

sentaran entre 25.000 y 50.000 personas. El cristianismo llegó a Efeso probablemente cuando

Pablo visitó la ciudad en su segundo viaje misionero (Hechos 18:18,

19).

B. El asesinato de Esteban. Un día, un grupo de judíos prendieron a Esteban y lo

llevaron ante el concilio del sumo sacerdote, donde lo acusaron de blasfemia.

Esteban defendió con elocuencia la fe cristiana y explicó que en Jesús se habían

cumplido las antiguas profecías acerca del Mesías que libraría a su pueblo de la

esclavitud del pecado. Denunció a los judíos como “entregadores y matadores” del

Hijo de Dios (Hechos 7:52). Levantó los ojos al cielo, y exclamó que veía a Jesús a la

diestra de Dios (Hechos 7:55). Esto enfureció a los judíos, quienes lo sacaron de la

ciudad y lo mataron por apedreamiento (Hechos 7:58–60).

Con esto comenzó una ola de persecución que sacó a muchos cristianos de

Jerusalén (Hechos 8:1). Algunos de estos cristianos se establecieron entre los

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gentiles de Samaría, donde lograron que muchos se convirtieran al Señor (Hechos

8:5–8). Establecieron congregaciones en varias ciudades gentiles, como Antioquía

de Siria. Al principio, los cristianos vacilaron en cuanto a recibir a los gentiles en la

Iglesia, por cuanto la veían como el cumplimiento de las profecías judías. Sin

embargo, Cristo había dicho a sus seguidores: “Id, y haced discípulos a todas las

naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”

(Mateo 28:19). Así que la conversión de los gentiles fue “sólo el cumplimiento de la

comisión del Señor, y el resultado natural de todo lo que había ocurrido antes …”

De modo que el martirio de Estaban fue el comienzo de una época de rápida

expansión para la Iglesia.

Esfuerzos misioneros

Cristo había establecido su Iglesia en la encrucijada del mundo antiguo. Las rutas

del comercio llevaban a los mercaderes y a los embajadores a través de Palestina,

donde se ponían en contacto con el Evangelio. Así vemos en el libro de los Hechos la

conversión de oficiales romanos (Hechos 10:1–48), de funcionarios de Etiopía

(Hechos 8:26–40), y de personas de otras tierras.

Poco después de la muerte de Esteban, la Iglesia comenzó un esfuerzo sistemático

para llevar el Evangelio a todas las naciones. Pedro visitó las principales ciudades de

Palestina, y predicaba tanto a judíos como a gentiles. Otros fueron a Fenicia, Chipre

y Antioquía de Siria. Cuando la iglesia de

Jerusalén oyó que el Evangelio era bien recibido en estos lugares, envió a Bernabé

para que animara a los nuevos cristianos de Antioquía (Hechos 11:22, 23). Este fue

después a Tarso para buscar a un nuevo convertido que se llamaba Saulo. Lo llevó a

Antioquía, donde los dos enseñaron en la iglesia durante más de un año (Hechos

11:26).

Un profeta llamado Agabo predijo que el imperio romano padecería una gran

hambre en la época del emperador Claudio. Herodes Agripa estaba persiguiendo a la

iglesia de Jerusalén; ya había ejecutado a Jacobo, el hermano de Jesús, y había puesto

en la cárcel a Pedro (Hechos 12:1–4). Así que los cristianos de Antioquía recogieron

una ofrenda para enviarla a sus amigos de Jerusalén, y despacharon a Bernabé y a

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Pablo con aquella ayuda. Bernabé y Pablo regresaron de Jerusalén con un joven

llamado Juan Marcos (Hechos 12:25).

Por aquellos tiempos, habían surgido varios predicadores dentro de la iglesia de

Antioquía; así que la congregación envió a Bernabé y a Saulo en un viaje misionero al

Asia Menor (Hechos 13, 14). Este fue el primero de tres grandes viajes misioneros

que Saulo (posteriormente llamado Pablo) realizó para llevar el Evangelio a los

lugares más distantes del imperio romano. (Vea el capítulo 9 de este libro: “Pablo y

sus viajes”.)

Los primeros misioneros cristianos centraron sus enseñanzas en la Persona y la

obra de Jesucristo. Declararon que El era el Siervo inmaculado e Hijo de Dios, que

había dado su vida para expiar los pecados de todos cuantos pusieran su confianza

en El (Romanos 5:8–10). El era Aquel a quien Dios había levantado de entre los

muertos para derrotar los poderes del pecado (Romanos 4:24, 25; 1 Corintios 15:17).

El gobierno de la Iglesia

Al principio, los seguidores de Jesús no vieron la necesidad de desarrollar un

sistema de gobierno para la iglesia. Esperaban que Cristo regresara pronto; así que

trataban los problemas internos según surgieran, generalmente de un modo muy

informal.

Cuando Pablo escribió sus epístolas a las iglesias, los cristianos ya comprendían

que tenían la necesidad de organizar su obra. El Nuevo Testamento no nos ofrece un

cuadro detallado de este primitivo gobierno de la Iglesia. Aparentemente, uno o más

ancianos (presbíteros) presidían los asuntos de cada congregación (vea Romanos

12:6–8; 1 Tesalonicenses 5:12; Hebreos 13:7, 17, 24), en la misma forma como lo

hacían los ancianos en las sinagogas judías. Estos ancianos eran escogidos por el

Espíritu Santo (Hechos 20:28); sin embargo, los apóstoles los nombraban (Hechos

14:23). Así obraba el Espíritu Santo por medio de los apóstoles para constituir líderes

en el ministerio. Algunos predicadores que se llamaban evangelistas parecen haber

viajado de congregación en congregación, como lo hacían los apóstoles. La palabra

evangelistas significa hombres que manejan el Evangelio. Algunos han pensado que

eran delegados personales de los apóstoles, así como Timoteo lo fue de Pablo; otros

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suponen que ganaron este nombre al manifestar un don especial de evangelización.

Entre las visitas de estos predicadores, los ancianos asumían los deberes normales

del pastorado.

En algunas congregaciones, los ancianos nombraban diáconos para que

distribuyeran el alimento a los necesitados, o para que se encargaran de otras

necesidades materiales (vea 1 Timoteo 3:12). Los primeros diáconos fueron “varones

de buen testimonio” que los ancianos de Jerusalén escogieron para que se

encargaran del cuidado de las viudas de la congregación (Hechos

6:1–6).

Algunas epístolas del Nuevo Testamento mencionan la palabra obispos en la

Iglesia primitiva. Esto causa un poco de confusión, puesto que estos “obispos” no

formaban un nivel superior en el liderato de la Iglesia, como ocurre en algunas iglesias

donde tal título se usa en el día de hoy. Pablo les recordó a los ancianos de Efeso que

ellos eran “obispos” (Hechos 20:28); y parece haber usado los términos anciano y

obispo en forma intercambiable (Tito 1:5–9). Tanto los obispos como los ancianos

tenían a su cargo la supervisión de la congregación. Es evidente que ambos términos

se refieren a los mismos funcionarios de la Iglesia primitiva; es decir, a los presbíteros.

Pablo y los demás apóstoles reconocieron que el Espíritu Santo les daba

capacidades especiales de liderazgo a ciertos individuos (1 Corintios 12:28). Así que

cuando le conferían un título oficial a algún hermano en la fe, o a alguna hermana,

estaban confirmando lo que el Espíritu ya había hecho.

En la Iglesia primitiva no había un centro terrenal de poder. Los cristianos

entendían que Cristo era el centro y la fuente de todos sus poderes (Hechos 20:28).

Cuando Pablo escribió sus epístolas pastorales, ya los cristianos reconocían la

importancia de preservar las enseñanzas de Cristo por medio de maestros que se

dedicaran a usar “bien la palabra de verdad” (2 Timoteo

2:15).

La Iglesia primitiva no ofrecía poderes mágicos a los individuos por medio de ritos

ni de ningún otro modo. Los cristianos invitaban a los incrédulos a que entraran en

su grupo, el cuerpo de Cristo (Efesios 1:23), el cual sería salvo en su conjunto. Los

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apóstoles y los evangelistas proclamaban que Cristo regresaría por su pueblo, “la

esposa” de Cristo (vea Apocalipsis 21:2; 22:17). Negaban que una persona pudieran

obtener de Cristo poderes especiales para sus propios fines egoístas (Hechos 8:9–24;

13:7–12).

Normas de adoración

A medida que los primeros cristianos iban adorando en conjunto, fueron

estableciendo normas de adoración muy diferentes a las que se observaban en los

servicios de la sinagoga. No tenemos una imagen clara de la adoración de los

cristianos primitivos hasta el año 150 d.C., cuando Justino Mártir describió en sus

escritos los cultos típicos de adoración. Sabemos que tenían sus servicios en

domingo, el primer día de la semana. Lo llamaban “el día del Señor”, por ser el día en

que Cristo resucitó. Los primeros cristianos se reunían en el templo de Jerusalén, en

las sinagogas o en hogares particulares (Hechos 2:46; 13:14–16; 20:7, 8). Algunos

eruditos creen que el hecho de que se mencione que Pablo enseñó en la escuela de

“uno llamado Tiranno” (Hechos 19:9), indica que los primeros cristianos algunas

veces tomaban en alquiler escuelas y otros edificios públicos. Durante más de un siglo

después de la época de Cristo, no hay evidencias de que los cristianos construyeran

edificios especiales para sus servicios de adoración. Cuando eran perseguidos, tenían

que reunirse en lugares secretos, como las catacumbas (cementerios subterráneos)

de Roma.

Los eruditos creen que los primeros cristianos adoraban los domingos al anochecer,

y que su servicio se centraba en la Cena del Señor. Sin embargo, en algún

momento, comenzaron a tener dos servicios los domingos, como lo indica Justino

Mártir: uno temprano por la mañana, y el otro cuando ya la tarde estaba bien

avanzada. Las horas se escogían para poder tener los cultos en secreto y para

favorecer a las personas que trabajaban, las cuales no podían asistir a los cultos de

adoración durante el día.

A. El orden del culto de adoración. Por lo general, el servicio de la mañana era un

tiempo que se dedicaba a la alabanza, la oración y la predicación. El servicio cristiano

de adoración que se produjo el día de Pentecostés de manera improvisada, sugiere

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para el culto de adoración una norma que pudo haber sido generalizada. En primer

lugar, Pedro leyó una porción de las Escrituras. Luego, predicó un sermón en que

aplicó las Escrituras a la situación actual de los adoradores (Hechos 2:14–42). Las

personas que aceptaron a Cristo fueron bautizadas, con lo cual siguieron el ejemplo

del mismo Cristo. Los adoradores participaron con cantos, testimonios y palabras de

exhortación para terminar el servicio (1 Corintios 14:26).

B. La Cena del Señor. Los primeros cristianos participaban en una comida

simbólica llamada la Cena del Señor, para conmemorar la última cena en que Jesús y

sus discípulos observaron la tradicional fiesta de la Pascua de los judíos. El tema de

los dos sucesos era el mismo. En la Pascua, los judíos se regocijaban porque Dios los

había librado de sus enemigos, y miraban con expectación hacia lo futuro, como hijos

de Dios. En la Cena del Señor, los cristianos celebraban la manera como Jesús los

había librado del pecado, y expresaban su esperanza de que algún día volvería (1

Corintios

11:26).

Al principio, la Cena del Señor era una comida completa que los cristianos

compartían en sus hogares. Cada invitado llevaba un plato de comida a la mesa

común. La comida comenzaba con una oración común, después de la cual comían

pequeños pedazos de una sola hogaza de pan, que representaba el cuerpo

quebrantado de Cristo. La comida terminaba con otra oración, después de la cual

compartían entre todos una copa de vino, que representaba la sangre que Cristo

derramó.

Algunas personas especularon que los cristianos, al observar la Cena del Señor,

participaban en un rito secreto, e inventaron historias raras acerca de estos servicios.

El emperador romano Trajano prohibió tales reuniones secretas alrededor del año

100 d.C. En esa época, los cristianos comenzaron a observar la Cena del Señor

durante el servicio de adoración de la mañana, el cual estaba abierto al público.

