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EL CAMPO DE LA HISTORIOGRAFÍA Inducción Danna A. Levin Rojo Saúl Jerónimo Romero Miguel Ángel Hernández Fuentes Christian Sperling Edición Marzo 2015 Posgrado en Historiografía

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EL CAMPO DE LA HISTORIOGRAFÍA

Inducción

Danna A. Levin Rojo

Saúl Jerónimo Romero

Miguel Ángel Hernández Fuentes

Christian Sperling

Edición Marzo 2015

Posgrado en Historiografía

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CONTENIDO

Objetivos 3

Modos de uso 3

El campo de la historiografía 5

Tiempo histórico 13

Espacio histórico 22

Representación y narratividad 28

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OBJETIVOS

El aspirante comprenderá los conceptos básicos del análisis historiográfico.

El aspirante será capaz de reflexionar sobre su proyecto de investigación usando los conceptos

del análisis historiográfico.

MODOS DE USO

Esta inducción al campo de la historiografía tiene como finalidad que los aspirantes a ingresar al

Posgrado en Historiografía, tanto de maestría como de doctorado, se familiaricen con los conceptos y

nociones básicas de este tipo de análisis. Habrá aspirantes cuya formación previa les facilite la

comprensión de lo que aquí se sugiere, para ellos esto será un repaso que les permitirá recordar algunas

lecturas básicas.

Para aquellos aspirantes cuya formación académica previa no los haya introducido en estas

materias, esta inducción les será de gran utilidad, pues podrán reflexionar sobre algunas lecturas básicas

del campo de la historiografía, ejemplos también básicos y ejercicios tanto generales como particulares,

estos últimos relativos a su proyecto de investigación. Así, podrán disponer de una herramienta sencilla

que les permitirá reflexionar sobre el campo de la historiografía y confrontar sus propuestas de

investigación con el tipo de proyecto que se realiza en el posgrado.

INSTRUCCIONES

El 16 de marzo, a partir de las 08:00 hrs. am, el aspirante bajará el archivo de este curso.

El curso está diseñado para complementarse en cuatro semanas, una por cada uno de los

apartados, pero cada quien lo podrá llevar al ritmo que considere pertinente. El curso se cierra el

12 de abril a las 11:59 hrs. pm.

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Cada apartado tiene una breve introducción a la problemática, se sugieren lecturas básicas y dos

ejercicios, uno genérico relativo a los contenidos de la lectura y la introducción temática y otro,

relativo a la reflexión de la problemática tratada en su proyecto de investigación.

Durante las cuatro semanas que dura el curso, no habrá interacción con los profesores del

posgrado, esto es con la intención de que ante dudas los aspirantes sean capaces de allegarse la

información que les permita resolverlas.

Es muy importante confrontar el proyecto de investigación que se piensa entregar como

propuesta al posgrado con los contenidos de este curso, lo que les permitirá evaluar si su

propuesta está acorde con los ejes problemáticos y las líneas de investigación que se cultivan en

este posgrado.

El día 14 de abril a las 8:00 a.m., en la página web del posgrado,1 se abrirá un archivo con

las preguntas de la evaluación que los aspirantes deberán resolver y entregar.

La evaluación podrá enviarse hasta las 10:00 p.m. del mismo día, el 14 de abril, a la

siguiente dirección de correo electrónico: [email protected].

La evaluación impresa con fecha del 14 de abril deberá entregarse junto con la demás

documentación, tal como está establecido en la convocatoria, entre el 11 y el 20 de mayo, los días

que corresponden al apellido de cada aspirante.

1 http://posgradocsh.azc.uam.mx:8080/es/Historiografia/home

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EL CAMPO DE LA HISTORIOGRAFÍA

La historiografía, su nombre lo dice, se refiere en principio a la escritura de la historia, a la forma en que

el pasado se construye en un texto –o un conjunto de textos– cuya intención es re-presentar un acontecer

ya desaparecido. Si nos limitáramos a definir el concepto a partir de esta premisa etimológica

tendríamos únicamente tres significados posibles: a) el conjunto de obras escritas que tienen por tema el

recuento o estudio de fragmentos específicos del pasado; es decir, los textos que tratan sobre la

revolución francesa, la conquista de América o la Europa medieval, por poner algunos ejemplos; b) la

descripción, clasificación y estudio de las representaciones contenidas en esos textos, o dicho de otra

manera, el análisis de las interpretaciones que los diferentes autores hacen de los hechos que narran; c)

el estudio de las premisas teórico-metodológicas que se ponen en juego en la operación de reconstruir e

interpretar las acciones de los hombres en el pasado, lo que incluye cuestiones como el tipo de fuentes

que los historiadores utilizan para acceder a las realidades que investigan, los criterios que aplican en la

selección de los datos que incorporan en su reconstrucción historiográfica, o las nociones de verdad,

causa, voluntad o determinación y el papel que se les atribuye en los procesos de transformación de las

sociedades. Ciertamente, a partir de que la Historia se constituyó como disciplina a principios del siglo

XIX, y durante una buena parte del siglo XX, la historiografía se entendía precisamente de esta manera.

No obstante, en el último tercio de la centuria pasada comenzaron a añadirse nuevas reflexiones y

nuevas prácticas interdisciplinarias en la construcción del conocimiento que han dado mayor

complejidad y amplitud al concepto.

Más que una definición precisa y absoluta que marque linderos definitivos entre la historiografía y

otros ámbitos del saber, o que establezca reglas metodológicas inamovibles, aspiramos en esta breve

introducción a plantear los ingredientes centrales y las posibilidades de reflexión que articulan la

práctica historiográfica hoy en día. Para adentrarnos en este universo será preciso comenzar por

distinguir los dos componentes principales de eso que llamamos “historia”: por una parte, el ámbito de

la factualidad o de las cosas que ocurren en el mundo perceptible exterior al sujeto que las observa y las

concibe, y por otra el ámbito de la representación y la discursividad. Los historiadores han marcado esta

diferencia mediante un recurso gráfico, hablando de historia, con inicial minúscula para referirse a la

sucesión de acontecimientos que constituyen el pasado humano (guerras, sucesión de gobernantes,

formación y desarrollo de instituciones, migraciones, pestes, hambrunas, creaciones artísticas o

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desarrollos tecnológicas, etc.) y reservando la palabra Historia, con inicial mayúscula, para el

conocimiento o narración de dichos sucesos. Estos dos aspectos de la realidad no son ni podrían ser

iguales puesto que la gran mayoría de las cosas que ocurrieron en el pasado permanecen al margen del

relato; algunas porque son desconocidas y aun incognoscibles en tanto que no dejaron huellas que se

puedan recuperar en el presente, otras porque no se les ha considerado relevantes y permanecen entonces

fuera de la memoria activa o la curiosidad de quienes viven en tiempos posteriores y lugares distintos al

momento y sitio en el que sucedieron. Al respecto afirmaba Marc Bloch hace ya muchas décadas que

“en el inmenso tejido de los acontecimientos, de los gestos y de las palabras de que está compuesto el

destino de un grupo humano, el individuo no percibe jamás sino un pequeño rincón, estrechamente

limitado por sus sentidos y por su facultad de atención”.2 La Historia en su dimensión discursiva,

entonces, es siempre una selección del remanente accesible de los hechos del pasado, un relato

coherente que se construye en el presente a partir de los intereses, deseos y prejuicios de quien lo piensa

y elabora.

También podemos concebir esta distinción entre la realidad fáctica del pasado y su representación,

como lo hiciera Carlos Pereyra, en términos de la historia que se vive y la historia que se escribe, o bien

recurrir a un símil y decir que equivale a la diferencia entre la vida (las cosas que le ocurren a una

persona desde que nace hasta que muere) y la biografía (la narración que alguien hace de la vida de una

persona). Tenemos entonces que, mientras la “Historia” se puede describir como el estudio de la

“historia”, la historiografía se define, en un sentido primario, como el estudio, análisis y crítica de la

Historia.

Hasta aquí nuestra exposición ha puesto el énfasis sobre los hechos del pasado, ya sean vividos o

narrados. Sin embargo, la historia no se limita a la sucesión de acontecimiento que se hunde en un ayer,

más o menos lejano. Los individuos se organizan en sociedad para satisfacer sus necesidades y construir

mecanismos relacionales apropiados para la solución de problemas previsibles o la consecución de

metas comunes. En este sentido, la historia se proyecta también hacia el futuro y la experiencia tanto de

los individuos como de las sociedades se ancla en realidad en el presente, puesto que individuos y

sociedades existen en el tiempo y éste sólo puede experimentarse conforme la vida está ocurriendo; en

términos humanos todo lo demás es recuerdo, o anhelo.

