Download - Hojas del foro 10
Gille Fernández
BARCO ROJO,2OlO
Oleo sobre liénzo.
Las mismas habilidades que se necesitan para es-
cribir se necesitan para leer. Los escritores fallan a
los lectores, pero también ocurre al rerés y ios lec-
tores les fallan a los escritores cuando sólo busca¡en éstos la confirmación de que eI mundo es comolo ven ellos
Enrique Vila-Matas
Lo que de entrañable y juicioso hay en un hombre,eso es la cultura
Robert Wasler
La prensa diaria habla de todo menos del día a día
Georges Perec
Los padres nos conectan- por encerrados que este-
mos en nuestra r-ida- con algo que nosotros no so-
mos pero el1os sí; una ajenidad, tal r.ez u¡r misterio,que hace que, aun juntos, estemos solos
Ríchard Ford
Pero, al igual que la hierba, crecemos allá donde en-
contramos un hueco
Miranda July
EI escritor debe ser más pequeño que la materia que
relata. Se debe ver que la historia se le escapa por
todas partes 1.que él sólo recoge un poco.
Quien lee tiene el gusto de esa abundancia que se
desborda más allá del escritorErri de Luca
La llur{a es una cosa / que sin duda sucede en el
pasado
Jorge Luis Borges
Hay una frivolidad en el ingenio, como Ia hay en
todo lo que exige un espejo para ratificar su exis-
tencia
Jordi Doce
Los trenes, las trampas, la intemperie y el trasiego:
la jerarquia
Benito del Pliego
Nunca r.i la mañana hasta que me quedé despierto
ioda la noche. Nunca ri la luz del sol hasta que
apagaste la luz. liunca ri mi país hasta que estuve
fuera mucho üempo. Nunca dije te quiero hastaque te maldije inútilmente. Nunca ú la Costa Este
hasta que me fui al Oeste. Nunca vi tu corazón has-
ta que alguren trató de robarloTomWaits
La soledad no es üür solo, la soledad es no ser ca-
paz de hacer compañía a alguien o.a algo que está
en nosotros, la soledad no es un a¡bol en medio
de una llanura donde sólo está é1, es Ia distancia
entre la savia profunda y la corteza, entre la hojay laratz
José Saramago
El placer también es una patria
Manuel Vicent
Los fuegos sin fuego del pasado
Giuseppe Ungaretti
Nuestra mejor arma política ha sido siempre, es yseguirá siendo la pregunta
Edmond Jabés
may 20I I LA§ ¡-ioJAS DEL r0Ro 03
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Certamen de Cartas de AmorValentín And rés
O_r-Lenclo \ibrrto:
Te esrrtlto l)irrrr trt,ir)IrlcrrIr, il.rril tccrlrclantos, llorqlle a \ eces se nle cllteclar la
It1e¡te e¡ b1¡r.rcrr r .i:ioro nLLt\tr¡ ricla cluc presieuto tr¿ls la niebl¿r cslleSa que ilenetra
r sc qLLt:c1.r clLlr.rtlIt rll') Iirlllllo iniir"rito, etl tni cabcza.
"D¡11e qLlt llle qlLieres", te clecÍa;o cuando era mu)' jor''en. Tú me contest¿t-
b¿rs: "\9 Ir qltielo" 1 1o rcÍa fttcrte, cerr¿rba los ojos 1'mor'ía mi cuerpo a ritmo clc
boltrro.
l)i¡re clr-re me quieres", me decÍas tú cuando nació ntttlstro hijo. \o tc coll-
testalta: '\o tc c1ulero" ), tir te esforzabas en sonreÍr pero se te queclaba ell nlLlec¿]
¿1¡targa. Porclue tÍt qucrías quc la estanci¿r del amor se llenara contigo, sólo contlgo.
Con.]cnzaste a repctir: "l)ime quc Ine c1r-rieres", como si el hccho de que 1o te clijcra
si, te ltucliera aseÉlurar cl ¿rmor. Como si cl hecho cle pronunciar dos palabras, mc
anrarr¿rr¿i it ti para siemPre.
"Dime qlle me cluieres", te pedÍa cuando comenzaste a r.-olver tarcle del tr¿r-
lta1¡ r ro arr¿rstraba las zapatillas por Ia casa, con la bata cruzad¿t en el cuerpo, el
pclo recogiclo con una gorna en una coleta, l una marncha cle leche rezttmando de mi
peclto. Te cltticro", clccÍas, )')¡o no te creí¿r. -\ilorrecÍa r.ui in'ragen en c1 espejo, abo-
rrecia la esllera a c¡ue tú llegaras, aborrecÍ¡r cl suelo, ias ptuecles, el c¿rzcl i'Ias olliis.
\le ¡r1¡orrccÍa.
l'n¿t ciltt¿r larga, Iarga, Como una cadcna de color gris. Eso ela )'o para ti. De-
jastc cle r enir a cas¿r. "Dil-nc qlle me quicres", mc cmpeñalla )-o en arrallcarte un si,
toclas las noches, cnanclo llam¿rbas. NIe contestaba tr-r silencio. Luego: "¿Cómo cstá
el niño?". \' clcspr-tes cortabas )' ) o me quedaba con el auricular pegado a ltr ore.ia,
escuchando el tono.
t,n clÍa abrí una \-entana de yapor cn el espe.jo dcl baño 1'me mirÓ. RecogÍ mi
pclo en la nuca con el p¿isador de carey, Ie di unos toqlles de color ¿t mi cara. Pinté
mis labios. SonrcÍ. Dejé de llorar. Éln el armario, mis vestidos, mis .jcrsel's, mis faldas
r Ios zapatos cle tacón habÍan esperado it cluc aquella nube turltia se disolriera en el
cieLo. \ct tc Ilanrc mris. De.jé c¡,rc cl tiempo tr¿rnscurriera sLlave. \ entonces fuiste tÍt el
clue r olr lslc ¿r rlllestro rie¡o .jlLcgn. "Dime que mc qr,tieres", clecÍas cn mitacl clc una dc
nLlestr¿ts conrcrs¿rciones llor telrlono, cacla rez tttás largas, urás penoscl cl momentcl
cle ccllgar, márs difÍcil la cles¡lcdicla. "\o tc c1r,tiero", tc contestaba, 1't[r, como ctLando
cramos mrrl jór cncs, te reías.
"Dime que mc quieres", tet ciigo. NIe pongo delante. Entre tu mir¿rda 1-el infini-
to que sigues crplorando todos los dÍas. \'\'eces mucvcs I¿r cabcza ), sonrícs, aunque
nucstro hijo diga quc no, qlle )-a no sabes Io c¡ue es eso, ) acercas tu nl¿uo a lni cara.
Otras, preguntas qulén so1'. Las mírs, ni siquiera conÍcstas. .\bro cl cu¿rderno por don-
dc lo dcjé el dÍa antcrior 1-sigo escribiendo cst¿r c¿lrt¿l. Para clne qucclc ahÍ, par¿r qtle
no se picrcia cn el olrrdo quc so) casi sicmpre pari,r ti, cn el ohtclo qr,te ser¿is, tal rcz,
para ntÍ, P¿rro c1e \ ez e1t cuando. Ler anto rl bohgraftr clt plttttit lirt¿r r te oilscr\.o. \ ¿1 no
\eo ese ltnllo cn trL ruir¿rcia riuc r.ln¿is \eces cr'¿r ent¿rclo, otras clucl¿rs, 1 algunars tlieclo.
