el clientelismo como arquetipo de la dominación política en colombia
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El clientelismo como arquetipo de la dominación política en Colombia: Una
mirada desde la Historia y la Teoría Política.
El clientelismo como mentalidad perversa de la política, nacido en el mundo mágico-religioso del hogar, inherente a la esclavitud en la antigüedad, llega a América con la cultura Judea cristiana, anida en la Encomienda colombiana desde donde evoluciona hacia la Hacienda del siglo XIX, adaptándose al modelo liberal que lo asimila y lo integra a la dinámica del Estado republicano, la política y la sociedad. 06/12/2010 Escuela de ciencias Sociales Universidad Tecnológica de Pereira Gustavo Guarín Medina
2
“Este país mediocre, de endebles mitos, donde la injusticia
enseña el hambre de los dientes,
se ha vuelto tenso, de nudos ciegos,
que asustan incluso el sueño de los niños.”
Los poemas mienten. Juan Gustavo Cobo Borda
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El clientelismo como arquetipo de la
dominación política en Colombia: una
mirada desde la Historia y la Política
GUSTAVO GUARÍN MEDINA
Profesor Escuela de Ciencias Sociales
Universidad Tecnológica de Pereira.
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Contenido
INTRODUCCIÓN ............................................................................................................ 6
CAPÍTULO I .................................................................................................................. 12
El Clientelismo político, orígenes de un concepto ......................................................... 12
1.1El mundo mágico-religioso, principio del esclavismo. ............................................. 13
1.2 La racionalidad antigua esclavista. ........................................................................... 18
1.3 Los clientes ............................................................................................................... 21
1.4 Legitimidad del clientelismo. ................................................................................... 23
1.5 La lealtad .................................................................................................................. 25
1.6 El patronato. ............................................................................................................. 28
CAPÍTULO II ................................................................................................................. 31
Conquista y poder político ............................................................................................. 31
2.1 Aspectos legales de la colonización. ........................................................................ 32
2.2 Elementos políticos de la colonización. ................................................................... 35
2.3 Argumentos jurídicos. .............................................................................................. 37
2.4 La esclavitud de los indios ....................................................................................... 41
CAPÍTULO III ............................................................................................................... 45
Las Haciendas ................................................................................................................ 45
3.1 La sujeción en la hacienda ........................................................................................ 48
3.2 La sujeción esclava. .................................................................................................. 51
3.3 Auge de la economía periférica ................................................................................ 56
3.4 La frontera agrícola colombiana, siglo XIX. ............................................................ 59
3.5 Colonización y baldíos ............................................................................................. 60
CAPÍTULO IV ............................................................................................................... 67
Hacendados y partidos políticos .................................................................................... 67
4.1. El conservadurismo ................................................................................................. 74
4.2. El liberalismo ........................................................................................................... 77
4.3. La ideología liberal .................................................................................................. 78
CAPÍTULO V ................................................................................................................ 83
El régimen liberal ........................................................................................................... 83
5.1 La quimera de la democracia. ................................................................................... 86
5.2 La economía exportadora y la consolidación del parlamento censatario. ................ 88
5.3 La disparidad de los Estados liberales. ..................................................................... 91
5.4 El régimen representativo latinoamericano. ............................................................. 94
CAPÍTULO VI ............................................................................................................... 98
El Frente Nacional ......................................................................................................... 98
6.1. El populismo en Colombia .................................................................................... 101
5
6.2 La crisis del clientelismo ........................................................................................ 103
6.3 La intermediación militar del clientelismo. ............................................................ 107
6.4 El acuerdo nacional de los grandes líderes clientelistas. ........................................ 108
6.5 Logros del Frente Nacional. ................................................................................... 110
CAPÍTULO VII ............................................................................................................ 112
El clientelismo: caso de Camilo Mejía Duque ............................................................. 112
Camilo .......................................................................................................................... 116
CONCLUSIONES ......................................................................................................... 123
Bibliografía ................................................................................................................... 126
6
INTRODUCCIÓN
El término clientelismo, asimilado por la ciencia política como una perversión del
sistema democrático, es muy usado en la vida partidista y burocrática de países con
democracias en construcción, como la colombiana. De allí, su obligado análisis debido a
su inmersión en la vida pública de la nación, ya que involucra las estructuras mentales
formativas de la cultura política que históricamente, nutren su funcionamiento a partir
de arquetipos míticos religiosos, manifiestos en la actitud del ciudadano frente al
Estado, los partidos políticos y la sociedad en general. Su existencia ha desarrollado
prácticas corruptas y violentas que han consolidado un espíritu de intolerancia y de
exclusión como parte integrante de la cotidianidad en las relaciones sociales y políticas.
Surge la necesidad de identificar la correspondencia entre clientelismo, cultura política
y el funcionamiento de las instituciones colombianas desde la perspectiva de la Historia
en particular y de las Ciencias Sociales en general, conducentes a clarificar los enfoques
que se requieren para superar el estado de crisis permanente que posibiliten la
construcción de la democracia real.
En la larga duración histórica, el concepto se ha enriquecido según las condiciones
socio-económicas que lo han posibilitado, mediante formas personalizadas e ideológicas
de sujeción y control. Desde las sociedades mediterráneas de la antigüedad clásica,
lugar más seguro de origen del fenómeno, recorre el Medioevo y después su traslado a
las sociedades latinoamericanas durante el período conquistador que con los
caciquismos nativos, gracias al sincretismo cultural y político, posibilitaron su
afianzamiento y adecuación en los contextos territoriales durante la Colonia, hasta
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alcanzar la contemporaneidad como elemento inherente a la vida partidista colombiana,
en constante crisis de legitimidad y violencia dinamizada por la dirigencia tradicional.
La historia política colombiana, desde el período republicano, se caracteriza por el
liderazgo de adalides carismáticos,1 que le han impreso la particularidad de la adhesión
personal como una idiosincrasia de sujeción y control, a clientelas electorales,
polarizadas entre los partidos liberal y conservador, bajo prácticas autoritarias y
dadivosas como una desviación política que impiden la formación de una sociedad
democrática. En efecto, el liderazgo caudillista ha generado un sistema político ya
patológico, estructurado bajo las condiciones de una permanente crisis de legitimidad,
nacido en la tradición histórica de la sujeción y la lealtad. El régimen se institucionaliza,
a través de constituciones elaboradas por las elites, afirmadas por el parlamento
oligárquico, garante de expresión de estructuras agrarias y de poderes locales que son
avalados por las clientelas electorales polarizadas en los dos partidos tradicionales.
En este sentido, es importante resaltar la ubicación temporal y espacial del
fenómeno, en el funcionamiento agrario de las fronteras colombiana, surgidas en la
dinámica capitalista centro-periferia. La condición de escenario natural de la localidad
en interacción con la hacienda, la lleva a consolidarse como centro de poder durante el
siglo XIX, gracias a las relaciones de parentesco y padrinazgo, afirmadas por la figura
del patrón, principal protagonista político y social en el territorio que controla: la región
y la localidad. Al mismo tiempo, se mantiene los nexos entre elites locales y nacionales,
en un cuadro hegemónico, respetando la autonomía regional de los partidos políticos, en
cabeza de los directorios municipales y departamentales, y que de hecho, son el sostén
del régimen parlamentario excluyente de los intereses populares.
1 Para Max Weber, el carisma es una de las características de la dominación, y la define como: “Debe entenderse por “carisma” la cualidad, que pasa por extraordinaria (condicionada mágicamente en su origen, lo mismo si se trata de profetas que de hechiceros, árbitros, jefes de cacería o caudillos militares), de una personalidad, por cuya virtud se le considera en posesión de fuerzas sobrenaturales o sobrehumanas –o por lo menos específicamente extraordinarias y no asequibles a cualquier otro–, o como enviados de dios, o como ejemplar y en consecuencia, como jefe, caudillo, guía o líder. El modo como habría de valorarse “objetivamente” la cualidad en cuestión, sea desde un punto de vista ético, estético u otro cualquiera, es cosa del todo indiferente en lo que atañe a nuestro concepto, pues lo que importa es cómo se valora por los “dominados” carismáticos, por los adeptos.” Weber Max, Economía y sociedad, Bogotá 1997 FCE, pág., 193
8
Se pretende lograr claridad del fenómeno, haciendo un seguimiento histórico al
régimen operativo del clientelismo en la dinámica del sistema político en Colombia y
las consecuencias de su legado. Surge entonces la hipótesis sobre el clientelismo
político, artífice de culturas y prácticas de control y sujeción, como el gestor de la crisis
por la que atraviesa la sociedad, los partidos tradicionales y la inexistencia de otras
alternativas políticas; la ineficacia administrativa, el exclusivismo político y la
pauperización de la población que engendran la desconfianza general, gracias a los
alianzas de las elites remozadas mediante la “política de pactos” que tienen su máxima
expresión con el Frente Nacional, y como tal, al cierre de verdaderos proyectos
democráticos, que aplazan indefinidamente la modernización política que apunten a la
salida de la profunda crisis de legitimidad del sistema político colombiano.
La vigencia del clientelismo en las estructuras mentales, integrado a la cultura
política, afecta la formación de una sociedad y un sistema político democrático por las
implicaciones ideológicas que ello conlleva, pues nuestra sociedad es tradicionalmente
portadora de la cultura autoritaria del poder, ejercido verticalmente, que por su misma
naturaleza excluye al otro, fomenta la intolerancia y lo aleja de la mentalidad de la
equidad como la aproximación a la noción de justicia, porque “le falta la concepción
igualdad de todos los ciudadanos, pues esta concepción igualitaria es inherente a la de
una sociedad democrática de ciudadanos libres e iguales”.2
El clientelismo, gracias a su existencia sacralizada por una cultura que lo afirma
como la vía mesiánica de la política, en la cabeza carismática del adalid, consagrado por
herencia de la sangre y la propiedad de la tierra, que lo convierte en el jefe natural de los
caudales electorales, se constituye en el eje de la política colombiana. El fenómeno se
ha mantenido y remozado, a pesar del impacto de la modernización y la globalización,
adecuado a las condiciones socioeconómicas de progreso en unos pequeños sectores y
de atraso en la gran mayoría del pueblo colombiano que conserva la mentalidad de la
lealtad política: “En el clientelismo de hoy subsiste una dosis grande de atavismo. Es
decir, se reproduce en buena medida el viejo tipo, en parte porque las antiguas
condiciones aún permanecen, aunque ya no de manera generalizada.”3
2 John Rawls, Liberalismo político, Fondo de Cultura Económica, México, 1996. pág. 52 3 Francisco Leal y Andrés Dávila, El clientelismo. El sistema político y su expresión regional, TME y UN, Instituto político y relaciones Internacionales, Bogotá, 1991, pág. 43
9
Desde esta perspectiva, el clientelismo por su arraigo cultural sigue haciendo del
líder carismático, heroico y corajudo; el adalid a quien se le entrega la representación
política a los cuerpos colegiado y el control del ejecutivo, a través del voto como
elemento institucionalizado de un sistema, que por su misma naturaleza, ha estimulado
históricamente las violencias y la corrupción, gracias al reparto del botín estatal.
El sistema político imperante es el de una sociedad monista, excluyente, a pesar de
los esfuerzos de los demócratas por formar y consolidar los espacios de tolerancia y
convivencia ciudadana que faciliten la construcción de una sociedad democrática, pues
la permanencia de las oligarquías de nuevo cuño en el control político y económico, han
impedido el ejercicio pleno de la soberanía que apunte a la formación de un verdadero
proyecto político que consolide el Estado social de derecho con plena participación
ciudadana, capaz de derrotar democráticamente a la oligarquía. “Si la democracia no ha
logrado derrotar totalmente al poder oligárquico, mucho menos ha conseguido ocupar
todos los espacios en los que se ejerce un poder que toma decisiones obligatorias para
un completo grupo social.”4
Los estudios recientes de las ciencias sociales y la historia política, llaman la
atención sobre la permanencia de prácticas de sujeción personal, aún en sociedades
industrializadas, como las formas políticas de relaciones entre los ciudadanos, los
líderes políticos y el Estado. El sistema democrático moderno, funciona con el libre
juego de los partidos políticos, en la búsqueda de la dirección del Estado, a través del
cual se impone el proyecto político al resto de la sociedad, teniendo en cuenta la
oposición política como forma inherente a la democracia. Sin embargo, en Colombia, su
espíritu se ha desvirtuado por la obsolescencia organizativa e ideológica de los partidos,
guiados por cuadros que a la postre resultan ser los gamonales o caudillos políticos, sus
líderes y representantes ante los cuerpos colegiados. Además, escenifican una fiesta
caracterizada por la feria de la compra-venta de votos, acaecida de acuerdo a los
calendarios electorales, en la que los mercaderes electorales, estimulados por la
existencia de un Estado benefactor, animan el funcionamiento del sistema de clientelas
electorales como inherente a la democracia. “Mientras entre partidos tiene lugar el gran
mercado, entre partidos y ciudadanos electores se da el pequeño mercado, aquello que
4 Norberto Bobbio, El futuro de la democracia, Fondo de Cultura Económica, Bogotá 1992, pág. 21
10
hoy se llamaría “mercado político” por excelencia, mediante el cual los ciudadanos
electores investidos –en cuanto electores- de una función pública, se vuelven clientes.”5
La corrupción y el mercantilismo electoral, como expresión clásica del
clientelismo, hace parte de las preocupaciones de los académicos sociales, quienes lo
vinculan a sus investigaciones, preocupados por la vigencia del fenómeno en sociedades
de tradición agraria, en vía de modernización y de mentalidad campesina, que dificulta
la modernización y la democracia en los países periféricos. El clientelismo fue visto
como una anomalía política inherente a este tipo de sociedades, tendiente a desaparecer
con la industrialización y la construcción del Estado de Derecho. Creencia que resultó
errática, al encontrar las formas de adecuación y afianzamiento, en el proceso de
consolidación del capitalismo. La arraigada mentalidad campesina, el apego a las
lealtades y el sistema dadivoso del clientelismo, se remozan y constituyen en un
verdadero obstáculo para la formación plena de la democracia.
La dinámica capitalista en países periféricos o emergentes como el nuestro,
mantiene las estructuras mentales de una sociedad de raigambre campesina, escenario
propicio para la conservación del clientelismo. Así mismo, el marxismo considera al
campesinado como una clase que constituye una forma productiva no capitalista,
partícipe de un intercambio desigual y por ende destinada a la pauperización por su
subordinación al Modo de Producción Capitalista. “La hipoteca que tiene el campesino
sobre los bienes celestiales garantiza la hipoteca que tiene la burguesía sobre los bienes
del campesino”6. En estas condiciones, el arquetipo ideológico de la mentalidad
campesina hacen de la subordinación y la lealtad, la herramienta fundamental para el
control político por de la clase dominante, mediante la sujeción a partidos polarizados
que el liberalismo utiliza para la implantación del Estado.
El impacto del capitalismo en Colombia dislocó una sociedad tradicional con el
auge de las exportaciones cafeteras y la industrialización del campo y la ciudad, desde
los inicios del siglo XX. A ésta sociedad se le impuso un tipo de Estado liberal,
adecuado a las elites y a sus condiciones socioeconómicas para la transición hacia la
5 Ibidem, pág. 110. 6 C. Marx, F Engels. Las luchas de clases en Francia de 1844 a1850.Obras escogidas en dos tomos. Tomo I. Ediciones Extranjeras, Moscú, sin fecha.
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modernidad, conservando la cultura de sujeción política. En tal dirección, nuestro
trabajo propone la hipótesis del clientelismo como un arquetipo ideológico de la
dominación política, surgido en la antigüedad esclavista que impactó sociedad colonial
Neogranadina mediante la sujeción física e ideológica; y se constituyó en el soporte
electoral de caudillos polarizados en el bipartidismo liberal-conservador, desde la
fundación de la República en la afirmación del Estado y la política, vigente hoy como
cultura atávica fomentada por las dádivas. Obstáculo para la construcción de una
democracia plena y el predominio del Estado Social de Derecho. En tal dirección, se
inicia en capítulo 1 con la indagación sobre los orígenes del concepto y su sacralización
hasta convertirse en un fenómeno recurrente en las estructuras mentales de los
trabajadores en general. En el capítulo 2, se describe el traslado del fenómeno al
continente americano y su afincamiento en las Encomiendas, hasta que ésta se
constituyó en la Hacienda colombiana del siglo XIX. En el capítulo 3, se indaga por el
papel político de la Hacienda en la afirmación de fenómeno con la recién inaugurada
vida republicana. En el 4 capítulo, con el papel de los hacendados en la formación y
desarrollo de los partidos políticos colombianos. De allí, se continua en el capítulo 5
con una corta exposición del régimen liberal, asumido por las elites, en el que se
muestra como en la dinámica del capitalismo, el Estado y los partidos políticos,
liderados por terratenientes, se adecuan y sustentan sobre la sujeción ideológica para
asegura la clientela electoral. En el capítulo 6 se examina el Frente Nacional como la
institucionalización del fenómeno a partir del régimen censatario, expresión de la crisis
permanente por la que atraviesa la sociedad colombiana, y en el capítulo 7 se presenta
un corto estudio de caso local que ilustra la permanencia del fenómeno de la sujeción
arquetípica de la cultura política del pueblo colombiano que siempre espera la llegada
de un mesías político.
12
CAPÍTULO I
El Clientelismo político, orígenes de un concepto
Padre nuestro…
Danos hoy nuestro pan cotidiano
y perdónanos nuestras deudas,…
Mateo7
¿Se encuentra en tan magna oración el espíritu de la sacralización del clientelismo?
¿Lo acepta con un carácter divino para afirmarlo como elemento inherente a la política?
De todas maneras, nos ubica en la antigüedad, en la época del mundo mágico-religioso,
en el apogeo del esclavismo como el surgimiento del fenómeno ideológico, su
relevancia y permanencia histórica, ligado a la estructura política y social. Su
surgimiento debió ocurrir en el seno de la familia antigua que legitima la esclavitud,
hace de los clientes sus serviles y leales al patrón. El concepto se caracteriza por la
coerción, la negación del otro y la lealtad al amo. Fundamento de las relaciones sociales
en el mundo romano, instalado en la mentalidad, impulsa la cultura política de pueblo
7 Mateo 6, 11-12
13
en general, inspira la dominación y el bipartidismo. El clientelismo ha mantenido su
perennidad, adecuado a las diversas sociedades que le han albergado, hasta alcanzar la
modernidad. En la sociedad antigua el amo impone su autoridad al esclavo; en la
sociedad feudal, el siervo acata la voluntad de su señor y en los señoríos suramericanos,
los peones obedecen a la figura del patrón. El clientelismo, remozado en las sociedades
agrarias durante los dos últimos siglos en la Europa meridional y América Latina, se
constituye en el problema obligado en la política contemporánea.
1.1El mundo mágico-religioso, principio del esclavismo.
La familia antigua como el lugar natural de “la religión del hogar y de los
antepasados”8 fundada sobre los principios míticos-religiosos, ordena y regula las
relaciones sociales, al establecer todo un sistema normativo fundado sobre el mito y la
tradición de los antepasados: “Vivir de conformidad con los arquetipos equivalía a
respetar la “ley”, pues la ley no era sino una hierofanía* primordial, la revelación in illo
tempore** de las normas de la existencia, hecha por la divinidad o un ser mítico”9. La
familia funciona como una unidad de la vida material y espiritual; facilita el
establecimiento de instituciones como el matrimonio, el derecho de propiedad y como
extensión de la familia; la esclavitud y la clientela. En su seno, se construyen las
delicadas y complicadas relaciones de dominio y sujeción ideológica, en el proceso de
formación del Estado y la primera división del trabajo que impone la esclavitud como la
forma de asegurarse la mano de obra indispensable para el enriquecimiento de las
familias poderosas. Surge la separación entre lo público como el espacio de la política y
lo particular, el lugar de la vida privada, escenario natural de la familia, la economía y la
religión, en cuyo interior, la casa, albergó al esclavo como un miembro más de la
misma. Los argumentos que le animan, se narran en los mitos.
Un acervo de relatos, convertidos en las representaciones de las personas y los
animales, converge en las grandes directrices que desde las edades míticas, la
humanidad recuerda como las épocas de felicidad pero que por su desobediencia, los
*Acto de manifestar lo sagrado. **En otros tiempos o hace mucho tiempo. 8 Fustel de Colanges. La ciudad antigua, Editorial Porrúa, México, 1996, página 26. 9 Mircea Eliade, El mito del eterno retorno, editorial Atalaya, Barcelona 1995, pág., 90
14
dioses han castigado al hombre, condenándolo al trabajo, al sufrimiento y a una vida
fugaz, preparatoria para la eternidad del alma. Así lo recogen los dos grandes mitos en
que se soporta la cultura judeocristiana: en la Teogonía10, los trabajos y los días de
Hesíodo, quien a partir de las razas de oro, plata, bronce, hierro y héroes, establece los
diferentes niveles de funciones, acciones y jerarquías de los dioses que se reflejan en la
organización de la sociedad. Las razas aparecen en estricto orden jerárquico,
encabezado por el oro, la de las virtudes y las divinidades, y termina con los de hierro,
los hombres del trabajo, del sufrimiento, de la sumisión completa a ese orden divino que
obliga a los gobernantes: “es que se fijen sobre todo en la combinación de metales de
que están compuestas las almas de los niños. Y si uno de éstos, aunque sea su hijo, tiene
en la suya parte de bronce o hierro, el gobernante debe estimar su naturaleza en lo que
realmente vale y relegarle, sin la más mínima consideración, a la clase de artesanos y
labradores”11. Así miso, en el mito judeocristiano del paraíso terrenal12, se impone el
dolor y el trabajo como castigo a la mentira y a la desobediencia. En efecto, se resalta la
importancia que tiene el conocimiento de los mitos en la formación del la ideología de
la dominación, a partir del tiempo como imaginario: “La descripción y la doctrina de
estas edades míticas se encuentran ante todo en los mitos, luego en los textos religiosos
y filosóficos a menudos vecinos de los mismos mitos, finalmente en los textos literarios
que, a través de antigüedad, nos han transmitido los mitos que de otro modo hubieran
sido mal conocidos o desconocidos”13. En estas narraciones está presente la
remembranza de un tiempo pasado, sin dolor ni penurias, que contrasta con un presente
movido por el trabajo y la ardua cotidianidad de una vida hambrienta y miserable, que
obliga al trabajador al acatamiento de la voluntad de los poderosos, pues ese es el
destino impuesto por los dioses.
10 . En la Teogonía, el mito es el tema dominante, mejor dicho, exclusivo; pero también en los Trabajos ocupa un lugar importante cuando se trata de explicar la situación actual del hombre. En efecto, para Hesíodo tal situación (trabajo, sufrimiento, injusticia) no es originaria. Es el resultado de un castigo, castigo aplicado a una falta. ¿Cuál es esa falta? El mito da la respuesta: Prometeo robó el fuego divino para darlo a los hombres. Zeus, entonces, creó a Pandora, la mujer de cuya caja salieron todos los males que aquejan al hombre. (Puede señalarse, como analogía en el intento de explicar la situación del hombre, el relato bíblico sobre el Paraíso, el pecado, la intervención de Eva). 11 Platón, La republica o el estado, editorial Iberia, Barcelona, 1961, pág., 114. 12 En Hesíodo, el trabajo aparece como una obligación.”Trabaja, ¡oh insensato Perses! en la tarea que los Dioses destinaron para los hombres, no vaya a ser que, gimiendo tu corazón, con tu mujer y tus hijos, tengas que buscar el sustento en casa de tus vecinos, que te rechazarán. Hesíodo, Teogonía, los trabajos y los días, Editorial Porrúa, México 1982, pág., 37. En el Génesis 3-19, el trabajo es un castigo divino que lo obliga: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan”. 13 Le Goff, Jacques. El orden de la memoria. El tiempo como imaginario. Editorial Paidos. Barcelona, 1991, pág., 12.
15
En el concepto de esclavitud subyace el hombre como un ser sin autonomía, ni
voluntad, enajenado a su amo. De aquí que la esclavitud, tenga su aceptación sin
ninguna consideración. En la biblia se utiliza la palabra con cierta naturalidad. Primero
como castigo: “Maldito sea Canaán, grita Noé, esclavo de esclavos será para sus
hermanos”14. Se señala que los negros son descendientes de los cananeos, como una
justificación de la trata negreara, desde el siglo XVI hacia América. Algunas
interpretaciones bíblicas han sido asociadas con la humildad, atribuida a los patriarcas
Abraham, Moisés, Lot y David que se decía eran esclavos del Señor. Pero el término
Señor, probablemente viene del sumerio “ēn” cuyo significado es “hombre de falda con
red” que contendría el rango de sumo sacerdote o sacerdotisa, referido a los reyes15. En
realidad, su uso por parte de los israelitas estaba referido a su condición de súbditos
frente a los reyes babilonios y los faraones, pues el pueblo seminómada de Israel,
deambula entre estos dos imperios.
Moisés líder de la liberación de Israel, siempre les recuerda la condición de
esclavos y de servidumbre que vivieron como pueblo en Egipto16. Pero también les
hacía énfasis en las obligaciones y responsabilidades adquiridas tras su liberación:
“Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto y que Yahvéh, tu dios te sacó de allí
con mano fuerte y brazo tenso”17. Se sacraliza la lealtad?. De todos modos, la promesa
se revela a la humanidad con el pueblo de Israel, quien voluntariamente acepta servir
con lealtad, “empero, de mayor significación para el futuro fue la asociación de la
misión religiosa con liberación de la servidumbre a hombres y con una nueva
servidumbre a una autoridad más alta”18.
A la condición de esclavo se llegaba, no por su condición étnica, sino por la
proporción de los pueblos vecinos como botín de guerra; mediante la trata que
resultaban insignificantes frente a la gran mayoría que provenían primordialmente de la
reproducción de la gente servil, de niños abandonados y de los hombres libres que se
14 Génesis, 9:25. 15 E. Cassin/J. Bottero/J. Vercouter. Los imperios del antiguo oriente. I del paleolítico a la mitad del segundo milenio. Editorial siglo XXi, México, 2006, pág., 37. 16 Exodo 2:23, 2:6,9; 13: 3,4. 17 Deuteronomio 5: 15. 18 David Brion Davis, ob., cit., pág., 63.
16
vendían como esclavos para pagar sus deudas19, esta última, la más común y eficaz para
forzar la aprehensión de la mano de obra y la pérdida de la autonomía individual. Los
hijos de una esclava, independiente de la clase social que ocupara el padre, eran
propiedad del amo, quien decidía que hacer con el crio: regalarlo, darlo en adopción o
dejarlo abandonado. El amo era el dueño y podía hacer lo que quisiera con cualquier
humano que le perteneciera, por lo tanto ser esclavo significaba que “su persona es
propiedad de otro hombre, su voluntad está sujeta a la autoridad del amo, y su trabajo o
servicios se obtienen merced a la coerción”20.
La aceptación general del esclavismo parte de la necesidad productiva que por la
división del trabajo y la consolidación del clan dominante, obliga a la sujeción y al
control de la mano de obra como generadora fundamental de riqueza, mediante la
acción dominadora tanto física como espiritual. Así mismo, los elementos psicológicos
impulsados por los mitos y la religiosidad, conforman el complejo tejido de
representaciones que constituyen los paradigmas ideológicos de la dominación, como
“la probabilidad de encontrar obediencia dentro de un grupo determinado para mandatos
específicos”21. La sumisión, obligada por la pobreza y el bajo nivel social, contribuyen a
alimentar los mecanismos políticos de control, además de fomentar las lealtades y los
“afectos” hacia la figura del patrón y a su familia divinizada, reconocida como noble.
El esclavo se presenta agradecido, pues el patrón se muestra como un “generoso”
que entrega a cambio de su asistencia y trabajo, alimentación y vivienda; y lo acoge en
el calor del hogar, haciéndolo un “miembro” más de la familia, mediante un ritual
mágico-religioso, incrustado en la tradición; da fe del hecho espiritual imposible de
borrar. En efecto, al esclavo, “se le hacía acercarse al hogar, se le ponía en presencia de
la divinidad doméstica, se le vertía en la cabeza el agua lustral y compartía con la
familia algunas tortas y frutos.”22 El ceremonial incluía la genuflexión reverencial al
19 M. I. Finley hace el siguiente relato sobre el carácter mítico de la esclavitud: “Heracles se vio afectado por una enfermedad persistente hasta que fue Delfos a consultar a Apolo sobre ella. Allí el oráculo le informó que su achaque era un castigo porque había dado muerte a Ifito a traición, y que su única posibilidad de curación era que fuera vendido como esclavo durante un número limitado de años y que entregara el precio de su compra a los parientes de su víctima.”. FINLEY, M. I. La Grecia antigua, Editorial Crítica, Barcelona, 2000, página 128 20 David Brion Davis. El problema de la esclavitud en la cultura occidental, El Áncora editores/Ediciones Uniandes, Bogotá, 1996, pág., 30. 21 Weber Max, Ob. Cit., pág., 170 22 Fustel de Colanges. Ob., Cit., página 80.
17
patrón, en un acto de reconocimiento y acatamiento que obligaba al pundonor,
afirmando por el mito de la obediencia y la sumisión, con un carácter forzoso y perenne
en la vida social, ya que el rito involucra múltiples formas de cultos dirigidos a afianzar
el poder político y crear una cultura de la obediencia y la sumisión. Y como tal, el ritual
es portador de una energía emocional que le otorga una perennidad ideológica, al
alcanzar en la cultura su expresión mítica-política: “el rito es el elemento más
perdurable que el mito en la vida religiosa del hombre”23. La consecuencia inmediata,
hacerse miembro de la familia y partícipe de su religiosidad, con cuyo bautismo
quedaba atado de por vida al servicio de la familia, aún en el período que alcanzara su
independencia en su condición de liberto.
A pesar del establecimiento del parentesco religioso, la relación entre el amo y el
esclavo siempre fue conflictiva y riesgosa. De todas maneras se consideraba al esclavo
como “objeto”, un bien material en el que había una inversión, sin embargo “la relación
se torna ambivalente y por ende, peligrosa que puede el amor transmutarse súbitamente
en odio.”24 El castigo y por ende, el resentimiento, alimentan el espíritu vengativo y de
rencores que obliga a tratos “afectuosos” de las familias propietarias de esclavos. A éste
lo vinculan en el regazo familiar como un “pariente” más. “Era un familiar al que se
“quería” y se castigaba paternalmente y por quien uno se hacía obedecer y “querer”.25
Esta ambigua relación, atravesada por el derecho de propiedad y los ficticios
sentimientos de afecto hacia la figura del patrón, hacen de “la esclavitud antigua una
extraña relación jurídica que daba lugar a sentimientos banales de dependencia y
autoridad personal, así como a relaciones afectivas y no precisamente anónimas.”26
El esclavo es llevado a la condición de sub-hombre, la cual conserva como una
impronta, impuesta por la sociedad esclavista. Afirmada su condición por la ideología
del destino, hacen del vejado un hombre sin libertad con su personalidad enajenada,
obligado a acatar la autoridad y a mantener la obediencia a la familia esclavista. Se le
manda a honrar al páter y a la máter familias, como parte de la obligación de sus
súbditos. Lo que implica respetarlos y amarlos sobre todas las cosas, como sus
23 Cassirer, El mito del Estado, Fondo de Cultura Económica, pág., 33 Bogotá, 1996. 24 Paul Veyne. El Imperio Romano, en Historia de la vida privada, editorial Tauros, Madrid, 1990, página 61. 25 Ibídem, página 61. 26 Ibídem, página 62.
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“padres”, en un acto de agradecimiento por el “alimento” y la “protección” que le
brindan. También por la acogida a pesar de su condición natural e inferior que envolvía
la esclavitud.
Las familias consideraban a los esclavos como niños grandes. Dependían de la
autoridad doméstica, les infligían castigos físicos y mentales de los que se hallaban
exentos los hombres libres. Los esclavos (y más tarde en el Medioevo, siervos y peones
en los señoríos sudamericanos) carecían de esposa e hijos porque sus amores y
descendencia eran fortuitos; el amo o el señor, dispone a su albedrío de los nuevos
individuos que vende o regala, según su conveniencia. “El padre ejerce la prerrogativa,
inmediatamente después de nacido su hijo, de levantarlo del suelo, donde lo ha
depositado la comadrona, para tomarlo en los brazos y manifestar así que lo reconoce y
rehúsa exponerlo”.27Con éste ritual, se manifiesta públicamente el interés por aceptarlo
como un miembro más de la familia o rechazarlo, sin importar la condición de hijo
biológico o de la servidumbre.
La institución patriarcal, ejerce el poder de manera vertical al interior de la sociedad
esclavista. Sin embargo, a pesar de la aceptación general de la esclavitud, el estadista
ateniense Solón, en el siglo VI a. de c., atiende los ruegos y las suplicas para abolirla:
sólo el padre puede oír los rezos lastimeros y conceder el perdón de las deudas; y
otorgar la libertad a aquel que le servía y le pertenecía, declarándolo liberto. Pero la
institucionalización de la familia, racionalizada con Aristóteles, como el fundamento
productivo y reproductivo de la sociedad, conservó la esclavitud en su seno.
1.2 La racionalidad antigua esclavista.
Platón en sus Leyes, argumenta el incremento de la autoridad de los amos y la
diferenciación entre los hombres libres y los esclavos, aunque deseaba el cese de la
misma entre los griegos, pero aceptaba la servidumbre de los extranjeros, pues su
condición de inferiores permanecía con la herencia. A estos, inclusive le negaba el buen
trato.
27 Paul Veyne, ob.cit., pág., 23
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Según el mismo principio cósmico autoridad y subordinación expuesto por Platón,
se gobierna la nación, la casa y los esclavos. Así mismo, en Aristóteles la economía
doméstica o la autoridad real o política se constituye la ciencia del amo: “otros sostienen
que el poder del amo sobre el esclavo es contrario a la naturaleza. Estos últimos
afirman que la diferencia entre el hombre libre y el esclavo solamente la estableció la
ley, que no la ha establecido la naturaleza. Diferencia legal, pero injusta, como hija de la
violencia”28 ve en el oikos, la casa primitiva, la manera natural para manejar una
relación exclusivamente doméstica bajo la autoridad paterna, En este punto, contrasta
los tipos de mando para diferenciar el mando de los esclavos del gobierno ejercido por
los amos. Se plantea una base racional que justifica la esclavitud. Argumenta la
separación entre libertad política y servidumbre doméstica, ahondando en la idea de la
inferioridad natural de los hombres destinados a obedecer por carecer de razón.