Esta segunda dimensión de la historia, la del “estar siendo,” es el devenir. En él se resumen

presente, pasado y futuro como diferentes momentos de la existencia social y es allí hacia donde se

2 Marc Bloch, Introducción a la historia, México, Fondo de Cultura Económica, 1984 (Breviarios 64), p. 43.

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dirigen muchas de las reflexiones sobre el conocimiento histórico que constituyen materia

importantísima del análisis historiográfico. Devenir es transformación, proceso de cambio que apunta

hacia lo que todavía no es, mas puede llegar a ser, de tal manera que el pasado sólo cobra sentido desde

un presente proyectado hacia el futuro, precisamente porque las preguntas sobre la naturaleza del

devenir se refieren a la condición misma de la existencia. Así, una definición más completa, aunque no

absoluta, de la historiografía, es que se trata del estudio, clasificación y análisis de las múltiples formas

en que los seres humanos han entendido y representado su devenir, tanto como de los usos que

diferentes individuos, grupos sociales o instituciones han dado al conocimiento del acontecer humano y

las distintas maneras en las que éstos vinculan fragmentos específicos de pasado con el presente que

viven, y cómo los proyectan hacia el futuro que esperan, temen o desean.

CONSTRUCCIÓN Y ENUNCIACIÓN DEL DISCURSO HISTORIOGRÁFICO

Si, como señalamos en el apartado anterior, no todo lo que ocurre en el mundo se integra al acervo del

conocimiento histórico ¿de qué depende la criba?, ¿quién y cómo decide qué fenómenos y sucesos son

dignos de permanecer en la memoria de los pueblos y los individuos para conformar la materia de los

relatos históricos?, ¿o acaso la “muestra” de acontecimientos, costumbres y prácticas que consignan

dichos relatos es el resultado fortuito de la casualidad?

Lo primero que debemos considerar es que el conocimiento histórico se refiere a la vida social del

hombre, al devenir de colectividades, o de los individuos en tanto miembros de un grupo organizado, o

al menos articulado por vínculos y circunstancias que trascienden la mera individualidad. En segundo

lugar, es preciso reconocer que todo discurso historiográfico se formula en un presente específico y por

lo tanto sólo se convierten en Historia aquellos fenómenos que resultan relevantes en un tiempo y un

espacio determinados para orientar las acciones y configurar las relaciones que los hombres establecen

entre sí y con su entorno material. En tercer lugar, debemos recordar que en todo momento, pasado o

presente, las colectividades están conformadas por una multiplicidad de individuos con experiencias e

intereses diversos que se derivan de la posición relativa que cada uno ocupa en el todo social, de tal

manera que lo que unos consideran importante para otros resulta irrelevante. Podemos entonces decir

que los hechos independientes de la opinión o la interpretación no existen, pues desde el instante en que

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ocurren tienen un significado distinto para cada uno de sus actores y también lo tendrán posteriormente

para quienes intentan reconstruirlos. Así, más que descubrir la concatenación objetiva de los hechos, el

relato historiográfico establece relaciones entre ellos dándoles sentido; hacer Historia implica elegir de

la masa caótica de los vestigios que deja el pasado algunos eventos para incorporarlos en una

representación discursiva que sólo se puede organizar desde una perspectiva particular.

Volviendo entonces a las preguntas planteadas al inicio de este apartado, responderemos que son

los sujetos quienes deciden lo que es digno de ser historiado; es decir, individuos concretos que actúan

en el mundo y lo observan desde un lugar social específico. Diremos también que su selección depende

primordialmente de factores políticos o culturales que condicionan su capacidad de percibir y su

voluntad de formular y trasmitir una representación del pasado y el devenir. Al respecto señalaba

Hannah Arendt que los hechos resultan de las acciones de hombres y mujeres que viven y actúan juntos,

y por lo tanto constituyen la materia de lo político,3 ese espacio social donde se dirimen los deseos,

derechos y obligaciones de los individuos que comparten un tiempo y un lugar en el mundo; es decir, el

espacio relacional del interés común y el bienestar general. De allí que la Historia, como conocimiento,

y la política, como ejercicio del poder desde una posición hegemónica, o un lugar de contestación o

rebeldía, vayan frecuentemente de la mano. En efecto, si el pasado nos interesa en tanto es relevante

para construir un futuro colectivo, más próximo o más lejano, o para posicionarnos en el presente, nos

serviremos de él para dar legitimidad a nuestras acciones, justificar un orden social y económico

particular, o rescatar elementos que nos permitan valorar la justicia, eficacia y pertinencia de los

ordenamientos bajo los cuales vivimos. Añadiremos a estas consideraciones la importancia que tiene la

cultura para definir la subjetividad de los individuos, y por lo tanto su papel fundamental como criba de

las construcciones historiográficas, entendiendo por cultura la suma de herramientas cognitivas,

lingüísticas, simbólicas, y práctico-instrumentales que una población particular desarrolla y utiliza para

sobrevivir y reproducirse. Estas herramientas, cabe aclarar, se articulan de manera sistemática en

patrones de conducta, esquemas filosóficos, prácticas rituales, sistemas de parentesco, artefactos

materiales y técnicas para la apropiación y generación de recursos, por mencionar tan sólo algunos

ejemplos.

Precisamente porque el conocimiento de la historia se sitúa en el terreno subjetivo de lo político y

lo cultural, la verdad histórica es de naturaleza relativa, aun cuando siempre ha sido una preocupación

3 Hannah Arendt, “Truth and Politics,” en The Portable Hannah Arendt, Nueva York, Penguin Books, 2003, p.

548.

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central de los historiadores. Hay desde luego una distancia innegable entre la ficción y el conocimiento

histórico, pues a diferencia de otros relatos, las narraciones históricas fincan su valor en la

correspondencia que aspiran guardar con las acciones pasadas y verificables. Por ello, a pesar de que

nuestra contemplación del pasado es necesariamente parcial e indirecta y depende de los rastros que

dejaron aquellas personas que lo vivieron en la forma de testimonios y otros registros, escritos u orales,

o bien en las marcas y restos materiales que su paso por el mundo inscribió en el paisaje y la geografía,

los practicantes de la disciplina han fijado una serie de normas y métodos orientados a garantizar una

base empírica mínima sobre la cual asentar la interpretación. En qué consiste esta base mínima y cuáles

son los recursos interpretativos aceptables, son cuestiones ciertamente sujetas a la historicidad,

transformándose continuamente al igual que los conceptos y las condiciones de observación y

enunciación.

Desde mediados del siglo XX la confianza cientificista en la posibilidad de recuperar

objetivamente el pasado y conocer los acontecimientos tal como sucedieron comenzó a perder terreno

frente a la convicción de que la Historia es una fabricación producto de un lugar de observación y

enunciación particular (entre otras cosas la cultura, clase social, posición económica, formación

educativa, postura político-ideológica del sujeto que formula el relato historiográfico) y de una práctica

discursiva específica. El método científico, desarrollado en los albores del siglo XIX, postulaba una

relación distante entre sujeto y objeto, concibiendo al historiador como el sujeto imparcial que conoce, y

al pasado oculto en los archivos como el objeto en espera de ser descubierto. Sobre la base de este

paradigma de raigambre cartesiana se levantó el edificio de la Historia “científica”. Poco a poco

conforme avanzó el siglo XX y otras disciplinas empezaron a enfocar sus reflexiones sobre algunos

aspectos del pasado, los estudiosos advirtieron los límites y contradicciones de los métodos empleados

por la historia científica decimonónica. Autores como Hans-Georg Gadamer, Reinhart Koselleck,

Michel Foucault y Michel de Certeau señalaron la imposibilidad de acceder a la realidad pasada de una

manera total y objetiva, en razón de que el historiador no puede desprenderse de su propia historicidad.

Señalaron también que los vestigios históricos no son el pasado en sí sino textos culturales producidos

dentro de un espacio temporal. Los utensilios, mapas, fotografías, cartas y libros de cuentas son

instrumentos que se inscriben en una práctica y están construidos a partir de postulados y necesidades

específicos, al igual que las obras históricas y las crónicas. Por esta razón no son una ruta de acceso a los

hechos mismos, aunque sí nos remiten a la sociedad que los produjo, especialmente a lo que, retomando

las reflexiones de Michel de Certeau podemos llamar el lugar social de su producción, entendido como

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la institución del saber, o en una acepción más amplia, el marco político, social y económico que

demanda y hace posible la fabricación de un objeto, el desarrollo de una tecnología, la creación de una

representación visual o la formulación de un discurso.

En lo que llevamos dicho hasta aquí, la noción de discurso histórico se limita a lo que se expresa

en palabras, y particularmente, la palabra escrita. No obstante, el pasado encarna, se actualiza en el

presente de muchas maneras a través de representaciones que incluyen formatos y expresiones ajenos al

ámbito de la textualidad. El cine, la pintura y la fotografía; los monumentos, la arquitectura y el diseño

de los espacios públicos, el ceremonial cívico o aun religioso y su parafernalia, entre otras cosas, pueden

también reflejar visiones particulares de la historia. El hecho, por ejemplo, de que la arquitectura de los

edificios y monumentos políticamente representativos en el distrito central de Washington D. C. sea de

estilo neoclásico nos habla de una forma de entender tanto la historia de los Estados Unidos de América

como la de Roma y puede someterse a una lectura historiográfica que no será la historia misma de la

ciudad, ni del país en el que se sitúa, sino el análisis del discurso, de las conexiones entre pasado,

presente y futuro que un conjunto de individuos e instituciones quisieron demostrar a la sociedad en un

momento específico y con un propósito particular.

