mi nombre es herrero, Álvaro herrero
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Libro escrito colaborativamente por 34 alumnos de tercer curso de ESO.TRANSCRIPT
Alumnos de 3.º de ESO Lengua castellana y literatura Santa Teresa de Lisieux, Barcelona
Sant Jordi 2015
Mi nombre es Herrero, Álvaro Herrero
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El humo espeso de un cigarrillo que ya se consumía
invadía la habitación. Encima de una mesa de madera
marrón, un montón de papeles y facturas de luz
atrasadas dejaba entrever que el detective Herrero era
una persona bastante desordenada.
Sentado en el sillón de piel que trajo el día que le dieron
el despacho, apagó el cigarrillo de mala gana. Estaba
siendo un viernes terrible. No había pasado
absolutamente nada. No había sonado el teléfono ni
una sola vez. No se respiraba ningún tipo de peligro en
el aire, ese que activaba a Álvaro Herrero, el peligro
que lo llevaba siempre hacia todas las respuestas de
todos los expedientes de casos imposibles que habían
caído en sus manos durante el tiempo que vivió en
Seattle. Y fue precisamente esa tranquilidad en el
ambiente lo que llevó al detective a levantarse,
descolgar su chaqueta del perchero y salir por la puerta
de su despacho. Dirección: la cafetería de Mariona. Tal
vez aquella voz y aquellos ojos saltarines conseguirían
animar esa nublada tarde de principios de noviembre.
Cruzó la calle Muntaner hasta la esquina con Provença
y dio gracias por no tener que coger el coche para ir
hasta el café porque un increíble embudo de cláxones
y motoristas molestos ocupaba toda la calzada. Al
llegar a la esquina con Aribau, enseguida se encontró,
tras el cristal, con la melena morena de Mariona. Le
parecía mágico lo hermosa que llegaba estar con el
delantal negro y una horquilla que dejaba escapar un
mechón rebelde de pelo. Era simplemente guapa. Sin
añadidos. Perfectamente natural. Entró, buscó un
taburete libre en la barra y esperó a que ella dejase de
atender un segundo las mesas. Mariona ya lo había
visto, pero hasta las nueve no terminaba su jornada, y
eran tan sólo las siete.
En uno de los viajes a la caja, cogió el corpulento
hombro de Álvaro y le dirigió unas palabras:
— ¿Qué tal? ¿La identidad de cuántos asesinos en
serie has desvelado hoy? — y posó un beso ligero en
sus labios.
— A tantos que la ciudad es ahora un poquito mejor.
Ha sido un día horrible. Solo quiero llegar a casa –y
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pasó su brazo derecho por la cintura de la chica.
— ¿Y ahora? ¿Un cappuccino con mucha nata,
detective? Suélteme, o al llegar a casa fregará usted los
platos... —bromeó.
— Eres la mejor Mariona. Mucha nata, muchísima.
— Y ella se escurrió hasta la máquina de cafés con un
divertido movimiento de cadera.
Mariona era la brisa que siempre sacaba a Álvaro de su
monótona tarea. En la ciudad de Barcelona se había
perdido la costumbre de buscar un detective para algo
que no fuese encontrar al amante de tu mujer, que
últimamente miraba demasiado su teléfono móvil.
Estaba harto de todos esos casos que siempre
terminaban igual. Nunca llegaba nadie con un caso
decente. Aquello no era Estados Unidos.
Al poco rato, apareció la sonrisa pícara de Mariona que
llevaba un vaso de cartón del que sobresalía una
montaña de nata:
— Cuidado que quema, señorito.
Y dejándolo con la palabra en la boca, se fue a atender
a una insistente anciana que quería una ensaimada.
Vivían juntos desde hacía un año. Se conocieron en
Seattle. Mariona se había mudado allí al terminar el
bachillerato y estaba estudiando interpretación. Él,
había reflotado el negocio de su padre, un detective ya
retirado. Pero las cosas en Barcelona no funcionaban,
no salían casos así que hizo las maletas y se fue. Desde
pequeño había querido ser como él, un hombre
valiente y muy inteligente, que siempre le había
inculcado que el mundo es un lugar lleno de cosas que
la gente esconde, y descubrirlas no tiene precio.
Después de un año desastroso para el negocio, pensó
que la gente sólo debe esconder cosas en Estados
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Unidos, tantas como guiones de películas policíacas de
directores americanos existen en el mundo, así que
trasladó el despacho allí.
Y, una noche, en un bar a dos manzanas del
apartamento, muy cerca de la Cuarta Avenida, se subió
a la pequeña tarima una joven morena con una
guitarra. En cuanto escuchó las dos primeras notas que
salieron de su boca, interpretando Paperweight, Álvaro
decidió que debía conocerla. Salió tras ella cuando
terminó la actuación y, a las dos frases que articuló,
Mariona se enamoró de su adorable tontería. Y hasta
entonces.
Casi había terminado con el cappuccino. Miró el reloj y
se levantó. Lanzó un beso al aire en dirección a su novia
y le dio el último sorbo al vaso.
Llegó andando hasta el garaje del despacho donde
guardaba su moto, abrió el asiento y se puso el casco
para dirigirse a casa. El trayecto fue rápido. Si algo
había aprendido en ese último año era a moverse en
moto por la ciudad. Sacó del bolsillo las llaves y, en el
ascensor, miró el reloj de nuevo.
— Son sólo las ocho, puedo prepararle una cena
sorpresa a Mariona...
Y sin volver a pensárselo, abrió a toda prisa la puerta
del ático, dejó las cosas sobre la cama de la habitación
de invitados y se puso un chándal para sentirse más
cómodo. Preparó unos espaguetis a la carbonara, uno
de los platos preferidos de su chica, puso la mesa con
un par de velas y se duchó. Vestido ya con una camisa
negra informal y unos vaqueros, se sentó con una copa
de vino en el sofá a esperarla. Eran las nueve y cuarto
ya, no le quedaba demasiado para llegar. Pero, para su
sorpresa, Mariona no llegaba, y a las diez menos
cuarto, terminada la segunda copa y con la
preocupación en aumento, la llamó. Nadie respondió
al otro lado de la línea. Le estaban empezando a sudar
las manos. Volvió a marcar y esta vez, alguien cogió el
teléfono, pero no era la voz que Álvaro descubrió en
aquel bar de Seattle.
— ¿Estás empezando a preocuparte?
— No... ¿Mariona? ¿Quién eres? ¿Por qué tiene usted
el teléfono de mi novia? ¿Qué pasa?
— Vaya, vaya, vaya, señor Herrero, ahora no
recuerdas mi voz. Tienes una chica realmente guapa.
Puede que quiera pasar con ella unos días.
— Pero… ¿qué? ¿De qué me conoce? Déjela en paz.
Sea quien sea no juegue conmigo.
— Esto no es un juego, Álvaro, y si lo fuese, voy tres
casillas por delante de ti. Te toca tirar los dados. Yo
tengo a Mariona, y tú tienes el turno. Ahora recoge el
sobre del buzón que hoy no has mirado y ya
hablaremos.
Una pesadilla. Aquello no podía estar ocurriendo.
Álvaro salió disparado hacia el ascensor, y el trayecto
hasta el bajo se le hizo una vida. ¡Dios mío! ¡Alguien
que me conoce tiene a Mariona! ¿A qué quiere jugar?
¿De qué va esto? Inconscientemente el lado de
detective daba palmas, el Álvaro de verdad, sufría por
su chica, por quién pudiese ser ese hombre y por el
contenido del maldito sobre negro que, efectivamente,
alguien había dejado en su buzón. Y, con el envoltorio
en las manos, lo observó durante unos segundos antes
de decidirse a abrirlo. Tenía miedo de lo que pudiera
encontrar en su interior y no podía parar de pensar en
el porqué estaba tan asustado. Se suponía que Álvaro
era un profesional en estos temas, tendría que ser pan
comido para él resolver el caso, pero no se trataba del
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caso de una persona cualquiera. ¡Se trataba de
Mariona!
Abrió el sobre rápidamente. En su interior encontró
una carta que habían escrito sobre una hoja que
parecía haber sido arrancada bruscamente de una
libreta. Estaba escrita a mano. No tenía muy buena
letra. A decir verdad, entre eso y los nervios, le resultó
un poco difícil de entenderla, pero finalmente pudo
leer:
Por mucho que la busques no la
encontrarás.
Si la quieres volver a ver, no pidas
ayuda.
No llames a la policía.
Pd: Ya sabes quién soy
— ¿Ya sabes quién soy? ¿Por qué no me quiere decir
quién es si está tan seguro de que le conozco? ¿Se está
riendo de mí? —Álvaro se estaba empezando a
enfadar. Sin pensarlo, guardó la carta en el sobre
negro, se la metió en uno de los bolsillos del pantalón
y se dirigió rápidamente hacia la calle.
Una vez más en ese viernes que, antes de lo sucedido,
ya estaba siendo un día terrible, se dirigió hacia la
cafetería de Mariona , pero esta vez sin esperanza de
que estuviera allí para animarle y mejorar ese día
nefasto.
Eran las diez y media y la cafetería cerraba a las once.
Álvaro tenía la esperanza de que algún empleado
hubiera visto a alguien sospechoso en la cafetería o que
hubiera estado observando a Mariona. Pero tenía que
pensar en cómo preguntarlo, ya que tenía miedo de
que el supuesto secuestrador de su novia se enterara
de que había estado buscando ayuda y que, por ese
motivo, no la volviera a ver.
A través del cristal por el que normalmente veía la
melena morena de su novia, Álvaro observó que la
cafetería ya estaba casi desierta. Sólo quedaba una
pareja mayor que, a juzgar por sus tazas de café vacías,
no tenían intención de quedarse mucho más tiempo y,
un hombre que parecía muy concentrado mientras
trabajaba con su ordenador ante una taza de chocolate
caliente situada en el extremo de la mesa.
Álvaro de dirigió hacia la barra. Allí estaba Lourdes, una
compañera del trabajo de Mariona. Era una mujer de
unos cuarenta años, alta y rubia con el pelo recogido
en una coleta alta que no le llegaba más allá de los
hombros y, aunque no era una persona muy habladora,
se llevaba muy bien con Mariona.
— Buenas noches Lourdes. ¿Sabrías decirme si
Mariona ha salido hoy a la hora de siempre o si se ha
ido sola? O… si la has visto salir con alguien —estaba
intentando no parecer nervioso, pero no lo disimulaba
en absoluto. La voz le salía del cuerpo temblorosa y, a
causa de la carrera que se había hecho para llegar a
tiempo a la cafetería y a la alta temperatura a la que
tenían puesta la calefacción, no podía parar de sudar.
— Como siempre. Ha salido a las nueve pero me ha
dicho que antes de irse a casa pasaría por la tintorería
de la calle de enfrente a recoger una camisa o algo así.
Con el ajetreo de esta tarde no la he acabado de
escuchar… —Lourdes no parecía tener muchas ganas
de hablar. Parecía ocupada recogiendo todo lo que los
clientes habían dejado por las mesas y avisando a los
pocos clientes que quedaban de que dentro de poco
tenía que cerrar.
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— Muchas gracias.
Después de despedirse, Álvaro salió de la cafetería y
empezó a andar hacia su casa. La tintorería, a aquellas
horas de la noche, ya estaba cerrada y no tenía más
pistas que le llevaran a encontrar a Mariona, así que
decidió irse a descansar. Una vez delante de su edificio,
se sentó en uno de los peldaños que daban a su portal,
puso la mano en su bolsillo, se encendió un cigarrillo y
se quedó mirando a la nada, pensativo, cuando alguien
le tocó la espalda. Álvaro se giró asustado ya que
pensaba que estaba solo, pero se calmó al ver que era
su portero.
— Buenas noches señor. Hará unos diez minutos ha
venido un hombre y me ha dicho que le entregara este
paquete. No viene a nombre de nadie. Le he dicho que
necesitaba un nombre para entregarlo, pero ha
insistido en que fuera anónimo.
Acto seguido, el portero le entregó a Álvaro un paquete
no mucho más grande que una mano envuelto en una
especie de papel de color marrón oscuro que parecía
estar sucio.
— Gracias, Roberto. ¿Quién era esa persona que te ha
dado el paquete? ¿Le conocías? —dijo Álvaro.
— No, nunca antes le había visto. ¿Por qué? –
preguntó extrañado.
— No, nada, curiosidad –respondió.
— Buenas noches, Roberto.
— Buenas noches a usted también.
Álvaro subió rápidamente por las escaleras porque no
tenía ganas de esperar el ascensor. Le ardían las manos
y los nervios le consumían. Era un hombre duro, pero
había cosas que le hacían perder la calma.
Exhausto llegó al apartamento. Fue el tramo de
escaleras más largo de su vida. Abrió la puerta y se llevó
un buen susto: Todo estaba revuelto, tirado por el
suelo, el jarrón de la abuela Lidia roto, los libros mal
ordenados... Alguien había entrado en su casa mientras
estaba fuera.
Después de ordenarlo todo, se sentó en el sofá. Le
costó un buen rato abrir el paquete: Estaba muy mal
envuelto, como si lo hubieran hecho deprisa y
corriendo, y encima estaba sucio, muy sucio. ¡A saber
quién había empaquetado esa cosa! Una vez quitó el
envoltorio, descubrió que debajo de aquel papel había
una caja, y encima de ella, un papel amarillo donde
ponía: Esta vez no ganarás.
— ¿A qué no ganaré? – se preguntó enfadado Álvaro.
Abrió la caja y se encontró una grabadora. La encendió
y escuchó la cinta:
— ¿Quieres a tu chica? Danos el tesoro. ¿Quieres
respuestas a tus preguntas? Danos el tesoro. Ya sabes
las reglas del juego: Sin ayudas, ni policía ni nada. Tú
contra nosotros. Recuerda: Controlamos todos y cada
uno de tus movimientos, incluso tus respiraciones.
Cualquier movimiento incorrecto puede volverse en tu
contra de un momento a otro.
De repente le entró el miedo. Ser detective está bien
cuando tienes que resolver los problemas de otros,
pero cuando afecta a uno de los tuyos, la cosa cambia
mucho.
Decidió que necesitaba dormir un poco para recuperar
energía así que, se dirigió al dormitorio y allí también
estaba todo revuelto pero no tenía ganas de recogerlo.
Se metió en la cama y le entró el bajón. La cama estaba
fría, faltaba el calor de Mariona. Y su voz. Y su
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fragancia. Y sus ojos. Y todo. De repente, su cara era un
mar de lágrimas y sollozos.
Al día siguiente, cuando se despertó, miró el móvil.
Tenía varios mensajes: De Fran, su mejor amigo,
preguntando si iban a tomar unas birras por la tarde;
de Laia, su hermana, enseñándole una foto de la
pequeña Clara, su hija, comiendo su primer puré de
verduras; pero no había ningún mensaje de Mariona,
ninguno de esos románticos «Te quiero» ni ningún «Te
necesito» y eso le desesperaba aún más.
Estaba realmente triste, porque aquella noche, quería
pedirle a Mariona que se casara con él, y estaba muy
ilusionado hasta que pasó todo. Y ahora ni pedida, ni
anillo, ni Mariona. Sólo él y los monstruos. Acto
seguido se dirigió a casa de Pier, un ex compañero de
trabajo, también detective, pero especializado en
descubrimiento de firmas y voces.
Al llegar a su casa, fue directo al grano, y le entregó la
grabadora para que pudiera identificar la voz que le
amenazaba.
— Uhm… Parece que esta voz proviene de algún sitio
del norte de España, probablemente Asturias —
respondió muy seguro de sí mismo—, y debe tener
entre veinticinco y treinta y cinco años más o menos.
— Tengo una nota, quizá te sirva para averiguar más
cosas. Toma – Álvaro le entregó la nota, escrita en un
papel amarillo.