La concepción del hombre en general y del trabajador en particular, como un
animal doméstico, desprovisto de voluntad, entregó a los amos poder necesario para la
dirección política, desde el Estado, motivo suficiente para tratar a los esclavos con
cierto cuidado y consideración. Esta noción parte del dualismo de la naturaleza y la
sociedad que surge del principio de autoridad, obligatorio en el orden que hacía
necesaria la institución de la esclavitud.
Para Marcuse este dualismo expuesto en la doctrina aristotélica, postula la
racionalidad que sienta la base de la sociedad y del Estado en la familia, sustentada a su
vez sobre la dualidad que separa lo bello de la praxis; y que se constituyó en el soporte
central de la sociedad antigua, con tal fuerza que su proyección ha alcanzado la
modernidad como cultura burguesa29. En efecto, Aristóteles pensaba que la unidad
28 Aristóteles, La política, editorial Iberia, Barcelona, 1967, pág., 8 29 Herbert Marcuse ve el fenómeno como principio que la burguesía ha encontrado adecuado a su espíritu: “Bajo cultura afirmativa se entiende aquella cultura que pertenece a la época burguesa y que a lo largo de su propio desarrollo ha conducido a la separación del mundo anímico-espiritual, en tanto reino independiente de los valores, de la civilización, colocando a aquél por encima de ésta. Su característica fundamental es la afirmación de un mundo valioso, obligatorio para todos, que ha de ser afirmado incondicionalmente y que es eternamente superior, esencialmente diferente del mundo real de la lucha cotidiana por la existencia, pero que todo individuo “desde su interioridad”, sin modificar aquella situación fáctica, puede realizar por sí mismo. Sólo en esta cultura las actividades y objetos culturales obtienen aquella dignidad que los eleva por encima de lo cotidiano: su recepción se convierte en un acto de sublime solemnidad. Aunque sólo recientemente la distinción entre civilización y cultura se ha convertido en herramienta terminológica de las ciencias del espíritu, la situación que ella expresa es, desde hace tiempo, característica de la praxis vital y de la concepción del mundo de la época burguesa.
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productiva fundamental era la familia, compuesta por dos ejes que convergen en un solo
fin: “La doble reunión del hombre y la mujer, del amo y el esclavo, constituyó la
familia”30, base de la sociedad, liderada por el padre dotado de sabiduría, propietario de
los medios productivos, y como tal, dirige y manda al esclavo ignorante, quien trabaja
elaborando los bienes materiales. El mando es cuestión del destino que lo entrega al
amo para que haga obedecer al esclavo, pues hace parte de la naturaleza, y como tal; “el
que sólo posee la fuerza corporal para la ejecución, debe naturalmente obedecer y
servir, porque el interés del amo es el mismo que el del esclavo”31.
En consecuencia, la familia surge como una institución política que regula las
relaciones de potestad, con un carácter patriarcal, desde donde se ejerce el poder de
manera vertical, mediante diferentes formas de sujeción y control de esclavos y clientes,
sin los cuales no se puede afirmar el grupo dominante.
La figura del padre es el pilar fundamental de la familia, un líder natural con un
carácter divino al que se obliga a amar y a honrar, poseedor de todo: “El padre de
familia es un esposo, es también un propietario con su patrimonio, un amo de esclavos,
un patrón de libertos y de clientes”32; dotado de una “ciencia del amo que no es otra
cosa que la economía domestica”33, con la que administra sus bienes y su familia. En
torno a él se construye tanto la esfera de lo público como lo privado. Condiciones que lo
hacen ciudadano libre, revestido de dignidad y autoridad familiar, con la potestad de
legar algo a todos sus clientes, hijos y esposa, en un acto enaltecedor a los ojos de los
supervivientes.
La efigie del amo, patrón o rey, convoca a la lealtad por ser el portador de una
aureola divina que le permite ejercer su autoritarismo con cierta “justicia”. Su presencia
“Civilización y cultura” no es simplemente una traducción de la antigua relación entre lo útil y lo gratuito, entre lo necesario y lo bello. Al internalizar lo gratuito y lo bello y al transformarlos, mediante la cualidad de la obligatoriedad general y de la belleza sublime, en valores culturales de la burguesía, se crea en el campo de la cultura un reino de unidad y de libertad aparentes en el que han de quedar dominadas y apaciguadas la relaciones antagónicas de la existencia. La cultura afirma y oculta las nuevas condiciones sociales de vida.”. Cultura y sociedad, página 50, editorial Sur, Buenos Aires, 1986. 30 Aristóteles, La política. Ob., Cit., pág., 5 31 Ibídem, pág., 4 32 Paul Veyne, ob., cit., pág. 81. 33 Ibídem, pág., 8.
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como la imagen del padre que castiga y perdona, puesto que la figura paterna es
amorosa y clemente; su apariencia severa y cruel se sustituye por la de un padre
benévolo y misericordioso. En tal sentido, la imagen doble hace de la convivencia, el
edificio ambiguo del concepto de “familia”. Así mismo, la familia constituida como una
institución fundada sobre el patrimonio, soporte del sistema político, convierte al amo o
patrono en su directo responsable: “obligado a conservarlo y acrecentarlo porque
dilapidarlo sería aniquilar la dinastía a que se pertenece y caer en la inhumanidad”34. En
igual forma, el patrimonio le daba al padre y a la madre, un amplio poder sobre su
numerosa clientela, esclavos e hijos; quienes estaban obligados a guardar lealtad y a
obedecer por su condición de inferiores, mediante la intimidación y el castigo pero que
el patrono, gracias al estoicismo, se conduce personalmente en término de valores como
un buen amo.
El patriarca irradia sus miradas dadivosas y mesiánicas que lo hacen ver como la
figura de padre omnipotente, dador del bien y defensor ante el mal; como un jefe
político y carismático, capaz de aglutinar a toda su clientela, movida por el interés que
vislumbra la posible participación en el reparto de la herencia. Todos los miembros de
la familia, próximos o lejanos, han de recibir, alguna cosa, igual que los restantes de la
casa: “el testamento manumite a los esclavos con mérito, y no olvida a los libertos que
han permanecido fieles ni a los clientes35.
1.3 Los clientes
El antiguo esclavo, ahora manumiso, continúa piadosamente ligado a su viejo amo,
a quién visita como un deber filial de gratitud y de respeto, en un acto simbólico de
reconocimiento36. Como acto de fe, extendido a todas las familias poderosas que
conforman la clase dominante, revestida de autoridad moral para ejercer poder y control
sobre conglomerados dependientes o inferiores a su condición social. Asimismo, la
34 Ibídem, pág., 4 35 Ibídem, pág., 43 36 Hegel, proporciona el argumento del fenómeno histórico como la lucha por el reconocimiento y Fukuyama lo reorienta como el fin de la historia. De esta, manera patrones y clientes se confunden en un fin único: El problema de la historia humana puede verse, en cierto sentido, como la búsqueda de la manera de satisfacer el deseo de reconocimiento mutuo e igual de señores y de esclavos. Fukuyama, Francis. El fin de la Historia y el último hombre, ed., Planeta, Bogotá 1992, pág., 218.
22
familia constituía el escenario social de la reputación y del honor, del prestigio social y
de la legitimidad del poder político; aceptado y reconocido por una ávida clientela
pueril, que la hace actuar como “lagartos” detrás de sus amos: “Todo aquel que se halle
en posesión de un nombre ilustre ha de estar presente en cuanto sea de interés para
todos, a fin de jugar un papel honorífico. Es uno de los aspectos más anodinos, del
fenómeno polimorfo que constituía la clientela”37.
La condición de cliente es el único medio posible para conseguir un mendrugo de
pan y paliar su mísera existencia. En consecuencia, la búsqueda de su antiguo patrón
para pedirle la dádiva con la cual sobrevive y de la que vive “agradecido”, se le hace
indispensable para su supervivencia, si se tiene en cuenta que el amo es misericordioso,
socorre a aquellos que están convencidos de su generosidad. En efecto, las
circunstancias lo obligan a establecer una relación desigual, en la que la sujeción opera
con el consentimiento del ex-esclavo, condenado a la pobreza. La ausencia de un
principal, lo conduce por el camino de la mendicidad, implorando la caridad pública,
acrecentando la vagancia.
La abundancia de libertos que recorría sus calles de la Roma Imperial, en la
búsqueda de los antiguos amos, quienes les proporcionaban alimento y protección, e
hicieron de ésta práctica una constante que se convirtió en una realidad social y política:
“Con el nombre de liberto o el de cliente, seguía reconociendo la autoridad del jefe o
patrono y no cesaba de tener deberes con relación a él”.38 Por el contrario, el cliente no
renuncia al vínculo religioso afectivo, el hecho de haberle concedido el amo su libertad
y la entrega de algunos elementos para su nueva vida, hacen que el ex-esclavo, le
guarde un agradecimiento especial y acuda a su llamado para servirle en lo que él
requiera. No obstante, aún sin su llamado, lo visitan en un acto de reconocimiento a su
condición jefe natural y protector. El auge de la creciente población flotante liberta,
conduce en la antigua Roma, al fortalecimiento de la clientela.
Un cliente es un hombre libre que acude a hacerle la corte al padre de familia y que
se proclama públicamente su cliente; “puede ser rico o pobre, poderoso o miserable, a
veces más rico que el patrono al que viene a saludar”39. En un ritual cotidiano, los
37 Paul Veyne, ob., cit., Pág. 100. 38 Fustel de Colanges, ob. Cit. Pág. 80 39 Paul Veyne, ob.cit., pág., 98.
23
hombres libres, los fieles o “clientes”, acuden cada mañana a desfilar por la antecámara
de su protector o “patrono” a fin de rendirle una rápida visita de homenaje.40La clientela
participa de la fiesta y la liturgia del reconocimiento y por ende, obliga a la protección
del patrono quien debe hacerlo por todos los medios posibles; protección que alcanza el
nivel institucional y que hace a la clientela cómplice de la vida política, hasta alcanzar el
reconocimiento jurídico.
1.4 Legitimidad del clientelismo.
El fenómeno hunde sus raíces en el espacio privado de la antigüedad con el aval
jurídico de la familia. “La clientela como tal, es una institución de derecho doméstico y
existió en las familias antes que hubiese ciudades”.41 Su fortaleza ideológica, radica en
el campo de las representaciones por el elemento divino y mesiánico que salva y
prodiga el anhelado bienestar. Los argumentos religiosos y políticos, constituye todo un
acervo cultural de los que se derivan nexos indisolubles del trabajador hacia el amo. “La
clientela es un lazo sagrado que la religión ha formado y que nada puede romper”.42
La distinción hecha desde la Antigüedad romana entre la vida privada como el
escenario de la familia y la religión, y la vida pública como el espacio de la política y
del Estado, han conducido a la división del derecho en público, como la normatividad
del Estado y en privado como lo referido al espacio privado, a la familia. Considerada la
base de la sociedad y del poder, la familia se constituye en la fuente de toda autoridad,
puesto que “el poder político de mando no difiere entonces esencialmente del que ejerce
el señor en la casa-dominius-, el señor territorial o corporal. En todos estos poderes
descubrimos un rasgo común: el patrimonialismo.”43 De hecho, el patrón está obligado
a conservar la riqueza de la familia, su cohesión, su poder político y económico, además
de defenderla. Su condición de clan dominante, lo obliga desde el Estado, a defender lo
público, en la aplicación de la ley ya que el espacio privado le estaba vedado: “la
justicia antigua romana solía detenerse en el mural del hogar”44,
40 Coulanges. Ob. Cit. Pág. 81 41 Ibídem, ob., cit., pág., 81. 42 Ibídem, pág., 81. 43 Max. Weber, pág., 500 44 Ibídem, pág. 501
24
El espacio de la vida privada es el escenario natural del esclavismo y del
clientelismo, fundado sobre relaciones desiguales que obligan a la búsqueda de
normatividad que las regule y cree un ámbito funcional de las mismas. En consecuencia,
se consolida con el transcurrir del tiempo, un autoritarismo licito manifiesto bajo
diferentes formas de autoridad que según Max Weber, la componen tres tipos puros: la
dominación legal, tradicional y carismática45.
La formación del espíritu jurídico se encuentra en su mismo origen despótico e
irracional, a partir de “la vieja administración de la justicia del imperium (poder de
proscripción, poder del cargo) de los príncipes, magistrados y funcionarios”46, que
elimina la discusión de los derechos especiales para todos los servidores. Los
prohombres divinizados detentadores del poder, podía desterrar, excluir y prohibir la
estadía y permanencia de todos aquellos que no pertenecían a su familia o consideraban
peligrosos. Se manifiesta una tradición autoritaria que culminaría con el fortalecimiento
del derecho privado en asocio con el público, para administrar a los clientes útiles e
indispensables al sistema político. En consecuencia, “el Derecho de los clientes creado
jurídicamente en la antigüedad, bajo normas sacramentales y convencionales”,47 induce
al esclavo perteneciente a una familia notable, una vez liberto a convertirse en cliente;
escapa del escenario de la vida privada pero no logra suficiente capacidad económica
para llegar al ejercicio pleno de la libertad. Su condición de pobreza, le obliga a salir en
la búsqueda de opciones laborales, las cuales posee su antiguo amo u otro grande que lo
ocupa por una recomendación. No alcanza los plenos derechos civiles pero tampoco
adquiere el ascenso social. Como cliente, debe mantener la lealtad al funcionario que le
permite seguir jugando su rol parroquiano. 45 Para Weber, La dominación legal en virtud del estatuto. Su tipo más puro es la dominación burocrática. Su idea básica es: que cualquier derecho puede crearse y modificarse por medio del estatuto sancionado correctamente en cuanto a la forma. La asociación dominante es elegida o nombrada, y ella misma y todas sus partes son servicios. Un servicio (parcial) heterónomo y heterocéfalo suele designarse como autoridad. El quipo administrativo consta de funcionarios nombrados por el señor, y los subordinados son miembros de la asociación (“ciudadanos”, “camaradas”). La dominación tradicional en virtud de la creencia de la santidad de los ordenamientos y poderes señoriales existentes desde siempre. Su tipo más puro es la dominación patriarcal. La asociación de dominio es comunicación; el tipo del que ordena es el “Señor”, y los que obedecen son los “súbditos” en tanto que el cuerpo administrativo lo forman los “servidores”. Se obedece a la persona en virtud de su dignidad propia, santificada por la tradición: por fidelidad. La dominación carismática, en virtud de la devoción afectiva a la persona del señor y a sus dotes sobrenaturales (carisma) y, en particular: facultades mágicas, revelaciones o heroísmo, poder intelectual u oratorio. Lo siempre nuevo, lo extraordinario, lo nunca visto y la entrega emotiva que provocan constituyen aquí la fuente de la devoción personal. Ibídem, págs., 706 y ss. 46 Ibídem, pág. 621. 47 Ibidem, pág. 622
25
El clientelismo se institucionaliza, gracias a la burocratización del Estado y a la
disposición de la tradición que otorga la imposición del orden y el mandato del superior
quien tiene la potestad de hacerse obedecer, bien por fuerza o por elementos ideológicos
o afectivos. Al respecto, los fuertes nexos hacia el patrón, lo confinan a la condición de
cliente de la cual, difícilmente puede salir.
El patrón utiliza la fuerza de trabajo ajena, por los derechos otorgados mediante el
derecho subjetivo que le permite “exigir cualquier forma obediencia a ciertas
personas”48. Y que se consolida mediante la práctica del autoritarismo. En igual forma,
la irracionalidad constituyente de los derechos especiales, particularizados como
derecho de gentes y derecho de servicios. El Medioevo constituiría el derecho feudal
sobre el siervo. “De acuerdo con el carácter general del derecho esas particularidades se
hallaban sujetas bien a una mezcla de normas sacramentales y de reglas convencionales,
como la clientela en la Antigüedad, u ostentaban como derechos feudales y de servicio
en la edad media, un carácter estamental”49 En efecto, los preceptos mítico-religiosos
alimentan un derecho que para ejercerlo plenamente, requiere de la lealtad con la cual se
garantiza la confianza entre el patrón y el trabajador para asegurar unas relaciones
“armónicas” al interior de la familia que le alberga.
1.5 La lealtad
Para la sociedad medioeval, la sujeción se enriquece con la casa y el linaje, soporte
de la hidalguía, la tradición de la sangre y el liderazgo del adalid con el carisma
patriarcal, de honor y de hombría de bien, fortalecidos a través del derecho
consuetudinario mediante leyes de fidelidad y la sacralización del compadrazgo.
Involucra lo valeroso y lo incondicional como las cualidades que el cliente debe
expresar constantemente a su protector, vistas por éste como cierta nobleza, manifiesta
mediante hechos de confianza para con el patrón siempre dispuesto a compensar con su
generosidad.
48 Max. Weber. Economía y sociedad. Pág. 500 49 Ibídem, pág., 622
26
El honor, entendido como la cualidad moral que conduce al cumplimiento de los
deberes tanto propios como para con el prójimo, encarna los meritos sociales del bien y
del mal; y por lo tanto honra la lealtad, y sanciona y excluye la deslealtad, pagada a un
alto precio. El decoro, por lo tanto es parte integrante de la fidelidad, que hace de la
hombría; el macho que empeña la palabra, valiente y peleador, exitoso con todas
mujeres a quienes seduce y engaña. Es un verdadero hombre, dispuesto a todo, no le
teme al dolor y a la muerte. Este macho, trabajador y leal, fiel a los principios morales
del honor, se constituye en el avalista de un sistema ideológico de sujeción que hace del
cliente un ser indispensable para el sistema político. “La lealtad se constituye en norma
ideológica, que atraviesa la historia política de occidente. Y, como principio, también
depende de él el sistema de la clientela política”50.
La caballerosidad enaltece a la Casa y el Linaje de la familia a que se pertenece.
Éstos ocupan un amplio espacio en la representación de las solidaridades religiosas o
políticas de las amplias parentelas, quienes a través del ritual referenciado a su
pertenencia, construyen la ideología de la lealtad. El linaje completa el complicado
tejido social en el que los lazos de sangre proporcionan la coherencia del poder,
centralizado en la pirámide social, de grupos rígidamente constituidos, relacionados a la
nobleza por linaje o por parentesco. “Lo mismo que en la Antigüedad, en la Edad
Media, se decide la pertenencia a los linajes por el modo de vida distinguido,
caballeresco, y no la ascendencia únicamente”51. Los linajes se basan en la estructura
económica de los rentistas, tanto durante el período clásico esclavista como en la época
medioeval.
La amistad alcanza los espacios de la parentela, la que obliga a mantener la lealtad
y el honor, pues constituyen un compromiso de servicio mutuo que hace del derecho de
mando, la disposición de una doble fidelidad: un protector y unos protegidos, quienes
aceptan el modelo ideológico de control y servidumbre. La obligada actitud vasalla,
consolida prácticas de sumisión e instala el imaginario de la lealtad, como el soporte del
poder y del status nobiliario que afirma el abolengo carismático y de sangre, de señores
adalides, líderes de un ejército de siervos y jefes de peones. El carisma y el mesianismo
50 Peristiany, El concepto del honor en la sociedades mediterránea, biblioteca Labor, Barcelona, 1988, pág., 36 51 Weber, Max, ob,.cit., pág., 994
27
son dones gratuitos concedidos a los prohombres por Dios, fundamentos del
autoritarismo ideológico que impone la obediencia, mediante el miedo y el terror,
auspiciado por el mito del paraíso y el lenguaje cristiano de la salvación, apoyado por el
reconocimiento que el sometido hace al patrón como un deber y que le entrega la
legitimidad política, quien la ejerce a nombre de la soberanía de la nación. Un notable
ejerce la “autoridad de la gracia (carisma) personal y extraordinaria, la entrega
puramente personal y la confianza igualmente personal, en la capacidad para las
revelaciones, el heroísmo u otras cualidades del caudillo que un individuo posee”52,
fortalecida por sentimientos afectivos, creencias en valores, creencias religiosas y
compromisos forzosos que ponen en juego intereses personales o públicos.
El discurso religioso vigoriza el imaginario de las lealtades, y las sacraliza mediante
el rito. En efecto, el cristianismo mediante la figura del padrinazgo, obligaba a los
“ahijados” y sus padres a guardar lealtad al patrón. El cliente se asegura, a través de las
ceremonias que contienen las formulas del culto, en las que se obliga la obediencia y el
acatamiento a las normas morales de respeto y amor a una divinidad y por ende a la
figura mesiánica del amo.
El compadrazgo asegura la lealtad mediante la figura religiosa del padrino, quienes
generalmente son los patrones; un parentesco fuerte, cohesionado desde el ámbito
arquetípico religioso que ha sido muy fructífero en el manejo económico, político y
social. Para redondear: los nobles, burgueses, terratenientes y comerciantes, aparecen
idolatrados por un amplio espectro de clientes que se constituyen con el compadrazgo y
el peonaje, en la base de los éxitos políticos de gamonales y caciques. La clientela es
pues, un linaje artificial constituido alrededor de los poderosos por las gentes de
familias pobres.
El Cristianismo feudal instala en la mente del cliente, los espacios divinos que
contienen una muy diferenciada pirámide espiritual, como reflejo de las relaciones de
poder frente al Estado. En efecto, en el cielo se encuentran El Padre, omnipotente, justo,
principio y fin de todas las cosas. María suplicante, rogará con los santos como
intermediarios, ante el Padre para que otorgue favores a sus devotos feligreses. El beato
significa ese aliento esperanzador, de ese algo que se pide y que posiblemente llegará,
52 Max Weber. El político y el científico. Alianza editorial, Madrid 1998, Pág. 85
28
por el compromiso supuestamente adquirido con él: “el cristiano se halla por tanto
convencido de haber contraído una obligación de sumisión y de fidelidad con los
santos”53. El purgatorio inventado como el espacio ocupado por aquellos que tienen la
esperanza de salir de allí, y el infierno lugar de suplicio eterno para los que tendrán que
esperar el juicio final.
El mismo esquema espiritual funciona en la vida pública: el Estado, poseedor de
todos los cargos y recursos para repartir; el cacique político cerca al poder del Estado,
consigue de éste, el cargo burocrático o los recursos para arreglos comunales y por
último el cliente, siempre presto a ofrecer su voto a cambio de las dádivas milagrosas
que consigue su patrón político a quien le mantiene su lealtad. Si está por fuera de la
protección del político, la existencia del cliente se aboca a la pobreza extrema.
La lealtad exige el cumplimiento de la palabra comprometida a nombre del amo. Es
la regla de oro que mueve el mecanismo de control de los súbditos, quienes están
obligados a expresar en cada uno de sus actos, la fidelidad a su amo, sacerdote o rey. La
veracidad del hecho, afirmado en la palabra es de una importancia extrema, tanto que el
ponerla en duda a través de la mentira, lleva ésta a ser considerada como el pecado
original en la cultura judaico cristiana que le da derecho al patrón a ejercer el castigo.
1.6 El patronato.
El término tiene su aplicación en la antigüedad esclavista54 y con él se designaba
aquel individuo liberto, leal al patrón55. El patronato político56 como una perversión,
53 Duby, ob. Ci., pág.80, 1990 54 Weber en su argumento de la sociología de la dominación, lo asocia al primer Régimen patrimonial, como el mecanismo de control de la burocracia en sus apetitos de apropiación. “El primer régimen burocrático-patrimonial conocido por nosotros que ha sido llevado a la práctica con toda consecuencia fue el del antiguo Egipto. Es evidente que se desarrolló originariamente a base de la clientela real, decir, de un personal que el faraón tomó de su servidumbre palaciega, mientras posteriormente el reclutamiento de funcionarios se hizo forzosamente de un modo extrapatrimonial por ascenso de la clase de los escribas, única técnica mente utilizable por ellos, aun cuando significó siempre la incorporación a un sistema de dependencia patrimonial del señor. La gran importancia de la regulación fluvial sistemáticamente dispuesta desde arriba y de grandes construcciones junto con el largo periodo de tiempo libre de trabajo agrícola, que permitió la sumisión de la población a prestaciones personales en una proporción que antes no había sido posible, condujeron ya durante el Imperio Antiguo a una situación en que toda la población quedó organizada en un, jerarquía de clientes dentro de la cual el hombre sin dueño fue considerado como una buena presa y, en caso necesario, quedó incorporado simplemente a las cuadrillas de esclavos del faraón”. Economía y sociedad. Pág. 787 y ss.
29
ambiguo moralmente y sacralizado, es el fundamento de las relacione sociales en el
mundo romano.
Con el triunfo del cristianismo, las bases sociales del mundo romano se transforman
en las relaciones sociales del feudalismo, período en el que el siervo es atado al señor,
propietario de la tierra mediante vínculos míticos afectivos, obligado a pagar feudo. El
vasallaje, impuesto a los jóvenes quienes eran puestos al servicio del señor, mediante la
encomendación, un ritual consistente en juntar las manos con las del jefe que las
apretaba con las de él. Éste vasallo quedaba así bajo el poder y control paternalista que
es ambivalente, pues contienen un carácter religioso y afectivo que lo pone entre el
inferior y el superior. La concesión de tierras para que el peón la trabaje por un mínimo
recurso para él y permitirle “coger” mujer, consolidó la dependencia personal de un
señor, mediante mecanismos jurídicos que afirmó el Medioevo. La atomización en
reinos autárquicos y el levantamiento de fortalezas para la defensa del señor y sus
pertenencias, no son más que al decir de Georges Duby “el feudalismo es el
fraccionamiento de la autoridad en múltiples células autónomas. En cada una de éstas,
hay un caudillo que detenta a título privado el poder de mandar y castigar; y explota este
poder como una parte de su patrimonio hereditario”.57 La protección paternal, ofrecida
por los prohombres, le imprime al clientelismo un carácter cuasi divino. La díada
sacralizada de la relación patrón-peón, se encuentra en San Agustín: “Vosotros sabéis 55 El derecho consuetudinario de la aristocracia romana, le entrega al patrón el poder de proteger y defender a su cliente. “El sistema jurídico descansaba, en buena parte, sobre la institución del patronazgo. El patrono debía a sus clientes ayuda y protección y les representaba jurídicamente”. Pierre Grimal en El helenismo y el auge en Roma. El mundo mediterráneo en la edad antigua II. Pág. 296. El concepto se enriquece en el Medioevo, la ley Sálica, tosca en su concepción, sufre el impacto del derecho romano. El código de Justiniano contiene la compilación jurídica, adaptando la antigua legislación romana. Desde allí emerge el patronato regio, sacralizado en virtud del cual, “correspondió a la corona española la presentación de todas las dignidades eclesiásticas de la Indias, cualquiera que fuera su jerarquía, y la percepción de los diezmos, con la obligación, por parte de los monarcas, de atender cumplidamente los gastos de la erección de iglesias y a los de su sostenimiento.”J: M. Ots Capdequí, El Estado español en las Indias., pág. 67. El patronato, genera la costumbre de encomendar el pueblo, la vereda, el país al Santo Patrón. La fiesta y los días de guarda, lo confirman. 56 Weber asume la política como la “aspiración a la participación en el poder, o a la influencia sobre la distribución del poder, ya sea entre Estados o, en el interior de un mismo Estado, entre los grupos humanos que comprende, lo cual corresponde también esencialmente al uso lingüístico”. Economía y sociedad, pág. 1056. En Colombia, tradicionalmente los bardos han ejercido su liderazgo con el manejo de la retórica, sobre todo en los siglos XIX y XX, para animar a sus copartidarios en la lucha política partidista. Véase El poder y la gramática y el trabajo bibliográfico de Vargas Vila de Malcolm Deas, publicado por la biblioteca del banco popular en 1984 # 120. El periodismo escrito ha jugado un papel relevante, tanto a nivel local como nacional, orientando desde la orilla partidista de cada bando, a las clientelas electorales. Ver Vernon Lee Fluharty, La danza de los millones, El áncora editores, Bogotá 1981. 57 Michel Ropche, en La Vida privada. Tomo 2, ob. Cit. Pág. 24
30
que cada quien se apoya en su patrón. Si un hombre os amenaza, y si sois clientes de un
grande decís a vuestro adversario: “mientras mi Señor viva, tú no me harás nada”58
Al patrono se le define como un “Proveedor de trabajo y medios de subsistencia, es
también el protector de los “súbditos”, frente a las amenazas exteriores. Su garantía ante
los temibles agentes del Estado, cuando se manifiestan; es el dispensador de ayuda en
los intervalos de las cosechas, el benefactor cuya gracia permite a veces la modesta
promoción al rango de asalariados permanentes. La relación patrón-cliente reviste por lo
menos una dirección sagrada que sublima su legitimidad funcional.”59. La relación
funciona bilateralmente entre el patrono, revestido de autoridad y los recursos del
Estado para proteger al cliente puesto a su servicio. Afirmada por el padrinazgo, venido
del pater familias, mediante la imposición del sacramento del bautismo, matrimonio,
confirmación, o de cualquier otro ritual, “constituye el símbolo de virtud del cual el
patrón se convierte en la aceptación cristiana y supersticiosa del término, el tutor
honorífico de los niños de aquellos clientes con los cuales se procura vincularse
particularmente”.60
Desde sus orígenes el clientelismo, se consolida como un sistema social de
protección y amparo que los poderosos entregan a quienes les prestan sus servicios y le
mantienen su lealtad y sumisión. Medios sacros y legales se combinan para hacer del
fenómeno, una ideología falsa de la política que alcanza la modernidad. En su
evolución, el clientelismo, a través del mundo medieval se proyecta remozado a la
época de los descubrimientos geográficos; a la formación de los Grandes Imperios. Su
ubicación espacial mediterránea, le resulta estratégica para su expansión a los mundos
conquistados, a los cuales, a través de la cultura románica-española, viaja para
consolidarse como una cultura que afirma la dominación, gracias al matrimonio de
Isabel I y Fernando II el año de 1649, que unió los reinos de Castilla y Aragón, y una
vez fortalecidos política y militarmente, impulsarían una agresiva campaña de
conquistas exteriores y de persecución religiosa a los no católicos. Granada fue
reconquistada y el descubrimiento de América abrió el espacio para el adentrarse en el
continente y el sometimiento a los nativos.
58 San Agustín. Sermones, pág. 274. 59 Guy Hermet. En las fronteras de la Democracia. Pág. 87 60 Ídem, pág. 87
31
CAPÍTULO II
Conquista y poder político
“Del descubrimiento que don Cristóbal Colón hizo del Nuevo
Mundo se originó el conocimiento de la India occidental, en cuyos
descubrimientos y conquistas varones ilustres gastaron su valor, vida y
haciendas,…”
32
Juan Rodríguez Freyle en “El carnero”61
¿Fueron hombres de respeto, autoridad y adinerados los que trasladaron a América,
las prácticas de sujeción y control? Así parece reconocerlo Juan Rodríguez Freyle, al
magnificar en su condición de Barones, la inversión que hicieron para la empresa de
apoderamiento del continente, acompañada de prácticas autoritarias y coercitivas que
gracias a los mecanismos similares a los que usaban los caciques nativos para con sus
connaturales, conforman el sincretismo con las instituciones y representaciones
aborígenes, para fortalecer el despotismo en nuestro continente. Los jefes indígenas
ejercían tal nivel de dominación “que ningún indio pudiese matar venado ni comerlo sin
licencia del señor; y era esto con tanto rigor, que aunque los venados que había en
aquellos tiempos, que andaban en manadas como si fueran ovejas, y les comían sus
labranzas y sustentos, no tenían ellos licencia de matarlos y comellos si no se la daban
sus caciques”62.
La Conquista y colonización de América tienen el profundo significado en la
continuación y desarrollo del clientelismo, pues su estructura ideológica y material se
traslada con la esclavitud de negros e indios, seguida de la institución de la encomienda.
En efecto, el desembarco de los españoles significó la instauración de formas de
sujeción que para la Europa de la época entraban en franca decadencia. Sin embargo, el
encuentro de una exuberante riqueza, representada en la abundancia de oro, estimuló la
avaricia del hombre renacentista quién vivía el conflicto entre el decadente feudalismo y
la ascendente modernidad que lo conduciría a la práctica colonialista de un tipo Estado
absolutista y la instauración y el fortalecimiento de los señoríos en América.
2.1 Aspectos legales de la colonización.
El auge de la navegación española y portuguesa, planteó el problema de la posesión
de las tierras encontradas. A partir del derecho canónico y romano, se deriva el derecho 61 Juan Rodríguez Freyle, El carnero, pág., 15 62 Ibídem, pág., 22.
33
consuetudinario de la Edad Media tardía. Con estos argumentos de fundamentación
jurídica, el hombre cristiano impulsa el mito de la grandeza de sus reinos cristianos que
deben ser restituidos mediante la Reconquista como la idea de imponer el poder
cristiano sobre todo lo que se encontrara. Desde la expansión de los reinos cristianos a
África del Norte, con la expulsión de los moros, los territorios se constituyen en una
posesión “natural” de los monarcas castellanos, pues decían los reyes estos habían
pertenecido a los reyes visigodos. En estas condiciones, el primer título jurídico para la
apropiación de los territorios ultramarinos, surgen del movimiento medioeval
irrendentista, dinámica unificadora de la monarquía española.
El auge de los descubrimientos geográficos dificulta la idea de restauración del
señorío como proximidad geográfica sobre el argumento jurídico de toma de posesión.
Se recurre a la idea de recuperar el derecho hereditario de la Corona de Castilla sobre el
continente recién descubierto. El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo se empecinó en
sostener la llegada de Colón a la Hespérides, nombre del décimo segundo rey de la vieja
España quien en un viaje de cuarenta días hacia el occidente había alcanzado la Indias
Hespérides. Este acontecimiento, según Fernández de Oviedo, ocurrió en el año tres mil
ciento noventa y tres. El descubrimiento de las nuevas tierras, significaba que Dios
devolvía a España después de tanto tiempo los antiguos reinos. La inexistencia histórica
de documentos que validaran la suposición de Oviedo, las demás monarquía europeas
que participaban de la conquista de los nuevos territorios buscaba el reconocimiento de
sus territorios desocupados. Para ello se valen del derecho de bienes sin dueño, res
nullius. Esta condición se convirtió en el mejor título jurídico.