LOS POSIBLES OBJETOS DEL ANÁLISIS HISTORIOGRÁFICO

Para concluir esta introducción diremos que la tarea de la historiografía no es averiguar o descubrir los

hechos pasados, reconstruir secuencias concretas de acontecimientos ni explicar cuáles fueron sus

causas y sus efectos sino analizar la práctica de esa reconstrucción y las premisas que sustentan esas

explicaciones. Su materia de estudio son los diferentes medios a través de los cuales se estructura,

expresa y trasmite la representación del pasado y el devenir así como las funciones que los relatos y las

explicaciones del acontecer humano cumplen en el presente. A ella concierne reflexionar qué tipo de

verdad construye el discurso histórico, con qué objetivos y a través de qué mecanismos. Los objetos de

estudio de la historiografía pueden ser múltiples: crónicas, libros de historia y literatura, publicaciones

periódicas, campañas publicitarias y en general, textos relativos a una gran diversidad de parcelas de la

realidad; también las obras de arte, los edificios y espacios urbanos, los monumentos y museos, las

fiestas patrias y conmemoraciones de diversa índole, o los conceptos mismos con los que los seres

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humanos categorizan y aprehenden la realidad. En resumidas cuentas, lo que otorga su especificidad a la

práctica historiográfica es que se enfoca en los discursos y las representaciones de la existencia social en

su historicidad.

Como hemos podido constatar, la definición de la historiografía como disciplina ha sido y es

controvertida, sobre todo en las últimas décadas. Desde una perspectiva más tradicional, los últimos

temas aquí enumerados pertenecen a otros campos del saber, particularmente la crítica literaria, la

antropología, la historia de la cultura o los estudios culturales. No negamos que, en alguna medida, esto

sea así, pero consideramos que la historiografía en la actualidad debe ser una práctica transdisciplinaria

cuyos análisis y reflexiones pongan el acento en la historicidad de los fenómenos sobre los que vuelca su

atención y el vínculo que éstos tienen con la triada pasado-presente-futuro. En los siguientes módulos de

este cuaderno discutiremos tres ejes temáticos que articulan todo análisis historiográfico: el tiempo, el

espacio y la narratividad.

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Lecturas

Carbonell, Charles Oliver. “Cristiandad e Historia, la leyenda de los siglos oscuros”, en La

historiografía, México, Fondo de Cultura Económica, 1981 (Breviarios 353), pp. 47-58.

Jerónimo, Saúl y María Luna Argudín. “El objeto de estudio de la historiografía crítica”, en Martha

Ortega Soto y Carmen Imelda Valdez Vega, Memoria del coloquio Objetos del

Conocimiento en Ciencias Humanas, México, Universidad Autónoma Metropolitana-

Azcapotzalco, 2001, pp. 165-186.

Rico Moreno, Javier. “Análisis y crítica en la historiografía”, en Rosa Camelo y Miguel Pastrana Flores

(editores), La experiencia historiográfica. VIII Coloquio de Análisis Historiográfico,

México, UNAM, 2009, pp. 199-212.

Bibliografía complementaria

Dos Santos, Eduardo Natalino. “Los ciclos calendáricos mesoamericanos en los escritos nahuas y

castellanos del siglo XVI: de la función estructural al papel temático”, en Danna Levin y

Federico Navarrete (coords.), Indios, mestizos y españoles. Interculturalidad e historiografía

en la Nueva España, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, Instituto

de Investigaciones Históricas-UNAM, 2007, pp. 225-262.

Levin Rojo, Danna. “La historia inscrita en una danza: los matachines, mapa del cosmos y la memoria”.

En Mariana Masera Cerutti, coord., Mapas del cielo y la tierra. Espacio y territorio en la palabra oral. México, Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM, 2014.

Preguntas para reflexionar las lecturas

¿Qué tipo de fenómeno es susceptible de análisis historiográfico y qué clase de preguntas son propias de

este campo de investigación?

¿Qué podríamos entender por lugar social de enunciación?

¿En qué sentido el proyecto de investigación que desea desarrollar en este posgrado es un objeto de

estudio historiográfico adecuado?

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TIEMPO HISTÓRICO

Tanto en la investigación de las ciencias sociales como de las humanidades —e incluso en la vida

cotidiana— el tiempo aparece, en primera instancia como un vector que sirve para ubicar diversos tipos

de acontecimientos, algunos de carácter recurrente, otros esporádicos o extraordinarios, a lo largo de una

línea cronológica. Los eventos más significativos, los que inciden en el carácter y en el curso de otros, y

así marcan el ritmo de la vida de individuos y colectividades, ocupan un lugar más importante en la línea

cronológica, de manera tal que, a partir de ellos, es posible establecer cortes temporales para ordenar el

conocimiento sobre el pasado, estableciendo épocas o periodos. El tiempo sirve, pues, como un criterio

de organización del conocimiento sobre el pasado. Pero es interesante advertir que el tiempo también se

puede estudiar desde otro enfoque: atendiendo a la manera en la que se ha experimentado, percibido y

pensado en situaciones históricas concretas, y observando cómo estas experiencias producen efectos

diversos sobre el presente.

A continuación revisaremos dos líneas problemáticas sobre el tiempo desde el enfoque de análisis

historiográfico. La primera se refiere a la construcción de periodizaciones con las que se ordena el

conocimiento sobre el pasado. Veremos cómo la búsqueda de periodizaciones es una operación que, al

efectuarse desde el presente, siempre tiene un carácter convencional; es decir, los criterios de

organización cronológica del pasado se modifican a la par que las interpretaciones que se hacen sobre él.

La segunda es el estudio de las experiencias de temporalidad, una temática que se ha abordado con

entusiasmo en la reflexión historiográfica en años recientes, y que se refiere al modo en el que

individuos y colectividades se vinculan con el pasado y con el futuro. Las relaciones con la temporalidad

cambian constantemente, son fenómenos históricos que se deben ubicar en lugares y momentos precisos;

tienen un interés particular para la investigación historiográfica, pues se relacionan con la formación de

identidades y con el carácter que adquieren los relatos históricos.

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LA CONSTRUCCIÓN DE PERIODIZACIONES PARA ORDENAR EL CONOCIMIENTO SOBRE EL PASADO

La comprensión de cambios y continuidades en los procesos históricos requiere de indicadores que

marquen los límites temporales de experiencias específicas. Desde la antigüedad las sociedades

produjeron delimitaciones temporales en razón del carácter dominante que encontraban en un lapso

temporal determinado. Tales delimitaciones se fundaban en la consideración de lo que había sido

peculiar, distintivo y predominante en un espacio geográfico dado a lo largo de cierto tiempo. En otras

palabras, creaban periodizaciones para ordenar la memoria de épocas pasadas, calificaban en términos

temporales la secuencia de eventos sociales que antecedían a su presente. Usualmente estas

periodizaciones se basaban en referentes del orden político: el tiempo durante el cual gobernó algún

monarca particular, la época en la cual ocupó el poder un linaje o dinastía, la era de dominio de algún

imperio sobre otras naciones, o los periodos marcados por grandes guerras. Producidas desde el marco

de los poderes estatales, estas periodizaciones representaban formas de ordenar el conocimiento del

pasado desde las perspectivas, necesidades e intereses del presente. Con ellas, se dotaba de significado a

una serie de eventos reportados en cierto lapso de tiempo, de acuerdo al sentido que se otorgaba al

presente desde el cual se postulaban tales clasificaciones temporales. Es importante señalar su carácter

cambiante, pues la postulación de cortes cronológicos depende de la interpretación que se haga de los

procesos políticos y sociales del pasado, materia siempre sujeta a la reinterpretación. Cabría decir que

ninguna periodización es o será objetiva, natural o transparente, sino que obedece a las subjetividades de

aquellos que las formulan.

Buscar temporalidades significa entonces, como lo ha explicado Krzysztof Pomian, “hallar las

singularidades de estos procesos”, distinguir y definir ciclos, fases, épocas.4 Con el desarrollo de los

espacios académicos y la irrupción de la modernidad se postularon nuevas formas de sistematizar el

conocimiento del pasado a partir de nuevos marcos interpretativos. Entre los siglos XVIII y XIX, el

pensamiento histórico producido en universidades e instituciones académicas, generó inquietudes y

criterios inéditos para ordenar el pasado. Una de las novedades más significativas consistió en postular

periodizaciones que abarcaran las experiencias históricas no de una sola nación —como era lo común

hasta entonces— sino de conjuntos de naciones enteras. La conocida periodización que divide la historia

4 Krzysztof Pomian,“Temporalidad histórica/Tiempo”, en Jacques Le Goff, Roger Chartier y Jacques Revel, La

nueva historia, Bilbao, Ediciones Mensajero, 1987, p. 591.

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occidental en las edades antigua, media y moderna parte de esta nueva búsqueda de los elementos

comunes en los procesos históricos de diversas naciones. Incluso este esquema cronológico dictado

desde la modernidad europea adquirió pretensiones más amplias, cuando quiso insertar la experiencia de

todas las naciones del orbe en su propio cartabón. Surgió así la noción de una historia universal que

presuponía que las sociedades de todos los continentes atravesarían por procesos similares. Como quedó

de manifiesto posteriormente, cuando esta interpretación del devenir histórico universal fue sometida a

crítica, con ella se estaba proyectando la experiencia particular del occidente europeo sobre el resto de

las experiencias históricas de naciones y continentes enteros.