\c1lre1la vir eza ccln la cluc me seguías hasta la cocin¿r, ¿rbrÍas el frigorífico 1' ntientras
1o terminaba cle freir un pescadcl o de echar los ficleos a lar sopa, tir¿rb¿rs de Ia anilla 1'
bebÍas dc la l¿rta de cen'cza. ¿,Cuándo dejé de pedirte que me di.jeras quc rle clueritrs'/
¿Cuándo de.jaste clc hacerlo túr? No lcl recuerdcl. O-uizlts fue un p¿rcto entre los clos,
sin que lo ¿rcordár¿rmos con palabras. Quizás cicié cle pedirtc qLIe me di.jeras que mc
c1r-ieríars, porqlle si ntc contest¿rlt¿rs sí, 1.cl pensaba qlre er¿t no, tllte ncctlsitabas tarpar
algo ¡9r'r csr sL, r si 1le contitst¿rltas no, ta1 rez tc crccrÍa. H¿rbías rttelto \ \a no era
i.l
.:::
lrlt
lgr-ral cllrc ¿]ltc\, \i ntelclr. n1 I)tor, solo clrlctente. Cor-r nt¿is cltrclas r tttieclrts c¡t-tizás,
¡ttro tartrltien con l'iericl¿Ls cicatnzaclas c1e 1as c¡,tL: habiatttos aprcttcliclo a1grt. \ ohistc
r tocl«r frLe más reposado, un cliscurrir c1e dias corlo sl flot¿rranros ell Ltlt lltar calt.ttct,
tLr f i'o, 1'también el niñcl, a quiern habÍas aprendiclo a amar corno algo tu1 o, separátt-
dolo de mí, de lo que yo pudiera sentir por é[. Era un 1'o contigo, tÚt conmigo, tú con
ó1, 1'o con é1, tir, él )'Io. Un meccrse sobrc olas tibias.
Comcncé ¿r mirartc todas las noches mientras dorrnÍas, con cl brazo dobl¿rdo
b¡rto la nllca. Scgltía tu resplración pausacla, ttts sonris¿rs, tr-ts llantos; porque sí, a r''e'
ccs rcÍ¿rs 1. llorabas en sucños, 1' tambión habl¿rbas. H¿rblabas clc ac¡uellit r-ez, ctttrndo
te aie.jaste cle n-rÍ p<trc1r-re no sollortarbas clue ) o rrrc volcara en cl pequeño, ), se inter-t"i""
'l:,:.:.,',:
.¡11:t t:,:,, .. .
OB IAS irO jA, or. ,aro"
lll,tso entrc los clos cu¿rnclo cleltia ser de otr¿r n't¿tncra. Haltlall¿rs r tlot.tlbrabas ¿t Ltna
¡tu,jer cluc lto er¿1 r9. \si son los sneños, lraictott¿ttt los scci'L'tos. \ aclr-tel lltteco tr-t1.o,
nte cstLt\o utorttiicanclr¡ cllrrante Lln tifmllo, Portlr-te ro c¡.ttritr lletl¿rr c¿rcl¿r Llno dc tlls
i¡st¿intes, st:gr-rir tus Il¿lsos. conocer tu rrcl¿r, hacerla rttia. [ltte no httllier¿r lttl peclazo
tu1 g 1je¡o a lttÍ. Inteltt¡rba ocultario ('on Llna histori¿r 1 ntl fttt-tci<lnaba. Porquc ttnas
\ eces era ilc tr¿riciólt \ otr¿ls clc ¿rmorcs rotos como Ia porcelana que rompió mi m¿rdrc
cLr¿lnclo mi paclre Ia clcjó. ¿,)le quieres'? -\sÍ estuve dur¿tntc mltcho tiempo, intentando
clespcjarr ese incógnitar que sc había cluedaclo, como un cristal cluro, inrisible, pcro im'
posi.ble clc atr¿iles¿1r, entre nosotros. Te t-'spiaba clormido, porque despierto t-to clttería
prcgLlntarte c iniciar Lln nlle\o remolino dc celos, rcproches, ) otras m¿rlas hierbas
clne había clue seg¿1r clÍa a dÍa p¿u'¿r rllre no cogicran fuerz¿r )-rcvcntaran los cimientos
clcl ¿rruor con slts r¿ríccs. De iiclucllas noches cn r ela, mirárndote l tlsct-tchanclo trt llis
blsecl 1 el i-rgr.¡ltrr, sientltrc cl r.nisnto. entrc sLreños, gltarclo ttil rtcueltlcl c1l-lc, lÍiatc,
lc.jos c1e ser arltargllrcr rn srl e\t¡rlo ltLrro, liettl ¿1{o clc agrrtlLLlce. l)orclLle sclltl (lLie te
q¡eria ¡.r¿is, aclntir,t tl ltrrlrl tlt lLr t'.rr.t, tlLttttttt¡r|t ¡ttit-Ltr lltz dc la llrrl¿r clue cntl'¿tb¿l a
tra\es cle Las ¡e¡dr.las cle 1a Itcrslarn¿r. a trozos. cott scttttltras de agujcros neÉlros, collto
los clue r 9 11er alta t,r.r n.ri interior. De macln-Lgacl¿l, me Libr¿iz¿rlla a tu clterpo, ) me sc[-
tia feliz por poclcr te¡ertc a r-ni l¿rclo 1 clorrnÍa hasta clutl sonab¿r el despcrtador 1'tú
te ler ant¿rl¡as \ n1c miriibas cletscle ttt altura. O-uieto durante Llnos minut(ls. \'igilando
¡ri f¿rlso sr-rr.rio. l-e mrr¿rlt¿r a tra\és de dos renciijas, entre los jlLnccls clc lnis pcstañtrs,
srr.r c1r,rt-r tu te clicras cuenta. ¿O tal vez sÍ?
\o fue prcmeditaclo. Te inclinastc para cl¿rrme lLn lte so, couto h¿rcÍas tocl¿rs
las ntañ¿rnas, clcspués dc mir¿rrme. \-1o susurró ttt-t t-totlltrc tltte no cra el tltro. Tc
cletur-iste a meclio camincl, ) te pllsiste serio un rtlomento. Pero cnseguicla rolriste a
solrcÍr. Ba.jaste haci¿r mÍ 1-, dcspués cle bes¿rrme, ctijiste: "\o t¿rmbiéll tc cluitr<l". \
mc sentí fcliz 1' trlgo avergonzaclar por rnÍ, por l¿rs dudas, por el rescntimicnto ¿lcll-
mul¿rclo durante toclas esas nocl'rcs. A ti no te importaba quc otro nolnbre h¿rbitar¿r
¡-ris sueños ¿por quó iba a impclrt¿lrme ¿t mÍ?.\ rcces picnso qttc tit, Como )rl, fir,gÍas
clon[ir, 1 clue inr cntaste un nue\.o .jucgo para nosotros. \Ltnca poclrÓ sitllerlo porqtte
tlr 1a srilo tstits ¿t ratcls con[rigo ) csos ratos se rlos \ ittl cn tln l-llLltll() ruc(r1'lUcitttjet-t-
to, F:n tocarnos. \ olr er ¿i nLrCStro ¿uttlguo jr-tegtt, tleclrtc 111'l¿l \ (lZ tll¿ts: "L)inltl Cllte IllC
c1¡irrts'. \ rontesiarntr Lol't LLlt.1 \()ltri\c1 t r-ttt calttcctt, itlltes c[t qlte l¿r tlltracl¿r se tc
\ a\ ¿1 otra r ez rlctr ás clt: I¿t r entalr¿l, clt: Ic¡s editLcios, dcl c¿111111o, clcl tnar, de la tierra,
clcl cspacto, clc1 poztt ctt e1 cluc ¿rhor¿r atlclas metiClo, mi querido.\lberto.
