el libro negro de la justicia chilena...sergio herrero. ese mismo día, el titular del primer...

424
El libro negro de la justicia chilena Alejandra Matus

Upload: others

Post on 09-Apr-2020

3 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

El libro negrode la justicia

chilena

Alejandra Matus

Page 2: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

ALEJANDRA MATUS

El libro negrode la justicia chilena

www.e-libro.nete-libro.nete-libro.net

Page 3: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

ÍNDICE GENERAL

PALABRAS PRELIMINARES ............................................................................ 5Capítulo I. El poder degradado ........................................................................ 10SECRETOS DE PALACIO .............................................................................. 11LOS AMIGOS DE AYLWIN .............................................................................. 19EL VIAJE DE «TORITO» ................................................................................ 23LAS PRIMERAS BATALLAS DE AYLWIN ........................................................ 27CUÁNTO TARDA EN ESCRIBIR UN JUEZ .................................................... 36LA VARA CON QUE MIDES ........................................................................... 45EL PESO DEL INFORME RETTIG ................................................................. 63LAS RABIETAS DE CORREA ......................................................................... 72EL DELFÍN DE KRAUSS ................................................................................ 85EL ASTUTO LIONEL BERAUD ...................................................................... 97CERECEDA Y LA QUERELLA DE LOS MEMBRILLOS ................................ 112LOS MISTERIOS DE LA TERCERA SALA ................................................... 128EL DESCARRIADO JORDÁN ....................................................................... 134EL CORTO REINADO DEL SAGAZ ABURTO .............................................. 144Capítulo II. La era Rosende ........................................................................... 153EN LA FACULTAD DE DERECHO ................................................................ 154TIEMPO DE PERPETUAR ........................................................................... 159VIENTOS DE CAMBIO ................................................................................. 166EL AÑO DE JAIME DEL VALLE .................................................................... 169EL DEBUT DEL DECANO ............................................................................ 173LA DISIDENCIA JUDICIAL ........................................................................... 180CUANDO EL MAGISTRADO DECIDE HACER JUSTICIA ............................ 187LA VISIÓN CRÍTICA DE LOS ACADÉMICOS ............................................... 195LAS CAUSAS ECONÓMICAS ...................................................................... 201EL APOGEO DEL FISCAL TORRES ............................................................ 209UNA CRÍTICA A LA JUSTICIA MILITAR ...................................................... 219LA «LEY CARAMELO» ................................................................................. 222Capítulo III. De la Real Audiencia al golpe de estado ..................................... 230EL QUESO Y LA BALANZA DE LA JUSTICIA .............................................. 231LA JUSTICIA EN LA COLONIA .................................................................... 234FIN DE LA REAL AUDIENCIA ...................................................................... 239

Page 4: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

JUSTICIA REPUBLICANA ............................................................................ 242UNA «ACUSACIÓN CONSTITUCIONAL» .................................................... 244POLITIZACIÓN, DECADENCIA Y CORRUPCIÓN ....................................... 248MANU MILITARI ........................................................................................... 251DÉCADAS DE OLVIDO................................................................................. 255LA HUELGA «LARGA» ................................................................................. 260JUSTICIA «POPULAR» ................................................................................ 266LA CORTE SUPREMA EN LA ANTESALA DEL GOLPE .............................. 271Capítulo IV. Los ritos del poder ...................................................................... 278UN MICROBÚS DEL EJÉRCITO .................................................................. 279LA RUTINA CEREMONIAL .......................................................................... 285PRIMER ANIVERSARIO ............................................................................... 289LA HORA DE LA «RAZZIA» ......................................................................... 294LA INCREÍBLE HISTORIA DEL JUEZ ACUÑA ............................................. 301UN CURCO QUEDÓ EN LA HISTORIA ....................................................... 314Capítulo V. Docudrama en cinco actos: Justicia y Derechos humanos ............. 317CONSEJOS DE GUERRA: EL PRIMER RENUNCIO .................................... 318CINCO MIL RECURSOS DE AMPARO ........................................................ 329SECUESTRO EN LA CÁRCEL ..................................................................... 339LAS VISITAS DE EYZAGUIRRE ................................................................... 351HISTORIA ALUCINANTE EN VILLA MÉXICO .............................................. 367Capítulo VI. La hora de la reforma ................................................................. 386LA OBRA DE SOLEDAD ............................................................................... 387JORDÁN, PRESIDENTE .............................................................................. 394LA FUERZA DE LA COSTUMBRE ............................................................... 403NUEVA CORTE, VIEJAS PRÁCTICAS ......................................................... 409LOS POBRES Y LOS PODEROSOS ............................................................. 412IDEA DE LA JUSTICIA ................................................................................. 419

Page 5: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

5

PALABRAS PRELIMINARES

Llevaba varios días tratando de hallar el punto de par-tida de estas líneas explicativas, cuando recibí una llama-da telefónica desde Santiago. Rodolfo Arenas, periodistade La Tercera, se comunicaba conmigo: habiéndose ente-rado de la existencia de este libro quería la primicia de unanticipo para su diario o, al menos, la información necesa-ria para preparar una crónica. Me vi forzada a recurrir atodo tipo de evasivas. No quería revelar detalles de sucontenido, que, hechos públicos antes de la aparición de laobra, podían ponerla legalmente en peligro.

Recordé algunos hechos ocurridos durante mis últi-mos meses en Chile. Los periodistas Rafael Gumucio yPaula Coddou fueron a parar a la cárcel sólo porque enun artículo ella reprodujo las opiniones expresadas porél en una entrevista. Gumucio dijo simplemente que elministro Servando Jordán de la Corte Suprema era «feoy de pasado turbio». Por menos fueron más tarde encau-sados y también encarcelados —por un breve período,lo que no le quita gravedad al hecho— el ex director deLa Tercera, Fernando Paulsen, y el periodista José Ale.

Page 6: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

6

La llamada de Arenas sirvió para revivir en mi áni-mo las aprensiones por los riesgos que corremos (lacasa editorial y la autora) por el sólo acto de difundirhechos que, aunque fundamentados y comprobados,van a resultar ciertamente incómodos para sus prota-gonistas. Y qué contrastante me resulta esta realidadcuando la comparo con la de otros países democráti-cos, en donde no hay cortapisas para criticar a sus au-toridades a través de los medios de comunicación,reírse de ellos incluso, sin que el periodista o escritorcorra el peligro de tener que ir a parar a la cárcel. Nonecesitamos ir muy lejos, basta cruzar la frontera yasomarse a la Argentina. Otro ejemplo —muy recientey de resonancia planetaria— es el que hemos visto de-sarrollarse en el país más poderoso del mundo, cuyaseguridad no pareció sufrir ningún riesgo con las esca-brosas historias de la vida íntima del Presidente quese hicieron públicas.

Recordé las dificultades que tuve muchas veces queenfrentar, ideando todo tipo de eufemismos y rodeos lin-güísticos para esquivar los rigores de la Ley de Seguri-dad del Estado. Ella protege, como se sabe, a nuestrasautoridades políticas y administrativas, a los generales,a los ministros de la Corte Suprema y hasta a los obis-pos. ¡Cuántas veces fui censurada porque el artículo seocupaba de alguno de estos intocables!

La llamada revivió en mí un cierto miedo. El mismoque tuvieron que superar las casi ochenta personas queentrevisté a lo largo de varios años para poder penetraren las intimidades de nuestro Poder Judicial. Similartambién al que, sacando fuerzas de flaquezas, alimentómis energías en la tediosa tarea de investigación, deverificación de antecedentes, de cotejo de fuentes. Artí-culos de diarios y revistas, expedientes legales, oficios

Page 7: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

7

judiciales, monografías, los pocos libros que se han es-crito sobre el tema.

Es absurdo y quizás si hasta ridículo, tener que ad-mitir que sentí esos temores, y que en alguna medidatodavía los vivo, cuando en Chile ha transcurrido yacasi una década de haberse recuperado la democracia.

Sin real libertad de expresión el periodismo se per-vierte, pierde su altura ética y puede transformarse enun engendro monstruoso: inquisitivo, osado, mordaz,descalificador y hasta cruel contra quienes no tienenleyes que los protejan; tolerante, obsecuente y servil conlos poderosos, sin excluir, por supuesto, a la autoridad,a la que sin embargo está llamado a fiscalizar.

Creemos en la libertad de expresión y creemos en lanecesidad del periodismo fiscalizador, que investiga einforma, que no persigue denigrar a personas o institu-ciones, pero que tampoco vacila en acometer sin vacila-ciones la verdad, aunque ésta, como es a veces inevita-ble, moleste a algunos de los protagonistas de la socie-dad en que vivimos.

Esto último puede ser un obstáculo, porque un librocomo este, escrito pensando en los principios enuncia-dos, aunque sea social y culturalmente necesario, esevidente que corre el riesgo de concitar la ira de quie-nes se han predefinido como encarnaciones de la VirtudPública, la Seguridad y la Patria.

Las cosas han cambiado desde que en 1992 comencémis investigaciones con miras a la preparación de estelibro. Iniciado el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle,la vieja Corte y ciertas prácticas se quedaron sin su pa-raguas protector. La posibilidad cierta, por ejemplo, deuna acusación constitucional contra algún magistrado y,tal vez principalmente, los recientes cambios en la cú-

Page 8: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

8

pula del más alto tribunal, han debilitado algunos de losviejos vicios. La aprobación, además, de leyes tan radi-cales como la modificación del proceso penal, son signosde la recuperación que se avizora, que viene lenta peroque ya está en marcha.

Es evidente que todavía queda bastante bajo la alfom-bra. Hay que recapitular muchos actos de la Magistratu-ra que entrañan traiciones a la confianza pública, y quecontinúan siendo convenientemente ignorados por lamayoría de la población. También hay otros aspectos im-portantes que merecen conocerse: los actos de grandeza,valentía y hasta heroísmo de muchos de sus hombres.

No he pretendido escribir «todo» acerca de la Justi-cia chilena, sino narrar sólo lo necesario para explicar yentender lo que ha sido su itinerario, el ejercicio de susfunciones en tanto «Poder» del Estado. El lector, espe-cialmente el más informado, encontrará ciertamenteque hay en este trabajo omisiones y hasta simplificacio-nes. Son propios de las dificultades de un lego, cuya cer-canía al tema se ha dado, no desde el ángulo del profe-sional de la jurisprudencia, sino del periodista preocu-pado del «área judicial» durante largos años en diversosmedios de comunicación. No tengo ninguna duda de quehay jueces y abogados que disponen de informaciónmucho más amplia que la mía, o que habrían privilegia-do la evocación de antecedentes que, aun yo conocién-dolos, no consideré pertinente evocar.

No están en estas páginas las historias de algunosgrandes casos judiciales —cada uno de los cuales daprobablemente para un libro aparte—, y aquellos que semencionan son, por lo general, únicamente aludidospara dar luces sobre el comportamiento de la Corte Su-prema, hilo conductor y tema central de este libro. Otrotanto ocurre con aquello que podría relatarse a propósi-

Page 9: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

9

to de los abogados, la policía, la gendarmería, el Servi-cio Médico Legal.

Muy lejos de mí la idea de querer emparentar la es-tructura de este volumen con modelos literarios ilus-tres. Puede, sin embargo, leerse conforme al consejocortazariano: en cualquier orden. El producto será siem-pre el mismo. En todos los capítulos el lector encontrarácomponentes de la viga maestra sobre la que descansanlas afirmaciones de mi libro: no ha existido en la Histo-ria de Chile un Poder Judicial que se entienda y con-duzca como tal; lo que hemos tenido —salvo, reitero, lasactuaciones aisladas de jueces tan brillantes y valientescomo escasos— ha sido un «servicio» judicial, no másmoderno, ético ni independiente que cualquier otro dela administración pública.

LA AUTORA

Page 10: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

Capítulo I. El poder degradado

Page 11: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

11

SECRETOS DE PALACIO

El frío marmóreo del Palacio de los Tribunales sepega a la piel como el vaho de un frigorífico. La sensa-ción de estarme congelando en eternas esperas es loprimero que recuerdo al repasar esos cinco años queestuve cubriendo el sector.

El invierno parece más crudo y más largo en mediode esos pasillos.

Cuando comencé —en 1990, para el diario La Epo-ca— no había sala de periodistas en el edificio que al-berga a la Corte de Apelaciones de Santiago y a la CorteSuprema. Tampoco baño para mujeres. El café de laEstelita —que todavía pasa una vez al día con sandwi-ches, queques y café con leche— era lo único cálido enesos tediosos plantones que podían durar hasta doce ho-ras. O dieciséis o dieciocho, si había algún caso especial.Y, por esos años, los había a montones.

Recién llegada, un día vi al ministro Jordán, trasta-billando y apoyado en los hombros de un empleado quelo llevaba hasta su vehículo.

Page 12: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

12

En otra ocasión, presencié como este ministro seretiraba temprano sin cumplir con su obligación de fir-mar las resoluciones del día, cuando presidía la CuartaSala.

Yo me había quedado esperando el «listado» de fa-llos (es el nombre que dábamos a una página que pre-paraban los funcionarios de secretaría, con el resumendel trabajo de todas las salas, al finalizar el día). Ex-cepcionalmente, el listado no salía. Los funcionariosme dijeron que estaban esperando las resoluciones dela Cuarta Sala. Jordán, se había ido poco antes de lascinco de la tarde diciendo: «Voy y vuelvo», pero no re-gresaba. Cerca de las ocho de la noche, los funciona-rios se dieron por vencidos. El listado quedó pendientepara el día siguiente, cuando Jordán reasumiera suslabores.

Era usual entonces que este magistrado llegara atra-sado y se fuera temprano, aunque su obligación, como lade todo juez, era la de permanecer en su despacho porlo menos cuatro horas al día (o cinco, si la sala teníaatraso). Es decir, por lo menos de dos a seis de la tarde.Las continuas faltas a este compromiso le granjearonreprimendas de algunos de sus propios colegas, quienesse irritaban por su feble disciplina y el retraso que pro-vocaba en el trabajo de los demás.

Tengo viva la imagen del mismo juez paseándose undía, lentamente, con los pantalones mojados, de ida yvuelta por el pasillo del segundo piso (donde funciona laCorte Suprema), mientras conversaba con uno de miscolegas. Ambos pasaron junto a mí dos veces. La ampliamancha de líquido en los pantalones grises del ministroera fácilmente distinguible de frente y de espaldas.

—El dice que se le dio vuelta un jarro con agua —me explicó suspicaz mi colega, más tarde.

Page 13: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

13

Un misterio para mí era la tolerancia colectiva de lamagistratura a la figura del fiscal de la Corte de Apela-ciones de Santiago, Marcial García Pica.

Una vez tuve que visitarlo, pues había emitido uninforme favorable a una resolución del ministro Juica,en el caso degollados y me interesaba escribir un artícu-lo al respecto.

Fui a sus oficinas, ubicadas en el delgado tercer pisoque emerge justo sobre la Corte Suprema. Hice antesalacon una menor en uniforme escolar. Era una de las «so-brinas» del fiscal. Yo entré primero. García Pica, unhombre viejo y macizo, vestía unos suspensores burdeossobre su camisa blanca. Sentado detrás de un escritoriode carpeta verde —me recordó al Servicio de ImpuestosInternos— me preguntó cuál era el motivo de mi visita.Empecé a explicar, pero el magistrado parecía no enten-der lo que yo le decía. No recordaba haber escrito elmentado informe. Súbitamente, comenzó a lanzarmebesos y a hacer grotescas muecas con la boca. El ancianocontinuó sus avances con piropos. Desconcertada, melevanté y salí. El fiscal instruyó a su secretaria para queme entregara el informe que yo andaba buscando.

Más tarde, reporteando para este libro, me enteréde otros detalles acerca de este funcionario —quien, almenos en la letra de la ley, representaba los interesesde la sociedad ante el tribunal de alzada— que narrarémás adelante.

También recuerdo de aquellos primeros años la con-goja de un amigo nuestro, un profesional a quien un abo-gado le pidió el favor de llevar un maletín a determina-do magistrado de la Corte Suprema. Cuando llegó conel encargo, las actitudes del destinatario le hicieroncomprender que el maletín contenía una recompensa.Había sido usado como correo para pagar una coima y no

Page 14: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

14

sabía cómo quitarse esa mancha de encima. Aunque notuvo interés pecuniario alguno en la operación, pormantener la confianza del abogado y del magistrado,nuestro amigo optó por callar.

Recién asumido el Gobierno Patricio Aylwin los tri-bunales eran, periodísticamente, tierra descubierta yconquistada por los profesionales de El Mercurio y LaSegunda, Miguel Yunisic y Daniel Martínez, quienes,legítimamente, no estaban dispuestos a compartir susfuentes, ganadas durante años de oficio, aunque sí —especialmente Daniel—, aceptaban ejercer cierta laborpedagógica con la nueva hornada de periodistas de Tri-bunales: Mario Aguilera, Marcelo Mendoza, Teresa Ba-rría, Yasna Lewin, Sebastián Campaña y yo.

Antes incluso de pensar en reportear, había queaprender algunas nociones básicas de la forma en queoperaba este sector, en que el lenguaje era ininteligible,los jueces inasequibles y los relacionadores públicos,inexistentes.

En mis primeros días, llegaba al edificio tempranísi-mo y me paseaba por sus cuatro pisos de escaleras y re-covecos tratando de entender. Las caras de jueces y abo-gados me eran, como para casi todos los ciudadanos,absolutamente desconocidas. Me daba pavor pensar enaquella frase: «La ley se entiende conocida por todos».Yo, a diario, me daba cuenta que con mis entonces tresaños de ejercicio profesional y mis estudios universita-rios, no la conocía. Tampoco esas personas de ropas yzapatos gastados, que preguntaban conmigo: «¿Dóndeestá la primera sala?».

Si la ley era un misterio para mí, los procedimientosjudiciales, un acertijo.

Durante los primeros meses mis colegas me dieroncomo bombo en fiesta. Cuando yo iba a la Corte, ellos

Page 15: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

15

estaban en algún tribunal. Cuando me iba al juzgado, laactividad estaba en las fiscalías militares.

Pero poco a poco aprendí a leer los movimientos deactuarios y jueces. A descifrar los incomprensibles le-treros que cuelgan de las paredes para «informar» a loslitigantes qué causas se verán cada día. El significado dela letra y el número negro de metal que los oficiales desala cuelgan en menudas pizarras de madera cada vezque se inicia la vista de una nueva causa. A rastrojearen los libros. A indagar en los listados de fallos.

Fue un duro proceso de auto-educación que eliminóde mi memoria la imagen idealizada del Poder Judicial,construida a temprana edad sobre la base de retazos depelículas norteamericanas y series televisivas.

Yo llegaba antes de que las salas de las Cortes deApelaciones y de la Corte Suprema empezaran a funcio-nar (a las dos de la tarde, casi todo el año, excepto en elcorto verano, en que la media jornada de labores se tras-lada a la mañana) y me iba mucho después de que losmagistrados partían a sus casas.

Al medio año, ya podía «ver». Por ejemplo, distinguircuando se estaba realizando un «alegato de pasillo».Identificar la estampa de ciertos mediadores que apare-cían solicitando audiencias con ministros de la CorteSuprema después de las 18 horas, aprovechando la leveoscuridad que sucedía a la extinción paulatina de la ilu-minación interna.

En el sistema chileno, que no tiene imitadores enninguna parte del mundo moderno, el papel escrito hasido históricamente la medida de toda acción judicial.Allí donde se perdió un expediente, el proceso y la posi-bilidad de reparar un daño o dar a cada quien lo que lecorresponde desaparece, las más de las veces, parasiempre. La táctica de pagar a algún funcionario una

Page 16: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

16

pequeña suma de dinero para que «extravíe» un legajoes antigua. Un día vi a una persona, a quien tenía enalta consideración por su reconocida probidad, acudir aesta argucia para hacer desaparecer una causa de nuli-dad matrimonial que se había complicado mucho paraun cliente suyo.

También oí. Oí tantas cosas que me parecía inconce-bible que el resto de los medios las ignoraran. Cuandodiscutíamos el tema, algunos de mis colegas suscribíanla tesis de que sólo debía escribirse aquéllo escrito enpapel oficial. Que no se debía informar de un fallo mien-tras no estuviera firmado —la publicidad anticipada,argumentaban sobre la base de su propia experiencia,podía instigar a los jueces o ministros a cambiar de pa-recer—. Cierto sentido reverencial los cohibía de repor-tear los entretelones de las decisiones judiciales. Era laherencia de otros tiempos que los advenedizos al sectorno estábamos dispuestos a venerar.

Un día de junio de 1991, bastante tarde, me encontrécon el funcionario del Consejo de Defensa del Estado(CDE) encargado de permanecer al tanto del avance delas causas. Parecía acongojado. Me contó sobre un extra-ño fallo de la Tercera Sala de la Corte Suprema que ha-bía otorgado la libertad a un narcotraficante procesadopor la internación de cocaína más grande descubiertahasta entonces y que el CDE ni siquiera se había ente-rado. El funcionario temía perder su puesto, porque erasu responsabilidad perseguir esa causa. El caso apare-ció en las páginas de La Epoca y, un mes más tarde, enla revista APSI, pero los demás medios ni siquiera men-cionaron el hecho. Tales antecedentes tampoco fueronmotivo de interés político.

Era el tiempo del enfrentamiento entre el Ejecutivoy la Corte Suprema, por la actuación de los tribunales

Page 17: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

17

en los casos de violaciones a los Derechos Humanos ypor los proyectos de reforma. Momentos en que la oposi-ción defendía a brazo partido la «independencia» delPoder Judicial y se oponía a cualquier intento de «poli-tizarlo». El Mercurio, que ha sido por años el medio porexcelencia entre jueces y abogados, editorializaba en elmismo sentido. Los ministros, tras el escudo del irasci-ble —pero probo— presidente de la Corte Suprema, En-rique Correa Labra, se sentían seguros.

Afuera, el país parecía enfrentar problemas másimportantes. La tensión entre el Ejército y el recién ins-talado gobierno de Aylwin era la preocupación central.Los actos de violencia de grupos de extrema izquierdaañadían inesperados ingredientes a la ya difícil gober-nabilidad.

Por eso, aunque en el seno del Poder Judicial se ha-blaba de corrupción —de corrupción en la propia CorteSuprema— el tema permaneció por un tiempo descono-cido masivamente y sus autores, impunes. No fue sinohasta la acusación constitucional contra Hernán Cerece-da que las lenguas se soltaron. Un poco.

Se soltaron todavía más con la posterior acusacióncontra Servando Jordán, quien fue el chivo expiatorioescogido para pagar pecados propios y ajenos. Pero laacusación llegó tarde, cuando la mayor parte de las fal-tas estaban consumadas y Jordán —lo mismo que otrosmagistrados— se había bajado el perfil a ciertas actitu-des, tal vez para ocultarlas del escrutinio público.

Fue en los primeros años de los ’90 que cristalizó enla Corte Suprema el punto más bajo de un largo procesode degradación. Si no fuera por la actitud individual dealgunos notables magistrados la condena sería total.

La renuncia a los objetivos de su ministerio por par-te de algunos integrantes del más alto tribunal fue par-

Page 18: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

18

ticularmente dañina, considerando que la estructuradel sistema es extremadamente jerarquizada. Se crea-ron mecanismos tácitos de protección. «Yo no te acuso,tú no me acusas».

En algunos tribunales se llevaban cuadernos de losministros que llamaban pidiendo favores. No para de-nunciarlos (hasta ahora no ha ocurrido), sino para «co-brar» el favor cuando llegara el momento en que se ne-cesitara alguna ayudita «de arriba».

Se crearon núcleos de poder. Quien quedaba fuerade alguna «familia», sin un padrino, podía considerar-se huérfano y estancando en su carrera, tal vez parasiempre.

Para oponerse a la voluntad superior había que sermás que honesto. Había que ser heroico. Las facultadesdiscrecionales de la superioridad, definiendo los desti-nos de cada funcionario, eran tan grandes que cualquiergesto de oposición podía interpretarse como desobe-diencia. Rebeldía que sería castigada con una sancióndirecta o con algo peor, intangible: la postergación.

Page 19: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

19

LOS AMIGOS DE AYLWIN

Cuando Patricio Aylwin asumió el gobierno, contabacon una Corte Suprema absolutamente hostil, que habíasido remodelada en los últimos años de Gobierno mili-tar con personas que el ministro de Justicia, Hugo Ro-sende, consideró incondicionales. Según se recapitulamás adelante, no importaron mucho los méritos de lospostulantes, sino la lealtad e incondicionalidad al idea-rio del general Augusto Pinochet.

Apenas instalado en La Moneda, Patricio Aylwincomenzó a recibir toda suerte de comentarios acerca denegligencia, actitudes indecorosas y hasta corrupciónentre ministros de la Corte Suprema. Sus amigos —casitodos abogados— canalizaban parte de estos comenta-rios que se hacían privada, pero animadamente, en lostribunales.

Aylwin dijo a tres de sus más cercanos colaboradoresque si le traían algo concreto, «se podría hacer algo».

El Ejecutivo no tiene facultades fiscalizadoras sobrela Corte Suprema y el Parlamento cuenta como únicaherramienta la medida extrema de la acusación consti-

Page 20: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

20

tucional. Aylwin no estaba en posición de patrocinaruna, pero sí de sugerir la renuncia a algún magistrado«complicado» con ciertos antecedentes. Eso es lo que susamigos entendieron por «hacer algo».

Los escogidos se propusieron reunir pruebas que die-ran respaldo a las acusaciones que se estaban haciendo ypidieron a los denunciantes que las sustentaran con sustestimonios o con alguna prueba documental.

Uno de ellos, Alejandro Hales, cuenta que «tuvimosla intención de aportar.

Queríamos armar dossiers, pero no tuvimos la capa-cidad. Primero, porque no éramos policías, ni podíamosusar métodos habituales en otras épocas. Y segundo,porque se decían muchas cosas, pero a la hora de pedirpruebas, las acusaciones se diluían».

Hales afirma que la petición nunca la formuló el Pre-sidente, sino que fue iniciativa propia.

Otro de los profesionales, que admite haber recibidoel encargo de boca del Presidente, afirma que de todo loque oyó, sólo encontró testigos dispuestos a ratificarafirmaciones sórdidas sobre la vida privada de LuisCorrea Bulo, uno de los ministros de la Corte de Apela-ciones que Aylwin nombraría en la Corte Suprema. Estecolaborador sabía que Correa Bulo había tenido una ac-titud constante y valiente en las causas por violacionesa los derechos humanos y no estaba dispuesto a que detodos los magistrados acusados de actitudes irregulares,Correa Bulo fuera el único en pagar. «Nunca le dije aAylwin», afirma hoy.

Era discutible la presunta incompatibilidad del com-portamiento descrito por esos testigos con el ejerciciodel ministerio. Tal vez, hasta discriminatorio. Pero nolo es el reproche a otras conductas del ministro CorreaBulo. Conductas que llevarían posteriormente al propio

Page 21: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

21

Aylwin a manifestar a cercanos suyos su arrepentimien-to por haberlo nombrado en la Corte Suprema.

El tercero de los encomendados por Aylwin logróreunir alguna información que le entregó al Presidentey éste, después de procesarla, la habría derivado, sinrevelar su fuente, al ministro de Justicia, FranciscoCumplido, quien nunca estuvo enterado de las intencio-nes de las amistades de Aylwin, pero asegura que, para-lelamente, también recibió información. Una vez un abo-gado le dijo: «Al ministro tal le pagamos tanto dineropor este fallo».

Cumplido le pidió al profesional una prueba: el reci-bo del depósito. El abogado se esfumó, pero no pasómucho tiempo para que ambos volvieran a encontrarse.El ministro preguntó:

—¿Y..? ¿Qué pasó con el recibo..?—Es que eso es muy complicado para mí. Yo te conté

para que intervinieras tú.—Pero sin pruebas no puedo hacer nada. Tú dices

que quieres ayudarme a limpiar esto, pero no lo estáshaciendo...

Cumplido oyó a otros que, aunque pocos, estuvierondispuestos a ratificar sus quejas. Muchas de ellas eranformuladas por personas de escasos recursos que teníanque lidiar con la corrupción en el último peldaño del sis-tema judicial. Allí donde los actuarios —que cumplenapenas con el mínimo requisito de haber egresado decuarto medio— y los oficiales de sala aparecen mandan-do más que el distante e inaccesible juez.

Cuando Cumplido representó acusaciones fundadascontra los tribunales de primera instancia, los presiden-tes de la Corte Suprema Luis Maldonado y Enrique Co-rrea ordenaron inmediatas investigaciones y adoptaronsanciones. Es lo que ocurrió con el comportamiento in-

Page 22: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

22

debido de ministros y jueces ariqueños en causas denarcotráfico y con los casos de corrupción flagrante enlos Juzgados de San Bernardo.

Durante el período de Patricio Aylwin la Corte deApelaciones de Santiago investigó las irregularidadescometidas por los jueces Geraly Sterio (quien nunca fuehabida para su procesamiento), Pedro Cornejo, LienturEscobar y Eduardo Castillo, quienes luego fueron remo-vidos del servicio por la Corte Suprema.

Pero, en dos ocasiones Cumplido informó a la CorteSuprema sobre una actuación irregular entre sus pares.Luis Maldonado y Marcos Aburto fueron los receptoresde sendas quejas contra los ministros Arnaldo Toro yServando Jordán. Ninguno de los dos fue sancionado, niinvestigado en sumarios internos, pues el procedimientoni siquiera está contemplado en esas alturas del PoderJudicial.

Page 23: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

23

EL VIAJE DE «TORITO»

El ministro Arnaldo Toro fue uno de los últimos de-signados durante el gobierno militar. Llegó a la CorteSuprema el 12 de julio de 1989 sin que pueda contarseen su currículum ninguna actividad académica de im-portancia, ni fallo relevante. Según un magistrado enfunciones en la Corte Suprema, a Rosende se le acabó lalista de ministros que pudiera considerar incondiciona-les y tuvo que «raspar la olla». Otros dicen que fue reco-mendado por Manuel Contreras. El caso es que Toro,«Torito», como le decían sus colegas, asumió.

Los ministros de la Corte Suprema tienen derecho apedir tres días libres al mes y seis días administrativosal año, más 30 días de vacaciones. Sin embargo, no es-tán obligados a firmar un libro de asistencias. De su pre-sencia en el tribunal sólo queda constancia en una pági-na que se cuelga en las pizarras ubicadas afuera de cadasala, para que los abogados sepan qué ministros estánpresentes, cuáles están ausentes y quiénes los reempla-zan en un día equis. Indagar cuántos días libres se tomacada uno al año es una tarea casi imposible.

Page 24: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

24

No obstante, es un hecho que Arnaldo Toro ha sido,desde que asumió su cargo, el ministro más ausente.Pocos podrían incluso describirlo físicamente. Personal-mente, durante los cuatro años que pasé más horas enese edificio que en ningún otro lugar y en los que me-moricé los rostros de la mayoría de los magistrados, delos funcionarios y hasta de los gendarmes, no recuerdohaberlo visto.

Toro se ha tomado todos los días libres a que ha teni-do derecho legalmente. Aunque eso ya es bastante, fuemás allá cada vez que pudo. Y si bien los presidentes queha tenido el máximo tribunal han iniciado sus períodostratando de poner coto al exceso de inasistencias, «es di-fícil para ellos decir que no a un colega, especialmentecuando argumenta graves dificultades personales».

Toro, además, sufre de sinusitis crónica. Largos epi-sodios de este malestar lo aquejan varias veces al año,de acuerdo con el registro de licencias médicas que hapresentado durante su ejercicio ante la Corte Suprema.

Sus prolongadas ausencias no fueron obstáculos,empero, para que realizara la gestión judicial, en 1990,que motivó los reparos del Ministerio de Justicia anteel presidente, Luis Maldonado.

El 2 de octubre de 1990, Toro, Marianela Valencia ySergio Ramos Echaiz abordaron el avión Ladeco quecubría el trayecto entre Santiago y Antofagasta, con es-cala en Copiapó. Las tres reservas se hicieron bajo unmismo código: «C.2.»

Ramos era el socio principal y administrador de laSociedad Legal Minera Afuerina, que se hallaba en unadisputa legal con la Compañía Minera Ojos del Salado,en dos causas acumuladas en el Tercer Juzgado de Le-tras de Copiapó, bajo los roles 26.932 (originada en elPrimer Juzgado) y 5.017 (iniciada en el Tercero).

Page 25: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

25

La razón de ambas causas era una disputa entre LaAfuerina y Ojos del Salado por una inversión que haríaPhilips Dodge Corporation, bajo el nombre de proyectocuprífero La Candelaria. La Afuerina aparecía como labeneficiaria de los 300 millones de dólares que PhilipsDodge Corporation planeaba invertir. Pero Ojos delSalado reclamaba que los bienes que se usarían paraconcretar el proyecto (identificados como «Lar 1-10») lepertenecían.

Al llegar a Copiapó, Toro y sus acompañantes se alo-jaron en la casa del cuñado de Ramos, el empresarioSergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primerjuzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de los expedientes.

Dos días después, aprovechando una ausencia provi-soria del titular del Tercer Juzgado, Toro llamó a Ca-rrasco —que, recordemos, era juez del Primer Juzga-do— y le ordenó reponer una resolución que había sidodesechada el 15 de ese mes, en la causa que se habíainiciado en el Tercero. La instrucción era acoger las pe-ticiones de La Afuerina.

Al día siguiente, Samuel Lira, ex ministro de Mine-ría bajo el gobierno militar y apoderado de Ojos del Sa-lado, se quejó ante el presidente de la Corte Suprema,Luis Maldonado.

—Usted tiene que llamar al magistrado para asegu-rar la imparcialidad en este caso —le dijo al magistrado.

Maldonado ordenó a su secretaria que le comunicaracon el tribunal copiapino. Cuando logró contactarse conel juez Carrasco, Maldonado comprobó que efectiva-mente Arnaldo Toro estaba presionándolo.

—No se deje influenciar... Usted falle ajustado a De-recho y no se preocupe de nada más. Nosotros lo vamosa proteger —le dijo Maldonado al atemorizado juez.

Page 26: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

26

El caso llegó también a oídos del ministro FranciscoCumplido, quien se entrevistó con Maldonado paraplantear oficialmente la queja.

Es probable que Maldonado haya amonestado priva-damente a Toro, pero no se inició ninguna investigaciónoficial sobre su proceder y estos antecedentes nunca sehicieron públicos.

Page 27: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

27

LAS PRIMERAS BATALLAS DE AYLWIN

A fines de los «70 el llamado grupo de los 24, encabe-zado por Patricio Aylwin, comenzó la elaboración deproyectos que incorporaría a su plataforma guberna-mental. Una subcomisión de ese grupo, dirigida porManuel Guzmán Vial, desarrolló los lineamientos parael sector justicia. La preocupación principal era enton-ces cómo enfrentar el tema de los derechos humanos.

Una vez que Aylwin asumió el poder, Guzmán seconvirtió en el presidente de una comisión oficialmenteencargada de estudiar proyectos de reforma al PoderJudicial. Mientras el grupo trabajaba, el Presidente asu-mió una estrategia de choque.

El viernes 30 de marzo de 1990, apenas después deprobarse la banda presidencial, Aylwin inauguró laXVII Convención de Magistrados en Pucón.

En la testera estaban sentados el presidente de laCorte Suprema, Luis Maldonado, el presidente de laAsociación Nacional de Magistrados, Germán Hermosi-lla, el ministro de Justicia, Francisco Cumplido, y elpresidente de la Cámara de Diputados, José Antonio

Page 28: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

28

Viera-Gallo. Centenares de magistrados desde Arica aPunta Arenas asistían a ésta, la primera convencióntras el fin del régimen militar, una de las más concurri-das en la historia de la Asociación.

Apenas empezando su discurso, Aylwin dijo «nadiepuede objetivamente negar que la administración dejusticia experimenta una grave crisis». Varios de los queescuchaban se removieron, incómodos, en sus asientos.

El Presidente recordó la figura de su padre, MiguelAylwin, quien fue presidente de la Corte Suprema al fi-nalizar los «50, e hizo un listado de las deficiencias delsistema. Partió mencionando la falta de tribunales —nada nuevo, esa era una demanda compartida por todoslos que habían presidido la Corte Suprema durante, porlo menos, dos décadas—, pero continuó afirmando que,según la opinión ciudadana, la judicatura no actuabacomo un Poder del Estado realmente independiente.

«Se la ve más bien como un mero servicio público que‘administra justicia’ en forma más o menos rutinaria,demasiado apegada a la letra de la ley y a menudo dócila las influencias del poder», dijo y la incomodidad seinstaló definitivamente en los rostros de algunos asis-tentes.

Aylwin comentó que compartía la opinión de la ma-yoría de los ciudadanos en cuanto a que los tribunales«no hicieron suficiente uso de las atribuciones que laConstitución y las leyes» les conferían para proteger losderechos fundamentales de las personas.

«Mi gobierno tiene la firme decisión (...) de afron-tar derechamente y a fondo este problema, en el áni-mo de elevar la judicatura a su más alto nivel, pro-curando que su institucionalidad le confiera el carác-ter de efectivo Poder Público, realmente independien-te, y abordar para ello una reforma integral, tantoorgánica como procesal, que la convierta en un ins-

Page 29: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

29

trumento eficaz para realizar la justicia en la convi-vencia social».

¿Convertir al Poder Judicial en un verdadero Poderdel Estado? ¿Qué insolencia era ésa? La mayoría de losministros de la Corte Suprema (aunque no asistieron aese encuentro, sino que se enteraron luego) se sintieronofendidos. Luego le reprocharían a Maldonado habersequedado hasta el último minuto oyendo tales agravios.Desde su perspectiva, el Poder Judicial era el único quehabía emergido incólume de la traumática experienciade la Unidad Popular y se había mantenido indepen-diente y apegado a la ley bajo el Gobierno militar.«Puro», como decía el ministro Enrique Correa Labra.

Según ellos, crear más tribunales y aumentar lossueldos eran las únicas mejorías posibles. Las nuevasautoridades debían aplaudir el heroísmo de la magistra-tura antes que criticarla.

Aylwin siguió explicando que se proponía duplicar elpresupuesto asignado al sector justicia en un plazo decinco años. Luego anunció su programa de reformas,que partiría por modificar la carrera judicial, para quese «respete plenamente la dignidad de los magistrados».Esa fue una crítica directa al corazón de la Corte Supre-ma, que había ejercido en los últimos años un poder sincontrapeso para promover las carreras de unos jueces—no siempre los mejores— y frenar las de otros, espe-cialmente de aquéllos que acogieron e investigaron cau-sas por violaciones a los derechos humanos.

«Propondremos cambios legislativos para que lossistemas de nombramientos, ascensos y calificacionessean lo suficientemente objetivos, transparentes y com-petitivos», decía Aylwin, y sus palabras se iban tradu-ciendo como el peor de los insultos para ciertos magis-trados.

Page 30: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

30

En el mismo capítulo el Presidente atacó la prácticadel «besamanos» a que históricamente se vieron someti-dos los magistrados, primero ante sus superiores, parasolicitar ser incluidos en ternas o quinas de ascenso, yluego ante el Ministerio de Justicia de turno, para quelos seleccionara:

«Aspiro a que no sea jamás necesario pedir au-diencia al ministro, al subsecretario o a otros funcio-narios para exponer los méritos. Ellos se encuentranen las calificaciones, en la hoja de servicios y en la in-dependencia y prestancia con que se ha desempeñadoel cargo. Les ruego tener confianza en que así proce-deremos».

Aylwin recordó a su padre, quien, por su carácter«tieso de espinazo», se negaba a hacer antesala ante sussuperiores para ser incluido en ternas o quinas. Eso levalió postergaciones, pero también reconocimiento yrespeto entre sus pares y entre los abogados. Cuandoasumió como presidente de la Corte Suprema, Aylwinpadre elaboró un sistema de anotaciones que llamaba«pragmáticas»: en una libreta llevaba la cuenta de losméritos de cada magistrado, de la certeza y agudeza desus sentencias, de su antigüedad y otros merecimientos,con los que confeccionaba una lista. Los más capacesarriba, los menos, en orden, hacia abajo.

En su cargo de Presidente del país, Patricio Aylwincopió el método y diseñó «pragmáticas» para determinara quién nombrar, especialmente cuando había algunavacante en la Corte Suprema. En Pucón, pidió a las au-toridades judiciales que usaran similar criterio para ela-borar las ternas o quinas de postulantes, pues, dijo «elsistema de cooptación puede llevar a la formación decastas judiciales y hasta el nepotismo, lo que daña gra-vemente la autoridad y prestigio de la judicatura».

Page 31: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

31

El Presidente estaba tocando otra de las prácticas devieja data en el sistema. La de preferir a los amigos, alos incondicionales o aun a los parientes para llenar loscargos, especialmente en los nombramientos más coti-zados y que dependen del Poder Judicial, como notarías,secretarios en juzgados civiles, conservadores de bienesraíces, procuradores del número.

Aylwin expuso la necesidad de que los jueces dicta-ran fallos razonados y fundados y de que se pusiera cotoal abuso de ciertos recursos extraordinarios, como lasquejas, que convirtieron a la Corte Suprema en una«tercera instancia». Lo razonable es que existan sólodos: en primera instancia, la resolución de un juez, y ensegunda, el dictamen de una corte de apelaciones. Perola Corte Suprema debiera reservar para sí el rol deinterpretadora de la ley y fijación de la jurisprudencia,sin intervenir en el contenido de los fallos.

Recordó que en 1989, la Corte resolvió unos 500 re-cursos de casación (que son los propios del máximo tribu-nal, destinados a fijar la interpretación de ley, y que re-quieren un alto nivel de razonamiento y fundamenta-ción) en contra de 2.000 recursos de queja que, mayorita-riamente, modificaron los fallos de los tribunales inferio-res antes que sancionar alguna «falta o abuso» cometidopor un juez, cual era el espíritu de la queja en su origen.

Aylwin anunció desde esa tribuna el proyecto queprovocaría más rechazo entre la superioridad judicial:la creación del Consejo Nacional de la Justicia, destina-do a transformar «al servicio público judicial en un au-téntico poder del Estado, ¡en el Poder Judicial!».

Sus palabras sonaron para algunos como amenaza derevancha, augurio de descabezamiento.

Aylwin quería que esa entidad, conformada por re-presentantes de los tres poderes del Estado, Facultades

Page 32: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

32

de Derecho y abogados dictara la «política judicial», ad-ministrara el presupuesto y designara a los ministros,fiscales y abogados integrantes de la Corte Suprema, ydirigiera y supervigilara a los órganos auxiliares, comola policía, el Servicio Médico Legal, Gendarmería, laescuela judicial y el servicio de asistencia judicial, ade-más de realizar las calificaciones y el control disciplina-rio en la judicatura.

Todas esas eran facultades que estaban en manoshasta entonces de la Corte Suprema.

Para terminar por enemistarse con la Corte supe-rior, Aylwin agradeció a la Asociación Nacional de Ma-gistrados y al Instituto de Estudios Judiciales la invita-ción, entidades, especialmente esta última, que se ha-bían convertido en el refugio de los magistrados queestaban en favor de las reformas.

«Es cierto que hay una crisis de la justicia enChile y una pérdida de confianza colectiva a su res-pecto. Pero también es cierto que existen en el PoderJudicial personas preparadas, eficientes, probas, quea pesar de las limitaciones que sufren, se sienten res-ponsables de superar los actuales signos de la crisis ytratan de cumplir, lo mejor posible, con la alta misiónde impartir justicia que el pueblo ha depositado ensus manos. Son la base fundamental para la renova-ción y las reformas que efectuaremos. Confío en ellos,confío en ustedes y me siento optimista».

Era obvio que Aylwin, no estaba hablando de los mi-nistros de la Corte Suprema.

Desde ese minuto, la guerra se dio por declarada.Ese fin de semana los jueces y ministros de cortes

reunidos en Pucón respaldaron la tesis de que la justiciaestaba en crisis y apoyaron la idea de crear un ConsejoNacional de la Magistratura. No querían que tuviera lafacultad de calificar a los magistrados, pero una comi-

Page 33: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

33

sión presidida por Luis Correa Bulo propuso modifica-ciones al sistema vigente.

En la Corte Suprema ninguno de esos conceptos fuebienvenido. Al iniciar la semana, más de un centenar defamiliares de presos políticos protestaron en los tribu-nales y se encadenaron en los pasillos de la Corte Su-prema, precisamente cuando los magistrados estabandiscutiendo en pleno el alcance de las palabras de Ayl-win. Los ministros suspendieron su reunión. Luis Mal-donado llamó a Carabineros y los autorizó a ingresar y ausar «medios disuasivos».

Recuerdo que yo estaba en el segundo piso cuandosúbitamente el gas lacrimógeno inundó el edificio. Conlos ojos entrecerrados y llenos de lágrimas huí hacia losascensores. En la escapada vi al ministro Rafael Reta-mal que con ademán pausado se enjugaba los ojos con unpañuelo. Caminando lenta y cansinamente, también tra-taba de encontrar la salida. Parecía una imagen en cá-mara lenta dentro del frenético cuadro.

Ese día hubo más de 30 detenidos y un confuso inci-dente protagonizado por el presidente de la Corte deApelaciones, Guillermo Navas. Navas afirmó a los me-dios de comunicación que había sido «empujado» por losmanifestantes, pero una indiscreta cámara de televisióncaptó que, en medio de la confusión, el magistrado lehabía dado una bofetada a Elena Carrillo, la hermanadel ex preso político Vasily Carrillo.

—Manipularon ese video. Lo cierto es que yo no gol-peé a la dama. Yo la tomé de la muñeca cuando ella in-tentaba golpear en la nuca a un carabinero —fue otrade las respuestas que ensayó Navas con posterioridad.El incidente le penaría un poco, pero no fue obstáculopara su ascenso a la Corte Suprema, años más tarde.

Page 34: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

34

Ese mismo loco día, la Suprema emitió una declara-ción justificando el uso de la fuerza policial y quejándo-se de la escasa dotación de gendarmes para el Palaciode los Tribunales. El dardo iba dirigido al ministro deJusticia, pues Gendarmería estaba bajo su tutela.

El martes, 14 de 17 magistrados que componían laCorte Suprema emitieron una segunda declaración, aho-ra para rechazar los juicios de Aylwin:

«El Poder Judicial no está en crisis, y no lo estáporque cumple y seguirá cumpliendo su elevada mi-sión de ser justo, con la más absoluta y total indepen-dencia que tiene, ha tenido y que siempre ha sido res-petada por los otros Poderes del Estado (É) Nuestrosproblemas económicos (...) desaparecen cuando secumple la incomprendida hermosa tarea de hacerjusticia».

En una advertencia directa a Aylwin, dijeron: «Elrespeto mutuo es útil y necesario conservarlo».

En un voto aparte, el presidente de la Corte, LuisMaldonado, junto a Hernán Cereceda, Servando Jor-dán, Roberto Dávila, Arnaldo Toro y Marco AurelioPerales manifestaron que había sido su parecer abste-nerse de cualquier declaración pública, pues, en suopinión, no era siquiera necesario explicar que la Cor-te Suprema «ha desempeñado sus funciones duranteaños con sujeción a la Constitución y las leyes». Noobstante, esta minoría más «conciliadora» firmaba elvoto de mayoría.

El máximo tribunal hizo además un gesto de desaire yrechazó una invitación del Presidente a «tomar el té» enLa Moneda. Lo único que querían discutir con el jefe deEstado era la débil protección que tenían en el edificio.

Buena parte de los ministros sentía que las palabrasde Aylwin en Pucón habían azuzado a los manifestantesy los más alarmistas difundían la tesis de que el Ejecuti-

Page 35: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

35

vo había disminuido las medidas de seguridad al inte-rior del Palacio, premeditadamente.

Los ministros se sentían amenazados.Cumplido visitó a Maldonado con el fin de deplorar

las manifestaciones y su respaldo al uso de la fuerzapolicial. Pero, diplomáticamente, también rechazó lasacusaciones de haber desprotegido a los magistrados:«El Gobierno tiene y mantiene las mismas medidas deseguridad en el Palacio de Tribunales que existían conanterioridad», recalcó, no obstante lo cual anunció elaumento en la dotación de gendarmes.

El vocero del Gobierno, el ministro Enrique Correaafirmó que la relación entre ambos poderes era normal,pero ratificó el diagnóstico oficial de que el Poder Judi-cial atravesaba por una grave crisis. Como para sem-brar cizaña y subrayar que los únicos que no compartíanese juicio estaban sentados en el segundo piso del Pala-cio de los Tribunales, Correa recordó que los magistra-dos reunidos en Pucón habían ovacionado a Aylwin.

Page 36: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

36

CUÁNTO TARDA EN ESCRIBIR UN JUEZ

La Corte Suprema realiza anualmente la calificaciónde sus funcionarios subalternos, pero nadie califica a laCorte Suprema. Es parte, se entiende, del resguardo asu independencia.

La única vía, hasta ahora, para controlar que losmagistrados del más alto tribunal cumplan con sus ta-reas (fuera de la retórica fiscalización que puede ejercerel ministro que los preside) es la traumática acusaciónconstitucional. Palabras mayores. En la práctica, parasoportar las consecuencias de la injerencia de un poderdel Estado sobre otro, una acusación requiere un funda-mento político, una razón poderosa que mueva a acusar(o a defender) a un ministro de la Corte Suprema.

Hernán Cereceda, pese a sus innumerables actuacio-nes venales, no hubiera caído de no mediar su entusias-mo por enviar a la justicia militar el proceso por la des-aparición de Alfonso Chanfreau. Y la acusación contraJordán (que además fue rechazada) tal vez no se hubierapresentado si el magistrado hubiese votado en contrade las condenas a Manuel Contreras y Pedro Espinoza,

Page 37: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

37

por el homicidio del ex canciller Orlando Letelier, con-cretada la acusación, quizás no se habría salvado decaer si no hubiera contado con el apoyo de ciertas abs-tenciones y silencios.

Según el Código Orgánico de Tribunales, para ingre-sar al escalafón judicial como juez basta ser chileno, te-ner 25 años de edad, haber ejercido al menos dos añoscomo abogado y no haber sido condenado a una penasuperior a tres años y un día. Más años de ejercicio ymayor edad se piden como requisitos para los ministrosde Cortes de Apelaciones y de la Corte Suprema (y, se-gún las últimas modificaciones, la aprobación de ciertoscursos en la Academia Judicial). No es mucho.

Pero el mismo Código, en otros capítulos, expresaotras opiniones acerca de lo deseable en un magistrado.

Por ejemplo, en las normas que estuvieron vigentesbajo el gobierno de Aylwin, se disponía que en el mo-mento de las calificaciones quedarían incluidos en ListaUno, sobresaliente, los jueces que «además de tener unamoralidad intachable, reúnan cualidades sobresalientesde criterio y preparación jurídica, vocación profesional,laboriosidad, eficiencia y celo en el cumplimiento de susdeberes y obligaciones». El sistema de listas cambió en1996 por uno de notas, pero el concepto de lo deseableen los magistrados se mantuvo más o menos igual.

Mientras duró el sistema de listas, la gran mayoríade los magistrados era calificado en Lista Uno y, porsupuesto, se consideraban implícitamente en esta cate-goría quienes habían llegado a las alturas de la CorteSuprema.

Para aclarar lo que los jueces no deben hacer, dice elCódigo que serán castigados, cuando corresponda, «elcohecho, la falta de observancia en materia sustancialde las leyes que reglan el procedimiento, la denegación

Page 38: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

38

y la torcida administración de justicia y, en general,toda prevaricación o grave infracción de cualquiera delos deberes que las leyes imponen a los jueces».

El Código Penal explica que la prevaricación se co-mete cuando los jueces, a sabiendas, fallan expresamen-te contra la letra de la ley y cuando, por sí mismos o porintermedio de un tercero, «admitan o convengan en ad-mitir dádiva o regalo por hacer o dejar de hacer algúnacto de su cargo» y aun cuando, ejerciendo sus funcio-nes, «o valiéndose del poder que éste les da, seduzcan osoliciten a mujer procesada o que litigue ante ellos».

En Pucón, Aylwin hizo una definición de sentido co-mún acerca de la especial obligación de los magistradosde ser independientes. Ella exige, dijo, «la firme volun-tad del magistrado de descubrir a toda costa la verdad yde ser justo, protegiéndose con recia coraza de toda cla-se de influencias y presiones, aun las de sus propiosprejuicios y visiones globales sobre la sociedad y el dia-rio acontecer». Para no hacer «justicia de escritorio» elmagistrado debe compenetrarse «de la realidad delmundo contemporáneo y, muy especialmente, del queviven las personas que a él recurren» al mismo tiempoque «saber colocarse por encima de las pasiones y ten-dencias propias de la condición humana».

Es la Corte Suprema la que supuestamente resumeen sus integrantes todos estos altos valores y tiene lasherramientas legales para prevenir que sus subalternoscometan las faltas descritas. La confianza en que losministros que han llegado al máximo tribunal actuaránsiempre de acuerdo con esos nobles principios es ciega,pues no existen procedimientos regulares para fiscali-zar su comportamiento.

Sólo el Parlamento puede intervenir, como ya hemosdicho, excepcionalmente, con la dramática acusación

Page 39: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

39

constitucional. En la realidad, lo que se supone ser res-guardo de la independencia del tercer poder del Esta-do, es también una manga amplia en la que se guarecenquienes se inclinan más por satisfacer intereses perso-nales y menos por los de la sociedad.

El Código Orgánico de Tribunales recomienda, porejemplo, a las Cortes Suprema y de Apelaciones sancio-nar con vigor las siguientes faltas en la magistratura:

a) Las agresiones «de palabra por escrito o de obra»a los superiores.

b) Las infracciones graves al respeto debido a funcio-narios, empleados o personas que acuden a los estrados.

c) Las ausencias «sin licencia, del lugar de sus fun-ciones» o de su sitio de trabajo durante las horas quecorresponde, o cualquier negligencia en el cumplimien-to de los deberes.

d) Las irregularidades de conducta o vicios de quie-nes, por esa razón, hicieren desmerecer en el conceptopúblico o comprometieren el decoro de su ministerio».

e) Los endeudamientos por montos «superiores a sufortuna», que pongan al funcionario en riesgo de ser de-mandado.

f) El escoger siempre a las mismas personas comosíndicos, depositarios, peritos u otros cargos similares.

g) Las infracciones a la ley.Otras conductas, como involucrarse en actos políti-

cos que comprometan su independencia, asistir a actossociales organizados por litigantes y oír alegatos de al-guna parte fuera de las instancias normales de un juicio,también tienen su mención en el área de lo prohibido.

Se presupone que los ministros de la Suprema ob-servarán, con más celo que ningún magistrado, estasobligaciones. Pero, como se verá en las páginas siguien-tes, más de un magistrado de ese tribunal ha incurrido

Page 40: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

40

en alguna o varias de esas faltas sin que recibiera san-ción por ello.

Los ministros supremos, por ejemplo, comparten consus subalternos obligaciones concretas, como la de «des-pachar los asuntos sometidos a su conocimiento en losplazos que fija la ley o con toda la brevedad que las ac-tuaciones de su ministerio les permitan».

Si el Parlamento, recién instaurado (o antes, la Jun-ta Militar), hubiera fiscalizado el cumplimiento de estanorma, tendría que haber acusado constitucionalmentea varios ex ministros de la Corte Suprema —algunos delos cuales fueron posteriormente nombrados senadoresdesignados— que se retiraron sin que hasta ahora hayanredactado fallos que se les fueron encomendados.

El sistema opera más o menos así: una sala de laCorte Suprema, en algún caso, se reúne para discutirun tema. Digamos, un recurso de queja. El relator lesexpone los antecedentes y los magistrados expresan suparecer. Y se obtiene un resultado, a veces unánime,otras veces dividido. Antes de dar a conocer esa deci-sión, se encarga a un magistrado (a veces dos, cuandola minoría, por ejemplo, quiere fundamentar su voto)la redacción del fallo, que los demás revisarán, aproba-rán y finalmente, firmarán. En esta etapa de redac-ción, el tribunal informa que el fallo «está en acuerdo».Pendiente.

Normalmente, ésta debiera ser la última espera, lamás corta. Es sólo el tramo final de una causa, que ya harecorrido la primera y segunda instancias y que, por al-guna razón, en teoría excepcional, ha llegado a la CorteSuprema.

La mayor parte de las veces en que a un magistradose le encarga la tarea de redactar un fallo no tiene queestudiar mucho, ni discutir asuntos pendientes. Eso se

Page 41: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

41

ha resuelto en las etapas previas. Su misión es primor-dialmente poner en papel la decisión que ya se ha toma-do. Pero si no lo hace, el fallo no existe. Permanece pen-diente.

Para constatar la tardanza en la redacción de los fa-llos en la Corte Suprema, a comienzos de los ’90, basta-ba mirar un informe pegado a la entrada de la secreta-ría de la Corte Suprema. Dos o tres páginas que se exhi-bían allí, en cumplimiento de la ley (el artículo 587 delCódigo Orgánico de Tribunales), detallaban ante los ojosdel público el estado de los casos que estaba conociendola Corte Suprema y, cuando correspondía, qué ministroestaba escribiendo el acuerdo.

Tras el cambio de gobierno, alguien llegó con la co-pia del estado de fallos al Ejecutivo. Los reclamos me-nudearon.

En la Corte Suprema algunos ministros cayeron en lacuenta de que en muchos casos no era siquiera posible re-vertir el desaguisado. Los nombres de ministros «redac-tores» que habían dejado ya el Poder Judicial estaban enexposición permanente en la secretaría. Otros que esta-ban todavía en funciones se quejaron ante su presidenteporque los litigantes iban a molestarlos a sus despachos.

Obviamente los particulares querían saber cuándose emitirían los fallos, que para bien o para mal, pon-drían fin a su prolongada incertidumbre.

Un día, sin mediar anuncio público ni justificaciónlegal, la publicación, conforme manda el artículo 587,cesó. Hoy se publica otra forma de estado de fallos que,convenientemente, omite el nombre de los ministrosque se han comprometido a redactar.

Sin embargo, una copia del antiguo 587 que guinda-ba de la puerta de la secretaría a comienzos de los «90está en mi poder.

Page 42: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

42

En ese listado es fácil apreciar que el ministro Octa-vio Ramírez dejó pendientes ocho fallos solamente en laTercera Sala (otros tantos quedaron repartidos en lasdemás) al retirarse del Poder Judicial en 1989.

Algunos dirán que la ley no señala con precisión unplazo para que se dicten los fallos después de que se haadoptado un acuerdo y que ciertas redacciones funda-mentadas toman su tiempo, pero un mínimo sentido co-mún indica que los litigantes no pueden esperar diezaños para que alguien se digne a darles forma escrita.Así ocurrió con el acuerdo en la causa «Enrique FonAguilar», que el ministro Ramírez se comprometió a re-dactar el 20 de marzo de 1980 y que en 1990 todavía es-taba pendiente.

Según el mismo informe, Ramírez tenía otros cincoacuerdos pendientes desde remotas fechas registradasentre 1980 y 1982, repartidos en diferentes salas. En laPrimera, tenía fallos esperando desde 1983 y 1984 («As-pej Hermanos con el Servicio de Impuestos Internos» e«Hipermercado Jumbo», respectivamente).

Abraham Meersohn, se comprometió en junio de1986 a escribir el fallo relacionado con las Fábricas deCecinas La Portada y, en 1987, otro de la Compañía Na-cional de Teléfonos. Se retiró en 1988 sin que esos fallos,ni otros dos que recibió justo ese mismo año, vieran laluz.

El ex ministro y abogado integrante Ricardo Martinse convirtió en senador designado antes de escribir laresolución en la causa «Juan Kizmanic Stancic», que lefue confiada el 17 de diciembre de 1988.

Según el mismo listado, el abogado integrante JuanColombo tenía dos causas esperando desde 1987; dos,desde 1988 y una tercera, desde 1989.

Page 43: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

43

Servando Jordán anotaba fallos a la espera desde1987 y 1988, junto a Marcos Aburto, el abogado integran-te Riesco y el infaltable Ramírez Miranda.

En 1989, el ex presidente de la Corte Suprema Is-rael Bórquez se retiró dejando pendiente la redaccióndel fallo en la causa «Jorge Bellalta Soto y otros», que lefue encargada el 4 de abril de ese mismo año.

Ante la avalancha de quejas al comenzar los ’90, cier-tamente la Corte Suprema intentó dar una solución aeste problema y encargó a ciertos relatores que «sacaran»los fallos. Pero estos extraviaron los expedientes y nopudieron cumplir —no, al menos a cabalidad— la tareaque, en cualquier caso, no estaba entre sus obligaciones.

El Código Orgánico de Tribunales, que describe laforma en que deben adoptarse los acuerdos y de quémodo deben dirimirse las diferencias, ni siquiera sepone en el caso de que un ministro no presente el bo-rrador de la sentencia. Sí dispone que «todos los juecesque hubieren asistido a la vista de una causa, quedanobligados a concurrir al fallo de la misma, aunque hayancesado en sus funciones, salvo que, a juicio del tribunal,se encuentren imposibilitados física o moralmente paraintervenir en ella» y determina que, incluso, «no se efec-tuará el pago de ninguna jubilación de ministros de Cor-te, mientras no acrediten haber concurrido al fallo delas causas».

De perogrullo es suponer que si los ministros estánobligados a concurrir al momento de las decisiones,también lo estarán a entregar los fallos redactados. Es-pecialmente si una tan extendida demora tiene conse-cuencias trágicas, como en el caso del constructor MarioCastillo Villalón.

Castillo inició una demanda contra el Serviu paraque le reconociera su calidad de contratista. Por la vía

Page 44: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

44

de un recurso extraordinario la causa llegó a la CorteSuprema el 18 de julio de 1985. Una sala discutió elcaso y quedó en acuerdo el 19 de agosto de 1987. Esedía, el ministro Carlos Letelier fue designado para re-dactar la decisión. Antes de que el pronunciamientodefinitivo fuera emitido, el 24 de noviembre de 1988,Letelier llamó a las partes para tratar de obtener unaconciliación. El trámite no dio resultado. Letelier, en-tonces, estaba obligado a presentar un borrador de la sen-tencia acordada inicialmente, para que sus pares le die-ran el visto bueno y la firmaran. No lo hizo. Abandonó elPoder Judicial para convertirse en senador designado.

El constructor se desvivió en gestiones para obtenerel fallo que esperaba. La Corte Suprema no atendió suspresentaciones. Murió en 1997 y la sentencia en su casotodavía está pendiente.

Page 45: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

45

LA VARA CON QUE MIDES

El ministro Carlos Cerda Fernández en la Corte deApelaciones de Santiago, viste sobrios trajes y usa len-tes de grueso marco negro sobre sus ojos achinados.Parece profesor de castellano de algún liceo fiscal. Nose adivinan en su aspecto ni su inteligencia ni su rigorintelectual. Pero basta leer el más trivial de sus fallospara advertirlos. No sólo por la profundidad de sus re-flexiones, sino por su envoltura, propia de un escritorde talento y agudo sentido de la ironía.

Cerda no acepta alegatos de pasillos, coimas, ni invi-taciones que comprometan su juicio. Pero tampoco seaísla del mundo en que vive. En su opinión, el magistra-do debe ser abierto, políticamente responsable de susactos, creativo, audaz, auténtico y humano: «El juez hos-co, el encerrado, el enquistado, el huraño, el solitario, elapartado, el oscuro, estará impedido de legitimar sudiscurso en el consenso, pues éste le será ajeno y cuan-do no, entonces, peligroso».

Cerda es valiente. Y ha demostrado que su indepen-dencia resiste la más dura de las pruebas, incluso la co-

Page 46: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

46

midilla de sus propios colegas que resurge cada vez quese pregunta por qué el ministro no ha sido incluido enuna quina para integrar la Corte Suprema. «Cerda no vaa llegar nunca arriba... Está complicado en su situaciónpersonal... además es conflictivo», responden entre am-biguos y misteriosos algunos de sus pares.

Cerda Fernández, sometió a proceso a 40 integran-tes del Comando Conjunto por la desaparición de 13 di-rigentes comunistas en 1986. Esa fue la primera vez quela Corte Suprema no lo puso en Lista Uno, en la quehabía estado desde que llegó al Poder Judicial. En 1991,sus superiores casi lo expulsan del servicio. Su falta fuehaberse negado a aplicar la ley de Amnistía y dar porcerrada definitivamente la causa antes de terminar lainvestigación.

La Corte Suprema le permitió quedarse sólo des-pués de oírlo suplicar. Cerda Fernández, todavía estáahí, en la Corte de Apelaciones de Santiago, en el pri-mer piso del Edificio de los Tribunales, adonde llegó, en1974, como relator.

Este magistrado, que se doctoró en Lovaina y París,que ha sido profesor invitado en la Universidad deHarvard en Estados Unidos, compartió durante años unmismo espacio de trabajo con el fiscal Marcial GarcíaPica, protagonista de uno de los casos más notables yparadigmáticos de nuestra historia judicial reciente.

García Pica nunca estudió nada. Siempre fue califi-cado en Lista Uno, hasta el día en que voluntariamentedecidió jubilarse. Era un ser extraño que se paseaba porlos tribunales con una malla de compras —de esas mediocoloradas que venden en la Vega Central— llena de ob-jetos indescriptibles. A veces se sentaba en un banco enlos pasillos de la Corte y, por largo rato, decía frases

Page 47: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

47

sueltas, inconexas, para sí mismo o para algún interlo-cutor invisible. Era el retrato de un anciano desvalidoque no revelaba en su aspecto el salario que recibía,equivalente al de un ministro de Corte de Apelaciones.

García Pica podía avergonzar hasta al menos rígidode los magistrados supremos si alguno de ellos, porazar, se encontraba caminando junto a él en la calle. «Legritaba piropos y cosas a cualquier niña que le gustara»,cuenta uno de ellos.

—¡Déjenme con mis cochinadas!, —respondía él antelos reproches, que sus interlocutores disfrazaban de bro-ma. A lo compadre.

A García Pica le gustaba ir a las carreras de caballos.Religiosamente estaba en el Club Hípico o el Hipódro-mo miércoles y sábados. Allí conoció a Mario Silva Leiva—«el Cabro Carrera», famoso por su larga carrera delic-tual—, pero también era ese el punto donde contactabaa niñas de escasos recursos, entre los 13 y los 15 años, aquienes invitaba a su despacho.

Temprano o bien tarde, cuando el trabajo de las Cor-tes no había empezado o estaba por terminar, era habi-tual ver a escolares dirigiéndose al despacho del magis-trado, en el tercer piso, usando las escaleras del ladoOeste o incluso tomando el mismo ascensor que usanlos ministros de la Corte Suprema para llegar a sus des-pachos.

Las niñas lo esperaban revoloteando en el tercerpiso hasta que él las hacía pasar a su oficina.

Oficiales de sala que trabajaban con los fiscales yotros que se desempeñaban en la Corte Marcial (quetambién está en el tercer piso) conocían los hábitos deGarcía. Cuando yo reporteaba para este libro entre 1993y 1994, algunos de ellos me contaron que «todos los díasllegan diferentes niñas preguntando por el ‘tío Marcial’.

Page 48: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

48

Todas son sus sobrinas. El les hace de todo. Las toque-tea, las desviste, les toma fotografías que luego destruyey echa en el papelero. Muchas veces vimos esos pedaci-tos de foto al sacar la basura».

A veces García se asomaba por la ventana de su ofi-cina, que daba a calle Bandera, y hacía señales a meno-res que lo esperaban afuera, para que subieran. «Des-pués de estar con él un rato, García les daba algo de pla-ta y las niñas se iban. Los ministros saben de esto. Losabía Sergio Mery (ex secretario de la Corte Suprema,quien murió en 1990, justo después de haber sido desig-nado ministro de la Corte Suprema)».

Bajo el gobierno de Patricio Aylwin, el superior je-rárquico de García Pica era su primo, el fiscal de la Cor-te Suprema, René Pica Urrutia. Pica Urrutia siemprefue de la opinión de calificar a su pariente en Lista Uno.Pero García Pica llegó como fiscal de la corte capitalinaen 1958 y los predecesores de Pica Urrutia, UrbanoMarín padre y Gustavo Chamorro, también lo conside-raron un funcionario sobresaliente, año tras año, a pe-sar de tener muchas maneras de enterarse de su com-portamiento.

Ministros de la Corte de Apelaciones o de la CorteSuprema que entrevisté con posterioridad, buscandoinformación para este libro, admitieron que la predilec-ción de García por las menores era conocida y de anti-gua data. Se declararon conocedores de las visitas quele hacían escolares al propio edificio de los Tribunales,pero, por distintas razones, se sentían inhibidos de de-nunciarlo.

En un sector, la respuesta más común para explicarla tolerancia a las actitudes del fiscal es que era «inofen-sivo». En otro, que alguna vez emitió informes en favorde las causas por violaciones a los derechos humanos.

Page 49: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

49

«Es uno de los nuestros y no podemos estar denostandoa los pocos que tenemos», me dijo un magistrado.

Todos, al unísono, admiten que Marcial García Pica«era un pedigüeño..., pero nadie le hacía caso». Pedía alos jueces de primera instancia que fulanito de tal nofuera condenado en un juicio criminal, a los ministros deCorte que acogieran una apelación o que le dieran la li-bertad bajo fianza a otro.

Características propias en un «cristiano» o en unapersona que trata de ayudar a los pobres, según los con-ceptos que emitieron públicamente los ministros Ser-vando Jordán y Marcos Aburto para defenderlo.

En su pretendida ingenuidad, García Pica no sóloayudó a Mario Silva Leiva. Trató asimismo de favorecera personas procesadas o condenadas por violación o abu-sos deshonestos contra menores. Sus informes, en cali-dad de fiscal, eran coherentes con esa postura. Uno quetengo en mi poder fue emitido el 22 de junio de 1993 ypide que se absuelva a Enrique del Carmen RomeroFuentes, condenado como autor de abusos deshonestosen contra de la menor O. M. Ch., de 12 años.

El caso es el siguiente: Carabineros sorprendió infraganti a Romero tratando de abusar de la niña, quehabía ido a venderle unos pedazos de cobre por encargode su madre. Cuando el acusado vio a la policía, soltó ala niña y esta logró huir. Posteriormente, la madre, laniña, y la policía presentaron una denuncia en contra deRomero, la ratificaron en el tribunal y la niña sostuvosus dichos incluso en un careo a que fue sometida con elautor. La menor reveló que el hombre, en una ocasiónanterior, había ya abusado de ella sin que nadie hubierapodido defenderla. Pero esta segunda vez los vecinosoyeron sus gritos y llamaron a la policía, que sorprendióal autor cuando tenía a la menor a su merced sobre un

Page 50: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

50

camión en desuso. El 19° Juzgado del Crimen condenó aRomero, porque si bien no hubo violación —que requie-re penetración— la menor fue víctima de abusos desho-nestos, de acuerdo con la forma en que están descritosen la ley.

Cuando la apelación llegó a la Corte capitalina, Picaemitió un informe defendiendo al acusado. En un escri-to plagado de faltas de ortografía y escrito en un riguro-so lenguaje coloquial, Pica expone que en ninguno delos dos ataques denunciados por la menor «constan indi-cios coherentes, serios que permitan presumir quequien le habría comprado ‘el cobre’ y ‘las ollas viejas’habría cometido con la vendedora siquiera abusos des-honestos».

«POR DE PRONTO (...) se demuestra una mentirapor parte de la Policía y en ella no deben estar ageptos(sic) los aprehensores, ambos carabineros». SegúnGarcía Pica, no estaba claro si Carabineros presentó ladenuncia a instancias de la madre o si la madre fue in-ducida por la policía a denunciar.

«Mientras más se estudia este expediente, más cuer-po toma el convencimiento en el sentido que TODO ESEL RESULTADO DE UNA INVOLUNTARIA (sic) YVERDADERA CONFABULACIÓN PARA preocuparsede la vida íntima del inculpado, y no obstante tales afa-nes, NO SE COMPROBÓ HECHO PUNIBLE ALGU-NO», decía el fiscal y aseguraba que la menor fue «usadapor quienes con buen o mal espíritu quisieron preocu-parse del vecino».

Es probable que ninguno de sus pares tomara en se-rio estos informes o aun sus peticiones verbales, pero elpunto es que García Pica estaba en la Corte de Apela-ciones para representar los intereses de la sociedad enlas distintas causas y su opinión era consultada, como la

Page 51: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

51

del resto de los fiscales, en la mayoría de los asuntoscriminales. Y que García Pica, en su condición de juez,tenía vedado intervenir en favor de partes litigantes yaun atender él mismo ningún requerimiento. Por cris-tiano que fuera.

Fueron las grabaciones que hizo la policía investi-gando a Mario Silva Leiva (SL), por lavado de dinero,las que desbarataron al fin las argumentaciones sobre lapretendida ingenuidad y espíritu cristiano de GarcíaPica (GP), quien en 1996, al final de su carrera, fue in-culpado únicamente como autor de prevaricación. Estosson algunos de los textos:

SL: ¿Cómo le va, padrino?GP: Oiga, ahijado querido, no ha venido na’.SL: ¿Ah?GP: Tampoco vino usted.SL: Si yo, yo me desocupo y me voy para allá, porque

estoy re’ ocupado.GP: Ah, ya.SL: Oiga, ¿sabe qué, padrino?GP: Sí.SL: Que en la octava sala, donde está el Araya...GP: ...Sí...SL: El ministro Araya, se le dé la libertad a mi com-

padre Manuel.GP: ¿Manuel cuánto?SL: Manuel Fuentes Cancino.GP: Aaaah.SL: Usted sabe.GP: A ese gallo le hicimos empeño, pero hace tiempo.SL: Claro, escuche, necesito que se le dé la libertad

ahí en la Octava Sala, hoy día (...)GP: No, si yo lo voy a hacer, que ahora no tenga re-

sultado o tenga, es otra cosa.

Page 52: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

52

SL: Claro, ecolecuá, échele una habladita al Araya.GP: La petición la voy a hacer.SL: Claro, Araya es un buen hombre.GP: Sí, sí (...)SL: Échele una habladita padrino y después me dice

a mi po’.GP: Sí, sí, sí.SL: Ah, ya está. Porque hoy día se ve la causa en la...

ahí, en la Octava.GP: Ya está.SL: Ah.GP: Aquí me acaban de...SL: ¿Ah?GP: Aquí me acaban de estafar setenta mil pesos.SL: Ya, después hablamos, padrino.GP: Conforme, conforme.Poco después, García Pica se presentó en la sala que

debía resolver la libertad de Fuentes Cancino. Ibaacompañado de la esposa del procesado, Mónica Gómez.El abogado del Consejo de Defensa del estado, JulioDisi, quien debía alegar en contra de la libertad, lo vio.En un segundo diálogo grabado por la policía, GarcíaPica le contó a Silva Leiva, que «me fue bastante bien,no sé el resultado», pero que le preocupa que Disi lohaya observado.

GP: ...Lo que me preocupó es que me puso en vitrina.SL: Ya.GP: Llegué allá y estaba el abogado fiscal, pues iñor.SL: Ya.GP: Para comer a la gente.SL: Chuchesumadre.GP: Y me miraba muchísimo.SL: Ya.GP: Y le grité: «Qué miras, sapo», pero no dijo nada.

Page 53: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

53

García Pica comenzó su carrera judicial en 1937,como secretario del Juzgado del Loa y terminó el 1¼ deenero de 1997, cuando se aceptó su renuncia voluntaria.Durante esos 60 años, sólo una vez, en 1958, recibió elreproche de sus superiores por su conducta como minis-tro en la Corte de Valdivia. Tras las indagatorias de unministro «visitador» para constatar las acusaciones deministros acusados de mal comportamiento, dos magis-trados de esa Corte fueron trasladados y uno destituido.La prensa local decidió no informar al respecto, para noafectar la imagen del Poder Judicial.

García Pica, que ya era un reconocido jugador de pó-ker, tras cinco años ejerciendo como ministro, fue tras-ladado a Santiago, como fiscal de la Corte de Apelacio-nes. Aunque fue rebajado de ministro a fiscal, el cambioa Santiago constituyó en realidad más un premio que uncastigo.

En el reciente caso de Silva Leiva, que todavía sesustancia, después de retirarse García Pica del PoderJudicial, la jueza porteña Beatriz Pedrals lo procesópor el delito de prevaricación, pero más tarde, una salade la corte de Valparaíso, con los votos de Dinorah Ra-mos y Carmen Salinas, lo liberó de toda culpa.

Otra muy distinta ha sido la trayectoria del ministroCarlos Cerda. Entró al Poder Judicial como oficial desecretaría en el Cuarto Juzgado Civil de Santiago —cuando el titular era Guillermo Navas— gracias a unagestión del ministro de la Corte Suprema, José MaríaEyzaguirre, y de su profesor en cuarto año de Derecho,Ricardo Gálvez. Apenas ingresó oficialmente al PoderJudicial, la Corte Suprema aprobó que se fuera en comi-sión de servicios a la Universidad de Lovaina, Bélgica,

Page 54: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

54

donde obtuvo el grado de doctor especial. Su tesis se ti-tuló: «El juez y los valores jurídicos».

Diez años más tarde, en París, Cerda se doctoró enFilosofía del Derecho. Al volver, en 1979, fue nombradorelator en la Corte Suprema. En 1983, se incorporó a laCorte de Apelaciones de Santiago y ese mismo año asu-mió la investigación por la desaparición de 13 dirigen-tes comunistas desde 1976. El ministro Rubén Galeciono había podido hacerse cargo del caso, por razones desalud, y tampoco avanzó el juez que lo tomó en primerainstancia, Aldo Guastavino, porque dio crédito a infor-mes gubernamentales que afirmaban que los desapareci-dos habían salido a Argentina.

Día y noche, sábados y domingos, Cerda investigó.Desatendió las amenazas que se le hacían (especialmen-te de quedar en las listas negras al interior del PoderJudicial) y se constituyó en centros de detención y tor-tura. El juez descubrió que eran falsos todos los informessobre la salida del país de las víctimas. Que, en reali-dad, habían sido secuestrados por un grupo especial quedirigía la Fuerza Aérea, conocido luego como el Coman-do Conjunto, en competencia con la DINA por el controlde la «inteligencia antisubversiva».

Tres años más tarde, el 14 de agosto de 1986, cuandoel expediente sumaba ocho mil fojas, el magistrado dictóel auto de procesamiento de 40 personas, entre ellas 38miembros de las Fuerzas Amadas y de Orden, incluyen-do al ex comandante en jefe de la Fuerza Aérea, Gusta-vo Leigh.

Las resoluciones provocaron un terremoto al inte-rior del Gobierno. Hubo reuniones en La Moneda, enel Ministerio de Defensa y en cada una de las ramasimplicadas, para buscar la manera de enfrentar la si-tuación.

Page 55: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

55

El ministro de Justicia, Hugo Rosende, estuvo almenos dos veces conversando sobre el tema con minis-tros de la Corte Suprema.

Desde el Gobierno los procesados recibieron la su-gerencia de presentar recursos de queja para que la cau-sa «subiera». El 6 de octubre de 1986, la Segunda Sala,con los votos de Enrique Correa Labra, Marcos Aburto,Estanislao Zúñiga y Hernán Cereceda, dejó sin efectolas encargatorias de reo y ordenó a Cerda sobreseerdefinitivamente el caso por aplicación de la Ley de Am-nistía.

Cerda Fernández, en una decisión inédita, envió unoficio a sus superiores comunicándoles que no cumpliríasus deseos, pues, de acuerdo con el artículo 226 del Có-digo Penal, los magistrados no están obligados a acataruna orden evidentemente contraria a la ley. «En mimodesto concepto, sobreseer en este momento en razónde la Ley de Amnistía es a todas luces contrario a dere-cho (...) por eso suspendo la orden que me han dado missuperiores».

Según el ministro, sólo en el momento de la senten-cia definitiva cabía discutir la procedencia de la amnis-tía. No mientras la investigación estuviera en curso.