Los viajes de conquista están respaldados por la juicio jurídico que valida la
apropiación de los territorios recién descubiertos de pobladores no cristianos. Se deduce
de ésta mirada, el comportamiento de los conquistadores y encomenderos para con los
nativos y los negros. Su condición de infieles, al margen de la civilización europea, les
hace presa fácil de la esclavitud, dominación y sometimiento. Ultraje que va a despertar
los más enconados debates jurídicos y religiosos sobre el derecho de gentes, en contra
de intereses económicos y políticos. Lo que no impidió el ejercicio de la autoridad del
más fuerte y la posesión sobre las tierras y los recursos naturales de los suelos recién
descubiertos. De hecho, el papado como la institución legitimadora del poder, legaliza a
los portugueses los descubrimientos del África occidental con la bula de Nicolás V en
34
1455. En 1493 el Papa Alejandro VI expide la bula que otorga a los Reyes Católicos
“plena y libre y omnímoda potestad, autoridad y jurisdicción”63. El cuadro jurídico se
completa con el tratado de Tordesillas (1494) que divide el Océano Atlántico por un
meridiano que recorre a 370 millas náuticas al oeste de las islas Cabo Verde, en zonas
de exploración portuguesa y española que le deja a Portugal la explotación del Brasil.
El sistema de dominación es confrontado por los teólogos españoles que partían de
las tesis escolásticas medioevales, a partir de Tomás de Aquino que afirmaba que la
formación de los estados surgen de la razón natural y por tanto la legitimidad de los
príncipes paganos. Además el derecho de propiedad se funda el orden natural. Así se
concluye como el derecho natural es válido para todos los pueblos. Razón suficiente
para conservar la autoridad autóctona de los nativos americanos y sus posesiones. El
primero en cuestionar el derecho de propiedad a partir del descubrimiento, fue
Francisco de Vitoria, seguido de otros teólogos que consideraban invalido los títulos de
jurídicos de propiedad. El más aguerrido combatiente contra esa teoría fue el dominico
Bartolomé de las Casas.
Otro punto impugnado por la escolástica española tardía, fue la de las bulas papales
que daba a los príncipes el derecho posesión sobre los nuevos territorios, idea fundada
en la autoridad mundial del Papa, potestad que le permitía regular también los aspectos
laicos e imponer su soberanía a los pueblos no cristianos. Así los teólogos españoles
ponen en duda la validez jurídica de las bulas papales que legitimaba la dominación
española en América. Partían de Tomás de Aquino quien argumentaba que Cristo no
quiso ser un príncipe terrestre, es más separó el poder divino del humano, de manera
que se concluía que el Papa no tenía poderes seculares y soberanos sobre los habitantes
y territorios conquistados. Los legítimos dueños y las verdaderas autoridades eran los
jefes naturales de las comunidades indígenas. A pesar de la postura de los escolásticos,
la Corona siempre acató las decisiones pontificias, pues consideraba valido los
elementos jurídicos del papado.
Otro rol en la dominación y control de los indios y los negros, lo constituye la
figura de la redención, con la cual enseñan el evangelio. Obra considerada a todas luces,
63 Richard Konetzke. América latina II. La época colonial, editorial siglo XXI, México, 1998, pág., 24.
35
válida por ser grata a los ojos de Dios, pues era la realización del plan divino, de
encuentro con el Paraíso y la salvación de todos los infieles. Misión que legitimó el
control y conquista del príncipe pagano por príncipe cristiano. Se hace imperiosa la
necesidad de cristianizar al príncipe pagano para cumplir la misión, conservando la
autoridad como cacique. Pero los teólogos, como Vitoria ven la prédica del evangelio
como un derecho natural y divino, lo que facilita la guerra contra aquellos que impidan
la enseñanza de la doctrina cristiana. Se impone el derecho de defensa de inocentes,
movido por el amor al prójimo, forma que legitima la dominación de las elites españolas
en América.
La experiencia de la Reconquista española, se aplicó en la conquista de América
que entrega los territorios a la Corona, y el rey se considera dueño y señor de los
hombres y de los bienes, quien procede a repartir entre la nobleza y la soldadesca como
botín de guerra. Así, el derecho de Conquista convierte los suelos americanos en tierras
realengas. De este derecho se desprende que la propiedad se adquiere gracias a la
concesión real.
2.2 Elementos políticos de la colonización.
Importantes ejes de desarrollo en la sociedad europea durante los siglos XIV y XV,
lentamente empezaron a surgir en el mundo feudal: la transformación agrícola, el
crecimiento demográfico, el papado, el Cisma de Lutero, el Humanismo y el
Renacimiento, el avance de la ciencia, los descubrimientos geográficos y la conquista
del Nuevo Mundo, son algunos de los eventos históricos que exigirán nuevas formas
políticas de organización que facilite el control y dominio sobre los nuevos actores
sociales y los vastos territorios. En efecto, la construcción de la mentalidad burguesa y
el espíritu capitalista encontraban el camino que lo conduciría al triunfo del mito del
progreso, afirmado sobre el conocimiento de las ciencias naturales y la mirada que
desde allí se hacía al mismo hombre como ser evolucionado, según las teorías
antropológicas que culminarían dos siglos después con los trabajos de Darwin. Las
nuevas condiciones, apuntan hacia un Estado, garante de los procesos impulsados por la
dinámica económica que convirtiera a las artesanías en la industria inglesa, y con ella la
dinámica del espíritu capitalista. De hecho, este papel les correspondió a las monarquías
centralizadas de Francia, Inglaterra y España y por lo tanto un golpe a los estamentos
36
feudales, consolidado con la introducción de los ejércitos, la permanencia de la
burocracia, un sistema nacional de impuestos y un mercado unificado. Sin embargo, no
desapareció la servidumbre del campesino. Al contrario, éste se afirmó en las colonias,
agudizado más tarde por el reparto del mundo, legando a la periferia, el proporcionar
materias primas mediante la extracción de los recursos naturales, con trabajo privado
coercitivo y dependencia personal. La tierra fue convertida en propiedad agraria
aristocrática que eliminó el mercado y la movilidad real de la mano de obra quedó
sujeta mediante “la institución de la servidumbre como mecanismo de extracción del
excedente fundía, en el nivel molecular de la aldea, la explotación económica y la
coerción político-legal”64
La España de los Habsburgo es la encargada de la construcción de un tipo de
Estado absolutista que impacta a las demás monarquías europeas, gracias a la
descomunal riqueza venida de América, gracias a su descubrimiento, que le aseguró un
poder inconmensurable. Su éxito se enmarcó en la hábil política de los pactos
matrimoniales al interior de la dinastía con los cuales anexionó importantes territorios
en los que se aseguró su control e influencia política y la instauración del Estado
Colonial, lo que le representó una permanente abundancia de metales preciosos con los
cuales se potencializó por encima de las demás monarquías. Sin embargo, los
antecedentes históricos españoles como la expulsión de los moros y los judíos, hicieron
que la sociedad permaneciera alejada y enemiga del desarrollo burgués. Su economía, al
contrario, giro en torno a la dinámica mercantil de Europa; a la vez que impulsaba los
conflictos bélicos con las aristocracias terratenientes. España frenó la dinámica urbana
de sus ciudades de forma que sepulta sus opciones de aburguesamiento. Con todo este
panorama, la monarquía aglutinaba una buena cantidad de reinos que mantenían en su
interior la autonomía de sus noblezas, lo que de hecho imposibilitó la construcción
vertical del poder de un Estado centralizado. “Este complejo de “libertades” medievales
ofrecía un panorama singularmente difícil para la construcción de un absolutismo
centralizado”65. En América se consolidan una férreas oligarquías locales, gracia a la
autonomía que en la Colonia le entregó a los encomenderos, a pesar del sin número de
conflictos entre ellos y la corona. Y, que a la postre, direccionarían los poderes locales y
regionales.
64 Perry Anderson, El estado absolutista, editorial Siglo XXI, México 1983, pág., 22 65 Ibídem, pág., 60
37
Hacia finales del siglo XVIII, el Estado absolutista de los Habsburgo finiquita su
rol con la muerte de Carlos II el Hechizado. Las guerras de sucesión terminarían por
oxigenar el absolutismo español con la inauguración de la dinastía Borbón de origen
francés, mediante el fortalecimiento de un Estado unitario y centralizado. El ejército fue
organizado y profesionalizado con mando aristocrático y la administración sufrió
colonial se modernizó con funcionarios de origen europeo. Sin embargo, a pesar de los
esfuerzos de los borbones por adecuar a España y las colonias americanas, a los nuevos
vientos políticos y sociales, las raíces echadas impidieron que la Ilustración y el
progreso, se consolidaran. La dinastía colapsaría en 1808, cuyo evento inició la gesta
independentista en América Latina con la que se sepulta el Estado Absolutista colonial.
Sin embargo, la autoridad del Estado, durante toda le época de los Habsburgo, estuvo en
la localidad, bajo la jurisdicción señorial o eclesiástica. Los hacendados depositarios del
espíritu señorial controlaban la política y la sociedad, y sobre estas condiciones, se
inicia la construcción de la República. Respecto a la economía, el mercantilismo y la
fisiocracia conducen al incremento de la producción agrícola, mediante la tecnificación
y la sobre explotación del trabajo servil. La tierra, dador universal de alimento y de
vida, fue apropiada mediante la titulación que conduciría a una peonización al servicio
de señoríos, acompañados de un orden jurídico y de una cultura religiosa que
consolidaron el control ideológico sobre el trabajador puesto a su servicio. El campesino
es reducido a la condición de peón a favor de señores encomenderos, durante el período
colonial y de los hacendados del siglo XIX.
2.3 Argumentos jurídicos.
Las instituciones castellanas y la cultura judío-cristiana, en la versión española,
traídas al continente americano desde 1492, contienen como eje fundamental de control
y dominio, prácticas de sujeción que confluye con las todas las formas de sumisión
indígena. En realidad, el clientelismo es enriquecido en un sincretismo cultural que pasa
a ser dominante, venido del Viejo Mundo que por su amplio recorrido histórico,
desarrolló estructuras mentales suficientemente fuertes como para imponerse y
desarrollar una ideología compleja de dominación. El Absolutismo español mantiene
firme a la legitimidad de la autoridad en su origen divino. Sus Majestades los Reyes
38
Católicos, gobiernan desde una jurisprudencia medieval fortalecida por el Derecho
Romano, adecuado a las exigencias de la reorganización de centralización política. Hay
que recordar que el sistema legal romano comprendía dos sectores distintos y
aparentemente contradictorios: el derecho civil, que regulaba las transacciones
económicas entre los ciudadanos y el derecho público, que regía las relaciones políticas
entre el estado y sus súbditos. El primero era el jus, y el segundo la fex66. Además, el
Derecho Canónico venido de la jurisdicción eclesiástica, elaborado sobre los preceptos
romanos en los siglos XII y XIII, que establece la plenitudo potestatis del Papa, sobre el
cual los abogados canonistas elaboraron el Derecho Administrativo Eclesiástico del que
se nutrieron los burócratas del absolutismo.
La monarquía impulsa la empresa del apoderamiento a través de las Capitulaciones,
figura con la cual el Estado monárquico entregaba a los conquistadores facultades
políticas y jurisdiccionales en los territorios sometidos. El sistema recompensaba el
esfuerzo y la inversión hecha por el conquistador quien recibía las tierras, además de las
minas, aguas e indígenas residentes allí. Con este procedimiento, los remozados
barones, ahora Adelantados, Capitanes Generales y Jefes de huestes, con mando militar,
y dotados de derechos de nombrar Regidores de los Cabildos, del reparto de la tierra y
de la mano de obra nativa, imponen por la fuerza el dominio y control de todos aquellos
que se encontraban en sus dominios. De hecho, son los desprotegidos de la riqueza,
carentes de poder, a quienes se sometía a los rigores de la obediencia y el acatamiento a
los nuevos amos.
El primer paso dado en América fue la instalación de un sin número de señoríos,
dedicados en el breve lapso de tiempo de conquista, al saqueo del oro; recogido por los
indígenas en el transcurso de su construcción social, de enorme importancia para su
ritualidad y el quehacer de su cultura. Superada ésta etapa, que incluye vejámenes como
el saqueo de templos y sepulturas, el robo de joyas y el “rescate”67, se pasa al proceso
66 Anderson, ob., cit., pág., 22. 67 Las Casas: citado por Indalecio Liévano Aguirre, en Los grandes conflictos económicos y sociales de nuestra historia. Pág. 13 “Llegaron (los conquistadores) a otra grande provincia y reino de Santa Marta; hallaron. Los indios en sus casas, en sus pueblos y haciendas, pacíficos y ocupados; estuvieron mucho tiempo con ellos, comiéndoles sus haciendas y los indios sirviéndoles... Diéronles en este tiempo mucha suma de oro de su propia voluntad, con otras innumerables obras que les hicieron. Al cabo que ya se quisieron ir los tiranos, mandaron de pagarles las posadas de esta manera: mandó el tirano gobernador que prendiese a todos los indios con sus mujeres e hijos y métenlos en un corral grande o cerca de Dalos que para ello se fabricó, e hísoles saber que el que quisiese salir y ser libre se había de rescatar dando oro tanto por sí, como por su mujer y cada hijo, y por mía urgirlos mandó que no les metiesen comida hasta que le trajesen el oro que les pedía por su rescate. Enviaron muchos a sus casas por oro y rescatabanse
39
de institucionalización europea con la Encomienda, no sin antes haberlos esclavizado.
En efecto, los nativos fueron sometidos bajo el argumento de la “guerra justa”; política
de sometimiento surgida en España durante el período de la Reconquista contra los
moros y judíos, y que hizo lícito despojar a los infieles de sus pertenencias. Aquellos no
católicos, fueron presas de la rapiña voraz de unos “piadosos” cristianos ávidos de
riqueza. La institución católica, venida a América legitimó el despojo de la cultura
nativa, de sus bienes y de su gobierno; el paganismo fue elevado a la categoría de delito
y la persecución a los ritos y mitos indígenas, plenamente justificado y aceptado por la
sociedad española. Sin embargo, las solitarias voces de ingenuos clérigos contra la
ignominia y los vejámenes a los nativos, como Fray Antonio de Montesinos y el Padre
de Las Casas, influyeron en la legislación de la Junta de Burgos y en la elaboración de
los Requerimientos, de obligatoria leída a los nativos antes de combatir contra ellos, y
de la Cédula del 9 de noviembre de 1528 que prohibía la esclavitud de los aborígenes,
logro impedir que estos fueron sometidos y esclavizados a la fuerza. Los encomenderos
encontraron en los abultados informes, sobre rebeliones de los indígenas, los
mecanismos de defensa de sus intereses y la justificación a los ataques y el
sometimiento físico y cultural. Desde 1530, la monarquía aplica una decidida política de
lucha contra la esclavitud de los indios, apoyada por la Bula “Sublimis Deus”, del Papa
Pablo III del 2 de junio de 1537 que consideraba como verdaderos hombres, capaces de
la fe de Cristo. Puesto de ésta manera el escenario político, para los encomenderos no
existía otro camino que formas de cohesión ideológicas religiosa por un lado y por el
otro el espectro de las dadivas y del pago en especie.
Los nuevos amos se lanzan a la conquista de nuevas formas de explotación de la
mano de obra y la encuentran en la esclavización del negro africano y en la servidumbre
europea, vigente en la mentalidad del español. Sin embargo, existía en el europeo un
sincretismo ideológico entre la esclavitud y la servidumbre, razón suficiente para optar
por esta última. La servidumbre, mejor adaptada al espíritu hidalgo en cuya mentalidad
se imponía el desprecio por el trabajo. Al mismo tiempo, la Corona institucionaliza el
repartimiento de los nativos quienes no recibían pago alguno por su trabajo, pues este
era considerado como un “servicio personal” que se prestaba al encomendero a cargo de según podían; soltábanlos e íbanse a sus labranzas y casas a hacer su comida; enviaba el tirano a ciertos salteadores españoles que tornasen aprender los tristes indios rescatados una vez; traíanlos al corral, dándoles el tormento del hambre y sed, hasta que otra se rescatase”.
40
la Encomienda, comprometido con la educación en la fe cristiana, y en cuyo interior, se
impuso la cultura castellana.
La Encomienda se estableció en América en momentos en que el requerimiento de
la mano de obra indígena era la aspiración principal de los conquistadores. Dicha
institución no otorgó título alguno sobre las tierras de los indígenas encomendados. La
importancia de la Encomienda se derivó del derecho que por ella adquirieron sus
titulares a que los indios repartidos se trasladaran, desde sus propias tierras, a las
haciendas de los Encomenderos, las cultivaran por determinado número de días en la
semana, sin remuneración, y atendieran a los servicios domésticos de sus casas. El
trabajo de los indios y no la tierra fue el objeto propio de la Encomienda68. Como este
sistema implicaba privar a los encomenderos españoles de la posibilidad de beneficiarse
directamente con la explotación del trabajo de los indígenas, se planteó en España y en
América, a partir de este momento, un conflicto que duraría casi dos siglos. La simple
cesión de tributos mal podía satisfacer a quienes habían soñado con transformar las
Encomiendas en verdaderos señoríos feudales. Así se explica la conducta de la Corona
de entregar la propiedad de las encomiendas a perpetuidad y mantener a los indios en
sus resguardos. Con esta política, la Corona evitó que el régimen de trabajo se
organizara sobre la esclavitud de los nativos. Además, de una prueba palpable de la
ingratitud de los Reyes para con sus más leales servidores.
68 Para dar idea de la forma y ceremonias que tipificaban el acto solemne de “encomendar” indios, vamos a transcribir loe apartes esenciales del documento por el cual so otorgó, en esta época, la Encomienda de los indios del Valle de Apia a Jorge Robledo En la primera parte de dicho documento el Gobernador Andagoya alude a las causas justificativas de la merced que confiere y dice: « Porque la Real intención de Su Majestad es que las personas que así han servido y sirven en algo sean remuneradas y gratificadas de sus servicios, por ende, en nombre de Su Majestad y por virtud del poder que para ello tengo, encomiendo a vos, el dicho Jorge Robledo mi Teniente General, el Valle de Apia con todos los indios y principales y con todos los indios a ellos sujetos...». A continuación el documento define, en los siguientes términos, las facultades de don Jorge Robledo sobre los indios a él encomendados: « De ellos vos podéis servir y aprovechar en vuestra casas minas e haciendas, labranza y granjerías... con tanto que seáis obligado a enseñarles e industriarles en las cosos de nuestra santa Fe Católica, con lo cual descargo la Real conciencia de Su Majestad e la mío». Al final del documento se incorporó la diligencia por medio de la cual Robledo tomó posesión de la Encomienda ante el alcalde del lugar, cuyas formalidades se describen así: «El dicho señor Teniente General (Robledo) trajo ante el dicho señor Alcalde un cacique principal del Valle de Apía y otro cacique llamado Irraca del dicho valle y otro cacique llamado Pisa Paca y otro cacique llamado Geramí y otro cacique llamado Tacori del dicho valle, y el señor Alcalde les tomó por la mano e les dio e entregó al dicho señor Teniente General el cual los tomó e les puso las manos encima a cada uno de ellos en señal de posesión e dijo que tomaba e tomó en los dichos caciques y en cada uno de ellos la dicha posesión natural e corporal e que tomándola en ellos la tomaba e tomó en todos los dichos pueblos e indios a ellos sujetos, la cual dicha posesión tomó quieta e pacíficamente, sin contradicción alguna...». Ibídem, pág. 35.
41
2.4 La esclavitud de los indios
El ingreso de España a América significó el sometimiento de los nativos a los
designios de los conquistadores por la vía violenta. Las mínimas condiciones humanas,
fueron desconocidas por los españoles. El trato inmisericorde dado a los naturales del
recién descubierto continente, acompaña todo el período de conquista, prolongado en la
Colonia.
Algunos investigadores piensan que este comportamiento viene del mismo trato
proporcionado a los moros por los cristianos victoriosos durante la reconquista. La
costumbre fue desalojar de su lugar de residencia, llevar prisioneros y tratar como
esclavos a los moros que hubiesen prestado resistencia hasta el final69. Si bien es cierto
que formas de trabajo esclavo se aplicaron a los sarracenos, la verdad es que la codicia
producida por la abundancia del oro y las exuberantes tierras americanas, son más que
suficiente argumento para someter a aquellos que se muestran ingenuos frente a la
picardía del europeo. En efecto, la mentalidad renacentista conquistaba para sí el
espíritu de la frugalidad, el afán por el lucro a costa del trabajo de los propios
congéneres. Así ocurrió en la última guerra librada contra los musulmanes en la
Península, la campaña de Granada (1482-1492). Los Reyes Católicos hicieron vender
como esclavos a los habitantes de las ciudades tomadas por asalto y recompensar con el
producto de ese tráfico servicios militares y cubrir los costos de guerra70.
La ampliación de los territorios de caza de esclavos se cuenta precisamente entre
las fuerzas motrices de la expansión ultramarina. La trata de esclavos financiaba las
expediciones de los descubridores. No era de temer que el embarque de algunos cientos
de esclavos motivara una carencia de fuerzas de trabajo en las islas antillanas, que según
los informadores de Colón estaban tan densamente pobladas. Resultaron decisivos, los
principios éticos contra la esclavización general de los aborígenes en las islas y tierra
firme recién descubiertas. Teólogos y letrados sostuvieron la tesis de que sólo se podía
esclavizar a los infieles hechos prisioneros en una guerra justa y que los habitantes
pacíficos del Nuevo Mundo debían ser súbditos libres de los reyes españoles. Esta
69 Richard, Koneski. Historia de América latina II. La época colonial., pág., 152. 70 Ibídem, pág.,152
42
cortapisa doctrinal a la esclavitud de los indios parecía también ser necesaria para el
cumplimiento del cometido misional de las bulas papales71.
El proceso de sujeción política llevó a la consolidación de las instituciones
coloniales, cuyo vértice recaería en la Encomienda como la encargada asumir todo el
ejercicio de la política, y por lo tanto en centro de los conflictos entre las recién
inauguradas elites americanas por asumir su control. Dicha institución se estableció en
América en momentos en que el dominio de la mano de obra indígena era la aspiración
principal de los conquistadores.
Como organización política, la Encomienda está concebida sobre la sujeción
ideológica que brinda los argumentos mesiánicos del Paraíso; del mito de las razas
expuesto por Hesíodo en Los trabajos y los días. En ellos se hace remembranza de la
edad de oro, donde se vivía sin dolor, sin hambre, sin sed, y por haber pecado debe
salvar su alma para recuperar de la felicidad primitiva. En igual forma, las comunidades
protocomunistas cristianas a cargo de las órdenes mendicantes de dominicos y
franciscanos, agustinos, mercedarios y jesuitas, pretendían para los indios un modo de
organización social, religiosa y política de tipo mesiánica. En lo tocante, a la estructura
de la encomienda convergen, además de los amos españoles, los religiosos impregnados
de la ideología de la salvación que encontraron en los nativos, a los individuos
adecuados para su redención, al predominar la propiedad comunal y la ausencia de una
ética ambiciosa que los condujera al ahorro y al trabajo racional del capitalismo. El
encuentro de comunidades en estadios diferentes de desarrollo al europeo, le confiere al
mito posibilidades de su implantación y por ende de ejercer control y domino, sobre
aquellas sociedades carentes de una visión descompuesta por los intereses del
individualismo. Con esa mirada, le parecen al español niños que hay que educar y salvar
de su ignorancia y su idolatría. Su “infancia”, reside en la simpleza de su vida ociosa y
en la ausencia de una construcción individual que lo condujera a la negación de la
comunidad. Su consideración como seres sin “razón”, les obliga a adaptarlos y a
moldearlos, según las costumbres castellana y la cultura cristiana. Para ello, se recurre a
la imposición de prácticas coercitivas que atentan contra la estabilidad de la familia
nativa por un lado, y por el otro, se recurre al estamento religioso. Para asegurar los
71 Ibídem, pág., 153.
43
elementos esenciales del pacto de encomenderos (protección y cristianización de los
encomendados, pago de los tributos a los encomenderos) fue necesario mantener al
indio fijado hereditariamente a su propia etnia, reconociendo y utilizando sus formas
ancestrales de asociación y haciendo todos los esfuerzos posibles para impedir la
ruptura y desorganización de los vínculos de lealtad que ligaban a los indios con sus
caciques y jefes secundarios72.
En los métodos misionales se destaca la adaptación del propio evangelio y los
rituales cristianos a estas culturas: las imágenes se parecen a las de las religiones preco-
lombinas y los ritos y los cultos difieren muy poco, para que el indio pueda asimilar
mejor las nuevas enseñanzas. Desde el punto de vista indígena, la cristianización no
implicaba la sustitución de un panteón o esquema religioso por otro, sino la
incorporación y el redespliegue selectivos del cristianismo dentro del esquema de las
creencias indígenas. Más aún, en ningún modo el catolicismo indio implicó una
reflexión irreflexiva, una ausencia de continuo repensar e innovar justificada por una fe
obediente73. El espectro religioso, por otra parte, se inundan de hechos fantásticos y
milagrosos que sobrecogen al indígena, convenciéndolo para que acepte la nueva fe.
Importante papel jugaron las cofradías, el Santísimo Sacramento, la Virgen y la fiesta de
los difuntos. También estaban presentes los aspectos festivos como las procesiones,
teatros edificantes, cantos74. Los jesuitas habrían de acordarse, entre los guaraníes del
Paraguay, de ese papel de la música, así como el Fausto de las ceremonias y el decorado
de las iglesias en la cristianización de los indios75. Las religiones precolombinas
colapsan ante el embate del credo monoteísta, pero las órdenes mendicantes supieron
conservar las características indígenas mediante un paternalismo cristiano. En primera
instancia, trabajaron por la conservación de lenguas nativas, primordialmente en
México, el alto Perú y Paraguay, con las cuales le transmitían el mensaje religioso, y la
utilización de muchos ritos y fiestas tradicionales nativas, de manera sincrética con los
eventos cristianos.
72 Guillen, pág., 70 73 Stern, pág., 42 en Los Conquistados. 1492 y la población indígena de las Américas. BONILLA, Heraclio, compilador. Santa fe de Bogotá. Editorial Tercer mundo, 1992. 74 Milhou, pág., 270, en ibídem. 75 Ibídem.
44
El rey Felipe II y el Consejo de Indias, reconocen la mita como una institución más.
De origen incaico, comprendía los trabajos obligatorios no remunerados prestados a
caciques, identificados como reyes nativos. Esta institución, comprometía a partes de la
comunidad, con una dádiva tasada por las autoridades indígenas y españolas. El
concierto agrario y el repartimiento, otras formas de sujeción concebida como servicio
personal, facilitó el desplazamiento de la mano de obra hacia las recién creadas
haciendas para un trabajo por varios días a la semana, sin retribución, que incluía a la
mujer en los oficios domésticos. Completándose así, el ciclo de elaboración de las
principales instituciones sociales en las que, además de la explotación física, se
materializa la intención de la colonización, en sus dos aspectos de cristianizar y de
“civilizar” al indio, manteniéndolo en un estado de “vasallaje libre” de la Corona. Es
una forma que apunta a su ideologización como siervos al servicio del patrón. Por
supuesto, es una vía segura para la reproducción del clientelismo. La esclavitud del
indio y del negro son el punto de partida de un proceso de sometimiento y control
político que involucra la diversidad étnica y cultural de una amplia población mestiza,
formada a través de los siglos. A pesar de la intención de la monarquía y de los misio-
neros, la modernidad obliga a cambios de mentalidad, por la invención de un hombre
nuevo, más justo y la expansión de la cultura. Sin embargo, la propiedad de la tierra era
el objetivo primordial para encomenderos y sus descendientes que se convertirían en los
hacendados del siglo XIX, enfrentados entre sí a los cambios que después de la
Independencia se sucederán en el proceso de de las grandes revoluciones. La Hacienda
se constituye en la unidad política y económica, en cuyo seno nacería la República,
guerras civiles y el autoritarismo de Estado.
45
CAPÍTULO III
Las Haciendas
“En mi ausencia, mi padre había mejorado sus propiedades
notablemente: una costosa y bella fábrica de azúcar, muchas fanegadas
46
de caña para abastecerla, extensas dehesas con ganado vacuno y
caballar, buenos cebaderos y una lujosa casa de habitación constituían
lo más notable de sus haciendas de tierra caliente. Los esclavos, bien
vestidos y contentos hasta donde es posible estarlo en la servidumbre,
eran sumisos y afectuosos para con su amo.”
Jorge Isaacs, en María.
Constituida en el centro económico y político, la Hacienda colombiana es la
encargada de la recepción de los cambios internacionales, y de ejercer el liderazgo en la
vinculación del país a la economía periférica. Sin embargo, la transición al capitalismo
se torna difícil y conflictiva por la confrontación entre la mentalidad castellana, hidalga
y nobiliaria con la concepción liberal, impulsora de la frugalidad por el ahorro, el ethos
del trabajo y el interés por la ciencia. Estas dos tendencias, irreconciliables en sus
inicios, se zanjan en el trascurso del siglo XIX con de la nobleza y la burguesía. En
efecto, Montesquieu en su obra El espíritu de las Leyes perfila la ideología y la práctica
conciliadora, de un proyecto político sustentado en las leyes que deriven en un gobierno
monárquico, en el que un individuo gobierna (fundamento del régimen presidencial)
sujeto a las leyes fijas y preestablecidas, controlado por la aristocracia desde el
Parlamento. “Se puede decir que el Senado es la aristocracia, que el cuerpo de nobles es
la democracia y que el pueblo no es nada”76. De allí que la participación política del
común de la gente, se constituya en un peligro para el sistema democrático: “Abolid en
una monarquía los privilegios de los señores, del clero, de la nobleza y de las ciudades,
y tendréis muy pronto un Estado popular o un Estado despótico”77. Sin embargo, no
escatima esfuerzos por tratar de conciliar a la aristocracia con el pueblo. De hecho, lo ve
como una necesidad política del sistema democrático para garantizar la sujeción a las
familias políticas: “las familias aristocráticas deben ser la ideología liberal
76 Montesquieu, Charles Louis de Secondat. El espíritu de las leyes. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1976, pág., 53 77 Ibídem, pág., 56
47
aristocratizante inaugurarada por Montesquieu, leído por Bolívar a quien “más allá de la
filosofía, lo que le interesaba era la ilustración aplicada y el liberalismo práctico”.78 La
influencia de este autor en las elites desde la época de la Independencia es notoria, pues
es Montesquieu quien encuentra la forma moderadora con la ideología liberal entre los
intereses populares, en cuanto sea posible. Una aristocracia es tanto más perfecta cuanto
más se asemeje a una democracia, tanto más imperfecta cuanto más se parezca a una
monarquía”79. Sin duda, por su condición de noble Montesquieu sostiene la causa de la
representación de la nobleza en el parlamento, impulsando el liberalismo nutrido por la
tradición aristocrática francesa, diferente del liberalismo y la política inglesa. Es el autor
que argumenta el determinismo geográfico en la tercera parte de su obra, de notoria
influencia en las elites más tradicionales. Tal es el caso de Laureano Gómez quien en su
obra Interrogantes sobre el progreso de Colombia (1928) exclamaba, refiriéndose al
impacto que el clima produce en los hombres. “Dondequiera que la naturaleza tropical
obtiene pleno dominio por sus condiciones de humedad y de temperatura, impone su
grandeza con tales caracteres de fuerza descomunal arrebatadora que el espíritu humano
se desconcierta y se deprime”80.
La Hacienda es la institución socio-política señorial. El hacendado heredero de la
mentalidad hidalga se aparta de los terratenientes interesados en la vinculación a la
periferia capitalista. El profundo arraigo de la mentalidad colonial y el predominio de
una economía semi-autárquica, constituyen las condiciones predominantes para la
ausencia de un proyecto político, capaz de aglutinar las diferentes concepciones de las
elites agro-exportadoras: “Indudablemente, la hacienda colombiana del siglo XIX tenía
algunos rasgos que rememoraban el régimen feudal”81. De allí, la dificultad por
conciliar las dos tendencias: la tradicional con la modernidad, de donde se derivan el
sinnúmero de conflictos políticos y bélicos que acompañaron todo el siglo. En estas
condiciones, las elites no encuentran las vías expeditas para asumirse como una clase
social homogénea. Su afianzamiento como clase dominante, obedecería más a la
dinámica económica externa, que al final resultaría imponiendo la vinculación de
Colombia al centro industrializado, como proveedor de materias primas extraídas por la
78 John Lynch. Simón Bolívar. Editorial Crítica. Barcelona 2008, pág., 38. 79 Ibídem, pág., 55 80 Laureano Gómez, citado por Roberto Herrera Soto, en Antología del pensamiento conservador en Colombia, Biblioteca básica colombiana, Tomo I pág., 495. 1982, Bogotá. 81 José Antonio, Ocampo, Historia económica de Colombia, Fedesarrollo-Siglo veintiuno, 1997, pág., 41
48
mano de obra sujeta al patrón. En efecto, la polarización de las elites colombianas entre
el radicalismo tradicional y el radicalismo liberal, se resuelve definitivamente con la
ideología liberal aristocratizante de la constitución centralista de 1886, garante de los
privilegios de los señoríos, el clero y los comerciantes, en el ámbito de la economía
periférica, impulsado por el auge de la producción y exportación cafetera.
3.1 La sujeción en la hacienda
La Hacienda es el resultado de una constante histórica de sujeción, iniciada con la
institución de la Encomienda, a partir del siglo XVI gracias a la mano de obra indígena
mitaya y esclava, además de los indígenas de los resguardos, en proceso de
campesinización, completado con un sinnúmero de mestizos. En efecto, los pueblos de
la altiplanicie cundiboyacense y la Costa atlántica sufren el efecto de la mestización que
para el siglo XVII representa abundante mano de obra como peones. Los mestizos
pobres encuentran la tierra para subsistir en los resguardos puesto que ésta estaba exenta
del pago de las grades cantidades de renta, lo que genera una convivencia de los colonos
con los indígenas, lo que genera un crecimiento inusitado del mestizaje, por el avance
de “las riquezas y las diferenciaciones patrimoniales, y se diera una notable división del
trabajo entre mineros, labradores, terratenientes, artesanos, burócratas y una división
entre hombres de campo y de ciudad para que la sociedad presentara una estratificación
considerable”82. Así mismo, esta amplia población analfabeta es objeto del
sometimiento ideológico y económico, pues su condición de inferiores les hace adeptos
y leales a las instituciones como la Encomienda y la Hacienda, escenario de refugio y de
trabajo, a cuya cabeza se encuentra la figura del patrón.