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l2 LA§ I.IOJAS EIL FORO
NARRATIVA
El Silencio Bijou
La soledad de la estancia me hacía recordar
aquel viaje a Rusia en el que, moüda por mi cu-
riosidad, me adentré en el patio de los zares y me
perdí. ¡Qué frío y solitario me pareció aquel lugarl
Todo de mármol, lleno de pasado y sin un futuro
aparente. Tenía tanta historia que la mÍa se queda-
ba pequeña ante tanta insolencia; me adentré por
Ios enormes pasillos para llegar ¿ ningr¡na parte.
Las estatuas que me salían al paso parecían decir
tantas cosas en su lenguaje particular.-. al albor de
la mañana, colándose por los enormes ventanales
veía y no veía más allá de mis pasos que se perdían
entre las baldosas relucientes y pétreas. E} eco de
mis pisadas invadía los salones haciéndome per-
der el equilibrio adquirido con la cordura de ese
otro yo. Ir{i corazón saltaba aI ritmo de las danzas
cortesanas rusas y se crecía con los fastos de pa-
lacio. AIIí estaban Ana Karenina, Miguel Strogof, el
zar Nicolás, la emperatriz y todo su séquito... üvía
más allá de aquellas moles de piedra que alguien
construyese para albergar riquezas y eternos re-
tornos que estaban por llegar. Todo recogido al-
bergaba un sin fin de recuerdos recogidos en un
desván catódico que proyectaba las imágenes por
todas las habitaciones. Y allí estaba yo, más sola
que la una y perdida en un mundo marmóreo a este
Iado de Europa. No sabía por qué me enconüaba
en aquel lugar y ahora me sentía diferente; des-
plegaba las alas y me dedicaba a acelerar el paso
hasta correr. No entendía de rarezas y cada objeto
que encontraba era digno del más puro feüchismo.
De pronto el cielo irmmpió con su incesante llanto
a través de la luz matinal, inundando los patios
exteriores y dando otra alternativa a los cristales
que guarecían los espacios de tantas lágrimas. Si
encontrase la salida saldría a chapotear y cantaría
bajo la lluvia que, irreverente, aparecía en el cielo
opaco y lleno de turbulencias. Así, la soledad se
pasaba y volvía a aparecer cuando la desespera-
ción era patente e indómita. Para mi alivio, el üen-
to, hizo acto de presencia, manifestándose como
el tercer elemento, único e indisoluble que aüvaba
los momentos de calma. Empujada por un brazo
anónimo, llegué a una puerta: la abrí y al otro lado
estaba otra puerta; al abrirla, me encorltré en lo
que parecía ser la parte kasera del enorme edi-
ficio. Suspiré aliviada de haber podido ser capaz
de librarme de tanta frialdad y soledad. Mi grito
extenuado rompió el silencio de la fría mañana y
así canta4do bajo la nieve que comenzaba a caer
me alejé de aquel lugar pantagruélico y solo. Se
quedó atrás siempre perenne, eso sí, mientras me
perdía por las calles de aquella enorme ciudad que
guardaba tanta historia... recuerdo a un buen se-
ñor cantando bajo la capa blanca que comenzaba
a cubrir la ciudad. Le eché la única moneda que me
habían dado de vuelta para ver el palacio y me fui.
Su "spasiva" me hizo inclinarme porque no tenía ni
idea de mediar palabra en ruso. El resto del trayec-
to lo realicé en soledad. Las calles de la parte vieja
olÍan a vodka y a arenques y en alguna esquina
aparecía el sempiterno músico tocando en su bala-
laika una desgarradora historia de amor con final
trágico. Subí a mi hotel y me aferré a los recuer-
dos que atesoraba en mi mente de aquel üaje sin
retorno. Estaba hambrienta: Mariona, la dueña del
hostal, me preparó un desayuno a la üeja usanza:
roscos, tocino y pan negro. Todo ello acompañado
de cacao humeante que me ayudó a desentume-
cer los huesos. Dormí todo el día. La gran Maya
may | 20I I LAS HO]AS DEL FORO r3
NARRATIVA
Plisetskaya se había quedado sin público en una
entrevista que una teleüsión americana le estaba
haciendo con motivo de su reciente cumpleaños.
Nada menos que ochenta. Con su apariencia joüal
departÍa con el entrevistador temas de su vida.
Me perdí entre las sábanas y fui, por una noche la
gran emperatriz que recogía pétalos de rosas ama-
Tiempo propioo confesiones paternalescon acompañam¡ento de fútbol
Nunca le había prestado demasiada atencion
al fútbol hasta que nació mi tercer hijo. Fue en-
tonces cuando me ü cuenta de que aquella afición
futbolera podía ser una disculpa ideal para esca-
quearme, de vez en cuando, de mis obligaciones
paternales.
Primero me hice socio del equipo de mi barrio
y luego de una peña local del Barqa, ahora no me
pierdo ni un partido en la tele y no me he abonado
al Plus o al Gol Tv porque prefiero ver los partidos
en el bar de la esquina y tomar, de paso, unas ca-
ñitas con los amigos. También me he apuntado a
un eqüpo de veteranos, algo que da mucho juego
pues tengo entrenamiento dos o tres veces por se-
mana, además de los partiditos del sábado o del
domingo lejos del familiar ruido.
No me malinterpreten, yo adoro a mis hijos, e
incluso a mi mujer, pero uno necesita evadirse de
pañales, lloros, biberones y demás batallitas. Por
eso, cuando llega la hora de preparar la cena o el
baño de los críos, siempre es bueno poder escapar-
se al salón y olvidarse del resto de la familia para,
acomodado en el sillón, ver la Champions, la UEFA
o la Copa.
rillas tras la despedida de su amado Nicolás. Con
los ojos inundados en lágrimas amanecí extrañada
de encontrarme en Ia cama de mi hermana Sofía y
presa de unas paperas que me mantenían alejada
del mundo. Había viajado sin querer tras leer un
artículo de la Rusia de los Zares. Tras Ia ventana,
Nfadrid.
Gustavo Adolfo Fernández
En tiempos de nuestros padres y abuelos, la
casa y los críos eran cosa de las mujeres, pero hoy
si no quieres ser acusado de machista hay que bus-
carse alguna buena excusa en forma de ocupacio-
nes 1, obligaciones ineludibles.
El mío no es un caso aislado, conozco otros
muchos padres y maridos que son auténricos
profesionales de la evasión. Algunos se meten en
política y a otros les da por estudiar una carre-
ra o aprender a tocar la gaita después de üejos.