Con la institucionalización académica de las diversas disciplinas sociales y humanas —entre ellas

la historia— se elaboraron nuevos sistemas de periodización sobre el pasado, ya fuera de naciones

particulares, de regiones o incluso del proceso histórico universal. Sus criterios de elaboración aspiraban

al ideal de objetividad dentro de los paradigmas de cientificidad imperantes durante la segunda mitad del

siglo XIX y los comienzos del XX. De acuerdo con éstos, el conocimiento crítico y sistemático del

pasado permitía encontrar lo singular y característico de los diversos procesos históricos para así

seccionarlos en épocas, periodos y eras dentro de un sistema general que daba cuenta de la evolución

social. La periodización tripartita postulada por el positivismo comtiano (que divide el proceso histórico

en los estadios teológico, metafísico y positivo) así como la periodización del materialismo histórico

basada en modos de producción son algunos de los ejemplos más característicos de interpretaciones del

devenir social que asignaban un sentido único y universal a las experiencias históricas de la humanidad.

Enlazaban el sentido de las diversas fases del pasado con el presente y con el futuro, permitiendo

vislumbrar las condiciones de realización del desarrollo humano en el porvenir. Conceptos como los de

revolución, progreso, desarrollo, civilización orientaban estas concepciones sobre el tiempo histórico,

asumiendo que los diversos procesos sociales en todo el orbe marcharían por el camino de condiciones

de perfectibilidad y de mejora en todos los terrenos. Se había asignado un sentido claro y definido a la

historia que además parecía contar con fundamentos científicos y objetivos.

No obstante, ya desde esta época, a la luz de las recurrentes crisis sociales, conflagraciones

internacionales y de las mismas evidencias de contradicción y crisis que mostraba la modernidad, se

desarrollaron perspectivas críticas con respecto a los ideales de progreso y civilización. Desde Friedrich

W. Nietzsche hasta Paul Valéry, pasando por Oswald Spengler, filósofos y académicos en general

encontraron que la idea de perfectibilidad social entendida procesualmente, como destino de la

humanidad, tenía fundamentos poco sólidos. Tendría que dejarse de lado la perspectiva lineal y

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progresiva de la temporalidad para comenzar a pensar en tiempos parciales, fragmentados, carentes de

una direccionalidad definida. Así, quedaba la puerta abierta para formular nuevas periodizaciones, o

mejor aún, nuevas formas de periodizar, de pensar las relaciones entre diversos procesos y

acontecimientos registrados a lo largo del tiempo, de interpretar y asignar sentido a lapsos del pasado.

En el seno de la historia académica se respondió a dicha demanda de manera entusiasta. Como

consecuencia de la diversificación de las parcelas de la investigación histórica (por ejemplo, se

consolidaron los terrenos de la historia social, historia económica, historia de las mentalidades, entre

otras), se hizo necesario pensar en el tiempo específico de cada uno de los procesos estudiados en ellas.

El tiempo de lo social podría o no coincidir, con el tiempo económico, o con el tiempo político; todo

dependería de los resultados de las nuevas investigaciones. El paradigma de la historia problema de la

Escuela de Annales permitía pensar, por tanto, el tiempo y el asunto de las periodizaciones en forma

problemática, permitía preguntar por los ritmos de cambio y continuidad en escalas particulares. El

tiempo social podría variar de una región a otra dentro de un mismo país; podrían registrarse grandes

adelantos económicos en un lugar y tiempo determinado, pero no por ello evolucionaría su sistema

político, por mencionar algunas de las complejidades que quedaron al descubierto gracias a este nuevo

enfoque.

La investigación histórica asumió la existencia de múltiples procesos sociales que pasaban a través

de los mismos lugares y épocas, y confirmó que cada uno de ellos contaba con su respectiva

temporalidad. Esto significa que en la historia de un mismo país o región —dependiendo de la escala de

análisis—, se observan múltiples temporalidades: tiempos superpuestos, imbricados, a veces desfasados.

Aparecía entonces la noción de pluralidad del tiempo social, y junto a ella, el desafío de construir

nuevas categorías de análisis para comprenderla. Uno de los modelos de análisis producidos dentro de la

tradición historiográfica de la Escuela de Annales, el modelo de la triple temporalidad de Fernand

Braudel, estuvo dirigido, precisamente a la comprensión de la complejidad del tiempo social.

A modo de cierre de este apartado, podemos mencionar algunas premisas que sirvan para orientar

nuestra reflexión sobre la periodización como un modo de ordenamiento del conocimiento sobre el

pasado: en primer término, considerar que los diversos tipos de periodizaciones son construcciones

analíticas elaboradas desde la perspectiva del presente en el que se producen y por lo tanto pesan sobre

ellas necesidades políticas, sociales, cognitivas. Por otra parte, tener en cuenta que dichos esquemas se

elaboran a partir de interpretaciones particulares, pues asignan un sentido a los procesos sociales a partir

del cual se desprenden criterios para hacer marcas o cortes temporales sobre el mismo proceso histórico

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(épocas, periodos, subperiodos, eras, etapas). De tal forma podemos darnos cuenta del carácter

convencional de las periodizaciones: ninguna de ellas refleja una verdad evidente ni absoluta, sino que

se fundan en interpretaciones particulares del pasado, que pueden adquirir validez durante determinado

tiempo a partir de la vigencia de los principios analíticos en que estén fundadas. En otros términos, las

mismas periodizaciones son productos históricos que cumplen con ciertas funciones sociales, pero que

pueden ser sometidas a discusión y ser sustituidas por otras. Finalmente, dentro de la investigación

histórica destaca el concepto de pluralidad del tiempo social, que convierte la temporalidad de cada

proceso social particular en un problema de estudio, en un campo para la investigación y el análisis.

LAS EXPERIENCIAS TEMPORALES COMO PROBLEMA DE REFLEXIÓN HISTORIOGRÁFICA

En el apartado anterior se discutió sobre las diversas operaciones que se realizan para establecer la

temporalidad particular de los procesos históricos. Son operaciones de clasificación del tiempo social en

las que el investigador toma como objeto de estudio los procesos sociales “desde afuera”. Como observó

Michel de Certeau, el tiempo ha servido a los investigadores como criterio de clasificación, como una

herramienta para fijar “taxonomías” sobre los diversos procesos del pasado. Pero, más allá de estos

problemas, la reflexión historiográfica generó nuevos cuestionamientos que dirigieron la atención hacia

una nueva problemática: ¿cómo eran las relaciones de los sujetos de otras épocas con la temporalidad?,

¿cómo percibían la relación del presente desde el cual actuaban con su pasado y con su futuro? En

algunas tradiciones filosóficas como la fenomenología y la hermenéutica, ya se habían abordado estos

problemas fijando algunas definiciones que sirvieron de punto de partida para la reflexión

historiográfica. El pasado se actualiza en el presente en distintas formas: como memoria social o en las

diferentes formas del discurso historiográfico; cuando el futuro opera en el presente lo hace como

proyecciones, anhelos o expectativas. Lo más importante de estas constataciones es que tanto el pasado

como el futuro, al entrar en la conciencia de los individuos en el tiempo presente, producen efectos que

son socialmente compartidos: generan interpretaciones sobre el lugar que cada quien ocupa en el

proceso histórico, contribuyen a delinear identidades (locales, nacionales, sociales). Así, la forma de

vincular el pasado y el futuro desde el presente, genera una determinada conciencia sobre la

temporalidad, una forma de experimentar el tiempo histórico.

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A partir de la reflexión hermenéutica de Hans-Georg Gadamer, el historiador alemán Reinhart

Koselleck formuló un modelo de estudio sobre las relaciones que, a lo largo de la historia, han

establecido las sociedades con la temporalidad, basado en las categorías de análisis espacio de

experiencia y horizonte de expectativa. La primera se refiere a todas aquellas experiencias pasadas que

las colectividades sociales recuperan y reúnen para usarlas como orientaciones que dirijan la acción,

bajo el entendido de que se pueden repetir o reactualizar; así, esta categoría representa la presencia del

pasado en el presente. La segunda se refiere al modo en el que las sociedades contemplan el porvenir,

los cálculos, deseos y aspiraciones que se piensan posibles; se trata del futuro hecho presencia en el

presente. Cabe añadir que la relación entre espacio de experiencia y horizonte de expectativa es

cambiante, se modifica con el paso de tiempo y puede variar de un lugar a otro. Reinhart Koselleck

propone un ejemplo que nos permite entender con claridad estas ideas. Los individuos del mundo rural

europeo del siglo XVIII asumían que sus vidas serían, en lo fundamental, iguales a las de sus padres y

ancestros; no encontraban mayor diferencia entre unas y otras, se concebían como experiencias de un

mismo ciclo vital por el que se tenía que pasar de manera natural. Por tanto, las experiencias pasadas de

los ancestros tenían un carácter orientador para la vida de las nuevas generaciones. En cuanto al futuro,

no se vislumbraban mayores cambios ni modificaciones, se pensaba como una continua reactualización

de las mismas condiciones de existencia; no se veía relacionado con esperanzas de cambio o de

transformación. En estas sociedades que nos refiere Koselleck, el pasado tiene una actualidad evidente

en el presente; es decir, el presente encuentra una fuerte identificación con el espacio de experiencia.