— Parece que lo ha escrito alguien zurdo, o alguien
que domina mucho la mano izquierda, y eso nos ayuda
mucho. ¡Tengo una idea! Como policía, tengo acceso a
todos los documentos de la policía, y si escaneo un
trozo de la escritura y la pego en el buscador, me
indicará con quién coincide la letra.
— De acuerdo. – Respondió seriamente Álvaro—
Vamos a ver quién puede estar detrás de todo esto.
Pier escaneó el trozo de papel y se dirigió hacia la
comisaría en busca del archivo. Una vez dentro pegó el
trozo de papel en el explorador y se inició
automáticamente el sistema de búsqueda. Y en unos
minutos se imprimió un papel con posibles
coincidencias. La lista no era demasiado larga, eran
unos diez nombres, pero de sitios totalmente
diferentes.
— Muchas gracias por tu ayuda, me hacía mucha falta
—dijo Álvaro agradecido.
— De nada, si necesitas cualquier cosa ya sabes dónde
encontrarme.
Cuando Álvaro llegó a su casa, se encontró un paquete
encima de su cama, estaba mejor envuelto que el
anterior, aunque el papel también estaba sucio. Lo
abrió lo más rápido que pudo y en el interior de la caja
encontró una nota y una pequeña caja. La nota decía:
Habíamos quedado que no
contactarías con ningún policía, ve
con cuidado, no hagas ningún paso
en falso o tu amada pagará las
consecuencias. Te dejamos un
recuerdo de ella para que no se te
olvide qué debes hacer.
Álvaro preocupado abrió la caja, en el interior había
una gargantilla de oro con una foto dentro de Mariona,
que él le regaló para su cumpleaños. Álvaro quedó
destrozado, esa era la gargantilla preferida de Mariona,
y ahora la tenía él. Álvaro no sabía qué hacer, no podía
contar con nadie, estaba solo en aquella cruel y difícil
investigación.
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Pasó la noche en vela, repasando los nombres de aquel
documento que Pier le había entregado. No recordaba
a nadie que concordara con esos nombres, eran
nombres totalmente extraños para él, no los había
visto o escuchado nunca.
Al día siguiente, Álvaro fue a visitar a la tintorería que
le había nombrado Lourdes en su conversación y a la
cual supuestamente había ido Mariona después de
trabajar. El propietario afirmó no obstante que no
había ido ninguna mujer con el aspecto que le describió
Álvaro. Como no obtuvo respuesta, volvió a ir a la
cafetería y esta vez en cambio de hablar con Lourdes
habló con Marc, uno de los compañeros Mariona. Pero
no podía preguntarle dónde había ido ella sin levantar
ninguna sospecha.
— Hola Marc, ¿sabes si Mariona me está preparando
una sorpresa o algo por el estilo? Es que lleva unos días
muy rara— dijo Álvaro lo más tranquilo que pudo.
— No sé nada, lo siento, pero si es cierto de que
llevaba unos días un poco rara. Serán cosas de mujeres
—respondió Marc casi arrastrando las palabras.
— Eso debe ser, muchas gracias Marc.
Álvaro no se podía fiar ni de Lourdes ni de Marc, los dos
parecían esconder algo, algo importante, ya que
cuando se dirigía a ellos tenían la voz temblorosa y se
comportaban de una manera poco usual.
Pasaban ya dos días de la desaparición de Mariona y
aún no tenía ni una mísera pista, nada importante,
ningún cabo suelto del que poder tirar.
— ¿Cómo podía solucionar este gran misterio sin
poder saber de quién se trataba y qué supuesto tesoro
quería que le diese?
De repente, el timbre de la casa sonó, y salió corriendo
hacia la puerta. Miró por la mirilla y vio una cara
conocida, era Roberto. Le abrió la puerta y le dejó
entrar.
— Hola Roberto, ¿qué te trae por aquí? —preguntó
Álvaro preocupado
— Hola, acaba de llamarme un número oculto para
advertirme de que si no sacas nada en clave en las
próximas veinticuatro horas, alguien pagará las
consecuencias —le advirtió Roberto.
— ¿Sabes quién ha sido, reconoces su voz? —
preguntó muy alarmado.
— Solo sé que es un hombre, me parece haber oído su
voz en alguna parte pero no estoy seguro. Álvaro, no
quisiera entrometerme, sé que tu trabajo comporta
correr riesgos pero… Esto me está dando miedo hasta
a mí, ve con cuidado. Lamento no poder darte más
información. Si me vuelven a llamar te avisaré lo más
rápido que me sea posible.
— Muchas gracias.
Álvaro era un hombre pacífico, pero al ser detective,
había mucha gente que podía estar en su contra, era
incapaz de saber de quién se trataba. Volvió a mirar la
lista de nombres que Pier le había dado, seguía sin
sonarle ninguno de ellos. Se le acababan las ideas, no
sabía qué camino escoger en aquel complicado
laberinto, no tenía margen de error. Si se equivocaba
la vida de su amada correría un gran peligro.
Necesitaba calmarse, aclarar las ideas y hacer un
trabajo detectivesco tradicional sin perder la calma.
Lo primero que hizo fue escribir todas las pistas que
tenía. De momento lo que sabía era que eran más de
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uno, era muy complicado que una sola persona
controlara todos sus movimientos y estuviese tras él a
cada paso que daba, posiblemente se tratase de una
mafia o algo por el estilo, así que probablemente no
fueran la misma persona la que escribió la carta y la que
habló por la grabadora. Lo más seguro era que siempre
hubiera algún miembro del grupo que lo vigilaba, a
partir de ese momento se dio cuenta de que debía
tomar unas medidas de seguridad como cuidar que
nadie lo siguiera, poner una cámara de vigilancia en la
entrada de su piso...
También notó que los compañeros de Mariona de la
cafetería tenían un extraño comportamiento. Igual
estaban en el ajo, así que no debía confiar en ellos,
aunque también cabía la posibilidad de que también
estuvieran amenazados por este misterioso grupo. Lo
siguiente que hizo fue, mediante métodos caseros,
(pues no podía pedir ayuda a la policía) tratar de
encontrar huellas dactilares en todas las cartas, notas,
sobres, paquetes y envoltorios que le habían enviado
hasta entonces pero no le dio resultado. Lo que había
clasificado como suciedad que envolvía todo lo que le
habían enviado era en realidad una sustancia que
escondía y eliminaba las huellas, pero no se rindió y
siguió buscando pistas.
Volvió a escuchar la grabación una y otra vez, acabó
escuchándola hasta veinte veces en busca de alguna
pista, y la encontró. No solo encontró una, encontró
varias. Lo primero en lo que se fijó fue que
constantemente, mientras el hombre hablaba se oían
murmullos de gente cercana a la persona que hablaba,
lo cual apoyaba su hipótesis de que eran más de uno,
llegó a distinguir doce tipos de voces tanto de hombres
como de mujeres. Lo segundo, y lo más impactante, fue
que el hombre que hablaba no tenía acento de
Asturias, sino más bien portugués o brasileño. Había
mucha más gente implicada en esto de lo que había
llegado a imaginar, ¡Pier lo había traicionado!
Inmediatamente después de descubrir que su
excompañero de trabajo también estaba implicado lo
que hizo fue revisar las cartas y notas para ver si
también lo había engañado diciéndole que era un
zurdo quien las escribió. Estuvo un buen rato tratando
de identificar la letra, le sonaba mucho haberla visto
antes. En cuanto descubrió de quien era dejó escapar
un grito ahogado. La letra era de Mariona, la habían
obligado a escribir todas esas notas. ¿Qué le habrían
hecho para que accediera a escribirlas?
Se dio cuenta que estaba solo en ese caso, justamente
en el caso más importante de su vida. Nada podía ir
peor. Necesitaba actuar de inmediato.
Álvaro estaba confuso, miraba las cartas con expresión
pensativa pero sin llegar a ninguna conclusión. En ese
momento lo único que le tranquilizaba era acariciar la
letra de su dulce novia, se sentía de algún modo, más
cerca de ella.
Estaba claro, esa letra era la suya, la conocía
perfectamente, pero no entendía porque su trazo se
veía tan apresurado y borroso. Volvió a leerla y lo vio,
allí estaba la clave más importante que necesitaba y la
había tenido delante de él durante horas y horas. Entre
toda la letra escrita, detrás de ella, se podía distinguir
una más suave y delicada. Álvaro leyó esas palabras
lentamente y en voz alta.
Estoy en un sitio abandonado, en
medio de un bosque descuidado
cerca de Seattle, no sé muy bien
dónde. Oigo agua.
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A Álvaro le empezaron a temblar las manos al notar
como sus labios pronunciaban esas palabras. Tan
nervioso se puso que, sin remedio, cayó desmayado
tirando al suelo, los pocos jarrones que le quedaban.
Cuando Álvaro volvió a abrir los ojos, lo primero que
vio fue el techo blanco de una habitación de un centro
sanitario. No sabía cómo había llegado hasta allí ni el
tiempo que llevaba ingresado. Resonaban algunas
voces confusas en su cabeza, concretamente la de su
vecino Tim, que quizá fue quien lo llevó al hospital. Su
cabeza pasaba de un pensamiento a otro a una
velocidad de vértigo hasta que una enfermera de
uniforme azul entró en su habitación y le sacó de ese
torbellino de pensamientos que le atormentaba.
— Hola, veo que ya te has despertado. Tu vecino te
trajo hace un par de horas. Te habías desmayado.
Parece que fue un ataque de ansiedad. En unas horas
pasará el doctor y si todo va bien, te darán el alta.
Sin más, la enfermera se giró y salió de su habitación.
— ¿Unas horas más?, —pensó Álvaro—. Ni hablar. Me
largo de aquí ahora mismo. No tengo un minuto que
perder.
Álvaro se sentó sobre la cama con la intención de
levantarse pero un pequeño ruido le desvió de su
propósito. Al apoyarse en la almohada, un papel
amarillo crujió bajo el peso de su mano. ¡Otra nota!
Álvaro desplegó el papel rápidamente y leyó:
«Recibirás instrucciones para hacernos llegar el tesoro.
Recuerda, no hables con nadie o tu novia morirá.»
Se desconcertó por un momento, pero de pronto
reaccionó… ¡El hospital tiene cámaras! Quien sea que
me ha dejado esta nota, habrá sido grabado por alguna
de ellas… Tengo que pensar… Sí, lo mejor será buscar
un uniforme de enfermero y hacer unas cuantas
preguntas por los pasillos. ¡Necesito saber dónde
guardan las grabaciones!
Salió de su habitación y tras camuflarse entre el
personal del hospital vestido de enfermero llegó a la
sala de vigilancia.
— ¡Buenos días! Acabo de entrar a trabajar al hospital
y tengo un grave problema. Estaba llevando el
resultado de una analítica a la habitación 204 y no sé
dónde la he perdido… Si usted pudiera dejarme echar
un vistazo a las grabaciones de hoy… ¿Quién sabe?,
¡quizás consiga encontrarla y no perder mi trabajo!
— No debería… Yo también tengo que mantener mi
trabajo y… es duro llegar a fin de mes.
— ¿Sería igual de duro llegar a fin de mes si sobre la
mesa encontrase unos billetes que alguien hubiera
perdido?
— Quizás no…. Quizás no…
El guardia puso la mano sobre la mesa, cogió los billetes
que había dejado Álvaro y salió.
— Cinco minutos, ni uno más ni uno menos.
Álvaro empezó a repasar las cintas apresuradamente,
de hecho le sobraron cuatro minutos ya que fue fácil
distinguir la cara de Lourdes. Había sido ella. No tenía
ninguna duda. La grabación mostraba cómo se había
acercado a su cama y había dejado algo bajo la
almohada. Se quedó sin palabras, no podía reaccionar.
¡Esa mujer que conocía desde que Mariona empezó a
trabajar en el bar no podía ser capaz de hacer eso! ¡Esa
mujer era poco habladora y muy trabajadora, no podía
estar en una mafia o lo que fuese que tenía secuestrada
a su queridísima novia!
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— ¿Lourdes? ¿Por qué? ¿Qué he hecho yo para
merecer esto? —murmuró pensando en voz alta. Su
corazón volvió a romperse en mil pedacitos al recordar
esta situación que no podía controlar. Su dulce
Mariona, su ángel, su luz… Había sido secuestrada por
el mismísimo demonio solo por… ¿venganza? Una
lágrima recorrió su mejilla derecha al sentirse
completamente solo en este mundo tan injusto y
vengativo.
— ¿Qué pasa? ¿Está bien? –respondió una voz detrás
de él que le hizo despertar de sus pensamientos. El
guardia seguía detrás de suyo, apoyado en el marco de
la puerta de la sala de cámaras.
— ¡Nada, no pasa nada! Estoy bien… –se apresuró a
decir, intentando no sonar triste y desolado. Nadie
podía saber lo que pasaba y menos este hombre ya que
lo había sobornado solo para buscar sus resultados de
una analítica. Además, ¡podía ser otro traidor! Álvaro
se dio cuenta de que ya no podía confiar en nadie. Salió
de la sala y se acercó otra vez al guardia. Le puso sobre
el pecho unos cuantos billetes más de manera
intimidante, con los ojos perdidos en el pasillo para no
mirarlo a la cara. En ese momento ya no había signos
de tristeza o desolación, sino más bien de enfado y
rabia. Iba a resolver este caso sí o sí, iba a salvar a
Mariona…
— Yo no he estado aquí, ¿queda claro? –susurró
intentando disimular su conversación con el empleado.
— Lo siento, pero yo he estado aquí solo todo el rato.
—dijo el guardia siguiéndole el juego. Álvaro asintió
con la cabeza y se alejó por el pasillo hasta el baño más
cercano a la puerta de salida del hospital. Se cambió de
nuevo y se puso su ropa: unos pantalones tejanos
bastante viejos y gastados, un polo negro que le había
regalado Mariona hace poco por su cumpleaños y unos
zapatos bastante cómodos con los que solía ir a todas
partes. La ropa que llevaba ahora comparada con la
ropa de enfermero le dejaba más tranquilo, volvía a ser
él mismo. Salió del baño y caminó hacía la puerta de
salida.
— ¡Ahí está! –gritó una voz detrás suyo. Se giró
rápidamente y vio a los policías del hospital corriendo
hacía su dirección. Por instinto propio, empezó a correr
hacia el exterior del centro. Siguió corriendo hasta
llegar a la esquina dos manzanas más allá del hospital,
en ese momento ya los había despistado y podía ir más
tranquilo, pero no quería correr ningún riesgo. Una vez
que ya estaba a salvo pensó porque lo perseguían esos
policías: ¿Por entrar en su sala de vigilancia, por haber
huido sin que ningún médico le hubiese dado el alta o
porque sencillamente esa gente también era de la
mafia que había secuestrado a Mariona? Había muchas
razones por la que alguien querría perseguir a Álvaro…
Al volver a su apartamento, encontró un sobre en la
puerta de entrada. Lo cogió rápidamente y fue al sofá
a ver su contenido. Había un boceto de un dibujo, una
calavera con un hacha clavada en el cráneo y un
agujero bastante grande alrededor de la herramienta.
Era un dibujo precioso; simple pero perfecto, algo
siniestro pero elegante. Junto con el dibujo había una
nota y rápidamente vio que era la letra de Mariona,
busco un mensaje secreto pero esta vez no hubo nada
más. Leyó nervioso el mensaje en el que ponía:
¿Reconoces este dibujo? Tal vez
te suene más si te digo que
alguien lo lleva tatuado.
Entonces recordó quién llevaba ese tatuaje, Bernabé.
Bernabé era su exnovia, cortó con ella porque era muy
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celosa y controladora. Ella tenía ese tatuaje en el lado
derecho de la cintura. Lo había visto muchas veces y
ahora lo recordaba con mucha precisión. Debía idear
un plan para poder acercarse a Bernabé sin que nadie
supiera lo que estaba planeando. Tal vez fueran tres
casillas por delante, pero él era capaz de avanzar unas
cuantas casillas más en un solo turno que se había
hecho eterno.