Las estructuras mentales arquetípicas de la sujeción conservan los elementos
ideológicos que cohesionan las coordenadas sociales al interior de la hacienda entre la
autoridad vertical del patrón y la extensa servidumbre. Los terratenientes dueños del
escenario político local, toman las decisiones de la administración pública, puesta al
servicio de sus intereses en los concejos controlados por los hacendados o sus
familiares. La hacienda se constituye en la base de las elites que consolida la pirámide
82 Uribe Jaime, Jaramillo. Travesías por la historia, Biblioteca familiar presidencia de la República, Bogotá, 1997, pág., 176.
49
del poder nacional, gracias a un complicado pacto de familias al interior de la nobleza
criolla. En efecto, simbólicamente, el asiento de los poderes de la “República” se
repartía entre las familias que habían figurado desde los siglos XVI y XVII en el cabildo
como dignatarios municipales83.
La política de pactos se efectuaba mediante los nexos familiares, matrimonios
acordados según los diferentes intereses de grupo o conflicto entre las elites, como un
modo de asegurar a la existencia de núcleos de poder y de proporcionar el anhelado
ascenso social a los nuevos prohombres, constituido por exitosos comerciantes,
burócratas recién enriquecidos y funcionarios reales del nivel medio que habían
contraído matrimonio con alguna mujer noble, constituyen un subgrupo dotado de
peculiaridades sociales que los separan de los intereses y de las normas de los
hacendados84, tal como lo vivió la clase dirigente de Santa Fe con la apertura paulatina
de espacios políticos y sociales a nuevos actores de elites que fracturarían el poder
hegemónico de los españoles criollos neogranadinos. El fenómeno se aplica, en
términos generales, a todo el reino, en el que la burocracia colonial buscaría
afanosamente consolidar sus posiciones de control y de poder para conformar elites de
comerciantes y terratenientes. En realidad, son los adalides protomodernos que verterían
todas sus ansias de poder y de enriquecimiento en los amplios recursos naturales y los
extenso baldíos dispuestos por los Estados Soberanos en el siglo XIX, para vincularlos a
la dinámica económica de ampliación de la frontera agrícola, impulsada por el
mercantilismo.
El desarrollo de la hacienda a partir del siglo XIX con el auge de la economía
exportadora, parte de la explotación de la mano de obra encontrada en las diferentes
etnias convertidos en campesinos y mestizos pobres que asumían las labores bien como
arrendatarios o como peones, administrados por mayordomos. Gracias a la condición de
mestizo que jurídicamente no era tributario, ni atado al fisco o a particulares, esta
población fue ganando movilidad, lo que generó formas de sujeción forzada a través de
redes ideológicas, avalada por la figura carismática del patrón, y por las necesidades
económicas mediante los préstamos y la compra de las cosechas. Un peón que llegaba a 83 Germán Colmenares. Cali: terratenientes, mineros y comerciantes. Siglo XVIII. Biblioteca Banco Popular. Bogotá, 1983. pág., 120 84 Fernando Guillén, Martínez. El poder político en Colombia. Santa fe de Bogotá. Editorial Planeta, 2003. pág., 246
50
la hacienda tenía muchas dificultades para abandonarla… se podía impedir que se fuera
alegando las deudas debidas al patrón… estas deudas cualquiera que fuera su origen,
eran pagadas en trabajo si no se pagaban en dinero y eran heredadas por los hijos85. El
auge del mestizaje pobre acarrea problemas de orden social en la época colonial que
motiva la recogida de “vagos” destinados a labores comunes. En el plano ideológico, el
cura influyó notablemente con las visitas efectuadas a la hacienda y la catequización
obligatoria, acompañada por la prédica desde el pulpito del mito esperanzador de la
salvación del alma. Los misioneros, revestidos de un poder sobre humano, lanzaban sus
prédicas de lealtad y sumisión que beneficiaban al terrateniente, como resultado del
miedo a los castigos del más allá y a la expectativa de una vida sin sufrimiento ni dolor.
La sociedad de la hacienda, se encontraba totalmente jerarquizada pero el ejercicio de su
poder residía en aquellos de su entera confianza. En efecto, los mestizos emparentados a
través del compadrazgo, ofrecían las mejores condiciones de obediencia y acatamiento a
las estrategias administrativas del patrón, pues su condición de compadre lo acercaba a
un “familiar” a quien se le debía un profundo respeto, lleno de deberes, obligado a
prodigar los favores que el terrateniente “compadre” y su familia requerían. En la escala
de autoridad, el capataz, como hombre de confianza, ejercía el mando a nombre del amo
sobre siervos y esclavos que fue evolucionando hacia el gamonal, el intermediario
político que controlaba la clientela electoral, cuando el sistema político requirió del
elector para legitimarlo.
Hacia el siglo XVII se empezó a usar el alquiler de indígenas que el terrateniente
pagaba semestralmente al cacique, pero este arrendamiento evolucionó hacia un
contrato verbal que incluía el usufructo de una parcela a cambio de trabajo en la
hacienda. De esta forma, se desencadena una serie de deudas que comprometía a la
mano de obra, ahora convertida en peón. Al mismo tiempo que se le facilita la tierra,
bajo diferentes formas de contratación como agrado o peonaje, se le entregan mercados,
herramientas y algún dinero que atan al trabajador y su familia casi de por vida a la
voluntad del patrón, en la medida que las deudas consolidadas resultan a la larga
impagables. En zonas como Cauca y Nariño, los peones eran obligados a trabajar gratis
o por algunas dádivas. Se argumentó la estrategia del endeudamiento, como una práctica
85 Orlando Fals Borda. Campesinos de los andes. Editorial Iqueima, Bogotá 1961, pág., 84
51
moral tendiente a obligarlos a trabajar para evitar su caída en la vagancia, la pereza, la
embriaguez y el abandono. Para ello, se practicó un paternalismo mesiánico que según
los terratenientes y los curas camanduleros, era la única forma para rescatar a estos
pobres hombres de las garras del pecado. Tratarlos como a hijos descarriados por parte
del patrón, pues requerían del perdón, como lo enseñaba el mito del hijo prodigo, a
quien se quería pero también se les castigaba. Su condición de dependientes e
ignorantes, les convertía en seres menores de edad que requerían la protección del
patrón, quien se ganaba la lealtad mediante la dadiva y el derecho a aplicar castigos; lo
hacía de manera extremosa, entre el cepo y la persuasión espiritual. La violencia que se
ejercida, producía temor en los peones y las migajas de pan, iluminaban la esperanza del
buen corazón del amo que al fin y al cabo era noble y con esos gestos hacía menos dura
la atadura a la hacienda. Así mismo, la hacienda esclavista del sur y la minería
involucran en el trabajo al negro africano, atado por el esclavista como inversión de
capital.
3.2 La sujeción esclava.
La servidumbre asociada a la etnia negra, como la institución básica de la
economía, de la riqueza familiar e individual y el fundamento del Estado, según las
consideraciones generales que se hacían para su justificación, hizo de Cartagena el sitio
de distribución de esclavos para el trabajo en las minas y en las haciendas azucareras.
En efecto la trata negrera hace parte de una tradición comercial de los árabes que se
remonta a la antigüedad. Los andaluces tenían esclavos importados de Guinea por los
castellanos, muy apetecidos por lo dóciles y serviciales, muy aptos para el trabajo. Con
el descubrimiento de América, resultó muy útil para la extracción del oro, seguida de las
plantaciones de azúcar y algodón y el auge de economía atlántica, lo que incremento la
demanda y el valor de los esclavos y la posterior intensificación de la trata de la cual se
lucran las compañías de portugueses, españoles e ingleses. La gran mayoría de esclavos
se obtenían por la fuerza motivada por los altos precios:
“Los portugueses y los españoles ofrecían precios tan altos por los esclavos que
los negros se cazaban unos a otros como siervos, hacían incursiones en aldeas y
secuestraban a personas sin protección, aún cuando carecieran de la excusa de la
52
guerra. Incitados por la codicia, príncipes y jueces condenaban a sus rivales y
sentenciaban como culpables a infinidad de otros sobre la base de acusaciones
fraguadas. Los padres vendían a sus hijos por despecho o por la más leve
desobediencia”86.
El español una vez establecido en el occidente colombiano, se dedicó a la obtención
de oro mediante la explotación indígena, gracias a la abundancia del metal precioso en
el subsuelo. Entre los conquistadores circuló una inmensa riqueza que los hizo más
codicioso y violentos. Sin embargo, el trabajo minero sufre un rápido desmedro a causa
de la disminución de la población indígena, lo que implicó la importación de recursos
técnicos y el aumento de la trata negrera. De ésta manera surge un próspero mercado, en
Antioquia desde el siglo XVI, escenario en el que confluían las mercancías españoles
llegados a través de Cartagena y Mompox y los productos agrícolas de Santafé de
Bogotá, Tunja y Popayán. La minería se convierte en un frente de inversión y el
comercio en un agente de vinculación con el exterior y de desarrollo. Aunque éste
modelo socio-económico produce exuberantes riquezas; la bonanza aurífera al terminar,
deja una baja rentabilidad de las inversiones lo que obliga a diversificar en el frente
agrario.
El afán por explotar al máximo la mano de obra, lleva a la catástrofe demográfica
indígena del siglo XVI que encuentra solución en la importación africana de estos
trabajadores, capturados en guerras tribales, convertidos en mercancía por el lucrativo
negocio de la trata negrera. De hecho, “La esclavitud en América, como institución
transplantada, (sic) adquirió tal aceptación y desarrollo, que en ciertas regiones como el
Perú, indígenas nobles adquirieron esclavos africanos para su servicio y en otras como
la Nueva Granada, algunos negros libertos fueron propietarios de esclavos africanos”87.
Su ubicación en las plantaciones antillanas y en las haciendas ganaderas colombianas,
en la minería y en los diferentes oficios artesanales, obedece a la enorme importancia
económica de la producción esclavista y servil durante el período colonial y parte del
republicano. La sociedad neogranadina habría recibido, hasta 1808, año en que España
86 David Brion Davis, ob., ct., pág., 183 87 , Jorge Palacio Preciado, La esclavitud de los africanos y la trata de negros. Entre la teoría y la práctica. UPTC, sin fecha, pág., 9
53
termina la trata, unos 360.000 esclavos.88 Además del prestigio social en las localidades
que los terratenientes y funcionarios ostentaban, gracias al trabajo domestico de los
esclavos. Para acentuar el protagonismo social “muchos funcionarios y familias ricas
invirtieron grandes sumas de dinero en la adquisición de negros para atender los oficios
domésticos, obtener renta mediante el alquiler, préstamo o trueque de los esclavos o
simplemente exhibirlos en ocasiones solemnes, fiestas y eventos sociales como símbolo
de status del propietario”89. Sobre este sector étnico que gracias al mestizaje se amplia,
generando un extenso espectro de trabajadores, recae una agresiva campaña de
ideologización, terminada en un importante sincretismo cultural que hoy forma el
pueblo colombiano. En efecto, junto con las comunidades indígenas, los grupos de
negros y mulatos fueron receptores del agresivo impacto de las comunidades misioneras
encargadas de la concientización ideológica cristiana del mundo. Sobre ellos, como base
social, se construye el poder político y económico que consolida una clase dirigente que
impone su proyecto político en el proceso de la Independencia y en la formación de la
República. En efecto, los caudillos Mosquera, Obando, Arboleda, Valencia y Arroyo,
etc.; cabezas de las familias esclavistas por excelencia, lideran la política colombiana
durante el siglo XIX. Así mismo, el Cauca encabezado por la provincia de Popayán,
simboliza la hidalguía y la tradición nobiliaria de la clase dirigente colombiana.
Influencia que se mantiene hasta la primera mitad del siglo XX. Su proyección como
ciudad esclavista, hizo de Popayán el epicentro de la política nacional, gracias a la
riqueza minera del Chocó y Barbacoas, complementada con la explotación agrícola y
ganadera de los terratenientes.
En la provincia de Antioquia, desde el siglo XVI, elementos económicos de baja
productividad minera incidieron en la no instauración de un sistema esclavista
consolidado como tal. Más bien se apuntó a un abandono por la baja productividad lo
que generó levantamientos y huidas a sitios recónditos; aumentando con ello la
población cimarrona, generándose una artesanía aurífera, pequeños agricultores y
mineros independientes. A este espacio se le agregaron los mestizos pobres y colonos
blancos que impulsaron en menor escala la actividad económica minera, la cual se
repone hacia el siglo XIX. Así mismo, la mano de obra al interior de la hacienda se hace
crítica, además de expandirse a otras regiones como la costa atlántica y las zonas de
88 Ibídem, pag., 17 89 Ibídem, pág., 19
54
tierra caliente. En igual forma, la producción agrícola y minera es golpeada por lo de
costosas las inversiones y por la creciente escasez de la mano de obra esclava, agravada
por la ausencia de capitales y la ausencia de una mentalidad burguesa que los condujera
a la formación de un tipo de empresario con racionalidad capitalista.
El florecimiento de la minería hacia finales del siglo XVII, involucra a la región
pacífica norte. En realidad, la minería se inicia desde la conquista en la zona de Nóvita y
Toro pero el rechazo indígena, desplaza a los conquistadores. Solo hasta la expulsión de
indígenas, los propietarios de minas de Popayán y de Antioquia, reinician la explotación
intensiva de los aluviones. En Nóvita se establece el real de minas, y se crean los
nuevos campos mineros de los afluentes de los ríos San Juan y Atrato. A finales del
siglo XVII, las familias blancas propietarias de la minería, habían alcanzado suficientes
fortunas las cuales combinaban con grandes extensiones de tierra en los valles del cauca
y la zona de Popayán. Como empresarios mineros que eran, se lucraban del comercio
constituido por una red mercantil que unía Cali con Quito. El cuadro minero se
completa con las minas de Raposo, Iscuandé y Barbacoas en el sur de la costa pacífica.
El aumento de la capacidad de compra de las familias mineras, propició la compra
de mano de obra esclava, lo que impactó la producción del metal durante la primera
mitad del siglo XVIII. La población, de hecho creció. Las estadísticas no son claras en
el número exacto. Sin embargo, los cálculos más cautelosos se aproximan 4.000
esclavos para 1759 y unos 7.000 en 178290 para el Chocó. Otro tanto ocurrió para las
minas del sur del Cauca. Es decir, la ampliación y funcionamiento de la frontera minera
se hizo con el trabajo de los esclavos.
El otro espacio geográfico que constituye la frontera minera se ubica entre la
cordillera central y en la cuenca del rio Cauca, identificado como la provincia de
Antioquia. Su dinámica ofrece notables diferencias, pues allí el trabajo es más
independiente por varias razones históricas. En efecto, una vez encontrada a finales del
siglo XVI por los españoles, las vetas auríferas del cerro de Buriticá y en los aluviones
de los ríos, se despierta en la provincia de Antioquia la fiebre por el oro. La mano de
obra utilizada, fue la indígena que para el siglo siguiente disminuyó lo cual con la
90 Antohony Mcfarlane. Colombia antes de la Independencia. Economía, sociedad y política bajo el dominio Borbón. Banco de la república/el áncora editores, Bogotá, 1997. Pág. 125
55
escasez de crédito, produjo un bajón en la producción minera. En estas condiciones, sin
crédito para comprar esclavos y el agotamiento de las vetas, la población antioqueña se
aleja palatinamente de la minería, vinculándose poca a poco a la agricultura de pan
coger.
La crisis obligó a una pausa que se empieza a superar a finales del siglo XVII,
gracias a la recuperación demográfica que aumentó la oferta de mano de obra mestiza, y
con ella, la dinámica migratoria y de colonización a áreas mineras de trabajadores
independientes que mediante el mazamorreo recorrían los ríos. En Antioquia, la
sujeción y el control directo del trabajador, ceden frente al mestizaje que combina la
agricultura con la explotación minera, gracias a la abundancia de los aluviones que
impactaron la sociedad, de tal manera que impulsa la extracción de oro. “El renovado
desarrollo de la minería se debió, a una combinación de la agricultura y la búsqueda de
oro entre los campesinos libres que trataban de escapar de la economía de
subsistencia.”91
La difícil topografía, el impacto del clima y la ausencia de un Estado capaz de
emprender obras publicas de envergadura, hicieron que las comunicaciones con los
territorios colindantes se dificultaran, lo que significó una débil articulación a redes
mercantiles locales y la producción agrícola se consumía en la localidad. En estas
condiciones, la búsqueda de oro era la mejor oportunidad para obtener dinero y bienes
importados.92 A estos factores, se agrega el monopolio de la propiedad de la tierra, en
áreas cultivables y ubicadas en los escasos circuitos productivos. La anterior explicación
se hace necesaria porque el país cuenta con abundante tierra que se veían en ese período
como inexplotadas por parte de una creciente población. Antioquia entonces, ofrece un
escenario propicio para la formación de un trabajador más independiente que
posiblemente se convertiría en el aventurero del siglo XIX, impulsor de la colonización
antioqueña en el auge de la economía periférica.
91 Ibídem, pág. 127 92 Ibídem, pág. 127
56
3.3 Auge de la economía periférica
Hacia la segunda mitad del siglo XVIII son notorios los cambios en el continente
americano, impulsados por un crecimiento en la producción industrial y el auge del
comercio en general que dinamizaron las exportaciones de materias primas, hacia la
creciente industria de los países como Inglaterra y Holanda. En lo tocante al trabajador
latinoamricano, se presenta el incremento demográfico y los movimientos migratorios
que facilitaron la ampliación de la frontera agrícola.
La economía antillana se convierte en el epicentro de la agitación mercantil gracias
a la Revolución Industrial de Inglaterra, que motiva el auge del comercio y la carrera
independista de América, iniciada en las trece colonias inglesas en 1776. Al mismo
tiempo, se agudizada el conflicto bélico europeo (1792-1815) entre las potencias, uno de
cuyos actores principales sería Napoleón Bonaparte. Estos eventos históricos, iluminan
el espectro de cambios sociales que los hacendados y comerciantes latinoamericanos
percibieron y asumieron mediante el control político y social, con la gesta de la
emancipación, liderazgo mantenido hasta nuestros días. En efecto, la Revolución
Francesa irradia la ideología política que impulsa a las elites por el camino de la
autonomía y la formación del Estado Nacional. En efecto, la Independencia de los
Estados Unidos, allana el camino hacia la búsqueda del objetivo político, impulsado por
el desarrollo, a partir del auge de la industria y del despegue del espíritu capitalista.
Éstos acontecimientos jugaron un papel protagónico a nivel mundial, porque generaron
una serie de cambios e influyeron decisivamente en la elaboración de proyectos
políticos e ideológicos que impactaron la sociedad latinoamericana, e hicieron de la
generación prócer la adalid de la libertad y la fundadora de las nuevas repúblicas.
El impulso de la economía exportadora periférica capitalista en la América Latina,
se caracteriza por la apertura al libre comercio con la economía inglesa. En igual forma,
después de la Independencia, se inicia el proceso de integración latinoamericana al
mercado mundial, mediante la exportación de materias primas, con escasa inversión
para su proceso extractivo. Dinámica económica que obliga a abolir la esclavitud y a
implementar las llamadas reformas liberales como el mecanismo que facilitó la
vinculación y ulterior desarrollo del capitalismo.
57
Mediante las reformas liberales, las elites encuentran el camino para la formación
de los Estados Nacionales. Los acelerados cambios económicos, les obliga a asumir las
directrices ideológicas de la modernidad tendientes a consolidar el capitalismo
periférico. La existencia abundante de tierras adecuadas para cultivos de exportación,
inmovilizados jurídicamente desde la colonia, exigía la formación de un creciente
mercado de tierras, el que condujo a la desamortización de los bienes de manos muertas,
la liberación de los ejidos, la consolidación de la propiedad privada y a la utilización de
la tierra como aval hipotecario para la obtención de crédito con el fin de financiar las
obras públicas como la construcción del ferrocarril y el impulso al sector agrícola.
La expansión capitalista hacia la periferia en la búsqueda de materias primas,
articula lentamente a los nuevos países al sistema de libre mercado e impone la
búsqueda de vías para su desarrollo. En estas condiciones, los nuevos comerciantes y
terratenientes proveedores de materias primas ven como una necesidad la vinculación a
la dinámica económica, en contra de aquellos sectores tradicionales para quienes esos
vientos son el fin de lo hispano-católico. El escenario se torna conflictivo y el proceso
se adelanta bajo agrias luchas políticas, intransigentes y hegemónicas que harían difícil
la implantación de las reformas en la economía, el Estado y la política.
Un elemento impulsador de la dinámica económica en la periferia lo constituye la
ocupación y ampliación de las fronteras agrícolas, escenarios de conflictos y violencias.
Aquellas tierras baldías, abundantes y receptoras de ávidos inmigrantes, dispuestos al
trabajo agrícola en pos de una riqueza esquiva y una cultura que le dará identidad y
sentido de pertenencia, son el escenario de lucha por libertades individuales contra la
sujeción del terrateniente. El espacio geográfico que se convertiría en el teatro de
conflictos económicos, políticos y sociales, sobre los que recaería el impulso capitalista
y la construcción de los proyectos políticos que apuntaran hacia la construcción de la
nación. Los baldíos, los ejidos y las tierras comunales entran en el mercado de tierras y
los movimientos migratorios. En efecto, el continente es objeto del proceso de
expansión de la frontera agrícola, según las condiciones particulares de cada región. La
pampa argentina ve el surgimiento de una extensiva ganadería acompañada del cultivo
de cereales y artesanías, lo que le implicó un crecimiento en la estructura vial y el
incremento de la industria de los cueros y los lácteos. Uruguay sufre el impacto
58
colonizador en su franja oriental, en la que se instala una ganadería fundamentalmente
ovina. El Brasil, impulsa el impacto en dos regiones: la paulista y la amazonia. En la
región de são Paulo la producción de café y su exportación se convertirían en la
vanguardia del desarrollo y la vinculación con el mercado internacional que por la
cantidad y la calidad, aseguraron los amplios mercados europeos y norteamericano; la
amazonia brasilera, gracias al látex y a su industrialización que le permite hacer
presencia en los mercados internacionales con su mercancía extractiva. En esa dinámica
internacional, Colombia escenifica la ampliación de la frontera agrícola, mediante la
política de entrega de baldíos por parte del Estado Soberano del Cauca que impulsaría la
colonización antioqueña en la ladera occidental de la cordillera central.
La vinculación de Colombia a la economía periférica mediante las exportaciones
fue larga y difícil; la inexistencia de redes mercantiles requería de espacios que
posibilitaran el intercambio y el crecimiento demográfico. La ampliación de la frontera
agrícola a través de un formidable movimiento social, empresa de caminos, que
colonizó las dos vertientes de la cordillera central, fundando pueblos; acelerando de ésta
manera la relación de las ciudades con el campo, como ciudades agrarias93, es decir,
lugares que como redes de un tráfico de mercado y de típicas industrias urbanas, se
alejan mucho del tipo medio de aldea, pero en ellas, una ancha capa de sus habitantes
cubre sus necesidades con economía propia y hasta producen para el mercado. Los
núcleos urbanos son el punto de encuentro de extensas familias, entrecruzadas mediante
complejos pactos a través de matrimonios, parentelas y compadrazgos como formas que
facilitan el control social y político.
La existencia de extensos baldíos, ofrece a un crecido número de gentes ávidas por
tener tierra para producir por un lado y por el otro, a un puñado de avivatos dispuestos a
reclamar con supuestos títulos de propiedad, derechos sobre el espacio objeto de
colonización. Sin embargo, el movimiento social de mayor envergadura del siglo XIX
en Colombia, jugaría el papel de construir la infraestructura productiva que consolidaría
el capitalismo dependiente. En una frontera con características climáticas aptas para el
cultivo del café, a pesar de lo agreste y quebrajoso de la topografía, se fundaron
93 Weber, ob., cit., pág., 942,
59
ciudades, y a recua de mulas se estimuló un prospero mercado local que sentaba las
bases a niveles organizativos mayores con la penetración del capital extranjero.
3.4 La frontera agrícola colombiana, siglo XIX.
El territorio colombiano profundamente afectado por la agreste topografía,
conformada esencialmente por las tres cordilleras de los Andes y los extensos llanos
Orientales que imponen aislamientos e incomunicación, generan espacios con
características particulares que le imprimen identidades a sus habitantes y los conmina a
constituir las diferentes regiones. En igual forma, el aislamiento mantuvo alejado los
espacios geográficos apartados del contexto internacional, lo que facilita mantener al
trabajador como peón, alejado del asalariado y de la racionalidad capitalista. En efecto,
en estas regiones predominó la hacienda como unida productiva. Allí prevaleció la
sujeción laboral e ideológica. La altiplanicie cundi-boyacense, dedicada
fundamentalmente a la ganadería y la agricultura de la papa, el trigo y hortalizas.
Asociadas al cultivo de la caña y la producción panelera, las encontramos en el Valle
del Cauca y el Sumapaz. En Santander y Ambalema tiene su apogeo la producción
tabacalera. En las haciendas del Cauca la actividad minera acompañada de ganadería y
agricultura de pan coger, y en las haciendas de la Costa Atlántica, básicamente la
ganadería.
A pesar de este aislamiento y la difícil topografía que imposibilitaban su
vinculación al auge del comercio europeo, en el país se empezaron a presentar lentos
cambios en las relaciones sociales y económicas. Los nuevos desarrollos comenzaron a
impactar los diferentes sectores de elites y los grupos sociales que se mostraron
receptores a los ímpetus del auge capitalista.
El mercantilismo le impone a las elites, insertarse en la economía mundial,
mediante la exportación de materias primas. Al mismo tiempo, se producen en país
importantes cambios que afectarían las relaciones sociales y políticas. El espíritu
capitalista impulsa la liberación de la mano de obra y la generalización del trabajo
asalariado, lo que induce a los terratenientes a recortar las libertades individuales y a
aumentar las cargas impositivas, a pesar de promulgar constituciones de 1863 en la que
se proclaman todas las libertades y derechos de los cuales se excluyen a los sectores
60
populares. La preocupación para los terratenientes del siglo XIX está en la búsqueda de
un proyecto político hegemónico que derrote al contendor y lo elimine de la contienda
por el poder. En efecto, la guerra es la constante sin que se pueda dirimir el conflicto a
favor de unos sobre los otros. Por el contrario, los débiles proyectos políticos azuzan la
creciente intolerancia al calor del liderazgo eclesiástico que polariza los contendores
partidista en una intransigencia que culmina con la violencia bipartidista a mediados del
siglo XX.
La expansión exportadora de productos agrícolas como tabaco, quina, café, cueros,
algodón, añil, caucho, tagua, cacao, palos de tinte, banano y sombreros, significaron un
período de bonanzas económicas en las que progresa la naciente burguesía colombiana.
La vinculación a la economía mundial, resulta débil por la inexistencia de capitales que
impidieron el crecimiento y desarrollo del mercado interno. Estas condiciones propician
el surgimiento de especuladores, empresarios emergentes que mediante diversas in-
versiones, seguras y rentables mueven el comercio y la agricultura. La abundante oferta
de tierras baldías origina la ampliación de la frontera agrícola en el siglo XIX, con la
penetración de capital extranjero, las obras públicas, el comercio y el acelere de los
movimientos migratorios de caucanos y antioqueños hacia la zona de ladera de la
cordillera Central.
Lentamente surgen a los movimientos migratorios que expanden la frontera
agrícola hacia las laderas de cordillera central, iniciándose el proceso de ruptura con la
hacienda colonial poseedora de la mano de obra servil. En Antioquia, las diferencias
arrancan de la utilidad que le dan los mineros a la explotación de la tierra, cerca de la
mina, intercalada con productos de pan coger. El Estado soberano del Cauca impulsa
una política de colonización de baldíos que se conjuga con la migración del sudeste
antiqueño para generar la mayor dinámica socio-económica colombina del siglo XIX.
Es un escenario dominado por la tradición hispano-católica que el impacto capitalista
violenta y trasforma, gracias a la dinámica colonizadora hacia los baldíos.
3.5 Colonización y baldíos
61
La colonización se impulsa por la dinámica capitalista que requiere materias primas
para su creciente industria y el afán de los hacendados por vincularse al proceso. Las
abundantes tierras baldías del Estado y de los resguardos indígenas son el objeto de la
política de ampliación de la frontera agrícola. A la escasa mano de obra libre, se le
ofrece la propiedad de la tierra para que colonice y cultive. Sin embargo, los
terratenientes antiguos y nuevos comerciantes, irradian sobre ella sus ambiciones que
materializan bajo formas de reclamos jurídicos sobre la propiedad o mediante la
intimidación o el engaño. Pero ese potencial trabajador libre asalariado, nace del
proceso de producción minera articulado a unas relaciones esclavistas, acompañadas por
el comercio y un rol de comerciantes que gracias a la crisis minera del siglo XVII,
desembocó en la dinámica de la expansión agrícola y en la formación de nuevos tejidos
sociales ubicados en los nuevos núcleos urbanos.
Las condiciones anteriores plantean la ampliación de la frontera y la formación de
una estructura agraria más estable; la hacienda cañera y ganadera ocupa ese espacio con
menos rigideces sociales94. La sujeción de la mano de obra se suaviza posibilitando el
surgimiento de villorrios desde los que se abrían nuevos frentes de trabajo de
independientes, como mazamorreros, guaqueros o colonos que cultivaban tabaco, caña
plátano, maíz y la cría de cerdos; vendían los pequeños excedentes que los vinculaban a
comerciantes, quienes los proveían de insumos. De ésta manera se inicia el proceso de
formación de una sociedad constituida por antiguos libertos, peones y pequeños
propietarios, en la cual los mestizos representaban el 75% de la población.
Las características de la economía de frontera posibilitaron la construcción de la
región cafetera colonizada y el posterior urbanismo de la zona, gracias a la dinámica
mercantil. La política de baldíos posibilitó la demanda del suelo por compañías y
colonos enfrentados en conflictos con los terratenientes, y estimuló la producción
cafetera, producto esencial para la construcción de una amplia red mercantil que los
vincula el comercio exterior, a la vez que propicia los beneficios de la modernidad. El
proceso fue enriquecido con la ideología del progreso, del hombre virtuoso trabajador y
responsable, cívico y ciudadano ejemplar, papel en el que se involucran el común y el
líder, en el afán por hacer de lo urbano, el espacio grato a todos y el que pareciesen
94 Colmenares, ob., cit., pág., 57.
62
borrar las diferencias sociales. Pero estos fines fueron canalizados por los hacendados, a
través de los partidos políticos que ellos fundaron e impulsaron como los artífices de la
política y del Estado en el proceso de ampliación de la frontera agrícola y la dinámica
comercial de la colonización antioqueña.
Desde los inicios del siglo XIX se ocupan las tierras del sur del río Arma, se funda
Aguadas 1814 y Salamina 1825. A partir de 1840 adquiere la colonización una
sobresaliente dinámica, gracias a la iniciativa privada de individuos que ocupaban
extensiones territoriales en la búsqueda de la supervivencia como agregados o trabaja-
dores. Las tierras baldías son su objetivo. Por el otro lado los grandes propietarios
solicitaban la adjudicación legal de las mismas
Los grandes propietarios constituyen empresas de tierras, destinadas a obtener la ti-
tularidad de extensos territorios concedidos por el Estado. Territorios que luego se par-
celan y venden a colonos, quienes tumban montes y construyen caminos. Como
compañías, en éste proceso sobresalen 1. Juan de Dios Aranzazu para Salamina, Pácora,
Neira y Manizales; 2. González Salazar para el mismo territorio a mediados del siglo
XIX; 3. José Francisco Pereira en la colonización del área en que fundaría la ciudad con
su apellido y 4. Burila para la hoya del Quindío y norte del Valle; 5. Eduardo Walkeren,
el Fresno y 6. De la Roche en la Dorada.
Este proceso facilita la vinculación de medianos propietarios en la conformación de
las juntas de pobladores y fundadores quienes ocuparon los cargos desde los cuales
fortalecieron su poder; enriquecidos a través de la amplia gama de recursos económicos,
en un desarrollo desigual. Asumen el liderazgo la elite regional agroexportadora sobre
el grupo de colonos, como jueces pobladores, como miembros de las juntas o como
concejales y en algunos casos como alcaldes.
La economía de frontera propició nuevas relaciones sociales y económicas. La
pequeña propiedad, la producción cafetera y un auge del comercio en las noveles
cabeceras municipales introdujeron la dinámica del urbanismo a cuya cabeza se sitúan
las ciudades cafeteras, gracias al café, producto que vincula al país y las elites locales y
nacionales con el mercado exterior.
63
El nacimiento de los villorrios cafeteros obedece a esa nueva dinámica económica
en la periférica, nutridas básicamente de las exportaciones de café. Producto que a la
larga convoca a una sociedad a desarrollar una cultura y una mentalidad, pues la
colonización tuvo un espíritu solidario y comunitario, a pesar del fuerte individualismo
de estas gentes, expresado en la ambición sin límites, era el núcleo necesario para
constituir una familia compacta y unida95. Lo urbano incluye lo público a donde llegan
desde las diversas veredas, los campesinos a hacer sus intercambios de productos, a
construir relaciones sociales y políticas. La comunicación fluye a través del arriero para
configurar un imaginario de ideales, de ensoñaciones, prácticas y costumbres. Se crea
una nueva sociedad. Unas nuevas burguesías agro-exportadoras desafiaron a castas
hidalgas pro-españolas, en un proyecto urbano que en alianza con campesinos ricos
reorientaron la sociedad decimonónica.
La colonización antioqueña del siglo XIX fue el movimiento migratorio interno de
mayor importancia en el país, asociado a la consolidación de una economía exportadora
con un producto, aunque sujeto a bonanzas. Se le considera estable en cuanto a que
acompaña más de una coyuntura histórica en el desarrollo y por lo tanto, al
fortalecimiento de la nación colombiana. Este movimiento social estuvo acompañado de
un crecimiento demográfico y de una mayor mestización, además de la fundación de un
sinnúmero de pueblos, los que crecerían al calor de las exportaciones de café y con
ellos, la industria en su primera fase de sustitución de importaciones del siglo XX.