Por el contrario, el horizonte de expectativas es estrecho: tanto su presencia como su capacidad de

producir efectos sobre el presente son limitadas. En términos del modelo de temporalidad de Koselleck,

diríamos que en este tipo de sociedades, la coordinación entre espacio de experiencia y horizonte de

expectativa está cargada hacia el primero de los términos. Y tal es el caso, en general, de las sociedades

identificadas como “tradicionales”.

La relación entre temporalidades tiende a articularse de manera distinta en las sociedades urbanas

e industriales en las que predomina una experiencia de temporalidad moderna. Pensemos en las rupturas

generacionales que se han presentado continuamente en las sociedades occidentales de los siglos XIX y

XX. Los individuos encuentran que sus condiciones de vida son cualitativamente distintas a las que

tuvieron sus padres y ancestros. Las experiencias de éstos pierden, en proporciones variables, la

capacidad de orientación para el presente, pues éste se percibe como una experiencia inédita y quizás

mejor, en varios sentidos, que el pasado. En términos del modelo que venimos explicando, el espacio de

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experiencia se aleja del presente. La modernidad tiene, por otra parte, un elemento característico: la

creencia de que los procesos sociales están orientados a lo largo del tiempo hacia condiciones de

perfectibilidad y de mejora. Tal es la idea moderna del progreso. Con ella existe una tendencia a

ensanchar el horizonte de expectativas. La creencia en un mundo mejor que alcanzaría su realización en

el futuro y por el cual hay que trabajar en el presente estuvo en la base de las filosofías de la historia del

siglo XIX, así como en las doctrinas políticas que fundamentaron tanto a los regímenes socialistas como

a las democracias liberales durante el siglo XX. Así, en las sociedades modernas la coordinación entre

espacio de experiencia y horizonte de expectativa se inclina hacia el segundo de los términos.

El modelo de Koselleck nos sirve como punto de partida para reflexionar sobre las diversas

maneras que se producen social e históricamente para relacionarse con el tiempo, para experimentar el

tiempo. Individuos y colectividades dirigen sus vidas mediante distintas formas de concebir la

temporalidad: mediante operaciones deliberadas o inconscientes, seleccionan algunos aspectos del

pasado y desechan otros para que actúen en el presente. Lo mismo se puede decir con respecto al

tratamiento que se le da al futuro: en algunos casos puede encontrarse en el centro de ciertas

preocupaciones sociales, por ejemplo, en planes y programas políticos, mientras que en otros puede

significar una preocupación de segundo orden; podrá concebirse de manera alentadora o con pesimismo.

Como hemos visto hasta aquí, las formas de experimentar la temporalidad forman parte de los elementos

característicos de cada época histórica, que a grandes rasgos, y simplificando bastante, se han

caracterizado como sociedades premodernas y modernas. Queda por preguntarse cómo son las

relaciones con la temporalidad que imperan en la actualidad, en nuestro presente histórico. Es una

cuestión difícil de responder, pues se advierte una diversidad de experiencias y actitudes que se registran

en diversas partes: posturas de desencanto ante la modernidad y la pérdida de fe en el progreso coexisten

con otras tantas que parecieran preservar las certidumbres de la modernidad. Así, el historiador francés

François Hartog se pregunta: “¿estamos ante un pasado olvidado o más bien ante un pasado recordado

en demasía?, ¿ante un futuro que prácticamente ha desaparecido en el horizonte o ante un porvenir más

bien amenazador?”5

Ya que hemos establecido que las relaciones con la temporalidad son productos históricos, sujetos

a una especificidad espacio-temporal, y que la manera en que se coordinan experiencias y expectativas

es variable, ahora veremos cómo inciden sobre la formación del sentido histórico. Tomaremos como

5 François Hartog, “Órdenes del tiempo, regímenes de historicidad”, en Historia y Grafía, núm. 21, 2003, p. 98.

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ejemplo dos terrenos: la formación de identidades y la escritura de relatos históricos, dos terrenos

fundamentales en el análisis historiográfico.

Las identidades colectivas se delinean mediante relaciones de identificación entre los miembros de

un mismo grupo que comparten un conjunto de referentes que los vinculan entre sí (adscripciones

nacionales, étnicas, culturales o de clase), y relaciones de exclusión u oposición con respecto a los

miembros de otros grupos. Uno de los elementos aglutinadores es la conciencia de pertenencia a un

mismo proceso histórico; la certeza que se forma entre los individuos de contar con un pasado común,

así como con determinadas metas y anhelos colocados en el porvenir, por los que se tiene que trabajar

colectivamente. Se es parte, así, de una tradición (que incluso puede ser en cierta medida inventada,

como lo ha demostrado Eric Hobsbawm) y de un proyecto de futuro. Los individuos que comparten una

misma identidad comparten una interpretación de la historia; ésta los sitúa en un presente cuyo

significado se revela a través de la tensión entre pasado y futuro: de dónde se procede y a dónde se

quiere arribar.

La escritura de la historia también se construye a partir de determinadas articulaciones con la

temporalidad. Como lo expresa Hartog: “según las relaciones respectivas del presente, del pasado y del

futuro, ciertos tipos de historias son factibles y otros no”.6 Podríamos decir que en los regímenes de

temporalidad en los que el presente se encuentra vinculado, de manera predominante, con el espacio de

experiencia, es más factible que se escriban relatos históricos en los que la continuidad ordena el sentido

de los acontecimientos. En cambio, bajo una experiencia de temporalidad en la que se incrementa la

distancia del presente con el espacio de experiencia, nociones como las de ruptura con el pasado,

cambio, transformación o evolución darán sentido a la secuencia de hechos y acciones que se configuran

dentro del relato histórico.

6 Ibid., p. 101.

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Primera actividad

Comente la introducción de Historia del Siglo XX de Eric Hobsbawm, señalando los criterios que

fundamentan la periodización propuesta por el autor.

Lectura

Braudel, Fernand. “La larga duración”, en La Historia y las Ciencias Sociales, Madrid, Alianza

Editorial, 2002, pp. 60-106.

Segunda actividad

Reflexione qué tipo de relaciones de temporalidad se hallan inscritas en su tema de investigación y qué

aspectos de éste pueden comprenderse mejor al descubrirlas.

Lecturas

Koselleck, Reinhart. “‘Espacio de experiencia’ y ‘Horizonte de expectativa’, dos categorías históricas”,

en Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Ediciones

Paidós, 1993, pp. 333-357.

Hartog, François. “Órdenes del tiempo, regímenes de historicidad”, en Historia y Grafía, núm. 21, 2003,

pp. 73-102.

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ESPACIO HISTÓRICO

Toda acción humana ocurre en el tiempo y el espacio; por tanto, su comprensión y registro debe

ordenarse entre esas dos coordenadas. Ambas son componentes del discurso histórico (recuérdese

introducción y véase sección sobre narración y representación), que de manera genérica podemos decir

que es una forma narrativa de representar el pasado.

Situarse en el espacio es un acto físico, simbólico e identitario. El observador que traza las

coordenadas en las que está situado lo hace usando sus valores, su compresión del mundo y del lugar

que ocupa con respecto a otros. Dicho de manera sintética:

Toda acción humana tiene que suceder o realizarse en un espacio que necesita coordenadas: la posibilidad de orientación. Es decir, el espacio sería, en primer lugar, un problema de ubicación y

orientación: se requieren demarcaciones, direcciones, ángulos, dimensiones, horizontes. Sin

embargo, ninguna de estas coordenadas tiene significado alguno sino a partir de un observador que lo establece y que ocupa un lugar concreto, tiene punto de vista, sentido de distancia, se puede mover

desplazar, enfocar algunos objetos y excluir otros. En este sentido, el espacio es en primer lugar, una

visión del mundo, además de una realidad y, finalmente también es un ente abstracto.7

Esta noción general se complejiza, debido a que no hay un solo observador y los puntos de orientación

cambian en el tiempo; por lo tanto, el espacio no puede darse como un dato, o un lugar en el que ocurren

cosas y que estas permanecen en el tiempo; sino como algo que se ve, se percibe e identifica de manera

distinta según se observe o se enfoque. Las relaciones de poder también son relevantes, no es lo mismo

ser parte de un imperio como una zona conquistada, a ser la metrópoli. Un ejemplo es el eurocentrismo

que en los discursos occidentales se utiliza para ubicar las referencias geográficas, se sigue usando

oriente y occidente como si estuviéramos en Europa Central, lo que resulta fuera de lugar para los

habitantes del continente americano.

Los festejos en 2010 del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución

mexicana son propicios para profundizar sobre la idea de espacio histórico. En ambas coyunturas hubo

procesos de reconstitución, de conceptualización y apropiación del espacio.