Se fue al baño para ducharse y quitarse ese olor a
hospital que tanto odiaba porque le recordaba su
infancia, cuando tenía que pasarse días y días en el
hospital debido a los problemas de asma que había
heredado de su padre. Una vez terminó de ducharse
supo lo que tenía que hacer. Tenía que volver con la
mujer más celosa y controladora del mundo. Tenía que
volver con Bernabé para poder recuperar a la mujer
que amaba de verdad.
Álvaro se sentó en el sofá mirando el teléfono que
estaba encima de la mesa. Así se quedó unas dos horas.
No se decidía, debía llamar a Bernabé. Pero ¿Qué
pasaba si volvía con ella? ¿Ya nunca más volvería a ver
a su amada? Él no podía hacer eso, no podía soportar
la idea de no volver a sentir sus manos suaves
acariciándole, de no volver a ver o escuchar su voz de
la cual se enamoró perdidamente. Llegó a la conclusión
de que si quería salvar a Mariona debía llamar a su
exnovia y volver con ella a pesar de que estuviera loca.
Cogió el teléfono y marcó su número. La llamada se
estaba haciendo eterna, hasta que oyó:
— ¿Sí, diga?
Esa voz femenina… Le resultaba familiar, demasiado,
hacía poco la había escuchado… pero ¿dónde?
— ¿Quién es?
De repente se alarmó y colgó el teléfono. Se había
acordado de quien era la voz. No podía ser verdad, era
la voz de Lourdes. Empezó a ponerse nervioso. Fue
rápidamente a su despacho, encendió su ordenador y
entró en la carpeta donde estaban todos los
expedientes de los habitantes de España. Fue
buscando por la letras MM hasta que encontró el
nombre de Bernabé Moreno Montoya. Lo abrió y
empezó a leer desde el año 1982, el año en que se
conocieron, todo lo que había hecho hasta que llegó al
final en el 2010. A partir de allí ya no se sabía nada más
sobre ella. Cuatro años hasta ese momento y no existía
ninguna pista más de esa mujer. Álvaro se extrañó
mucho. Volvió abrir la carpeta y esta vez buscó por las
letras MC el nombre de Lourdes Martínez Cobos. Su
expediente empezaba en el año 2010. Esta
coincidencia entre años era muy extraña y a su vez
sospechosa.
Volvió a repasar la última nota que le habían mandado.
Revisó el dibujo de la calavera con el hacha clavada en
el cráneo. Si, era igual al de Bernabé. Seguidamente
leyó la nota una y otra vez, pero no encontró nada.
Estaba seguro que si en la nota anterior había una pista
en esta era muy posible que hubiera otra. Mariona no
podía dejar escapar una nueva oportunidad para
desvelar una pista más. Cogió su lupa y volvió a leerla
unas cuatro más.
¿Reconoces este dibujo? Tal vez te
suene más si te digo que alguien lo
lleva tatuado.
Pudo observar que delante de algunas letras había un
punto. Era una clave. Reordenó en varios intentos
todas las letras que llevaban ese punto y finalmente
pudo formar la palabra “Lourdes”. ¡Era Ella! ¡Bernabé
14
y Lourdes eran la misma persona! Recordó que alguna
vez Mariona le había mencionado algo de un tatuaje en
la cintura de su compañera de trabajo, pero no le había
dado mucha importancia. Mariona era muy lista.
¿Cómo no pudieron darse cuenta sus secuestradores
que su rehén había dejado estas pistas en las notas?
Álvaro se acostó, su mente estaba agotada, llevaba
ocho horas seguidas sin descansar. No podía más. Se
tumbó en su cama, ladeó la cabeza mirando el sitio
vació que su novia ocupaba hasta su desaparición,
cerró los ojos y empezó a recordar los momentos más
bonitos, entrañables y divertidos vividos entre ellos
dos. La echaba de menos.
Al día siguiente, Álvaro se levantó pensativo y se
preparó un buen desayuno. No estaba nada cómodo en
su casa sabiendo que Lourdes tenía a Mariona. Salió de
casa y se dirigió hacia la cafetería, para poder encontrar
a la compañera de trabajo de Mariona que ahora se
había convertido en su secuestradora. Mientras hacía
su viaje, pensó en quién más podría estar relacionado
con el caso, pero teniendo en cuenta todo lo que le
había sucedido durante esos últimos días, las
posibilidades eran infinitas. Al fin llegó a la cafetería, y
allí encontró a Marc.
— Buenos días, ¿no está Lourdes?— Preguntó Álvaro
muy nervioso.
— Lo siento Álvaro, pero justo ayer dejó su trabajo,
nos comentó que le había surgido un puesto mejor en
un restaurante, no recuerdo dónde... ¿La estás
buscando? —preguntó el chico.
— Sí, era para darle una sorpresa —mintió Álvaro.
— Te lo comento porque ayer me dijo que
seguramente pasarías por aquí y te dejó esta carta para
ti, como hace tantos días que no vemos a Mariona...
¿Está bien? ¿Se ha mejorado de su gripe?
A Álvaro se le aceleró el corazón, pero notó que Marc
también estaba nervioso.
— Sí, parece que mejora, pero la ha dejado muy
débil... El médico le dijo que reposara unos días más.
Gracias Marc —lentamente cogió la carta y se despidió.
Se sentó en una silla de la cafetería, y la abrió
rápidamente, ¡pero en la carta no había nada!
Intrigado, se giró para llamar a Marc, ¡pero tampoco
estaba! Le había despistado para irse de la cafetería sin
que se diera cuenta. Álvaro se enfadó mucho, pero
intentó calmarse y pensar en su siguiente movimiento.
Al cabo de unos minutos recordó el mensaje secreto
que le escribió Mariona: «Estoy en un sitio
abandonado, en medio de un bosque descuidado cerca
de Seattle, no sé muy bien dónde. Oigo agua.»
Se puso a buscar en el móvil algún lugar de estas
características, no podía haber muchos. Seattle estaba
rodeado de bosques pero solo uno estaba cerca de una
cascada, Mariona podría estar allí. Disimulando su
descubrimiento, Álvaro salió de la cafetería, cogió su
motocicleta sin rumbo fijo, por si alguien lo seguía. No
tardó ni cinco minutos en notar que una moto de color
rojo le seguía. Aparcó su vehículo y vio como la
motocicleta roja también aparcaba a unos diez metros.
Sin pensárselo saltó con furia sobre el motorista que le
seguía. Álvaro se puso la mano en el bolsillo, sacó las
manillas que llevaba siempre encima, lo cogió por el
brazo sin que pudiese reaccionar y lo encadenó a una
farola. Y acto seguido le preguntó nervioso al
motorista:
— ¿Quién eres y por qué me estabas siguiendo?
En ese instante el motorista se iba a quitar el casco
15
cuando... Álvaro sintió un pinchazo en el brazo y una
intensa sensación de sueño, sólo tuvo tiempo de ver
como el motorista se quitaba las manillas y se iba
rápidamente antes de quedarse dormido. Se despertó
en el suelo de la calle, se levantó y se dirigió con su
moto, enfadadísimo, hacia el aeropuerto, destino a
Seattle. Destino a Mariona.
Cuando las sensaciones son tan agudas y la situación
tan extrema, el tiempo pasa a velocidad de vértigo y las
distancias se acortan. Álvaro llegó al aeropuerto del
Prat tan deprisa como pudo, y por un momento pensó
que debía aflojar la marcha, intentar no perder la
calma, acabaría por tener un accidente yendo a ésas
velocidades por la ciudad.
Sacó un billete a Seattle, que le dolió a su cartera
puesto que era de última hora, y embarcó. Estaba
agotado. Todo este caso… le estaba machacando. Y tan
solo pensaba en que todavía no le había pedido aún
que pasase el resto de su vida con él… Y ahora, ahora
no sabía si esa misma vida estaba tan en peligro que
eso no sería posible. Terminó por dormirse apoyado en
la ventanilla, con la firme idea de que al despertar,
Mariona estuviese a su lado y todo este embrollo
hubiese sido una horrible pesadilla.
Cuando llegó a Seattle, le vinieron a la memoria la
cantidad de recuerdos que tenía de aquella ciudad, el
principal de todos, que fue aquí donde la conoció. Y de
nuevo, ese nudo en el estómago que llevaba sintiendo
desde que la había perdido aquella tarde en la
cafetería. Se dirigió cogiendo un taxi al barrio al que se
había trasladado un tiempo atrás, dispuesto a
encontrar una pensión donde poder pasar los días que
fuese a estar allí, cosa que no sabía. Una vez hubo
ordenado las cuatro cosas que había puesto en el
equipaje, y dejando atrás el cartel del hotel… se puso a
buscar la cascada para ver si encontraba alguna pista
que le ayudara a dar a Lourdes. Después de un buen
rato halló cascada y se dio cuenta de que al lado de ella
había una casa. Intentó mirar si había alguien dentro.
Efectivamente allí estaba Lourdes con Mariona atada y
bien sujeta. A Álvaro se le iluminó la cara, volvía a ver a
su novia, tenía que rescatarla cuando antes. Cuánto la
había echado de menos.
De pronto, Álvaro notó la respiración de alguien justo
detrás suyo. Se quedó inmóvil y se giró lentamente, ¡le
habían descubierto! En ese momento, alguien le dio un
buen golpe que le dejó inconsciente. Cuando despertó
estaba atado a una silla y con la boca tapada. Delante
tenía a Lourdes y a Marc. ¡Los dos eran cómplices!
— Veo que te despiertas, ya tenías a tu novia
preocupada —dijo Marc señalándola con su dedo.
Mariona estaba a su derecha sentada y atada igual que
él. Tenía que pensar en un plan para poder escapar los
dos.
— Tendrás muchas preguntas, ¿no?, —dijo Lourdes—
te presento a mi novio Marc, él me ha ayudado con
muchísimas cosas.
— Tendrás que cumplir todo lo que te iremos pidiendo
para que finalmente nos des el tesoro, si aún no sabes
lo que es, ya lo sabrás dentro de unas semanas. No es
necesario que te preocupes por ella, nosotros la
cuidaremos mientras hagas lo correcto. Nadie quiere
que le ocurra alguna desgracia.
Lourdes se le acercó y le inyectó una sustancia, para
que Álvaro se volviera a dormir, pero antes de dormirse
oyó:
— Ah, por cierto, no vuelvas más por aquí o si no tu
novia morirá.
16
Cuando despertó, estaba en su casa, de vuelta a
Barcelona. … De algún modo que no entendía, alguien
le había traído de vuelta durante la noche, mientras él
estaba sedado… Se levantó y mientras desayunaba,
pensó en todo lo que le había dicho Lourdes el día
anterior. Álvaro tenía muchas preguntas en su cabeza.
¿Cuánto duraría esta pesadilla? ¿Cómo estaría Mariona
ahora mismo? ¿Qué le pedirían hacer? ¿Serán
crímenes? ¿Qué es este tesoro que tanto buscan y
necesitan? Por culpa de todos esos problemas no
estaba nada cómodo, no tenía hambre, estaba
inquieto.
Por un momento pensó otra cosa, un pensamiento
feliz, pensó que habría pasado si aquella noche
Mariona hubiera llegado a casa y él le hubiera pedido
el matrimonio. Con todos estos pensamientos, Álvaro
se puso a llorar. Fue en ese momento cuando llamaron
a la puerta de su apartamento. Transcurrieron unos
quince segundos desde que Álvaro se levantó del sillón
hasta que llegó al recibidor. Acto seguido, abrió la
puerta pero no vio a nadie. Fue entonces cuando se dio
cuenta de que había una pequeña caja de cartón con
un decorado espeluznante, la sacudió y notó que
dentro no había una nota, había un móvil de los que
tienen teclas multimedia. No sabía para qué era, pero
no tardó mucho en descubrirlo. Inmediatamente
empezó a sonar el teléfono, descolgó y una voz fría y
ronca empezó a hablar al otro lado de la línea:
— Dirígete al edificio que está en obras en la esquina
de Villarroel con Mallorca, allí te esperará uno de mis
hombres, él te dará las instrucciones.
Y la comunicación se cortó. Sin esperar un segundo
más, Álvaro fue corriendo a por su moto, se puso el
casco y arrancó. A los cinco minutos de salir se
encontró con un problema. Un camión se había
quedado atascado en una confluencia entre dos calles
y había formado una larga cola de vehículos. Decidió
tomar un atajo que conocía para no tener que esperar.
No tardó mucho. Cuando llegó, aparcó la moto encima
de la acera y al bajarse de la moto, vio que todo era
muy diferente. Cuando la gente pasaba a su lado le
miraban de un modo un tanto extraño. Pero quizás eso
sólo fuera una paranoia. Álvaro esperó y esperó, hasta
que un hombre alto y robusto se le acercó y le dijo:
— Ve tres calles más abajo. En el aparcamiento te
espera un todoterreno negro.
Sin decir más, ese misterioso hombre desapareció
entre la multitud. A Álvaro le sonaba mucho su cara,
pero no sabía exactamente de qué. Siguió sus órdenes
y se dirigió hacia el aparcamiento. Tardó unos dos
minutos, pero en el transcurso de ese tiempo se dio
17
cuenta de que llevaba algo en el bolsillo. No quiso saber
lo que era e hizo como si no lo tuviera.
Llegó al garaje indicado y allí estaba: un todoterreno de
grandes dimensiones, de color negro. Se acercó y una
de las puertas se abrió. Subió al coche y dentro estaban
Marc, Lourdes y otras dos personas.
Álvaro estaba muy nervioso y se sentía muy incómodo.
Fue entonces cuando Lourdes le dijo a Álvaro:
— No sé si ya habrás visto lo que llevas en el bolsillo,
pero cuando lleguemos, él te dirá para que sirve.
— ¿Quién es él? —preguntó Álvaro con una voz un
tanto temblorosa.
— No te hagas el tonto, ya lo sabes —respondió
Lourdes.
Entonces Álvaro notó un pinchazo en el cuello y de
nuevo la misma sensación de sueño que había sentido
pocas horas antes en Seattle, al momento, cayó
dormido en el asiento trasero del coche. Pasaron
minutos, o quizás horas, cuando Álvaro despertó.
Estaba en una habitación sin amueblar, donde
únicamente había una ventana. Al asomarse por el
cristal se quedó petrificado. Ya no estaba en Barcelona,
¡estaba en Londres! Otra vez había viajado sin saber
cómo…
No pasó mucho tiempo hasta que la puerta de la
habitación se abrió y entró una persona en la
habitación la cara del cuál le resultó familiar al
detective. Cinco segundos fueron el margen que tuvo
Álvaro para caer en la cuenta de quién era aquél
hombre. No se lo podía creer, ¡era su padre! Muy
sorprendido y al mismo tiempo asustado, dejó ir un
chillido que hizo temblar las paredes opresivas y
amenazadoras de aquel lugar completamente
desconocido para él. No tenía ni idea de dónde se
encontraba. Era una habitación muy pequeña, sin
ventanas, que provocaba una enorme sensación de
claustrofobia. Desgraciadamente, Álvaro no soportaba
los espacios pequeños. No era claustrofóbico.
Simplemente no le hacía mucha gracia la idea de no
tener ningún tipo de contacto visual con el exterior. Y
eso hizo alterar su comportamiento. Pero ahora
mismo, tenía otras cosas en las que pensar.
Su padre estaba aquí. Plantado delante de él y,
seguramente, esperando una reacción por su parte.
Álvaro no le veía desde que tuvo lugar el fatal
acontecimiento... hacía ya muchos años. Fue en
aquella misma ciudad, donde lo vio por última vez. Era
un frío día de invierno. Álvaro y sus padres estaban
pasando las vacaciones de Navidad allí, pero
desgraciadamente, de vuelta al hotel, el coche en el
que viajaban los tres tuvo un accidente. El siguiente
recuerdo que tiene el joven detective es ya el de su
madre al lado de la cama del hospital, fue ella quién le
contó que Mario, su padre, había perdido la vida en el
siniestro.
— ¡Papá! ¿Eres tú? —preguntó alteradísimo.