Pero la Corte Suprema no estaba en ánimo de acep-tar el principio de «obediencia reflexiva» (que implica elderecho de los subalternos a representar ante sus supe-riores una orden que consideren manifiestamente injus-ta y que hasta las Fuerzas Armadas reconocen a su per-sonal). El 9 de octubre castigó a Cerda con dos meses desuspensión, bajo el cargo de «alzarse y discutir resolu-ciones judiciales» y de «desconocer absolutamente susobligaciones y faltar gravemente a la disciplina judi-cial». En ausencia de Cerda, Manuel Silva Ibáñez debiódictar el sobreseimiento del caso.

Page 56: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

56

De Silva Ibáñez no cabía esperar una actitud similara la de Cerda. En 1977, como suplente en el Sexto Juz-gado del Crimen de Santiago, conoció el proceso por lamuerte de Carlos Guillermo Osorio Mardones, ex direc-tor de Protocolo de la Cancillería, quien aparentementese había suicidado.

A Guillermo Osorio le había correspondido firmarlos pasaportes falsos que Michael Townley y ArmandoFernández usaron en su viaje para asesinar a OrlandoLetelier el 21 de septiembre de 1976, en Washington.

Sin realizar mayores diligencias, Silva Ibañez, de-claró que se trataba de un suicidio y ordenó no practi-car autopsia. En el expediente consta que el entoncesvicecomandante en Jefe del Ejército, general CarlosForestier, lo presionó «para que no se efectuara la au-topsia y para que los funerales se celebraran a la bre-vedad posible».

No fue sino hasta que el ministro Adolfo Bañadosreabrió el caso Letelier y el ex agente de la DINA, Mi-chael Townley declaró desde Estados Unidos, que sedescubrió que Osorio fue asesinado por la DINA.

Silva Ibañez, fue también quien, en 1985, como titu-lar en el mismo Sexto Juzgado en Santiago, recibió alatribulado abogado Héctor Salazar, quien presentabauna querella por los secuestros de José Manuel Parada,Manuel Guerrero y Santiago Nattino, ocurridos a plenaluz del día y ante numerosos testigos. Silva la rechazóporque no identificaba a los culpables. Horas más tarde,el abogado volvió con un dato que les hubiera salvado lavida: los secuestrados se encontraban en un cuartel dela policía en el centro. Salazar le dio la dirección y lepidió que se constituyera ahí inmediatamente. El juezdesoyó las súplicas. Horas después, Parada, Nattino yGuerrero aparecieron degollados.

Page 57: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

57

Finalmente y sólo en fecha reciente, en su calidadde ministro de la Corte de Valparaíso, Silva se hizo car-go del caso por la muerte del soldado Pedro Soto Tapia,que en sus manos no ha avanzado precisamente hacia elesclarecimiento total de lo ocurrido con el conscripto.

Pero así Silva Ibañez, recorrió su carrera sin tachasen su hoja de vida.

En cambio, al finalizar 1986, después de la suspen-sión, el ministro Cerda Fernández, fue calificado en Lis-ta Tres y quedó al borde de la expulsión por habersenegado a dictar el sobreseimiento en el proceso contrael Comando Conjunto, que su colega aplicó tan diligen-temente durante su ausencia.

La batalla en el caso de los 13 desaparecidos no ter-minó. Los familiares de las víctimas presentaron recur-sos de queja para tratar de enmendar el rumbo del pro-ceso. La Corte Suprema no aceptó sus argumentos y enagosto de 1989 reiteró su opinión acerca de que corres-pondía archivar para siempre el caso. Como resultado,y puesto que no quedaban recursos pendientes, la Cortede Apelaciones ordenó dictar el «cúmplase» del cierredefinitivo de la causa.

Cerda Fernández, Carlos contaba ahora con la incor-poración a la Constitución de los pactos internacionalesde protección a los derechos civiles y políticos y nuevascondiciones políticas en el país que, tras el plebiscitodel 5 de octubre de 1988, se preparaba para cambiar deGobierno. En vez de dictar el cúmplase, Cerda archivóel expediente temporalmente, lo que dejaba el caso dur-miendo sólo hasta que un nuevo antecedente obligara areactivarlo.

El 30 de agosto Cerda comunicó a sus superiores sudecisión y sus razones:

Page 58: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

58

«¿Qué hace entonces, el juez que al tiempo de en-frentarse a un ‘cúmplase’ de rutina perciba que con élvulnera abiertamente lo que la sociedad mayoritaria-mente en un primer atisbo de soberanía popular, des-pués de lustros de excepcionalidad jurídica, le encar-ga preservar? (...) ¿Y por qué, me pregunté, siendomis superiores y yo miembros de un mismo cuerpo —el querido Poder Judicial— podemos concebir unamisma cosa de manera tan distinta y opuesta? ¿Y porqué los presiento a ellos tan lejanos de la fuente de lojusto, mientras yo tan cercano? ¿Cómo comprobarque no se trata únicamente de mi arrogancia y pe-dantería?».

Cerda dijo que no halló justificación legal ni valóricapara la resolución que se le estaba imponiendo y sí paraoponerse a ella, aferrándose al juramento de guardar laConstitución y las leyes, que hizo —en el nombre deDios— cuando se invistió de juez. Para mayor enfado delos ministros de la Suprema, mayoritariamente declara-dos católicos, el magistrado invocó la Biblia:

«¿Galopan los caballos por las rocas? ¿Se ara elmar con los bueyes? Pues vosotros hacéis del juicioveneno y del fruto de la justicia, ajenjo (É) Tus prín-cipes son prevaricadores. No hacen justicia al huérfa-no y a ellos no tiene acceso la causa de la viuda. Poreso dice el Señor, Yavé Sebaot, el Fuerte de Israel:reconstituiré a tus jueces como jueces como eran an-tes y a tus consejeros como al principio. Y te llama-rán entonces ciudad de justicia, ciudad fiel. Y Siónserá redimida por la rectitud, y los conversos de ella,por la justicia».

La osadía de Cerda pasó sin reparos hasta el año si-guiente. A mediados de 1990, sin embargo, los ministrosdel máximo tribunal fueron advertidos de que el cúmpla-se en el caso del Comando Conjunto seguía pendiente yordenaron a Cerda acatar la resolución. El magistrado,

Page 59: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

59

sin encontrar acogida a sus planteamientos, obedecióesta vez, y el 20 de julio cerró para siempre la causa.

En enero de 1991, como se acercaba el período delas calificaciones, la mayoría de los magistrados seapresuró en dictar una sanción contra Cerda, que sirvie-ra de precedente para su posterior evaluación. El 16 deenero, un pleno convocado extraordinariamente lo cas-tigó con dos meses de suspensión, durante los cualesrecibiría sólo la mitad del sueldo.

Para diez de los 14 magistrados que asistieron, larenuencia de Cerda había constituido «un desconoci-miento absoluto de sus obligaciones y una gravísima fal-ta a la disciplina judicial» , que se veía agravada por elhecho de haber sido sancionado en 1986 por similar ra-zón. En la minoría, Marcos Aburto y Marco Aurelio Pe-rales votaron por sancionarlo solamente con una amo-nestación escrita. Rafael Retamal y el recién llegadoRoberto Dávila estimaron que cabía apenas «observar»al ministro su omisión.

Sólo unos días más tarde la Corte Suprema se re-unió nuevamente para hacer las calificaciones anuales.Con la suspensión como precedente, nueve ministrosvotaron por poner a Cerda en Lista Cuatro. Aunque lavotación fue dividida —cuatro magistrados querían de-jarlo en Lista Tres y un par más probablemente Reta-mal y Dávila, en Lista Dos— con ese dictamen Cerdaquedaba fuera de la judicatura.

El magistrado regresaba de un viaje a Estados Uni-dos cuando fue notificado de la sanción. Ante el asombrode quienes lo conocían, en vez de tomar sus cosas y mar-charse, pidió a la Corte Suprema que reconsiderara lamedida. Aunque no se retractó de sus actuaciones, re-dactó una emotiva súplica a sus superiores, para que lomantuvieran en el servicio. Luego, pidió audiencias a

Page 60: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

60

cada uno de ellos. Cerda buscó dejarles en claro quenunca pretendió alzarse por sobre sus investiduras,pues sabía que era la arrogancia que sus superioresveían en sus actos lo que más les molestaba.

En opinión de muchos, Cerda Fernández, se estabahumillando, pero el ministro no se detuvo ante las críti-cas de sus admiradores. Pidió perdón —«un perdón muysincero. Intimo. Profundo»— y suplicó:

«Tal vez soy distinto. A lo mejor, difícil. A vues-tros ojos, probablemente altanero y algo más. Pero sihay en el Poder Judicial espacio para un juez así, esdecir, que no puede dejar de ser como es y que quierecon todo su ser continuar en la institución, os suplicohagáis todo lo que esté de vuestra parte porreconsiderar vuestra decisión» .

Con su presentación, el ministro logró dos votos enel nuevo pleno extraordinario que declaró, por 9 contra7, que Cerda podía permanecer en el Poder Judicial,aunque con la mancha de haber quedado en Lista Trespor segunda vez en su vida. De paso, el mensaje de quela Corte Suprema no aceptaría actos de insubordinaciónaun bajo el nuevo escenario político fue claramente oídoen el resto de la magistratura. También, el concepto deque debía aplicarse Amnistía a los casos por violacionesa los derechos humanos, justo cuando comenzaban areactivarse.

Al volver de su castigo, Cerda Fernández, asumiócomo presidente de la Corte Marcial, por un año. En1992, reemplazó por un mes a Luis Correa Bulo en la in-vestigación del secuestro de Cristián Edwards y, paradó-jicamente, mientras tuvo el proceso en su poder, dio ga-rantías de acusiosidad e independencia a todos losinvolucrados, especialmente a Agustín Edwards, quienestaba descontento con la forma en que los tribunales es-taban enfrentando la situación. Cerda fue designado

Page 61: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

61

también ministro en visita por el caso de malversación defondos en la Oficina Nacional de Emergencias, Onemi, yprocesó a los funcionarios de Gobierno que la dirigían.

Recientemente, para malestar de los parlamentariosde la Concertación y de algunos de Renovación Nacio-nal, presidió la sala que liberó de responsabilidad aFrancisco Javier Cuadra, en el requerimiento que pre-sentó el Senado en su contra, por sus declaracionesacerca de parlamentarios que consumían cocaína. Cerdaredactó el fallo que revocó el auto de procesamientoque había sido dictado por el ministro sumariante Ra-fael Huerta. Luego tuvo que defender su voto, el deJuan Guzmán y Gloria Olivares, ante los recursos dequeja que interpusieron los prestigiosos abogados LuisOrtiz Quiroga, Nelson Contador y Alfredo Etcheberry(en representación de la Cámara de Diputados, Renova-ción Nacional y el Senado, respectivamente). Lo menosque dijeron los profesionales es que los tres ministrosestaban violando la ley y hasta alejándose de la raciona-lidad con el fin de absolver al ex ministro del generalPinochet.

Las respuestas de Cerda, en nombre propio y de suscolegas, no fueron menos contundentes:

«(...) Entendemos que también es cierto que unade las mejores maneras de involucionar en la culturanacional es la de acallar. Atención sea hecha astándares y status quos que, a modo de burbujas —valga la expresión tan sólo como didáctico símil—,hacen de distanciadores entre el que detenta el podery quien se lo otorga. En este orden de ideas quizás siel gran desafío cultural sea el de que asumamoscomo pueblo que debemos dejar definitivamente atrásel tiempo en que ‘la autoridad era verdad’, para adve-nir a aquél otro en que ‘la verdad sea autoridad’».

Page 62: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

62

Esta vez la Corte Suprema dio la razón a Cerda Fer-nández.

Page 63: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

63

EL PESO DEL INFORME RETTIG

El lunes 4 de marzo de 1991 el Presidente PatricioAylwin dio a conocer oficialmente el contenido del In-forme de la Comisión de Verdad y Reconciliación.

El secretario ejecutivo de la entidad, Jorge CorreaSutil, le había pasado la única versión impresa del grue-so documento dos meses antes y guardó el respaldo endisquetes. Ninguna autoridad o institución pública tuvoacceso a él, sino hasta apenas horas antes de que se di-fundiera públicamente.

El «elemento sorpresa» añadió al contenido del in-forme un peso insoportable para la desprevenida y malvinculada Corte Suprema. Sus integrantes aún no en-contraban una respuesta única y coherente frente alanuncio de reformas al Poder Judicial cuando se vieronenfrentados a este nuevo desafío, que puso a prueba sucapacidad de respuesta política.

El Informe marcó un hito en la ya tensa relación en-tre el Ejecutivo y el Poder Judicial. Fue el momento es-cogido por la mayoría de sus integrantes para amotinar-se soterradamente en contra de los objetivos presiden-

Page 64: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

64

ciales, lo que significó, al final del período del primergobierno de la Concertación, el naufragio total de todaslas reformas propuestas por Aylwin.

Los integrantes de la Comisión Rettig ratificaronunánimemente el severo juicio a la actitud del PoderJudicial entre el 11 de septiembre de 1973 al 11 de mar-zo de 1990.

«Durante el período que nos ocupa, el Poder Judicialno reaccionó con la suficiente energía frente a las viola-ciones a los derechos humanos», decía el informe ape-nas inaugurado el capítulo IV, dedicado a analizar laactitud del Poder Judicial.

El texto usaba un lenguaje diplomático, hacía conce-siones —como reconocer en favor de los magistrados al-gunas limitaciones de la legislación o aún las «condicio-nes del momento»—, pero dejaba delicadamente en claroque a la magistratura le faltó valor para ejercer sus pro-pias atribuciones en la defensa de los derechos de las víc-timas y en la represión de los quienes los atropellaron.

Según la Comisión Rettig, el Poder Judicial ejerció«con normalidad» sus funciones en casi todas las áreasdel quehacer nacional, excepto frente a las violacioneslos derechos humanos, en que su acción «fue notoria-mente insuficiente»: Grave, porque era «la» instituciónllamada a cautelarlos.

El informe osaba comparar la contradictoria timidezdel Poder Judicial frente al gobierno militar, con la te-naz defensa del Estado de Derecho que había hecho ha-cia finales del régimen de la Unidad Popular. Era undardo directo para los pocos ministros que estuvieronen ambos períodos, especialmente Enrique Correa La-bra, designado por Allende.

Una acusación más:

Page 65: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

65

«La actitud adoptada durante el régimen militarpor el Poder Judicial produjo, en alguna e importantee involuntaria medida, un agravamiento del procesode violaciones sistemáticas a los derechos humanos,tanto en lo inmediato, al no brindar la protección delas personas detenidas en los casos denunciados,como porque otorgó a los agentes represivos una cre-ciente certeza de impunidad por sus actuaciones de-lictuales».

La palabra «involuntaria» no fue suficiente para sua-vizar la gravedad de la conclusión, que era refrendadamás adelante con la afirmación de que muchas vidas sehubieran salvado si la magistratura hubiera actuado confirmeza en vez de debilidad.

En las diez páginas dedicadas al Poder Judicial, elinforme describió en detalle cómo esta institución actuótorciendo el sentido de las leyes, en algunos casos, hastaconvertir el recurso de amparo en un instrumento inefi-caz, o cómo en otros, bajo un pretendido y excesivo respe-to a la formalidad, aceptó sin discusión las versiones ofi-ciales, las confesiones bajo torturas y las defensas de lospresuntos autores de las violaciones, amén de aplicar enel sentido más extenso posible la Ley de Amnistía.

Tras conocer el informe, en la Corte Suprema seimpuso la opinión mayoritaria de que nadie hablaríahasta acordar una respuesta unánime. La idea era daruna versión contundente. De «pleno». Oficial.

Dos días después, el 6 de marzo, Aylwin, se reuniócon algunos ministros del máximo tribunal. Les pidióque dieran la mayor atención a las causas por violacio-nes a los derechos humanos que serían reactivadas porel envío de antecedentes de la Comisión Rettig a losdistintos tribunales. Ya se perfilaba la llamada «doctri-na Aylwin»: que los jueces investigaran hasta aclarar losdelitos, ubicaran a la víctima (en los casos de detenidos

Page 66: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

66

desaparecidos) e identificaran a los culpables y sólo des-pués aplicaran la Amnistía. Es decir, toda la verdad yjusticia sólo en «la medida de lo posible».

El mismo día que Aylwin se entrevistaba con minis-tros de la Suprema, un centenar de militantes de lasjuventudes socialista, comunista y mirista llegaron alPalacio Judicial para acusar a los magistrados de «cóm-plices de la injusticia» y pedir la renuncia a ocho minis-tros: Lionel Beraud, Efrén Araya, Hernán Cereceda,Osvaldo Faúndez, Servando Jordán, Emilio Ulloa, Ger-mán Valenzuela y Enrique Zurita.

Obviamente los ministros no renunciaron, pero lamanifestación aumentó su ira. No obstante, respetaronel acuerdo de callar. Las declaraciones vinieron del sec-tor más blando. Marco Aurelio Perales reconoció quedurante los primeros años después del golpe militar lamagistratura no reaccionó con la suficiente energía,pero explicó que eso se debía a que «no había mediospara hacer cumplir las órdenes que se daban».

El presidente, el componedor Luis Maldonado, esta-ba enfermo. El presidente subrogante, Rafael Retamal,respaldó a Aylwin. Pidió perdón.

—He debido equivocarme a menudo y pido perdónpor haberme equivocado.

—¿También en materia de derechos humanos? —lepreguntó un periodista.

—Es posible. Traté de no cometer ningún error,pero es posible.

Retamal estaba solo.El 7 de marzo El Mercurio editorializó contra la

doctrina Aylwin, manifestando que «la amnistía equi-vale al olvido jurídico». Según el influyente matutino,los tribunales investigan para, al final de cuentas, apli-car sanciones. Y si ya no procedía sancionar, tampoco

Page 67: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

67

procedía investigar. Los ministros duros se sintieronrespaldados.

Pero el domingo 9, en las mismas páginas de ese pe-riódico, Raquel Correa entrevistó a Aylwin: «Hubo faltade coraje moral de parte de los miembros del sistemajudicial (...) hubo excepciones que salvaron un poco elprestigio y el buen nombre, pero no lograron imponer-se», dijo el Presidente a la periodista y terminó por en-cender la hoguera.

El lunes y martes inmediatamente siguientes losmagistrados se reunieron en plenos extraordinariospara analizar la situación. Por añadidura, ese mismomartes una bomba estalló en el jardín de la casa del mi-nistro Efrén Araya. Y Carabineros afirmó haber halladoun retrato del recién designado ministro de la CorteSuprema, Adolfo Bañados, en poder de extremistas.

El jueves de esa semana la Corte Suprema emitióuna temeraria declaración asegurando que el atentadopodía ser parte de un plan para atacar a los más altosmagistrados, según los descubrimientos de Carabineros,y que eso «ponía en riesgo la estabilidad institucional».

En el Ejecutivo, algunos entendieron que la CorteSuprema estaba golpeando las puertas de los cuarteles.

El ministro del Interior, Enrique Krauss, describiócomo «ligera» la apreciación de la Corte Suprema y re-chazó la idea de que existiera un «plan» extremista paraatacar a sus ministros.

Retamal López, le restó importancia a los comenta-rios de Krauss, pero no logró siquiera calmar la furiaque no ocultaba la mayoría de sus colegas.

Enrique Correa Labra, que a los 83 años se perfilabacomo el sucesor natural de Maldonado, hizo de portavozde los duros. Consultado por la prensa dijo que Kraussestaba profundamente equivocado, que la Corte Supre-

Page 68: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

68

ma no hablaba «así no más, a tontas y a locas». Que elplan existía. Y, de paso, para que no quedaran dudas, sedeclaró «enemigo absoluto de las reformas al Poder Ju-dicial».

El ministro Adolfo Bañados, inaugurando su nuevocargo en el máximo tribunal, comentó que el acuerdo depleno había sido estudiado por los magistrados, por loque su contenido no podía calificarse de ligero.

Detrás, el ministro Araya fue más lejos e hizo públicaal fin la verdadera opinión de la mayoría en la Corte Su-prema: existía una ligazón entre las expresiones de Ayl-win y los atentados extremistas, de los que se declarabapersonalmente víctima: «Ha habido ciertas expresionesde parte del Ejecutivo que han dado motivación a ciertosgrupos que quieren atentar contra los tribunales».

Auguró que si se atacaba al Poder Judicial, si se lequería «avasallar» —el calificativo estaba aludiendo alas propuestas de reformas— podría haber «consecuen-cias políticas (É) Prácticamente puede llegar a eliminar-se la labor y la función de los tribunales de justicia conlo cual se eliminaría uno de los poderes del Estado».

Ergo, si estaba en peligro el Estado de Derecho, al-guien tendría que poner orden.

Este grupo en la Corte Suprema consideraba todoparte de un mismo cuadro: las manifestaciones, el aten-tado a Araya, el Informe Rettig y los «ataques» del Go-bierno (entre los que contaban primordialmente los pro-yectos de reforma).

La oposición, especialmente la UDI, sacó la voz tam-bién para dejar en claro que el objetivo gubernamentalde «desmantelar» el Poder Judicial no sería aceptado.

Las Cortes de Apelaciones de Valparaíso y Concep-ción, en actos inesperados, emitieron declaraciones desolidaridad con sus superiores.

Page 69: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

69

Obviamente los días del componedor Luis Maldona-do a la cabeza de la Suprema estaban terminando. Losduros necesitaban un líder y lo encontraron en el máscombativo, irascible y conservador de todos: EnriqueCorrea Labra.

El lunes 13 de mayo los ministros de la Corte Supre-ma emitieron su respuesta al Informe Rettig. El viernes17, eligieron a Correa Labra como su nuevo presidente.

El rechazo de la Corte Suprema al informe fue tanagrio y público como el del Ejército. El objetivo fue des-acreditar su calidad de contenedor de la verdad oficialen materia de violaciones a los derechos humanos, almenos en lo concerniente al Poder Judicial.

El texto fue redactado por Adolfo Bañados, RobertoDávila y Lionel Beraud, bajo la supervisión de ServandoJordán. No participaron en el acuerdo ni Luis Maldona-do, ni Rafael Retamal. Presididos interinamente porCorrea Labra, el resto de los magistrados (Emilio Ulloa,Marcos Aburto, Hernán Cereceda, Enrique Zurita, Os-valdo Faúndez, Arnoldo Toro, Efrén Araya, Marcos Pe-rales, Germán Valenzuela y Hernán Alvarez) respaldóla respuesta de 24 carillas.

El informe Rettig fue calificado de «apasionado, te-merario y tendencioso».

Lo primero fue desconocer cualquier atribución a laComisión Rettig para realizar ningún enjuiciamientoválido del Poder Judicial. Lo segundo, desmenuzar ydesmentir las críticas.

La actitud de la Corte Suprema bajo el gobierno mi-litar, según esa respuesta, tuvo fundamento principalen lo que el informe consideraba apenas como una ate-nuante: «Las condiciones del momento». Para la másalta magistratura, las condiciones del momento lo fue-ron todo:

Page 70: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

70

«Un conjunto de factores de toda índole que con-forman una verdadera universalidad que gravitó entodos los planos y esferas de la vida nacional en ungrado superlativo, de modo que no es posible descono-cer históricamente la magnitud de su influencia» .

Significaron restricciones tales como una copiosalegislación especial, falta de medios y de cooperaciónpolicial. Las condiciones del momento impidieron «queeste Poder ejerciera una labor efectiva de protección delos derechos esenciales de las personas cuando estosfueron amenazados, perturbados o conculcados por au-toridades o particulares, con la complicidad o toleran-cia de aquellas».

Pese a todo, dijo la Corte Suprema, la actitud de lamagistratura no fue pasiva. Para dar fundamento a esteaserto, los magistrados citaron algunos ejemplos, mayo-ritariamente fechados después de 1978, cuando la prác-tica de la desaparición masiva de personas había cesado.

En la versión de la Corte Suprema, el Poder Judicialrepresentó a las autoridades las anomalías, cuando sedetectaron; ordenó la constitución de jueces en los cuar-teles secretos de detención, cuando se pudo; designóministros en visita para investigar los casos de los des-aparecidos; protestó en contra de funcionarios de la CNIque se negaron a mostrar a los detenidos. Y jamás casti-gó a los jueces que sí investigaron.

«Si a la larga las pesquisas quedaron frustradas,en muchos casos no hay otra explicación que la quelos jueces no lograron contar con los antecedentes querequerían para individualizar y encarcelar a los cul-pables».

La Corte insistió en que durante el gobierno militarno hizo otra cosa que cumplir «literalmente la ley»,como era su obligación.

Page 71: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

71

«Lo más grave, a juicio de esta Corte, radica enque las invectivas que se han descargado en contra delPoder Judicial se orientan inequívocamente a torcerde modo artificial y por caminos extraviados y fueradel ordenamiento jurídico, aquellas interpretacionesque los tribunales han dado a las mencionadas leyes(É) En último término se busca que las sentencias seadapten o readapten a nuevas interpretaciones, frutode una hermenéutica original más del sabor de lascorrientes políticas de los autores del informe».

Era un rechazo directo y anticipado a la doctrinaAylwin.

La conclusión de la Corte fue que la Comisión Rettig«extralimitándose en sus facultades, formula un juicioen contra de los Tribunales de Justicia, apasionado, te-merario y tendencioso, producto de una investigaciónirregular y de probables prejuicios políticos, que termi-na por colocar a los jueces en un plano de responsabili-dad casi a la par con los propios autores de los abusos delos derechos humanos».

Page 72: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

72

LAS RABIETAS DE CORREA

Me acuerdo de este ministro y no puedo dejar desonreír. La frondosa cabellera gris siempre despeinada,con una especie de remolino en el cenit, la nariz redon-da y grande, resaltando como único rasgo en su cuerpomenudo.

Era la imagen de un ser extemporáneo, cada vez quese lanzaba, con la cara roja de ira, en apasionada defen-sa de la judicatura. Pero era también un niño jugando aser grande, cuando aparecía escoltado por los cuatrofornidos carabineros del Gope, con sus trajes verdes lle-nos de bolsillos, cuya asistencia requirió tras la revela-ción del supuesto plan extremista para atacar a los mi-nistros de la Corte Suprema.

Aunque el plan nunca se comprobó como verdadero,Correa se sentía una víctima potencial.

El ministro terminaba habitualmente gritando cuan-do le pedíamos su parecer por acciones o declaracionesdel Gobierno. Recuerdo que un día mi colega YasnaLewin le preguntó algo y él, muy serio, le contestó:

—Mire señorita, si es que es señorita...

Page 73: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

73

Correa —considerado un masón y radical de la viejaguardia— era el máximo representante de la defensacorporativa del Poder Judicial. Aunque él mismo era dereconocida probidad y austero vivir, bajo las faldas desus cruzadas se ocultaron otros que no lo eran tanto.Correa lo sabía. Un día, justo después de emitir un fallose quedó mirando a su colega Hernán Cereceda y le dijo:

—Ya... Vaya, apúrese, vaya a cobrarle a sus clientes.Cereceda no le respondió el insulto, pero las relacio-

nes entre ambos nunca fueron buenas.El viernes 17 de mayo de 1991, los ministros de la

Corte Suprema se reunieron para decidir, en votaciónsecreta, quién sería el sucesor de Luis Maldonado. Latradición imponía que Correa Labra, el más antiguo detodos, fuera electo sin discusión, pero cuatro magistra-dos optaron por respaldar la candidatura alternativa deEmilio Ulloa. Cuando la votación terminó, las opinionesde sus pares competían en elogios y destacaban la tra-yectoria e integridad de su nuevo líder. Salvo Cerecedaque se abstuvo con un escueto: «No acostumbro a opinarsobre otros colegas».

Pero Correa se hubiera cortado una mano antes quedenunciar a sus pares. En sus batallas políticas con elGobierno, los defendió a todos como si fueran él mismo.En sus primeras declaraciones el nuevo presidente dijoque no sentía ni el menor remordimiento por haber re-chazado los recursos de amparo en favor de personas cu-yas osamentas habían aparecido en Pisagua, entre otroslugares. Afirmó que «rechazamos (los recursos) porque laley lo ordenaba». También se declaró enemigo «irreconci-liable» del Consejo Nacional de la Justicia, que pretendíatransformar a la Corte Suprema «en un partido político».

El Poder Judicial no atravesaba por ninguna crisis.Es «puro e independiente», sin defecto «ninguno», dijo.

Page 74: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

74

Lo único que hacía falta, sostenía, era aumentar el nú-mero de jueces.

—Pero la opinión pública no cree lo mismo —le re-plicaron los periodistas.

—No me interesa la opinión pública (porque) es lasociedad en su conjunto: las matronas, los alfareros, todoel mundo. Doctos e indoctos en Derecho. A los doctos enDerecho les aceptamos su opinión. De los indoctos, nonos interesa.

El trato de Correa hacia los periodistas no fue el me-jor, pero tampoco era peor que el de otros magistrados.El actual presidente, Roberto Dávila, es conocido por sumal humor y respuestas airadas. La tesis imperante esque los jueces, por no formar parte de un poder de elec-ción popular, no tienen obligación de atender las opinio-nes ciudadanas. Desdén y arrogancia se interpretancomo expresiones de virtuosa independencia.

Un día los periodistas del sector Judicial elegimosnueva directiva. Daniel Martínez y Yasna Lewin fuerona presentarse ante Rafael Retamal, cuando subrogaba aLuis Maldonado. Yasna extendió su mano para saludaral magistrado, pero él la dejó con el brazo estirado. Des-pués de que Daniel y el magistrado intercambiaron lossaludos protocolares de rigor, Retamal se volvió haciaYasna y le dijo:

—Usted no puede estirar la mano para saludar a unministro de la Corte Suprema como si saludara a cual-quier persona. Tiene que esperar. Si el ministro quieresaludarla, le va a ofrecer la mano primero.

Fue el tiempo en que se entornaron las puertas de lostribunales —al modo que antes sólo se hacía para notificardel fallecimiento de algún magistrado—. No cualquierapodía entrar al edificio. Todos los visitantes —salvo aboga-dos y funcionarios— tenían que entregar su carné al ingre-

Page 75: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

75

sar. En los días en que parecía que había ánimo de mani-festaciones, los gendarmes además hacían preguntas ydejaban entrar sólo a un par de visitantes por causa.

La relación entre el Poder Ejecutivo y el Judicial eracasi tan difícil como la relación gobierno-Ejército. No obs-tante, Aylwin estaba empeñado en conseguir los dos obje-tivos que se había planteado para el sector justicia: mejo-rar el sistema judicial, para restaurar la confianza quehabían perdido en él grandes sectores de la población, ypromover y proteger los derechos humanos.

Estos dos valores —justicia y derechos humanos—formaban parte importante del programa de la Concer-tación. Pero tales metas no tenían un objetivo pura-mente valórico. Había tras ellas también un importantecontenido económico y político. Digamos que, al menos,eran propósitos compartidos por los gobiernos que cola-boraron para que la transición fuera posible. EstadosUnidos, el primero de la lista.

Las autoridades norteamericanas no sólo queríanver resuelto el crimen de Orlando Letelier, que, porcierto, estaba en la agenda. Aspiraban, además, a darciertas garantías de certeza jurídica a los inversionistasde su país, que tenían bandera verde para iniciar susnegocios aquí. Era parte de la normalización de relacio-nes y el estado de la economía chilena era una invitaciónpara esos capitales.

Pero había un gran problema (y serio), y es que losinversionistas estadounidenses necesitaban alguna cer-tidumbre sobre cuáles serían las decisiones de los tribu-nales en determinados juicios económicos y en Chile, nohabía quién se las diera. A preguntas como cuánto setarda un litigio civil o cuál es la jurisprudencia paradeterminada materia, la respuesta era simple y única:«No se sabe».

Page 76: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

76

Fueron problemas como éste los que ahuyentaron aun número considerable de inversionistas. Algunos deellos llegaron al Ministerio de Justicia y pidieron «cer-tificaciones» de la legislación vigente y de la interpreta-ción que los tribunales hacían de esas leyes. El ministe-rio respondía que no podía hacer esa certificación ni si-quiera a un mes plazo. Las decisiones podían variar desala a sala de la Corte Suprema. Incluso un mismo ma-gistrado podía cambiar su opinión de un día para otro,sin necesidad de expresar fundamento.

Millones de dólares en inversiones mineras dejaronde llegar a Chile sólo por esta razón.

Así, desde mucho antes del cambio de Gobierno, en-tidades estadounidenses como la gubernamental Agen-cia para el Desarrollo Internacional (USAID) aportabanrecursos para que el Centro de Promoción Universitaria(CPU) analizara las reformas que era necesario haceren la Justicia. El CPU exprimió la intelligentzia nacio-nal, aglutinando entre sus colaboradores a los más des-tacados juristas y magistrados chilenos (ninguno de laCorte Suprema, por entonces). Otro tanto se hacía des-de la Universidad Diego Portales.

Esos centros de estudios nutrirían luego de expertosa la Concertación, para la elaboración de los proyectos y,más tarde, de asesores al Ministerio de Justicia.

En la oposición también se reconocía la necesidad decambios. El Centro de Estudios Públicos (CEP) esbozó lasposturas de este sector: reformas para aumentar la «efi-ciencia» del Poder Judicial. Entre las preocupacionesprincipales estaban la necesidad de dar certeza jurídicaa los inversionistas y la represión de la delincuencia, enel marco del concepto sobre «seguridad ciudadana», en-tendida como el principal rol del Estado, que sería reco-gido luego por la Fundación Paz Ciudadana.

Page 77: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

77

Las políticas del Gobierno quedaron expresadas enlos bocetos que Manuel Guzmán le entregó a Aylwin ennoviembre de 1990. El presidente los corrigió y enviólos textos a diversas instituciones, que incluyeron lasasociaciones gremiales de magistrados, institutos aca-démicos y parlamentarios.

En marzo, poco antes de que Correa Labra, asumie-ra la presidencia, los proyectos fueron enviados al Con-greso.

El Presidente Aylwin había discutido con sus aseso-res el mejor camino para reformar el Poder Judicial: oel impulso de una gran y radical reforma de una vez ypara siempre o la presentación de distintos proyectos,que atacaran los puntos esenciales, pero que en conjun-to no representaran sino una reforma moderada, lasbases para los cambios posteriores. En las condicionesimperantes, se optó por el segundo camino.

Quedaría a la espera la reforma del procedimientopenal (para hacerlo oral en vez de escrito), pero se im-pulsarían otros, que tendrían un efecto político inme-diato.

El análisis que se hizo en el Gobierno es que el máxi-mo tribunal, así como había sido heredado del Gobiernoanterior, «no estaba en condiciones de dirigir el PoderJudicial». No sólo porque su conformación era considera-da ideológicamente comprometida con el régimen mili-tar (que ya era un dolor de cabeza para el primer gobier-no de la Concertación), sino porque el sistema había idoacumulando una serie de deficiencias de funcionamien-to imposibles de modificar desde la cúpula judicial.

Los asesores del Gobierno consideraban que la ma-yoría de los ministros de la Suprema, más allá de susposturas políticas, eran reaccionarios (en el sentido lite-ral de la palabra: reaccionaban oponiéndose a cualquier

Page 78: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

78

cambio, sin una justificación racional). Tampoco conta-ban entre ellos a un jurista descollante con quien poderdebatir en el plano académico.

Entre los primeros proyectos del gobierno, que sepresentaron sin considerar las opiniones de los supre-mos, se incluyeron la creación del Consejo Nacional dela Justicia, la reforma a la Corte Suprema (aumento delnúmero de ministros de 17 a 21, especialización de lassalas por materia), la creación de la figura del defensordel pueblo (una especie de ombudsman) y modificacio-nes a la carrera judicial (calificaciones y ascensos, Es-cuela Judicial).

Otras propuestas incluían precisar el rol de la CorteSuprema (de la que se esperaba que dictara jurispru-dencia a través del recurso de casación y que limitara supronunciamiento en los recursos de queja); creación delministerio público (para evitar que un mismo juez cum-pliera con la doble y contradictoria tarea de investigarlas causas y pronunciar la sentencia, el Ministerio Pú-blico tomaría la investigación y el juez se quedaría conla sentencia); y modificaciones al sistema de arbitraje(para ampliar su cobertura, pues permite resolver con-flictos que, por su naturaleza, no necesariamente debe-rían llegar a los tribunales y que en Chile es usado prin-cipalmente por las empresas).

Pero lo que era moderado desde el punto de vistadel gobierno, parecía el propósito revolucionario de ungobierno marxista, a los ojos de la oposición y la propiaCorte Suprema

Desde el comienzo, el punto de quiebre fueron elConsejo Nacional de la Justicia y las reformas a la Cor-te Suprema. Eran las modificaciones que le quitabanpoder a ese cuerpo colegiado y nadie lo pasó por alto. ElMercurio editorializó reconociendo que el Poder Judi-

Page 79: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

79

cial atravesaba por una crisis de «legitimidad» —por nohaber sido sus miembros elegidos democráticamente—y una crisis de «eficiencia». Pero en vez de recomendarcambios para salvar ambas, el matutino aconsejaba a lasautoridades políticas mantenerse al margen de la «co-rriente crítica», pues en las debilidades de ese Poderdel Estado se encerraba «un peligro potencial para elEstado de Derecho, pues convierte al Poder Judicial engeneral, y a la Corte Suprema en particular, en un blan-co fácil de grupos extremistas que buscan la desestabili-zación institucional».

Otro tanto escribió ese mismo diario para desacredi-tar al Consejo Nacional de la Justicia. El organismo fueatacado también por la oposición, que no le «compró» eldiscurso a la Concertación de que la pluralidad de susintegrantes daba garantías de independencia. La oposi-ción sabía que el Poder Judicial era el «enclave autorita-rio» (como lo llamaba la Concertación) más fácil de des-mantelar y que el Gobierno aprovecharía sus debilida-des para hincarle el diente.

La batalla fue, obviamente, política.Uno de los aspectos en disputa tenía que ver con

las causas por violaciones a los derechos humanos.Recién comenzado el gobierno la Corte Suprema habíafijado el criterio de que los pactos internacionales,aprobados por Chile, no se considerarían incorporadosa la legislación chilena como para dar por abolida laley de Amnistía. También, en general, había expresadoque la Amnistía impedía investigar. Para la oposición,un recambio de sus miembros ponía en peligro esa «ju-risprudencia».

La Concertación esperaba que una nueva conforma-ción en el máximo tribunal abrazaría un criterio másamplio sobre la Ley de Amnistía y permitiría, al menos,

Page 80: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

80

la investigación de las desapariciones y ejecuciones en-tre 1973 y 1978.

El Consejo Nacional de la Justicia murió prematu-ramente en la Cámara de Diputados, donde se perdiópor «culpa» del diputado socialista Mario Palestro,quien se ausentó inconvenientemente de la sala el díaen que el polémico proyecto sería debatido y restó elvoto que la Concertación necesitaba. Para tranquilidaden la conciencia de Palestro, hay que decir que esa ini-ciativa jamás hubiera pasado las prueba siguientes.

El resto de las propuestas logró sortear la fase deaprobación en la Cámara, aunque los propios represen-tantes de la Concertación no estaban cien por cientoconvencidos de apoyarlas todas. Sin embargo, los pro-yectos se empantanaron en el Senado.

En el intertanto, Correa Labra cada vez que podíaatacaba las reformas. La Corte Suprema en pleno emitióun informe negativo al conjunto de las propuestas, el 8 deagosto de 1991. Sólo abría la puerta a la creación de másjuzgados. Correa Labra se convirtió, con sus posturas, enel blanco de los ataques políticos y no le gustó. El 9 deenero de 1992, convocó a un pleno para pedir respaldo.Obtuvo apenas una declaración dividida en que los ma-gistrados expresaron «su parecer solidario» con la «de-fensa pública» que estaba haciendo su presidente.

Los dos nuevos integrantes nombrados por Aylwin,Adolfo Bañados y Oscar Carrasco firmaron el voto demayoría diciendo que los proyectos contenían disposi-ciones que «de alguna manera limitan y vulneran lasatribuciones de esta Corte Suprema». Junto a ellos,Marcos Aburto, Servando Jordán, Osvaldo Faúndez, Lio-nel Beraud, Arnaldo Toro, Efrén Araya, Marco AurelioPerales y Germán Valenzuela, hacían presente que«casi» todos los ministros opinaban igual.

Page 81: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

81

Una minoría separó aguas de su presidente y decla-ró que «es de la mayor urgencia mejorar la actual admi-nistración de justicia por medio de reformas, que debe-rán abordarse razonablemente con altura de miras y concarácter técnico, a fin de obtener su efectiva moderniza-ción, que coloque al Poder Judicial en concordancia conlas reales exigencias de una sociedad permanentementedinámica y cada vez más compleja».

Este voto estaba firmado por Hernán Alvarez, autorde la moción, Emilio Ulloa, Hernán Cereceda, RobertoDávila y Rafael Retamal. Estos, excepto Retamal, dieronal mismo tiempo un voto de respaldo a su presidente.

El lunes 2 de marzo, en su primer discurso de inaugu-ración del año judicial, Correa Labra hizo un llamado a«estar alerta» frente a las reformas. Sin atimorarse por-que tuviera sentado en el mismo estrado al ministro deJusticia, el presidente de la Corte acusó al Gobierno depromover la «intervención política» en los nombramien-tos del máximo tribunal, «que un día ha de pesar al país».

Aunque el Consejo ya había muerto, el magistradono aceptaba la intervención del Senado en los nombra-mientos, ni el advenimiento de un tercio de integrantes«externos» escogidos entre abogados de prestigio, nimayores facultades para la Corporación Administrativadel Poder Judicial.

En una de las tantas salidas de libreto, espetó: «Pue-do gritar desde esta tribuna que somos jueces honra-dos. Por esto yo pienso que el Poder Judicial tiene queestar alerta a todas estas reformas».

En las fotografías de los medios de ese día aparecela imagen de Cumplido escuchando a Correa con la caralarga.

Fuera de cámara, ambos tenían buenas relacionespersonales. El ex presidente de la Corte Suprema fue

Page 82: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

82

receptivo a las denuncias que le llevó el ministro deJusticia sobre corrupción en los juzgados de San Bernar-do y en la Corte ariqueña y tomó medidas.

Cumplido y su asesor Jorge Correa Sutil se pasaronese año en Valparaíso, tratando de revitalizar los pro-yectos, que navegaban a la deriva, sin apoyo político,atrapados en interminables indicaciones en las que elsenador Miguel Otero se hizo un experto. Los informesque emitía la Corte Suprema para cada uno de los cuer-pos legales, con el mayor retraso posible y siempre ne-gativos, no ayudaban.

Entre septiembre y octubre de 1992, Aylwin se re-unió con el presidente del Senado, Sergio Diez. Queríasalvar lo que pudiera de su paquete de reformas. Losdirigentes políticos negociaron y separaron lo que teníaviabilidad política de lo que no.

Correa Labra había caído gravemente enfermo y enla presidencia lo subrogaba Marcos Aburto.

En el encuentro Aylwin-Diez murieron para siemprelas iniciativas relacionadas con el Consejo Superior de laJusticia, el Ombudsman, el Ministerio público y la reformaprocesal penal. Se acordó que se daría curso a la reformaal rol de la Corte Suprema, el aumento del número de mi-nistros, la especialización de las salas, el recurso de quejay casación, la Academia Judicial y la carrera y calificaciónde los jueces. En lista de espera y con menores posibilida-des de resurrección, quedaron la modernización al sistemade asistencia judicial, la regionalización y reforzamientode los tribunales de paz y el sistema de arbitraje.

Pese a este pacto, en el camino el Senado rechazó elproyecto de aumento del número de ministros de laCorte Suprema.

Aylwin también organizó una comida con miembrosde la Corte, a la que invitó a Sergio Diez. Cuando Mar-

Page 83: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

83

cos Aburto asumió como nuevo presidente de la Corte,a comienzos de 1993, Aylwin lo invitó también a comercon Diez. Luego se reunió con ambos oficialmente en LaMoneda.

Con Aburto en la presidencia, el gobierno interpretóque la especialización de las salas, la modificación de losrecursos de queja y casación, la Academia Judicial y loscambios en la carrera judicial y las calificaciones seríanviables.

No obstante, aunque las relaciones entre el Ejecutivoy la Corte Suprema se distendieron, nada cambió en elfondo. El máximo tribunal siguió informando negativa-mente los proyectos, incluso el de la Academia Judicial.

En el plano administrativo, el diagnóstico oficial eraque el Poder Judicial había sido el pariente pobre delEjecutivo y Legislativo. Históricamente fue siempre así,pero la precariedad de recursos se hizo más notoria yvergonzosa bajo el gobierno militar.

En los ’80, con Mónica Madariaga en el ministeriode Justicia, fue la última vez que el Poder Judicial reci-bió un aumento significativo de recursos, pero el aumen-to se quedó en las capas superiores. No hubo nada paralos jueces de primera instancia, ni para los funcionariosy menos para mejoras en la infraestructura.

El gobierno de Aylwin estableció un plan quinque-nal de mejoramiento de recursos del Poder Judicial, conel fin de modernizar la infraestructura, aumentar elnúmero de tribunales y reajustar remuneraciones. Elplan consistió en duplicar los recursos que recibía elPoder Judicial en 1991 en un plazo de cinco años.

De la inyección de nuevos recursos, el 40 por cientose utilizó en aumento de sueldos. Cumplido, determinóque la distribución se hiciera a la inversa de lo que fuela experiencia Madariaga: más para los que ganaban

Page 84: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

84

menos, menos para los que ganaban más. Los funciona-rios adoptaron esta política «solidaria» motu propio. Alos magistrados, en cambio, hubo que imponérsela.

Pero en lo sustancial, pese a su compromiso perso-nal con el sector justicia, Aylwin, el Presidente-aboga-do, no alcanzó a ver promulgado ninguno de sus proyec-tos de reforma. Incluso las iniciativas que logró salvaren su pacto con Diez se convirtieron en ley sólo bajo elgobierno del ingeniero Eduardo Frei Ruiz-Tagle.

Hoy hay quienes culpan al ministro Cumplido delfracaso. Algunos de los funcionarios del Gobierno deAylwin, cercanos a estas negociaciones, afirman quetuvo poca «muñeca», que si hubiera negociado con laoposición proponiendo «nombres», en el caso del aumen-to de ministros de la Corte Suprema, este proyecto ha-bría sido aprobado. Si hubiera involucrado a los magis-trados en «los ritos del poder», haciéndolos participaren cócteles y otros eventos mundanos, por ejemplo, per-maneciendo él mismo en ellos más tiempo que el sim-plemente protocolar, los resultados habría sido otros.

El ex ministro se defiende: «A mí me tocó el roundde ablandamiento. Nuestra estrategia fue remecer alPoder Judicial».

Ya a punto de terminar su período, el ex secretariode Estado le dijo un día a uno de los magistrados delmáximo tribunal:

—Con nuestras acciones, nosotros los pusimos depie.

—¡Los ministros de la Corte Suprema nunca hemosestado de rodillas! —fue la respuesta airada.

—No —replicó Cumplido— pero estaban sentados.

Page 85: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

85

EL DELFÍN DE KRAUSS

En medio de muchas derrotas, el Gobierno obtuvoun triunfo: La designación por parte de la Corte Supre-ma de un ministro especial para que investigara el ho-micidio del ex canciller Orlando Letelier. Bajo el apre-mio de la diplomacia norteamericana —que hizo su pro-pio trabajo de persuasión hacia la magistratura—, elcanciller Enrique Silva Cimma presentó la petición enmarzo. A mediados de año, el primer ministro que Ayl-win nombró en la Suprema, Adolfo Bañados fue desig-nado —no sin dificultades— para instruir la causa.

Bañados llegó a la Corte Suprema en diciembre de1990. Aunque no era el más antiguo en la quina depostulantes, Aylwin lo prefirió sobre Víctor HernándezRioseco y Oscar Carrasco. Menos antiguos que él, tam-bién postulaban Guillermo Navas y Ricardo Gálvez.

Bañados había aparecido en varias quinas bajo elGobierno militar, pero nunca fue seleccionado. Al nom-brarlo para reemplazar al fallecido Sergio Mery Bravo,Aylwin sólo estaba reparando la injusticia de su poster-gación. No por eso el nuevo ministro se comportó como

Page 86: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

86

un enviado de la Concertación en la Suprema. Paradóji-camente, él mismo votó en contra de que un ministro dela Corte Suprema se hiciera cargo del caso Letelier. Suopinión era que un magistrado del tribunal inferior, laCorte de Apelaciones, debía hacerse cargo de la causa.A los ministros de la Suprema no les correspondía in-miscuirse en la investigación de causas criminales, porimportante que fuera el caso. En doctrina Bañados te-nía razón, pero en su nombramiento influyó el deseo delgobierno chileno y del estadounidense de asegurarseuna investigación imparcial.

Bañados, fiel a sus opiniones conservadoras en mate-ria judicial, sumó su voto al rechazo a las reformas.

Por eso es quizás mayor el mérito de su investiga-ción en el caso Letelier. Bañados no aclaró el caso por-que fuera de izquierda como muchos creen. Ciertamen-te no lo es. Lo hizo porque es un buen juez.

Hasta el último día en el Poder Judicial, Bañadosfue la efigie de la independencia. No otorgaba audien-cias a los litigantes, ni recibía recados del gobierno.Fuera de sus oficinas, ni siquiera hacía mucha vida so-cial con sus pares. Seducido por las montañas, su pasa-tiempo preferido era irse a escalar algún cerro los finesde semana, acompañado por amigos de los más diversosámbitos, con quienes se permitía hablar de todo, menosdel Poder Judicial.

Así las cosas, el Gobierno contaba sólo con RafaelRetamal, que por convicción apoyaba los predicamentosde la Democracia Cristiana, pero que a esas alturas es-taba demasiado enfermo como para tener un rol activoo influencia entre sus pares.

Mientras Cumplido trataba de empujar las reformascon escasa interlocución en la Corte Suprema, otro

Page 87: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

87

miembro del gabinete, menos principista y más astuto,lograba la influencia que el titular de justicia no tenía.

El ministro del Interior, Enrique Krauss, era el otrohombre del gobierno en el Palacio de Justicia.

Los abogados Jorge Burgos y, especialmente, LuisToro, eran sus representantes. Ambos llegaron para re-presentar al Gobierno en las causas contra el FPMR-Autónomo y el Mapu-Lautaro. Después del asesinato deJaime Guzmán y del secuestro de Cristián Edwardsaparecían por el edificio de calle Bandera casi a diario.Burgos y Toro presentaban escritos, pedían audiencias,buscaban la cooperación de los magistrados.

Gracias a la aureola del poder visible inevitablemen-te tras sus cabezas, ministros de la Corte Suprema y dela Corte de Apelaciones y hasta jueces de primera ins-tancia los recibían no sólo con ceremonia, sino hastacon cierta reverencia.

Tanto como reformar el Poder Judicial (o tal vezmás, según el momento), el gobierno quería controlar alos grupos de extrema izquierda y acallar lo antes posi-ble las críticas de la oposición. Toro y Burgos no llega-ban a los tribunales con la amenaza de decapitamiento,sino con el gesto comprensivo de quien busca ayudapara una misión común. Y detener el terrorismo erapara un sector de la magistratura un slogan más seduc-tor que la creación del Consejo Nacional de la Justicia.

De los primeros encuentros formales y distantes, losabogados de Interior, especialmente Toro, pasaron a untrato más familiar y amistoso con algunos magistrados.Las preocupaciones del joven ex abogado de la Vicaríade la Solidaridad se ampliaron. Su presencia se trans-formó para nosotros, los periodistas, no sólo en anunciode que se vería alguna causa contra grupos extremistas,sino que otras materias relevantes, como algún proceso

Page 88: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

88

por violaciones a los derechos humanos u otro de aqué-llos que comprometían a militares y complicaban al Go-bierno.

El ejercicio del realismo político se imponía tam-bién en el Ejército, que contaba con un nutrido equipode mensajeros y oidores. El auditor general FernandoTorres, quien tenía el privilegio de actuar como ministrode la Suprema cada vez que se discutía un asunto enque aparecía mencionado personal militar, ejercía unaindiscutible influencia directamente sobre la mayoríade los magistrados de la Suprema.

A Torres lo secundaba el coronel Enrique Ibarra,cuya figura, como la de Toro, era presagio de que algoimportante se estaba discutiendo en la cúpula judicial.

Otros funcionarios militares de menor rango teníanla cotidiana misión de alertar sobre cualquier movi-miento que tuvieran las causas que interesaban a la ins-titución. Yo conocía bien las caras de los aspirantes aabogado que cumplían con estas tareas. Aunque nues-tros objetivos eran distintos, a diario nos encontrába-mos rastrojeando en los mismos libros en la secretaríadel máximo tribunal o nos quedábamos esperando hastaentrada la noche «el listado de fallos». Uno de ellos medijo un día, como para romper el hielo: «Yo conozcobien tu trabajo. A mí me tocaba leer los artículos de LaEpoca en la Auditoría».

La Policía de Investigaciones hacía lo propio y en-viaba al estacionamiento del palacio judicial a un par depolicías de Inteligencia. Condenados a la periferia deledificio, a veces recurrían a los periodistas para saberqué estaba pasando.

La presencia de toda suerte de agentes ajenos alejercicio de la labor judicial era apenas el signo evidente

Page 89: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

89

de que cualquiera con poder no confiaría en la publici-tada independencia del Poder Judicial. Los votos de losministros se contaban —y «conseguían»— antes de quelas causas empezaran a discutirse. Fuera de escena, fa-miliares y amigos de algunos magistrados se ofrecíanpara enviar recados. Una invitación a comer al Club dela Unión podía ser la ocasión propicia.

No sólo en política se usaron las influencias. En elámbito económico era popular por entonces hablar delos estudios de abogados «con llegada» a la Suprema.Estudios con profesionales de todos los signos que, porun motivo u otro, profitaban de un vínculo privilegiadocon alguno o varios miembros del máximo tribunal.

En ese escenario, para el Gobierno era políticamen-te inconducente mantener las ásperas relaciones queCumplido tenía con la cúpula judicial. Los procuradoresmilitares tenían bastante más conocimiento y manejo delas fuentes judiciales que el par de detectives de Inteli-gencia parados en el estacionamiento. Los abogados deInterior estaban también en desventaja cualitativa conel general Torres, y el ministro Krauss, que también esabogado, estaba consciente del problema.

Llegó la hora de hacer nuevos nombramientos en laCorte Suprema.

El 12 de agosto de 1991, Oscar Carrasco, un ministrode Temuco, vinculado a la masonería, fue el nuevo ele-gido por Aylwin entre otros cuatro postulantes: VíctorHernández, Mario Garrido Montt, Guillermo Navas yRicardo Gálvez. Carrasco reemplazaba al recién renun-ciado ex presidente del tribunal, Luis Maldonado, lo queCumplido lamentaba, porque había establecido con éluna relación cordial.

Page 90: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

90

Pero Carrasco, aunque avalado por un brillante des-empeño profesional, no tenía la personalidad suficientecomo para influir de modo importante en la Corte. Ade-más, venía de provincia. En sus primeros meses en eltribunal, era un ser solitario, se lo veía desconcertadode haber alcanzado esas alturas.

Poco después, otra renuncia —Emilio Ulloa produjouna nueva vacante. La Corte Suprema conformó unaquina. Esta vez fue eliminado el nombre de Mario Ga-rrido Montt, que había aparecido en la quina anterior ya quien el ministro de Justicia, Francisco Cumplido y elpropio Aylwin esperaban ver como el sucesor. En sureemplazo, en el cuarto lugar de antigüedad, apareció elnombre de Enrique Correa Bulo.

El ministro Servando Jordán, su amigo desde lostiempos en que ambos estaban en la Corte de Apelacio-nes, había sido su promotor en la Suprema. Y CorreaBulo en persona había participado en el lobby para quesus superiores pusieran su nombre en la quina.

Junto a él, postulaban nuevamente Víctor Hernán-dez, Guillermo Navas y Ricardo Gálvez. Al último lugarhabía subido Arnoldo Dreysse, el candidato de los mi-nistros derechistas más duros. Ya allí Correa Bulo con-tinuó su campaña para obtener la nominación, abordan-do a los abogados concertacionistas y a los funcionariosde Gobierno que conocía.

Al Ministerio de Justicia no pudo acudir, porqueCumplido mantuvo, como lo había hecho hasta enton-ces, la política de puertas cerradas para todos lospostulantes a cargos en el poder judicial. En eso eraconsecuente hasta el final con el rechazo al «besamanos»que el Gobierno había adoptado como cuestión de prin-cipios desde el comienzo del período.

Page 91: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

91

La verdad es que a pesar de esta política tan expre-sa, todavía había jueces de provincias que viajaban aSantiago para repetir el arraigado rito del Poder Judi-cial: «regar las plantitas», lo llamaban y consistía en unlargo y humillante peregrinaje que se iniciaba en losdespachos de los ministros de las Cortes y terminaba enel Ministerio de Justicia.

Cumplido había sido intransigente en esto: simple-mente no los recibía. La única excepción la hizo una vezque su secretaria le rogó que atendiera a una magistra-da de Punta Arenas. La mujer estaba de pie, llorando,mientras esperaba en las puertas de su oficina. El mi-nistro aceptó hablar con ella unos minutos. Entre lágri-mas, la magistrada explicó que había gastado la mitadde su sueldo para viajar a Santiago y pedirle que consi-derara su promoción. El ministro averiguó sobre susantecedentes y descubrió que el decreto de ascenso yahabía sido aprobado por él y por Contraloría.

—¿Ve? —le dijo—. Perdió el viaje y su platita.Aunque todavía restaba la decisión del Presidente

Aylwin, quien se guiaba por las opiniones de sus minis-tros pero sobre todo por sus «pragmáticas», Correa Bulono se conformó con la simple espera, conforme a la polí-tica de principios de Cumplido, y buscó (y encontró) unaliado en alguien tanto o más poderoso que el ministrode Justicia: su ex compañero de curso en la Universi-dad, el ministro del Interior, Enrique Krauss.

A Correa Bulo no le correspondía todavía el nombra-miento, según las «pragmáticas» de Aylwin, pero Kraussargumentó que, al no figurar en la quina Garrido Montt, suex condiscípulo era el mejor candidato. Cumplido optó porotro nombre, pero en definitiva Aylwin oyó a Krauss.

Algunos abogados llegaron con historias sobre laspresiones que ejercía Correa Bulo en los tribunales infe-

Page 92: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

92

riores, mientras fue miembro de la corte capitalina,pero ninguno pudo mostrar prueba. Más influencia te-nían aquéllos que lo defendían por su actitud durantelos años de la dictadura, o porque contaban, quizás, conque su voto era seguro para apoyar las políticas de laConcertación en la Suprema.

El mejor antecedente en el currículum de Correa,según estos partidarios, era su actitud en el caso delrecurso de amparo presentado en 1984 por Ignacio Vi-daurrázaga, hijo de una distinguida jueza. Vidaurrázagahabía sido detenido por la CNI y trasladado a Concep-ción. Cuando la Corte de Apelaciones de esa ciudad, enun gesto inusitado, ordenó con gran rapidez que unajueza se constituyera en el cuartel para constatar su es-tado, el organismo de seguridad lo trajo nuevamente aSantiago. En la capital, Correa Bulo se presentó en elcuartel de la CNI, logró ver al detenido y constató lasnumerosas heridas que tenía por causa de las torturas.El magistrado tomó nota e informó a sus superiores endetalle. La CNI tuvo que liberarlo.

Una vez instalado en la Suprema el magistrado re-tribuyó el apoyo que le brindó el ministro del Interior.Se convirtió en su contacto privilegiado. Buscó contra-rrestar la influencia castrense en el máximo tribunalinformando oportunamente de las movidas e intencio-nes del auditor Torres.

Profesor en la Escuela de Investigaciones, fue tam-bién un puntal clave de la Concertación cuando más tar-de llegaron a la Corte Suprema las controvertidas reso-luciones cuestionando la acción de la llamada «Oficina»—dependencia creada por el gobierno de Aylwin paracubrir los temas de Inteligencia— y del director de lapolicía civil en los casos del crimen de Jaime Guzmán ydel secuestro de Cristián Edwards.

Page 93: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

93

¿Podría alguien reprochar a Correa Bulo por haceren favor del Gobierno o la Concertación lo mismo quehabían hecho otros varios altos magistrados de la CorteSuprema por el Gobierno Militar o incluso, más tarde,por el Ejército?

Recuérdese que fueron esos contactos entre Interior yla Suprema los que permitieron al Ejecutivo, años más tar-de, enterarse de una resolución que hubiera cambiado elrumbo de la sentencia por el caso Letelier. El general (r)Manuel Contreras se había internado en el Hospital FélixD’Amesti para evitar su traslado al penal de Punta Peuco,presentando en seguida un recurso de protección paraque se le permitiera continuar cumpliendo la pena en unrecinto asistencial. El recurso estuvo a punto de ser acogi-do por la Corte Suprema por 3 a 2. Pero funcionarios deInterior se enteraron e hicieron gestiones para que uno delos abogados integrantes fuera cambiado. Eugenio Velascoingresó a la sala y la protección fue rechazada. Contrerastuvo que resignarse a ingresar a la cárcel.

La defensa política ha sido sin duda la mejor cober-tura del ministro Correa Bulo en estos años, pero hasido insuficiente para avalar otras actuaciones suyas.

Desde que llegó a la Suprema, comenzó a alejarsedel grupo de magistrados con quienes otrora se reuníapara estudiar formas de mejorar el sistema judicial. Seacercó, en cambio, a los dos últimos ministros nombra-dos por Rosende, Lionel Beraud y a Arnaldo Toro, cuyoscontactos, por otra parte, con Manuel Contreras no sondesconocidos. En compañía de ambos visitó en más deuna ocasión a un misterioso intermediario, el joyeroCristián Chavesich, conocido por actuar promoviendoen ciertas causas fallos en favor de «clientes» suyos.

De acuerdo con antecedentes que recibieron funcio-narios del Gobierno de Aylwin, Chavesich recibía comi-

Page 94: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

94

sión por esas gestiones. En su fundo en Talagante,Beraud y Toro —y luego Correa Bulo— eran visitantessiempre bien recibidos.

También se hicieron más habituales las salidas noc-turnas con Jordán, acompañados en ocasiones por abo-gados especializados en tramitar libertades en favor depersonas acusadas de narcotráfico. Entre ellos, los lla-mados «ex carceleros», como Luis Edmundo Rutherfordy Mario Adolfo Fernández.

Funcionarios que trabajaron con Correa cuando elministro estaba en la Corte de Apelaciones, son testigosde que el magistrado llamaba en algunas ocasiones a losjuzgados para expresar su opinión en causas que se esta-ban tramitando. Pero fue su actuación en favor de suhermana, Gilda Correa, acusada por la policía de ventairregular de sustancias sicotrópicas, en 1995, la que ter-minó por alejar de su lado a algunos abogados y juecesque antes se contaban entre sus amigos.

Gilda Correa Bulo era la propietaria de la farmaciaPocuro. El departamento de control de drogas del OS 7de Carabineros denunció ante el Sexto Juzgado delCrimen, en julio de 1995, que en esa farmacia se ven-día Metamfetamina, conocida como Cidrín, con rece-tas-cheques robadas y adulteradas. La evidencia apor-tada por la policía al tribunal fue que en quince días sehabía vendido 62 de esas recetas, con un total de 7.440tabletas.

Las recetas fueron presentadas por una misma pare-ja. Gilda Correa consignó datos falsos para aparentarque los compradores eran muchos y distintos. La policíaestableció que los nombres de los presuntos comprado-res y sus cédulas de identidad habían sido extraídos, enbuena parte, de un listado de subsidios habitacionales,publicado en la prensa.

Page 95: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

95

El caso lo recibió la jueza María Inés Contreras,quien, en marzo de 1996, estimó que no había anteceden-tes suficientes para procesar a la hermana del ministroy cerró el sumario. El Consejo de Defensa del Estado,que actuaba como querellante, pidió la reapertura delcaso, pero la jueza lo rechazó. El CDE apeló a la Cortede Apelaciones. Allí, los ministros Gloria Olivares yJuan Guzmán (con la opinión en contra del abogado in-tegrante Crisólogo Bustos respaldaron a la jueza.

Las visitas de Luis Correa Bulo a la Corte de Apela-ciones y sus esfuerzos para que la sala quedara confor-mada de modo de beneficiar a su hermana fueron másque evidentes y públicos.

Tras la decisión de la Corte de Apelaciones, en juliode 1996, la titular del Sexto Juzgado decretó oficialmen-te el sobreseimiento temporal del caso. Nuevamente elConsejo apeló, pero obtuvo idéntico resultado en la Cor-te de Apelaciones. Entonces el CDE presentó un recur-so de queja en la Corte Suprema en contra de los minis-tros Olivares y Guzmán. La Suprema respondió «inad-misible».

El CDE insistió por último con una queja disciplina-ria en contra de la magistrada de primera instancia,acusándola de irregularidades y negligencias. A fines de1996, cuando el presidente de la Corte era ya ServandoJordán el pleno de la Corte Suprema emitió su últimaopinión: «Se declara sin lugar la queja deducida por elpresidente del CDE. Devuélvase el expediente tenido ala vista. Regístrese y archívese».

La hermana del magistrado logró escapar de las se-veras acusaciones, pero la imagen de Correa Bulo quedómanchada. Demasiadas personas se dieron cuenta delos esfuerzos que hizo para que la causa fuera enterra-da. Así y todo, los antecedentes no se hicieron públicos

Page 96: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

96

sino hasta un año después, cuando la UDI quiso incor-porarlos a la acusación constitucional en contra de Ser-vando Jordán. El caso fue retirado en una decisión deúltima hora, pero la información fue distribuida entrelos medios de comunicación.

Recién terminado el gobierno de Aylwin, un abogadocercano al ex Presidente, que había apoyado a CorreaBulo y no daba crédito a las historias que oía sobre elmagistrado, decidió hablar francamente con él.

—Lucho —le dijo—, déjame hacerte un comentariode amigos. Varias personas me han hablado sobre tucomportamiento. Dicen que eres obsequioso en las cau-sas de narcotráfico. Creo que tienes que cuidarte de eso.

El gesto y silencio de Correa Bulo notificaron a suamigo que el comentario no había sido bien recibido. Lafría y cortés distancia que mantuvo a continuación se loconfirmó.

Hoy Correa Bulo no apoya los intentos de los nuevosintegrantes de la Corte Suprema, —con quienes en elpasado compartía un mismo afán reformista— por esta-blecer algún tipo de control sobre la ética de los más al-tos magistrados.

El propio Patricio Aylwin se habría arrepentido dehaberlo nombrado.

Page 97: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

97

EL ASTUTO LIONEL BERAUD

El Código Orgánico de Tribunales es claro. Los jue-ces deben mantenerse independientes y para ello es me-nester que rechacen invitaciones de personas que tenganjuicios pendientes en los tribunales. Un poco de sentidocomún indica que también deben evitar involucrarse enactos sociales con personas que asiduamente discutansus asuntos en los tribunales de Justicia, como los agen-tes políticos y los grandes empresarios.

En las palabras del Código: «Prohíbese a los juecesletrados y a los ministros de los tribunales superioresde Justicia aceptar compromisos, excepto cuando elnombrado tuviere con alguna de las partes originaria-mente interesadas en el litigio, algún vínculo de paren-tesco que autorice su implicancia o recusación»

Pero ahí estaban Lionel Beraud y Hernán Cerecedadejándose ver, sin mayor pudor, en el matrimonio deMaría Ignacia Errázuriz, hija del empresario FranciscoJavier Errázuriz (antes de que se convirtiera en parla-mentario), con quien no tienen ningún grado de paren-tesco que se sepa, y a pesar de que el empresario y ac-

Page 98: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

98

tual senador ha sido seguramente uno de los personajespúblicos chilenos que más frecuentemente se ha vistoenvuelto en litigios judiciales. Errázuriz invitó a todoslos ministros de Corte a ese casamiento, pero la mayoríarehusó asistir.

En favor del dúo Béraud-Cereceda sí hay que agre-gar, en todo caso, que, como se verá, no están entre losjueces que hayan aparecido votando con mayor frecuen-cia en forma favorable por Errázuriz.

Siempre me llamó la atención la habilidad deBeraud para desprenderse de las acusaciones constitu-cionales. Si Cereceda Bravo y Jordán cometieron actosreñidos con el servicio, Beraud no hizo menos, pero adiferencia de ambos, terminó su carrera judicial impe-cablemente, sin mancha en su hoja de vida. Lo que sellama, un artista.

Lionel Leandro Beraud Poblete inició su carrera ju-dicial en 1946, como secretario del Juzgado de Coronel.Luego fue juez en Nacimiento, Coronel, Maipo (Buin),Chillán y Concepción. En 1959 fue nombrado fiscal en laCorte de Apelaciones de Temuco y en 1964 llegó al car-go de ministro de la Corte de Apelaciones de Chillán.

Quince años estuvo en la corte chillaneja, hasta queen 1979 fue trasladado dos veces, en lo que puede con-siderarse un doble ascenso, primero como ministro a laCorte de San Miguel y, casi inmediatamente después, ala Corte de Santiago.

El propio Beraud recordaría más tarde, en declara-ciones públicas, que el general Augusto Pinochet le ha-bía prometido sacarlo de la Corte de Chillán y traerlo aSantiago.

El 29 de mayo de 1989, el ministro de Justicia HugoRosende lo designó en reemplazo del fallecido Israel

Page 99: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

99

Bórquez como ministro de la Corte Suprema, en los re-emplazos que siguieron a la llamada «ley Caramelo».

Rosende lo escogió porque lo consideraba incondi-cional al general Pinochet, aparte de que, al parecer,fue ayudado a conseguir el cargo por el general ManuelContreras.

Beraud había dado pruebas de lealtad. En 1979 in-vestigó el atentado explosivo contra la casa del presiden-te de la Corte Suprema, Israel Bórquez, cuando el minis-tro analizaba la petición de extradición a Estados Unidosde los ex jefes de la DINA. Aunque posteriores procesosjudiciales demostrarían que el ataque a Bórquez fue eje-cutado por personal del propio organismo de seguridad,Beraud dio validez a la versión que le entregó la reciéncreada Central Nacional de Informaciones (CNI), acusan-do a un grupo de presuntos militantes de partidos de iz-quierda. Desechó investigar las torturas que los inculpa-dos decían haber recibido, porque —dijo— «ello no pasade ser una maniobra utilizada por estos delincuentes».

Me ha llevado algunos años reunir documentaciónpara este libro, y en todo este tiempo me ha tocadotoparme constantemente con las más severas acusacio-nes contra este magistrado. Importantes abogados, mi-nistros de la Corte de Apelaciones y hasta de la CorteSuprema las dan por comprobadas, aunque, como sueleocurrir, pocos de ellos pueden señalar evidencias.

El problema de la «prueba» es lo que seguramentedetuvo a varias de las personas que entrevisté, y quejunto con pedir que sus nombres se mantuvieran reser-va, se abstuvieron de ir más lejos con sus aseveraciones.

Sin embargo, huellas de su particular conducta yconcepto del ejercicio de su ministerio están a la vistade quien haya conocido un poco el mundo del Poder Ju-dicial a comienzos de los ’90.

Page 100: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

100

Parte de esos antecedentes eran conocidos por elMinisterio del Interior bajo el gobierno de Aylwin.Cuando se iba a discutir en la Tercera Sala de la CorteSuprema la contienda de competencia por el secuestrode Alfonso Chanfreau (caso que costó la acusación cons-titucional y posterior destitución de su colega HernánCereceda), Lionel Beraud recibió la visita de un amigomuy cercano. El intermediario llevaba un mensaje: «Hayquienes en el Gobierno conocen aspectos de tu vida quepueden complicarte en el futuro».

Si aprobaba el traspaso, Beraud sería acusado cons-titucionalmente y esos antecedentes podrían quedarexpuestos. Podrían hacerlo caer. Beraud tomó una deci-sión. Le dijo a su amigo que votaría para que el procesose quedara en la justicia ordinaria. Eso significaba quela votación sería tres votos contra tres (el general To-rres integraría la sala en nombre del Ejército), abriendolas posibilidades para que el caso quedara en manos dela ministra visitadora, Gloria Olivares.

Pero horas antes de la decisión, Beraud cambió nue-vamente de parecer. Junto a Hernán Cereceda, Ger-mán Valenzuela y el auditor Torres, votó por el traspa-so de la causa a la justicia militar.

Funcionarios del Ministerio del Interior recibieroncomo explicación que el general Torres había hecho untrabajo de persuasión aún más efectivo, recordándole aBeraud las numerosas ocasiones en que el Hospital Mi-litar lo había atendido con generosa y especial dedica-ción, derecho del que podría seguir disfrutando en elfuturo.

El hecho es que en 1981, el Ministerio de Defensahabía dictado un decreto que creó una nueva categoríade pacientes en el Hospital Militar. La categoría «C»,que permitió a los ministros de la Corte Suprema esqui-

Page 101: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

101

var las deficiencias de los hospitales públicos yatenderse en condiciones preferenciales en ese recintoasistencial, junto al personal del Ejército, los ministrosde Estado y los pilotos de Lan Chile. Lejos estaba toda-vía el día en que el otorgamiento de ese privilegio aBeraud le costaría caro a la institución castrense.

Algunos que lo conocen más de cerca aseguran quefue su esposa y no Torres quien lo hizo retractarse, en-carándole el agradecimiento que le debían no sólo alHospital Militar, sino al Ejército y al general Pinochet.Lo cierto es que Beraud se arriesgó y puso su cabeza,junto a la de Cereceda Bravo, Valenzuela Erazo y To-rres en una acusación constitucional que no lo dejó viviren paz sino hasta el día en que, respecto de su nombre,la acusación fue rechazada.

Posteriormente, sólo fue cuestión de tiempo paraque retomara, aunque con mayor cautela, una de lasprácticas características de su paso por la Corte Supre-ma: las llamadas a sus subalternos para hacerles cono-cer su opinión en ciertas causas, su interés en que unproceso tal se fallara «conforme a derecho». En estosmenesteres, solía jugar un papel protagónico en los pa-sillos de la Corte Suprema su esposa Gloria, quien noevitaba los acercamientos a las partes interesadas enlos juicios que se discutían en la sala de su esposo. Uncomentario personal sobre las dificultades económicasde la familia y la necesidad de vender algún determina-do y preciado bien familiar para solventar gastos ex-traordinarios, podía inclinar a un abogado en litigio aun gesto caritativo. En el transcurso de tal conversaciónno se mencionaba jamás el juicio, por supuesto, perodesde ese minuto el profesional quedaba a la espera,con cierto grado de confianza, de un resultado favorablea su postura en la resolución pendiente.

Page 102: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

102

Beraud tiene un hijo, Lionel, también abogado,quien trabaja en el Banco del Estado. Si el profesionaltenía una causa pendiente en un tribunal de alzada, losmagistrados en cuestión probablemente recibían un lla-mado de Beraud padre haciendo notar que en el procesodeterminado litigaría su hijo.

El novel jurisconsulto ganó cierta fama por lograr re-soluciones favorables en casos «imposibles». Ofrecía susservicios pidiendo una parte de sus honorarios por ade-lantado y la otra, al final, de acuerdo con el resultado.

También un cuñado del magistrado, Nelson GuzmánTroncoso (que está casado con la hermana de Gloria deBeraud) intermediaba en juicios, invocando sus espe-ciales contactos en la Corte Suprema, aunque luego am-bos se enemistaron. Guzmán Troncoso estuvo preso porestafar a una compañía aseguradora y las relaciones fa-miliares quedaron severamente dañadas.

Otro intermediario que alardeaba de sus contactosante la Corte Suprema, aún sin ser abogado, es el joyeroCristián Chavesich estrecho amigo de Beraud, que yahemos mencionado anteriormente. El magistrado es unasiduo visitante del fundo que el joyero tiene en Tala-gante, y la amistad de Beraud con él formó parte de losantecedentes que recibieron los parlamentarios duran-te la acusación constitucional contra la Tercera Sala.Especialmente porque Chavesich tenía «prontuario» porinfracción a la ley de oro, aunque este dato no llegó aesgrimirse específicamente en el plenario.

Las actuaciones del magistrado Beraud llamaron laatención del Consejo de Defensa del Estado en 1993, enla demanda por el cobro de los quinquenios Dipreca.

El caso es el siguiente: en el 17° Juzgado Civil deSantiago se inició la causa caratulada como «Jara Carta-gena, Berta y otras, con Dirección de Previsión de Cara-

Page 103: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

103

bineros de Chile (Dipreca)». Consistía en la demanda de873 ex funcionarios de Gendarmería que pedían el reco-nocimiento, a partir del 1° de enero de 1974, de los«quinquenios penitenciarios», lo que significaba recupe-rar una cifra global cercana a los 10 millones de dólares.

En este tipo de demandas colectivas, la cifra que seobtenga, repartida entre todos los trabajadores, no re-presenta a veces gran cosa, pero el abogado a cargo dela defensa y los intermediarios, si los hay, cobran unacomisión individual que se calcula sobre el total delmonto. Y esa sí es una suma considerable.

Los demandantes obtuvieron una sentencia favora-ble en primera instancia, pero el CDE apeló a la Cortede Apelaciones, argumentando que los quinquenios ha-bían dejado de pagarse en 1974 y vinieron a reclamarse18 años después, cuando las eventuales acciones legalesestaban prescritas. La contraparte argumentó que setrataba de un derecho de carácter alimentario y por lotanto, imprescriptible.

La sala integrada por los ministros Milton Juica,Juan Araya y María Antonia Morales dio la razón al fis-co y revocó la sentencia, el 17 de abril de 1993. En elmismo acto, rechazaron la demanda de 49 de los litigan-tes, pues adolecía de vicios procesales.

Los demandantes presentaron un recurso de quejaque fue resuelto apenas 19 días más tarde, adquiriendouna prioridad inexplicable sobre otras 2.000 quejas queestaban pendientes en el máximo tribunal.

La sala de la Corte Suprema estuvo integrada porlos ministros Lionel Beraud los recién designados porAylwin, Mario Garrido y Víctor Hernández y por losabogados Alejandro Silva y Luis Cousiño.

El CDE no pudo hacerse parte en el recurso porqueel ingreso de la causa no quedó registrado como debía.

Page 104: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

104

La institución tampoco fue notificada de que se veríaesta queja, pese a que un reglamento de la Corte lafacultaba para informar a las partes en una queja, cuan-do las «consecuencias o efectos jurídicos» de su decisiónfueran de importancia.

Alarmados por el irregular fallo, los abogados delCDE se entrevistaron con los magistrados. Ni Garridoni Hernández ni Silva ni Cousiño recordaban haberoído la relación de esa causa, así como tampoco que seles hubiera advertido del monto comprometido y de sig-nificación de la misma, como ocurre normalmente eneste tipo de causas. En el libro de registros aparecíaque el relator original, Gómez, fue reemplazado porEduardo González, a decisión del presidente de la sala,Lionel Beraud.

El Consejo protestó por las irregularidades ante elpresidente de la Corte Suprema y pidió una reconside-ración de oficio de la resolución.

En tanto, tres importantes abogados del CDE inte-rrogaron al relator González: el representante del CDEen la causa, Rodrigo Herrera; el consejero Pedro Pierryy la abogada procuradora de Santiago, María EugeniaManaud. Se sospechaba que González no había relatadola causa y le había sacado las firmas a los ministros por«secretaría». (Normalmente, después de que hay unacuerdo en un caso en la Suprema, los relatores reco-rren las oficinas de los ministros para que los firmen).

González admitió que al exponer no leyó el montoinvolucrado, pero afirmó que hizo la relación completade los fallos de primera y segunda instancia.

Pierry y Herrera sostuvieron que le creían. Conocíana González desde cuando era funcionario en la Corte deValparaíso y conocían sus antecedentes académicos yfuncionarios, todos inmejorables.

Page 105: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

105

No obstante, un fallo «obtenido» por Cereceda Bravotres años antes, sobre la misma materia y en condicio-nes similares, apuntaban a la posibilidad de que Beraudhubiera «trabajado» al funcionario para que no relatarao para que lo hiciera de manera que los demás integran-tes de la sala no se percataran de lo que estaba en juego.En esta forma, después sólo era cuestión sólo de sacar-les la firma para la resolución que él mismo se habríaencargado de sugerir.

Otros antecedentes sobre la gestión de González enSantiago vinieron a empañar su buena reputación: suestrecha relación con el relator Jorge Correa y el «ges-tor», Luis Badilla.