C. El bautismo. En los tiempos de Pablo, el bautismo era un suceso común en la

adoración cristiana (ver Efesios 4:5). Sin embargo, los cristianos no fueron los

primeros que usaron el bautismo. Los judíos bautizaban a los gentiles que se

convertían; algunas sectas judías practicaban el bautismo como símbolo de

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purificación, y Juan el Bautista hizo del bautismo una parte importante de su

ministerio. El Nuevo Testamento no dice si Jesús bautizaba sistemáticamente a los

que se convertían; pero por lo menos en una ocasión, antes que Juan fuera

encarcelado, lo hallaron bautizando. (Sin embargo, tal vez El pudo haber estado

administrando el bautismo de Juan.) En todo caso, los primeros cristianos se

bautizaban en el nombre de Jesús; es decir, para seguir el ejemplo de El (vea Marcos

1:10; Gálatas 3:27).

Parece que interpretaban el significado del bautismo de diversas maneras: como

símbolo de la muerte de la persona al pecado (Romanos 6:4; Gálatas 2:12), de

purificación del pecado (Hechos 22:16; Efesios 5:26), y de la nueva vida en Cristo

(Hechos 2:41; Romanos 6:3). Ocasionalmente se bautizaba a la familia del nuevo

convertido (vea Hechos 16:33; 1 Corintios 1:16), lo cual pudo haber significado que

la persona tenía el deseo de consagrar todo lo que tenía a Cristo.

D. El calendario de la Iglesia. En el Nuevo Testamento no hay evidencias de que

la Iglesia primitiva observara días de fiesta, con excepción del hecho de que celebraba

sus cultos de adoración el primer día de la semana (Hechos 20:7; 1 Corintios 16:2;

Apocalipsis 1:10). Los cristianos no observaron el domingo como día de reposo hasta

el siglo cuarto d.C., cuando el emperador Constantino designó el domingo como día

de fiesta religiosa para todo el imperio romano. Los cristianos primitivos no

confundieron el domingo con el día de reposo de los judíos, ni hicieron el intento de

aplicar la legislación del día de reposo al domingo.

El historiador Eusebio dice que los cristianos celebraban la resurrección desde los

tiempos apostólicos; 1 Corintios 5:6–8 pudiera referirse a tal celebración. La tradición

dice que los primeros cristianos celebraban la resurrección en el tiempo

correspondiente a la Pascua. Alrededor del 120

d.C., la iglesia de occidente cambió tal celebración para el domingo que sigue a la

Pascua. La iglesia oriental continúa celebrándola en el día correspondiente a la

Pascua.

Conceptos del Nuevo Testamento sobre la Iglesia

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Es interesante estudiar los diversos conceptos que ofrece el Nuevo Testamento

sobre la Iglesia. Las Escrituras se refieren a los primeros cristianos como la familia de

Dios, el templo, el rebaño de Cristo, su esposa, sal, levadura, pescadores, baluarte

que sostiene la verdad de Dios, y de muchas otras maneras. Se pensaba que la Iglesia

era una sola confraternidad universal de creyentes, de la cual cada congregación local

era un afloramiento y una muestra. Los primeros escritores cristianos se refirieron

con frecuencia a la Iglesia como “el cuerpo de Cristo”, y “el nuevo Israel”. Estos dos

conceptos dan a entender mucho sobre la comprensión que tenían los primitivos

cristianos acerca de su misión en el mundo.

La isla de Patmos. El apóstol Juan recibió su visión acerca del juicio de Dios, en esta pequeña isla

rocosa situada en la costa suroeste del Asia Menor. La tradición dice que el emperador romano

Domiciano (81–96 d.C.) desterró a Juan a la isla de Patmos, por cuanto se negó a honrar la religión

del estado romano. El Apocalipsis confirma que la visión fue recibida en Patmos (Apocalipsis 1:9),

y parece indicar que él escribió allí el libro (Apocalipsis 1:11, 19; 10:4).

A. El cuerpo de Cristo. Pablo describe a la Iglesia como “un cuerpo en Cristo”

(Romanos 12:5), y como “su cuerpo” (de Cristo; Efesios 1:23). En otras palabras, la

Iglesia abarca en una sola comunión de vida divina a todos aquellos que están unidos

con Cristo por el Espíritu Santo y a través de la fe. Estos comparten su resurrección

(Romanos 6:8), y son a la vez llamados y capacitados para continuar su ministerio de

servir y sufrir para bendecir a otros (1 Corintios 12:14–26). Están unidos en una

comunidad para dar cuerpo al reino de Dios en el mundo.

Por el hecho de que estas personas estaban unidas a otros cristianos, entendían

que lo que nacían con su cuerpo y capacidades era muy importante (Romanos 12:14;

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1 Corintios 6:13–19; 2 Corintios 5:10). Entendían que las diversas razas y clases

habían llegado a ser una sola cosa en Cristo (1 Corintios 12:3; Efesios 2:14–22), y

tenían que aceptarse y amarse los unos a los otros de una manera que demostrara

que esto era una realidad.

Al describir a la Iglesia como el cuerpo de Cristo, los cristianos primitivos hacían

hincapié en que Cristo era la Cabeza de la Iglesia (Efesios 5:25). El dirigía sus acciones

y merecía cualquier alabanza que ella recibiera. Todo poder que ella tuviera para

adorar y servir era un don de El.

B. El nuevo Israel. Los primeros cristianos se identificaban con Israel, el pueblo

escogido de Dios. Creían que la venida y el ministerio de Jesús constituían el

cumplimiento de la promesa que Dios había hecho a los patriarcas (vea Mateo 2:6;

Lucas 1:68; Hechos 5:31), y sostenían que Dios había establecido un Nuevo Pacto con

los seguidores de Jesús (vea 2 Corintios 3:6; Hebreos 7:22; 9:15).

Sostenían que Dios había establecido su nuevo Israel, el cual se basaba en la

salvación personal, y no en la relación familiar. Su Iglesia era una nación espiritual

que trascendía todas las herencias culturales y nacionales. Cualquiera que colocaba

su fe en el Nuevo Pacto de Dios mediante el acto de rendir su vida a Cristo, se

convertía en descendiente espiritual de Abraham, y como tal, parte del “nuevo Israel”

(Mateo 8:11; Lucas 13:28–30; Romanos 4:9–25; 11; Gálatas 3, 4; Hebreos 11, 12).

C. Características comunes. De las muchas imágenes de la Iglesia que hallamos en

en Nuevo Testamento emergen algunas cualidades comunes. Todas ellas nos

demuestran que la Iglesia existe porque Dios le dio el ser. Cristo comisionó a sus

seguidores para que continuaran la obra de El, y esa es la razón por la cual existe la

iglesia.

Las diversas imágenes de la Iglesia que aparecen en el Nuevo Testamento

destacan el hecho de que el Espíritu Santo le da el poder y determina su dirección.

Los miembros de la Iglesia comparten una tarea común y un destino común bajo la

dirección del Espíritu Santo.

La Iglesia es una entidad activa y viviente. Participa en los asuntos de este mundo,

muestra el camino de vida que Dios tiene para todo el pueblo, y proclama la Palabra

de Dios para la era presente. La unidad espiritual y la pureza de la Iglesia están en

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marcado contraste con el antagonismo y la corrupción del mundo. Es responsabilidad

suya, en todas las congregaciones locales en que ella se hace visible, practicar la

unidad, el amor y la solicitud, de una manera que demuestre que Cristo vive

verdaderamente en aquellos que son miembros de su cuerpo, de tal modo que la

vida de ellos es la vida de El en ellos.

Doctrinas del Nuevo Testamento

La Biblia expone las enseñanzas fundamentales de la fe cristiana. La Iglesia

primitiva vivió en conformidad con estas doctrinas, y las conservó para nosotros.

Centremos nuestra atención en la manera como el Nuevo Testamento presenta al

cristianismo.

A. Un Cristo vivo. Ante todo, se nos dice que Dios Padre atrae a los cristianos a

una comunión con El mismo, como hijos de una familia, por medio de la muerte y la

vida resucitada de Jesucristo, el eterno Hijo de Dios. Pablo escribió: “Dios estaba en

Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Corintios 5:19). Fue así como el eterno Hijo

de Dios asumió carne humana. Jesús de Nazaret, quien es Dios en sentido pleno y

hombre en sentido pleno, reveló el Padre al mundo. Los primeros cristianos se

consideraban a sí mismos como personas que habían creído en Dios por medio de

Cristo (1 Pedro 1:21). Habían hallado nueva vida en Jesucristo, y habían llegado a una

unión con el Dios viviente, por medio de El (Romanos 5:1).

Jesús prometió que, al nacer de nuevo, los seres humanos hallarían su propia

relación con Dios, y entrarían con seguridad en su reino (Juan 3:5–16; 14:6). Los

primeros cristianos proclamaban este mensaje sencillo, pero sorprendente, acerca

de Jesús.

Todas las principales religiones del mundo han afirmado que su fundador tuvo un

discernimiento único de las verdades de la vida. Los cristianos afirmamos mucho más,

pues el mismo Jesús nos dijo que El es la Verdad, y no sólo un maestro de la verdad

(Juan 14:6). Los cristianos del siglo primero rechazaron las religiones y filoso as

paganas de su tiempo, para aceptar al Verbo de Dios encarnado.

B. La enseñanza de la doctrina. La religión pagana de Roma era un rito, y no una

doctrina. En efecto, el emperador declaraba: “Esto es lo que tienen que hacer, pero

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pueden pensar lo que quieran.” Los romanos creían que sólo necesitaban realizar las

ceremonias religiosas debidas, las entendieran o no. En lo que a ellos se refería, un

escéptico hipócrita podía ser tan religioso como un verdadero creyente, mientras

ofreciera sacrificios enlos templos de los dioses.

Los himnos de los cristianos primitivos

Es imposible determinar cuál fue el primer himno cristiano. Los

cristianos adoptaron el canto de la fe judía como expresión de acción de

gracias y de regocijo. Las Escrituras nos dicen que Jesús cantó un himno

con sus disdpulos, al terminar la Cena del Señor (Marcos 14:26). Muy

probablemente lo que entonaron fueron los cánticos que se hallan en los

Salmos 113–118, los cuales se cantaban tradicionalmente en la cele-

bradón de la Pascua. El Nuevo Testamento registra otras ocasiones en

que los apóstoles y otros cristianos cantaron. Pablo y Silas, por ejemplo,

oraron y cantaron himnos en la cárcel de Filipos (Hechos 16:25).

¿Cuáles fueron estos cantos e himnos? Es imposible decirlo con

certeza, pero hallamos algunos fragmentos de estos cantos primitivos en

diversos lugares del Nuevo Testamento. En Efesios 5:14 se registra parte

de lo que pudo haber sido un himno de penitencia.

“Despiértate, tú que duermes,

Y levántate de los muertos,

Y te alumbrará Cristo.”

Un himno sobre la gloria del martirio pudo haber sido la fuente de lo

que se dice en 2 Timoteo 2:11–13: “Si somos muertos con él, también

viviremos con él …” Otros ejemplos se hallan en los siguientes pasajes:

en Tito 3:4–7, sobre la salvadón; en Apocalipsis 22:17, una invitadón; en

Filipenses 2:6–11, sobre Cristo como el Siervo de Dios; y en 1 Timoteo

3:16, sobre la encarnación de Jesús y su triunfo sobre la muerte.

Además de servir como cantos de alabanza, estas canciones con frecuencia

tenían el propósito de enseñar a los nuevos convertidos las verdades básicas de la

fe cristiana y de la vida.

Los primeros cristianos cantaban doxologías, es decir, himnos de

alabanza a Dios, de los cuales quedaron escritos algunos fragmentos. Por

ejemplo: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder;

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porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron

creadas” (Apocalipsis 4:11).

Lucas registra varios cantos espontáneos, los cuales estaban tan

llenos de gozo, que a menudo eran repetidos por los primeros cristianos.

Estos cánticos se han abierto camino hasta convertirse en himnos que se

cantan hoy. Entre estos se incluyen los siguientes: el Magníficat, canto

de alabanza de María, al redbir el saludo de su prima Elisabet (1:46–55);

el Benedictus, cántico de gozo de Zacarías por la llegada del Mesías

(1:68–79); el “Gloria in excelsis

Deo”, que fue el cántico de alabanza de los ángeles a Dios (2:14); y el

“Nunc dimi is”, gozoso canto de acción de gracias de Simeón porque el

Salvador al fin había venido (2:29–32).