— Hijo... Siento mucho lo que te hice. —suspiró él.
— ¿Pero, c-c-co-cómo puede ser? —tartamudeó.
Estaba atónito.
— Verás, hay algo que debes saber, algo que te he
estado ocultando durante todos estos años. Algo por lo
que quizás nunca llegues a perdonarme, Álvaro –
respondió él, con aire arrepentido.
— Papá... No entiendo nada, estoy muy confuso. Te di
por muerto y ahora, de repente, apareces ante mí —
dijo con un hilo de voz.
18
— Álvaro, aquel día, yo no morí como todo el mundo
piensa. Pero no tuve elección. Tomé la decisión que me
pareció más acertada. Te voy a contar lo que ocurrió.
Aquellas vacaciones que pasamos aquí estaban
planeadas. Tú madre sabía que veníamos por una
misión que me habían encargado, pues mi oficio de
detective era solo una tapadera de mi verdadero
trabajo: siempre fui un espía. Y, desgraciadamente esa
misión tenía que ver contigo. ¿Recuerdas aquel frasco
que siendo un crío sacaste de mi maleta por error
cuando fuimos a visitar a los abuelos a La Coruña?
¿Aquel que te pedí que escondieses en tu lugar favorito
del planeta? Aquello era un antídoto contra una
enfermedad que está empezando a afectar a una
cantidad muy baja de personas en el mundo pero, la
previsión es que se extienda hasta causar una epidemia
que podría acabar con nuestra especie… Te lo pedí
porque al ser un crío imaginé que nunca darían contigo.
Pero así fue, después de aquello me llamaron de la
central para comunicarme que habían descubierto mi
intento por poner a salvo algo tan valioso como eso y
que no cayese en las manos equivocadas. Por eso fingí
el accidente y mi muerte, para poneros a salvo a tu
madre y a ti. Y esto es todo. Siento no haber podido
contártelo. Pero entiende que lo hice para protegerte
—terminó diciendo su padre.
— No puedo creerlo... Tanto tiempo pensando que
habías muerto y apareces ahora hablándome de un
tesoro, que resulta ser la cura a una enfermad y… Me
cuesta entenderlo, soy incapaz de atar todos los cabos.
¿Qué tiene que ver todo esto con Mariona, Lourdes y
Marc? ¿Por qué me han traicionado? ¿Qué tienes tú
que ver con ellos? ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Qué
hacemos los dos encerrados en este lugar? Y papá... Te
he echado de menos —añadió después de una larga
pausa en la que su padre le miraba expectante.
— Yo también, hijo, ojalá pudiera haberte visto crecer
durante todos estos años —avanzó hacia Álvaro y lo
abrazó fuerte—. Pero ahora debemos concentrarnos.
En los últimos meses empecé a sospechar que me
seguían y, finalmente, Lourdes y Marc, que llevaban
tiempo controlando mis movimientos, me
secuestraron. No sé cómo han podido averiguar dónde
estaba pero ya no hay marcha atrás. Quieren el tesoro.
Y Mariona seguramente forme parte de su mafia. Les
he dicho que tú tenías información acerca de él, para
que me dejaran hablar contigo. Necesito tu ayuda para
crear un plan. Un buen plan. Tenemos que ser más
listos que ellos, Álvaro. ¿Estás dispuesto a ayudarme?
—le preguntó clavando sus ojos en él, esperando la
respuesta que quería escuchar.
— Necesito que me des más detalles sobre el tema,
pero claro que te ayudaré, papá. No te voy a dejar solo
en esto. Me niego a perderte de nuevo.
— Bien hijo, primero de todo tenemos que salir de
aquí. No será muy difícil ya que, aparte de Lourdes y
Marc, solo hay un par de matones en la puerta
principal. Iremos por el conducto del aire
acondicionado hasta el salón, una vez allí iremos con
cuidado de que no nos vea nadie hasta la puerta
trasera donde tienen aparcados unos coches.
— ¿Y qué hacemos con Mariona? ¡No pienso irme sin
ella! ¡He venido hasta aquí para llevármela, no para
dejarla con esas personas! ¡Podrían matarla!
— No lo entiendes hijo, esto no es un asunto personal,
esto es un asunto muy gordo. Esta banda tiene ojos y
orejas en todos sitios, tenemos que andar con mucho
cuidado y pasar desapercibidos, solo así lograremos
poner a salvo el tesoro. Mariona no termina de ser
trigo limpio, y a pesar de que sé que la quieres, si nos
la lleváramos solo conseguiría ralentizarnos y poner en
19
peligro esta misión o algo peor, si formase parte de su
grupo, estaríamos revelándole información que puede
volverse en nuestra contra.— dijo el padre de Álvaro
esperando a que este contestara.
— Te prometo que si resolvemos todo este embrollo,
y ella no está al final del camino, volveremos a buscarla.
— Está bien…Tendré que fiarme de ti, aunque desde
hace unos días ya no me fio ni de mí mismo —dijo
Álvaro triste y resignado por las palabras de su padre.
Una vez en el salón de la casa, habiendo pasado por el
conducto del aire acondicionado, fueron en silencio
hasta uno de los coches pero justo cuando se disponían
a arrancarlo oyeron unos gritos que provenían de la
casa.
— ¡Rápido Álvaro, arranca! ¡Arranca, vamos!— gritó
su padre muy nervioso, mirando las personas que se
acercaban y oyendo los disparos provenientes de sus
pistolas y ametralladoras.
Álvaro consiguió arrancar justo cuando las personas
que corrían hacia ellos se les echaban encima.
— ¿Qué hacemos ahora? —le preguntó Álvaro a su
padre cuando ya estaban bastante lejos.
— Te seré sincero, hijo… No podemos confiar en
nadie, esa mafia tiene personas infiltradas por todas
partes. Es muy importante que hallemos el antídoto y
solo tú sabes dónde se encuentra… —esas últimas
palabras las dijo en un tono extraño.
Las fichas ya estaban echadas sobre el tablero y se
movían continuamente, no paraban ni un instante,
todas querían ganar la partida. Álvaro y su padre por
un lado y la mafia en la que pertenecían Marc y
Lourdes, por otro. Todos querían llegar hasta el final,
llegar al misterioso tesoro.
Tras la huida, Álvaro y su padre se hospedaron en un
motel, en medio de la autopista A13. La recepcionista
que les atendió hablaba muy rápido y en un tono
nervioso. No les miraba a los ojos, tenía la vista fija
hacia el suelo. Algo que les extrañó pero no tenían
demasiadas opciones.
La habitación en la que pasaron los siguientes días era
bastante pequeña: tenía dos camas estrechas a cada
lado de la habitación, con una pequeña mesita de
noche en medio. Tenía una ventana pequeña a un lado
de la habitación y en el otro lado había una puerta de
madera que daba a un pequeño baño con un váter y
una estrecha ducha. Delante de las dos camas, una
alfombra bastante desgastada y con pequeños
agujeros y en un extremo, una pequeña mesa que
sostenía un televisor antiguo, donde el único canal que
se emitía era uno monotemático de cocina.
Pasados unos días y sentados cada uno en su cama,
Álvaro le preguntó a su padre:
— ¿No te has fijado en cómo nos mira la gente, sobre
todo las personas mayores? ¡Parece que nos miran
como si fuéramos unos delincuentes que se hubieran
escapado de la cárcel!— dijo Álvaro, riéndose y
esperando que su padre le contestara con algún
comentario cómico.
— Hijo… La verdad es que no he sido del todo sincero
contigo… No vas mal encaminado en tu reflexión sobre
cómo nos mira la gente…— dijo el padre de Álvaro en
un tono muy serio.
— No te entiendo papá…— dijo Álvaro preocupado.
— Verás, Marc y Lourdes pudieron dar conmigo
gracias a los carteles de búsqueda y captura que hay
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casi a nivel internacional por todas partes con mi foto…
Pensé que, un buen lugar para ocultar mi identidad
verdadera y permanecer a salvo era en… en prisión. Así
que me declaré culpable de un caso de asesinato con
arma blanca en las calles de Londres que no había
cometido y conseguí entrar en la cárcel… Pero me
escapé justo para encontrarte antes de dieran conmigo
los dos compañeros del trabajo de tu novia… No tenía
otra opción. A pesar de todo, me alegro mucho de estar
contigo.
Álvaro se pasó toda la noche dándole vueltas a las
nuevas confesiones de su padre. Sin poder dormir. No
podía conciliar el sueño sabiendo que su padre era un
supuesto delincuente. ¿Y si los encontraban y al verlo
con él, lo metían a él también en la cárcel? No podía
dejar que pasara eso, necesitaba salvar a Mariona,
necesitaba a su chica con él de nuevo.
Ya estaba amaneciendo cuando se escucharon unos
golpes en la puerta de la habitación, Álvaro se levantó
lentamente para no hacer ruido, se acercó
sigilosamente a la mirilla y se puso nervioso al ver lo
que había al otro lado de ésta. Fue rápidamente a la
cama de su padre y lo movió para que se despertara,
pero no reaccionaba.
— ¡Papá, papá, despierta por favor, hay un policía en
la puerta!— le susurró nervioso a su padre mientras lo
movía.
Su padre seguía sin reaccionar, mientras el policía
seguía dando insistentes golpes en la puerta.
— ¡Papá, despierta, te lo suplico!— le dijo nervioso
Álvaro.
Este al darse cuenta que su padre no reaccionaba
empezó a pensar lo peor, ¿y si estaba muerto? Su
padre no es que fuera muy joven, tenía ya 65 años, y
podría ser que tuviera alguna enfermedad, cosa que
Álvaro no sabía ya que había pasado toda su vida
pensando que él había muerto en un accidente. Para
estar seguros, le tomó el pulso. Nada, no sintió nada.
Volvió a tomárselo por si lo había hecho mal, pero de
nuevo nada. No sabía qué hacer, él que había creído
que su padre estaba muerto desde hacía años y que
había descubierto lo errado que estaba hacía pocos
días… Y ahora había fallecido sin más.
Sus ojos se llenaron de lágrimas pero se negaba a
soltarlas. Finalmente, su instinto lo llevó a abrir la
puerta para pedir ayuda, pero no recordaba que fuera
había un policía esperando desde hacía ya media hora.
— Hola buenos días, siento molestarle a las siete de la
mañana, señor. Pero tengo una orden judicial para
registrar esta habitación ya que se sospecha que aquí
está hospedado un hombre que se escapó de la cárcel
hace unos meses. ¿Le importaría dejarme pasar?— le
dijo el policía.
Seguía aguantando las lágrimas que amenazaban con
salir. Su respiración era irregular, cualquier persona se
hubiera dado cuenta que estaba llorando si no fuera
21
porque él sabía cómo hacerlo de manera silenciosa y
disimulada. Finalmente se armó de valor y miró al
policía a los ojos mientras susurraba:
— Está muerto…
Fue en ese momento que Álvaro dejó escapar todo el
aire que había acumulado durante todo el tiempo y
empezó a llorar, no podía aguantarlo más. Primero, el
secuestro de su novia, después descubre que su padre
está vivo, y ahora, él está en esa habitación, muerto. Su
vida había cambiado demasiado en muy poco tiempo,
y eso lo había superado. Diez minutos después de que
el policía llamara a una ambulancia, los médicos
aparecieron con una camilla para llevarse el cuerpo de
su padre.
— ¿Se sabe ya la causa de su muerte? —preguntó
finalmente Álvaro, al cabo de unos minutos, con la voz
rota por culpa del llanto.
— Sí, señor. Su padre se ha suicidado. Parece ser que
se ha tomado una cantidad de neurolépticos mayor
que la que le recetó su médico y su cuerpo no ha
podido soportarlo —le contestó el último enfermero
que se había quedado recogiendo el material utilizado
para examinarlo. Dicho eso, el sanitario cerró la puerta
y se fue, dejándolo solo, sin nadie en quien confiar y sin
nadie que lo ayudase a salvar a Mariona.
Entonces incapaz de pensar, decidió irse a dormir,
imaginando que cuando despertara su padre volvería a
estar con él. Despertó siete horas después, cerca de las
dos y media del mediodía y pensó en salir a la calle para
distraerse un poco después de todo lo sucedido pocas
horas antes. Pero justo cuando se levantó echó una
mirada a la cama en la cual había estado el cuerpo de
su padre y se dio cuenta que algo sobresalía…
Tenía la esperanza de que fuera una nota con alguna
pista para poder rescatar a su amada, pero no fue así.
Simplemente era un papel en el que ponía:
¿Cómo te sientes ahora sin nadie a tu
lado? Puede que tu padre en
realidad no se suicidase y nosotros
participáramos en su muerte. Ya
sabes de lo que somos capaces, danos
lo el tesoro y te dejaremos en paz.
Álvaro empezaba a entrar en cólera, le estaban
arruinando la vida, le habían quitado a dos de las
personas más importantes para él y sabía que tenía que
actuar de inmediato. Primero de todo necesitaba
aclarar sus ideas, reunir toda la información que había
obtenido y utilizarla de la mejor manera, pero faltaba
la parte más importante, recordar el lugar donde con
apenas cinco años escondió aquello tan deseado por
los excompañeros psicópatas de Mariona.
Fue hasta la calle. Para poder respirar aire fresco y que
se le ocurriera algún plan. Nada. No conseguía obtener
ninguna respuesta, pero tenía muchas, demasiadas
preguntas. Decidió mirar en su bolsillo, para ver qué
era lo que llevaba en él. Una llave. Eso era, una simple
llave que llevaba grabadas a su alrededor unas
iniciales: J.H. Eran las iniciales de su padre, Jorge
Herrero, eso estaba claro, la llave le pertenecía. Pero,
¿por qué su padre solo y no las iniciales de los otros
cuatro investigadores?
Otra pregunta se añadió a la lista que parecía
interminable de las otras cuestiones que no sabía
resolver. Sentía vergüenza por una parte, él era
investigador, esto para él debía ser familiar, pero era
un asunto personal y eso lo complicaba todo. Por otra
parte, se sentía confundido ya que pensaba que igual
22
esto nunca terminaría o lo haría de una manera que no
quería ni imaginarse. Pero debía dejar de pensar en
qué sentía él, la realidad era otra: centrarse en
encontrar un plan. No podía volver a Seattle porque si
no matarían a Mariona y conociendo a los
secuestradores, en estos momentos puede que
Mariona estuviese en la otra punta del mundo o a cinco
minutos de donde se hallaba él. No terminaba de
entender la forma de pensar de estos individuos. Solo
comprendía que al principio de todo este embrollo lo
tenían todo muy controlado, pero ahora cada vez se les
torcían más las cosas. No podía ser que esta “búsqueda
del tesoro” durase tanto tiempo. Y no comprendía
como podían vigilarlo a todas horas, tenía que llamar a
un detective o a la policía, pero sospechaba que gente
de allí estuvieran también de su parte.
Empezaba a atar cabos. Eso le daba un mínimo de
satisfacción, pero sabía que aún le quedaba mucho
trabajo si quería terminar esto de la mejor forma
posible. Empezó a pensar que tenía que encontrar a
alguien de confianza, alguien que no le iba a fallar.
Siguió razonando sobre con quién podía y debía
contactar, ya que tenía que ser una persona de su total
confianza y que supiera a lo que se tenía que enfrentar.
Fue en ese momento cuando al joven detective le
vinieron tres nombres a la cabeza. El primero, era
Alfonso Gutiérrez, un exnovio de su madre, que
también se dedicaba a la misma profesión. Hacía varios
meses que no se veían, desde el verano pasado cuando
rompió con su madre. Alfonso siempre le había
ayudado mucho, pero pensó que no era buena idea ya
que si algún día su madre se enteraba de todo lo que le
estaba pasando se enfadaría; y lo último que quería en
el mundo era tener aún más conflictos. El segundo era
Antonio Pérez, un viejo amigo de la infancia y juventud.