Badilla, quien trabajaba en el Banco del Estado, era,a comienzos de los «90, una cara familiar en el segundopiso de los tribunales, a la hora en que ya no había luz,ni muchos testigos. Intimo amigo del relator Correa,quien más tarde se vería involucrado en un procedi-miento similar que permitió la libertad al narcotrafican-te Luis Correa Ramírez, siempre estaba al tanto de losjuicios contra el fisco y ofrecía sus servicios para ganarquejas «imposibles».

El CDE protestó, pero no pudo revertir la sentencia.Beraud era un hombre que no permitía que se pasa-

ra por alto la importancia de su investidura como mi-nistro de la Corte Suprema. Hasta en los asuntos coti-dianos más nimios, hacía notar la significación de surango y de su nombre. Si mandaba a comprar una recetaa la farmacia, el funcionario tenía que mencionar quelos remedios eran para «el ministro Beraud».

Tal vez por esa especie de ingenua arrogancia, elministro aceptaba sin titubeos las invitaciones a unacena de gala que cada tanto en tanto hacía la Sudameri-cana de Vapores. O a alguna función especial en el Tea-

Page 106: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

106

tro Municipal, con un regio cóctel final para los distin-guidos asistentes, ofrecido por cuenta del BancoO’Higgins. Antes que admitir lo compromitente que po-día ser para su independencia el aceptar la generosidadde Ricardo Claro o de la familia Luksic, el magistradose mostraba honrado por estas invitaciones.

Beraud no estaba solo en esto. La mayoría de losmagistrados de la Corte Suprema acudía a los convites,halagada seguramente por la sensación de reconoci-miento de una clase social que tradicionalmente los ha-bía ignorado. Adolfo Bañados y Mario Garrido formabanparte de la excepcional minoría que estaba por el recha-zo a este tipo de concesiones.

Quizás donde mejor quedó reflejada la personalidadde Beraud, fue en el caso de su operación en el HospitalMilitar.

Beraud sufre de artrosis. El 5 de julio de 1993 se in-ternó en ese recinto asistencial para insertarse una pró-tesis en la cadera derecha. Al día siguiente, el jefe delServicio de Traumatología, Alfredo Elgueta Parodi, in-gresa al quirófano, donde el paciente ha sido ya prepa-rado por sus asistentes. Coge su instrumental y se ponea la tarea. Practicada ya la incisión en la zona marcadapor los ayudantes, advierte, demasiado tarde, que esta-ba operando la cadera equivocada. En lugar de interve-nir la cadera derecha la cirugía la estaba aplicando enla izquierda.

El médico medita rápidamente y toma una decisión:insertará sendas prótesis en ambas caderas. Más tardeo más temprano, reflexiona, la zona izquierda tendráque ser también intervenida.

En cuanto Beraud recuperó la conciencia, Elgueta leinformó de inmediato del error cometido. Literalmente,le pidió perdón. El hospital decidió no cobrar un solo

Page 107: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

107

centavo por sus servicios, pero ni las excusas ni estegesto de supuesta generosidad lograron aplacar la furiadel magistrado.

Algunos se apresuraron a sostener que Beraud noiba a atreverse a actuar «contra el Ejército» entablandouna demanda legal. Se equivocaron: representado porHugo Rivera, el ducho abogado que, un año antes, habíalogrado revertir un auto de procesamiento en contra delempresario Francisco Javier Errázuriz, presentó unaquerella por daños contra el equipo médico que lo habíaintervenido y una demanda de indemnización contra lainstitución hospitalaria.

La Corte de Apelaciones nombró al ministro Corne-lio Villarroel para instruir el proceso, mientras el Con-sejo de Defensa del Estado designaba al abogado DavorHarasic para que defendiera el patrimonio del fisco,comprometido en última instancia en la indemnización.En medio de la causa, el profesional pidió que Beraudfuera llamado a «absolver posiciones», procedimientoque permite al abogado de la contraparte interrogar eneste caso al querellante, para aclarar contradicciones enque éste haya incurrido.

Uno de los puntos claves era precisar el eventualdaño. Beraud aseguraba que era físico y moral. Afirma-ba haber quedado con una cojera permanente. El fiscodudaba de esos asertos. Daño físico no había, era la opi-nión del CDE; si acaso, moral.

Villarroel aprobó el trámite, convocando a las par-tes a la espaciosa segunda sala de la Corte de Apelacio-nes de Santiago, En este escenario, el querellante, en ungesto que puede calificarse de excepcional, se sentó enel estrado. Delante suyo, pero en un asiento inferior,quedó el magistrado Villarroel, a quien, como es de su-poner, le correspondía presidir la diligencia. En prime-

Page 108: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

108

ra fila, en el sector reservado al público, se ubicó su es-posa, quien, en un sillón especial, estuvo todo el tiemporezando el rosario. A su lado, sus dos hijos. Beraud ar-gumentó, como ejemplo del daño moral sufrido, a quehabía quedado inhabilitado para impartir «la santa co-munión», lo que le provocada un inmenso dolor.

Todos los periodistas del sector recuerdan que, poresos días, el ministro se paseaba sin ayuda de muletas.Pero en privado, porque apenas divisaba a gente de laprensa, regresaba presuroso a su privado y reaparecíacon ellas. Según se sostenía en la demanda, Beraud ha-bía quedado atado a las muletas de por vida.

Como era previsible, Villarroel condenó a los médi-cos y al hospital a pagar una indemnización de 80 millo-nes de pesos. El CDE apeló. La suma resultaba absolu-tamente excepcional. En la jurisprudencia chilena, loscasos por negligencia médica rara vez se fallan en favorde los pacientes y, si llega a ocurrir las indemnizacio-nes por daños y perjuicios, aun en casos de muerte, nologran alcanzar ni el diez por ciento de lo que se acorda-ba al ministro Beraud.

En septiembre de 1995, la Primera sala de la Cortede Apelaciones de Santiago, integrada por los ministrosRaquel Camposano, Sergio Valenzuela Patiño y RafaelHuerta, acogió los argumentos del fisco y rebajó el bene-ficio a la mitad. El magistrado recurrió de casación y dequeja, pero la Corte Suprema, ya bajo el Gobierno deEduardo Frei, mantuvo el criterio de la Corte de Apela-ciones. El Hospital Militar (es decir, en última instan-cia, el fisco) fue condenado en definitiva a pagar 40 mi-llones de pesos.

Beraud, rencoroso, no olvidó. A comienzos de 1996,la Corte Suprema estrenaba el nuevo sistema de califi-caciones, y en vez de las famosas «cuatro listas» que se

Page 109: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

109

utilizaban en el pasado, los ministros de la Supremadebían ahora poner notas de 1 a 7 a sus subalternos.Como en el colegio. Los aspectos a evaluar se dividenen distintos rubros, cuyo promedio da finalmente la ca-lificación anual. Para estar en categoría «sobresaliente»no bastaría, como antes, quedar simplemente en ListaUno. Hay que sacar un promedio superior a 6,5.

Beraud no dejó pasar la oportunidad. Les asignónotas tan bajas a los ministros que le habían rebajado laindemnización, que pese a la buena evaluación de losotros ministros, los tres salieron de la categoría de «so-bresalientes» y quedaron en desmedrada condición paraaspirar a un ascenso.

Ese mismo año, Beraud calificó también con notasbajas a los ministros Juan Araya y Milton Juica, quie-nes nunca habían sido de su agrado. Juica una vez, sien-do relator de la Corte Suprema, se negó a una peticiónextraña a los procedimientos normales que le hizo elmagistrado.

Reportera, en aquel tiempo del diario La Tercera,escribí una crónica informando sobre las calificacionesde Beraud. El ministro me citó a la Corte. Me manifes-tó el riesgo que yo corría por haber publicado ese artícu-lo; derechamente, una querella por infracción a la ley deSeguridad del Estado si la información resultaba serfalsa. Lo que él necesitaba, me dijo, era conocer la iden-tidad de mi fuente. Le dije que estaba en su derecho deactuar en mi contra, pero me constaba que la informa-ción era efectiva (la había visto algunas de las planillasde las calificaciones) y que, por cierto, no revelaría mifuente. Beraud primero se hizo el duro, después cambióde táctica, jugando al blando y comprensivo. Cuandocomprendió que no iba a lograr nada conmigo, dio porterminada la conversación y me dejó ir.

Page 110: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

110

Días después, el magistrado aceptó la apelación delos ministros afectados y condescendió, subiéndoles lanota.

En la historia de sus animosidades contra ciertosjueces, Beraud sufrió algunas derrotas. Como la que letocó vivir con el ascenso del ex titular del Quinto Juz-gado del Crimen, Alejandro Solís al rango de ministrode la Corte de Apelaciones de Santiago. Lo persiguió enforma implacable, más allá de los años de la dictadura,tiempo en que se lo consideraba un juez «opositor», frus-trando las esperanzas de Solís con la llegada del nuevogobierno. Quince veces estuvo el magistrado en humi-llantes esperas en las antesalas de los ministros, some-tido a la arbitrariedad de los oficiales de sala, para pe-dirles que lo incluyeran en las quinas de ascenso a laCorte capitalina o como relator de la Corte Suprema. Elmayor obstáculo era ésta, porque, allí, cada vez que semencionaba su nombre, Beraud lo vetaba.

Finalmente, en 1992, ausente Beraud, en un pleno alque asistían sólo 9 ministros de la Suprema, Solís fueaprobado. Beraud hizo gestiones para anular la decisiónde sus colegas, pero ya era tarde. Poco después, el Pre-sidente Aylwin escogía a Solís y el magistrado pudo fi-nalmente llegar a la corte de Apelaciones de Santiago.

Avanzada la década del ’90, con la renovación de laCorte Suprema, el ministro Beraud perdió influencia. Notoda, sin embargo. Un día de 1996, el abogado del Consejode Defensa del Estado Claudio Arellano Párker, esperabasu turno para alegar una causa por violación a la ley de al-coholes. Un funcionario de la Corte se le acercó y le dijo:

—No se moleste en alegar. El ministro Beraud yahabló con los ministros adentro.

López, inquieto por el anuncio, presentó de todosmodos su alegato. Perdió.

Page 111: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

111

No se dejó amilanar ante la Corte Suprema y otravez lo siguió la sonrisa irónica del funcionario. «No semoleste». El CDE perdió nuevamente.

En uno de los episodios finales de su gestión, en laacusación contra Jordán, Beraud cumplió un influyente,pero no aclarado papel. Junto a Luis Correa Bulo, asis-tió a una cena con el ex ministro Enrique Krauss paratratar el tema. Lo que discutieron los tres forma partede los enigmas no resueltos en la operación de salvatajede Jordán.

Finalmente, llegó para Beraud el término de su ca-rrera como ministro de la Corte Suprema. Cuando laministra Soledad Alvear logró la aprobación del límitede 75 años como edad tope para la permanencia en elmáximo tribunal, el magistrado fue uno de los que mos-tró mayor ansiedad y angustia por el retiro forzoso. In-tentó mantenerse. Estableció todo tipo de contactospara conseguir alguna exención: que se dejara, por ejem-plo, al margen de la disposición a los ministros que es-taban en funciones todavía. Esta vez, fracasó.

Tenía 80 años de edad cuando cursó su retiro. Suhoja de vida funcionaria era un modelo de pulcritud:inmaculada, en ella no figuraba ni la más mínima som-bra de reserva o reproche.

Page 112: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

112

CERECEDA Y LA QUERELLA DE LOS MEMBRILLOS

Hernán Cereceda Bravo llegó al Poder Judicial en1957. Era un entusiasta, brillante y ambicioso secreta-rio del Primer Juzgado de Menores. La meta que seproponía en su vida funcionaria era clara e inequívoca:ascender.

En 1964, se convierte en juez titular del Quinto Juz-gado de Menores, y apenas cinco años más tarde, su nom-bre figura en una quina de proposiciones para integrarcomo ministro la Corte de Apelaciones de Santiago.

El hecho es extraordinario, porque rara vez un juezde menores asciende a ministro, y es más raro todavía sise trata de un juez joven. Finalmente, es inusual tam-bién que un juez de Santiago acceda directamente laCorte de Apelaciones de la capital.

Pero Cereceda, a pesar de esta triple dificultad, es-taba a punto de alcanzar el ansiado nombramiento. Fal-taba sólo la decisión del ministro de Justicia de Eduar-do Frei Montalva, Jaime Castillo Velasco, y como Cere-ceda no era hombre que dejara las cosas libradas al azar,mientras esperaba la resolución del Ejecutivo, en un

Page 113: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

113

encuentro con Alejandro Hales —ministro, también, delgabinete de Frei Montalva— dijo, como sin ningún pro-pósito en particular, según recuerda el interpelado:

—¿Usted sabe, Alejandro, dónde tengo que ir a pa-gar las cuotas del partido?

Su cálculo era erróneo, porque Hales no era militan-te de la democracia cristiana.

De todos modos, el ascenso fue aprobado por CastilloVelasco y el presidente lo nombró ministro de la cortede Apelaciones capitalina, en la que rápidamente elliderazgo de Cereceda se hizo notar.

Su liderazgo se convertiría años después, durantela dictadura militar, en un franco predominio hegemó-nico.

En 1980 se encontró con que el destino del ministrode Justicia que había aprobado su ascenso estaba en susmanos. Cereceda formaba parte de la sala de la corte deApelaciones de Santiago que debía decidir sobre el am-paro presentado por Jaime Castillo Velasco, entoncespresidente de la Comisión Chilena de Derechos Huma-nos, que afrontaba —por segunda vez— una condena deexpulsión del país.

El amparo fue rechazado con los votos de RicardoGálvez y Arnoldo Dreysse. Cereceda fue el encargadode redactar el fallo, y fundamentó su decisión acusandoal ex ministro de Frei de promover, con sus prácticas,actos de «terrorismo», como el atentado a la casa del expresidente de la Corte Suprema, Israel Bórquez, en1979.

El ministerio del Interior, representado por Ambro-sio Rodríguez, acusaba a Castillo: de haber suscrito enArgelia «un pacto con el partido comunista», despresti-giar el plebiscito de 1980, haber viajado a Caracas paraapoyar la acción de la DC venezolana y participar en

Page 114: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

114

una huelga de hambre en la iglesia de San Francisco enagosto de 1978 y otra en la Parroquia Universitaria enmayo de 1979.

Como ministro de la corte de alzada, Cereceda jamásacogió un recurso de amparo y siempre dio crédito a lasversiones oficiales en los juicios por violaciones a losderechos humanos. Apelativos como «narcotraficantes»y «terroristas» figuraban en sus sentencias para definira los opositores al gobierno militar.

Cuando Hugo Rosende llegó al Ministerio de Justi-cia, en 1984, Cereceda se convirtió en el favorito. Lo as-cendió a la Suprema en junio del 85, en el que fuera jus-tamente el primer nombramiento resuelto por Rosendeen relación con la Corte. En la propuesta, previa al falloministerial, figuraba en segundo lugar otro postulante,con muchos más años de antigüedad que Cereceda y conel antecedente adicional de haber hecho la etapa de ri-gor en los tribunales de provincia. Su nombre era Ser-vando Jordán. Fue el punto de partida de una rivalidadentre ambos que se convirtió en legendaria en la peque-ña historia de nuestro poder judicial.

A poco de asumir su cargo en el máximo tribunal,Cereceda formuló lo que podría estimarse su código deprincipios: «Tenemos que aplicar las leyes vigentes (É)Las leyes las hace otro Poder del Estado. A nosotros sólonos corresponde aplicarlas». Paralelamente, se apoyódogmáticamente en la tesis de que la amnistía impedíainvestigar, defendió la competencia de la justicia militarsobre la civil en casos de violaciones a los derechos hu-manos y rechazó invariablemente las presentaciones dela Vicaría de la Solidaridad.

Cultivó su liderazgo, promoviendo la carrera de al-gunos jueces y entorpeciendo la del resto. Aprovechan-do su cercanía con Rosende, mantenía informado al Eje-

Page 115: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

115

cutivo de las conductas de sus colegas y los juicios que aél le merecían. No sólo profesionales, también políticos.

El Código Orgánico de Tribunales es terminante:«Los jueces deben abstenerse de expresar y aún de insi-nuar privadamente su juicio respecto de los negocios quepor ley son llamados a fallar». Cereceda no sólo hizo casoomiso de estas disposiciones, sino que usó el cargo parabeneficio personal y de los suyos. Llamaba a los juecessubalternos para pedir, por ejemplo, el nombramientocomo peritos, en causas judiciales, de su hermano PabloCereceda Bravo y su sobrino, Raúl Cereceda Zúñiga.

El primero es síndico de quiebras y el segundo, peri-to contable. Ambos forman parte de una lista de entrelas cuales los magistrados pueden escoger un nombrecuando necesitan designar a un síndico en una empresaen bancarrota o hacer un peritaje que es pagado por elEstado o por las partes litigantes.

A veces la petición ni quisiera era necesaria. Losjueces, conociendo la relación de parentesco con el mi-nistro, los preferían sobre los demás, lo que, más allá deque Cereceda pudiera o no intervenir, también cae den-tro del margen de la ilegalidad flagrante.

Era moneda corriente que el magistrado llamara alos jueces para manifestar su opinión sobre la maneraen que debían resolver ciertos juicios. La forma en que«obtenía» fallos aun en la Corte Suprema en causas quele interesaban, era historia conocida por todos en lostribunales aún antes del cambio de gobierno.

Un hecho que ilustra en forma cruda y casi noveles-ca las actuaciones abusivas de Cereceda es el procesocontra los campesinos Berta Contreras Soto y su hijoLuis Díaz.

En 1987, el ministro le compró al sobrino de BertaContreras, Erasmo Arredondo, terrenos que daban al

Page 116: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

116

lago Rapel y que le pertenecían legalmente a la anciana,dueña de casa y habitante de la comuna de Las Cabras.

Ignorantes de la operación, el 18 de abril de ese año,Berta y sus hijos fueron sorprendidos cortando mem-brillos en el predio que habían recibido por herencia unaño antes. Juan Segundo Caroca, el cuidador contratadopor el nuevo dueño, los increpó al verlos con la fruta enlos faldones de sus chalecos.

—Estos terrenos son nuestros —replicó Luis Díaz.Se presentó Erasmo Arredondo, sobrino de Berta y

vendedor del predio, quien avaluó lo hurtado en diezmil pesos, correspondientes a 30 kilos de manzanas, hi-gos y membrillos.

Berta Contreras y su hijo Luis fueron a parar al juz-gado. Una hija de la mujer, que trabajaba en la EmpresaNacional del Petróleo (Enap), tuvo que asumir la tareade buscar abogado. Ni ella contaba con mayores recur-sos, ni la familia tampoco, que provenía de la clase me-dia empobrecida. Tuvieron que recurrir a un abogado deSantiago, Eduardo Soto, tras recibir la negativa de unalarga lista de abogados rancagüinos. Nadie quería pe-lear con un supremo. Menos con Cereceda. Su poderío einfluencia en los juzgados, policía y hasta municipio deRapel y, en general, en la Sexta Región eran sobrada-mente conocidos. Y temidos.

Soto, que nunca recibió remuneración por este caso,argumentó lo obvio: la familia no podía ser acusada delhurto de frutas en terrenos que creían propios. Que ade-más todo lo que había sacado eran unos pocos membri-llos, apena lo que podían cargar en los faldones de suschalecos.

Hernán Cereceda se querelló contra Berta Contre-ras y su hijo. Pese a la insignificancia del monto compro-metido y de la acumulación de centenares de procesos

Page 117: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

117

de mayor envergadura en los tribunales rancagüinos, laCorte de Apelaciones de esa ciudad designó —cosa abso-lutamente insólita— ¡un ministro especial para que sehiciera cargo del caso!

Al asumir, el magistrado Juan Rivas estableció queBerta Contreras tenía realmente la posesión efectiva delos terrenos (según una resolución del 19° Juzgado civilde Santiago) y que el título de propiedad a nombre delministro Cereceda le había sido concedido gracias alcontrato de compraventa con Erasmo Arredondo, quienformaba parte de la misma herencia, pero cuyos dere-chos aún no habían sido reconocidos legalmente.

El juez determinó que antes de resolver sobre elhurto, debía aclararse el asunto civil sobre la propiedady sobreseyó temporalmente la causa, en julio de 1987.

Cereceda no quedó, por supuesto, conforme.Al cabo de un tiempo reanudó la querella, acusando

esta vez a Berta Contreras de «violación de domicilio»,iniciando así una nueva causa. Ella rechazó la acusación,declarando que sólo había ido a la propiedad del minis-tro para mostrarle los papeles que la acreditaban comodueña legal. Ocurrió entonces algo que escapa a la ra-cionalidad: la jueza de Peumo-Cachagua, Irene Morales,encargada del proceso, no le dio crédito y ordenó sudetención, disponiendo su traslado, ¡con los tobillosengrillados!, a la ciudad de Rancagua. Allí, sin embargo,fue puesta en libertad, previo pago de una fianza.

Cereceda presentó ante la Corte Suprema un escri-to, quejándose de la falta de acuciosidad con que se tra-mitaban ambos procesos. El 12 de agosto de 1988, elmáximo tribunal reabrió la causa por hurto, la acumulócon el proceso por violación de domicilio y le recomendóal ministro Rivas prestar «especial atención» a ambosprocesos.

Page 118: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

118

El magistrado solicitó dos informes periciales paraque se estableciera fidedignamente el monto de lo hur-tado. Los peritos respondieron que los árboles del lugarproducían fruta de mala calidad, sin valor comercial.Uno de ellos avaluó toda la producción en un máximo de820 pesos. El segundo, en mil 50 pesos. Desgraciada-mente, Rivas enfermó, y el 28 de agosto, el mismo díaque asumió como suplente, el magistrado Alfonso Alva-rez sometió a proceso a Berta Contreras y a su hijo LuisDíaz como coautores del delito de hurto. La causa quedóestancada hasta febrero de 1989, cuando Rivas, el titular,sobrepasado por la evaluación del caso que hacían sussuperiores, confirmó los autos de reo por hurto. Sin em-bargo, desechó la acusación de supuesta violación de do-micilio y sobreseyó temporalmente ese segundo proceso.

El abogado que defendió a la familia Contreras si-guió insistiendo en que fueran declarados inocentes,pues no podían ser autores de hurto de un terreno queles pertenecía legalmente. El ministro Rivas replicó di-ciendo simplemente que «tal fundamentación cae por subase» pues ya había sido rechazada por la Corte Supre-ma. Sostuvo que si bien la mujer tenía derechos sobre lapropiedad, eso no significaba que los tuviera sobre losbienes que había en ella. El magistrado fijó arbitraria-mente lo sustraído en una suma levemente superior alos siete mil pesos y les impuso la pena de presidio me-nor en su grado mínimo: es decir, 61 días de cárcel.

En 1990, las apelaciones llegaron a la Corte de Ran-cagua. El fiscal Hernán Matus, cuyo parecer fue consul-tado antes de fallar, recomendó la absolución de los con-denados. El delito, dijo, no estaba configurado. BertaContreras era la heredera legal de ese predio y, por lotanto, también dueña, al menos como comunera, de «to-dos» los bienes que había en él. Rechazó también el cál-

Page 119: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

119

culo de lo sustraído. Dijo que si los peritos estimaron elvalor de toda la producción en un máximo de mil pesos,la fruta que los condenados se llevaron en los faldonesde sus chalecos no podía costar más de ¡trescientos pe-sos!

A pesar de todo, la Corte de Rancagua rechazó losrazonamientos del fiscal y confirmó los autos de reo.Otro tanto ocurrió con las presentaciones de la defensade Berta Contreras y su hijo ante la Corte Suprema.

Resultado final: Cereceda se quedó con los terrenos.Berta Contreras y su hijo, condenados y llenos de impo-tencia, se vieron en la obligación de firmar periódica-mente en el patronato de reos. Luis Díaz se aburrió undía y no fue más. Hasta hace muy poco tenía todavía ensus antecedentes el traspié legal y le era muy difícilencontrar trabajo.

Estas y otras actuaciones del ministro Cereceda,quedaron tras el cambio de gobierno, ocultas bajo el ven-daval que produjo la disputa política entre el Poder Eje-cutivo y el Poder Judicial.

Cereceda intentó actuar con astucia en el nuevo es-cenario. Como queda registrado en estas mismas pági-nas, el magistrado mantuvo una postura ambigua, conuna apariencia de cercanía a las propuestas de reformaque hacía el gobierno. Era evidente que si se alineabaclaramente con los «duros» sus posibilidades de sobrevi-vencia funcionaria iban a ser menores. Motivado quizástambién por su rivalidad con Enrique Correa Labra,Cereceda se ubicó en la vereda del frente, junto a Ro-berto Dávila y Hernán Alvarez.

Pero su astucia no lo llevó muy lejos.En junio de 1990, la Corte de Apelaciones de Santia-

go nombró a Gloria Olivares para que investigara el se-cuestro y desaparición del dirigente del MIR, Alfonso

Page 120: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

120

Chanfreau. Los testimonios de la ex informante LuzArce y de exiliados retornados que habían estado reclui-dos con él, habrían agregado los «nuevos antecedentes»que la causa necesitaba para su reapertura.

La magistrada tomó el caso con pasión y, sin medirlas consecuencias políticas, citó a los agentes de laDINA que estuvieron al mando del centro clandestinode detención conocido como Villa Grimaldi. Entre ellos,al coronel en servicio activo Miguel Krasnoff Mart-chenko, comandante de la IV división de Ejército, conasiento en Valdivia.

Fue el límite que colmó la paciencia del Ejército. Lajusticia militar reclamó para sí la causa y se trabó lacontienda de competencia que sólo la Corte Supremapodía dirimir. Fue así como el caso llegó a la TerceraSala, presidida por Cereceda, e integrada por LionelBeraud, Germán Valenzuela Erazo, dos abogados inte-grantes y, excepcionalmente, por el auditor general delEjército, Fernando Torres Silva.

El 30 de octubre de 1992, los magistrados, con losvotos en contra de los abogados integrantes, traspasa-ron el caso a la justicia militar.

Gloria Olivares no pudo evitar el llanto cuando supola noticia.

Las reacciones no se hicieron esperar: la bancada dediputados socialistas de la Cámara presentó de inme-diato una acusación constitucional por «notable abando-no de deberes» en contra de Cereceda, Beraud, Valen-zuela y el auditor Torres. Se apoyaba en el argumentode que el fallo había significado una manifiesta denega-ción de justicia, pues era un hecho que en la justiciamilitar los casos por violaciones a los derechos humanosterminaban sobreseídos definitivamente.

Page 121: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

121

En la fundamentación se agregaba un caso anterior,el del secuestro del coronel Carreño. Los mismos minis-tros habían permitido que Torres integrara la sala, apesar de que había sido él mismo quien había ordenadolas detenciones e interrogatorios (realizados bajo tortu-ra) y había dictado en primera instancia una sentencia decondena. No sólo no habían sugerido la inhabilidad deTorres para pronunciarse sobre los recursos presentadospor la defensa, sino que, los ministros de la Corte Supre-ma lo habían nombrado ministro redactor del fallo.

Un tercer argumento estaba ligado al segundo: lademora de la sala, más allá de los plazos legales y pesea haber «reo preso», en dictar el fallo sobre la sentenciadefinitiva.

Aunque los fundamentos eran débiles, principalmen-te porque era evidente que se trataba de irregularidadesque la mayoría de los magistrados habían cometido y se-guían cometiendo en numerosos casos, los partidos de laConcertación en pleno apoyaron la acusación, mientrasque la oposición la rechazó. Con los votos de los prime-ros, fue aprobada en la Cámara de Diputados, tras unadiscusión en que empezaron a surgir indicios de la vulne-rabilidad de Cereceda por otros hechos. Actos que nadiemencionó en público, con excepción del diputado JaimeCampos quien tuvo el coraje de decir en el hemiciclo queCereceda era «un juez venal». Aunque no dio detalles, laspersonas mejor informadas, en verdad casi todo el mundo«en el foro», sabían lo que había detrás del comentario.

En el Senado los pronósticos apuntaban a que la acu-sación iba a ser rechazada. La oposición, con los sena-dores designados, era superior en un voto sobre la Con-certación.

Horas antes de la votación, el presidente del Sena-do, Gabriel Valdés, anunció que se votaría separada-

Page 122: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

122

mente el caso de cada uno de los ministros, dividiendoademás la votación en cada una de las tres acusaciones.

La mayoría de la oposición le permitió fáciles victo-rias, produciéndose incluso un margen favorable adicio-nal inesperado en el punto de la acusación que conde-naba la integración del general Torres en el proceso porel secuestro del coronel Carreño. En este caso se suma-ron a los votos de la oposición los de dos representantesde la Concertación, rompiendo la cohesionada conductadel conglomerado: los de los senadores Eduardo y Artu-ro Frei.

Lo que no estaba previsto, sin embargo, fue que tresparlamentarios de Renovación Nacional, Ignacio PérezWalker, Sebastián Piñera y Hugo Ortiz de Fillipi, apo-yaran la acusación en uno de los puntos —la demora enla sentencia del caso Carreño— en contra de uno de losmagistrados, Hernán Cereceda, produciendo un verda-dero terremoto político.

Sus «razones de conciencia» nada tenían que ver conel caso Chanfreau, ni con los tópicos formales de la acu-sación. Más bien tenían su origen en las experienciasdel senador Ortiz, como abogado, en su trato con el mi-nistro Cereceda. «Yo sé que es corrupto», sostuvo enconversaciones privadas que mantuvo con parlamenta-rios de la Concertación, a los que les anunció su deci-sión de apoyar la acusación. «Yo mismo le pagué unavez», había agregado, lapidario.

En los tribunales se hablaba del «cobro a la italiana»que Ortiz le había hecho a Cereceda. Y del respaldootorgado por Servando Jordán con su silencio.

Lo cierto es que al menos una parte de esas otrasrazones estaban en conocimiento de los dirigentes de laConcertación cuando la acusación fue presentada. Nin-guno de ellos, sin embargo, las hizo públicas ni enton-

Page 123: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

123

ces, ni después. Nunca se mencionó, por ejemplo, que elServicio de Impuestos Internos (SII) había verificado lafalta de correspondencia entre el nivel de ingresos y degastos que revelaban algunos de los ministros de la Cor-te Suprema.

Yo estaba, por esas fechas, comenzando a reunir in-formación para este libro y tuve la oportunidad de con-versar con el abogado del SII a cargo de esas investiga-ciones. Le pedí que me revelara los resultados. «Ahorano puede ser», me dijo, «la cosa está muy caliente». Re-petidas veces, incluso mucho tiempo más tarde, le insis-tí sobre el punto. La última respuesta suya es inolvida-ble: «¿Para qué quieres nada ahora? Eso ya pasó».

Era obvio que los bienes que exhibía Cereceda llama-ban a sospecha. Su automóvil último modelo contrastabacon los vehículos fiscales asignados a sus colegas; suslujosos departamentos —comprados rigurosamente alcontado— en El Bosque y Las Condes, uno de los cualestenía un avalúo fiscal, en ese entonces, de 180 millonesde pesos. Imposible compararlos con la vivienda fiscal,por ejemplo, que habitaba en Providencia Enrique Co-rrea Labra.

Cereceda cultivaba, además, el hobby de coleccionis-ta de obras de arte caras.

Si desde que asumió Aylwin los presidentes del Co-legio de Abogados reclamaban repetidamente por los«alegatos nocturnos» —quejas que Cumplido representóante los presidentes de la Corte Suprema de turno—, sedebía principalmente a la conducta de Cereceda, cuyodespacho «se llenaba de gente para pedir audiencias».

Sus especiales vínculos con el relator Jorge Correa ycon el abogado Luis Badilla hacía tiempo que llamabanla atención. Cereceda procuraba que Correa fuera elrelator en las causas de su interés, y el funcionario llegó

Page 124: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

124

a cobrar tal presencia, que llegaba al extremo de despla-zar por propia iniciativa a sus colegas, quitándoles losexpedientes con el argumento de que era su funciónnarrar «todas» las quejas. Como se sabe, el papel del re-lator es fundamental, porque depende en una buenamedida de su «narración» el que lo que se resuelva seincline en uno u otro sentido.

El relator Correa llegó a la Corte Suprema en 1990,por decisión del presidente Luis Maldonado, quien enestos casos se dejaba asesorar por Cereceda, favoritosuyo. El relator «suplente» no tenía rango de titular,pero se le adjudicó la tarea de ayudar a despachar lasquejas, que aumentaban día a día en la Corte Suprema.Como él mismo reconocería en una entrevista, tiempomás tarde, al año de iniciada su labor en la Suprema, elnúmero de fallos en recursos de queja aumentó en másde mil respecto de 1989.

Correa tuvo el talento de instalarse en el alero deCereceda, sin desdeñar, sin embargo, la cercanía con surival, Servando Jordán.

El abogado Badilla —hijo de una empleada de Cere-ceda—, era conocido en el foro porque ofrecía sus servi-cios como «gestor», según ya se ha señalado, y como ha-bitué en el despacho de Cereceda cuando se realizabanlos alegatos nocturnos.

También era ampliamente conocida la protecciónque Cereceda les brindaba a sus parientes en funcionesasignadas por la Justicia.

Tras el quiebre de la empresa Lozapenco, por ejem-plo, que implicó el procesamiento de Feliciano Palma yel despido de miles de trabajadores penquistas, un tri-bunal civil nombró como síndico suplente a Pablo Cere-ceda. El profesional se haría cargo de la empresa hastaque la Junta de Acreedores —en que el actor principal

Page 125: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

125

era el fisco— se reuniera para ratificar o rechazar sudesignación. Reunida ésta, se acordó reemplazar a Ce-receda, por el síndico Germán Sandoval.

El primero había cumplido sus funciones entre el 22de noviembre de 1990 y el 20 de enero de 1991, y a lahora de tener que finiquitar sus servicios presentó sucuenta de honorarios: ¡140 millones de pesos! Una sumacomo para no creerlo. La Junta contaba con que no se-rían más de tres o cuatro millones.

Le tocó a Selim Carrasco, entonces fiscal de la Teso-rería General de la República y asesor jurídico de laJunta Militar, discutir con Pablo Cereceda el tema desus honorarios. El encuentro estaba apenas comenzandocuando sonó el teléfono y tras las palabras rituales debuena crianza, se produjo el siguiente diálogo:

—Tengo entendido que hay un problema con los ho-norarios de mi hermano. —La amable voz en el otro ladode la línea era la del ministro de la Corte Suprema Her-nán Cereceda—. A ver, cómo explicarle: esta es la prime-ra vez que hago algo así... Ocurre que él es un excelenteprofesional, otro nivel, usted sabe. Lo que pide, en reali-dad, no es exagerado; y yo me atrevo a sugerirle queapruebe el pago.

—Ministro, yo no le podría asegurar nada. La ver-dad es que en estos casos lo normal es que el fisco pagueel mínimo... No cuestionamos las capacidades de Pablo,hizo un buen trabajo, pero sus honorarios son demasia-do elevados.

La conversación duró más de quince minutos. Cuan-do colgó, Carrasco estuvo todavía un rato en pleno rega-teo con el perito y al cabo logró llegar con él a un acuer-do: convinieron en rebajar sus honorarios a 20 millonesde pesos.

Page 126: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

126

A pesar de lo acordado, Cereceda volvió posterior-mente a la carga en la reunión de la Junta de Acreedo-res, exigiendo subir la postura a 25 millones con la ame-naza, en caso de contrario, de llevar el caso a los tribu-nales. Aunque notoriamente la suma era excesiva, con-siderando que no había siquiera recursos suficientespara pagar a los trabajadores, los accionistas cedieron ala petición, por temor a que Cereceda obtuviera una in-demnización todavía mayor si llevaba el problema a losestrados judiciales.

Pablo Cereceda actuaba en sus funciones de síndico,normalmente, en unas treinta quiebras simultáneas,todas importantes. Sus honorarios, lo mismo que los deRaúl Cereceda Zúñiga, sobrino del ministro, eran cues-tionados por el Consejo de Defensa del Estado en el 80por ciento de los casos, pero lo habitual era que el fiscoperdiera los juicios al llegar a la Corte Suprema.

Tras la destitución de su pariente, ambos perdieroninfluencia, aunque continuaron recurriendo a los tribu-nales en búsqueda de amparo. Menudearon sus conflic-tos con el Servicio de Impuestos Internos por los másdiversos problemas tributarios.

El 21 de enero de 1993 el Senado aprobó la destitu-ción del ministro Hernán Cereceda, y desde ese mismodía el magistrado dejó de ser integrante del máximo tri-bunal.

Bajo la presidencia de Marcos Aburto, el pleno de laCorte Suprema decidió acatar la decisión del Senado.En un acuerdo del que no se dejó registro escrito, losmagistrados resolvieron además no recibirlo en audien-cias. Aunque públicamente continuaron defendiéndolo.

En la Corte de Apelaciones de Valparaíso se presen-taron dos recursos de protección a favor suyo, en loscuales naturalmente Cereceda se hizo parte. Ambos

Page 127: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

127

fueron rechazados, tras lo cual el destituido ministropidió ser recibido por la Suprema.

Quería decir su último adiós.«Mi carrera judicial ha concluido dramáticamen-

te (É) La acusación constitucional de que fui objetotrascendió de su contenido específico y avanzó teme-raria y con solapada publicidad hacia el pantanosocampo de las suposiciones e intrigas perversas. Lasrazones formales del texto escrito fueron el escudopara condenarme por las motivaciones encubiertas oaudazmente proferidas gracias a privilegios políticosque lesionan el orden jurídico».

Aludía, obviamente, a las acusaciones que se le ha-cían en privado —él lo sabía— de actos de corrupción. Ya las que le había formulado el diputado Jaime Camposen el hemiciclo, protegido por el fuero de la Cámara.

Cereceda agregaba que no estaba pidiendo que serevisara el recurso de protección rechazado por la corteporteña, pero reiteraba que el Senado, al separar sucaso del de los otros ministros, había hecho «una dife-rencia arbitraria» conduciendo «a un resultado injusto».

«En este lugar de honor y de justicia ha quedadoescrito que el término de mi carrera judicial, cuyadiáfana trayectoria fue siempre el mandato de miconciencia, ha sido producto de la más injusta manio-bra política, adoptada por una mayoría ocasional (É)Esta exposición tan personal constituye el punto finala este proceso que llevó a decir a su sabio Presidente(Marcos Aburto), que él constituía una especie de ‘no-che triste del Poder Judicial’. Confío, al igual que él,que esta noche haya quedado definitivamente atrás».

Page 128: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

128

LOS MISTERIOS DE LA TERCERA SALA

En los primeros años del gobierno de Patricio Ayl-win la Tercera Sala aparece con una aureola que la dis-tingue con tintas precisas de las restantes salas de laCorte Suprema.

En 1991 la integraban Marcos Aburto, Servando Jor-dán, Osvaldo Faúndez y Enrique Zurita. En los sólotres meses comprendidos entre marzo y junio de ese añolos magistrados dictaron tal cantidad de resolucionespolémicas, que lograron crear para la sala una fama cer-cana a lo mítico.

A modo de ejemplo, evoquemos un fallo memorable,el que ordenó la reincorporación de diecisiete detecti-ves de Temuco que habían sido dados de baja por su par-ticipación en operaciones de narcotráfico, extorsión,complicidad en fraudes tributarios y hasta comerciali-zación de cheques robados. Era parte de la depuracióndel servicio resuelta por el director de Investigaciones,general (r) Horacio Toro. La Sala acogió una queja delos ex policías, estimando que sus defensas no habíansido oídas adecuadamente.

Page 129: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

129

El veredicto provocó un conflicto entre el Ejecutivoy el Poder Judicial, pues las resoluciones habían sidofirmadas por el Presidente, quien tiene la facultad pri-vativa de pedir la renuncia a los empleados fiscalescuando pierden su confianza.

Otro caso. El mismo tribunal, con el voto en contradel ministro Enrique Zurita, revocó el auto de procesa-miento del ex agente de la CNI Jorge Vargas Bories,inculpado por el asesinato del periodista José Carrascoy dejó esa causa en punto cero.

Suma y sigue. El asesinato del empresario SergioAurelio Sichel (cuya muerte dio origen a la investiga-ción por la financiera ilegal «La Cutufa») también quedóimpune, después que la Tercera Sala anuló los autos deprocesamiento dictados por la Corte de San Miguel, porviolación de domicilio, en contra del abogado JaimeLaso del ex agente de la CNI capitán (r) Patricio Castro,del ex agente bancario Ramón Escobar y del mayor deEjército, Luis Rodríguez Nova. Por los mismos hechos laCorte también determinó revocar un auto de procesa-miento que ni siquiera se había dictado aún en contradel ex director de la CNI, general (r) Gustavo Abarzúa.

Los mismos ministros acogieron el recurso de ampa-ro que le permitió al empresario Francisco JavierErrázuriz liberarse del auto de procesamiento que habíadictado en su contra el titular del Quinto Juzgado delCrimen, Alejandro Solís.

Ciertamente no podía pedírseles a los ministros dela Corte Suprema que resolvieran según las demandasde la opinión pública. Esa ha sido una de sus defensasfundamentales: La Corte Suprema debe aplicar la ley leparezca mal a quien le parezca. Pero ciertos hechos,ciertas sombras llena de dudas al menos legalista de losanalistas.

Page 130: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

130

Esa misma sala fue la que el 13 de mayo de 1991, aco-gió una «reposición» en un recurso de queja que otorgóla libertad provisional al colombiano Luis CorreaRamírez, procesado, junto a otros cuatro cómplices, porla internación a Chile del cargamento de cocaína másgrande jamás descubierto (500 kilos que ingresaron porel puerto de Arica y que serían reenviados a EstadosUnidos). La queja en cuestión había sido rechazada, enun voto unánime, menos de 30 días antes —el 17 deabril de 1991— por el mismo tribunal.

Inmediatamente después del fallo que le otorgó lalibertad, Correa huyó de Chile. Aunque más tarde fuecondenado en ausencia, hasta el día de hoy está pró-fugo.

Recuerdo muy bien este caso porque, tal como se dacuenta en otro capítulo, me encontré con el funcionariodel Consejo de Defensa del Estado, Oscar López, el díaque se dio cuenta del desatino. El recurso de reposiciónhabía ingresado sin que el CDE hubiera podido perca-tarse. López estaba francamente aterrado.

Reuní los antecedentes del caso y escribí un artículode una página en La Epoca. El presidente del CDE,Guillermo Piedrabuena, inició una investigación inter-na sobre los hechos y protestó ante el presidente de laCorte Suprema, Enrique Correa Labra, por las irregula-ridades constatadas. La periodista Patricia Verdugoescribió también más tarde sobre el caso en la revistaApsi, pero nadie en el mundo político pareció entoncesdarle importancia.

Tras el sumario del CDE resultó despedido López,por no haber advertido que se vería la reposición, pesea que quedó establecido que la irregularidad se cometióen la Corte Suprema, que no registró el ingreso en loslibros destinados para ello.

Page 131: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

131

El proceso tenía antecedentes sospechosos. Se habíainiciado en Arica el 12 de agosto de 1989 tras el descubri-miento del cargamento de cocaína por parte del OS-7.

En octubre de 1990, una sala de la Corte de Apelacio-nes de Arica, compuesta por dos abogados integrantes yun ministro titular, le concedió la libertad provisional aCorrea Ramírez. Los abogados dijeron sí y el ministrotitular, Hernán Olave votó no. El CDE alcanzó a reac-cionar a tiempo y presentó una queja disciplinaria con-tra los abogados integrantes Luis Cabanni y Hugo Silva.Dos días después, el pleno del tribunal ariqueño revocóla libertad. Un año más tarde la Corte Suprema se negóa sancionar a los abogados integrantes, conformándosecon hacerles un llamado de atención.

El 13 de marzo de 1991, Correa Ramírez pidió nue-vamente la libertad, que fue rechazada por el juez inves-tigador y por la corte de Arica. El procesado entonces,bien aconsejado por su abogado, presentó una queja a laSuprema, que fue rechazada inicialmente por los minis-tros de la Tercera Sala: Marcos Aburto, Servando Jor-dán, Enrique Zurita y dos abogados integrantes.

Tal vez motivado por una confianza ciega en los tribu-nales chilenos, el colombiano insistió con la reposición,de la que no quedó registro en ninguna de sus etapas detramitación, como tampoco de su envío al relator suplen-te Jorge Correa, quien se hizo cargo del expediente origi-nalmente asignado al relator Waldo Otárola.

Al relatar los argumentos de la reposición, el lunes13 de mayo de 1991, Correa utilizó un subterfugio: men-cionó al procesado alterando, al parecer, el orden denombres y apellidos (barajando los varios disponibles:Luis Eduardo Correa Ramírez), y omitió enseguida al-gunos antecedentes, aminorando otros y poniendo encambio otros más en primer plano. Consiguió en esta

Page 132: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

132

forma hacer aparecer el caso como si fuera otro distinto.Esta vez la sala, integrada por los mismos Aburto, Jor-dán y Zurita. Zurita, más Osvaldo Faúndez y el abogadointegrante Fernando Fueyo acogió la reposición. Al cie-rre de la jornada esa tarde, López, al revisar el listadode fallos, constató la enormidad de la situación y se diri-gió de inmediato al Consejo a dar cuenta a sus superio-res.

El CDE presentó entonces dos días después, un es-crito pidiendo que se dejara nula la resolución, pues nohabía fundamentos para que los ministros hubierancambiado de opinión en menos de treinta días, y ademáshacía notar la existencia de irregularidades en la trami-tación del recurso. Pero Correa Ramírez ya había sidopuesto en libertad.

El 26 de junio el tribunal determinó un simple «noha lugar» a los reclamos del CDE.

Más tarde, los procesados en esa misma causa inten-taron escapar de las condenas usando un procedimientoentonces habitual por los abogados, quienes buscabanuna «sala» o un relator que beneficiara sus posturas. Porun lado presentaron recursos de queja y, por otro, decasación, en contra de las sentencias de primera ins-tancia. Viendo que las casaciones eran destinadas a sa-las que no les parecían adecuadas, se desistieron de és-tas y se quedaron con las quejas. Estas, que fueron asig-nadas originalmente cada una a un relator distinto, ter-minaron todas en manos del relator Correa. Y en vez deseguir el destino de las quejas anteriores (la TerceraSala) fueron a parar a la Segunda, que presidía interina-mente Hernán Cereceda.

Este ministro alcanzó a oír la relación de las quejas,el 9 de septiembre de 1992, pero fue suspendido (por laacusación constitucional) antes de que hubiera un fallo

Page 133: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

133

al respecto. El 22 de junio de 1993 las quejas de los pro-cesados fueron rechazadas unánimemente y las conde-nas confirmadas. La vía judicial no fue necesaria para ladefensa del resto de los procesados (los colombianosSayl Sánchez y Fernando Cuesta, el boliviano HansKollros y el chileno Angel Vargas Parga). Los tres pri-meros huyeron de la cárcel y el segundo recibió el indul-to presidencial de parte del Presidente Eduardo Frei,cuando hubo cumplido la mitad de la condena.

Y hay más en relación con la Tercera Sala.En 1992, estaba integrada por Cereceda (presiden-

te), Beraud y Valenzuela. Poco antes de la acusación porel fallo en el caso Chanfreau, ese tribunal rechazó laextradición de Chile a Estados Unidos del ex prefectode Investigaciones, Sergio Oviedo. «El chueco» Oviedo,como lo llamaban los policías al interior de Investiga-ciones, había dirigido la Brigada de Asaltos hasta elcambio de gobierno. Según el expediente de extradiciónenviado por las autoridades norteamericanas, Oviedohabía «facilitado» la salida de Chile de la «correo» JaelJoely Marchant, evitando que fuera controlada en elaeropuerto en Santiago. La mujer llegó con medio kilode cocaína al aeropuerto de Miami. Funcionarios delDEA atestiguaron que la mujer ingresó con un pasapor-te falso y portando un papelito en que tenía anotados elnombre y número personal del ex jefe policial.

La Tercera Sala confirmó el pronunciamiento inicialdel presidente de la Corte Suprema, Enrique CorreaLabra. Los antecedentes, según todos ellos, eran insufi-cientes para deportar a Oviedo.

Page 134: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

134

EL DESCARRIADO JORDÁN

Cinco años después del fallo de la Suprema que acor-dó la libertad de Luis Correa Ramírez, este hecho consti-tuyó una de las piezas clave en la acusación constitucio-nal levantada por el diputado de la UDI Carlos Bombalcontra el ministro Servando Jordán. La otra fue suinvolucramiento indebido en el proceso contra Mario Sil-va Leiva y el ex fiscal de la Corte de Apelaciones, MarcialGarcía Pica.

En algún sentido, la acusación contra Jordán fueextemporánea, porque mientras fue presidente de laCorte Suprema demostró el mejor comportamiento po-sible. Llegaba a las 7 de la mañana a la Corte y se retira-ba tarde, ya de noche, mucho después que sus demáscolegas. Había moderado el consumo de alcohol, por lomenos en las horas de trabajo.

Se lo veía feliz, plenamente cómodo en el ejerciciode sus funciones.

En 1991 había enfrentado al abogado Pablo Rodrí-guez y al contundente equipo de profesionales contrata-

Page 135: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

135

dos por el BHIF para disputar al empresario FranciscoJavier Errázuriz la propiedad del Banco Nacional.

Como se recordará, la superintendencia de Bancoshabía intervenido el Banco Nacional, después de cons-tatar que no contaba con la liquidez necesaria para se-guir operando y luego, como propietaria de la institu-ción, lo vendió al BHIF.

El equipo de abogados del BHIF preparó un informesobre la conducta de los ministros de la Corte Supremaen los innumerables juicios —como querellante o quere-llado— sostenidos a lo largo de los años por el actualsenador, quien tenía fama de hombre poderoso en elmáximo tribunal.

El estudio revelaba que entre 1988 y 1991, Jordánhabía fallado dieciséis veces a favor y once en contra deErrázuriz. En el caso de sus votos favorables, los másnumerosos son aquéllos en que éstos se suman al pare-cer mayoritario; en los menos, en cambio, aparece comoun solitario voto favorable contra los otros cuatro.

En las ocasiones, en fin, en que aparecía votandocontra Errázuriz, en dos de ellas lo hizo como parte delvoto de minoría, es decir, no dañaba al empresario y enotras siete, el fallo se había definido por cinco votos acero, lo que obviamente significa que el suyo no definíala suerte de la resolución.

Sólo dos veces aparece votando en contra en un fallodividido (tres contra dos), contrariando frontalmentelos intereses de Errázuriz.

En alguna de esas querellas, el abogado Pablo Ro-dríguez, conocido como «infalible» en la Corte Supremay de notoria amistad con el destituido Cereceda, estan-do en el equipo contrario a Errázuriz, presentó una re-cusación amistosa contra Jordán. Rodríguez le pidió quese abstuviera de resolver el asunto, pues eran públicos

Page 136: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

136

sus lazos de amistad con el empresario, a quien habíarecibido en audiencia en dos ocasiones.

Jordán no sólo rechazó la recusación. Respondió conuna ácida carta en la que, en su afán por desacreditar aRodríguez, hizo revelaciones muy claras sobre el tráficode influencias existentes en el máximo tribunal. Contóhaber recibido en su despacho al abogado Rodríguez, enel mes de septiembre de 1991, para agradecerle sus bue-nos oficios en el nombramiento de su hijo Rafael comoabogado del BHIF.

Agregaba: «Hablamos también que, por esas cosasde la vida, al señor Rodríguez ‘le había ido mal’ en todaslas causas en que había intervenido el ministro Jordán(se refería a sí mismo en tercera persona) y por últimome hizo presente —objeto fundamental de su visita—que tenía interés puesto en un recurso de queja inter-puesto por la inmobiliaria Kennedy, agregándome supreocupación porque en ella en el trasfondo se hallabael señor Errázuriz, de quien se decía que era íntimoamigo del suscrito».

Jordán negaba su amistad con Errázuriz, aunqueadmitía haberle concedido dos audiencias «con atinen-cia a sus juicios», pese a que les está vedado a los magis-trados recibir a las partes comprometidas en litigios.Lanzando un dardo a sus colegas Cereceda y Beraud,Jordán recordaba que aunque Errázuriz había invitadoa todos los magistrados de la Corte al casamiento de suhija, él personalmente no concurrió.

El recurso de queja de Errázuriz fue acogido porunanimidad, decía Jordán, haciendo presente que sipersonalmente se hubiera dejado conducir por senti-mientos de agradecimiento, que los tenía hacia Rodrí-guez, hubiera votado en contra y no fue así. Añadió quesi se consideraban «actos de estrecha familiaridad» los

Page 137: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

137

de su conducta al recibir en audiencia a Errázuriz, «elseñor Pablo Rodríguez dejaría en compromiso análogo amúltiples jueces, pues ello (pedir audiencias) constituyesu costumbre».

Rodríguez rechazó los comentarios de Jordán en unaréplica en que expuso que le había pedido una audien-cia sólo para manifestarle «personalmente» el motivo dela recusación y admitió haber recomendado a RafaelJordán para que trabajara en el BHIF, antes de asumirla representación de ese banco, «por sus méritos perso-nales y no por la relación de parentesco que lo liga conel ministro recusado»

Cuando asumió el gobierno de Aylwin, sus funciona-rios recibieron abundante información sobre diversosaspectos de la vida y conducta de Jordán.

Algunos detectives dieron cuenta extraoficialmenteal director de Investigaciones, Horacio Toro, que el mi-nistro —también otros de sus colegas— consumía algomás que alcohol en sus salidas a locales nocturnos enSantiago. Cuando el jefe policial traspasó al gobiernoestos antecedentes, sus interlocutores le comentaronque «ya sabían».

Lo cierto es que nunca se dispuso en concreto algu-na medida destinada a investigar estas acusaciones.Principalmente porque el Ejecutivo no tenía atribucio-nes para hacerlo y podría haberse creado, además, unproblema mayor que el eventual beneficio de tal opera-ción de inteligencia. Por lo demás, lo que hiciera o no elministro para divertirse fuera de las horas de trabajo,era estrictamente un asunto de su vida personal.

La conducta de Jordán no siempre fue tan cuestiona-da. Inició su carrera como oficial de la Corte de Apelacio-nes de Santiago y en 1953 fue nombrado juez de Santa

Page 138: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

138

Cruz. Fue luego juez de San Fernando, relator de la Cortede Apelaciones de Santiago y juez del Crimen en Santiago.

Hasta ese entonces sus superiores y los ministros deJusticia de turno opinaban que Jordán era un excelentemagistrado. Un sabueso. Aunque su carácter difícil ha-cía improbable su ascenso a la Corte de Santiago. Noestaba listo para pasar la prueba del besamanos.

Jordán aprovechó la posibilidad que le brindó el sub-secretario de Justicia de Alessandri, Jaime del Valle, yse trasladó como ministro de la nueva Corte de PuntaArenas, plaza que era rechazada por buena parte de losjueces santiaguinos, aunque ofrecía duplicar extraordi-nariamente los años de antigüedad.

En esa lejana ciudad, Jordán sufrió un inesperadorevés personal y se separó de su primera esposa. Comen-zaron a circular, a partir de entonces, los comentariosdentro de la magistratura sobre su «vida licenciosa».

Como parte del ejercicio de su ministerio, se esperaque los jueces no beban en exceso, ni acudan a casas deprostitutas, ni se endeuden, ni tengan más de una mu-jer. No por espíritu puritano —que a veces tambiéncuenta en la carrera judicial— sino porque esas accio-nes comprometen su independencia. Expresan debilida-des que pueden ser explotadas más tarde en los juicios.Los jueces, al abrazar la vocación, están condenados auna vida en cierta medida solitaria y moderada.

Jordán, no parecía ser excesivamente fiel a esos có-digos. Su buena disposición para lo que suele llamarse«la buena vida» hallaba, al parecer, un caldo de cultivoapropiado en la fría y distante ciudad austral.

Después de permanecer una década en aquellas le-janías y habiendo acumulado más años de antigüedadde los requeridos, logró, en 1970, su traslado a la cortede Santiago.

Page 139: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

139

En la capital, especialmente tras el golpe de Estado,el ministro constató que los ascensos en la carrera judi-cial estaban reservados para los incondicionales. Apren-dió las «mañas» —aunque no el talento— de Cereceda ycomenzó a promover la carrera de sus amigos. Era mu-cho más informal que aquél; seguidor de la filosofíaoriental y aficionado a la poesía y a la escultura. Se casóen segundas nupcias, esta vez con una secretaria deAndrónico Luksic padre. Uno de sus hijos se transformóen oficial de la Armada, otro en abogado y un tercero,en dentista.

En la lucha por el liderazgo interno, Cereceda, mu-cho más hábil en el juego de los halagos, le llevaba ladelantera. La rivalidad entre ambos se convirtió enmitológica.

Ya en la Corte de Apelaciones, las salas que integra-ba Jordán eran conocidas por ser las preferidas de losacusados por narcotráfico. El magistrado no ocultaba suopinión «liberal» en cuanto a que los adultos son libresen su vida privada de ingerir lo que les plazca. Que losadictos deben ser considerados enfermos, no delincuen-tes, aunque la ley chilena diga otra cosa. Cuando llegó ala Corte Suprema, mantuvo el mismo criterio y se loplanteó, entre otros, al ex ministro del régimen militar,Francisco Javier Cuadra, en una audiencia que le conce-dió al ahora analista político en medio de las querellasque presentaron en su contra la Cámara y el Senado.

Así, desde que Jordán fue promovido a la Corte deApelaciones, los procesados sabían que si invocaban sucondición de consumidores, tendrían más posibilidadesde recuperar la libertad en la sala de Jordán que enotras.

En junio de 1979 la Corte de Apelaciones lo designóministro de turno para investigar los casos de detenidos

Page 140: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

140

desaparecidos en Santiago. Después de reiteradas nega-tivas, la Corte Suprema acogió la petición del arzobispa-do de Santiago y Jordán fue el escogido para tramitarlos.

El ministro se constituyó en cuarteles secretos de laDINA, que a esas alturas ya habían sido desarmados ydecretó un importante número de diligencias. Entreellas, consiguió determinar la estructura de la disueltaDINA. Los abogados de la Vicaría de la Solidaridad con-sideraron valioso el resultado de sus pesquisas, peropocos meses más tarde, en noviembre, Jordán se decla-ró incompetente en favor de la justicia militar.

Orgulloso de su investigación, no obstante, el magis-trado encuadernó el expediente y se ha preocupado des-de entonces de que no se pierda. Mientras el expedien-te estaba vivo, su preocupación por el legajo era tal quelo llevaba donde fuera. Incluso a los locales que visitabaen sus salidas nocturnas.

La verdad es que habría podido más lejos en sus pes-quisas sobre los desaparecidos, pero no quiso arriesgarsu ascenso a la Corte Suprema, que finalmente llegó el15 de enero de 1985, cinco días después que Cereceda.

Ambos, junto a Enrique Zurita, conformaron el tríoescogido por Rosende para aumentar el número de ma-gistrados en la Suprema de trece a dieciséis.

El nombramiento de Cereceda antes que Jordán sig-nificaba otorgarle la prioridad para ser electo como pre-sidente de la Suprema cuando les llegara el turno porantigüedad, lo que añadió un nuevo motivo de enemis-tad entre ambos.

No por haber llegado a la Corte Suprema la conduc-ta de Jordán varió. «Es un poeta. Un bohemio. Un in-comprendido», dicen sus amigos, asumiendo su defensa.El ministro siguió visitando un local nocturno en la calleCompañía, cerca del Parque Forestal, «Las catacumbas

Page 141: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

141

del 2000». Allí, en los privados, protegidos por la penum-bra, los grupos de visitantes sienten garantizado su de-recho a mantenerse a buen recaudo de la curiosidad delos intrusos.

Al comenzar los «90, era habitual que llegara atrasadoo se fuera temprano sin completar su horario normal detrabajo. No pocas veces los funcionarios a cargo de su salalo sorprendieron bebiendo whisky de la botella que man-tenía religiosamente disponible en su oficina.

Cambió en ese tiempo, varias veces, cambió de cho-fer, testigos involuntarios de las diferentes mujeres quelo acompañaban en su vehículo. Uno de estos choferesinició con una de ellas, Julia, una relación amorosa queperdura hasta hoy. Enterado de ello, el magistrado lodespidió de inmediato. Antes, este mismo funcionariohabía sufrido las furias de su superior, quien lo acusabapor el extravío de importantes documentos. Hizo inclu-so allanar su domicilio, y tal vez habría llegado a mayo-res si desde un club nocturno de la capital no hubieranhecho llegar los legajos a la Corte Suprema. Se le ha-bían quedado al magistrado en una de sus salidas ritua-les.

También los carabineros que custodiaban su casaconocían sus hábitos. Su pasión, por ejemplo, por condu-cir motos a alta velocidad, aun en estado de ebriedad.

Cuando llegó el ministro Adolfo Bañados a la CorteSuprema, Jordán recibió por primera vez el reproche di-recto de uno de sus colegas. La inquietud por los rasgostan especiales de su personalidad aumentó durante elgobierno de Aylwin por diversos motivos. En una ocasión,se encendió la alarma cuando una adolescente acudió a lapolicía civil de la zona de El Melocotón, donde Jordántiene una parcela, con una acusación de «abusos desho-nestos», en una fiesta, contra quien ella llamaba «el tío

Page 142: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

142

Jordán» Llevado el caso a los tribunales de San Miguel, lajoven no quiso reconocer al ministro de la Corte Supremacomo el autor de los abusos. La causa fue sobreseída.

Jordán no ocultó nunca su estrecha amistad con losabogados especialistas en la defensa y excarcelación depersonas acusadas de narcotráfico, Edmundo Ruther-ford y Mario Fernández, lo que también mereció el re-proche de funcionarios de gobierno y de sus propios co-legas. Sus amigos eran sus amigos y nadie podía cues-tionarle aquéllo.

Como Cereceda, Jordán también parecía cercano alrelator Correa, pero no se vinculaba, en cambio, con elabogado Luis Badilla. En su despacho era habitual ver aotro mediador, Manuel Mandiola, personaje que, enmedio de la acusación constitucional contra el magistra-do, llamó al abogado Luis Ortiz Quiroga y le dijo sinmayores preámbulos:

—Quiero ofrecerle mi testimonio. He sido víctimade mi ex amigo Servando Jordán.

Mandiola dijo que Jordán cobraba por los fallos, quetenía una «cajita» en su oficina donde guardaba los dine-ros obtenidos por esos servicios, y que él personalmenteanalizaba junto al ministro las causas en que Ortiz erarepresentante y buscaban el modo de hacerlo perder.

—¿Usted repetiría estos mismos dichos ante el Co-legio de Abogados?

—Sí, claro, no tengo inconveniente.Mandiola estaba en esos minutos seriamente enfada-

do con Jordán y aceptó la petición de Ortiz, pero el díaque acordaron para la comparecencia, Mandiola se excu-só. «No voy a ir», le dijo simplemente al abogado OrtizQuiroga. Había hecho las paces con el magistrado.

Los comentarios y quejas contra Jordán eran tantosdurante el Gobierno de Aylwin, que motivaron la se-

Page 143: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

143

gunda visita del ministro de Justicia, Francisco Cumpli-do, para entregar antecedentes sobre un ministro delmáximo tribunal al presidente de la Corte Suprema.

Ya había asumido ese cargo Marcos Aburto. Sin alar-des, pero con firmeza, Cumplido expresó las quejas quele habían llegado del Consejo de Defensa del Estadopor su actuación en el caso de la excarcelación del co-lombiano Luis Correa Ramírez que, tras las indagatoriasde la institución fiscal, se atribuyó a una maniobra con-certada entre el magistrado y el relator Correa. Tam-bién se quejó por los frecuentes espectáculos que Jor-dán daba paseándose en estado de ebriedad y hasta con«los pantalones manchados» por los pasillos de la Corte.

Después de esta conversación, Jordán varió segúntestigos, su comportamiento, al menos en el último as-pecto.

Page 144: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

144

EL CORTO REINADO DEL SAGAZ ABURTO

Tras sus modos campechanos y aspecto tranquiliza-dor y hasta inofensivo, Marcos Aburto esconde dotespropias de un hábil político o de algún obispo sagaz. Demovimientos finos y con gestos que pueden ser imper-ceptibles, el cazurro Aburto sabe cómo y cuándo.

Llegó a la Corte Suprema en 1974. Formó parte delprimer grupo designado en el máximo tribunal por elgobierno militar, junto a Emilio Ulloa y Osvaldo Er-betta.

El ministro había iniciado su carrera como juez deSan José de la Mariquina, en 1945. Durante quince añosdesarrolló su carrera en juzgados y cortes sureñas (Ma-gallanes, Mulchén y Valdivia), hasta que en 1960 fuenombrado ministro de la Corte de Valdivia. En 1964 as-cendió a la Corte de Apelaciones de Santiago, razón porla cual algunos de sus colegas lo tenían por democrata-cristiano. Cuando llegó a la Suprema, el ministro JoséMaría Eyzaguirre y los abogados Julio Durán y Alejan-dro Silva Bascuñán volvían de su misión política porEuropa explicando «los fundamentos» del «pronuncia-

Page 145: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

145

miento militar», hablando de lo bien que los había reci-bido la España de Francisco Franco. El presidente de laCorte, Enrique Urrutia Manzano investía por esas fe-chas al general Augusto Pinochet con la banda tricolorque lo declaraba Presidente de Chile. Todo esto quieredecir que Aburto, como los demás, tuvo que demostrarcierto nivel de compromiso con el ideario del nuevo ré-gimen antes de obtener un despacho en el segundo pisodel Palacio de los Tribunales.

El «huaso» Aburto, como le dicen sus amigos, apoyódesde su cargo en la Corte Suprema todas las tesis delgobierno militar. Al comenzar el gobierno de Aylwinsumó su voto en oposición a las reformas y participó delas defensas corporativas del Poder Judicial rechazan-do, por ejemplo, la acusación constitucional contra Ce-receda.

Estaba tan comprometido políticamente con el anti-guo régimen como Germán Valenzuela, Osvaldo Faún-dez o Enrique Zurita, pero no fue ubicado definidamenteen el grupo de «los duros».

Junto a Jordán, Aburto participó del voto en la Ter-cera Sala que otorgó la libertad al narcotraficante LuisCorrea Ramírez y, como su colega, también defenderíaaños más tarde, públicamente, la «calidad humana» delex fiscal Marcial García Pica, comprometido en el pro-ceso por lavado de dinero contra Mario Silva Leiva. Sinembargo, tal vez por la magia de su estilo de bajo perfil,por la ausencia de pasión en sus palabras, nunca fueblanco de las amenazas de acusaciones constitucionales,ni menos aún se sembraron sobre él sospechas de actua-ciones irregulares.

En el informe del banco BHIF sobre los fallos de losministros en las causas que comprometían a FranciscoJavier Errázuriz, Aburto aparecía más que ningún otro

Page 146: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

146

en las resoluciones favorables al empresario. Entre1988 y 1991 figuraba con diecisiete fallos a favor y sólocuatro en contra. Pero nunca fue cuestionado por estarazón en la fuerza que lo fuera Jordán.

Aburto asumió la presidencia de la Corte Suprema acomienzos de 1993, tras el deceso de Enrique CorreaLabra, cuando las acusaciones de nepotismo dentro delpoder judicial, entre otras irregularidades, se habíandesatado tras la destitución de Cereceda.

Hasta hubo una propuesta de Aylwin —que obvia-mente no prosperó— para establecer que un juez o mi-nistro no pudiera tener parientes en el sistema judicialque prestaran servicios remunerados por particulares,tales como: notarios, receptores, procuradores del nú-mero, conservador de bienes raíces. El proyecto preten-día dar un plazo para que, en el caso de presentarse laincompatibilidad renunciaran tantos parientes comofuera necesario para que quedara sólo uno en el servi-cio. Es decir, en un caso hipotético, se quedaba el juez ose quedaba el notario.

Al asumir, Aburto tenía tres hijos notarios, pero na-die se lo reprochó: Manuel, en Rancagua; Mario, en Con-cepción y Miguel, en Lontué. El notario y conservador deCalbuco, Alberto Ebensperguer Aburto también llevabael apellido del magistrado, porque es pariente suyo.

Por muy destacados que hayan sido los méritos yvocación de sus hijos, es poco probable que los tres ha-yan conseguido la designación si el sistema de selecciónhubiera sido abierto y transparente, considerando queuna vacante en notaría debe ser la que más postulantesrecibe dentro del sistema judicial, por el atractivo querepresenta el nivel de remuneraciones.

Pero Aburto gobernó con ese pecado tranquilamen-te, quizás porque no era exclusivamente atribuible a su

Page 147: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

147

persona. El ex presidente de la Corte Suprema RafaelRetamal instaló a unos cincuenta parientes en cargosde distinta categoría dentro del Poder Judicial. Estemagistrado no lo ocultaba. «Mejor que estén los parien-tes míos (que son democráticos) a que estén los de losotros», se defendía.

El Poder Judicial está plagado de jueces, secretariosy oficiales de sala que son amigos, primos, hermanos ohijos de ministros de la Corte Suprema o las cortes deApelaciones (precisamente quienes determinan los can-didatos a incluir en las ternas). Todo esto, a pesar de ladiscusión sobre la validez de negar al hijo de un minis-tro, por ejemplo, el derecho a seguir la vocación de supadre. Un caso famoso fue el del ex ministro de la Cortede Apelaciones de Santiago, Enrique Paillás, cuyo as-censo a la Corte Suprema le fue prohibido por años de-bido a que un pariente suyo, en segundo grado —el mi-nistro Domingo Yurac Soto— ejercía en la Corte deApelaciones de Valparaíso. Según la ley, ninguno de losdos, pese a sus reconocidos méritos, podría ascendermientras el otro estuviera en servicio. ¿Una situacióninjusta? Probablemente.

Donde la incompatibilidad aparece mucho más claraes en aquellos servicios remunerados por los particula-res. Es difícil aceptar que el hijo de un ministro tengarealmente la «vocación» de ser notario, procurador denúmero (unos pocos escogidos que están instalados enlas cortes y que se preocupan de seguir el estado de lascausas y de hacer algunas presentaciones en nombre delos abogados), conservador de bienes raíces (uno por«asiento de Corte» y que son considerados los funciona-rios públicos mejor pagados de Chile) y receptor (son losque realizan, entre otras gestiones, las notificacionesjudiciales).

Page 148: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

148

Cuando Aburto llegó a la presidencia, el conserva-dor de bienes raíces y comercio de Rancagua era LuisMaldonado Croquevielle, hijo del ex presidente de laCorte Suprema, Luis Maldonado. El conservador y Ar-chivero de Valvidia, Teodoro Croquevielle Brand, lleva-ba el apellido de la esposa de este magistrado. El nota-rio y conservador de San Fernando era Efrén ArayaAdam, hijo del ministro del mismo nombre. Manuel Jor-dán López, hermano del ministro de la Corte Suprema,era notario en Valparaíso. La esposa del ministro Ro-berto Dávila, Josefina Bernales, era una de los diez pro-curadores de número de la Corte de Santiago. En esacategoría, estaban también Noemí Valenzuela Erazo,hija del ministro de la Corte Suprema de los mismosapellidos y Jorge Calvo Letelier, sobrino del ex ministroy senador designado, Carlos Letelier.

También había parientes como secretarios de losministros. Marco Aurelio Perales contaba con los servi-cios de su nuera; Oscar Carrasco, de su hijo; EnriqueZurita, de su nieta; Arnaldo Toro, de un hijo; ValenzuelaErazo, de un sobrino y Correa Bulo, de un hijo.

Marcos Aburto fue electo presidente de la CorteSuprema, sin mayores sobresaltos. Era el más antiguo yhabía estado ejerciendo la función, de hecho, durantelos ocho que duró la larga enfermedad de Enrique Co-rrea Labra.

Patricio Aylwin había anunciado, a fines de 1992,que con el fin de obtener la aprobación de las reformasal Poder Judicial, ya no insistiría en el Consejo Nacionalde la Justicia, en la aprobación mixta Ejecutivo-Senadode nombramiento de los ministros del máximo tribunal,ni en la posibilidad de permitir el ingreso de abogadosajenos a la carrera judicial.

Page 149: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

149

Esas concesiones abrían las puertas a un nuevo trato.Con Aburto, se iniciaría, justamente, casi al finalizar elgobierno de Aylwin, la transición en el Poder Judicial.

En marzo de 1993 el nuevo presidente de la Supre-ma pronunció su primer discurso de inauguración delaño judicial. Tuvo que dedicar parte de su tiempo a re-cordar a los ministros que habían partido el año ante-rior. Algunos por fallecimiento, como Enrique CorreaLabra, Rafael Retamal y el ex presidente de la Corte deApelaciones de Santiago y fundador del Instituto deEstudios Judiciales, Hernán Correa de la Cerda, por-que habían jubilado, como Emilio Ulloa. Estaba final-mente el caso de Hernán Cereceda, que había sido des-tituido. El relevo lo tomaban otros y la Corte Suprematenía ya, a comienzos del nuevo año tres nuevos inte-grantes: Luis Correa Bulo, Mario Garrido Montt y Víc-tor Hernández Rioseco. El máximo tribunal estaba cam-biando y continuaría en esa senda.

En aquel discurso, Aburto trató de conciliar. Reco-noció la necesidad de reformas. Pero, evocando en elcaso Cereceda, dejó dramáticamente en claro que nin-gún intento prosperaría si no se libraban del fantasmade las acusaciones constitucionales. Los «desbordes» y«amenazas» contra el Poder Judicial, dijo, «han llegadoa tal grado que ponen en actual y gravísimo peligro atodo el régimen jurídico vigente».

Homenajeó la «laboriosidad y rigurosa disposiciónjurídica, constante, permanente, erudita y calificada» delos tres ministros incluidos en la acusación de Cereceda.Dijo que los delicados y serios procedimientos de fisca-lización entre los poderes del Estado, se estaban usando«por afanes simplemente políticos». Defendió a Cerece-da diciendo que resultaba «asombroso e incomprensible»que sólo respecto de él se hubiera acogido la acusación.

Page 150: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

150

Sobre el pasado, reiteró las posturas de Correa La-bra en cuanto a que la Corte Suprema «siempre ha sido(É) independiente de todo gobierno». Que los amparosno se acogieron por impedimentos de la copiosa legisla-ción ad-hoc. Agregó que «el fiel y abnegado esfuerzocumplido por las Cortes y Magistrados para esclarecerdetenciones arbitrarias, desaparecimientos y hasta po-sibles decesos» permanecía desconocido por el ejerciciode ciertas «prácticas de la desinformación».

Ya hacia el final de su discurso, Aburto rechazó lasreformas que Aylwin seguía empeñado en impulsar. Suspalabras eran similares a las de Correa Labra, pero nosonaban igual. La verdad es que no importaba demasia-do que apareciera en el estrado rechazando las refor-mas —que de todos modos no tenían mucha viabilidadpolítica— porque, privadamente, había aceptado re-unirse con el Presidente y con el senador Sergio Diezpara discutir el tema.

La Corte siguió recibiendo nuevos integrantes: Gui-llermo Navas reemplazó a Cereceda en abril de 1993.En septiembre, la vacante dejada por la renuncia deMarco Aurelio Perales fue ocupada por Marcos Libe-dinsky. Con este último, Aylwin lograba completar sie-te designaciones en el máximo tribunal durante su pe-ríodo.

El Presidente trataba de guiarse por sus pragmáti-cas de méritos al escoger a los nuevos ministros. Peroel sistema no lo libró de caer en algunas discutibles pos-tergaciones, como la de Ricardo Gálvez. El ministro yex presidente de la Corte de Apelaciones de Santiago esconocido por sus posturas políticas de derecha, perotambién por su indiscutible independencia, fuera de sucondición de académico de gran prestigio. Ese nivel deindependencia fue el que le impidió llegar a la Corte

Page 151: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

151

Suprema bajo el gobierno militar. Y sus fallos en causasde derechos humanos, por otro lado —especialmente suvoto en contra del recurso de amparo por Jaime CastilloVelasco— fueron los que obstaculizaron su ascenso bajoAylwin. Sólo avanzado el gobierno de Eduardo Frei al-canzó el cargo que notoriamente merecía más que otros.

Con esta nueva Corte, integrada por mitades entrelos seguidores del régimen militar y los partidarios deun sistema democrático, entre duros y reformistas, lle-gaba el tiempo de Aburto. Los duros ya no eran ni tanduros ni tan combativos como lo fueron en los comien-zos de la transición. Y los reformistas sabían que toda-vía debían esperar para impulsar cambios desde la cú-pula judicial. El haberse logrado un aumento en las re-muneraciones había hecho perder su sentido a una ban-dera de lucha entre los poderes ejecutivo y judicial.

La tensión entre los militares y los tribunales habíadisminuido, porque los tribunales habían decidido aco-ger la jurisprudencia que admitía la idea de amnistiartodos los casos por violaciones a los derechos humanosentre 1973 y 1978. Después de la turbulencia inicial y lareapertura de casos por el informe Rettig, los tribuna-les, mayormente, dejaron dormir las causas, en el enten-dido de que cualquier procesamiento contra militaresimplicaría inevitablemente un rápido sobreseimiento dela Corte Suprema o su traspaso a la justicia militar, queen la práctica significaba lo mismo. O, más simple toda-vía, se adelantaron a cerrar muchos casos, a sabiendasde que el tribunal superior iba a aprobar la medida. Así,no fue necesario dictar nuevas leyes de amnistía oreinterpretaciones de la misma. Ni siquiera la acusacióncontra Cereceda modificó este criterio.

Al finalizar el gobierno de Aylwin, se tenía la sensa-ción en los tribunales de que, en cuanto a derechos hu-

Page 152: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

152

manos, el caso Letelier sería el único ocurrido antes de1978 que llegaría hasta el final.

A esas alturas ya no era tan mal visto en la CorteSuprema aparecer apoyando ciertos cambios, que ahoracontaban con el respaldo de El Mercurio. Tras el bo-chorno sufrido por descubrir que Sergio Olea Gaona noera el autor del secuestro de Cristián Edwards, en lapágina editorial de ese diario y en amplios reportajes ensus ediciones dominicales se inició una ofensiva paramodificar el sistema judicial.

La creación de la Fundación Paz Ciudadana atrajo alos especialistas que, aunque desde otras perspectivas,buscaban similar objetivo desde el Centro de PromociónUniversitaria y la Universidad Diego Portales.

Cierto consenso estaba cristalizando y Aburto esta-ba dispuesto a jugar el papel gran componedor, depuente de comunicación y entendimiento entre «duros»y «reformistas».

Page 153: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

Capítulo II. La era Rosende

Page 154: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

154

EN LA FACULTAD DE DERECHO

Un grueso candado colgaba de la puerta de accesoal Departamento de Ciencias Sociales de la Facultadde Derecho de la Universidad de Chile, en marzo de1976. Ignacio Balbontín, profesor de la cátedra de In-troducción a las Ciencias Sociales, junto a una veinte-na de académicos, se presentó a trabajar a la vuelta devacaciones y no pudo siquiera entrar al edificio en laAvenida Salvador.

Balbontín había estudiado leyes en la Facultad deDerecho de la Universidad de Chile y, paralelamente,Sociología en la Universidad Católica. Hizo un master ensociología en la universidad de Lovaina, Bélgica, y alregresar a Chile logró combinar sus dos carreras: sehizo cargo de la cátedra de introducción a las CienciasSociales en la Facultad de Derecho en la Chile. Luegoasumiría la dirección del departamento, cuando Máxi-mo Pacheco era el decano.

A sus 36 años, Balbontín se enteraba ahora, parado enla calle, que el departamento había sido allanado y clau-surado, como si se tratara de un bar de mala muerte.

Page 155: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

155

Hugo Rosende, el nuevo decano, había decidido des-terrar para siempre la enseñanza de las ciencias socia-les en la facultad. El programa se retrotraería a lasasignaturas que se impartían en los años ’30. Los acadé-micos, que representaban un amplio espectro de ideaspolíticas, fueron despedidos ahí mismo, en las puertasdel departamento. Se les permitió retirar sus lápices,pero no sus documentos. Balbontín perdió una larga in-vestigación sobre movimientos sociales en la que parti-cipaban 700 alumnos.