Durante este período, las elites del departamento de Caldas, se constituyen en las más
influyentes e importante en el contexto de la historia política de la primera mitad del
siglo XX, mucho más competitiva que otros departamentos de Colombia96, gracias al
comercio cafetero que establece una importante fuente de ingresos que fortalece las
familias más prestantes de la región, en quienes reside el ejercicio del poder político y
económico.
La ciudad agraria colombiana asume el liderazgo socio-político, pues ésta hizo
posible la expansión periférica de la economía, en el siglo XIX por su ubicación
estratégica en la formación de redes mercantiles y consolidación de un tejido de 95 Eduardo Santa. La colonización antioqueña. Una empresa de caminos. Pág., 222 96 Christie Keith. Oligarcas, campesinos y gamonales en Colombia. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1986. pág. 133
64
pueblos, que amplió y consolidó la frontera agrícola de colonización antioqueña y que
convierte a las dos laderas de la cordillera central en el centro más próspero de
producción cafetera a principios del siglo XX.
En la segunda mitad del siglo XIX se inicia la fundación de los pueblos del eje
cafetero. La explosión demográfica y e1 movimiento colonizador propició la mano de
obra que permitió multiplicar los frentes de trabajo y el surgimiento de una nueva
mentalidad en la que prevaleciera la creatividad y las virtudes modernas, el ethos del
trabajo y el mito del progreso invaden el ámbito ideológico proveniente de la salvación
en los relatos seculares de la historia sagrada. Surgido en el mesianismo, el progreso
culmina en una mirada escatológica de la sociedad. La noción de un progreso religioso
o espiritual ligado estrechamente a los progresos de la ciencia, de la técnica y del
bienestar material, adopta la forma moderna de la salvación, donde los libros proféticos
del Antiguo Testamento sirven de metodología a un proceso evolutivo en todas las
direcciones97.
El nacimiento de estos centros urbanos y su ulterior transformación, se hizo
vertiginoso hasta alcanzar niveles de ciudades. En este proceso de urbanización, el mito
del pueblo con el del progreso juega un papel preponderante, partiendo de la necesidad
para la época de disponer de abundante mano de obra. El concepto de pueblo nace del
desarraigo y descomposición social en el campo y en la ciudad. El lumpen proletario en
la ciudad y el bandolero en el campo. Sin embargo, el mito del pueblo involucra a los
demás sectores pobres de la sociedad, asimilado a un grupo heterogéneo o de creati-
vidad ilimitada que lo conduce a construir las grandes obras urbanas, gracias al civismo
que responde a la convocatoria de los líderes,
La fundación de Manizales en 1848 se inicia el proceso de formación una elite
cafetera capaz de ejercer un vigoro control sobre los demás núcleos urbanos que
conforman la región gracias a la comercialización del café; actividad que generó el
capital con el cual desarrolló su industria, hasta convertirla en una fuerte plaza
comercial, con una vigorosa burguesía agro-exportadora. Sin embargo, la abundante
producción cafetera de las demás ciudades y el afán de progresar condujo a una
97 André Reszler, Mitos políticos modernos, pág., 73.
65
rivalidad muy marcada entre las tres ciudades más representativas, expresadas en
manifestaciones violentas. Confrontación expresada, además, en el chiste callejero, en el
afán por cortar cualquier vínculo político-administrativo y comercial, o en el anhelo de
jalonar impositivamente empresas para sus respectivas ciudades; impulsadas hoy por el
concepto de ciudad-región.
Las ciudades del eje cafetero son hijas de la dinámica exportadora cafetera que hace
de las elites innovadoras y abiertas a los cambios, obligadas por la creciente explosión
demográfica y la expansión del comercio y la industria y el éxodo campesino. Los
espacios ocupados tranquilamente por la elite y el pueblo son presionados a cambios y
transformaciones por las presiones de nuevos aspirantes: pequeños comerciantes,
empleados, obreros, industriales, profesionales etc. Todos en una emulación por el
ascenso social que terminaría dislocando el delicado equilibrio social. Se conformó un
conglomerado heterogéneo de difícil control que conduciría necesariamente a prácticas
más libres del manejo individual, reflejada en un mayor afianzamiento de una doble
moral: por un lado la rectitud y franqueza del hombre cabal y por el otro la picardía, el
bellaco y la locuacidad.
El proceso de modernización genera en la nueva clase dirigente una ética del
trabajo y la mentalidad del progreso y al interior de ella, un sector emergente, acucioso
en la búsqueda de ascenso social y económico, capaz de ingeniarse las oportunidades.
Este grupo busca afanosamente en los negocios coyunturales hasta alcanzar la
estabilidad comercial o financiera. Emergen los negociantes ambiciosos que se
enriquecían repentinamente a través de la compra de conciencias; ganarse la lotería,
especular con la tierra, acaparar contratos con el Estado, comisiones, etc.
Las recién remozadas elites acceden al control de la política y de los negocios.
Desde las Asociaciones y Clubes Sociales se establecía la unidad de acción en una más
o menos homogenización de acuerdos plasmado, a través de sus agentes políticos de los
directorios, en las leyes ordenanzas o acuerdos según el nivel del accionar político. Los
caciques y gamonales manejan clientelas electorales. Se reparten la ciudad y la región
según los caudales electorales ubicados en barrios o veredas. El proceso se inició
indicándole pertenecía a un partido por el color de su bandera e identificado con un líder
natural que poseedor de un carisma cuasi mesiánico entrega a sus electores dádivas,
66
puestos en la burocracia o becas. Los sectores marginados, trabajadores y campesinos
proveen los votos necesarios para el mantenimiento de los caciques en la dirección del
Estado. La ciudad es organizada en espacios políticos para la distribución de
presupuestos y plan de obras acorde con los líderes caciquiles. Se maneja una cultura
política arquetípica, caracterizada por una mentalidad religiosa que ve en el gamonal, el
intermediario ante el Estado que todo lo puede y lo tiene, y el habitante desprotegido
que facilita el manejo personalizado de la cosa pública. El manejo clientelista llevó a la
división del Viejo Caldas, hacia la segunda década del siglo XX en tres departamentos,
por la ubicación en esos espacios de ciudades que acentuaban caudales electorales,
garantías de poder político a gamonales que en un solo departamento no habrían
sobrevivido. Los hacendados y comerciantes cafeteros impulsaron los directorios de los
partidos liberal y conservador que suplantarían la sujeción personalizada por formas de
dominio partidista, según la pertenencia política de su patrón que el campesino
identificaba con su nombre y la bandera como el símbolo de sus “afectos”.
67
CAPÍTULO IV
Hacendados y partidos políticos
“Nadie deliberaba sobre asuntos de gobierno: todo el mundo
obedecía ciegamente, y el prestigio de la autoridad era inmenso. No
pudiendo hacer la guerra al rey, posibilidad que ni siquiera
sospechaban, se la hacían las familias entre sí por las preeminencias de
nobleza.”
Eustaquio Palacios, en Cali en 178998
En Colombia el quehacer político de los españoles, fijo los parámetros de sujeción
y dominio a partir de la Encomienda y de las recompensas, entregadas por La Corona a
sus huestes, quienes se repartían todo el botín del que sus jefes se llevaba la mayor parte
de “los recurso permanentes, que eran los que permitían el asentamiento duradero de los
españoles. Por eso el recurso más codiciado era el dominio de los hombres.99 En efecto,
la esclavitud de los indios inicialmente, y sujeción después, marcaron el inicio del
control directo de la mano de obra, ampliada con la llegada del africano y del blanco
pobre. Mano de obra que su evolución histórica conduciría a la consolidación del
trabajador mestizo de la hacienda del siglo XIX. Hacienda que se constituye en la forma
básica de producción, control social y poder local; y esencia de las redes regionales en
la polarización en dos grandes colectividades políticas que actúan en la vida republicana 98 Eustaquio Palacios. Cali en 1789, en Las maravillas de Colombia, pág., 53 tomo IV. 99 Germán Colmenares. “La economía colonial Neogranadina 1500-1774” pág. 24. En: OCAMPO, José Antonio, ed., Historia económica de Colombia, Bogotá, Fedesarrollo-Siglo veintiuno, 1997.
68
de la nación. Del seno de las familias de los hacendados, surgen los prohombres y
adalides, dotados con personalidades carismáticas que por herencia de sangre y el
respaldo de la tierra, están destinados a la dirección de los partidos políticos y del
Estado. Partidos que recogen el ideario liberal, puesto que las elites están de acuerdo
con el libre cambio y en la necesidad de un Estado que garantice el funcionamiento
político de la sociedad que facilite el control de masas de campesinos analfabetos. Para
ello, se utiliza un lenguaje excluyente, polarizado entre liberales y conservadores que
los presentan, ante sus peones y después ante las masas como oponentes en una
emulación retórica y bélica por el usufructo del poder. Se impone el bipartidismo y los
pactos hegemónicos, excluyentes de la participación popular y por ende de la
construcción de democracia. Con esa falsa contradicción, recorren por el sendero la
violencia partidista del siglo XIX con sus numerosas guerras y la intransigencia liberal-
conservadora, manifiesta en la Violencia del XX.
La primera institución política del orden local fue la Encomienda, instaurada desde
los inicios de la Colonia que evolucionó hacia la hacienda del siglo XIX, constituida en
el centro de poder, “en tanto que estructura asociativa dominante y como organización
representativa del poder social acumulado, alcanza el triunfo político no solamente
sobre españoles coloniales, sino sobre otros grupos y formas de asociación criollos, a
los cuales ataca y obliga a subordinarse a su modelo y a su interés excluyente”100.
Establecimiento político, escenario de los conflictos económicos, sociales y políticos
que obligaban a la formación de facciones entre las elites, identificables como grupos de
poder para los enfrentamientos por la defensa de sus intereses y la exclusión del
contrario. Siempre estuvieron en pugna con sus adversarios, contra quienes armaban
facciones a través de las alianzas, bien fueran militares, económicas o de parentesco
consanguíneo o político. El celo y la desconfianza, acompaña todo el período colonial
las relaciones entre las elites que se lega, gracias a la tradición española, al período
republicano manifiesto en las casi constantes confrontaciones bélicas. Los frentes
políticos de unidad de las elites, estuvieron acompañados por la coyuntura y se hacían
de acuerdo a las circunstancias locales para enfrentar a rivales de su entorno o a
políticas de La Corona que atentaran contra sus intereses. El encomendero, constituido
en jefe político natural de la región, se convierte en el adalid de la provincia, puesto que
100 Fernando Guillén Martínez. El poder político en Colombia, Pág. 245.
69
“la primacía social del encomendero colocó fácilmente en sus manos los cabildos de las
nuevas ciudades y los oficios concejiles de ellos dependientes”101. Una vez puesto el
control político local en sus manos, éste siempre ha sido ejercido de manera
hegemónica. Las disputas entre encomenderos por el control del poder y el
enriquecimiento, formados a partir de la encomienda durante el período colonial, serían
los encargados de marcar el derrotero político a las generaciones que les siguieron en la
consolidada hacienda del siglo XIX. Pero el espíritu de grupo partidista, surgido al
interior de las facciones políticas, tiene su apogeo desde la Rebelión Comunera de 1781,
acentuado durante la Independencia entre centralistas y federalistas y posterior a ella,
entre santanderistas y bolivarianos. A medida que en Europa, las ideologías políticas
alcanzaban su nivel de desarrollo, los ideólogos de las elites colombianas las
incorporaban a su respectivo ideario político con el cual fortalecían su oratoria
incendiaria, dirigida a masas de campesinos y de peones analfabetos.
E1 proceso político, iniciado con la rebelión comunera de marzo de 1781, gracias a
su carácter social, logra por última vez en la historia colombiana movilizar
comunitariamente, a sectores étnicos con el resto de la población mestiza, en el
propósito de oponerse al régimen tributario del que se lucraban la Corona y la elites, en
un movimiento de masas que culminaría con la firma de las Capitulaciones; un texto
político que contenía peticiones económicas, reformas eclesiásticas, políticas y
administrativas. Con éste evento histórico, las elites afirman su cultura de la dominación
política, se consolidan en el poder control y dominio y se fortalecen en su unidad de
acción y maniobra política para enfrentar los riesgos que los movimientos sociales le
acarrean; se consolida, lo que podríamos llamar el primer Frente Nacional para aplastar
social y políticamente, cualquier movimiento de origen social. El proyecto político que
condujera a las elites por el camino de la modernidad, se iniciaba con las
transformaciones económicas y políticas de Europa, trasplantadas al país, empezaban a
asimilarse por las elites neogranadinas. En efecto, La Independencia de la Nueva
Granada, introduce el concepto de unidad política para la acción en las elites, puesto se
acrecienta el sentido de identidad y cohesión al propio territorio; y a tener conciencia de
los potenciales económicos, articulados a sus propios intereses que se desarrollarían, en
su percepción de la dinámica mercantilista en auge, encabezada por las potencias. En
101 Ibídem, pág. 105
70
consecuencia, las reformas borbónicas con su férreo centralismo para el control
burocrático y la explotación de la riquezas con el ánimo de fortalecer la corona
española, hicieron más evidente el trato como colonias a las elites españoles americanas.
Ésta discriminación social y política, impulsa a estas elites hacia unos niveles de
identidad con el territorio y consigo mismo como americanos, y los conduce a la
búsqueda de ideologías que les ilumine el camino a la formulación de un nuevo orden
político con Estado propio.
El evento histórico-político, fortalecido al calor de la guerra contra la monarquía
española, constituye el pacto de elites como un segundo momento del Frente Nacional,
convocado por los adalides para efectos de asumir directamente el control político del
Estado que de paso requería de los ajustes necesarios, conducentes a adecuarse a la
dinámica capitalista, en expansión y en consolidación como sistema, liderado por el
sector mercantilista que encuentra en la opción burguesa la vía política de su
afianzamiento y consolidación en el poder.
Una vez realizada la Independencia, se inicia la búsqueda de los elementos políticos
que facilitan por un lado la institucionalización del país y por el otro, las vías
económicas que le vinculan con los mercados internacionales. En efecto, las elites que
lideraron la gesta independentista, ven en el centralismo la mejor opción política en la
que los partidos en proceso de formación, son los principales animadores, y recogen una
tradición heredada del absolutismo español, del que toman la figura de un presidente
cuasi monárquico como líder un sistema omnipotente. Los antecedentes históricos del
fenómeno se encuentran en los fracasados intentos por instaurar en la Nueva granada, la
monarquía por los tiempos de Fernando VII, idea que siguió siendo alimentada con un
principado en cabeza de un de los príncipes europeos. Bolívar participa con su dictadura
y propuesta de constitución boliviana, en la instauración de dicho sistema que
enfrentado con la derrotada idea federalista del siglo XIX, consolidó las raíces de un
sistema político caracterizado por la hegemonía y el manejo de clientelas, fenómeno
perenne en nuestra historia política.
El enorme vacío ideológico de los sectores populares, fue llenado por la
dependencia personal y un sistema dadivoso que hicieron de peones y campesinos, los
inermes caudales electorales leales a las nobles familias. “En la sociedad colombiana
71
tradicional la afiliación política se recibe por herencia, lo mismo que el apellido y la
religión”102. Dependencia que aún con la Independencia, acrecentó para los estratos
bajos a través de múltiples formas: el trabajo que efectuaba (el indio) para el
encomendero en retribución por una supuesta protección y adoctrinamiento, en acción
de gracias, hizo que se estrecharan los vínculos entre el indio y el encomendero, mas
tarde entre el campesino y el hacendado. La iglesia y los curas doctrineros introdujeron
la idea de sumisión y respeto al soberano, que se traducía en el acato al poder del
español y del criollo poseedor de la riqueza. Los partidos se convirtieron en el
mecanismo aglutinante de los campesinos y aparceros, que directa o indirectamente
dependían del hacendado, quienes ejercían el poder local. El poder lleva a que muchos
terratenientes y gamonales siembren los campos de conflictos bélicos, “la guerra
mostrará su verdadera faz de dominación de los terratenientes sobre sus dependientes y
éstos tendrán que marchar por la fuerza a combatir, haciendo más patente el carácter
violento que podía asumir la relación”103.
En la recién fundada república, los enfrentamientos por los derroteros políticos en
la dirección del Estado, no se hicieron esperar. Simón Bolívar en la presidencia y
Francisco de Paula Santander en la vicepresidencia, según sus concepciones ideológicas
y la dinámica social, trazan los rumbos a los diferentes grupos parcializados
políticamente. En efecto, los enfrentamientos presentan hechos históricos como la noche
septembrina y el exilio de Bolívar. Los santanderistas lideran el proceso desde 1831
hasta 1837, cuando se dividen entre José Ignacio de Márquez, quien era presidente y los
seguidores de Santander. Después de la muerte de éste en 1840, sus seguidores
denominados los Supremos atacan el gobierno de Márquez por destinar algunos
conventos para la educación pública. Alcanzan la dirección del Estado con Pedro
Alcántara Herrán, quien propone una constitución menos liberal que la redactada por
Mariano Ospina Rodríguez, la cual entra a regir en 1848, bajo la presidencia del
Supremo Tomás Cipriano de Mosquera, caracterizado impulsador del libre cambio, lo
que motivó a los artesanos a la creación de las Sociedades Democráticas que de alguna
manera son la génesis de la organización política de sectores populares, por fuera de la
dirección y control de las elites. Las diferentes posturas frente a la economía y el
102 Humberto Uribe Toro Ob., cit., pág. 59. 103 Salmón Kalmanovitz.. Economía y Nación, pág. 136
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Estado, obligaba a la elaboración ideológica de los derroteros que encausen y aglutinen
las clientelas y las involucren en la vida política partidista.
Se veía la urgencia de ideologizar sistemáticamente los rumbos que se debían tomar
en la dirección del Estado y de la sociedad en general, lo que obliga al surgimiento de
teóricos que tracen los lineamientos generales. De hecho, el primero en hacerlo fue José
Ezequiel Rojas en 1848 quién publicó su artículo “La razón de mi voto” en el que
invitaba al reconocimiento de las libertades civiles y al debilitamiento del ejecutivo,
argumentos que a la postre se convirtieron en principios del radicalismo liberal. Por su
parte, José Eusebio Caro y Mariano Ospina Rodríguez, publican el ensayo sobre “Los
partidos políticos en la Nueva Granada” como una crítica al ideario liberal y una
invitación al respeto a la ley y acatamiento del orden y la tradición. Estos dos
documentos, han sido aceptados por la historiografía como los puntos de origen
ideológicos de los llamados partidos políticos colombianos. Al carecer de ideologías
consolidadas, se impone el manejo psicoafectivo de clientelas y peones, leales a un
nombre o a una bandera, suplantan todo análisis crítico y organizativo de la vida
política, que ha conducido a la negación absoluta de procesos que construyan sólidos
partidos políticos, democráticos y pluralistas.
Los proyectos políticos se conciben desde los principios utilitarios del liberalismo y
la tradición hispano cristiana, y aunque sus intereses de clase convergen, no se era muy
consecuente en las posiciones por su grado de inconsciencia como clase social, pues se
estaba en el estadio de elites agrarias, no encuentran claro el camino hacia el
capitalismo periférico ya que el capitalismo apenas iniciaba su proceso enrolamiento de
éstas, desde el centro en vía de industrialización. En la periferia, en cuya dinámica las
fronteras agrícolas jugarían un importante papel en la exportación de materias primas a
los mercados en vía de industrialización, se buscaba afanosamente consolidar un tipo de
Estado que facilitara dicho proceso. Se hizo imprescindible la ruptura con España.
Una vez constituidos, a mediados del siglo XIX, los partidos políticos liberal y
conservador, las elites siguen en la lucha entre concepciones del Estado centralista o
federalista. Enfrentamiento venido desde la época de La Independencia pero que ahora
se enmarcaba en la confrontación partidista hegemónica. La búsqueda y consolidación
de una constitución que como un pacto social estable, aglutinara a todas las elites, en un
solo propósito político; fracasó por la intransigencia, por el bajo nivel de desarrollo
73
económico y por la mentalidad “nobiliaria contra el mundo que empezaba a configurar
el hombre burgués”104. Habría que esperar hasta la consolidación de las exportaciones
cafeteras a finales del siglo XIX para que la elite agro-exportadora cafetera, impusiera la
constitución de la 1886 como el proyecto aglutinador de las elites, en la dinámica de la
economía periférica, como la única vía conducente a la unificación en un tipo de nación
centralizada.
Antes de lograr alguna estabilidad política, durante el siglo XIX, el país enfrentó
numerosas guerras civiles locales y nacionales, lideradas por prohombres que
condujeron a hordas de campesinos y peones, leales a sus líderes naturales quienes los
ataban a la hacienda, a su familia y al apellido del cacique que se asociaba al partido
político, defendido con profunda emoción patriótica a costa de su propia sangre. “Y no
menos importante, el estado de guerra tendió a debilitar la economía campesina y
robusteció la capacidad de las haciendas para reclutar arrendatarios bajo las muchas
veces fallida garantía de que los latifundistas impedirían el reclutamiento forzoso de sus
dependientes”105. A las guerras partidistas, les cabe el papel protagónico de involucrar
en los conflictos de las elites, a los campesinos, negros, indios y mestizos como los
soldados defensores del terrateniente, gracias a la lealtad garantizada por la dependencia
personal, constituida en el alma de los partidos, y los caciques y gamonales como los
cuadros de los partidos tradicionales, liberal y conservador, poseedores de las clientelas
electorales que controlan y cuidan como su feudo político, mediante mecanismos
dadivosos de becas, puestos, en fin todo tipo de favores que contribuyan a la
construcción de la telaraña del poder, que lo afiance y resuelva el conflicto entre las
elites, en la disputa por acceder o mantener las riendas del Estado en cualquiera de los
tres niveles en que se haya repartido: local, departamental o nacional.
Entendido por cacique el terrateniente que utiliza su riqueza para acrecentar su
poder y ejercer excesiva influencia en beneficio propio, de su elite y su clase social.
Para ello recurre a todo tipo de nexos: desde los laborales hasta políticos y afectivos que
le garanticen jugar a profundidad su rol. El gamonal es el individuo que trabaja
políticamente, a favor del cacique, cultivando y dirigiendo la clientela. “El gamonal
104 Jaime Jaramillo Uribe. El pensamiento colombiano en el siglo XIX, pag., 15 105 Malcon Deas. “Una hacienda cafetera de Cundinamarca: Santa Bárbara (1870-1912)” Anuario colombiano de historio social y de la cultura No. 8. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá. 1976
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típico era el pequeño productor, blanco mestizo y a veces indios que con frecuencia
favorecía a los de su propio grupo”106 es el mismo fondero propietario de una tienda o
almacén de víveres a la vera del camino, que compraba el café verde en el palo, prestaba
dinero para que el campesino comprara insumos agrícolas, organizaba la vida social,
matrimonios, bautismos, etc. y por supuesto el debate electoral.
Los partidos de las elites no presentaban divergencias de fondo, ya que los unen sus
intereses de clase y se diferencias en elementos de mecánica política en cuanto la forma
de impartir los electos formativos de los estamentos sociales educativo y religioso. “Los
políticos locales tenían a su disposición un partido ya hecho de antemano y una mística
religiosa (o irreligiosa) para explotar, con los cuales ellos mismos estaban con
frecuencia muy íntimamente identificados: para ello se adornaban con los colores del
partido (azul y rojo) y usaban términos despectivos para señalar al adversario (godos o
rojos respectivamente”107. El lenguaje usado es guerrerista, cargado de epítetos, llenos
de odio hacia el contrario y abundante en señalizaciones que ponían en riesgo la
integridad física y moral del rival político: cachiporros, descoloridos, ateos, masones,
azulejos, etc., son algunos de los más empleados en la contienda partidista por los
sectores populares como elementos “para trasgredir, consolidar o desviar un orden
político determinado o bien para optar por la decisión última, de ofrendar la vida en un
lance bélico pues parafraseando a Mark Johnson las palabras también pueden matar”108.
El sectarismo es la constante que cobija la historia nacional desde mediados del XIX en
el enfrentamiento entre liberales y conservadores quienes recogen una tradición
hispano-católica, y que tuvo su máxima expresión en el periodo de la violencia de los
años cincuenta.
4.1. El conservadurismo
El ideario conservador, nace de los críticos de la Revolución Francesa entre los que
sobresalen Edmund Burke, Joseph de Maistre y Louis de Bonalnald, entre otros. La
defensa de la tradición católica fundamentalmente y su acervo cultural judío-cristiano,
son el punto de partida hacia la defensa del capital y la propiedad privada, con los que 106 Christie Keith. Ob. Cit., pág. 157 107 Ibídem pág., 132 108 María Teresa Uribe de Hincapié y Liliana María López Lopera. Las palabras de la guerra. Un estudio sobre las memorias de las guerras civiles en Colombia. Ed. Lealón. La carreta histórica, Medellín 2006. Pág. vii
75
consolida el espíritu capitalista. Para el caso colombiano, la arraigada tradición
monárquica es el la más influyente en el proceso de consolidación como partido político
en el siglo XIX. En efecto, el noble Don Simón de Bolívar109, quien asume el liderazgo
político en la dirección del Estado, imprimiéndole su orientación hacia un refuerzo del
tradicionalismo hispánico. Sus principios partían de la libertad republicana con la
cooperación con las autoridades, las leyes y un ejecutivo enérgico110. Sus continuadores
asumen la defensa del trinomio Dios-autoridad-familia y la comprensión y acercamiento
a la Madre Patria, y el Estado cristiano en libertad de justicia, garantías individuales y
sociales donde prime el bien común, régimen presidencialista y centralista. Se combate
el utilitarismo, el sensualismo, el positivismo y el evolucionismo darwiniano. “La
propagación de las ideas irreligiosas, además de la desmoralización que les es
consiguiente, produjo un efecto pernicioso y de suma trascendencia”111 decía Mariano
Ospina Rodríguez en defensa de la religión católica, complementado por José Eusebio
Caro como fundamento del orden. “¡He aquí, pues, cómo de la noción innata de lo justo
y del libre albedrío del hombre, nacen el orden moral, el orden religioso, el orden
político!”112. Los principios de la doctrina conservadora quedaban claramente expuestos
por labios de sus fundadores. Las encíclicas son la fuente de inspiración doctrinaria y
política, y como tal sobresalen: Inescrutabili (1878) sobre los males de la sociedad,
Aeterne Patris (1881) sobre el origen del poder civil, Quod Apostolici (1878) acerca de
los errores modernos e Inmortale Dei (1885) sobre la existencia de la sociedad civil y el
origen divino del poder.
La constitución de 1886 es el triunfo ideológico y político del partido conservador y
en ella plasma su espíritu doctrinario. Se expide en nombre de Dios, fuente suprema de
toda autoridad para consolidar un Estado teocrático, pues se declara a la religión
católica como la Religión oficial: “La religión Católica Apostólica y Romana es la de la
nación: los poderes públicos protegen y harán que sea respetada, como esencial
elemento de orden”113. Constitución que posibilita desde 1887 instaurar un régimen
109 “Corresponde el primer lugar al linaje de Bolívar, no por ser el masculino, sino porque es una de las líneas ancestrales de mayor relieve en la familia del Libertador, así como uno de los linajes más ilustres en la historia de su país” Salvador de Madariaga. Bolívar, pág. 72 110 Roberto Herrera Soto. Antología del pensamiento conservador en Colombia. Instituto Colombiano de cultura. Bogotá 1982. pág. 138 111. Ibídem, pág., xv. 112 Ibídem, pág. 172 113 Artículo 1º del Concordato de 1887, suscrito por la Santa sede bajo el pontificado de León XIII y la administración de Rafael Núñez.
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concordatario, mediante el cual el estado colombiano le entregó al control de la Iglesia
Católica, los efectos civiles del matrimonio, la educación, los cementerios y la
exoneración de pagos de impuestos. Se impone el pensamiento y control religioso que
desprecia el mundo moderno y el avance tecnológico y científico, concepción del
mundo que hacía exclamar a Miguel Antonio Caro: “yo creo, como aquel gran poeta,
que vale más el Evangelio que cuatro libros antes y después de él se han escrito; y que
el Decálogo que sólo consta de diez renglones, ha hecho más bien a la humanidad que
todos los ferrocarriles y telégrafos y velas y vapores, y máquinas”114. Con estos
argumentos se le pone freno a la modernidad, incluyendo la política partidista que se
refleja en una cultura política caracterizada por la intolerancia y las violencias que van
desde las palabras hasta las acciones bélicas. El mesianismo y el paternalismo se
constituyen en los impulsores fervorosos del clientelismo, pues la sacralización del
patronato político de doble moral, echa raíces en el sistema agrario latifundista
colombiano que presenta las mejores condiciones para mantener la vigencia de un
antiguo sistema político que consolida la cultura clientelista.
Soporte fundamental de su propósito político es la educación religiosa que además
usa prácticas de catequesis y misionales como formas directas de impartir doctrina y
autoridad a una feligresía que corre el peligro de romper los lazos de lealtad, obediencia
y sumisión a las instituciones religiosas y el Estado, y con ello, a los terratenientes y
patrones. Si se pierden estos controles directos se corre el peligro de caer en el caos
social y laboral por un lado y por el otro la inestabilidad de su sistema de explotación.
El impacto del capitalismo y el auge de burguesía industria, desde los años cincuenta
del siglo XX, hacen exclamar a la Iglesia Católica, baluarte del conservadurismo en
cabeza de Monseñor Miguel Ángel Builes quien se lamenta por los cambios espirituales
que produce el progreso:
“nuestra amada Diócesis se cruza de carretera que con el ferrocarril troncal
de occidente le abren un risueño porvenir; pero esas mismas obras de progreso le
están haciendo sufrir un espantoso retroceso espiritual que nos tiene alarmados
gravemente, porque os amamos mucho, amados hijos nuestros, y no queremos
que al progreso material corresponda el inmenso mal de la decadencia
espiritual.(…) ¿Habéis visto esa multitud de hombres que trabajan en las
114 En Jaime Jaramillo Uribe, El pensamiento Colombiano en el siglo XIX, Editorial Temis. Bogotá 1.982 pág. 92.
77
carreteras? La mayor parte de ellos son víctimas del ambiente que en esos
lugares se respira. Olvido de Dios, desprecio de los días Santos, bailes, juegos,
licores, gestos abominables, sonrisas que denuncian liviandad, molicie pavorosa,
fornicación, adulterios, pensamientos lúbricos, deseos pecaminosos, es la
carroza de Asmodeo, el demonio de la impureza, que arrastra una inmensidad de
pueblos. De allí vienen los hombres casados sin amor al hogar, y los jóvenes
marchitos en flor. Pobre esposa, pobres hijos: no pensaron que su esposo padre
iba a sucumbir en la banca o en la vía férrea al impulso del ambiente: pobre
sociedad futura si los jóvenes pierden en la carretera con la inocencia conservada
en la montaña, la fuerza vital que asegura el porvenir de la raza y de la
humanidad”115
El temor al cambio social y político que las elites tienen a las dinámicas sociales,
hace que “la educación (es) organizada y dirigida en concordancia con la religión
Católica”116 desde la cual se elabora los planes educativos constituidos por ejes
teológicos, impartidos a través del catecismo y la retórica. La educación se hace
memorística y anecdótica, alejada de cualquier mirada crítica y analítica. Al tener el
control educativo, la ideología transmitida a través de ella, es la elaborada sobre los
principios conservadores que controlan toda la vida, tanto pública como privada. Lo
corrobora el régimen concordatario, al entregarle el control de los cementerios, los
efectos civiles del matrimonio y tierras a las misiones. La oposición a esta ideología la
lidera el liberalismo que desde sus principios propende por el impulso a la acción más
libre de los ciudadanos.
4.2. El liberalismo
La historia económica del liberalismo está ligada a una serie de cambios que se
presentan en la agricultura, los cuales permiten una mayor alimentación de la población
y por ende un crecimiento demográfico; y en la revolución industrial que incrementa la
actividad manufacturera, produciéndose un estímulo al intercambio, además de la
infraestructura de puertos carreteras y ferrocarriles, y el crecimiento las ciudades 115 Miguel Ángel Builes en Rodolfo R de Roux. Una iglesia en estado de alerta. Funciones sociales y funcionamiento del catolicismo colombiano: 1930-1980. Editorial Guadalupe, Bogotá 1983, pág., 53 116 Miguel Antonio Pombo. Las constituciones de Colombia. Pág. 216
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constituidas en centros de las dinámica económica. Un complicado tejido económico se
desarrolla, impulsado por una clase de comerciantes quienes proclaman el progreso a
través de las exportaciones como factor de riqueza; la riqueza como factor de libertad; la
libertad que beneficia el comercio y el comercio, favorece la grandeza y consolida el
Estado. Voltaire establece en sus cartas filosóficas el panegírico de la burguesía
revolucionaria del siglo XVIII: “El comercio ha enriquecido a los ciudadanos de
Inglaterra y ha contribuido a desarrollar su libertad, y esta libertad a su vez, ha
extendido el comercio, que ha sido el origen de la grandeza del Estado” Es una clase
heterogénea compuesta por financieros, negociantes, fabricantes, burócratas y técnicos.
El ideario político del mito del progreso, es asimilado como pensamiento mesiánico
secularizado, articulado a la dinámica del libre cambio decimonónico, que trae cambios
en el comercio y en las relaciones internacionales. Prosperidad que beneficia y
consolida las elites locales vinculadas a la dinámica mundial y que le asignó a América
Latina el papel de consumidora de mercancías y productora de materias primas.
4.3. La ideología liberal
La ideología liberal tiene sus orígenes en el principio del libre examen de
conciencia, el cuestionamiento de la autoridad del papa salido de la reforma protestante;
y a la crítica del conocimiento a que debe estar sometido todo, según el método de
Descartes. Locke elabora una doctrina de la propiedad privada al considerar su
existencia en el estado de la naturaleza, que es anterior a la sociedad civil, y la
revolución Francesa, con sus filósofos le consolidan los principios liberales resumidos
en el Artículo 1o. La Declaración de los Derechos del Hombre y del ciudadano de 1789:
“Los hombres nacen y permanecen libres, iguales en derechos”. Igualdad, libertad y
fraternidad expresan la esencia de una ideología-individualista que concibe en la
realización del interés personal el medio para realizar el interés común.