Se dedicaba a la construcción y ahora mismo andaba
muy liado, por otra parte acababa de ser padre y pensó
que quizás no aceptaría jugarse la vida en ese justo
momento. Y el tercero y último era Abel Irrubunyusky
que empezaba a ser la opción más clara. Los otros dos
o bien tenían cosas que hacer o no eran la opción más
coherente. Abel era una persona de unos treinta y
cinco años, vivía en el País Vasco y ahora estaba sin
trabajo por causa de esta maldita crisis económica.
Sin pensárselo, Álvaro busco una cabina de teléfono
para poder hablar tranquilamente con Abel. Miró a su
alrededor por si alguien le había seguido y como no vio
nada extraño. Insertó la moneda y le llamó.
— ¿Hola? —dijo Abel.
— Hola Abel, soy Álvaro. Te estoy llamando desde
Londres, te necesito… Estoy en un gran problema
donde están en juego mi vida y las de otras personas —
dijo Álvaro con un tono muy serio y preocupado.
— ¡Va hombre, Álvaro, no te lo crees ni tú, esa broma
ya me la habían hecho antes!— exclamó Abel.
— ¡Te lo prometo Abel, me estoy volviendo loco con
notitas para arriba notitas para abajo, ayúdame! —dijo
Álvaro, histérico.
— Entonces, ¿lo dices en serio? —pronunció Abel,
arrepintiéndose de su primera reacción— ¿Álvaro?
¿Estás ahí? —dijo Abel, sin respuesta alguna.
— Métete en tus asuntos si no quieres acabar como tu
amiguito Álvaro —dijo un hombre desde la cabina
telefónica, hablando por Álvaro y terminando la
llamada.
Pi, pi, piiiiiiii…
— ¿Qué pasa?... ¿Dónde estoy?... y ¿Quiénes sois
23
vosotros?...
Abel se quedó con el teléfono en la mano durante unos
minutos y luego reaccionó. Lo poco que le había
empezado a contar Álvaro debía de ser más grave de lo
que él había pensado en un primer momento. Y esa voz
desconocida que le había advertido que se metiera en
sus asuntos sino quería acabar como su amigo, no se la
podía quitar de la cabeza. No era ninguna broma como
él había pensado en un principio. Y ese modo en que se
había cortado la comunicación no le hacía pensar en
nada bueno. Así pues, recurrió a los conocimientos
adquiridos durante sus estudios y sus trabajos en
diferentes empresas y países como técnico informático
y se puso manos a la obra. Su única pista era esa
extraña llamada de su amigo desde Londres. Siguiendo
esa única pista sólo se le ocurrió intentar rastrear la
llamada. Se conectó al ordenador, accedió al
localizador de llamadas a escala mundial, se centró en
la ciudad de Londres y a los pocos minutos un círculo
de color rojo parpadeaba en medio de la pantalla. La
llamada de Álvaro se había realizado desde una cabina
telefónica situada en Trafalgar Square.
— ¿Qué hacía Álvaro en Londres?, y ¿qué era lo que
me había dicho? — pensaba en voz alta. Pues nada, no
le había podido dar ninguna información. Que habría
querido decir con eso de tanta notita para arriba, notita
para abajo. Abel recordaba el tono de apuro de su
amigo durante la breve conversación que mantuvieron
y lo que Álvaro le había pedido era su ayuda. Y eso era
lo que iba a hacer, estaba decidido a recorrer todo
Londres si era necesario para poder encontrar a su
amigo.
Con Álvaro había vivido momentos inolvidables en sus
años de adolescencia. Fue él quien le presentó a su
primer y único amor, Raquel. Con Raquel ya llevaba
viviendo su historia de amor más de 15 años y la quería
tanto o más que el primer día. Y mientras pensaba en
ella, le dejó una nota para que no se preocupara y con
paso decidido se dirigió hacia el hangar.
Abel era un apasionado de los aviones y los
helicópteros, así que cuando tuvo ahorrado el dinero
necesario para comprarse un helicóptero, lo hizo. Y no
sólo eso, construyó un hangar en unos terrenos
cercanos a su casa y se sacó el carnet de piloto. Tenía
la suerte de que Raquel compartía con él esa misma
afición por volar. Abel subió a su precioso helicóptero
y se dirigió hacia Londres.
Aterrizó directamente en Trafalgar Square, no había
tiempo que perder. En esa plaza había cuatro cabinas
telefónicas pero sólo una tenía el teléfono arrancado.
Abel entró en ella, pasó su detector calórico y pudo
verificar que Álvaro había estado allí. Pudo detectar
también la presencia del otro individuo y un rastro que
lo llevó a enfocar el suelo. Tirada en el suelo había una
tarjeta con un nombre y una dirección de Londres.
Como no tenía ninguna pista mejor, subió a un taxi y
pidió que le llevara lo más rápido posible al número 15
de Berwich Street.
El taxi avanzaba más lentamente de lo que él hubiese
querido, pues había mucho tráfico. Se adentraron en el
barrio del Soho, el taxi giró por una estrecha calle poco
iluminada y se detuvo frente a una pequeña casa. Sin
pensárselo dos veces, Abel se acercó a la casa y la
rodeó. El detector calórico sólo captó la presencia de
un individuo. Deseó con todas sus fuerzas que fuera
Álvaro y con mucho sigilo se aproximó a una ventana
lateral de la casa donde el detector señalaba la
presencia de alguien. Con mucho cuidado miró a través
de la ventana y vio a su amigo. Estaba amordazado y
sentado en una silla con las manos atadas a la espalda.
24
No se veía a nadie más en el interior de la casa, así que
Abel picó con los nudillos a la ventana. Álvaro giró la
cabeza hacía la ventana y pudo ver a Abel. Su expresión
era de incredulidad. Abel no perdió el tiempo y con un
fuerte codazo rompió el cristal de la ventana y entró en
la casa. Le destapó la boca a Álvaro y lo desató mientras
le ayudaba a levantarse de la silla y le decía una y otra
vez:
— ¡Venga, hay que salir de aquí!
Salieron los dos a través de la ventana y empezaron a
correr calle abajo. Al cabo de un rato, ya sin aliento,
decidieron parar un taxi que los llevó de vuelta a
Trafalgar Square. Allí subieron al helicóptero y pusieron
rumbo a Barcelona.
Durante el trayecto Álvaro le agradeció mil veces a Abel
que se hubiese tomado en serio su llamada y hubiera
ido a rescatarlo. Y poco a poco también le pudo
explicar todo lo que le había ocurrido. Abel,
boquiabierto iba escuchando todo lo que le contaba su
amigo y decidió que se quedaría unos días en Barcelona
con él para seguir buscando a Mariona.
Al poco de despegar, se dieron cuenta de que el motor
del helicóptero tenía dificultades para seguir
funcionado, comenzó a hacer ruidos un tanto
preocupantes, y de pronto, de una de las hélices de la
parte trasera del aparato dejó de funcionar. No tardó
en aparecer una nube gris y muy espesa que poco a
poco formó en el cielo una columna de aire que se
extendía a medida que el helicóptero descendía
metros y más metros…
Al despertar, no sabían dónde estaban… Era un cuarto
oscuro, sin ventanas, sin nada, solo una pequeña
linterna. Al encenderla, vieron una pequeña caja en un
rincón. Asustado, Álvaro se acercó, tenía miedo, no
sabía lo que estaba ocurriendo, no entendía porque
estaba pasando esto…
— ¿Por qué a mí? —se preguntó, con los dedos
temblorosos mientras sostenía la caja.
— No te preocupes, encontraremos las respuestas de
todo, yo estoy contigo, no te dejaré solo —le respondió
Abel mientras se acercaba por detrás.
Álvaro, sostuvo con fuerza la caja entre sus manos.
Ahora solo tenía que abrirla para averiguar si dentro
había alguna pista. Él estaba demasiado nervioso, así
que le dio la caja a Abel. Al abrirla, pudieron leer:
Si no lográis salir de esta habitación
en menos de media hora, moriréis.
No se lo podían creer, iban a morir si no lograban salir.
De inmediato, fueron directos hacia la puerta de la
habitación, estaba cerrada, no se podía abrir. Álvaro,
vio un reloj tirado en el suelo. Estaba en cuenta atrás.
No tenían la llave de la puerta, no podían salir. Abel
25
recordó que en su bolsillo tenía algo puntiagudo, pero
descubrió que se lo habían quitado Lourdes y Marc al
no ver el objeto. No les quedaba otra opción de buscar
la llave en la tenebrosa habitación. Solo les quedaban
diez minutos, y seguían sin encontrarla. Álvaro se
estaba poniendo cada vez más nervioso y, al fin, la
encontraron… ¡Encontraron la llave entre la oscuridad!
Abel corrió lo más rápido que pudo a abrir la puerta, y
al abrirla, el reloj se paró. ¡Estaban a salvo! De
momento.
Justo en la abertura de la puerta encontraron una
nueva carta pero al estar todo tan oscuro era imposible
distinguir qué ponía así que decidieron salir fuera de la
casa. Estaban en una especie de desierto, no había
nada, ni árboles, ni casas, ni personas… Estaban solos.
Abrieron la carta, y pudieron leer:
Veo que habéis podido escapar de la
habitación… Pero a ver si podéis
ganar esta vez.
Tenéis 24 horas para llegar a Irlanda, si no, alguien
sufrirá las consecuencias.
Álvaro y Abel no se lo podían creer, ¿debían atravesar
todo el desierto y después llegar a Irlanda? Al empezar
a andar, distinguieron una persona a lo lejos. No
estaban seguros, pero corrieron para intentar llegar a
ella, y justo cuando les quedaban un par de metros,
desapareció. Llevaban horas y horas andando por el
inmenso desierto, sin agua ni comida… No podían
aguantar más el insoportable calor… Así que decidieron
parar a descansar. A Álvaro, le sonó el teléfono.
Rápidamente se cuestionó si podía haber cobertura en
ese lugar y tras treinta segundos decidió contestar pero
cuando descolgó, no se escuchaba a nadie. Siguió
esperando, a ver si alguien respondía, y oyó:
— Andad 50 metros hacia el norte, allá encontraréis
una furgoneta negra, subid.
Al llegar al vehículo, vieron que les estaban esperando
Lourdes y Marc.
— ¿Por qué no nos escapamos de ellos? Si nos
subimos a la furgoneta, no sabremos a donde nos
llevaran…— le dijo Abel a Álvaro.
— Tienes razón, demos media vuelta…— respondió
Álvaro.
Cuando estaban andando hacia el otro sentido, Abel se
dio cuenta de que alguien les seguía, era Marc.
Empezaron a correr, pero Marc consiguió atraparlos, y
los durmió. Álvaro despertó en su apartamento, pero
no vio a Abel por ninguna parte. Volvía a estar solo. No
se lo podía creer.
— ¿Por qué habrán cogido a Abel, y a mí me han
vuelto a dejar en Barcelona?— se preguntó a sí mismo
No entendía nada. Estaba como en el principio, o aún
peor, sin pistas, solo, y ahora no sabía ni dónde poder
encontrar a Mariona. Se sentía demasiado cansado
para seguir buscando pistas, así que decidió irse a
dormir para retomar fuerzas. Al despertarse, se tomó
una taza caliente de té e ideó otra estrategia para
intentar recuperar a su querida Mariona.
Salió a la calle, para despejarse, y se cruzó con un
individuo que se limitó a entregarle un sobre.
Desanimado, se sentó en el primer banco que encontró
y leyó:
26
Para encontrar a Mariona, debes
encontrar a Guillermo Rius, él te
guiará a la siguiente pista.
Álvaro se quedó sorprendido, pensaba que estaba ya
ante la solución del caso. No tenía a nadie en quien
confiar, ya que también habían hecho desaparecer a
Abel. Tenía que encontrar a Guillermo lo antes posible,
sin perder ni un minuto más. A Álvaro, ya le sonaba de
algo ese nombre, y cogió rápidamente su moto, y fue a
comisaría. Allí pregunto por Guillermo Rius, y le dijeron
que era un hombre que trabajaba en un bar, cerca de
la avenida Madrid.
No estaba muy lejos de su casa, así que decidió ir
andando, para que nadie sospechara de él. Al llegar al
bar, se sentó en una mesa libre, y pidió un cappuccino
disimulando sus nervios. El camarero, le trajo la bebida
con una carta. Álvaro, sospechó que era Guillermo,
pero no estaba muy seguro. Al abrir la carta, encontró
una nota que ponía:
Al bajar al aparcamiento, localiza
un todoterreno rojo. ¡Suerte!
Encontró el todoterreno rojo aparcado en la plaza 23
del parking. Vio que las llaves estaban puestas y había
un GPS con una dirección seleccionada a la cual
entendió que tenía que dirigirse. Al coger el coche olió
un olor similar a la colonia que su novia se ponía cada
vez que iban a una celebración. Mientras estaba
conduciendo se encontró en la guantera unas llaves
sospechosas.
Al ir por las curvas de Collserola, se dio cuenta que
alguien lo estaba siguiendo. Álvaro decidió iniciar una
especie de carrera con el peligro que comportaba un
exceso de velocidad en ese tipo de carretera. Al llegar
a la cima de la sierra divisó una Barcelona sublime,
increíblemente bonita, era como un destello entre la
oscuridad de ese día lluvioso. ¡Simplemente
impresionante! Se veían todos y cada uno de los
monumentos de la ciudad.
Tras centrarse nuevamente, se dio cuenta que estaba
cercano a la perrera municipal y pensó que podía
despistar al coche yendo por ahí. Al desviarse por el
camino de tierra, vio como los faros delanteros del
coche verde oscuro que le seguía se desvanecían entre
los aullidos de los perros. Y siguió las señales del GPS
hasta una cabaña que parecía abandonada en las
proximidades de Sant Cugat.
Al llegar comprobó que una de las dos llaves servía para
abrir la verja y la otra pensó que era para abrir la casa.
Y así fue, al entrar en la casa vio que, en la habitación
27
de matrimonio, había colgadas en el armario prendas
de Mariona. La nevera estaba llena y en la cocina había
una nota que ponía:
Espera noticias nuestras.
Al ver esa cama gigante sólo pensó en dormir y al día
siguiente se despertó, se preparó un buen desayuno
con lo que había en la nevera y decidió salir a disfrutar
del paisaje. Pero cuál fue su sorpresa cuando vio que
el todoterreno no estaba y en su lugar había un
deportivo azul sin matrícula. Ya nada le extrañaba y se
puso en marcha para averiguar qué secretos tenía
preparados en el coche que le habían dejado. El
deportivo tenía las llaves puestas y otro GPS con
dirección seleccionada igualito al del todoterreno.
También comprobó que en el asiento de copiloto había
unos billetes de avión con dirección a París para ese
mismo día, y una reserva del hotel Ritz. Sin pensarlo,
arrancó el coche y se dirigió al aeropuerto para coger
ese avión.
Al llegar a la capital francesa cogió un taxi y se dirigió al
lujoso hotel situado en la Place Vendôme. Subió a la
habitación para ducharse y descansar un poco. Y al
encender la televisión, sonó el teléfono. Lo descolgó y
oyó una voz que dijo:
— Baje al Hall y diríjase a la entrada del bar.
No le dio tiempo a hablar y siguió las instrucciones al
pie de la letra. Al entrar en el bar, vio en la barra a una
mujer que, por detrás, se parecía a Mariona. ¿Podría
ser ella? ¿Ya había acabado esa pesadilla? Le cogió del
hombro y le dijo:
— Mariona, cariño, ¿Eres tú?
Esa mujer que parecía ser su novia se giró y entonces
Álvaro se dio cuenta de que efectivamente era ella.
Pero antes de que pudiera lanzarse a sus brazos ella le
dijo:
— Lo siento.
Y antes de que él pudiera reaccionar cayó desplomado.
Acababa de recibir un fuerte golpe en la cabeza.
Todo estaba oscuro. Álvaro se acababa de despertar
pero no sabía cuánto tiempo había estado
inconsciente. Antes de hacer alguna locura, decidió no
entrar en pánico y empezar a pensar como un
auténtico policía, primero debía pensar dónde estaba.