Hugo Rosende Subiabre nació en Chillán en 1916.Tuvo 22 hermanos. En 1941 se recibió como abogado enla Universidad Católica. Fue funcionario del Consejo deDefensa Fiscal desde 1936 y, a un mismo tiempo, jefedel Archivo Catedrático de Derecho Civil de las univer-sidades de Chile y Católica.

Fue diputado conservador por Santiago entre 1954 y1957 y entre 1961 y 1965.

En 1958 dirigió la campaña de Jorge Alessandri y du-rante tres años se desempeñó como su asesor. Salió por lapuerta trasera, en medio de un escándalo económico cono-cido como los bono-dólares: fue acusado de haber compra-do divisas para enriquecerse ilícitamente, gracias al cono-cimiento anticipado que tuvo de un alza en la moneda esta-dounidense. Alessandri le quitó la confianza y la Cámarade Diputados realizó una investigación.

Tras el golpe de Estado, Rosende asumió como deca-no en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chi-le. El asunto de los bono-dólares estaba suficientementeolvidado.

Rosende se hizo una fama contradictoria de hombresiniestro y brillante, desequilibrado y poderoso. Másemotivo que racional, con conocimientos y memoria fue-ra de serie, imposible de vencer en un debate verbal.

Page 156: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

156

Al asumir su puesto, Rosende eliminó de su caminoa respetados profesores como Máximo Pacheco y Fran-cisco Cumplido. Era, desde entonces, uno de los promo-tores de combatir a la Democracia Cristiana tanto comoa los partidos de la ex Unidad Popular. Pronto se con-vertiría en uno de los pocos civiles asesores del gobiernomilitar. Junto a Juan de Dios Carmona y MiguelSchweitzer fue incluido en la exclusiva Asep (AsesoríaPolítica), dependiente del Ministerio del Interior, querealizaba análisis y recomendaciones al más alto nivel ycuya existencia era desconocida incluso para otrosmiembros del gabinete. La ASEP influía directamenteen el general Pinochet y con el tiempo se convertiría en«el corazón, el cerebro y la piel del gobierno».

Con el ascenso de Rosende, también subió su ayudanteen Derecho Civil, el abogado Ambrosio Rodríguez, quienllegaría a ocupar el puesto de Procurador General de laRepública, creado a su medida. También serían honradoscon la amistad del decano otros dos profesores de esa fa-cultad: el brillante abogado y ex integrante de Patria yLibertad, Pablo Rodríguez, y el entonces ministro de laCorte de Apelaciones de Santiago, Hernán Cereceda.

Ninguno de ellos, hay que decirlo, podría ser califi-cado de ignorante. Rosende solía mofarse de los aboga-dos que no tenían los conocimientos suficientes paraestar a su altura. A sus espaldas, los estudiantes y algu-nos académicos tildaban al nuevo jefe de la facultadcomo «El Monje Negro».

El decano asumiría la defensa del Gobierno en unode los casos de recursos de amparo más bullados delprimer lustro.

En 1976, el gobierno decidió expulsar del país a dosabogados: el democratacristiano Jaime Castillo Velascoy el radical Eugenio Velasco Letelier, quienes habían

Page 157: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

157

venido representando a familiares de víctimas de viola-ciones a los derechos humanos.

El 6 de agosto de 1976 ambos fueron arrestados poragentes armados y puestos en un avión rumbo a BuenosAires. Un contingente de abogados DC presentó un re-curso de amparo en su favor. Una petición de «no inno-var» fue acogida para suspender la expulsión, mientrasse resolvía el fondo del recurso, pero era tarde, porquelos abogados ya estaban fuera de Chile.

Vinieron los alegatos. Patricio Aylwin contra HugoRosende. El defensor del gobierno atacó a su oponentecon cruel ironía: «Se dice que son ex embajadores, exministros, ex profesores universitarios. Bueno, ahorason expulsados».

Diez días más tarde la Séptima Sala de la Corte deApelaciones rechazó el amparo con los votos de los mi-nistros Eduardo Araya y Sergio Dunlop. En la minoría,Rubén Galecio estuvo por acogerlo. Los abogados apela-ron a la Corte Suprema.

La publicidad generada en torno a este caso y la de-cidida protesta de la Iglesia, la DC y organismos inter-nacionales, ponía a prueba la fortaleza de las posturasoficiales en el Poder Judicial. Hasta entonces, tres milrecursos de amparo habían sido rechazados por los tri-bunales. Pero este parecía un caso especial. Las víctimaseran personas ampliamente conocidas y respetadas enel mundo académico, entre los políticos que estaban enla oposición bajo el gobierno de Allende, y también enlos círculos sociales más elevados.

No podían ser tratados bajo la simple etiqueta de«extremistas».

Cientos de personas desafiaron las restricciones vi-gentes y acudieron a presenciar los alegatos en la Su-prema. José María Eyzaguirre ordenó instalar parlan-

Page 158: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

158

tes, para que quienes estaban afuera pudieran escuchar,y se reforzó la guardia de gendarmes. En su nuevo ale-gato, Rosende dijo que los antecedentes para expulsar alos abogados eran secretos, de «seguridad nacional». Yemplazó a los cinco magistrados que debían resolverdiciendo que su resolución podría generar alteracionesdel orden público en cualquier momento:

—¿Y Vuestras Excelencias tienen los instrumentospara los efectos de poder resguardar al país en tales cir-cunstancias? Y si se equivocan, ¿vuestras Excelenciasvan a responder?

Los magistrados Eyzaguirre, Enrique Correa, RafaelRetamal, Juan Pomés y Osvaldo Erbetta, confirmaron elrechazo del recurso el 25 de agosto de 1976.

Al día siguiente, Pinochet envió a Rosende una car-ta de felicitación.

Page 159: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

159

TIEMPO DE PERPETUAR

Mientras Rosende estuvo en la Universidad de Chi-le, hubo pocos cambios en la Corte Suprema. Sólo losnecesarios para llenar vacantes que se fueron produ-ciendo por jubilaciones.

En 1974 ingresaron Osvaldo Erbetta, Emilio Ulloa yMarcos Aburto. Estanislao Zúñiga, llegó en 1975, Abra-ham Meersohn, en 1976, y Carlos Letelier, en 1979.

Los nuevos ocupantes cumplían el requisito de con-siderarse políticamente adeptos al régimen.

En la primera década, el gobierno militar se mostrósatisfecho con las actuaciones del máximo tribunal ydecidió mantener a sus integrantes, a tal punto que enla nueva constitución de 1980 se dejó expresamente es-tablecido que el límite de edad máxima (75 años) fijadopara ejercer esa magistratura, no tendría efecto sobrelos ministros efectivamente en ejercicio. Los ministrosenvejecieron y se fueron perpetuando en sus puestos.

La imagen de los ancianos con un chalón sobre laspiernas, dormidos durante los alegatos, se convirtió ensímbolo del Poder Judicial chileno de esos años.

Page 160: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

160

Entre 1973 y 1975 el Ministerio de Justicia fue uncargo de bajo perfil, ocupado sucesivamente por dosuniformados: Gonzalo Prieto y Hugo Musante. En abrilde 1975, cuando las quejas por violaciones a los dere-chos humanos atochaban los tribunales, asumió MiguelSchweitzer, quien renunció en marzo de 1977. Ese mis-mo año asumió Mónica Madariaga, una de las preferi-das del general Pinochet.

Según el profesor Carlos Peña, pese a que los cua-dros neoliberales, que se habían apropiado de la con-ducción de la economía, modificaron sustancialmente elfuncionamiento del Estado chileno, ni siquiera cuestio-naron el sistema judicial.

La Universidad de Chile hizo un estudio acerca delas características y duración del proceso judicial entre1979 y 1984, que detectó un progresivo atraso en el des-pacho de causas. En todas las materias, el volumen deexpedientes en tramitación se demostraba cada vez máselevado que el número de causas terminadas. El estu-dio estableció un alto grado de «informalidad en la for-ma de organizar el trabajo del despacho judicial, un de-ficiente sistema de manejo de la información, y por lomismo, de control de eficiencia; y un muy bajo porcenta-je de personas dedicadas por modo exclusivo a las ta-reas administrativas-financieras».

Las conclusiones de este y otros estudios de aqueltiempo, que compartían una visión común y concordan-te con las políticas oficiales —reducir costos, maximizareficiencia— sin incorporar otro tipo de cuestionamien-tos, no fueron, sin embargo, consideradas prioritariaspor el gobierno.

Durante la gestión de Mónica Madariaga se analiza-ron algunas medidas para mejorar la eficiencia del Po-der Judicial, pero hasta la más superficial de ellas, se

Page 161: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

161

encontró con el fuerte rechazo de la Corte Suprema. Unpar de propuestas hechas por el Ejecutivo en ese perío-do, como el uso de la computación en el procesamientode datos y la creación de la Corporación Administrativa,vinieron a ver la luz sólo bajo el gobierno de Aylwin.Sólo el aumento de tribunales y de jueces contaban conel apoyo unánime de la cúpula judicial.

Mónica Madariaga satisfizo parte de ambas aspira-ciones. El gasto presupuestario en el Poder Judicialaumentó en un 76 por ciento a partir de 1977, pero el 80por ciento de los nuevos recursos fue usado en mejorassalariales. Los tribunales de primera y segunda instan-cia aumentaron de modo considerable, sin que crecierapor ello la eficiencia en el despacho de materias.

No obstante, eran necesario aún más tribunales ycortes de apelaciones, no sólo para dar salida al atocha-miento de causas, sino como una forma de responder alas expectativas de ascenso, detenidas por la perpetua-ción de los ministros en la Corte Suprema.

La Madariaga, a quien se le criticaba un escaso co-nocimiento del mundo judicial, tuvo un excelente aliadoen el presidente de la Corte, Israel Bórquez, quien en1978 reemplazó a Jaime Eyzaguirre. La dupla Madaria-ga-Bórquez condujo el Poder Judicial con relativa facili-dad, salvo por algunas escaramuzas mínimas, como laspolémicas con el presidente de la Asociación de Magis-trados, Sergio Dunlop.

El ministro de la corte capitalina, que había sido acomienzos del régimen un decidido partidario suyo, ve-nía reclamando mejoras salariales para sus asociados yprotestaba contra medidas que atentaban contra la ca-rrera judicial. A Dunlop no le gustaba la idea de mante-ner sin límite de edad a los ministros en la Corte Supre-ma. Hizo públicos los acuerdos de la Asociación de res-

Page 162: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

162

paldar un límite de edad de 70 años. Esto en plena dis-cusión de la nueva Constitución que, como se sabía, per-mitiría la extensión indefinida de los magistrados en-tonces en ejercicio.

El propio presidente de la Suprema ya había pasadoel límite sugerido por la Asociación.

Bórquez se trenzó luego en otra polémica públicacon Dunlop, por un decreto que abrió la carrera judiciala los abogados con quince años de ejercicio que quisieranpostular a los cargos de ministros y fiscales de las cortesde Apelaciones.

Dunlop se opuso. Lo suyo, dijo, era en «defensa de lacarrera judicial».

La réplica de Bórquez fue clara: «Sería demasiadopeligroso para un juez que, ante todo debe ser juez de símismo, estimar que en Chile no hay abogados capacesde desempeñarse en el papel de juez de alzada seríauna fatuidad de su parte».

Dunlop no oyó y volvió a la carga.Otro motivo de desaveniencia entre ambos fue el

proceso por el atentado explosivo contra Bórquez.Cuando el presidente de la Corte Suprema estudiabalas extradiciones en el caso Letelier, desconocidos pu-sieron una bomba en su casa.

Dunlop fue nombrado para indagar. Bórquez queríaver tras las rejas a los «extremistas» que cometieron elatentado y sentía que el magistrado no avanzaba con lafuerza necesaria en esa dirección (años más tarde, sedescubriría que la bomba fue instalada por agentes de laDINA).

El ministro había caído también en desgracia antelos ojos de Mónica Madariaga, pues estimaba que el diri-gente le había dado «datos falsos» sobre un magistradoque fue trasladado de Iquique a Concepción.

Page 163: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

163

Ese año la Corte Suprema sancionó a Dunlop dos ve-ces. La primera, por sus afirmaciones proponiendo untope de edad para sus ministros. Y la segunda, por la for-ma en que llevó el caso Bórquez. Luego, con el benepláci-to de Mónica Madariaga, fue calificado en Lista Dos.

Con ese antecedente, Dunlop podía olvidarse de susaspiraciones de ascenso a la Corte Suprema. Ex presi-dente de la Asociación de Magistrados durante catorceaños, decidió jubilar y aceptar una notaría en la capital.Desde su nueva función declaró que «si uno tiene carác-ter para andar de rodillas, se queda y si no lo tiene,mejor se va».

La iniciativa que abrió la carrera judicial a los abo-gados fue amarrada a un reajuste de salarios que Móni-ca Madariaga negoció con Bórquez. La Corte Supremadistribuyó los recursos, aumentando principalmentesus propias rentas y las de ministros de cortes de ape-laciones.

Los más altos magistrados, que fueron beneficiadoscon asignaciones especiales por «dedicación exclusiva» y«responsabilidad», recibieron hasta un 86,3 por ciento dereajuste, en tanto que los subalternos lograron un 48,9.

El beneficio no llegó a los jueces de primera ins-tancia.

El gobierno militar también premió a los más altosmagistrados con un auto con chofer. En 1981, los incor-poró como pacientes del moderno Hospital Militar.

Bórquez fue el escogido para repetir el gesto de En-rique Urrutia Manzano en los primeros años del régi-men. El 11 de marzo de 1981 debería tomar juramentoal general Pinochet como Presidente de la República,de acuerdo con la nueva Constitución. Bórquez, junto atodos los miembros del gabinete y de la Junta de Go-bierno se ubicó en el podio detrás del general, a la espe-

Page 164: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

164

ra de la señal para cumplir su papel. Sin embargo, lle-gado el momento, Pinochet se levantó dando la espaldaa Bórquez y al resto de su gabinete y prestó juramentoante sí mismo, mirando hacia el público. Bórquez se tra-gó el bochorno.

En esta primera década, Rosende mantuvo una in-fluencia tras bambalinas en el Poder Judicial, en su rolde asesor jurídico y político del gobierno. Fue él quienconcibió y redactó las actas constitucionales de 1976, quegarantizaron el recurso de protección y de amparo y quesirvieron de fundamento a muchos magistrados en susvotos de minoría en favor de acoger tales presentaciones.

Esa herramienta jurídica fue usada para defender lareapertura de la Radio Balmaceda, clausurada en 1977.El propio Rosende tuvo que rectificar los alcances de sucreación, para impedir que los recursos fueran acogi-dos, declarando que no tenían vigencia durante los esta-dos de excepción.

Este caso generó la primera crisis en la justicia mi-litar.

La Corte Marcial del Ejército estaba compuesta has-ta entonces por dos ministros de la Corte de Apelacio-nes y por los auditores del Ejército, Carabineros y Avia-ción que, con el rango de generales en retiro, gozabandel beneficio de inamovilidad. Las transgresiones come-tidas por el Juez Militar de Santiago al cerrar la radioBalmaceda eran de tal magnitud, que la Corte Marcial,por unanimidad, acogió el recurso de protección.

El fallo provocó un terremoto que casi cuesta la caí-da a los auditores de la aviación y de Carabineros que,sin embargo, fueron defendidos por los integrantes de laJunta, César Mendoza y Gustavo Leigh. El auditor ge-neral del Ejército, Camilo Vial, no tuvo el mismo respal-do y fue destituido tras el dictado de un decreto que

Page 165: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

165

estableció que los integrantes de la Corte Marcial de-bían ser, en adelante, coroneles en servicio activo. Esdecir, tendrían un rango menor y quedarían privadosdel beneficio de la inamovilidad, que garantizaba su in-dependencia. Como remache, la jefatura de Plaza emi-tió un decreto ley desconociendo el derecho de la CorteMarcial a interpretar la Ley de Seguridad del Estado.

Page 166: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

166

VIENTOS DE CAMBIO

Hasta 1979 muchos ministros de la Corte Suprema yde las cortes de apelaciones realmente creían que losdesaparecidos y las torturas eran invenciones de los«marxistas». Pensaban que el Comité Pro-Paz era unantro de comunistas orquestados para atacar al gobier-no de las Fuerzas Armadas.

La intervención de la Iglesia Católica en defensa delas víctimas convenció a algunos jueces creyentes deque algo realmente grave y cruel estaba pasando. Elcaso Lonquén y el resultado de las investigaciones delministro Adolfo Bañados hizo lo propio con otros. Habíapersonas desaparecidas y podían haber sido asesinadasy ocultadas, como los cuerpos de esos campesinos en-contrados en los hornos de Lonquén.

La cercanía de una nueva década traía la perspectivade un cambio en la actitud del Poder Judicial. Pero por sisurgiera en algunos el deseo de comenzar investigacionesa partir de entonces, el gobierno dictó la ley de Amnistía.

Sergio Fernández, otro de los delfines de Rosende,debutó en el Ministerio del Interior con el dictado de

Page 167: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

167

este decreto. En tanto, el decano, en plena crisis por elcaso Letelier, acudió al matrimonio de la hija del gene-ral Manuel Contreras.

En 1980 el gobierno creó nuevas notarías para darsalida a ministros que se consideraban, sin mayor ante-cedente que sus fallos, de «izquierda». Así salió de laCorte de Santiago el apreciado y respetado RubénGalecio. Y más todavía: Para dar tiraje a la chimenea ybajar la presión sobre la Corte Suprema, se crearon nue-vas Cortes (la de San Miguel, en Santiago) y nuevos juz-gados, aunque ni los sueldos, ni las condiciones políticasdel país eran propicias para atraer a los más capaces ycon vocación.

Rafael Retamal, en la Corte Suprema, esperaba suturno por antigüedad, para reemplazar a Bórquez. Eraevidente que el ministro tenía una nueva postura procli-ve a acoger los recursos por violaciones a los derechoshumanos. Bórquez debía dejar el cargo en mayo de 1981y ciertamente sería reemplazado por Retamal. Los mi-nistros del máximo tribunal ya tenían el acuerdo de ele-girlo, respetando la tradición, aunque le dejarían a Ey-zaguirre la representación protocolar de la Corte, espe-cialmente ante el Ejecutivo.

Pero el gobierno no quería a Retamal. Por ningúnmotivo. Sorpresivamente, dictó un decreto que extendióirregularmente el mandato de Bórquez por otros dosaños.

Varios ministros de la Corte protestaron por el atro-pello a una de sus facultades más caras, la de la elecciónde su presidente. Bórquez convocó a un pleno en el quela ministra de Justicia prometió que nunca más se dic-taría una resolución similar sin consultar a la Corte.

Bórquez siguió en el cargo, pero nada pudo evitarque llegara 1983. Los ministros de la Corte Suprema no

Page 168: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

168

habían olvidado el atropello y no estaban todavía dis-puestos a terminar con la tradición de escoger al másantiguo. Mal que mal era una garantía de que, en algúnmomento, todos pasarían por el puesto.

Para disgusto de Pinochet, Rafael Retamal fue electopresidente de la Corte Suprema justo después de la pri-mera protesta masiva en contra del general. Apenasasumió su cargo, Retamal manifestó que las manifesta-ciones opositoras eran legítimas.

La normativa dictada para evitar su llegada al altotribunal se volvió en contra del propio gobierno, puesahora tendría que aguantar a Retamal por cinco años.

Tras la crisis de 1982 se había detenido cualquiernueva inversión en el sector y las quejas por la precarie-dad económica ahogaban a la superioridad de la magis-tratura. El conflicto estaba tocando las puertas del Po-der Judicial.

Page 169: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

169

EL AÑO DE JAIME DEL VALLE

Tras el sorpresivo conflicto entre Pinochet y MónicaMadariaga, el nuevo presidente del Colegio de Aboga-dos, Jaime del Valle, fue invitado a sucederla en el Mi-nisterio de Justicia, en febrero de 1983.

Del Valle llegaba con la aureola de haber trabajadopara el gobierno de Jorge Alessandri, como subsecreta-rio de Justicia. Además, exhibía entre sus méritos unbuen conocimiento del mundo judicial, pues en su ju-ventud fue funcionario de la Corte Suprema.

Ambas características le permitieron un trato llanocon el máximo tribunal.

Días después de su nombramiento, Del Valle estabasentado en la testera, en la sala de plenarios de la CorteSuprema, oyendo a Bórquez. En su último discurso, elministro atacó al diario La Segunda, con el que venía en-frentando una polémica pública desde el año anterior. Elvespertino había criticado la falta de eficacia de los tribu-nales de justicia para aclarar los actos delictuales y con-denar a los culpables. Bórquez había respondido denos-

Page 170: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

170

tando la forma sensacionalista en que el periódico publi-caba las noticias.

En aquel discurso, Bórquez reconoció que sólo en un25 por ciento de los procesos criminales en Santiago lainvestigación daba algún resultado, pero insistió en quelas quejas por la falta de eficacia debían dirigirse haciala «desidia» y «lenidad» de los servicios auxiliares. Espe-cíficamente, de Investigaciones. En la ceremonia —a laque también asistió Mónica Madariaga, aunque ahoraestaba en Educación— Bórquez se quejó por la falta deinterés de los abogados por entrar a la carrera judicial.

En sus once meses de gestión, Jaime del Valle sepropuso hacer cambios, como la creación de una Escue-la de Jueces que nunca prosperó.

Mientras fue subsecretario de Alessandri, Del Vallese sentía orgulloso de haber promovido la carrera dejueces que estimaba «independientes» como Adolfo Ba-ñados, a quien consideraba ducho, recto y probo. Lo de-fendió ante Alessandri, quien no quería ascenderlo por-que dictó una condena de 60 días de presidio por inju-rias, en contra del abogado de la Presidencia, quien ha-bía calificado de «plumario» a un periodista.

Acostumbrado a leer sentencias, desde sus tiemposde relator, Del Valle se oponía entonces a ascender amagistrados que demostraran poco conocimiento en susfallos. Admite que, ya en el gobierno militar, siguióatendiendo a la calidad de las sentencias para decidirsobre ascensos y traslados, pero que ahora ponía espe-cial atención al contenido «político» de éstas.

Los propios abogados le llevaban cuentos sobre algu-nos jueces para que les detuviera el ascenso. El estereo-tipo de frase era: «Este ministro es buena persona, es untipo que sabe, yo tengo un buen juicio de él, pero estáinfluido políticamente. Mira el fallo».

Page 171: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

171

A Del Valle no le gustaba que los magistrados expre-saran su descontento con la situación política en las sen-tencias. No había ejercido nunca un cargo bajo un go-bierno de facto, pero pensaba que algunos jueces seaprovechaban.

El fallecido ministro Hernán Correa de la Cerda, fun-dador del Instituto de Estudios Judiciales, estuvo unavez en el despacho de Del Valle pidiéndole que conside-rara su nombre para un traslado a la Corte de Santiago.

—Mire magistrado, yo he leído algunas sentenciassuyas y usted emite juicios políticos. Yo no voy a califi-car sus conocimientos jurídicos, ni aprobarlos, nidesaprobarlos. Pero si veo juicios políticos en sus fallos,para bien o para mal, en favor o en contra, no me gusta—le dijo el secretario de Estado.

Correa de la Cerda palideció.—Cómo, a qué se refiere.—Sí pues. A mí no me importa que falles negro o

blanco, pero aquí hay juicios que no tienes por qué emi-tir. Yo no te voy a nombrar.

Bajo la gestión de Del Valle, el gobierno militar con-tó entre sus éxitos haber «neutralizado» a Rafael Reta-mal. El secretario de Estado le advirtió a Retamal queno se vieran la suerte entre gitanos. Si el presidente dela Corte Suprema hablaba contra el Gobierno, tendríaque aguantar que el ministro de Justicia dijera algo ensu contra.

Según ex funcionarios del gobierno militar, nunca sele formuló una amenaza directa a Retamal, pero ya enese tiempo el ministro tenía unos 50 parientes en elPoder Judicial, tres de los cuales fueron designados porDel Valle.

Del tiempo de la gestión de este ministro de Justiciadata un documento secreto enviado por una alta autori-

Page 172: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

172

dad militar a cada una de las secretarías de gobierno,con instrucciones generales y específicas. La misión deJusticia, según el texto emitido el 12 de julio de 1983,era sin duda política:

«1. Deberá contactarse con los ministros de la CorteSuprema partidarios del Gobierno con el objeto de neu-tralizar la acción veladamente opositora del Presidentede dicha Corte.

«Se deberán realizar todos los esfuerzos posiblespara esta finalidad.

«2. Deberá programar contactos que relacionen alPresidente de la Corte Suprema con el Gobierno, detipo oficial o extraoficial».

Al terminar 1983, Del Valle pasó al Ministerio deRelaciones Exteriores.

Llegaba la hora de Rosende.

Page 173: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

173

EL DEBUT DEL DECANO

Hugo Rosende juró como nuevo ministro de Justiciael 20 de enero de 1984. Su arribo al gabinete sólo oficiali-zó un rol que el decano de la facultad de Derecho de laUniversidad de Chile venía cumpliendo hacía años.

Rosende no sólo fue un ministro de Justicia. Fue unasesor político y uno de los hombres de mayor confianzade Pinochet. En marzo, en su primer discurso al mandode la Corte Suprema, con Rosende sentado a sus espal-das, Retamal sugirió a las autoridades administrativasque impartieran instrucciones a los servicios policialespara que respetaran las disposiciones legales sobre eltrato a los detenidos y de esa manera hicieran «invero-símiles» las denuncias sobre secuestros, torturas y des-aparecidos.

Con su particular modo de redactar, abusando de unaingeniosa y pretendida ingenuidad, Retamal tocó todoslos aspectos que podían alterar la hasta entonces armo-niosa relación entre el Poder Ejecutivo y el Judicial.

Dio cuenta de los numerosos recursos de amparoque se estaban tramitando en contra de las detenciones

Page 174: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

174

decretadas por el Ejecutivo. Dijo que se había demos-trado cierto «progreso» en la resolución de tales pre-sentaciones, por la decisión uniforme de las cortes derechazarlos. No obstante, acogiendo las críticas que seformulaban por la falta de acusiosidad y estudio en losfallos, recomendó a los tribunales que emplearan «mássu talento y su tiempo para que sus trabajos sean con-vincentes».

Reconoció que los procesos por detenidos desapare-cidos habían terminado casi todos en cierres tempora-les o definitivos o en manos de la justicia militar. Losjueces, dijo, estaban haciendo todo lo posible para mejo-rar la administración de la justicia. Mencionó comoejemplo, el acto «heroico» de un ministro (era ServandoJordán) que se había dedicado exclusivamente a anali-zar los 116 expedientes del llamado «proceso del siglo»que estaba a punto de cumplir cien años depositado enlos anaqueles del 16° Juzgado de la capital. Pero pidió alas autoridades que tomaran sus propias medidas paraayudar a descongestionar la labor judicial. Pronuncian-do palabras que no se habían usado desde esa tribunaen los años que duró el régimen militar, demandó el tér-mino del exilio, modificaciones a la ley antiterrorista yrebajas de penas para los procesados por haber ingresa-do clandestinamente al país.

Las palabras del nuevo líder no les cayeron en gra-cia a sus colegas. En abril de ese año, Retamal volvió ala carga en una ceremonia de juramento de 39 abogados.El ministro invitó a los nuevos profesionales a perfec-cionar el estudio del Derecho Político, preparándosepara las exigencias de la Nación, envuelta en tensionessociales que amenazaban con estallar como los gasesacumulados en el fondo de la tierra. Instó a los jóvenes ya los jueces a «declararse en beligerancia jurídica en

Page 175: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

175

contra de quienes, aunque dicen respetarlas, resistenlas decisiones judiciales».

Sus colegas no tardaron en reaccionar. En un actoinsólito, pues ha sido la única vez que los miembros dela Corte Suprema sancionan a su propio presidente, lamayoría de los magistrados firmó un acta de censuracontra Retamal, manifestando no aceptar, ni compartirsus palabras, que podían «prestarse a interpretacionesde orden político que la ley prohibe a los ministros delos Tribunales de Justicia».

En medio de la crisis política que amenazaba coninfiltrarse también en el Poder Judicial, Rosende era, ano dudarlo, la mano que necesitaba el gobierno paraimponer control. Con sus cuarenta años de ejercicio pro-fesional, que le daban un conocimiento sin competido-res sobre los secretos del palacio de calle Bandera, pa-recía el candidato ideal.

Su especial carácter causó resistencia en algunosintegrantes del gabinete, pero el haber sido asesor deJorge Alessandri lo investía de una aureola de santón,que ni la leyenda sobre los bono-dólares lograba empa-ñar. Además, fue bendecido con la virtud de la oportu-nidad.

Rosende se incorporó en un momento muy difícilpara Pinochet. Las protestas y la crisis económica sacu-dían al gobierno. Pinochet estaba ávido de palabras einformes halagüeños, en medio de un gabinete que loagobiaba con cuentas alarmistas que recomendaban en-mendar los cursos de acción.

Rosende era su hombre: un duro con excelentes do-tes de adulador.

El nuevo ministro de Justicia no tenía que fingir. Elgeneral lo obnubilaba. El servilismo, la zalamería le na-cían espontáneamente.

Page 176: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

176

Rosende usaba sus propias definiciones para referirseal resto de los funcionarios que rodeaban al general. Aunos los llamaba «ñatitos». Esos eran sus amigos. Otroseran los «mononos»: sus enemigos o los ignorantes.

Inmediatamente entró en conflicto con Sergio Ono-fre Jarpa, que ocupaba el gabinete de Interior. Las dife-rencias políticas (Jarpa estaba por la apertura y Rosen-de se oponía) y el estilo sibilino del titular de Justiciahacían rabiar al jefe del gabinete. El secretario de Justi-cia se movía en las sombras. Lo acechaba. Sabía manejarla información que le sacaba a un integrante del equipoy usarla para indisponer a uno con el otro. El ejerciciode la intriga era su especialidad.

«Mira ñatito, me he enterado de tal situación. Te locomento para que te luzcas con eso. Pero no me mencio-nes, que aparezca como cosa tuya», era una frase típicaen él.

Rosende mantuvo su oficina como abogado. Miem-bros del gabinete estaban convencidos de que sus accio-nes en el Poder Judicial estaban beneficiando sus asun-tos particulares. También lo acusaban de cobrar comi-siones por nombrar interventores en las liquidacionesde empresas.

Nada de eso tocó al secretario, que siguió empeñadoen sabotear a Jarpa. En un discurso insólito, pues lascontradicciones públicas entre los ministros no eranhabituales bajo el gobierno militar, el ministro de Justi-cia lo atacó de frente.

«Dentro de este período de transición se ha ido pro-duciendo un proceso de apertura política y la opiniónpública que desea vivir en paz y democráticamente vecon asombro cómo se producen ciertas incoherencias enesta apertura. Ahí está la actitud de ciertos personerospolíticos anhelantes de poder, de movimientos ideológi-

Page 177: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

177

cos extranjeros y nacionales que se mueven de un extre-mo a otro, de los grupos terroristas», dijo al inaugurar elaño académico, en marzo de 1984, recién ingresado algabinete.

Jarpa se quedó callado. Sabía que Rosende era uncaso especial en el gabinete, pues gozaba de una particu-lar predilección de Pinochet.

El ministro de Justicia usaba guardaespaldas. Jarpano. Cuando el ministro del Interior le propuso al jefe degobierno terminar con ese tipo de guardias para los se-cretarios del gabinete, Pinochet le respondió: «No estoypara que me secuestren un ministro, porque con los te-rroristas yo no voy a negociar».

Los enfrentamientos entre ambos continuaron con eltema de la Nunciatura, que complicaba al gobierno des-de enero. Los autores del crimen del general Carol Ur-zúa habían pedido asilo en la Nunciatura y el Papa JuanPablo II había dado a conocer su deseo personal de quese les permitiera salir de Chile.

Rosende se oponía diciendo que «los terroristas vana empezar a matar generales y después se meten a unaembajada y listo».

Después de varios meses de debate, las razones polí-ticas se impusieron sobre la voluntad de Rosende deentregar a los miristas a la CNI y a la justicia.

A Rosende no le gustaba el regreso de los exiliados.En el segundo semestre de 1984, siete miembros del

gabinete se reunieron para discutir, sin la presencia dePinochet, si se autorizaba el ingreso de Aníbal Palma,antiguo ministro de Allende. En la sesión, el jefe de ga-binete argumentó que se debía permitir el regreso deldirigente radical, pues tenía un juicio pendiente en lostribunales. Era una contradicción que la justicia lo re-clamara y al mismo tiempo no se le permitiera entrar al

Page 178: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

178

país. Rosende, que veía la política de la apertura alimen-tando sus palabras, aportilló su exposición con otras ycomplejas lucubraciones jurídicas.

Jarpa se salió de sus casillas. Quería golpear al an-ciano ministro.

—¡Hasta cuándo me molestas, Hugo! —le dijo y se leabalanzó—. ¡Pelea de frente si eres hombre!

Rosende, que a esas alturas tenía problemas paracaminar, se quedó mudo, paralizado en su silla. Le tiri-taba la barbilla. Los demás ministros atajaron a Jarpa,que con sus antecedentes de antiguo boxeador, podíalastimarlo de verdad en forma severa.

El ministro del Interior quiso renunciar ese mismodía, pero Pinochet lo respaldó y Palma fue autorizado aingresar al país.

No por eso Rosende cedió en lo suyo.Jarpa abandonó finalmente el gabinete, en febrero

de 1985, en medio de las protestas populares masivas.Pinochet le ofreció a Rosende el puesto vacante, pero elex decano prefirió continuar en Justicia. En Interior fuenombrado Ricardo García, aunque Rosende mantuvo susitial de favorito. Fue el único civil elegido como oradorpara celebrar un aniversario de la Constitución del «80.Ocurrió en 1985, cuando la oposición cuestionaba el con-tenido y los plazos fijados por ésta. En un acto cargadode simbolismo, el presidente de la Corte Suprema, Ra-fael Retamal, fue invitado a situarse en el estrado juntoa los miembros de la Junta y al general Pinochet.

Rosende cubrió la ceremonia con mensajes sobre elrespeto a la juricidad: la Constitución se aplicaría entodas sus letras, les gustara o no a quienes fueren.

Ya a mediados de los ’80 las crisis económica y polí-tica hacían temblar al gobierno y las relaciones con elPoder Judicial, especialmente por la precariedad econó-

Page 179: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

179

mica que angustiaba a sus miembros, amenazaba conencrisparse.

En la intimidad de las Cortes, los magistrados sesentían vigilados. La lógica del soplón y la paranoia losafectó a ellos como a cualquier otro funcionario públicoen el país. Bajo el reinado de la CNI, en la Corte de Ape-laciones de Santiago se afirmaba que un procurador delnúmero tenía grado y sueldo de coronel y que prestabaservicios para esa entidad. Otros funcionarios menores,como oficiales de sala y actuarios, eran mirados con des-confianza.

Aun en ese escenario, el ministro de Justicia fue ab-solutamente eficiente:

Según palabras de Jaime del Valle, «Hugo mantuvoun entendimiento entre los poderes Ejecutivo y Judi-cial, que significó que no hubiera fricciones, peticionesdesmedidas ni protestas por los sueldos, a pesar delestancamiento que se produjo desde el final del períodode Mónica Madariaga. Tuvo la virtud de crear un lazomuy estrecho y cordial, que evitó algunas dificultadesque podría haber enfrentado el gobierno».

Page 180: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

180

LA DISIDENCIA JUDICIAL

En 1980 se creó en Santiago la Corte de San Mi-guel. Los presidentes de la Corte Suprema venían re-clamando desde hacía tiempo la creación de un nuevotribunal de alzada en la capital y finalmente el Ejecuti-vo, seducido por los consejos de Mónica Madariaga,accedió.

En esa Corte se instaló un microclima. Ascendieron aella jueces relativamente jóvenes, inspirados, motivados.Uno de ellos, Hernán Correa de La Cerda, con su caris-mático carácter entre ingenuo, afable y optimista, se con-virtió en el catalizador de un grupo que comenzó a re-unirse para reflexionar sobre los problemas de la justiciaen Chile. También, para leer sentencias y analizar lasmotivaciones tras ellas.

La nueva «tendencia», que sumó a algunos de losministros de la Corte de Santiago, evitaba identificarsecon movimientos o partido político alguno. Sus aspira-ciones eran, se decían a sí mismos, «gremiales». No obs-tante, era evidente que los cambios a que aspiraban nose producirían bajo dictadura.

Page 181: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

181

Pululaban en torno a este grupo Marcos Libedinsky,Luis Correa Bulo, Mario Garrido Montt, Carlos Cerda,Rodrigo Viel, Héctor Toro, José Benquis y HaroldoBrito, entre otros. Las únicas diferencias explícitas en-tre ellos se daban entre masones y católicos.

Las mujeres también participaron activamente: Nan-cy de la Fuente, Mónica Maldonado (hija del ex presi-dente de la Corte Suprema, Luis Maldonado), CeciliaVenegas, Irma Meuner Montalva (de Concepción), MaríaTeresa Letelier y Adriana Sottovia.

De estos encuentros salió una «carta de reflexión»que describió un listado de críticas que la ciudadaníahacía al Poder Judicial. Solamente una narración de loque los magistrados oían en sus cargos, sin conclusionespolíticas, ni puntudas. Nada de propuestas, por el mo-mento. Todavía se trataba de las iniciativas de un grupomuy reducido.

En los primeros años de los ’80 los ministros de cor-tes de apelaciones y los jueces vivían en la paranoia deser mal calificados o expulsados si deslizaban algún co-mentario o hacían algo que no gustara en las alturas dela Corte Suprema o en el gobierno. La comunicaciónentre ellos, las invitaciones a una actividad, por abs-tracta que fuera, era difícil. Además, los ministros de laCorte de Santiago no aceptaban de buena gana a suscolegas de la Corte sanmiguelina.

Los actos de valentía de unos quedaron en el desco-nocimiento de los demás. El respaldo, la solidaridad,serían penados. Fue así como uno de los hechos que másconmovió a la Corte de San Miguel apenas fue conocidopor sus colegas en Santiago y menos en el resto de lasregiones. El acto, del que fue protagonista el actual mi-nistro de la Corte Suprema José Benquis, no fue publi-cado en los diarios.

Page 182: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

182

Era octubre de 1984. El matrimonio constituido porFrancisco Jara y Teresa Rosas y su empleada, MaríaVásquez, presentaron un recurso de amparo ante laCorte de San Miguel, afirmando que un grupo de agen-tes de la CNI los tenía prisioneros en su propia casa, sinorden de detención, ni de allanamiento alguna.

Benquis, junto a la secretaria de la corte y al relatorRoberto Miranda Villalobos, partió a la casa de los Jara,por decisión de la Corte. Tras golpear por largo rato unportón que antecedía el domicilio, un agente se asomó.En el informe que el juez presentaría más tarde al tri-bunal, lo describió como: «Un sujeto con lentes de coloramarillo que pidió la identidad de los presentes».

Cuando el magistrado se identificó, el agente des-apareció sin pronunciar palabra.

Veinte minutos más tarde salió otro individuo, de bar-ba, que se negó a proporcionar su nombre. El sujeto dijoser un funcionario de seguridad que estaba «a cargo» deldomicilio y conminó a la delegación a explicar el motivode su presencia. Les exigió pruebas de su identidad. Ben-quis le informó sobre el recurso de amparo y le entregóuna credencial. Sobraban las explicaciones acerca de susatribuciones para inspeccionar el domicilio, pero el des-conocido de barba le dijo que pediría instrucciones a sussuperiores y le cerró el portón en la cara.

El tiempo pasaba. Nada parecía moverse. Benquis,que tenía las llaves de la casa, decidió entrar. Se lasarregló para comunicarse con Investigaciones y dos de-tectives llegaron a asistirlo. Pasadas las cinco de la tar-de, el ministro trató de abrir el portón. Otra vez apare-ció el agente barbudo, acompañado por un segundo suje-to. Ambos portaban sus metralletas.

Page 183: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

183

—Exijo que se me deje entrar —reclamó con energíael magistrado, pero los agentes, levantando sus armas,le negaron el paso.

—Mire, soy un ministro de la Corte de Apelacionesy de acuerdo con la ley vigente, estoy autorizado a ins-peccionar este inmueble y constatar el estado de laspersonas que se encuentran en su interior.

Los agentes usaron pocas palabras para negarse nue-vamente. Blandieron sus ruidosas armas en frente de lacara del magistrado. La amenaza era directa. El ambien-te se puso tenso. Uno de los detectives exhibió su placa,conminando a los agentes a franquear la entrada de lapropiedad. El sujeto de barba pidió la credencial oficiala secretaria del tribunal, la miró, y dijo que no les auto-rizaba el ingreso, que apuraría los contactos con sus su-periores.

Los hombres de la CNI lograron por la fuerza cerrarel portón.

Unos 25 minutos después, llegó a la casa otro grupode agentes, exhibiendo sus metralletas. Eran los «supe-riores» de los funcionarios que permanecían dentro.Entre ellos, uno que se identificó como el abogado Vi-cente Garrido, empleado del Estado Mayor de la Defen-sa Nacional, ordenó abrir el portón y permitir el ingre-so del magistrado, quien finalmente pudo interrogar ala familia Jara.

Teresa Rojas narró al magistrado que la noche ante-rior, escalando la pandereta, repentinamente ingresa-ron a su casa algunos sujetos que portaban metralletas yque la dejaron detenida en su casa a ella, a su esposo, asu pequeño hijo, a la empleada del hogar y hasta al polo-lo de ésta, José Arriagada, quien se encontraba acciden-talmente ahí. Posteriormente se habían llevado a su es-poso, no sabía a dónde. Los detenidos no podían salir,

Page 184: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

184

abrir las cortinas, escuchar radio, ni ver televisión. Antela mirada entre furiosa y confundida de los agentes, quese mantuvieron todo el tiempo con sus metralletas enalto, Benquis, junto a la dueña de casa, recorrió la pro-piedad anotando los destrozos del allanamiento.

El abogado Garrido le dijo al ministro que la ocupa-ción había sido ordenada por un fiscal militar y que elMinisterio del Interior había dispuesto la detención deldueño de casa, pero no exhibió documento alguno queacreditara sus dichos.

A su regreso al tribunal, el ministro ordenó que sellevara ante su presencia al detenido Francisco Jara,con el objeto de constatar su estado de salud.

Fue una de las contadas veces bajo los 17 años degobierno militar en que un magistrado hizo uso de lafacultad del «habeas corpus» implícito en el recurso deamparo.

En respuesta, el Director de la CNI, HumbertoGordon, dijo que Jara ya estaba en libertad. Dos díasdespués, el 24 de octubre, el tribunal pleno de la Cortede San Miguel protestó por el incidente expresando quelos agentes tuvieron «una actitud prepotente, haciendoinnecesaria exhibición de armas de fuego ante el señorministro encargado de la diligencia». Se enviaron copiasdel acta a la Corte Suprema y al director de la CNI. Eltribunal de alzada pedía a sus superiores que tomaranlas «medidas» pertinentes para evitar una «repetición deactos como los ocurridos. La Corte de San Miguel recha-zó el recurso de amparo, pues a la fecha de la resoluciónlas detenciones habían cesado, pero se dejó expresaconstancia de que el acto había sido ilegal y arbitrario.

Sólo quince días después la Corte Suprema tomó unacuerdo que pareció respaldar, al menos en parte, laactuación de este tribunal. Ofició a las cortes de apela-

Page 185: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

185

ciones para que en aquellos procesos «en que les seandenunciado delitos contra la libertad y seguridad de laspersonas (...) procedan a constituirse de inmediato en elrecinto no militar que se les señale responsablementepor los denunciantes». A los cuarteles de la CNI envióinstrucciones para que «siempre» tuvieran un funciona-rio responsable de atender los requerimientos de lostribunales.

La Corte Suprema, además, se comunicó por oficiocon el general Pinochet, quien respondió que accionescomo ésa no se volverían a repetir. No obstante, en elfuturo, varios otros magistrados serían impedidos deingresar a los cuarteles de esa policía secreta y la CorteSuprema aceptaría el argumento de que los cuarteles dela policía secreta eran también recintos militares.

El caso de Benquis removió la conciencia de algunosde sus colegas que sentían la impotencia de tratar deavanzar en las investigaciones y encontrarse con el es-caso respaldo de sus superiores. Tampoco colaborabamucho la Asociación de Magistrados. Tras la salida deSergio Dunlop del Poder Judicial, en 1979, estaba en lapresidencia, Alfredo Pfeiffer, a quien sus pares recono-cían como un decidido partidario del gobierno militar.Bajo su gestión, los temas de «bienestar» y salarialeseran el exclusivo tópico de la organización.

En 1985, el grupo disidente se atrevió y presentóuna lista de candidatos a la Asociación, con la voluntadde reivindicar la imagen del poder judicial. Unos cua-renta magistrados se reunieron un fin de semana largoen El Tabito y prepararon un programa y las declaracio-nes de principios. En sus escritos, plantearon su preocu-pación por el desprecio que sentía la opinión públicahacia la magistratura y por los nombramientos políticosen la carrera judicial. Sugirieron ideas para ampliar la

Page 186: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

186

independencia de los magistrados, recuperar la digni-dad perdida y crear una transparente y efectiva carrerajudicial.

No hablaban de cambios en el sistema político, peroen el contenido de sus propuestas subyacía la necesidadde un retorno a la democracia.

El candidato a la presidencia fue Germán Hermo-silla.

El primer año que se postularon, los disidentes per-dieron. Pero al siguiente, arrasaron.

Page 187: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

187

CUANDO EL MAGISTRADO DECIDE HACER JUSTICIA

Con la expansión de las protestas masivas en contradel régimen militar en 1983, y el surgimiento del FrentePatriótico Manuel Rodríguez, recrudeció la represióncontra los opositores. La policía política, bajo el mandodel general Humberto Gordon, usó la tortura, las deten-ciones sin decreto y los cuarteles secretos como sus he-rramientas.

Esta vez, sin embargo, no todo el Poder Judicial seprestó para tolerar tales prácticas en la presunta investi-gación de delitos políticos. Las ocasiones en que los tri-bunales ordenaron a sus ministros constituirse en recin-tos de la policía secreta o en que pidieron que los deteni-dos fueran puestos a su disposición no llegan a veinte enun total de más de 10 mil recursos de amparo presenta-dos durante todo el régimen militar, pero es evidenteque hacia mediados de los ’80 algunas cortes de apelacio-nes estaban decididas a hacer respetar la ley.

En la Corte de San Miguel, las resoluciones en pro-tección de los derechos de los detenidos se hicieron ha-bituales. En 1985, ese tribunal de alzada logró que dos

Page 188: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

188

amparados por torturas fueran llevados a su presencia.El primero fue el caso de Pablo Yuri Guerrero, estu-diante de educación física y presunto integrante delFPMR. Según la información aparecida en la prensa,agentes de la CNI habían atrapado al estudiante, junto aAlberto Victoriano Veloso, conduciendo una Renoletaen que trasladaban 60 granadas de mano, seis patentesfalsas y explosivos iniciadores para granadas. En el en-frentamiento, según los diarios, murió Victoriano y Gue-rrero quedó en estado grave.

Apenas recibió el recurso de amparo, la Corte san-miguelina llamó a las distintas reparticiones oficialeshasta confirmar que el detenido se encontraba en elcuartel ubicado en la Avenida Santa María. El generalGordon informó que un decreto del Ministerio del Inte-rior autorizaba la detención por cinco días.

La Corte insistió en que la Constitución, que garan-tiza el amparo, está por sobre los decretos y que, por lotanto, Guerrero debía ser puesto a su disposición. El 4de julio, tres días después de la detención, Guerrero fuellevado a la Corte de San Miguel, donde un perito delInstituto Médico Legal constató que presentaba contu-siones, cicatrices y esquimosis por todo el cuerpo. Losministros José Benquis, Jorge Medina y el abogado inte-grante, Sergio Urrejola, presenciaron el examen. El es-pecialista concluyó que las heridas se debían a la acciónde «un cuerpo punzante y contundente».

Guerrero tenía miedo. Pensaba que todavía estabaen poder de la CNI. Los magistrados tuvieron que con-vencerlo de que estaba en un tribunal para que se atre-viera, finalmente, a declarar. Benquis tomaba notas:

«Me amarraron ambos tobillos y las muñecas y co-menzaron a aplicarme corriente primero en los tobillos,luego en los genitales, en las nalgas, en una herida que

Page 189: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

189

tengo al costado derecho del tórax producida por unaoperación que me practicaron en octubre del año pasa-do (...) Para la aplicación de la tortura que llamaban‘submarino’ me llevaron desnudo a una pieza que al pa-recer era un baño y me sumergieron en el interior deuna tina, de espaldas y los tobillos también amarrados.En esta posición me fueron sumergiendo de a poco en elinterior del agua de la tina, llegando el nivel del aguahasta los orificios nasales. El individuo que me interro-gaba dijo que mi vida dependía de él, ya que habíananunciado a la prensa que yo me encontraba herido degravedad, así es que perfectamente podían matarme y aellos no les iba a pasar nada».

Los magistrados acogieron de inmediato el recursode amparo y ordenaron la internación de Yuri Guerreroen el Hospital Barros Luco. Luego enviaron los antece-dentes al Quinto Juzgado del Crimen para que iniciarala investigación de los presuntos delitos cometidos porlos agentes.

Pocos meses después, la Corte recibió otro recursosimilar. La víctima esta vez era una mujer. La profesorade 28 años Delfina Carmen Briones, detenida por laCNI en octubre de 1985. El abogado que la representóinformó al tribunal que la mujer sufría un problema dedesnutrición y pidió que, donde fuera que estuviera, sele permitiera la visita de un médico.

Cinco días después aún se desconocía su paradero.El 24 de octubre los ministros Aquiles Rojas, José Ben-quis y el abogado integrante Sergio Urrejola ordenaronal director de la CNI poner a su disposición a la ampara-da. La mujer compareció ante los ministros ese mismodía, después de que se resolvieran una serie de dispu-tas entre Gendarmería, la fiscalía, la CNI y la secretariadel tribunal.

Page 190: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

190

Delfina Briones declaró que fue detenida en compa-ñía del ciudadano argentino Juan Carlos Espinozacuando se retiraban de una barricada en el callejón LoOvalle con Avenida La Feria, en medio de una protesta.Los agentes que los aprehendieron los llevaron a la casadel argentino para buscar su pasaporte y allí encontra-ron «literatura marxista, unos panfletos que se pensa-ban repartir ese día de protesta y además una hojasmimeografiadas, de carácter informativo que tenían las‘R’, símbolo de resistencia». Los detenidos fueron lleva-dos al cuartel de Santa María. La mujer fue interrogadacon aplicaciones de corriente en una camilla conocidacomo «la parrilla». El médico cirujano Ramiro Olivares,de la Vicaría de la Solidaridad, aceptó el llamado de losministros y constató en el tribunal una docena de lesio-nes que presentaba la mujer por causa de las torturas.El informe del profesional sería refrendado más tardepor el Instituto Médico Legal. El caso fue enviado a untribunal del crimen.

En Valparaíso, en una actitud similar, el entoncesjuez Haroldo Brito enfurecía a los jefes de la CNI con suimplacable voluntad de constituirse en los cuartelessecretos.

El veranito no duró mucho. La Corte Suprema aceptóla interpretación del Gobierno en cuanto a que los cuar-teles de la CNI debían considerarse recintos militares yque las detenciones en virtud de los Estados de Emer-gencia no eran susceptibles de recursos de amparo.

No obstante, la Corte de San Miguel siguió dejandoconstancia del incumplimiento por parte de la CNI deimportantísimas normas legales. El 29 de septiembrede 1986, el pleno, con el ministro Hernán Correa de laCerda como presidente subrogante, protestó ante laCorte Suprema porque ese organismo, en los recursos

Page 191: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

191

en favor de tres detenidos «además de haber proporcio-nado información confusa y dilatoria, se ha negado acumplir las instrucciones impartidas, sin justificaciónalguna». Tres días después, la corte volvió a reclamarporque en los recursos por otro grupo de seis detenidosel general Gordon «ha dejado de cumplir lo ordenadopor las tres salas de esta Corte en orden a poner a dis-posición de este tribunal a los amparados (...) a objetode constatar las condiciones físicas en que se hallaban.Esta negativa reiterada, además de constituir una omi-sión evidente del auxilio que dicha institución se en-cuentra obligada a prestar a este órgano superior de jus-ticia, importa una infracción delictual».

Los ministros se quejaban, además, porque agentesde la policía secreta llamaban al tribunal para entregarantecedentes falsos y confundir a los magistrados.

Las cortes de Concepción y Valdivia también se que-jaron por actos similares.

La Corte Suprema informó al gobierno y el generalPinochet, en un oficio fechado el 20 de octubre de 1986,respondió manifestando «el profundo malestar que mecausara la ocurrencia de los hechos relatados, habiendoimpartido de inmediato las instrucciones correspon-dientes a los señores Ministros del Interior y de Defen-sa Nacional, para que reiteren a ese servicio las órde-nes en cuanto a que se ha de proceder en todo momentocon estricta sujeción a la Constitución y a las Leyes».

A pesar de todo esto, el servicio secreto continuódesconociendo las resoluciones de los tribunales. En elmismo período, la Corte de Santiago instruyó al minis-tro Juan González para que se constituyera en el recin-to de calle Borgoño 1470, pero el oficial a cargo le impi-dió el ingreso, diciendo que necesitaba la orden del di-rector de la Central. La Corte de Apelaciones dio cuen-

Page 192: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

192

ta a la Corte Suprema del hecho y ésta transmitió elreclamo al Ejecutivo, aunque posteriormente aceptó laexplicación de que se había tratado de un error.

En 1987, la Corte Suprema, con Retamal en la presi-dencia, declaró que la CNI «no ha debido impedir elcumplimiento de las resoluciones judiciales dictadaspor la Corte de Apelaciones de Santiago en un recursode amparo, ni aun por orden del Fiscal Militar de San-tiago, Fernando Torres Silva.

El caso de Yuri Guerrero llegó a manos del juezRené García Villegas. El magistrado debió enfrentarse auna CNI que insistía en presentarle agentes con identi-dad falsa. Cuando, no obstante, logró establecer que sehabía cometido el delito de torturas, la justicia militarle pidió el caso. El juez se negó a declararse incompe-tente y la Corte Suprema, en mayo de 1988, lo amonestópor haber usado en su resolución expresiones que seconsideraron «desmedidas en contra de la justicia cas-trense». García Villegas había dicho simplemente quelos procesos terminan normalmente con sobreseimientodefinitivo en el ámbito de la justicia militar.

A finales del mismo año, el tribunal superior volvióa castigarlo, con quince días de suspensión y una multade medio sueldo, por haberse involucrado en política. Elmagistrado había hecho declaraciones a la Radio Exte-rior de España a comienzos de año, diciendo que enChile se practicaba la tortura. La entrevista fue usadaen la Propaganda del No y aunque el magistrado afirmóque el material había sido usado en ese espacio sin suautorización, la Corte no le creyó y el 25 de enero de1990, en votación dividida, lo destituyó del cargo.

En el mismo proceso de calificaciones, los magis-trados José Benquis, Hernán Correa y Germán Her-mosilla fueron puestos en Lista Dos por haberlo visi-

Page 193: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

193

tado para expresar su solidaridad, cuando el juez esta-ba suspendido.

A mediados de los ’80, en la Corte de Santiago, elministro Carlos Cerda investigaba al Comando Conjun-to, al mismo tiempo que José Cánovas se hacía cargo delcaso por los tres profesionales degollados y establecíala participación de policías y agentes civiles dependien-tes de la Dirección de Comunicaciones de Carabineros(Dicomcar). Su investigación contaba con el respaldo delpresidente de la Corte Suprema, Rafael Retamal.

Mientras Cánovas avanzaba en su tarea, los jefes delos servicios de seguridad se reunían diariamente conlos estados mayores de las diferentes ramas de lasFuerzas Armadas para comentar el estado del proceso.

Cánovas había marginado de la investigación a Cara-bineros y se apoyaba paradojalmente en la CNI, queemitió el primer informe incriminatorio en contra de lapolicía uniformada. El director de Carabineros, CésarMendoza, se quejó ante Rosende por la exclusión de sushombres en las pesquisas y el ministro de Justiciatransmitió la inquietud a la Corte Suprema.

Cánovas fue citado para explicar el proceso en elpleno. Tras una extenuante sesión, sólo uno de ellos selevantó de su asiento para felicitarlo. Cánovas quiso re-nunciar, pero Rafael Retamal lo persuadió para que si-guiera adelante.

Agobiado por las presiones y las amenazas de muerteque soportaba en silencio, Cánovas decidió someter a pro-ceso a dos de los eventuales autores y decretar arraigos encontra de otros dieciséis, al mismo tiempo que se declara-ba incompetente en favor de la justicia militar.

Con un día de anticipación comunicó su voluntad aRetamal. Retamal informó a Rosende y Rosende, a laMoneda.

Page 194: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

194

Pinochet convocó a una reunión urgente en la queparticiparon los ministros más importantes —RicardoGarcía, Francisco Javier Cuadra, Jaime del Valle y San-tiago Sinclair— con los generales Mendoza y RodolfoStange.

Caso excepcional en este tipo de procesos, la justiciamilitar rechazó quedarse con él. Sin embargo, la CorteSuprema anuló los encausamientos de Cánovas y el mi-nistro se quedó sin otra salida que decretar el cierretemporal de la causa.

Pese a que los antecedentes se quedaron durmiendohasta el cambio de gobierno, el caso degollados provocóuna de las mayores crisis en el gobierno militar e impli-có la salida del director general de Carabineros, CésarMendoza.

Ante la nueva actitud que estaban demostrando lascortes de Apelaciones y algunos jueces, el gobierno mili-tar optó, a partir de 1986, por reforzar la acción de la jus-ticia militar. Las fiscalías se transformaron en tribunalespara los delitos políticos, con la CNI como su policía auxi-liar y premunida de especiales facultades, como la dedecretar reiteradas y prolongadas incomunicaciones.

Llegaba el momento estelar para el fiscal ad hocFernando Torres Silva.

Page 195: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

195

LA VISIÓN CRÍTICA DE LOS ACADÉMICOS

Desde que Hugo Rosende llegó al Ministerio de Jus-ticia, los magistrados se acostumbraron a los movimien-tos en las sombras. A la macuquería. Al ascenso de per-sonas sin la menor calificación profesional. A la poster-gación de los capaces e independientes.

El líder de los preferidos por el ministro de Justiciaen el Poder Judicial fue, indiscutiblemente, HernánCereceda, quien constantemente nutría al gobierno deinformes políticos sobre sus colegas.

«Hicieron lo que quisieron. No se les escapaba nin-gún nombramiento, ni de oficial de sala. Se produjo uncaciquismo. Había que tener una lealtad absoluta haciaalguna de las ‘familias’ o te quedabas afuera».

En ese escenario, los ministros disidentes se cuida-ban bastante de emitir opiniones políticas. Trataban demantenerse al margen de cualquier expresión opositora.En general, no daban entrevistas. Sin embargo, se ex-presaban en el campo académico.

Parte de estos magistrados fueron atraídos por ins-tituciones como la Universidad Diego Portales y el Cen-

Page 196: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

196

tro de Promoción Universitaria (CPU), que ya desdemediados de los ’80 estudiaban las reformas que seríanecesario practicar al Poder Judicial. A su pesar, de susdichos o artículos, aunque no circulaban en un área másextensa que las universidades y centros de estudio,siempre llegaba algún comentario a la Corte Suprema.

Las expresiones académicas de los disidentes, porabstractas que fueran, no escapaban a la crítica y la cen-sura.

Destacados profesores como el juez Héctor Toro fue-ron tachados de «izquierdistas» en el alto tribunal y enel Ministerio de Justicia. Toro figuró en numerosasquinas para ascender a ministro, pero nunca fue nom-brado. Tuvo que esperar hasta el gobierno de PatricioAylwin.

Otros recibían mensajes sutiles, como los que sor-prendieron a Hernán Correa de la Cerda, Nancy de LaFuente, Germán Hermosilla y Marcos Libedinsky, porhaber colaborado en la obra del CPU, «Proposicionespara la reforma judicial», con Eugenio Valenzuela So-marriva como editor coordinador. Después de la publi-cación, los cuatro magistrados recibieron votos para serincorporados en Lista Dos.

El sistema de calificaciones operaba hasta entoncesde la siguiente manera: al finalizar cada año, los jueceselevaban a su respectiva Corte de Apelaciones un infor-me sobre los funcionarios bajo su tutela, proponiendo lainclusión de ellos en alguna de las cuatro listas que es-tablecía la ley (al comienzo del gobierno militar eransólo tres, pero luego se agregó la Lista Cuatro). El tri-bunal de alzada analizaba esos informes y calificaba alos jueces y a los funcionarios hacia abajo. El resultadose ponía en conocimiento de los afectados para que for-mularan sus descargos, de ser necesarios.

Page 197: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

197

Sin embargo, cuando el máximo tribunal, que teníala última palabra, recibía tales informes, resolvía en elmás absoluto secreto. La ubicación en las diferentes lis-tas se decidía por simple mayoría. Al interesado se ledaba a conocer, en forma confidencial, únicamente lanómina en que había sido calificado y el número de vo-tos obtenidos, sin los fundamentos ni la identidad dequienes los pronunciaban.

En rigor, un magistrado puesto en Lista Uno en vo-tación dividida pertenecía a esa categoría tanto comootro calificado unánimemente. Sin embargo, en la prác-tica, un puñado de votos para la Lista Dos manchaba sutrayectoria. Era una advertencia. Una señal de que pro-bablemente su nombre no sería considerado en lasquinas de ascenso.

En la mentada publicación sobre «Proposiciones parauna reforma al Poder Judicial», los participantes mencio-naron una serie de deficiencias del sistema chileno, quelos ministros de la Corte Suprema estimaron injuriosas.

Uno de los artículos, titulado «Análisis crítico deusos y prácticas judiciales y eficiencia del Poder Judi-cial», examinaba al Poder Judicial desde el punto de vis-ta de la teoría organizacional: sus objetivos, cumpli-miento de metas, eficiencia. Aunque ni siquiera mencio-naba la palabra corrupción, hablaba de cotidianas prác-ticas «anómalas», como los pagos de coimas que hacíanlos abogados para conocer los expedientes.

El autor describía entre las deficiencias del sistema,la institucionalización de «violaciones pautadas, disimu-ladas e informales del proceso legal», como el abuso delrecurso de queja, y la configuración de múltiples cen-tros de decisión e influencia, ajenos a lo jurídico:

«Los tribunales aparecen como una institución que haexagerado aquello que Carl Schmitt llamaba los ‘pasillos

Page 198: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

198

del poder’. Esto es, como una institución que ha exacerba-do esa inevitable antesala de influencias e informacionesindirectas con las que el poderoso adopta sus decisio-nes... la decisión jurisdiccional depende, más que del juez,de aquellos que manejan la antesala y el pasillo.

En el mismo libro, el abogado Eugenio Somarrivaanalizaba las cinco primordiales funciones de la CorteSuprema y las deficiencias en su cumplimiento. «La ju-risprudencia emanada de la Corte Suprema», acusaba,«ha logrado, en muy escasa medida, uniformar el genui-no sentido de ley y enriquecer y vivificar el derecho ypoco o nada ha contribuido al progreso jurídico».

Eso era lo mismo que imputar flojera y falta de vuelointelectual a los altos magistrados.

Valenzuela les reprochaba además un errado con-cepto sobre la separación de Poderes, que los había inhi-bido de ejercer el necesario control sobre el Poder Eje-cutivo.

El sistema de designaciones también se ponía entela de juicio, pues la conformación de quinas y ternasse hacía sin ningún llamado a concurso, ni procedimien-to objetivo de selección, basado casi exclusivamente enla arbitraria propuesta de los ministros de la Suprema,estimulando «un espíritu de cuerpo que con tanta facili-dad degenera en uno de casta».

«Son muchos los testimonios que demuestran laexistencia de un elemento que, a pesar de no figurarexplícitamente en los textos legales, es tanto o más re-levante llegado el momento de efectuar los nombra-mientos y promociones. Me refiero al gravitante rol quejuega la influencia política».

Estas palabras sonaban a calumnia dentro de la Cor-te Suprema que se jactaba, precisamente, de habersemantenido al margen de la «política».

Page 199: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

199

Al final del libro, el magistrado Hernán Correa de laCerda, exponía la necesidad de crear una escuela judi-cial, argumentando que la mejor garantía de un poderjudicial eficiente e independiente era la personalidad deljuez. Citando a Eduardo Couture, el magistrado decía:

«El instante supremo del Derecho no es el del día delas promesas más o menos solemnes consignadas en lostextos constitucionales o legales. El instante realmentedramático es aquel en que el juez, modesto o encumbra-do, ignorante o excelso profiere su solemne afirmaciónimplícita en la sentencia. La Constitución vive en tantose aplica por los jueces: cuando ellos desfallecen, ya noexiste más».

Respaldando sus reflexiones, el entonces presidentede la Asociación Nacional de Magistrados, Germán Her-mosilla, describía un listado de valores deseables en eljuez: independencia, imparcialidad, equilibrio y ponde-ración, espíritu analítico, crítico y creativo, compromisocon la verdad. «El juez no es un mero aplicador de ley»,decía.

La mayoría de los ministros de la Corte Suprema,con la cuota de suspicacia que la situación ameritaba,tomaron tales análisis como insultos a sus personas.Fue así que se originaron los votos en lista Dos, man-chando la calificación anual de quienes participaron enla obra.

Algo no previsto y hasta insólito fue el interés delDepartamento de Estado del gobierno estadounidensepor las inquietudes de los académicos disidentes. Elhecho es que trató de conquistarlos.

«Harry Barnes (el ex embajador en Chile) nos infiltró.Ellos tenían mucho interés en sensibilizarnos sobre loscasos de violaciones a los derechos humanos. Sobre elcaso Letelier. Fueron muy hábiles», cuenta uno de ellos.

Page 200: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

200

A finales de la década, Correa de la Cerda fundó elInstituto de Estudios Judiciales y la Corte Suprema,inesperadamente, le cedió un espacio en el edificio don-de funcionan los tribunales civiles, en Huérfanos conAmunátegui.

Correa quería que el instituto se transformara enuna escuela para los jueces.

Estos disidentes-académicos tendrían una impor-tancia gravitante en los acuerdos que se tomaron en laprimera convención de magistrados bajo el gobierno dePatricio Aylwin, como el respaldo a la creación de unConsejo Nacional de la Justicia, e incluso en la elabora-ción de los proyectos para reformar el Poder Judicialque se presentarían en el futuro.

Page 201: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

201

LAS CAUSAS ECONÓMICAS

La responsabilidad de asumir la defensa de los dere-chos de los ciudadanos no fue lo único en que falló elPoder Judicial chileno bajo el gobierno militar. Otra,menos debatida y publicitada, dejó en evidencia las de-ficiencias que hasta el día de hoy afectan a ese poder delEstado.

Me refiero a la responsabilidad de afrontar con ido-neidad y eficacia las causas económicas.

La crisis de 1982 congestionó los tribunales civiles ylos del crimen con demandas por cobro de deudas y que-rellas por fraudes, estafas, problemas con empresas depapel. La sola crisis de los bancos rebotó con los juzga-dos en la forma de más de cincuenta causas.

Recordemos las páginas de los diarios mostrando laimagen del biministro Rolf Lüders, mientras es condu-cido a Capuchinos, después de haber sido sometido aproceso.

¿Cuál fue el destino de esos expedientes? Aunque esdifícil pesquisarlos, pues se encuentran distribuidos enuna maraña inextricable de causas repartidas en nume-

Page 202: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

202

rosos tribunales, puede afirmarse sin temor al yerroque, casi dos décadas más tarde, la mayoría de ellos to-davía está en tramitación.

Muy pocas de las causas criminales han culminadoen sentencia definitiva y, si lo han hecho, ha sido sólorecientemente. Tal vez demasiado tarde. Un ejecutivoque incurrió en delitos económicos a los 36 años y que havenido a ser condenado a prisión cuando ya tiene másde 50, conmueve los sentimientos de compasión de cual-quiera.

La justicia cuando tarda mucho, no es justicia.La actitud de los tribunales frente a estos procesos

habla de las incapacidades de los jueces para enfrentartemas nuevos, difíciles y complejos, y de las deficienciasde la legislación, que han permitido alargarlos hasta elinfinito. Es también una prueba de lo que el ciudadanocomún critica en cada encuesta que se hace sobre el Po-der Judicial: los tribunales, en general, no actúan conigual celo y severidad cuando el demandado o querella-do tiene poder político o económico.

En 1986 el presidente de la Corte Suprema, RafaelRetamal, reconoció los problemas que estaba enfrentan-do el Poder Judicial por la proliferación de este tipo dejuicios.

«Es natural que cualquiera crisis económica produz-ca como resultado la proliferación de pleitos. Los ban-cos y las instituciones financieras han cobrado sus crédi-tos y los deudores no han podido pagarlos y han resuel-to hacer uso de todos los recursos posibles para dilatarlos juicios, provocando incidentes, algunos de larga tra-mitación. Así cada expediente civil ha originado varioscuadernos. En el orden penal ha acontecido algo seme-jante. Las dificultades en el cobro en el orden civil hanpromovido en los letrados la tendencia a convertir en

Page 203: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

203

asunto penal algunas medidas del deudor para evitar elcobro».

La crisis del ’82 descubrió que gran parte de la pu-janza económica de los años anteriores se había susten-tado en empresas especulativas. Empresas de papel.Algunos bancos las usaban para prestarse dinero a símismos o como pantalla para simular un capital que noposeían.

Después de la debacle, el costo lo pagó el fisco. Paratratar de recuperar lo perdido, el Consejo de Defensadel Estado se hizo parte en procesos para perseguir losdelitos cometidos por las entidades financieras, comoinfracciones a la ley de bancos, estafas y falsificación dedocumentos.

En un registro que se lleva a mano en esa institu-ción, es fácil advertir que la mayoría de las 12 causas enque el CDE todavía es parte siguen abiertas.

Los jueces de primera instancia han gastado años de-cretando pericias contables, auditorías, informes. Tratan-do de entender cómo y por qué se produjeron los delitos.Los acusados, en la contraparte, han contado con la re-presentación de abogados expertos en prolongar los pro-cesos, inspirados en la idea de que, si alguna vez llega elmomento de la sentencia definitiva, obtendrán mejorescondiciones para sus clientes pasado el escándalo y olvi-dada la materia en la memoria colectiva.

Los jueces, por su impericia, no han tenido la capaci-dad de darse cuenta de los errores en los informespericiales, pues tendrían que entender los pasos quesiguen sus autores para llegar a un resultado. Todo estoes muy difícil para ellos. En general, se han guiado sólopor lo que dice la conclusión. El CDE, en su rol de acu-sador, ha debido subsidiar esta incapacidad, aguzandola vista para detectar los yerros y pedir correcciones.

Page 204: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

204

Cuando han llegado, las condenas han sido mayor-mente simbólicas. En ninguno de los casos los tribuna-les aprobaron las demandas civiles, que es lo más im-portante en este tipo de juicios, pues permite al fisco re-cuperar los dineros.

En sólo dos de los causas en que el CDE es parte, laCorte Suprema ha confirmado una condena y el falloestá a firme en los casos del Banco de Linares y de laFinanciera de Capitales. En ambos, la resolución defini-tiva llegó en los 90 y los inculpados recibieron penasmínimas, de presidio remitido.

Es evidente que el Estado no ha ganado esta cruzada.He aquí algunos ejemplos:La causa en contra de la Compañía General Finan-

ciera (CGF) —que era, en rigor, un banco— estuvo diezaños en estado de sumario. Los trámites que realizó eltribunal correspondieron principalmente a peritajescontables de gran magnitud, que mantuvieron el expe-diente pasando de las manos de un perito a las de otro.De tanto en tanto, la defensa de los inculpados solicitóque se declarara la prescripción, argumentando que lacausa había estado demasiado tiempo paralizada. Y aun-que no lo estaba, la sola presentación de la incidenciaalargó todavía más el sumario.

El Estado perseguía allí dos tipos de actos delicti-vos: el primero, las empresas de papel. El grupo eco-nómico Sahli-Tassara, dueño de la CGF, creó una se-rie de sociedades ficticias, donde ponían como presi-dentes y gerentes a personas que pertenecían al gru-po. Estas empresas tenían un giro inexistente, no po-seían ningún tipo de activo y su capital era mínimo,unos 500 mil pesos de hoy. Aun así, pedían créditos ala CGF por 20 o 30 veces el valor de ese capital. Comoel grupo controlaba el banco y las empresas, autoriza-

Page 205: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

205

ba los créditos. En el fondo se estaban prestando di-nero a sí mismos.

Si un particular cualquiera posee una empresa quecuesta 100 mil pesos y pide 3 millones de pesos a unbanco, sin ofrecer ningún otro tipo de garantía que losmismos 100 mil pesos, es obvio que la respuesta seránegativa. La obviedad no era, sin embargo, la regla en laCGF que, al momento de su intervención, había compro-metido entre el 50 y el 55 por ciento de su cartera eneste tipo de créditos.

Los préstamos que los dueños de la CGF sacaron através de estas empresas de papel fueron a dar a unaempresa Holding, Santa Berta, que realizó algunas acti-vidades productivas, como la construcción del edificioPanorámico. Santa Berta llegó a acumular 2.500 millo-nes de pesos de la época solamente gracias a estos prés-tamos indirectos.

El segundo tipo de delito, se refería al arrendamien-to de inmuebles: dos empresas de papel del grupoSahli-Tassara se adjudicaron la licitación de un edificioque una Asociación de Ahorro y Préstamos poseía enMoneda con Ahumada.

Como no tenían con qué pagar, en una operación re-lámpago le arrendaron esa misma propiedad a la CGF,por diez años. Con el dinero del arriendo pagaron eledificio y se quedaron con 20 millones de remanente.

El proceso en contra de la CGF se inició hacia finesde 1981, por la administración provisional del banco, des-pués de que fuera intervenido. Se presentaron querellaspor estafa e infracción a la ley general de bancos, pero eltribunal de primera instancia dijo que sólo había pruebassuficientes para dar por configurada la estafa.

Los dueños de la CGF, Alejandro Mauricio Tassara yBernardo Sahli, fueron procesados por ese delito junto

Page 206: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

206

al presidente del banco, Rodolfo Antonio Yunis, y untestaferro confeso, Gino Osvaldo Pellegrini. El procesosiguió con los inculpados en libertad hasta que el casopasó a un ministro en visita. En 1990, Eduardo del Cam-po (hoy jubilado), cerró el sumario y absolvió a los pro-cesados, planteando que la ley general de bancos dispo-ne sólo una sanción de multa por las infracciones come-tidas. Nada dijo de la estafa, que era el delito por el queen verdad se los acusaba.

En las apelaciones, que llegaron a verse sólo entre1994 y 1995, los magistrados Alejandro Solís, José LuisRamaciotti y Juan Araya, revocaron la resolución y con-denaron a los inculpados por estafa y añadieron el deli-to de infracción a la Ley General de Bancos. Ademásdeterminaron que debían responder civilmente por dosmil 500 millones de pesos.

Las defensas recurrieron a la Corte Suprema. Final-mente, el 2 de diciembre de 1997 —dieciséis años des-pués de iniciada la causa— la Corte Suprema revocó nue-vamente la sentencia, exponiendo, en defensa de los de-rechos de los inculpados, que no podían ser condenadospor un delito por el cual no fueron procesados en primerainstancia: la infracción a la Ley General de bancos.

Por la absolución votaron Adolfo Bañados y los abo-gados integrantes José Luis Pérez y Vivian Bullemore.Por mantener la condena, los ministros Roberto Dávilay Guillermo Navas.

La abogada María Inés Horvitz, representante delCDE, se sintió profundamente frustrada: «El fallo espésimo», dice. «La Corte Suprema no se pronunció sobrela estafa, delito por el cual estos ejecutivos sí habíansido procesados en primera instancia».

En un segundo proceso iniciado en 1981 contra elmismo Tassara todavía no se dicta la sentencia de pri-

Page 207: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

207

mera instancia. La causa está ahora en manos del minis-tro en visita Haroldo Brito.

En otra causa, contra Javier Vial y todos los direc-tores del Banco de Chile, BHC, Banco Andino y Pana-má, lo que interesaba al fisco era atrapar al comité eje-cutivo, que era la cabeza de todo el grupo económico yque controlaba todos los directorios y los bancos: elpropio Vial, César Sepúlveda Tapia, Joaquín EmilianoFigueroa (ya fallecido), Rolf Lüders y Pablo MolinaBenítez.

Recién en 1997, el fisco logró una sentencia definiti-va de primera instancia en contra de doce directores,incluyendo a los mencionados.

Este es el único caso en que, al menos en primerainstancia, se ha acogido la demanda civil. El abogadoque representa al CDE, Víctor Hugo Rojas, está satisfe-cho. «En lo que respecta a los querellantes —el fisco, elBanco de Chile y el patronato nacional de la infancia—fue un pleno éxito, pues se acogió todo: la sanción pe-nal, la indemnización civil y el pago de las costas».

Sin embargo, aún resta saber lo que pasará con losrecursos que están pendientes contra la sentencia.

En 1985 se inició un juicio en contra del abogadoque actuaba como Fiscal Nacional de Quiebras, junto aotras personas acusadas de haberse quedado con los di-neros de varias empresas tras la declaración de banca-rrota. La causa duró unos catorce años. Los inculpadosfueron condenados en un principio a tres años con penaremitida, pero el CDE peleó hasta el final.

En la Corte Suprema uno de los acusados fue absuel-to y al ex fiscal se le aumentó la condena a cinco años.Eso significaba que a sus 50 años de edad, cuando yacreía el asunto olvidado, tendría que ir a la cárcel poractos que cometió a los 35.

Page 208: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

208

El propio abogado que representaba al fisco en lasúltimas instancias, Claudio Arellano Parker, se sintiógolpeado. ¿Y si el ex funcionario se hubiese redimido?

Page 209: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

209

EL APOGEO DEL FISCAL TORRES

La gestión de Hugo Rosende en el Ministerio de Jus-ticia coincidió con el ascenso de un personaje a los másaltos niveles de popularidad —o impopularidad, segúncomo se lo mire— que haya alcanzado ningún otro fun-cionario del régimen militar.

Desde las pantallas de televisión, el rostro entre te-mible y compadrero del fiscal militar Fernando TorresSilva ha estado durante años presente en los hogares detodos los chilenos.

Los periodistas han seguido sus acciones en los másdiversos casos político-policiales: las armas de Carrizalbajo, el atentado al general Pinochet, el secuestro delcoronel Carreño, el asalto a la Panadería Lautaro, lafuga de Sergio Buschmann, el asesinato del dirigente dela UDI Simón Yévenes.

Torres, que inicialmente era sólo un oficial de rangomedio, se convirtió en el célebre «fiscal ad hoc». Ellatinazgo le dio una prestancia que llegó a competir enla imaginería oficial con la del propio Pinochet.

Page 210: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

210

El abogado, incorporado al aparato judicial del Ejér-cito, tuvo un paso modesto por la Facultad de Derechode la Universidad de Chile. Le costó titularse. RobertoGarretón, contemporáneo suyo, recuerda que cuandoingresó a la carrera, Torres ya estaba en la Facultad. Yque cuando egresó, Torres seguía allí.

El fiscal estuvo estudiando desde fines de los 50hasta 1965, pero vino a titularse recién en 1974, con unamemoria sobre «la jerarquía militar».

Torres fue uno de los oficiales de Justicia del Ejérci-to designado para participar en los Consejos de Guerrainstaurados inmediatamente después del Golpe de Es-tado. Terminada esa función, fue contratado como ase-sor presidencial y jefe de la Secretaría de Legislacióndel Diego Portales.

Sus quince minutos de gloria llegaron años despuéscon el atentado a Pinochet.

Torres se convirtió en fiscal ad hoc para indagar to-dos los procesos en que estuviera involucrado el FPMR.