En el proceso de formación de la nación, el liberalismo se constituyó en el eje
central, ya que la teoría del Estado y de la sociedad está construida sobre el principio de
la libertad del homo económicus que le permite disponer de la propiedad privada, con la
garantía jurídica por parte del Estado. Condición sine qua non para el desarrollo y
consolidación de la racionalidad capitalista. Concepción política que lleva en su seno el
79
Estado total-autoritario que cumple el papel de consolidar el poder de la burguesía. La
evolución ideológica del liberalismo lo lleva a ofrecer, para el siglo XIX, la imagen del
hombre heroico, ligado a las fuerzas de la sangre y de la tierra; dispuesto a todo, que se
sacrifica obedeciendo humildemente a las fuerzas oscuras de las que emana su vida.
Imagen que culmina materializándose en un líder carismático que como cacique que es,
dirige su clientela la cual le “pertenece” por nexos religiosos-afectivos. Se construye un
sincretismo político con el discurso religioso de un santo-caudillo que tiene la misión,
por el don gratuito concedido por Dios, de interceder por sus devotos y de premiar motu
propio sus lealtades concediendo bienestar material por acción de los milagros.
El principio económico del liberalismo es la libre competencia, la oferta y la
demanda y el principio de verdad, sustentado sobre la libertad de palabra, libertad de
imprenta y demás libertades integrantes de su ideario. Proclama los derechos del
hombre a partir de la seguridad y régimen policiaco, indispensable para el control y
dominio de la propiedad y de las peligrosas masas populares. Régimen que se avala en
el sistema jurídico con un máximum de seguridad en los contratos y cálculo exacto en
las ganancias. La armonía entre los intereses privados y comunes resulta dicotómica, ya
que no pertenece a un verdadero proyecto nacional democrático.
La teoría liberal proclamó a los cuatro vientos el advenimiento del Estado moderno
democrático. La misma que ilumina el papel que los individuos como adalides cumplen
en el desarrollo del Estado total-autoritario y la forma de dominio de éste Estado que ya
no se basa en el pluralismo de los intereses sociales y en los partidos políticos
democráticos, sino en toda legalidad y legitimidad jurídico-formal, que facilite el
funcionamiento del caudillismo autoritario y su “sequito” de clientes.
La ideología liberal se constituye en el faro que guía, gracias al librecambio, a los
sectores de clase dominante que lideraban el proceso de la dinámica capitalista para lo
cual buscaban un tipo de Estado que facilita su vinculación al centro-periferia
económica del siglo XIX de acuerdo a las condiciones regionales y nacionales. En ese
proceso, el país heredero de señoríos constituidos durante el período colonial, es el
baluarte de poderes locales que con el auge de las exportaciones de materias primas, es
dislocada en su estructura y por ende motor de los conflictos que copan el escenario
para que surjan y se desarrollen los caudillos como adalides de la democracia, la
80
igualdad y la libertad. Y, para tal propósito se requiere generar un nuevo tipo de
lealtades como sistema político que consolidar la nacionalidad y la capacidad de
reconocer privilegios y dotes “naturales” en un caudillo carismático y autoritario.
El liberalismo da visos entre la moderación y el radicalismo. En efecto, en 1863 se
expide la constitución de los Estados Unidos de Colombia, bajo un régimen político que
facilita el desarrollo acumulativo de los capitales regionales y fortalecimiento de
mercados locales, sin que llegaran a constituirse un mercado nacional. La imposición
federada, confirma el predominio caudillista en las regiones. Las elites regionales,
gracias a la agroexportación y al predominio de los latifundios, los que garantizaron la
consolidada base social que apoyó las políticas autónomas de las elites, favorecidas por
la dinámica internacional de centro-periferia. De hecho, las elites introducen las
reformas de medio siglo como un intento de liberalizar la economía y la sociedad. Para
este propósito, la orientación partidista se polariza en dos fracciones del liberalismo: los
Gólgotas y Draconianos, un sector agroexportador conservador; pero el otro sector
conservador y los esclavistas del sur y de Antioquia se opusieron a la abolición de la
esclavitud y la expropiación de las tierras de la Iglesia Católica. Los artesanos habían
cerrado filas con el partido draconiano, los cuales son derrotados, lo que da origen a la
guerra civil de 1853 con la que se impone el Laissez-Faire. Seguidamente la guerra de
1859 termina la alianza Gólgota-Conservadores, además del sometimientos de los
radicales con lo que se afianza el Estado Federal, y con él los principios del liberalismo
económico y político.
El Estado Federal entrega la soberanía a cada uno de los Estados, es decir la
facultad de tener un régimen constitucional, legislación civil de acuerdo a los intereses
de las elites de cada región, y la Corte Suprema de Justicia. Los poderes locales de
acentuaron, pues el Estado Central era neutral en las diferentes confrontaciones
militares entre elites y sus habitantes o entre los Estados. Los Estados encuentran su
punto de convergencia en los derechos individuales, consagrados en la constitución del
63: la inviolabilidad de la vida humana, la abolición de la pena de muerte, la
prescripción de penas corporales por más de diez años, la libertad individual, la
seguridad personal, la propiedad, la libertad absoluta de imprenta, la libertad de
expresar su pensamiento por escrito libertad de viajar por el territorio, libertad de ejercer
toda industria, libertad de dar instrucción que a bien tengan, la inviolabilidad del
81
domicilio, libertad de asociarse sin armas y la profesión libre y pública o privada de
cualquier religión. Sin embargo, esta constitución no introduce la noción de ciudadano,
ni democracia que eliminara la sujeción directa de peones, pues el derecho al voto se
amarró a condiciones que muy pocos colombianos, en la sociedad agraria del siglo XIX,
podían cumplir como la de ser hombre casado, tener renta y saber escribir. Esta
concepción liberal conduce fundamentalmente a las elites agro exportadoras, a creer
desde su perspectiva, en las ciencias positivas como la dinámica del progreso. De allí, el
afán por expropiación de los conventos para convertirlos en centros educativos laicos;
se trae la misión alemana y se impulsa la enseñanza de la agricultura, la botánica, la
geología, la minería, la veterinaria y la zoología, entre otras, en un nivel apenas si
incipiente. “No se trataba ciertamente de elaborar aquí los géneros de elevada calidad
que sólo la industria europea podía producir, sino de formar buenos herreros,
fundidores, etc. para las empresas de limitado radio que estábamos en condiciones de
acometer”117.
La constitución del 86 establece el Estado de derecho y el régimen parlamentario
pero mantiene la figura de una personalidad fuerte, carismática, como presidente, que
llega al poder mediante un complicado sistema electoral de fácil control por parte de las
activistas electorales. ¿Es el cacique, jefe principal que se alterna cada cuatro años con
otros de su mismo rango? De todos modos, su ejercicio del poder, contiene espíritu
autoritario consagrado en el artículo 121 que dotaba al Ejecutivo de las herramientas de
el estado de sitio para reprimir básicamente los movimientos sociales, utilizado para
gobernar durante casi todo el siglo XX. Los Art.172, 173 y 174 otorgan al ciudadano la
facultad de elegir directamente los consejeros municipales y diputados, pero restringe el
derecho al voto a aquellos ciudadanos alfabetos con una renta anual de quinientos pesos,
quienes elegían directamente los representantes y los electores que constituían el cuerpo
encargado de elegir al Presidente. La imposición de las hegemonías políticas, consolida
un tipo de régimen autoritario basado principalmente en la capacidad de liderazgo de los
gobernantes, caciques y gamonales que controlan las clientelas gracias a un eficaz
manejo de las lealtades comprometidas por compadrazgo, peonaje, burocracia, etc.
117 Gerardo Molina. Las ideas liberales en Colombia. Tomo I. Editorial Tercer Mundo, Bogotá. 1979. Pág. 109.
82
El régimen caudillista y autoritario, presenta sus fortalezas en sociedades
campesinas atrasadas o periféricas como es el caso de la colombiana, se mantuvieron las
formas personales de control y sujeción, a pesar de la dinámica modernizadora que
generó formas de violencia, al dislocar la sociedad tradicional con el ingreso de
capitales en el auge de la ampliación de la frontera agrícola, verbi gracia, la
colonización antioqueña. La emulación con otros caudillos, como lo expresa la sucesión
de guerras civiles durante el siglo XIX y las violencias del siglo XX por el control de
territorios políticos y la hegemonía del poder, se constituyen en una constante histórica
de exclusión y de desconocimiento del otro por la imposición del régimen liberal.
83
CAPÍTULO V
El régimen liberal
“El régimen representativo del siglo XIX se imaginó para una
sociedad dividida entre aristocracia y burguesía, lo que, en nuestra
región, se entendió como un simple reparto del poder entre los miembros
de la clase letrada y los caciques rurales, sin verdadera y clara
participación popular. La ideación de una democracia para el siglo XX
es un proceso lento de maduración de nuevas tendencias con viejos
elementos de la sociedad tradicional. La falta de elasticidad en los
regímenes que rechaza la crítica de sus propios fundamentos, ha hecho
posible las formas de protesta social en América Latina de los sectores
marginados de la población.”
Alfredo Vásquez Carrizosa, en La crisis del orden tradicional de
América Latina y el problema de los movimientos populares
84
El régimen político surgido en el seno de una estructura socioeconómica campesina
tradicional, busca afanosamente su sincronía con el proceso capitalista de
industrialización, que impone la relación centro-periferia, mediante las exportaciones de
materias primas. Para ello, el sistema político cuenta con diversas posibilidades en
cuanto a sus substratos cultural, ideológico, demográfico y los orígenes sociales. En las
sociedades industrializadas, el tejido del clientelismo se hace más complejo por el juego
de los patrones al reducir el Estado su tamaño y su incrustación en la modernidad.
El tipo de Estado, la naturaleza clientelista y su penetración en la sociedad, nos
conducen desde la cuestión del sistema político, a la problemática del Estado, a una
concepción histórica de las diferentes coordenadas sociopolíticas trazadas por las elites
a largo plazo, en direcciones diferentes y varios niveles que involucran el grado de
integración nacional, la movilización política de los grupos sociales y la
democratización de los partidos políticos y de la sociedad.
El clientelismo constituido en una perversidad de la democracia moderna, en
sociedades periféricas, se alimenta de una mentalidad política arquetípica, mítica, y por
ende con un carácter alienante, pues enajena la personalidad política del elector al
caudillo. Al mismo tiempo, reconoce el fenómeno al punto de constituirse en una
obligada “categoría política” para explicar el funcionamiento del Estado moderno y sus
relaciones de poder en el proceso de consolidación de régimen liberal en sociedades en
desarrollo. La condición agraria de la sociedad, y la tradición judaico-cristiana,
sincrética con la herencia greco-romana, perfilan la ideología de la dominación cuyo fin
primordial es el ejercicio del poder y su funcionamiento político, gracias a la sujeción y
a las lealtades de las clientelas en los partidos políticos colombianos.
La representación política delegada por los votantes a prohombres que la ejercen
como legítima, en una sociedad de mentalidad campesina, dominada por un sistema
agrario latifundista, a través de un régimen presidencial, avalado por un sistema
parlamentario, compuesto por caciques que operan como adalides de “sus” clientelas
regionales o nacionales, han perfilado un sistema en permanente crisis política de la
sociedad colombiana. El estudio del poder fue reinterpretado en su comprensión a partir
de la diversidad de relaciones sociales y el papel protagónico de los grupos desiguales,
85
como coordenadas encontradas de intereses, a medida que la economía exportadora del
siglo XIX direccionaba los diferentes frentes productivos. Las relaciones interpersonales
y las estructuras mentales, inmersas en la cultura, se fueron modificando y adecuando al
funcionamiento político que afanosamente buscaba el proyecto. Sin embargo, el bajo
perfil de las elites decimonónicas, condujo a las continuas guerras que marcaron todo el
siglo.
La clientela electoral se constituye en caudal legitimante del poder. Los adalides,
buscan las distinciones políticas, inventadas por la organización estatal como
manifestación de condiciones sociales que convierten, el reconocimiento, en un anhelo
y vía de ascenso social. Fenómeno histórico, como un deseo generado por el Estado,
tendiente a resaltar las “virtudes” del patrón y del individuo dotado de privilegios para
mandar, creador de la conciencia de sí mismo, como una “función del deseo de
“reconocimiento”, movido por la fuerza de la ambición”118.
El funcionamiento del sistema político colombiano parte de las regiones, cuyo
epicentro son las localidades, soporte del centralismo administrativo que las elites
nacionales, a través de caciques, controlan desde el vértice de la pirámide del poder,
ejecutada autoritariamente por un Jefe de Estado que tiene el parlamento bajo su
liderazgo, gracias a la oferta de puestos y de recursos provenientes del mismo Estado.
Las elites locales operan como intermediarias, ocupan los altos regionales, repartidos
como botín burocrático y entregan en las localidades los puestos que proporcionalmente
le corresponde, según el caudal electoral. El modelo es sostenido en el tiempo, por las
lealtades a caudillos dadivosos y mesiánicos que con su “carisma” consolidaron un tipo
de liberalismo aristocrático, debatido entre la modernidad y los arquetipos tradicionales.
La suplantación del Estado y el arreglo de la ley, según las particularidades
hegemónicas del adalid o de su grupo de poder, caracterizan el sistema político
colombiano. Las elites por su tradición agraria, se remiten a ellas mismas para la
construcción del sistema político que les propicie su “modernización” capitalista, pero
que les garantice la permanencia y el sistema político, garante de su poder.
118 Kojève, A. La dialéctica de lo real y la idea de la muerte en Hegel, 33 pág.
86
El clientelismo existe en la cotidianidad política del pueblo colombiano, como una
cultura que le instala en la mente de la clientela electoral, la figura del patrón
benefactor. Funciona en la relación con la ideología mesiánica de los mitos del
heroísmo, del salvador y del jefe carismático. La dependencia se fortalece mediante el
intercambio de la prebenda por el voto, codiciado trofeo que solo el “soberano
ciudadano” puede entregar. El elegido se obliga a otorgar, a través de los recursos del
Estado, obras a la comunidad y a “sus” electores, puestos en la administración pública,
becas, contratos, etc. Se mezclan extraños afectos, movidos por el interés particular del
patrón y del cliente, que compromete formas de control para garantizar la lealtad y la
solidaridad.
En estas condiciones se torna difícil la aprehensión del fenómeno que no puede
constituirse en una verdadera teoría. Particularmente la ciencia política ha buscado
segmentos explicativos a los fenómenos que escapan a su objeto de estudio,
precisamente por carecer de institucionalidad y su permanencia en el interregno de
simple relación interpersonal. La sistematización del término viene de la antropología y
la sociología, en sus concepciones teóricas culturalista y funcionalista estructural. El
concepto clientelismo, es usado en el siglo XX, por la antropología que lo utiliza en la
interpretación de la relaciones de poder entre patrones y campesinos, como un
fenómeno típico de sociedades agrarias con un bajo nivel de desarrollo industrial
El sistema político incluye a aquellos que aspiran a una carrera burocrática, los
negociantes, los pobres y los que acuden a la protección de un grande. Sin embargo, la
estructura orgánica del poder, pone el cliente a su servicio en un propósito político de
legalizar un tipo de Estado de derecho controlado y dirigido por los adalides. En
fenómeno en Colombia, se inicia con el período de conquista y se proyecta hasta
nuestros días, consolidado con el Frente Nacional.
5.1 La quimera de la democracia.
Los regímenes liberales surgidos durante el siglo XVIII en Inglaterra, en los
Estados Unidos y en Francia, son los iniciadores de la democracia pluralista, según uno
de los pioneros de la ciencia política moderna, Alexis Tocqueville con su obra La
democracia en América. Sin embargo, a pesar en los principios de Voltaire y Diderot, la
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burguesía instaura un régimen que aleja de la libertad a los sectores populares. Se
discrimina la participación política, pues aunque el sistema se soporta en el parlamento
y en la práctica electoral, el sufragio universal se establece en medio de obstáculos
desde sus inicios con la fundación de vida republicana, mediante formas censatarias que
encubren el cesarismo o bonapartismo con las cuales los liberales manejan las diferentes
formas dictatoriales. Una vez liberada la mano de obra de la esclavitud, inicia su tránsito
hacia trabajadores u obreros, agrícolas y urbanos, que con la industrialización
constituyen un amplio espectro social de pobres, contra quienes se instauran prácticas
represivas que impiden la movilización de un amplio sector popular, cada día más
numerosos. Los gobiernos liberales, utilizan las potencialidades ideológicas del
liberalismo para formular programas políticos que facilitaran el control y sujeción
ideológica de las masas electorales.
Desde sus inicios la concepción liberal, asume como suya la ideología libertaria que
revolucionariamente ha proclamado. Sin embargo, la racionalidad capitalista excluye al
pueblo del espacio político, mediante el reemplazo jurídico de la dependencia personal
por las leyes del mercado, incluida la política, como las nuevas formas rectoras de las
relaciones entre los individuos e individuos y el Estado. En efecto, parece disgregarse la
relación económica y política, pues predomina el intercambio y el compromiso como
los agentes jurídicos que regulan a los individuos en reemplazo del Estado.
Los liberales asumen el liderazgo de la clase dominante, cuyo papel no comparten
con los sectores populares, entre otras cosas por la incapacidad del pueblo, según su
concepción para decidir políticamente como soberano. La soberanía exclusiva del
pueblo; vox populi, vox Dei, no es más que el argumento político para hacerse delegar la
representación, en la voz de los adalides que protegen los intereses de los sectores de
clase dominante. La dirección del Estado y de la sociedad la ejercen los liberales,
gracias a la representación delegada por el soberano, polarizado en partidos políticos,
que canalizan y organizan las clientelas electorales.
Indudablemente, el liberalismo como ideología, excluye a los sectores populares
pues los considera ajenos a sus intereses por un lado, y por el otro carentes de razón,
según la vieja premisa aristotélica. De hecho, los primeros ideólogos del liberalismo
como el norteamericano Godwin recomendó dejar el ejercicio del poder en manos de la
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elite por su condición de propietarios y educados según las directrices de la clase
dominante.
Desde la república romana se negaba la participación en la vida cívica y política a
los sectores populares, a quienes se miraba con desdén y desprecio, según lo recuerda
Tito Livio por la alegría insolente de los patricios sobre la plebe. De la misma manera,
recuérdese los emperadores romanos en su represión al movimiento de Espartaco,
derrotado por Licinio Craso en la batalla de Silaro (71 a. C). Más adelante, sin duda
siguiendo el mismo principio de exclusión, los movimientos sociales son atacados de
manera violenta o mediante el engaño. Son conocidos los movimientos sociales del
Medioevo que irritaban a burgueses y nobles. Para el caso colombiano el manejo
represivo que se le hizo al movimiento comunero de 1781. En realidad, es una constante
histórica la exclusión de los sectores carentes de recursos económicos, pues siempre
están en la búsqueda de una familia tradicional que les dé un apellido y su protección.
Su condición social, aleja a los sectores populares del escenario político como participes
en la toma de decisiones. El parlamento oligárquico y su ejecutivo, constituyen la
expresión política de la exclusión del pueblo, mediante el subterfugio del sufragio
universal, soporte de la democracia representativa.
5.2 La economía exportadora y la consolidación del parlamento censatario.
El liberalismo para afianzarse, impone el sistema parlamentario censatario,
configurado en el siglo XVIII en Inglaterra y Estados Unidos, gracias a la dinámica
capitalista de la explotación agrícola. Modelo que rápidamente se impone a otros países
que recién entraban en la etapa independentista, y que responden a la creciente
demandad de materias primas para la industria inglesa. En efecto, el centro
industrializado ejerce un liderazgo sobre la periferia que la relega a la condición de
productora de materias primas, y por ende en receptora de los parámetros directrices de
la política, el Estado y la sociedad.
Los fundamentos del mundo moderno a partir del siglo XV, trazan los derroteros
del desarrollo del capitalismo, proceso al que los banqueros, los armadores y los
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negociantes acompañan con la crítica y los cuestionamientos a la nobleza, involucraban
las reivindicaciones que a la postre culminarían con la formación de la ideología liberal
y a la imposición del Estado burgués. El Antiguo Régimen es deslegitimado en el
proceso de afianzamiento de la economía agro-comercial por el parlamentarismo
censatario en el mundo anglosajón, cuna del capitalismo. En esencia, opera una reforma
agraria a favor de una elite consolidada en el ejercicio del poder, legitimada mediante el
Nuevo Régimen. El surgimiento de los regímenes parlamentarios contiene los
elementos legales para controlar las relaciones reciprocas y entre éstos y el Estado, y la
defensa de sus intereses materiales y políticos.
La separación de la iglesia Católica, realizada por los Tudor en Inglaterra, dejan
libres los dominios eclesiásticos, lo que posibilita la apropiación de sus tierras y
refuerzo de la propiedad nobiliaria. Los campesinos son excluidos rápidamente de
cualquier pretensión sobre la tierra. La aristocracia inglesa encuentra el escenario
propicio para las actividades mercantiles o financieras con las cuales se consolida en su
liderazgo frente a las monarquías continentales, pues allí la nobleza se enfrenta a
dificultades económicas que la hacen más dependiente de los monarcas. Así, para la
Inglaterra del siglo XVIII el legado de la revolución de Cronwell de 1649 a 1658, se
manifiesta en la alta tensión que las elites republicanas y las realistas mantienen, ya que
su composición es casi la misma, puesto que cada una tiene propietarios de tierras,
mercaderes y abogados quienes se reúnen gracias a sus intereses particulares. La
búsqueda principal se centraba en el reconocimiento de los títulos de propiedad de la
tierra.
En realidad, el Bill of Rights de 1689, declaración de derechos, no es más que la
institucionalización de los derechos de los terratenientes con el aval del parlamento para
controlar la población. En efecto, el parlamentarismo triunfa y como tal garantiza la
continuidad del principio medioeval de la representación del pueblo en los gobiernos
locales y en la Cámara de los Comunes. Sin embargo, los principios igualitarios
difundidos por el calvinismo, llevan el síndrome de la rebeldía y la reacción a las
jerarquías porque el principio del libre albedrío motiva las ideas libertarias de las masas.
El triunfo del parlamentarismo parece conservar el principio medioeval de la
representación popular en el gobierno de las ciudades y en la Cámara de los Comunes,
90
pero con una notable diferencia, pues allí se legisla a favor de una clase que poco a poco
va afianzándose en el poder. De hecho, la ideología calvinista ha exaltado el ejército de
Cromweell con el discurso del mesianismo igualitario que contiene el aliento de la
indisciplina popular y el estimulo a los movimientos sociales. La doctrina del libre
albedrío como principio libertario de cada uno, conduce al desconocimiento de la
autoridad jerárquica de la iglesia preestablecida. Las dinámicas sociales rechazan las
ortodoxias y la obediencia política, ataca las autoridades civiles y afirma el mandato
electivo de la comunidad como la ratio de la igualdad. Ya los presbiterianos habían
involucrado en su práctica, la designación de los sus presbíteros mediante la elección de
la comunidad.
El principio de elección es aceptado por la elite burguesa y aristocrática; pero la
idea de participación electoral extendida a toda la comunidad de ciudadanos, no se
acepta. Los propietarios reclaman el derecho a gobernar a través del parlamento como el
mecanismo para consolidar el peligroso pueblo gobernante por medio del parlamento.
La oligarquía enfrenta los debates para suprimir la franquicia del Antiguo Régimen ya
que impone la exclusión al pueblo; y la legitimación ideológica de la desigualdad social
que fortalece el parlamento censatario.
Los regímenes liberales manejan el espacio censatario y parlamentario de manera
encubierta para impedir el triunfo del sufragio universal como el fundamento del
sistema político democrático moderno. El funcionamiento censatario se constituye en la
característica fundamental del régimen oligárquico, mediante el parlamentarismo como
un instrumento de poder liberal.
La representación política como principio solo se aplica a las elites masculinas y la
formación del aparato burocrático mediante la proporción de los cuadros dirigentes que
son captados de los diferentes sectores de las elites. El parlamento inglés de los siglos
XVIII y XIX, se constituye en el modelo del liberalismo, pues mantiene el dialogo entre
la burguesía y la nobleza, y le garantiza la estabilidad política como clase dominante. El
régimen parlamentario se soporta sobre la ideología liberal que convoca a la población,
mediante el discurso igualitario y de liderazgo en las conquistas sociales, concedidas
mediante el arbitraje del Estado en los diferentes conflictos.
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El siglo XIX tiene como característica, la simultaneidad de la revolución agro-
comercial-textil y la aparición del liberalismo institucional de Inglaterra y los Estados
Unidos. La dinámica capitalista así como la expresión del liberalismo burgués, se
adelanta al impulso transformador del agro comercial, proceso con el cual se
dinamizaría la economía antillana y las exportaciones de Sur América que queda como
periférica. Otros países, tardan en la industrialización como Francia y Alemania. Sin
embargo, el parlamentarismo se copia en los países recién independizados, en los que el
liberalismo emplea prácticas autoritarias. Allí, se impone la magnitud censataria del
liberalismo que mezcla la exclusión y el tutelaje a los desprovistos de propiedad. La
legitimidad censataria es aceptada por las minorías, a las que les garantiza el control y
dominio pacífico y exclusivo.
Se institucionaliza y se legitima, la discriminación política y social. Se impide la
sensibilidad liberal, surgida del principio libertario y del derecho de gozar plenamente
de esa libertad proclamada a los cuatro vientos por los teóricos del liberalismo. El
régimen censatario guarda coherencia con una ética de competencias, en la que se
resuelve la igualdad, concedida según el merito. Las elites liberales imponen el esquema
censatario como el más eficaz mecanismo para controlar a la clase social trabajadora
conformada por obreros y campesinos que como pueblo, ve alejados los principios de
igualdad del juego democrático. La clase dominante utiliza todo tipo de artificios
políticos, de manera que la legitimidad censataria le facilita desde el Estado el ejercicio
del poder. Publicita la justicia social y la meritocracia como oportunidades que le llegan
igualmente a sus ciudadanos. Claro está a aquellos que responden a los llamados
electoreros de los líderes políticos. El derecho de las minorías se garantiza
recíprocamente con el ejercicio del poder.
5.3 La disparidad de los Estados liberales.
El funcionamiento del paradigma liberal-parlamentario, opera diferenciadamente en
cada uno de los países en que se ha instaurado, según las condiciones de cultura política
por un lado, y el nivel de vinculación y desarrollo del capitalismo, por el otro. De allí,
surgen las dificultades para implementar el modelo porque los diferentes escenarios que
constituyen los países y las regiones, generalmente son poseedores de una tradición
absolutista y autoritaria. En los países europeos y coloniales que constituyen la
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periferia, se ubican los trabajadores y pueblo en general, herederos de una cultura
política de obediencia y dominación que dificulta la construcción del ciudadano y de la
democracia real. En igual forma, el Estado moderno se construye sobre los principios
del liberalismo económico del siglo XIX. Mientras en Inglaterra, líder en la
industrialización, se proclama el libre cambio, en el resto de Europa se levantan barreras
contra la competencia foránea como mecanismo de protección de los incipientes
empresarios ante la superioridad financiera y comercial de la expansión capitalista. A la
sombra del Estado, en la mayor parte del continente europeo, el centralismo se impone
como la manera de defenderse de los embates del capitalismo, pues se espera todo del
Estado. En cambio, Inglaterra se proclama anti estatal como una forma de liberalismo
garante de la ausencia de fronteras, como parte de la lucha frente al liberalismo
continental que se refugia en el estado protector.
El modelo liberal sufre variaciones en la legitimidad del poder ejecutivo por las
rivalidades católicas y luteranas que lo conciben desde sus doctrinas como más
comunitarias o más individualistas, según el caso de predominio de una de las
tendencias religiosas y las condiciones económicas y sociales del país al que se le
impone como pauta. Asociado a estos principios, el liberalismo es proclamado
autosuficiente para resolver los problemas de la sociedad, gracias a la forma ideada para
enfrentar al Estado. En efecto, la quimera de una sociedad liberal no se materializa sino
en los sectores dominantes. El Estado cumple la función de asegurar la represión a los
sectores populares que buscan participar en el espacio político, motivados por la
entelequia igualitaria; el proteccionismo económico que cierra los mercados nacionales
a los países más industrializados y por último, el fuerte poder centralizado dirigido a
reemplazar las debilidades de las elites locales, encausándolas hacia el mismo proyecto
liberal.
Las elites liberales se enfrentan a la dificultad de conciliar su postura anti Estado
con el mismo Estado, al que mantienen a través del sistema político partidista alterado
como mercado político, acompañado de la soberanía parlamentario-censataria, que a la
larga se constituye en el mejor modelo para las sociedades periféricas. La división del
Estado entre ejecutivo, legislativo y judicial, nominalmente independientes entre si,
administrado autoritariamente por un régimen presidencial, confina la sociedad a una
autoridad exterior.
93
El poder legislativo del Estado liberal, se convierte en el escenario fundamental de
las elites agro-exportadoras y terratenientes. Por otro lado, el sector judicial a cargo de
los juristas, trabaja en la construcción liberal del Estado de Derecho, para poner en
sincronía las incongruencias del aparato legislativo. El régimen presidencial, se
constituye en el dominio de habilidosos políticos que se reparten el presupuesto, entre
una clase burocrática que intercala la representación política con todos los sectores
sociales. Así mismo, por su naturaleza autoritaria, el modelo presidencial, es el
legitimador de una elite militar que protege a la clase dominante de cualquier amenaza
popular. Como aparato represivo por excelencia, desconoce las leyes y los fallos
judiciales, cuando las elites estén en peligro de perder el poder. En consecuencia, la
exaltación del poder político y económico en sociedades de tradición judeocristiana, se
hace indispensable a las elites, porque la herencia clientelista se mantiene como esencia
de la ideología de la dominación, con la cual controlan las masas despolitizadas y
desprovistas de la riqueza.
El poder ejecutivo se constituye en la riqueza de los cuadros políticos, al servicio de
las elites dominantes que gracias al hegemónico juego del bipartidismo político,
involucran en el escenario burocrático, a los diferentes sectores sociales que buscan
afanosamente su ascenso y su participación en puestos y contratos que ofrecen jugosos
rendimientos económicos. De manera que la separación de los tres poderes públicos,
operan sincronizadamente, para garantizar la eficacia de los controles liberales que la
clase dominante impone a de todos recursos. La línea censataria, invento de la burguesía
francesa, se ha puesto muy en práctica en América Latina, pero también Francia ha
ilustrado al liberalismo, sobre el manejo del régimen autoritario y dictatorial, mediante
el uso de la figura plebiscitaria.
La legitimidad del Estado se concibe como la resultante de “la soberanía nacional”,
hija de la construcción de la Nación, en la que se encarna el proyecto político liberal por
la convocatoria al pueblo, único soberano capaz de legitimar mediante el voto, a sus
gobernantes que ejercen en su nombre la autoridad. Sin embargo, las elites
terratenientes, comerciantes y financieras, asumen sin intermediarios el control político,
mediante el funcionamiento partidista. Su mayor preocupación está en que burócratas
sin suficiente legitimidad, es decir del resorte de las mismas elites, asuman funciones de
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estado. El mayor celo surge con los militares que se presentan como los neutrales para
arbitrar en los conflictos entre las elites y los sectores populares. El bonapartismo ofrece
la seguridad necesaria, sobre todo a en las sociedades latinoamericanas, en las que los
militares están prestos a arreglar los desafueros para arreglar la crisis, según los
intereses de la elite patrocinadora. Para ello, atropella a todos los opositores y de ser
necesario, al mismo estado de derecho, como sucedió en Colombia con Rojas pinilla y
en Chile con Pinochet. El gobierno civil constituido por un parlamentarismo legitimado,
subsana los desmanes de los grupos hegemónicos en el poder. Un gobierno constituido
mediante el aparato electoral, con un más o menos fraude, se presenta como
democrático, garante de las libertades individuales y colectivas. En su naturaleza, se
construye sobre la ideología clientelista que responde doctrinariamente a los llamados
electorales de los caciques politiqueros, dueños del patrimonio electoral, nutrido por la
miseria del pueblo.
El liberalismo en su etapa crítica se ubica entre el control censatario o clientelista y
la vulgarización del sufragio universal, en el proceso político de satisfacer las crecientes
demandas de la clase media, en las sociedades de tradición agrícola que la
industrialización no se consolidado. La democracia aparece deslegitimada, lo que
genera el caos que alimenta los regímenes fascistas, autoritarios o para militarizados
como en el caso colombiano.
5.4 El régimen representativo latinoamericano.
En la América Latina, desde sus inicios, el ejercicio del poder ha estado en manos
de oligarquías que una vez conseguida La Independencia, han hecho de la
representación, la esencia de la política hasta el realismo mágico, gracias a las
condiciones que han favorecido la existencia del parlamentarismo oligárquico como
rector de los destinos de los pueblos latinoamericanos.
La diversidad de los países latinoamericanos y las particularidades del proceso de la
Independencia, hacen que de diferente manera se vinculen a la economía periférica, y
por lo tanto la construcción del Estado nacional transcurra de manera desigual. Las
circunstancias de liberación y la construcción de los estados nacionales, recae sobre las
ruinas del Estado colonial y del ejército monárquico, herederos de los elementos
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disciplinarios y autoritarios, asociados a la extracción de clase terrateniente. Sin
embargo, el vació político dejado por Estado centralizado monárquico, rápidamente es
llenado en todos los países por las oligarquías teniendo en cuentas las particularidades
de cada cual. Fuertes movimientos migratorios de origen europeo fortalecen las elites
que se asientan en Argentina, Uruguay y Costa Rica. Las oligarquías criollas en países
mestizos asumen la dirección del Estado como Colombia, Chile, Perú, México y
Venezuela, y en los países de mayoría indígena, como Ecuador, Bolivia y Paraguay. En
efecto, la diversidad étnica y económica, acompañada de desarrollos diferentes, hacen
que la construcción de los Estados Nacionales por la vía del capitalismo periférico
exportador, sea desigual y en escenarios de fronteras.