Otros himnos cristianos primitivos fueron escritos después de la

época en que fue escrito el Nuevo Testamento. El cántico titulado “Un

himno al Salvador” se le atribuye a Clemente, maestro y escritor del siglo

segundo d.C. La tradidón literal de la primera línea de este canto es la

siguiente: “Rienda de corceles bravios”. Este fue induido al final de la

obra de tres volúmenes que escribió Clemente sobre Cristo, con el título

“El Tutor”. La traducdón que se hizo de esta línea a los idiomas modernos

dice de la siguiente manera: “Pastor de tierna juventud”. Este himno usa

numerosa metáforas para describir a Cristo: Pescador de almas, Verbo

eterno, Luz eterna, y así por el estilo. Servía para instruir a los paganos

recien convertidos sobre la naturaleza de Cristo.

El “Lucernario”, o “Himno para encender las lámparas” se escribió

más o menos por la misma época, aunque se desconocen la fecha exacta

y el autor. Sabemos con seguridad que los cristianos del siglo segundo se

reunían al amanecer y otra vez al anochecer para cantar himnos, y este

himno hubiera sido ciertamente apropiado. Aún lo usa la Iglesia

Ortodoxa Griega como el himno de las Vísperas, al atardecer.

Por su parte, los primeros cristianos insistieron en que tanto la fe como la

conducta eran vitales; que las dos iban de la mano. Tomaban en serio las siguientes

palabras de Jesús: “Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en

verdad” Juan 4:23). Lo que un cristiano creía con la mente y sentía en el corazón, eso

hacía con las manos. Así que los primeros cristianos obedecían a Dios (1 Juan 3:22–

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24), y contradecían a los cristianos fingidos que trataban de difundir falsas

enseñanzas (vea 1 Timoteo 6:3–5).

Esto es esencialmente lo que queremos dar a entender cuando hablamos de

cristianismo. Es una nueva vida en Jesucristo, la cual trae genuina obediencia a sus

enseñanzas.

El capítulo 6 de este libro, titulado “Jesucristo”, se dedica al estudio de sus

enseñanzas en detalle. Aquí señalaremos las diferencias básicas entre lo que

enseñaron Jesús y sus seguidores y lo que enseñaban sus vecinos paganos.

1. La doctrina acerca de Dios. Casi todas las religiones principales enseñan que

un Ser Supremo rige el universo, y que la naturaleza muestra a este Ser todopoderoso

en acción. Estas religiones describen con frecuencia a tal Ser en función de fuerzas

naturales, como el viento y la lluvia. En cambio, los primeros cristianos no miraban

hacia la naturaleza en busca de la verdad acerca de Dios; miraban a Cristo. Los

cristianos creían que Jesús revelaba plenamente al Padre celestial (Colosenses 2:9).

De modo que ellos entendían a Dios al entender a Jesús, y basaban su doctrina acerca

de Dios en la vida de Cristo.

a. La Trinidad. Muchos eruditos creen que la doctrina de la Trinidad es

el elemento más decisivo en la comprensión cristiana de Dios. Los primeros cristianos

confesaban que ellos conocían a Dios en tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo;

y que estas tres Personas compartían plenamente la naturaleza divina.

Muchos textos bíblicos demuestran que estos cristianos de la época apostólica

entendían a Jesucristo en función de la Trinidad. Por ejemplo, Pablo dijo: “Porque por

medio de él [Cristo] los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al

Padre” (Efesios 2:18). Así describe nuestra relación con las tres Personas de la

Trinidad. El Nuevo Testamento contiene muchas declaraciones como ésta.

La doctrina cristiana de la Trinidad no concuerda de ningún modo con las

enseñanzas paganas de los egipcios, los griegos y los babilonios. Tampoco coincide

con las filoso as abstractas de Grecia. Ninguna de estas ideas—religiosas o

filosóficas—podría compararse con la comprensión cristiana de Dios, pues los

primeros cristianos sabían que Dios no era un caprichoso héroe de leyendas de

ficción, ni una fuerza impersonal (1 Corintios 1:9). Ellos sabían que era un Creador y

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Señor viviente y personal; de hecho, se les manifestaba como tres Personas; sin

embargo, seguía siendo un solo Dios.

b. Dios como un Padre personal. Jesús enseñó a sus discípulos que Dios es: “Mi

Padre y … vuestro Padre” (Juan 20:17). En otras palabras, les enseñó que Dios se

preocupaba por ellos personalmente, en la misma forma que un padre humano se

preocupa por sus hijos. Se atrevió a hablarle al Dios Creador como un hijo le habla a

su padre, y les dijo a sus discípulos que Dios le había entregado a El “todas las cosas”

(Mateo 11:27).

Explicó que Dios ama a las personas que lo aceptan a El (a Jesús) en su vida Juan

17:26). Les recordó a sus seguidores que su Padre Dios tenía cuidado de los más

pequeños detalles de sus necesidades diarias (Mateo 6:28–32).

Jesucristo enseñaba que su Padre es santo, y que El y el Espíritu Santo comparten

la misma santidad divina y actúan en conformidad con ella (Juan 15:23–26). A

diferencia de los dioses de los mitos griegos y romanos, quienes tenían mal

temperamento y eran inmorales, el verdadero Dios es justo y recto (Lucas 18:19).

Interviene para salvar a su pueblo del pecado. Jesús explicó que con este propósito,

Dios envió a su Hijo al mundo: para que trajera la misericordia a la humanidad

pecadora y agonizante; y en El, vemos que se cumplió el propósito santo de Dios

(Juan 6:38–40). ¡Así que este Dios no está apartado de los asuntos de los hombres!

Sufre con el dolor de ellos, y hasta se somete al poder de la muerte para salvar a sus

hijos (Juan 15:9–14). De nuevo, vemos que Jesús hace hincapié en el amor personal

que Dios tiene hacia todo ser humano.

Jesús demostró este amor en su propio ministerio. Se salía de su propio camino

para buscar personas que estaban sufriendo los efectos del pecado, a fin de poderlas

librar. C. G. Montefiore dice: “Los rabinos recibían a un pecador cuando se arrepentía.

En cambio, buscar al pecador … era … algo nuevo en la historia religiosa de Israel.”

Jesús estaba dispuesto a pagar cualquier precio—aun el precio de la muerte—para

salvar a la humanidad de las garras del pecado. De hecho, cuando uno de sus

discípulos le aconsejó que no hiciera eso, le respondió: “¡Quítate de delante de mí,

Satanás!” (Mateo 16:23). Así probó que Dios es el gran Rescatador que habían

descrito los profetas del Antiguo Testamento (vea Isaías 53).

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También derribó los restringidos límites nacionales que los judíos habían erigido

en torno a Dios. Extendió el amor de Dios a todo pueblo, toda raza y nacionalidad.

Envió a sus discípulos “por todo el mundo” a ganar hombres para Dios (Marcos

16:15). Los cristianos primitivos obedecieron su mandamiento, y llevaron el

Evangelio “al judío primeramente, y también al griego” (Romanos 1:16).

2. La doctrina de la redención. Jesús enseñaba que Dios redime a los individuos,

además de redimir a las naciones. Este era un pensamiento radicalmente nuevo en

el mundo judío. Sin embargo, la doctrina de la salvación personal es el corazón de la

enseñanza cristiana.

a. El Dios Creador. La doctrina cristiana de la salvación se basa en el hecho de que

Dios creó a la raza humana. Aun ésta no era una idea popular en la época de Jesús.

Muchos filósofos y sectarios griegos insistían en que Dios podía no haber hecho

malo este mundo, y que éste emanaba de Dios por algún proceso natural, así como

las ondas del agua se extienden cuando se lanza una piedra en una laguna. En cambio,

el Antiguo Testamento enseña que Dios creó el mundo por iniciativa propia. El fue

quien decidió hacerlo. Puesto que decidió crearlo, podía tratarlo de cualquier manera

que deseara (Isaías 40:28; compare con Romanos 1:20). Los sectarios de los cultos

enseñaban que las fuerzas del mal habían deformado las emanaciones de Dios, y así

habían corrompido el mundo. La Biblia enseña que Dios creó bueno al mundo e hizo

al hombre a su propia imagen; pero el hombre decidió rebelarse contra El (Génesis

3). Los griegos creían que las fuerzas del bien y las del mal mantenían al mundo en

estancamiento; pensaban que el mal había corrompido al bien, y que el bien impedía

que el mal lograra el dominio absoluto del mundo. Los cristianos rechazaron tal idea;

enseñaron que el mundo aún pertenece a su Creador, y que finalmente las fuerzas

del mal no podrán prevalecer. El mal sólo tiene la influencia que Dios le permite tener

(Romanos 2:3–10; 12:17–21).

b. El hombre caído. Jesús le dio al mundo una nueva comprensión del hombre.

Sus seguidores llegaron a comprender que cada ser humano es un hijo de Dios que

está perdido y que el Padre está tratando de restaurar a la familia por medio de Cristo

(Juan 1:10–13; Efesios 2:19).

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Claudio. Claudio, emperador de Roma de 41 al 54 d.C., habla padecido un ataque de parálisis

infantil, que lo había dejado con dominio parcial de su cuerpo. Su boca babeante, sus miembros

tambaleantes y su paso vacilante le daban un aspecto débil; pero en realidad fue uno de los

emperadores romanos más ingeniosos y poderosos. Claudio expulsó de Roma a los judíos por

organizar revueltas. Probablemente este sea el incidente que se refiere en Hechos 18:2.

Los mitos griegos decían que el hombre es una extraña mezcla de espíritu

y carne, movida por las impredecibles fuerzas cósmicas. Los mitos órficos

(relacionados con el dios griego Orfeo), insistían en que el hombre tiene una

naturaleza interna semejante a la de los dioses. Platón había recogido esta idea en

su filoso a sobre el mundo-alma; él pensaba que los seres humanos tenían una chispa

de inteligencia divina, y que el hombre llega a parecerse más a Dios cuando desarrolla

su intelecto y su capacidad para razonar. Las Escrituras contradicen esta idea griega

del hombre. Saben que la prueba más importante del carácter del hombre es su fibra

moral, no su intelecto; y al hablar en esos términos, ¡ciertamente el hombre no podía

afirmar que era como Dios! “Como está escrito—les dijo Pablo a los cristianos de

Roma—: No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10). Los primeros cristianos creían

que, aunque el hombre es totalmente indigno del amor de Dios, éste se mantiene

tratando de alcanzar al hombre y devolverlo a la santa comunión con El (Romanos

5:6–8).

Los primeros predicadores cristianos decían claramente que el hombre había

caído del favor de Dios en el huerto del Edén. “Reinó la muerte desde Adán—escribió

Pablo—aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán …”

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(Romanos 5:14). “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos

serán vivificados” (1 Corintios 15:22; compare con 15:45). Los cristianos creían que

el pecado que cometió Adán en el Edén fue el primer acontecimiento clave de la

historia humana. Significaba que el hombre era una criatura caída que necesitaba

volver a Dios.

c. La naturaleza del pecado. Los escritores griegos y romanos criticaban la

inmoralidad del mundo antiguo, pero no tenían un concepto definido del pecado.

Temían que el desenfreno en la vida destruiría la armonía de su sociedad, pero de

ninguna manera pensaban que la inmoralidad ofendería a los dioses. ¿Por qué debían

pensarlo? Según sus mitos, los dioses eran más lujuriosos y avaros de lo que el

hombre pudiera imaginarse jamás.

Jesús enseñó que el pecado (que se define en 1 Juan 3:4 como “transgresión de

la ley”) es la rebelión contra Dios; es la decisión que toma el hombre de abusar del

amor de Dios y de rechazar su camino, lo cual trae sobre él el juicio.

Jesús predijo que el Espíritu Santo convencería al mundo de pecado, “por cuanto

no creen en mí” (Juan 16:9). El hombre escoge el pecado, y es completamente

responsable de su posición ante los ojos de Dios.

d. La muerte de Cristo en sacrificio por el pecado. Los sacerdotes del Antiguo

Testamento sacrificaban animales y rociaban la sangre de ellos sobre el altar por los

pecados del pueblo. Jesús les dijo a sus discípulos que El derramaría su sangre “para

remisión de los pecados” (Mateo 26:28). El mismo Dios, en la Persona de Jesucristo,

estuvo dispuesto a entregarse a sí mismo para morir por los pecados del hombre. De

este modo, colocó un puente sobre el vacío que el pecado había abierto entre El y el

hombre. La encarnación del eterno Hijo de Dios lo capacitó para convertirse en el

sacrificio definitivo por el pecado.