Tengo un amigo de familia numerosa que ya no
se conformaba con llegar muy tarde a casa con el
pretexto de las horas extra del trabajo, por eso ha
pedido a su empresa el traslado a otra provincia
para ver a la familia sóIo los fines de semana. ¡Po-
brecito! -dice su suegra- que además le prepara
tupperwares con comida para toda la semana.
Los hay que Io tienen mucho más fácil y les
dejan directamente el chollo a los abuelos. En mi
caso y en mi casa, no tenemos ninguna ayuda, mis
padres fallecieron hace ya unos años y a mis sue-
gros les gustan más los bailes del hogar del jubila-
do y los üajes del Imserso que los niños. Ustedes
dirán, y con razón, que están en su pleno derecho
tf;§
t4 LA' uñta< DIL ¡:oR.c
NARRATIVA
a pasar jubiladamente de los críos, pero a mi me
fastidia bastante que muchas veces ni siquiera se
acuerden del nombre de sus nietos. Pero ese es
otro tema.
Ir[is tres hijos son todavÍa pequeños, pero en-
seguida esta¡án en edad de apuntarse a mil y una
clases particulares, deportes y actir.idades varias.
Mientras tanto, yo ya había planeado dar un paso
más en esta estrategia que tan buenos resultados
me estaba dando. En estas últimas semanas, he
tratado de convencer a mi mujer de que me estoy
enganchando también al baloncesto y mi intención
era ir incorporando poco a poco nuevos deportes.
Empatía
Para ir aguantando el parón del fútbol durante eI
verano, entretanto empiezan las pachangas de
pretemporada, ya tenía planificado un cóctel es-
tival a base de Tour de Francia, Roland Garrós y
Juegos OlÍmpicos.
Todo parecÍa ir a las mil maraüllas hasta que
mi mujer, a la que jamás había üsto leer un libro
ni practicar ningun deporte, se ha apuntado esta
semara a un club de lectura, a yoga y a tenis. Hoy
mismo acaba de irse a un taller de no se qué ma-
nualidades, dejándome sólo en casa con los tres
niños.
Fernando Martínez Álvarez
Te retrasas dando una r,uelta alrededor de la
CASA.
Miras la construcción y tratas de imaginarte
allí, de manera permanente, caminando por sus al-
rededores, üviendo en ese lugar.
Cerca, casi al lado, están construyendo otra.
Hay solamente dos obreros trabajando. Uno de
ellos, metido en una zanja redonda, de un me-
tro de profundidad y dos de diámetro aproxima-
damente. Da palada tras palada para sacar tierra
del fondo del hoyo. Un pañuelo doblado rodea su
frente y por debajo de éI se aüvina el perlado inte-
rrumpido del sudor.
No parece muy mayor. Es de constitución
fuerte, ancha. Pero es seguro que el ecuador de su
üda hace tiempo que ha quedado atrás.
Cuando te vas acercando al hoyo te impresio-
na el ritmo de sus paladas: constante y concen-
trado; y armque adiünas su calsancio, su fatiga,
continúa con el tormento de su mecánica actividad
y no parece querer darle licencia.
Todavía galeote: "amarrado al duro banco"; a
la madera de su pala, en la avanzada sociedad tec-
nológica de esta centuria ügésimo primera.
Al pasar a su lado te das cuenta de la lucha que
mantiene dentro de sÍ mismo. Su mente, acostua-
brada por años de esos esfuerzos, es capaz aho-
ra de mantener apartados, quizá como dormidos,
los terminaies nerviosos de su sufrimiento físico
y permitirse una especie de liberación: el dominio
del pensamiento para la insensibilidad a la fatiga.
"Sé perfectamente que me ha üsto acercatme,
aunque casi no haya podido apreciarlo por su gesto
de atisbo discreto y veloz", te ronda la cabeza...
En la suya..."Yo a lo mío: seguir así agarrado,
a mi pala. Una pala que a ese de la zamarra inglesa
de cuero le resultará tan bruta... ¡Cómo le disgus-
taría tener que cogerse a ella!".
may I zot t LAS HO]AS DEL FORO t5
NARRATIVA
Ya estas al lado del hoyo. Doblas las piernas y
te agachas sobre los talones para estar a su altura.
Le haces una proposición...
Él acepta.
Te qútas la zamarra y la dejas caer sobre la
tierra. Das ul salto dentro del hoyo y él te pasa la
pala.
Después de unos minutos tus músculos em-
piezan a tensarse de forma autónoma. La contrac-
ción involuntaria es el antecedente del dolor de
esa debilidad que ya empiezas a sentir. NIás tarde
esa lasitud se volverá extenuación cuando alcan-
ces el agotamiento.
Aparecerá entonces la incapacidad para hacer
que tus brazos realicen la acción que tú les orde-
nas que hagan. Pero Ia incapacidad mayor es la de
no conseguir que tu mente se rescate del ahogo.
Dejas caer la pala. Enjugas las gotas de tu
frente, tus sienes, tu cuello.
Te acercas al borde del hoyo y acuerdas con el
obrero tu parte: la visita de mañana.
Sus ojos, avariciosos de curiosidad, mirarán
con respeto las fotos de lasparedes: Gehry, Moneo,
Frank Lloyd Wright; se deslizarán ignorantes y re-
verentes por la pantalla plana de tu computadora:
el último proyecto de diseño para la estructura del
próximo edificio; escrutarán los afilados lápices de
tu mesa de trabajo: longitudes, colores y formas
que apuntan a1 cielo, como tus edificios.
Y estas completamente seguro de que lo po-
drás ver allÍ, delante de ti: humilde, pero no servil;
curioso y sorprendido, pero no entregado y subor-
dinado.
Tú tienes tu secreto para lo que haces...
É1.., el suyo.
negro que no harán más que llorar y contaminar el
ambiente con su hipocresía barata de tertulia de
los cafés. Les diré a1go. No, estoy muerto y aunque
no sabrán que las veo las estaré mirando, sin ape-
nas mover un milÍmetro mis ojos. Mamá calenta-
rá chocolate, 1o oleré desde aquí, pero demonios,
¿para qué calentará chocolate? Las mariposas ya
se habrán marchado para entonces por Ia ventana
abierta, y una üeja se rascará su hombro izquierdo,
descubierto, pues la última mariposa que se habrá
rezagado le rozará dicho hombro. Dulce perfume
de mariposas. Rica fragancia silvestre. Podré olerlo
CHOCOLATADAPOST MORTEM Diego Casero
De mis oídos salen mariposas de distintos
colores que revolotearán de un momento a otro
alrededor de mi cabeza. Me estás mirando, aquÍ
sentado en este viejo y polvoriento sillón, sé que
me miras,-aunque esté muerto. La muerte ha con-
gelado el momento exacto en el que me robaste mi
última y una de mis pocas sonrisas. La mueca ha
quedado grabada a fuego en mi cara, y eso no es
propio de mí, de manera que las personas del vela-
torio se extrañarán aI verme ahí tan feliz, sentado
y muerto, como si nada hubiese pasado. Llegarán
las personas del barrio, üejas cotillas vestidas de
I
1
I6 LAS HOJAS DIt FORO
NARRATIVA
sin apenas mover Ia nariz ni hacer arnago de respi-
rar. Viejas tomando chocolate el día de mi muerte
y tú seguirás sentada ahí, delante de mí como si
nada hubiese pasado. Como si hubiesen pasado
cinco minutos desde mi muerte. Como si hace cin-
co minutos hubiéramos estado hablando de que
nombre Íbamos a ponerle a nuestro hijo. Más vale
que le pongas Iván. Oigo los cotilleos de esas viejas
decrépitas, su aliento asqueroso, halitosis propia
de su edad. Las oigo, críticas hacia mí, a pesar de
que estoy muerto a menos de dos metros. Las on-
das entran por mis oídos y aunque no ofrezco con-
testación ni mi gesto cambia para dar paso a mi
indignación las oigo. Y mamá se acerca con tres ta-
zas de chocolate. Una para ti y otra para ella. Pero,
¿y la tercera? De repente me lanza el chocolate de
la tercera taza a la cara, mi cara marón como la
de un negro. Su mueca Io dice todo, puedo ver per-
fectamente (sin que las palabras salgan de su boca)
cómo está pensando en que mi última y una de mis
únicas sonrisas se la he dedicado a la persona que
está sentada frente a mí, esa zorra, diría mamá.