La aplicación del proyecto liberal, en la heterogeneidad a partir del control político
pleno asumido por las elites, en proceso de aburguesamiento, resulta disímil y complejo.
Si bien existen semejanzas en el contexto latinoamericano, sus sistemas políticos y su
trasegar histórico marcan diferencias, pero la herencia colonial hace que la dinámica
política se construya sobre el patrimonio tradicional y por el ejercicio del poder local de
los terratenientes, quienes someten al peonaje y a la servidumbre a campesinos
mestizos, indígenas y negros. En este escenario, durante el siglo XIX, el capitalismo
afianzado sobre la penetración de capitales y la propiedad privada, propicia la lenta pero
firme formación de la clase burguesa latinoamericana, en medio de conflictos entre las
elites de antiguo cuño y las modernizantes, y los sectores populares cada vez más
conscientes de su papel gremial y político, en la medida que el capitalismo se consolida.
El problema de la tenencia de la tierra, ha quedado sin resolver salvo algunas dinámicas
particulares como México, Cuba o Perú y Ecuador.
Las elites criollas asumieron el control del poder con el apoyo político del pueblo.
La vinculación de los sectores populares a la gesta independentista estuvo enmarcada en
el cuadro de obediencia a los generales-terratenientes que conducían a sus peones al
combate contra la monarquía. El espacio para un régimen censatario está asegurado, sin
importar las constituciones y el modelo federalista o centralista, pues en última, las
recién inauguradas instituciones estaban dirigidas a asegurar la consolidación como
clase dominante en el ejercicio del poder, sin una verdadera practica representativa que
posibilitara el funcionamiento democrático, pues la elites criolla conservaba su
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mentalidad aristocrática y su potencialidad terrateniente. El liberalismo no era más que
un embeleco politiquero para legitimar su dominación.
El modelo parlamentario en boga en la Europa del siglo XIX, seguido en el
continente latinoamericano, afirma el Estado liberal a finales del siglo XIX en países
como México, Brasil, Argentina y Chile, los más avanzados en el proceso de
vinculación a la economía periférica. Aquellos de un desarrollo más lento, solo lo harían
en el siglo XX. La práctica del clientelismo se efectúa en un ambiente patrimonialista
como la mejor expresión de la perennidad del poder monárquico y de los hacendados
locales, que controlan y administran a los pueblos de manera personal y directa,
mediante el miedo, la coerción y el autoritarismo, bien con los gamonales politiqueros o
con los militares puestos a su servicio. En efecto, el frágil Estado es expectante y solo
sirve para aclarar los conflictos entre los coroneles y generales. El proceso de ruptura
con la herencia colonial es lento y difícil, pues la autoridad y el acatamiento al nuevo
orden jurídico, es tergiversados y burlado, y de alguna manera se remplaza mediante un
sistema represivo personalizado.
Son las reformas liberales impulsadas a partir de 1850, las encargadas de facilitar
los primeros gobiernos civiles con algún grado de estabilidad que le permite a la elite
exportadora superar el bolivarismo monárquico e iniciar su consolidación e impulsora
de la modernidad, en países como Argentina, Chile, Brasil y Cuba y México. A estos
países les siguen el resto paulatinamente. El sistema político de partidos se construye
sobre el bipartidismo hegemónico, mediante partidos que conducen las fuerzas políticas
de las oligarquías y aseguran las clientelas electorales, sin participación en las
directrices de los partidos y del Estado del pueblo elector. Los partidos que encaminan
en el protagonismo político de las elites son el liberal y el conservador, transados en
guerras por el control del débil estado que a al final, son la confrontación entre las
familias que controlan local y nacionalmente el poder. Del seno de las oligarquías
nacionales y locales, salen los adalides del protagonismo político, convertidos en
caciques que se benefician de la confrontación bélica y partidista, para distribuir las
localidades y las regiones como feudos electorales. En realidad, las condiciones
sociopolíticas del siglo XIX latinoamericano, hicieron distante la práctica de
representación por la naturaleza aristocrática de la elite criolla, no muy convencida de la
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ideología liberal y la ausencia de una clase media urbana necesitada y capaz de impulsar
como conquista, la participación política.
Las oligarquías latinoamericanas consolidan sus partidos hegemónicos, gracias a
una tradición militar consolidada con la gesta de la independencia. De allí que el camino
a las dictaduras, sea una consecuencia de la lógica del poder terrateniente y de la cultura
autoritaria. Estas prácticas de gobierno, acompañan la historia latinoamericana de casi
todo el siglo XX. En realidad, los cambios hacia formas democráticas y el pleno Estado
de Derecho, ocurren por las conquistas políticas y gremiales de las masas trabajadoras y
por la presión que los países industrializados mediante su intervencionismo, obligaron a
cambios políticos que las oligarquías nacionales impusieron como regímenes
autoritarios, con características bonapartistas. Sus inicios se remontan a la década de
1860, en México, cuando el sistema oligárquico sucumbió ante la dictadura militar de
Porfirio Díaz. El modelo alcanza el siglo XX en Brasil, Nicaragua, El salvador, Chile,
Argentina, Colombia, Perú, Ecuador, fin es larga la historia de las dictaduras
latinoamericanas. Una vez los regímenes militares cumplieron su papel político, la tenue
luz de la democracia, iluminó el camino de la esperanza del pueblo latinoamericano que
aún cree en ella. Pero sin duda el parlamentarismo ha alcanzado su arraigo de tal manera
que construir un sistema democrático pleno, resulta difícil.
Con el crecimiento económico y el auge de las clases medias, los regímenes
parlamentarios de origen oligárquico, enfrentan continuas crisis por las crecientes
demandas que los nuevos sectores sociales hacen en la búsqueda de una política más
tolerante. Al mismo tiempo, el proteccionismo del Estado amplió el funcionamiento de
las instituciones fortaleciendo el aparato burocrático, fundamentalmente con el auge de
profesionales que reclamaban un puesto en dirección política y en reparto de los
contratos y demás prebendas provenientes del erario público. Las luchas por la
hegemonía y control del Estado, se manifiesta a través de las guerras decimonónicas que
finalizaron en un pacto de elites como regulador de los conflictos de la clase dominante
de tipo oligárquico, gracias al protagonismo de los partidos políticos constituidos en
obras teatrales que cautivaron a la clase media y a la pequeña burguesía, que se
alinearon con una u otra fracción de la elite. Los regímenes dictatoriales y las dictaduras
militares, desde los inicios de las repúblicas latinoamericanas, han mantenido una
inestabilidad política acentuada en diferentes etapas de la historia, acompañadas del tipo
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de nación que la elite se propuso construir. Sin embargo, en este panorama, Colombia
presenta una condición sui generis, si se tiene en cuenta que no sufrido el impacto de las
dictaduras militares, salvo la de Rojas Pinilla. Al contrario, los partidos políticos aunque
hegemónicos, han acordado pactos bipartidistas, explícitos o implícitos, según el
momento histórico, con los cuales se ha asegurado la gobernalidad y el control, gracias
a las clientelas electorales. La experiencia política de la sociedad colombiana, en
general, ofrece un escenario complejo, en el que las relaciones entre las orientaciones
ideológicas y partidistas excluyentes y el funcionamiento del régimen democrático
bipartidista, se ha caracterizado por las diversas violencias y el sinnúmero de guerras,
después de fundada la República. Para subsanar los conflictos partidistas ha recurrido a
acuerdos como el Frente Nacional, con el que se dio fin a la violencia de los años
cincuenta, y se consolida el manejo de clientelas electorales hasta hoy.
CAPÍTULO VI
El Frente Nacional
“La paridad entrañaba una doble reducción de la democracia, pues
no solo se ponía en paréntesis por un largo lapso el postulado de las
mayorías, sino que se desconocía el derecho de otras agrupaciones,
distintas de la liberal y la conservadora, de actuar en la vida política y
administrativa”
GERARDO MOLINA, en Las ideas liberales en Colombia.
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La historia política colombiana tiene como característica principal, la constante
crisis y la inestabilidad del régimen civil, que se esfuerza en permanecer vigente,
gracias a los continuos ensayos de acomodación electoral, mediante mecanismos
fraudulentos, adaptados a los comicios de cada elección que le aseguran la continuidad
del sistema en permanente dificultad de legitimidad. El éxito y la estabilidad de las
elites, radica en la capacidad que tiene la oligarquía para adaptarse a un régimen de
tradición oligárquica. En efecto, desde 1853 se inaugura una serie de gobiernos civiles
legalizados mediante la acción del voto, acompañados de una sucesión de guerras
civiles partidistas entre liberales y conservadores, cuyas elites buscaban consolidar la
autoridad y la imposición de un proyecto político que por su debilidad y la misma
incoherencia con el contexto periférico, y la inmadurez de las mismas, hicieron de dicho
período inestable y conflictivo.
A pesar de las condiciones particulares, Colombia es uno de los países más estables
políticamente del continente. La permanencia de los partidos liberal y conservador
como producto de una realidad clientelista, han propiciado la vigencia y la estabilidad
de las instituciones, aunque en permanente crisis. De hecho su soporte ha sido el voto
censatario hasta 1936, período de la Revolución en Marcha de Alfonso López Pumarejo,
que fue remplazado por el voto gregario o comprado, acompañado de la práctica
fraudulenta, complementada con una creciente abstención, muy manifiesta después de
plebiscito de 1957, vigente hasta hoy. El engañoso sistema democrático, obedece a las
condiciones históricas particulares del país, que ha construido unas particularidades
políticas y sociales, desde la tradición heredada de prácticas de sujeción, sincréticas con
el liberalismo, y que favorecen la permanencia de oligarquías de viejo cuño en
convivencia con las nuevas modernizantes, mediante pactos que las equilibran, así como
el manejo de los partidos políticos que facilita el reparto del poder, aún con cambios de
nombres de los grupos pero que en el fondo mantienen la vigencia de los partidos
tradicionales, hasta la actualidad en la que la derecha bipartidista converge en la
seguridad democrática con otra denominación partidista liderada por Álvaro Uribe
Vélez.
La base social de los partidos tradicionales, se construye con la economía cafetera
de pequeños propietarios, sujetos a los partidos tradicionales mediante los gamonales,
100
cuadros de los caciques y motor del clientelismo. De allí, ha evolucionado hacia los
sectores medios, en aumento con la industrialización, a partir de 1930 y el ulterior
urbanismo, de donde el clientelismo adaptado a los nuevos escenarios, ha fortalecido su
protagonismo social y político. Sin embargo, la abstención permanente supera el 60%,
lo que constituye la clara elocuencia de la crisis durable del régimen y la falsificación
que las condiciones políticas y sociales le propician al sistema para la permanencia del
modelo oligárquico, acompañado de la estrategia partidista tradicional que desde la
fundación de la República, reparten y comparten el poder, alternado en el Frente
Nacional pero continuado bajo diferentes practicas electoreras hasta hoy.
Indudablemente la oligarquía colombiana ha logrado, a partir de factores tácticos y
estratégicos, asegurar la permanencia del régimen civil, gracias a que los sectores más
tradicionales a través del partido conservador, ocuparon el poder desde finales del siglo
XIX hasta 1930 cuando el auge de la pequeña burguesía radical y una incipiente clase
trabajadora proletarizada, impulsaron con los recién inaugurados gobiernos liberales
reformas sociales y políticas. Ante el nuevo escenario socio-político, las elites
modernizantes lideradas por Alfonso López Pumarejo y el partido liberal, hace que sus
líderes usen un lenguaje popular, lo que abrió el espacio a dirigentes obreros y a la
clientela urbana, de manera que el liberalismo se constituyó en alternativa de gobierno,
consolidando el bipartidismo. De ésta manera, se fortalece un sistema hegemónico que
nunca ha permitido a sectores de izquierda superar el 5% de los votos, ni siquiera en la
década de los setenta, época de mayor auge del partido comunista colombiano. Así
mismo, son cohibidos y presionados los electores por al clientelismo que usufructúa los
recursos de Estado, entregados como las dádivas que fortalecen las redes clientelistas de
los dos partidos tradicionales, y con las que se aseguran el caudal electoral que les
mantenga vigentes en el escenario político. Respecto a los marginados políticos que no
alcanzan a usufructuar del botín, o no responden al asedio publicitario y a la compra
electorera, simplemente dejan en duda la legitimidad del régimen, gracias al abultado
abstencionismo.
La habilidad oligárquica ha conseguido poner a su servicio el ejército, mediante la
fórmula de la neutralidad política y convertirlo en garante del autoritarismo, mediante la
figura del estado de sitio consagrado en el artículo 121 de la constitución de 1886 con el
cual se gobernó prácticamente todo el siglo XX hasta su reemplazo con la constitución
101
de 1991 por un complicado sistema jurídico, represivo a los clamores populares y los
demócratas, mediante leyes que supuestamente regulan los derechos civiles. Es un
ejército de elites, pues la oficialidad es escogida minuciosamente y su asenso a los
grados superiores es recomendado por los mismos políticos en Congreso de la
República. En lo tocante, al fortalecimiento oligárquico en el ejercicio del poder,
indudablemente el papel protagónico de la Iglesia Católica, evangelizadora y salvadora,
cultiva el espíritu clientelista, al aliarse con el partido conservador y con la derecha
liberal, por un lado y por el otro con la prédica de su discurso de sumisión que los
regímenes políticos han utilizado para sus políticas populistas.
6.1. El populismo en Colombia
El populismo colombiano alimenta prácticas autoritarias, escondidas en aparentes
políticas sociales, de estirpe paternalista, sin caer en los totalitarismos, como un
ejercicio cristiano misericordioso que hace del patrón un buen hombre. Su antigüedad se
remonta al periodo mismo de la Conquista. El populismo surge del poder que la Corona
legó en los encomenderos, mediante el cual se constituyeron en amos de indígenas
primero y después de mestizos y mulatos. Una vez consolidada La Independencia
asumen el liderazgo como caudillos guerreros y políticos, con el propósito de construir
un tipo de Estado nacional que asegurara su permanencia en el poder como elite
tradicional. En efecto, la Encomienda evolucionó hacia la consolidada hacienda del
siglo XIX, y por lo tanto son éstos adalides los que encarnan las alternativas políticas,
frente a los regímenes parlamentarios de estirpe oligárquica y clientelista y el soporte
del régimen liberal. Los caciques buscan establecer un orden particular que resulta
anárquico por su condición personalista, ya que como caudillos buscan imponerse
mediante el fraude, el engaño, y la dadiva. Así mismo, a pesar de la prédica de las elites
del orden impuesto desde la Regeneración, la política de exclusión genera una crisis
permanente de legitimidad que resulta en un caos político del que salen victoriosos los
caciques y la clase dominante, sin que se pueda construir el Estado de derecho
plenamente democrático.
El espíritu autoritario vigente en la cultura, gracias al carácter afirmativo de la
misma, propicia la tiranía que hace del caudillo el prohombre dotado de poderes. En
102
igual forma, el elemento racial de la elite blanca y noble, se fortalece gracias al carisma,
al poder del caudillo que consolida unas relaciones de lealtad patriarcal en convivencia
con las formas clientelistas. Además de mantener subordinados económicamente e
ideológicamente a toda esa amplia masa de campesinos, el caudillo los convoca en los
períodos electorales. Su condición de patriarca, hace que se le conciba como el que
puede arreglar los diversos conflictos entre campesinos y parroquianos, y como el
benefactor al que se acude en caso de necesidad.
Las viejas relaciones de sujeción y control, se remozan y adecuan a las nuevas
formas de organización política, necesarias al nivel de desarrollo de las instituciones
económicas, sociales e institucionales que en el mundo industrializado alcanzan; y que
en nuestro país, por su condición de periferia, requería para su inclusión definitiva en la
órbita internacional del capitalismo, enfrentado a la sazón contra el comunismo en el
escenario de la Guerra Fría.
La característica esencial del sistema político colombiano, es su adaptabilidad y
capacidad de control en los momentos críticos y agudos de los conflictos sociales que
han sido tratados, en la mayoría de los casos, mediante el autoritarismo y la violencia.
Habilidad manifiesta durante los períodos de relativa paz y convivencia entre las elites,
gracias a las “conversaciones entre caballeros”, al decir de Fernán E. González: “el
Frente Nacional después de la Violencia de los años cincuenta representa el ejemplo
más institucionalizado de estos arreglos de tipo consocional, que no han sido tan
excepcional en nuestra historia como algunos creen.”119
El proceso de institucionalización política, obliga a la búsqueda de la organización
partidista, y para ello, se deben cambiar las formas directas de control y sujeción directa
como el peonaje y la esclavitud, por aquellos medios “ideológicos” polarizados entre
liberales y conservadores; surgidos a mediados del siglo XIX, y que paulatinamente
fueron ocupando el escenario político con sus luchas hegemónicas y violentas, como la
forma garante de su consolidación en las respectivas regiones. Desde allí de consolida el
tipo de Estado liberal que las elites necesitaban para impulsar la construcción de la
nación. Pero la vía escogida, fue tortuosa y conflictiva, como lo ilustran el sin número
119 Fernán E. González, Partidos, guerras e iglesia en la construcción del Estado Nación en Colombia, Medellín, La carreta histórica, 2006, pág., 8.
103
de guerras durante la primera etapa y su prolongación e intolerancia en las violencias
del siglo XX. En efecto, el protagonismo bélico, juega un papel relevante “en la
consolidación de redes locales y regionales de poder y la construcción de imaginarios
políticos como vehículos de identidad nacional, regional y local.”120
Superadas las guerras, se imponen las hegemonías políticas como la forma por
hacerse al control y domino del Estado. De hecho, los ex-esclavos y los ex-peones,
ahora asalariados, expectantes frente a los puestos públicos y ávidos por el botín
burocrático que los caciques y gamonales se reparten; se alinderan en uno u otro de los
partidos tradicionales, avalados por las elites, dispuestos a seguirlos como los jefes
naturales de las colectividades. Las clientelas mediante el sufragio universal, legitiman
el poder de las clases dirigentes del país. Pero la supremacía partidista, por su
intolerancia y exclusión de los nuevos actores sociales en asenso, hizo metástasis social,
y el control de las elites se deterioró al punto fracasar, aún con la puesta en
funcionamiento del aparato militar. Para reasumir ese control, se hacen necesarias variar
las formas de sujeción partidista: solo el Frente Nacional apaciguaría los ánimos de una
subcultura política, mantenida a través del remozado clientelismo.
De hecho, con la constitución de 1886, se logra instaurar un sistema político que da
vigencia a la institucionalidad, y con ella, la relativa estabilidad social y económica,
gracias a las crecientes exportaciones de café. Sin embargo, la creciente lucha entre el
conservatismo y el liberalismo, paulatinamente se fue agudizando hasta romper el débil
marco democrático impuesto por la clase dominante, con la caída de la hegemonía
conservadora y el ascenso de la hegemonía liberal, gracias al triunfo electoral de
Enrique Olaya Herrera en 1930 que por la división interna del liberalismo pierde el
control del Estado en 1946, período en que se evidencia el autoritarismo impuesto por el
estado de sitio como respuesta a la creciente violencia bipartidista, agudizada el 9 de
abril de 1948 con el asesinato del líder liberal Jorge Eliecer Gaitán.
6.2 La crisis del clientelismo
Los avances modernizadores impulsados por la Revolución en Marcha del 36,
preocupan a la clase dominante, por la creciente pérdida de sus feudos electorales;
120 Ibídem, pág., 7
104
puesto que, a pesar de la industrialización, las elites conservan los arquetipos mentales
de la dominación tradicional que les impide permitir el libre juego de los partidos
políticos, incluyendo los de izquierda.
El proceso histórico se manifiesta, a partir del triunfo electoral del partido
conservador, de 1946 con Mariano Ospina Pérez, quien nombró a liberales como
ministros, gobernadores y alcaldes, con el propósito de instaurar un pacto tácito entre
los partidos tradicionales para conservar sus respectivas clientelas electorales, además
de frenar el avance del gaitanismo como movimiento populista; fuerte enemigo de las
clientela electorales liberales y conservadoras, a las que les preguntaba: “Qué diferencia
hay entre el paludismo de un liberal y el paludismo de un conservador?”121. Con la
muerte el 9 de abril de 1948 de éste líder popular, político liberal, se agudiza la
violencia fratricida que de paso, se constituye en la mejor expresión histórica de la
catástrofe política del clientelismo, ya que en ese momento pierde los controles de las
clientelas bipartidistas. Los espacios sociales, abiertos por la modernidad: los obreros,
campesinos sin tierra y trabajadores en general, quedarían a la deriva política de
movimientos de izquierda, populismos y grupos religiosos que escapaban a los
controles directos de los caudillos históricos.
Líderes de extracción popular surgen a medida que la dinámica modernizadora
gana espacios en la industria, tanto urbana como rural. Uno de ellos, surge al interior del
tradicional partido liberal, gracias a los cambios sociales que muestran la rigidez
ideológica partidista que no se puede adecuar, y por lo tanto abrir los escenarios
políticos a los nuevos actores y movimientos socio-políticos. Jorge Eliécer Gaitán, hijo
de la emergente clase media, era un exitoso abogado penalista, hábil orador; alumno de
los maestros criminólogos italianos Ferri y Lombroso. Se popularizó a partir de las
denuncias hechas en el Congreso de la República de la masacre de las bananeras,
cometida por el ejército, en un acto represivo contra los obreros que se encontraba en
huelga, enfrente a la compañía extranjera United Fruit Company.
El gaitanismo como movimiento populista, surge por los espacios políticos que el
clientelismo no podía controlar; los movimientos urbanos, dinamizados por la creciente
121 Jorge E., Gaitán, discursos.
105
industria y el crecimiento demográfico; y la actividad rural que se debatía entre la
industrialización del campo y la tradición, expresado en el problema entre terratenientes
y aparceros, entre latifundio y minifundio, y entre el compadrazgo y el trabajador libre
asalariado. De allí, el propósito de Gaitán de crear un movimiento que recogiera los
sectores campesino y obrero, lo que de hecho acontece con la fundación de la Unión
Nacional de Izquierda Revolucionaria (UNIR) en 1933. En su programa, consigna una
crítica al liberalismo clásico, y se enfrenta a la dirección del partido liberal, al que
regresa para las elecciones de congreso del 35. El movimiento gaitanista, a raíz del
triunfo electoral en las elecciones de marzo de 1947 para Cámara y Asambleas, con el
44%, le permitió a su líder convertirse en el jefe único del partido liberal. El miedo de
las oligarquías tradicionales, se ahonda y la crisis del clientelismo requiere
urgentemente una estrategia política de elite que imponga nuevamente los patrones de
dirección de los partidos tradicionales.
El primer paso parte del mismo partido liberal al dividirse, con lo cual facilita el
triunfo del conservatismo en cabeza de Mariano Ospina Pérez, quien para gobernar
propone un pacto político de elites, denominado “Unión Nacional”, pero los sectores de
más rancia tradición, tanto liberales, liderados por el santismo, como conservadores,
exigían posturas radicales para eliminar los avances modernizadores de la “Revolución
en Marcha” de Alfonso López Pumarejo, de 1936 y frenar los movimientos sociales
acaudillados por el gaitanismo, peligrosos desde su óptica, para lo cual obstaculizan la
propuesta de Ospina. Paulatina y firmemente, las posturas de extrema derecha fueron
ganando posiciones, la violencia partidista se acentuaba en campos y ciudades. El
asesinato de Gaitán lleva a la pérdida total de los controles clientelistas, pues sus hordas
enfurecidas clamaban venganza y esperaban las directrices, que nunca llegaron de los
dirigentes liberales, para operar como un movimiento político que los condujera a la
sociedad propuesta por el líder eliminado. Por el lado conservador, la clientela responde
a un liderazgo mesiánico y religioso encabezado por la Iglesia y Laureano Gómez, pues
las acusaciones la catástrofe que vivía la República se debían al comunismo
internacional, a la masonería, y al liberalismo.
El presidente Ospina ante el caos político, sigue firme en su convicción de Unidad
Nacional entre los dos partidos, y nombra como ministro de gobierno al liberal Darío
Echandía; a los militares les ofreció el ministerio de Guerra, rechazado por ellos con el
106
argumento del desvío de su frente militar. De todas maneras, conforma un gabinete
paritario que logra controlar los desmanes de los grupos sociales desbordados por la
efervescencia y el apasionamiento político. Indudablemente se constituye en el líder que
logra convocar a las elites para que pacten como clase social homogénea. Sin embargo,
la intransigencia de Gómez y de los sectores liderados por él, obligó al retiro de los
liberales, y se fue imponiendo hasta obligar a Ospina a cerrar los cuerpos legislativos y
gobernar con el ejército, como dictadura civil. La opción de un pacto entre elites,
fracasa por la postura hegemónica de los sectores más recalcitrantes contra la
modernidad política.
Las condiciones para la imposición de prácticas despóticas y autoritarias, ejercidas
por una derecha extremista, están dadas. En efecto, el partido conservador en la
convención de 1950, se declara defensor de la tradición y de la fe católica. El espíritu de
las clientelas sujetas y controladas por el patrón, se remoza con el mito del redentor. De
hecho, la búsqueda de un prohombre capaz de salvar al país del caos en que lo habían
puesto los reformadores liberales, no se dificultó mucho. Laureano Gómez es elegido
presidente en 1950, quien impulsa su constitución corporativista, inspirada en los
regimenes fascistas de Oliveira Salazar y Francisco Franco. La violencia sectaria
partidista, se agudizó con el protagonismo directo del Estado que obligó al exilio de la
dirigencia liberal, condujo al alzamiento en armas de campesinos liberales; la paulatina
intervención de los “pájaros”, matones conservadores y el creciente papel del ejército
profesionalizante que sencillamente, esperaba el aval de las elites para asumir la
dirección del Estado.
El hecho ocurre el 13 de junio de 1953, cuando el General Gustavo Rojas Pinilla a
nombre las Fuerzas Armadas de Colombia, toma el mando de la dirección del Estado
con el propósito de pacificar el país e impulsar el desarrollo del capitalismo, pues se
requerían transformaciones económicas y el desarrollo de la infraestructura productiva
que la intransigencia política y la violencia frenaban. Las elites más modernizante para
salir de la encrucijada, acuden al aparato militar como el único capaz de lograr ese
objetivo perentorio para el desarrollo del país.
La rebelión urbana y rural del 48, mostró a las elites la debilidad de los partidos
políticos y lo agotado del modelo de directorio y control directo. Solo tenían dos
caminos: democracia o dictadura, y se optó por la última. Represiva y violenta pero
107
segura en el dominio del poder. Las veleidades democráticas, pondrían riesgo el statu
quo y no había porque correrlo. El aparato militar debía funcionar como el defensor de
los intereses de clase y como garante, una vez instaurada, de la democracia formal.
6.3 La intermediación militar del clientelismo.
La unificación del mando militar: Marina, Fuerza Aérea, Ejército y Policía, en
cabeza del General Rojas Pinilla, conduce a las elites a explorar un camino por fuera de
los partidos políticos. El desgaste de los mismos como consecuencia de un sistema
arcaico de sujeción, y la intransigencia ortodoxa de los más connotados líderes de la
derecha, condujeron a la necesaria intervención de la única institución que parecía
neutral, además del porte constitucional de la fuerza de las armas. De hecho, el soporte
institucional, por llamarlo de alguna manera, fue la Asamblea Nacional Constituyente,
convocada por Laureano Gómez para la reforma constitucional propuesta por él, pero
que el gobierno militar no alteró, con el fin de mantener un frente civil que le diera los
visos necesarios de legalidad. En efecto, la ANAC de corte bipartidista, mediante Acto
Legislativo número 1 de 1953, confirmó al General Rojas Pinilla como presidente hasta
el 7 de agosto de de 1954 con la posibilidad de prologa en el periodo, si no se lograba
conseguir un clima favorable a la pureza del voto, y como vicepresidente se escogió al
ministro de gobierno de Gómez, Rafael Azuero. El gobierno de Rojas es un pacto de
elites, un Frente Nacional por la vía militar. Las elites liberal-conservadora, lo ponen en
la dirección del Estado para allanar el camino electoral que legitimara mediante el
clientelismo, la clase dominante y Estado burgués. Así mismo la base social del
clientelismo, son desempleados y los pobres que con su voto sustentan el régimen
autoritario.
El escenario del conflicto, modernidad versus tradicionalismo, ahora estaba
liderado por los actores militares. El clientelismo de viejo cuño se resistía a fenecer y en
sus inicios el sector más conservador, se sintió complacido con la nueva administración,
pero disposiciones, indispensables para la modernización, prenden las alarmas de éstos
sectores, encabezados por los industriales que tocan las puertas de los partidos
tradicionales para que retomen el ejercicio del gobierno. El contexto tributario, baluarte
de la modernización del país y del Estado, se convierte en problema neurálgico que
108
enfrentarían las castas reacias al cambio y las elites que con el patrocinio a Rojas, lo
impulsaban. Su reelección por la ANAC, sucede en abril de 1954 con la aceptación del
partido conservador y la desaprobación del partido liberal de sus representantes en la
Asamblea Constituyente, electora del presidente militar. La reforma tributaria va
dirigida a grabar los ingresos de las acciones, las sociedades y las personas naturales,
seguida de la obligación a los patronos de pagar el preaviso y la ampliación de las
prestaciones sociales a los contratos de prueba.
Las elites aburguesadas reaccionan en cabeza del gremio económico que agrupa a
los industriales, ANDI quienes son acompañados por los comerciantes agrupados en
FENALCO, la Asociación Bancaria y las compañías de seguros. El sector de clase
liderado por Mariano Ospina Pérez, le mantuvo al gobierno de Rojas el apoyo hasta el
final. Las orientaciones políticas de Ospina se mantuvieron durante todo período, pues
este se preparaba para la reelección. Sin embargo, Rojas al carecer de un proyecto
político propio, impulsa prácticas populistas y veleidades administrativas que a la larga
lo dejarían si el apoyo político de la casa Ospina y de los sectores populares de
trabajadores que no le ofrecieron respaldo. Las elites reasumirían el control directo, a
través de los partidos tradicionales con unas prácticas clientelistas remozadas, mediante
la política de pactos.
6.4 El acuerdo nacional de los grandes líderes clientelistas.
El diez de mayo 1957, una Junta Militar asumió la dirección del Estado, con un
carácter transitorio y el compromiso de convocar a elecciones en un plazo de un año.
Los ministros nombrados por la Junta, escogidos de los dos partidos tradicionales
quienes de paso en cabeza de connotados líderes trabajaban en la búsqueda de un
acuerdo que les permitiera consolidar el bipartidismo, en su nueva dinámica. Alberto
Lleras, jefe del partido liberal, firmó con Laureano Gómez el pacto de Benidorm en el
que se comprometían a buscar un nuevo orden constitucional para lograr la convivencia
pacífica entre los ciudadanos. Acuerdo que refrendan Lleras y Gómez en Sitges el 20 de
julio de 1957 y que contenía la propuesta de una reforma constitucional por la vía
plebiscitaria para institucionalizar la alternación partidista en la Presidencia de la
República por 16 años y la paridad política en todos los cargos burocráticos del Estado.
109
Inaugura el Frente Nacional el liberal Alberto Lleras, con el cual el bipartidismo
colombiano afianza su política de manejo de clientelas con el reparto del fortín
burocrático en los órdenes local, regional y nacional. Cierra ese largo capítulo de pactos
inestables para inaugurar uno estable e institucionalizado que le permite el manejo de
los clientes electorales mediante la dádiva y la corrupción.
El clientelismo arraigado en la cultura política del pueblo colombiano, se constituye
en el principio que rige las actitudes de los electores enmarcadas en un conservadurismo
que facilita el ejercicio y control del poder por parte de las elites. El proceso histórico
para llegar a la figura del Frente Nacional, es una secuencia lógica de prácticas
periódicas de las elites y familias tradicionales durante el período colonial y los partidos
políticos en la vida republicana. Mírese la unidad de los encomenderos, liderados en la
defensa de sus intereses por Gonzalo Jiménez de Quesada ante la Corona. Obsérvese la
confluencia de intereses, defendidos con las Capitulaciones para rechazar el
Movimiento Comunero de 1781. Una vez fundada la República, ya como partidos
políticos, liberales y conservadores pactan para derrotar a los artesanos fortalecidos con
el gobierno de Melo, mediante el derrocamiento.
La convergencia de las elites en un partido, ha sido una preocupación constante. La
búsqueda de un modelo jurídico político, estable y seguro para los intereses de clase. Un
primer intento sólido, ocurre con el partido Nacional de Rafael Núñez que con el lema:
“Regeneración administrativa fundamental o catástrofe”, aglutinó a todos los adalides y
le dio al clientelismo las mejores herramientas políticas para fortalecimiento, con una
constitución redactada por Miguel Antonio Caro, blindada contra cualquier
interpretación que abriera la puerta a movimientos sociales, pues contenía la figura del
estado de sitio, herramienta clave para la imposición del autoritarismo, por la vía legal.
La Unión Republicana de Rafael Reyes, busca involucrar a los dos partidos para
facilitar el desarrollo económico, mediante construcción de una infraestructura que
vinculara las diversas regiones colombianas, al progreso de los demás países
americanos. La elite modernizante, encabezada por Reyes, es derrotada por las elites
tradicionales que reasumen el control del poder con la imposición de la hegemonía
conservadora.
110
La hegemonía liberal, se inaugura con Olaya Herrera y se constituye en el período
en que las elites se debaten violentamente entre la tradición y la modernización política
y social. El santismo frenó los impulsos de la Revolución en Marcha de López
Pumarejo que en largo proceso resultarían indispensables, pero su aceptación ocurriría
cuando las elites se consolidaran como clase social consciente.
López Pumarejo, como banquero, tiene una mirada de la dinámica capitalista, desde
la que quiere dotar a la sociedad colombiana del siglo XX, de una lógica política en la
que Estado y la economía actúen como partes integrantes de una dinámica
modernizadora, que requiere de la interacción para su desarrollo. Al mismo tiempo,
como punto esencial en sus reformas, se pretende consolidar la clase obrera mediante
mecanismos legales que den vida a los sindicatos y las reivindicaciones sociales. Sin
embargo, esta política laboral del gobierno, impactó en los sectores más tradicionales y
conservadores quienes alzaron sus voces de rechazo contra el espacio ganado por los
sectores trabajadores.