7 Silvia Pappe, Historiografía crítica. Una reflexión teórica, México, UAM-A, 2001, pp. 39-40.

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Edmundo O’Gorman llamaba esencialismo a la tendencia de la historiografía mexicana a referirse

a México y a los mexicanos como si estos hubieran existido desde el principio de los tiempos,8 cuando

es sabido que la nación mexicana es de reciente formación, menos de doscientos años. Por ejemplo, en

los festejos oficiales de 2010 se utilizó el eslogan publicitario “Doscientos años de ser orgullosamente

mexicanos” lo cual es a todas luces inexacto; pues aun cuando admitamos que el inicio de la lucha de

independencia encabezada por Miguel Hidalgo y Costilla fuera el origen de nuestra identidad como

mexicanos, no obstante hay que reconocer que pasaron muchos años más para constituir la nación

mexicana y por tanto, que sus habitantes fueran llamados mexicanos y que todos los habitantes de este

territorio se consideraran a sí mismos mexicanos. Así es posible decir que en estricto sentido es una

frase publicitaria y que los historiadores no la pueden usar sin reflexionar o estar conscientes que es un

anacronismo.

En una rápida revisión veremos la diferentes reconfiguraciones del espacio en la historiografía: en

el siglo XVIII antes de la invasión napoleónica a España, toda la América hispana era parte del imperio

español, la lealtad de sus habitantes estaba dirigida a la Corona y el territorio era visto como una unidad

que debía integrarse y ordenarse de acuerdo a los intereses del monarca español. Por ejemplo, las

llamadas reformas borbónicas estuvieron planteadas desde una lógica que pretendía hacer rentables

todos los espacios del imperio, ordenar el espacio en unidades administrativas y cuidar el reino de las

incursiones de las otras potencias europeas. Algunos grupos fueron beneficiados y otros perjudicados,

pero la intención del monarca no estaba centrada en sus súbditos sino en sus propios intereses.

Recuérdese que la Guerra de los Siete Años implicó un gran desgaste para España e Inglaterra, y ambas

monarquías emprendieron procesos de reacomodo para subvencionar sus gastos. Efectivamente hubo

algunos movimientos de resistencia en algunas regiones de América, pero en general las reformas fueron

exitosas y las delimitaciones territoriales planteadas por el monarca fueron el sustento de algunas de las

fronteras nacionales y estatales creadas posteriormente. Es decir, que las fronteras borbónicas, si bien es

cierto reconocieron procesos preexistentes, también fueron el principio de delimitaciones posteriores que

dieron lugar a identidades locales o nacionales.

La abdicación del rey Fernando VII el 8 de mayo de 1808 cediendo todos sus derechos sobre

España e Indias a favor de su “caro amigo, el Emperador de los franceses”. La resolución del rey

implicaba que los territorios americanos pasaban a formar parte del imperio francés, pero tanto en la

8 Edmundo O’Gorman. “Fantasmas en la narrativa historiográfica”, Historia y Grafía, Universidad

Iberoamericana, núm. 5, 1995, pp. 267-273 y Federico Reyes Heroles. “O’Gorman: algunas lecciones del maestro hereje”, Históricas, UNAM-IIH, núm. 78, enero-abril 2007, pp. 11-15.

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Península Ibérica como en América hubo insurrección popular y se organizó un gobierno paralelo, con

lo que no se reconoció ese dominio y en toda América se cobró conciencia de esta nueva condición.

Sobre todo, debido al hecho de que el otrora poderoso gobierno español no tenía respuestas ante la

novedad, había que inventar las respuestas. Este acontecimiento que implicaba una recomposición del

imperio napoleónico y la desaparición del español no quedó registrado en ningún mapa del mundo

hispánico.

Los acontecimientos de 1808 desencadenaron reacciones en todo el continente americano, de parte

de la élite cultural, del gobierno y del pueblo llano, quienes ante el vacío de poder cuestionaron el origen

del poder monárquico, la soberanía del rey, la relación de los súbditos con su majestad, el papel de la

monarquía, las autoridades que de esta relación emanaban, del pueblo, la relación entre la metrópoli y

los dominios americanos. La unidad del imperio se perdió y las diversas fracciones se convirtieron en

países que tuvieron que delimitar su espacio, conformar una identidad propia y distinta a la de sus

vecinos. Nuevos mapas y concepciones políticas dieron lugar a representaciones distintas del espacio.

La Nueva España, por ejemplo, pasó a ser un gran imperio con un territorio inmenso, con fuertes

conflictos con grupos indígenas y con la presión de no poder establecer un gobierno capaz de hacerse

presente en todo el espacio de la joven nación; es más tampoco había acuerdo sobre qué tipo de

interrelación debía haber entre el gobierno nacional y los demás territorios se debatía si debía

establecerse una federación, una confederación o un gobierno centralista. Diversas guerras,

separaciones, enfrentamientos, tratados y acuerdos fueron delineando las fronteras hacia el exterior y en

el interior hasta configurar lo que hoy en día se conoce como República mexicana.

Finalmente, en 1867 después de vencer a los conservadores y franceses se logró constituir un

gobierno estable, que se hizo presente en casi todo el territorio, con una ideología liberal-positivista

desde la cual se escribió una interpretación del pasado que hacía hincapié en la idea de nación con una

identidad y territorio bien definidos, idea que fue muy cara al gobierno porfirista. Esta interpretación de

la historia tiene dos momentos importantes: El discurso Oración Cívica de Gabino Barreda pronunciado

el 16 de septiembre de 1867 en Guanajuato con el que se celebraba una nueva época y se daba la

interpretación de los liberalismo triunfantes y la obra colectiva México a través de los siglos, en la que

se integraba, todos los “pasados”, prehispánico, colonial, independencia y Reforma, bajo esta

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concepción había una sola historia y un solo mapa. Los festejos del centenario de la independencia fue la

mejor muestra de este poder, de la identidad mestiza y la prosperidad del país.9

Unos meses más tarde del festejo, este gobierno poderoso perdía ante una revolución, que

significó una nueva fragmentación de proyectos y propuestas de lo que debía ser la nación. Había un

norte con dos grandes fuerzas, villistas y carrancistas, y el sur zapatista, pero también muchos otros

lugares en donde no hubo revolución; sin embargo, al concluir el movimiento armado se escribió sobre

la Revolución Mexicana, dando por sentado su carácter nacional, los grupos vencedores trataron de

integrar los diversos espacios bajo un mismo proyecto, las diferencias no eran motivo de la

historiografía. La hegemonía política del partido casi de Estado se veía reflejada en una concepción de

lo nacional, del nacionalismo y del simbolismo de lo que era considerado mexicano. Obviamente en esta

construcción contribuyeron muchos otros elementos además del discurso histórico, tales como:

películas, programas de radio, fiestas cívicas, celebraciones, la toponimia, los libros de texto, etcétera.

En los años sesenta el sistema político mexicano perdió credibilidad y hubo un amplio proceso de

revisión de las principales corrientes historiográficas, sobre todo las ligadas al poder político y los

grandes procesos como Revolución mexicana e Independencia que se habían considerado como

nacionales. Paulatinamente la historiografía reconoció a otros actores y espacios de los procesos

históricos mexicanos. En el caso de la Revolución Mexicana, por poner un ejemplo, se reconoció que

entre 1910 y 1917 hubo no una sino varias revoluciones, que ocurrieron en diversos tiempos y espacios

y que esas características hacían necesario replantear los paradigmas con los que se había manejado la

historiografía sobre la temática. En otros campos, autores como Miguel León Portilla y Luis González y

González, publicaron La visión de los vencidos y Pueblo en Vilo, la historia de San José de Gracia, con

lo que nuevos actores y espacios aparecieron en la historiografía, en particular la localidad como espacio

integrado a la historia universal. Este proceso se acentúo en los años setenta y dio origen a una historia

social, que implicó nuevos enfoques ya no centrados en las historia política tradicional sino en

personajes hasta entonces prácticamente ignorados, por lo que los espacios en los que se ubicaron esos

actores tuvieron que ajustarse a los actores analizados o al objeto de estudio la historia política dejó de

ser el único rasero con el que se ubicaba y problematizaba la historia.

9 La actual Mapoteca Manuel Orosco y Berra tuvo su origen en el “Departamento Cartográfico del Ministerio de

Fomento (1877), cuyo objetivo fue reunir bajo un mismo techo los trabajos y estudios para la elaboración de

mapas que permitieran la consulta y apoyo para la planeación económica, aprovechamiento de los recursos

naturales y control de la tenencia de la tierra”. En http://www.campomexicano.gob.mx/portal_siap/Textos/mapo1.htm (consulta 15.03.2013).

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En términos espaciales, hubo un auge la llamada historia regional, que pretendía ser una expresión

de la diversidad y una protesta ante esa historiografía hegemónica hecha en la ciudad de México (el

Centro, según algunos historiadores locales). Esa historia recuperó no solo otros espacios sino otras

circunstancias que no eran parte del proyecto nacional, sino propio de algunos espacios.

Desafortunadamente, muchos de esos trabajos llamados regionales se convirtieron en historias estatales

y se dejó de reflexionar sobre el espacio y las implicaciones hipotéticas que tenía su delimitación, se dio

por sentado un territorio y se llegó a determinismos y esencialismos muy acentuados. Sin embargo, esta

historiografía abrió el campo tanto a lo local como a lo regional.

