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Page 1: Carles boix   españa e industrialización

Apropósito de la publicación del“Atlas de la industrialización deEspaña”, dirigido por el profesorJordi Nadal, Pedro Schwartz re-

flexiona sobre los orígenes del desarrollo in-dustrial español y sobre el papel que cabe en-comendar al Estado en política económica(“La Vanguardia”, 28 de enero). La respues-ta del profesor Schwartz es doble: primero,el Estado fue el agente responsablede la industrialización española, so-bre todo mediante el establecimien-to de aranceles en el siglo XIX; se-gundo, el crecimiento diferencialde Catalunya y el País Vasco se basóen el sacrificio (antes se hablaba deexplotación) del resto de España.

La respuesta, que captura conmaestría la opinión de buena partedel público español, es insatisfacto-ria porque deja sin explicar el meo-llo del problema: ¿Por qué sólo se in-dustrializaron Catalunya y el PaísVasco? ¿Por qué el resto de la Penín-sula se quedó anclado en el pasado?

El Estado no pudo ser el causan-te de la modernización catalana yvasca. Aunque no fue precisamenteun modelo de estabilidad y eficien-cia, el Estado español del XIX man-tuvo una estructura unitaria impe-cable y aplicó las mismas políticas(centralistas) en todo el país. Entreotras cosas, estableció un código decomercio único, aprobó una ley hi-potecaria general, descuartizó elpaís en provincias de dimensionessimilares y sostuvo una políticaarancelaria común. Y, pese a todaesa homogeneidad en el trato y noobstante darse las mismas oportunidades atodos en la pista de salida, unos cuantos(más bien pocos) acabaron corriendo muchomás que los demás.

Descartado el Estado como culpable deldesigual desarrollo de España (mediante elsupuesto sacrificio de ciertas regiones enaras de la prosperidad de otros territorios),no queda más remedio que concluir que laindustrialización la impulsaron los agenteseconómicos y sociales, esto es, la tan cacarea-da “sociedad civil”.

El desarrollo económico no es otra cosaque el resultado de la suma de esfuerzos indi-viduales y de iniciativas empresariales. Aho-ra bien, para que la iniciativa privada salgaadelante, es decir, para que a alguien se leocurra endeudarse, comprar un telar o mon-tar un laboratorio, se necesitan tres cosas:primero, contar alrededor con otras perso-nas con las que sea posible cerrar negocios

con la seguridad de que los cumplirán; segun-do, tener clases medias que puedan consu-mir los calcetines y las pastillas para la tosque se producen; tercero, acceder a una redde artesanos que puedan aprender fácilmen-te cómo manejar telares y probetas. En su-ma, se necesita una sociedad con una capaurbana algo desarrollada y con un campo nocompuesto de campesinos depauperados si-

no de payeses, quizá enjutos, pero en ningúncaso muertos de gana.

Estas condiciones, que se dieron en Cata-lunya y País Vasco, no existieron en la ma-yor parte de España. En Castilla las Cortesmedievales pasaron a mejor vida a princi-pios del siglo XVI. Y sin ellas los monarcasespañoles pudieron expoliar el país sin frenoalguno. La historia es triste pero merece serrecordada. Tras soportar una inflación de ca-ballo, Castilla perdió una cuarta parte de lapoblación tan sólo entre 1650 y 1680. Mien-

tras tanto, la libra catalana se mantuvo esta-ble como si se tratará de un marco alemánde los de siempre y la economía catalanaarrancó decidida hasta hoy en día.

Desafortunadamente, los Borbones liqui-daron las autonomías catalano-aragonesasen 1714 y la vasca en 1876 y con ellas lospocos controles existentes contra la voraci-dad de los gobernantes. No obstante, perma-

necieron en su lugar los factores so-ciales que aquellas instituciones po-líticas habían generado: un clima deconfianza social, una cierta igual-dad económica y ciudades sosteni-das por una cierta actividad artesa-nal (y no por el empleo público y lashidalguías). Cuando llegaron losvientos de la revolución industrial,inventada en Inglaterra (que, nopor casualidad, tenía un parlamen-to capaz de parar los pies al rey deturno), sólo esos lugares pudieronatraparlos y hacerlos fructificar enla Península. La mejor evidencia deque eso es así es que, todavía hoy,las autonomías con mayor renta percápita se corresponden (casi) mili-métricamente con la Corona deAragón y el País Vasco, es decir, conlos territorios que resistieron el ab-solutismo.