Podía escuchar el ruido de los coches y notó que se
movía así que dedujo que estaba dentro de un coche.
No oía a nadie hablar, lo único que escuchaba era el
silencio. Llevaba puesta una especie de bolsa en la
cabeza y estaba atado de pies y manos, tumbado en
posición fetal. Pensó que debía estar dentro del
maletero del coche. ¿Por qué Mariona le había dicho
eso? ¿Qué estaba haciendo en el bar ella sola? ¿Por
qué en Francia? Preguntas, preguntas y más preguntas
que no tenían ninguna respuesta.
Fue entonces cuando pudo ver algo de luz a través de
la bolsa que llevaba y notó cómo dos hombres lo
sacaban del coche sin tener el más mínimo cuidado. Le
desataron los pies y lo agarraron con fuerza por los
brazos, pero sin quitarle la bolsa de la cabeza.
Estuvieron andando una media hora, más o menos,
mientras los matones le empujaban sin consideración
alguna. Finalmente llegaron a un lugar bastante frío
donde le obligaron a sentarse en una silla y le volvieron
a atar los pies. En seguida escuchó como se cerró una
puerta que debía ser de metal y después le quitaron la
bolsa de la cabeza.
28
Por fin Álvaro pudo ver las caras de no dos, sino tres
hombres. Dos delante de él apuntándole con pistolas,
una nueve milímetros y una Glock 18. Uno era rubio
pero no tenía mucho pelo, de unos cuarenta años y con
una cicatriz muy fea en la frente. Y su compañero era
completamente calvo, pero tenía un poco de barba, y
unos ojos negros. El otro hombre estaba bastante más
apartado con Mariona a su lado. Tenía mucho pelo,
bastante largo y rubio y, no tenía el aspecto de ser
español, al igual que los otros tres. Parecían ser de
algún país del este de Europa.
Todo era bastante extraño. Mariona no estaba atada ni
la estaban agarrando ni nada. No. Estaba allí de pie,
como si fuera uno de ellos. Su princesa, la persona a la
que más quería estaba allí frente a él tan guapa como
siempre. Pero no podía ir a abrazarla, no podía ir a
besarla.
De repente, Álvaro dejó de pensar ya que le dieron un
gran golpe en el estómago y lo más raro fue que los tres
hombres y su novia empezaros a reírse. No entendía
nada, ¿qué estaba pasando? Entonces uno de ellos
empezó a hablar:
— Te has acercado demasiado por eso hemos
decidido cambiar los planes —y todos volvieron a reír
a carcajadas.
— Pero, no lo entiendo –dijo Álvaro—. ¿Qué está
pasando? ¿Cómo que me he acercado? ¿Acercado a
qué?— no lograba entender la situación.
— Tienes preguntas, lo sé. Es a lo que te dedicas, a
hacer preguntas y a sacar conclusiones. Pero ahora
somos nosotros los que hacemos las preguntas —dijo
el calvo—. Mira, ya nos has visto las caras y conoces a
la mujer del grupo así que supongo que debes saber
que vas a morir. A no ser, claro está, que nos des de
una vez lo que te pedimos.
Álvaro estaba asimilando todo lo que ocurría cuando
recibió otro golpe en la nuca, no lo suficientemente
fuerte como para dejarle inconsciente, pero si lo
suficientemente fuerte como para hacer que la silla se
cayera al suelo. Cuando logró levantar la cabeza del
suelo vio a quien menos esperaba en ese momento. Sí,
eran ellos, Lourdes y Marc. Finalmente consiguió
articular unas pocas palabras:
— ¿Qué está pasando? No lo entiendo Mariona. ¿Toda
esta historia ha sido una mentira?
— Que listo eres, Álvaro de mi vida —y se puso a reír
a carcajadas junto con los matones, Marc y Lourdes—.
Ahora haz el favor de decirnos dónde está el tesoro de
una vez y no sufrirás tanto y podrás morir tranquilo.
— ¿Sabes, Mariona? —continuó Álvaro— No sé dónde
se encuentra, soy incapaz de recordarlo, pero aunque
lo supiera, no os lo diría. Sois unos delincuentes, a
parte de unos traidores. No pienso ayudaros, ni lo
soñéis.
Se hizo un silencio sepulcral en la sala. Las caras de los
allí presentes cambiaron radicalmente. No les hizo
demasiada gracia que Álvaro les llamase delincuentes.
Mariona se acercó a la silla, que estaba volcada en el
suelo. Se paró delante de él. Miró atrás, donde estaban
sus compañeros de delito y les dijo que vinieran con un
gesto rígido. Marc y el calvo se acercaron rápidamente.
— Levantadle –dijo Mariona muy seria.
Entonces los dos hombres pusieron la silla recta. Álvaro
se asustó un poco al ver a Mariona tan cerca de él, pero
intentó disimularlo. Ya no tenía ganas de besarla, ni
abrazarla, ni siquiera quería tocarla. Le repugnaba.
29
— ¿De verdad crees que somos delincuentes? —
preguntó Mariona con una sonrisa fingida.
— Eres una repugnante y asquerosa delincuente.
Haber salido conmigo solo para la causa hace que te
menosprecie. Has caído muy bajo —y Álvaro escupió al
suelo.
La joven, enfadada, se colocó detrás de la silla y, con
una navaja que se sacó del bolsillo, le cortó la cuerda
que ataba sus manos. Luego le liberó los pies. Volvió a
ponerse delante de Álvaro, para que él pudiera
contemplar cómo disfrutaba de lo que iba a hacer. Le
cogió del pelo y lo tiró al suelo. Se acercó a uno de los
hombres y le arrancó la pistola de las manos. Luego
volvió dónde estaba Álvaro y con un pie encima de su
barriga le apuntó a la frente.
— Escúchame, gusano —dijo mirándole fijamente a
los ojos—. Aprovecha tus últimas palabras porque…
— Escúchame tú Mariona —interrumpió Álvaro—.
¿Quieres encontrar ese dichoso tesoro? Me necesitas.
Mátame y estarás más lejos de tenerlo entre tus
manos. No me extraña que después de buscarlo tanto
aún no tengas una sola pista. La única persona que
sabe su paradero soy yo, aunque no lo recuerde.
Siempre has sido muy lista. Haz lo que creas
conveniente.
Entonces la muchacha, que se había quedado
pensativa después de aquellas palabras quitó el pie de
la barriga de Álvaro y miró hacia el suelo, así que se
perdió el contacto visual.
— Jefa, ¿qué hacemos ahora? El chico tiene razón.
¿Cómo vamos a encontrar el tesoro sin él? No tenemos
ni una sola pista… —rompió el silencio uno de los
matones, el de la cicatriz en la frente.
Entonces, Mariona, cambió su cara pensativa por otra
muy seria. Odiaba no tener razón. Se giró y apuntó al
individuo que se había atrevido a preguntar, justo en la
cicatriz.
— Cállate —gritó—, o te vuelo la cabeza.
Marc, Lourdes y los otros dos hombres se miraron
entre sí con cara de asombro. Ninguno se atrevió a
articular palabra. No querían morir.
— Lo siento, jefa… — añadió con miedo el matón. Se
notaba que tenía miedo, su voz temblaba.
Se quedaron todos de pie esperando una respuesta de
Mariona. Entonces ella, quitó importancia al asunto
aunque tenía muy claro que nadie allí era
imprescindible. Si alguien la contradecía o intentaba
traicionarla, lo mataría. Fuera quién fuera. Le
importaba bien poco.
— He pensado una cosa —dijo Mariona volviendo a
mirar a Álvaro—. Te voy a proporcionar un ordenador
y un pequeño despacho, lo que viene a ser una silla,
una mesa, y un teléfono, pero al final de cada día, voy
a mirar las llamadas y dónde te has metido porque lo
único que quiero es que te las apañes para recordar
dónde narices metiste ese frasco, y como vuelvas a
intentar contactar con alguien para pedirle ayuda… —
se quedó pensando—. No te voy a matar, no. Voy a
hacer contigo algo mucho peor. Voy a torturarte —dijo
y empezó a reírse simplemente para intimidar a Álvaro
y hacerle ver que iba en serio.
Después Mariona y todos los demás se marcharon
dejando a Álvaro sólo. Éste pensó que por fin podría
escapar de ese horrible sitio y se acercó corriendo a la
puerta sin hacer ruido. Intentó adivinar si estaban sus
secuestradores allí y escuchó una llave girar, cerrando
30
la puerta. Pero eso solo era una posible salida, seguro
que él podría encontrar otras.
Observó la habitación en la que estaba. Paredes altas y
blancas, pero con algunos agujeros de un color más
negro, quizás a causa de la humedad. Siguió mirando.
Y distinguió un rayo de luz que entraba desde lo más
alto de la pared. No era una ventana. Era un simple
hueco con barrotes de por medio, supuso que para que
no pudiera escapar. O quizás esa habitación antes
había tenido otro uso. Esos detalles le podían dar una
pista de dónde se hallaba.
Le empezó a entrar el sueño. Tenía frío. Álvaro era de
aquellas personas que necesitaba el contacto de una
colcha o una manta para poder dormir. Incluso en
verano él dormía con una sábana. Solo tener algo para
cubrirse le hacía sentirse protegido. En cambio, ahora
notaba que le faltaba algo, se notaba indefenso. Puede
que fuera un maniático, pero no iba a poder rendir al
día siguiente si no dormía. Se acercó a la puerta y llamó.
No hubo respuesta. Llamó, llamó y llamó toda la noche
pero no hubo respuesta. Finalmente a altas horas de la
madrugada oyó pasos al otro lado de la puerta y Álvaro,
sorprendido, preguntó:
— ¿Quién anda ahí?
— ¡Soy yo, Abel!— respondió su amigo.
— ¡Ayúdame a salir!— dijo Álvaro en tono de
desesperación.
— Tengo una barra metálica con la que podría hacer
palanca e intentar forzar la puerta.
Abel hizo fuerza y finalmente la puerta cedió. Álvaro ya
estaba libre.
— Debemos buscar pistas para encontrar una forma
de que recuerdes y poder acusar a esos sucios
delincuentes —dijo Abel.
— Tienes razón —replicó Álvaro.
Álvaro y Abel viajaron a Londres para ir a casa de su
padre. El viaje se les hizo eterno pero finalmente
llegaron a su destino. Después de buscar y rebuscar por
las afueras de Londres encontraron su casa, una casa
de madera vieja en una zona de bosque. Aunque
parecía deshabitada al entrar se dieron cuenta de que
en las habitaciones había ropa y bastante comida en la
cocina. Alguien vivía allí.
Se apresuraron a registrar la casa y Álvaro encontró un
sobre con su nombre. Lo abrió y vio era de su padre. La
carta decía:
Hola Álvaro,
Si lees esto seguramente sea porque yo
ya estoy muerto. No les dejes ganar
Álvaro, el único que sabe la verdad
eres tú, inténtalo hasta que no
puedas más…
Debes recordar. Debes salvar el
mundo. Yo siempre he confiado en ti.
Te quiere,
Tu padre.
Al día siguiente Álvaro fue el primero en despertarse.
Se preparó un buen desayuno y empezó a buscar
alguna pista que le hiciera recordar ese momento de su
niñez. Miró por todas las habitaciones de la casa pero
no encontró nada que le sirviera para refrescar su
memoria. Teniendo en cuenta que hacía casi veinte
años del viaje a Galicia aquello no iba a ser tarea fácil.
31
Más tarde se despertó Abel que decidió no desayunar
para no perder tiempo.
Tras horas y horas de búsqueda, entre álbumes de
fotos y cartas y facturas viejas se oyó un gran
estruendo en la habitación del padre de Álvaro.
— ¿Qué ha sido eso? —preguntó Abel.
Cuando llegaron a la habitación, comprobaron que un
gran cuadro que había en la pared había caído y justo
detrás se divisaba una puerta. Era una puerta blanca
con una cerradura y se necesitaba una llave para
abrirla.
— No te impacientes Álvaro, seguramente la llave esté
por la casa— dijo Abel.
Álvaro y Abel se dispusieron a buscarla
desesperadamente por toda la vivienda. Al cabo de
unas horas de búsqueda, en un cajón de la habitación
del dormitorio, había una llave que parecía ser la que
abriría la puerta blanca. Los dos juntos fueron a
comprobar si era verdad, si esa llave abría esa puerta y
qué había tras ella. Abrieron la puerta con suavidad
pero como ya era vieja, al abrirse hizo mucho ruido.
Era un almacén muy sucio, con mucho polvo,
herramientas y también diarios de su padre de hacía ya
unos años. Al final de la habitación, se veía un cofre que
parecía ser el tesoro. Álvaro y Abel se miraron a la vez
con una expresión de extrema felicidad en la cara. Pero
este no se podía abrir porque necesitaba una llave que
desgraciadamente ellos no tenían. Los dos decidieron
llevarse el cofre con ellos a un lugar más seguro y
guardar en secreto lo de que habían encontrado.
Cogieron un taxi hacia el aeropuerto para coger un
vuelo a San Sebastián, a la casa de Abel, para así estar
más tranquilos. Cuando llegaron, Raquel estaba en
casa.
— Estaba muy preocupada, no sabía por dónde
buscarte. ¿Dónde habéis estado? —dijo asustada
Raquel.
— Hemos estado en París unos días visitando la ciudad
—mintió Álvaro.
Tras esa breve conversación, decidieron acostarse. Era
muy tarde y necesitaban descansar para reponer
fuerzas.
Abel fue el primero en levantarse y fue al buzón para
haber si había alguna carta y, en efecto, en el buzón
había una nota que decía lo siguiente:
Lo sabemos todo, sabemos que tenéis
el cofre y nosotros tenemos la llave
así que, hoy por la tarde, iréis al bar
de la esquina y le daréis a Alberto el
cofre. Si no queréis que os pase nada.
Abel estaba desesperado, tenía muchas preguntas
rondando por su cabeza: ¿Cómo pueden saber todo lo
que estamos haciendo? ¿Cuántas personas son las que
nos están vigilando? ¿Por qué es tan importante ese
tesoro para ellos? Despertó a Álvaro para comunicarle
que tenían un nuevo comunicado. Él estaba muy
enfadado con Mariona, Lourdes y Marc, así que decidió
que, con el helicóptero de Abel, se irían lo más lejos
posible…
Tomaron pues el helicóptero y aunque ya llevaban
unas doce horas dentro volando hacia el este, no veían
ni el lugar ni daban con el momento oportuno para
aterrizar. Finalmente, divisaron un descampado sin
árboles. Aterrizaron sin problemas y como no sabían
32
dónde estaban, caminaron hasta que encontraron una
pequeña ciudad. Todo estaba en una lengua que
desconocían y aunque intuyeron que era chino,
decidieron localizar a alguien a quien preguntar.
Casualmente toparon con una pareja que hablaba
castellano.
Parecía que eran andaluces, pero no estaban seguros,
el hombre era alto, de unos cincuenta años, con una
nariz muy grande y hablaba en un tono muy alto y la
mujer parecía más joven, de unos 40 años, rubia con
ojos azules y una boca perfecta.
Conversaron unos minutos y gracias a ellos, Álvaro y
Abel pudieron saber que estaban en Zhouzhuang, un
pueblo situado a unos 120 km de Shanghai y que en ese
precioso pueblo había un solo hotel.
Se dirigieron pues a alquilar una habitación para dos. El
hotel era ciertamente lujoso con una piscina inmensa y
habitaciones espaciosas. La habitación de Álvaro y Abel
tenía una gran televisión y un sofá de apariencia
bastante cómoda pero como ellos sólo pretendían
descansar, se acostaron y en nada se durmieron.
Al día siguiente, por la mañana desayunaron, y al volver
a la habitación con la intención posterior de alquilar un
coche para irse a Shanghai, descubrieron nuevamente
un sobre que les esperaba sobre la mesa. Cerraron
rápidamente la puerta de entrada y corrieron a por él.