En los años noventa, accedimos a dos campos comprensivos del espacio, el surgimiento de

diversos movimientos sociales, principalmente indígenas, el ejemplo más evidente, pero de ninguna

manera el único, la aparición pública del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que de manera

natural mostró el entrecruzamiento de las dimensiones, local, nacional y global. Su irrupción en la

escena política mexicana se debió a la necesidad de resolver demandas específicas, en gran parte

determinadas por su entorno físico; pero también por la forma en que se habían integrado a la nación

mexicana y la conceptualización que se había hecho de la identidad de lo mexicano. Proceso

reduccionista en que se habían excluido su cultura; por otra parte la aparición del EZLN es coincidente

con los múltiples procesos que están ocurriendo en el mundo, en que grupos de muy diversa índole

exigen reconocimiento, respeto a la diversidad; consecuentemente varios países reconocen esa

pluralidad y aplican ya políticas específicas hacia el reconocimiento de esos pasados en disputa.

Estamos en lo que ahora se conoce como la historia global, en que esas diversas dimensiones espaciales

deben ser reconocidas y es necesario comprender que forman parte de un proceso histórico político,

social, económico que las integra a todas.

Estamos ante un fenómeno local/global, en el que las dimensiones geográficas físicas juegan un

papel secundario. En una entrevista al historiador inglés John Elliot sostiene que desde el

descubrimiento y la Conquista de América se puede hablar de una historia global, pues ambos

acontecimientos tuvieron un impacto global y que sólo el azar y la locura de la historiografía lo

convirtieron en asunto nacional, eso se debe a que se formó a los historiadores como nacionalistas.

Así, el espacio histórico adquiere significación y sentido según el tiempo y las circunstancias, se

reconfigura de acuerdo a muy diversos factores que se entrecruzan y se entrelazan; comprendiendo estos

procesos, es posible entender el sentido las diversas dimensiones de espacio: local, regional, nacional,

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mundial, así como de sus múltiples formas de representarlo y acotarlo en el tiempo. El espacio es una

construcción histórica y no un dato.

Lecturas

Schlögel, Karl. En el espacio leemos el tiempo. Sobre historia de la civilización geopolítica, Madrid,

Ciruela, 2007, pp. 13-30 y 85-110.

Levin Rojo, Danna A. “La cartografía novohispana como discurso histórico. El mapa de Nuevo México

de Bernardo de Miera y Pacheco y el mapa del indio Miguel”, en Saúl Jerónimo et al.

Horizontes y códigos culturales de la historiografía, México, UAM-A, pp. 205-231

Actividades

1) Revise el discurso de Gabino Barreda. Oración Cívica y ubique los aspectos relacionados con el

espacio histórico y su representación en este discurso. El documento se encuentra en línea en la

siguiente dirección: http://www.biblioteca.org.ar/libros/1112.pdf.

2) Reflexione lo pertinente al espacio en el proyecto de investigación que presentará para su ingreso al

posgrado.

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REPRESENTACIÓN Y NARRATIVIDAD

A principios del siglo XX se intensifica en los ámbitos académicos y artísticos una labor reflexiva y

creativa sobre las características de la representación, esto es, la relación entre un signo y lo que, en

ausencia, representa. En el ámbito de las humanidades, el punto de partida de las ramificaciones

posteriores del estructuralismo es la lingüística estructural de Ferdinand de Saussure (1857-1913) que se

basa en la relación convencional y arbitraria entre el significado y el significante, las dos partes que

integran el signo lingüístico. Según el lingüista suizo, entre el signo y lo que designa, no existe una

relación natural, sino social. En consecuencia, el significado resulta de una convención, históricamente

específica, que no es anterior al sistema de la lengua, sino se genera por medio de él.

En la misma época, en el arte de la vanguardia, se encuentran momentos reflexivos parecidos

sobre las características convencionales de los signos y su capacidad de representar al mundo, relación

que se denomina con el término referencialidad. Algunas expresiones del arte vanguardista

problematizan la relación entre la parte expresiva de un signo y su contenido semántico. Por ejemplo, el

conocido

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caligrama del poeta chileno Vicente Huidobro (1893-1948) “Paysage”10

describe un paisaje por medio

de la escritura distribuida gráficamente sobre la superficie como si se tratase de un cuadro.

En esta pieza de poesía visual, la arbitrariedad del signo se vuelve parte del problema de la

referencialidad. Motivado por una intención iconoclasta, el caligrama expone el carácter convencional

del artificio evocando lúdicamente los elementos de otras representaciones y convenciones para romper

con la ilusión mimética —con el efecto de lo real—, que se encuentra en muchas obras pictóricas y

narrativas decimonónicas. Cabe añadir que la idea de escribir la historia “tal como realmente ha

ocurrido” es una idea operativa en el historicismo que se originó en el siglo XIX.

Las inscripciones del caligrama indican el carácter artificial de la construcción pictórica. El pasto

se describe como “recién pintado” citando la inscripción de un letrero. A modo de una alusión a un lugar

común, la luna se transforma en espejo del alma que refleja al mismo observador, pues es “donde tú te

contemplas”. De este modo, la representación del caligrama integra otras representaciones y clichés. Por

ejemplo, para redondear el esbozo de un idilio, el caligrama también parece aludir a otra forma de

representación convencional que gira en torno del tópico del locus amoenus, donde no deben faltar el río

que fluye sosegadamente y el rebaño de ovejas que son conducidas tranquilamente por “una canción

hacia su establo”. La alusión irónica a los elementos pastoriles que evoca el cuadro, consigna como

convencional la noción del observador de un paisaje basada en una tradición milenaria: la bucólica. La

evocación del tópico dentro de la representación del paisaje-escritura forma parte del cuestionamiento

sobre el carácter artificioso de la representación.

Otro guiño irónico se produce con respecto a las proporciones del paisaje. La montaña desfigura la

relación entre el paisaje y la perspectiva del observador, ya que desborda los límites de la tierra. E

incluso, un árbol excede la misma altura desmesurada de la montaña. En consecuencia, no existe una

perspectiva central en la cual pueda acomodarse el observador; la representación no parece adecuarse

dentro de las convenciones vigentes del arte, al contrario, las distorsiona. Este juego con la perspectiva

“natural” que toma el observador de un paisaje devela, en particular, el carácter convencional de la

construcción pictórica en el realismo decimonónico al tiempo que expone irónicamente la idea de que el

lenguaje es un medio transparente para representar la realidad.

Asimismo, la representación del paisaje pictórico por medio de signos lingüísticos introduce un

aspecto temporal en la representación: “el río corre por encima de los peces”11

y “la canción conduce a

10

Este caligrama e información bibliográfica detallada se encuentran en la página de la Biblioteca Nacional

Digital de Chile http://www.memoriachilena.cl/temas/ documento_detalle.asp?id=MC0004799 (consulta 04.02.2013).

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las ovejas hacia el establo”. En este sentido, los verbos que sugieren movimientos otorgan un sentido

dinámico al caligrama, una representación que se despliega en el tiempo y que difícilmente puede darse

en el instante de una representación pictórica de un paisaje estático.

Además, la lectura lineal de los diferentes objetos que integran el paisaje introduce un carácter

sucesivo y secuencial en la percepción-lectura del paisaje, como si se tratara de un relato.

Aparentemente, a esta representación escrita le es consustancial un sentido narrativo que podemos

inferir como espectadores que completamos el sentido: el día concluye y las ovejas llegan a su establo

guiadas por la canción de un pastor ausente. Concluimos la percepción del cuadro como si fuera una

minificción.

De este modo, también nosotros como observadores formamos parte de la elaboración de una

representación mental al interpretar los signos sobre la página desde nuestro horizonte cultural y

espacio-temporal específico; es decir, la subjetividad del observador es inherente a la elaboración de una

representación. Cabe añadir que incluso en la observación de un paisaje “real”, la representación mental

diferirá dependiendo del observador: un turista, un campesino, un ingeniero químico o un habitante de

una zona urbana percibirán el mismo paisaje de forma distinta.

El ejemplo anterior nos conduce a problematizar las características de la representación del pasado

en el discurso histórico. Así como la representación de un paisaje, sea pictórica, fotográfica o textual, no

llega a ser idéntica al objeto representado, debemos distinguir entre el pasado y la historia. En este

sentido, también para la reflexión sobre la representación historiográfica en monumentos, cómics,

cuadros, rituales, grafiti, películas, composiciones musicales, textos orales y escritos, etc. podemos

considerar categorías como el observador, los horizontes temporales, la función que cumple la

representación en una comunidad de sentido y las características de los signos empleados en la

representación.

Consideremos otro ejemplo. Los huesos de los héroes patrios que se expusieron en las ceremonias

de la conmemoración de la Independencia de México en 2010 nos pueden servir como caso ejemplar

para ilustrar la función de los signos en una comunidad. Como posteriormente pudo comprobar el

Instituto Nacional de Antropología e Historia por medio de análisis de ADN, existen pruebas científicas

para dudar de la autenticidad de estos símbolos de identidad, pese a las declaraciones del entonces

secretario de Educación Pública (un sujeto que por su función institucional, es una autoridad dentro de la

11

Aquí hay otro juego con la posición que toma el observador, pues ¿no será que los peces nadan a

contracorriente? Cabe añadir que la representación gráfica y el ritmo de la frase parece asimilar el murmurar constante de un río: “Le fleuve qui coule sur le poissons”.