¿Qué lección política y económi-ca se deriva de esa discusión históri-ca? Una muy sencilla. La suerte deEspaña se cifró en que hubo esa di-versidad, hija de las resistencias delpasado, que permitió la moderniza-ción de algunas partes del país. Yesas partes acabaron estirando delos demás. Imagínense cómo estaría-

mos si Madrid nos hubiese conseguido aplas-tar a todos. En el mejor de los casos, en laposición de Turquía, que todavía está fuerade la Unión Europea. O quizá como Rusia,con toda su trágica historia a cuestas.

En España existe algo así como un libera-lismo castizo que predica mercado, pero quepierde gas cuando alguien duda que la políti-ca del Gobierno central sea quien marque elcamino del progreso o cuestiona el valor delas llamadas empresas “nacionales” que, ennombre de una supuesta eficiencia y delbienestar colectivo, concentran sus sedes so-ciales en la capital. Ese liberalismo me da gri-ma. Aunque veo sus razones. La única pro-vincia que tiene una renta personal superiora los territorios catalanes y vascos es Ma-drid. Un Madrid forjado a golpe de decretospor Primo de Rivera, engordado por Francoy sostenido hasta el presente. Pero, claro, esoya no es historia económica. Es política espa-ñola pura.c

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JOAN CASAS

En el 2003 la literatura cata-lana ha dado lugar a cua-tro libros de una más queestimable calidad: son, por

orden alfabético de los autores,“L'home que va estimar Natàlia Vi-dal”, de Julià de Jòdar; “Purgatori”,de Joan Francesc Mira; “De fems ide marbres”, de Francesc Serés, y“Pa negre”, de Emili Teixidor. Unaexcelente cosecha de nuestra narra-tiva que debería bastar para des-mentir todo diagnóstico pesimistasobre el estado de salud del catalán.Y, sin embargo, en ese mismo añopasado se oían los presagios más ne-gros sobre el futuro de la lengua y lacultura catalanas. Parecía imponer-se un pesimismo difuso que, aun-que parcialmente fundamentado endatos objetivos, no se puede sin em-bargo separar de la particular coyun-tura en que éste se manifestaba: la

sensación de fin de régimen en Cata-lunya, tras la larga etapa del pujolis-mo, combinada con la rampante ex-hibición de patrioterismo españolauspiciada desde la Moncloa.

Ahora, tras el cambio de mayoríapolítica en Catalunya, el momentoes propicio para un balance. Uno delos primeros en apuntarse ha sidoValentí Puig, con un libro, hecho deretales, de título más bien enigmáti-co, “L'os de Cuvier”, pero de con-tundente y algo pretencioso subtítu-lo: “Cap a on va la cultura catala-na”. El libro no es, ni por asomo, loque promete. La explícita reseña deJulià Guillamon en “Cultura/s” meahorra muchas consideraciones. Pe-ro no la principal, y es que las diva-gaciones de Puig dejan entrever untrasfondo inquietante: el descréditode la democracia. Puig aborrece lademocratización de la escuela, lamasificación de la universidad yquisiera reservar la literatura paraunos “happy few”. Querría un país

dirigido por una elite burguesa y unintelectual como D'Ors como “maî-tre à penser”. Pero le cuesta aceptarque todo esto forma parte de un pa-sado que ya no volverá. Y es que aPuig le ocurre lo que, según él, leocurría a don Llorenç Villalonga:“No le agrada el presente, y tampo-co el futuro”.

La tesis de Puig es que existe una“distancia perceptible” entre la vita-lidad de una sociedad como la cata-lana y la “precariedad cualitativa”de su cultura. ¿Qué camino debe to-mar, entonces? Su propuesta se limi-ta a repetir los eslóganes del partidodel Gobierno, lo que, francamente,casa poco con su pretendida condi-ción de “outsider”: “Proposo l'ac-ceptació de la naturalitat bilingüe,el fet històric d'Espanya i un retorna la cultura com a exigència”. Si eradifícil coincidir con su diagnóstico,todavía lo es más con el pretendidoremedio.

La historia de la cultura catalana

es la de una persistente anormali-dad. Como decía Víctor Balaguerya en el lejano 1866, la literatura yla lengua catalanas sólo han podidoflorecer cuando Catalunya ha teni-do libertad política. Lo que es sus-tantivo y novedoso de la situaciónactual es que, después de 23 años degobierno nacionalista, se pueda te-ner la sensación de retroceso. Perono me parece serio achacar la “pre-cariedad” presente de la cultura ca-talana a la aceptación, o no, del bi-lingüismo y del marco constitucio-nal, y al mismo tiempo callar sobrehechos tan relevantes como las con-secuencias todavía evidentes delfranquismo, o acerca de la manifies-ta insuficiencia de las políticas y delos presupuestos culturales de la Ge-neralitat convergente, que no supocontrarrestar ni la supeditación polí-tica ni la presión uniformizadoradel mercado que sufre una culturaminoritaria como la nuestra –talvez porque nunca creyó en ella–.