El destino de las siete iglesias

De las siete iglesias a las cuales Juan se dirigió en el Apocalipsis, cuatro

están ahora en ruinas. Las ciudades de Efeso, Pérgamo, Sardis y Laodicea

están desoladas; pero Esmirna, Tiatira y Filadelfia existen aún como

ciudades modernas.

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Cuando Juan escribió a Efeso (Apocalipsis 2:1–7), le advirtió a la

iglesia sobre las influencias paganas y la instó a volver al “primer amor”.

Efeso era un gran centro comercial, a menudo llamado “el mercado de

Asia”. El templo de Artemisa—una de las siete maravillas del mundo

antiguo—, se hallaba en Efeso. En el 262

d.C., los godos destruyeron el templo y toda la ciudad. Esta nunca volvió

a ganar la gloria de su “primer amor”. Un grupo de obispos cristianos

tuvo un concilio en Efeso en el 431 d.C., pero posteriormente la ciudad

fue atacada por los árabes, los turcos y finalmente los mongoles en el

1403. Hoy, el puerto es un pantano cubierto de juncos y la ciudad está

desolada.

En el mensaje a Esmima (Apocalipsis 2:8–11), Juan alabó a la

iglesia por ser una comunidad fuerte de creyentes, pero les advirtió que

sufrirían persecución. A partir de la época de Juan (alrededor del 90 d.C.)

hasta alrededor del 312 d.C., los cristianos fueron continuamente

perseguidos. En Esmirna fue quemado el famoso mártir cristiano

Policarpo en el 155 d.C. La ciudad fue destruida por un terremoto en el

178 d.C., pero fue rápidamente reconstruida. Esta fue una de las pocas

ciudades asiáticas que resistieron los ataques turcos, y una de las últimas

que cayeron en las manos de los musulmanes. Era un centro cultural y

su supervivencia ayudó a estimular el Renacimiento. Esmirna es ahora la

moderna ciudad de Izmir, una de las ciudades más grandes de Turquía, y

tiene una población de medio millón de habitantes.

Según Juan, los cristianos de Pérgamo moraban donde “está el trono

de Satanás” Les advirtió que serían absorbidos por esta mundana ciudad

(Apocalipsis 2:12–17). Pérgamo era la capital de la provincia romana de

Asia, y tenía magníficas estatuas de Zeus, Dionisios y Atenea. Los

cristianos de Pérgamo sufrieron, pero en el 312 d.C., Constantino se

convirtió en emperador y ordenó poner fin a la persecución contra los

cristianos. Más tarde el mismo emperador profesó el cristianismo y

comenzó a mezclar la Iglesia con el estado. Pérgamo llegó a ser un centro

importante de la religión cristiana del estado. Fue atacada por los árabes

en 716 y 717 d.C., y perdió su poder político. Gradualmente fue cayendo

en la ruina, y ahora es un desolado escenario.

Cuando Juan le escribió a la iglesia de Tiatira (Apocalipsis 2:18–29), le

advirtió acerca de la adoración a los ídolos. No había grandes estatuas

de los dioses en la ciudad, pero las sociedades comerciales promovían la

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idolatría y el exceso con las bebidas alcohólicas. Los árabes y los turcos

atacaron repetidamente a Tiatira a través de los años; pero en cada

ocasión fue reconstruida. Por el hecho de que las nuevas estructuras se

erigían sobre las ruinas, es di cil trazar la historia de la ciudad. En la

actualidad, es un pueblo turco de 50.000 habitantes que se llama

Akhisar, en el cual hay muy pocas evidencias de lo que era el lugar

durante la época apostólica.

Juan condenó a la iglesia de Sardis por no tener vida ni espíritu

(Apocalipsis 3:1–6), Después de ser destruida por un terremoto en el 117

d.C., fue reconstruida con dinero provisto por el imperio romano. La

ciudad fue perdiendo lentamente su influencia, y fue atacada y

conquistada por los árabes en el 716 d.C. Según algunos informes, Sardis

volvió a ser habitada, después de haber sido reconstruida por Tamer-lán

(líder de los tártaros) en 1403. Hoy una pequeña aldea a la cual se le

volvió a dar el nombre de Sart, se halla en medio de las ruinas de Sardis.

Juan alabó a la iglesia de Filadelfia por su paciencia (Apocalipsis 3:7–

13). Filadelfia se hallaba situada en una falla geológica importante y

estaba sometida a frecuentes terremotos; así que la ciudad fue destruida

y reconstruida en varias ocasiones. Aunque los turcos y los musulmanes

pasaron como una avalancha por el Asia Menor, Filadelfia siguió siendo

durante mucho tiempo una ciudad cristiana; de hecho, Filadelfia era la

última ciudad cristiana que quedaba en Asia Menor cuando cayó en

1390. La dudad aún existe como un pueblo turco moderno de 25.000

habitantes, y se llama Alashehir, nombre que significa “Ciudad de Dios”.

Laodicea se hallaba situada en una ruta principal de comercio que la

convirtió en centro importante de la banca. En el siglo IV era la sede

episcopal del Asia Menor. Los obispos cristianos tuvieron allí un famoso

concilio en el 361 d.C. La provisión de agua de Laodicea llegaba a la

ciudad procedente de ciudades vecinas por medio de un complicado

sistema de acueductos. El calor del sol entibiaba el agua. En esto se basó

la sorprendente analogía que se halla en Apocalipsis 3:14–22. Durante

las guerras entre los musulmanes en la Edad Media, Laodicea fue

destruida y abandonada. Por el siglo XVII, los viajeros observaban que la

ciudad sólo estaba habitada por lobos y zorros. Sus espectrales ruinas

permanecen desoladas.

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Jesús se entregó a las autoridades judías que estaban resentidas por el mensaje

que El trajo al mundo. Su acusación era: “Pervierte a la nación” al enseñar a sus

seguidores que es el Mesías esperado durante largo tiempo (Lucas 23:2). Jesús no

había quebrantado ninguna ley romana, pero Poncio Pilato, el gobernador romano,

permitió que sus soldados lo ejecutaran, para apaciguar a los líderes judíos. Jesús no

fue culpable de haber quebrantado la ley de Dios, ni la ley del hombre. Aun su traidor,

Judas Iscariote, confesó: “Yo he pecado entregando sangre inocente” (Mateo 27:4).

Sin embargo, los centuriones romanos lo clavaron en una cruz, como si fuera un

criminal común. Así se convirtió en el sacrificio puro de Dios por el pecado del

hombre, y los primeros cristianos hacían hincapié en esto en su predicación y en su

enseñanza (vea Hebreos 10).

e. La resurrección de Jesús. Los primeros cristianos declararon que el ministerio

de Jesús no terminó en la cruz, porque Dios lo resucitó de la tumba. Después ministró

entre los discípulos durante varias semanas, hasta que Dios lo hizo ascender para

sentarlo a su mano derecha en el cielo (Hechos 7:56).

Los primeros cristianos le dijeron al mundo que ellos eran testigos de la muerte,

de la resurrección y de la ascensión de Cristo. Esto electrizó al imperio romano, e hizo

que muchas personas pensaran que los cristianos eran un grupo de fanáticos (Hechos

17:6). Sin embargo, Pablo les decía a sus amigos cristianos: “Si Cristo no resucitó,

vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que

durmieron en Cristo perecieron” (1 Corintios 15:17, 18).

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Sardis. Lo único que queda del templo de Artemisa (o Diana) en Sardis son unas pocas de sus

magníficas columnas. Sardis fue una vez la rica capital del reino de Lidia, y estaba situada en una

importante ruta comercial en el valle de Hermus. En el período romano, la ciudad había perdido

la prominencia que había tenido siglos antes. La carta a la iglesia de Sardis (Apocalipsis 3:1–6)

sugiere que los cristianos de allí tenían el mismo espíritu de la ciudad, y confiaban en su pasado,

sin preocuparse por las realizaciones del presente.

3. El reino de Dios. Hemos notado que Jesús se centró en la salvación de la

persona de Dios; pero también enseñó que Dios convierte a los suyos en una gran

comunidad de redimidos, que es el reino donde el Dios salvador es soberano, y al

cual Jesús llama “el reino de Dios”, En este reino, que actualmente está representado

por la Iglesia, Dios exige que su pueblo viva en amor fraternal. Los cristianos habían

de practicar la moral de Cristo y trabajar por la redención de toda la humanidad. Jesús

no limitó el Reino a los judíos. Explicó que todo aquel “que produzca los frutos de él”

pertenece al Reino de Dios (Mateo 21:43). El evangelio según Mateo, en particular,

registra muchas parábolas (ilustraciones tomadas de la realidad) acerca del Reino.

Vea especialmente las que se hallan en Mateo 20:1–16; 22:2–14; 25:1–30.

Notemos que muchas de estas parábolas señalan hacia el final de los tiempos,

cuando Dios recogerá a todos lo que forman su Reino eterno, para que reinen con

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El para siempre. Los predicadores cristianos primitivos hacían hincapié en el

mensaje de Jesús acerca del final de los tiempos, porque creían que vivían en los

últimos días. Esto impulsó a los cristianos a llevar el Evangelio hasta los más

apartados rincones del imperio romano. Tenían un ardiente deseo de ganar almas

perdidas para Jesucristo, antes que llegara el fin.

9

halla en un libro apócrifo del siglo segundo, titulado Hechos de Pablo—, parcialmente

calvo; tenía las piernas torcidas, era de un sico vigoroso, los ojos los tenía cerca el

uno del otro, y la nariz aguileña.” Si esta afirmación es digna de confianza, dice un

poco más acerca de este hombre de Tarso que vivió durante casi siete décadas

repletas de sucesos después del nacimiento de Jesús. Lo que acabamos de anotar

cuadraría con las propias palabras de Pablo en relación con una burla que se

murmuró contra él en la iglesia de Corinto. “Porque a la verdad, dicen, las cartas son

duras y fuertes; mas la presencia corporal débil, y la palabra menospreciable” (2

Corintios 10:10).

Su apariencia real, tendremos que dejarla a la imaginación de los artistas, pues no

podemos tener seguridad al respecto. En cambio, hay asuntos más importantes que

atraen la atención: lo que creyó, lo que pensó, lo que hizo.

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Sabemos que este hombre de Tarso llegó a creer en la Persona y en la obra de

Cristo, y en otros temas decisivos para la fe cristiana. Las epístolas que él escribió, las

cuales se conservan en el Nuevo Testamento, dan testimonio elocuente de la pasión

de sus convicciones y del poder de su lógica.

En diferentes partes de estas epístolas se hallan pequeños detalles de su biogra

a. También hallamos un amplio bosquejo de sus actividades en el libro de los Hechos,

escritas por Lucas, médico e historiador gentil del siglo primero.

De modo que, mientras el teólogo tiene suficiente material para crear

interminables debates acerca de lo que Pablo creyó, lo que ha quedado escrito para

el historiador es escaso. El biógrafo de Pablo descubre pronto vacíos en la vida del

apóstol que no puede llenar con nada que no sean conjeturas.

Como un fulgurante meteoro, Pablo aparece ante la vista de repente como un

adulto en crisis religiosa, y ésta se resuelve mediante la conversión. Desaparece

durante muchos años, que son años de preparación. Vuelve a aparecer con el papel

de líder misionero, y durante algún tiempo podemos seguir sus movimientos por el

horizonte del siglo primero. Antes de su muerte, su ardor lo hace iluminar las sombras

que están más allá de los límites de nuestra vista.

El joven Pablo

Antes que podamos entender a Pablo, el misionero cristiano enviado a los

gentiles, es necesario pasar algún tiempo con Saulo de Tarso, el joven fariseo. En los

Hechos hallamos la explicación que da Pablo de su identidad: “Yo de cierto soy

hombre judío de Tarso, ciudadano de una ciudad no insignificante de Cilicia” (Hechos

21:39). Esto nos ofrece la primera hebra para tejer el telón de fondo de la vida de

Pablo.

A. De la ciudad de Tarso. En el siglo primero, Tarso era la ciudad principal de la

provincia de Cilicia, situada en la parte oriental del Asia Menor. Aunque se hallaba a

unos 16 kilómetros de la costa, era un puerto principal, pues tenía acceso al mar por

el río Cydnus, el cual pasaba por ella.