El Ejército lo dotó de grandes recursos y Torrescreó una megaoficina, con abogados que hizo trasladardesde diversas dependencias militares. El mayor Fran-cisco Baguetti lo ayudaba en el caso del atentado; el ca-pitán Ricardo Latorre, en el de la Panadería Lautaro yel de los arsenales; Carlos Troncoso, en el secuestro delcoronel Carreño.

Respondiendo a oficios de la Corte de San Miguel —que trataba de ponerle cortapisas al abuso de sus atri-buciones—, Torres reclamó el trato de «Señoría».

El militar se sentía cómodo en su papel. Era una es-pecie de súper procurador, beneficiado por las enormesfacultades de que fue dotada la justicia militar, en per-juicio de la justicia ordinaria. Obtuvo también granje-rías especiales —«pitutos» en nuestra jerga popular—

Page 211: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

211

que incrementaron sus ingresos. En 1986, Rosende fir-mó un decreto autorizando su contratación como «ase-sor jurídico» de Gendarmería.

El fiscal era generoso con las demandas de los pe-riodistas. Alimentaba constantemente los noticiarioscon el resultado de sus averiguaciones. Se movilizabarodeado de guardaespaldas y procuraba no quitarsenunca sus lentes Rayban. Ganó fama de frío, calculador,experto en inteligencia, y cultivó la reputación de «ami-go de Pinochet» y de su esposa, Lucía Hiriart.

Torres se jactaba de haber procesado a 120 integran-tes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, y afirmabaque en cualquier momento iba a atrapar a la cúpula.

Los detenidos bajo sus órdenes, denunciaron habersufrido las más aberrantes torturas en cuarteles de laCNI. Muchos de ellos no lograban diferenciar entre losrecintos de la policía secreta y la fiscalía. Torres, sordoa las quejas, aumentaba sus penurias con largas y reite-radas incomunicaciones.

El caso más dramático fue el de Karin Eitel, proce-sada por el secuestro del coronel Carreño, quien apare-ció en las pantallas de televisión nacional confesando suparticipación y dando, además, muestras evidentes dehaber sido sometida a crueles torturas.

El propio coronel Carreño sufrió el rigor del sus-picaz funcionario. Después de ser liberado por suscaptores, fue recluido en el Hospital Militar para en-frentar numerosas y prolongadas sesiones de interro-gatorio.

Las protestas contra las actitudes del fiscal ad hocllegaron hasta las Naciones Unidas. El relator especialFernando Volio afirmó que los «procesos hipertrofiadosque atiende el fiscal Torres son contrarios al debido pro-ceso legal y, por tanto, se apartan o desvían de lo nor-

Page 212: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

212

mal en perjuicio de los derechos de los procesados yquienes los defienden».

Pero los tribunales de justicia no obstaculizaron sugestión.

Hasta que se metió con la Iglesia.El fiscal, como Rosende y otras altas autoridades del

gobierno militar, pensaba que la Iglesia era la protecto-ra de la oposición al gobierno, y la posibilidad de probar-lo se le presentó con el caso de la Panadería Lautaro.Asaltada el 28 de abril de 1986 por un grupo de militan-tes del FPMR, en su huida éstos se enfrentaron con Ca-rabineros hiriendo de muerte al policía Miguel VásquezTobar. También murió uno de los asaltantes.

El hecho le sirvió a Torres para intentar de manerafrontal el encausamiento de la Vicaría de la Solidari-dad. Tomó como pretexto la ayuda médica que ésta lehabía prestado a Hugo Torres Peña, quien resultó seruno de los acusados del asalto. El fiscal hizo procesar amédicos y abogados, desafiando incluso las decisionesde la Corte Suprema.

Durante la existencia de la Vicaría de la Solidaridadésta sostuvo, es efectivo, relaciones con los partidos yorganizaciones de ultra izquierda. Se estableció un diá-logo en que las reglas de juego estuvieron perfectamen-te delimitadas. La vicaría defendía a las víctimas deatropellos a los derechos humanos (detenciones arbitra-rias, torturas, crímenes, desapariciones), sin importarsu creencia política; pero no aceptaba actuar como «pan-talla» en la defensa de delitos de sangre o de otro ordenque pudieran cometer los militantes de esas colectivida-des, aun cuando argumentaran legitimidad política.Para eso existían otros organismos, como el Codepu.Tanto el MIR como el FPMR estaban perfectamente altanto de estos códigos de conducta.

Page 213: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

213

Torres sostenía, empero, que los «terroristas» teníanen la Vicaría su retaguardia de protección. El argumen-to no era sólido desde el punto de vista legal, pero suinstinto le decía que en ese organismo, colaborador o node los grupos izquierdistas, las caras que él quería atra-par eran conocidas. Con astucias de sabueso, buscabahacer caer en trampas a la institución.

En los interrogatorios a funcionarios menores deese organismo, Torres usaba todo su poder de persua-sión para intentar delaciones. Ponía el arma sobre lamesa y les decía: «Usted sabe que yo tengo el poder demeterlo preso o dejarlo libre».

El fiscal estaba obsesionado con el organismo ecle-siástico. Quería saber todo sobre él: su estructura, or-ganización, financiamiento, personal, procedimientos,vínculos, situación tributaria y el rol del Vicario. Tam-bién quería conocer la identidad de las personas atendi-das por la Vicaría, especialmente los heridos a bala.Pretendió apoderarse de todas las fichas médicas con laesperanza de reconstruir la estructura del FPMR.

La paciencia del obispo Valech se colmó cuando To-rres allanó la sede de la AFP Magister para incautarantecedentes sobre las imposiciones de los empleadosde la Vicaría de la Solidaridad desde 1981 a 1988.

Valech presentó dos recursos de queja ante la CorteMarcial, argumentando que el fiscal se había extralimi-tado en el ámbito de la investigación del asalto a la pa-nadería Lautaro y estaba entrometiéndose en las orga-nización y funcionamiento de la Vicaría de la Solidari-dad. De hecho, los medios llamaban ahora a la investi-gación «el caso Vicaría».

El obispo defendió el secreto profesional. No estabaprotegiendo a nadie en particular, sino que la sacrosantainstitución eclesiástica del secreto de confesión, base de

Page 214: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

214

la confianza que millones de personas han depositado enla Iglesia por siglos. No se trataba tanto de una defensaen un momento puntual en la historia de Chile, como dela protección de los fundamentos de la creencia católica.Ningún poder político podía pretender avasallarlos.

La Corte Marcial había rechazado todas las anterio-res quejas en contra del fiscal, aunque en más de una oca-sión le había advertido, en forma privada, que morigera-ra su comportamiento. El presidente del tribunal, Enri-que Paillás, le había dejado caer «consejos» y «observacio-nes» en las hojas de los expedientes. Hasta que se produ-jo esa resolución del 7 de diciembre de 1988, en que laCorte Marcial, por cuatro votos a uno, acogió inesperada-mente el recurso de la Vicaría de la Solidaridad.

Votaron a favor los ministros civiles, Paillás y LuisCorrea Bulo. Eso era predecible. Lo inesperado fue elvoto favorable del representante del Ejército, brigadiergeneral Joaquín Erlbaum y el de la Fuerza Aérea, Adol-fo Celedón. Sólo la representante de Carabineros, Xi-mena Márquez, respaldó al fiscal ad hoc.

El fallo ordenó a Torres devolver las fichas incauta-das en Magister, sin usar sus datos, y circunscribir suinvestigación a los hechos estrictamente vinculados conel asalto, abandonando su pretensión de entrometersecon la Vicaría.

El hecho produjo un terremoto en el Ejército. El fis-cal general de la institución (superior a Torres, peroinferior a Erlbaum) el comandante Enrique Ibarra, co-mentó que el fallo había sido «político», influenciado porel resultado del plebiscito. Sus palabras, que acusaban asu superior de haberse puesto en el bando opositor, des-ataron una crisis aún mayor.

El martes 13, en Las Ultimas Noticias apareció elprimer indicio de la catástrofe. El Ejército había pedido

Page 215: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

215

la renuncia a toda la plana mayor de la justicia militar:al general Eduardo Avello, que ocupaba el cargo de Au-ditor General del Ejército; al brigadier general Erl-baum, y a los auditores, coroneles Rolando Melo y Al-berto Márquez, por sus discrepancias con Torres. Elpropio fiscal ad hoc se apresuró en anunciar que él ocu-paría el más alto cargo en la justicia militar, reempla-zando al general Avello, pese a la distancia en grado yantigüedad entre ambos. Es «una decisión del Mandoque, en este caso en particular, me enorgullece», dijo aldiario La Segunda.

Sus palabras desataron una ola de críticas de enver-gadura no sólo en la oposición. Uno de los principalesdirigentes de la derecha, Miguel Otero, en ese entoncesvicepresidente de Renovación Nacional, dijo: «En mistreinta y tres años de ejercicio profesional, nunca anteshe tenido conocimiento de que luego de un fallo adver-so a un fiscal militar, se llamara de inmediato a retiroal Auditor General y al miembro de la Corte Marcial. Lemolestaba la oportunidad de la medida, pues era el argu-mento perfecto para quienes criticaban la falta de inde-pendencia de la justicia militar. «La mujer del César, nosólo tiene que ser honrada, sino que también debeparecerlo», dijo, recurriendo a la conocida sentencia.

El Mercurio y La Segunda editorializaron en contrade las destituciones. El vespertino dijo que «resulta di-fícil de comprender por lo inoportuna la sola eventuali-dad de que quien ha sido cuestionado por éstas (las ins-tancias judiciales competentes) pudiera venir a susti-tuir a sus superiores jerárquicos».

En medio de la avalancha de ataques, el Ejércitoaparentó retractarse nombrando interinamente al gene-ral Rolando Melo Silva, quien, al asumir como auditorgeneral, admitió que la justicia militar estaba en «cri-

Page 216: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

216

sis». Torres quedó como Fiscal General Militar, en re-emplazo del comandante Enrique Ibarra, quien descen-dió abruptamente tras sus imprudentes comentarios.

Las especulaciones corrieron en los medios de comu-nicación. Se dijo que la propia Corte Suprema y la opo-sición en el generalato habían influido en el fracaso delnombramiento de Torres. Sin embargo, el 28 de diciem-bre, día «de los inocentes», la junta de generales, des-pués de una jornada completa de deliberaciones en elEdificio Diego Portales, demostró que el fiscal ad hocera mucho más poderoso de lo que se pensaba. Con laanuencia del comandante en jefe, representando en estecaso por el vicecomandante de la institución, Torres fueascendido al puesto de auditor general.

Sin complejos, ese mismo día la nueva autoridaddeclaró: «Yo creo que la crisis, a la cual se habría referi-do el coronel Melo, no existe». El subsecretario de Justi-cia y fiel asesor de Rosende, Luis Manríquez Reyes, en-tregó la opinión de esa cartera: «El fiscal Torres es unhéroe de la democracia en Chile».

No opinó igual El Mercurio, que en un ácido edito-rial, apuntó derechamente a la decisión política detrásdel nombramiento.

«El daño ya está hecho. En momentos en que el comba-te contra el terrorismo exigía alejar toda posibilidad dedesprestigio de los instrumentos con que esa lucha debellevarse a cabo, se dio prioridad a otras consideraciones, locual no hará sino dificultar su defensa cuando sea necesa-rio. El dolido desconcierto de los partidarios del régimenes explicable. Y no puede sorprender el regocijo con queciertos sectores opositores han seguido el episodio, quees, a no dudarlo, un obsequio para su propaganda».

La Corte Suprema le dio un último y final espaldara-zo al revocar, el mismo día de su nombramiento, las sen-

Page 217: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

217

tencias de la Corte Marcial que lo habían castigado porsu actuación en el caso Vicaría. Torres sería, como audi-tor general del Ejército, integrante del máximo tribunalcuando hubiera causas que interesaran a los militares yno lucía bien que un magistrado de esa categoría llegaracon una queja disciplinaria a sus espaldas. Mejor eralimpiarle los antecedentes.

Aunque el ascenso podría haber significado un ali-vio para la Vicaría, porque Torres, en su nueva funcióntendría que dejar los casos, la verdad es que por untiempo continuó prestándoles atención. El mismo seencargó de avisar que perseveraría: «Los procesos soncomo los hijos. No se les puede dejar solos».

Ese verano, el fiscal militar Sergio Cea se presen-tó finalmente en la Vicaría a cumplir las órdenes deTorres. Llegó acompañado con los integrantes de suescolta vestidos de civil. Ese día sólo estaban en eledificio de la entidad el Vicario y un par de asisten-tes. No se atendió público y todo el personal fue auto-rizado a ausentarse. No querían ser vistos ni identifi-cados por personal militar. Por lo demás, las fichasque buscaba Cea tampoco estaban allí. Precaución ele-mental.

Los asesores de Valech le habían sugerido que vis-tiera para la ocasión sus prendas de obispo, con báculo ytodo. Pero el Vicario no quiso. Se limitó al simple trajenegro con el clásico cuello clergyman.

Hizo pasar a Cea y le dijo en tono amable:—Como sacerdote estoy obligado a respetar el secre-

to profesional y, además, soy custodio de la confianzaque la gente ha puesto en la Vicaría; no acepto, por lotanto, que se registre nuestra sede. Yo no puedo rompermis compromisos. Si usted quiere ver las fichas, tieneque pasar por sobre este obispo.

Page 218: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

218

La sola presencia física de Valech, grueso y de ele-vada estatura, era lo bastante imponente como para in-timidar al menudo y delgado Cea. Aunque estaba claroque no se trataba de un enfrentamiento cuerpo a cuerpocon el prelado.

Fue una medición de fuerzas que no duró más dequince minutos. Amabilidad y tensión se reflejaban almismo tiempo en las caras del vicario, el fiscal y los es-casos testigos de la escena. Cea optó finalmente por re-tirarse, ordenando el repliegue del contingente de cara-bineros que había estado esperando afuera para proce-der al allanamiento.

Se acercaba el cambio de gobierno y Torres tuvo fi-nalmente que desistir. Las causas contra militares quecomenzarían a llegar a la Corte Suprema una vez queasumió el gobierno Patricio Aylwin, iban a ocupar en elfuturo sus buenos oficios.

Page 219: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

219

UNA CRÍTICA A LA JUSTICIA MILITAR

El nuevo presidente de la Corte Suprema, al térmi-no del período de Retamal, fue Luis Maldonado, unantiizquierdista con fama de democratacristiano, deespíritu conciliador y experto en los asuntos del PoderJudicial.

Conocía a todos los ministros y jueces. Sus debilida-des y fortalezas. Comenzó su mandato otorgándole unespecial estatus a Hernán Cereceda, de quien valorabasu juventud y conocimientos. (Muchos años después,tras la acusación constitucional que lo destituyera, Mal-donado confesaría a amigos suyos que sentía traiciona-da la confianza que había depositado en el ex ministro.Estaba arrepentido de haberlo ayudado).

Con sus ademanes suaves y amables, el nuevo presi-dente inauguró sin embargo el año judicial, con uno delos discursos más incendiarios que se haya oído a presi-dente alguno de esa Corte. Compitiendo con Retamal,planteó una severa crítica a la justicia militar.

Era sin duda un signo de que la transición políticaestaba comenzando.

Page 220: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

220

Entre los invitados, que repletaban la sala de plena-rios, a las 11 de la mañana de ese 1° de marzo de 1989,estaban desde el nuevo auditor general del Ejército, to-davía coronel Fernando Torres, el procurador generalde la República, Ambrosio Rodríguez, el ministro Ro-sende, hasta el vicepresidente de la Comisión Chilenade Derechos Humanos, Máximo Pacheco.

Maldonado alabó la decisión de poner fin a los esta-dos de excepción, vigentes por tantos años. «Se ha con-cretado un anhelo del pueblo chileno», dijo. Pero pidió alas autoridades militares que indultaran, antes de mar-charse, a los chilenos que terminado el exilio seguíancondenados por haber ingresado ilegalmente a la Patria.

También celebró que se hubiera reducido el períodode presidencia de la Corte Suprema a tres años. Lascosas volvían a su sitio. Protestó por el escaso porcentajedel presupuesto asignado al Poder Judicial (apenas un0.74 en ese momento) y demandó una vez más la autono-mía económica para ese poder del Estado. Era un men-saje dirigido más a los dirigentes de la Concertación quea los del gobierno saliente.

Maldonado dijo que la Corte Suprema estaba oyendoen silencio las críticas, para aceptar lo válido y des-echar lo impropio. Era una postura distinta a la expre-sada sólo dos años antes por el pleno del máximo tribu-nal, que había rechazado las quejas a su incapacidadpara hacer justicia, diciendo simplemente que «los tribu-nales de justicia son fieles cumplidores de la ley, quepara ellos sigue siendo la razón escrita».

El Presidente se mostraba más abierto. Y no podíaevadir el tema de la cuestionada justicia militar.Remeció a su audiencia reconociendo que los tribunalesmilitares juzgaban a más civiles que uniformados, en unporcentaje que superaba el 80 por ciento. El reemplazo

Page 221: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

221

de un tribunal ordinario por uno militar, dijo el minis-tro, «ocasiona un grave desmedro para las garantíasprocesales del civil imputado». La independencia judi-cial y la confianza de la ciudadanía en tales tribunalesespeciales estaba en cuestionamiento, agregó, y deman-dó normas que retrotrayeran las cosas como al princi-pio. Los juzgados militares, para militares. Los ordina-rios, para los civiles.

El auditor Torres respondió que las críticas a la jus-ticia militar se debían al desconocimiento sobre la mate-ria, y las provocaba la «publicidad intencionada de cier-tos sectores».

La reforma solicitada sería una de los primeroscuerpos legales aprobados por el gobierno de Aylwin enel paquete conocido como «leyes Cumplido».

Page 222: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

222

LA «LEY CARAMELO»

Apenas asumió como ministro de Justicia, en enerode 1984, Rosende tomó una medida que había sido re-chazada por la Corte Suprema el año anterior. Aumentóel número de ministros en el máximo tribunal, que detrece pasaron a ser dieciséis.

Los nombres de los tres nuevos integrantes habíansido seleccionados por el secretario antes incluso decrear las plazas.

El orden en el nombramiento también fue analizadocuidadosamente.

Primero, Hernán Cereceda, el 10 de enero de 1985.El ex ministro y ex presidente de la Corte de Apelacio-nes contaba con los méritos formales mínimos para as-cender. Por cierto, también y principalmente, con losmerecimientos políticos: una completa afinidad con elgobierno militar. El general Pinochet lo había premiadoen una ocasión y Cereceda se demostraba agradecido.Rosende ponía las manos al fuego por él.

Luego Jordán, el 15 de enero. Por antigüedad nopodía postergarse su nombramiento. Algunos en el gabi-

Page 223: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

223

nete, como Jaime del Valle, tenían una excelente opi-nión de él. Sin embargo, otros hicieron reparos. Estabanbien enterados de sus antecedentes personales. De suafición por el alcohol y los prostíbulos desde sus tiem-pos de ministro en Punta Arenas. Pero Rosende lo con-sideraba un incondicional y eso era lo que le importaba.Lo nombró, sin embargo, en segundo lugar, para estro-pear su oportunidad de llegar a ser presidente del tri-bunal antes que Cereceda. No contaba en los planes delsecretario de Justicia que en el futuro su preferido se-ría destituido por una acusación constitucional y quesería Jordán y no él quien se invistiera como presidenteen 1996.

El tercero en la lista fue Enrique Zurita, designadoel 21 de enero de 1985. Un hombre modesto, probo, ama-ble, que tuvo muchas dificultades en su juventud paraestudiar, pues proviene de una familia pobre, y que hamantenido históricamente una postura invariable enfavor del régimen militar.

Con los nombramientos de Cereceda y Jordán, espe-cialmente hacia el fin del gobierno militar, comenzó ahablarse de una institución antes poco difundida: los es-tudios de abogados «con llegada a la Suprema». Los gran-des consorcios y los empresarios comenzaron a preferirlos servicios de aquellos profesionales para aumentar susposibilidades de éxito ante el máximo tribunal.

Pese a las quejas, entre otros, del Colegio de Aboga-dos que pedía terminar con la práctica de los «alegatosde pasillo», se creó un circuito más o menos organizadopara ejercer el tráfico de influencias. Algunos abogadosincluso pedían a sus clientes montos adicionales a sushonorarios para «sensibilizar» a los magistrados.

Los ministros honestos e independientes, aún en sucalidad de testigos de estos actos, no estaban en condi-

Page 224: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

224

ciones de reaccionar ni oponerse. El gobierno militartampoco puso coto a tales prácticas. El control políticoera su objetivo.

Retamal estaba en la presidencia de la Corte y, aun-que algo se había moderado después de la sanción que leimpusieron sus colegas en 1984, en cada marzo, al inau-gurar el año judicial, dejaba caer un pasaje aquí y otroallá para criticar al gobierno.

En 1986, por ejemplo, el magistrado alabó indirecta-mente a la Vicaría de la Solidaridad, comparándola conlas corporaciones de asistencia judicial. Al año siguien-te, en el preludio de la visita del Papa, el ministro decla-ró que marzo debía considerarse «el mes de la benevo-lencia, en contraposición al tiempo de la severidad». Enel último de sus discursos, en 1988, aprovechó que deja-ba el cargo para traspasar los límites permitidos. Co-mentó que las disposiciones del artículo 24 transitoriode la Constitución y el resultado de los recursos de am-paro que contra él se dictaban estaban cuestionando laindependencia del Poder Judicial. Recordó que los tri-bunales rechazaban los amparos porque aparentementeel artículo 24 no era susceptible de recurso alguno, aun-que otro artículo del mismo cuerpo legal garantizaba lavigencia del habeas corpus siempre.

«Se ha dicho que tal interpretación literal del pre-cepto prohibitivo demostraría una falta de independen-cia de criterio con respecto al Poder Central», dijo Reta-mal. Opinión que, como había dejado en claro anterior-mente, personalmente compartía.

El presidente de la Corte Suprema no era, sin em-bargo, un problema realmente grave para Rosende,quien sabía que contaba con una mayoría a su favor en elmáximo tribunal. Y se había preocupado de que en elresto de la judicatura, sus preferidos estuvieran bien

Page 225: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

225

ubicados. Creía que la mejor manera de garantizar laestabilidad del régimen militar y la preservación futurade las instituciones creadas por éste, era nombrar jue-ces que jamás lo tocaran políticamente.

—Este juez es probo. Todos los asuntos que rozancon la parte política, los va a fallar siempre bien, por-que es un hombre recto, —era la explicación tipo que Ro-sende daba a otros miembros del gabinete sobre suspromociones.

—¿Sabe?—Mira, más o menos, pero me da una garantía: jamás

se va a meter en política.Un ministro del gobierno militar cuenta que dos ve-

ces el magistrado Ricardo Gálvez estuvo en una quinapara subir a la Corte Suprema y que él personalmenteabogó ante Rosende para que lo nombrara. Le contó alministro de Justicia sobre su larga trayectoria como aca-démico, del prestigio que tenía en el ámbito universita-rio, de su erudición como jurista. Rosende respondíaque estudiaría su caso, pero no lo nombraba.

Ambos secretarios de Estado tuvieron un diálogocuando en la quina que presentó la Corte Suprema algobierno iban los nombres de Gálvez y Germán Valen-zuela Erazo.

—Gálvez sabe más. Es mejor juez.—Pero Valenzuela es más confiable, —replicó Ro-

sende.Gálvez tampoco fue nombrado por Aylwin. Sus votos

en causas por derechos humanos y especialmente el querespaldó la expulsión de Jaime Castillo Velasco de Chi-le le pesarían por siempre.

Que «no se metan en política» era la obsesión delministro de Justicia. Política definida, por supuesto,como política disidente. La extrema independencia no

Page 226: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

226

le gustaba. Por ese tiempo el abogado Francisco Merinorecibió un llamado en su casa del ministro de Justicia.

—Pancho, te llamo para decirte que acabo de tenerel honor de firmar el decreto que te designa abogado in-tegrante, —le dijo Rosende.

Merino, sorprendido, le respondió en forma cortéspero tajante:

—Don Hugo, le agradezco mucho, pero entonces, acontinuación, borre de su agenda el número telefónicode mi casa.

El nombramiento de Merino nunca salió de las ofici-nas de Rosende.

El secretario de Justicia, no obstante, se daba cuen-ta de que los ministros de la Corte Suprema, por lealesque le fueran, habían envejecido tanto que no podríacontar con ellos por mucho tiempo más.

Como político sagaz, estaba consciente de que nece-sitaría renovar la Corte para asegurarse el respaldo alEjército durante la siguiente década.

Esperó el resultado del plebiscito. Después deltriunfo del No, el 5 de octubre de 1988, supo que inevita-blemente habría que entregar el Poder y que la «obra»del régimen militar se vería amenazada por una avalan-cha de procesos por violaciones a los derechos humanos.A lo mejor hasta se derogaba la ley de Amnistía.

Tenía que hacer algo.Dos semanas después del plebiscito, nombró al mi-

nistro Juan Osvaldo Faúndez como nuevo integrante dela Suprema. De antecedentes personales intachables,Faúndez era ciertamente un incondicional.

Necesitaba más.Pujó, entonces, por la aprobación de la llamada «ley

caramelo». El cuerpo legal, que había sido obra suya,estaba estancado en la Junta de Gobierno desde junio

Page 227: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

227

de 1988, junto a otras de las llamadas leyes de «amarre»,pues los proyectos eran cuestionados en su constitucio-nalidad.

Tras el plebiscito, Rosende presionó por su aproba-ción y consiguió lo que quería: el gobierno ofreció sumasmillonarias a los ministros de la Suprema que decidie-ran jubilar antes del 15 de septiembre de 1989. Graciasal «caramelo», se retiró buena parte de los ministrosmás antiguos. Y Rosende llenó rápidamente los cargoscon quienes creyó proclives al régimen.

El 12 de mayo de 1989, Roberto Dávila ascendió des-de su cargo de relator de la Corte Suprema. El gobiernolo consideraba erróneamente un incondicional, por susfallos en favor de la Ley de Amnistía.

En la misma camada subieron Lionel Beraud, el 29 demayo de 1989, y Arnaldo Toro, el 12 de julio de 1989, aun-que otros integrantes del gabinete tenían la peor de lasopiniones sobre ellos. De Beraud, por su bajo nivel inte-lectual. De Toro, por leyendas de actuaciones irregularesque lo perseguían desde los tiempos en que estaba en laCorte de Temuco. Uno de los miembros del gabinete reci-bió expedientes sobre procesos por incendios en que losvotos del magistrado daban siempre la razón a los auto-res. Incluso cuando los incendiarios estaban confesos.

En septiembre, ascendieron Marco Aurelio Perales,Hernán Alvarez y Germán Valenzuela Erazo. Todos consi-derados pinochetistas, aunque Alvarez resultaría ser unode los líderes de las posturas reformistas en el futuro.

Finalmente y, ya en el umbral de la entrega el po-der, Rosende designó a Sergio Mery Bravo, que hastaentonces se desempeñaba como secretario del tribunal.

El ministro, que con sus cuarenta años de ejercicioconocía el Poder Judicial mejor que nadie, ignoró lasadvertencias de los demás miembros del gabinete. Todos

Page 228: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

228

sus escogidos iban a las celebraciones de 19 de septiem-bre en el Club Militar y varios continuaron haciéndolodespués del cambio de gobierno. Serían leales, creyó.

El reforzamiento del Poder Judicial en favor de losintereses del régimen, no pasó inadvertido para la opo-sición, que se lanzó en picada en contra de la «ley cara-melo».

El Mercurio defendió a Rosende. El 28 de septiem-bre de 1989 ese matutino afirmó en su editorial: «Cabepreguntase si en caso de detentar el poder, se habríanabstenido los personeros de aquélla (la Concertación) dehacer otro tanto, o al menos de intentarlo».

Ya sabía el gobierno militar y los líderes oficialistasque la Concertación planeaba crear el Consejo Nacionalde la Justicia. El Mercurio atacaba la iniciativa de ante-mano argumentando que el Colegio de Abogados o lasfacultades de Derecho, que tendrían participación mi-noritaria en esa entidad, podrían ser usados «por la iz-quierda» para tomar parte en los nombramientos delPoder Judicial. Sostenía el matutino:

«Si la autoridad consideró o no tales elementos es unpunto opinable. Pero si lo hizo, no sólo obró legítima-mente y conforme a derecho, sino que logró anticiparsea un eventual atentado contra el ordenamiento judicialde la república», esgrimía el matutino.

«Estas columnas han mantenido una posición inva-riable de crítica a ciertos aspectos negativos de la judi-catura, y de apoyo a reformas que, a su juicio, perfeccio-narían el sistema judicial chileno. Pero tales mejora-mientos no podrían, en caso alguno, atropellar los prin-cipios fundamentales del derecho en que el sistema sefunda. La actual Corte Suprema no es nueva. Es la mis-ma, en su espíritu y hasta en alguno de sus integrantes,que en su acuerdo del pleno del 25 de junio de 1973 ad-

Page 229: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

229

virtió al Presidente marxista de la época: ‘Mientras elPoder Judicial no sea borrado como tal de la Carta Polí-tica, jamás será abrogada su independencia’».

Los partidos oficialistas también respaldaron lasmedidas de Rosende.

En total, el ministro de Justicia de Pinochet nombróa doce de los diecisiete ministros que conformaban laCorte Suprema en 1990, cuando Patricio Aylwin tomó elmando, los que sumados a Marcos Aburto y EmilioUlloa, ascendidos en 1974, totalizaban catorce nombra-mientos bajo el gobierno militar.

Sólo Rafael Retamal y Luis Maldonado, en la Cortedesde 1966, y Enrique Correa Labra, nombrado porAllende en 1971, habían llegado antes, pero de estostres, el gobierno militar confiaba en que Maldonado yCorrea se negarían a dar nuevas interpretaciones a laley de Amnistía.

Esta nueva Corte Suprema estaba dotada de faculta-des que jamás tuvo en las constituciones anteriores a1980. Su presidente integraría el Consejo de SeguridadNacional, junto a los comandantes en jefe de las FuerzasArmadas, y tendrían la facultad de nombrar a tres sena-dores designados: dos entre ex ministros y uno, entreun ex contralor.

El ministro de Justicia podía decir con toda propie-dad: «Misión cumplida».

Page 230: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

Capítulo III. De la Real Audienciaal golpe de estado

Page 231: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

231

EL QUESO Y LA BALANZA DE LA JUSTICIA

«La Justicia de Chile haría reír, si no hiciera llo-rar. Una Justicia que lleva en un platillo de la balanzala verdad y en el otro platillo, un queso. La balanzainclinada del lado hacia el queso. Nuestra justicia esun absceso putrefacto que empesta el aire y hace la at-mósfera irrespirable. Dura e inflexible para los de aba-jo, blanda y sonriente con los de arriba. Nuestra justi-cia está podrida y hay que barrerla en masa. Judassentando en el tribunal después de la Crucifixión, aca-riciando en su bolsillo las treinta monedas de su infa-mia, mientras interroga a un ladrón de gallinas. Unajusticia tuerta. El ojo que mira a los grandes de la tie-rra, sellado, lacrado por un peso fuerte y sólo abierto elotro que se dirige a los pequeños, a los débiles».

El poeta Vicente Huidobro se unía con estas ácidaspalabras a las críticas que en 1925 se hacían al sistemajudicial chileno. La oleada de descontento contra juecesy ministros de corte formó parte de los muchos factoresque, dos años después generaron el golpe militar enca-bezado por el coronel Carlos Ibañez del Campo que de-rrocaría al presidente Arturo Alessandri Palma.

Page 232: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

232

En 1924 el propio León de Tarapacá se quejaba con-tra las deficiencias del Poder Judicial:

«Me llega diariamente el clamor uniforme y cons-tante de (...) como la Corte Suprema desempeña susfunciones (...) No obstante estar obligados (sus minis-tros) a trabajar cuatro horas diarias, es público ynotorio que las audiencias las empiezan sólo a lastres, para terminar a las cinco de la tarde (...) Losestados anotan que en estos últimos meses se handictado muy pocos fallos».

La evolución del sistema judicial casi no figura enlos libros sobre Chile. Fue olvidada por los historiado-res lo mismo que por los políticos que instalaron la Re-pública, aunque desde antiguo ha sido un lugar comúnafirmar que Chile es «un país legalista».

Las críticas de Huidobro no han sido ciertamente lasúnicas. Mucho antes que él, don Andrés Bello, redactorde nuestro Código Civil, vigente desde 1855, opinaba:

«Para que esta reforma sea verdaderamente útil,debe ser radical. En ninguna parte del orden social (...)es tan preciso emplear el hacha. En materia de refor-mas políticas no somos inclinados al método de la de-molición; pero nuestro sistema de juicios es tal, quenos parecería difícil no se ganase mucho derribándolohasta los cimientos y sustituyéndole otro cualquiera».

Pero el hacha no se usó.En 1903, un artículo de prensa contiene comentarios

que bien podrían publicarse hoy por la plena vigencia delas opiniones:

«Aquí como allá se siente malestar; aquí comopor allá no se hace justicia recta (...) aquí como porallá prevalecen y dominan otros intereses, otras in-fluencias que el interés de la justicia inmaculada y lainfluencia de las sanas aspiraciones (...) La primeracondición de los negocios es la seguridad y cuando enun país el Poder Judicial se ha rodeado de atmósfera

Page 233: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

233

de desprestigio, todo el mundo teme colocar en esepaís capitales».

El llamado sistema «inquisitivo» —que presume alinculpado culpable en vez de inocente— subsistente enChile, podría ser sólo una curiosidad o una extravagan-cia en un mundo globalizado que hace tiempo se conven-ció de su obsolescencia, entre otras razones, por su con-tradicción con la organización democrática del Estado.Pero es nuestra realidad, hasta que no entren en vigorlas reformas aprobadas en 1997.

Aunque la Constitución Política de 1980 declara,como sus predecesoras, que los poderes del Estado chi-leno son tres, es evidente que el Judicial no ha sidomateria de mayor interés para los historiadores.

Está claro que no es propio de los periodistas su-plantar a los profesionales de la Historia. Pero sacudirlea ésta un poco de polvo y dar luces sobre algunos ante-cedentes que nos ayuden a entender el presente, es unaobligación ética. Hay que tratar de desentrañar el por-qué de las críticas de otro tiempo de Huidobro, Bello yAlessandri, y de las quejas de hoy de nuestra opiniónpública, virtualmente unánime en su condena de la Jus-ticia chilena.

Page 234: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

234

LA JUSTICIA EN LA COLONIA

España tenía, antes de conquistar América, unaarraigada tradición jurídica proveniente de raíces roma-nas y germanas. Pero el Rey (quien reunía en su perso-na todos los poderes y era en sí administrador, legisla-dor y juez) traspasó a los territorios conquistados sólo labase romana 2, aquella parte que —como conviene a unRey— excluía la participación del pueblo.

Un poder fáctico de la época, la Iglesia, compartía elcontrol sobre la función judicial establecida por el Rey,pues estaba preocupada por los tratos que los aventure-ros navegantes daban a los indígenas.

Así se llegó a una fórmula simple: para imponer laley en las nuevas tierras, la Corona enviaba a sus pro-pios especialistas, la mayor de las veces letrados, paraque aplicaran justicia. Su voz era la ley.

En Chile, la autoridades coloniales estaban compli-cadas por la eficaz resistencia indígena, y optaron porcrear un sistema judicial muy simple.

En 1609 nació la Real Audiencia, una especie deCorte de Apelaciones más poderosa que las que conoce-

Page 235: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

235

mos hoy, presidida por el Gobernador y compuesta portres oidores y un Fiscal, que era el acusador y cuya figu-ra, desaparecida del sistema chileno, reaparecerá cuan-do empiece en el futuro inmediato a aplicarse la reformaque crea el Ministerio Público.

Los alcaldes, en las ciudades que se mantenían enpie, y los corregidores, en los campos, hacían las vecesde jueces de primera instancia. Como todavía no se ha-blaba de división de poderes, la Real Audiencia no sóloadministraba justicia actuando como el tribunal de se-gunda instancia, sino que cumplía tareas ejecutivas eincluso legislativas.

A fines del Siglo XVIII, se instaló un regente comopresidente de la Real Audiencia, para que el goberna-dor se quedara sólo con las funciones ejecutivas.

En ese momento también se hizo otra reforma: elTribunal Superior se dividió en dos salas especializa-das. Una se dedicaría sólo a «lo criminal» y otra a «lo ci-vil», distinción que —digámoslo para ilustración de le-gos en la materia— se funda en lo siguiente: criminal esel área de la justicia que regula las obligaciones de losindividuos con la sociedad, o el Estado, es decir, la quesanciona delitos e impone penas; civil, por el contrario,es la que regula la relación entre los particulares y tieneque ver casi siempre con reclamos pecuniarios.

En 1757 se creó en Chile la primera universidad, laUniversidad de San Felipe, que impartió inicialmente lacarrera de Derecho. Salieron de sus aulas notables ciu-dadanos «criollos» capacitados para integrarse a ese in-cipiente sistema judicial. Pero los Reyes de España seoponían a designar a los nacidos en una colonia comojueces.

Pese al resentimiento que se alimentaba en el cora-zón de los criollos en contra de la Real Audiencia, la

Page 236: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

236

calidad de los magistrados españoles era en muchos ca-sos notable y sus procedimientos penales tenían enton-ces virtudes que hoy escasean.

Un estudio de 1941 que analiza las sentencias de laReal Audiencia, concluye que «la substanciación de losjuicios criminales se lleva durante la Colonia, por logeneral, en corto tiempo y con escaso volumen de au-tos».

Entre los fallos de la Real Audiencia, se cita unasentencia «modelo», que grafica el comportamientoejemplar de ese tribunal de la Colonia. El fallo, dictadoen una causa por «amancebamiento», data de 1788. Elexpediente tiene apenas nueve páginas, incluyendo lasentencia definitiva. La investigación de los hechos —conocida como la etapa del sumario— duró apenas unmes y dos días. Hoy eso sería un proceso «bala».

Era la «causa criminal contra Dn. Jose Flores porconcubinato con Manuela Espinosa, alias la Badanera,ambos casados; y por otros excesos». Flores enfrentabael cargo de hallarse «viviendo amancebado con unamuger casada, con total abandono de la que lo es legíti-ma suia, y sin que haia hecho juicio a los requierimien-tos judiciales que por la R. Juzticia se le han hecho; poresto y por la vida ociosa que tiene, sin el menor destino».El acusado, por la escasez de sus recursos, contó con ladefensa de un procurador de «pobres». Defensor y fiscalacusador se enfrentaron en las mismas condiciones anteel juez. Esa paridad se perdió en el proceso chileno y serecuperará sólo llegado el año 2000, cuando se instaureel Ministerio Público y el juicio oral.

Dice el estudio que estamos citando que, además,los procuradores de los pobres en la colonia cumplieronsu labor con «diligencia y meticulosidad ejemplares»,características que no siempre pueden atribuirse ac-

Page 237: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

237

tualmente a los postulantes a abogados que defienden alas personas de escasos recursos en los Servicios deAsistencia Judicial.(*)

Los fiscales cumplían en la Colonia un papel funda-mental al «velar por la correcta y rápida sustanciaciónde los procesos y sus dictámenes son, por lo corriente,las piezas más eruditas, con mayor acopio de citas lega-les y más profundos raciocinios jurídicos y éticos en losjuicios criminales».

Los jueces de la Real Audiencia también eran ejem-plares. Aunque no tenían facultades en la letra de laley, acortaban los procesos y buscaban acuerdos entrelas partes. Las sentencias no aludían tanto a fundamen-tos legales, como a raciocinios éticos y sociales. Las pe-nas aplicadas estaban, con la mayor frecuencia, por de-bajo de la penalidad legal, y hasta usaban los métodosalternativos al cumplimiento de las penas, como sancio-nar con tres meses de trabajos públicos a un reincidenteen el delito de abigeato que, según la letra de la ley,debía ser condenado a muerte.

En el Chile de hoy, el 70 por ciento de las penas sig-nifican privación de libertad, aunque la tendencia mo-derna es a crear sistema alternativos que busquen larehabilitación del delincuente y desahoguen las cárce-les. En Alemania, por citar un ejemplo, sólo el 22 porciento de las penas implican cárcel.

La tendencia a moderar las penas fue tal en las co-lonias americanas que el Rey reiteradamente llamó laatención a sus jueces, haciéndoles ver que no les corres-

(*) Una notable recreación de la estructura y actuación de la Jus-ticia chilena en sus albores -justamente en el siglo XVII- puede hallar-se en la reciente novela de Rodrigo Atria, Coplas de sangre (Planeta,Santiago, 1998), basada en hechos rigurosamente históricos (Nota delEditor).

Page 238: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

238

pondía «el arbitrio» o la interpretación de la ley, sinoque la mera «ejecución» de aquéllas, pues «ésta es nues-tra voluntad» .

Page 239: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

239

FIN DE LA REAL AUDIENCIA

Sobrevino la guerra de la Independencia. Los líde-res criollos acusaron a la Real Audiencia de amparar alos batallones realistas.

En 1811, en medio de las batallas, el tribunal realis-ta fue clausurado. Los vencedores crearon una nuevaCámara de Apelaciones en el mismo edificio en que has-ta entonces funcionaba la Real Audiencia.

Ese fue el gesto revolucionario, pero en el resto delpaís la situación continuó igual que en la época colonial,con pequeños tribunales dirigidos por personas de bue-na voluntad, no letradas y excepcionalmente asesoradaspor algún abogado.

Con todo, O’Higgins consagró en la Constitución de1818 la división de los tres poderes del Estado. Se creóel Supremo Tribunal Judiciario (que sería la Corte Su-prema) por sobre el de Apelaciones.

Pero ya dos años más tarde la demora en los proce-sos comenzaba a ser un problema y O’Higgins tuvo quedictar decretos que buscaran acelerarlos.

Page 240: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

240

La Constitución de 1822 dedicó casi la tercera parteal Poder Judicial, pero hablar de administración de jus-ticia en aquellos años era una entelequia, considerandola situación que se vivía en los entonces reducidos te-rritorios de Chile. En la provincias, especialmente enel sur, reinaba el pillaje, que no encontraba resistenciade organismos policiales, ni la represión de tribunales.

La inseguridad era la misma en las ciudades y en elcampo. Policía no había ninguna y el Ejército, embarca-do en grandes proyectos nacionales, partía a la misiónlibertadora del Perú.

Diego Portales, quien en el cargo de ministro delPresidente Joaquín Prieto ejerció realmente el podercon mano dictatorial, intentó organizar una especie dejusticia ambulatoria, para llevar tribunales a aquelloslugares más peligrosos. El objetivo era combatir los ata-ques de los indígenas a las nuevas autoridades criollasy también a los bandidos que dominaban en la región deLa Frontera.

Las cabezas y manos de los jefes de los grupos perse-guidos eran esparcidas en los caminos y vados de losríos, para infundir miedo a sus integrantes.

Tal vez impresionado por la efectividad del método,Portales decidió usarlo contra sus enemigos, los sospe-chosos de conspirar para derrocarlo. En connivencia conel ministro Mariano Egaña intentó además establecerConsejos de Guerra permanentes para delitos políticos.

Egaña, quien ocupó varios cargos ministeriales duran-te la década portaliana, fue al mismo tiempo el propulsorde numerosas leyes e instituciones que fueron estructu-rando un sistema judicial chileno. Incluyó la creación deuna Corte Suprema, con asiento en Santiago, en la Consti-tución de 1833. Además, él mismo participó como fiscal enel máximo tribunal durante casi toda esa década.

Page 241: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

241

Egaña redactó varios proyectos conocidos como lasleyes Marianas, que dieron origen, en 1875, a la Ley deOrganización y Atribuciones de los Tribunales, que semantuvo durante más de un siglo prácticamente intoca-da, aunque luego mudó de nombre y pasó a llamarseCódigo Orgánico de Tribunales (COT).

Page 242: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

242

JUSTICIA REPUBLICANA

El país se dividió, terminada la guerra de Indepen-dencia, en provincias. En cada una de ellas, se estable-ció un Juzgado de Letras, a cargo de letrados. Ese fue eldebut de los primeros jueces «chilenos».

Los ministros de la Corte Suprema preguntaron enaquella época a Mariano Egaña qué debían hacer cuan-do, frente a determinado delito, contaban con leyes endesuso o penas absurdas. Este estimó legítimo que losjueces usaran su propio criterio para interpretar lasnormas obsoletas y, para formalizar su decisión, dictóuna ley que les dio la libertad de aplicar otra normaexistente o de hacer un esbozo de «jurisprudencia» cuan-do no hubiera en los textos legales una respuesta ade-cuada a los conflictos que se les planteaban.

La inquietud de esos jueces del siglo pasado no eraantojadiza, pues algunas de las normas, por mucho queaparecieran en los textos legales, les resultaban ridícu-las, como cuenta el historiador Armando de Ramón. Porejemplo, la pena fijada para los parricidas. Según la ley,el autor debía ser azotado 50 veces, encerrado en un

Page 243: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

243

saco debidamente sellado, junto a una serpiente, unmono, un perro rabioso y otros animales feroces. Des-pués, debía ser lanzado en altamar, dentro del saco, ase-gurado con un fierro que le impidiera flotar si por algu-na circunstancia quedaba vivo e intentaba huir.

La pena no parecía adecuada a los nuevos tiemposque vivía el país. Lo que después no siempre se ha en-tendido. Esa facultad de interpretación de la voluntadde una época, por ejemplo, nunca fue reclamada bajo elgobierno del general Augusto Pinochet. La Corte Supre-ma de finales del Siglo Veinte consideró que su únicamisión era aplicar el tenor literal de la ley.

En un comienzo, los tribunales debían aplicar lasleyes españolas, tal como estaban redactadas, pues nohubo legislación chilena hasta 1855 cuando apareció elCódigo Civil, gracias casi por completo al esfuerzo soli-tario del venezolano Andrés Bello. Diez años más tardesurgió el Código del Comercio, que se debe a otro ex-tranjero: el argentino José Gabriel Ocampo.

En 1874 se dictó el Código Penal y poco después elCódigo de Procedimiento Penal. La legislación españo-la gozaba de buen prestigio en el medio nacional, aun-que por los odios de la guerra de independencia, no semencionaba explícitamente cuándo había que recurrira ella. Las rencillas con los conquistadores no impidie-ron, sin embargo, que los criollos, al redactar el CódigoPenal chileno hicieran una mera adaptación del textoespañol.

El Código de Procedimiento Civil data de 1893 y elCódigo Orgánico de Tribunales se dictó en 1943.

Más tarde, la explotación de yacimientos de plata enChañarcillo y de salitre en el norte, permitirían la ex-pansión del Poder Judicial. Se crearon juzgados portodo el país y nuevas Cortes de Apelaciones.

Page 244: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

244

UNA «ACUSACIÓN CONSTITUCIONAL»

A mediados de 1800, el Poder Judicial se había con-vertido en el último reducto del Partido Nacional, fun-dado por Manuel Montt y Antonio Varas, que se ubicabaa medio camino entre conservadores y liberales.

El propio ex Presidente Manuel Montt (1851-1861)se convirtió en presidente de la Corte Suprema, des-pués de dejar el Ejecutivo.

Montt hacía equipo con Varas —como bien lo retratael monumento dedicado a ellos que está en el acceso alPalacio de los Tribunales— y éste lo respaldaba desdeel Congreso.

Para minar la fuerza de la dupla nacional Montt-Varas en los tribunales, el Partido Conservador —ecle-siástico— acusó constitucionalmente a la Corte Supre-ma de «notable abandono de deberes» en 1868.

La acusación contenía un grave cargo contra Montt.Decía que, abusando de su cargo de presidente de laCorte Suprema, había tratado de influir sobre el juez deMelipilla para que absolviera a un sobrino suyo acusadode homicidio. Fermín Silva Montt, el mentado sobrino,

Page 245: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

245

era administrador de una hacienda y como tal, oficiabade «inspector» del distrito. En esa calidad, impuso en lastierras a su cuidado la «ley seca», disponiendo que du-rante los días de fiesta no se podía vender vino a los in-quilinos. Por supuesto, en los campos la prohibición secumplía a medias.

Silva, que se tomó en serio el edicto, estaba contro-lando su cumplimiento, cuando fue agredido por unebrio. Para defenderse, tomó una varilla de rueda decarreta y, con ella, dio dos certeros golpes en la cabezadel borracho. Le rompió el hueso parietal y lo mató.

El juez de Melipilla procesó a Silva Montt por homi-cidio, aunque el acusado alegaba defensa propia.

Manuel Montt viajó a Melipilla y, a su vuelta fue acu-sado constitucionalmente por haberse entrometido en eljuicio. Él argumentó que se había visto obligado al viaje,porque el fundo de su sobrino había quedado sin admi-nistrador.

Los conservadores decían que Montt había coaccio-nado al juez, obligándolo a citar nuevamente a los testi-gos para que se desdijeran de sus dichos, y que lo habíapresionado para que dejara en libertad al sobrino. Elacusado admitió haber hablado con el juez; pero dijoque no lo presionó, sino que apenas le pidió, por favor,que llamara a los testigos para que ratificaran sus de-claraciones y se evitara con ello más dilaciones, puesuna resolución rápida aminoraba el sufrimiento de lafamilia.

Había un segundo cargo en la acusación, que se am-plió a otros tres ministros: José Alejo Valenzuela, JoséGabriel Palma y José Miguel Barriga. Este era que enuna querella de capítulos en contra del juez de Talca, laCorte de Apelaciones había decidido aplicar la resolu-ción que más favorecía al juez —al producirse un empa-

Page 246: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

246

te de votos— y se imputaba a la Corte Suprema haberratificado indebidamente ese fallo.

El juez en cuestión estaba acusado de torturar y fla-gelar a los reos para sacarles las confesiones.

Los ministros de la Suprema se defendían alegandoque los cargos por tortura ni siquiera estaban incluidosen la querella que buscaba desaforar al juez y que si bienla Suprema aceptó el fallo de la Corte de Apelaciones,había dispuesto al mismo tiempo que se ampliara la que-rella en su contra para investigar tales denuncias.

Más allá del sustento que pudieran tener o no loscargos, la acusación constitucional se convirtió, a losojos de los historiadores, en una contienda política en-tre conservadores, por un lado, y liberales y nacionales,por el otro.

En ese contexto, a Montt lo defendieron algunos desus ex enemigos, como los liberales José VictorinoLastarria —quien estuvo exiliado durante casi todo elgobierno de Montt— y Domingo Santa María (Presiden-te de Chile entre 1881 y 1886).

Santa María hizo un emotivo alegato ante los dipu-tados, destacando el carácter de revancha política quetenía la acusación constitucional:

«Confío en que la Cámara, al pronunciarse sobrela proposición de acusación, cerrará sus ojos a todoestímulo que no sea noble y bien intencionado: quedesgracia para el país, antes que para los magistra-dos, si sucediera que los intereses políticos pudieranarrastrar a una Cámara a tomar resoluciones con-trarias a la justicia y al bien público. Un partidotriunfante haría desaparecer de los Tribunales a losMagistrados para dar asiento a sus adeptos, pero caí-do ese partido y reemplazado por otro, éste emprende-ría igual tarea, igual cruzada para dar entrada a susamigos. La magistratura se convertiría de este modo,

Page 247: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

247

en un vil juguete de los cálculos y de las expresionespolíticas y sin prestigio ni responsabilidad sería aban-donada por todos los hombres honrados que no po-drían contar con los veleidosos favores de los partidosy que minarían al sillón del magistrado como un ban-co de vergüenza y de la afrenta, entonces buscaría-mos aquí en vano la justicia y tendríamos que alzar acada momento los ojos al cielo» .

En la Cámara la acusación constitucional contraMontt y los demás ministros fue aprobada, pero el Se-nado la rechazó.

Page 248: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

248

POLITIZACIÓN, DECADENCIA Y CORRUPCIÓN

Durante el período parlamentarista (1891-1924), elPoder Legislativo, por definición el más político de lospoderes del Estado, reemplazó al Ejecutivo en su rol depreeminencia.

El Poder Judicial se había convertido en las décadasanteriores en baluarte del Partido Liberal, especialmen-te porque las inversiones hechas por José Manuel Bal-maceda, durante su mandato (1886-1891) impulsaron suexpansión, y los nuevos cupos se fueron llenando, obvia-mente, con jueces que adherían a sus ideas. El Poder sehabía cambiado del bando nacional al liberal.

Cuando se instauró el período parlamentario, losconflictos puramente políticos se trasladaron al PoderJudicial. Los magistrados, obedeciendo a una tendenciade la época, expresaban sin tapujos sus preferenciaspolíticas. Las pasiones se exacerbaron sobrepasandotodos los límites de la mesura, hasta desembocar en elestallido de la Guerra Civil de 1891.

El 7 de enero de ese año, Balmaceda rechazó las pre-siones del Congreso y declaró vigente el presupuesto

Page 249: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

249

del año anterior. La mayoría del Congreso se reunió y lodeclaró destituido. La Armada se alineó con los congre-sistas y ocupó el país desde Valparaíso al norte. ElEjército, en Santiago, se mantuvo leal al Presidente,quien siguió ejerciendo el poder, instituyendo una ver-dadera dictadura. Tomó, entre otras medidas, la deci-sión de disolver la Corte Suprema y las Cortes de Apela-ciones. Declaró vacantes todos los cargos de los ministrosy fiscales de la Corte Suprema y jueces de la República.Expulsó a todos quienes consideró opositores a su gobier-no e inmediatamente llamó a concurso y llenó las vacan-tes con partidarios suyos. Algunos de los despedidos, quecumplían con ese requisito, fueron recontratados.

Aunque continuaron trabajando los tribunales deprimera instancia, desaparecidas las cortes superiores,los juzgados se convirtieron de dependencias adminis-trativas del Ejecutivo.

Esta ha sido la única vez en nuestra historia que seha clausurado el Poder Judicial.

El conflicto político siguió ahondándose y Balmace-da se suicidó.

Los congresistas, triunfantes en la guerra civil, anu-laron muchas de sus disposiciones, incluidas aquellasque desmantelaron el Poder Judicial.

Todos los magistrados que despidió Balmaceda, fue-ron repuestos en sus cargos. Y expulsados aquéllos queel Presidente contrató.

Los decretos de Balmaceda y aquellos de los congre-sistas que posteriormente los revocaron, implicaron re-novar alrededor del 80 por ciento del Poder Judicial encinco años.

La nueva judicatura era así completamente distintade aquella anterior a 1891. Y aunque las leyes se man-tuvieron, naturalmente los recién llegados imprimieron

Page 250: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

250

un nuevo estilo de administrar justicia, más comprome-tido con sus propios idearios políticos. El partido con-servador se quedó con la cuota más alta.

Pronto comenzarían las acusaciones de intervenciónelectoral. En provincias surgió el caudillismo y se exten-dió el cohecho. Los grupos que se disputaban el poderparticipaban en feroces y cruentas batallas. Y los juecesno estaban ausentes, como lo prueban innumerables his-torias.

Sobrevino un tiempo en que los partidos o grupospolíticos competían provocando caídas de gabinete yrepartiéndose el poder.

Gobernar era tan difícil, como que los jueces dierangarantías de investigación imparcial de cualquier de-nuncia de intervención política.

El Poder Judicial comenzó a corromperse y a des-acreditarse. Los delitos más atroces quedaban sin casti-go y la Corte Suprema dejó de cumplir el mandato develar por el mejor y correcto funcionamiento de los tri-bunales.

Page 251: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

251

MANU MILITARI

El desprestigio del sistema parlamentario se exten-dió también al Poder Judicial, área en la cual tambiénintentaron intervenir los militares, en el período que seinicia el 9 de septiembre de 1924, cuando derriban de lapresidencia a Arturo Alessandri.

Como se recordará, cuatro meses después de aquelgolpe de Estado, uno nuevo restituye a Alessandri en lapresidencia. Tiempo después, en 1925, lo sucede en elcargo Emiliano Figueroa, hermano del presidente de laCorte Suprema, Javier Angel Figueroa.

Javier Angel no era un hombre de la carrera judi-cial. Había sido político, diputado y senador, y candida-to a la presidencia en 1915. Como varios otros casos an-teriores, cuando vio cerradas sus posibilidades en elcampo político, decidió ingresar al Poder Judicial. En-tró por arriba, directo a la Corte Suprema. Y no pasómucho tiempo para que fuera nombrado presidente delmáximo tribunal.

Mientras tanto, Emiliano, su hermano, ejercía dePresidente gracias al apoyo militar. Pero renuncia al

Page 252: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

252

comenzar 1927 y el coronel Carlos Ibañez ocupa su lugare interviene el Poder Judicial, y su ministro de Justicia,Aquiles Vergara, presiona a la Corte Suprema para quesaque a aquellos jueces que todo el mundo conoce comovenales y corruptos.

Este es justamente el tiempo en que el poeta Huido-bro escribe su violenta diatriba.

No era fácil lo que se proponía el ministro. El presi-dente de la Corte, Javier Angel Figueroa se oponía. Delas diferencias entre ambos quedó para el registro de lahistoria un duro intercambio de notas: Vergara escribe:

«No ha escapado seguramente al conocimiento deV.E. el verdadero clamor público que reclama la len-titud en la substanciación de los procesos civiles y cri-minales, que han ido en constante aumento hasta lle-gar en ciertos casos al extremo de traducirse en ver-daderas denegación de justicia. No se os ocultarátampoco a V.E. el hecho de que hayan llegado a acep-tar plazas y actúen en el servicio judicial elementosde escasa competencia y de dudosa moralidad que loshacen inhábiles e indeseables para ejercer con auto-ridad y prestigio sus nobles y elevadas funciones» .

Figueroa responde que «los jueces permanecerán ensus cargos durante su buen comportamiento». Defendíalas facultades fiscalizadoras de la Corte Suprema sobrelos tribunales y esgrimía que nadie podría ser depuestosin una causa que los hubiera sentenciado legalmente.

El notorio ejercicio, por años, de malos funcionariosjudiciales que no habían sido removidos, ni recibido lamás leve sanción disciplinaria, debilitaba la postura deFigueroa en su intento de proteger la autonomía delPoder Judicial.

En la Suprema, los ministros se dividieron entreaquellos que apoyaban al gobierno y aquellos que lo re-chazaban. Figueroa se negaba a llamar a retiro a los

Page 253: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

253

treinta magistrados que, según el Ejecutivo, debían serremovidos. Como Figueroa no obedecía, Ibañez declaróvacantes, el 24 de marzo de 1927, los puestos que ocupa-ban cinco ministros de cortes de apelaciones y trece jue-ces letrados.

En respuesta, el presidente de la Corte Supremarenunció y pocos días más tarde el gobierno lo deportó.Junto a Figueroa dimitieron los ministros que lo habíanapoyado en la Corte: Alejandro Bezanilla Silva, AntonioMaría de la Fuente, Manuel Cortés y Luis David Cruz.

Los ministros que se quedaron, pues respaldaban algobierno, fueron: Ricardo Anguita, quien reemplazó alpresidente, Dagoberto Lagos, Moisés Vargas, GermánAlcérreca y José Astorquiza. Ellos mismos habían ayu-dado a Vergara a confeccionar la lista de los treinta in-deseables.

Ibañez comenzó así la prometida depuración del sis-tema judicial, que terminó con la expulsión de dieciochofuncionarios, el exilio del presidente de la Suprema, delpresidente de la Corte de Apelaciones de Santiago y deotros altos funcionarios judiciales.

Pese a la conmoción, la mayoría de los miembros delPoder Judicial observó la razzia en silencio, entre otrasrazones, porque gran parte de los jueces removidos eranrealmente venales, aunque también hubo jueces corrup-tos que no fueron castigados. Y además, por el obvio te-mor que generaron en ellos los allanamientos, prisio-nes, torturas, exilio y destituciones que el gobierno im-puso a sus opositores.

La depuración de Ibañez no implicó reformas en losprocedimientos judiciales, pese a que gran parte de losataques tenían su causa en ellos.

Desde la Guerra Civil de 1891 los partidos políticospreferidos por los magistrados fueron aquellos que

Page 254: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

254

«propendían a la mantención del status existente o,cuando menos, a una evolución moderada y pausada delas estructuras sociales, económicas y políticas de laRepública. Esto permitía dar un carácter muy conserva-dor a las instituciones judiciales y a su modo de operar,por lo cual puede entenderse que si uno de sus miem-bros adhería a ideas que parecían discrepar con este‘modus operandi’, no podía continuar perteneciendo aesta comunidad tan cerrada en sí misma».

La cúpula judicial, inspirada en esta arraigada cul-tura conservadora, en adelante puso obstáculos a cual-quier modificación profunda del aparato y sistema judi-ciales, pese al clamor que se venía oyendo desde princi-pios de siglo.

El propio ministro de Justicia de Ibañez, AquilesVergara, decía después de asumir su cargo en 1927:

«Pocos servicios del Estado necesitaban más de laatención del gobierno, que nuestra administración dejusticia. Varios eran los factores que, agravados porel correr de los años, sin fuerza de reacción propia, ycontando con la paciencia nacional, habían creadouna pesada atmósfera de lenidad y hasta de impurezaalrededor de la magistratura, doblegada a los intere-ses de la política, pero soberbia y encastillada en susrelaciones con los demás poderes del Estado».

Pero la reforma que se proponía Vergara no pasó dela aplicación bruta de la manu militari y postergó, hastanuestros días, las reformas sustanciales.

Page 255: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

255

DÉCADAS DE OLVIDO

Entre 1891 y 1933, se produjo en Chile el llamadosurgimiento de la «cuestión social» que sumió en la cri-sis la hasta entonces llamada república oligárquica, se-gún han registrado los hitoriadores.

Con la expansión del aparato estatal, se fortalecieronlos «sectores medios» y emergió el proletariado urbano eindustrial. Siguió una etapa política en que las distintasclases sociales dominantes compartieron el poder políti-co, sin imponerse unas sobre otras, equilibrándose en unsistema de alianzas que duró hasta 1960. Según CarlosPeña, durante esta etapa se habría producido una «profe-sionalización» de la judicatura. Y durante las tres déca-das que van desde 1930 a 1960 el Poder Judicial se man-tuvo prácticamente libre de críticas y presiones sociales.

No es que las deficiencias del sistema hubieran des-aparecido. Es que nadie se interesaba en ellas. Tampocoel Estado prestaba mucha atención a la administraciónde justicia.

El ministro José Cánovas (fallecido en 1992) recuer-da en sus memorias que el 28 de septiembre de 1942,

Page 256: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

256

recién ingresado a la judicatura, fundó el Juzgado deLetras de Santa Juana (localidad dependiente del De-partamento de Coronel, en la entonces provincia deConcepción). Relata así la experiencia:

«De inmediato, del sueño pasé a la realidad y asíaprendí a enfrentarla desde el primer día de mi ma-gistratura. En efecto, la llegada a Santa Juana fuedesalentadora. Para instalarnos tuve que conseguirun bodegón abandonado, lleno de ratones, sin cieloraso y sin piso. Me prestaron una mesita vieja que sebalanceaba al compás de un lápiz y había una sillaque sólo tenía dos patas buenas, de modo que parasentarse uno tenía que apuntalarse con las piernas.El secretario se ubicó en una banca de madera rústi-ca. Conseguí una máquina de escribir que tal vez lahabía llevado el primer civilizado del pueblo» .

Cuando quiso dictar el «acta de instalación» al secre-tario, éste se excusó diciendo que no sabía escribir amáquina. Cánovas le pidió que escribiera a mano, peroel secretario volvió a excusarse diciendo que se le ha-bían quedado los anteojos en Concepción. Cuenta enton-ces: «Opté por escribir yo el acta, que él me autorizó congran dificultad caligráfica».

El secretario de Cánovas no sabía escribir, pese aque tenía, como todos los secretarios de los juzgados,rango de juez y debía reemplazar al titular cuando éstese ausentaba.

En Curanilahue, Cánovas fue expulsado de la residen-cial en que se alojaba por haber encarcelado a un parientedel dueño. En Lota, que vivía convulsionada por los conflic-tos entre los mineros y los explotadores de los yacimientosde carbón, el magistrado descubrió que la Compañía mine-ra controlaba el juzgado local. Le había asignado una casaal juez de turno (cuando llegó Cánovas la ocupaba el secre-tario) y una cuota de sacos de carbón al mes.

Page 257: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

257

Cánovas se negó a habitar en el inmueble y obligó asu secretario a abandonarlo.

«Al administrador de Schwager lo llamé a mi des-pacho y le representé su mal proceder, ya que se per-mitió enviarme los trece sacos de carbón sin siquieratomarme la venia o consultarme. Le advertí que noera su empleado, y que sin darse cuenta estaba come-tiendo un delito».

La corrupción en el juzgado de Lota era histórica.Uno de sus jueces fue conocido por dejar impunes inclu-so delitos de homicidio, simplemente archivando losprocesos. Murió rico.

«Había un oficial primero (los oficiales, que vande oficial cuarto a oficial primero, son los responsa-bles de los servicios menores en los tribunales, equi-valentes a los que realizan los juniors en las empre-sas) que era el explotador de los pobres familiares delos presos. Al cumplir éstos los cinco días de detenciónme iba a consultar mi resolución. Como era mi cos-tumbre, escribía al margen de cada causa si alguienquedaba en libertad o sometido a proceso. Si les dabala libertad, de inmediato el oficial primero salía de midespacho hacia el mesón de atención al público y lla-maba a los familiares del detenido, a los que cobrabadiversas sumas por la libertad del preso, la que, se-gún él, ‘tenía que arreglar con el juez’».

Situaciones como éstas han continuado ocurriendoen el Poder Judicial chileno. Fue por actos similaresque el actual ministro de la Corte de Apelaciones, Ale-jandro Solís, pidió la destitución de algunos oficiales asu cargo cuando dirigía el Quinto Juzgado del Crimen.

Atrapar a los funcionarios en estos actos requierededicación. Un juez descuidado, que se encierra en sudespacho, no lo advertirá.

Page 258: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

258

José Cánovas descubrió las maniobras de su oficialy pidió la destitución.

En sus primeros años en el cargo pudo establecerque muchos juicios se arreglaban «a lo compadre», influ-yendo en los parientes de los jueces, en sus amigos. Seacostumbraba fabricar pruebas, pagando a testigos paraque declararan en tal o cual sentido. El extravío de ex-pedientes era tan habitual como lo es hoy.

Pero es justo decir que al mismo tiempo que demo-nios, la judicatura prohijó distinguidos e ilustres jueces.Las cortes de Apelaciones de Santiago y Concepción,por ejemplo, se hicieron muy prestigiosas entre los abo-gados.

Vicios y virtudes fueron virtualmente ignorados porlos medios de comunicación de aquellos tiempos El si-lencio, más que reflejo de satisfacción con el sistema,evidenciaba la indiferencia social hacia el rol que debíajugar este, el tercer poder del Estado. El interés ciuda-dano, reflejado en los archivos de prensa de la época,estaba focalizado en las conductas del Ejecutivo y elLegislativo.

Después de la desastrosa experiencia parlamenta-rista, el Ejecutivo había recuperado su primacía entrelos tres poderes y así se quedaría.

El sistema judicial siguió funcionando con la mismaestructura afianzada a comienzos del siglo XIX, en unestado de evidente abandono. Entre 1962 y 1963, el pre-supuesto público general de la Nación aumentó en un17,5 por ciento; pero los montos asignados al sistemajudicial crecieron, en el mismo período en apenas unsiete por ciento, un porcentaje inferior al alza del costode la vida 16. Entre 1947 y 1962, el porcentaje del pre-supuesto asignado al Poder Judicial disminuyó del 1,07por ciento al 0,52 por ciento.

Page 259: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

259

Sólo hacia fines de los «50, la preocupación por lostemas judiciales comenzó a formar parte del debate pú-blico. Un estudio sobre la presencia del Poder Judicialen las informaciones de prensa entre 1954 y 1967, revelaque el 86 por ciento de las noticias se concentran en elúltimo año.

Page 260: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

260

LA HUELGA «LARGA»

El intento por establecer un modelo que sacara aChile del subdesarrollo obvió de la lista de prioridadesla realización de las reformas que se venían proponien-do al sistema judicial.

Nada se hacía por mejorarlo, aunque arreciaban lascríticas al sistema. Los magistrados se agazaparon enuna actitud de desconfianza hacia «la» política y en unarraigado corporativismo.

Si bien no hubo una voluntad real de hacer cambios,el tema estuvo presente en los programas de gobierno.El de Eduardo Frei Montalva planteaba la necesidad demodernizar el sistema judicial, de hacer cambios estruc-turales para que las nuevas leyes no tropezaran con«una justicia lenta, cara y anticuada» y propugnaba lanecesaria «democratización» del sistema, entendidacomo medidas para asegurar su gratuidad y ampliar elacceso de los ciudadanos.

Frei padre creía necesarios «una renovación másacelerada de sus cuadros y el acceso de las nuevas gene-

Page 261: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

261

raciones a cargos de responsabilidad en el Poder Judi-cial», pero no llegó a concretarlos.

Bajo su mandato, el ministro de la Corte de Apela-ciones de Santiago, Rubén Galecio propuso crear unMinisterio Público. Considerando que no habría muchodinero para ejecutar su idea de un modo radical, Galeciosugirió una adecuación a «la chilena». Habría que divi-dir la judicatura en dos: una parte de los jueces, los ins-tructores, se dedicarían sólo a la investigación de losprocesos y realizarían las labores del Ministerio Públi-co. El resto, los falladores, dictarían las sentencias. Lapropuesta de Galecio incluía que algunas de las etapasdel proceso fueran orales.

El revolucionario y solitario esfuerzo de Galeciomurió en las carpetas de Frei Montalva, junto a las pro-pias ideas del gobernante, pues Justicia no era unaprioridad. La idea de Galecio fue sólo acogida en el pro-yecto de Ministerio Público aprobado bajo el gobiernode Eduardo Frei Ruiz-Tagle casi al llegar el siglo XXI.

El mayor conflicto del gobierno de Frei Montalvacon el Poder Judicial no fue el debate en torno a las pro-puestas de reforma, sino que la demanda gremial pormejoras salariales.

En 1967, magistrados y funcionarios hicieron un mo-vimiento de «brazos caídos», un paro que duró 24 horas ypasó casi inadvertido. Pero cuando concluía el gobierno,los jueces y empleados volvieron a unirse para realizar laúnica huelga total de que se tenga conocimiento en elPoder Judicial. Lo lideraba la Asociación Nacional deMagistrados, que tenía entonces entre sus principalesdirigentes al influyente Sergio Dunlop, presidente en laCorte de Apelaciones de Talca en 1965, 1969 y 1973.

El ministro de Hacienda de Frei, Andrés Zaldívar,se negaba a otorgar mejoramientos extraordinarios a los

Page 262: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

262

magistrados —el Escalafón Primario— y a los funciona-rios —el Escalafón Secundario—. Seiscientos jueces y mil600 empleado pedían satisfacción urgente de sus deman-das económicas y respaldaban las peticiones que en elmismo sentido había estado haciendo la Corte Suprema.

Los ministros del máximo tribunal, empero, toma-ron cierta distancia del movimiento y sólo aceptaron elrol de mediadores.

La personalidad de Dunlop generaba fricciones alinterior del Poder Judicial. Había quienes desconfiabande su modo personalista. Se resistían al estilo «sindica-lero» para tratar los problemas económicos del PoderJudicial. Los jueces, afirmaban, no pueden presentarsecomo «empleados» ante el Ejecutivo, pues, en el ejerci-cio de su ministerio, se les requerirá la obediencia desubalternos, en desmedro de su independencia.

Entre los detractores de Dunlop estaba el ministroJosé Cánovas, quien fue designado junto a Gustavo Cha-morro para representar al ministro de Justicia, Gusta-vo Lagos, la inconfortable situación económica en que seencontraban los magistrados. El presidente de la CorteSuprema, Ramiro Méndez, se excusó de acompañarlos,pero les dio su bendición.

Cánovas y Chamorro le advirtieron anticipadamenteal ministro que se preparaba una huelga y que ellos,como otros magistrados de cortes de apelaciones, esta-ban contra el movimiento. Subir la oferta evitaría unacatástrofe, pero el ministro no escuchó.

El paro comenzó a medianoche del sábado 28 de no-viembre de 1969. El domingo, ministros de la Corte Su-prema se reunieron con los líderes de la huelga parainformarles que existía un acuerdo con el gobierno paraotorgar un 20 por ciento de aumento en las remunera-ciones. Los huelguistas lo rechazaron. Querían un 60

Page 263: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

263

por ciento de aumento: un 40 por ciento en sueldos, un20 por ciento en la asignación de vivienda. Magistradosy funcionarios decidieron continuar el movimiento has-ta las 14.30 horas del lunes.

Los ciudadanos que por cualquier motivo ingresaronese fin de semana a las cárceles en Chile, no pudieronser atendidos y se pasaron cinco días presos, sin quenadie oyera sus descargos. Muchos policías tuvieronque realizar trámites de jueces. Sobrevino el caos.

Los jueces demandaban además una modificación alsistema de calificaciones que seguía vigente y que consi-deraban un arma de presión de la Corte Suprema haciasus subalternos.

Dunlop dio una conferencia de prensa ese domingopara informar de sus planteamientos y del avance de lasconversaciones. Sus declaraciones casi le costaron elpuesto. El lunes 30, La Nación publicó la noticia bajo eltítulo «La Suprema lamenta y no acepta un paro que in-fringe las normas legales». La nota describía la posturadel máximo tribunal, que afirmaba que los huelguistasno tenían el derecho legal de parar, junto a las declara-ciones de Dunlop, culpando a la corte de indiferencia.Según el matutino, Dunlop había dicho que: «De no ha-ber operancia por parte de la Corte Suprema, este movi-miento huelguístico buscará la remoción de todos losintegrantes de aquel organismo de Justicia».

Ante tamaña declaración de guerra, la Corte Supre-ma se reunió en pleno. Algunos, como Rafael RetamalLópez, pedían la destitución inmediata del rebelde.

Dunlop tuvo que dar explicaciones ante el presiden-te, Ramiro Méndez. Con la grabación de la conferencia,facilitada por la periodista de Radio Cooperativa, Car-men Puelma, Dunlop demostró que nunca había hechotales aseveraciones. Se salvó.

Page 264: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

264

Las negociaciones continuaron. En la tarde del lunes,el gobierno llegó a un acuerdo con la Corte Suprema. Eltribunal aprobó el proyecto de mejoramiento económicodel Poder Judicial propuesto por el Ejecutivo, pese a laoposición de la magistratura y los funcionarios.

Junto con anunciar el acuerdo, el ministro de Justi-cia, tal vez para seducir a los huelguistas, informó quese modificaría también el sistema de calificaciones,para permitir «una real valorización del mérito funcio-nario». Sin embargo, tal idea no llegó a concretarse.

El acuerdo cupular no fue suficiente. Magistrados yfuncionarios decidieron prorrogar el paro por otras 48horas. El martes 2 de diciembre, el conflicto llegó a sunivel más alto de enfrentamiento. El ministro de la Cor-te Suprema, Rafael Retamal López, asumió la labor demediador y estuvo negociando todo el día, pero fracasó.

El Presidente Eduardo Frei manifestó que lamenta-ba «profundamente» el movimiento y que «esto no essólo un problema del Ejecutivo, sino un problema queafecta al país entero. No tengo forma de imponer auto-ridad sobre el Poder Judicial. Sin embargo, espero quelos funcionarios recapaciten, pues su movimiento huel-guístico, siendo ellos los administradores de la Justiciaen Chile, les resta autoridad moral frente al país».

El Ministerio del Interior amenazaba con aplicar laley de Seguridad Interior del Estado. Parte de las ad-vertencias iban dirigidas indirectamente contra Dun-lop. La asamblea de los huelguistas recibió el mensaje yrespondió amenazando con abandonar «nuestras funcio-nes en forma total e indefinida» en respaldo de cual-quier dirigente que fuera sancionado individualmente.

El gobierno cedió un poco y ofreció un 30 por cientode aumento. El presidente del Colegio de Abogados,Alejandro Silva Bascuñán asumió el papel de mediador

Page 265: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

265

en reemplazo de Retamal, que rechazó continuar des-pués que los huelguistas rechazaran también ese 30 porciento.

El Colegio elaboró una nueva propuesta, que otorga-ba un reajuste del 35 por ciento sobre el reajuste gene-ral que recibiría la administración pública en 1970. ElEjecutivo aceptó la idea. El miércoles hubo acuerdo. Eljueves, a las 8 de la mañana, los magistrados y funciona-rios volvieron a sus puestos de trabajo. El acuerdo con elGobierno incluyó que no habría sanciones a los dirigen-tes y que los días de paralización no serían descontados.

Ese mismo día La Nación publicó una explicaciónpública del entonces secretario de la Corte Suprema,René Pica Urrutia, en respuesta a las informaciones deprensa que aseguraban que los ministros de la CorteSuprema recibían «remuneraciones excesivas».

Page 266: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

266

JUSTICIA «POPULAR»

Poco antes de que Salvador Allende llegara al Go-bierno, la crítica en boga era que el Poder Judicial habíaestablecido una «justicia de clase». Quien más insistíaen esta definición era el jurista y académico EduardoNovoa Monreal.

Novoa llegó a ser presidente del Consejo de Defensadel Estado bajo el gobierno de Salvador Allende y de-fendió la nacionalización del cobre ante tribunales euro-peos en 1972.

En un trabajo, «¿Justicia de clase?», publicado en larevista de los jesuitas Mensaje , Novoa cita veinte casospara demostrar que «la justicia está al servicio de la clasedominante, y que interpreta y aplica la ley con miras afavorecer a los grupos sociales que disfrutan del régimeneconómico-social vigente, en desmedro de los trabajado-res, que constituyen en el país una amplia mayoría».

Entre los casos recopilados por el autor estaba eldel periodista de La Serena Raúl Pizarro, quien escri-bió a comienzos de 1969 una serie de artículos que reve-laban los abusos cometidos en contra de familias campe-

Page 267: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

267

sinas, entre otros, por el ministro de la Corte de esa ciu-dad, Ruiz Aburto.

Según las crónicas de Raúl Pizarro, el magistradorealizaba una persecución inhumana en contra de loscampesinos y detenía a quienes denunciaban los abu-sos. Hasta hubo una protesta en contra del magistradoy la Central Única de Trabajadores pedía su destitu-ción.

Pero, como suele ocurrir en estos casos, el periodistafue procesado por desacato al ministro cuestionado. Elprofesional presentó un recurso de amparo, argumen-tando que había obrado lícitamente, en el ejercicio de suderecho a informar y criticar, pero la Corte Supremarechazó el recurso, el 22 de abril de 1969, declarandoque sus artículos constituían «demasías verbales que,extralimitando el derecho de crítica e información, seconvierten en maledicencia desprovista de objetivosserios y lícitos».

Posteriormente, la Cámara de Diputados aprobó unaacusación constitucional en contra del ministro RuizAburto, que fue desechada en el Senado, pese a que lamayoría de los presentes la aprobaba, pero no reuníanel quórum necesario. La Corte Suprema lo mantuvo enel servicio y sólo tomó la medida de trasladarlo. En ene-ro de 1970, el desprestigiado juez renunció voluntaria-mente a su cargo.

Un segundo caso narrado por Novoa describía la ma-nipulación de los tribunales por parte de la empresaBraden Copper, propietaria de los minerales de cobrede Sewell.

En junio de 1945 se produjo en aquel enclave minerouno de los más grandes accidentes del trabajo que sehayan producido en Chile. Murieron más de 150 trabaja-dores, a raíz de lo cual el Congreso dictó una ley que

Page 268: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

268

concedió una indemnización especial a las viudas yhuérfanos de los fallecidos.

Para liberarse del pago, la empresa Braden Copperobjetó la constitucionalidad de la ley, utilizando un suciosubterfugio legal. Antes de que ninguno de los 510 huér-fanos y 165 viudas hubiera alcanzado a cobrar, en un juz-gado de Santiago apareció demandando a la empresauna tal Clarisa Díaz, que decía ser una de las viudas; noindicaba domicilio, ni acompañaba documentos que de-mostraran su calidad. El juicio sirvió de excusa a laempresa para iniciar un recurso de inaplicabilidad de laley de indemnización ante la Corte Suprema. El fallodeclaró inconstitucional la norma el 12 de mayo de1947, dejando en el desamparo a las viudas y los hijos delos trabajadores.