La Unión Nacional de Ospina se convierte en la antesala del Frente Nacional,
proyecto político que conduciría a las elites a la unión de acción contra los movimientos
sociales y de izquierda, y de paso a actuar políticamente como la clase social dominante.
Sin embargo, este propósito requiere del manejo de la clientela electoral, en riesgo por
los avatares de la izquierda y el avance de la modernidad; solución posible, el reparto
burocrático de los puestos a la clientela electoral de los dos partidos tradicionales. Con
la hegemonía bipartidista, se termina la violencia fratricida entre liberales y
conservadores pero se continúa con la violencia de orden clasista, pues se persiguen los
líderes de origen popular, se aplasta la protesta y los movimientos cívicos.
6.5 Logros del Frente Nacional.
El Frente Nacional tuvo como fundamental consecuencia, la constitución plena de
la burguesía como clase dominante, apropiada de su papel y consciente de su condición
de clase, unificada políticamente con unos partidos regidos por ella y con intereses
comunes. Su pacto de alternancia en la Presidencia de la República y la igualdad de
funcionarios de cada partido tradicional, frenaron radicalmente la acción libre de la
111
diversidad de ideas política en una sociedad heterogénea y la formación de verdaderos
partidos que posibilitaran la construcción de una democracia real.
Con el pacto político de clase social, el clientelismo es institucionalizado, mediante
el bonapartismo plebiscitario que lo legaliza. El reparto de los cargos públicos se hace
paritariamente entre los caciques locales y nacionales de los dos partidos, liberales y
conservadores, sin importar los resultados electorales. Se instauró un eficaz sistema del
manejo de las clientelas que partía del reconocimiento de los jefes naturales, quienes
confeccionaban las listas electorales para cada una de las corporaciones públicas. A
cada caudillo político: senador, representante, diputado o concejal, se le entregaban el
número puestos a que tenía derecho, según el respaldo obtenido en las urnas. Las
clientelas acudían ante el caudillo o gamonal, un día después de las elecciones a
reclamar su puesto y los ofrecimientos hechos en la campaña electoral.
Como complemento institucional durante el Frente Nacional, se creó la Acción
Comunal. Institución cuyo escenario político y social es la vereda, el barrio; aquellas
localidades en que vive la población, y por tanto facilita el contacto directo con los
electores. A ellas llegan las obras que requieren la comunidad y los mercados como
ejercicio del sacramento de la caridad, la dadiva estatal que calma la ansiedad del
cliente político.
Los auxilios parlamentarios son el alma del clientelismo, pues éstos mantienen la
clientela activa y leal al barón electoral, quien constantemente controla y vigila las
dádivas que transformadas en votos, representan el crecimiento de su capital privado,
gracias al sistema de contratos de los que él saca un buen porcentaje, primero por
concederlo y segundo por obligar a su burocracia que lo tramite, que también cobra la
prontitud de la gestión administrativa. Y, a sus funcionarios les cobra la cuota de su
salario mensual. La corrupción es hija del clientelismo con el agravante que el sistema
contractual colombiano, es bastante permeable con el pago de “servicios prestados al
cacique de turno”.
Con la consolidación del capitalismo, la burguesía colombiana se torna más
conservadora y su institución política se torna más férrea y militarista. De hecho, la
industrialización periférica no alcanza a ocupar la creciente mano de obra. El desempleo
112
aumenta y los cinturones de miseria atraviesan las ciudades y los campos. Surgen los
grupos guerrilleros de izquierda. En la década de los ochenta surge el narcotráfico que
con los sectores ultra conservadores originan el paramilitarismo. La violencia se ha
diversificado y hoy azota todo el país. El Frente Nacional es el bonapartismo, aplicado
por la burguesía al pueblo colombiano, mediante el complejo manejo de clientelas que
ha resultado ser el más exitoso de América.
CAPÍTULO VII
El clientelismo: caso de Camilo Mejía Duque
“Era un hombre que siempre escuchaba las quejas y los reclamos, incluso
confidencias de carácter doméstico o sentimental. Por esto, esas gentes curtidas
en la dura faena de extraerle a un pedazo de tierra o a una herramienta
113
elemental la diaria subsistencia, le cobraron gran afecto y cariño al “jefe” a
quien en más de tres mil ocasiones lo hicieron padrino de sus hijos. En otra
ocasiones lo obligaron a visitar sus aldeas, sus casas, sus covachas”122
Camilo Mejía Junior, Mi tío Camilo Mejía D
La herencia de la mentalidad colonial española, deja en la república un ambiente de
sujeción y control que gradualmente fue consolidando la figura del cacique político,
como el depositario de esa estructura mental de patrón-cliente, en la cual el elector ve en
los varones electorales a los patrones naturales, adalides fortalecidos por el carisma, la
tradición y el heroísmo. Razón que los eleva a la categoría de defensores a ultranza del
sistema político. A partir de la década de los treinta, en el siglo XX, Colombia vive la
primera fase de la industrialización, y con ella inicia su vinculación definitiva a la
economía capitalista. Los mercados locales se dinamizan, la industria y el comercio
entran por el sendero del progreso, y con él el urbanismo aflora como por encanto. En
efecto, el café significó el fortalecimiento de una burguesía ávida de poder, la cual
impulsa a través del Estado el desarrollo de las obras de infraestructura, necesarias para
la exportación cafetera como cables aéreos, ferrocarriles y carreteras. La zona cafetera
se convierte en el escenario más dinámico de la sociedad colombiana, gracias a las
exportaciones de café, y a la industrialización, impulsada por el capital cafetero. En
efecto, la pobreza y el desplazamiento de campesinos a los míticos centros urbanos de
“progreso”, como los lugares seguros para escapar de la miseria y la violencia partidista
que se vivía en el campo, alimentaron la esperanza laboral que no pudo ser satisfecha
plenamente por la incipiente empresa privada, recurriéndose al Estado proteccionista
como el primer empleador, en ese momento histórico. En igual forma, la burguesía por
lo demás, incapaz de impulsar un proyecto político fundado en la democracia plena,
recurre al autoritarismo plasmado en la constitución del 86, del cual es famoso el
artículo 121 que facultaba al ejecutivo a declarar el estado de sitio, figura jurídica que
suprimía los derechos a la protesta social. Así mismo en las regiones y subregiones, los
122 Mi tío Camilo. Camilo Mejía Junior, Pereira, 1988. Pág. 14
114
notables y unos partidos políticos personalizados, construyen el destino de una nación
por la vía política del clientelismo.
¿Quiénes son los líderes de las clientelas electorales? En la historia colombiana,
desde el surgimiento de los pueblos de blancos, en la colonia, los prohombres
terratenientes luchan por el control del poder público, mediante la participación en la
política nacional y local. Procesos políticos conflictivos, por las mismas características
de la “sociedad urbana tan inestable y fluida en el fondo y tan rígida y jerarquizada en la
forma no podía sino tener una vida compleja y agitada, en que coincidencia alrededor de
graves problemas no ocultaba el juego subterráneo de los grupos y los individuos.”123
Con la fundación de la República, estos adalides, impulsan el papel de la localidad en la
participación política, como fundamento del poder y de la representación en las
corporaciones a nivel local, regional y nacional. Al mismo tiempo que acaudillan las
más de sesenta guerras civiles entre liberales y conservadores en el siglo XIX. Con el
triunfo de “La Regeneración” de Núñez y el fin de la Guerra de los Mil Díaz, el país
entra en una etapa de relativa paz caracterizada por el hegemonismo partidista, pero que
con el auge de las exportaciones cafeteras permite la ampliación de los mercados, y la
transformación de los villorrios en centros urbanos, posibilita la industrialización,
gracias al auge de las obras de infraestructura que se impulsan desde el Estado.
Para mediados de siglo XX, Medellín es un centro de desarrollo industrial que
impulsa el comercio y los puertos del Caribe y del Magdalena, además Manizales es la
sede regional cafetera por excelencia, pues jalona las ciudades del Departamento de
Caldas como su capital que es, principal exportador de café. Y, son estos adalides
locales los que se constituyen en los jefes naturales, que dirigen y controlan los
directorios, liberal y conservador, tanto municipal como departamental, pues la división
política colombiana desde los tiempos de Reyes, se hace por feudos electorales. Pero el
aliento electoral, surge del aparato burocrático. Con la urbanización, gracias al comercio
y la industria, los municipios y los departamentos aumentan sus ingresos y, con ellos la
capacidad burocrática que los convierte en fortines para mantener a unas clientelas
hambrientas por los puestos y las dádivas que los varones electorales entrega a sus
copartidarios. El bipartidismo los enfrenta y excluye, además de violentar el país. El
123 José Luis Romero. Latinoamérica: las ciudades y las ideas. Medellín, editorial universidad de Antioquia, 1999. Pág., 80-
115
Frente Nacional, integra el sistema nacional de clientelas, mediante el reparto igualitario
de puestos y prebendas. En igual forma, sepulta la democracia y la participación
ciudadana, sin las presiones de los caciques.
Los terratenientes por la tradición de patrones, contaban con la oportunidad de
influir en las elecciones, pero el auge de los partidos hace importante el trabajo político
entre los habitantes locales. De allí que el municipio colombiano se convierte en el
soporte institucional del poder local, regional y nacional. La fundación de los partidos
políticos, liberal y conservador, contiene como característica su espíritu hegemónico e
intolerante, razón que impedía el libre juego democrático. El período radical,
inaugurado con la constitución del 63, conduce a la exclusión de los conservadores.
Proceso que se revierte con el triunfo de los conservadores plasmado en la constitución
del 86. En efecto, los liberales no alcanzan el Congreso de la República en la década de
1890 porque los jueces escrutadores nombrados por los conservadores favorecieron a
éstos. En 1904 Rafael Reyes vence con apoyo de los funcionarios de Riohacha. Durante
éste período se divide el país en nuevos departamentos político-administrativo que
responden a los intereses partidistas de las clientelas electorales. En efecto, con la
constitución del 86, los Estados Soberanos fueron convertidos en departamentos,
dependientes del poder central. Del Cauca fueron segregados el Valle del Cauca,
Nariño, Cauca. Caldas se forma a partir de los territorios de Cauca y Antioquia. Del
Tolima se separa el Huila. De Santander Norte de Santander y de Bolívar el Atlántico.
Cada uno de éstos departamentos, se constituyeron en los escenarios de los caciques de
los partidos liberal-conservador con sus respectivas clientelas electorales que alentados
con diatribas hegemónicas, excluyentes y sectarias, garantizaban a las elites regionales
el control de la cosa pública, la cual extraen el botín electoral que reparten entre las
ávidas clientelas electorales.
Las clases dominantes acomodadas a nivel nacional, regional o local que guardan
lealtades entre si, según su nivel de poder económico, social y político, condicionan las
directrices políticas de acuerdo a sus intereses. Las elites delegan el poder real en los
caciques, quienes según el caudal electoral alcanzado, se reparten el fortín burocrático, a
través del cual implantan las políticas que las elites le han encomendado. El
funcionamiento electoral de los partidos políticos, recae sobre caudillos o líderes que
operan generalmente como cuadros políticos, dotados con cierto carisma y nexos
116
familiares, religiosos o de amistad. Depositario de la mentalidad cristiana opera sobre
una clientela que todo lo pide y espera como pordiosero, la dadiva que viene por su
intermedio, desde los recursos del Estado.
En la historia de la vida política, los partidos políticos, como tal, son recientes en
Colombia. Con los manifiestos de Ezequiel Moreno en 1848 y Mariano Ospina
Rodríguez en 1849, se fundan los partidos liberal y conservador respectivamente. El
sufragio universal fue introducido por la constitución de 1853, más tarde en 1863 la
constitución radical, trasfiere a los Estados el derecho a señalar los mecanismos y
procedimientos que el ciudadano debía cumplir para participar en las elecciones. De
hecho, con el afinamiento de las clases dominantes, los derechos electorales se fueron
restringiendo por requisitos como el alfabetismo y la propiedad. Peones, negros e
indígenas estaban al margen de la participación electoral. A pesar de estas limitaciones,
las campañas electorales se calentaban lo suficiente para generar zozobra por el carácter
hegemónico partidista.
La dinámica política colombiana circula como una mentalidad que recoge el
espíritu autoritario de los caciques y la de unas clientelas electorales que para escapar de
la pobreza, recurren al gamonal como el personaje que puede entregar un puesto en la
burocracia, a cambio de los votos que formalicen un sistema perverso de corrupción y
de control. El propósito de este capítulo es proveer una mayor comprensión del
clientelismo colombiano, por intermedio de uno de los barones electorales liberales
surgido en la república liberal hasta el Frente Nacional 1840-1970. En este aspecto, se
demostrará como un cacique político sustenta su poder sobre unas lealtades cuasi
religiosas que lo asocian a la figura del patrón. Esta mentalidad, evoluciona y se
acomoda a las circunstancias, y al desarrollo de nuevas estrategias de control y dominio.
Camilo
En el departamento de Caldas, se efectúa la segunda oleada de creación de feudos
electorales que el clientelismo. En efecto, en la década de los 60s del siglo pasado, se
reacomoda el país, mediante la organización político-administrativa, como parte de la
política pacificadora del bipartidismo en la última etapa de la Violencia. Éste
117
departamento es divido en tres: Quindío, Risaralda y Caldas. En la Costa Caribe, se
crean los departamentos de Sucre y Cesar; y la intendencias de la Guajira y el Meta
alcanzan el nivel de departamento. Estos nuevos escenarios electorales, tienen la
característica de bipartidismo paritario en el aparato burocrático del Frente Nacional
como la herramienta que le pondría fin a Violencia y al hegemonismo partidista.
Desde la fundación de la República el 20 de julio de 1810, el hegemonismo político
como constante, genera profusas formas de violencias y de corrupción, mediante
prácticas clientelistas. Los gamonales se enfrentan por el control y dominio del aparato
del Estado que pretenden controlar mediante proyectos políticos, débiles e inestables, a
través de clientelas que los siguen en las batallas como el nuevo mesías, por los cuales
pelean al color de una bandera y un nombre, con el que se identifica al adalid. En el
siglo XX, las luchas hegemónicas partidistas, generan un clima de inestabilidad y
violencia política que tiene su punto alto con el asesinato del caudillo liberal Jorge
Eliecer Gaitán el 9 de abril de 1948, crimen con el que se agudiza la Violencia, la cual
obliga a la clase dominante a pactar el Frente Nacional, como el mecanismo de paridad
política en la burocracia del Estado. De hecho, los caciques políticos ocuparon su lugar
en el escenario electoral colombiano. Un clásico ejemplo, indudablemente es la figura
del “negro”124, gamonal de Pereira, Camilo Mejía Duque desde la década de los 30s
hasta los 70s, lideró el ambiente político de Caldas y Risaralda. En efecto, Camilo nació
en Salamina125 Caldas el 23 de agosto de 1905. Allí, entre los oficios agrícolas y la
escuela, alcanzó su ingreso al colegio Instituto Salamina, bachillerato comercial, en el
que estuvo solo cuatro años por escasez de recursos.
124 Por efectos del blanqueamiento antioqueño y por ende los descendientes de Caldas, “negro” es aquel individuo que está por fuera de las familias tradicionales. “El proceso de blanqueamiento con su negación de lo negro se entrelazó con el desarrollo de una mitología de lo étnico y racial característico, resultado de una negación de la contribución negra a “raza antioqueña”. Peter Wade. Gente negra, nación mestiza. Dinámicas e identidades raciales en Colombia. Pág. 113 125 Salamina fue fundada en 1825 por Fermín López, Juan de Dios Aránzazu, Francisco Marulanda, entre otros, conocidos por las empresas de tierras en la dinámica de la colonización antiqueña. De allí, salieron o transitaron los fundadores y primeros pobladores de Neira, Aránzazu, Manizales, Santa Rosa de Cabal, Armenia, entre otros. En el año de 1824 Juan de Dios Aránzazu, reclama la posesión de estas tierras, en quien que había establecido el poblado de Encimadas y solicitó al gobierno la legalización como municipio, lo que ocurrió en 1825 con la firma el 8 de junio, por el general Santander, del decreto de fundación de Salamina.
118
La persecución conservadora a los liberales, a comienzos del siglo XX, hizo que
sus padres, José María y Susana, lo enviaran hacia el Quindío126 a sus hijos: Camilo,
Leónidas, Juan, Campo Elías, Cristóbal y Cesar. Camilo llega a Pereira terminando el
año de 1926, ciudad en la que se ubica como contador en la empresa privada. Inicia su
actividad proselitista en 1929, gracias al ascenso del partido liberal, con Enrique Olaya
a la cabeza, de donde se abría el espacio para los activistas políticos. En efecto, Camilo
ya era un agitador de masas, pues con banderas rojas se movilizó por los campos
incitando a los humildes a salir en contra de la hegemonía conservadora. En 1935, es
elegido edil pereirano, y en 1939 alcanzaría la diputación de Caldas. En 1941 ingresa a
la Cámara de Representantes. Su incorporación al Senado se produjo en remplazo de
Alejandro Uribe, como su suplente, quien se ve obligado a no asistir por la violencia
que lo obliga a huir hacia el Valle del Cauca.
Gracias al auge liberal, Camilo ha ganado una aguerrida reputación entre sus
oponentes y una prestancia política entre sus copartidarios. Es el jefe del partido liberal
en Caldas por encima del notablato manizaleño, lo que le permitió trasladar el directorio
a Pereira. En efecto, era la resultante de la dinámica liberal que para la década de los
cuarenta ya era mayoría en el sur de Caldas. Siempre estuvo en la representación
política, en varios concejos municipales de Caldas, la Asamblea departamental, la
Cámara y Senado durante casi cincuenta años. Solo ocupó dos cargos de importancia en
la burocracia: jefe de policía seccional Pereira y la gobernación del Risaralda.
Constantemente ocupó cargos de dirección en las juntas administradoras municipales, al
interior de las cuales repartía los puestos a sus numerosos seguidores, emparentados por
afinidad política por compadrazgo religioso. Ejercía el control de los concejos
municipales, muchos para los cuales si hacía elegir concejal, con el propósito de
manejarlos y contar con el presupuesto para alimentar su política de dádivas
representadas en becas, cargos y auxilios parlamentarios. Los beneficiarios, era su
extensa clientela alimentada a través del compadrazgo que superaban los tres mil
ahijados, lo que le permitía convocar a los compadres por su emisora “Onda Libre” para
126 El Quindío comprende toda la hoya geográfica del río Quindío al oriente del rio La Vieja. El creciente urbanismo de los pueblos, lleva la las elites locales pereiranas a impulsar la creación del departamento del Quindío en 1931, cuya capital sería Pereira, con la constitución de la junta pro departamento del Quindío, según acuerdo del Concejo Municipal de 1931, encabezada por los doctores José Valencia Caballero, Julio Restrepo Toro, Juan de Dios Mejía B y Ernesto Botero Isaza. Idea que se materializaría el 23 de noviembre de 1966 con la aprobación de la ley, y el 11 de enero de 1967 se expide el decreto que crea el departamento de Risaralda, y se nombra su primer gobernador Castro Jaramillo Arrubla.
119
las elecciones o para el aguinaldo liberal. Los compadres siempre lo asediaban, según la
entrevista del Tiempo, el 10 de noviembre de 1962:
“el dialogo fue interrumpido varias veces por “Compadres” y Comadres”
que se acercaron a la mesa del Senador caldense a solicitarle algún favor. El
pedía a sus fieles electores que lo esperaran “un momentico”.
Aprovechamos la oportunidad para preguntarle:
Es cierto que usted tiene muchísimos ahijados, hijos de sus electores en el
Departamento de Caldas?
Si señor, eso es cierto.
Como cuántos?
Cuando pasé de tres mil se me perdió la cuenta.
Quiere definirme políticamente la palabra “Manzanillo”?.
Rindo culto a los que usted llama “Manzanillos”. El manzanillo sirve al
pueblo, lo guía, se interesa por sus problemas.
Y el “lagarto”?
“El lagarto” es un hombre detestable. Yo establezco así la diferencia:
Manzanillo: político con electorado.
Lagarto: político sin electorado.
Sonriente y posiblemente pensando (que mal pensado es don Camilo) que la
palabra “manzanillo” quisimos dirigírsela a él, nuestro entrevistado se retiro para
atender a sus leales “compadres” y “comadres”.127
El liberalismo de Camilo era simple. Sus discursos estaban dirigidos a los más
necesitados, a los más pobres, con elementos mesiánicos, lo que le valió el epíteto de
comunista. Era un pragmático de la política. No poseía una ideología académica liberal.
Percibía el liberalismo como un partido de luchas, por lo tanto actuaba y dirigía a la
colectividad, mediante prácticas populistas. Así mismo, su comportamiento para con las
gentes humildes lo revestía de un paternalismo que alentaba el espíritu de las lealtades
partidistas.
127 El Tiempo, sábado 10 de noviembre de 1962.
120
La relación del cacique con el jefe nacional del gamonalismo Julio Cesar Turbay
Ayala fue de amplia acogida, siempre lo acompaño en las campañas electorales.
Además, tenía la facilidad para aliarse con el gobernante de turno, como muestra de su
debilidad ideológica o mejor, su sentido de lealtad para con los jefes naturales de las
elites regionales y nacionales. Era poseedor de una sin igual capacidad para adecuarse a
las muy cambiantes situaciones de la política nacional y regional. En efecto, con la
llegada del Frente Nacional, su lenguaje abandona la jerga hegemónica partidista
liberal. Tal hecho se evidenció en el recibimiento que hizo al candidato conservador del
Frente Nacional Guillermo León Valencia en 1962, en Pereira:
“Es con singular placer como me presento a esta tribuna para daros un
cálido y emocionado saludo a nombre de mi comarca, de estas gentes que
siempre han militado con innegable patriotismo y sentido cívico al servicio de
las gestas democráticas que le han dado a la patria los más relevantes contornos
de sinceridad humana. Y sale este pueblo a las plazas públicas a recibiros,
porque en su inteligencia, así sea con sabiduría rústica, comprende con toda
claridad que está asistiendo a un acto que servirá a la República en sus
lineamientos necesarios pasa la consolidación del Frente Nacional. Los
caldenses han sido perspicaces en sus razonamientos y decididos en sus
determinaciones, porque es un pueblo seguro de sí mismo; comprensivo y
humano que no entiende las cosas con alardes postizos, sino con la emoción que
le da su propio valor.” “Estamos ahora, señores liberales y señores
conservadores brindando con emoción y sin medidas calculadas un sincero
homenaje a quien llegará muy pronto al Solio de los Presidentes de Colombia. Y
llegará en hombros de los patriotas todos a excepción de los empedernidos e
intransigentes trogloditas que anhelan una Colombia despedazada y doliente;
jadeante y sufrida que aún no ha salido del callejón a donde la llevara el odio y
el oscurantismo de una mala política y de unos insensibles políticos. Porque
Guillermo León Valencia no es un candidato de grupo; ni será gobernante de
partido alguno. El, es el símbolo de la Patria que naciera de los pactos patrióticos
originados en Medellín en la histórica asamblea o Convención Liberal de
Medellín en aquella mañana inolvidable del 3 de marzo de 1956.”128
128 Mi tío Camilo, pág. 60
121
En su discurso, ve la Violencia partidista en el odio y los equívocos de unos
insensibles políticos que no le resolvieron al pueblo sus necesidades. Nada tiene que ver
sistema político que él agenciaba a través de un partido hegemónico y caudillista como
lo retrata el periodista Darío Silva Silva, célebre por dirigir durante la administración
Turbay, el noticiero “Noticolor”, dedicado a exaltar la figura del presidente jefe del
manzanillismo, quien escribió el libro las “Antinoticias” en el que hace la siguiente
semblanza de Camilo:
“EL PEQUÑO MUNDO DE DON CAMILO
Si se nos pidiera señalar al prototipo de cacique, no vacilaríamos en
mencionar el nombre de Camilo Mejía Duque. El titulo de la popular novela de
Giovanni Guareschi “El pequeño mundo de don Camilo” serviría para definir a
Risaralda, hacienda política que le pertenece por escritura pública. Fortificado en
su vejez como las ceibas, el archiduque desconoce el trágico significado de la
palabra derrota. Medio siglo de luchas electorales lo han visto siempre
triunfante, de donde le nace un agresivo optimismo. Político por intuición, ha
logrado, a golpes de audacia y servicio, convertirse en un ser omnipotente, de
prestigio demoledor. Se diría que tiene pacto con el diablo cuando de le ve alzar
la mano y conceder una gracia, o levantar un auricular y producir la caída de un
burócrata.
Y, sin embargo, no es soberbio. Su gran secreto radica en cubrirse con la
caparazón de la modestia.
En vez de señor feudal, prefirió ser compadre de sus súbditos. Los niños,
sus ahijados, crecen y se hacen hombres, y conservan la costumbre de implorar
su bendición. De lo contrario no serian concejales, alcaldes, personeros
diputados…Su figura gruesa y morena de arriero ejerce sobre su pueblo en raro
hechizo, casi religioso como si perteneciera a la ardida mitología de Bernardo
Arias Trujillo.”129
Tuvo un matrimonio afortunado, pues doña Josefina Trujillo, pertenecía a una
familia de finqueros ricos, lo que le permitió llevar una vida con holgura, aunque en
realidad Camilo, a pesar de haber concentrado tanto poder político, nunca llegó a
129 Darío Silva Silva. Antinoticias.
122
acumular una fortuna personal venida de su oficio como político. Se ufanaba al decir
“que era el único político que no tenía casa propia”. A pesar de los odios y los
enemigos, se le reconoce como un parlamentario honesto, que no utilizó los recursos del
erario público en beneficio propio. En el trascurso de su vida pública, sufrió varios
atentados pero el más sonado fue el narrado por él mismo:
“Eran las doce y diez minutos del día cuando me tocó pasar a manteles. En
un momento dado de levantarme para el baño. En ese lapso de tiempo, dos
individuos que se encontraban a continuación de mi mesa, lograron mi ausencia
para proceder a derramar un líquido dentro del plato de sopa que me acababan
de servir. Luego de haberlo hecho, se retiraron, según informes de uno de los
meseros que era la persona que se había dado cuenta de todas las “andanzas” de
estos sujetos, y se perdieron dentro de la multitud que transitaba a esas horas por
este céntrico sector pereirano. Entonces, continúa diciendo Camilo Mejía Duque,
cuando a mi mesa vi con extrañeza que uno de los meseros retiraba
apresuradamente mi plato de la mesa, a lo que llamé y le pregunté acerca de
actitud, por lo que me respondió: Don Camilo: a este plato unos sujetos le
echaron un liquido y por eso vamos a cambiárselo. Camilo, que no era un
hombre que pasaba por alto estos casos le respondió al mesero: “Vea joven, no
se lleve este plato, dejémoslo aquí y traiga un plato nuevamente de sopa”130.
El líquido derramado sobre la sopa, una vez realizado el examen, era cianuro.
La obra de Camilo Mejía Duque, está perfilada en el mito del progreso que coincide
con las décadas de auge de obras públicas y desarrollo urbanístico de Pereira, capital del
nuevo departamento de Risaralda. Indudablemente, en este aspecto, por sus manos
pasaron los más renombrados proyectos para la ciudad y la región. A través suyo, los
auxilios parlamentarios llegaron a muchos proyectos, impulsados por sus grupos en las
diversas corporaciones públicas en las que contaba con sus adeptos, lo que sucedía en
varios concejos municipales de los municipios de Caldas, la Asamblea de Caldas y
después Risaralda, así como el Congreso de la República, además de las Juntas Acción
Comunal en las ejercía una mayor presencia, bien como compadre o bien como leales a
la forma paternal que Camilo les prodigaba. Su capacidad caudillista estaba a toda
130 Mi tío. Ob. Cit. Pg. 15
123
prueba, de ello dan cuenta su innumerable clientela que lo mantuvo durante casi
cincuenta años en los diferentes cargos de representación política. Como a ningún
caudillo, durante todo el período de su vida política, le funcionaron las clientelas
electorales. Hábil en el manejo de los pasillos, como le llaman hoy al lobby, impulso
todo tipo de leyes, desde la que va de la creación del departamento del Risaralda, la
Universidad Tecnológica de Pereira, la que ordena la reforestación del río Otún, la
Normal Nacional de Varones, hasta la construcción del aeropuerto de Salamina, entre
tantas que apuntaban a hacer de la región, un centro de desarrollo. Su estilo personal y
directo chocó con muchos, pero fue capaz de convocar a rivales políticos en empresas
que mezclaban la política con el civismo. A pesar de ello, hoy este cacique tiene poco
renombre de las nuevas elites caudillistas del Risaralda que reproducen el estilo
clientelista desarrollado por él. Camilo fallece en Medellín el 8 de agosto de 1977.
CONCLUSIONES
El clientelismo nacido en la antigüedad, sacralizado por la religión, constituido en
una arquetipo ideológico de dominación que con la tradición como norma
124
consuetudinaria de la sujeción y control de las clientelas, permanece históricamente,
evoluciona y se adecua a las cambiantes realidades del régimen liberal que le nutren y le
fortalecen, sobre todos en sociedades con profunda mentalidad campesina como la
nuestra, hasta convertirse en obligada a los estudios de la política y de la historia.
La sujeción se ha constituido en una constante histórica para el pueblo colombiano
que ha sido presa de arquetipos ideológicos con los que trasiega políticamente y
socialmente en el proceso de construcción social. El ejercicio del control político por
parte de las elites ha impedido la construcción de escenarios democráticos que
conduzcan a un ejercicio pleno de los derechos de los ciudadanos. Al contrario, la
sociedad colombiana es profundamente intolerante y antidemocrática. La mentalidad
autoritaria se ha apropiado de la cultura, la cual impide establecer diálogos. No se
escucha al contrario. Quien detenta el poder o expone sus “verdades”, no acepta las del
otro.
Estas estructuras metales de dominación, han impedido al Estado colombiano
adecuar sus instituciones a la modernización socioeconómica que la dinámica periférica
fue imponiendo a las ex colonias. Al contrario, el país se mantuvo en el aislamiento
sistemático y la industrialización iniciada a partir de la década de los veinte del siglo
pasado, se ha efectuado por etapas sustitutivas de industria de consumo. De hecho, las
elites tradicionales a través de los dos partidos tradicionales, mantuvieron el conflicto
con la modernización de la economía y la política.
El clientelismo es el más importante instrumento de funcionamiento político. El
régimen se sustenta en la base de los partidos tradicionales liberal y conservadora,
liderados por gamonales que reclutan la clientela electoral para los líderes partidistas
que operan según sus intereses o, a los que representan. Tradicionalmente, el
clientelismo se caracteriza por la sujeción como el mecanismo garante de la lealtad y
por ende en el periodo de la República se adscribe a la figura del patrón, adalid
identificado con el color rojo o azul del partido que recibe de él y mantiene aún a costa
de su vida como parte integrante de su identidad. El caciquismo de viejo cuño, mantiene
unas relaciones patronales propias de la hacienda decimonónica, atrasada y
precapitalista, que dominaba el escenario político ante la debilidad del naciente Estado.
125
Con la vinculación definitiva del país a la modernización, el clientelismo opera
mediante grupos de poder que aglutinan a los electores mediante prácticas fraudulentas,
como la compra de votos y la oferta de contratos, empleos o mejoras para sus barrios. El
fenómeno se ha constituido en una verdadera maquinaria política, alimentada por los
recursos del Estado y los medios de comunicación.
Las consecuencias de éste sistema perverso de la política colombiana, arrancan con
la debilidad permanente del Estado que recurre a prácticas autoritarias, bien desde la ley
o desde el aparato militar. Es importante recordar el artículo 121 de la constitución del
86 que declaraba el estado de sitio con el cual se gobernó prácticamente todo el siglo
XX y el Estatuto de Seguridad de los ochentas. El clientelismo ha impedido la
formación de la democracia a partir de una representación y los partidos políticos,
consolidados y formados por la amplia participación popular. Al contrario, la población
permanece al margen de las grandes decisiones políticas. Las aspiraciones democráticas
del pueblo son ahogadas con la represión o la exclusión y por ende el continuo
escenario de violencias que vive el país, característica permanente en la vida pública
colombiana. Son incontables los asesinatos de los líderes populares: José Antonio
Galán, Rafael Uribe, Jorge Eliecer Gaitán, Bernardo Jaramillo, Pardo Leal, José
Antequera, en fin toda una extensa lista de luchadores populares por la democracia que
el régimen clientelista se niega a aceptar.
Si bien se parte de la debilidad del Estado como el causante de la crisis por la que
hoy atraviesa la sociedad colombiana, en realidad es el clientelismo el mayor obstáculo
para alcanzar la presencia de las instituciones en todo el territorio. La corrupción se roba
los recursos destinados a las diferentes obras y a los servicios sociales como educación,
salud y vivienda. Dineros que van a parar a las arcas de los nuevos adalides de la
democracia. El problema sigue porque la cultura política del pueblo colombiano, está
cimentada sobre unos arquetipos de sujeción que premian la lealtad mediante la dadiva.
Al interior del clientelismo existe una estructura cultural, venida de las
representaciones míticas y religiosas, constituidas en arquetipos ideológicos, vigentes a
través de la larga duración histórica en las sociedades contemporáneas. Su adecuación a
las condiciones sociales y culturales, le nutren y consolidan como mecanismo de
sujeción eficaz en el manejo las relaciones patronales, gracias a la legitimidad otorgada
126
mediante la dominación. Con ellas, alcanza una práctica cotidiana la cultura política de
clientelas que operan como el soporte electoral, en países en proceso de formación del
sistema democrático.
El patronato político se constituye en un sistema de seguridad y de protección a los
peones que por su misma condición, se ven obligados a asistir al llamado de sus
protectores. Su ambigüedad moral y su perennidad histórica en las sociedades
subdesarrolladas, lo convierten en el actor fundamental de la política, gracias a un
peonaje cultural que le alienta como clientela electoral. El clientelismo se fortalece en
los siglos XIX y XX, principalmente en América Latina, impactada por la modernidad
sobre estructuras sociopolíticas y culturales con profunda herencia colonial. La
condición de países periféricos, obliga a la permanencia de sistemas agrarios con
predominio latifundista, acompañado del retraso industrial que conserva la cultura
política de lealtades, como el soporte del régimen liberal en el que la representación y la
dirección del Estado se consigue mediante el fraude electoral, la dádiva y la compra de
votos.
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