Precisamente al norte de Tarso se elevaban las altas montañas del Tauro,

cubiertas de nieve, las cuales proveían la madera que constituía uno de los

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principales objetos de comercio para los mercaderes de Tarso. Un importante camino

romano pasaba al norte de la ciudad, y seguía por un estrecho desfiladero en las

montañas conocidos con el nombre de “Puertas Cilícicas”. Muchas batallas se

libraron en la antigüedad en este paso montañoso.

Tarso era una ciudad fronteriza, un lugar de encuentro entre el este y el oeste,

una encrucijada del comercio que fluía en ambas direcciones por mar y tierra. Tenía

una atesorada herencia. Los hechos y la leyenda se entremezclaban para hacer que

sus ciudadanos se sintieran ardientemente orgullosos de su pasado.

El general romano Marco Antonio le concedió la condición de líbera cívitas

(ciudad libre) en el 42 a.C. Así que, aunque formaba parte de una provincia romana,

tenía gobierno propio, y no se le exigía que pagara tributo a Roma. Las tradiciones

democráticas de la ciudadestado griega eran algo muy antiguo y sólido en los días de

Pablo.

En esta ciudad creció el joven Saulo. En sus escritos hallamos reflejos de vistas y

escenarios de Tarso cuando él era un muchacho. En marcado contraste con las

ilustraciones rurales de Jesús, las metáforas de Pablo brotan de la vida de la ciudad.

El resplandor del sol mediterráneo sobre los yelmos y las lanzas de los romanos debe

haber sido un espectáculo corriente en Tarso cuando Pablo era un muchacho. Tal vez

este fue el fondo que él uso para su ilustración concerniente a la lucha del cristiano,

donde insistió en que “las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas

en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10:4).

Pablo se refiere en sus escritos a unos que “naufragaron” (1 Timoteo 1:19); al

“alfarero” (Romanos 9:21); al hecho de que Dios “nos lleva siempre en triunfo en

Cristo Jesús” (2 Corintios 2:14). Compara “este tabernáculo” de su vida con “un

edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Corintios 5:1). Toma la

misma palabra griega que el castellano traduce teatro, y osadamente la aplica a los

apóstoles, quienes han llegado “a ser espectáculo (zéatron) al mundo” (1 Corintios

4:9).

Tales declaraciones reflejan la vida típica de la ciudad en que Pablo pasó los años

formativos de su niñez. De modo que lo que él vio y oyó en este bullicioso puerto

marítimo forma un telón de fondo que nos permite entender mejor su vida y

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210

pensamiento. No es nada extraño que él se refiriera a Tarso con el calificativo de “una

ciudad no insignificante”.

Mileto. De las grandes ciudades griegas, Mileto era la que estaba más al sur en la costa oeste del

Asia menor. Floreció como centro comercial antes que fuera destruida por los persas en el 494

a.C. Cuando Pablo llegó allí (Hechos 20:15; 2 Timoteo 4:20), la ciudad formaba parte de la

provincia romana de Asia, y su comercio se hallaba en decadencia a causa de que su puerto se

estaba llenando de cieno. Más allá del teatro está el antiguo puerto, que ahora es un pantano.

El método que usaba Pablo para predicar

Pablo era un predicador persuasivo. Los estudios que hizo en la niñez

a los pies de Gamaliel habían fortalecido su ortodoxia hebrea.

Reorientado por Jesucristo, exhortaba a sus oyentes a que creyeran y

fueran salvos.

Presentaba su propia vida y su obra como prueba de su mensaje (2

Corintios 12:12). Era heraldo de las buenas noticias que había

experimentado personalmente (Filipenses 3:12). Escribió: “Porque para

mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21).

A sus oyentes les parecia que Pablo era franco, valientemente celoso,

equilibrado y compasivo. A sus oyentes judíos les recordaba la historia

hebrea, su lengua y sus costumbres (Hechos 13:14–23; 22:2; 23:6–9).

Entre los gentiles, apelaba a la curiosidad griega en relación con las

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nuevas enseñanzas (Hechos 16:37; 17:22 y siguientes). Atraía la atención

de ellos con palabras, gestos, acciones enérgicas y advertencias (Hechos

13:16, 40; 14:14, 15).

El único objetivo de Pablo era el de ganar a los hombres para

Cristo. Sus exhortaciones y advertencias eran cordiales y emotivas (1

Corintios 15:58). También utilizó argumentos convincentes, resúmenes

bien desarrollados (1 Corintios 10:31–33) y aplicaciones personales

(Filipenses 3:17; 1 Corintios 11:1).

La predicadón de Pablo correspondía muy de cerca con el modelo que

usó Pedro para predicar en Pentecostés. Pedro había destacado cinco

puntos: (1) Un varón “aprobado por Dios entre vosotros” (Hechos 2:22);

(2) A éste vosotros “prendisteis y matasteis … crudficándole”; (3) “al cual

Dios levantó … A este Jesús resudtó Dios” (Hechos 2:24, 32); (4) “a este

Jesús … Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36); (5) “recibiréis el

don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).

Pablo declaraba: (1) “Dios escogió a nuestros padres … de la

descendencia de éste … levantó a Jesús por Salvador” (Hechos 13:17,

23); (2) “pidieron a Pilato que se le matase” (Hechos 13:28); (3) “Dios le

levantó de los muertos. Y él se apareció durante muchos días a los que

habían subido juntamente con él” (Hechos 13:30, 31); (4) “Dios ha

cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resudtando a Jesús” (Hechos

13:33). En otras partes, Pablo revela la salvación de Dios para los gentiles

(Hechos 14:15–17; 17:22–31).

Refleja las enseñanzas de Jesús, aunque raras veces lo dtó. Predicó

con amor pastoral y con compasión. Su mensaje le ganó muchos amigos

y algunos enemigos, pero no permitió componendas. Su teología se

centraba en la Persona y en la obra de Cristo. Creía que debían cumplirse

las demandas morales de la Ley judía; pero también creía que el nuevo

hombre, con el poder del Espíritu, realizaba por motivación interna lo

que las demandas de la Ley no habían logrado por la fuerza.

Los filósofos de Tarso eran estoicos en su mayoría. Las ideas estoicas, aunque

esencialmente eran paganas, produjeron algunos de los pensadores más nobles del

antiguo mundo. Atenodoro de Tarso es un espléndido ejemplo.

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212

Cuando Atenodoro se retiraba de la vida pública en Roma para regresar a su

ciudad natal, le dio el siguiente consejo de despedida a Augusto César: “Cuando estés

airado, César, no digas ni hagas nada hasta que hayas repetido las letras del

alfabeto.” A él también se atribuyen las siguientes palabras: “Vive con los hombres

como si Dios te viera; habla con Dios como si los hombres estuvieran escuchando.”

Aunque Atenodoro murió en el 7 a.C., cuando Saulo no era sino un muchachito,

durante largo tiempo siguió siendo un héroe de Tarso. Es muy di cil que el joven Saulo

haya escapado de oír algo acerca de este hombre.

¿Qué contacto tuvo precisamente el joven Saulo con la filoso a de este mundo en

Tarso? No lo sabemos. No nos lo dijo. No obstante, cuando llegó a hombre, estaban

en él las características de una amplia educación y de un contacto con la cultura

griega. El sabía tanto de tales cosas, que podía defender la causa que representaba

ante toda clase de hombres. También estaba enterado de los sutiles peligros que

estaban presentes en las filoso as religiosas especulativas de los griegos. Les advirtió

a los hermanos de Colosas: “Mirad que nadie os engañe por medio de filoso as y

huecas sutilezas … conforme a los rudimentos del mundo, y no según

Cristo” (Colosenses 2:8).

B. Ciudadano romano. Pablo no sólo era “ciudadano de una ciudad no insigni

cante”, sino también ciudadano romano. Esto nos ofrece una clave más para

entender el ambiente de su niñez.

En Hechos 22:24–29, se nos presenta a Pablo en una conversación con un centurión

y un tribuno romano. (El centurión era un capitán al mando de cien hombres en el

ejército romano; el tribuno en este caso debe haber sido un comandante militar.)

Por órdenes del tribuno, el centurión estaba a punto de azotar a Pablo, pero el

apóstol protestó: “¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haber sido

condenado?” (Hechos 22:25). El centurión llevó esta noticia al tribuno, quien

averiguó el asunto. Ante él, Pablo no sólo afirmó su ciudadanía romana, sino que

explicó cómo la obtuvo: “Yo lo soy de nacimiento” (Hechos 22:28). Esto significa

que su padre había sido ciudadano romano.

La ciudadanía romana podía obtenerse de varias maneras. El tribuno a que se

refiere este relato dijo: “Yo con una gran suma adquirí esta ciudadanía” (Hechos

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213

22:28). Con más frecuencia, sin embargo, la ciudadanía se recibía como recompensa

por algún servicio extraordinariamente distinguido al imperio romano, o se concedía

cuando un individuo era librado de la esclavitud.

La ciudadanía romana era muy apreciada, pues significaba derechos y privilegios

especiales, como por ejemplo, la exención de ciertas formas de castigo. Un ciudadano

romano no podía ser azotado ni crucificado.

Sin embargo, la relación de los judíos con Roma no era completamente feliz. Los

judíos raras veces llegaban a ser ciudadanos romanos. La mayoría de los que lograban

la ciudadanía vivían fuera de Palestina.

C. De antepasados judíos. También debemos pensar en los antepasados judíos

de Pablo, y en el efecto que la fe religiosa de su familia produjo en él. En una epístola

a los cristianos de Filipos, él se describe a sí mismo: “Del linaje de Israel, de la tribu

de Benajamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo” (Filipenses 3:5). En otra

ocasión escribió: “Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham,

de la tribu de Benjamín” (Romanos

11:1).

Así que Pablo era de un encumbrado linaje que se remontaba al progenitor de su

pueblo, Abraham. De la tribu de Benjamín había venido el primer rey de Israel, Saúl,

cuyo nombre llevaba el mismo Saulo de Tarso.

La escuela de la sinagoga ayudaba a los padres judíos a pasar la herencia religiosa

de Israel a sus hijos. El muchacho comenzaba a leer las Escrituras cuando tenía cinco

años de edad. Cuando tenía diez años, ya estaba estudiando las interpretaciones de

la ley en la Mishna. De este modo, se empapaba en la historia, las costumbres, las

Escrituras y la lengua de su pueblo. El vocabulario posterior de Pablo estuvo

fuertemente matizado con el lenguaje de la versión llamada Septuaginta, que era la

que usaban los judíos helenistas.

De los principales partidos que había entre los judíos, los fariseos eran los más

estrictos. (Vea el capítulo 5, “Los judíos en los tiempos del Nuevo Testamento”.)

Estaban decididos a resistir los esfuerzos de los conquistadores romanos por

imponerles nuevos credos y modos de vida. En el siglo primero, ellos se habían

convertido en la aristocracia espiritual de su pueblo. Pablo era fariseo, “hijo de

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214

fariseo” (Hechos 23:6). Así podemos estar seguros de que su formación religiosa tuvo

raíces en la lealtad a las regulaciones de la Ley, tal como eran interpretadas por los

rabinos judíos. A los trece años de edad, se esperó de él que asumiera la

responsabilidad personal de obedecer la Ley.

Saulo de Tarso pasó su juventud en Jerusalén “a los pies de Gamaliel”, donde fue

enseñado “estrictamente conforme a la ley” (Hechos 22:3). Gamaliel era nieto de

Hillel, uno de los más grandes rabinos judíos. La escuela de Hillel era la más liberal de

las dos principales escuelas de pensamiento que hubo entre los fariseos. En Hechos

5:33–39 se nos da una vislumbre de Gamaliel, de quien se dice que “era venerado de

todo el pueblo.”

A los estudiantes rabínicos se les exigía que aprendieran un oficio para que, con

el tiempo, enseñaran sin convertirse en una carga para el pueblo. Pablo seleccionó

una típica industria de Tarso: la de hacer tiendas con tela de pelo de cabras. Su

capacidad para este trabajo demostró ser un gran beneficio para él en su obra

misionera.

Al terminar sus estudios con Gamaliel, este joven fariseo probablemente regresó a

su hogar en Tarso donde pasó unos pocos años. No hay evidencias claras que

indiquen que se haya encontrado con Jesús o que lo haya conocido durante el

ministerio del Señor en la carne.