Posteriormente, una organización de mujeres ofre-ció pruebas al máximo tribunal de que el juicio lo habíaarreglado la empresa, para obtener un fallo que sentarajurisprudencia y le permitiera detener los cobros quelas auténticas favorecidas por la ley quisieran entablar.La corte suprema ordenó de un plumazo archivar estadenuncia, desestimando su relevancia.

Tras la publicación del largo artículo de Novoa, seencendió una ácida polémica en torno al Poder Judicial.El Presidente de la Corte Suprema, Ramiro Méndezaceptó el desafío del debate y se presentó en un progra-ma de televisión, junto a Rafael Retamal López, pararesponder de sus actuaciones en cada uno de los casoscitados por Novoa.

Méndez aprovechó también la ceremonia de inaugu-ración del año judicial para replicar a Novoa. Acuñó unacélebre sentencia: «Es absurdo decir que nuestras cor-tes son clasistas. Ellas sólo aplican las leyes que rigenen el país». La frase se convertiría en una muletilla en

Page 269: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

269

las respuestas de los presidentes de la Corte ante futu-ras y más severas críticas.

Un estudio del Centro de Desarrollo Urbano y Re-gional (publicado por la Universidad Católica de Valpa-raíso) sobre la percepción de la justicia entre los pobresdetectó que un 71 por ciento de los pobladores encues-tados estuvo de acuerdo con la frase «uno no consiguejusticia si no tiene dinero»; un 74 por ciento, estuvo deacuerdo con que «uno no consigue justicia si no tieneinfluencia». Los encuestados opinaron, en un 52 porciento, que los abogados son «negociantes que actúanpor lucro», sin considerar lo que es «justo». Frente alcaso de una persona de estrato social alto que atrope-llara a un obrero, el 75 por ciento afirmó su convicciónde que el obrero, aún teniendo testigos favorables, per-dería el juicio.

En veinte años la percepción de los sectores margi-nados no había cambiado mucho. En 1993, la Corpora-ción de Promoción Universitaria, CPU, publicó un estu-dio realizado por la Dirección de Estudios Sociológicosde la Universidad Católica, Desuc, sobre la opinión delos pobres acerca de la justicia. Ante la pregunta ¿Quéopina usted sobre cómo anda la justicia en Chile?, un82,8 por ciento opinó negativamente. Los encuestadosusaron espontáneamente calificativos como «ineficien-te», «discriminatoria», «lenta», «arbitraria» y «corrupta»para referirse a ella.

Los académicos partidarios del gobierno de la Uni-dad Popular propugnaban en esos años la creación detribunales vecinales, para solucionar los problemas deacceso a la justicia de los sectores más desposeídos, perola idea no llegó a prosperar.

Los juzgados vecinales o de paz también formaronparte de los proyectos impulsados por Patricio Aylwin y

Page 270: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

270

Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Es curioso que este último,que ha logrado la mayor reforma al Poder Judicial en elsiglo, no ha podido obtener este simple cambio. El eter-no y pregonado deseo de acercar la justicia a los más po-bres ha quedado, como entonces, postergado.

Page 271: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

271

LA CORTE SUPREMA EN LA ANTESALA DEL GOLPE

El programa de gobierno de Allende sostenía que lamisión del Poder Judicial era adecuarse al concepto de«Estado Popular».

En su declaración de intenciones, el nuevo gobiernoreconocía el principio de autonomía entre los tres pode-res del Estado y reiteraba otra de las eternas e incum-plidas promesas al Poder Judicial de otorgarle una «realindependencia económica». Hasta ahí, todo iba bien.

Pero Allende afirmaba además que su gobierno con-cebía «la existencia de un tribunal supremo, cuyos com-ponentes sean designados por la Asamblea del Pueblosin otra limitación que la que emane de la natural ido-neidad de sus miembros. Este tribunal generará libre-mente los poderes internos, unipersonales o colegiados,del sistema judicial. Entendemos que la nueva organiza-ción y administración de justicia devendrá en auxilio delas clases mayoritarias. Además será expedita y menosonerosa. Para el gobierno popular una concepción de lamagistratura reemplazará a la actual, individualista yburguesa».

Page 272: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

272

El gobierno de Allende nunca tuvo intenciones se-rias de llevar a cabo este planteamiento, pero los con-ceptos vertidos en su programa fueron suficientes paraque la judicatura se sintiera amenazada y se refugiaraen un mayor corporativismo y autodefensa. Además, laUnidad Popular trasladó al sector Justicia el debatepartidista, y los más altos magistrados, olvidados ya deantiguas manifestaciones políticas de sus miembros,reaccionaron despreciando a quienes se dejaron llevarpor la corriente.

Apenas instalado el gobierno, se formó al interiordel Ministerio de Justicia un Comité de la Unidad Po-pular (CUP), que pronto se reprodujeron al interior dela judicatura. En el Ministerio, seis o siete integrantesdel CUP asesoraban al titular de la cartera en los nue-vos nombramientos. Aunque el gobierno de Allende nohizo remociones masivas, llenó las vacantes que se pro-ducían con partidarios suyos.

En 1971, se produjo una de las elecciones más durasen la Asociación Nacional de Magistrados. Una lista delos CUP —cuyos candidatos postulaban reformar el sis-tema judicial para convertirlo en tribunales populares—perdió frente a la antigua directiva, representada porSergio Dunlop, con el slogan de la defensa de la inde-pendencia del Poder Judicial. Los resultados, sin em-bargo, fueron abiertamente cuestionados y no sólo losallendistas acusaron a la lista de Dunlop de fraude.

En 1972, los miembros de los CUP se retiraron de laAsociación y formaron una agrupación separada, mino-ritaria.

Simultáneamente, la Corte Suprema iniciaba unduro y largo debate con el Ejecutivo, por la resistenciade éste a cumplir las decisiones judiciales. En medio dela batalla, un grupo de partidarios del gobierno se tomó

Page 273: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

273

la Corte de Apelaciones de Talca, en protesta por lapetición de desafuero del intendente de la zona, que sehabía formulado ante el Senado.

Los ministros no pudieron ingresar al edificio, don-de también se ubicaban el correo y el Servicio de Im-puestos Internos. Un coronel de Carabineros ofreciódesalojar a los manifestantes, pero el segundo en elmando le recordó que, independientemente de las ins-trucciones del tribunal, primero debían consultar alMinisterio del Interior. El conflicto terminó cuando elpropio intendente, un joven militante socialista, pidió alos manifestantes que dejaran el edificio.

Hacia 1973, el Poder Judicial era uno de los baluartesen las acusaciones sobre las ilegalidades en que incurría elgobierno de la Unidad Popular. Allende había dispuesto elincumplimiento o postergación de órdenes judiciales, porejemplo, de lanzamiento de quienes se hubieran tomadofundos, fábricas y casas. Además, dispuso que los fallos quepedían el auxilio de la fuerza pública fueran consultadoscon el Ministerio del Interior antes de ser ejecutados.

En medio de ese clima polarizado, el gobierno elabo-ró un proyecto de reforma para crear «una justiciaparticipativa con criterios de actuación distintos de lospreceptuados por el pensamiento jurídico tradicional».Allende entendía que el Poder Judicial como cuerpoestaba en la oposición a su gobierno y que contaba conel respaldo de los partidos políticos de centro y dere-cha, que asumieron, en este tema, la defensa del Estadode Derecho.

A mediados de 1973, Allende envió una carta a laCorte Suprema, criticando la actuación de los tribuna-les. Acusaba a los jueces de extralimitarse en sus atribu-ciones y de estorbar el cumplimiento de las labores ad-ministrativas.

Page 274: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

274

Mencionaba como ejemplo del «trastrueque de valo-res de la justicia» el caso Chesque. Chesque era un fun-do que fue tomado por un grupo de campesinosmapuches. Los propietarios, que decidieron «retomar-lo», mataron en la refriega a uno de los ocupantes. LosTribunales, decía Allende, resolvieron que los dueñosdel fundo no cometieron homicidio porque actuaron endefensa de su propiedad. En cambio, los mapuches estu-vieron siete u ocho meses en prisión preventiva.

Según el Presidente, los tribunales superiores demos-traban una «manifiesta incomprensión (É) «del procesode transformación que vive el país y que expresa los an-helos de justicia social de grandes masas postergadas».

Allende también acusaba a los magistrados de laCorte Suprema de acudir a él siempre por motivos «per-sonales» antes que jurídicos.

El 25 de junio, un pleno, presidido ahora por Enri-que Urrutia Manzano, envió un oficio al Presidente. Esla respuesta más severa que ese tribunal haya dirigidoa Presidente alguno en la historia de Chile:

«(...) Quiere también esta corte expresar con en-tereza a V.E. que el poder que ella preside merece delos otros Poderes del Estado, por deber constitucional,el respeto de que disfruta y lo merece, además, por suhonradez, ponderación, sentido humano y eficienciay que ninguna apreciación insidiosa de algún parla-mentario innombrable o de sucios periodistas lograráperturbar sobre este particular asunto el criterio delos chilenos.

«El Presidente de la República, sin advertirlo oinducido a ello, cometió un error al tomar partido enla sistemática tarea —nunca lograda— que algunossectores del país han desatado en contra de esta Cor-te. Lo lamenta este Tribunal hondamente, y lo diceporque si S.E. ha invadido en su comunicación un

Page 275: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

275

campo jurídico que constitucionalmente le es vedado,este tribunal puede, a su vez, para restablecer elequilibrio así perturbado, insinuarse en las costum-bres administrativas, aunque no sea más que parasignificarle a V.E. la importancia y las consecuenciasde su error. La equivocación consistió en cambiar elpedestal del Poder Supremo en que la ciudadanía, ypor consiguiente esta Corte, lo tenían colocado, por laprecaria posición militante contra el órgano jurisdic-cional superior del país que, por imperativo del deber,tiene que contrariar a veces en sus fallos los deseosmás fervientes del Poder Ejecutivo.

«Error es el expresado de trascendental gravedadporque el Jefe Supremo de la Nación estaba siendoconsiderado por el ciudadano común y por esta Cortecomo guardián de la legalidad administrativa del paíscontra los excesos de algunos subordinados, y es poreso lamentable que se constituya ahora en censor delPoder Judicial tomando partido al lado de aquellos aquienes antes daba sus órdenes de cumplir la ley. Losministros suscritos experimentamos sorpresa por elcambio y la actitud de V.E. porque entendemos quedeprime su función constitucional.

«(...) El Presidente ha asumido la tarea —difícil ypenosa para quien conoce el Derecho sólo porterceristas— de fijar a esta Corte Suprema las pau-tas de interpretación de la ley, misión que en losasuntos que le son encomendados compete exclusiva-mente al Poder Judicial y no al Poder Ejecutivo, se-gún lo mandan los artículos 80 y 4¼ de la Constitu-ción Política del Estado, no derogados todavía por lasprácticas administrativas.

«(...) Ninguna discusión sociológica, o sutileza ju-rídica, o estratagema demagógica, o maliciosa cita deregímenes políticos pretéritos son capaces de derogarlos preceptos legales copiados (en el oficio), que se co-piaron para que V.E. lea con sus propios ojos y apre-

Page 276: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

276

cie por sí mismo su calidad y precisión tales que noadmiten interpretaciones elusivas.

«(...) Aun si el Juez o el Tribunal Superior come-tieran un delito de prevaricación, aun si fallaran pordádiva o promesa no podría el funcionario adminis-trativo resistir la orden, sino que tendría otros dere-chos funcionarios y ciudadanos, cuyo ejercicio, sinembargo, debería iniciarse ante el Tribunal de Justi-cia correspondiente».

El oficio también respondía por el caso Chesque:«¿Pretende el oficio de V.E. que los Tribunales de

Justicia olviden la ley, prescindan de todos los princi-pios y en nombre de una justicia social sin ley, arbi-traria, acomodaticia y hasta delictuosa en su casoamparen incondicionalmente a los tomadores y repu-dien de la misma manera a los que pretenden la recu-peración de los predios tomados?».

Los trece ministros que integraban el máximo tribu-nal firmaron el acuerdo —autorizado por el secretarioRené Pica Urrutia—: Enrique Urrutia Manzano, Eduar-do Varas Videla, José María Eyzaguirre Echeverría,Manuel Eduardo Ortíz, Israel Bórquez Montero, RafaelRetamal López, Luis Maldonado Boggiano, Juan PomésGarcía, Octavio Ramírez Miranda, Armando Silva Hen-ríquez, Víctor Manuel Rivas del Canto, Enrique CorreaLabra y José Arancibia.

Allende recibió el oficio del máximo tribunal y lodevolvió sin comentarios. El pleno volvió a reunirse(esta vez con la ausencia de Arancibia, Correa y Ortiz) yemitió un nuevo acuerdo:

«Que por tratarse de Poderes del Estado de igualrango constitucional entre los cuales no existe subor-dinación, es inaceptable la actitud del Presidente dela República de devolver el oficio de este tribunal».

Page 277: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

277

El acuerdo está firmado el 4 de julio de 1973. Pocomás de dos meses después, el 11 de septiembre, seprodujo el golpe de Estado.

Page 278: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

Capítulo IV. Los ritos del poder

Page 279: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

279

UN MICROBÚS DEL EJÉRCITO

El presidente de la Corte Suprema, Enrique Urru-tia, se levantó de madrugada el 11 de septiembre de1973. Muy lejos de su departamento en calle Lota, suchofer, un hombre enjuto y de modales medidos, salíadel sueño antes de las seis de la mañana. Como de cos-tumbre, a las siete el funcionario salió de su casa parallegar a las ocho en punto al departamento del magis-trado.

El empleado, como la gran mayoría de los chilenos,desconocía a esa hora que sería un día especial. Pero nolo ignoraba Urrutia quien, al ver llegar a su chofer, leadvirtió que esta vez no usarían el auto.

Mientras esperaba, el funcionario oyó que el minis-tro hablaba por teléfono. El magistrado había consegui-do que el comandante en jefe del Ejército, general Au-gusto Pinochet, le enviara a su casa un bus militar.

Minutos después, un chofer y dos soldados designa-dos como escoltas aparecieron en una micro de la insti-tución. El ministro y su empleado abordaron el inusualvehículo e iniciaron un recorrido por las casas de algu-

Page 280: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

280

nos de los trece magistrados que componían el máximotribunal, con quienes Urrutia ya se había puesto deacuerdo telefónicamente. Luego, se dirigieron hacia elPalacio de los Tribunales.

«Al llegar al centro, frente a la Iglesia Santo Domin-go, nos comenzaron a disparar desde algún techo. Nostuvimos que tirar al suelo», recuerda el funcionario.

El militar que conducía aceleró. Los jueces, sus dosescoltas y el empleado de Urrutia se tendieron en elsuelo para protegerse de las balas. Con algunos vidriosrotos, pero sin heridos, la micro logró llegar al Palaciode los Tribunales, en Compañía con Bandera. Los minis-tros se bajaron y se encerraron durante casi dos horasen el auditorium en el segundo piso del Palacio.

El día estaba nublado. A las 11 de la mañana, caíauna suave llovizna sobre la capital.

Aunque según los registros de prensa, los minis-tros de la Corte Suprema no asistieron al tribunal sinohasta el 13 de septiembre, el chofer de Urrutia, casi elúnico testigo vivo de los hechos, afirma que siete ma-gistrados se reunieron en secreto con Urrutia esa ma-ñana del 11: Eduardo Ortiz, Israel Bórquez, Luis Mal-donado, Juan Pomés, Armando Silva, Manuel Rivas yEnrique Correa.

El mismo día la Junta Militar dictó el Decreto LeyN° 1, contenido en el Acta de Constitución de la Juntade Gobierno. El decreto, redactado por el capitán denavío Sergio Rillón, tiene tres artículos. El primero de-clara que los comandantes se constituían como Juntapara asumir el mando supremo de la nación, con el com-promiso de restaurar la «Chilenidad», la «Justicia» y la«Institucionalidad» quebrantadas. El segundo, designaal general Pinochet como Presidente de la Junta. El ter-cero, garantiza «la plena eficacia de las atribuciones del

Page 281: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

281

Poder Judicial (...) en la medida en que la actual situa-ción del país lo permita (...)».

Pocos meses después, el ministro Urrutia Manzano,se adelantaría a investir al general con la banda presi-dencial y pediría a sus colegas la ratificación del acto.

El 11, sólo algunos ministros de la Corte de Apela-ciones de Santiago lograron llegar al centro. No les fuefácil. Apenas se podía caminar. «Las fuerzas militares sehabían tomado la ciudad», recuerda uno de los magistra-dos que se desempeñaba en el tribunal capitalino en eseentonces. «Algunos tratamos de llegar porque pensába-mos que habría personas con recursos de amparo, perodespués nos dimos cuenta de que, en esas condiciones,era imposible».

Quienes consiguieron acercarse al tribunal tuvieronque regresar a sus casas y permanecieron allí, pegados ala radio, siguiendo los acontecimientos. Otros, comoEnrique Paillás, vivían en el centro y pudieron ver des-de sus casas el bombardeo a La Moneda.

En provincias, la mayoría de los jueces y ministrosno tuvieron problemas para presentarse en sus despa-chos, salvo el cambio de condiciones políticas.

En la Corte de Apelaciones de Talca los magistradostrabajaron hasta las 12.30. Esa mañana el juez de Meno-res se presentó ante el presidente de la Corte, el con-trovertido Sergio Dunlop, y le dijo que había recibidouna orden de presentarse al regimiento de Talca, juntoa otros dos jueces.

El presidente decidió que no debían concurrir y lla-mó por teléfono al Jefe de Zona en Estado de Emergen-cia, teniente coronel Efraín Jañas.

—Entiéndase conmigo, —le dijo y partió rumbo a laoficina del militar, junto a su secretaria. Allí Dunlopadvirtió al oficial: «Según mis informaciones, las nuevas

Page 282: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

282

autoridades no han ordenado paralizar el Poder Judi-cial. Así que si tiene peticiones que hacer, hágamelasdirectamente a mí, que soy el presidente de esta Corte».

El oficial debió asentir. Los jueces fueron citados,pero no detenidos. En contradicción con este predica-mento, Dunlop, quien presidía la Asociación de Magis-trados, se acoplaría enseguida al grupo de jueces que semanifestaron abiertamente partidarios del régimenmilitar. Tal vez por eso se le permitió continuar en sucargo de presidente de la Asociación y sería uno de loscolaboradores de Urrutia en la confección de listas demagistrados considerados proclives a la Unidad Popu-lar, que fueron destituidos del servicio.

Ese día, los ministros de la Corte Suprema regresa-ron a sus domicilios en el mismo vehículo militar que lostrasladó al centro, y aunque la Junta de Gobierno habíaprohibido a todos los civiles abandonar sus casas, desdelas 15 horas del martes 11 y durante todo el día siguien-te, el toque de queda absoluto no fue obstáculo para queEnrique Urrutia Manzano emitiera una declaración pú-blica el miércoles 12:

«El presidente de la Corte Suprema, en conoci-miento del propósito del nuevo gobierno de respetar yhacer cumplir las decisiones del Poder Judicial sinexamen administrativo previo (É) manifiesta pública-mente por ello su más íntima complacencia en nom-bre de la Administración de Justicia de Chile y espe-ra que el Poder Judicial cumpla con su deber como loha hecho hasta ahora» .

El jueves 13 se permitió a los ciudadanos salir desus casas sólo entre las 12 y las 15 horas. Esa noche, elgeneral Pinochet tomaba juramento a quienes serían susprimeros ministros, en La Escuela Militar.

El titular de Justicia, Gonzalo Prieto Gándara, fueuno de dos civiles nombrados en el gabinete compuesto

Page 283: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

283

casi enteramente por uniformados. El abogado de 49años no era, sin embargo, completamente ajeno al mun-do castrense: había sido auditor en la Subsecretaría deMarina en diferentes períodos entre 1943 y 1969 y, lue-go, abogado coordinador de Asmar, los Astilleros de laArmada.

A poco de asumir, Prieto declararía que el Presiden-te de la Corte Suprema «se ha portado extraordinaria-mente bien con la Junta y conmigo y comprendió las jus-tificaciones morales y éticas que tuvieron las FuerzasArmadas para intervenir en los destinos de Chile». Losobjetivos de las nuevas autoridades, decía el ex auditorde la Armada, era respetar la autonomía del máximotribunal y la «democratización de la Justicia».

Según informó El Mercurio, once ministros de laCorte Suprema se trasladaron el jueves al Palacio de losTribunales «en un microbús del Ejército debidamentecustodiado por personal militar» y, «extraoficialmente»,realizaron un pleno en el que acordaron «ratificar la de-claración del presidente del Tribunal dado a conocerpor los medios informativos del gobierno» y «disponerque los distintos tribunales de Justicia de la Nación con-tinúen cumpliendo sus labores ante la certeza de que laAutoridad Administrativa respectiva les prestará la ga-rantía necesaria en el desempeño normal de sus funcio-nes».

La declaración fue firmada por Enrique UrrutiaManzano, Eduardo Ortiz, Israel Bórquez, Luis Maldona-do, Juan Pomés, Armando Silva, Manuel Rivas, EnriqueCorrea, Rafael Retamal, Eduardo Varas Videla, y JoséMaría Eyzaguirre. Las rúbricas del ex presidente Octa-vio Ramírez Miranda, y de José Arancibia no ratificaronel pronunciamiento. El mismo día, la Junta de Gobiernodifundió el Bando N° 29, cuyo contenido decía escueta-

Page 284: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

284

mente: «Clausúrase el Congreso Nacional y decláransevacantes los cargos de los parlamentarios».

El viernes de esa semana, la mayoría de jueces yministros volvió a sus labores en normalidad. O a unanormalidad aproximada.

El sábado 15 en el diario La Tercera apareció un in-serto de breve extensión pero extensas consecuencias,por la polémica que generaría más tarde. Decía:

«Nombramiento de los Consejos de Guerra: Sepone en conocimiento de la ciudadanía de que con elfin de acelerar al máximo sustanciación de causas quecorresponda incoar a los Tribunales Militares en tiem-po de Guerra, la Junta de Gobierno ha delegado en loscomandantes de las diversas Zonas Jurisdiccionales laatribución de nombrar los Consejos de Guerra».

A pesar de que eso significaba sacar del ámbito deatribuciones de la máxima autoridad judicial los prime-ros procesos contra los opositores, las relaciones entrelas nuevas autoridades administrativas y el máximo tri-bunal de la República fueron desde un comienzo cordia-les. La mayoría de los ministros opinaba que ahora síllegaba un gobierno que los entendía, que los respetaríay les daría el lugar que merecían en la sociedad. Se sen-tían alegres y agradecidos, y en vez de reclamar por lausurpación de funciones, la Corte Suprema inició inme-diatamente el despacho de oficios pidiendo aumentosde sueldos.

Page 285: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

285

LA RUTINA CEREMONIAL

La Tercera apareció en la mañana del 25 de septiem-bre con la primera entrevista al ministro, Gonzalo Prie-to Gándara.

«Todos los sectores ciudadanos deben estar tranqui-los porque se actuará con un criterio técnico-jurídicosabio para que la justicia sea realmente justicia», re-flexionaba el titular de Justicia.

Al mediodía, los integrantes de la Junta Militar lle-garon al Palacio de los Tribunales, vistiendo sus unifor-mes de gala. Luis Maldonado Boggiano los recibió en laentrada. Enrique Urrutia Manzano los esperaba dentrodel edificio. Los saludó con solemnidad y los acompañómientras subían la escalera de mármol que conduce a laCorte Suprema.

Arriba, las autoridades militares se reunieron conlos trece magistrados en pleno. Urrutia expresó satis-facción y recordó que sólo semanas antes habían temidoser «avasallados» por el «antiguo régimen».

Pinochet, Augusto Pinochet respondió: «Sin ley nohay justicia». Y agradeció en seguida el que los minis-

Page 286: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

286

tros hubieran reconocido la legitimidad de las nuevasautoridades.

Más tarde, Urrutia encabezaría una delegación deministros supremos que sostendría una nueva reunióncon los integrantes de la Junta de Gobierno. El tema entabla eran las reivindicaciones salariales. El gobiernoenvió al ministro de Hacienda, contraalmirante Loren-zo Gotuzzo para que se entrevistara con los magistradosy tomara nota detallada de sus demandas.

Por esos días, un vecino del ministro Rafael Reta-mal, cercano a sus hijos, visitó su casa en la calle LosTalaveras, en Ñuñoa. El magistrado lucía su eterna boi-na y se mostró afable con el visitante, que estaba ya enla oposición al régimen militar y que no pudo resistirla tentación de preguntar al magistrado cuál era su po-sición.

—A los militares hay que darles un plazo para quecumplan lo que han prometido —respondió, enérgico, Re-tamal—. Ese plazo no puede ser superior a cinco años.

Retamal, declaradamente católico en lo religioso yantimarxista en política, se manifestaba próximo a lospostulados de la Democracia Cristiana. Su casa, en laque vivía con una nutrida parentela, era alumbrada denoche por los helicópteros que recorrían la ciudad. Erauna medida de protección.

Mientras tanto, los ministros de la Corte de Apela-ciones de Santiago, recién reinstalados, comenzaban arecibir decenas de recursos de amparo por personasque estaban desaparecidas, detenidas o habían sido eje-cutadas por violar el toque de queda.

Durante los primeros meses posteriores al Golpe deEstado, en conocimiento de tales recursos, la Corte capi-talina ordenó a algunos ministros que se constituyeran enrecintos destinados a la detención masiva de personas.

Page 287: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

287

Uno de ellos fue Rubén Galecio, quien se constituyó,por orden de la Corte de Apelaciones, al menos cuatroveces en centros de detención. Fue a Investigaciones, adependencias de la Fuerza Aérea y dos veces al EstadioChile. Se presentaba exigiendo constatar el estado deprisioneros en favor de quienes sus familiares habíanrecurrido de amparo. Siempre se le impidió el ingreso yel Ejecutivo respaldó la respuesta de los funcionariosmilitares, que se escudaban en las disposiciones espe-ciales que regían el Estado de Sitio.

Las protestas en contra de las actuaciones de losmilitares fueron elevadas, por los propios magistradosafectados, a la Corte Suprema que, sin embargo, los ar-chivó sin más trámites. Contrariamente a como lo hizocon el gobierno de Allende, la Corte no mostró el menorsigno de rebelión en contra de la dictadura militar.

Los primeros recursos de amparo fueron rechazadoscon el pretexto de que no era posible constatar la pre-sencia de los detenidos en los recintos militares.

En enero de 1974 la presidencia de la Corte de Ape-laciones de Santiago fue asumida por José Cánovas. Elministro estaba agobiado por los recursos que le lleva-ban los abogados de una incipiente Agrupación de Dere-chos Humanos (Eugenio Velasco Letelier, Jaime Casti-llo Velasco, del Comité Pro Paz (predecesor de la Vica-ría, al alero del cardenal Raúl Silva Henríquez) y delServicio de Paz y Justicia (Serpaj).

José Cánovas, un ministro de larga trayectoria, esti-maba que algunos de los recurrentes abusaban del am-paro pero también constató la desidia con que el gobier-no respondía a los requerimientos de los tribunales.

Cuando el asunto se tornó grave, Cánovas obtuvo elconsentimiento del pleno y pidió una audiencia al mi-nistro del Interior, el general César Bonilla. Le recordó

Page 288: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

288

las especiales disposiciones que rigen el recurso de am-paro. Las obligaciones del Ejecutivo y los vicios y atro-pellos en que estaban incurriendo las nuevas autorida-des militares.

Bonilla se mostró honestamente sorprendido. Enpresencia del magistrado, ordenó a sus asesores jurídi-cos para que despacharan cuanto antes los informespendientes. El Ministerio despachó unos 300 informesatrasados. Pero la actitud asumida por Bonilla no seríaseguida por sus sucesores. La Corte Suprema tampocorespaldó las preocupaciones de sus subalternos.

Aunque en la Corte de Apelaciones de Santiago seinstauró una oficina especial para tramitar los recursosde amparo, estos continuaron siendo rechazados masi-vamente.

Paulatinamente, las cortes de apelaciones dejaronde designar magistrados para que se constituyeran enlos cuarteles militares y se limitaron, casi siempre, aenviar oficios a los organismos oficiales. Pasó a ser unasuerte de rutina. Del mismo modo se convirtió tambiénen rutina el traslado diario de los ministros de la CorteSuprema al Palacio de los Tribunales en un bus delEjército.

 

Page 289: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

289

PRIMER ANIVERSARIO

El 29 de diciembre de 1973, la Corte Suprema cele-bró su aniversario número 150. Se hizo una ceremonia yun cóctel en el Palacio de los Tribunales en la cual fes-tejaron el acontecimiento los 13 ministros del máximotribunal y las nuevas autoridades, encabezadas por elgeneral Pinochet.

El 1° de marzo de 1974, prácticamente la misma au-diencia se congregó de nuevo para oír el discurso inau-gural del año judicial. Era viernes. El país seguía bajoEstado de Sitio. Las detenciones de opositores eran ma-sivas y las denuncias por desapariciones se hacían pro-gresivamente más frecuentes.

En el Segundo Piso del Palacio de los Tribunales, elprimer ministro de Justicia del régimen militar, Gonza-lo Prieto Gándara; el subsecretario de la cartera, MaxSilva; el presidente del Colegio de Abogados, AlejandroSilva Bascuñán; el presidente de la Corte de Apelacio-nes de Santiago, José Cánovas y todos los magistradosen ejercicio en la capital lucían formales. Un solo ex-tranjero estaba junto a ellos: el presidente de la Corte

Page 290: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

290

Suprema de Hannover (Alemania), Helmut Kovoldquien, según la información de prensa, fue «especial-mente invitado».

En la sala de plenarios Enrique Urrutia Manzanodio lectura a su discurso. El Mercurio lo publicó al díasiguiente bajo el título: «Enérgica y severa exposicióndel presidente de la Suprema». El ministro advirtió quealgunos de sus comentarios los hacía en «términos per-sonales». Como éste:

«Producidos los hechos que ocurrieron el día 11de septiembre último y de los cuales me ocuparé másadelante, puedo asegurar de una manera enfáticaque los Tribunales de nuestra dependencia han fun-cionado en la forma regular que establece la ley, quela autoridad administrativa que rige el país cumplenuestras resoluciones y a nuestros jueces se los respe-ta con el decoro que merecen. Para el que habla, esmuy satisfactorio declarar lo expresado».

Para Urrutia todavía estaba vivo el recuerdo del go-bierno «marxista» que «con sus desaciertos y su constan-te violación de la ley de manera tan manifiesta, tanto ensu letra como en su espíritu, había perdido ya la legitimi-dad obtenida con su elección por el Congreso Nacional».

El ministro defendió al nuevo régimen de las acusa-ciones por violaciones a los derechos humanos, recor-dando que el 6 de agosto de 1970, poco antes de queAllende asumiera el gobierno, un grupo de abogadospidió a la Corte Suprema que tomara medidas para evi-tar abusos, flagelos y maltratos a los procesados en losrecintos policiales o en las cárceles. La Corte había in-vestigado las acusaciones y, en menos de veinte días,acogido gran parte de las peticiones. Sin embargo, se-gún Urrutia, los principales firmantes fueron nombra-dos en altos cargos de gobierno y se olvidaron de lasquejas.

Page 291: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

291

Lo que estaba ocurriendo en ese momento en Chile,por lo demás, no era de la gravedad que se reclamaba:

«El Presidente que habla se ha podido imponer deque gran parte de los detenidos, que lo fueron en vir-tud de disposiciones legales que rigen el Estado deSitio, han sido puestos en libertad. Otros se encuen-tran procesados en los Juzgados ordinarios o milita-res, y con respecto a aquellos que se encuentran dete-nidos en virtud de las facultades legales del Estado deSitio en vigencia, se hace un esfuerzo para aliviar susituación de detenidos y clarificar cuanto antes suparticipación en actividades reñidas con la ley. Es dedesear que este esfuerzo pueda terminar cuanto an-tes con la situación eventual en que se encuentranlas familias afectadas».

El Presidente de la Corte Suprema comentó tam-bién que había recibido la visita de dos delegados deAmnistía Internacional. Los visitantes le expresaron supreocupación por la indiferencia del Poder Judicialante las denuncias de violaciones a los derechos huma-nos y, particularmente, por la decisión de la Corte Su-prema de renunciara su potestad fiscalizadora sobre losConsejos de Guerra, que ya habían ordenado la ejecu-ción de numerosos detenidos.

Urrutia dijo que les hizo presente a los delegados«lo infundado» de sus preocupaciones. Si se habían re-gistrado ejecuciones, encontraban su pleno fundamentoen las leyes vigentes en Chile y éstas armonizaban ple-namente con «los compromisos internacionales sobrederechos humanos». Lamentó el ministro que, más tar-de, el informe de Amnistía no incluyera sus opiniones:«Se prefiere dar crédito a rumores anónimos o a consig-nas interesadas». Los derechos humanos, alegó, son«respetados en nuestra patria».

Page 292: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

292

Un segundo capítulo demandaba mejoras económi-cas. Para graficar los apremios en que vivían los jueces,citó el caso de seis o siete supremos jubilados que reci-bieron como pensión un cheque de cero escudos:

«El presidente de la Honorable Junta de Gobier-no, en conocimiento de este desorden, dio un plazoperentorio de tres días para que se normalizara elpago de pensiones a los ministros jubilados. Y cosacuriosa, dentro de los tres días dicho pago quedabaformalizado. Por supuesto, que gracias a la interven-ción personal del general señor Augusto Pinochet».

Urrutia reclamó una nueva cárcel pública, un depar-tamento de bienestar, nuevos juzgados, más casas paramagistrados. Casi ninguna fue satisfecha por el gobier-no militar. Citemos únicamente el caso de la cárcel pú-blica, cuya sede, hasta no hace mucho, funcionaba enGeneral Mackenna con Teatinos. En el viejo edificio nose practicaron siquiera reparaciones menores, y comosigno de su decrepitud recuérdese la espectacular fugaprotagonizada por varias decenas de presos políticos, acomienzos de 1990, gracias a lo fácil que les resultó ex-cavar un túnel subterráneo que los llevara a la libertad.

La Junta Militar dio algunas compensaciones mate-riales a los magistrados, pero éstas fueron principal-mente simbólicas.

Según el profesor Carlos Peña, la Corte Supremaencontró en los militares un aliado en sus temores fren-te a la sociedad civil. «Ambos se autoperciben como sec-tores excluidos, postergados, incomprendidos y someti-dos al deseo de instrumentalización».

El gobierno militar se encargó de hacer participar alPoder Judicial «en los ritos del poder —aunque no en elpoder mismo— y, de esa manera, ambos se satisfacenmutua y simbólicamente: el Poder Judicial percibe quepor primera vez se le hace salir de su exclusión pública

Page 293: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

293

y las Fuerzas Armadas revalidan sus débiles lazos delegitimidad con la antigua República» .

Gracias a tales gestos, la Corte Suprema sentía que,por primera vez, se le daba rango de «poder» del Estado.

Por estas razones el ministro José María Eyzagui-rre, aceptó gustoso acompañar a los abogados JulioDurán y Alejandro Silva Bascuñán, en una gira políticapor Europa organizada para explicar las razones y fun-damentos del «pronunciamiento militar».

 

Page 294: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

294

LA HORA DE LA «RAZZIA»

Mientras los ministros de la Corte Suprema no ocul-taban su embeleso con el sabor del triunfo de las Fuer-zas Armadas sobre el gobierno izquierdista, buena partede sus subalternos se sumían en el miedo y la paranoia.Los magistrados en las cortes y en los juzgados sabíanque sus opiniones y sus fallos serían analizados política-mente. Los ascensos, bastante difíciles, serían reserva-dos para los incondicionales.

La figura de Sergio Dunlop en la Asociación deMagistradoscobraba la faz temible del vencedor paraquienes lo habían enfrentadoen las luchas gremiales. Sepreparaban las listas negras. Los jueces tuvieronquesometerse sin chistar a que sus sueldos fueran incorpo-rados a EscalaUnica vigente para los empleados públi-cos. Cualquier demanda queno fuera patrocinada por elmás alto tribunal podía ser objetode reprensiones.

En 1974, la Corte de Apelaciones de Santiago, bajola presidencia de José Cánovas, envió a Pinochet un ofi-cio solicitando una escala especial para el Poder Judi-cial. Augusto Pinochet llamó a Urrutia y le pidió expli-

Page 295: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

295

caciones. El presidente de la Corte Suprema le dijo quele devolviera el oficio sin contestar, pues él se encarga-ría de dar cuenta en el pleno. Habría que sancionar ta-maño atrevimiento.

Urrutia Manzano, Enrique Urrutia se encontró conCánovas en las cercanías de la Corte y lo regañó. Ledijo que el tribunal de alzada había atropellado el prin-cipio de jerarquía al dirigirse directamente a Pinochet,sin consultar previamente a la Corte Suprema.

Cánovas tuvo suerte. Cuando Urrutia expuso la si-tuación al pleno, los supremos acogieron el reclamo dela Corte de Apelaciones y decidieron reenviar el oficio,ahora con sus firmas, a la Junta. Pero el gobierno, quepara estos asuntos se entendía directamente conUrrutia, consideró que el respaldo de éste era suficien-te para rechazar el petitorio.

Los que no tuvieron suerte ninguna fueron los jue-ces catalogados de izquierdistas. En uno de los párrafosde su primer discurso, Urrutia admitía entre líneas larazzia que se estaba registrando al interior de la judica-tura. Dijo que las calificaciones correspondientes a 1973se estaban realizando de acuerdo con nuevos procedi-mientos establecidos en decretos leyes. «Algunos», dijoUrrutia usando un eufemismo, fueron «separados» delPoder Judicial.

Fue una escueta admisión pública de actos que fue-ron planificados en reuniones privadas.

Recién asumido, el gobierno militar expresó a laCorte Suprema su molestia con los empleados del PoderJudicial que consideraba marxistas. Entre 1973 y 1975,más de 250 magistrados y funcionarios fueron traslada-dos, removidos u obligados a renunciar, según un estu-dio realizado por el Colegio de Abogados en 1986. Entreellos, unos veinte fiscales y ministros de las cortes de

Page 296: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

296

Apelaciones; más de cincuenta jueces, secretarios dejuzgados, relatores y secretarios de Corte; y unos 180miembros del Escalafón Secundario (funcionarios, re-ceptores, defensores públicos y notarios).

La mayoría de esos funcionarios nunca había tenidoun reparo en su hoja de vida.

Otra gran cantidad de jueces y empleados, aunqueno salieron del Poder Judicial, fueron sancionados conmedidas disciplinarias o se los puso en Lista Dos, queequivalía a describir su desempeño como «regular». Eslo que ocurrió al caso del magistrado Alejandro Solís,quien ejercía en Illapel. El actual ministro de la Cortede Apelaciones de Santiago, elegido mejor juez por losabogados en 1991, fue puesto en Lista Dos por la pre-sunción de que no apoyaba a las nuevas autoridades.

El trabajo presentado al Colegio de Abogados porMario Rossel, concluye que desde el mismo 11 de sep-tiembre fue violado el principio de inamovilidad», auncuando estuvo consagrado en la ley por lo menos hastadiciembre de ese mismo año, conforme a la disposicio-nes de la Constitución de 1925. Ésta, así como las leyesderivadas de ella establecen causales muy precisaspara dar curso a la remoción de magistrados.

Pero el 6 de diciembre de 1973 se dictaron los de-cretos leyes 169 y 170, que modificaron las normasconstitucionales y permitieron que la Corte Supremacalificara a los magistrados y funcionarios en tres listas.En la Lista Uno pondría a los meritorios; en la Dos, alos satisfactorios, y en la Lista Tres, a los Deficientes,quienes serían automáticamente removidos del PoderJudicial.

Los decretos establecieron que nuevas calificacionesse harían el 2 de enero de cada año, en audiencia y vo-taciones «secretas»; que contra la calificación no sería

Page 297: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

297

posible interponer «recurso alguno», y que los magistra-dos podrían ser incluidos en Lista Tres por «simple ma-yoría» (se rebajó el quórum) de los ministros de la CorteSuprema.

Los cambios otorgaron a la Corte Suprema faculta-des para remover a los magistrados y funcionarios «sinforma de juicio» alguno, sin «darles la posibilidad de co-nocer los cargos que se les formulaban» y, por lo tanto,sin brindarles la elemental garantía de contestar lasacusaciones.

«Así, se consagra un procedimiento inquisitorial,digno de la etapa más oscura de la justicia Medieval,que vulnera las garantías más esenciales de toda ad-ministración de justicia (...) Al amparar a losjuzgadores con el anonimato, no sólo se vulnera unelemental principio ético, sino también la fundamen-tal base de la administración de justicia que se deno-mina el principio de responsabilidad, base que entra-ña por esencia que todo juzgador debe responder deque lo que resuelva se ajuste a derecho, lo que salva-guarda de cualquier arbitrariedad».

Es lo que denunciaba el estudio presentado al Cole-gio de Abogados, pero las votaciones sobre las califica-ciones de los magistrados continuaron siendo secretashasta el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle.

Al iniciarse 1974, en una actitud sin precedentes, laCorte Suprema incluyó en Lista Tres, por su desempeñodurante 1973, a numerosos magistrados,ministros decortes de apelaciones, relatores, fiscales y jueces, quie-nes quedaron inmediatamente y sin derecho a reclamo,despedidos.

La redacción de los decretos 169 y 179 habría sido su-gerida desde la misma Corte Suprema que ya, desde antesde que entraran en vigencia, había enviado a ministros«visitadores» a las cortes del país para «fiscalizar» a sus

Page 298: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

298

funcionarios. Además había aprobado, inmediatamentedespués del Golpe, la decisión del Ejecutivo de trasladar,sin dilaciones, a innumerables magistrados, varios de loscuales después terminaron siendo expulsados.

Los traslados, efectuados profusamente a fines de1973, importaron una degradación moral y cotidianapara los afectados, que debieron dejar casa, familia y cír-culo social para cumplir las funciones, aunque fueran lasmismas, en otras jurisdicciones.

Entre los traslados más dramáticos estuvo el de Ju-lio Aparicio Pons, la primera antigüedad entre los mi-nistros de la Corte de Apelaciones de Santiago. El mi-nistro, a pesar de sus méritos, cayó en desgracia antesus superiores por haber aceptado la titularidad delTribunal del Cobre, creado por Allende para regular losjuicios por indemnizaciones en contra de las expropia-ciones mineras

Al 11 de septiembre, por antigüedad y mérito, Apa-ricio debió haber ascendido a la Corte Suprema. Sinembargo, para evitar su nombramiento, el máximo tri-bunal puso a otro en la quina, que se estimó más anti-guo que él, sólo por provenir de la Corte de Magallanes.Como este último no tenía condiciones para el cargo, alpoco tiempo fue obligado a jubilar.

Aparicio fue rebajado a fiscal de la Corte de Ranca-gua el 14 de marzo de 1974. Los ministros de la CorteSuprema pensaron que el nombramiento, por su avan-zada edad, lo obligaría a jubilar. Pero el magistrado nohizo tal. Todos los días viajaba de Santiago a Rancagua,hasta que su estado de salud se agotó. Al retirarse, en-vió una sentida carta a sus colegas de la corte capitali-na. Murió poco después de un infarto.

La ministra Violeta Guzmán Farren fue enviadadesde la Corte de Santiago a la de Concepción, pero se

Page 299: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

299

salvó de la remoción. Hoy está de vuelta en la corte ca-pitalina.

El estudio del Colegio registra otros dieciséis casosde ministros y relatores de Corte que fueron degrada-dos con el traslado, la mayoría de los cuales fue final-mente expulsado o renunció.

En la categoría de jueces, entre 1973 y 1975, salie-ron del Poder Judicial ventiocho jueces, ventiocho se-cretarios de juzgados, tres relatores y dos secretariosde cortes de apelaciones. Entre los de funcionarios,abandonaron el servicio 180 empleados de secretaría,juzgados y cortes; doce receptores; cuatro defensorespúblicos, y un notario.

El resto de la magistratura no reaccionó contra ladepuración por temor o bien porque opinaban que sussuperiores actuaron con prudencia, castigando estricta-mente a quienes efectivamente se excedieron en sus ma-nifestaciones políticas en favor de la Unidad Popular.

El 1° de marzo de 1975, el presidente de la CorteSuprema, Enrique Urrutia Manzano inauguró un nuevoaño judicial anunciando su retiro. En su discurso valoróla homologación de la carrera judicial con la Escala Uni-ca que regía entonces sólo para los funcionarios públi-cos. Y criticó el escaso tiraje dentro de la carrera judi-cial, por la inexistencia de límite de edad para jubilar ypor la inamovilidad de que gozaban los jueces.

En su despedida, ante su público compuesto por au-toridades militares y magistrados, dijo:

«Como primera expresión declaro, con la veraci-dad que me exige la solemnidad de este acto, que lostribunales han continuado actuando con la indepen-dencia que les confiere la ley, según su real saber yentender, ajenos a toda intromisión del gobierno queahora rige al país».

Page 300: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

300

Urrutia quiso rubricar con broche de oro su carrera,y decidió aceptar el ofrecimiento del gobierno para asu-mir la embajada en Francia, pero las autoridades galasle negaron el beneplácito.

 

Page 301: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

301

LA INCREÍBLE HISTORIA DEL JUEZ ACUÑA

Todos los días, a las siete de la tarde, El Lito tomabasu desvencijada bicicleta y se iba a pasear por el caminoalto, que da a Pisagua Viejo, hasta llegar al centro delcementerio.

Angel de la Cruz Venegas, El Lito, era bien conoci-do en ese desértico pueblo a orillas del mar, entreArica e Iquique. Aseaba el retén de Carabineros enque trabajaba su hermano, el sargento Juan de Diosde la Cruz. Pese a que arrastraba una condena de pre-sidio de cinco años y un día por «hurtos reiterados»,El Lito podía recorrer el pueblo sin problemas. Enpleno Estado de Sitio, a él nadie le impedía llegar alcementerio.

Un día vio «a varias personas que corrían y les dispa-raban por la espalda. Estas eran como tres personas yluego que les dispararon, los ensacaron (...) Las perso-nas que dispararon eran militares. También vi, en unaocasión, que en la Gobernación a varios detenidos lessacaban las uñas. Recuerdo que Mario Acuña, a quienubico, era quien daba las órdenes» .

Page 302: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

302

Se refería al juez Mario Acuña Riquelme. Este per-sonaje inició su carrera en Santiago, y de su paso porlos tribunales de San Miguel quedó la memoria de gran-des defensores y severos detractores suyos. Había quie-nes lo calificaban de «brillante», perola Corte Supremaacogió reclamos por su mala gestión y lo trasladó aIquique al comenzar los ’70.

Abogados que lo conocieron como titular del PrimerJuzgado de la capital nortina afirman haberlo visto va-rias veces borracho en su oficina. Muchas otras muchascosas vieron. El Consejo de Defensa del Estado incluyósu nombre, junto al del presidente de la CorteIquiqueña, Ignacio Alarcón y otros importantes magis-trados, como parte de una lista de jueces vinculados conel narcotráfico.

En 1972, tras recibir la queja del CDE, la Corte enco-mendó al ministro Enrique Correa Labra que se trasla-dará al norte a investigar. El magistrado contó con laayuda en Iquique del abogado Procurador Fiscal (el re-presentante del CDE), Julio Cabezas Gazitúa. En San-tiago, con la del abogado Manuel Guzmán Vial. Agentesdel Departamento de Investigaciones Aduaneras (DIA),entre otras entidades, también habían reunido informa-ción sobre los magistrados mientras buscaban desbara-tar una red de tráfico de drogas y contrabando entreChile y Bolivia.

Correa Labra estuvo ocho meses en el norte. Al vol-ver, emitió un grueso informe y la Corte Suprema inter-vino destituyendo al presidente de la Corte iquiqueña yal fiscal de ese tribunal, Raúl Arancibia. Otro grupo,probablemente para no generar un escándalo, sólo fuetrasladado o amonestado.

Acuña se salvó. Sin embargo, el magistrado sabíaperfectamente que el abogado Cabezas había sido el

Page 303: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

303

promotor de las acusaciones en su contra y que todavíale quedaba carga por usar.

Cabezas —45 años, casado, cuatro hijos— era consi-derado un abogado brillante, un funcionario «de dedica-ción ejemplar» , que actuaba además como jefe del Servi-cio de Asistencia Judicial en Iquique.

En 1973, Cabezas y el director de Odeplán, FreddyTaberna, tenían pruebas suficientes de los vínculos deMario Acuña con los dos poderosos narcotraficantes quedirigían las operaciones de tráfico y contrabando entreChile y Bolivia y que, por su peso económico, inclusohabían llegado a ser miembros de la Cámara de Comer-cio de Iquique: Nicolás Chánez y Doroteo Gutiérrez.

Ambos transportaban diariamente desde Santiago alnorte toneladas de azúcar, café, harina, conservas, man-tequilla, medias, ropa y medicinas, entre otros produc-tos obtenidos ilícitamente. Era el tiempo de las colas yla escasez bajo el gobierno de la Unidad Popular.

Los camiones con la carga prohibida se dirigían ados pueblos limítrofes: Cancosa y Colchane. Las inmen-sas bodegas en que la mercadería era almacenada domi-naban el paisaje de ambos caseríos, cuyas poblacionessumadas no llegaban a los 150 habitantes. En la fronte-ra, los chilenos entregaban los insumos a traficantesbolivianos, quienes les pagaban con grandes cantidadesde cocaína semielaborada. Los alimentos y medicinas seiban a Oruroy luego eran distribuidos en Santa Cruz yLa Paz. El sulfato de cocaína era internado en Iquiquepara su elaboración.

Antes del 11 de septiembre, Chánez y Gutiérrez fue-ron detenidos repetidamente por contrabando y narco-tráfico, pero obtuvieron la libertad con facilidad graciasa sus vínculos con el ministro Ignacio Alarcón, el juezAcuña y su actuario Raúl Barraza. Este último Barraza

Page 304: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

304

había sido descubierto in fraganti por la policía traba-jando de noche en el procesamiento de la cocaína en unlaboratorio que tenía en su propia casa, en Wilson 151.Su superior, el juez Acuña, fue vinculado por la investi-gación policial con la gestión del tal laboratorio.

Pesaban en la carpeta que el CDE tenía sobre el ma-gistrado otro tipo de corruptelas. Se comprobó que des-de mayo de 1970 el magistrado cobraba asignación fami-liar por su cónyuge, aunque ésta no tenía derecho a ella,pues era funcionaria de la Corfo. Además, había infor-mado al Servicio de Impuestos Internos que su esposano trabajaba, con el solo fin de rebajar el pago de im-puestos.

Acuña adquirió en forma fraudulenta varios automó-viles, haciendo uso de una franquicia que por entoncesera derecho exclusivo de los residentes en Arica. Y pagóparte de uno de esos vehículos con un cheque del co-merciante Raúl Nazar, que estaba encausado por estafaen su propio tribunal y que quedó libre «por falta deméritos» justo después de extender ese documento.

El magistrado recibió regalos de navidad, ante testi-gos, de otro conocido narcotraficante iquiqueño, Fran-cisco Manríquez Valenzuela, «El Gallina».

El abogado Julio Cabezas sabía también, y lo infor-mó a la Corte Suprema, que el 7 de abril de 1972, el juezMario Acuña viajó junto al narcotraficante Pascual Ga-llardo a Santiago y que ambos abordaron un vehículoque los esperaba en el aeropuerto Pudahuel, con desti-no desconocido.

Gallardo había sido inculpado como parte de unabanda de narcotraficantes descubierta en 1969 en unacausa que tuvo en su poder el juez Acuña. Poco después,sospechosamente, se presentó en Santiago una querellapor estafa en contra de uno de los encausados. Eso sig-

Page 305: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

305

nificaba que el proceso por narcotráfico debía salir deltribunal iquiqueño y ser enviado la capital. En el viaje,el actuario designado para trasladar el expediente loperdió sin explicación plausible. Ya no importaba mu-cho. Los documentos que inculpaban a Gallardo se ha-bían extraviado antes, desde las propias oficinas del juz-gado iquiqueño.

Gallardo nunca fue procesado.Pese a sus antecedentes, la Corte Suprema autorizó

al juez Mario Acuña para que, inmediatamente despuésdel 11, se constituyera como fiscal en los Consejos deGuerra en el norte grande. Al personaje, le gustó, porsupuesto, la nueva investidura. El mismo día del Golpellegó vestido con uniforme de comando al tribunal, quesiguió atendiendo paralelamente por un breve lapso. Enese período, sus subalternos también debían lucir trajesmilitares cuando lo acompañaban a la «fiscalía».

El juez Acuña fue uno de los pocos magistrados ele-gidos para tan inusual misión y él iba a aprovecharlo.

Mediante llamados radiales, el abogado Julio Cabe-zas fue convocado por bando para presentarse ante lasnuevas autoridades militares junto a los más importan-tes dirigentes políticos de la zona. Cabezas, que no teníamilitancia política ni «tendencia revolucionaria alguna»,se autodefinía entonces como simpatizante DC y, comotal, había sido un opositor al gobierno de Allende. Perosu nombre, para extrañeza de abogados y jueces, se re-petía por las radios junto al de los máximos jerarcas dela Unidad Popular.

El 14 de septiembre, terminado el toque de quedaabsoluto, el profesional decidió entregarse. Ese día sereunió con un grupo de ocho profesionales que hacíansu práctica profesional en el Servicio de Asistencia Ju-dicial. En el segundo piso de los tribunales iquiqueños,

Page 306: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

306

Cabezas dio tareas a sus alumnos. Entre ellos estaban elactual ministro de la corte ariqueña Javier Moya y losabogados Valdemar de Lucky, Juan Rebollo, ErnestoMontoya, Enrique Castillo e Ismael Canales.

—Yo vengo luego. Sigan con los casos, que voy a re-visar lo que han hecho a la vuelta —les dijo .

Cabezas no dejó reemplazante. Con una frazada enun brazo y un chaquetón de castilla en el otro salió cami-nando hacia la Sexta División de Ejército. Algunos desus alumnos —con quienes le gustaba tener irónicas dis-cusiones intelectuales, pues los jóvenes eran mayorita-riamente partidarios de la UP— lo acompañaron hastala puerta del regimiento. El abogado creía que su nom-bre había sido incluido por error y que quedaría libre deinmediato.

El error era suyo.Fue hecho prisionero y trasladado al campamento

en Pisagua. Sus celadores lo golpearon mientras perma-necía colgado, le quemaron la piel con cigarrillos, lo lan-zaron desde un cerro encogido dentro en un barril sintapas, le quebraron un tobillo, le hicieron fusilamientosfalsos. Cabezas presintió su muerte. Logró enviar unmensaje a Santiago pidiendo la intervención de sus co-legas del Consejo de Defensa del Estado. La mayoría delos consejeros del CDE estaba en la oposición al gobier-no de Allende y apoyaban la intervención militar, peroacogieron su súplica, pues sabían que Cabezas no eraizquierdista.

Manuel Guzmán Vial fue el encargado de redactarun oficio al Jefe de Zona en Estado de Emergencia en lazona de Tarapacá, general de brigada Carlos Forestier.El documento daba cuenta de la excelente calidad pro-fesional del representante del CDE en Iquique y de suscualidades como un hombre «de Paz».

Page 307: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

307

Forestier no respondió.El 10 de octubre el nombre de Julio Cabezas apare-

ció en un nuevo comunicado. Esta vez, en una convoca-toria a Consejo de Guerra.

El Colegio de Abogados había establecido un sistemade defensa gratuito para los prisioneros y le nombró unrepresentante: su propio alumno en el consultorio jurí-dico, Ernesto Montoya. El joven viajó en una avionetamilitar a Pisagua. La nave partió a las 19 horas. El Con-sejo estaba fijado al día siguiente, el 11 de Octubre, a lascinco de la madrugada.

El joven abogado esperaba poder entrevistarse consu profesor, pero se le dijo que estaba «incomunicado».Quiso ver el expediente, pero los militares estaban ce-nando. Sólo pasadas las 23 horas y por diez minutos, sele permitió examinar unas hojas que parecían ser unaconfesión de Cabezas ante el fiscal Acuña. Los papelesdecían que Cabezas admitía su vinculación con el PlanZeta (que luego se demostraría inexistente) y con el aco-pio de armas.

Montoya intentó una defensa. Alegó con vehemen-cia, pero los militares estaban borrachos y permanecie-ron indiferentes a sus argumentos. El Consejo de Gue-rra condenó a Cabezas a la pena de muerte.

El capellán de Pisagua se acercó a Montoya y le con-fesó que Cabezas ya estaba muerto. El abogado no que-ría creerlo, pero hacia fines de los ’70, ante insistentesgestiones de la familia, las autoridades militares exten-dieron documentos oficiales en que reconocían la fechareal de la muerte y decían que Cabezas fue «ajusticiado»por «alta traición a la Patria» el 10 de Octubre, junto aotros cuatro detenidos

El expediente del supuesto Consejo de Guerra nun-ca apareció.

Page 308: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

308

En 1990 el cuerpo de Julio Cabezas fue hallado enlas fosas clandestinas descubiertas en Pisagua. Otra vezel abogado Montoya estuvo junto a su ex profesor. Comoabogado del arzobispado, acompañó a los profesionalesde la Vicaría de la Solidaridad que lograron la ubicaciónde las osamentas.

También murió en Pisagua el ex director de Ode-plán, el socialista Freddy Taberna, quien había investi-gado al juez Acuña junto a Cabezas.

No fueron los únicos. Dos funcionarios del Departa-mento de Investigaciones Aduaneras (DIA) fueron ejecu-tados en el mismo campamento. Justo antes del Golpede Estado, el DIA estaba precisamente tras los pasosdel contrabando de cocaína por el corredor Oruro-Iquique. Ya entonces los profesionales, motejados porLa Tercera como los «intocables chilenos», creían queChile se estaba convirtiendo en un «pasillo» para el con-trabando del clorhidrato.

El grupo aduanero actuaba en coordinación con laagencia estadounidense antinarcóticos (DEA) y variosde sus miembros fueron entrenados en Estados Unidos,como parte de una de las pocas áreas de cooperaciónentre ambas naciones, cuando en Chile gobernaba Allen-de y en el país norteamericano, Richard Nixon. El Golpesorprendió en el norte a unos ocho agentes de este ser-vicio. Entre ellos, Juan Efraín Calderón militante socia-lista, quien fue ejecutado en un supuesto intento defuga, junto a su colega y amigo, Juan Jiménez, pese alasintervenciones en su favor del delegado de la DEA enChile, George Frangullie.

El cuerpo de Calderón apareció en las fosas en Pisa-gua amarrado de pies y manos y con una venda sobre losojos. Testimonios de otros ex prisioneros permitierondeterminar que los agentes no intentaron huir, sino que

Page 309: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

309

fueron escogidos de entre los presos para ser fusilados,sin expresión de causa.

Un grupo de narcotraficantes, que había formadoparte de las investigaciones de la DIA, la policía y elCDE en los ’70, también fue capturado en la asonadamilitar. Los detenidos, acusados de delitos comunes,fueron trasladados a Pisagua junto al resto de los prisio-neros políticos. En el campamento, controlado en buenaparte por el fiscal Acuña, recibieron un trato especial.Pero sólo por un tiempo.

En este grupo figuraba Francisco Manríquez, «ElGallina», quien había hecho regalos de Navidad a MarioAcuña y el poderoso Nicolás Chánez, la cabeza visiblede opulenta red de narcotráfico Oruro-Iquique, variasveces liberado gracias a la benevolencia de los tribuna-les. Junto a ellos, cayeron prisioneros Hugo Martínez,Juan Mamani, Juany Orlando Cabello.

José Ramón Steinberg, José Ramón, médico ciruja-no, reveló lo siguiente:

«En el mes de enero de 1974, llegaron a Pisaguadiez personas de quienes se nos dijo eran traficantesde drogas. De estos diez, nueve fueron fusilados por elfiscal Acuña y su equipo integrado por los militaresAguirre, Fuentes y el carabinero Barraza y el tenien-te Muñoz. Estos fueron fusilados en el cementerio dePisagua, siendo conducidos hasta ese lugar en unjeep militar, lo que yo vi y me consta por la informa-ción que me dio uno de los practicantes, quien medijo que los mataban de a dos y esto lo presenciabanotros dos traficantes que serían fusilados después».

En 1990, los cuerpos de los «coqueros» fueron encon-trados junto a los de los prisioneros políticos en las fo-sas en Pisagua.

El proceso iniciado por ese hallazgo permitió cono-cer otras acusaciones en contra de Acuña. El 26 de sep-

Page 310: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

310

tiembre, un grupo de conscriptos allanó la casa del doc-tor Steinberg. Los militares lo arrestaron diciéndole que«el fiscal» quería hablar «unas palabritas» con él. Fue lle-vado al Regimiento Telecomunicaciones y luego al cam-pamento de Pisagua.

«El día 12 de octubre de 1973 me tocó a mí elturno para ser interrogado y fui, igualmente, golpea-do, sometido al ‘fusilamiento simulado’ y otras tortu-ras, estando con la vista vendada e interrogado por elfiscal Acuña».

Cerca de las cuatro de la tarde del 16 de enero de1974, llegó a Pisagua Isaías Higueras Zúñiga. Los uni-formados a cargo del campamento le dieron «instrucciónmilitar», obligándolo a realizar ejercicios físicos. Por lanoche, lo interrogaron bajo torturas.

El doctor José Ramón Steinberg recuerda que cercade la una de la mañana del 17, fue llamado de urgenciaa la enfermería para que hiciera un chequeo médico aHigueras. Cuando preguntó qué le había pasado al pri-sionero, un suboficial le respondió: «Militarmente, secayó».

El médico constató que el preso estaba sufriendo uninfarto. Indicó a los enfermeros que le inyectaran un«vaso dilatador y un tranquilizante», pero el fiscal Acu-ña, después de preguntar a los militares qué efecto ten-drían esos medicamentos, negó autorización para eltranquilizante.

—Es que tengo que seguir interrogándolo, —explicó.—Pero no puede seguir interrogándolo en estas con-

diciones. El paciente debe permanecer en reposo abso-luto, —replicó el médico.

Acuña se volvió hacia los enfermeros y les ordenó:—Déjenlo aquí quince minutos. Después me lo llevan

a la Fiscalía.

Page 311: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

311

El médico volvió a su habitación. Cuatro horas mástarde los soldados lo despertaron otra vez y lo llevarona la enfermería. Higueras había muerto.

Los enfermeros militares dijeron a Steinberg quecerca de las cinco de la mañana el prisionero había pedi-do permiso para ir a orinar y que cuando volvió a acos-tarse, murió. Le aseguraron que nunca lo llevaron deregreso a la fiscalía.

El doctor tomaba constancia del fallecimiento, cuan-do el ex juez Mario Acuña apareció nuevamente en laenfermería.

—¿Qué pasa?—Esta persona ha muerto —respondió el doctor.—¿Usted sabe cuáles son las causas?—Tal como le dije antes, esta persona sufrió un in-

farto.—¿Usted puede certificarlo?—Claro..., pero además habría que hacer una ne-

cropsia.—No. Aquí no hay condiciones para eso.Steinberg, José Ramón Steinberg extendió el certifi-

cado de defunción diciendo que la causa inmediata de lamuerte había sido un «infarto del miocardio», provocadopor «stress físico-emocional». Esa fue su manera cientí-fica de describir las torturas.

Hay no pocas historias más que podrían agregarse alprontuario de este tenebroso personaje.

Terminada su labor como fiscal, el juez Acuña se re-tiró del servicio y se dedicó al ejercicio libre de la profe-sión. Por esos años, se jactaba en el foro de su amistadcon el general Carlos Forestier —Forestier «admiraba»a Acuña— y con el propio general Augusto Pinochet,asiduo visitante de Iquique.

Page 312: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

312

Entre 1975 y 1976 no había quien discutiera su po-der e influencia en la capital nortina. Pero el exceso dealcohol lo enfermó de cirrosis y diabetes. Su familia loabandonó. Los mismos abogados que lo vieron antes enla cima del poder, se encontraban ahora con su cuerpoalcohólico tirado en alguna calle iquiqueña.

En 1988 el juez Raúl Mena lo encargó reo por el ho-micidio calificado del gendarme Villegas. El abogadoMontoya representó ala familia del ex prisionero de Pi-sagua. A Acuña lo defendió su amigo, el ex presidentede la Corte iquiqueña, el destituido Ignacio Alarcón.

Cuando el caso llegó a la Corte de Apelaciones deIquique, el tribunal nortino declaró que estaba cubiertopor la Ley de Amnistía. La Vicaría de la Solidaridadpresentó un recurso de queja ante la Corte Suprema,pero el proceso fue enviado a la justicia militar. Desdeentonces no se ha vuelto a saber de Acuña en Iquique.Alarcón murió en 1997.

Fue la Corte Suprema quien autorizó a los juecesordinarios a integrar los Consejos de Guerra. El ex abo-gado de la Vicaría de la Solidaridad Roberto Garretónrecuerda con tristeza no sólo las intervenciones del te-mido Mario Acuña. También la del Juez de Temuco,Hugo Olate. «Hubo algunas excepciones —afirma—,como las del Juez de Antofagasta Juan Sinn y la juezade Quillota Olga Vidal, quienes, obligados a integrar losConsejos, hicieron esfuerzos por mitigarla crueldad ylas irregularidades de los integrantes militares». Otros,como Rubén Ballesteros, Berta Rodríguez, Patricia Ron-cagliolo, Elba Sanhueza y Mario Torres, si bien muchasveces trataron de influir para rebajar las enormes pe-nas que proponían los integrantes castrenses de losConsejos, en los aspectos de fondo suscribieron las tesisdel régimen. Particularmente la aplicación retroactiva

Page 313: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

313

de la ley penal, con los aumentos de pena establecidospara el Estado de Guerra, para hechos ocurridos entreel 11 y el 21 de septiembre, a pesar de que ese estadocomenzó a regir sólo desde el 22 de septiembre.

Este último aspecto no es menor si se considera quecientos de personas fueron detenidas y condenadas enConsejos de Guerra por presuntos hechos ocurridos enese breve período de diez días.

Page 314: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

314

UN CURCO QUEDÓ EN LA HISTORIA

 El ministro Eyzaguirre, quien reemplazó a Urrutia

Manzano en la presidencia de la Corte Suprema, man-tuvo una postura ambigua hacia el gobierno militar. Pú-blicamente aparecía como un partidario del nuevo régi-men. Participaba religiosamente en todas as fiestas aque era invitado por las autoridades. Defendió la tesisde que los detenidos desaparecidos habían salido delpaís o se mantenían bajo identidades falsas, pero al mis-mo tiempo, fue el autor de votos de minoría que coinci-dían con los argumentos de los abogados de la Vicaríade la Solidaridad.

Bajo su presidencia el titular del 11 Juzgado delCrimen dio cuenta a sus superiores de la Corte de Ape-laciones de las dificultades que estaba teniendo paracontinuar sus averiguaciones sobre la DINA, pues el go-bierno le había informado que no procedía citara losmiembros de la policía secreta. La Corte de Apelacionesdiscutió el asunto y concordó que no había ninguna dis-posición vigente que diera fuero a esos agentes y que no

Page 315: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

315

sólo procedía citarlos, sino que, llegado el caso, procesar-los. La conclusión era tan sólida que fue respaldada enun acuerdo similar por la Corte Suprema.

Sin embargo, a los pocos días el mismo tribunal sedesdijo y envió nuevas instrucciones a las corte pidién-doles que se abstuvieran de indagar a los integrantesde la DINA. Los ministros de la Corte de Santiago seenteraron más tarde que el gobierno había alegado anteel tribunal superior que una policía secreta requeríarespaldo y no persecución. No era adecuado que losagentes, gracias a los cuales «estaban vivos y sin nove-dad» los miembros de la Junta de Gobierno, quedaranexpuestos.

En su último discurso de inauguración del año judi-cial, en marzo de 1978, Eyzaguirre dijo que auguraba un«oscuro porvenir» a la judicatura si no se adoptabanmedidas rápidas para mejorar su situación.

El magistrado tocó temas que más tarde formaríanparte de los proyectos de reforma del Gobierno de Ayl-win. Pidió la autonomía económica para el Poder Judi-cial, destacando que el porcentaje del presupuesto na-cional asignado al sector había vuelto a decrecer y llega-ba al límite de un 0,59 por ciento. Señaló el abuso delrecurso de queja que estaba convirtiendo a la Corte Su-prema en una tercera instancia. Propuso la creación deun Ministerio Público. Indicó que desde que la Cortefuncionaba en tres salas (bajo el gobierno militar) seproducían sentencias contradictorias y abogó por la uni-dad en la jurisprudencia, como una de las funcionesesenciales del máximo tribunal.

Al despedirse, dijo que la nueva constitución que seestaba preparando y en cuyas subcomisiones participó«debe contar con la aceptación mayoritaria de aquellosa quienes va a regir». Se atrevió a demandar un mayor

Page 316: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

316

grado de independencia a los tribunalespara que pudie-ran ser «los efectivos guardianes de los derechos y ga-rantías de todos los ciudadanos».

En la presidencia, lo reemplazó Israel Bórquez, pú-blico partidario del gobierno militar, quien dejó inscritaen la Historia una frase memorable pronunciada en1978: «¡Los desaparecidos ya me tienen curco! ¡Pregún-tenle a la Vicaría!».

Bórquez fue el encargado de analizar las extradicio-nes solicitadas por Estados Unidos en el caso Letelier yrechazó entregar a la justicia estadounidense a los jefesde la DINA, pero en el mismo fallo dejó establecidascontradicciones y aseveraciones inverosímiles en quecayeron los imputados. El ministro envió los anteceden-tes a la justicia militar y éstos sirvieron de base para elproceso que una década más tarde dirigiría Adolfo Ba-ñados.

En su primer discurso, en 1979, Bórquez, pese a suconocida postura política, se quejó en contra de las mo-dificaciones al Código de Procedimiento Penal que esta-blecieron que las inspecciones a recintos militares de-berían realizarla los jueces a través de la justicia mili-tar, limitando las facultades de los magistrados. Dijo:

«En las circunstancias actuales, en que el paíssufre tantos y mal intencionados ataques de ordenpolítico en el exterior, es mi opinión personal que de-biera restablecerse en este asunto la situación queexistía (previamente). La Justicia Ordinaria de nues-tra patria merece la confianza de la ciudadanía».

Pero sus palabras cayeron en el vacío. Con MónicaMadariaga en el Ministerio de Justicia y una ley de Am-nistía para cubrir los delitos cometidos entre 1973 y1978, se iniciaba una nueva década.

Page 317: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

Capítulo V. Docudrama en cinco actos:Justicia y Derechos humanos

Page 318: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

318

CONSEJOS DE GUERRA: EL PRIMER RENUNCIO

11 de septiembre de 1973. Roberto Garretón, jovenabogado, trabajaba en la Empresa de Obras Sanitarias,EMOS. Simpatizante demócrata cristiano, no era unpartidario de la Unidad Popular, pero el golpe de Esta-do lo violentó. Algunos de sus colegas desaparecieron.Familiares suyos fueron arrestados.

Quería hacer algo, pero no sabía exactamente qué nipor dónde empezar.

Comenzó por leer la prensa de un modo distinto, in-tentando seguir la huella de lo que pasaba con los pri-sioneros. Puso especial atención a los Consejos de Gue-rra. Se compró un Código de Justicia Militar. En cuantopudo, fue a los tribunales, en Bandera. Allí se encontróun día con Andrés Aylwin.

—Tenemos que hacer algo, Andrés. En el Códigodice que si los acusados en los Consejos de Guerra notienen abogados, cualquier militar asumirá su defensa...Yo creo que nosotros podríamos hacerlo mejor .

Aylwin ya estaba en contacto con personeros de laIglesia que crearían el Comité Pro-Paz, pero no se lo

Page 319: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

319

confió a Garretón. Sólo se despidió diciéndole que lo lla-maría si sabía de algo.

Por esos mismos días Garretón vio en la oficina des-tinada a los abogados en el Palacio de los Tribunales unletrero que decía: «Se necesitan abogados para asumirdefensas en Consejos de Guerra». Lo había instalado unabogado de apellido Guarello, conocido por sus postu-ras políticas de derecha, quien ofrecía sus servicios pesea la oposición de sus colegas de oficina.

Antes de que Garretón tomara alguno de los casosde Guarello, Aylwin lo llamó por teléfono:

—Se formó un organismo para el asunto que te pre-ocupaba. He dado tu nombre... Tienes que hablar conAndrés Rabeau.

El abogado se fue al despacho del ex magistrado yuna hora más tarde estaba asumiendo su primera de-fensa.

Los siempre entrecerrados ojos azules de Garretóny su sonrisa irónica se enfrentarían a militares investi-dos de jueces en más de cien Consejos de Guerra, sin-tiendo la amenaza permanente de convertirse en vícti-ma de los mismos procesos en que él intentaba actuarcomo defensor.

Lo primero era buscar a los aprehendidos en algunode los varios centros de detención masiva que operabanen el país. En esos días cortos, la mayoría había caídopor violación del «toque de queda».

En Santiago, los abogados iniciaban la procesión enlas cárceles y seguían con el Estadio Nacional y el Esta-do Chile, tratando de obtener algún documento que re-conociera la detención. Luego, se involucraban en unaexasperante lucha para que a los prisioneros se les ini-ciara alguna forma de juicio y terminar así con las tortu-ras, que formaban parte de la etapa de «investigación».

Page 320: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

320

En las condiciones de desamparo total en que se halla-ban los presos, lograr la convocatoria a un Consejo deGuerra era considerada un éxito para los abogados quese unieron al Comité Pro-Paz. Al menos podrían defen-derlos.

«Teníamos que averiguar qué fiscal tenía al pri-sionero de una lista que había en los estadios. Te de-cían: ‘Lo tiene Barría’, o Sánchez, o Pomar. Ibas don-de Barría y te informaban que el fiscal atendería alos abogados sólo una vez al mes. Y el día que te cita-ban, el fiscal no iba. Quedabas pendiente para el messiguiente».

Cuando por fin el fiscal emitía el pronunciamientode primera instancia, se formaba el Consejo de Guerra,en que los defensores podían ensayar sus defensas. Trasla sentencia, el Juez Militar (que coincidía normalmentecon el jefe de la Zona en Estado de Emergencia respec-tiva), dada su aprobación final.

Había dos tipos de Consejo: los comunes y los «Vip»(very important persons). En los primeros, el Consejo lointegraban normalmente siete Oficiales de Reserva Asi-milados al Servicio Activo (los «Orasa»), provenientesen general de la Fuerza Aérea o Carabineros, con escasoconocimiento jurídico y muchas veces con precario niveleducacional.

«Los Orasa siempre condenaban. Ellos tratabande dar una imagen de dureza y de justicia al mismotiempo. Si se daban cuenta de que el acusado no teníanada que ver con nada —que así era siempre— lerebajaban la pena. Nosotros debíamos alegrarnos enmedio de la brutalidad que significaba que gente ino-cente fuera condenada a varios años de presidio «¡porhacer nada!».

En los Consejos «Vip», oficiales en servicio activo re-emplazaban a los «Orasas». Tal fue el caso del Consejo con-

Page 321: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

321

vocado para juzgar al comandante Fernando Reveco Va-lenzuela, el más importante que realizó el Ejército. Enaquél tiempo se estableció tácitamente que cada rama juz-garía a sus «infiltrados»: el Ejército a los militares, la Fuer-za Aérea a los aviadores. En cuanto a los opositores, habíaotro tipo de distribución: la Fuerza Aérea tomaba los casosde los grupos considerados armados (MIR, VOP y las bri-gadas Elmo Catalán y Ramona Parra). La Armada se que-daba con los altos jerarcas de la Unidad Popular.

El 11 de septiembre, el mayor Reveco Valenzuelaestaba en Calama. Era el delegado del jefe de zona enEstado de Emergencia en Chuquicamata. Por órdenesde sus superiores, tomó el control del estratégico mine-ral e incautó armas entre la población. Más tarde, presi-diría el Consejo de Guerra en contra del ex gerente ge-neral de Chuquicamata, David Silberman.

El 2 de octubre Reveco Valenzuela fue detenido sor-presivamente. Sin que nadie lo supiera en Calama, fuetrasladado a Santiago. En la pequeña y desértica ciudadse afirmaba que el mayor estaba muerto. Que lo habíantirado desde un helicóptero.

Los cargos en su contra habían surgido de un procesoque tramitaba en Santiago el fiscal de Aviación generalOrlando Gutiérrez en contra del capitán de bandadaJaime Donoso. En parte de su testimonio, Donoso dijoque otro oficial —Raúl Vergara— le había comentado suparticipación en una comida, en 1969, en que un mayorde Ejército de apellido Reveco se habría pronunciadocomo «marxista».

La Aviación envió un oficio con el dato al comandan-te en jefe del Ejército, general Augusto Pinochet, y esemismo día el oficial fue arrestado en Calama. El mayorfue detenido, inusualmente, por la Fuerza Aérea y tor-turado en la Academia de Guerra, en Santiago.

Page 322: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

322

Un fiscal de Ejército se trasladó a Calama y comen-zó a interrogar a civiles y subalternos del oficial quetrataban de demostrar su filiación «marxista». Como locreían muerto, no ahorraron detalles.

En Santiago, Reveco era trasladado al RegimientoBlindado N° 2, donde se le permitió tener una radio, unaparato de televisión y recibir visitas de su esposa.

Un año después, el fiscal dio por agotada la investiga-ción. En el expediente, los testigos entregaron antece-dentes sobre el comportamiento social del acusado e in-terpretaron sus supuestas motivaciones ocultas para darbuen trato a los prisioneros o demorar allanamientos.

En el legajo quedó impreso el interés del fiscal poraclarar su actuación en una comida realizada en honordel «pronunciamiento militar», en el Rotary Club deCalama, la noche del 26 de septiembre de 1973. Segúnlos testigos, un subteniente de apellido Lapostol defen-dió al Gobierno de la Unidad Popular y Reveco, en señalde respaldo, le habría ofrecido un vaso de vino.

Otro aspecto de la investigación fue la conducta delcomandante en el caso Silberman. Los testigos lo acusa-ban de no haberlo perseguido, pues éste se entregó enforma voluntaria el 15 de septiembre, y por haberledado una pena muy baja en el Consejo de Guerra.

En su defensa, Reveco decía que en la reunión enque participó en 1969 —y que dio origen al proceso ensu contra— se analizaron las preocupaciones de lasFuerzas Armadas que culminaron con el Tacnazo esemismo año y que nunca se declaró marxista.

Sobre la comida en el Rotary Club, cuatro años mástarde, dijo que sus únicas palabras en esa ceremoniafueron para agradecer la manifestación y que sólo des-pués de que el presidente del Rotary insultara a su sub-alterno, el subteniente Lapostol, por haber comentado

Page 323: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

323

que no se debería «hacer leña del árbol caído», optó porretirarse, como un gesto de respeto al militar. Vino nole ofreció, replicó irónico, «porque se había terminado».

Acerca de Silberman, afirmó que la condena a 16años de presidio en su contra por «traición a la patria»,fue justa y resuelta por «unanimidad» en el Consejo deGuerra.

Admitió haber sido «allendista» en los primeros añosdel gobierno de la Unidad Popular, pero negó tenerideología marxista. El fiscal, de vuelta en Santiago, dic-taminó que Reveco había cometido el delito de «incum-plimiento de deberes militares».

Garretón, su abogado, fue citado entonces al Salónde Actos del Ministerio de Defensa, en Zenteno con Ala-meda, donde está hoy el Edificio de las Fuerzas Arma-das. Un guardia lo revisó al ingresar al edificio. Pacien-temente, desmontó su pluma fuente y escrutó el estucheen que guardaba sus lentes de contacto. Dentro, nume-roso personal armado custodiaba en la sala en que seoirían los alegatos en favor de 22 personas que estabansiendo acusadas en un mismo Consejo de Guerra.

Un soldado se acercó a Garretón y le dijo:—Tiene que pasarme el texto de su defensa... para la

censura.Momentos más tarde se lo devolvió tarjado. No obs-

tante, quedó material suficiente para que Garretónarremetiera contra la forma en que se acusó a su defen-dido. Hizo notar que el fiscal daba valor probatorio atestimonios de «civiles fanatizados, resentidos con lasautoridades militares por no haber empleado más rigoren contra de los personeros del antiguo régimen», quie-nes nada sabían sobre las órdenes militares impartidasa Reveco, ni tenían autoridad para opinar sobre la for-ma en que las había cumplido.