Puedo sentir el chocolate caliente resbalar por mi
cara, diantres como quema. Puedo saborearlo por
última vez, aunque no saque Ia lengua. Puedo sa-
borearlo mientras te dice: "Lo siento querida".
pie de las rocosas montañas. Hay sitios donde la
altura alcanza los 700 metros. Es impresionante
la belleza, ElIa siempre viajó con é1, arropada por
su mastÍn.
Acon sabe con certeza que hará sonar el cuer-
no al aproximarse a cada uno de los numerosos
pantalanes, apostados al pie de los pequeños üñe-
dos. Terrazas pedregosas, que intentan alcanzar el
cielo y miran los cañones como curiosos centine-
las. En ellos dejará y recogerá a los jornaleros al
pie del "socalco". Suben por intrincados senderos
y por aquí han de bajar la vendimia, cuando el sol
aprisionado en las piedras madure la uva mencía
y godello.
El catamarán los espera, la noche lo trae y la
noche lo lleva. Se sienten seguros bajo la escota de
la vela mayor.
Conoce Ulia todo el intrincado corazón de la
Ribeira Sacra. Todos los valles que los ríos van for-
VENCANZA Paula Lopez G. Virumbrales
Antes de que las campanas de los numerosos
monasterios y pequeños cenobios toquen a maiti-
nes, el üejo catamarán se desliza silencioso como
un enorme galápago por las aguas del SiI, que ha-
cen de frontera natural entre Lugo y Orense. Va
gobernado por Ulia que orza el üento como nadie.
Iluminado apenas por la tenue luz de un farol de
aceite. Lo lleva colgado sobre el brillante timón.
Encajado en 1a madera hay un horóscopo de co-
bre grabado por su abuelo Acon, gran conocedor
del cielo y sus constelaciones; temido y respetado
por todos, pues sus predicciones son certeras y no
siempre deseadas.
Ahora, los años y la insistencia de Ulia han
dejado en el alto predio, donde üven sobre la des-
embocadura, al üejo druida.
Confía ciegamente en la capacidad de su nieta
para navegar por los escarpados desfiladeros que
eI río, a lo largo del tiempo, ha ido mordiendo al
may | 2ot t LA§ }.1OJAS DEL r^on 17
NARRATIVA
mando a su paso. Distingue perfectamente Ia lla-
mada de cada campanario y el nombre de la iglesia
o monasterio a quien pertenece eI tañido. El abuelo
le ha dicho que ya los romanos la nombraban así
por Ia cantidad de lugares de oración. Ellos fueron
Ios primeros que cultivaron las vides.
También sabe que el gallego es de origen celta,
conoce su estrella y el callado dolor del abuelo por
la muerte de su hija. Todo lo ha ido trenzando a
Io largo de los años con retazos de conversaciones
oídas entre sueños: "Que del ultimo castillo hundi-
do en la espesura del bosque de robledal sagrado
y a través de hayedos y castaños, han salido al
paso de las jóvenes, las sombras del señor y de sus
hijos... Era una noche sin luna y negros nubarrones
trajeron malos presagios..."
Fluctuac¡ones
Hay mujeres que arrastran maletas
cargadas de lluvia
hay mujeres que nunca reciben
postales de amor
hay mujeres que sueñan con trenes
llenos de soldados
hay mujeres que dicen que sí
cuando dicen que no.
J. Sabina
Me dijiste que eras somera y fluctuante, pero
no te creí. No es que fuera falta de vocabulario, es
que me parecía algo tan impersonal que no podía
aceptarlo. Estaba demasiado ocupado amueblando
el salón con armarios de caoba y alfombras indias,
como para ponerme a pensar en metáforas.
Hace muchos años que nadie osa llegar a la
confluencia de los ríos, solo el úejo Acon buscó
entre las sombras a los caballeros ebrios de su pro-
pio Ribeiro en las noches de cata. Intentó cumplir
la promesa hecha a su moribunda hija, pero los
años han pasado y el amor a su nieta fueron ente-
rrando el odio en una especie de olvido.
Ulia ahora ha tomado el relevo y también
la antorcha. La vieja capa de fraile de su abue-
lo, arropa su alta figura y su ojos escudriian al
amanecer los reflejos que el río Ie deja ver en eI
úItimo pantalán. Hundirá sin temor a esa sombra
asesina en las oscuras aguas, si la üda no le pone
algo inocente entre las manos que la haga olüdar
Ia venganza.
Fidel Sánchez
Al día siguiente, acababa de comprar una
mesa de anticua-rio y estaba emrelto entre limas
y lijas, cuando sentí que comenzabas a llorar en la
habitación. Cuando llegué, se habÍa desatado un
torrente incontenible de sal y desidia; estabas sen-
tada en la cama y llorabas, llorabas como si no hu-
r8 ta( }IOJAS DEL FORO
NARRATIVA
bieras nacido más que para eso. Lloraste durante
varias semanas, y el agua se colaba bajo las puer-
tas y anegaba los pasillos. Las alfombras quedaban
sumergidas como tesoros piratas, los muebles ab-
sorbÍan el agua y se pudrían con la sal, tu gato per-
sa decidió emigrar porque no sabía nadar y tenía
el pelo demasiado sedoso para sopofiar aquella
humedad inmunda.
En ocasiones intenté frenar tus lamentos. Me
sentaba junto a ti mientras creías mover los pies,
que estaban enraizados junto a Ia cama. Te besaba
la frente y con mis manos tataba de taparte los
ojos, pero el agua surgía entre mis dedos y conti-
nuaba goteando incansable.
Armado con calderos y cubetas busqué salvar
mis muebles, pero comenz¿üon a formarse olas
que llevaban objetos de unas habitaciones a otras
y tuve que dejarlo por imposible.
Una noche encontré flotando tu viejo álbum
de fotos y no era ya más que un borrón de tin-
ta. Pero mientras lo hojeaba, dejaste de llorar. Lo
supe porque fue como si alguien hubiera cerrado
un grifo. Esas cosas se sienten. Remé acercando la
canoa a tu habitación y entonces comprendí que
no me habías mentido. Comenzabas a evapor¿rte
lentamente, formando una niebla espesa, casi opa-
ca. Tus ojos ya no eran ojos, y comprendí que ya
no estabas, que te había perdido.