Lo abrieron con preocupación pero también con
curiosidad y en su interior un texto que decía:
Igualmente os estamos controlando,
tenéis un periodo de 24 horas para
entregarnos el tesoro, os esperamos
mañana a las 20:00 en casa de
Álvaro.
Álvaro y Abel, derrotados y decepcionados, con la
intención de entregarles ya el tesoro, decidieron volver
a Barcelona, pero mientras metían todas sus cosas en
la bolsa de Abel, se dieron cuenta que el tesoro había
desaparecido.
Ese alguien no podía ser ni Mariona, ni Lourdes, ni
Marc… ¿Había alguien más detrás de todo esto? ¿O
sencillamente lo habían perdido?
Rápidamente intentaron averiguar quién había podido
robarles el tesoro, y revisaron las grabaciones de las
cámaras de vigilancia del hotel.
Álvaro y Abel bajaron a toda prisa por las escaleras, no
había tiempo para coger el ascensor, y se dirigieron a
recepción. Al llegar, sólo había un chico con un
auricular puesto y conectado a un telefonillo que
atendía las llamadas. Se acercaron al mostrador y
preguntaron amablemente si les podían mostrar las
grabaciones de la pasada noche. El recepcionista les
contestó en chino y no entendieron ni una palabra.
Entonces Álvaro, mediante unos movimientos de
mímica consiguió que el recepcionista le comprendiera
y que les enseñase la grabación de la pasada noche. En
ella no se veía nada fuera de lo normal: un servicio de
pizza a domicilio, sobre las 23:00, una abuela que iba al
baño a las 0:27, Abel que salió a tomar el aire al balcón
a la 1:53… pero lo que sí que llamó la atención de
Álvaro, la de Abel y la del recepcionista fue, un gran
destello de luz sobre las 2 de la mañana y una silueta
humana que pasaba por detrás del destello a gran
velocidad saliendo de la habitación en la que se habían
alojado esta misma noche.
Álvaro rebobinó la cinta, puso en pausa el vídeo, bajó
el brillo de la pantalla y amplió la imagen. No se podían
creer lo que veían, la sombra sospechosa era la de
33
Raquel, ¡y en sus manos tenía el cofre del tesoro!
Aquello que habían encontrado debía contener alguna
señal que serviría para que Álvaro recordase donde se
hallaba el maldito antídoto.
Álvaro subió corriendo las escaleras, mientras Abel se
quedó quieto por la sorpresa. Cuando Álvaro llegó a la
habitación llamó a la puerta varias veces, pero nadie le
abrió, así que decidió echarla abajo. Al entrar no había
nadie, ni una nota, absolutamente nada. Más tarde,
llegó Abel.
— ¿Y qué hacemos ahora? —preguntó Abel.
— Encontraremos a Raquel —respondió enfadado
Álvaro.
— Pero si no sabemos a dónde ha ido —dijo
preocupado Abel.
— Exacto. Pero sabemos qué vehículo ha usado para
escapar —le contestó Álvaro, orgulloso.
Álvaro y Abel se dirigieron hacia el aparcamiento del
hotel y vieron que faltaba uno de los coches de alquiler.
— Todos los coches de alquiler llevan un localizador y
desde cada coche se puede ver en un mini mapa la
localización de todos los otros coches —explicó Álvaro.
Por lo tanto, se dispusieron a alquilar un coche y
pudieron comprobar que en el mini mapa todos los
puntitos que representaban los diferentes vehículos de
la flota. Todos los coches estaban quietos, muy juntos,
excepto uno. Álvaro pisó el acelerador a fondo y el
coche salió disparado para dar caza a Raquel.
Cuando ya llevaban unas dos horas siguiendo el
localizador del coche en el que supuestamente estaba
la joven, pudieron comprobar que el punto ya no se
movía. Y en diez minutos se encontraban
prácticamente a su lado y levantaron la vista para
intentar identificar el vehículo. Estaban en las afueras
de Shanghái, en un valle lleno de árboles y arbustos
ligeramente separados entre sí. A lo lejos, pudieron
observar lo que parecía ser un coche de alquiler del
hotel.
Con un poco de miedo, Álvaro encendió el motor y
avanzó con cautela hacia él porque podía ser una
trampa, pero arriesgarse valía la pena. Al llegar a unos
15 metros de distancia, comprobaron que no había
nadie dentro pero sí un post-it pegado a la radio en el
que ponía:
Coged la cinta que hay debajo del
asiento trasero derecho y escuchadla.
Abel, que estaba más cerca, levantó el asiento y cogió
la cinta, era una cinta negra con unas líneas doradas
estampadas. Abel le pasó la cinta a Álvaro y éste la
introdujo suavemente en la radio, le dio al botón Play
y se sentaron a escuchar:
Veo que habéis intentado recuperar el tesoro, por
desgracia ahora lo tenemos nosotros y ya no nos servís
para nada, lo siento, el juego termina aquí.
Rápidamente entendieron el mensaje, salieron del
vehículo sin pensárselo dos veces y empezaron a
correr como nunca antes lo habían hecho y, de
repente… ¡Boooooooooooooooom!, el coche en el que
habían metido la cinta segundos antes voló por los
aires desintegrando los árboles más próximos y
quemando los de su alrededor.
Cuando Álvaro y Abel estaban ya a punto de llegar a su
coche, vieron como Lourdes con una pistola les
perseguía e intentaron cubrirse escondiéndose tras el
34
vehículo.
— ¡Salid! —gritó Lourdes.
Álvaro le susurró a Abel que se metiera debajo del
coche y que la cogiera por los pies para tirarla al suelo
mientras él la distraía. Y así lo hizo. Álvaro levantó las
manos en alto quedando al descubierto, pero cuando
le dio tiempo a Lourdes para asimilar lo que estaba
pasando, ya estaba tumbada en el suelo, con Abel
apuntándole con su pistola. Sintieron un gran alivio.
Ahora ellos tenían en su poder a uno de los
extorsionadores. Por primera vez, estaban dominando
a su contrincante en esta extraña partida…
Álvaro se tomó un segundo para respirar hondo,
aliviado de tener —por fin— un poco de ventaja. Pero
justo cuando pensaba que tenían una mínima
posibilidad de ganar, oyó dos fuertes explosiones que
provenían de la pistola que tenía Abel en la mano.
— ¿Abel, estás…? —empezó Álvaro, pero enmudeció
al ver el rostro de Lourdes.
— ¿Qué?, ¿te ha gustado?— le preguntó a Lourdes,
quien evidentemente no dijo nada.
— Abel, compañero, no era necesario que la mataras.
—dijo en tono apaciguador, temiendo la reacción de
Abel.
— Ya puedes dejar de llamarme por ese estúpido
nombre, y no te preocupes por esta… criatura —dijo
mirando a Lourdes—. Ella sabía que en algún momento
tendría que matarla.
Álvaro, como de costumbre últimamente, no entendía
nada.
— Claro, nadie te lo ha contado —empezó el
hombre—. Lourdes y toda esa gente que ha estado
jugando contigo, forman parte de la base de una gran
mafia de la que por lo visto no tenías ni idea de que
existía.
— El mundo funciona así. Los honestos y los corruptos.
A veces cruzas esa línea sin darte cuenta. Sin unos no
pueden existir los otros; tenemos mucha más gente de
la que te puedes imaginar metida en esto, y ahora tú
también lo estás. Puedes encajarlo como quieras, pero
necesito que mañana estés listo para una entrega
básica en Australia.
— Espera, espera, ¿entrega de qué? Y a propósito, si
no te llamas Abel ¿Entonces cómo? ¿Y cómo me dirijo
a ti? ¿Cómo?
El mundo de Álvaro estaba tan confuso que empezar a
formar parte de una mafia así como así, no le parecía
tan grave.
— Muchas preguntas y poco tiempo, te llevaré al
aeropuerto y allí te encontrarás con alguien que podrá
responder a todas tus dudas. Me caes bien, Álvaro,
espero que te vaya todo bien en la vida.
Esa fue la gota que colmó el vaso. Su amigo de toda la
vida, que conocía desde pequeño, resultaba ser
también parte del juego que había estado agitando
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fuertemente la monotonía en la que Álvaro vivía hasta
entonces. En estas últimas semanas le había pasado de
todo, menos lo que podría definirse como cosas
agradables. Toda su vida había dejado de tener sentido
y ahí estaba él, un hombre al cual pensaba que conocía
y que resultaba ser un completo extraño, deseándole
que le fuera todo bien.
Se echó a reír de lo absurdo que le resultaba la
situación y pensó que ya que no tenía oportunidad de
negarse, como mínimo iba a disfrutar de esa nueva
experiencia.
— ¡Esa es la actitud! —dijo el hombre, bromeando.
Álvaro se durmió durante todo el trayecto en coche
hasta el aeropuerto y se despertó, ya sentado, en uno
de los asientos de primera clase del avión que le
llevaría hasta Australia. Al girar la cabeza, vio nada más
y nada menos que a Mariona.
— Lo siento mucho cariño —empezó Mariona con voz
acelerada y aguda—. No sabía cómo contártelo y no
quería que te preocuparas, pero no tenía ni idea de que
llegaría tan lejos y… —Álvaro la hizo callar plantándole
un suave beso en los labios.
— Todo va bien princesa, no hace falta que me lo
cuentes ahora, tenemos tiempo de sobra. Mientras
tanto, ¿te apetece comer algo? Te veo más delgada
que de costumbre.
Pidieron algo para comer a una de las azafatas y
estuvieron un rato charlando sobre lo que les gustaría
visitar en Australia; Álvaro se dio cuenta de que su
amada se mostraba un poco tajante al hablar de ese
asunto pero no le dio importancia, además, a Mariona
nunca le habían gustado los aviones. Cansados y
adormilados dejaron de hablar… Al cabo de unos
minutos, los altavoces del avión comunicaron un
mensaje:
«Estimados pasajeros, por favor, vuelvan a sus asientos
y abróchense los cinturones. Probablemente noten en
breve unas tenues turbulencias pero ya les avisamos de
que no tienen nada de lo que preocu...»
Antes de que el piloto terminara la frase, una
fuertísima sacudida hizo que todos los pasajeros se
chocaran contra las personas que tenían a los lados o
contra las paredes internas del avión.
«Lo sentimos mucho, les rogamos que se preparen
para una posible colisión. Colóquense las mascarillas y
que no cunda el pánico.»
— Tranquila cariño, saldremos de esta, tu solo relájate
y sigue las instrucciones.
Pero Mariona no estaba pensando en su seguridad, en
su cara solo se advertía el miedo. No convenía que
chocaran con nada. Lo que había en el interior de ese
paquete era frágil y a la vez la solución a sus problemas,
no podían perderlo de vista en ningún momento.
Mariona lo sujetaba como si fuera el mismísimo tesoro,
ya que ella sí sabía lo que escondía en su interior.
— Dame la mano cariño, ya verás cómo solo serán
unos minutos —mientras Álvaro intentaba
tranquilizarla.
«Estimados pasajeros, disculpen las molestias, hemos
atravesado una tormenta eléctrica. Por favor,
continúen con los cinturones abrochados y
permanezcan sentados en sus asientos, aterrizaremos
de un momento a otro. Gracias.»
Finalmente llegaron al aeropuerto, sanos y salvos.
Mariona aún estaba un poco alterada y decidió hacer
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una parada en el aseo.
— ¡Voy a recoger las maletas, quedamos delante del
baño! —dijo Álvaro.
Cuando salió, Mariona tenía la cara pálida y húmeda,
estaba bastante débil.
— ¿Va todo bien? —preguntó Álvaro bastante
preocupado.
Entonces la muchacha alargó la mano en la que
sostenía un papel sucio y arrugado que decía así:
Ahora que por fin habéis llegado, os
espero en la puerta de vuestro hotel
a las 16:45. Sed puntuales, no me
gusta esperar, ya sabéis lo que quiero.
Después de todas las cosas que les habían sucedido
estos días simplemente decidieron acatar las órdenes
y presentarse con el paquete en el lugar indicado. Era
temprano y Mariona tenía hambre, así que decidieron
hacer una parada para comer algo en un restaurante
de comida rápida del aeropuerto.
— No lo entiendo, la nota no parecía preocupante,
entonces ¿por qué has salido así del aseo? —
preguntaba Álvaro dudoso.
— Llevo bastantes semanas con náuseas y un fuerte
apetito, además no sé me siento extraña… —dijo ella.
Álvaro asombrado, intento recomponerse. ¿Mariona
intentaba insinuarle que estaba embarazada?
Las sorpresas no cesaban pero, antes de que pudiera
preguntarle, apareció sin presentarse un hombre
gigantesco. Medía dos metros por lo menos. Vestía una
cazadora tejana oscura y se tapaba el rostro con un
pequeño sombrero que solo le dejaba entrever un gran
bigote.
— Dense prisa, he venido a buscarles para llevarles al
punto de encuentro pactado. Seré su taxista en este
corto viaje. Me llamo Florentino. —Hablaba con un
acento italiano precioso, que les transmitía confianza.
Salieron los tres juntos del aeropuerto. Y los nervios
por comprender finalmente el porqué de cada uno de
los acontecimientos vividos embargaban a la pareja.
Siguieron a Florentino, que les condujo a un turismo de
color azul eléctrico. Se sentaron detrás. Durante el
camino nadie habló, lo único que rompía el silencio era
el ruido de la radio, en la cual sonaba una canción de
Linkin Park.
Álvaro se iba fijando en todas por las tiendas que iban
pasando: ropa, supermercados, alquiler de vehículos…
Era una simple manera de intentar contener su
ansiedad.
— Ya hemos llegado —dijo Florentino.
Álvaro sacó la cabeza por la ventana del coche y vio que
habían parado delante de un hotel enorme llamado
Inter Continental Sydney. Bajaron del coche, entraron
en el hall y vieron que un empleado del hotel se dirigía
hacia ellos.
— Síganme, por favor.
Subieron a un ascensor, hasta la sexta planta y se
abrieron las puertas. Continuaron caminando hasta
que se encontraron delante de una puerta en la que
había un cartel en el que se leía: Privado.
Mariona, muy asustada, se pegó a Álvaro. Él cogió su
mano y la apretó muy fuerte.
Tras la puerta, se encontraron a un hombre de edad
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avanzada sentado en una butaca.
— Buenas tardes. Veo que han llegado antes de lo
previsto —también tenía un acento italiano—. Mi
nombre es Luca Andreotti.
— Buenas tardes —dijeron Mariona y Álvaro al
unísono. Ella seguía pegada a Álvaro.
— Han venido aquí porque tienen algo para
entregarme, ¿no es así? —dijo Andreotti, muy serio.
— Así es —dijo Mariona
— Usted debería esperar fuera —dijo Luca
dirigiéndose a Álvaro.
— De acuerdo —contestó sin otra opción posible.
Álvaro salió al pasillo.
Mariona le entregó una pequeña caja de color amarillo
a Luca. Este la abrió con sumo cuidado y al ver lo que
había dentro, la expresión de su cara cambió
radicalmente.
— ¿Se pude saber qué es esto? —dijo Andreotti muy
enfadado.
— ¿Cómo ha podido ser tan estúpido para pensarse
que le entregaría el verdadero tesoro? —dijo Mariona.
Mientras Álvaro esperaba a que Mariona saliera de la
habitación, oyó un grito y un golpe seco.
— ¡Corre! —dijo Mariona corriendo en dirección
opuesta.
Álvaro y Mariona salieron disparados de la sala.
Bajaron por las escaleras muy rápido.
Cuando llegaron al hall se encontraron con unos
matones que se abalanzaron sobre ellos. Álvaro se
deshizo como pudo y ayudó a Mariona. Salieron del
hotel pitando y se dirigieron a la tienda de alquiler de
vehículos que habían visto antes pocos metros antes.
— La moto más rápida que tenga, por favor – dijo
Álvaro.
— Sólo nos queda esta —dijo el dependiente,
entregándole las llaves y dos cascos.