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215

Muro de Damasco. Cuando Saulo de Tarso iba hacia Damasco pan perseguir a los cristianos, al

acercarse a la ciudad fue derribado a tierra y oyó una voz del cielo (Hechos 9:1–9). Este es el sitio

tradicional del muro de Damasco por el cual fue bajado Pablo en una canasta para que escapara

de la persecución, después de haber predicado en las sinagogas de la ciudad (Hechos 9:23–25).

Había regresado a Damasco después de un período de soledad en Arabia (Gálatas 1:17).

Por los mismos escritos de Pablo, y también por el libro de los Hechos, sabemos

que luego regresó a Jerusalén y dedicó sus energías a perseguir a los judíos que

aceptaban las enseñanzas de Jesús el Nazareno. Pablo nunca pudo perdonarse lo

suficiente el odio y la violencia que caracterizaron su vida durante estos años.

“Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles—escribió más tarde—, que no soy

digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios” (1 Corintios 15:9).

En otros pasajes se califica como “perseguidor de la iglesia” (Filipenses 3:6), uno “que

perseguía sobremanera a la iglesia de Dios, y la asolaba” (Gálatas 1:13).

Una referencia autobiográfica de Pablo en su primera Epístola a Timoteo derrama

luz sobre cómo pudo un hombre de conciencia tan sensible llegar a participar en esta

violencia contra su propio pueblo: “Habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e

injuriador [de Cristo, representado por su pueblo]; mas fui recibido a misericordia

porque lo hice por ignorancia, en incredulidad” (1 Timoteo 1:13). La historia de la

religión está repleta con casos de otros que cometieron el mismo error. En el mismo

pasaje, Pablo se refiere a sí mismo como “el primero” de todos los pecadores (1

Timoteo 1:15), sin duda alguna porque persiguió a Jesucristo y a sus seguidores.

D. La muerte de Esteban. Si no hubiera sido por la manera como murió Esteban

(Hechos 7:54–60), el joven Saulo hubiera podido retirarse inmutable de la lapidación,

en la cual él había tenido a su cuidado las ropas de los ejecutores. Esa hubiera sido

simplemente otra ejecución legal más.

Sin embargo, cuando Esteban se arrodilló y las piedras que lo martirizaron

llovieron sobre su indefensa cabeza, dio testimonio de que veía a Cristo en la gloria y

oró: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado” (Hechos 7:60). Aunque esta crisis

lanzó a Pablo a su carrera de perseguidor de los herejes, es natural suponer que las

palabras de Esteban permanecieron con él de tal manera que él también llegó a

sentirse abrumado por su conciencia.

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216

E. Una carrera de persecución. Los sucesos que siguieron al martirio de Esteban

no constituyen una lectura agradable. La historia se narra en un solo lapso de

respiración: “Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a

hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel” (Hechos 8:3).

La conversión de Saulo en el camino a Damasco

La persecución en Jerusalén realmente sirvió para esparcir la semilla de la fe. Los

creyentes se dispersaron, y pronto la nueva fe se estaba predicando por todas partes

(Hechos 8:4). Sin embargo, “Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los

discípulos del Señor” (Hechos 9:1), decidió que era hora de llevar la campaña a

algunas de las ciudades extranjeras en las cuales habían fijado su residencia

discípulos esparcidos. El largo brazo del sanedrín podía llegar hasta la sinagoga más

apartada del imperio en lo referente a la religión judía. En esos momentos, a los

seguidores de Cristo se los consideraba aún como una secta herética judía.

Así que Saulo salió para Damasco, ciudad situada a unos 240 kilómetros (150

millas) de distancia, armado con credenciales que le daban poder “a fin de que si

hallase algunos hombres o mujeres de ese Camino, los trajese presos a Jerusalén”

(Hechos 9:2).

¿Qué había en su mente mientras caminaba, día tras día, en medio del polvo del

camino y bajo el calor de un sol ardiente? La intensa manifestación personal que él

hace con respecto a sí mismo en Romanos 7:7–13 puede darnos una clave. Aquí

vemos una lucha consciente de un hombre por hallar paz a través de la observancia

de las diminutas ramificaciones de la Ley.

¿Eso lo libertó? No, era la respuesta de Pablo por experiencia. Más bien se le

convirtió en una carga y una tensión intolerables. No se debe pasar por alto la

influencia del ambiente helenista que recibió Pablo en Tarso, al tratar de hallar la

razón de su frustración interna. Después de regresar a Jerusalén, tiene que haber

hallado un rígido fariseísmo exasperante, aunque él profesaba aceptarlo de todo

corazón. Había respirado un aire más Ubre la mayor parte de su vida, y no podía

renunciar a la libertad a la cual había estado acostumbrado.

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217

Sin embargo, la razón profunda de su aflicción era espiritual. El había tratado de

guardar la Ley, pero había descubierto que no podía hacerlo, debido a su naturaleza

caída y pecaminosa. ¿Cómo, entonces, podría alguna vez estar bien con Dios?

Cuando ya tenía a Damasco a la vista, sucedió algo trascendental. En medio de

una luz cegadora, Saulo se vio despojado de todo orgullo y pretensión, como

perseguidor del Mesías de Dios y de su pueblo. Esteban había estado en lo cierto, y

Pablo había estado equivocado. Ante la presencia del Cristo viviente, Saulo capituló.

Oyó una voz que le decía: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues … Levántate y entra en

la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hechos 9:5, 6). Y Saulo obedeció.

Durante su permanencia en la ciudad, “estuvo tres días sin ver, y no comió ni

bebió” (Hechos 9:9). Un discípulo que estaba en Damasco, llamado Ananías, se

convirtió en su amigo y consejero; un hombre que no tuvo temor de creer que la

conversión de Saulo había sido genuina.5 Por medio de su oración, Dios le restauró la

vista a Pablo.

La primera parte de su ministerio

Pablo comenzó a dar testimonio de la nueva fe que había hallado, en la sinagoga

de Damasco. La esencia de su mensaje con respecto a Jesús era la siguiente: Jesús es

“el Hijo de Dios” (Hechos 9:20). No obstante, tenía que aprender amargas lecciones

antes de poder emerger como un líder cristiano eficaz y digno de confianza.

Descubrió que la gente no olvida fácilmente; los errores que cometa un hombre

pueden perseguirlo durante un largo tiempo, aun despúes que él mismo los haya

olvidado. Muchos de los discípulos sospechaban de Pablo, y sus antiguos compañeros

de persecución lo odiaban. Predicó brevemente en Damasco, luego se marchó a

Arabia, y de allí regresó a Damasco.

5 La tradición dice que Dios le dio a Saulo el nombre helenista de Pablo, cuando éste se

convirtió. Las Escrituras nos dicen si Pablo adoptó el nombre o se lo dieron; ni tampoco

dice cuándo ocurrió este cambio de nombre. El es aún llamado “Saulo” durante su primer

viaje misionero (Hechos 13:19), pero por conveniencia, a partir de este punto nos

referiremos a él con el nombre de “Pablo”.

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218

El segundo intento que hizo Pablo de predicar en Damasco tampoco salió bien.

Habían pasado uno o dos años desde su conversión, pero los judíos recordaban que

él había desertado de su misión original en Damasco. El odio contra él se inflamó de

nuevo, y “los judíos resolvieron en consejo matarle” (Hechos 9:23). La historia sobre

la osada fuga de Pablo por el muro de Damasco en una cesta ha cautivado la

imaginación de muchos jóvenes.

Los días de preparación de Pablo no habían terminado. El informe que él les da a

los gálatas continúa diciendo: “Después, pasados tres años, subí a Jerusalén …”

(Gálatas 1:18). Allí encontró la misma recepción hostil de Damasco. Una vez más tuvo

que huir.

Pablo se perdió de vista durante varios años. Estos años de aislamiento le trajeron

las convicciones maduras y la estatura espiritual que necesitaría para su ministerio.

En Antioquía, los gentiles se estaban convirtiendo a Cristo. La iglesia de Jerusalén

tuvo que decidir cómo iba a cuidar a estos nuevos convertidos. Fue entonces cuando

Bernabé se acordó de Pablo y fue a Tarso a buscarlo (Hechos 11:25). Ya Bernabé había

servido de instrumento para presentar a Pablo en Jerusalén, pues hizo un esfuerzo a

fin de apaciguar las sospechas que había contra él.

A estos dos hombres se les encomendó la tarea de llevar la ofrenda de amor a

Judea, donde los seguidores de Jesús estaban sufriendo de hambre. Cuando Bernabé

y Pablo regresaron a Antioquía, con su misión cumplida, llevaron consigo a Juan

Marcos, el sobrino de Bernabé (12:25).

Los viajes misioneros

La próspera iglesia joven de Antioquía envió entonces a Bernabé y a Pablo como

misioneros. El primer puerto al que llegaron en el primer viaje misionero, fue

Salamina, en la isla de Chipre, patria de Bernabé. Este hecho, junto con la frecuente

manera bíblica de mencionar a estos dos misioneros: “Bernabé y Pablo”, indica que

Pablo estaba desempeñando el papel inferior. Este viaje era dirigido por Bernabé;

Pablo era el segundo jefe, y los dos “tenían también a Juan (Marcos) de ayudante”

(Hechos 13:5). El éxito de sus empeños misioneros en esa isla inspiró a Pablo y a sus

compañeros a proseguir hacia territorio más di cil. Esta vez hirieron una navegación

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219

más larga, y pasaron por Perge, lugar situado en el territorio continental de Asia

Menor. De allí, Pablo se propuso viajar tierra adentro, hacia Antioquía de Pisidia, para

cumplir una peligrosa misión.

Precisamente en este punto, sucedió algo que fue causa de mucho dolor para los

tres. El ayudante, Juan Marcos, “apartándose de ellos, volvió a Jerusalén” (Hechos

13:13), su ciudad. No se nos dice por qué, aunque es natural suponer que el valor y

la confianza le fallaron. El repentino cambio de planes de Marcos causó posteriores

fricciones entre Pablo y Bernabé.

En Antioquía, Pablo se convirtió en el vocero y así se desarrolló una norma bien

conocida. Algunos creían su mensaje y se regocijaban; otros lo rechazaban y

promovían la oposición. Esto sucedió primero en Antioquía y luego en Iconio. En

Listra, fue apedreado, y lo dejaron como muerto (Hechos 14:19); pero sobrevivió

para continuar hacia una ciudad más: Derbe.

Con la visita de Pablo y Bernabé a Derbe se completó su primer viaje misionero.

Pronto decidió Pablo regresar por la misma ruta di cil por la cual había venido, a fin

de fortalecer, animar y organizar a los grupos cristianos que él y Bernabé habían

establecido.

En esto discernimos el plan que tenía Pablo de plantar congregaciones en las

ciudades principales del imperio romano. El no dejaba a los que se convertían sin

organizarlos y sin un adecuado liderazgo; por la misma razón, no permanecía mucho

tiempo en un lugar.

Los judíos con frecuencia lograban que se convirtieran algunos de los gentiles,

pero a estos gentiles convertidos al judaismo los mantenían en una posición de

segunda clase. A menos que los convertidos estuvieran dispuestos a someterse a la

circuncisión y aceptar la interpretación farisaica de la Ley, permanecían en los límites

de la congregación judía, aunque llegaran hasta ese punto, el hecho de que no habían

nacido judíos, les seguía sirviendo de barrera que les impedía una completa

comunión.

Entonces, ¿cuál sería la relación de los convertidos gentiles con la comunidad

cristiana? Pablo y Bernabé viajaron a Jerusalén para conferenciar con los líderes de

allí respecto de este asunto fundamental.

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220

En Jerusalén, Pablo expresó sus convicciones y tuvo éxito. La descripción que hizo

él mismo de esta controversia en su epístola a los Gálatas6 declara que a él y a

Bernabé se les dio “la diestra en señal de compañerismo”. Los ancianos de Jerusalén

convinieron en que estos hombres fueran “a los gentiles” (Gálatas 2:9).

Después de la conferencia en Jerusalén, Pablo y Bernabé “continuaron en

Antioquía, enseñando la palabra del Señor y anunciando el evangelio con otros

muchos” (Hechos 15:35). En esta ciudad se produjeron dos incidentes que

provocaron fuertes tensiones en las relaciones de trabajo entre Pablo, Pedro y

Bernabé.