Page 324: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

324

Garretón defendió el profesionalismo con que el ofi-cial desarrolló las tareas que se le encomendaron el 11de septiembre, según el reconocimiento que habían he-cho sus propios superiores, aunque nunca se les permi-tió declarar en la causa. Por lo demás, alegó, «jamás unproceso criminal puede, dentro de un estado de Dere-cho, estar dirigido a sancionar ideologías de ciudada-nos. Todo el avance de la ciencia penal y una de lasgrandes conquistas de los derechos humanos es haberobtenido como consagración jurídica internacional laimpunidad de los pensamientos».

Pero no estaba el Consejo para aceptar tales precep-tos y confirmó la condena propuesta por el fiscal.

Desde el punto de vista del Derecho, estos tribuna-les especiales cometieron un sinnúmero de abusos: con-figuraron delitos que no existían en las leyes y tomaroncomo una licencia sin límites la norma que permite alos jueces apreciar la prueba «en conciencia».

Los fiscales no realizaron investigaciones acuciosasy dieron pleno valor a las confesiones obtenidas bajoamenazas y torturas. Tampoco pesquisaron aquellosantecedentes que podrían favorecer a los inculpados.Aplicaron severas penas por hechos no demostrados,sobre la base de una particular concepción del «bien quedebemos hacer y el mal que queremos evitar». «La magiamilitar produjo, entonces, no sólo muchos delitos, sinotambién muchos culpables».

El lenguaje de las sentencias no parecía el propio deuna judicatura, sino más bien la «resultante de la repul-sa y el odio hacia gobiernos, partidos y personas, bajoun alero de patriotismo y deber. En general, entonces,no se juzgaba, sino que se castigaba al enemigo».

El Ejército informó a la Comisión Rettig que los ex-pedientes de los Consejos de Guerra se hallaban «total-

Page 325: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

325

mente quemados, por acción del fuego (sic), producto deun atentado terrorista». Sin embargo, esa entidad pudoreconstituir parte de la historia de más de 250 personascondenadas en este tipo de juicios, 26 de las cuales fue-ron ejecutadas.

La mayor cantidad de ejecuciones y muertes de esosprimeros años se produjeron, no obstante, sin forma dejuicio alguno.

Para que los Consejos pudieran constituirse, la Jun-ta Militar dictó varios decretos entre el 11 y el 22 deseptiembre de 1973. El Número 3 declaró el Estado deSitio en todo el país y el 5, que el país estaba en Tiempode Guerra. Los fallos de los Consejos discreparon acer-ca de la naturaleza y duración de esta guerra. Algunosla fijaron a partir del 11 de septiembre, otros después, yno pocos incluso antes de que terminara el gobierno deSalvador Allende.

Aceptando la existencia de legal de la guerra —puesno aceptaban su existencia real— las defensas de losacusados intentaron hacer valer el respeto a los trata-dos internacionales, suscritos por Chile, sobre trata-miento especial y humano a los prisioneros, pero sus ar-gumentos no fueron jamás aceptados.

Los abusos cometidos por estos tribunales militaresno pudieron ser discutidos ante la Corte Suprema por-que el máximo tribunal renunció a su facultad fiscaliza-dora sobre ellos. Un ejemplo ilustrativo se dio el 13 denoviembre de 1973. Al rechazar los recursos presenta-dos en favor de Juan Fernando Silva, condenado en Val-paraíso, el máximo tribunal se lavó las manos. Resolvióque en Tiempo de Guerra el jefe de zona en Estado deEmergencia era la autoridad superior de tales tribuna-les. Para llegar a esa conclusión, la Corte citó trunca-mente el mensaje presidencial que acompañaba a la de-

Page 326: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

326

rogada ley de Organización y Atribuciones de los Tribu-nales de 1875 y dio una nueva interpretación el artículo74 del Código de Justicia Militar.

Los abogados del Comité Pro-Paz no compartían laidea que la Corte Suprema renegara de sus atribucio-nes y al mismo tiempo aparentara que el Estado de De-recho operaba con normalidad, pero fracasaron en susintentos por modificar ese criterio. Varias veces argu-mentaron en sus escritos que la Corte estaba dando unainterpretación mañosa al Código de Justicia Militar,que jamás pretendió tener el alcance sugerido por elmáximo tribunal. Y que, aun si ese hubiera sido el caso,la Corte debía declarar la inconstitucionalidad del men-tado artículo, pues la Carta Magna —a cuya letra lasdemás leyes obedecen— daba a la Corte Suprema la fa-cultad de supervigilar a todos los tribunales de la na-ción. «Todos», recalcaban.

La Corte no los oyó.Al comenzar 1974, la Corte de Apelaciones de San-

tiago acogió parcialmente un recurso de amparo en fa-vor del menor Luis Alberto Muñoz Mena y dispuso queantes de ser juzgado por un Consejo de Guerra, un tri-bunal de menores debería determinar si actuó con dis-cernimiento (el procedimiento se aplica en Chile paramenores entre 16 y 18 años). Posteriormente, sin embar-go, la Corte Suprema anuló el fallo opinando que ni aúnlas medidas de protección de los menores «pueden pre-valecer sobre las disposiciones que adopta la autoridadcon ocasión de un Estado de Sitio».

Poco después, se pidió a la Suprema que determina-ra qué tribunal era el encargado de pronunciarse sobreel discernimiento de otros dos adolescentes, antes deque fueran condenados por un Consejo de Guerra: si laFiscalía de Aviación o el Primer Juzgado del Crimen.

Page 327: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

327

La Corte insistió en que el país se encontraba en«Estado de Guerra» y que, por lo tanto, sólo la Fiscalíade Aviación o el Consejo de Guerra o la Comandanciaen Jefe de la Fuerza Aérea podían resolver sobre el dis-cernimiento de los niños. La resolución fue respaldadapor los ministros Rafael Retamal López, Luis Maldona-do Boggiano, Armando Silva Henríquez y el auditor ge-neral del Ejército, Osvaldo Salas Torres.

Víctor Manuel Rivas y Osvaldo Erbetta argumenta-ron que no existía en las leyes chilenas una sola disposi-ción que conculcara a los tribunales de menores su fa-cultad para pronunciarse sobre los discernimientos. Nihabía norma expresa alguna que se la entregara a lostribunales militares. Pero estaban en minoría.

Más tarde, en un recurso de queja en contra de lasentencia del Consejo de Guerra de Arica que condenó aSergio Rubilar González, el ministro José María Eyza-guirre fue el único en defender las facultades constitu-cionales de la Corte Suprema.

Recogiendo los argumentos de los abogados del Co-mité Pro-Paz, Eyzaguirre recordó que el artículo 86 dela Constitución Política reconocía a la Corte Suprema la«superintendencia directa, correccional y económica detodos los tribunales de la Nación» y que el artículo 74del Código de Justicia Militar no podía «prevalecer so-bre el texto de la Carta Fundamental y, en caso de con-tradicción entre uno y otro, esta Corte debe aplicar laConstitución».

Eyzaguirre era ladino. Aparecía como el magistradosupremo más ecuánime, pero sólo respaldaba estas pos-turas cuando tenía la certeza que aparecería en un pro-nunciamiento de minoría.

La renuncia de la Corte Suprema a las facultadesque le reconocía la Constitución de 1925 es tan clara que

Page 328: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

328

en la Constitución de 1980 «la junta militar debió dispo-ner que la Corte Suprema carecería —a futuro— decompetencia sobre los tribunales militares en tiempode Guerra».

Reveco, al igual que cientos de prisioneros políticoscondenados en Consejos de Guerra quedó al poco tiem-po en libertad, porque era física y jurídicamente insos-tenible para las Fuerzas Armadas mantener el rol detribunal y Gendarmería sobre una proporción tan gran-de de la población.

Sin embargo, creció proporcionalmente el poder dela DINA, aumentó el número de presos cuya detenciónno era reconocida oficialmente y debutaron las cárcelesclandestinas.

Hacia 1975, muchos Consejos de Guerra que dicta-ban sentencias absolutorias, añadían un párrafo quedejaba a los procesados a disposición del Ministerio delInterior. La autoridad administrativa podía requerirlosen virtud del «Estado de Sitio» y enviarlos a los camposde concentración.

Page 329: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

329

CINCO MIL RECURSOS DE AMPARO

«¡Ayúdenme!», fue el grito angustioso que escucha-ron los transeúntes que circulaban por calle Nataniel,entre Coquimbo y Atacama, el 3 de noviembre de1976. Eran aproximadamente las 11.30 de la mañana.Cuando se vio a un hombre de aparentemente unostreinta años —aunque en realidad tenía menos— lan-zarse a las ruedas de un microbús. Antes había alcan-zado a agregar en sus gritos que los de la DINA lo ve-nían persiguiendo. El conductor de la «Vivaceta-Ma-tadero» intentó frenar, pero no pudo evitar la embes-tida.

En la calzada quedó tendido el cuerpo del ex regi-dor comunista por Concepción, Carlos Contreras Malu-je. Le sangraba la cabeza, pero estaba consciente. Enpocos segundos, los curiosos rodearon al herido.

El capitán de la 12a Comisaría de Carabineros deSan Miguel (identificado en el expediente judicial sólopor sus iniciales: C.N.B.V.) pasaba casualmente por esaesquina en un jeep institucional. Vio la muchedumbre yel cuerpo del peatón atropellado. Se acercó.

Page 330: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

330

—Soy Carlos Contreras Maluje, por favor ¡ayúden-me! Los de la DINA me estaban torturando, me escapé,traté de suicidarme... —era la súplica del hombre tendi-do en el suelo.

Mientras el capitán volvía al jeep para pedir unaambulancia y comunicarse con sus superiores, de unFiat 125 celeste bajaron cuatro civiles. Mostraron tarje-tas de la DINA y señalando al caído dijeron que lo ve-nían siguiendo. Al verlos éste, se removió desesperadoy reanudó sus gritos:

—¡No dejen que me lleven de nuevo!... ¡Son de laDINA! ¡Por favor!, —imploró, dirigiéndose al público—,avisen a mis familiares, la Farmacia Maluje de Concep-ción... ¡Carabineros!... ¡Ayúdenme, por favor! ¡La Farma-cia Maluje!.

El público congregado miraba al herido y escuchabasus ruegos entre atónito y temeroso; nada hicieron nipodrían haber hecho cuando los agentes lo subieron alFiat. «¡Soy Carlos Contreras» y la insistencia en que seavisara a la Farmacia Maluje de Concepción fue lo últi-mo que se escuchó.

«Los civiles del Fiat 125 recogieron al herido y losubieron a la fuerza al auto. Digo a la fuerza porque ellesionado gritaba que no se lo llevaran y que lo dejaranmorir tranquilo», declaró luego ante los tribunales elconductor del microbús, Luis Rojas Reyes.

«Llegó el automóvil patente EG-388, Fiat 125 colorceleste, bajándose las personas que dijeron ser deDINA, tomaron al individuo y lo subieron violentamen-te al vehículo, llevándoselo del lugar», escribió el capi-tán de carabineros en el Libro de Novedades de su Co-misaría.

«Un vehículo Fiat 125 (...) se detuvo a prestar coope-ración, desde el cual bajaron cuatro personas que subie-

Page 331: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

331

ron al lesionado a dicho vehículo, retirándose del lugar,ignorándose todo antecedente de su paradero, debido aque no concurrrió a ningún Centro Asistencial... Se hacepresente que en este procedimiento intervino personalde DINA», menciona el parte Número 41, que la SextaComisaría de Carabineros envió al Segundo JuzgadoMilitar de Santiago, dando cuenta de los hechos.

El mayor R.A.M.G., ayudante del Segundo Jefe de laPrefectura General, contó que él había recibido la lla-mada del capitán. «Como en el lugar se encontraba bas-tante gente, testigos oculares, un lesionado y habría ac-tuado personal de la DINA, se le dio instrucciones deque trasladara al inculpado a la Comisaría del sector, yse diera cuenta a los Juzgados Militares».

El «inculpado» era el chofer de la micro, quien fuedetenido y luego puesto en libertad provisional bajo elcargo de lesiones «al parecer, menos graves en atropello».

Carabineros entendía que si personal de la DINA sehacía cargo de un «procedimiento» le correspondía reti-rarse. Así lo hizo el capitán que presenció los hechos, yque le dijo al chofer que no se «preocupara».

El capitán recibió después instrucciones de no men-cionar a la DINA cuando redactara el parte dirigido alos tribunales.

Anónimos transeúntes cumplieron el deseo de Contre-ras Maluje. Unos llevaron el nombre a la Vicaría de la So-lidaridad, ubicada a un costado de la Catedral, en la Plazade Armas. Otros llamaron a su familia en Concepción.

Inmediatamente, la Vicaría presentó ante la Cortede Apelaciones de Santiago un recurso de amparo en sufavor y agregó más tarde declaraciones de los testigos yde los propios carabineros. Su familia estaba esperanza-da en que, con tanta información disponible, los tribu-nales podrían encontrarlo y rescatarlo con vida.

Page 332: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

332

La Corte de Apelaciones envió oficios a los centrosasistenciales y éstos informaron que no había ingresadoninguna persona identificada con ese nombre. Tampocoel Servicio Médico Legal había recibido su cadáver.

Casi tres meses más tarde, el 30 de enero de 1977, laQuinta Sala de la Corte de Apelaciones, integrada porlos ministros Marcos Libedinsky, Adolfo Bañados y JoséCánovas, pidió a la sección «patentes» de la Municipali-dad de Las Condes, que identificara al propietario delFiat celeste. La respuesta fue que le pertenecía a: «Fiscode Chile, Fach, Estado mayor General, Dirección de In-teligencia».

El 31 de enero la Sala, en votación dividida, acogióel amparo. «En consecuencia, se declara que el señorMinistro del Interior, a fin de restablecer el imperio delDerecho y asegurar la debida protección del amparado,deberá disponer su inmediata libertad».

El voto de mayoría, emitido por Bañados y Libe-dinsky, se sustentó en el Acta Constitucional N 3 deseptiembre de 1976, dictada por la propia Junta de Go-bierno, asegurando a todas las personas el derecho a lalibertad personal y la garantía de que nadie podría «serarrestado o detenido sino por orden de funcionario pú-blico expresamente facultado por la ley y después deque dicha orden le sea intimada en forma legal».

El fallo expresó que aunque la DINA negaba la de-tención, «debe aceptarse, asimismo, que ella se llevó aefecto sin orden competente de autoridad alguna».

Cánovas votó por rechazar el recurso y enviar losantecedentes a la justicia militar.

El Ministerio del Interior rehusó dar cumplimientoa la orden de la Corte.

El ministro subrogante, Enrique Montero Marx, en-vió una arrogante comunicación manifestando que «opor-

Page 333: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

333

tunamente (...) esta Secretaría de Estado informó a UsíaIlustrísima que no tenía antecedentes de la persona in-vestigada, ni tenía conocimiento fidedigno de que hubie-ra sido arrestado por algún determinado organismo deseguridad y que no habría pronunciado ni mantenidopendiente resolución alguna que lo afectara».

Como la DINA le decía que no lo tenía en su poder ysu deber era dar fe de sus asertos «especialmente si sudependencia es en forma directa, del Presidente de laRepública», el ministro concluía que el fallo es «imposi-ble de cumplir», salvo que el tribunal le indique «el lugarpreciso» en que Contreras Maluje se halla.

El flagrante desacato del Ejecutivo motivó una re-unión del pleno de ministros del tribunal de alzada ca-pitalino, que resolvió informar a la Corte Suprema«para los fines que procedan».

Pero antes de que la Corte manifestara su parecer,el general Pinochet usó un método indirecto para difun-dir su opinión. Dirigió un oficio al juez Militar de San-tiago, que había recibido el parte policial, sugiriendoque la detención pudo ser practicada por «elementossubversivos». El general afirmaba haber «comprobadofehacientemente», en su calidad de Presidente de laRepública, que ningún órgano bajo su dependencia habíapracticado la detención, de lo cual se derivaba la «abso-luta imposibilidad jurídica y de hecho» de cumplir elmandato judicial.

«El Jefe de Estado que suscribe reitera a Usía sudecidido propósito de llegar —ya sea por la vía de losTribunales de su jurisdicción o a través de la justiciaordinaria— a un amplio esclarecimiento de los he-chos investigados que, sin que en su comisión hayamediado decisión, intención, ni intervención Supre-ma, pueden comprometer el prestigio del Gobierno,de sus instituciones fundamentales y que, en definiti-

Page 334: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

334

va, afectan gravemente la seguridad interior, ya quepreocupa al infrascrito que pudiera esta detenciónarbitraria haber sido premeditadamente efectuadapor elementos subversivos».

La Corte Suprema no respaldó a sus subordinados,ni dio completa razón al Ejecutivo. En abril de 1977,declaró que los magistrados no habían agotado todaslas diligencias destinadas a identificar el organismo que«eventualmente detuvo al amparado, que pudo ser cual-quiera de las Fuerzas Armadas, de Carabineros o deInvestigaciones» y les ordenó continuar las pesquisas.

Los familiares de Contreras se desesperaban, entanto, viendo que el tiempo pasaba y nada sabían de él.

En sus nuevas diligencias, los magistrados averigua-ron que el Fiat usado en la operación estuvo el día y a lahora de los hechos a disposición, para uso personal, deldirector de Inteligencia de la Fuerza Aérea, general En-rique Ruiz. El oficial, que a la fecha se desempeñaba comointendente en la Décima Región, intentó eludir los cues-tionamientos de los magistrados, pero finalmente, a me-diados de año, envió sus respuestas por escrito, diciendoque el auto lo había dejado a las 8.30 de la mañana en elestacionamiento del Ministerio de Defensa y que sólo loretiró de allí a las 14.30 horas. El aviador especuló que la«errada individualización» de su vehículo como aquél quese usó para secuestrar a Contreras pudo deberse a una«equivocación de los testigos» —«las letras y dígitos de laspatentes de automóviles suelen formar combinacionesque pueden fácilmente confundirse»— o al uso de placasadulteradas por «algún grupo interesado en imputar unhecho a los Servicios de Inteligencia» .

Después de interrogar al general Ruiz, la QuintaSala dio cuenta a la Corte Suprema de que la «diligenciaordenada» se hallaba «cumplida». Pero el tribunal des-

Page 335: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

335

estimó tomar medidas que obligaran al Ejecutivo a cum-plir el fallo judicial. Como argumento, citaron «lo ex-puesto por su Excelencia el Presidente de la República,en un oficio de 22 de marzo último (aquél dirigido alJuez Militar), que en esta fecha se agrega al proceso».La conclusión era tajante: «Devuélvanse los anteceden-tes acompañados. Archívese».

Tal fue el destino del único recurso de amparo acogi-do por los tribunales de Justicia entre el 11 de septiem-bre 1973 y comienzos de 1979, período en el que se pre-sentaron más de cinco mil.

Pese a los esfuerzos de Bañados y Libedinsky, el fa-llo no cumplió su objetivo de terminar con una deten-ción «ilegal o arbitraria», ni de hallar a la víctima paratraerla a presencia del tribunal.

La verdad no sería descubierta sino varios años mástarde, por el ministro Carlos Cerda, quien determinóque Contreras Maluje fue secuestrado por el grupo decombate antisubversivo de la Fuera Aérea conocidocomo Comando Conjunto.

Pero el paradero de Carlos Contreras Maluje aún sedesconoce. Su desaparición formó parte de las investi-gaciones del ministro Cerda, pero el proceso se encuen-tra sobreseído, por aplicación de la Ley de Amnistía.

Pasaron más de ocho meses entre el día que Contre-ras Maluje se lanzó a las ruedas de un microbús en calleNataniel y aquél en que la Corte Suprema emitió la últi-ma resolución en el caso, aunque la ley establece, desdeel siglo pasado, que los amparos deben resolverse en unplazo de 24 horas o un máximo de seis días, cuando esnecesario practicar diligencias.

El 19 de septiembre de 1932 la Corte Suprema dictóun Auto Acordado (que equivale a un reglamento) parainstruir a los tribunales sobre la forma correcta de tra-

Page 336: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

336

mitar los amparos. Recordaba la Corte que está en lanaturaleza de ese recurso «principalmente, que sea re-suelto a la mayor brevedad y no cuando el mal causadopor una prisión injusta haya tomado grandes proporcio-nes o haya sido soportado en su totalidad». El tribunalsuperior ordenaba ya entonces a los jueces que tomaranlas medidas necesarias para inducir a los funcionarios a«cumplir oportunamente con su deber» de entregar losinformes que se les requirieran y hasta prescindir deellos, si la demora excediese el límite de lo razonable.«No sería posible dejar la libertad de una persona some-tida al arbitrio de un funcionario remiso o maliciosa-mente culpable en el cumplimiento de una obligación»,reflexionaba la Corte Suprema de 1932.

Todas las constituciones chilenas han reconocido alos ciudadanos la garantía del recurso de amparo e in-cluso la Junta Militar de Gobierno, en el Acta Constitu-cional Nº 3, aseguró su vigencia bajo el Estado de Sitio.

Sin embargo, rara vez los jueces ordenaron traer alamparado a su presencia y, cuando lo hicieron, no pro-testaron por el incumplimiento de los servicios de se-guridad. No más de una decena de veces, en más dediez mil recursos de amparo, ordenaron que un juez seconstituyese en el lugar de arresto. Habitualmente senegaron a fijar plazo a las autoridades para las res-puestas.

Nunca apremiaron a un funcionario renuente a in-formar y jamás prescindieron de los informes requeri-dos, como en cientos de ocasiones la Vicaría les solicitó.Más aun las Cortes dieron toda clase de facilidades a lasautoridades para dilatar las respuestas que debían en-tregar dentro de plazo. Las cortes de Apelaciones re-chazaron, en general, constituirse en centros de deten-ción, incluso cuando éstos eran identificados por los re-

Page 337: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

337

currentes, y en los domicilios de personas detenidas,liberadas y obligadas a permanecer en su propia casa.

«Objetivamente, los magistrados se han inhibido decomprobar con sus propios ojos una situación que losobligaría a adoptar medidas favorables para los ampara-dos» decía la Vicaría en un escrito al máximo tribunalen 1977 .

Cuando el Ministerio del Interior informaba que nohabía orden en contra de un ciudadano y que los servi-cios a su mando señalaban no haberlo aprehendido, lasCortes rechazaban el recurso de amparo diciendo queno había antecedentes que demostraran la efectividadde la detención. Cuando el Ministerio reconocía la de-tención, aunque lo hiciera después de haberlo negadoinicialmente y sin señalar la fecha del arresto, las Cortesigualmente rechazaban el amparo diciendo que la deten-ción había sido ordenada por autoridad competente.

La Vicaría alegaba: «¿En qué casos, entonces, pode-mos tener la esperanza de que se acoja un recurso deamparo?».

Un problema más era a quién dirigir las peticionesde informes. La Corte Suprema respaldó, en general, latesis de que debían enviarse al Ministerio del Interior yno a los órganos aprehensores.

En abril de 1975 la Suprema reprochó la osadía dela Corte de Apelaciones de Santiago, por atreverse apreguntar directamente a la DINA sobre un detenido.El máximo tribunal acogió así un perentorio oficio delentonces poderoso director de la DINA, coronel ManuelContreras Sepúlveda, manifestando que «toda informa-ción de detenidos debe ser proporcionada a los tribuna-les de Justicia, cualquiera que ellos fueren, por el señorMinistro del Interior o por el Sendet (Servicio Nacionalde Detenidos)» .

Page 338: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

338

En respuesta, el máximo tribunal comentó que«dada la situación en que se encuentra el país, resultaconveniente usar la vía propuesta por el Supremo Go-bierno, para obtener aquellos informes».

En otra ocasión —en el recurso de amparo deEduardo Francisco Miranda, a quien testigos habían vis-to preso en Cuatro Alamos—, una sala de la Cortesantiaguina, con el voto de minoría de Hernán Cerece-da no aceptó el desacato del organismo de seguridad yreiteró el oficio a la DINA en términos enérgicos. ElMinisterio del Interior redactó una atrevida respuestaque recordaba al tribunal capitalino su deber de respe-tar las «instrucciones» del Gobierno. El tribunal no vol-vió a insistir y el 16 de junio de 1977 rechazó el recurso.

Uno de los magistrados que estuvo en el tribunalcapitalino durante la primera década del gobierno mili-tar afirma que «los ministros vivíamos con mucha in-tranquilidad. No es que la Corte Suprema nos diera ins-trucciones sobre cómo resolver los asuntos, que nos di-jera: ‘Rechacen los recursos de amparo’, pero había ór-denes implícitas. Sabíamos que si los acogíamos, nues-tras decisiones serían revocadas arriba y que corríamosserio peligro de ser mal calificados al finalizar el año».

Pese a los magros resultados en las Cortes, el Comi-té Pro Paz y la Vicaría mantuvieron siempre la decisiónde recurrir a los tribunales y de defender porfiadamen-te el respeto al Estado de Derecho y a las leyes. Habíaen ello, aparte de las decisiones humanitarias, dos razo-nes políticas: una, desalentar las alternativas violentasde oposición al régimen militar, y otra, que quedara elregistro escrito y documentado de las violaciones a losderechos humanos.

Page 339: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

339

SECUESTRO EN LA CÁRCEL

El gendarme abrió la mirilla del grueso portón y vioa cuatro oficiales de Ejército. Reconoció a uno, porque enotras ocasiones había estado en el penal. Sabía que erade la DINA.

De todos modos el gendarme pidió el «santo y seña».Era la rutina. El oficial que parecía estar a cargo delgrupo respondió correctamente y el gendarme abrió.

—Soy el teniente Quinteros... Traigo una orden dela Asesoría Militar de los Tribunales en Tiempos deGuerra, para retirar al prisionero David Silberman —dijo el oficial al gendarme.

Media tarde. 4 de octubre de 1974.Silberman, ingeniero civil industrial era gerente

general del mineral de Chuquicamata hasta el 11 deseptiembre de 1973. El 15 se entregó voluntariamenteal Comandante Militar de Calama, respondiendo a unbando que reclamaba su comparecencia. En esa ciudad,fue condenado por un Consejo de Guerra a trece años deprisión por infracción a la ley de Seguridad del Estadoy a la ley de Control de Armas. (El mayor Reveco, quien

Page 340: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

340

presidió el Consejo, enfrentaría más tarde el juicio desus compañeros de armas).

En la misma causa fueron condenados varios ejecu-tivos y empleados de la empresa estatal, junto a mili-tantes de los partidos Comunista y Socialista de la zona.Silberman fue trasladado a Santiago y recluido en laPenitenciaría el 30 de septiembre. Los demás quedaronen el norte.

El 4 de octubre de 1973, Silberman fue sacado porprimera vez desde la Penitenciaría. Lo llevaron a laAcademia de Guerra, donde permaneció recluido hastael 20. Un día antes, en Calama, una unidad militar habíasecuestrado a veinticinco de sus ex compañeros de tra-bajo desde la cárcel, fusilándolos en el desierto.

Exactamente un año después, aquel viernes 4 de oc-tubre de 1974, el teniente Quinteros llegaba a la Peni-tenciaría reclamando nuevamente a Silberman.

El gendarme lo condujo hasta las oficinas del Alcai-de. Alejandro Quinteros Romero mostró su documentode identidad, TIFA 245-03 y pidió permiso para retiraral ex ejecutivo.

—El prisionero está cumpliendo condena. ¿Con quéfin lo solicita? —inquirió el alcaide.

—Debe someterse a un interrogatorio. Volverá ense-guida, —respondió el oficial y exhibió una orden suscritapor un tal «coronel Ibañez». Explicó que Silberman estabasiendo investigado por infiltración a las Fuerzas Armadas,sedición y el asalto a una sucursal del Banco de Chile.

Siguiendo los procedimientos regulares, el alcaidepidió corroborar la orden telefónicamente. Discó el nú-mero que le dio Quinteros: 516403 y preguntó por el «au-ditor Leyton» o el «comandante Marcelo Rodríguez»,quien en el documento figuraba como «asesor militar» delos Consejos de Guerra.

Page 341: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

341

El alcaide recibió la confirmación que esperaba yaccedió a lo solicitado. En el acta de entrega quedó es-tampada su firma, junto a la rúbrica del teniente Alejan-dro Quinteros Romero. Hora: 18.40.

Uno de los gendarmes condujo a los oficiales a la sa-lida y vio que el grupo, armado con fusiles, partía en unvehículo Ika-Renault, sin patente. «El típico auto de laDINA», pensó.

A no muchos metros de distancia, el ingeniero Ale-jandro Olivos abandonaba la planta Chiloé de la Compa-ñía de Teléfonos, ubicada en Avenida Pedro Montt. Oli-vos había pedido permiso momentos antes para entraral «pararrayos» (nombre que los técnicos dan al lugar enque se ubican todas las conexiones) con el pretexto dehacer una conexión de prueba a Isla de Maipo.

Los empleados de turno le ofrecieron ayuda, peroOlivos la rechazó. Con un «enrulador» había estado rea-lizando trabajos en el panel donde se hallaba la serietelefónica desde el 51-6401 al 51-6449.

El sábado 5, Mariana Abarzúa, esposa del Silber-man, se presentó en la Penitenciaría para la visita derutina. Aunque no era fácil atender a sus tres hijos yenfrentar el presidio de su esposo, ella creía que lo peorhabía pasado. Tenía esperanzas en que pronto las ges-tiones que realizaba para lograr la libertad de su esposotendrían un resultado positivo. Confiaba, por ejemplo,en una respuesta favorable de la Comisión de Indultoscreada en el Ministerio de Justicia, pues en ciertos ca-sos ésta había conmutado penas de reclusión por extra-ñamiento. Esa posibilidad no era tan mala para Silber-man, que ya tenía ofrecimientos de trabajo en Israel.

Mariana se sorprendió cuando esa mañana de sába-do los gendarmes le informaron que Silberman no esta-ba en la Penitenciaría. Lo había visto por última vez una

Page 342: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

342

semana antes y él no le dijo nada sobre un eventualtraslado.

Confundida, sólo atinó a recurrir al Ministerio deJusticia. El 9 de octubre, un funcionario en esa secreta-ría le dijo que Silberman estaba en manos de un serviciode inteligencia y que el siguiente fin de semana seríadevuelto al penal. Pero en el Ministerio del Interior, unayudante le dio otra versión:

—Tal vez su marido se fugó...—¡¿Qué?! ¿Fugarse? ¿Cómo puede decirme eso? Mi

marido no es un extremista ni ha tenido nunca contactocon ellos. ¡El es un intelectual y no un guerrillero! —protestó, vivamente ofuscada. Prefirió creer al funciona-rio de Justicia y ese fin de semana volvió a la Peniten-ciaría. Silberman no había regresado.

El lunes 14 interpuso un recurso de amparo ante laCorte de Apelaciones de Santiago, exponiendo que «en-contrándose condenado y llevando un año de la pena yacumplida, es extraño e inusitado que se le saque delpenal por un oficial de Ejército, sin mayores explicacio-nes, lo que contraviene todas las normas sobre cumpli-miento de condena».

Ese mismo día, Mariana se entrevistó con otro em-pleado en el Ministerio del Interior, quien la tranquilizó:

—Su esposo no se ha fugado, no se preocupe. Existeun documento en que las personas que dictaron la or-den de sacar a su esposo de la cárcel están identifica-das. Lamentablemente, no le puedo informar dónde seencuentra su esposo.

Cinco días más tarde, la mujer concurrió a una citaque obtuvo con el vicario general castrense, FranciscoGilmore, quien le dijo que las autoridades estaban «muypreocupadas del problema» y que habían iniciado unsumario para determinar las responsabilidades al res-

Page 343: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

343

pecto, puesto que el documento con que se retiró al pri-sionero «sería falso».

—Seguramente se trata de funcionarios del gobier-no marxista que usaron esta treta para liberarlo —dijoGilmore.

En cuanto al sumario, el obispo no mentía. Gendar-mería había informado a Justicia que funcionarios mili-tares habían sacado a Silberman de la Penitenciaría,pero que, consultados los servicios de inteligencia, éstosnegaban la detención. El ministro Miguel Schweitzerenvió los antecedentes a la Segunda Fiscalía Militardonde, a petición suya, se abrió un proceso fechado el 18de octubre.

El Ministerio del Interior respondió a los oficios dela Corte de Apelaciones recién a mediados de noviem-bre, señalándole que lo único que sabía era que Silber-man estaba cumpliendo condena en un recinto penal.Simultáneamente, sin embargo, el Ministerio de Justi-cia admitió conocer el inicio de un proceso en la justiciacastrense.

Con ese dato, la Corte capitalina rechazó el recursoy ordenó remitir los antecedentes al Segundo JuzgadoMilitar.

La familia apeló ante la Corte Suprema, que fue ente-rada así de que en sus propias barbas un grupo no identi-ficado había secuestrado desde el interior de una cárcelordinaria —bajo su dependencia— a un prisionero:

—¡Esto es intolerable!, —vociferaba el ministro JoséMaría Eyzaguirre.

Eyzaguirre creía firmemente que pertenecía a unPoder independiente del Estado. Profundamente con-servador y católico, no había titubeado en representar aAllende las ilegalidades en que había incurrido; nuncale gustó el gobierno marxista, que amenazaba, según él,

Page 344: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

344

las raíces del Estado de Derecho. Y ciertamente com-partía los fundamentos del «pronunciamiento militar».Pero el secuestro de Silberman lo perturbaba franca-mente, porque le hacía sentir que algunos funcionariosde la administración estaban invadiendo las atribucio-nes del Poder Judicial.

—¡Hay que hacer algo!, —les planteó a sus colegasde la Corte Suprema, cuando se enteró del caso. Propu-so—: Hablemos con el Presidente.

Ninguno de ellos mostró interés en su idea. Cadauno tuvo una excusa diferente. «Recuerda que este go-bierno nos salvó de la muerte...» «No podemos olvidarque los extremistas tenían un plan para asesinarnos...»«Lo vivimos en carne propia el 11; de no ser porque SuExcelencia nos puso esa micro del Ejército, quizás quénos hubiera pasado...».

Pero la indignación de Eyzaguirre era verdadera.«Es hora de que nos pongamos los pantalones», y talcomo lo había anunciado, pidió una entrevista conPinochet.

Ya en presencia del general, respetando los códigosde la formalidad, el magistrado, le expuso la gravedadde la situación: el Poder Judicial no podía aceptar que unprisionero, que estaba cumpliendo una pena ya aprobadapor la Corte Suprema, desapareciera de una instituciónbajo su jurisdicción. En su presencia, el general Pinochetllamó al coronel Manuel Contreras, entonces director dela DINA, le dijo que estaba con un ministro de la CorteSuprema, y que si tenía al detenido, debía liberarlo. Es unmisterio lo que Contreras respondió al general Pinochet.Lo único cierto es jefe de Estado hizo simplemente saber alministro que no podría cumplir sus deseos.

Eyzaguirre volvió al edificio de calle Bandera conlas manos vacías. Y la Corte no tuvo otra alternativa:

Page 345: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

345

seguir los procedimientos regulares, enviando insisten-tes consultas a la Segunda Fiscalía Militar y reiterandooficios a los comandantes de Tres y Cuatro Alamos.Todo sin resultados.

El 23 de enero de 1975, puesto que el jefe militar delprimero de estos campos de prisioneros se negaba a res-ponder al máximo tribunal, el pleno decidió oficiar alPresidente de la República. En su lugar, respondió elministro del Interior, quien expuso que, según el Servi-cio Nacional de Detenidos (Sendet), Silberman no sehallaba en Tres Alamos.

El 31 de enero, «con el mérito de lo expuesto», laCorte Suprema resolvió denegar definitivamente elamparo, pero instruyó al fiscal militar para que acelera-ra las diligencias de su proceso e informara a la Cortede sus pasos.

La Segunda Fiscalía explicó a la Corte Supremapoco después que no se había constituido en Cuatro Ala-mos por cuanto el comandante de ese recinto le informóque el preso no estaba allí.

En octubre de 1976, el Segundo Juzgado Militar so-breseyó temporalmente en la causa.

Mucho tiempo después, Mariana Abarzúa y sus abo-gados tendrían acceso a ese expediente. Sorprendidos,se enteraron que el fiscal militar había logrado estable-cer no pocos hechos.

En primer lugar, que los oficiales Leyton, Rodríguezy Quinteros no existían, como tampoco el departamentode Asesoría Militar a Tribunales en Tiempos de Gue-rra, ni la TIFA 245-03, con que se identificó el supuestoteniente Quinteros.

En cuanto al ingeniero Alejandro Olivos, se compro-bó que eran suyas las huellas encontradas en la PlantaChiloé de la CTC, frente al número 516403, y que éste

Page 346: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

346

no tenía ningún dueño. Tras ser detenido, confesó queel día de los hechos había concurrido a esa planta paracumplir una «misión confidencial», encargada por susuperior en el departamento de Asuntos Especiales dela CTC, el mayor Marcos Derpich Miranda. Interrogadoéste (años más tarde llegaría a ser un alto jefe de laCNI), declaró que «fui designado en la Compañía paratrabajos especiales confidenciales; mantengo contactodiario con todos los servicios de inteligencia de todaslas ramas de las Fuerzas Armadas. Cuando me designa-ron para el cargo, pedí, para la realización material deellos, a una persona de la más absoluta confianza,recomendándoseme al señor Olivos, quien hasta la fechame ha demostrado gran lealtad. Pero después de susdeclaraciones, le he perdido la confianza. Niego termi-nantemente haberle dado la instrucción a que alude.Jamás se la he dado».

El fiscal realizó un careo entre ambos y como semantuvieran en sus dichos, los dejó en libertad incondi-cional.

La DINA emitió un informe firmado por el coronelContreras en que se afirmaba que «se ha comprobadodefinitivamente» que Silberman fue secuestrado por el«archienemigo del PC, el MIR». Como pruebas de suaserto exponía que «en un enfrentamiento» en que mu-rió el «mirista» Claudio Rodríguez se le había encontra-do documentos que permitieron el allanamiento en lacasa de otro «mirista», Alejandro de la Barra, y que en eldomicilio de éste se hallaba una TIFA a nombre del «te-niente Quinteros», pero con la foto de Rodríguez.

El informe acompañaba la supuesta TIFA comoprueba de que Rodríguez, con identificación militar fal-sa, había sacado a Silberman de la Penitenciaría. Tam-bién entregó un «microteléfono standar», que permitiría

Page 347: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

347

conectarse a cualquier teléfono, según manifestaba elinforme del «ingeniero» Vianel Valdivieso Cervantes,entregado también por la DINA al tribunal (el procesoLetelier demostró que Valdivieso era uno de los hom-bres de confianza de Contreras en la dirección de eseorganismo).

El fiscal citó al alcaide de la Penitenciaría, quiendijo que esa no era la TIFA que le había exhibido el su-puesto Quinteros el día del secuestro, pues en la foto enblanco y negro aparecía otra persona y el formato confondo azul del documento correspondía a las TIFAS an-tiguas. Al tal Quinteros, «yo lo puedo reconocer en cual-quier momento», dijo el funcionario y además declaróque la TIFA que él había visto era del tipo vigente: confondo verde y foto a color. Los demás gendarmes de tur-no el día de los hechos coincidieron en sus declaracio-nes con el alcaide.

En respuesta, la DINA recomendó investigar ex-haustivamente al alcaide, a quien acusó de «encubridorde extremistas».

Citado Vianel Valdivieso se negó a concurrir, seña-lando que lo haría sólo si se lo ordenaba el comandanteen jefe del Ejército, bajo las órdenes del cual trabajaba.El fiscal anuló la citación.

Dos ex prisioneras declararon en el extranjero habervisto a Silberman primero en el cuartel de José Domin-go Cañas y luego en Cuatro Alamos (sector de incomuni-cados de Tres Alamos), entre el 5 y el 15 de octubre de1974, cuando fue sacado junto a un grupo de prisionerosCON DESTINO a un lugar desconocido.

El fiscal pidió al Juez Militar de Santiago que sobre-seyera la causa en forma temporal, señalándole que, ensu opinión, se había acreditado el secuestro, pero no losautores. El Juez Militar declaró que el caso quedaba

Page 348: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

348

cerrado, pero que no se había demostrado delito algunoy que «perfectamente» Silberman «pudo haber salido porsu propia voluntad». Todo lo demás, sostuvo en su reso-lución, corresponde a suposiciones de testigos «de lamisma ideología del detenido» que, por lo tanto, no va-lían como prueba.

David Silberman figura hasta hoy, en la lista de de-tenidos desaparecidos.

Hacia fines de 1974, en el momento en que se creabala Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), bajo elmando del coronel Manuel Contreras, el Comité ProPaz contabilizaba la existencia de 131 detenidos desapa-recidos, por los cuales el Poder Judicial había rechaza-do ya recursos de amparo. Por los mismos casos se for-malizaron denuncias por presunta desgracia ante losrespectivos tribunales del crimen. Pero las investigacio-nes no avanzaban. Ni las víctimas aparecían.

En febrero de 1975, el Comité pidió a la Corte Su-prema que tomara cartas en el asunto y designara unministro en visita . El máximo tribunal rechazó por ma-yoría la solicitud.

Al inaugurar el año, el 1° de marzo de 1975, EnriqueUrrutia Manzano anunció su retiro del Poder Judicial.En su discurso ante las autoridades militares y judicia-les habló de los problemas relacionados con el atraso enel trabajo de la Corte capitalina:

«Es explicable que la Corte de Apelaciones deSantiago no haya absorbido su ingreso, en atención alos innumerables recursos de amparo que se interpu-sieron ante ella y que distrajeron bastante de sutiempo en las visitas respectivas (...) Esta presidenciaha debido atender, en numerosas ocasiones duranteel transcurso del año que acaba de terminar, diver-sas comunicaciones extranjeras llegadas al país, apropósito de denuncias formuladas en el exterior en

Page 349: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

349

orden al supuesto quebrantamiento de los derechoshumanos que habría ocurrido en Chile. Lamentable-mente, como ya se expresó en nuestra exposición delaño anterior, otra vez aquéllas han incurrido en lasmismas omisiones en los informes ante sus consejos:han ignorado —o no han querido recordar— lo queles hemos manifestado, y aún acreditado con docu-mentos y expedientes».

Urrutia dijo que no podía entender que esas institu-ciones humanitarias «a pesar de lo que aquí han obser-vado, de lo que aquí han oído, y de lo que aquí se les hademostrado» no hayan «expuesto la verdad». Y agrega-ba: «¿Han llegado estas comisiones a esta presidenciacon un juicio preconcebido del que no se han podido des-prender?».

Y añadía a continuación:«No hay duda, ni nosotros hemos negado, que

desde el 11 de septiembre de 1973 a esta parte, se viveen este país en momentos legales de excepción, yaque las Cámaras de Senadores y de Diputados se en-cuentran en receso, y reemplazadas por la HonorableJunta de Gobierno. Pero es del caso advertir que todoslos demás organismos del Estado, como laContraloría, Banco Central, Tesorería, ImpuestosInternos y otros, funcionan normalmente. Aún más,es conveniente subrayar que en lo referente a la Ad-ministración de Justicia y en especial los Tribunales,se encuentran, como dije al comenzar, actuando conla independencia que les reconoce la ConstituciónPolítica del Estado (...)»

Finalmente, señalaba con toda solemnidad:«Este país adhirió en su oportunidad a la Decla-

ración Universal de los Derechos Humanos y Chile,que no es tierra de bárbaros, como se ha dado a en-tender en el exterior, ya por malos patriotas o porindividuos extranjeros que obedecen a una política

Page 350: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

350

interesada, se ha esmerado en dar estricto cumpli-miento a tales derechos, y sólo se le podrá atribuir lasdetenciones expedidas ya en procesos legalmente tra-mitados o en virtud de facultades dadas por el estadode sitio referido. En cuanto a torturas y a atrocidadesde igual naturaleza, puedo afirmar que aquí no exis-ten paredones ni cortinas de hierro; y cualquiera afir-mación en contrario se debe a una prensa proselitistade ideas que no pudieron ni podrán prosperar ennuestra patria».

Page 351: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

351

LAS VISITAS DE EYZAGUIRRE

Tras el retiro de Urrutia, José María Eyzaguirre fueelegido presidente del máximo tribunal.

A mediados de 1975, cuando la lista de detenidosdesaparecidos denunciados ante los tribunales sumabanya más de 350 y la situación alarmaba a los organismosinternacionales, dos supuestas revistas que en verdadsólo aparecieron en una única oportunidad —O’Dia enBrasil y Lea en Argentina—, difundieron 119 nombresde personas que habrían muerto en presuntos enfrenta-mientos. El general Augusto Pinochet afirmó al respec-to, que «la lista de 119 extremistas muertos o desapare-cidos, que (el gobierno) ha ordenado investigar, debe seruna nueva maniobra del marxismo internacional».

Repuestos del impacto, los abogados de los familia-res concluyeron que tales publicaciones eran obra de unmontaje, pues los desaparecidos habían sido vistos enrecintos de detención a cargo de la DINA o bien existíanantecedentes sobre su secuestro en Chile. Pidieron en-tonces la designación de un ministro en visita, pero laCorte Suprema rechazó la demanda

Page 352: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

352

En enero de 1976, Eyzaguirre y el ministro de Justi-cia, Miguel Schweitzer, fueron autorizados a constituir-se en Tres y Cuatro Alamos, en Puchuncaví y en VillaGrimaldi. Los abogados de la Vicaría alegaron que setrataba de una maniobra publicitaria, pues, para recibira los visitantes, a los prisioneros en «libre plática» se lespermitió afeitarse y salir a los patios. Fueron fotografia-dos leyendo el diario.

Las visitas, no obstante, sirvieron al menos paraconstatar la existencia real de centros de detencióncuya existencia había sido hasta ese momento negadapor las autoridades.

En Tres Alamos, Eyzaguirre pudo recorrer sólo elpabellón Uno, donde estaban los prisioneros reconoci-dos oficialmente y que ya tenían contactos con sus fami-liares. El ministro recorrió las instalaciones acompaña-do por oficiales de Carabineros, responsables de esaparte del recinto. Otro sector, el de «incomunicados», acargo de la DINA, quedó fuera de su vista.

Eyzaguirre se detuvo a hablar con los presos. Entreellos, conversó con Fernando Ostornol y con LautaroVidela, hermano de la asesinada Lumi Videla. Ostornolera un anciano. Videla, un muchacho.

Ostornol se explayó con crudeza sobre las torturasque había sufrido, las duras condiciones de la prisión,el vejatorio trato a su familia. Ministro y detenido de-batieron sobre el régimen militar y su legalidad. Ostor-nol argumentó que la detención arbitraria a que esta-ban sometidos, era un atentado a la juridicidad, puesno estaban bajo la tuición de ningún tribunal compe-tente.

—No puedo entender, señor ministro —le dijo a Ey-zaguirre—, el rol que ha jugado el Poder Judicial en es-tos años.

Page 353: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

353

—Trate de comprender. Nuestras atribuciones sonlimitadas. Yo mismo estoy siendo vigilado por los servi-cios de seguridad. Lo que nosotros sufrimos no es tanduro, claro, pero cada día que salgo, cada mañana quemi esposa me despide se queda pensando que cualquierdía me va a pasar algo. No sólo porque los extremistaspuedan atacarme... también temo a la gente de la DINA.

Eyzaguirre les contó que algunas veces había tenidoque eludir cercos de vigilancia, usar técnicas para esca-bullirse.

Lautaro Videla le informó a continuación sobre lamuerte de su hermana, cuyo cadáver fue lanzado al in-terior de la embajada de Italia. Y su propio caso, puespersonalmente había sido detenido por agentes de laDINA y torturado en Villa Grimaldi. Contó además quehabía encontrado en esos cuarteles prendas de vestirde su hermana y de su cuñado, Sergio Pérez, hoy tam-bién un detenido desaparecido.

—Estoy convencido que la DINA mató a mi herma-na. Los propios agentes me lo decían en Villa Grimaldi,—insistió Videla.

Eyzaguirre lo miraba atento. Parecía conmovido.Videla fue generoso en detalles. Sabía que tenía enfren-te a un hombre que representaba «al régimen», peroquería convencerlo. El y Ostornol dijeron a Eyzaguirreque si quería hacer algo por ellos, influyera para que seterminaran los campamentos de prisioneros.

—No es posible. No están bajo mi jurisdicción. Inclu-so ustedes dependen exclusivamente del Ministerio delInterior, no del Poder Judicial. Si estuvieran bajo latuición de los tribunales, podría asegurarles, al menos,el respeto a las normas procesales. Aquí, lo más quepuedo hacer, es oír su versión y hacer algunos reclamosdentro del marco legal —contestó el juez.

Page 354: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

354

Los prisioneros no compartían la visión extremada-mente formalista del ministro, pero agradecieron suinterés.

El 1° de marzo de 1976, el año judicial fue inaugura-do por Eyzaguirre, en una ceremonia a la que asistieronel ministro de Justicia, Miguel Schweitzer, el presiden-te del Colegio de Abogados, Julio Durán, y el decano dela Facultad de Derecho de la Universidad de Chile,Hugo Rosende.

Eyzaguirre reconoció un retraso en los juicios en lostribunales del crimen, que atribuyó a la escasez de juz-gados. Agradeció la preocupación del gobierno por elperfeccionamiento del Poder Judicial y resaltó el au-mento del presupuesto fiscal asignado al sector: de un0,37 por ciento en 1975 a 0,48 por ciento, en 1976. Valoróluego las modificaciones legales tendientes a protegerlos derechos de los detenidos «por delitos contra la se-guridad nacional», como la obligación de los organismos«encargados de velar por el normal desenvolvimientode las actividades nacionales y por la mantención de lainstitucionalidad» de informar, al menos 48 horas des-pués de la detención, a los familiares del inculpado.También destacó las atribuciones entregadas al presi-dente de la Corte Suprema para inspeccionar los cen-tros de detención.

Es necesario combatir «el terrorismo», admitió Ey-zaguirre, pero al mismo tiempo respetar las «necesariasgarantías del imputado».

En la misma cuenta anual, el presidente de la CorteSuprema opinó que los jueces no debían ser tan indul-gentes con los infractores del tránsito y, como si habla-ra de lo mismo, se refirió a la petición del Comité ProPaz:

Page 355: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

355

«Los ministros visitadores han expedido sus in-formes y de ellos se desprende que en numerosos ca-sos las personas cuyo desaparecimiento se investiga-ba se encuentran en libertad; otras han salido al ex-tranjero, otras están detenidas en virtud del Estadode Sitio; otras son procesadas en los Tribunales Mili-tares y finalmente, respecto de algunas, se trata dedelincuentes de derecho común cuyos procesos se tra-mitan. Muchos procesos (por desaparecimiento) seencuentran en actual tramitación y numerosos hansido sobreseídos sin resultados».

Esa era su cara pública. En privado, tenía otra me-nos ingenua.

En un informe confidencial enviado al ministro deJusticia, Eyzaguirre narraba a Schweitzer sus visitas aTres y Cuatro Alamos y las entrevistas que sostuvo conlos connotados dirigentes políticos Luis Corvalán, Da-niel Vergara, José Cademártori, Tito Palestro, Fernan-do Flores, Jorge Montes y Alfredo Joignant.

Le contaba que éstos denunciaron haber sufrido tor-turas, que llevaban 30 meses privados de libertad a laespera de juicios que nunca comenzaban, que había pre-sos con graves secuelas por los maltratos recibidos, queotros estaban detenidos sin orden alguna o utilizandouna «orden en blanco, que la DINA se había apropiadode un taxi de un prisionero y que el Ministerio del Inte-rior había informado a los tribunales que el propietariodel vehículo no se encontraba detenido.

No obstante lo anterior, 120 días después de haberenviado ese informe, Eyzaguirre y la Corte declararíanque los abogados que denunciaron ante la CorteInteramericana de Derechos Humanos lo mismo que élhabía visto, «faltaban a la verdad».

Sólo en una oportunidad la visita del Presidente dela Corte Suprema a los recintos de detención sirvió

Page 356: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

356

para ubicar a un detenido cuya privación de libertadhabía sido negada. Fue el caso de Manuel GuerreroCeballos, en 1976. Guerrero sería secuestrado y dego-llado, casi diez años más tarde, junto a José Manuel Pa-rada y Santiago Nattino.

Eyzaguirre ordenó que los detenidos por delitos co-munes fueran trasladados a cárceles comunes, bajo latuición de los tribunales, pues no había razón para quepermanecieran en los campos de concentración. Sinembargo, la medida fue en muchos casos transitoria,porque numerosos detenidos fueron sacados de las cár-celes y llevados nuevamente a recintos bajo dependen-cia de la DINA. En uno de esos casos —el de David Sil-berman— el detenido desapareció.

A mediados de 1976, Lautaro Videla fue llevadofrente a un Consejo de Guerra en Valparaíso, que locondenó a la pena de extrañamiento. Funcionarios mili-tares lo entregaron a los gendarmes en el anexo-cárcelde Capuchinos, desde donde iba a ser expulsado inme-diatamente del país. Sin embargo, por instrucciones delMinisterio del Interior, agentes de civil lo sacaron delrecinto penal y lo trasladaron nuevamente a Tres Ala-mos, junto a Sergio Vesely Fernández. El fantasma delcaso Silberman se instaló en las mentes de ambos.

Videla envió un mensaje angustioso a su madre:«Pide una audiencia con Eyzaguirre». La mujer, bienasesorada en los asuntos legales, se presentó en el des-pacho del ministro y le dijo que su hijo había sido se-cuestrado desde un recinto penal bajo la jurisdicción delos tribunales de Justicia, donde esperaba el cumpli-miento de una condena emitida por un tribunal legal-mente constituido.

Eyzaguirre le dio su palabra de que no permitiríaobstrucciones administrativas al cumplimiento de las

Page 357: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

357

penas, pues el pronunciamiento de un tribunal —aun-que fuera uno militar— estaba por sobre una orden dedetención preventiva emanada del Ejecutivo.

Cuatro días más tarde, Videla y su compañero deproceso fueron devueltos a Capuchinos y expulsados fi-nalmente del país. Para ellos, fue un mal considerable-mente menor que el muy incierto destino de quedar enChile, a merced de la DINA. Para Eyzaguirre, fue unaposibilidad mínima pero concreta de imponer el respetoa su autoridad.

En agosto de 1976, la Vicaría de la Solidaridad vol-vió a la carga con una solicitud de ministro en visitapara que investigara la situación de los desaparecidos,que ya sumaban 383. La presentación fue rechazada unavez más por la Corte Suprema:

«Puede advertirse que, contrariamente a lo quese afirma en la aludida solicitud —y como se reiteraen las tres presentaciones de los familiares de aquellospresuntos desaparecidos— las investigaciones realiza-das (...) demuestran celo y acuciosidad y cuentan conla vigilancia directa de los ministros visitadores de laCorte de Apelaciones de esta ciudad. Resulta que de laspersonas que se decían desaparecidas han sido encon-tradas 38, que se hayan libres y residiendo en sus res-pectivos domicilios; que se han ubicado a cinco quehan salido al extranjero; se ha verificado que, de ellas,11 están arrestadas en virtud del Estado de Sitio, 3por los tribunales militares y 3 por los tribunales ordi-narios por tratarse de delincuentes comunes».

Según el voto de mayoría, las presentaciones de laVicaría repetían los nombres de las víctimas «con el evi-dente propósito de aumentar ficticiamente el númerode éstos, y aunque en dichas repeticiones, por lo gene-ral, figura como familiar denunciante el mismo nombre,se advierte a simple vista la disconformidad de firmas».

Page 358: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

358

El fallo fue pronunciado con el voto de los ministrosIsrael Bórquez, Luis Maldonado, Octavio Ramírez, Víc-tor Rivas, Emilio Ulloa, Estanislao Zúñiga y AbrahamMeersohn. El propio presidente Eyzaguirre, junto aRafael Retamal, Osvaldo Erbetta y Marcos Aburto, enminoría, estuvieron por nombrar al ministro en visita.

Cristián Pretch, el Vicario de la Solidaridad, decidióentonces pedir que la Corte indicara cuáles de los des-aparecidos estaban viviendo en sus casas y cuáles, dete-nidos en un lugar conocido.

Sólo a fines de 1976 la Corte certificó los once casosde personas que figuraban en sus registros como arres-tadas en virtud del Estado de Sitio, pero debió recono-cer que tales nombres no estaban incluidos en las listasde desaparecidos de la Vicaría. En el mismo acto recha-zó certificar el resto de los antecedentes que había men-cionado al rechazar la petición.

Al inaugurar el año judicial en 1977, Eyzaguirre la-mentó, aunque en forma indirecta, la ampliación de lasfacultades al jefe de Estado para que en estados deemergencia conculcara las libertades de opinión, infor-mación y reunión, censurara la correspondencia y lascomunicaciones y limitara el derecho de propiedad.

«No puede ponerse en duda que ha existido el lau-dable propósito de asegurar la paz interna y el ordenpúblico, que tan gravemente se ven amenazados ennuestros días, por intervenciones foráneas, pero la ex-periencia indica que legislaciones dictadas de la mejorbuena fe o intención son usadas después buscándolesinterpretaciones torcidas o usando de los lamentablesresquicios legales de tan funesta memoria».

El ministro estaba haciendo una comparación direc-ta con el uso de los «resquicios» durante el gobierno deSalvador Allende.

Page 359: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

359

Eyzaguirre expresó también su preocupación por loslímites impuestos al recurso de protección bajo los es-tados de emergencia.

Ese marzo fue un mes duro para las relaciones Igle-sia-Gobierno. La Conferencia Episcopal emitió un docu-mento denominado «Nuestra Convivencia Nacional»que hizo rechinar los dientes en los círculos oficiales.Bajo el capítulo «El Poder Judicial y los Desaparecidos»los obispos pidieron que «se esclarezca de una vez ypara siempre el destino de cada uno de los presuntosdesaparecidos desde el 11 de septiembre hasta la fecha».Mientras ello no ocurra, decían, «no habrá tranquilidadpara sus familiares, ni verdadera paz en el país, ni que-dará limpia la imagen de Chile en el exterior».

El ministro de Justicia, Miguel Schweitzer, renuncióa su cargo el 11 del mismo mes. Fue reemplazado por elhoy olvidado Renato Damilano Bonfante quien, reciéninstalado, criticó a la Iglesia Católica y la acusó dealianza con los «marxistas». Cayó precipitadamente y loreemplazó Mónica Madariaga.

A mediados de año el vicario de la Solidaridad,Cristián Pretch, volvió a la carga con un téngase presen-te, para insistir sobre el tema de los desaparecidos, quehabían aumentado a más de 400, y sobre la necesidad deque la Corte certificara los casos que dio por aclarados.Sus palabras, en un ambiente cargado de tensión, teníanun peso demoledor:

«El problema de las personas desaparecidas (...)es un problema que mantiene su dramática actuali-dad, y en que está en juego la integridad misma de lavida, y la vida es lo más sagrado que hay en estemundo. Nadie puede atentar contra la vida, nadiepuede arrogarse derechos sobre la vida ajena. Es lavida de 411 chilenos que está en juego; detrás de elloshay una multitud de familiares y amigos, sorprendi-

Page 360: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

360

dos y atónitos (...) El problema de las personas des-aparecidas y la situación de sus familiares no se su-pera con desoírlos; por el contrario, si asumiéramossemejante actitud estaríamos incubando un peligrosogermen de proyecciones incalculables.

«Las más elevadas voces han expresado su in-quietud por el problema, tanto a nivel nacional comointernacional (...) ¿Qué fundamento jurídico y moralpuede ser tan poderoso que no permita la realizaciónde una investigación a fondo para esclarecer cada unode los casos?».

El domingo 29 de septiembre el programa «Lo queUsted quiere saber» de Canal 5 de Valparaíso, tenía uninvitado especial: José María Eyzaguirre. El moderadordel programa era Patricio Bañados y entre lospanelistas estaban Cristián Zegers, Joaquín Villarino,Jaime Martínez Williams, Hermógenes Pérez de Arce yEnrique Lafourcade. Era uno de los pocos espacios dedebate político en esos momentos.

—Me preguntan siempre —fueron las primeras pala-bras del magistrado— sobre la independencia del PoderJudicial, exactamente. Yo puedo decir que lo que con-testo siempre es que el Poder Judicial en Chile está in-tacto...».

Los funcionarios de la Vicaría no sólo escucharonatentamente la emisión, sino que uno de ellos grabó laentrevista y la transcribió para los registros de la insti-tución.

Bañados comenzó el interrogatorio:—Señor Eyzaguire, ¿cuántos recursos de amparo se

han presentado en Chile? (...) ¿Serán 500?—Pueden ser 500 o más.—¿Cuántos han sido aprobados?—(...) Los recursos de amparo no han sido acogidos

porque, como usted sabe muy bien, los tribunales chile-

Page 361: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

361

nos, desde 1833, han mantenido la jurisprudencia de quecuando el Presidente de la República efectúa una deten-ción en virtud del Estado de Sitio, es una facultad priva-tiva del Poder Ejecutivo y no le es lícito al Poder Judi-cial mezclarse en la facultad del Poder Ejecutivo.

—O sea, ¿no ha sido aprobado ninguno? ¿O hay al-guno aprobado?

—Hay uno acogido.—¿Y ha sido plenamente cumplido?—No ha podido ser cumplido.Eyzaguirre se defendía diciendo que las facultades

que tenía del Ejecutivo en virtud del Estado de Sitioinhibían al Poder Judicial. Los detenidos administrati-vamente, no podían ser llevados a cárceles bajo jurisdic-ción de los tribunales.

—Don José María, Usted dice que se habrían presen-tado alrededor de 500 o más recursos de amparo, ¿esosignifica que esas 500 personas están desaparecidas?

—No significa necesariamente que estén desapareci-das, sino que sencillamente algunas de esas personas,cuando el ministro del Interior dice que no han sidodetenidas por organismos del Estado, se instruye el pro-ceso por desaparecimiento.

—¿Y en los recursos de amparo en que aparecen tes-tigos?

—Normalmente el trámite del recurso de amparo(...) no admite prueba de testigos. El recurso de ampa-ro (...) debe fallarse con el informe de la autoridad quepresumiblemente ha efectuado la detención...

—¿Por qué los familiares de algunas de estas perso-nas dicen que hay pruebas y que ellos tienen testigos deque estas personas estuvieron realmente detenidas enalgunos puntos y que fueron vistas por otras personas?Por lo tanto, habrían estado en lugares de detención,

Page 362: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

362

aunque el Ministerio del Interior haya dicho que no fue-ron detenidos, ¿no es así?

—Hay algunos casos (...) en que el gobierno ha negadola existencia de la detención y ha podido establecerse queesas personas han sido efectivamente detenidas. El casomás claro, es el caso de las personas que fueron detenidasen Valparaíso, en que el gobierno dijo que no habían esta-do detenidas, por las informaciones que tenía; en cambioel comandante del Regimiento Maipo manifestó que esaspersonas habían pasado por el Regimiento en calidad dedetenidas. Eran unas pocas personas...

—¿Fueron encontradas esas personas?—No le podría decir con seguridad, porque no lo ten-

go en la memoria.Eyzaguirre aseguró en el panel que algunos «supues-

tos» desaparecidos estaban durmiendo en sus casas ocruzaron la frontera. (Era el caso de los secuestradospor el Comando Conjunto, en que un ministro de la Cor-te de Santiago había aceptado un informe de Investiga-ciones diciendo que cruzaron por el paso Caracoles ha-cia Argentina). «Ahora, que el gobierno argentino, segúndicen los afectados, diga que estas personas no han en-trado a la Argentina, ese es un problema interno de lapolicía argentina», agregó.

Enrique Lafourcade, el único de los panelistas iden-tificado en la transcripción, no aceptó el argumento.

—... El problema de los desaparecidos, para mí —dijo— no es estadístico... que sean dos mil, 800 o 500.Basta que haya un desaparecido para que la justicia chi-lena llegue hasta el fondo para descubrir cuál es la ver-dad (...) La justicia tiene que ir de la mano de la ética,tienen que ir juntas, porque si no, la justicia no es tal. Nohay justicias formales, hay una justicia de fondo... En-tonces tenemos que intentar emplear las medidas —y

Page 363: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

363

estoy seguro de que el gobierno está en el mismo predi-camento— para que se disipen todas las dudas sobreesos desaparecidos, algunos de los cuales han aparecidoo están especulando políticamente y otros de los cualesno se sabe nada. Yo creo que en ese punto no podemosestar en desacuerdo, me parece...

La atmósfera se espesó. No era común en esos añosque alguien se aventurara públicamente con un comen-tario de tal franqueza.

—Yo no estoy de acuerdo. Todo lo contrario, señorLafourcade, pero no se olvide usted de una cosa que estámuy clara para los tribunales; es un poco técnica, pero esclarísima..., —contestó Eyzaguirre y repitió el argumentode la incompetencia de los tribunales ordinarios sobrelos militares, y la lógica que animaba, por lo tanto, lasresoluciones de las Cortes—: La mayoría de las desapari-ciones se imputan a la Dirección de Inteligencia Nacio-nal (...) La Dirección de Inteligencia Nacional es un orga-nismo militar y por lo tanto, sus componentes son milita-res y están sometidos al fuero militar y, en consecuencia,los tribunales ordinarios no son competentes.

Mientras el presidente de la Corte trataba de darlas respuestas correctas para mantener su jerarquía,otro ministro se arriesgaba a demostrar sensibilidadfrente a las quejas por los atropellos a los derechos hu-manos.

Rafael Retamal, quien al comienzo del régimen pa-recía más duro que Eyzaguirre, había empezado a cam-biar y, en adelante, sería claramente el más proclive aacoger los recursos de amparo en el alto tribunal. Espe-cialmente desde 1977, cuando se dio por terminado elEstado de Guerra.

Por esa fecha, el joven vecino opositor lo visitó nue-vamente y le recordó su promesa de dar a los militares

Page 364: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

364

un plazo máximo de cinco años, a contar del 11 de sep-tiembre de 1973.

—¿Se acuerda, magistrado?—¿Yo le dije eso?Retamal pretendió haber olvidado la conversación

que ambos habían tenido en los primeros días del Golpe,pero en su acción pública, era claro que recordaba. Lopuso en evidencia al terminar el primer lustro del régi-men, en una entrevista que concedió a la revista QuéPasa. El ministro respondió entonces algunas pregun-tas sobre la situación del Poder Judicial.

—El Estado de Sitio es una emergencia. Nos ha pro-ducido muchos dolores de cabeza, sería mejor que fuera,poco a poco, eliminándose... Tendríamos menos doloresde cabeza y del corazón. Porque ha de saber usted quelos jueces para administrar justicia necesitan cabeza ycorazón... Si falta cualquiera de estos simbólicos elemen-tos, lo que sale es una torpeza y una crueldad... Y no esjusticia la torpeza, no es justicia la crueldad» 58.

La aceptación «dogmática» en los tribunales de Jus-ticia de los informes oficiales tuvo su expresión máximacuando la Corte Suprema rechazó la apelación al recur-so de amparo en favor de José Orlando Flores Araya,un detenido desaparecido quien fue visto en VillaGrimaldi. El amparo fue acompañado de las declaracio-nes de un teniente de Ejército quien dijo haber presen-ciado su detención. Interior informó a la Corte Supremaque efectivamente Flores Araya había sido arrestado,pero luego puesto en libertad en fecha indeterminada, yagregaba esta frase asombrosa: «No existe el lugar dedetención denominado Villa Grimaldi».

La Corte confirmó el rechazo al amparo aunque supropio presidente, José María Eyzaguirre, se habíaconstituido en ese cuartel y certificado su existencia.

Page 365: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

365

El 20 de diciembre de 1977, la Corte emitió el certi-ficado tantas veces solicitado por la Vicaría de la Solida-ridad. El certificado mencionaba los nombres de 38 per-sonas presuntamente desaparecidas que, conforme conlos informes oficiales, se hallaban «en libertad» al mo-mento de iniciarse los recursos de amparo en su favor yagregaba otras tres que no estaban desaparecidas, sinorecluidas por delitos comunes. Otros cinco procesoshabían sido sobreseídos, porque las personas buscadasaparecieron.

Pero, nuevamente la Corte tuvo que admitir queninguna de esas desapariciones «aclaradas» figurabanen el listado de denuncias de la Vicaría.

El 21 de septiembre de 1976, el ex canciller OrlandoLetelier fue asesinado en el centro diplomático de Was-hington. Cinco semanas después, el 2 de noviembre, eldemócrata Jimmy Carter fue electo como nuevo Presi-dente de Estados Unidos.

Sin ningún anuncio previo, el gobierno chileno diopor terminado el Estado de Sitio y liberó a todos losdetenidos que aún permanecían en campos de concen-tración. Muchas condenas fueron conmutadas por extra-ñamiento y miles de chilenos salieron al exilio. Tras es-tas disposiciones, las autoridades se apresuraron a de-clarar que tales medidas nada tenían que ver con laelección en el país norteamericano.

Carter ejerció una dura presión contra el gobiernomilitar, especialmente destinada a esclarecer el casoLetelier. Acorralado por el resultados de las investiga-ciones del FBI, la dictadura accedió a expulsar al exagente Michael Townley. Mientras tanto, un civil, Ser-gio Fernández, asumía la cartera de Interior.

Ante las concesiones que estaba haciendo el gobier-no, un grupo importante de oficiales jóvenes planteó sus

Page 366: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

366

inquietudes a la superioridad del Ejército: temían que sise abría la puerta a juicios por violaciones a los dere-chos humanos se viera afectada su seguridad. Reclama-ban, por tanto, protección. Fue así como, entre gallos ymedia noche, en abril de 1978, se dictó el decreto ley deAmnistía.

En 1979, la Corte Suprema decidió por fin acoger laspresentaciones del arzobispado y nombró al ministroServando Jordán para que investigara los casos de unos300 detenidos desaparecidos en el departamento de San-tiago. El ministro se constituyó en recintos de la DINAya vacíos y en desuso. Poco después se declaró incompe-tente, traspasando los juicios a la justicia militar.

Page 367: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

367

HISTORIA ALUCINANTE EN VILLA MÉXICO

 Mayo de 1977: Carlos Veloso Figueroa, un antiguodirigente sindical y militante demócrata cristiano, habíacomenzado a trabajar media jornada en la FundaciónCardjin, dependiente de la Iglesia Católica, poniendo fina dos meses de penosa cesantía.

La fundación eclesial preparaba a dirigentes sindica-les, especialmente los ligados a la DC. Trabajaba allí LuisMardones Geza, ex dirigente nacional de la Federacióndel Cuero y Calzado y «compadre» de Carlos Veloso.

Veloso vivía en la Villa México, en Maipú, con suesposa y su hijo Carlos, de dieciséis años.

Osvaldo Figueroa —ex militante del PC—, WilliamsZuleta —simpatizante DC, activo miembro de la parro-quia Nuestra Señora de la Reconciliación— y HumbertoDrouillas —militante DC— eran los vecinos de la fami-lia Veloso. Jorge Troncoso —simpatizante de izquier-da— y Eduardo de la Fuente, ex PC. Lo había sido hastahacía poco.

El 1° de mayo de ese año las organizaciones sindica-les celebraron el Día del Trabajo «hacia adentro», en

Page 368: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

368

misas o actos cerrados. Las condiciones aún no permi-tían actos públicos ni se reconocía la legitimidad de esasorganizaciones. No obstante eso, una centena de ellashabía presentado 44 demandas a la Junta Militar.

Veloso, que fue uno de los que ayudó a mecanogra-fiar el petitorio, supo que —dos sujetos de aspecto sos-pechoso andaban preguntado por él. Habían estado encasa de una tía y también en la Fundación. 59. Enviadoal día siguiente su hijo a indagar detalles, fue intercep-tado por desconocidos cuando volvía a su casa y obliga-do a subir a un Chevy negro. Le cubrieron la vista y lotiraron al suelo. Tras largas vueltas que desorientaroncompletamente al adolescente, fue obligado a descendery empujado a una habitación en un edificio desconocido.

Cuando le quitaron la venda, sintió los ojos heridospor una fuerte luz que se balanceaba sobre su cabeza. Loobligaron a desvestirse y comenzaron a interrogarlo so-bre las actividades de su padre. Mientras preguntaban,los agentes lo golpearon en diferentes partes del cuerpohasta hacerlo vomitar.

Desfalleciente, el menor oyó la voz de un supuestodetenido que fue instalado a su lado. Éste le daba áni-mos. «No digas nada sobre tu padre». Sobrevino luego unlargo silencio interrumpido al cabo por un disparo. Unaaguja se clavó en uno de sus brazos. Comenzó a sentirque flotaba, como si fuera volando por los aires. Sus cap-tores le mostraron un cuerpo tendido en el suelo, sobreun charco de sangre.

—Lo mismo te va a pasar a ti, si no colaboras...Vino en seguida una sucesión de golpes, luego apli-

caciones de corriente. Para finalizar con cigarrillos queapagaban en sus brazos.

Como a la medianoche, el muchacho fue abandonadocerca de la casa de su abuela, en Las Rejas.

Page 369: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

369

Cuando por fin estuvo de vuelta en su hogar, su pa-dre acudió inmediatamente a la Vicaría de la Solidari-dad y el 4 de mayo presentó un recurso de amparo pre-ventivo en su favor y en el de su hijo. En el escrito, se-ñaló como presuntos responsables a los organismos deseguridad. También interpuso ante los tribunales delcrimen una denuncia por las lesiones sufridas por suhijo.

Esa misma noche, dos agentes de la DINA llegaron asu casa. Dijeron que estaban investigando los hechos,advirtiendo que ellos no tenían «nada que ver» en loshechos. Confiando en que esos hombres decían la ver-dad, el joven les narró su odisea. Volvieron varias vecespara inquirir más detalles, y en una de esas ocasionesse llevaron a Veloso padre, que «por seguridad» le ven-daron la vista y lo condujeron a un recinto desconocido,donde fue interrogado sobre sus actividades gremiales ypolíticas. Luego lo dejaron marcharse.

El sábado 7 de mayo, cerca de las 20 horas, los agen-tes fueron nuevamente a buscar a Veloso para volver ainterrogarlo. Dos horas más tarde, le pidieron que lla-mara a su hijo porque necesitaban aclarar con él algunosdetalles. Conversaron con el muchacho y le dijeron algoque él se negó a creer: que sus secuestradores eran «losmarxistas» y que éstos lo habían hecho para vengarsede su padre; porque «están enojados con él ya que sabenque es un soplón de los milicos». No consiguieron, a pe-sar de las presiones y amenazas, que firmara un docu-mento que contenía una versión falsa sobre su secues-tro, pero lograron que sí lo hiciera al pie de un papelque decía: «Quiero conversar con ustedes sin la presen-cia de mi padre».

A las 2.30 de la madrugada del domingo, los agentesle permitieron a Veloso padre que volviera a su casa,

Page 370: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

370

pero le advirtieron que ellos iban a estar presentes por-que debían «proteger» a su hijo de quienes habían inten-tado secuestrarlo: activistas de grupos de extrema iz-quierda, según dijeron. Se instalaron, sin más, llegandocon Veloso a la casa, donde se presentaron además conun televisor, «para hacer más llevadera la permanenciaen casa», fue la explicación. Por supuesto, cuando Carlosvio llegar a su padre con los agentes y con el aparato,creyó que era verdad lo que le habían dicho aquéllos.

En la mañana del domingo 8, sin que padre e hijohubieran tenido la oportunidad de conversar, los agen-tes los trasladaron, con la vista vendada, al mismo re-cinto en que Veloso había estado antes. Llevaron a Car-los al segundo piso, cumpliendo su supuesto «deseo» deconversar a solas con ellos. Allí, a pesar de las amena-zas, siguió negándose a firmar un documento con unadeclaración falsa sobre su secuestro.

En medio de la discusión, los agentes hicieron subira Veloso. Le dijeron que su hijo formulaba declaracio-nes contradictorias, aunque había reconocido en unmomento que los autores eran de izquierda. El padre,desconcertado, increpó duramente a su hijo. Este sedesmoralizó.

—Su hijo se contradice porque los autores son cono-cidos de ustedes... —le dijo a Veloso uno de los agentes.

Carlos fue llevado a una pieza vecina, en verdad eraun baño, desde donde podía ver a su padre, sin que éstelo viera a él, en virtud de que el muro divisorio era unode esos vidrios que permite la visión sólo desde uno desus lados. Vio así, aterrado, cómo uno de los sujetos en-cañonaba a su padre, recriminándolo por la poca colabo-ración del joven. En ese momento otros agentes llega-ron al baño con un set de fotografías:

—¿Conoces a alguno de estos?

Page 371: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

371

—Sí... —contestó el muchacho— a éste, éste y éste...Son vecinos nuestros.

Había reconocido a Figueroa, De La Fuente y Zuleta.No entendía para qué le mostraban esas fotos, pero elasunto comenzó a parecerle extraño cuando uno de lossujetos dijo:

—Ahora sólo falta el chofer.No pudo entonces contenerse y dijo; «¡Yo sé quién

es!», y apuntó a través del vidrio al hombre que encaño-naba a su padre: «Es ése, ese que está ahí.»

Apenas alcanzó a terminar la frase cuando sintió elescozor caliente de la bofetada con que acababan de cru-zarle la cara.

—¡No! —le gritó al oído uno de los sujetos—. ...Yo tevoy a decir lo que pasó y tú no vas a olvidar nada ¿co-rrecto?... Bien: estas tres personas que tú reconociste,son quiénes te secuestraron en un Volkswagen verde.Lo que más te preguntaron fue si es cierto que tu padrees un soplón de los milicos. Figueroa, éste de aquí, tegolpeaba constantemente y te quemaba con cigarrillos.Además, te violaron y te dijeron que fueras a la Vicaríaa denunciar el secuestro. A ver, ¡repite...!

Obligaron a Carlos a repetir una y otra vez la ver-sión y a memorizarla y luego fue llevado al cuarto dondesu padre estaba aún bajo la amenaza de un arma.

—Cuéntanos de nuevo qué fue lo que pasó —dijo unode los agentes y el muchacho, aturdido y aterrorizado,repitió la historia recién aprendida.

—¿Lo juras?Vaciló apenas y dijo, balbuceante: «Lo juro».Veloso creyó entonces que su hijo estaba diciendo efec-

tivamente la verdad. Firmó por eso sin poner mayor resis-tencia una declaración que le pasaron los agentes en lacual recriminaba a «los marxistas» por haberlo atacado.

Page 372: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

372

Padre e hijo fueron enseguida trasladados a otro re-cinto, con apariencia de clínica, en el que Carlos fue so-metido a una sesión de hipnosis que sólo le produjoefectos parciales. El objetivo era que repitiera y memo-rizara la versión construida del secuestro.

A las 4.30 de la madrugada del lunes 9, pudieron porfin volver a casa. Habían estado ausentes durante die-ciocho horas.

Poco después comenzaban varios operativos paradetener a los vecinos incriminados.

Entre el lunes 9 y el jueves 12, fueron secuestradosOsvaldo Figueroa, Eduardo de la Fuente, Williams Zu-leta, Humberto Drouillaso y Jorge Troncoso. En los alla-namientos de sus casas lo único que los agentes pudie-ron incautar fue la copia de un recurso de amparo inter-puesto por una de las víctimas y el título de propiedadde la casa de otro. Más tarde afirmarían, sin embargo,que habían hallado explosivos.

Mucho tiempo después, en testimonios notariales,los detenidos revelaron las torturas a que habían sidosometidos y las «confesiones» que la DINA obtuvo deesta manera.

De la Fuente narró que fue llevado a «la parrilla»,mientras los agentes lo golpeaban en los testículos. Des-nudo, lo amarraron a una camilla. En el pie derecho lepusieron un alambre en cuyo extremo tenía una especiede moneda. A cada pregunta para la que no daba la res-puesta esperada, seguía un golpe de corriente y, a ve-ces, un golpe en el tórax con la suela de un zapato.Como seguía ignorante de un supuesto rapto y violacióndel adolescente, le pusieron unos ganchos en el pene y através de estos le daban golpes de corriente.