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comunidad de sentido que constituyen los mexicanos) sobre la legitimidad de las osamentas, según da a

conocer el periódico La Jornada.

En la urna atribuida a Mariano Matamoros hay una mujer, y el héroe; en la de Leona Vicario se encontraron

huesos de otra más, que presumen sea su hija; en la caja que se creía ocupada sólo por Mina hay evidencias

de siete individuos más, y donde se pensaba que están restos de Hidalgo, Allende, Aldama, Jiménez y

Morelos hay además niños, mujeres y venados. Al analizar la revoltura de huesos fétidos, llenos de hongos, a punto de convertirse en polvo,

resguardados en las diez urnas que se sacaron de las criptas del Ángel de la Independencia, los

investigadores se dedicaron a hacer un minucioso inventario que incluyó la descripción de los restos de hombres jóvenes no asociados a los de los héroes; de niños, de otras mujeres y de animales.

12

No obstante, los huesos cumplieron una función simbólica importante en las celebraciones de la patria;

es decir, así como fueron puestos en escena por los organizadores de las conmemoraciones, desempeñan

un papel clave en la configuración de la identidad colectiva por medio de la consolidación de la historia

de una comunidad imaginada. En consecuencia, se les rindieron honores militares, y políticos y altos

funcionarios públicos asistieron orgullosamente a las ceremonias, legitimando así la memoria colectiva

construida por medio del ceremonial cívico. De este modo, el ritual que se organiza en torno a los

huesos otorga un sentido específico al pasado. En cuanto a los receptores de esta narración, se estima

que un público de más de un millón doscientos mil personas visitó la muestra de los restos en el Palacio

Nacional.

Podemos concluir que la autenticidad de un signo, y por extensión del discurso histórico, no es

entonces una condición indispensable para que en un presente determinado, una representación

historiográfica sea aceptada como construcción de algún sentido sobre el pasado. Más bien, las

características de la historia dependen del presente en el que se elabora una representación verosímil del

pasado; obedecen a la intención, la ideología, las creencias, la coyuntura política, las necesidades

identitarias y de legitimación o cuestionamiento del poder hegemónico por parte de autores y receptores

situados en un presente específico.

Ya durante las primeras décadas del siglo pasado, el cuestionamiento del carácter inestable y

convencional del lenguaje, así como la reflexión sobre la referencialidad del signo, el papel subjetivo del

observador, el horizonte espacio-temporal de los emisores y receptores de un discurso y el carácter

narrativo de la historia han impactado en las conceptualizaciones de la representación historiográfica.

Posteriormente, a partir del llamado giro lingüístico y el auge de las teorías del discurso y la tropología

12

“En 2010, el país honró a huesos de venados y próceres patrios por igual”, La Jornada (14.01.2013), http://www.jornada.unam.mx/2013/01/14/cultura/a07n1cul (consulta 04.02.2013).

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en la segunda mitad del siglo XX, se ha generado una intensa reflexión sobre la modalidad de

articulación de la historia por medio de la narrativa, así como sobre los alcances del concepto de

referencialidad histórica. Las conceptualizaciones resultantes son complejas y difieren en el empleo de

la terminología; no existe, pues, una teoría unívoca de la narratividad en la historiografía. Debido a lo

anterior, las siguientes consideraciones sólo pretenden indicar una serie de implicaciones generales de

una teoría narrativa. Como muestra de algunos de los puntos de vista teóricos específicos que se basan

en el paradigma narrativista, remitimos a la bibliografía al final de este apartado.

El problema de la representación histórica puede entenderse como una toma de conciencia frente a

la concepción de un realismo ingenuo que oculta la diferencia entre pasado y narración. No existe una

relación de identidad entre la historia y el pasado como tampoco existe el pasado en un sentido

ontológico e independiente de un observador. Menos pueden formularse leyes a las que esté sujeto el

acontecer y que permitan pronosticar desarrollos históricos. Por ello, es importante tener en cuenta que

el lenguaje es un medio fundamental de nuestra construcción de la realidad, y más aún, en la

formulación de la historia, un ámbito donde la narración —una representación oral o escrita de

acontecimientos— figura entre las modalidades más importantes de construcción de sentido por parte de

un observador determinado, inmerso en un horizonte histórico específico. Es el historiador quien

transforma en una narración determinados acontecimientos del pasado. En otras palabras, una cronología

de hechos aislados todavía no tiene un sentido ni brinda una interpretación o explicación del pasado; en

cambio, la narración relaciona un conjunto de acontecimientos como sucesión por medio de la cual

adquieren sentido. En consecuencia, también la investigación histórica depende de procedimientos

lingüísticos.

En este sentido, el lenguaje construye el pasado, no corresponde ni puede ser idéntico a él; la

representación histórica remite a la diferencia entre el pasado y la historia, y por lo tanto la

referencialidad histórica requiere una reflexión crítica sobre los principios que constituyen la historia

como representación de los acontecimientos pasados, y también sobre los procedimientos de formación

de sentido del pasado para un presente. Por ejemplo, tradicionalmente se distingue, grosso modo, entre

el relato de ficción y el relato historiográfico por medio de la intención referencial del último; la

narrativa histórica es una construcción interpretativa del pasado con pretensiones de mostrar la “verdad”

sobre el pasado. Cabe añadir que dicha “verdad” también puede ser fingida, una ficción o una

falsificación de los “hechos” que obedece a intereses socio-políticos o necesidades identitarias del

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presente desde donde se enuncia. En el último caso, la historia se vuelve un campo de la lucha por la

representación.

El discurso histórico es el medio en el cual se configura una interpretación del pasado al tiempo

que nos permite conocer las interpretaciones de otros seres humanos, contemporáneos o posteriores a

este pasado. El trabajo del historiador implica una toma de conciencia de su propio horizonte, pues la

narrativa histórica construye un sentido desde un presente determinado que condiciona las

interpretaciones. De esta forma, la subjetividad del historiador —su ideología, creencias e intereses—

influye en la interpretación y representación del pasado.

La selección de los acontecimientos que interpreta el historiador determina las características de la

narración, y en este sentido forma parte del proceso de interpretación. Las omisiones no figuran en la

narración, y así no todo el pasado se transforma en historia para el presente. De esta manera, las

representaciones del pasado o representaciones que se elaboraron en el pasado están socialmente

situadas de modo que están relacionadas con discursos de poder, y la historia se vuelve un campo donde

se expresan disputas por la representación.

No existe la objetividad absoluta en la representación del pasado. Los mismos hechos, el mismo

fenómeno pueden producir interpretaciones completamente opuestas dependiendo de la trama narrativa

en la cual se insertan. Esta trama se compone de una secuencia de frases que articulan la temporalidad

en términos de anterioridad y posterioridad, e implican relaciones de causa y efecto. No existe pues una

esencia o una idea que le sea consustancial a una época o a un acontecimiento. No obstante, uno de los

criterios importantes para determinar la validez de una interpretación del pasado es el grado de

reconocimiento intersubjetivo de la interpretación que permiten las fuentes.

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Preguntas para una reflexión

¿Cuál es el monumento histórico más cercano a su casa? ¿Cuáles son las características de la

representación historiográfica inherentes en él? ¿Qué construcción del pasado implica el monumento?

¿Cuáles son los elementos simbólicos del monumento y rituales en torno a él que narran una historia?

¿Existen versiones encontradas sobre el pasado representado en el monumento? ¿Cuáles son las

interpretaciones del monumento en la actualidad y cuál fue su intención original? ¿Cuál es la función

identitaria que cumple el monumento como representación a lo largo del tiempo?

Lecturas

Le Goff, Jaques. “Documento/Monumento”, en El orden de la memoria, Barcelona, Paidos, 1991, pp.

227-239.

Mendiola, Alfonso. “La inestabilidad de lo real en la ciencia de la historia: ¿argumentativa y/o

narrativa?”, Historia y Grafía, 24.12, 2005, pp. 97-127.

Pappe, Silvia. “Perspectivas multidisciplinarias de la narrativa: una hipótesis”, Historia y Grafía, 24.12,

2005, pp. 54-95.

Bibliografía complementaria

Ankersmit, Frank. “Six Theses on Narrativist Philosophy of History”, en History and Tropology: The

Rise and Fall of Metaphor, Berkeley, University of California Press, 1994, pp. 33-43.

Chartier, Roger. “El mundo como representación”, en El mundo como representación. Historia cultural:

entre práctica y representación, Editorial Gedisa, Barcelona, 1992, pp. 45-62.

Ricœur, Paul. “Para una teoría del discurso narrativo”, en Historia y narratividad, Barcelona, Paidós,

1999, pp. 83-155.

White, Hayden. “Introducción: la poética de la historia”, en Metahistoria: la imaginación histórica en la

Europa del siglo XIX, México, FCE, 1992, pp. 13-50.