El primero de estos incidentes surgió de los mismos problemas que fueron

llevados a la conferencia de Jerusalén. La conferencia había liberado a los gentiles de

la obligación judía de circuncidarse. Sin embargo, no había decidido si los cristianos

de tradición judía podían comer con los convertidos gentiles. Pedro se colocó al lado

de Pablo en esta práctica, lo cual envolvía un relajamiento de las regulaciones judías

relacionadas con la comida. De hecho, Pedro había dado el ejemplo al comer con los

gentiles, pero más tarde “se retraía y se apartaba” (Gálatas 2:12); “Bernabé fue

también arrastrado por la hipocresía de ellos” (versículo 13).

Pablo consideró que estos actos constituían una nueva amenaza para su misión a

los gentiles, y recurrió a una acción drástica. “Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le

resistí cara a cara, porque era de condenar” (Gálatas 2:11). Hizo esto “delante de

todos” (versículo 14). En otras palabras, recurrió a una reprensión en público.

Este incidente nos ayuda a entender el segundo incidente, que Lucas registra en

Hechos 15:36–40: Bernabé quería que Marcos los acompañara en el segundo viaje

misionero; Pablo se opuso a tal idea. El relato dice que “hubo desacuerdo entre ellos”

(Hechos 15:39).

No sabemos si Pablo y Bernabé se volvieron a encontrar alguna vez. “Estuvieron

de acuerdo en que no estaban de acuerdo” y cada uno se embarcó por separado. Sin

duda alguna, el Evangelio fue promovido más de lo que

6 Si en verdad es a esto a lo que se refiere el pasaje, pudiera describir una visita

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221

anterior a Jerusalén.

hubiera sido si hubieran permanecido juntos.

Luego, “Pablo, escogiendo a Silas, salió encomendado por los hermanos a la gracia

del Señor, y pasó por Siria y Cilicia, confirmando a las iglesias” (Hechos 15:40, 41).

Después de visitar Derbe, que había sido el último punto visitado en el viaje anterior,

Pablo y sus compañeros se apresuraron hacia Listra para ver a los que se habían

convertido en ese lugar. Fue allí donde halló a un joven cristiano llamado Timoteo

(Hechos 16:11), y comprendió que era un posible sustituto de Marcos.

Lo que ocurrió allí, salvó a Pablo de cualquier acusación en el sentido de que él no

estaba dispuesto a poner su confianza en hombres que fueran más jóvenes que él.

En 1 Timoteo 1:2, Pablo se dirigió a Timoteo, y lo llama su “verdadero hijo”; y en la

segunda epístola habla de Timoteo con las palabras “amado hijo” (2 Timoteo 1:2). En

la segunda epístola también leemos:

“Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu

abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también” (2 Timoteo

1:5). El hecho de que Pablo mencionara estas cosas, podría significar que la familia

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de Timoteo había sido ganada por Pablo y Bernabé en su primer viaje. Ciertamente,

cuando Pablo volvió, quiso que Timoteo “fuese con él” (Hechos 16:3). Este mismo

versículo agrega que Pablo, “tomándole, le circuncidó por causa de los judíos que

había en aquellos lugares.” ¿Era esto inconsecuente con el juicio anterior que Pablo

pronunció sobre la conducta de Pedro? ¿O sería que él había aprendido la sabiduría

de no abordar situaciones innecesarias? De cualquier modo, puesto que Timoteo era

mitad judío, esta decisión evitaría problemas muchas veces. Pablo sabía pelear para

defender un principio, y sabía rendirse por conveniencia cuando no estaba en juego

ningún principio. El sostenía que la circuncisión no era necesaria para la salvación

(vea Gálatas); sin embargo, estuvo dispuesto a circuncidar a un judío cristiano por

motivos de conveniencia.

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223

Una calle de Efeso. Las palabras que pronunció Pablo incitaron a una turba de airados efesios,

que armaron un alboroto en el teatro que estaba situado al final de esta calle de mármol (Hechos

19:21–41). Demetrio, quien hacía pequeños modelos de plata del gran templo de Diana, promovió

el conflicto cuando descubrió que la predicación de Pablo ponía en peligro su arte. Pablo salió de

la ciudad, escogió a Timoteo para que se quedara allí y previno a la iglesia para que no se dejara

corromper por las falsas doctrinas (1 Timoteo 1:3).

Cuando el grupo de evangelizadores (dirigido en alguna manera no especificada

por el Espíritu Santo; Hechos 16:6–8), llegó a Troas, y se quedó mirando a través del

angosto estrecho, tienen que haber pensado detenidamente en la perspectiva de

avanzar con sus campañas hacia el continente europeo. La decisión se produjo

cuando “se le mostró a Pablo una visión de noche: un varón macedonio estaba en

pie, rogándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos” (Hechos 16:9). La respuesta

de Pablo fue inmediata. El grupo salió hacia Europa. Muchos escritores han sugerido

que este “varón macedonio” pudo haber sido Lucas, el médico. En todo caso, parece

que él entró en el ajetreo de los viajes en este punto, pues de aquí en adelante,

siempre usa el verbo en primera persona de plural para referirse a los misioneros:

“procuramos”, “nos llamaba”, “que les anunciásemos”, etc.

El viaje continuó por la gran vía romana que se dirigía hacia el oeste a través de

las principales ciudades de Macedonia: de Filipos a Tesalónica, y de Tesalónica a

Berea. Durante tres semanas, Pablo habló en la sinagoga de

Tesalónica; luego avanzó hasta Atenas, centro de la cultura griega, y “ciudad

entregada a la idolatría” (Hechos 17:16). Sin descansar, prosiguió el viaje hacia

Corinto.

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Su primera misión principal hacia el mundo gentil se extendió durante casi tres

años. Luego regresó a Antioquía.

Después de una corta permanencia en Antioquía, salió a su tercer viaje misionero,

en el 52 d.C. Esta vez, sus primeras paradas fueron en Galacia y en Frigia. Después de

visitar las iglesias de Derbe, Listra, Iconio y Antioquía, decidió realizar una intensa

obra misionera en Efeso. Esta era la capital de la provincia romana de Asia. Estaba

situada estratégicamente y sólo Roma, Alejandría y Antioquía la superaban en

tamaño e importancia. Como resultado de las labores de Pablo allí, llegó a ser la

tercera ciudad importante en la historia del cristianismo: primero Jerusalén, luego

Antioquía y después Efeso.

Pablo llegó a Efeso para emprender lo que llegó a ser el esfuerzo misionero más

amplio y de más éxito de todos los suyos en cualquier lugar, pero éstos fueron años

arduos para él. Como se sostenía trabajando en su oficio, sus días laborales eran

largos. Siguiendo la costumbre de los trabajadores en aquel clima caliente, se debe

haber levantado antes del alba y trabajar en su oficio. Las horas de la tarde las

dedicaba a enseñar y predicar, y de igual manera las primeras horas de la noche. Esto

lo hizo diariamente durante dos años. Cuando habla acerca de estas labores, agrega

que no sólo enseñaba en público, sino “por las casas” (Hechos 20:20). Tuvo un éxito

extraordinario. Se nos dice que ocurrieron “milagros

extraordinarios” (Hechos 19:11) durante estos emocionantes días que pasó en Efeso.

La nueva fe produjo una sacudida tan grande en la ciudad, que “muchos de los que

habían practicado la magia trajeron los libros y los quemaron delante de todos”

(Hechos 19:19). Esto despertó el odio de los adoradores paganos, quienes temían

que los cristianos socavaran la influencia de su religión.

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La antigua Vía Apia. Pablo viajó hacia Roma por esta gran vía, que es la más antigua y famosa de

Italia (Hechos 28:14–16). Apio Claudio comenzó su construcción en el 312 a.C. Alineadas junto al

camino y a lo largo de muchos kilómetros, se hallan tumbas romanas, catacumbas y altos cipreses.

Después de pasar tres inviernos en Efeso, Pablo pasó el siguiente en Corinto, en

conformidad con la promesa que hizo y la esperanza que expresó en 1 Corintios 16:5–

7. Allí adelantó más sus preparativos para una visita a Roma. Escribió una carta en la

cual les decía a los cristianos de Roma: “Porque deseo veros … muchas veces me he

propuesto ir a vosotros” (Romanos 1:11, 13); “cuando vaya a España, iré a vosotros”

(Romanos 15:24).

No tuvo en cuenta las advertencias acerca de los peligros que lo amenazaban si

volvía a presentarse en Jerusalén. Pensaba que era indispensable que él regresara en

persona, a llevar las ofrendas de las congregaciones gentiles. Dijo: “Porque yo estoy

dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor

Jesús” (Hechos 21:13). Así que Pablo volvió a Jerusalén, y Lucas escribe: “Los

hermanos nos recibieron con gozo” (Hechos 21:17). En cambio, había un comité de

recepción con intenciones diferentes, escondido entre las sombras.

Encarcelamiento y enjuiciamiento de Pablo

Los cristianos de Jerusalén se sintieron felices al oír el informe de Pablo sobre la

difusión de la fe cristiana. Sin embargo, algunos de los cristianos judíos dudaban de

la sinceridad de él. Para demostrar su respeto a la tradición judía, Pablo se unió a

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cuatro hombres que tenían obligación de cumplir el voto nazareo en el templo.

Algunos judíos de Asia lo atraparon y lo acusaron falsamente de introducir gentiles

en el templo (Hechos 21:27–29). El tribuno de la guarnición romana lo tomó bajo su

custodia para evitar una revuelta. Al saber que Pablo era romano, le quitó las cadenas

y les pidió a los judíos que convocaran al sanderín para interrogarlo.

Pablo comprendía que la acalorada turba podía enviarlo a la muerte, así que le

dijo al sanedrín que había sido arrestado porque él era fariseo y creía en la

resurrección de los muertos. Esto dividió al sanedrín en dos facciones: los fariseos y

los saduceos; y el tribuno romano tuvo que volver a rescatar a Pablo.

Cuando el tribuno oyó que los judíos estaban conspirando para ponerle una

emboscada, lo envió de noche a Cesarea, donde quedó encarcelado en el palacio de

Herodes. Pablo cumplió allí dos años de arresto.

Cuando llegaron los judíos que iban a acusar a Pablo, dijeron que el apóstol había

tratado de profanar el templo y había creado un tumulto civil en Jerusalén (Hechos

24:19). Félix, el procurador romano, exigió más evidencias de parte del tribuno de

Jerusalén, pero antes que llegaran las evidencias, Félix fue sustituido por el nuevo

procurador, Porcio Festo. Este nuevo funcionario solicitó que los acusadores de Pablo

volvieran a Cesarea. Cuando llegaron, Pablo ejerció su derecho de ciudadano romano

y apeló al César.

Mientras esperaba el barco que lo llevaría a Roma, tuvo la oportunidad de

defender su causa ante el rey Agripa II, quien llegó para visitar a Festo. En Hechos 26

se recoge el discurso de Pablo, en el cual volvió a contar los sucesos de su vida hasta

ese momento.

Festo despachó a Pablo a cargo de un centurión llamado Julio, quien llevaba una

nave llena de prisioneros hacia la ciudad imperial. Después de una turbulenta

navegación, naufragó en la isla de Malta. Tres meses después, Pablo y los demás

prisioneros abordaron otra nave para seguir viaje a Roma.

Los cristianos de Roma viajaron unos cincuenta kilómetros desde la ciudad para

ir a recibir a Pablo (Hechos 28:15). Julio entregó a Pablo al prefecto militar (Hechos

28:16). Este lo colocó bajo arresto domiciliario. En Hechos 28:30 se nos dice que

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Pablo tomó una casa en alquiler durante dos años, mientras esperaba que el César

oyera su caso.

El Nuevo Testamento no nos da ningún informe sobre la muerte de Pablo. Muchos

eruditos modernos creen que César dejó en libertad a Pablo, y que el apóstol

prosiguió su obra misionera, antes de ser arrestado por segunda vez y ejecutado.

Dos libros escritos antes del año 200 d.C.—la primera Epístola de

Clemente y los Hechos de Pablo—afirman que sucedió esto. Indican que Pablo fue

decapitado en Roma cerca del final del período del emperador Nerón (alrededor del

67 d.C.).

La personalidad de Pablo en sus epístolas

Las epístolas de Pablo son el espejo de su alma. Revelan sus motivos internos, sus

más profundas pasiones, sus convicciones básicas. Sin las epístolas de Pablo que aún

sobreviven, éste sólo sería una pálida figura para nosotros.