Sólo entonces, cuando te perdí a ti, dejaron de
importarme las maderas arcaicas, los muebles de
iroco, las mesillas de cristal y aquellas eternas res-
tauraciones que no tenían sentido. Ni siquiera me
dolía haber perdido mi vieja colección de vinilos,
porque te había perdido a ti.
Esa noche, cuando fui consciente de todo
aquello, comencé a llorar.
Teresa Fernández-Barbón
Mientras comía trataba de adivinar la razon
de mi inquietud. El nerüosismo de los exámenes
no era el motivo. Aquella tarde había salido a des-
pejar. Mi primera intención habÍa sido ir hasta eI
bar de N{oncho a tomarme rma caña. Entonces, al
pasar por el quiosco de N{iguel, recordé que lleva-
ba tiempo sin comprar Superpop, mi revista prefe-
rida. Revisé el estado de mi economía. Lo encontré
satisfactorio; sin pensarlo dos veces la compré.
Mientras caminaba me puse a hojear sus pá-
ginas a la caza y captura de mi grupo favorito y,
por que no decirlo, de Rosalía Campos, su solista.
Mi fantasía intima más secreta. De pronto algo lla-
Los Apéndices Craneales
El ruido de la feria se propagaba por el aire.
Dormir era una meta imposible. La orquesta toca-
ba a todo volumen y las barracas, cargadas de luz,
trabajaban a todo rendimiento.
Desvelado, con hambre, salté de la cama y fui
a la cocina. La casa estaba en silencio. Sin hacer
ruido, abrÍ la nevera. Revolví con ahínco hasta que
di con un cartón de color verde. Sonreí satisfecho.
Alguien se había acordado de traer mi marca de le-
che favorita. Cogí un vaso del fregadero y lo aclaré.
Después me hice con un abrelatas para preparar-
me un bocadillo de bonito. Cuando lo tuve listo me
senté en la mesa.
may I 2ot t LAS HO]AS DEL 50RO t9
NARRATIVA
mó mi atención. En la página de mensajes apareció
un título que me resultó inquietante: "Nacho, tu
novia te pone los apéndices craneales".
Siempre se dice que hay más burros con el
mismo nombre pero el estómago se me encogió
dentro del cuerpo. Lola había estado muy poco en-
tusiasta los últimos días. Pensé que era culpa de
los finales. Pero aquella maldita frase empezó a
zumbar en mi cerebro como si fuera un enjambre
de insectos enloquecidos.
Como impelido por un resorte, di media luel-
ta y volvÍ a casa. A11í, pasé las horas muertas en mi
cuarto sin poder concentrarme.
Esa misma noche me fue imposible pegar ojo.
Con los sentidos en completa alerta, cogí las za-
patillas, el móül y salÍ a la calle. De pronto, tuve
un pálpito. De forma maquinal volví a marcar el
número de mi novia. Era una locura, estaba claro,
pero mis dedos se movÍan solos, como si tuviesen
vida propia.
Verdín i María José Fernández
Verdín tiene 15 años, y no sabe muy bien lo
que pasa en este mundo. Su padre, ul gnomo ir-
landés algo reticente aI cambio, y su madre, una
trasgu que viúa en eI musgo de Onís. Su obsesión
por averiguar lo que había fuera, le hacia leer de
cuando en cuando "El libro de los gigantes", un
texto sobre esos seres raros llamados "humanos".
Desde que nació, le picaba la curiosidad por
eso. Cuando se fueron a vivir a una "seta rural"
al parque de "Isabel la Católica" en Gijón, se ob-
sesionó por un "transordenador". A la semana si-
-¿Sí?- Me contestó una voz voz masculina y
somnolienta.
Por un momento pensé que me había equi-
vocado de número. Volví a mirar la pantalla para
comprobarlo. Pero no, aquél era el correcto. Lavoz
seguía insistiendo. Preso de un ataque de risa, cor-
té Ia comunicación. I\'Ie puse a caminar sin rumbo.
Vagué hasta el alba.
Uegué a mi casa a eso de las nueve. I\{i padre
acababa de levantarse. Pulcro y bien afeitado, se
dirigía a la cocina, dispuesto a tomarse su primer
café antes de irse aI trabajo. Nos encontramos,
como quien dice, de narices en el pasillo. Ignacio
Ruiponce senior enarcó las cejas y dijo.
-¿En plenos exámenes y de fiesta, baranda?
Bueno, tú veras lo que haces, esa chica con la que
sales no te conviene.
-No lo sabes bien, le respondí antes de ence-
marme en mi cuarto.
guiente de que sus padres se lo compraran, ya había
creado la web "neoduendes.dot", en la que rezaba
la siguiente entrada: "Si eres un duende con ganas
de saber de los 'humanos'y sus costumbres, pincha
aquí". Un mes después de abrirla, la página tenía
casi 20.000 visitas, pero é1 quería descubrirlo en pri-
mera persona, verlo por sí mismo. Así que tomó una
decisión...
-Mamá, quiero ir a ver Ia ciudad, ver la gente.
-¡Cómo se te ocurre! ¡eso es peligroso! "Los gi-
gantes" no son de fiar.
20 LAS l-l0JAS ÜEL rüR0
NARRATIVA
-Mamá, quiero saber algo mas de ellos; al
menos, déjame salir al parque, para ver algo más-suspiró VerdÍn.
-Está bien, sal hasta la entrada del parque,
más lejos no.
Y cogiendo una mochila con un saco de dormir,
su libreta, un boli y algo de comida; corrió hacia la
habitación a dar a conocer sus aventuras. Posó su
mochila, encendió el "transordenador" y aüsó de
Ia noticia: "Gente, hoy voy a pasear entre los 'gigan-
tes', os contaré todo cuando luelva". Y apagando
el "transordenador", cogió la mochila y salió por la
puerta de casa. Al llegar al arco de flores, decidió
montar su tienda de campaña y sacó de la mochila
su saco de dormir y un bocadillo de musgo y cas-
taña... Miraba el ir y veni¡ de la gente y sólo una
persona le descubrió.
-¡Hola!
-¿Cómo?
-¡HoIa!, ¡es a ti!
-¿Cómo puedes verme si eres un gigante?
-Me llamo Belinda, y tú, ¿cómo te llamas?
-Eh... Verdín, ¿cómo me puedes ver?
-Me imagino que porque me gustáis.
-Pero, ¡los gigantes sois malosl
-No, no todos, simplemente las malas accio-
nes llaman más la atención- Y poniéndolo en su
mano le dio un beso que cubrió toda la cabeza de
Verdin.
-Cuídate.
-¿Adónde vas?
-A casa, no hay que perderse, los malos siem-
pre están al acecho.
-Adiós.
Y sentándolo en una ramita de bambú cerca de
la orilla de un estanque, Verdín üo marcharse a la
niña cogiendo la mano de sus padres. Mirando a Be-
linda llegó a la conclusión de que la maldad estaba
ahí fuera y en cualquier lugar que pisara. Termi-
nó su bocadillo y recogió varios pétalos del suelo
para hacer una almohada. La noche iba cayendo,
y Verdín miraba con fascinación y miedo aquellas
gotitas de rocío en el cielo que todo el mundo lla-
maba estrellas. Pasada la media noche, miró como
brillaba el agua en el estanque y decidió comerse
el otro bocadillo antes de recogerlo todo. Metió
sus pies en el agua frÍa y pataleó mientras pegaba
mordiscos a su bocadillo de musgo. Al terminarlo,
volvió a ponerse sus grandes babuchas de cuero y
enrolló su saco de dormir metiéndolo cuidadosa-
mente en la mochila. Le llamaba Ia atención que
todo era igual que de día, pero a lavez diferente.