El dolor y las convulsiones le desprendieron la pró-tesis dental y, como estaba amordazado, comenzó a tra-

Page 373: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

373

garla. Hizo unos gestos desesperados. Los torturadoresse detuvieron un momento creyendo que eso significabaque estaba dispuesto a «confesar», pero De La Fuentesólo vomitó.

Tras este primer interrogatorio fue introducido enuna pieza con Figueroa, quien ya «había confesado» y lepidió que hiciera lo mismo. De la Fuente volvió a losinterrogatorios, ahora sobre las actividades de Tronco-so y Figueroa. Esa tarde, lo colgaron de las manos demanera que sus pies no tocaran el suelo. En esa posiciónlos agentes lo golpeaban en el estómago. Era para ellos,según las palabras que oyó, un punching ball. Así estuvocasi una hora. Uno de los agentes le tomó fuertemente lacabeza y se la cargó hacia abajo— Logró así, cuando elprisionero estaba ya a punto de desfallecer, que éstereconociera su culpabilidad y que había violado al mu-chacho. Se le permitió descansar mientras Figueroa vol-vía a la «parrilla».

Durante la noche del 10 al 11 De la Fuente no pudodormir, pues los agentes lo obligaban a saltar y lo gol-peaban cada veinte o treinta minutos. El miércoles 11,fue puesto ante Drouillas, a quien se le obligó a recono-cer como el que «dirigía las reuniones». Drouillas ya ex-hibía moretones y tenía la vista vendada, a pesar de locual negó siempre las acusaciones que se le hicieron.

De la Fuente fue llevado a la pieza de la parrilla yoyó cuando los agentes le ordenaban a Troncoso desves-tirse. Vendado, supo del momento en que comenzaríana aplicarle electricidad, porque le advirtieron que le-vantara un dedo cuando quisiera confesar. Troncoso in-sistía en su inocencia.

«Sentí que comenzaban nuevamente a aplicarle co-rriente a Troncoso y que éste gritaba muy fuerte. El jefeordenó: ‘Tápenle la boca’. Los agentes siguieron aplican-

Page 374: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

374

do corriente y uno de ellos dijo: ‘Paren, háganle masa-jes, parece que se nos murió’. Después alguien ordenó:‘Sáquenlo pa’ fuera’. Sentí que me tomaban y rápida-mente me sacaron de la pieza».

Los interrogatorios continuaron todo el día y esanoche. De la Fuente, fue llevado a una pieza en que es-taban otros detenidos. Oyó la voz de un adolescenteindividualizando a uno de ellos. En esa ocasión le pasa-ron a De la Fuente una pistola para que se matara. Eldetenido rechazó la sugerencia, pero los agentes dijeronque no importaba, pues ya tenían sus huellas dactilaresen el arma. El muchacho «reconocería» a De la Fuentecomo quien lo había amenazado con arma de fuego el 2de mayo.

Persuadido por un golpe que le dieron en la cabezacon un fierro o un arma, finalmente De la Fuente firmóuna declaración que jamás leyó.

Ese mismo día, los agentes le advirtieron que nomencionara más a Troncoso en sus declaraciones, por-que éste «ya no estaba detenido».

El viernes 13 fue llevado a Cuatro Alamos, donde sereuniría con los demás detenidos, excepto Troncoso.

El 14, dado que, según la versión, De la Fuente erael chofer y Zuleta su acompañante, ambos fueron saca-dos a «recorrer» el trayecto que «habían hecho» con elmenor y en el camino los agentes les decían lo que su-puestamente habían hecho en cada lugar.

A esas alturas, ya estaban presentados los recursosde amparo por todos los detenidos ante la Corte de Ape-laciones de Santiago, reclamando el incumplimiento delas mínimas formalidades jurídicas, como la exhibiciónde órdenes de autoridad competente, la individualiza-ción de los aprehensores, el aviso escrito a los familia-res. Se pedía que el ministro del Interior, Carabineros,

Page 375: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

375

Investigaciones, Juzgado Militar y la DINA dijeran sihabían ordenado las detenciones.

La Corte sólo accedió a pedir informes al ministrodel Interior.

En cuanto al primer amparo presentado en nombrede Carlos Veloso y de su hijo, la Corte solamente pre-guntó si había una orden de arresto en contra del recu-rrente. El Ministerio no contestó.

Mientras los Veloso seguían recluidos en su casa, enla Iglesia la situación era difícil. El asunto parecía con-fuso y complejo. En lo interno, el análisis del tema fueencargado al Vicario General de Santiago, obispo SergioValech. Se consideró que el prelado, reconocido por susposturas conservadoras, tendría la independencia sufi-ciente para encararlo.

Para los abogados de la Vicaría de la Solidaridad nocabía duda alguna de que estaban frente a un montajepreparado por la DINA y así lo presentaban al vicarioen sus informes diarios. Pero Valech se mostraba incré-dulo. Pensaba que verdaderamente el secuestro delmenor había sido cometido por un grupo de izquierda.Admitir otra posibilidad le parecía demasiado brutal,excesivamente sórdido.

Fue la denuncia que había hecho Luis Mardones a laVicaría sobre el secuestro de su amigo y su propia de-tención, la que llevó a Valech a encomendar al obispoauxiliar de Santiago, Enrique Alvear, que realizara unaseria indagación. Mardones, compadre de Veloso, novivía en la Villa México, pero se enteró de lo acontecido.Había ido por lo tanto el jueves 12 a la Vicaría para con-tar lo que estaba pasando con su compadre. Dijo que te-mía por él porque sabía que estaba virtualmente se-cuestrado por la DINA en su propia casa. Prosiguió superegrinaje yendo a la Fundación Cardjin y cuando pre-

Page 376: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

376

tendía llegar también a la Vicaría Episcopal Oeste fuedetenido en plena calle.

Alvear, en suma, fue a la Villa México y comprobóque los Veloso no podían salir de su casa ni comunicarsecon nadie. Decidió entonces interponer un nuevo recur-so de amparo en favor de la familia y pidió a la Corteque se le permitiera narrar lo que él mismo había visto,pero ésta rechazó.

En tanto, los tribunales esperaban los informes delMinisterio del Interior sobre las detenciones de Figue-roa, Zuleta, Drouillas, De la Fuente y Mardones, quie-nes ya se encontraban en Cuatro Alamos.

El 15 de mayo, el menor Veloso fue sacado de sucasa y conducido al Hospital Militar. El médico JorgeBassa Salazar lo miró sólo desde lejos —mientras se la-vaba las manos, según contó después un testigo—. Enuna palabra, sin examinarlo extendió un certificado enque aseguraba haber constatado que Carlos fue violado.(Exámenes posteriores en el Instituto Médico Legaldemostrarían que el menor nunca sufrió ese vejamen).

Pendientes aún los recursos de amparo en primerainstancia, el 24 de mayo apareció la primera informa-ción de prensa. Un texto emanado de la Secretaría Ge-neral de Gobierno fue divulgado por la agencia Orbe yreproducido en La Segunda. La misma información fuedespachada desde la Dirección de Informaciones deGobierno al canal 13, en un papel sin membrete, perocon una recomendación en una tarjeta anexa en que eldirector de Informaciones, Max Reindler, solicitaba quese leyera a la mayor brevedad. Decía la nota:

«Los servicios de seguridad detuvieron a cuatroindividuos que aparecen implicados en el secuestro,apremio y maltrato físico del menor de dieciséis años,Carlos Arnaldo Veloso Reindenbach (...) Los sujetos

Page 377: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

377

en cuestión son los siguientes: Robinson WilliamsZuleta Mora, Osvaldo Figueroa, Luis Rubén Mardo-nes Geza y Humberto Drouillas Ortega. Estas perso-nas están sindicadas como colaboradoras del institutoapostólico Fundación Cardjin».

La DINA montó una «conferencia de prensa» en lacasa de los Veloso. Los agentes que estaban instaladosen el inmueble escribieron en un papel instruccionessobre la forma en que el menor debía comportarse:

«Es necesario que al relatar los hechos del secues-tro y torturas a (sic) que ha sido sometido se atenga alos términos y detalles de la declaración que hizo enpresencia de su padre, el día 8 de mayo», «si se le pre-gunta si su casa está bajo custodia y están limitadoslos movimientos suyos y de su grupo familiar, debecontestar porque tiene miedo, porque lo amenazaronde muerte y prometieron que asesinarían a su padre,de modo que la custodia es una medida que toda lafamilia considera necesaria hasta que no se aclarenlos hechos»; debe mostrarse «nervioso y todavía ate-morizado»; «la justificación básica de su experienciaes que los secuestradores le repetían constantementeque su padre era un soplón de los milicos».

Ese mismo 25 de mayo el Ministerio del Interior re-conoció que Zuleta, Mardones, Drouillas y Figueroa per-manecían detenidos en Cuatro Alamos, sin entregardetalles sobre sus aprehensiones. Sobre Troncoso, sim-plemente afirmó que su detención nunca fue ordenada.

Hasta el 27 de mayo, la casa de los Veloso estuvobajo la «protección» de la DINA. Durante ese período,nadie pudo visitarlos. Carlos no se sinceró con su pa-dre, pues sospechaba que era un colaborador de laDINA, y éste continuaba convencido de que los autoresdel secuestro de su hijo eran militantes de izquierda.

Page 378: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

378

La Corte de Apelaciones entró entonces a conocer delos amparos en favor de los inculpados. A los anteceden-tes entregados inicialmente, los familiares añadieronque las fechas de detención dadas por el gobierno eranfalsas y el abuso que significaba que la autoridad admi-nistrativa arrestara a personas para, supuestamente,indagar delitos comunes, pues esa era atribución exclu-siva de los tribunales ordinarios, aún bajo el Estado deSitio. También se quejaron por las prolongadas e ilega-les incomunicaciones y defendieron la completa y totalinocencia de los acusados.

La Corte de Apelaciones, con los votos de los minis-tros Hernán Cereceda y Efrén Araya, rechazó los ampa-ros, argumentando que los detenidos fueron aprehendi-dos por orden de autoridad competente —el Ejecuti-vo— en virtud del Estado de Sitio. Adujeron, que por«no constar» que el arresto tuviera relación exclusiva-mente con delitos comunes, no consideraban usurpadassus facultades. En la minoría, el presidente de la Sala,Enrique Paillás, estimó que lo procedente era poner in-mediatamente a los detenidos a disposición del tribunalordinario que investigaba el secuestro. Y recordó que laincomunicación no estaba entre las facultades que elEstado de Sitio otorgaba al Ejecutivo, como tampoco lade indagar delitos comunes.

El amparo en favor de Jorge Troncoso fue rechazadoel 7 de junio. Otro tanto ocurrió antes, el día 3, el que sehabía pedido en favor de la familia Veloso, porque elministerio del Interior informó, para fundamentar surechazo, que no existía ninguna resolución que afectaraal padre o al hijo.

La Corte Suprema estudiaba paralelamente las ape-laciones de las familias de los detenidos. El presidente,José María Eyzaguirre, los visitó en Cuatro Alamos el 2

Page 379: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

379

de junio. Ante la autoridad judicial, los recurrentes sedeclararon inocentes y narraron sus propios secuestrosy las torturas que habían sufrido en poder de los agen-tes de la DINA.

Ese mismo día la Corte despachó un oficio pidiendoal Ministerio del Interior que explicara la incomunica-ción irregular a que el Ejecutivo los tenía sometidos.

El tribunal debió esperar pacientemente las res-puestas. Respecto de Drouillas, ésta llegó cuando el reoya estaba en libre plática en la cárcel pública y a dispo-sición de la fiscalía que lo procesaba por «actividadessubversivas» y «lesiones a un menor». Respecto de losdemás, el Ministerio dijo que se hallaban en Cuatro Ala-mos no «incomunicados», sino que, por medidas exclusi-vamente de seguridad, sólo «se ha determinado la sus-pensión de visitas al citado campamento de detenidos».

Ante esa respuesta, la Corte emitió una inmediataorden de suspensión de ese tipo de precaución, pues loque precisamente caracteriza a la incomunicación es laprohibición de visitas.

La Corte preguntó también al ministro del Interiorla autenticidad del télex que el 24 de mayo había emi-tido la Dirección de Informaciones del gobierno difun-diendo la aprehensión de los acusados. A la Suprema leinteresaba aclarar el punto, pues revelaba desdén ha-cia los tribunales de Justicia por parte de las autorida-des, que habían informado primero y más extensamen-te a los medios de comunicación que a quienes sustan-ciaban los amparos. Era también una prueba de que seestaba usando la vía administrativa para indagar deli-tos comunes.

El gobierno negó la autenticidad del comunicado,con lo cual la Suprema rechazó definitivamente los re-cursos.

Page 380: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

380

Una vez que Carlos Veloso y su hijo fueron liberados—y pudieron por primera vez comunicarse librementesus experiencias—, la Corte recibió una declaración no-tarial en que ambos narraban su odisea y explicaban quehabían sido obligados a inculpar a sus vecinos. La Corterechazó el recurso, pero dictó dos medidas: que se inte-rrogara el obispo Enrique Alvear (diligencia que jamásllegó a realizarse) y que el ministro Marcos Aburto to-mara declaración al niño.

A esas alturas, el obispo Valech había entrevistadoya a los familiares de las víctimas y se había convencidode que estaba frente a una monstruosa operación de fal-seamiento de los hechos montada por la DINA. En laprivacidad de sus oficinas comentaba a sus cercanos queno podía entender la pasividad de los tribunales antetal acumulación de atropellos e irregularidades.

El fiscal militar Juan Carlos Lama, quien procesabaa los presuntos autores del secuestro, en cuanto se ente-ró de que el ministro Aburto interrogaría a los Veloso,ordenó que padre e hijo fueran detenidos. Aburto debiócumplir su cometido en un Cuartel de Investigaciones,pero eso no impidió que los Veloso ratificaran ante elmagistrado la verdadera versión de los hechos y excul-paran a sus vecinos.

El proceso en la fiscalía militar se había iniciado porun requerimiento del Ministerio del Interior, que inten-taba, sin rodeos, vincular a la Iglesia Católica con lospresuntos delitos. El escrito ministerial, firmado por elgeneral César Benavides, es muy claro a este respecto:

«Los hechos delictivos que habrían cometido laspersonas mencionadas y que al parecer serían susresponsables directos, se inician con su relación conla Fundación Cardjin, organismo dependiente de laVicaría de la Solidaridad, y en consecuencia, en forma

Page 381: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

381

indirecta del Arzobispado de Santiago; las señaladaspersonas formaban parte de un grupo subversivo deaquellos que se han formado en esta Fundación, ycuyo objetivo fundamental consiste en cumplir labo-res subversivas al amparo de una actividad eclesiás-tica y religiosa, tendientes a socavar el actual gobier-no del país».

El texto sostenía que los procesados considerabana Carlos Veloso un infiltrado y por esa razón raptarona su hijo. Los acusaba de asociación ilícita, tenencia ile-gal de armas de fuego, organización para derrocar algobierno constituido, incitación a la formación de gru-pos armados, atentados o privación de libertad a laspersonas, usurpación de funciones, abusos deshonestosy lesiones.

El requerimiento fue acompañado por las declaracio-nes «extrajudiciales» de los acusados, la declaración delniño el 8 de mayo, la que suscribiera su padre reprochan-do la conducta de los «marxistas», el informe del doctorBassa y un oficio secreto, fechado el 19 de mayo, con larúbrica del director de la DINA, Manuel Contreras:

«Desde hace un tiempo a esta parte, la Direcciónde Inteligencia Nacional ha detectado la puesta enmarcha de un plan subversivo tendiente a socavar elactual gobierno (...) Los autores e instigadores de di-cho plan son, entre otros, la Vicaría de la Solidaridad,la Fundación Cardjin, por citar los más relevantes».

Los familiares cuestionaron que los detenidos estu-vieran siendo juzgados según las normas de Tiempo deGuerra, en circunstancias que ese estado había cesadojurídicamente, y pidieron al fiscal Lama su inmediataliberación. El fiscal no respondió.

Los familiares presentaron un recurso de queja encontra del fiscal en la Corte Suprema, alegando quepuesto que el país vivía ya en estado jurídico de paz, el

Page 382: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

382

tribunal supremo estaba facultado para corregir los abu-sos de la justicia militar.

La Corte tardó varios meses en dar a conocer su res-puesta y en ella repetía el argumento de que el Códigode Justicia Militar no menciona a la Corte Supremacomo tribunal superior en Tiempo de Guerra, ignorandosimplemente que ese estado jurídico había cesado.

Tras interrogar a los Veloso en el cuartel central dela policía civil, Marcos Aburto los dejó a disposición delfiscal. Lama citó al menor y éste le contó todo nueva-mente. Pero el fiscal estaba interesado en otras mate-rias. Le preguntó por la asesoría que le brindaba la Vi-caría, el nombre de los abogados, la forma en que se rea-lizó la declaración jurada que depositó ante notario.Luego determinó que el joven debía quedar detenido eincomunicado, pues sus declaraciones eran contradicto-rias con las que había prestado ante la DINA el 8 demayo.

En el marco de esta situación absolutamente insólita—porque el menor era la víctima del delito, no el acusa-do— se practicaron nuevos careos entre él y los detenidos.No hubo contradicciones. Víctima y acusados concordaronen que ninguno de ellos participó en el secuestro.

El 21 de junio, el fiscal alzó las incomunicaciones delos procesados, que se habían extendido por más de 40días. Al día siguiente, puso término también a la inco-municación y detención de Carlos y dejó en libertad in-condicional a Figueroa, De la Fuente y Mardones.

Lamas no pudo acreditar que los detenidos hubieranparticipado en el secuestro del joven, pero mantuvo enprisión a Drouillas y Zuleta, por los supuestos explosi-vos encontrados en sus casas.

Las familias Veloso, De la Fuente, Mardones y Fi-gueroa huyeron al exilio.

Page 383: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

383

En Chile, los intentos por obtener la libertad de Zu-leta y Drouillas se hacían difíciles en el ámbito de lajusticia castrense. El fiscal Lama había propuesto unapena de cinco años y un día para cada uno y citado a unConsejo de Guerra para el 26 de octubre. Sólo entonceslos abogados de la defensa pudieron conocer el expe-diente, tras lo cual le pidieron al ministro de turno, Ri-cardo Gálvez, que reclamara el caso, pues en las nuevascondiciones jurídicas del país, el proceso no le corres-pondía a la justicia militar. Ante el rechazo de Gálvez,apelaron a una sala de la Corte.

El caso llegó a manos de los ministros Germán Va-lenzuela, Servando Jordán y el abogado integrante JoséBernarles.

El expediente, que ya quemaba las manos de todoslos que debían ocuparse de él, se perdió antes de quehubiera fallo. Nunca apareció.

La defensa intentó una última movida para impedirel Consejo de Guerra: un recurso de protección, sobre labase de la normativa dictada por la propia Junta Mili-tar: el Acta Constitucional N° 3. Pero nada pudo impe-dirlo. El Consejo aplicó las penas propuestas por el fis-cal, pero considerando la irreprochable conducta ante-rior de los acusados y el tiempo que llevaban privadosde libertad —seis meses— les remitió la pena y dispusosu libertad condicional, bajo control del Patronato deReos por tres años.

Zuleta y Drouillas también partieron al exilio.Comenzaba 1978. En el proceso iniciado en contra de

los autores de los secuestros de los procesados no sepudo identificar a los culpables. En parte, porque elministro Eyzaguirre se negó a informar al Séptimo Juz-gado lo que había visto en Cuatro Alamos, cuando losvisitó, argumentando que formaba parte de un informe

Page 384: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

384

«confidencial». La justicia militar, que debía tambiéninvestigar los apremios ilegítimos en contra de los en-causados, a denuncia del propio Eyzaguirre, nunca prac-ticó las diligencias que se le solicitaron. El Primer juzga-do del Crimen calificó las lesiones al menor Velosocomo «clínicamente leves» y constitutivas de una merafalta y tampoco identificó a los verdaderos autores desu secuestro y torturas.

El Decreto Ley de Amnistía, dictado en abril de1978, puso fin a los procesos incoados en la Justicia Mi-litar y dejó durmiendo, con sobreseimiento temporal, elcaso del detenido Troncoso.

Lo vivido por las familiares de los Veloso, los pobla-dores injustamente acusados y el infortunado JorgeTroncoso, que se convirtió en desaparecido, es una delas pruebas más flagrantes de la debilidad —por decirlo menos— del Poder Judicial ante las violaciones a losderechos humanos.

Esta actitud de la judicatura en los primeros años dedictadura tiene, para algunos, explicación en las actitudeshumanas que es dable esperar bajo un régimen de fuerza.

«Los ministros les tenían miedo a los milicos. Delas mismas bajezas de las que es capaz cualquier serhumano bajo dictadura, un preso bajo torturas, erancapaces los jueces. Estaban divididos. Desconfiabanunos de otros. También entre ellos se daba la lógicadel soplón».

Para otros, la respuesta está en un compromisoideológico de la magistratura, especialmente del tribu-nal superior, que se aferró a un excesivo y dogmáticoformalismo:

«El Poder Judicial ejerció un positivismo legalistaque se autoatribuyó como la única fuente legítima yadecuada a un Estado de Derecho, con lo que fue fun-cional a la dimensión represiva del régimen militar».

Page 385: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

385

Según Roberto Garretón, ni siquiera es cierto que sehayan aplicado las leyes.

«Si lo hubieran hecho, habrían acogido los recur-sos de amparo y salvado muchas vidas. Lo que hicie-ron fue buscar resquicios legales o incluso torcer laletra de la ley para hacer lo que las autoridades mili-tares esperaban de ellos».

Entre 1978 y 1980, con el general Odlanier Mena ala cabeza de la CNI y el general Contreras retirado desus funciones como jefe de la policía secreta, los casos desecuestros, torturas y muertes decrecieron considera-blemente en el país.

Pero al comenzar los ’80 el republicano Ronald Re-agan ganó las elecciones en Estados Unidos. Su políticahacia los gobiernos militares en latinoamérica dejó delado la línea de severidad —bastante moderada, por lodemás— de la administración Carter. A la semana dehaberse instalado en la Casa Blanca el nuevo presidente,en Santiago se registró el caso del secuestro realizadopor el grupo de Investigaciones conocido como Covema.

El general Mena fue reemplazado en la CNI y co-menzó una nueva ofensiva de la policía secreta en con-tra de las manifestaciones opositoras. Los tribunales seinundaron otra vez con recursos de amparo.

Se acercaba la era Rosende.

Page 386: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

Capítulo VI. La hora de la reforma

Page 387: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

387

LA OBRA DE SOLEDAD

Está llegando la hora de la reforma. Tras un siglo dedebates, fue finalmente el gobierno de Eduardo Frei —quien paradójicamente es un ingeniero y no un aboga-do—, el que logró obtener el consenso necesario parapracticar reformas profundas al Poder Judicial.

Probablemente los efectos de las modificaciones sesentirán realmente sólo en un par de generaciones más.Aún está por verse si el uso y la tradición no le doblaránla mano a los cambios que prevé la ley. Ciertamente, enel futuro habrá que pulir imperfecciones. Pero nadiepuede negar que la reforma es lo más cerca que se hallegado de una verdadera modernización de este poderdel Estado, que, ahora sí, dispondrá de herramientassuficientes para desempeñarse como tal.

Importante parte del proceso es el recambio en laCorte Suprema. Como dijo el ministro Osvaldo Faún-dez con voz quejumbrosa, el día que el máximo tribunaldecidió traspasar a la justicia ordinaria el llamadocaso de la «Operación Albania»: «Esta es otra CorteSuprema».

Page 388: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

388

Los factores que contribuyeron a que esto fuera posi-ble son muchos, pero pueden mencionarse al menos tres:

Primero, la personalidad de la ministra de JusticiaSoledad Alvear. La abogada, militante llegó a la carterasin que nadie apostara mucho por ella. Los ministros dela Corte Suprema y muchos dirigentes de la Concerta-ción la recibieron con reservas porque era mujer, unaabogada civilista con escasa presencia como litigadoraen los pasillos de la corte, reconocible sobre todo por serla esposa de un político importante.

Su nombramiento fue interpretado por algunoscomo reflejo de la poca importancia que Frei le otorgabaal Ministerio de Justicia, pues el nuevo mandatario noestaba empeñado en hacer de los derechos humanos untema central de su gobierno, ni tenía la intención deenfrentarse con ese poder del Estado.

Sin embargo, a poco andar se demostró que SoledadAlvear no había llegado a las oficinas de calle Morandésólo para dedicarse a firmar oficios y dedicar el resto desu tiempo al bordado.

Bien asesorada por académicos que venían estudian-do el tema de la reforma judicial desde hacía tiempo,tomó la decisión de convertirse en impulsora del cam-bio. A los antiguos temas de discusión, agregó otrosemergentes y de amplia aceptación, como la violenciaintrafamilar y la protección de los menores.

Ella logró lo que no se pensaba que un gobierno de laConcertación podría hacer. Sus herramientas no fueronel duro enfrentamiento, ni el debate estéril. Su laborcon los ministros de la Corte Suprema fue más bien unacampaña de seducción, incorporándolos, entre otrasmovidas, a los ritos del poder.

Las simples invitaciones, por ejemplo, al presidentede la Corte —en sus comienzos, Marcos Aburto— a par-

Page 389: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

389

ticipar junto al resto de las autoridades de la Nación enuna ceremonia oficial cualquiera o a viajar en la comiti-va presidencial en algunas de la tantas giras de Frei,hicieron por ella lo que la fuerza de la razón no hizo porCumplido.

Al asumir su puesto, ella dijo que haría la reforma«con» la Corte Suprema y no «contra» ella. El nuevo con-tingente de siete integrantes designados por Aylwin yla cooptación de otros nombrados por Pinochet —comoRoberto Dávila y Hernán Alvarez— aportaron lo suyo.

El segundo elemento, sin el cual el primero no ha-bría sido posible, fue el respaldo del diario El Mercurio.Como se ha señalado ya en estas páginas, lo que el in-fluyente matutino ha dicho sobre el Poder Judicial hainfluido en todas las épocas en el destino de ese poderdel Estado. Soy de los periodistas que recuerda que enlos tribunales había magistrados para quienes diarioscomo La Epoca, simplemente no existían; sólo contabaEl Mercurio, y lo que éste dijera o dejara de decir, erapara ellos esencial.

El matutino, hay que reconocerlo, impulsaba algu-nos cambios ya desde el régimen militar, pero se tratabade reformas mínimas, que no tocaban la cabeza de estepoder del Estado: la Corte Suprema. Ésta, en efecto,fue siempre defendida por el diario, en consonancia conlas antiguas autoridades del régimen militar, con el ar-gumento, frente a los ataques opositores, del necesariorespeto a su independencia y autonomía, postura quemantuvo incluso durante la acusación constitucionalcontra Hernán Cereceda Bravo.

El cambio se produjo tras el secuestro de CristiánEdwards, que puso a su padre, el influyente dueño delperiódico, en las manos del Poder Judicial real. Buen cono-cedor de otros sistemas, como el estadounidense, Agustín

Page 390: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

390

Edwards se sumó sin reservas a las voces que se alzabanclamando por la reforma. Y como consecuencia del plagio,creó la Fundación Paz Ciudadana, conducida por una mu-jer, Pía Figueroa. El énfasis principal fue producir las re-formas necesarias para asegurar el castigo de los delitos,detener la criminalidad y, en resumen, favorecer un climade tranquilidad ciudadana que permita el libre desarrolloeconómico. El aumento de las penas y las limitaciones alotorgamiento de la libertad provisional, por ejemplo, hansido temas centrales para esta organización.

En otro extremo aparece operando un elemento quepermitió aunar voluntades: grupos de académicos con-centrados en el Centro de Promoción Universitaria y enla Universidad Diego Portales, que promovían cambiospara asegurar el respeto a los derechos de los procesa-dos, impotentes frente al poder inquisitivo del sistemajudicial chileno; y dotar a la Corte Suprema de los hom-bres y facultades necesarias para que se comportaracomo un verdadero poder del Estado, capaz de contro-lar los excesos del Ejecutivo y de garantizar la defensade los derechos de los ciudadanos.

Uno y otro objetivo confluían en la necesidad de ha-cer unos mismos cambios. La Fundación atrajo a los es-pecialistas de la Diego Portales. Soledad Alvear integróa la Fundación y al CPU como parte de sus organismosasesores.

Fue así como se produjo el consenso.En 1997, el año en que la ministra logró la aproba-

ción de la mayoría de las reformas planteadas por elEjecutivo, El Mercurio escribió un editorial que puedecalificarse de revolucionario, porque llamaba a derribarla vieja institucionalidad judicial:

«La profunda desadaptación del sistema judiciala las características actuales de la sociedad chilena

Page 391: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

391

parece estar haciéndose evidente a un grado quizásincómodo, pero que no se puede soslayar. La sorpren-dente estabilidad institucional que esta potestad nor-mativa exhibe a lo largo de la historia dejó hace mu-cho tiempo de ser un rasgo positivo que, en general,aquélla representa para las organizaciones. Por elcontrario, y no obstante las causas y responsabilida-des históricas que explican este fenómeno, la inerciay retraimiento en que se ha sumido la judicaturaarriesgan el peligro de acentuar las disfunciones delEstado. Hace más de un siglo que Andrés Bello, An-drés advertía sobre este riesgo, e indicaba que respec-to de los tribunales urgía, ‘usar el hacha’ a fin deadecuarlos funcional e institucionalmente a la mar-cha de la sociedad.

«(É) El retraimiento corporativo, la obsesión por-que sus deficiencias sólo se deben a un problema derecursos y el pretexto de que la solución de su crisises una responsabilidad ajena sólo contribuyen a quela metáfora de Bello cobre urgente actualidad».

Un tercer factor muy importante —en el que conflu-yeron las voluntades del Ejecutivo, Paz Ciudadana y losfondos estadounidenses que patrocinaban los proyectosdel CPU— fueron los requerimientos de los inversionis-tas extranjeros. La Corte Suprema era incapaz de otor-gar certidumbre jurídica a nadie, pues sus fallos varia-ban de sala a sala, de ministro a ministro. Incluso unmismo magistrado podía opinar un día «A» y al siguien-te «B», sin expresión de fundamento. Además, el PoderJudicial como tal era incapaz, salvo excepciones, de ana-lizar y resolver con alguna solvencia los conflictos eco-nómicos que se ponían en su conocimiento.

Los grandes conglomerados favorecieron la vía delarbitraje (jueces pagados por las partes), pero, por másque renunciaran de antemano, como ocurrió en muchos

Page 392: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

392

casos, a recurrir a la Corte Suprema en última instan-cia, necesitaban de la opinión del tribunal superior deChile.

Los empresarios hicieron en verdad por los cambioslo que no lograron hacer años de crítica por la actitud delPoder Judicial frente al tema de los derechos humanos.

Al fondo del escenario aparecían los ciudadanos,quejándose de la falta de atención y de la incompren-sión de la Justicia por sus problemas; por algo en cadaencuesta de opinión ubicaban al Poder Judicial como lamenos respetada de las instituciones públicas.

La sospecha de la corrupción en el máximo tribunalterminó por convencer a los más recalcitrantes oposito-res de la reforma. Entre ellos, antiguos partidarios delrégimen militar que veían como los jueces suyos se aco-modaban a las nuevas circunstancias, traicionando leal-tades que se creían eternas.

Por lo demás, los tribunales habían ya decretadoamnistías o traspasado a la justicia militar la mayorparte de los juicios por los derechos humanos y Frei noparecía interesado en modificar esa realidad.

En resumen: Soledad Alvear logró así, desde el ini-cio de la nueva administración, que se terminara la tra-mitación de proyectos iniciados bajo el gobierno de Pa-tricio Aylwin; patrocinó y consiguió la aprobación deotros que ella había resucitado, y produjo el milagro queparecía un sueño imposible a comienzos de los ’90: lareforma del proceso penal, que dejará de ser escritopara transformarse, como en todos los países modernos,en oral, y la creación del Ministerio Público, que sepa-rará la función del investigador de la de quien juzga.

Hacia 1998, la secretaria de Estado había consegui-do la aprobación para limitar el recurso de queja y favo-recer el de casación; crear un departamento de recursos

Page 393: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

393

humanos en la Corporación Administrativa del PoderJudicial, una Comisión de Control Etico en la CorteSuprema para recibir denuncias e iniciar procesos ad-ministrativos; transformar las corporaciones de asisten-cia judicial en Defensoría Pública; crear los tribunalesde familia, y modernizar el sistema penitenciario.

La ministra consiguió también una profunda refor-ma de la Corte Suprema (acicateada en especial por elcaso Jordán): se aumentó el número de sus integrantes,se permitió el ingreso de abogados externos al cargo deministro, se especializaron las salas, y lo que tal vez esmás importante, un recambio casi total de sus miem-bros. Se abandonó una disposición transitoria de laConstitución y se puso como límite para ejercer la fun-ción, la edad de 75 años.

El proceso no ha sido fácil.El gobierno de Frei ha enfrentado, en el ámbito de

la Justicia, por lo menos cuatro desafíos importantes,que siembran dudas sobre la real efectividad de las re-formas conquistadas: La acusación contra Servando Jor-dán; la actuación del aparato judicial en el caso de Colo-nia Dignidad; la pervivencia de algunas viejas prácticasviciadas, y notorias deficiencias en el sistema de nom-bramientos.

Page 394: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

394

JORDÁN, PRESIDENTE

 Recuerdo el día en que se hizo el sorteo de la salaque atendería las apelaciones a la sentencia en el casoLetelier. Servando Jordán estaba de presidente subro-gante y quiso hacer un gesto de transparencia, aceptan-do la petición de los querellantes para que el sorteo fue-ra público. Los abogados de las partes y los periodistasnos congregamos en el amplio despacho del presidente.El secretario de la Corte, Carlos Meneses puso unospapelitos con los números de las salas (de la primera ala cuarta) en una bolsita de terciopelo rojo, como las quese usan para las colectas.

Se había decidido que la sala escogida estaría com-puesta sólo por ministros titulares.

El azar definiría. Los dos primeros números se fue-ron «al agua». Fabiola Letelier, la escogida para sacar eltercero, metió la mano a la bolsita y tomó un papelito.Carlos Meneses leyó en voz alta: la cuarta sala. Desco-nozco los pensamientos que pasaron por la cabeza deJordán, pero recuerdo con nitidez la cara que puso. Es-taba pálido, descompuesto. La Cuarta Sala era la suya y,

Page 395: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

395

por añadidura, la presidía. No tenía escapatoria. Tardeo temprano tendría que participar en esa decisión y talvez presentía que eso, para bien o para mal, iba a cam-biar su futuro.

En 1995 llegó su hora. En la intimidad de su con-ciencia están registradas las presiones que debe haberrecibido. En el juicio por el asesinato de Letelier optópor condenar. Cuando se conoció el fallo, un alto oficialdel Ejército habló de traición, apuntando a Jordán.

Pero, aunque se ganó enemigos en el bando que an-tes lo apoyaba, el gesto le permitió acercarse a los polí-ticos de la Concertación, y cuando finalmente Contrerasy su subalterno, el brigadier Pedro Espinoza, fueronrecluidos en el penal de Punta Peuco, se sintió seguro.Se acercaba 1996, Marcos Aburto dejaría la presidenciay Jordán planeaba reemplazarlo. Sabía de las reservasque algunos de sus camaradas tenían en su contra. Ten-dría que hacer campaña. Pero si sus colegas respetabanla tradición, lo nombrarían a él.

Necesitaba vencer vetos que todavía pesaban sobre supersona, por sus antecedentes personales y porque, des-pués de todo, había llegado a la Corte gracias al nombra-miento de Augusto Pinochet. Gracias al fallo, sin embargo,encontró un aliado en el ex ministro del Interior EnriqueKrauss. Por otra parte, su amigo, el ministro Luis CorreaBulo, lo promovió entre los políticos de la Concertación yen el interior de la Corte. El mensaje era que Jordán, unincomprendido de su tiempo, era la mejor opción. Losotros candidatos eran malos oponentes: Enrique Zurita,Enrique y Osvaldo Faúndez, quienes, aparte de ser menosantiguos, eran pinochetistas y antirreformistas.

Jordán había condenado a Contreras y sería un par-tidario de las reformas, eran parte de los argumentos asu favor.

Page 396: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

396

También lo respaldaba la tradición. Si los ministros,independientemente de sus creencias políticas, seguíanapoyando al más antiguo para la presidencia, asegura-ban la rotación y su lugar en la lista para ocupar algúndía ese puesto.

Entre los abogados, algunas firmas influyentes lo pa-trocinaron. Entre ellos, Darío Calderón, el dueño de lacadena de multitiendas Hites, que organizó comidas paradifundir el mismo slogan: Jordán es el mejor posible.

La contienda se presagiaba difícil. Los ministros de laCorte sabían que Jordán no era la persona indicada paraasumir el cargo. Para algunos que lo conocían bien, refor-mistas o no, escogerlo significaba pasar por alto demasia-das circunstancias. Su figura arriesgaría el decoro quedebe exigírsele al presidente del máximo tribunal. Losponía en cuestionamiento a todos. Marcos Libedinsky,Hernán Alvarez y Mario Garrido se oponían con firmeza.

Para otros, no quedaba más que cerrar los ojos y vo-tar por él. Un Zurita o un Faúndez entorpecería el pro-ceso de cambios en el sistema judicial, ya por demasia-do tiempo postergado. Con un poco de presión, Jordánsabría comportarse.

Sólo unos pocos, como Correa Bulo, lo apoyaron consincero entusiasmo y devoción.

Llegó el día de la votación. Por primera vez, en vez deexpresar su voluntad a mano alzada, los magistrados con-cordaron en realizar la votación con un sistema de cédulapara garantizar el secreto de su pronunciamiento.

El primer resultado fue: Zurita, ocho votos; Jordán,siete; Faúndez, uno. Ganaba Zurita, pero sin la mayoríamás uno que necesitaba. En segunda vuelta, el voto deFaúndez se sumó a Jordán y alguien de los que respal-daba a Zurita cambió de opinión. El nuevo resultado fue:Jordán, nueve; Zurita, siete.

Page 397: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

397

La división y la amplia resistencia a Jordán en estaelección fue la prueba de que los propios ministros de laSuprema, aunque callaran, conocían mejor su comporta-miento que lo que el más informado de los abogadospudiera presumir.

Para algunos de fuera de la Corte, la elección deJordán, en enero de 1996, fue la constatación más dra-mática de la degradación del Poder Judicial. Jordánconduciría la institución designada para hacer justicia,pese a la certeza que tenían algunos de sus pares y fun-cionarios de los dos gobiernos de la Concertación deque el magistrado llevaba una vida personal y comomagistrado «absolutamente impropia». En un gesto ab-solutamente insólito, el presidente del Colegio de Abo-gados, Sergio Urrejola, comentó que era «lamentable» elresultado de la elección.

A Jordán nada parecía importarle. Asumió su nuevocargo y se convirtió en un hombre nuevo; llegaba tem-prano; se iba tarde; moderó su comportamiento, espe-cialmente en el consumo del alcohol. Y comenzó unacampaña agresiva en defensa de su ministerio.

Al parecer no se daba cuenta de lo débil que era suposición.

Después de inaugurar el año judicial, en marzo de1997, El Mercurio publicó un artículo criticando su men-saje. El matutino recordaba que un año antes por nuevevotos contra ocho, la Corte Suprema había respaldadoun paquete de reformas enviados por Soledad Alvear alCongreso, y que Jordán no se había referido a ello en sudiscurso. Tampoco había recordado las presiones ejerci-das en contra de algunos jueces, como Alfredo Pfeiffer,por la investigación del asesinato del senador JaimeGuzmán; o Roberto Contreras, en el caso del presuntotráfico de drogas; o los ministros que amnistiaron el

Page 398: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

398

caso Soria, con la consecuente presentación de una acu-sación constitucional en su contra.

El Mercurio citaba la opinión de un militar, el audi-tor general del Ejército, Fernando Torres, lamentadolas omisiones y afirmando que «las presiones, especial-mente de sectores políticos, fueron constantes en 1996».

El 8 de marzo apareció en las páginas del matutinouna carta aclaratoria de Servando Jordán, protestandopor la forma en que se había tratado su mensaje. Erauna larga comunicación, excesiva por su insistencia enaclarar una cita suya, irrelevante dentro del contexto.Veía mala fe en la forma en que se había tomado la fra-se en que sostenía que «los magistrados no son seresimpregnados de santidad que administran justicia, en lasoledad de las alturas».

Un mes después, el 9 de abril, Jordán volvió a escri-bir al diario. Se quejaba por detalles, imprecisiones que,a su modo de ver, contenía un artículo. Tratándose deEl Mercurio, se fijaba hasta en los signos de puntuación.

Dentro del tribunal, Jordán se sentía más cómodo.En marzo de 1997, por 16 votos contra uno, sus pares loeligieron para integrar el Tribunal Constitucional. Lointerpretó como una señal de respaldo. Y lo apreció,además, porque le permitía aumentar significativamen-te sus ingresos.

Algunas crónicas periodísticas aparecidas a media-dos del año, en que se abundaba sobre sus ingresos ysus propiedades, no lo inquietaron mayormente.

Sus verdaderos problemas comenzaron con el proce-so por lavado de dinero iniciado por el CDE en contrade Mario Silva Leiva. El juicio se extendió más tarde,como se sabe, a dos actuarios que habían otorgado la li-bertad a la procesada por falsificación de pasaporte enla misma causa, Rita Romero y al fiscal de la Corte de

Page 399: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

399

Apelaciones de Santiago, Marcial García Pica. Este ha-bía intentado intervenir en favor de la libertad de unode los encausados, por encargo del «Cabro Carrera».

Olvidándose de que el mundo lo observaba y en unacto temerario dictado por un exceso de confianza en símismo, Jordán absolvió públicamente al fiscal y a losfuncionarios, interrogó a éstos irregularmente, pasandopor sobre la jueza que tramitaba el proceso, y demostróconocer los antecedentes de un sumario que se suponíasecreto.

No se había dado cuenta el ministro que 1997 era unaño de críticas al Poder Judicial y a la Corte Suprema, yque éstas provenían de un sector antes ajeno a ellas: laDerecha.

En medio de la crisis se fue de vacaciones. Los mi-nistros Luis Correa y Eleodoro Ortiz, fueron a su casaen el Melocotón para convencerlo de que reasumiera,pues la UDI estaba planteando que siguiera vacacionan-do hasta que el caso del «Cabro Carrera» se aclararacompletamente.

En una discreta mesa del bar del Hotel Carrera, sueterno enemigo, el ex ministro Hernán Cereceda Bravo,se reunía con el auditor Torres para conversar sobre eltema.

El gobierno tomó una posición pública distante delproblema, pero encargó al ministro del Interior, CarlosFigueroa, que gestionara su renuncia antes de que lasangre llegara al río. No tuvo éxito.

La ministra Soledad Alvear fue recibida por un plenodel más alto tribunal, convocado especialmente a peti-ción del Presidente Frei para tratar la «crisis» por la queestaba atravesando ese poder del Estado. Los magistra-dos oyeron a la ministra con el recogimiento de alumnosbien portados, atentos a las palabras de la profesora jefe.

Page 400: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

400

Al terminar la sesión, dieciséis de los diecisieteministros firmaron una declaración acogiendo buenaparte de sus propuestas, pero exponiendo que muchasde las quejas «resultan injustas, porque existen defi-ciencias evidentes, recargos excesivos de causas, insu-ficiente número de tribunales, falta de personal y bajosrecursos presupuestarios». Parecía la postura simplede años anteriores: necesitamos más recursos, más tri-bunales.

La Corte acogió la idea de crear una Comisión deControl Etico, aunque en el futuro debería decidir siextender sus facultades hacia la supervisión de los pro-pios ministros de la Corte Suprema, y emitió instruc-ciones para que se terminara con los alegatos de pasilloen todos los niveles. Por supuesto, también debería co-laborar el Colegio de Abogados con instrucciones a susasociados para que se abstuvieran de pedir audienciasdestinadas a argumentar en favor de sus clientes.

La ministra se quejó más tarde por la respuesta«claramente insuficiente» del máximo tribunal y dijoque insistiría en propuestas desechadas por éste.

Finalmente, las quejas del CDE en contra de Jordán,por sus intervenciones en el caso del «cabro Carrera»,desembocaron en una acusación constitucional patroci-nada por el diputado de la UDI, Carlos Bombal.

Jordán reaccionó de mala manera: replicó con unaamenaza encubierta de hacer públicos antecedentes quedecía tener en contra del diputado. En la discusión pos-terior, resurgieron las dudas sobre su actuación en elcaso de la liberación del narcotraficante Luis CorreaRamírez y el libelo llegó finalmente al Congreso, asu-miendo Jordán personalmente su defensa.

Sus argumentos ante la Cámara fueron, entre otros,que al pedir datos sobre los procesos de Mario Silva

Page 401: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

401

Leiva actuó de acuerdo con sus facultades y que no po-día juzgárselo por su fallo en la causa del colombianoLuis Correra Ramírez, pues el Parlamento no tiene atri-buciones para revisar las resoluciones judiciales. Comoen el caso de Hernán Cereceda Bravo, uno de los ex abo-gados de Colonia Dignidad, Fidel Reyes en este caso, loayudó con la defensa.

En su comparecencia como testigo, la presidenta delConsejo de Defensa del Estado, Clara Szczaranski, re-veló que la agencia para el control de estupefacientes deEstados Unidos (la DEA) le había manifestado su pre-ocupación por la conducta de Jordán en relación con elnarcotráfico, pero que el CDE no había podido verificarla información aportada por esa agencia.

El ministro Osvaldo Faúndez, que había sido su com-petidor en las elecciones a la presidencia, defendió aJordán con un golpe bajo. Dijo que si se le iba a juzgarpor su conducta en el caso del narcotraficante colombia-no, debía enjuiciarse también al Presidente de la Repú-blica, quien otorgó el indulto a otro procesado en elmismo caso, el contador Luis Vargas Parga.

No se han olvidado las largas semanas que llevó eldebate, ni el empate que finalmente se produjo, con loque la acusación se consideró rechazada. Tampoco se haolvidado la abstención del entonces diputado y presi-dente del Partido Socialista, Camilo Escalona, que defi-nió el resultado. Fundamentó su voto diciendo que laacusación era simplemente una revancha que se tomabala Derecha contra Jordán por haber éste contribuido acondenar al general Manuel Contreras.

Jordán se salvó, pero quedó agotado. En vez de aco-ger la sugerencia de renunciar, que le habían dado fun-cionarios del gobierno y más de algún amigo, se desgas-tó en su autodefensa.

Page 402: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

402

Quedó seriamente resentido. La demostración másevidente fue la querella que interpuso contra los perio-distas Rafael Gumucio y Paula Coddou, por algunos tex-tos humorísticos aparecidos en un artículo de corte másbien frívolo en la revista Cosas. Pidió la aplicación de laLey de Seguridad del Estado. Otro tanto hizo, más re-cientemente, contra los periodistas José Ale y FernandoPaulsen, director de La Tercera hasta fines de 1998.Jordán ha reaccionado como un león herido, descargan-do sobre la prensa todas sus furias acumuladas.

En la intimidad de la Corte, las emprendió contralos ministros que no lo apoyaron o que simplemente to-maron distancia durante la acusación constitucional.

Al parecer, ya no le importa lo que pueda decirse uocurrir. Ha vuelto a reincidir en algunas de sus antiguasmalas prácticas: llegar tarde, desaparecer de cuando encuando... No apoya la idea de que la Comisión de Con-trol Etico supervise también a la Corte Suprema. Enesto lo acompaña su amigo, Luis Correa, quien se ubicó,hasta antes de su enfermedad, en una posición lejana alas propuestas de reforma que impulsaba al comenzarlos ’90.

Es un hecho notorio, que el peso de ambos en laCorte Suprema es cada vez menor.

Page 403: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

403

LA FUERZA DE LA COSTUMBRE

La Corte Suprema chilena es hoy mucho más diver-sa de lo que fue en el pasado. La renovación del másalto tribunal ha traído magistrados de distintas opinio-nes políticas y profesión de credos.

Históricamente los nombramientos de ministros de laCorte Suprema se hicieron con criterio político. Durantelos gobiernos democráticos, las principales tendencias sealternaban para cubrir las vacancias. Si se escogía a unode izquierda, en el caso siguiente le tocaba a uno de dere-cha. Si el nombrado era católico, venía luego uno masón.

Bajo el gobierno militar, como corresponde a un sis-tema unipartidario, el criterio se restringió rigurosa-mente a la elección sólo de personas que se estimabanincondicionales.

Durante Aylwin, el Presidente trató de promover alos jueces meritorios que habían estado postergados yque se caracterizaron por fallos favorables a los dere-chos humanos.

Mérito y apoyo a las reformas, fue el criterio de Frei.Pero surgió un hecho nuevo: la intervención del Senado

Page 404: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

404

en las designaciones. Fue el producto de la cruzada deSoledad Alvear por obtener las reformas a la Corte Su-prema, empeño en el cual tuvo que aceptar una propues-ta de Renovación Nacional que incorporaba al Senado enla ratificación de las propuestas del Ejecutivo.

El quórum que se negoció —dos tercios— le dio a laCámara Alta virtualmente el poder de veto sobre lasdecisiones del Presidente.

El nuevo sistema de designaciones funcionó bien enlos primeros casos, cuando las propuestas del Presiden-te comprendían dos nombres, lo que permitía acudir alcómodo cuoteo: uno para la Derecha, otro para la Con-certación. Pero tropezó con dificultades cuando se tratóde cubrir una sola vacante. Hasta ahí no más llegó elconsenso. El Senado no dio el pase para ratificar elnombramiento de Milton Juica, a quien la Derecha no leperdona haber tratado de implicar al ex director deCarabineros y hoy senador Rodolfo Stange en la investi-gación sobre el caso degollados.

Ahora habrá que «reformar la reforma», opina el exministro de Justicia, Francisco Cumplido. «Cuando seestablece que hay que llegar a acuerdo en la designaciónde ministros (con los dos tercios del Senado), es inevi-table que se haga una valoración política de los magis-trados».

En la base del Poder Judicial, una respetada jueza,Dobra Luksic, afirma que los jueces no estaban de acuer-do con la participación del Senado. El caso Juica «hizomás patente algo que nosotros habíamos advertido: secorre el riesgo de que los jueces pierdan su independen-cia; que no se atrevan a tomar decisiones que puedancomprometer instituciones o personajes de cierta con-notación, porque están mutilándose. Fue una triste ex-periencia la del ministro Juica y a nosotros nos pareció

Page 405: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

405

que el sistema había fracasado, aunque se reivindicó conlos nombramientos de los ministros DomingoYuracSoto y Rafael Huerta».

La pregunta que muchos se hacen ahora es qué pa-sará en el futuro. Los ministros que se atrevan a proce-sar a alguna autoridad del Estado tendrán que pagarcon la postergación.

Los funcionarios medios, los que no quiebran hue-vos, tendrán más posibilidades de ascender que los dís-colos e irreverentes como Carlos Cerda Fernández.

Cuando el nombramiento recae en la mano de la dis-creción de las autoridades del Estado es inevitable eljuego de las negociaciones políticas. También partici-pan, a espaldas de los ciudadanos, otros sectores de in-fluencia. Un grupo de abogados católicos, por ejemplo,se quejó ante la ministra Alvear porque había muchomasón entre los nuevos escogidos. Según ellos, la «aspi-ración masónica» es apoderarse de la judicatura. Consi-deran parte de este grupo a los ministros José Benquis,Alvarez, Ortiz y Carrasco. A Roberto Dávila, electo consu apoyo, lo tienen en la mira.

En países como Estados Unidos, son simplementelos ciudadanos los que deciden votando por sus juecesen elecciones directas. Otros tienen organismos como elfenecido Consejo Superior de la Magistratura que estáconformado por representantes de las principales insti-tuciones del Estado y reparte en mayor número de cabe-zas esta decisión.

Más allá de las comparaciones posibles, es evidenteque el sistema chileno no ha llegado a su perfección eneste campo.

Como quiera que sea, los nuevos ministros y las re-formas aprobadas bajo el gobierno de Eduardo Frei danesperanzas de un Poder Judicial mejor, más asequible,

Page 406: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

406

humano, valiente y decidido que en el pasado. Un ver-dadero Poder del Estado.

La sola calidad humana, ética y académica de susnuevos integrantes marca una gran diferencia con elpasado.

Los ministros que dieron el respaldo a RobertoDávila, electo como nuevo presidente el 5 de enero de1998, rompieron por primera vez la costumbre de nom-brar al más viejo.

Dávila se comprometió ante sus electores (ocho, encontra de cinco que votaron por el más antiguo, OsvaldoFaúndez) a apoyar las reformas al Poder Judicial. Su«base» se siente ajena a la vieja corte y no está dispuestaa ponerse el sayo por actos que no cometieron. Espe-cialmente, en los casos de los derechos humanos.

La nueva Corte está preocupada de mejorar la ima-gen pública y se han establecido normas de control éticobastante severas hacia el interior. Están pasando la es-coba. Pero, al mismo tiempo, están decididos a defen-derse de las críticas infundadas. El que dispare a la ban-dada se arriesga a sufrir acciones penales.

Están discutiendo cuál va a ser el papel y atribucio-nes del Consejo de Control Etico. ¿Tendrá facultadesdisciplinarias? Si sus integrantes son ministros de laCorte Suprema, ¿podrán fiscalizar a sus pares? Algunosprocuran que sean llamados a integrarlo ex ministrosde gran prestigio, pero todavía (al momento de finalizareste capítulo) no hay acuerdo.

Las reformas traen esperanza, pero la cultura nocambia de un día para otro. Aún el peso de prácticashistóricas amenaza con torcer el espíritu de las leyes.

Ocurrió, por ejemplo, con el caso de una simple nor-ma aprobada durante el gobierno de Patricio Aylwinque disponía que la «relación» de los recursos y apelacio-

Page 407: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

407

nes interpuestos ante las cortes de Apelaciones y laCorte Suprema serían públicas. Es decir, que en el mo-mento en que el relator narrara los hechos a los magis-trados, los abogados de las partes podrían estar presen-tes y hacer sus comentarios. El público también podríaentrar.

Ha sucedido en la práctica, sin embargo, que por lafuerza de la costumbre, cada vez que un abogado pide larelación pública, los magistrados solicitan al relator queprimero haga una exposición privada y luego la pública.Eso sin contar el hecho de que las peticiones de los pro-fesionales exigiendo este derecho no son siempre bienrecibidas y algunos se abstienen de formularla para noarriesgar un resultado desfavorable a su cliente.

Algo similar ha sucedido con la modificación al re-curso de queja. A la Corte Suprema le ha costado enten-der que éste quedó como un recurso extraordinario, des-tinado a corregir los abusos que puedan cometer sussubalternos y que, en caso de aprobarse, deriva lógica-mente en una sanción contra el recurrido. Es cierto quehan aumentado los números de casaciones acogidas —elrecurso propio de la Corte Suprema—, pero no han dis-minuido los de queja, ni el uso que se les da para modi-ficar resoluciones judiciales antes que para sancionarun abuso.

Un tercer caso es el horario de funcionamiento. LaCorte Suprema aceptó extender el horario de los tribu-nales inferiores, pero sigue oponiéndose a aumentar lashoras de trabajo en el segundo piso del Palacio de Tri-bunales.

Teóricamente, el tiempo libre lo ocupan los magis-trados en «estudiar» los asuntos que tienen bajo su cono-cimiento, pero el hecho es que muchos lo destinan a darclases en las universidades y es discutible si un magis-

Page 408: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

408

trado del más alto tribunal de la nación deba estar co-rriendo a las aulas dos o tres veces por semana y corri-giendo pruebas en sus horas libres.

En su favor hay que decir que, al menos, determina-ron que una sala debe trabajar de turno en febrero,como ya ocurría en el resto del Poder Judicial.

El sistema de calificaciones (con notas de 1 a 7) tam-poco ha resultado de la manera que esperaban los pro-pios magistrados que impulsaron el sistema. No pocosse han sentido agraviados por calificaciones que, aun-que siguen un patrón teóricamente objetivo, todavíapermiten la arbitrariedad. Un superior poco ético aúnpuede usar la herramienta para estropear evaluacionesde magistrados que no sean de su agrado. O, más co-múnmente, uno que desconozca la trayectoria de sussubalternos.

Page 409: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

409

NUEVA CORTE, VIEJAS PRÁCTICAS

Una demostración de que las reformas por sí solasno resuelven los problemas y que mucho depende de lacalidad de los magistrados, es lo ocurrido con el minis-tro Germán Valenzuela Erazo mientras se tramitaba laacusación contra Jordán.

Este es el caso.Valenzuela se casó con Darioleta Gutiérrez Mora en

1964, bajo el régimen de separación de bienes, cuandoella tenía 25 años y él ya andaba por los 50. Tiempo des-pués, el matrimonio se separó y, aunque nunca se anuló,vivían aparte.

Poco antes de morir, «Tita» Gutiérrez, que ya nadaquería saber de su ex marido, donó todos sus bienes a laAsociación de Padres de Espásticos (Aspec). Conocía losefectos del mal por un matrimonio amigo que tenía unahija que lo sufría. Ella misma, por años, participó en lasactividades de la organización, a la que prometió cons-truir una sede, con la única condición de que la entidadle pusiera el nombre de su madre.

Page 410: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

410

Cuando Darioleta, aquejada por una enfermedad alcorazón, supo que su momento de morir estaba cerca,redactó el testamento. Si no lo hacía, sus bienes irían adar a manos de su esposo. En el documento, donó a laAspec sus dos casas en Temuco, un departamento en lacalle San Martín en Santiago, el departamento en quevivía sola, acompañada por su empleada, y sus ahorrosen dos bancos.

La mujer no tenía obligación de consultar a su espo-so pues los bienes le pertenecían por ley y no había hi-jos a quienes dejar la herencia.

En el testamento ella pidió ser sepultada en el Par-que del Recuerdo junto a dos espásticos que no tuvieranrecursos para pagar una sepultura. Además, dejó esta-blecido que a su esposo sólo se le devolvieran los únicostres bienes que él le regaló cuando vivían juntos: un ven-tilador, un collar y un florero.

Valenzuela, al enterarse del testamento, interpusouna demanda en el 30° Juzgado Civil reclamando la po-sesión efectiva, antes de que la Aspec pudiera hacerloválido. El tribunal le dio la razón en tiempo récord.

Cuando estos hechos aparecieron publicados en LaEpoca y en El Mercurio, Germán Valenzuela Erazo, res-pondió amenazando con presentar querellas por inju-rias. Se defendió diciendo que tras el fallecimiento desu esposa, dos hermanas de ella y el magistrado solicita-ron la posesión efectiva en su calidad de «herederos le-gítimos», y que posteriormente fueron demandados porla Aspec en virtud de un testamento al que no le recono-ce validez legal.

En sus cartas a los medios, Valenzuela acusó a lainstitución de haber «conseguido un testamento de unapersona absolutamente inhabilitada para testar, muygravemente enferma, cada día acercándose a la muerte:

Page 411: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

411

cada día recibía menos oxígeno; y además, por este mo-tivo, sus facultades intelectuales no estaban sanas. Mo-tivos de salud y de ética, repugnan cualquier testamen-to en esa situación angustiosa».

Las conclusiones médicas del magistrado son, noobstante, bastante dudosas pues su esposa sufría delcorazón, no de la cabeza y, al morir, estaba todavía bas-tante joven.

Que vivían separados, dice Valenzuela, era sólo obrade las circunstancias, pues «mi señora» poseía un «de-partamento nuevo, confortable, con un dormitorio ensuite y walking-closet, con una hermosa vista panorámi-ca a la cordillera» que no había sido posible arrendarcuando vivían juntos.

«Mi señora estaba muy grave y desahuciada,apenas recibía oxígeno, se encontraba muy alterada ypresentía su muerte. Me manifestó su deseo de quenos fuéramos a vivir a dicho departamento. Yo leacepté, pero no se hizo un traslado total, tanto porqueyo sabía que su muerte se aproximaba, como porqueyo tenía y tengo en nuestra casa mi biblioteca contodas las obras jurídicas que uso para apoyar el estu-dio de proceso» .

Flor de marido es alguien que admite que su mujerse vaya a vivir sola porque «sabía que su muerte seaproximaba». La explicación no puede ser peor comoexcusa.

Cuando terminamos este libro, la Aspec todavía es-taba luchando por lograr que se cumpliera la voluntadde Darioleta Gutiérrez Mora.

Germán Valenzuela Erazo tuvo que abandonar laCorte Suprema al cumplir 75 años de edad. Su comenta-rio sobre las reformas que originaron su salida delmáximo tribunal, aspiraba a quedar como sentencialapidaria: «El gobierno se tomó el Poder Judicial».

Page 412: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

412

LOS POBRES Y LOS PODEROSOS

Un hecho que no parece concordar con la idea deque las cosas han cambiado en el Poder Judicial es elaciago caso de Colonia Dignidad.

En descargo de la responsabilidad de la judicatura,hay que decir que la Colonia ha demostrado ser históri-camente más poderosa no sólo que los tribunales, sinoque el propio Ejecutivo.

El Gobierno de Patricio Aylwin consiguió, despuésde mucho batallar, anular la personalidad jurídica de lallamada Corporación Benefactora Dignidad. Pero lascosas se dieron de tal modo, que la entidad cambió surazón social —hoy se llama Villa Baviera—, y traspasótodos sus bienes a diversas sociedades anónimas. Y lascosas siguieron exactamente iguales, como si nada hu-biera pasado.

Las investigaciones realizadas por diversos órganosadministrativos del gobierno dieron lugar a decenas deprocesos que poco avanzaron, hasta que bajo el gobiernode Eduardo Frei, por el delito de abusos deshonestoscontra menores, se logró romper, en parte, la barrera de

Page 413: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

413

defensa política que había generado a su alrededor laColonia y dictar, por primera vez, una orden de apre-hensión contra Paul Schaffer, el jefe indiscutido de laColonia.

La orden, sin embargo, no se cumplió en la formacomo suelen ejecutarse cuando se trata, por ejemplo, depoblaciones populares, con allanamiento inmediato,destrozo de bienes y arrestos masivos.

Aunque los tribunales y aun los organismos encarga-dos del caso disponían de las herramientas para hacer-lo del modo más enérgico, enfrentarse al poder de laColonia y su líder hacían temer una catástrofe mayor,con toda suerte de acusaciones contra el Estado por vio-laciones de derechos del inculpado y sus seguidores. Seoptó por el camino más largo, actuar con guante blando.Allanamientos avisados con anticipación, restriccióndel uso de la fuerza pública al mínimo necesario.

Como resultado, el ex conscripto nazi sigue prófugo.El ministro en visita Hernán González García, man-

tiene la investigación de trece procesos vinculados en-tre sí, por delitos como sustracción, secuestro y abusosdeshonestos de menores, ejercicio ilegal de profesión,negativa a la entrega de menores y atentado contra laautoridad, destrucción de parte de vehículo fiscal, usur-pación de nombre y obstrucción a la justicia y negligen-cia médica. Además de Schffer, se encuentran procesa-dos varios de sus colaboradores.

No es todo. En los tribunales que dependen de laCorte de Apelaciones de Talca existen 27 juicios sobreanomalías tributarias, y una querella por la desapari-ción de 38 personas que, en los primeros años del régi-men militar, habrían sido conducidas hasta los terre-nos de la Colonia. En Santiago, diversos procesos porfraude tributario y falsificación y otorgamiento irregu-

Page 414: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

414

lar de contratos se tramitan en diferentes juzgados delcrimen.

Los hechos son abrumadores: a más de dos años dehaberse dictado, todavía está sin cumplirse la orden dedetención emitida contra el líder de la entidad germana.

Los ejemplos de arbitrariedades judiciales relacio-nados con el caso Dignidad son innumerables. En 1997,por ejemplo, la Tercera Sala de la Corte Suprema acogióun recurso de amparo presentado por el brazo derechode Schffer, el doctor Hartmut Hopp (que en realidadnunca ha probado tener los títulos para ejercer la profe-sión) y su esposa Dorotea Wittham, en contra del juezde Parral Jorge Norambuena.

La Sala, presidida por el hoy jubilado Lionel Beraud,anuló la orden de detención contra el matrimonio, dic-tada después de que ambos viajaron a Mendoza con unode los niños de la Colonia, Michael, adoptado por ellos.La madre biológica del menor había solicitado al juezNorambuena que dictara una medida de protección dela integridad física y síquica del niño.

Lionel Beraud, acosado por la prensa, dijo queHopp adoptó «legítimamente» al menor y que «la mamábiológica no tiene ningún derecho sobre él. Lo perdió».

La sala no consideró el contexto de abusos desho-nestos y estilo de vida de campo de concentración enque han sido educados los menores en la Colonia, inclu-yendo al propio Hopp, que se crió al lado de su líder.Cuando la Corte acogió el amparo, Hopp estaba proce-sado como encubridor de los abusos deshonestos deSchfer, pero «eso es otra cosa», dijo Beraud.

Hay que recordar que durante la acusación constitu-cional que le afectó en 1992, Beraud, Lionel Beraud fuerepresentado por uno de los abogados más estables dela Colonia, Fernando Saenger.

Page 415: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

415

Al acoger el amparo, el máximo tribunal acordó lla-mar severamente la atención al juez Norambuena, JorgeNorambuena por haber dictado la orden de aprehensióncontra Hopp. Ya antes lo habían castigado por hablarmucho con la prensa.

Las madres de los menores abusados son pobres ypoco han conseguido para reparar el daño causado a sushijos, pese a los empeños fuera de lo común del ministroGonzález García y del juez Norambuena.

Esas madres sufren una suerte parecida a la que vi-ven los pobres en los tribunales de la periferia capitali-na. Allende los límites del centro de la capital, enPudahuel, por ejemplo, donde los actuarios son los jue-ces y los aspirantes a abogados de las Corporaciones deAsistencia Judicial, los defensores. Donde los edificioshan sido remodelados, pero no las actitudes de sus fun-cionarios.

En esa zona de la periferia capitalina la vida y losbienes tienen un precio inferior al valor que les dan lostribunales del centro, acostumbrados a tratar con liti-gantes de ingresos importantes.

Hasta ahora, quien no tiene recursos para pagar aun abogado debe recurrir a las Corporaciones de Asis-tencia Judicial. Si ni querellante ni querellado tienendinero —como suele ocurrir— el que llega primero ganadefensa. El otro tiene que esperar que se le designe unode los abogados de turno.

Los abogados de las Corporaciones son los estudian-tes de Derecho que tienen la obligación de «hacer prác-tica» y otorgar servicios gratis por seis meses. Los abo-gados del «turno», son los recién egresados que están enuna lista para prestar el servicio por un mes.

En los tribunales de población, sólo los abogados contítulo reciben un trato deferente. Los practicantes tie-

Page 416: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

416

nen que esperar a veces los seis meses que tienen en supoder una causa para obtener apenas una resolución(que, por cierto, no será la definitiva). Sus clientes po-bres o sus familiares se presentan a veces para vercómo marchan sus causas. Esperan, esperan. Si tienensuerte, un oficial les extiende los libros para que leanlas resoluciones, cuyo lenguaje ellos de todas manerasno entienden.

Los aspirantes a abogados tienen que defender has-ta 90 causas simultáneamente en su paso por las corpo-raciones. La mayor parte del tiempo la gastan pidiendolas libertades provisionales de los encausados por deli-tos comunes, que viven años en las cárceles antes deque los tribunales resuelvan sus casos. Los visitan en laPenitenciaría en cuartos pequeños, húmedos y fríos,color de nada, semejantes a cualquier celda.

¿De qué influencia pueden echar mano en defensade los pobres? Para ellos y sus clientes no hay alegatode pasillo. A veces una cajetilla de cigarros sirve paramovilizar la voluntad de un actuario que, si no estámotivado, puede botar sus escritos a la basura o simple-mente responder que se le olvidó proveerlo.

Mi madre, María Angélica Acuña, quien abandonóuna vida de profesora básica para estudiar Derecho, asu-mió en 1997, durante su práctica en la Corporación deAsistencia Judicial, la defensa en los tribunales dePudahuel, del caso de Guillermo Hernández había sido elcuidador de un predio por 15 años. Vivía en una casita demadera, que fue ampliando en la medida de sus posibili-dades. De un día para otro, el terreno se vendió y el nue-vo dueño lo notificó del término del contrato. Como Her-nández se demoraba en marcharse, el propietario pre-sentó una demanda; el tribunal aprobó una orden de des-alojo y el dueño concurrió a notificarla en persona, acom-

Page 417: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

417

pañado por un receptor judicial. Auxiliados por unaretroexcavadora, simplemente destruyeron los tres dor-mitorios, el living, el baño y la cocina, y todas las perte-nencias de Hernández para obligarlo a marcharse.

La abogada presentó una querella por daños, pues eldesalojo no autoriza a destruir bienes muebles. El casoha pasado de un aspirante a otro y ha cumplido dosaños en los tribunales, sin que todavía se dicte un autode procesamiento en contra de los infractores.

En el mismo tribunal, Juana Mardones busca la re-paración por las lesiones que le provocó un carabinero.La mujer estaba parada en una esquina de su población,junto a otros vecinos, cuando alguien del grupo le gritó«tiro loco» al policía que pasaba frente a ellos. El carabi-nero, que también era un vecino del sector, sacó su pis-tola y disparó. Juana sufrió lesiones graves en unamano. El proceso se demoró tres años antes de que sedictara un auto de procesamiento contra el autor. Elpolicía está prófugo.

Rosa Espinoza, ha recurrido a los mismos tribunalesporque su hijo de siete años fue atropellado y muertopor un chofer de micro en 1992. La sentencia definitivatuvo que esperarla hasta 1997.

El chofer fue condenado y se estableció que debíapagar un millón de pesos a la mujer, por la pérdida desu hijo. El ministro de la Corte Suprema Lionel Beraudobtuvo 40 millones del fisco por la operación errónea desu cadera. Rosa, sin embargo, no ha recibido la insigni-ficante indemnización, pues el chofer no tiene bienescon qué pagarle.

Patricia Inostroza, en otra causa, se querelló contrael autor de la violación de su hija. El tribunal condenó alautor y ordenó el pago de un millón 800 mil pesos, delos cuales el ofensor no ha podido responder.

Page 418: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

418

El juez, en ese mundo, es una figura inaccesible.Como un notario, invisible en su despacho, firma pape-les todo el día. Atiborrado de expedientes, le es física-mente imposible resolver por sí mismo todos los juiciosque llegan a su tribunal. La justicia de los pobres está,de verdad, en manos de esos funcionarios no letrados —los actuarios, los oficiales— no menos ignorantes quequienes llegan a sus mesones pidiendo auxilio.

Page 419: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

419

IDEA DE LA JUSTICIA

En las aulas de las escuelas de Leyes, los alumnosestudian a Hans Kensel. El teórico dice que el Derechoes el ordenamiento de la conducta humana. El compor-tamiento recíproco de los hombres en la sociedad, afir-ma, es lo que hace surgir la norma que los obliga a pagarsus deudas y a abstenerse de matar.

«La autoridad jurídica exige una determinada con-ducta humana sólo porque —con razón o sin ella— laconsidera valiosa para la comunidad jurídica de loshombres», explica.

Los estudiantes, entonces, aprenden lo mismo queparece sentido común en las calles: Que «lo justo» es lodeseado por la mayoría, e «injusto» lo que se opone a esavoluntad.

Los Estados democráticos modernos han llegado alconvencimiento de que, además, existen derechos fun-damentales del hombre que no pueden ser cuestionados.Las naciones que adscriben a tales principios —Chile,entre ellos— se han declarado obligadas a respetarlos.Así, los tribunales de justicia tienen tanto la obligación

Page 420: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

420

de sancionar los delitos, como la responsabilidad dedefender la vida, la integridad física, la libre expresiónde ideas y todos los demás derechos reconocidos a susciudadanos.

Qué lejanos han estado nuestros tribunales, en espe-cial durante las últimas dos décadas, de tales conceptos.

En otros tiempos, en las monarquías, la legitimidaddel sistema judicial estaba dada por la adecuación delpronunciamiento del juez a la voluntad del Rey, quienreunía a un mismo tiempo las funciones ejecutiva, legis-lativa y judicial.

Como contrapartida, durante la Ilustración francesasurgió la doctrina que separó los tres poderes del Esta-do, pero, para el juez, en un primer momento, sólo secambió la figura del Rey por la letra de la ley. Montes-quieu lo definía así: «Los jueces de la nación no son,como hemos dicho, más que el instrumento que pronun-cia las palabras de la ley, seres inanimados que no pue-den moderar ni la fuerza ni el rigor de las leyes (É) Delos tres poderes de que hemos hablado, el de juzgar es,en cierto modo, nulo».

Esa es, al parecer, la concepción que dominó en elsistema chileno hasta hoy. En un país situado en el ex-tremo sur del mundo, arrinconado entre la cordillera yel mar, ha habido un Poder Judicial nulo, cuando lamayoría de las sociedades civilizadas le han dado yauna nueva significación a la judicatura.

La explicación que han dado los tribunales sobre suproceder durante el gobierno militar tuvo su fundamen-to en esta doctrina. «Sólo aplicamos la ley».

Según el abogado y profesor Jorge Correa Sutil, exsecretario ejecutivo de la Comisión Verdad y Reconci-liación, en las actitudes de nuestro poder judicial haimperado una cultura «explítica» y otra «implícita». Una

Page 421: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

421

cosa es lo que se ha dicho y otra, lo que se ha hecho. Seha dicho que se respetaba la ley, cuando lo que se hacíaen realidad era resolver según lo que se considerababueno, conveniente. Bajo el gobierno militar, lo buenono era responder al clamor de las víctimas, sino ade-cuarse a la voluntad del Poder político, aunque fueraejercido por el poder de las armas.

El nuevo presidente del tribunal, Roberto Dávila,hizo un reconocimiento explícito de este modelo decomportamiento en una conferencia con corresponsalesextranjeros en 1998. Cuando le preguntaron por la su-misión del máximo tribunal a la voluntad de las autori-dades militares, Dávila dijo con meridiana claridad:

«A la Corte Suprema no le quedaba, en ese momen-to, otro camino que esa posición. Si la Corte Suprema,conociendo a los ministros de ese entonces, hubieranadoptado otra forma de actuar, me atrevería a pensarque la Corte Suprema habría sido clausurada». Ergo, seimpuso la obediencia».

El propio caso de Dávila es una prueba viviente deque, en nuevas condiciones, las opiniones de los juecescambian. Antes de 1990, él estuvo por aplicar la ley deAmnistía; al asumir como presidente en 1998, declaróque ahora pensaba distinto.

Entonces, ¿hicieron justicia los magistrados bajo elgobierno militar o se adecuaron a las condiciones delpoder imperante? Del mismo modo cabe preguntarsepor los motivos que tiene un magistrado determinadopara doblegarse a la presión de un empresario o políticopoderoso, o a sus propios sentimientos de amistad enfavor de una parte en un juicio.

En el futuro, nada asegura que los cambios en lasestructuras impidan que algunos magistrados siganmoviéndose guiados por los intereses de los poderes

Page 422: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

422

involucrados en la definición de sus destinos. Ni que elPoder político se sienta tentado de imponer sus opi-niones.

Un caso ilustrativo es —y no podía no serlo— el deAugusto Pinochet. Al comienzo de los gobiernos de Ayl-win y Frei el predicamento fue no empujar los juiciosque lo pudieran involucrar. Frei fue incluso explícito ypidió al Consejo de Defensa del Estado que diera porcerrado el expediente relacionado con el sonado casode los cheques del hijo mayor del general. «Razones deEstado», declaró sin ambigüedad. Cuando, en cambio,estalló el conflicto por el arresto en Londres y la peti-ción española de extradición, la postura es exactamentela contraria. Ahora se trata de dar seguridades al mun-do de que el General puede ser juzgado en Chile.

Podemos aceptar que en una democracia la opinióndel Presidente y del Parlamento representan la volun-tad soberana, pues han sido elegidos democráticamente,y que al seguir sus deseos los jueces no hacen otra cosaque atender el clamor de las mayorías. Pero a mayorconcentración y secreto en las decisiones que tienen quever con la judicatura, mayor posibilidad de arbitrarie-dad, de que los escogidos para llenar vacantes o ascen-der se sientan obligados a retribuir los favores de losdemás poderes, sin una justificación racional.

El éxito de las reformas al Poder Judicial dependeráentonces, en gran medida, de la personalidad del juez.Desde el más encumbrado al más humilde.

El derecho moderno reconoce que el legislador esincapaz de predefinir todos los posibles conflictos jurí-dicos. La función del juez es hoy en día inevitablementevolutiva. Su poder radica precisamente en la facultad deinterpretar la Constitución y las leyes, con el fin de «ha-cer» justicia. Es ese poder el que, férreamente asido por

Page 423: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

423

los magistrados en países como España, Italia, Inglate-rra, Estados Unidos —y varios latinoamericanos quehan dejado atrás la herencia colonial—, ha permitido amuchos pueblos enfrentar, sin disgregarse, el cáncer dela corrupción, aunque éste haya amenazado con hacercaer, a un mismo tiempo, a los poderes Legislativo yEjecutivo.

En un sistema democrático (aquél en que las decisio-nes públicas son tomadas por el pueblo, en que la deter-minación de lo que resulta deseable para el pueblo sólopuede ser lícitamente tomado por este mismo y en quelos gobernantes son libremente elegidos por los ciuda-danos en forma periódica) el juez es aquél que conoce yresuelve los conflictos sociales.

El fallecido ministro José Cánovas decía en sus me-morias que «al administrar justicia, los jueces son losllamados a velar por la vigencia del derecho, poniendoel límite exacto al ejercicio del poder por parte de lasautoridades (É) Vale decir, imponerles el llamado ‘prin-cipio de Legalidad’, que no puede ser otro que el deter-minado por la voluntad soberana».

Hay magistrados que entienden que para cumplir sufunción deben aislarse del mundo. Desprecian la opi-nión de los legos que los rodean y se sienten seguros ensu escrupuloso conocimiento de la formalidad judicial.Se consideran puros e independientes. Sin embargo,según el ministro de la Corte de Apelaciones de Santia-go, Carlos Cerda Fernández, en su obra Iuris Dictio, nohay nada peor que el juez que cree estar por encima delos ciudadanos. «No se mezcla, ni se ensucia: ‘allá ellos...el lumpen...’». Para hacer justicia no se necesita recluiral magistrado en una torre de marfil. Precisamente —afirma— entre los males que aquejan al juez actual estála tendencia al aislamiento social.

Page 424: El libro negro de la justicia chilena...Sergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primer juzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la Cor-te Suprema una fotocopia de

424

Concuerdo plenamente con esta afirmación suya:«No es juez el que da las espaldas al clamor so-

cial concerniente a la justicia. Tampoco lo es el quese jacta de estar por sobre lo que la población le de-manda. Menos aún quien, consciente de la falta deasentimiento ciudadano de su labor, se oculta o am-para en el poder del solo imperio».

El juez moderno, democrático, —dice Cerda— debeestar inserto en la comunidad histórica. Y agrega:

«El juez es un calibrador del sentido jurídico desu época. (...) La justicia chilena debe ofrendarse sinrestricciones a la crítica de la opinión pública. Y susjueces, disponerse a la refrendación de su desempeñopor parte de la comunidad».

Esa idea ha sido una de las motivaciones profundasde este libro.

Ya en 1966, el magistrado Rubén Galecio escribíasobre el «juez en la crisis» diciendo que el magistradodebe estar compenetrado del devenir social de su época,pero alerta para mantener su independencia. Ni en latorre de marfil, incontaminado, ni arribista en la com-petencia por el prestigio social.

Una cierta apostura, cultura y carácter se hacen ne-cesarios en el magistrado moderno, pues debe enfrentarel juicio de la sociedad y el propio.

«Si el concepto de juez es una idea-símbolo, tam-bién es una idea-fuerza, es un motor de la paz socialen la lucha contra la arbitrariedad, la delincuencia yel abuso. Si la sociedad actual aprovecha esta fuerza,encausándola con inteligencia y buen sentido, ellapuede contribuir caudalosamente a lo que es másimprescindible para una Democracia: la fe del puebloen el Derecho».