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Pablo se interesó más en las personas y en lo que les ocurría que en las

formalidades literarias. Cuando leemos sus escritos, notamos que sus palabras deben

haber salido a borbotones, con una prisa acalorada, como en el primer capítulo de su

epístola a los Gálatas. Algunas veces se interrumpe abruptamente para meterse en

una línea de pensamiento completamente nueva. En otras ocasiones, respira

profundamente y dicta una declaración de un solo período gramatical que casi no

tiene fin.

En 2 Corintios 10:10 se nos da un indicio sobre cómo eran recibidas y consideradas

las cartas de Pablo. Aun sus enemigos y críticos reconocían la fuerza de lo que él

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decía, pues se sabía lo que comentaban: “Las cartas son duras y fuertes …” (2

Corintios 10:10).

Los líderes fuertes, como Pablo, tienden a atraer o repeler a aquellos sobre

quienes tratan de influir. Pablo tenía a la vez devotos seguidores y amargos

enemigos. En consecuencia, sus contemporáneos tenían opiniones ampliamente

diferentes respecto de él.

Los primeros escritos de Pablo fueron hechos antes que la mayor parte de los

evangelios. Tales escritos lo presentan como un hombre de valor (2 Corintios 2:3), de

integridad y altas metas (versículos 4, 5), humilde (versículo 6), y bondadoso

(versículo 7).

Los herejes del Nuevo Testamento

Desde el siglo primero, la Iglesia ha sido plagada por individuos que

han tratado de deformar la verdad para que se adapte a sus propias

fantasías, o de “retinarla” para que sea más aceptable o “sensible”. De

especial preocupación para la iglesia primitiva fueron tres grupos de

herejes: los judaizantes, los gnósticos y los nicolaítas.

Los judaizantes. Al principio, la Iglesia se componía enteramente de

judíos que se convertían, y que reconocían que Jesús era el Mesías, el

Ungido de Dios. Cuando Pablo comenzó su ministerio entre los gentiles,

algunos de los cristianos judíos advirtieron que un gentil no podía llegar

a ser cristiano, a menos que primero se hiciera judío. Decían que los

gentiles que se convertían debían practicar ritos sicos como la

circuncisión, y adherirse a la Ley que los judíos habían guardado durante

centenares de años (Hechos 15:1–31).

A medida que el ministerio de Pablo se expandió, pronto se hizo

evidente que los gentiles estaban entrando en la Iglesia con este

adoctrinamiento judío. Los líderes cristianos judíos le seguían los pasos

a Pablo, para exigir a los creyentes gentiles que se conformaran con las

creencias de ellos. Usaban las Escrituras del Antiguo Testamento para

sostener su punto de vista. Algunas veces, estos judaizantes llegaron aun

antes que Pablo en sus viajes misioneros. En tales casos, causaban tanto

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tumulto que era escasa o nula la obra de evangelización que se podía

realizar.

Los gnósticos. Estos enseñaban que Jesús no era realmente Hijo de

Dios. Para ellos, la materia era mala y el espíritu bueno. Puesto que Dios

era bueno (y era espíritu), no podía haber creado un mundo material

(malo). Luego argüían que, puesto que el espíritu y la materia no podían

entrelazarse, Cristo y Dios no podían haberse unido en la Persona de

Jesús. Tomaron su nombre del término griego gnosis (conocimiento), y

profesaban tener un discernimiento especial de las verdades de la vida.

Los arqueólogos han hallado en Egipto varios manuscritos gnósticos

escritos en papiros. Algunos de ellos son escritos pseudoepígrafes, como

la “Sabiduría de Jesucristo” y los “Hechos de Pedro”. Tal vez el libro

gnóstico mejor conocido sea la Pistis Sophía (El conocimiento fe), el cual

se ha traducido al inglés y al francés.

Muchas comunidades gnósticas pequeñas estaban esparcidas por

todo el Medio Oriente. Cada cual desarrollaba doctrinas únicas por su

propia cuenta. Hoy tenemos que confiar en sus propios manuscritos para

averiguar las creencias de cada comunidad, y en muchos casos es di cil

determinar si algún grupo particular fue gnóstico o una secta religiosa

completamente diferente. Un ejemplo notable de esto es la comunidad

de escribas de Qumrán.

Pablo menciona tres hombres que se apartaron de la fe y se

marcharon en pos de esta herejía: Himeneo, Alejandro y Fileto (1

Timoteo 1:20; 2 Timoteo 2:17, 18). Ellos sostenían que la resurrección ya

había pasado, y tal vez creyeran que lo que queda del espíritu cuando

muere un hombre es absorbido de nuevo en Dios.

Los nicolaítas. Juan centró su atención en una forma más extrema de

gnosticismo agresivo que se había metido en la Iglesia del siglo primero

(1 Juan; 2 Juan; Apocalipsis 2:6, 14, 15). Estos eran los nicolaltas. Los que

sostenían esta mortal doctrina afirmaban que, puesto que su cuerpo era

sico (y por tanto malo), sólo era importante lo que su espíritu hiciera. Así

que se sentían libres para complacerse en relaciones sexuales

indiscriminadas, para comer alimentos sacrificados a los ídolos y para

hacer cualquier cosa que agradara a su cuerpo.

La Iglesia primitiva hizo frente de manera firme a los que se desviaban

de las preciosas verdades de Cristo. No permitían que los herejes

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entraran en compañerismo con ellos y oraban por la salvación de éstos.

Pablo los reprende abiertamente. (Incluso se vuelve contra ellos en un

punto, cuando Pedro se negó a comer con los cristianos gentiles en

presencia de los cristianos judíos; Gálatas 2:12–15). El pensaba que a los

herejes había que cortarlos de la Iglesia antes que esparcieran sus

ruinosas ideas.

Ireneo, Tertuliano y otros Padres de la Iglesia denunciaron a los

nicolaítas, juntamente con los gnósticos. Ireneo informó que la secta

había tomado su nombre de Nicolás, un diácono de la primera

comunidad de nicolaítas, quien se complacía en el adulterio.

Pablo sabía distinguir entre su propia opinión y el “mandamiento del Señor” (1

Corintios 7:25). Era suficientemente humilde para decir: “a mi juicio” (1 Corintios

7:40), cuando se trataba de ciertos asuntos. Estaba muy consciente la urgencia de su

misión (1 Corintios 9:16, 17), y del hecho de que él no estaba fuera del peligro de ser

“eliminado”, si sucumbía ante la tentación (1 Corintios 9:27). Recuerda con tristeza

que una vez persiguió a “la iglesia de Dios” (1 Corintios 15:9).

Lea Romanos 16, y ponga especial atención a la generosa actitud de Pablo hacia

sus colaboradores. Era un hombre que amaba y apreciaba a la gente, y apreciaba la

fraternidad con los creyentes. En la epístola a los Colosenses, vemos lo cordial y

amistoso que Pablo podía ser, aun con los cristianos a quienes no había conocido.

“Porque quiero que sepáis cuán gran lucha sostengo por vosotros … y por todos los

que nunca han visto mi rostro” (Colosenses 2:1).

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Anfiteatro de Pérgamo. Los ciudadanos de Pérgamo fueron los primeros que establecieron el

culto al emperador romano, Augusto César. Juan se refirió a esta ciudad con las palabras “el trono

de Satanás” (Apocalipsis 2:13). Está situada a 80 kilómetros al norte de Esmirna, en la Turquía

actual. En el corazón de la ciudad, los griegos construyeron su magnífico anfiteatro con 78 filas

de asientos. Detras de la fila de columnas estaba el Asclepieum, donde el pueblo de Pérgamo

adoraba al dios de la sanidad, Esculapio.

Gamaliel

Gamaliel sólo es mencionado dos veces en el Nuevo Testamento

(Hechos 5:34; 22:3), pero puede haber ejercido en la marcha del

cristianismo una influencia más profunda que lo que estas breves

referencias indican. El fue uno de los pocos líderes judíos que ganaron el

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título de Rabbán (nuestro maestro, nuestro grande), en vez del título

ordinario de Rabbi (mi maestro). Gamaliel tenía un puesto respetable en

el sanedrín, el cuerpo gobernante de la religión judaica. La alta estima

en que lo tenían los judíos se demuestra en el comentario que hizo uno

de los rabinos cuando murió: “Cuando el Rabbán Gamaliel el Mayor

murió, la gloria de la Ley cesó y la pureza y la abstinencia murieron.”

Hallamos indicios de la influencia de Gamaliel sobre el cristianismo

en los dos pasajes bíblicos que se refieren a él. Según el primero (Hechos

5:34), el sanedrín se reunió en sesión especial para hacer frente a los

cristianos, quienes insistían en que el sanedrín había sido responsable de

la muerte del Mesías. En esta sesión, emocionalmente acalorada,

Gamaliel se levantó y pidió que sacaran a Pedro y a los demás cristianos

por un momento, para poder hablar él. Cuando se hizo esto, procedió a

expresar unas palabras sorprendentemente agudas, las cuales

obviamente hicieron que se estremeciera el sanedrín: “Varones

israelitas, mirad por vosotros lo que vais a hacer respecto a estos

hombres … Y ahora os digo: Apartaos de estos hombres, y dejadlos;

porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá;

mas sí es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados

luchando contra Dios” (Hechos 5:35, 38, 39) En vez de la flagelación que

Pedro y los apóstoles estaban esperando, se les hizo una severa

advertencia y se los dejó en libertad.

La segunda referencia (Hechos 22:3) la hizo el apóstol Pablo, quien

había sido su discípulo. Pablo estaba apelando a la turba judía, y no vaciló

en vincularse con el gran maestro.

La grandeza de Gamaliel estaba en su devoción a Dios y a la Ley. Estos

incidentes pintan por lo menos un cuadro parcial de su personalidad, y

la tradición judía nos dice que este anciano dirigente del estado hizo

hincapié en la importancia del arrepentimiento y no en las obras. Tal vez

el hincapié de Pablo en esta gran doctrina cristiana tenía sus raíces en

las enseñanzas de Gamaliel.

La influencia posterior de Gamaliel en Pablo sólo se puede conjeturar. Ciertamente,

el gran celo de Pablo—primero por la ley, luego por Cristo—lo recibió de Gamaliel.

Su amor hacia la verdad y su exhaustiva comprensión de las Escrituras, también

pudieran atribuírsele a su maestro. Con esta enseñanza, y ungido por el Espíritu

Santo, Pablo estructuró los tratados que permanecen en el Nuevo Testamento

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sobre la fe cristiana, la Iglesia, la justificación y la regeneración. La manera clara y

lógica como Pablo explicaba las grandes doctrinas de la fe Cristina, sin duda alguna

fue resultado, por lo menos en parte, de que había estudiado “a los pies de

Gamaliel”.

En la epístola a los Colosenses leemos también acerca de un hombre llamado

Onésimo, un esclavo que se había fugado (Colosenses 2:10, 18), quien

evidentemente, además del delito de abandonar a su dueño Filemón, evidentemente

había cometido un robo. Ahora Pablo lo había ganado para la fe cristiana y lo había

persuadido para que regresara a su señor. Como sabía la severidad del castigo que

se le infligía al esclavo que se escapaba, quiso persuadir a Filemón de que tratara a

Onésimo como a un hermano. Aquí vemos, pues, a Pablo como reconciliador.

Maniobró para asegurarle a Onésimo una recepción cristiana al regresar a casa de

Filemón. Colocó a Filemón en situación comprometida frente a la iglesia y en función

de su relación personal con Pablo, e hizo todo esto a favor de un hombre que se

hallaba en el peldaño más bajo de la jerarquía social de los romanos. Contrastemos

esto con la conducta del joven Saulo, cuando cuidó las ropas de los que apedrearon

a Esteban. Observemos cuan profundamente había cambiado la actitud de Pablo

hacia las personas.

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Escena en una calle de Nazaret. Nazaret era un pequeño pueblo de mala reputación. Sin

embargo, los padres de Jesús vivieron allí, y fue el lugar donde pasó su niñez el Salvador (Lucas

2:39–51). Este angosto y sinuoso callejón de Nazaret se parece mucho a las calles que había en

tiempos de Jesús.

En estos escritos vemos a Pablo como un amigo cordial y generoso, un hombre

de gran fe y valor, aun cuando se halló en medio de las circunstancias más extremas.

Estaba absolutamente consagrado a Cristo, en la vida o en la hora de la muerte. Dio

testimonio de estar firmemente anclado en las realidades espirituales: “Sé vivir

humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para

estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer

necesidad.

Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:12, 13).