Amaneciendo, llegó de puntillas a casa y se metió
en la cama. Temprano por la mañana, Verdín se
fue a la cocina a desayunar...
-A1 final, no te quedaste tanto. ¿Qué pasó?
Te oí llegar.
-Llegué a la conclusión que da igual "gigan-
tes" que nosotros, somos diferentes pero con los
mismos problemas.
-Me alegro. A que a final, ¿lo tuyo no es tan
aburrido?
-Lo cierto es que no, yo me quedo con lo
mío- Y yendo a la habitación, dejó Ia mochila en
la cocina.
Fue al cuarto, y encendió el "transordenador"
y escribió en su página: "Noticias: mi respuesta es
que son como nosotros pero en 'gigantes" y no me
olüdaré de esto gracias a Belinda y eI buen consejo
que me dió: «Da igual donde vayas y quien seas,
siempre alguien va a jugartela y hacerte daño. Pero
también siempre va haber gente que cuide de ti»".
Y colgando la foto de Belinda corriendo, decidió
cerrar esa página, y no buscar más sobre los "gi-
gantes" ni su libro, por que sabría más de ellos
aprendiendo de sí mismo.
mav I 2ol I LAS HO.,IAS DTL r^o^ 2t
NARRATIVA
Nubes Oscar L. Nogal
Mamá llega a casa a eso de las cuatro, y Papá,
a las cinco y media. El chico solía regresar del co-
legio a las dos y media, por eso estaba obligado a
certificar su melta pasando por la puerta de su
vecina de piso.
Se quedaba con Guillermo jugando a las fichas
de jugadores de baloncesto que promocionaba
una empresa de caramelos. Pasaban el rato inten-
tando hacer canastas inüsibles y pases originales
hasta que la madre de Guille llegaba; tarde, como
siempre. Ella insistía en invitarle, pero Guille vivía
en un punto de la periferia, en dirección contraria.
Se sorprendió mucho la primera vez que fue. La
calzada se tajaba en un terraplén. Ambos estaban
de acuerdo de lo guapa que sería la urbanización
cuando tuviera la piscina comunitaria, el parque
infantil, la pista de tenis y la casa de cultura ve-
cinal.
Sin nadie con quien poder retrasarse, se iba a
casa con la intención de merendar lo que hubiera
dispuesto su madre. La vecina se había ofrecido
a darle la merienda, pero su madre decía que ya
era lo bastante grande como para ser responsa-
ble. Nunca había tenido llave hasta el comienzo
de aquel curso. Todaüa se extrañaba de su tacto
férreo. Sabía que, para su madre, fue liberador
confiar 1o suficiente en él como para darle esas
dos llaves colgadas de una cinta. La del edificio y
la de la casa. La recordaba orgullosa, suspirando
profundamente, como si ya hubiera acabado una
pesada tarea.
Cnnó la calle frente a la cafetería de las Ie-
tras doradas, luego varias manzanas tomadas en
zigzag, en dirección noroeste, hasta el momento
crítico: la gran avenida de ocho ca¡riles. Su madre
repasó ese trayecto a rabiar: "N{ira a los hombre-
citos, siempre eI verde, nunca con el rojo, aunque
oigas la señal, tú sólo cuando el hombrecito verde,
y no cruces, más de dos carriles seguidos..." Era
cierto que le daban miedo. También era cierto que
tardaba el doble porque se paraba en las tres islas-
refugio. A su alrededor, todos corrían, desafiando
a los coches y ya había presenciado dos acciden-
tes. En uno de ellos, un hombre cuarentón no paró
al ver el hombrecillo rojo, y se lo llevó una camio-
neta. Aunque un corrillo envolüó al hombre caído,
el niño había visto el lago de sangre oscura que
crecÍa bajo sus pies.
Se sintió muy culpable, inservible. Quería ha-
ber sido valiente como esos adultos que luchaban
en la tele. Por eso, cuando compañeros de colegio
le llamaban 'cagao', 'nena' o 'inútil', 1o creía a pies
juntillas. Intentaba evitar cualquier cosa que fuera
una amenaza.
Tras el cruce, le quedaban los últimos diez
minutos de üqie. Dobiar hacia la derecha por una
calle peatonal que acababa en un parque nuevo;
una perfecta circunferencia en medio del flujo del
tráfico.
Una advertencia: alboroto justo antes de vi-
rar a Ia derecha. Algunas voces pa-recían de mujer
22 LAS HOJAS DEL FORO
NARRATIVA
adulta y otras como de chiquillas. Se atrincheró
detrás de la esquina. Entre una nube de polvo, vio
piernas que golpeaban algo que se quebraba a sus
pies. Faldas plisadas azul marino y blusas celestes.
Carteras, mochilas, carpetas, chaquetas, se amon-
tonaban junto a una papelera. Otra mochila esta-
ba alejada de las demás. Un verde menta plástico
ajeno a lo que sufría su dueña. Una de las chicas
levantó Ia mano y el pelotón obedeció:
-Bien, por hoy bastará.
-Necesita un poco más de repaso
-Otro día... Esto no se ha acabado, cabrona-
Escupió.
La selva de piernas se fue abriendo, y permitió
que eI niño üese a otra chica, de espaldas, inmóvil.
Dejó de mirar. Mientras, las otras estudiantes reco-
gían sus pertenencias y se acercaban a su posición.
Resistió su inclinación a húr y se mimetizó con la
pared. Tenía que comprobarlo. La manada de cole-
gialas, eufóricas, pasó por delante sin echar ni un
üstazo. El chico contó hasta tres.
Se acercó midiendo los pasos. La chica inten-
taba incorporarse sin éxito, no conseguía recupe-
rar la fuerza. Su madre nunca le había preparado
para una situación de tal calibre. El chico levantó
la mirada buscando algún adulto. La plaza parecía
desierta, aunque otros días estuüera infestada de
paseantes. Un hombre de cuarenta años le miró
desde la acera con una cara de asombro que se
transformó en careta inexpresiva; continuó cami-
nando. Ella dijo algo, y el niño la miró. Los ojos,
aún desconfiados, se comunicaban entre lágrimas;
ya se había incorporado. EI chaval se dio cuenta
que le habían saltado, por lo menos, tres dientes.
La chica señaló la mochila abandonada en segun-
do plano. Escuchándola respirar con problemas, le
recogió la bolsa. Unas llaves colgaban de una nube;
un llavero como el dibujo en el jardÍn de infancia;
con forma de algodón, de color celeste, ribeteado
en blanco. Le devolvió la mochila; a la que ella se
abrazó.
-No te preocupes, voy llamar a emergencias,
tranquila^
Tardaron pocos minutos en llegar los sanita-
rios. El niño afianzaba la mano de la estudiante; no
se habían hablado. Sus ojos ya no estaban húme-
dos aunque le dolÍa el costado y una pierna, quizás
rota. Le preguntaron si era su hermana; dijo que
no. Le preguntaron si sabía cómo se llamaba; éI
tampoco lo sabía; ella no podía pronunciarlo.