— Perfecto —dijo Álvaro dejando unos billetes encima
del mostrador. Subieron a la moto y se fueron
rápidamente.
Después de un par de horas de viaje, encontraron un
motel apartado en el que decidieron alojarse. Bajaron
de la moto y la escondieron detrás de unos
contenedores de basura. Entraron en el motel y se
registraron con nombres y apellidos falsos. Una vez
instalados, Mariona decidió darse una ducha.
Continuaba teniendo náuseas y mucho apetito.
Después de eso cenaron y se acostaron. Como ya
acostumbraba a ser habitual, el día había sido intenso,
muy intenso. A Mariona le costó mucho conciliar el
sueño ya que aún no se encontraba bien.
Se levantaron muy tarde. Estuvieron un buen rato
mirando discretamente por la ventana para ver si se
veían algún movimiento anormal. Después de
comprobar que todo estaba tranquilo, desayunaron en
el mismo motel, sin prisa. Como tenían poca gasolina,
decidieron ir a repostar por si surgían problemas. Pero
antes de salir, pusieron un mondadientes encima de
una de las bisagras de la puerta: si alguien entraba, el
mondadientes se rompería y podrían comprobar de
inmediato que no podían bajar la guardia.
Cuando volvieron a la habitación, vieron que el
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mondadientes se había roto. Mariona fue a buscar un
par de palos que había visto fuera. Tardaron unos
minutos en entrar porque tenían mucho miedo, pero al
final se decidieron y abrieron lentamente la puerta de
la habitación. La registraron cuidadosamente, pero
todo estaba tal y como lo habían dejado. Pero cuando
Mariona entró en el baño, lanzó un grito. Álvaro acudió
a toda velocidad y vio a Mariona de pie totalmente
inmóvil. En el espejo, una nota escrita con pintalabios
les advertía:
No tendríais que haber hecho eso. Id con cuidado.
La nota que se habían encontrado en el baño los dejó
paralizados y decidieron abandonar el motel. Salieron
rápidamente y por suerte, nadie les había robado la
moto que habían escondido detrás de los
contenedores de basura. Habían hecho bien en
repostar gasolina ya que huir era nuevamente su
prioridad. Cogieron la moto y, sin saber hacia dónde
dirigirse, acabaron entrando en una autopista. Se
querían alejar cuanto antes mejor de ese sitio así que
Álvaro aceleró la moto a una velocidad a la que no se
podía circular. Por suerte, no había ningún radar ni
ningún coche patrulla.
Estuvieron cerca de dos horas en la autopista sin
pararse y, cuando llegaron a un desvío con un gran
panel informativo, Mariona le hizo una señal a Álvaro
para que dejara la autopista y se dirigiese hacia una de
las direcciones indicadas, justo en lo alto de una
montaña. Después de pasar por una carretera con
muchas curvas, llegaron a un pueblo llamado Nimbin,
donde encontraron, por suerte, un hotel que no se
encontraba en malas condiciones. Mintieron al decir
que tenían una reserva, pero, por suerte, el
recepcionista no les preguntó sus respectivos
nombres.
Cuando llegaron a la habitación cayeron rendidos
encima de la gran cama de matrimonio que ocupaba la
mayor parte de la habitación que resultaba ser muy
pequeña. Después de pasar un buen rato tumbados en
la cama, se levantaron. Mariona, que continuaba sin
encontrarse bien, decidió darse una ducha para ver si
se espabilaba un poco y mejoraba su estado. Mientras
la poca agua que salía de la ducha iba cayendo
lentamente sobre su cuerpo, Mariona pensaba en si
preguntarle o no a Álvaro algo sobre su madre porque,
en todo el tiempo que se conocían, apenas sabía algo
sobre ella. Cuando salió de la ducha, se puso un
albornoz que había colgado en el baño y se dirigió a
Álvaro con cierta curiosidad:
— Álvaro, en todo el tiempo que nos conocemos,
apenas has nombrado a tu madre. ¿Sabes algo de ella?
—le preguntó Mariona.
La pregunta que le llegaba por sorpresa, dejó al joven
detective en estado de shock, ya que Mariona nunca le
habría preguntado nada sobre su madre y le extrañaba
que ahora, justo ahora, lo hiciera.
— Mira, Mariona, no sé a qué viene esta pregunta
pero me da mala espina —contestó bruscamente.
Mariona se enfadó con Álvaro porque no le contestó y
le demostró con su actitud que no confiaba en ella.
Pero, ¡qué esperaba! Pasaron varios días y aunque
Mariona continuaba dolida, ambos intentaban
disimular la incomodidad de la situación y salían a
pasear por el pueblo o subían a la montaña para
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contemplar el paisaje tan bonito que se veía desde la
cima. La joven pretendía sonsacar información a su
acompañante, pero se trataba de una tarea complicada
ya que éste no le daba ningún dato y se limitaba a
ignorar las insinuaciones de la joven. No obstante, su
insistencia acabó con la paciencia de Álvaro que sin
pensárselo más abordó a Mariona:
— ¿Quieres saber algo de mi madre?— dijo en un tono
poco conciliador.
— Lo único que sé de ella es que vive en una casa
perdida en medio de los Alpes suizos. Después del
accidente que supuestamente mató a mi padre,
nuestra relación fue empeorando y hasta que no
cumplí la mayoría de edad me fue imposible seguir mi
camino. Pero desde entonces, al pretender reflotar el
negocio de mi padre, quiso irse lejos de todo aquello
que nos había arrebatado nuestra vida y se fue a Suiza.
— Vaya Álvaro… Como siempre un paso por detrás de
mí, qué ingenuo eres…
— ¿Qué estás diciendo Mariona? ¿A qué viene todo
esto?
— Viene a que tu familia es la única que conoce la
verdad y… y ahora ya sé cómo encontrar a tu madre.
— Me cuesta creer lo retorcida que llegas a ser —le
contestó Álvaro.
— No me puedo creer que hayas sido tan estúpido...
—dijo Mariona—. Todo esto ha sido una trampa,
Álvaro. Yo sigo trabajando para la mafia, lo he fingido
todo para que me dieras la información que necesito,
no entiendo cómo te lo has creído tan fácilmente… Y
obviamente no estoy embarazada, no sería tan
estúpida como para quedarme embarazada de alguien
como tú… —dijo la chica de manera brusca, incluso
cruel. Nada que ver con la Mariona de la que Álvaro se
había enamorado esa noche en Seattle. Su lado
humano había desaparecido por completo, dejando a
un ser irreconocible y malvado, al que Álvaro no
reconocía.
— Tu madre es la pieza que falta en este
rompecabezas. Hace años, la mafia para la que trabajo
ha estado investigando la fabricación de un nuevo
virus, un virus capaz de matar a todo ser vivo expuesto
a él. Querían tener el poder absoluto, poder exterminar
a toda una raza si era necesario, conseguir cualquier
cosa que se propusieran, pero tu madre se interpuso.
Ella empezó a fabricar un antídoto para el virus, un
antídoto que destruiría cualquier esperanza de
utilizarlo. No debió meter las narices en nuestros
asuntos, Álvaro, y ahora va a pagar las consecuencias…
Debemos destruir ese antídoto.
— ¡No te voy a permitir que le hagas nada a mi madre!
¿Me has entendido? —dijo Álvaro levantándose de un
salto de la cama.
— Valoro tu valentía, Álvaro, pero lo cierto es que no
depende de ti —dijo Mariona al mismo tiempo que
golpeaba la cabeza del detective con la lámpara de la
mesita de noche.
Cuando Álvaro despertó ya era de noche, le costó
entender dónde se encontraba y un intenso dolor en la
parte posterior de su cabeza no le dejaba pensar. Se
levantó como pudo y fue hacia la moto que habían
alquilado, no le sorprendió descubrir que ya no se
encontraba en el lugar donde la habían dejado,
Mariona nunca dejaba cabos sueltos.
Finalmente consiguió un taxi y se dirigió a toda
velocidad hacia el aeropuerto para viajar a Suiza. En el
avión, en lo único en lo que podía pensar era en la
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traición de Mariona y en lo mucho que la odiaba en
esos momentos.
Ya en casa de su madre, todo estaba en silencio cuando
oyó una voz conocida:
— Vaya, vaya… Mira quien está aquí… —Mariona
estaba justo detrás de él, apuntándole con una pistola.
Álvaro también sacó la suya, y se quedaron así un buen
rato, mirándose, juzgándose, pero sin atreverse a decir
una palabra.
— ¿Dónde está mi madre? ¿Qué le habéis hecho? —
dijo Álvaro rompiendo el silencio.
— Tranquilo, Álvaro, tu madre está sana y salva con
unos amigos. Creo que estarás contento de saber que
hemos recuperado el antídoto— dijo la chica con una
falsa sonrisa.
— Si ya tenéis el antídoto, ¿Para qué queréis a mi
madre? —preguntó Álvaro soltando toda la rabia
contenida—. Como le hagáis algo te juro que… —
empezó el chico.
— ¿Qué?… ¿Qué? —le interrumpió Mariona— ¿De
verdad piensas que serás capaz de dispararme? Por
mucho que intentes negarlo, sé que sigues enamorado
de mí Álvaro, no eres capaz de…
De repente, un ruido estridente captó su atención, y
cuando quiso darse cuenta, Mariona estaba tumbada
en el suelo, sin moverse. Álvaro rompió la distancia que
les separaba para atender a la chica, pero se dio cuenta
de que no tenía pulso, ya no había mucho más que
hacer por ella. Entonces vio que tenía una pequeña
marca de un pinchazo en la nuca, resultado del efecto
de un dardo con veneno. El detective miró a su
alrededor y enseguida reconoció al asesino de su
chica… Abel.
Entonces recordó sus últimas palabras y se dio cuenta
de que, por mucho que la odiara por llevarse a su
madre, por haberle traicionado, nunca había dejado de
quererla. Una única lágrima resbaló mejilla abajo para
caer sobre el cuerpo sin vida, de la que fue, o eso creyó
él, el amor de su vida.
— ¡Ya basta! Estoy harto, harto de todo esto —gritó
Álvaro enfadado. Y, para su total asombro, apareció
por la puerta del comedor Marta, su madre.
— Lo siento, Álvaro, pensé que te protegía, pero
estaba equivocada. Sal de aquí y ve a tu lugar favorito
de cuando eras pequeño. Corre y no mires atrás, yo los
voy a distraer —dijo Marta muy segura.
Acto seguido, cogió la pistola y disparó al aire. Pero ese
no fue el único disparo. Un segundo disparo alcanzó a
su madre que cayó desplomada al suelo.
— ¿Qué os pasa? ¿Cómo podéis ser tan crueles?
Habéis matado a toda la gente que me importaba.
Dejadme ir. Yo ya no tengo nada que deciros —mentí.
El matón que acompañaba a Abel se dirigió hacia mí y
empezó a cortar las cuerdas.
— Vete, pero recuerda que el juego sigue y te
encontraré estés donde estés— le dijo Abel con una
sonrisa pícara.
Álvaro salió andando tranquilamente sin mirar hacia
atrás. Abrió la puerta y la cerró de un portazo. Decidió
volver a casa, solo y desconsolado. Pero era detective
y, aunque quería y debía aprovechar la oportunidad
que le había ofrecido su amigo, no iba a olvidarse de
todo sin más, por lo que intentó hacer memoria de
dónde iba cuando era pequeño.
Con la mente ocupada le pasaron volando las horas de
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viaje. Y al llegar a casa, volvió a toparse con la dura
realidad: se acordó de su padre, de su madre, de
Mariona. Todos habían muerto y solo le quedaban los
recuerdos. Su enfado y su falta de resignación se
convirtieron en ira y dio un codazo contra la pared con
tanta mala suerte que se cayeron tres libros de la
estantería que había justo encima de su cabeza. No le
importó, ni se molestó en recogerlos.
Se limitó a sonreír y a recordar cuando estaba colgando
meses antes esa estantería con Mariona. Se quedó
unos minutos o quizá horas, mirando al techo sin
pensar en nada en concreto hasta que se levantó y se
fue a la cama. Era la una de la mañana pero le daba
absolutamente igual. Sólo quería dormir.
Cerró los ojos y los recuerdos de la infancia se
apoderaron de su primer sueño. Un columpio
fabricado con un neumático de un tractor y con una
cuerda atada a un enorme roble se le aparecía como
real. Un niño pequeño se balanceaba y en su rostro se
adivinaba una gran felicidad. De pronto se reconoció
en el pequeño y se despertó de repente. Fue al salón a
mirar los libros que había tirado accidentalmente hacia
unas horas. Los recogió del suelo y los hojeó. Eran dos
libros sobre astronomía y otro sobre peces que le había
regalado su madre años atrás, después del viaje que
hicieron a A Coruña.
Recordó que de ese viaje tenía una fotografía que
siempre llevaba con él tomada en la Torre de Hércules.
Él tenía entonces siete años y se le veía junto a sus
padres. Como accionado por un resorte invisible, se
levantó como una flecha y fue a buscar la fotografía.
Allí estaba. Al fondo, detrás de la Torre de Hércules, y
aparecía un columpio hecho con una rueda atada a un
enorme árbol.
No sabía la hora que era pero no le importaba. No miró
el reloj y salió directamente hacia la estación de Sans,
donde cogió el primer tren hacia Madrid. Salían dos
trenes a la misma hora hacia Madrid y tomó el que
paraba en todas las estaciones del trayecto para no
levantar sospechas. Por una vez sentía que él tenía las
riendas de este extraño juego. Al llegar a la capital no
salió de la estación de Atocha, ya que allí mismo enlazó
con el siguiente tren para proseguir su particular viaje.
Este era más pequeño y además tenía que hacer tres
transbordos antes de llegar A Coruña, objetivo final de
su viaje.
Hacia las siete de la mañana del día siguiente, cuando
el sol se estaba asomando por el horizonte llegó a la
Torre de Hércules. Allí estaba el árbol, pero sin el
columpio que salía en la fotografía. Era lo único que
había cambiado. Se sentó y apoyó su espalda contra el
tronco mientras acariciaba su corteza. De repente,
notó una parte que no era lisa. Observó
detenidamente y vio que alguien había escrito
«Tesoro» y dibujado una flecha sobre el tronco del
viejo roble. Empezó a cavar en la dirección indicada con
sus manos y a unos quince centímetros de
profundidad, encontró una caja pequeña decorada con
colores y firmada por Álvaro con su caligrafía infantil.
La cogió y pensó que debido a esta caja había sufrido
mucha gente. La sujetó con ambas manos y se acercó a
la orilla del peñasco. Allí, la brisa del mar terminó de
aclarar su mente y se dijo a sí mismo:
Le seré fiel a mis principios y a mi padre… Ahora que
tengo el antídoto, todo esto ha terminado, aunque se
haya llevado por delante la vida de muchos de los seres
que me importaban, tengo la satisfacción de saber que
puedo salvar la humanidad llegado el momento…
Álvaro Herrero ya no sería jamás un simple detective.
Debería —ayudándose de su astucia— entregar el
4
pequeño tesoro de su infancia a la persona acertada, a
quien supiera hacer un uso ético y responsable del
mismo. Le tocaba ahora elegir y para ello se tomaría su
tiempo.
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RELACIÓN DE AUTORES
Marina Abad
Berta Arqué
Gema Beltrán
David Biarge
Sofia Buscarons
Anna Cantero
Èlia Carpena
Carles Carrasco
Arnau Casas
Víctor García
Blanca García
Adrià González
Itziar Guerrero
Marta Lloret
Carlos López
Oscar Martínez
Naroa Montoya
Víctor Paniello
Alba Planchart
Laia Rascón
David Ray
David Revilla
Gerard Romañach
Marc Romera
Júlia Rourera
Mireia Rovira
Núria Rufes
Àlex Salvador
Elena Santos
Carlota Serra
Eric Serrano
Laura Tena
Anna Vilanova
Con la colaboración especial de JÚLIA SABATA.
Barcelona, 23 de abril de 2015
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