Para Puig, la cultura catalana tie-ne más futuro vinculada a “l'Espa-nya acollidora” –¿cuál, la de Matasy Zaplana, paladines de un supues-to “bilingüismo” o de cómo acabarde una vez por todas con la lenguacatalana?, ¿la que avisa que no res-petará la voluntad del 88% del elec-torado catalán en la reforma estatu-taria?– que buscando un atajo pro-pio. Lo malo es que la historia y elpresente le desmienten. Volvamosa los cuatro libros que mencionabaantes. ¿Cuántos escritores españo-les han leído alguno de ellos? ¿Cuán-tos periódicos madrileños los han re-señado? ¿En qué cátedras españolasse estudiarán algún día? Si es ver-dad, como dice Puig, que “la litera-tura catalana perd el públic qualifi-cat”, entonces hay que convenirque lo que necesitamos son instru-mentos, plataformas, para difundir-la y prestigiarla. Ésta es tambiénuna responsabilidad, y no la menor,de la nueva mayoría.c

LAS AUTONOMÍAS CON

mayor renta se corresponden

(casi) milimétricamente

con los territorios que

resistieron el absolutismo

JOSEP M. MUÑOZ, historiador,

director de la revista “L'Avenç”

Es una pretensión a todas luces exa-gerada en relación con mis posibi-lidades reales en esta vida: ¿cómovoy a lograr una cosa tan seria e

importante como producir inolvidableschuletas? Pero, por favor, que nadie pienseque hablo en sentido figurado. Yo lo quequiero ser de mayor no es una vaca sagra-da, nada más lejos de mi intención; yo pre-tendo ser una vaca vulgar, que ni siquierasea una vaca lechera, tolón, tolón, sino unavaca cualquiera.

A esta conclusión, digamos que a esteideal de vida, he llegado tras haber tenidoque viajar, por motivo de la actual campa-ña electoral, arriba y abajo de España, a bor-do del avión. Les puedo asegurar que envi-dio profundamente a nuestra cabaña vacu-na. Es difícil, bastante difícil, que ningunode los mamíferos que forman parte de ellasufra los tratos vejatorios que se dispensana los viajeros.

De todos los agravios sufridos, los más le-sivos de todos –no ya a los derechos huma-nos ni a la dignidad de las personas, sino ala simple delicadeza entre congéneres– seconculcan de forma sistemática y descara-da en los controles de seguridad, por morde la histeria desatada a raíz del 11-S. Estoyconvencido de que las reses que van a sersacrificadas en el matadero sufren menosestrés. Ante la escasez de personal, hay queefectuar una carrera contrarreloj para des-hacerse de todo aquello que sea susceptiblede hacer sonar el dichoso pito, en un tiem-po récord; después hay que volver a recoger-lo deprisa y corriendo, entre sudados y con-gestionados. Pasan cosas curiosas, comoque el ordenador portátil sea objeto de unaminuciosa y pormenorizada inspección,despierte un vivo interés en Barcelona, yque en los restantes quince controles nadiele haga ni el más puñetero caso.

Pero pobre de usted que el aparato conti-núe sonando, la fila de viajeros se haya dete-nido por su culpa y la cinta del escáner sehaya parado. Entonces usted es un sospe-choso, y el encargado de la cosa ésa le espe-ta un “caballero –una simple forma de ha-blar, por no llamarle incompetente–, ¿llevamonedas, llaves, etcétera?”. Uno va vacian-do todo lo que tiene en los bolsillos, vuelvea pasar por el aro, vuelve a sonar. El indivi-duo te hace levantar los brazos, te pasa uncacharro y, entonces, a voz en grito te espe-ta: “¿Y por qué no me ha dicho que llevatirantes?”. Que yo sepa, llevar tirantes no estodavía ningún delito, ¿verdad?

Sólo tiemblo al pensar en el día que tengaque quitarme en público la dentadura posti-za o pasar en paños menores. Es más cómo-do ser vaca y llevar toda la información col-gada de un chip en la oreja. Acabas antes y,por el trato, tampoco hay tanta diferencia.c

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España e industrialización

JOSEP M. MUÑOZ

CARLES BOIX

Quiero ser vaca

CARLES BOIX, catedrático de la Universidad

de Chicago

En la encrucijada

MANUEL TRALLERO

LUNES, 8 MARZO 2004 O P I N I Ó N LA VANGUARDIA 31

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