Aguardó pacientemente hasta que la ambu-
lancia llegó. Se apartó para dejar que el equipo mé-
dico actuase. Un trueno inesperado le hizo darse
cuenta de su retraso y se fue corriendo sin despe-
dirse. No quería que la vecina contase a su maüe
que había llegado tarde.
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may I zot t LA§ HO.J A5 DFL FORO 23
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POESíA
Alfredo Díaz
Piedra:La vida se llenó de desorden
La üda se llenó de desorden
en algún momento inmemorialmi conciencia se difuminódescubrí, bruscamenteque no había vuelta atrás.
Que incomprensible se volüó eI mundo.
Que complicado entenderqué mueve a la gente
para ir a sus trabajos,
a no huir de sus deberes.
Entre lo humano y yo creció un muro.
En medio de mi caos
una idea seguía dara,el mundo pone límitespara ver quien se los salta.
may 2Ol I LAS HO]AS DEL FORO 25
POESíA
Wlady
Silencio
Cuando se llama a la felicidad dinero,
Cuando al esclavo llaman obrero,
Cuando a la muerte llaman justicia,
A una pantalla llaman amigo,
A un coche, estilo de vida, al fútbol, filosofía.
Cuando a la usura llaman economía,
Cuando llaman impuesto al robo,
Cuando a los reyes llaman banqueros,
Políticos, a los ladrones
Y a los dictadores llaman millonarios.
Cuando llaman diplomacia a la guerra
Y le llaman oposición al insulto.
Cuando a la desidia llaman Iibertad,
Al sexo, polvo y al compromiso, si, si, ya hablamos,
Yo te llamo un día de estos.
Cua¡do a la poesía llaman coñazo
Y a la mierda, poesía.
Se hace necesario el silencio,
El silencio, habitación del pensamiento.
Lo Digo
Cuando digo 'te quiero', digo un sentimiento.
Creo que cuando siento 1o que ügo,a veces pienso que digo lo que siento,pero al final siento que sólo digo lo que pienso.
Pues lo siento,
aunque también lo pienso,
en cuyo caso lo sé,
por eso te lo digo.
LAS HCiAS26
POESIA
A un palmo del abismo
Lamento pensar que tras nuestro triste cantar,
de universos y mundos, de lo leve o profundo,
se agita la mente del ser que detiene su paso en cada escalón.
Da pena, a veces, sentir que a pesar del frío mirar de soslayo
de ese sol del hastío de lo cotidiano,
a pesar del hola y del día a día, a pesar del enfado,
del estrés, de la preocupación, de la cantidad
de músculos de la cara que se mueven al llorar por amor.
A pesar de una fruta y la triste mirada de la mariposa
que bate sus alas entre los dedos de una mano ociosa.
A pesar del concepto que representa la palabra concepto-
A cada paso nos acecha la aniquilación.
Entristece, a veces, saber que detrás
de ese harapiento manto de orgulloque reviste las pústulas del ano
de una decadente civilización,
de reyes y leyes que en libros leyeres,
de guerras y muerte, de humillación
del miedo inherente aI dolor,
del retoj y la rueda, del dinero y del fuego
del alma del brazo de un hombre que devora una hiena
en el zoológico de un parque tipo prisión.
Sólo nos separa del abismo un palmo.
Sí, metafóricamente el palmo de Ia palma de la mano.
De la mano de un humano,
medida de todas 1as cosas.
§
r
may I zot t r-A5 H0lA§ DEL F0R0 27
POESíA
Efrén Cañedo Cranado
Astronómica Lírica
l. Sed de progreso
Viümos en un planeta, Mis palabras se desplazan
en una esfera de otras rodeada, por Ia corteza terráquea,
en la VÍa Láctea, nuestra galaxia, concretamente, por la troposfera.
a su vez, de otras rodeada.
Alegóricamente, son cometas
En cada galaxia que zigzaguean esquivando plaaetas
hay un gran número de estrellas a los que dejan ver sus bellas estelas.
-bolas en llamas que energía emanan-con sus respectivos pianetas, NIis palabras, en estos momentos,
satélites y, espero, un largo etcétera. sobrepasan las páginas que las aüapan
a la velocidad márimaSabemos tan poco sobre el universo que alcanza un astronautay nos parece tan complicado y en tus ojos se clavan,
su estudio y conocimiento son transbordadoresque un pequeño satélite, la Luna, dirigidos por la NASA
nos parece que está lejos. que abandonan la esfera alimentadapor una estrella catalogada.
¿Quién no ha soñado con explorar
el inmenso universoyendo de galaxia en galaxia
buscando üda como un sabueso
y eútando caer en un gigantesco
agujero negro?
il.
28 LAS HCJA§ ú[L F0R0
POESIA
lll. El pan nuestro de cada día lV, Rumbo a Fra Mauro
Amarilla enana. En un mundo gigantescamente pequeño.
Despertarse y levantarse, Somos un coniunto de sueños
sin desayrrnar, y una voluntad para verlos cumplidos,
llegar al estudio un lrrelo en un cohete espacial
)-, con unos meros versos, en cuya integridad interviene el azar,
durante unos segundos, lo que otros llaman destino.
comprender la cosmología del universo
desde dentro de mi mundo.
\iajar por el espacio y el tiempoutüzando en lugar del metro
un agujero de gusano,
es decir,por un puente Einstein-Rosen
ser transportado.
Todavia con resaca de sueño,
atisbando las imágenes
que Ia noche ha dejado en el cerebro
y la mañana va diluyendo,
arrancando el motor que es el cuerpo.
may I zot t LA§ HO.' A§ DIL FOR0 29
POESíA
Carlos C randa
El Faro
quien quiera entender, entenderá
explícita y sincera la propuesta
de nada sin e elabora¡
nuevos dogmas para la rieja secta
el grito que te muerda llegará
en boca de la üda sin respuestas
desnuda en la frontera te hayarás
cansada de fingir que ye una fiesta
despierta consciente frente al marrepentinamente arrollada por su fuerzagritando ola tras ola libertáhuyendo del progreso a toda costa
Marrakech
Hombre pobre que te arrodillas y rezas
üejas palabras más antiguas que ftr güella
acuden a tu boca como salmos de oración
invocan a un ser supremo que exige ser superiory otros seres más pequeños dictan qué dijo Dios
el poder tu voz les dio de regir los designios del tiempoy legislar el orden interno de esta eterna desazón
genuflexión,
ritual de portramiento,
eco irreflexivo que trasmuta plaza en templo
curioso poder otorgado al solque iluminaen silencio.
i
Otro mundo ye imposible
el que hay que cambiar ye éste
pero si no ves más allá
de Ia realidad que te muestran
estamos perdidas
y de nada sin'en imágenes idflicasla utopía se rive cada día
qué,
)'a no es divertida?pero si no eres capaz de imaginarmás allá del ahora qué
te inventanestamos jodidas
mejoremos este mundo paso a paso
en la rer.rrelta contínua de las mentes
Iuciérnagas en el fracaso de los brazos.
30 LAS HOJAS DEL rona)
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may 201'l
Paco Garabato
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llustración digital